Thomas Macho. Morir hoy

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Morir hoy 1 Ensayo Thomas Macho 2 Traductor: Javier Zoro Hace algunos años fueron descubiertas diecinueve momias en el depósito del arsenal de Mannheim [Mannheimer Zeughauses]. Estas yacían allí –empaquetadas en cartones- desde hace más de cien años. Una fortuita casualidad: los evidentemente olvidados muertos podían ahora ser minuciosamente investigados y examinados. Con todos los medios de la medicina y la biología modernas –desde la tomografía computarizada hasta el análisis genético- no sólo se dejan averiguar las correspondientes técnicas de momificación, sino también el género, la edad, las enfermedades o las causas de muerte. Las momias son mostradas actualmente en la exposición Momias. El sueño de la vida eterna (hasta el 24 de marzo). La exposición de Mannheim comprende en total diecisiete cadáveres conservados de humanos y animales de distintas culturas y épocas, entre ellos, por ejemplo, una momia femenina del tiempo de los incas, un niño-momia del Perú, el esqueleto reseco de un muchacho del desierto de Atacama en Chile, el cráneo de momias de Nueva Zelanda y del alto Egipto, “la joven de Windeby” (Schleswig-Holstein), una mujer que quizás de nombre es conocida: Verónica Skipretz, una familia de una iglesia húngara, la emblemática mano derecha de Rodolfo de Suabia proveniente de “Merseburger Domstift” y, finalmente, un mamut, un hurón y un gato de la era del hielo. El proyecto no está ausente de controversias. Así por ejemplo Dietrich Wildung, egiptólogo y director del museo 1 Este ensayo fue traducido del original alemán encontrado en Aus Politik und Geschichte (APuZ) 4/2008, suplemento del periódico semanal Das Parlament del 21 de enero del 2008, pp. 3-4. 2 Doctor en filosofía, nacido en 1952; profesor de Historia de la Cultura en Humboldt-Universität Berlin.

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Ensayo sobre la variación del lugar de la muerte en la sociedad contemporánea.

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Morir hoy1

Ensayo

Thomas Macho2

Traductor: Javier Zoro

Hace algunos años fueron descubiertas diecinueve momias en el depósito del arsenal de Mannheim [Mannheimer Zeughauses]. Estas yacían allí –empaquetadas en cartones- desde hace más de cien años. Una fortuita casualidad: los evidentemente olvidados muertos podían ahora ser minuciosamente investigados y examinados. Con todos los medios de la medicina y la biología modernas –desde la tomografía computarizada hasta el análisis genético- no sólo se dejan averiguar las correspondientes técnicas de momificación, sino también el género, la edad, las enfermedades o las causas de muerte. Las momias son mostradas actualmente en la exposición Momias. El sueño de la vida eterna (hasta el 24 de marzo). La exposición de Mannheim comprende en total diecisiete cadáveres conservados de humanos y animales de distintas culturas y épocas, entre ellos, por ejemplo, una momia femenina del tiempo de los incas, un niño-momia del Perú, el esqueleto reseco de un muchacho del desierto de Atacama en Chile, el cráneo de momias de Nueva Zelanda y del alto Egipto, “la joven de Windeby” (Schleswig-Holstein), una mujer que quizás de nombre es conocida: Verónica Skipretz, una familia de una iglesia húngara, la emblemática mano derecha de Rodolfo de Suabia proveniente de “Merseburger Domstift” y, finalmente, un mamut, un hurón y un gato de la era del hielo.

El proyecto no está ausente de controversias. Así por ejemplo Dietrich Wildung, egiptólogo y director del museo egipcio de Berlín, en una entrevista con “Deutschlandradio Kultur” denunció públicamente la “pornografía de las momias” y destacó, “que aquí tiene lugar una intromisión en los derechos de la personalidad del hombre, los cuales persisten todavía a pesar de que en algunos casos esté muerto desde hace miles de años”. Frente a esta indignación retórica se puede objetar inmediatamente que la representación de la muerte personal, invisible e íntima apareció primero en los tiempos modernos; con la ayuda de esta representación la muerte fue idealizada como sueño eterno, a la par que cada escenificación religiosa o ritualizada de la muerte fue agudamente criticada. Muerte, sepultura y duelo son reprimidos del espacio público a partir del tardío siglo dieciocho. En un ensayo sobre la obra de Nikolai Lesskow y la crisis del moderno arte de narrar [moderne Erzählkunst] afirmaba Benjamin incluso que la sociedad burguesa “mediante dispositivos higiénicos y sociales, privados y públicos, produjo un efecto secundario, probablemente su verdadero objetivo subconsciente: facilitarle a la gente la posibilidad de evitar la visión de los moribundos. Morir era antaño un proceso público y altamente ejemplar en la vida del individuo (…) –morir, en el curso de los tiempos modernos, es algo que se empuja cada vez más lejos del mundo perceptible de los vivos. En otros tiempos no había casa, o apenas habitación, en que no

1 Este ensayo fue traducido del original alemán encontrado en Aus Politik und Geschichte (APuZ) 4/2008, suplemento del periódico semanal Das Parlament del 21 de enero del 2008, pp. 3-4.2 Doctor en filosofía, nacido en 1952; profesor de Historia de la Cultura en Humboldt-Universität Berlin.

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hubiese muerto alguien alguna vez. (…) Hoy los ciudadanos, en espacios intocados por la muerte, son flamantes residentes de la eternidad, y en el ocaso de sus vidas, son depositados por sus herederos en sanatorios y hospitales”.

Pocos años después aparecería el diagnóstico de Benjamin de 1936 ya como nostálgica miscella3. Aquel que podía morir en un sanatorio o un hospital había tenido suerte; su vida podía haber terminado en la guerra, en la granizada de bombas, en prisión, en la fuga o en el campo de concentración: al exterior de todo mundo perceptible [Merkwelt] de los vivientes. Que a fin de cuentas una nación completa después del término de la guerra haya sostenido que no se dio cuenta [wahrgenommen] de la matanza masiva administrada a seis millones de seres humanos, atestigua una alta disposición a la represión psíquica -que por cierto se ejercitaba todavía en los años cincuenta con normalidad-. Ésta residía en la capacidad de advertir [bemerken] la muerte de los otros seres humanos tan poco como de los riesgos de la propia muerte. Este training se debía también a la incapacidad de espanto frente a las armas atómicas, esa “ceguera apocalíptica” de la cual el filósofo Günther Anders se quejó insistentemente. La muerte avanzaba de hecho hacia el tabú, hacia volverse un eminente asunto “privado”; y el que quisiera defenderse de este proceso de establecimiento del tabú tenía que adherirse al existencialismo francés –con sus debates, películas, clubs y chansons-.

En el ínter tanto, la época de este proceso de hacer de la muerte un tabú se ha terminado hace ya largo tiempo; desde la distancia histórica podría formarse la impresión de que la represión de la muerte, después de la crisis de Cuba, no sobreviviría ahora más que en los nichos de teorías sociológicas y filosóficas. Tardíamente, en el último tercio del siglo veinte, comenzaban las artes a renovar los modos de mostrar y de reflexionar en torno a la muerte y a los muertos. Fotógrafos como Jeffrey Silverthorne, Hans Danuser, Rudolf Schäfer o Andrés Serrano publicaban retratos y estudios detallados a partir de la morgue. Persistentes protestas y prohibiciones temporales de exposiciones provocaba el fotógrafo norteamericano Joel-Peter Witkin con sus naturalezas muertas hechas a partir de piezas de cadáveres, por ejemplo en la foto Le Baisier (1982), para la cual el artista aserró la cabeza de un cadáver, para así poder reunir las dos mitades en un beso. Poco antes del comienzo de la primavera del 2007 fue inaugurada en el “Deutschen Hygiene-Museum Dresden” la exposición Six Feet Under – Autopsie unseres Umgangs mit Toten4 (hasta el 30 de marzo 2008). Esta exposición, por primera vez mostrada al público en el Museo de Arte de Berna, documenta la multiplicidad de nuevos enfrentamientos artísticos con los muertos. En el centro de la atención no se hallan exclusivamente las imágenes, sino también objetos, utensilios y huellas de los muertos mismos.

El título de la exposición –Six Feet Under- es una cita. Este remite a una exitosa serie televisiva estadounidense, emitida en cinco temporadas entre el 2001 y el 2005. Fue producida por un canal de televisión pagada y por el ganador del Oscar, Alan Ball, autor del guión de American Beauty, quien escribió la mayoría de los episodios. La serie trata de la familia Fisher y su agencia funeraria, la que después de la muerte del padre fue continuada por los dos hermanos, Nate y David. El rótulo alemán de la serie –3 [Nota del traductor]: traduzco el alemán Miszelle por el término latino miscella, literalmente “mezcla”. El término alemán se refiere a un tipo de artículo breve escrito en una revista de ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften), el cual no alcanza a ser un ensayo y contiene, la mayoría de las veces, información actual acerca de un proyecto de investigación.4 Six Feet Under. Autopsia de nuestro trato con muertos.

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Siempre se muere [Gestorben wird immer]- articula el sutil humor negro que es característico de su perfil. ¿Una agencia funeraria como escenario televisivo? Esta decisión se corresponde con una tendencia que ha penetrado desde el cine –a más tardar desde El silencio de los inocentes (1991)- hasta las emisoras de televisión: una radical ruptura con el tabú de la muerte. Entremedio se han asentado un sinnúmero de series, por ejemplo, en los ambientes de la criminalística (C.S.I.), de lo forense (Crossing Jordan, Bones) o de la medicina (Dr. House, Grey’s Anatomy). Éstas muestran lo que tiempo atrás tan sólo un tipo específico de público hubiese exigido: cadáveres, autopsias, funerales.

Lo que llega5 a la televisión no es totalmente ajeno a la realidad. Mientras tanto, también las empresas funerarias han reconocido las posibilidades actuales de sus ramas y han traducido esto en una más amplia oferta de servicios; ya no ofrecen sus servicios tan sólo a los familiares del difunto, sino que también los individuos mismos son, por doquier y de modo estratégico, invitados a anticipar la ceremonia de su funeral o la forma de su última morada. Solamente se mantiene como un tabú la planificación concreta de la propia muerte –sea como suicidio [Freitod] o como encargo a una organización para una activa eutanasia-, tal como lo atestiguan las más recientes discusiones.

En cambio, es criticada y combatida la legal “obligatoriedad de urnas”, que prohíbe el almacenamiento privado de urnas en Alemania; ya hoy puede ser esquivada parcialmente la prohibición –por ejemplo, a través del uso de plateados “amuletos de ceniza”, tal como algunas agencias funerarias ofrecen como citas del culto a las reliquias-. Manifiestamente los muertos ya no necesitan depósitos de huesos; el recuerdo no se siente ligado a ningún cementerio ni dirección sepulcral. El último sitio de reposo de nuestro tiempo, de todos modos, no se encuentra en ningún cementerio, sino que se concentra en Internet. En la red se han establecido puestas en escena multimediales de “salones de la memoria” que conmemoran a los muertos. La eternidad temporal se reemplaza por el alcance espacial; las necrologías, tal como incontables moléculas, van nadando a través de la corriente electrónica de datos: últimas huellas, de las que pocos alcanzan a darse cuenta [wahrgenommen].

5 El original alemán ankommen significa primariamente “arribar”, “llegar”, pero también tiene el sentido de “tener éxito”, “tener buena acogida”.