TIEMPOS HEROÍCOS DE LA SUERTE DE VARAS CON FOTOS

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LA SUERTE DE VARAS: ORÍGENES Y TIEMPOS HERÓICOS Los orígenes La suerte de varas va indisolublemente unida a la lidia a pie. Históricamente se ha tenido como cierto que es una reminiscencia de la corrida caballeresca, afirmación que se cae por su propio peso. Si se señala que tiene algo en común con el alanceamiento de los toros, lidia a caballo que alcanzó su apogeo en el siglo XVI, por participar ambas de la monta a la brida o con estribos largos, sí que tienen afinidades. Si ahora se la compara con la corrida caballeresca, en la que la esencia era clavar rejones con monta a la jineta o estribos cortos, salvo que en ambas participa el caballo, pocas connotaciones tienen esa suerte de varas y el rejoneo. Luis Toro Buiza (1) , singular tratadista, sostiene que la lidia a pie tiene unos ancestros totalmente andaluces y, con más precisión, sevillanos, pues da cuenta que desde el siglo XVI ya se lidiaban toros, de forma furtiva, en el matadero de San Bernardo. El historiador sevillano va muy bien orientado cuando señala a esa lidia semiclandestina como vital en la conformación de la corrida a pie. Se dieron al respecto varias circunstancias afortunadas para su implantación: esas prácticas plebeyas en los corrales del macelo; la cercanía del campo y de quienes trataban a diario con los toros, vaqueros y servidores de las vacadas andaluzas, quienes conducían los toros al matadero, lo que llevaban a cabo montados en caballos y auxiliados de garrochas; y también de final de época, cual es que el pueblo llano se va sintiendo protagonista cuando abraza un espectáculo muy diferente a la corrida caballeresca y que nace a partir del gusto por la vara de detener. 1

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LA SUERTE DE VARAS: ORÍGENES Y TIEMPOS HERÓICOS

Los orígenes

La suerte de varas va indisolublemente unida a la lidia a pie. Históricamente se ha tenido

como cierto que es una reminiscencia de la corrida caballeresca, afirmación que se cae por su

propio peso. Si se señala que tiene algo en común con el alanceamiento de los toros, lidia a caballo

que alcanzó su apogeo en el siglo XVI, por participar ambas de la monta a la brida o con estribos

largos, sí que tienen afinidades. Si ahora se la compara con la corrida caballeresca, en la que la

esencia era clavar rejones con monta a la jineta o estribos cortos, salvo que en ambas participa el

caballo, pocas connotaciones tienen esa suerte de varas y el rejoneo.

Luis Toro Buiza(1), singular tratadista, sostiene que la lidia a pie tiene unos ancestros

totalmente andaluces y, con más precisión, sevillanos, pues da cuenta que desde el siglo XVI ya se

lidiaban toros, de forma furtiva, en el matadero de San Bernardo. El historiador sevillano va muy

bien orientado cuando señala a esa lidia semiclandestina como vital en la conformación de la

corrida a pie. Se dieron al respecto varias circunstancias afortunadas para su implantación: esas

prácticas plebeyas en los corrales del macelo; la cercanía del campo y de quienes trataban a diario

con los toros, vaqueros y servidores de las vacadas andaluzas, quienes conducían los toros al

matadero, lo que llevaban a cabo montados en caballos y auxiliados de garrochas; y también de

final de época, cual es que el pueblo llano se va sintiendo protagonista cuando abraza un

espectáculo muy diferente a la corrida caballeresca y que nace a partir del gusto por la vara de

detener.

Guillermo Boto Arnau(2), medico gaditano y fecundo escritor, sitúa en esa hermosa ciudad

andaluza el nacimiento del toreo a pie cuando descubre documentación que confirma que en la

Tacita de Plata del último tercio del siglo XVII se popularizó una fiesta diferente a la caballeresca,

en la que la nobleza hacía ostentación de su poder. Era aquella una fiesta de raíz popular, en la que

la esencia era la vara de de detener, siendo los principales actores gentes procedentes de las vacadas

andaluzas, que estaban en contacto con el toro y eran diestros en el manejo de la garrocha y, por

ende, con la vara de detener. Aquello era una gran novedad y aquello provocaba una intensa

emoción de la que gustaban las clases populares. Y tanto gustaban que el toreo se convirtió en

espectáculo cuando había ya un trasfondo económico, toda vez que aquellos festejos sirvieron para

la construcción de la Iglesia de San Antonio, ubicada en la plaza del mismo nombre.

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Fiesta de toros junto al matadero de Sevilla. Varilargueros a caballo conducen los toros y chulos a pie los lancean

ante un público curioso que presencia lo que ya consideraba un espectáculo. Foto del libro “Historia Gráfica de la Plaza

de Toros de Sevilla”. Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla.

Después, el hecho definitorio de la corrida popular fue la muerte a estoque del toro cara a cara y,

entre 1730 y 1740, esa corrida plebeya se implantó definitivamente. Con apoyos de la aristocracia

sevillana, pues los maestrantes consiguieron del Monarca el beneficio de los festejos que

organizaban, la lidia se configuró alrededor de picar al toro y del fin último de matarlo a estoque..

Pero primero se le quebrantaba a caballo, se le toreaba con la capa, se le clavaban arpones o

banderillas, y se le daba muerte con la ayuda de la incipiente muleta, que era una banderilla en la

que se enrollaba una capa.

La figura del varilarguero

Esa etapa inicial de la lidia a pie estuvo marcada por la figura del varilarguero, ancestral

pero vital personaje. Su procedencia, como decimos, era el campo y su origen social plebeyo. El

suyo era un toreo a caballo embarullado porque, aunque ya se iba definiendo la ortodoxia de la

suerte, no siempre se picaba al toro en un terreno preciso, a la vez que a menudo no era una suerte

al cite y sí al encuentro. Pero ese toreo a caballo se fue asentando y su finalidad era ir castigando al

toro para reducir su poder y pujanza. Las estampas de aquel tiempo dan cuenta de un desorden, de

un hombre a caballo que picaba en cualquier terreno, que buscaba al toro allí donde estuviese. Era

una lidia en la que el varilarguero tenía todavía un protagonismo cierto pero después a menos, para,

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con el toro ya aplomado por el castigo, dar paso al matador para consumar el ritual de la muerte. De

aquella lidia inmediatamente anterior a la mitad del siglo XVIII sabemos por el testimonio de

Emmanuel Witz, diplomático suizo que vivió largas etapas en España, gracias a su Combat de

Taureaux en Espagne(3).

El varilarguero, según Enmanuel Witz

Daza: todo un picador

Se iba definiendo el canon de la suerte que más pronto de lo que siempre se ha pensado fue

hacerla al cite en terrenos muy precisos, y no al encuentro, de forma desordenada, en cualquier

parte del ruedo. José Daza fue un personaje trascendental. Si se lee de forma atenta su obra (4) –

mamotreto según Néstor Luján–, que concluyó en 1778, se puede apreciar que contiene toda una

tauromaquia a caballo. Es así porque él mismo define la ortodoxia y dicta preceptos sobre el toreo a

caballo que pronto serían norma: escribe de los atributos que deben reunir los varilargueros; de las

características de los toros y los caballos; de los terrenos y querencias; de los distintos tipos de

suertes y formas de llevarlas a cabo. Explica el ideal y denuncia los vicios. En resumen, Daza, con

su genialidad y perspicacia, es el primer gran tratadista del toreo a caballo y es que aquel que

consideraron como gran varilarguero, era ya todo un picador, si como tal entendemos aquel que

preconiza la suerte al cite, la suerte de detener. La conclusión anterior se obtiene de las dos formas

que él describe de cómo se picaba en su tiempo: “a herradura parada” o “los que pican y salen

huyendo”, que para una mejor comprensión eran los que citaban parados al toro, o los que le

buscaban, le picaban, y salían de la suerte por pies. Las dos formas muestran, la segunda lo

ancestral de ella, a semejanza de la lanzada, y la primera, más valiente y más evolucionada, ya

signos claros de cómo se estaba configurando la vara de detener, más parada y más precisa, más

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emotiva y más dirigida a castigar al toro a conciencia, aun a riesgo de la entrega del caballo, de su

sacrificio, que de todas maneras se pretendía evitar a toda costa en estos albores de la suerte de

varas. Pero en las dos formas se aprecia la propia evolución de la suerte, que iba decantándose hacia

la primera de ellas, pues el mismo varilarguero nos dice que “es más lucido y útil guardar a caballo

parado y derecho con el palo corto, que el andarse a carreras y alargando la vara”. Y nos explica

el porqué, algo que marcaría la evolución del toreo a caballo: “en partiendo el toro a un objeto

parado, el tiempo de tirarle el golpe, precisamente, suspende mucha de la velocidad que trae, y

entonces es más fácil sujetarlo que cuando viene en el fuerte de su carrera, cuando encuentra larga

la garrocha”.

Corrida en la Plaza de Toros de Cádiz. Fragmento de un grabado de Charles White, según dibujo de Philip Reinagle.

La fecha es la de 1775 cuando la figura del varilarguero desaparecía. Sin embargo, se ve a uno que andaba “a carreras y

alargando la vara”, en la terminología de Daza. Imagen del libro “El Siglo de Oro de las Tauromaquias”, Comunidad de

Madrid.

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El célebre Fernando del Toro barilarguero obligando a la fiera con su garrocha . Tauromaquia de Goya. Este

varilarguero, ¿o ya picador?, cita a “herradura parada” en la jerga de Daza. Acude casi a los medios porque el toro allí

está encampanado. Imagen del libro “Goya. Toros y Toreros”. Ministerio de Cultura y Comunidad de Madrid

La Tauromaquia de Pepe Hillo

Siempre se ha dudado sobre la fecha en la que el varilarguero se convierte en picador. Para

quien esto escribe y a tenor de lo que nos da cuenta Daza, aun no produciéndose la mutación de la

noche a la mañana, está bastante claro que el varilarguero, en el último cuarto del siglo XVIII,

aunque cercano en el tiempo, era ya algo lejano. Pepe Hillo, en su Tauromaquia, que vio la luz en

Cádiz en 1796, ya no los nombra como tales pues habla de picadores. Es evidente que los primeros

matadores que tuvieron un aura de figuras –Costillares, Pepe Hillo y Pedro Romero-, por su

aportación a la configuración de la lidia tuvieron algo que ver en que cada vez tuviera menos peso

en el espectáculo esta figura. Era lógico por lo demás, pues a medida que el toreo a pie iba

adquiriendo más y más importancia, demandaba una suerte de varas más precisa y ordenada, algo

que podía proporcionar el picador cuando citaba “a herradura parada”.

Tampoco da cuenta de esta figura Francisco Montes, el gran Paquiro, personaje decisivo

pues fue el que configuró la lidia, en muchos aspectos tal y como ha llegado a nuestros días.

También en cuanto a la suerte de varas, pues aun experimentando a medida que transcurrió el

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tiempo un evidente bastardeo, en sus fundamentos, los que definió el chiclanero, pervivió hasta la

implantación del peto, artilugio que todo cambió, en algunos aspectos para bien pero para mal en

otros muchos.

Pero marquemos los tiempos y no obviemos a Pepe Hillo. No merece el olvido. Se expresa

el diestro sevillano con más claridad que Daza pero en absoluto rompe con sus preceptos. Respecto

a la suerte de varas, en su época se vivió una etapa de afirmación y, sin extenderse en su texto,

mediante la lectura de aquella primera Tauromaquia nos damos cuenta de que la suerte de varas está

ya más reglamentada. Él incide en los terrenos de picar que, salvo que el toro esté aplomado en el

tercio o en los medios, deben ser los cercanos a las tablas, y, sobre todo, en algo que sería

consustancial a su tratado y al posterior de Paquiro: el plantear y realizar todas las suertes en

función de las condiciones del toro. Por lo demás, este primer tratadista describe la suerte de picar a

toro levantado –recién salido del chiquero- y la de a caballo atravesado, la que se empleaba con los

toros aquerenciados en tablas. Y aunque no cita el término, define como regla general el cite en

rectitud.

Un visionario: Francisco Montes, Paquiro

Paquiro marca un antes y un después en la evolución del toreo. Fue un astro cenital pero su

influencia va más allá, pues legisló. La suerte de varas la describe profusamente y, si nos detenemos

con calma en las revistas gráficas de finales del siglo XIX y principios del XX, y a la vez entramos

en aquella segunda Tauromaquia, vemos sin una concesión al error como los picadores que

muestran aquellas primitivas fotografías, aun con vicios adquiridos a lo largo del tiempo, se guiaban

por los preceptos que muchos años atrás dictó Montes. Es cierto que la puya evolucionó desde

aquella primitiva de limoncillo a otras de más mortíferos efectos. Con topes diversos, a veces

inexistentes. Pero mientras que no hubo peto, el torero a caballo no tenía más remedio que seguir

aquellas normas de las que se hizo eco el genial y visionario chiclanero. En especial el cite en

rectitud que, como bien explicó Daza, era el mejor para sujetar y picar al toro.

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Primer tiempo o cite de la suerte de picar en rectitud. Del libro “Antología de la fotografía taurina”. Espasa Calpe

Segundo tiempo

Tercer tiempo

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Esa forma de picar que se denominaba también sin perder tierra, era de una increíble emotividad y

belleza. Era la recomendable cuando los toros no mostraban excesivo poder. En esencia consistía

en citar al toro dándole los pechos del caballo, esperar a que llegara a jurisdicción, momento en el

que se le echaba el palo y volcaba el picador su peso sobre él procurando, pero no logrando a

menudo, detenerle para que no tocara el caballo, para girar éste y despedir al astado por la cabeza

del equino. Era una suerte fugaz pero de gran mérito, que reclamaba un torero a caballo, torero en

toda la acepción del término pues toreaba, y es que Paquiro da cuenta de que “el mérito de la

suerte consiste principalmente en que el toro no llegue al caballo, y lo hiera o lo mate”.

Concepto esencial en aquella Tauromaquia es el de terrenos, pues la lidia se basaba en el

respeto absoluto a los terrenos de toro y torero, y toreros eran los picadores. Y aunque es algo

engorroso y de no fácil comprensión, Paquiro, dando por descontado que dependen de cómo sea el

cite, en el frontal los define de la siguiente manera: “El terreno del toro es el de a la izquierda del

picador, y su entrada en él por delante de la cabeza del caballo; el del diestro no es precisamente

el de su derecha, sino aquel por donde atendiendo a la clase de toro que va a picar, deje más

pronto descubierta la salida, la cual debe producirse siempre que sea buscando los cuartos

traseros del toro”.

El terreno del toro está claro cuando se le citaba de frente: el de la izquierda del picador. ¿Y

el del piquero? Aclara que no es el de la derecha, sino el que deja más pronto libre la salida, salida

que debe producirse buscando los cuartos traseros del toro. Imaginemos la suerte de varas: citaba el

picador, echaba el palo más bien en corto, pues la puya de limoncillo no permitía tomar al toro de

lejos, se cargaba el torero sobre su brazo y el palo, a la vez que giraba el caballo hacia su izquierda,

con lo cual dejaba al toro libre su terreno, que era el que estaba, originalmente a la izquierda del

picador, el cual tomaba por la cabeza del caballo. La conclusión ahora es que si el toro tomaba su

terreno, el caballo y el picador iban al suyo. Luego este terreno suyo sólo podía ser el que, trazando

la línea imaginaria que marca el toro, el que se extiende a su izquierda cuando sale de la suerte por

la cabeza del caballo, o sea, el que se extiende a la izquierda del equino cuando le despide.

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Terrenosdel toro

Terrenosdel picador

Terrenos en el remate de la suerte

Terrenos del toro

Terrenos del picador

Terrenos en el cite

A partir de esa suerte básica, surgían multitud de variantes. Las diferentes condiciones de los toros

eran las que determinaban la intensidad del encuentro, bien porque el burel se quedara en la suerte

o, por el contrario, buscara la salida hacia su terreno. Si era boyante, obvio es que buscaba esta

salida en cuanto el piquero sesgaba el caballo hacia la izquierda y le mostraba su terreno. Si era

pegajoso ya esa salida no era inmediata. En este caso recomendaba largar más palo para dejarles

llegar menos al caballo, cargar con más fuerza sobre la puya y sesgar más el caballo para marcarle

mejor la salida. Si el toro era de los que recargaban, o sea, que se apartaban de la suerte para tomar

más ímpetu al volver a ir sobre el caballo, indicaba que debía hacérseles la suerte como a los

pegajosos pero, si viera el piquero que el toro iba a recargar, debía esperarle como al inicio de la

suerte, con el caballo frente al toro, siempre procurando salir el caballo por pies de la suerte a poco

que el toro tomara la salida hacia su terreno. Finalmente, si el toro fuera abanto, si fuera manso,

recomendaba cerrarle un poco la salida para que no se fuese de la suerte.

Un toro, por cómo insinúa su embestida, aparentemente boyante, entra al picador que le ha citado de frente pero que

comienza a sesgar hacia la izquierda el caballo hacia la izquierda para dejarle libre la salida hacia su terreno. Del libro

“Antología de la fotografía taurina”, Espasa Calpe.

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Un toro, aparentemente pegajoso, embiste a un picador que se va a cargar sobre la puya y que ya ha sesgado el caballo

hacia la izquierda para dejarle libre la salida hacia su terreno, que será el de la izquierda.

Albores del siglo XX. Un toro, aparentemente ha entrado al caballo y se ha repuchado para recargar. El picador, lo que

está haciendo es volver a colocar el caballo de frente para volver a practicar la suerte en rectitud.

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Un toro abanto, manso, se piensa entrar al caballo. El picador sabe que intentará salirse de la suerte, por lo que avanzará

ligeramente el caballo para cerrarle la salida.

Era, como puede apreciarse, una tauromaquia a caballo riquísima, de infinitos matices. Pero

había más. Por una parte que los caballos estaban en el ruedo antes de que saliera el toro, con lo al

salir éste y producirse el inicial encontronazo, se practicaba la suerte de picar a toro levantado que,

en sus fundamentos, participaba en esencia de la descrita como suerte de picar en rectitud.

Un toro acaba de salir del chiquero y lo primero que se ha encontrado es al picador, al que embiste descompuesto. Lo

que está intentando el piquero es despedirle, para lo que antes le ha dejado libre la salida hacia su terreno.

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También tenía vigencia la de picar a caballo atravesado, casi excepcional para los toros

aquerenciados junto a tablas, y otra suerte bellísima, que demandaba un gran dominio de la montura

y una maestría sin mácula: la suerte de picar a caballo levantado, la cual, básicamente, consistía en

sesgar el caballo hacia la izquierda hasta casi ponerle perpendicular a la embestida del toro. Y una

vez que el burel llegaba a jurisdicción, el picador levantaba el equino de manos, lanzaba el palo y

buscaba salir de la suerte por los cuartos traseros del toro, mientras éste pasaba bajo el cuerpo

elevado del caballo.

Suerte de picar a caballo atravesado

Vicente Pastor y Rodolfo Gaona presencian la suerte de picar a caballo levantado. La más bella y la más torera de todas.

Montes, como una reminiscencia que ya no se practicaba en su tiempo, habla de la suerte

del señor Zahonero o verónica a caballo, cuando penco y astado se situaban paralelos a las tablas y

con sus respectivas rectitudes enfrentadas y también paralelas, al modo de esa suerte fundamental

de la verónica.

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La edad de oro de este toreo a caballo tuvo que extenderse no mucho más allá de la época de

Paquiro, aproximadamente hasta la mitad del siglo XIX. La suerte de varas consistía en la

reiteración de las entradas del toro al desprotegido caballo, al amparo de lo cual fue desarrollándose

el toreo de capa. La lidia, entonces, descansaba sobre este primer tercio y sobre el momento

emotivo pero fugaz de la estocada. La puya de limoncillo, que exigía picar de arriba abajo,

aseguraba lo muy limitado del castigo que sufría el toro.

La decadencia de la suerte de varas

Pero el toreo evolucionaba. Fue ampliándose el de muleta gracias a Cúchares y pronto los

toreros demandaron un toro más y mejor picado. La puya fue evolucionando al amparo de esa

demanda para hacerse más dañina y los toreros, especialmente Guerrita con su “déjale que

romanee”, impusieron una lidia a caballo en la que salvar al equino era lo de menos, pues lo

sustancial era picarle a conciencia para que llegara ahormado al último tercio y permitiera un mayor

lucimiento.

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Los terrenos en la suerte del señor Zahonero

Terrenos del toro

Terrenos del picador

Evolución de la puya. La primera, de limoncillo, es la que se empleaba en tiempos de Pepe Hillo. La segunda,

abarrilada, mucho más rebajado el tope, es la de 1896, en tiempos de Guerrita. La tercera, aún más mortífera, sin tope,

es de 1906. Del libro “Suerte de Vara”. Diputación de Valencia.

Nimes, 25 de septiembre de 1898. Beao, montando un caballo con peto, se desentiende de la suerte y “deja romanear” a

un toro ante la impasible mirada del Guerra, en las afueras, y de sus banderilleros, que nada hacen por sacar al toro del

caballo.

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Pamplona, julio de 1914. El picador Chanito pica caído y a conciencia desatendiéndose de la suerte del caballo. El

bastardeo de la antaño bellísima y emotiva suerte de picar estaba ya servido.

Es curioso pero en los primeros años del siglo XX, esas revistas gráficas a las que hacíamos

referencia, siguen llenado sus páginas de escenas, más o menos cruentas, de la suerte de varas.

También dan testimonio de que en Francia y Portugal la suerte se practicaba con un peto bastante

sucinto. Pero sigue la suerte de varas vigente en sus fundamentos, tal y como la normalizó Paquiro.

El vuelco se produjo durante la Edad de Oro del toreo. Era esta etapa de tan gran brillantez que esas

revistan ya muestran muy pocos pasajes de la lucha de toro y caballo, y sí escenas del toreo de capa

pero, sobre todo, de muleta, pues el arte de José y Juan todo lo llenaba. Poco después llegaría el

peto pero esto ya es otra historia. Una historia tan poco romántica y tan diferente que mejor que la

cuenten otros.

Notas:

(1) Sevilla en la Historia del Toreo. Luis Toro Buiza.

(2) Cádiz, origen del toreo a pie. Guillermo Boto Arnau.

(3) Combat de Taureaux en Espagne. Emanuel Witz.

(4) Precisos Manejos y progresos del arte del toreo. José Daza

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