Tia Tula

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LA TÍA TULA Miguel de Unamuno PRÓLOGO (QUE PUEDE SALTAR EL LECTOR DE NOVELAS) «Tenía uno [hermano] casi de mi edad, que era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y ellos a mí; juntábamonos entrambos a leer vidas de santos... Espantábanos mucho el decir en lo que leíamos que pena y gloria eran para siempre. Acaecíanos estar muchos ratos tratando desto, y gustábamos de decir muchas veces ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido, me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad. De que vi que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños, y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas poniendo unas piedrecillas, que luego se nos caían, y ansí no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa. »Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos; como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de Nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre con muchas lágrimas. Paréceme que aunque se hizo con simpleza, que me ha valido, pues conocidamente he hallado a esta Virgen Soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí.» (Del capítulo I de la Vida de la santa Madre Teresa de Jesús, que escribió ella misma por mandado de su confesor.) «Sea [Dios] alabado por siempre, que tanta merced ha hecho a vuestra merced, pues le ha dado mujer, con quien pueda tener mucho descanso. Sea mucho de enhorabuena, que harto consuelo es para mí pensar que le tiene. A la señora doña María beso siempre las manos muchas veces; aquí tiene una capellana y muchas. Harto quisiéramos poderla gozar; mas si había de ser con los trabajos que por acá hay, más quiero que tenga allá sosiego, que verla acá padecer.» (De una carta que desde Ávila, a 15 de diciembre de 1581, dirigió la santa Madre, y Tía, Teresa de Jesús, a su sobrino don Lorenzo de Cepeda, que estaba en Indias, en el Perú, donde se casó con doña María de Hinojosa, que es la señora doña María de que se habla en ella.) En el capítulo II de la misma susomentada Vida, se dice de la santa Madre Teresa de Jesús que era moza «aficionada a leer libros de caballerías» ––los suyos lo son, a lo divino–– y en uno de los sonetos, de nuestro Rosario de ellos, la hemos llamado: Quijotesa a lo divino, que dejó asentada nuestra España inmortal, cuya es la empresa: «sólo existe lo eterno; ¡Dios o nada!»

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LA TA TULAMiguel de Unamuno

PRLOGO

(QUE PUEDE SALTAR EL LECTOR DE NOVELAS)

Tena uno [hermano] casi de mi edad, que era el que yo ms quera, aunque a todos tena gran amor y ellos a m; juntbamonos entrambos a leer vidas de santos... Espantbanos mucho el decir en lo que leamos que pena y gloria eran para siempre. Acaecanos estar muchos ratos tratando desto, y gustbamos de decir muchas veces para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Seor servido, me quedase en esta niez imprimido el camino de la verdad. De que vi que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenbamos ser ermitaos, y en una huerta que haba en casa procurbamos, como podamos, hacer ermitas poniendo unas piedrecillas, que luego se nos caan, y ans no hallbamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devocin ver cmo me daba Dios tan presto lo que yo perd por mi culpa.

Acurdome que cuando muri mi madre qued yo de edad de doce aos, poco menos; como yo comenc a entender lo que haba perdido, afligida fuime a una imagen de Nuestra Seora y supliqula fuese mi madre con muchas lgrimas. Parceme que aunque se hizo con simpleza, que me ha valido, pues conocidamente he hallado a esta Virgen Soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a s.

(Del captulo I de la Vida de la santa Madre Teresa de Jess, que escribi ella misma por mandado de su confesor.)

Sea [Dios] alabado por siempre, que tanta merced ha hecho a vuestra merced, pues le ha dado mujer, con quien pueda tener mucho descanso. Sea mucho de enhorabuena, que harto consuelo es para m pensar que le tiene. A la seora doa Mara beso siempre las manos muchas veces; aqu tiene una capellana y muchas. Harto quisiramos poderla gozar; mas si haba de ser con los trabajos que por ac hay, ms quiero que tenga all sosiego, que verla ac padecer.

(De una carta que desde vila, a 15 de diciembre de 1581, dirigi la santa Madre, y Ta, Teresa de Jess, a su sobrino don Lorenzo de Cepeda, que estaba en Indias, en el Per, donde se cas con doa Mara de Hinojosa, que es la seora doa Mara de que se habla en ella.)

En el captulo II de la misma susomentada Vida, se dice de la santa Madre Teresa de Jess que era moza aficionada a leer libros de caballeras los suyos lo son, a lo divino y en uno de los sonetos, de nuestro Rosario de ellos, la hemos llamado:

Quijotesaa lo divino, que dej asentadanuestra Espaa inmortal, cuya es la empresa:slo existe lo eterno; Dios o nada!

Lo que acaso alguien crea que diferencia a santa Teresa de Don Quijote, es que este, el Caballero y to, to de su inmortal sobrina, se puso en ridculo y fue el ludibrio y juguete de padres y madres, de znganos y de reinas; pero es que santa Teresa escap al ridculo? Es que no se burlaron de ella? Es que no se estima hoy por muchos quijotesco, o sea ridculo, su instituto, y aventurera, de caballera andante, su obra y su vida?No crea el lector, por lo que precede, que el relato que se sigue y va a leer es, enmodo alguno, un comentario a la vida de la santa espaola. No, nada de esto! Ni pensbamos en Teresa de Jess al emprenderlo y desarrollarlo; ni en Don Quijote. Ha sido despus de haberlo terminado, cuando aun para nuestro nimo, que lo conc ibi, result una novedad este parangn, cuando hemos descubierto las races de este relato novelesco. Nos fue oculto su ms hondo sentido al emprenderlo. No hemos visto sino despus, al hacer sobre l examen de conciencia de autor, sus races teresianas y quijotescas. Que son una misma raz.Es acaso este un libro de caballeras? Como el lector quiera tomarlo... Tal vez aalguno pueda parecerle una novela hagiogrfica, de vida de santos. Es, de todos modos, una novela, podemos asegurarlo.No se nos ocurri a nosotros, sino que fue cosa de un amigo, francs por ms seas, el notar que la inspiracin perdn! de nuestra nivola Niebla era de la misma raz que la de La vida es sueo, de Caldern. Mas en este otro caso ha sido cosa nuestra el descubrir, despus de concluida esta novela que tienes a la vista, lector, sus races quijotescas y teresianas. Lo que no quiere decir, claro est!, que lo que aqu se cuenta no haya podido pasar fuera de Espaa.Antes de terminar este prlogo queremos hacer otra observacin, que le podr parecer a alguien quiz sutileza de lingista y fillogo, y no lo es sino de psicologa. Aunque es la psicologa algo ms que lingstica y filologa?La observacin es que as como tenemos la palabra paternal y paternidad que derivan de pater, padre, y maternal y rnaternidad, de mater, madre, y no es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad, es extrao que junto a fraternal y fraternidad, de frater, hermano, no tengamos sororal y sororidad, de soror, hermana. En latn hay sorius, a, um , lo de la hermana, y el verbo sororiare, crecer por igual y juntamente.Se nos dir que la sororidad equivaldra a la fraternidad, mas no lo creemos as.Como si en latn tuviese la hija un apelativo de raz distinta que el de hijo, valdra la pena de distinguir entre las dos filialidades.Sororidad fue la de la admirable Antgona, esta santa del paganismo helnico, la hija de Edipo, que sufri martirio por amor a su hermano Polinices, y por confesar su fe de que las leyes eternas de la conciencia, las que rigen en el eterno mundo de los muertos, en el mundo de la inmortalidad, no son las que forjan los dspotas y tiranos de la tierra, como era Creonte.Cuando en la tragedia sofocleana Creonte le acusa a su sobrina Antgona de haberfaltado a la ley, al mandato regio, rindiendo servicio fnebre a su hermano, el fratri- cida, hay entre aqullos este duelo de palabras:A.No es nada feo honrar a los de la misma entraa.Cr.No era de tu sangre tambin el que muri contra l?A.De la misma, por madre y padre...Cr.Y cmo rindes a este un honor impo?A.No dira eso el muerto...Cr.Pero es que le honras igual que al impo...A.No muri su siervo, sino su hermano. Cr.Asolando esta tierra, y el otro defendindola...A.El otro mundo, sin embargo gusta de igualdad ante la ley.

Cr.Cmo ha de ser igual para el vil que para el noble?A.Quin sabe si estas mximas son santas all abajo...

(Antgona, versos 511-521.)

Es que acaso lo que a Antgona le permiti descubrir esa ley eterna, apareciendo a los ojos de los ciudadanos de Tebas y de Creonte, su to, como una anarquista, no fue el que era, por terrible decreto del Hado, hermana carnal de su propio padre, Edipo? Con el que haba ejercido officio de sororidad tambin.El acto sororio de Antgona dando tierra al cadver insepulto de su hermano ylibrndolo as del furor regio de su to Creonte, parecile a este un acto de anarquista. No hay mal mayor que el de la anarqua!, declaraba el tirano. (Antgona, verso 672.) Anarqua? Civilizacin?Antgona, la anarquista segn su to, el tirano Creonte, modelo de virilidad, pero no de humanidad; Antgona, hermana de su padre Edipo y, por lo tanto, ta de su her- mano Polinices, re presenta acaso la domesticidad religiosa, la religin domstica, la del hogar, frente a la civilidad poltica y tirnica, a la tirana civil, y acaso tambin la domesticacin frente a la civilizacin. Aunque es posible civilizarse sin haberse domesticado antes? Caben civilidad y civilizacin donde no tienen como cimientos domesticidad y domesticacin?Hablamos de patrias y sobre ellas de fraternidad universal, pero no es una sutileza lingstica el sostener que no pueden prosperar sino sobre matrias y sororidad. Y habr barbarie de guerras devastadoras, y otros estragos, mientras sean los znganos, que revolotean en torno de la reina para fecundar y devorar la miel que no hicieron, los que rijan las colmenas.Guerras? El primer acto guerrero fue, segn lo que llamamos Historia Sagrada, lade la Biblia, el asesinato de Abel por su hermano Can. Fue una muerte fraternal, entre hermanos; el primer acto de fraternidad. Y dice el Gnesis que fue Can, el fratricida, el que primero edific una ciudad, a la que llam del nombre de su hijo habido en una hermana Henoc. (Gn., IV, 17). Y en aqueIla ciudad, polis, debi empezar la vida civil, poltica, la civilidad y la civilizacin. Obra, como se ve, del fratricida. Y cuando siglos ms tarde, nuestro Lucano, espaol, llam a las guerras entre Csar y Pompeyo plusquam civilia, ms que civiles lo dice en el primer verso de su Pharsalia quiere decir fraternales. Las guerras ms que civiles son las fraternales.Aristteles le llam al hombre zoon politicon, esto es, animal civil o ciudadano nopoltico, que esto es no tra ducir animal que tiende a vivir en ciudades, en mazor- cas de casas estadizas, arraigadas en tierra por cimientos, y ese es el hombre y, sobre todo, el varn. Animal civil, urbano, fraternal y... fratricida.Pero ese animal civil, no ha de depurarse por accin domstica? Y el hogar, el verdadero hogar, no ha de encontrarse lo mismo en la tienda del pastor errante que se planta al azar de los cami nos? Y Antgona acompa a su padre, ciego y errante, por los senderos del desierto, hasta que desapareci en Colono. Pobre civilidad, fraternal, cainita, si no hubiera la domesticidad sororia!...Va, pues, el fundamento de la civilidad, la domesticidad, de mano en mano, de hermanas, de ta s. O de esposas de espritu, castsimas, como aquella Abisag, la sunamita de que se nos habla en el captulo I del libro I de los Reyes, aquella doncella que le llevaron al viejo rey David, ya cercano a su muerte, para que le mantuviese en la puesta de su vida, abrigndole y calentndole en la cama, mientras dorma. Y Abisag le sacrific su maternidad, permaneci virgen por l pues David no la conoci y fue causa de que ms luego Salomn, el hijo del pecado de David con la adltera Betsab, hiciese matar a Adonas, su hermanastro,

hijo de David y de Hagit, porque pretendi para mujer a Abisag, la ltima reina conDavid, pensando as heredar a este su reino.Pero a esta Abisag y a su suerte y a su sentido pensamos dedicar todo un libro que no ser precisamente una novela. Ni una nivola.Y ahora el lector que ha ledo este prlogo que no es necesario para inteligencia en lo que sigue puede pasar a hacer conocimiento con la ta Tula, que si supo de santa Teresa y de Don Quijote, acaso no supo ni de Antgona la griega ni de Abisag la israelita.En mi novela Abel Snchez intent escarbar en ciertos stanos y escondrijos del corazn, en ciertas catacumbas del alma, adonde no gustan descender los ms de los mortales. Creen que en esas catacumbas hay muertos, a los que lo mejor es no visitar, y esos muertos, sin embargo, nos gobiernan. Es la herencia de Can. Y aqu, en esta novela, he intentado escarbar en otros stanos y escondrijos. Y como no ha faltado quien me haya dicho que aquello era inhumano, no faltar quien me lo diga, aunque en otro sentido, de esto. Aquello pareci a alguien inhumano por viril, por fraternal; esto lo parecer acaso por femenil, por sororio. Sin que quepa negar que el varn hereda feminidad de su madre y la mujer virilidad de su padre. O es que el zngano no tiene algo de abeja y la abeja de zngano? O hay, si se quiere, abejos y znganas.Y nada ms, que no debo hacer una novela sobre otra novela.

En Salamanca, ciudad, en el da de los Desposorios de Nuestra Seora del ao de gracia milsimo novecen- tsimo y vigsimo.

I

Era a Rosa y no a su hermana Gertrudis, que siempre sala de casa con ella, a quien cean aquellas ansiosas miradas que les enderezaba Ramiro. O, por lo menos, as lo crean ambos, Ramiro y Rosa, al atraerse el uno al otro.Formaban las dos hermanas, siempre juntas, aunque no por eso unidas siempre, una pareja al parecer indisoluble, y como un solo valor. Era la hermosura esplndida y algn tanto provocativa de Rosa, flor de carne que se abra a flor del cielo a toda luz y todo viento, la que llevaba de primera vez las miradas a la pareja; pero eran luego los ojos tenaces de Gertrudis los que sujetaban a los ojos que se haban fijado en ellos y los que a la par les ponan raya. Hubo quien al verlas pasar prepar algn chicoleo un poco ms subido de tono; mas tuvo que contenerse al tropezar con el reproche de aquellos ojos de Gertrudis, que hablaban mudamente de seriedad. Con esta pareja no se juega, pareca decir con sus miradas silenciosas.Y bien miradas y de cerca an despertaba ms Gertrudis el ansia de goce. Mientrassu hermana Rosa abra esplndidamente a todo viento y toda luz la flor de su en- carnadura, ella era como un cofre cerrado y sellado en que se adivina un tesoro de ternuras y delicias secretas.Pero Ramiro, que llevaba el alma toda a flor de los ojos, no crey ver ms que aRosa, y a Rosa se dirigi desde luego.Sabes que me ha escrito? le dijo esta a su hermana.S, vi la carta.Cmo? Que la viste? Es que me espas?Poda dejar de haberla visto? No, yo no espo nunca, ya lo sabes, y has dicho eso no ms que por decirlo...Tienes razn, Tula; perdnamelo.S, una vez ms, porque t eres as. Yo no espo, pero tampoco oculto nuncanada. Vi la carta.

Ya lo s; ya lo s...He visto la carta y la esperaba.Y bien, qu te parece de Ramiro?No le conozco.Pero no hace falta conocer a un hombre para decir lo que le parece a una de l.A m, s.Pero lo que se ve, lo que est a la vista...Ni de eso puedo juzgar sin conocerle.Es que no tienes ojos en la cara?Acaso no los tenga as ...; ya sabes que soy corta de vista.Pretextos! Pues mira, chica, es un guapo mozo.As parece.Y simptico.Con que te lo sea a ti, basta.Pero es que crees que le he dicho ya que s?S que se lo dirs al cabo, y basta.No importa; hay que hacerle esperar y hasta rabiar un poco...Para qu?Hay que hacerse valer.As no te haces valer, Rosa; y ese coqueteo es cosa muy fea.De modo que t...A m no se me ha dirigido.Y si se hubiera dirigido a ti?No sirve preguntar cosas sin sustancia.Pero t, si a ti se te dirige, qu le habras contestado?Yo no he dicho que me parece un guapo mozo y que es simptico, y por eso mehabra puesto a estudiarle...Y entretanto si iba a otra...Es lo ms probable.Pues as, hija, ya puedes prepararte...S, a ser ta.Cmo ta?Ta de tus hijos, Rosa.Eh, qu cosas tienes! y se quebr la voz.Vamos, Rosita, no te pongas as, y perdname le dijo dndole un beso.Pero si vuelves...No, no volver!Y bien, qu le digo?Dile que s!Pero pensar que soy demasiado fcil...Entonces dile que no!Pero es que...S, que te parece un guapo mozo y simptico. Dile, pues, que s y no andes con ms coqueteras, que eso es feo. Dile que s. Despus de todo, no es fcil que se te presente mejor partido. Ramiro est muy bien, es hijo solo...Yo no he hablado de eso.Pero yo hablo de ello, Rosa, y es igual.Y no dirn, Tula, que tengo ganas de novio?Y dirn bien.Otra vez, Tula?Y ciento. Tienes ganas de novio y es natural que las tengas. Para qu si no te hizo Dios tan guapa?Guasitas no! ,

Ya sabes que yo no me guaseo. Parzcanos bien o mal, nuestra carrera es el matrimonio o el convento; t no tienes vocacin de monja; Dios te hizo para el mundo y el hogar..., vamos, para madre de familia... No vas a quedarte a vestir imgenes. Dile, pues, que s.Y t?Cmo yo?Que t, luego...A m djame.Al da siguiente de estas palabras estaban ya en lo que se llaman relaciones amorosas Rosa y Ramiro.Lo que empez a cuajar la soledad de Gertrudis.Vivan las dos hermanas, hurfanas de padre y madre desde muy nias, con un tomaterno, sacerdote, que no las mantena, pues ellas disfrutaban de un pequeo patrimonio que les permita sostenerse en la holgura de la mo destia, pero les daba buenos consejos a la hora de comer, en la mesa, dejndolas, por lo dems, a la gua de su buen natural. Los buenos consejos eran consejos de libros, los mismos que le servan a don Primitivo para formar sus escasos sermones.Adems se deca a s mismo con muy buen acierto don Primitivo, para qume voy a meter en sus inclinaciones y sentimientos ntimos? Lo mejor es no hablarlas mucho de eso, que se les abre demasiado los ojos. Aunque... abrirles?Bah!, bien abiertos los tienen, sobre todo las mujeres. Nosotros los hombres no sabemos una palabra de esas cosas. Y los curas, menos. Todo lo que nos dicen los libros son pataratas. Y luego, me mete un miedo esa Tulilla...! Delante de ella no me atrevo..., no me atrevo... Tiene unas preguntas la mocita! Y cuando me mira tan seria, tan seria..., con esos ojazos tristes los de mi hermana, los de mi madre.Dios las tenga en su santa gloria!. Esos ojazos de luto que se le meten a uno enel corazn...! Muy serios, s, pero rindose con el rabillo. Parecen decirme: "No diga usted ms bobadas, to!" El demonio de la chiquilla! Todava me acuerdo el da en que se empe en ir, con su hermana, a orme aquel sermoncete; el rato que pas, Jess Santo! Todo se me volva apartar mis ojos de ella por no cortarme; pero nada, ella tirando de los mos! Lo mismo, lo mismito me pasaba con su santa madre, mi hermana, y con mi santa madre, Dios las tenga en su gloria. Jams pude predicar a mis anchas delante de ellas, y por eso les tena dicho que no fuesen a orme. Madre iba, pero iba a hurtadillas, sin decrmelo, y se pona detrs de la columna, donde yo no la viera, y luego no me deca nada de mi sermn. Y lo mismo haca mi hermana. Pero yo s lo que esta pensaba, aunque tan cristiana, lo s. "Bobadas de hombres!" Y lo mismo piensa esta mocita, estoy de ello seguro. No, no, delante de ella predicar? Yo? Darle consejos? Una vez se le escap lo de bobadas de hombres!, y no dirigindose a m, no; pero yo le entiendo...El pobre seor tena un profundsimo respeto, mezclado de admiracin, por susobrina Gertrudis. Tena el sentimiento de que la sabidura iba en su linaje por va femenina, que su madre haba sido la providencia inteligente de la casa en que se cri, que su hermana lo haba sido en la suya, tan breve. Y en cuanto a su otra sobrina, a Rosa, le bastaba para proteccin y gua con su hermana. Pero qu hermosa la ha hecho Dios, Dios sea alabado se deca; esta chica o hace un gran matrimonio, con quien ella quiera, o no tienen los mozos de hoy ojos en la cara.Y un da fue Gertrudis la que, despus que Rosa se levant de la mesa fingiendo sentirse algo indispuesta, al quedarse a solas con su to, le dijo:Tengo que decirle a usted, to, una cosa muy grave. Muy grave..., muy grave... y el pobre seor se azar, creyendo observar que los rabillos de los ojazos tan serios de su sobrina rean maliciosamente.S, muy grave.

Bueno, pues desembucha, hija, que aqu estamos los dos para tomar un consejo.El caso es que Rosa tiene ya novio.Y no es ms que eso?Pero novio formal, eh?, to.Vamos, s, para que yo los case.Naturalmente!Y a ti, qu te parece de l?An no ha preguntado usted quin es...Y qu ms da, si yo apenas conozco a nadie? A ti, qu te parece de l?,contesta.Pues tampoco yo le conozco.Pero no sabes quin es, t?S, s cmo se llama y de qu familia es y...Basta! Qu te parece?Que es un buen partido para Rosa y que se querrn.Pero es que no se quieren ya?Pero cree usted, to, que pueden empezar querindose?Pues as dicen, chiquilla, y hasta que eso viene como un rayo...Son decires, to.As ser; basta que t lo digas.Ramiro..., Ramiro Cuadrado...Pero es el hijo de doa Venancia, la viuda? Acabramos! No hay ms que hablar.A Ramiro, to, se le ha metido Rosa por los ojos y cree estar enamorado de ella...Y lo estar, Tulilla, lo estar...Eso digo yo, to, que lo estar. Porque como es hombre de vergenza y de palabra, acabar por cobrar cario a aquella con la que se ha comprometido ya. No le creo hombre de volver atrs.Y ella?Quin? Mi hermana? A ella le pasar lo mismo.Sabes ms que san Agustn, hija.Esto no se aprende, to.Pues que se casen, los bendigo y sanseacab!O sanseempez! Pero hay que casarlos y pronto. Antes que l se vuelva...Pero temes t que l pueda volverse ...?Yo siempre temo de los hombres, to.Y de las mujeres no?Esos temores deben quedar para los hombres. Pero sin nimo de ofender alsexo... fuerte, no se dice as?, le digo que la constancia, que la fortaleza est ms bien de parte nuestra...Si todas fueran como t, chiquilla, lo creera as, pero...Pero qu?Que t eres exceptional, Tulilla!Le he odo a usted ms de una vez, to, que las excepciones confirman la regla.Vamos, que me aturdes... Pues bien, los casaremos, no sea que se vuelva l... o ella...Por los ojos de Gertrudis pas como la sombra de una nube de borrasca, y si se hubiera podido or el silencio habranse odo que en las bvedas de los stanos de su alma resonaba como un eco repetido y que va perdindose a lo lejos aquello de o ella ... .

II

Pero qu le pasaba a Ramiro, en relaciones ya, y en relaciones formales, con Rosa, y poco menos que entrando en la casa? Qu dilaciones y qu frialdades eran aqullas?Mira, Tula, yo no le entiendo; cada vez le entiendo menos. Parece que est siempre distrado y como si estuviese pensando en otra cosa o en otra persona,quin sabe! o temiendo que alguien nos vaya a sorprender de pronto. Y cuando letiro algn avance y le hablo, as como quien no quiere la cosa, del fin que deben tener nuestras relaciones, hace como que no oye y como si estuviera atendiendo a otra...Es porque le hablas como quien no quiere la cosa. Hblale como quien laquiere...Eso es, y que piense que tengo prisa por casarme!Pues que lo piense! No es acaso as?Pero crees t, Tula, que yo estoy rabiando por casarme?Le quieres?Eso nada tiene que ver...Le quieres, di?Pues mira...Pues mira, no! Le quieres? S o no!Rosa baj la frente con los ojos, arrebolse toda y llorndole la voz tartamude:Tienes unas cosas, Tula; pareces un confesor!Gertrudis tom la mano de su hermana, con otra le hizo levantar la frente, le clav los ojos en los ojos y le dijo:Vivimos solas, hermana...Y el to?Vivimos solas, te he dicho. Las mujeres vivimos siempre solas. El pobre to es un santo, pero un santo de libro, y aunque cura, al fin y al cabo hombre.Pero confiesa...Acaso por eso sabe menos. Adems, se le olvida. Y as debe ser. Vivimos solas, te he dicho. Y ahora lo que debes hacer es confesarte aqu, pero confesarte a ti misma. Le quieres?, repito.La pobre Rosa se ech a llorar.Le quieres? son la voz implacable.Y Rosa lleg a fingirse que aquella pregunta, en una voz pastosa y solemne y quepareca venir de las lontananzas de la vida comn de la pureza, era su propia voz, era acaso la de su madre comn.S, creo que le querr... mucho..., mucho... exclam en voz baja y sollozando.S, le querrs mucho y l te querr ms an!Y cmo lo sabes?Yo s que te querr .Entonces, por qu est distrado?, por qu rehye el que abordemos lo del casorio?Yo le hablar de eso, Rosa, djalo de mi cuenta!T?Yo, s! Tiene algo de extrao?Pero...A m no puede cohibirme el temor que a ti te cohbe.Pero dir que rabio por casarme.No, no dir eso! Dir, si quiere, que es a m a quien me conviene que t te cases para facilitar as el que se me pretenda o para quedarme a mandar aqu sola;

y las dos cosas son, como sabes, dos disparates. Dir lo que quiera, pero yo me las arreglar.Rosa cay en brazos de su hermana, que le dijo al odo:Y luego, tienes que quererle mucho, eh?Y por qu me dices t eso, Tula?Porque es tu deber.Y al otro da, al ir Ramiro a visitar a su novia, encontrse con la otra, con la hermana. Demudsele el semblante y se le vio vacilar. La seriedad de aquellos serenos ojazos de luto le concentr la sangre toda en el corazn.Y Rosa? pregunt sin orse.Rosa ha salido y soy yo quien tengo ahora que hablarte.T? dijo con labios que le temblaban.S, yo!Grave te pones, chica! y se esforz en rerse.Nac con esa gravedad encima, dicen. El to asegura que la hered de mi madre, su hermana, y de mi abuela, su madre. No lo s, ni me importa. Lo que s s es que me gustan las cosas sencillas y derechas y sin engao.Por qu lo dices, Tula?Y por qu rehyes hablar de vuestro casamiento a mi hermana? Vamos, dmelo, por qu?El pobre mozo inclin la frente arrebolada de vergenza. Sentase herido por un golpe inesperado.T le pediste relaciones con buen fin, como dicen los inocentes.Tula!Nada de Tula! T te pusiste con ella en relaciones para hacerla tu mujer y madre de tus hijos...Pero qu de prisa vas...! y volvi a esforzarse en rerse.Es que hay que ir de prisa, porque la vida es corta.La vida es corta!, y lo dice a los veintids aos!Ms corta an. Pues bien, piensas casarte con Rosa, s o no?Pues qu duda cabe! y al decirlo le temblaba el cuerpo todo.Pues si piensas casarte con ella, por qu diferirlo as?Somos an jvenes...Mejor!Tenemos que probarnos...Qu, qu es eso?, qu es eso de probaros? Crees que la conocers mejordentro de un ao? Peor, mucho peor...Y si luego...No pensaste en eso al pedir la entrada aqu!Pero, Tula...Nada de Tula! La quieres, s o no?Puedes dudarlo, Tula?Te he dicho que nada de Tula! La quieres?Claro que la quiero!Pues la querrs ms todava. Ser una buena mujer para ti. Haris un buen matrimonio.Y con tu consejo...Nada de consejo. Yo har una buena ta, y basta!Ramiro pareci luchar un breve rato consigo mismo y como si buscase algo, y al cabo, con un gesto de desesperada resolucin, exclam:Pues bien, Gertrudis, quiero decirte toda la verdad!

No tienes que decirme ms verdad le ataj severamente; me has dicho que quieres a Rosa y que ests resuelto a casarte con ella; todo lo dems de la verdad es a ella a quien se la tienes que decir luego que os casis.Pero hay cosas...No, no hay cosas que no se deban decir a la mujer...Pero, Tula!Nada de Tula, te he dicho. Si la quieres, a casarte con ella, y si no la quieres, ests de ms en esta casa.Estas palabras le brotaron de los labios fros y mientras se le paraba el corazn. Sigui a ellas un silencio de hielo, y durante l la sangre, antes represada y ahora suelta, le encendi la cara a la hermana. Y entonces, en el silencio agorero, poda orsele el galope trepidante del corazn.Al siguiente da se fijaba el de la boda.

III

Don Primitivo autoriz y bendijo la boda de Ramiro con Rosa. Y nadie estuvo en ella ms alegre que lo estuvo Gertrudis. A tal punto, que su alegra sorprendi a cuantos la conocan, sin que faltara quien creyese que tena muy poco de natural.Furonse a su casa los recin casados, y Rosa reclamaba a ella de continuo lapresencia de su hermana. Gertrudis le replicaba que a los novios les convena soledad.Pero si es al contrario, hija, si nunca he sentido ms tu falta; ahora es cuando comprendo lo que te quera.Y ponase a abrazarla y besuquearla.S, s le replicaba Gertrudis sonriendo gravemente; vuestra felicidadnecesita de testigos; se os acrecienta la dicha sabiendo que otros se dan cuenta de ella.base, pues, de cuando en cuando a hacerles compaa; a comer con ellos alguna vez. Su hermana le haca las ms ostentosas demostraciones de cario, y luego a su marido que, por su parte, apareca como avergonzado ante su cuada.Mira lleg a decirle una vez Gertrudis a su hermana ante aquellas seales,no te pongas as, tan babosa. No parece sino que has inventado lo del matrimonio. Un da vio un perrito en la casa.Y esto qu es?Un perro, chica, no lo ves?Y cmo ha venido?Lo encontr ah, en la calle, abandonado y medio muerto; me dio lstima, le traje, le di de comer, le cur y aqu le tengo y lo acariciaba en su regazo y le daba besos en el hocico.Pues mira, Rosa, me parece que debes regalar el perrito, porque el que le mates me parece una crueldad.Regalarle? Y por qu? Mira, Tit y al decirlo apechugaba contra su seno al animalito, le dicen que te eche. Adnde irs t, pobrecito?Vamos, vamos, no seas chiquilla y no lo tomes as. A que tu marido es de mi opinin?Claro, en cuanto se lo digas! Como t eres la sabia...Djate de esas cosas y deja al perro.Pero qu? Crees que tendr Ramiro celos?Nunca cre, Rosa, que el matrimonio pudiese entontecer as.Cuando lleg Ramiro y se enter de la pequea disputa por lo del perro, no se atrevi a dar la razn ni a la una ni a la otra, declarando que la cosa no tena importancia.

No, nada la tiene y lo tiene todo, segn dijo Gertrudis . Pero en eso hay algo de chiquillada, y an ms. Sers capaz, Rosa, de haberte trado aquella pepona que guardas desde que nos dieron dos, una a ti y a m otra, siendo nias, y sers capaz de haberla puesto ocupando su silla...Exacto; all est, en la sala, con su mejor traje, ocupando toda una silla de respeto. La quieres ver?As es asinti Ramiro.Bueno, ya la quitars de all...Quia, hija, la guardar...S, para juguete de tus hijas...Qu cosas se te ocurren, Tula...! y se arrebol.No, es a ti a quien se te ocurren cosas como la del perro.Y t exclam Rosa, tratando de desasirse de aquella inquisitoria que le molestaba, no tienes tambin tu pepona? La has dado, o deshecho acaso?No respondile resueltamente su hermana, pero la tengo guardada.Y tan guardada que no se la he podido descubrir nunca... !Es que Gertrudis la guarda para s sola dijo Ra miro sin saber lo que deca.Dios sabe para qu la guardo. Es un talismn de mi niez.El que iba poco, poqusimo, por casa del nuevo matrimonio era el bueno de donPrimitivo. El onceno no estorbar, deca.Corran los das, todos iguales, en una y otra casa. Gertrudis se haba propuesto visitar lo menos posible a su hermana, pero esta vena a buscarla en cuanto pasaba un par de das sin que se viesen. Pero qu, ests mala, chica? O te sigue estorbando el perro? Porque si es as, mira, le echar. Por qu me dejas as, sola?Sola, Rosa? Sola? Y tu marido?Pero l se tiene que ir a sus asuntos...O los inventa...Qu, es que crees que me deja aposta? Es que sabes algo? Dilo, Tula, por lo que ms quieras, por nuestra madre, dmelo!No; es que os aburrs de vuestra felicidad y de vuestra soledad. Ya le echars elperro o si no te darn antojos, y ser peor.No digas esas cosas.Te darn antojos replic con ms firmeza.Y cuando al fin fue un da a decirle que haba regalado el perrito, Gertrudis,sonriendo gravemente y acaricindola como a una nia, le pregunt al odo: Por miedo a los antojos, eh? Y al or en respuesta un susurrado s! , abraz a su hermana con una efusin de que esta no la crea capaz.Ahora va de veras, Rosa; ahora no os aburriris de la felicidad ni de la soledad y tendr varios asuntos tu ma rido. Esto era lo que os faltaba...Y acaso lo que te faltaba... No es as, hermanita?Y a ti quin te ha dicho eso?Mira, aunque soy tan tonta, como he vivido siempre contigo...Bueno, djate de bromas!Y desde entonces empez Gertrudis a frecuentar ms la casa de su hermana.

IV

En el parto de Rosa, que fue dursimo, nadie estuvo ms serena y valerosa que Gertrudis. Creerase que era una veterana en asistir a trances tales. Lleg a haber peligro de muerte para la madre o la cra que hubiera de salir, y el mdico lleg a hablar de sacrsela viva o muerta.Muerta? exclam Gertrudis; eso s que no!

Pero no ve usted exclam el mdico que aunque se muera el cro queda la madre para hacer otros, mientras que si se muere ella no es lo mismo?Pas rpidamente por el magn de Gertrudis replicarle que quedaban otras madres, pero se contuvo a insisti:.Muerta, no!, nunca! Y hay, adems, que salvar un alma.La pobre parturienta ni se enteraba de cosa alguna. Hasta que, rendida alcombate, dio a luz un nio.Recogilo Gertrudis con avidez, y como si nunca hubiera hecho otra cosa, lo lav yenvolvi en sus paales.Es usted comadrona de nacimiento le dijo el m dico.Tom la criaturita y se la llev a su padre, que en un rincn, aterrado y como contrito de una falta, aguardaba la noticia de la muerte de su mujer.Aqu tienes tu primer hijo, Ramiro; mrale qu hermoso!Pero al levantar la vista el padre, libre del peso de su angustia, no vio sino los ojazos de su cuada, que irradiaban una luz nueva, ms negra, pero ms brillante que la de antes. Y al ir a besar a aquel rollo de carne que le presentaban como su hijo, roz su mejilla, encendida, con la de Gertrudis.Ahora le dijo tranquilamente esta ve a dar las gracias a tu mujer, a pedirleperdn y a animarla.A pedirle perdn?S, a pedirle perdn.Y por qu?Yo me entiendo y ella te entender. Y en cuanto a este y al decirlo apretbalo contra su seno palpitante corre ya de mi cuenta, y a poco he de poder o har de l un hombre.La casa le daba vueltas en derredor a Ramiro. Y del fondo de su alma salale unavoz diciendo: Cul es la madre?Poco despus pona Gertrudis cuidadosamente el nio al lado de la madre, que pareca dormir extenuada y con la cara blanca como la nieve. Pero Rosa entreabri los ojos y se encontr con los de su hermana. Al ver a esta, una corriente de nimo recorri el cuerpo todo victorioso de la nueva madre.Tula! gimi.Aqu estoy, Rosa, aqu estar. Ahora descansa. Cuando sea, le das de mamar a este cro para que se calle. De todo lo dems no te preocupes.Cre morirme, Tula, aun ahora me parece que sueo muerta. Y me daba tanta pena de Ramiro...Cllate. El mdico ha dicho que no hables mucho. El pobre Ramiro estaba ms muerto que t. Ahora, nimo, y a otra!La enferma sonri tristemente.Este se llamar Ramiro, como su padre decret luego Gertrudis en pequeoconsejo de familia, y la otra, porque la siguiente ser nia, Gertrudis como yo.Pero ya ests pensando en otra exclam don Primitivo y tu pobrehermana de por poco se queda en el trance?Y qu hacer? replic ella; para qu se han casado si no? No es as,Ramiro? y le clav los ojos.Ahora lo que importa es que se reponga dijo el marido sobrecogindose bajoaquella mirada.Bah!, de estas dolencias se repone una mujer pronto.Bien dice el mdico, sobrina, que parece como si hubieras nacido comadrona.Toda mujer nace madre, to.Y lo dijo con tan ntima solemnidad casera, que Ramiro se sinti presa de un indefinible desasosiego y de un extrao remordimiento. Querr yo a mi mujer c omo se merece?, se deca.

Y ahora, Ramiro le dijo su cuada, ya puedes decir que tienes mujer.Y a partir de entonces, no falt Gertrudis un solo da de casa de su hermana. Ellaera quien desnudaba y vesta y cuidaba al nio hasta que su madre pudiera hacerlo.La cual se repuso muy pronto y su hermosura se redonde ms. A la vez extrem sus ternuras para con su marido y aun lleg a culparle de que se le mostraba esquivo.Tem por tu vida le dijo su marido y estaba aterrado. Aterrado y desesperado y lleno de remordimiento.Remordimiento, por qu?Si llegas a morirte me pego un tiro!Quia!, a qu? Cosas de hombres, que dira Tula. Pero eso ya pas y ya s lo que es.Y no has quedado escarmentada, Rosa?Escarmentada? y cogiendo a su marido, echndole los brazos al cuello, apechugndole fuertemente a s, le dijo al odo con un aliento que se lo quemaba: A otra, Ramiro, a otra! Ahora s que te quiero! Y aunque me mates!Gertrudis en tanto arrullaba al nio, celosa de que no se percatase inocente!de los ardores de sus padres.Era como una preocupacin en la ta de ir sustrayendo al nio, ya desde su ms tierna edad de inconsciencia, de conocer, ni en las ms leves y remotas seales, el amor de que haba brotado. Colgle al cuello, desde luego, una medalla de la Santsima Virgen, de la Virgen Madre, con su Nio en brazos.Con frecuencia, cuando vea que su hermana, la madre, se impacientaba en acallar al nio o al envolverlo en sus paales, le deca:Dmelo, Rosa, dmelo, y vete a entretener a tu ma rido.Pero, Tula...S, t tienes que atender a los dos y yo slo a este.Tienes, Tula, una manera de decir las cosas...No seas nia, ea!, que eres ya toda una seora mam. Y da gracias a Dios que podamos as repartirnos el trabajo.Tula... Tula...Ramiro... Ramiro... Rosa.La madre se amoscaba, pero iba a su marido.Y as pasaba el tiempo y lleg otra cra, una nia.

V

A poco de nacer la nia encontraron un da muerto al bueno de don Primitivo. Gertrudis le amortaj despus de haberle lavado quera que fuese limpio a la tumba con el mismo esmero con que haba envuelto en paales a sus sobrinos recin nacidos. Y a solas en el cuarto con el cuerpo del buen anciano, le llor como no se creyera capaz de hacerlo. Nunca habra credo que le quisiese tanto se dijo; era un bendito; de poco llega a hacerme creer que soy un pozo de prudencia; era sencillo!Fue nuestro padre le dijo a su hermana y jams le omos una palabra ms alta que otra.Claro! exclam Rosa; como que siempre nos dej hacer nuestra santsima voluntad.Porque saba, Rosa, que su sola presencia santificaba nuestra voluntad. Fue nuestro padre; l nos educ. Y para educarnos le bast la transparencia de su vida, tan sencilla, tan clara...Es verdad, s dijo Rosa con los ojos henchidos de lgrimas; como sencillono he conocido otro.

Nos habra sido imposible, hermana, habernos criado en un hogar ms limpio que este.Qu quieres decir con eso, Tula?l nos llen la vida casi silenciosamente, casi sin decimos palabra, con el culto de la Santsima Virgen Madre y con el culto tambin de nuestra madre, su hermana, y de nuestra abuela, su madre. Te acuerdas cuando por las noches nos haca rezar el rosario, cmo le cambiaba la voz al llegar a aquel padrenuestro y avemara por el eterno descanso del alma de nuestra madre, y luego aquellos otros por el de su madre, nuestra abuela, a las que no conocimos? En aquel rosario nos daba madre y en aquel rosario te ense a serlo.Y a ti, Tula, a ti! exclam entre sollozs Rosa.A m?A ti, s, a ti! Quin, si no, es la verdadera madre de mis hijos?Deja ahora eso. Y ah le tienes, un santo silencioso. Me han dicho que las pobres beatas lloraban algunas veces al orle predicar sin percibir ni una sola de sus pala- bras. Y lo comprendo. Su voz sola era un consejo de serenidad amorosa. Y ahora, Rosa, el rosario!Arrodillronse las dos hermanas al pie del lecho mortuorio de su to y rezaron elmismo rosario que con l haban rezado durante tantos aos, con dos padrenuestros y avemaras por el eterno descanso de las almas de su madre y de la del que yaca all muerto, a que aadieron otro padrenuestro y otra avemara por el alma del recin bienaventurado. Y las lenguas de manso y dulce fuego de los dos cirios que ardan a un lado y otro del cadver, haciendo brillar su frente, tan blanca como la cera de ellos, parecan, vibrando al comps del rezo, acompaar en sus oraciones a las dos hermanas. Una paz entraable irradiaba de aquella muerte. Levantronse del suelo las dos hermanas, la pareja; besaron, primero Gertrudis y Rosa despus, la frente crea del anciano y abrazronse luego con los ojos ya enjutos.Y ahora le dijo Gertrudis a su hermana al odo a querer mucho a tu marido, a hacerle dichoso y... a darnos muchos hijos!Y ahora le respondi Rosa te vendrs a vivir con nosotros, por supuesto.No, eso no! exclam sbitamente la otra.Cmo que no? Y lo dices de un modo...S, s, hermana; perdname la viveza, perdnamela, me la perdonas? e hizo mencin, ante el cadver, de volver a arrodillarse.Vaya, no te pongas as, Tula, que no es para tanto. Tienes unos prontos...Es verdad, pero me los perdonas, no es verdad, Rosa?, me los perdonas.Eso ni se pregunta. Pero te vendrs con nosotros...No insistas, Rosa, no insistas...Qu? No te vendrs? Dejars a tus sobrinos, ms bien tus hijos casi...Pero si no los he dejado un da...Te vendrs?Lo pensar, Rosa, lo pensar...Bueno, pues no insisto.Pero a los pocos das insisti, y Gertrudis se defenda.No, no; no quiero estorbaros...Estorbamos? Qu dices, Tula?Los casados casa quieren.Y no puede ser la tuya tambin?No, no; aunque t no lo creas, yo os quitara libertad. No es as, Ramiro?No..., no veo... balbuce el marido, confuso, como casi siempre le ocurraante la inesperada interpelacin de su cuada.S, Rosa; tu marido, aunque no lo dice, comprende que un matrimonio, y ms unmatrimonio joven como vosotros y en plena produccin, necesita estar solo. Yo, la

ta, vendr a mis horas a ir enseando a vuestros hijos todo aquello en que no podis ocuparos.Y all segua yendo, a las veces desde muy temprano, encontrndose con el nio ya levantado, pero no as sus padres. Cuando digo que hago yo aqu falta, se deca.

VI

Vena ya el tercer hijo al matrimonio. Rosa empezaba a quejarse de su fecundidad.Vamos a cargamos de hijos, deca. A lo que su hermana: Pues para qu oshabis casado?El embarazo fue molestsimo para la madre y tena que descuidar ms que antes asus otros hijos, que as quedaban al cuidado de su ta, encantada de que se los dejasen. Y hasta consigui llevrselos ms de un da a su casa, a su solitario hogar de soltera, donde viva con la vieja criada que fue de don Primitivo, y donde los retena. Y los pequeuelos se apegaban con ciego cario a aquella mujer severa y grave.Ramiro, malhumorado antes en los ltimos meses de los embarazos de su mujer,malhumor que desasosegaba a Gertrudis, ahora lo estaba ms.Qu pesado y molesto es esto! deca.Para ti? le preguntaba su cuada sin levantar los ojos del sobrino o sobrina que de seguro tena en el regazo.Para m, s. Vivo en perpetuo sobresalto, temindolo todo.Bah! No ser al fin nada. La Naturaleza es sabia.Pero tantas veces va el cntaro a la fuente...Ay, hijo, todo tiene sus riesgos y todo estado sus contrariedades!Ramiro se sobrecoga al orse llamar hijo por su cuada, que rehua darle su nombre, mientras l, en cambio, se complaca en llamarla por el familiar Tula.Qu bien has hecho en no casarte, Tula!De veras? y levantando los ojos se los clav en los suyos.De veras, s. Todo son trabajos y aun peligros...Y sabes t acaso si no me he de casar todava?Claro. Lo que es por la edad!Pues por qu ha de quedar?Como no te veo con aficin a ello...Aficin a casarse? Qu es eso?Bueno; es que...Es que no me ves buscar novio, no es eso?No, no es eso.S, eso es.Si t los aceptaras, de seguro que no te habran faltado...Pero yo no puedo buscarlos. No soy hombre, y la mujer tiene que esperar y serelegida. Y yo, la verdad, me gusta elegir, pero no ser elegida.Qu es eso de que estis hablando? dijo Rosa acercndose y dejndose caerabatida en un silln.Nada; discreteos de tu marido sobre las ventajas e inconvenientes delmatrimonio.No hables de eso, Ramiro! Vosotros los hombres apenas sabis de eso. Somos nosotras las que nos casamos, no vosotros.Pero, mujer!Anda, ven, sostnme, que apenas puedo tenerme en pie. Voy a echarme. Adis, Tula. Ah te los dejo.

Acercse a ella su marido; le tom del brazo con sus dos manos y se incorpor y levant trabajosamente; luego, tendindole un brazo por el hombro, doblando su cabeza hasta casi darle en este con ella y cogindole con la otra mano, con la diestra de su diestra, se fue lentamente as apoyada en l y gimoteando. Gertrudis, teniendo a cada uno de sus sobrinos en sus rodillas, se qued mirando la marcha trabajosa de su hermana, colgada de su marido como una enredadera de su rodrign. Llenronsele los grandes ojazos, aquellos ojos de luto, serenamente graves, gravemente serenos, de lgrimas, y apretando a su seno a los dos pequeos, apret sus me jillas a cada una de las de ellos. Y el pequeito, Ramirn, alver llorar a su ta, la tita Tula, se ech a llorar tambin.Vamos, no llores; vamos a jugar.De este tercer parto qued quebrantadsima Rosa.Tengo malos presentimientos, Tula.No hagas caso de ageros.No es agero; es que siento que se me va la vida; he quedado sin sangre.Ella volver.Por de pronto, ya no puedo criar este nio. Y eso de las amas, Tula, eso me aterra!Y as era, en verdad. En pocos das cambiaron tres. El padre estaba furioso y hablaba de tratarlas a latigazos. Y la madre decaa.Esto se va! pronunci un da el mdico.Ramiro vagaba por la casa como atontado, presa de extraos remordimientos y defurias sbitas. Una tarde lleg a decir a su cuada:Pero es que esta Rosa no hace nada por vivir; se le ha metido en la cabeza que tiene que morirse y es claro!, se morir. Por qu no le animas y le convences a que viva?Eso t, hijo; t, su marido. Si t no le infundes apetito de vivir, quin va a infundrselo? Porque s, no es lo peor lo dbil y exange que est; lo peor es que no piensa sino en morirse. Ya ves, hasta los chicos la cansan pronto. Y apenas si pregunta por las cosas del alma.Y era que la pobre Rosa viva como en sueos, en un constante mareo, vindolo todo como a travs de una niebla.Una tarde llam a solas a su hermana y en frases entrecortadas, con un hilito de voz febril, le dijo cogindole la mano:Mira, Tula, yo me muero y me muero sin remedio. Ah te dejo mis hijos, los pedazos de mi corazn, y ah te dejo a Ramiro, que es como otro hijo. Creme que es otro nio, un nio grande y antojadizo, pero bueno, ms bueno que el pan. No me ha dado ni un solo disgusto. Ah te los dejo, Tula.Descuida, Rosa; conozco mis deberes.Deberes.... deberes...S, s mis amores. A tus hijos no les faltar madre mientras yo viva.Gracias, Tula, gracias. Eso quera de ti.Pues no lo dudes.Es decir que mis hijos, los mos, los pedazos de mi corazn, no tendrnmadrastra! .Qu quieres decir con eso, Rosa?Que como Ramiro volver a pensar en casarse..., es lo natural..., tan joven... y yo s que no podr vivir sin mujer, lo s .... pues que...Qu quieres decir?Que sers t su mujer, Tula.Yo no te he dicho eso, Rosa, y ahora, en este momento, no puedo, ni por piedad, mentir. Yo no te he dicho que me casar con tu marido si t le faltas; yo te he dicho que a tus hijos no les faltar madre...

No, t me has dicho que no tendrn madrastra.Pues bien, s, no tendrn madrastra!Y eso no puede ser sino casndote t con mi Ramiro, y mira, no tengo celos, no.Si ha de ser de otra, que sea tuyo! Que sea tuyo. Acaso...Y por qu ha de volver a casarse?Ay, Tula, t no conoces a los hombres! T no conoces a mi marido...No, no le conozco.,Pues yo s!Quin sabe...La pobre enferma se desvaneci.Poco despus llamaba a su marido. Y al salir este del cuarto iba desencajado y plido como un cadver.La Muerte afilaba su guadaa en la piedra angular del hogar de Rosa y Ramiro, y mientras la vida de la joven madre se iba en rosario de gotas, destilando, haba que andar a la busca de una nueva ama de cra para el pequeito, que iba rindindose tambin de hambre. Y Gertrudis, dejando que su hermana se adormeciese en la cuna de una agona lenta, no haca sino agitarse en busca de un seno prvido para su sobrinito. Procuraba irle engaando el hambre, sostenindole a bibern.Y esa ama?Hasta maana no podr venir, seorita!Mira, Tula empez Ramiro.Djame! Djame! Vete al lado de tu mujer, que se muere de un momento aotro; vete que all es tu puesto, y djame con el nio!Pero, Tula...Djame, te he dicho. Vete a verla morir; a que entre en la otra vida en tus brazos; vete! Djame!Ramiro se fue. Gertrudis tom a su sobrinillo, que no haca sino gemir; encerrse con l en un cuarto y sacando uno de sus pechos secos, uno de sus pechos de doncella, que arrebolado todo l le retemblaba como con fiebre. Le retemblaba por los latidos del corazn era el derecho, puso el botn de ese pecho en la flor sonrosada plida de la boca del pequeuelo. Y este gema ms estrujando entre sus plidos labios el conmovido pezn seco.Un milagro, Virgen Santsima gema Gertrudis con los ojos velados por las lgrimas; un milagro, y nadie lo sabr, nadie.Y apretaba como una loca al nio a su seno.Oy pasos y luego que intentaban abrir la puerta. Metise el pecho, lo cubri, seenjug los ojos y sali a abrir. Era Ramiro, que le dijo:Ya acab!Dios la tenga en su gloria. Y ahora, Ramiro, a cuidar de estos.A cuidar? T..., t..., porque sin ti...Bueno; ahora a criarlos, te digo.

VII

Ahora, ahora que se haba quedado viudo, era cuando Ramiro senta todo lo que sin l siquiera sospecharlo haba querido a Rosa, su mujer. Uno de sus consuelos, el mayor, era recogerse en aquella alcoba en que tanto haban vivido amndose y repasar su vida de matrimonio.Primero el noviazgo, aquel noviazgo, aunque no muy prolongado, de lento reposo, en que Rosa pareca como que le hurtaba el fondo del alma siempre, y como si por acaso no la tuviese o hacindole pensar que no la conocera hasta que fuese suya del todo y por entero; aquel noviazgo de recato y de reserva, bajo la mirada de Gertrudis, que era todo alma. Repasaba en su mente Ramiro, lo recordaba bien,

cmo la presencia de Gertrudis, la ta Tula de sus hijos, le contena y desasosegaba, cmo ante ella no se atreva a soltar ninguna de esas obligadas bromas entre novios, sino a medir sus palabras.Vino luego la boda y la embriaguez de los primeros meses, de las lunas de miel; Rosa iba abrindole el espritu, pero era este tan sencillo, tan transparente, que cay en la cuenta Ramiro de que no le haba velado ni recatado nada. Porque su mujerviva con el corazn en al

mano y extenda esta en aesto de oferta. v con lasentraas espirituales al aire del mundo, entregada por entero al cuidado del momento, como viven las rosas del campo y las alondras del cielo. Y era a la vez el espritu de Rosa como un reflejo del de su hermana, como el agua corriente al sol de que aquel era el manantial cerrado.Lleg, por fin, una maana en que se le desprendieron a Ramiro las escamas de lavista y, purificada esta, vio claro con el corazn. Rosa no era una hermosura cual l se haba credo y antojado, sino una figura vulgar, pero con todo el ms dulce encanto de la vulgaridad recogida y mansa; era como el pan de cada da, como el pan casero y cotidiano, y no un raro manjar de turbadores jugos. Su mirada, que sembraba paz, su sonrisa, su aire de vida, eran encarnacin de un nimo sedante, sosegado y domstico. Tena su pobre mujer algo de planta en la silenciosa mansedumbre, en la callada tarea de beber y atesorar luz con los ojos y derramarla luego convertida en paz; tena algo de planta en aquella fuerza velada y a la vez poderosa con que de continuo, momento tras momento, chupaba jugos de las entraas de la vida comn ordinaria y en la dulce naturalidad con que abra sus perfumadas corolas.Qu de recuerdos! Aquellos juegos cuando la pobre se le escapaba y la persegua l por la casa toda fingiendo un triunfo para cobrar como botn besos largos y apretados, boca a boca; aquel cogerle la cara con ambas manos y estarse en silencio mirndole el alma por los ojos y, sobre todo, cuand o apoyaba el odo sobre el pecho de ella, cindole con los brazos el talle, y escuchndole la marcha tranquila del corazn le deca: Calla, djale que hable!Y las visitas de Gertrudis, que con su cara grave y sus grandes ojazos de luto a quese asoma ba un espritu embozado, pareca decirles: Sois unos chiquillos que cuando no os veo estis jugando a marido y mujer; no es esa la manera de prepararse a criar hijos, pues el matrimonio se instituy para casar, dar gracia a los casados y que cren hijos para el cielo.Los hijos! Ellos fueron sus primeras grandes meditaciones. Porque pas un mes y otro y algunos ms, y al no notar seal ni indicio de que hubiese fructificado aquel amor, tendra razn decase entonces Gertrudis? Sera verdad que no estaban sino jugando a marido y mujer y sin querer, con la fuerza toda de la fe en el deber, el fruto de la bendicin del amor justo?. Pero lo que ms le molestaba entonces, recordbalo bien ahora, era lo que pensaran los dems, pues acaso hubiese quien le creyera a l, por eso de no haber podido hacer hijos, menos hombre que otros. Por qu no haba de hacer l, y mejor, lo que cualquier mentecato, enclenque y apocado hace? Herale en su amor propio; habra querido que su mujer hubiese dado a luz a los nueve meses justos y cabales de haberse ellos casado. Adems, eso de tener hijos o no tenerlos deba de depender decase entonces de la mayor o menor fuerza de cario que los casados se tengan, aunque los hay enamoradsimos uno de otro y que no dan fruto, y otros, ayuntados por conveniencias de fortuna y ventura, que se cargan de cros. Pero y esto s que lo recordaba bien ahora para explicrselo haba fraguado su teora, y era que hay un amor aparente y consciente, de cabeza, que puede mostrarse muy grande y ser, sin embargo, infecundo, y otro sustancial y oculto, recatado aun al propio conocimiento de los mismos que lo alimentan, un amor del alma y el cuerpo enteros y justos, amor fecundo siempre. No querra l lo bastante a Rosa o no le querra lo bastante

Rosa a l? Y recordaba ahora cmo haba tratado de descifrar el misterio mientras la envolva en besos, a solas, en el silencio y oscuro de la noche y susurrndola una y otra vez al odo, en letana, un rosario de: Me quieres, me quieres, Rosa? , mientras a ella se la escapaban ses desfallecidos. Aquello fue una locura, una necia locura, de la que se avergonzaba apenas vea entrar a Gertrudis derramando serena seriedad en torno, y de aquello le cur la sazn del amor cuando le fue anunciado el hijo. Fue un transporte loco... haba vencido! Y entonces fue cuando vino, con su primer fruto, el verdadero amor.El amor, s. Amor? Amor dicen? Qu saben de l todos esos escritos amatorios, que no amorosos, que de l hablan y quieren excitarlo en quien los lee? Qu saben de l los galeotos de las letras? Amor? No amor, sino mejor cario. Eso de amor decase Ramiro ahora sabe a libro; slo en el teatro y en las novelas se oye el yo te amo; en la vida de carne y sangre y hueso el entraable te quiero! y el ms entraable an callrselo. Amor? No, ni cario siquiera, sino algo sin nombre y que no se dice por confundirse ello con la vida misma. Los ms de los cantores amatorios saben de amor lo que de oracin los masculla- jaculatorias, traga- novenas y engulle- rosarios. No, la oracin no es tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma y viviendo en Dios. Oracin ha de ser el comer, y el beber, y el pasearse, y el jugar, y el leer, y el escribir, y el conversar, y hasta el dormir, y rezo todo, y nuestra vida un continuo y mudo hgase tu voluntad!, y un incesante venga a nos el tu reino! , no ya pronunciados, mas ni aun pensados siquiera, sino vividos. As oy la oracin una vez Ramiro a un santo varn religioso que pasaba por maestro de ella, y as lo aplic l al amor luego. Pues el que profesara a su mujer y a ella le apegaba vea bien ahora en que ella se le fue, que se le lleg a fundir con el rutinero andar de la vida diaria, que lo haba respirado en las mil naderas y frioleras del vivir domstico, que le fue como el hire que se respira y al que no se le siente sino en momentos de angustioso ahogo, cuando nos falta. Y ahora ahogbase Ramiro, y la congoja de su viudez reciente le revelaba todo el podero del amor pasado y vivido.Al principio de su matrimonio fue, s, el imperio del deseo; no poda juntar carnecon carne sin que la suya se el

encendiese y alborotase y empezara a martillarle elcorazn, pero era porque la otra no era an de veras y por entero suya tambin; pero luego, cuando pona su mano sobre la carne desnuda de ella, era como si en la propia la hubiese puesto, tan tranquilo se quedaba; mas tambin si se la hubiesen cortado habrale dolido como si se la cortaran a l. No sinti acaso en sus entraas los dolores de los partos de su Rosa?Cuando la vio gozar, sufriendo al darle su primer hijo, es cuando comprendi cmo es el amor ms fuerte que la vida y que la muerte, y domina la discordia de estas; cmo el amor hace morirse a la vida y vivir la muerte; cmo l viva ahora la muerte de su Rosa y se mora en su propia vida. Luego, al ver al nio dormido y sereno, con los labios en flor entreabiertos, vio al amor hecho carne que vive. Y all, sobre la cuna, contemplando a su fruto, traa a s a la madre, y mientras el nio sonrea en sueos palpitando sus labios, besaba l a Rosa en la corola de sus labios frescos y en la fuente de paz de sus ojos. Y le deca mostrndole dos dedos de la mano: Otra vez, dos, dos...! Y ella: No, no, ya no ms, uno y no ms! Y se rea. Y l: Dos, dos, me ha entrado el capricho de que tengamos dos mellizos, una parejita, nio y nia! Y cuando ella volvi a quedarse encinta, a cada paso y tropezn, l: Qu cargado viene eso! Qu granazn! Me voy a salir con la ma; por lo menos dos! Uno, el ltimo, y basta!, replicaba ella riendo. Y vino el segundo, la nia, Tulita, yluego que sali con vida, cuando descansaba la madre, la bes larga y apretadamente en la boca, como en premio, dicindose: Bien has trabajado, po-

brecilla!; mientras Rosa, vencedora de la muerte y de la vida, sonrea con los domsticos ojos apacibles.Y muri!; aunque pareciese mentira, se muri. Vino la tarde terrible del combate ltimo. All estuvo Gertrudis, mientras el cuidado de la pobrecita nia que desfalleca de hambre se lo permiti, sirviendo medicinas intiles, componiendo la cama, animando a la enferma, encorazonando a todos. Tendida en el lecho que haba sido campo de donde brotaron tres vidas, lleg a faltarle el habla y las fuerzas, y cogida de la mano a la mano de su hombre, del padre de sus hijos, mirbale como el navegante, al ir a perderse en el mar sin orillas, mira al lejano promontorio, lengua de la tierra nativa, que se va desvaneciendo en la lontananza y junto al cielo; en los trances del ahogo miraban sus ojos, desde el borde la eternidad, a los ojos de su Ramiro. Y pareca aquella mirada una pregunta desesperada y suprema, como si a punto de partirse para nunca ms volver a tierra, preguntase por el oculto sentido de la vida. Aquellas miradas de congoja reposada, de acongojado reposo, decan: T, t que eres mi vida, t que conmigo has trado al mundo nuevos mortales, t que me has sacado tres vidas, t, mi hombre, dime, esto qu es? Fue una tarde abismtica. En momentos de tregua, teniendo Rosa entre sus manos, hmedas y febriles, las ma nos temblorosas de Ramiro, clavados en los ojos de este sus ojos henchidos de cansancio de vida, sonrea tristemente, volvindolos luego al nio, que dorma all cerca, en su cunita, y deca con los ojos, y alguna vez con un hilito de voz: No despertarle, no! Que duerma, pobrecillo! Que duerma..., que duerma hasta hartarse, que duerma! Llegle por ltimo el supremo trance, el del trnsito, y fue como si en el brocal de las eternas tinieblas, suspendida sobre el abismo, se aferrara a l, a su hombre, que vacilaba sintindose arrastrado. Quera abrirse con las uas la garganta la pobre, mirbale despavorida, pidindole con los ojos aire; luego, con ellos le sond el fondo del alma, y soltando su mano cay en la cama donde haba concebido y parido sus tres hijos. Descansaron los dos; Ramiro, aturdido, con el corazn acorchado, sumergido como en un sueo sin fondo y sin despertar, muerta el alma, mientras dorma el nio. Gertrudis fue quien, viniendo con la pequeita al pecho, cerr luego los ojos a su hermana, la compuso un poco y fuese despus a cubrir y arropar mejor al nio dormido, y trasladarle en un beso la tibieza que con otro recogi de la vida que an tenda sus ltimos jirones sobre la frente de la rendida madre.Pero, muri acaso Rosa? Se muri de veras? Poda haberse muerto viviendo l,Ramiro? No; en sus noches, ahora solitarias, mientras se dorma solo en aquella cama de la muerte y de la vida y del amor, senta a su lado el ritmo de su respiracin, su calor tibio, aunque con una congojosa sensacin de vaco. Y tenda la mano, re corriendo con ella la otra mitad de la cama, apretndola algunas veces. Y era lo peor que, cuando recogindose se pona a meditar en ella, no se le ocurrieran sino cosas de libro, cosas de amor de libro y no de cario de vida, y le escoca que aquel robusto sentimiento, vida de su vida y aire de su espritu, no se le cuajara ms que en abstractas lucubraciones. El dolor se le espiritualizaba, vale decir que se intelectualizaba, y slo cobraba carne, aunque fuera vaporosa, cuando entraba Gertrudis. Y de todo esto sacbale una de aquellas vocecitas frescas que piaba:Pap! Ya estaba, pues, all, ella, la muerta inmortal. Y luego, la misma vocecita:Mam! Y la de Gertrudis, gravemente dulce, responda: Hijo!No, Rosa, su Rosa, no se haba muerto, no era posible que se le hubiese muerto; la mujer estaba all, tan viva como antes, y derramando vida en torno; la mujer no po- da morir.

VIII

Gertrudis, que se haba instalado en casa de su hermana desde que esta dio por ltima vez a luz y durante su enfermedad ltima, le dijo un da a su cuado:Mira, voy a levantar mi casa.El corazn de Ramiro se puso al galope.S aadi ella, tengo que venir a vivir con vosotros y a cuidar de los chicos. No se le puede, adems, dejar aqu sola a esa buena pcora del ama.Dios te lo pague, Tula.Nada de Tula, ya te lo tengo dicho; para ti soy Gertrudis.Y qu ms da?Yo lo s.Mira, Gertrudis...Bueno, voy a ver qu hace el ama.A la cual vigilaba sin descanso. No le dejaba dar el pecho al pequeito delante del padre de este, y le regaaba por el poco recato y mucha desenvoltura con que se desabrochaba el seno.Si no hace falta que ensees eso as; en el nio es en quien hay que ver sitienes o no leche abundante.Ramiro sufra y Gertrudis le senta sufrir.Pobre Rosa! deca de continuo.Ahora los pobres son los nios y es en ellos en quienes hay que pensar..No basta, no. Apenas descanso. Sobre todo por las noches la soledad me pesa;las hay que las paso en vela.Sal despus de cenar, como salas de casado ltima mente, y no vuelvas a casa hasta que sientas sueo. Hay que acostarse con sueo.Pero es que siento un vaco...Vaco teniendo hijos?Pero ella es insustituible...As lo creo... Aunque vosotros los hombres...No cre que la quera tanto...As nos pasa de continuo. As me pas con mi to y as me ha pasado con mihermana, con tu Rosa. Hasta que ha muerto tampoco yo he sabido lo que la quera. Lo s ahora en que cuido a sus hijos, a vuestros hijos. Y es que queremos a los muertos en los vivos...Y no, acaso, a los vivos en los muertos ...?No sutilicemos.Y por las maanas, luego de haberse levantado Ramiro, iba su cuada a la alcoba yabra de par en par las hojas del balcn dicindose: Para que se vaya el olor a hombre. Y evitaba luego encontrarse a solas con su cuado, para lo cual llevaba siempre algn nio delante.Sentada en la butaca en que sola sentarse la difunta, contemplaba los juegos delos pequeuelos.Es que yo soy chico y t no eres ms que chica oy que le deca un da, consu voz de trapo, Ramirn a su hermanita.Ramirn, Ramirn le dijo la ta, qu es eso? Ya empiezas a ser bruto, aser hombre?Un da lleg Ramiro, llam a su cuada y le dijo:He sorprendido tu secre to, Gertrudis.Qu secreto?Las relaciones que llevabas con Ricardo, mi primo. Pues bien, s es cierto; se empe, me hostig, no me dejaba en paz, y acab por darme lstima.Y tan oculto que lo tenais...Para qu declararlo?Y s ms.

Qu es lo que sabes?Que le has despedido.Tambin es cierto.Me ha enseado l mismo tu carta.Cmo? No le crea capaz de eso. Bien he hecho en dejarle: hombre al fin! Ramiro, en efecto, haba visto una carta de su cuada a Ricardo, que deca as:

Mi querido Ricardo: No sabes bien qu das tan malos estoy pasando desde que muri la pobre Rosa. Estos ltimos han sido terribles y no he cesado de pedir a la Virgen Santsima y a su Hijo que me diesen fuerzas para ver claro en mi porvenir. No sabes bien con cunta pena te lo digo, pero no pueden continuar nuestras rela- ciones; no puedo casarme. Mi hermana me sigue rogando desde el otro mundo que no abandone a sus hijos y que les haga de madre. Y puesto que tengo estos hijos a que cuidar, no debo ya casarme. Perdname, Ricardo, perdnamelo, por Dios, y mira bien por qu lo hago. Me cuesta mucha pena porque s que habra llegado a quererte y, sobre todo, porque s lo que me quieres y lo que sufrirs con esto. Siento en el alma causarte esta pena, pero t, que eres bueno, comprenders mis deberes y los motivos de mi resolucin y encontrars otra mujer que no tenga mis obligaciones sagradas y que te pueda hacer ms feliz que yo habra podido hacerte. Adis, Ricardo, que seas feliz y hagas felices a otros, y ten por seguro que nunca, nunca te olvidar

GERTRUDIS.

Y ahora aadi Ramiro, a pesar de esto Ricardo quiere verte.Es que yo me oculto acaso?No, pero...Dile que venga cuando quiera a verme a esta nuestra casa.Nuestra casa, Gert rudis, nuestra...Nuestra, s, y de nuestros hijos.Si t quisieras...No hablemos de eso! y se levant.Al siguiente da se le present Ricardo.Pero, por Dios, Tula.No hablemos ms de eso, Ricardo, que es cosa hecha.Pero, por Dios y se le quebr la voz.S hombre, Ricardo; s fuerte!Pero es que ya tienen padre...No basta, no tienen madre..., es decir, s la tienen.Puede l volver a casarse.Volverse a casar l? En ese caso los nios se irn conmigo. Le promet a su madre, en su lecho de muerte, que no tendran madrastra.Y si llegases a serlo t, Tula?Cmo yo? S, t; casndote con l, con Ramiro.Eso nunca!Pues yo slo as me lo explico.Eso nunca, te he dicho; no me expondra a que unos mos, es decir, de mi vientre, pudiesen mermarme el cario que a esos tengo. Y ms hijos, ms? Eso nunca. Bastan estos para bien criarlos.Pues a nadie le convencers, Tula, de que no te has venido a vivir aqu por eso.Yo no trato de convencer a nadie de nada. Y en cuanto a ti, basta que yo te lo diga.Se separaron para siempre.

Y qu? le pregunt luego Ramiro.Que hemos acabado; no poda ser de otro modo.Y que has quedado libre...Libre estaba, libre estoy, libre pienso morirme.Gertrudis..., Gertrudis y su voz temblaba de splica.Le he despedido porque me debo, ya te lo dije, a tus hijos, a los hijos de Rosa...Y tuyos..., no dices as?Y mos, s!Pero si t quisieras...No insistas; ya te tengo dicho que no debo casarme ni contigo ni con otromenos.Menos? y se le abri el pecho.S, menos.Y cmo no fuiste monja?No me gusta que me manden.Es que en el convento en que entrases seras t la abadesa, la superiora.Menos me gusta mandar. Ramirn!El nio acudi al reclamo. Y cogindole su ta le dijo: Vamos a jugar al escondite,rico!Pero Tula...Te he dicho y para decirle esto se le acerc, teniendo cogido de la mano al nio, y se lo dijo al odoque no me llames Tula, y menos delante de los nios. Ellos s, pero t no. Y ten respeto a los pequeos.En qu les falto al respeto?En dejar as al descubierto delante de ellos tus instintos...Pero si no comprenden...Los nios lo comprenden todo; ms que nosotros. Y no olvidan nada. Y si ahora no lo comprenden, lo comprendern maana. Cada cosa de estas que ve a oye un nio es una semilla en su alma, que luego echa tallo y da fruto. Y basta!

IX

Y empez una vida de triste desasosiego, de interna lucha en aquel hogar. Ella defendase con los nios, a los que siempre procuraba tener presentes, y le excitaba a l a que saliese a distraerse. l, por su parte, extremaba sus caricias a los hijos y no haca sino hablarles de su madre, de su pobre madre. Coga a la nia y all, delante de la ta, se la devoraba a besos.No tanto, hombre, no tanto, que as no haces sino molestar a la pobre criatura. Y eso, permteme que te lo diga, no es natural. Bien est que hagas que me llamen ta y no mam, pero no tanto; reprtate.Es que yo no he de tener el consuelo de mis hijos?S, hijo, s; pero lo primero es educarlos bien.Y as?Hartndoles de besos y de golosinas se les hace dbiles. Y mira que los niosadivinan...Y qu culpa tengo yo...Pero es que puede haber para unos nios, hombre de Dios, un hogar mejor que este? Tienen hogar, verdadero hogar, con padre y madre, y es un hogar limpio, cas- tsimo, por todos cuyos rincones pueden andar a todas horas, un hogar donde nunca hay que cerrarles puerta alguna, un hogar sin misterios. Quieres ms?

Pero l buscaba acercarse a ella, hasta rozarla. Y alguna vez le tuvo que decir en la mesa:No me mires as, que los nios ven.Por las noches sola hacerles rezar por mam Rosa, por mamita, para que Dios la tuviese en su gloria. Y una noche, despus de este rezo y hallndose presente el padre, aadi:Ahora, hijos mos, un padrenuestro y avemara por pap tambin.Pero pap no se ha muerto, mam Tula.No importa, porque se puede morir..Eso, tambin t.Es verdad; otro padrenuestro y avemara por m entonces.Y cuando los nios se hubieron acostado, volvindose a su cuado le dijosecamente:Esto no puede ser as. Si sigues sin reportarte tendr que marcharme de esta casa aunque Rosa no me lo perdone desde el cielo.Pero es que...Lo dicho; no quiero que ensucies as, ni con miradas, esta casa tan pura y donde mejor pueden criarse las almas de tus hijos. Acurdate de Rosa.Pero de qu crees que somos los hombres?De carne y muy brutos.Y t, no te has mirado nunca?Qu es eso? y se le demud el rostro sereno.Que aunque no fueses, como en realidad lo eres, su madre, tienes derecho, Gertrudis, a perseguirme con tu presencia? Es justo que me reproches y ests llenando la casa con tu persona, con el fuego de tus ojos, con el son de tu voz, con el imn de tu cuerpo lleno de alma, pero de un alma llena de cuerpo?Gertrudis, toda encendida, bajaba la cabeza y se callaba, mientras le tocaba a rebato el corazn.Quin tiene la culpa de esto?, dime.Tienes razn, Ramiro, y si me fuese, los nios piaran por m, porque mequieren...Ms que a m dijo tristemente el padre.Es que yo no les besuqueo como t ni les sobo, y cuando les beso, ellos sienten que mis besos son ms puros, que son para ellos solos...Y bien, quin tiene la culpa de esto?, repito.Bueno, pues. Espera un ao, esperemos un ao; djame un ao de plazo paraque vea claro en m, para que veas claro en ti mismo, para que te convenzas...Un ao..., un ao...Te parece mu cho?Y luego, cuando se acabe?Entonces... veremos...Veremos..., veremos...Yo no te prometo ms.Y si en este ao...Qu? Si en este ao haces alguna tontera...A qu llamas hacer una tontera?A enamorarte de otra y volverte a casar.Eso... nunca!Qu pronto lo dijiste...Eso... nunca!Bah!, juramentos de hombres...Y si as fuese, quin tendr la culpa?Culpa?

S, la culpa!Eso slo querra decir...Qu?Que no la quisiste, que no la quieres a tu Rosa como ella te quiso a ti, como ella te habra querido de haber sido ella la viuda.No, eso querra decir otra cosa, que no es...Bueno, basta. Ramirn!, ven ac, Ramirn! Anda, corre. Y as se aplac aquella lucha.Y ella continuaba su labor de educar a sus sobrinos.No quiso que a la nia se le ocupase demasiado en aprender costura y cosas as.Labores de su sexo? deca, no, nada de labores de su sexo; el oficio de una mujer es hacer hombres y mujeres, y no vestirlos.Un da que Ramirn solt una expresin soez que haba aprendido en la calle y su padre iba a reprenderle, interrumpile Gertrudis, dicindole bajo. No, dejarlo; hay que hacer como si no se ha odo; debe de haber un mundo de que ni para condenarlo hay que hablar aqu.Una vez que oy decir de una que se quedaba soltera que quedaba para vestir santos, agreg: O para vestir almas de nios!Tulita es mi novia dijo una vez Ramirn.No digas tonteras; Tulita es tu hermana.Y no puede ser novia y hermana?No.Y qu es ser hermana?Ser hermana? Ser hermana es...Vivir en la misma casa acab la nia.Un da lleg la nia llorando y mostrando un dedo en que le haba picado unaabeja. Lo primero que se le ocurri a la ta fue ver si con su boca, chupndoselo, po- da extraerle el veneno como haba ledo que se hace con el de ciertas culebras. Luego declararon los nios, y se les uni el padre, que no dejaran viva a ninguna de las abejas que venan al jardn, que las perseguiran a muerte.No, eso s que no exclam Gertrudis ; a las abejas no las toca nadie.Por qu? Por la miel? pregunt Ramiro.No las toca nadie, he dicho.Pero si no son madres, Gertrudis.Lo s, lo s bien. He ledo en uno de esos libros tuyos lo que son las abejas, lo he ledo. S lo que son las abejas estas, las que, pican y hacen la miel; s lo que es la reina y s tambin lo que son los znganos.Los znganos somos nosotros, los hombres.Claro est!Pues mira, voy a meterme en poltica; me van a presentar candidato a diputadoprovincial.De veras? pregunt Gertrudis, sin poder disimular su alegra.Tanto te place?Todo lo que te distraiga.Faltan once meses, Gertrudis...Para qu?, para la eleccin?Para la eleccin, s!

X

Y era lo cierto que en el alma cerrada de Gertrudis se estaba desencadenando una brava galerna. Su cabeza rea con su corazn, y ambos, corazn y cabeza, rean

en ella con algo ms ahincado, ms entraado, ms ntimo, con algo que era como el tutano de los huesos de su espritu.A solas, cuando Ramiro estaba ausente del hogar, coga al hijo de este y de Rosa, a Ramirn, al que llamaba su hijo, y se lo apretaba al seno virgen, palpitante de congoja y henchido de zozobra. Y otras veces se quedaba contemplando el retrato de la que fue, de la que era todava su hermana y como interrogndole si haba querido, de veras, que ella, que Gertrudis, le sucediese en Ramiro. S, me dijo que yo habra de llegar a ser la mujer de su hombre, su otra mujer se deca, pero no pudo querer eso, no, no pudo quererlo...; yo, en su caso, al menos, no lo habra querido, no podra haberlo querido... De otra? No, de otra no! Ni despus de mi muerte... Ni de mi hermana... De otra, no! No se puede ser ms que de una... No, no pudo querer eso; no pudo querer que entre l, entre su hombre, entre el padre de sus hijos y yo se interpusiese su sombra... No pudo querer eso. Porque cuando l estuviese a mi lado, arrimado a m, carne a carne, quin me dice que no estuviese pensando en ella? Yo no sera sino el recuerdo... algo peor que el recuerdo de la otra! No, lo que me pidi es que impida que sus hijos tengan madrastra. Y lo impedir! Y casndome con Ramiro, entregndole mi cuerpo, y no slo mi alma, no lo impedira... Porque entonces s que sera madrastra. Y ms si llegaba a darme hijos de mi carne y de mi sangre... Y esto de los hijos de la carne haca palpitar de sagrado terror el tutano de los huesos del alma de Gertrudis, que era toda maternidad, pero maternidad de espritu.Y encerrbase en su cuarto, en su recatada alcoba, a llorar al pie de una imagende la Santsima Virgen Madre, a llorar mientras susurraba: el fruto de tu vien- tre....Una vez que tena apretado a su seno a Ramirn, este le dijo:Por qu lloras, mamita? pues habale enseado a llamarla as.Si no lloro...S, lloras...Pero es que me ves llorar...?No, pero te siento que lloras... Ests llorando...Es que me acuerdo de tu madre...Pues no dices que lo eres t...?S, pero de la otra, de mam Rosa.Ah, s!; la que se muri..., la de pap...S la de pap!Y por qu pap nos dice que no te llamemos mam, sino ta, tita Tula, y t nosdices que te llamemos mam y no ta, tita Tula...?Pero es que pap os dice eso?S, nos ha dicho que todava no eras nuestra mam, que todava no eres ms que nuestra ta...Todava?S, nos ha dicho que todava no eres nuestra mam, pero que lo sers... S, quevas a ser nuestra mam cuando pasen unos meses...Entonces sera vuestra madrastra, pens Gertrudis, pero no se atrevi adesnudar este pensamiento pecaminoso ante el nio.Bueno, mira, no hagas caso de esas cosas, hijo mo...Y cuando luego lleg Ramiro, el padre, le llam aparte y severamente le dijo:No andes dicindole al nio esas cosas. No le digas que yo no soy todava ms que su ta, la ta Tula, y que ser su mam. Eso es corromperle, eso es abrirle los ojos sobre cosas que no debe ver. Y si lo haces por influir con l sobre m, si lo haces por moverme...Me dijiste que te tomabas un plazo...

Bueno, si lo haces por eso piensa en el papel que haces hacer a tu hijo, un papel de...Bueno, calla!Las palabras no me asustan, pero lo callar. Y t piensa en Rosa, recuerda aRosa, tu primer... amor!Tula!Basta. Y no busques madrastra para tus hijos, que tienen madre.

XI

Esto necesita campo, se dijo Gertrudis, a indic a Ramiro la conveniencia de que todos ellos se fuesen a veranear a un pueblecito costero que tuviese montaa, do- minando al mar y por este dominada. Busc un lugar que no fuese muy de moda, pero donde Ramiro pudiese encontrar compaeros de tresillo, pues tampoco le quera obligado a la continua compaa de los suyos. Era un gnero de soledad a que Gertrudis tema.All todos los das salan de paseo, por la montaa, dando vistas al mar, entre madroales, ellos dos, Gertrudis y Ra miro, y los tres nios: Ramirn, Rosita y Elvira. Jams, ni aun all donde no los conocan es decir, all menos, se hubiese arriesgado Gertrudis a salir de paseo con su cuado, solos los dos. Al llegar a un punto en que un tronco tendido en tierra, junto al sendero, ofreca, a modo de banco rstico, asiento, sentbanse en l ellos dos, cara al mar, mientras.los nios jugaban all cerca, lo ms cerca posible. Una vez en que Ramiro quiso que se sentaran en el suelo, sobre la yerba montaesa, Gertrudis le contest: No, en el suelo, no! Yo no me siento en el suelo, sobre la tierra, y me nos junto a ti y ante los nios... Pero si el suelo est limpio... si hay yerba... Te he dicho que no me siento as! No, la postura no es cmoda... Peor que incmoda!Desde aquel tronco, mirando al mar, hablaban de mil nonadas, pues en cuanto el hombre deslizaba la conversacin a senderos de lo por pacto tcito ya vedado de hablar entre ellos, la ta tena en la boca un Ramirn! o Rosita! o Elvira!. Le hablaba ella del mar y eran sus palabras, que le llegaban a l envueltas en el rumor no lejano de las olas, como la letra vaga de un canto de cuna para el alma. Gertrudis estaba brizando la pasin de Ramiro para adormecrsela. No le miraba casi nunca entonces, miraba al mar; pero en l, en el mar, vea reflejada por misterioso modo la mirada del hombre. El mar pursimo les una las miradas y las almas.Otras veces banse al bosque, a un castaar, y all tena ella que vigilarle, vigilarsey vigilar a los nios con ms cuidado. Y tambin all encontr el tronco derribado que le sirviese de asiento.Quera atemperarle a una vida de familia pursima y campesina, hacer que se acostase cansado de luz y de aire libres, que se durmiese, oyendo fuera al grillo, para dormir sin ensueos, que le despertase el canto del gallo y el trajineo de los campesinos y los marineros.Por las maanas bajaban a una pequea playa, donde se reuna la pequea colonia veraniega. Los nios, descalzos, entretenanse, despus del bao, en desviar con los pies el curso de un pequeo arroyuelo vagabundo e indeciso que por la arena desaguaba en el mar. Ramiro se uni alguna vez a este juego de los nios.Pero Gertrudis empez a temer. Se haba equivocado en sus precauciones. Ramiro hua del tresillo con sus compaeros de colonia veraniega y pareca espiar ms que nunca la ocasin de hallarse a solas con su cuada. La casita que habit aban tena ms de tienda de gitanos trashumantes que de otra cosa. El campo, en vez de ador- mecer, no la pasin, el deseo de Ramiro, pareca como si lo excitase ms, y ella misma, Gertrudis, empez a sentirse desasosegada. La vida se les ofreca ms al desnudo en aquellos campos, en el bosque, en los repliegues de la montaa. Y luego

haba los animales domsticos, los que cra el hombre, con los que era mayor all la convivencia. Gertrudis sufra al ver la atencin con que los pequeos, sus sobrinos, seguan los juegos del avero. No, el campo no renda una leccin de pureza. Lo puro all era hundir la mirada en el mar. Y aun el mar... La brisa marina les llegaba como un aguijn.Mira qu hermosura! exclam Gertrudis una tarde, al ocaso, en que estabansentados frente al mar.Era la luna llena, roja sobre su palidez, que surga de las olas como una florgigantesca y solitaria en un yermo palpitante.Por qu le habrn cantado tanto a la luna los poetas? dijo Ramiro; porqu ser la luz romntic a y de los enamorados?No lo s, pero se me ocurre que es la nica tierra, porque es una tierra... quevemos sabiendo que nunca llegaremos a ella .... es lo inaccesible... El sol no, el sol nos rechaza; gustamos de baarnos en su luz, pero sabemos que es inhabitable, que en l nos quemaramos, mientras que en la luna creemos que se podra vivir y en paz y crepsculo eternos, sin tormentas, pues no la vemos cambiar, pero sentimos que no se puede llegar a ella... Es lo intangible...Y siempre nos da la misma cara..., esa cara tan triste y tan seria..., es decir,siempre no!, porque la va velando poco a poco y la oscurece del todo y otras veces parece una hoz...S y al decirlo pareca como que Gertrudis segua sus propios pensamientos sin or los de su compaero, aunque no era as; siempre ensea la misma cara porque es constante, es fiel. No sabemos cmo ser por el otro lado..., cul ser su otra cara...Y eso aade a su misterio...Puede ser..., puede ser... Me explico que alguien anhele legar a la luna..., loimposible!..., para ver cmo es por el otro lado..., para conocer y explorar su otra cara...La oscura...La oscura? Me parece que no! Ahora que esta que vemos est iluminada laotra estar a oscuras, pero o yo s poco de estas cosas o cuando esta cara se oscurece del todo, en luna nueva, est en luz por el otro, es luna llena de la otra parte...Para quin?Cmo para quin?S, que cuando el otro lado alumbra, para quin?Para el cielo, y basta. O es que a la luna la hizo Dios no ms que para alumbrarnos de noche a nosotros, los de la tierra? O para que hablemos estas tonteras?Pues bien, mira, Tula...Rosita!Y no le dej comentar la intangibilidad y la plenitud de la luna.Cuando ella habl de volver ya a la ciudad apresurse l a aceptarlo. Aquella temporada en el campo, entre la montaa y el mar, haba sido estril para sus propsitos. Me he equivocado se deca tambin l; aqu est ms segura que all, que en casa; aqu parece embozarse en la montaa, en el bosque, y como si el mar le sirviese de escudo; aqu es tan intangible como la luna, y entre tanto este aire de salina filtrado por entre rayos de sol enciende la sangre... y ella me parece aqu fuera de su mbito y como si temiese algo; vive alerta y dirase que no duerme... Y ella a su vez se deca: No, la pureza no es del campo, la pureza es de celda, de claustro y de ciudad; la pureza se desarrolla entre gentes que se unen en mazorcas de viviendas para mejor aislarse; la ciudad es mo nasterio, convento de solitarios;

aqu la tierra, sobre que casi se acuestan, las une y los animales son otras tantas serpientes del paraso... A la ciudad, a la ciudad!En la ciudad estaba su convento, su hogar, y en l su celda. Y all adormecera mejor a su cuado. Oh!, si pudiese decir de l pensaba lo que santa Teresa en una carta Gertrudis lea mucho a santa Teresa deca de su cuado don Juan de Ovalle, marido de doa Juana de Ahumada. l es de condicin en cosas muy aniado... Cmo le aniara?

XII

Al fin Gertrudis no pudo con su soledad y decidi llevar su congoja al padre Alvarez, su confesor, pero no su director espiritual. Porque esta mujer haba rehuido siempre ser dirigida, y menos por un hombre. Sus normas de conducta moral, sus convicciones y creencias religiosas se las haba formado ella con lo que oa a su alrededor y con lo que lea, pero las interpretaba a su modo. Su pobre to, don Primitivo, el sacerdote ingenuo que las haba criado a las dos hermanas y les ense el catecismo de la doctrina cristiana explicado segn el Mazo, sinti siempre un profundo respeto por la inteligencia de su sobrina Tula, a la que admiraba. Si te hicieses monja sola decirle llegaras a ser otra santa Teresa... Qu cosas se te ocurren, hija ... Y otras veces: Me parece que eso que dices, Tulilla, huele un poco a hereja; hum! No lo s..., no lo s.... porque no es posible que te inspire herejas el ngel de tu guarda, pero eso me suena as como a... qu s yo ... Y ella le contestaba riendo : S, to, son tonteras que se me ocurren, y ya que dice usted que huele a hereja no lo volver a pensar. Pera quin pone barreras al pen- samiento?Gertrudis se sinti siempre sola. Es decir, sola para que la ayudaran, porque paraayudar ella a los otros no, no estaba sola. Era como una hurfana cargada de hijos. Ella sera el bculo de todos los que la rodearan; pero si sus piernas flaquearan, si su cabeza no le mantuviese firme en su sendero, si su corazn empezaba a bambolear y enflaquecer, quin la sostendra a ella?, quin sera su bculo? Porque ella, tan henchida del sentimiento, de la pasin mejor, de la maternidad, no senta la filialidad. No es esto orgullo?, se preguntaba.No pudo al fin con esta soledad y decidi llevar a su confesor, al padre lvarez, su congoja. Y le cont la declaracin y proposicin de Ramiro, y hasta lo que les haba dicho a los nios de que no le llamasen a ella todava madre, y las razones que tena para mantener la pureza de aquel hogar y cmo no quera entregarse a hombre al- guno, sino reservarse para mejor consagrarse a los hijos de Rosa.Pero lo de su cuado lo encuentro muy natural arguy el buen padre de almas.Es que no se trata ahora de mi cuado, padre, sino de m; y no creo que hayaacudido a usted tambin en busca de alianza...No, no, hija, no!Como dicen que en los confesonarios se confeccionan bodas y que ustedes, los padres, se dedican a casamenteros...Yo lo nico que digo ahora, hija, es que es muy natural que su cuado, viudo y joven y fuerte, quiera volver a casarse, y mas natural, y hasta santo, que busque otra madre para sus hijos...Otra? Ya la tiene!S; pero... y si esta se va...Irme? Yo? Estoy tan obligada a esos nios como estara su madre de carne ysangre si viviese...Y luego eso da que hablar..De lo que hablen, padre, ya le he dicho que nada se me da...

Y si lo hiciese precisamente por eso, porque hablen? Examnese y mire si no entra en ello un deseo de afrontar las preocupaciones ajenas, de desafiar la opinin pblica...Y si as fuese, qu?Que eso s que es pecaminoso. Y despus de todo, la cuestin es otra...Cul es la cuestin?La cuestin es si usted le quiere o no. Esta es la cuestin. Le quiere usted, s o no?Para marido..., no!Pero le rechaza?Rechazarle..., no!Si cuando se dirigi a su hermana, la difunta, se hubiera dirigido a usted...Padre! Padre! y su voz gema.S, por ah hay que verlo...Padre; que eso no es pecado...!Pero ahora se trata de direccin espiritual, de tomar consejo... Y s, es pecado,es acaso pecado... Tal vez hay aqu unos viejos celos...Padre!Hay que ahondar en ello. Acaso no le ha perdonado an...Le he dicho, padre, que le quiero; pero no para ma rido. Le quiero como a unhermano, como a un ms que hermano, como al padre de mis hijos, porque estos, sus hijos, lo son mos de lo ms dentro mo, de todo mi corazn; pero para marido, no. Yo no puedo ocupar en su cama el sitio que ocup mi hermana... Y sobre todo, yo no quiero, no debo darles madrastra a mis hijos...Madrastra?S, madrastra. Si yo me caso con l, con el padre de los hijos de mi corazn, lesdar madrastra a estos, y ms si llego a tener hijos de carne y de sangre con l. Esto, ahora ya..., nunca!Ahora ya...S, ahora que ya tengo a los de mi corazn..., mis hijos...Pero piense en l, en su cuado, en su situacin...Que piense...?S! Y no tiene compasin de l? ,S que la tengo. Y por eso le ayudo y le sostengo. Es como otro hijo mo.Le ayuda..., le sostiene...S, le ayudo y le sostengo a ser padre...A ser padre..., a ser padre... Pero l es un hombre...Y yo una mujer!Es dbil...Soy yo fuerte?Ms de lo debido.Ms de lo debido? Y lo de la mujer fuerte?Es que esa fortaleza, hija ma, puede alguna vez ser dureza, ser crueldad. Y es dura con l, muy dura. Que no le quiere como a marido? Y qu importa! Ni hace falta eso para casarse con un hombre. Muchas veces tiene que casarse una mujer con un hombre por compasin, por no dejarle solo, por salvarle, por salvar su alma...Pero si no le dejo solo...S, s, le deja solo. Y creo que me comprende sin que se lo explique ms claro...S, s que se lo comprendo, pero no quiero comprenderlo. No est solo. Quien est sola soy yo! Sola..., sola..., siempre sola...Pero ya sabe aquello de ms vale casarse que abrasarse...Pero si no me abraso...No se queja de su soledad?

No es soledad de abrasarse; no es esa soledad a que usted, padre, alude. No, no es esa. No me abraso...Y si se abrasa l?Que se refresque en el cuidado y amor de sus hijos.Bueno, pero ya me entiende...Demasiado.Y por si no, le dir ms claro an que su cuado corre peligro, y que si cae en l, le cabr culpa.A m?Claro est!No lo veo tan claro... Como no soy hombre...Me dijo que uno de sus temores de casarse con su cuado era el de tener hijoscon l, no es as?S, as es. Si tuviramos hijos llegara yo a ser, quieras o no, madrastra de los que me dej mi hermana.Pero el matrimonio no se instituy slo para hacer hijos...Para casar y dar gracia a los casados y que cren hijos para el cielo.Dar gracia a los casados... Lo entiende?Apenas...Que vivan en gracia, libres de pecado...Ahora lo entiendo menos.Bueno, pues que es un remedio contra la sensualidad.Cmo? Qu es eso? Qu?Pero por qu se pone as ...? Por qu se altera ...?Qu es el remedio contra la sensualidad? El matrimonio o la mujer?Los dos... La mujer.. y... y el hombre.Pues, no, padre, no, no y no! Yo no puedo ser reme dio contra nada. Qu es eso de considerarme remedio? Y remedio... contra eso! No, me estimo en ms...Pero si es que...No, ya no sirve. Yo, si l no tuviera ya hijos de mi hermana, acaso me habracasado con l para tenerlos..., para tenerlos de l ...; pero remedio? Y a eso? Yo remedio? No!Y si antes de haber solicitado a su hermana la hubiera solicitado...A m? Antes? Cuando nos conoci? No hablemos ya ms, padre, que nopodemos entendernos, pues veo que hablamos lenguas diferentes. Ni yo s la de usted ni usted sabe la ma.Y dicho esto, se levant de junto al confesonario. Le costaba andar; tan doloridas le haban quedado del arrodillamiento las rodillas. Y a la vez le dolan las articu- laciones del alma y senta su soledad ms hondamente que nunca. No, no me entiende se deca , no me entiende; hombre al fin! Pero me entiendo yo misma? Es que me entiendo? Le quiero o no le quiero? No es soberbia esto? No es la triste pasin solitaria del armio, que por no mancharse no se echa a nado en un lodazal a salvar a su compaero ...? No lo s.... no lo s ...

XIII

Y de pronto observ Gertrudis que su cuado era otro hombre, que celaba algn secreto, que andaba caviloso y desconfiado, que sala mucho de casa. Pero aquellas ms largas ausencias del hogar no le engaaron. El secreto estaba en l, en el hogar. Y a fuerza de paciente astucia lo gr sorprender miradas de conocimiento ntimo entre Ramiro y la criada de servicio.Era Manuela una hospiciana de diecinueve aos, enfermiza y plida, de un brillofebril en los ojos, de maneras sumisas y mansas, de muy pocas palabras, triste casi

siempre. A ella, a Gertrudis, ante quien sin saber por qu temblaba, llambaleseora. Ramiro quiso hacer que le llamase seorita.No, llmame as, seora; nada de seorita...En general pareca como que la criada le temiera, como avergonzada o amedrentada en su presencia. Y a los nios los evitaba y apenas si les diriga la palabra. Ellos, por su parte, sentan una indiferencia, rayana en despego, hacia la Manuela. Y hasta alguna vez se burlaban de ella, por ciertas maneras de hablar, lo que