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1 Título EFECTOS DESINTEGRADORES DE LAS POLÍTICAS DE INTEGRACIÓN 1 Autoría Rubén Lasheras Ruiz ([email protected]) Edurne Jabat Torres Madalena d'Oliveira-Martins Ignacio Sánchez de la Yncera Resumen La comunicación plantea una pregunta de fondo sobre qué imbricación hay entre las políticas sociales, con su pretendida dimensión integradora, y la emergencia de concepciones y actitudes de respuesta (difícilmente identificables con valores y lógicas de integración), que se producen entre las personas destinatarias de esas políticas. Es más, nos preguntamos si es precisamente su diseño y, especialmente, la articulación cotidiana de estas políticas las que impulsan ciertas concepciones y procederes desintegradores. El trabajo identifica cómo personas usuarias de la Renta de Inclusión Social (RIS) en Navarra no solo reciben un recurso económico, sino también recursos simbólicos que, en muchas ocasiones, carecen de la dimensión integradora para la que están constituidos. La hipótesis de partida señala que el acceso a esos recursos se establece en un marco simbólico que, en cierto modo, redefine la situación de las personas usuarias, a veces en un sentido escasamente inclusivo. Como resultado, estas pautas y valores intrínsecos a las ayudas son significativamente interiorizados y reproducidos por las personas perceptoras, alimentando nuevamente la lógica menos integradora. 1 Este trabajo puede encuadrarse en las actividades correspondientes al proyecto nacional CSO 2014- 51901-P “Políticas de inclusión en las CCAA. Ubicación en el contexto europeo y respuesta a las nuevas situaciones”

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Título

EFECTOS DESINTEGRADORES DE LAS POLÍTICAS DE INTEGRACIÓN1

Autoría

Rubén Lasheras Ruiz ([email protected])

Edurne Jabat Torres

Madalena d'Oliveira-Martins

Ignacio Sánchez de la Yncera

Resumen

La comunicación plantea una pregunta de fondo sobre qué imbricación hay entre las políticas

sociales, con su pretendida dimensión integradora, y la emergencia de concepciones y

actitudes de respuesta (difícilmente identificables con valores y lógicas de integración), que

se producen entre las personas destinatarias de esas políticas. Es más, nos preguntamos si es

precisamente su diseño y, especialmente, la articulación cotidiana de estas políticas las que

impulsan ciertas concepciones y procederes desintegradores.

El trabajo identifica cómo personas usuarias de la Renta de Inclusión Social (RIS) en Navarra

no solo reciben un recurso económico, sino también recursos simbólicos que, en muchas

ocasiones, carecen de la dimensión integradora para la que están constituidos. La hipótesis

de partida señala que el acceso a esos recursos se establece en un marco simbólico que, en

cierto modo, redefine la situación de las personas usuarias, a veces en un sentido escasamente

inclusivo. Como resultado, estas pautas y valores intrínsecos a las ayudas son

significativamente interiorizados y reproducidos por las personas perceptoras, alimentando

nuevamente la lógica menos integradora.

1 Este trabajo puede encuadrarse en las actividades correspondientes al proyecto nacional CSO 2014-

51901-P “Políticas de inclusión en las CCAA. Ubicación en el contexto europeo y respuesta a las nuevas

situaciones”

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Este trabajo tiene su origen en la solicitud de la Dirección General de Inclusión y Protección

Social del Departamento de Derechos Sociales del Gobierno de Navarra para diagnosticar y

recabar propuestas concretas que fuesen incorporadas al proceso abierto de modificación de

la Renta de Inclusión Social (RIS). El proceso, a través de tres grupos focales, trataba de

incorporar la voz de un grupo tradicionalmente excluido de procesos deliberativos, logrando

así atender una de las dimensiones centrales para la inclusión: el acceso a oportunidades de

participación política y social.

Entre los resultados del análisis que apuntan a la reproducción de lógicas no integradoras se

han identificado discursos tendentes a la responsabilización individual por las situaciones de

vulnerabilidad, la exigencia a los servicios sociales de mayor control sobre el propio

endogrupo —en paralelo con una asunción del deber de auto-control—, o la demanda de

impulso al emprendimiento como vía de acceso al mercado laboral.

Nuestro análisis repara también en la dimensión emocional como realidad presente en el

proceso de acceso a estos recursos, siendo especialmente recurrentes emociones como la

vergüenza o la culpa, en relación con la señalada interiorización de los juicios

responsabilizadores. Además, en las dinámicas grupales resultaba patente una tensa

disonancia entre el sentimiento de compasión, empatía y solidaridad para con las otras

personas usuarias, y la hostilidad y suspicacia que también emerge al ser situadas como

rivales en la competición por los recursos sociales.

Palabras clave

Vulnerabilidad, política social, RIS, efectos desintegradores, control social, autoinculpación,

sociología de las emociones

Introducción: desde un ejercicio propositivo

Esta comunicación tiene su origen en la solicitud de la Dirección General de Inclusión y

Protección Social del Departamento de Derechos Sociales del Gobierno de Navarra para

diagnosticar y recabar propuestas concretas que fuesen incorporadas al proceso abierto de

modificación de la actual Renta de Inclusión Social (en adelante, RIS) que está teniendo

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lugar, en el marco del compromiso establecido por las cuatro formaciones firmantes del

acuerdo programático de gobierno en la presente legislatura.

El proceso, a través de tres grupos focales, trataba de incorporar la voz de un colectivo

tradicionalmente excluido de procesos deliberativos, logrando así atender una de las

dimensiones centrales para la inclusión: el acceso a oportunidades de participación política

y social. Por tanto, el impulso de un proceso propositivo entre las personas usuarias de la RIS

nace de su definición como poseedoras de información imprescindible y trascendente para

las actuaciones en ese ámbito. En consonancia con esta demanda, eran tres los principales

objetivos que se planteaban inicialmente:

1. Realizar una aproximación diagnóstica a la realidad actual de la RIS.

2. Incorporar las reflexiones de las personas usuarias al proceso abierto de modificación

de la RIS.

3. Recoger propuestas concretas que puedan ser consideradas en el proceso deliberativo

y constitutivo del nuevo dispositivo de ingresos mínimos.

El desarrollo metodológico, con un peso importante en esta comunicación, deparó una serie

de resultados que impulsaron la reflexión que ocupa el documento: la identificación de

procederes o lógicas no integradoras que nacen de políticas supuestamente integradoras.

En este sentido, como se comprueba en los siguientes apartados, se han identificado discursos

tendentes a la responsabilización individual, la exigencia de mayor control sobre el propio

endogrupo —en paralelo con una asunción del deber de auto-control—, o la demanda de

impulso al emprendimiento como vía de acceso al mercado laboral. Nuestro análisis repara

también en la dimensión emocional como realidad presente en el proceso, siendo recurrentes

emociones como la vergüenza o la culpa. Además, destacaba especialmente la tensa

disonancia entre el sentimiento de compasión, empatía y solidaridad para con las otras

personas usuarias, y la simultánea hostilidad y suspicacia, al ser presentadas como personas

rivales en la competición por los recursos sociales.

Marco teórico y contextual

Estado de Bienestar, mercado laboral y políticas sociales

Nuestro contexto no se entiende sin el “Estado del Bienestar”: el referente de las

orientaciones que han apuntalado aquella aspirada “seguridad” básica en el escenario de lo

social. Aunque, en rigor, podría afirmarse que no procedemos de él, no hay duda de que en

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las últimas décadas nos hemos venido conformando hacia tal Estado. Como resultado, las

propuestas sociales de alcance colectivo se fueron convirtiendo en la legitimidad básica del

Estado democrático de derecho y en su referente. Es decir, han configurado nuestros

estiramientos y proyecciones, colectivos y personales y, de rebote, nuestras propias

identidades.

La clave del Estado del Bienestar fue la llamada “ciudadanía laboral” (Alonso 1999, 2000,

2003, Alonso y Fernández, 2013). Una época singular por sus contrastes sobre el

valor/trabajo. Durante siglos fue un estigma, una especie de secuela del pecado (original), o

el signo de una “pertenencia a lo elemental, a lo productivo y a lo reproductivo del mundo”

que, incluso, podía provocar “la exclusión de aquellos que en él debían encontrar su modo

de vida” (Moscoso, 2003: 16). A partir del Renacimiento, el trabajo conquistó una posición

central (cf. Marín, 1997), como “medida de todas las cosas” (Moscoso, ibidem) y vinculado

a la ciudadanía (con sus derechos y deberes). El trabajo devino así en el eje del orden social,

es decir, su elemento constitutivo. El trabajo articulaba las identidades, la distribución de

roles y la adscripción de estatus. En suma, constituía la clave del reconocimiento y de la

aceptación social (Honneth 1997, 2010, Habermas 1999). De igual modo, el “individualismo

institucionalizado” (Alexander 1985; Parsons 1962, 1968) —con todo su prestigio

axiológico— se apoyaba en la situación laboral y el derecho al trabajo. Nos referiremos desde

la noción “laborismo” a este protagonismo (centralidad) del trabajo que, por tanto, se

convierte en centrífuga, marginadora y excluyente de las personas sin empleo.

Pero cuando el trabajo parecía vertebrar la inclusión y la organización de lo social, empieza

a cuestionarse su protagonismo (Moscoso, 2003). En las últimas décadas se producen

posicionamientos que indican una pérdida (paulatina) de protagonismo, e incluso de una

“crisis del trabajo” que tiene incidencia no solo en su condición de recurso escaso sino

también en la articulación de las identidades y del reconocimiento social (Alonso, 1999,

2003). Los motivos de tal pérdida son diversos2 y se agravan con la crisis socioeconómica,

2 Hace unos años Moscoso sintetizaba aquellos factores que impulsaba a pensar en la pérdida de la aludida

condición axial del trabajo: “Porque es cada vez más escaso, porque las sociedades occidentales avanzadas

se han vuelto altamente productivas y necesitan cada vez menos trabajo humano, porque podemos vivir

igual que hasta ahora trabajando menos, porque todo ello permite desalojar al trabajo del centro de nuestras

vidas, porque aflora una nueva cultura del ocio, o del trabajo temporal y voluntario, o del terciario avanzado,

de la movilidad y la polivalencia, o una sociedad en la que la mayoría de sus miembros tiene sus necesidades

básicas cubiertas o, en fin, porque se nos viene encima una compleja sociedad de la información que

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que acentúa la vulnerabilidad masiva, característica, según Castel (1997), de las sociedades

postindustriales: un cuerpo social [cada vez más amplio] sobre el que se ciernen —como una

realidad probable y cercana— la vulnerabilidad y sus riesgos.

Son precisamente estos riesgos los que generalmente tratan de enfrentar las políticas

sociales3. En nuestro caso, centraremos inicialmente la atención en las políticas de activación.

Barbier las identifica cuando se establece un vínculo (generalmente reglamentario) entre la

protección social y las políticas de empleo y del mercado de trabajo (cit. en Pérez Eransus,

2005: 122). Aunque, originariamente, la activación no consideraba la participación de

aquellos grupos más alejados del mercado laboral, como ocurrió en la Suecia de los años

cincuenta, la crisis del empleo de los ochenta provocó que los países europeos apostaran “por

las políticas de activación como una buena medida para asimilar los niveles de cualificación

de las personas desempleadas a las necesidades del mercado laboral” (Torres, 2014: 92). En

los años noventa, paralelamente a un descenso del desempleo y, por tanto, mayor

disponibilidad de puestos de trabajo, se extiende la exigencia de condicionamientos laborales

para el cobro de prestaciones asistenciales (Pérez Eransus, 2005: 309). Este proceder supone

un salto cualitativo desde la concepción de derechos incondicionales a un escenario de

derechos condicionados y principalmente vinculados a la incorporación laboral. Esta

estrategia se ha identificado desde dos objetivos muy distantes. Por un lado, en los países

socialdemócratas la activación respondería a una apuesta rehabilitadora o integradora a través

de la vía del empleo. Es decir, situar éste como factor central frente a la exclusión social. Por

otro lado, la apuesta de países como EE.UU. estaría más enfocada en un ejercicio disuasorio

ante el “riesgo de cronificación” en la zona de asistencia. Por tanto, se aspiraría a reducir el

gasto social y promover la aceptación de trabajos precarios (Pérez Eransus, 2005; Torres,

2014). Esta lógica se apreciará de forma especialmente nítida en la articulación de los

sistemas de garantías de ingresos mínimos que ocupan esta comunicación.

requiere «emplear» cantidades cada vez menores de «trabajadores» tal y como hasta hoy los hemos

conocido” (Moscoso, 2003: 16)

3 “Toda la «moderna» política social —y más concretamente el área de servicios sociales— encuentra su

legitimación convencional en la siguiente formulación: ante la evidencia de que en nuestras sociedades

existen grupos y capas sociales cuyas necesidades no son adecuadamente cubiertas por la propia dinámica

social, se requiere una aportación de recursos por parte de instituciones específicas (estatales o privadas).

Así, la función social de las mismas sería evidente por sí misma: ante unos problemas sociales (que «están

ahí») se organizan unas respuestas que pretenden paliarlos o resolverlos” (Colectivo IOE, 1988: 109).

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Una lógica de responsabilización individual frente a los riesgos del mercado

“No existe la sociedad, solamente los individuos y sus familias”. Como en otros muchos

análisis se ha realizado, identificamos en estas palabras de Margaret Thatcher (1987) algunas

pistas sobre el modo en el que se construye nuestro objeto de estudio: la articulación

desintegradora de las políticas de integración.

La naturalización del mercado como distribuidor, combinada con una exaltación de la

libertad (la de tomar decisiones racionales) depositaba sobre las personas la responsabilidad

de solucionar sus problemas, minimizando la responsabilidad del Estado (Arnal et al., 2013).

Tales discursos tuvieron evidente influjo sobre la acción ciudadana ante los problemas

sociales y, por consiguiente, sobre las políticas públicas: los problemas sociales se hacían

“asuntos personales”.

Este fenómeno se ha visto reforzado en el presente escenario donde la universalización de la

culpa endosa la génesis y el desarrollo de la crisis al conjunto de la ciudadanía (Zurdo y

López, 2013). El resultado: la idea del compromiso individual —o la de su ausencia—

aparece en la base de las explicaciones del endeudamiento, del alivio de la pobreza o de la

capacidad de conseguir un empleo (Arnal et al., 2013). Es decir, en los previamente señalados

espacios de demanda de las propias políticas sociales.

En plena zozobra del Estado de Bienestar, al reivindicar (legítimamente) la democracia social

y su Estado, la nostalgia se apodera de un mitificado Estado “laborista”. Esto ocurre cuando

se exige la máxima cautela con cualquier organización de la vida democrática que se refiera

a un Estado social desde el eje axial del trabajo: como si alguna vez hubiese sido posible una

(auténtica) solidaridad social integradora en clave de empleo, sobre todo ahora, cuando es

completamente inverosímil, incluso en su versión onírica.

El despedazamiento de la seguridad del EB y la inadecuación (creciente) de las

representaciones de la ciudadanía en clave laboral ofrecen un terreno propicio para otras

formas de representación de la actividad social que permitan iluminar actividades

postergadas, o incluso desdeñadas4, de fuerte carga identitaria.

4 “Para el caso particular de las mujeres jóvenes —funcionando como identidad minoritaria y minusvalorada

en el conjunto de derechos de inclusión y obligaciones de contribución que conforma la ciudadanía social

y laboral de corte «wellfarista»—, una red de prejuicios, preconstrucciones y representaciones sociales

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Por otra parte, en sentido contrario al desentendimiento individualista —que lo confía todo a

lo particular: comparece la promoción de la persona —de su dignidad—, que se había ido

produciendo en paralelo al desarrollo del Estado democrático (¿y social?): el sentido

(europeo) de la articulación colectiva enlazaba con el amparo de lo personal (en plural). No

se puede perder esa pista: correspondencia (mutua) entre la afirmación de las colectividades

y la promoción de las vidas personales, al amparo de sus derechos (crecientemente)

reconocidos como inherentes a su dignidad (Joas, 2013; Wagner, 1997). Habíamos aprendido

a vivir en un régimen de aseguramiento (“seguridad social”) para las vidas personales de

responsabilidad colectiva. Pero hoy estamos en una coyuntura donde la (buena) organización

de lo social va en dirección contraria: las personas son “responsables” de asegurarse la vida,

con el sudor de su esfuerzo privativo.

Lo personal —ámbito de bienestar y conflicto— se resiste al tratamiento colectivo que le

corresponde, atravesado por condicionamientos estructurales —inseparable de ese interior

único de los vínculos relacionales de su socialidad (Winnicott 1972)— sus tensiones y

ambivalencias se tratan como solo subjetivas, reduciéndolas al coto individual: cosa de cada

uno.

Por último, queremos apuntar como hipótesis la no-igual capacidad para interiorizar esta

responsabilización: la diversidad al asumir esas responsabilidades que nos endosan [a las

personas] al desmantelarse el bienestar. En la base empírica de nuestros trabajos se nota que

esa autorresponsabilización presionante es (mucho) más fácil de naturalizar —o más

llevadera— en los enclaves (mejor) dotados de instalación social —y de autonomía y

autorrealización expresiva—.

Criminalización y competencia por recursos escasos

Especialmente ligado al proceso de responsabilización individual se inicia una manifiesta

extensión de discursos (y prácticas) enmarcadas en la esfera de la criminalización y la

competencia por recursos.

Estudios empíricos previos nos permitían identificar la emergencia de valoraciones

[estructurales] de la situación convivencial, que ponen nombre al efecto de la crisis en la

invisibilizaba, temporalizaba y subordinaba la participación de este grupo en la formación de la propiedad

social que origina los derechos de redistribución” (Alonso 2003:132).

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polarización de lo social. Esta captación iba en dos direcciones principales: las personas que

han sufrido un importante descenso social y las personas que biográficamente han estado en

posiciones vulnerables.

La extensión de la vulnerabilidad ha producido una recategorización en el espacio de la

pobreza que impulsa la competencia. La definición de un escenario de recursos limitados,

tras un escenario de abundancia relativamente reciente, dispone un contexto de competencia

con consecuencias en dos direcciones principales. Por un lado, no se problematiza la desigual

distribución de los recursos existentes, obstaculizando la objetivación estructural de las

desigualdades. Por otro, al confinar el problema de la escasez sobre unas capas sociales

concretas, éstas asumen una lógica de competencia interna. Es decir, la insuficiencia de

recursos (empleo, ayudas, etc.) engendra pugnas en el acceso convirtiendo a determinados

grupos en chivos expiatorios de la presente crisis. Este hecho amenaza la convivencia

cotidiana (Lasheras, 2015). Con ello, la propia definición social acordada sobre el ejercicio

de la intervención social se sitúa también en riesgo y es precisamente este tipo de discursos

los que identifica el presente trabajo.

Diversos análisis han reparado en los cambios en la composición del espacio de la pobreza.

Por un lado, se estigmatiza a un grupo de personas pobres (catalogadas como “las de

siempre”) que, ya antes de la presente crisis, “vivían de los subsidios públicos” y de

actividades consideradas moralmente inaceptables. Por otro, se identifica otro grupo

compuesto por personas (aquellas históricamente situadas “a salvo” de los efectos de la

pobreza) ahora damnificadas por los impactos de la crisis pero susceptibles de reintegrarse

en espacios “normalizados”. Este último grupo ha sido a menudo identificado como el más

representativo de la “nueva pobreza” y es generalmente señalado como merecedor de una

asistencia pública. Por el contrario, los colectivos situados previamente en ese espacio,

definidos incluso como “casos perdidos” y cargados de atribuciones negativas (promotores

del fraude, escasos de voluntad, incapaces de gestionar el dinero, predispuestos a la

delincuencia, etc.), son cuestionados en su acceso a la protección y, por tanto, doblemente

excluidos. En definitiva, se establece una dicotomía entre los “buenos pobres” y los “malos

pobres” (Sales, 2014). Este hecho respondería a una de las manifestaciones de la nueva

desigualdad. Frente a las representaciones históricas de la desigualdad intergrupal (la

derivada de diferenciadas categorías sociales correspondientes a grandes morfologías

colectivas), actualmente prevalece una desigualdad en el seno de los mismos grupos. Es

decir, la desigualdad no se representa exclusivamente entre clases o colectivos situados

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objetivamente en una determinada posición social frente a los derechos o al uso de los

recursos, sino que se exhibe también en el interior de los grupos (Torres López, 2004). Por

ello, las lógicas de desaprobación se extienden incluso a realidades cotidianas compartidas

como, por ejemplo, el barrio (Aliena, 1999). La permanencia de la crisis y la austeridad

vaticinan el incremento de antagonismos que impulsan conflictos entre personas y colectivos

en las situaciones más precarias. En este marco, la población inmigrante, omitiendo la

capacidad productiva que se le requirió en épocas de abundancia, adquiere la condición de

chivo expiatorio y se le sitúa como “apropiadora” de recursos y responsable directa de la

situación de crisis (Zurdo y Serrano, 2013). Se crea, por tanto, un contexto propicio para la

extensión de actitudes de carácter xenófobo y racista. Y, por extensión, tal como se

comprueba en el apartado de resultados, se construye un escenario con fuertes afecciones en

el desarrollo de las políticas públicas.

Diseño y desarrollo metodológico: grupos focales

El trabajo se inicia con una sesión de encuentro previa con los diferentes agentes necesarios

para el adecuado desarrollo de la investigación: dirección técnica, responsables y

trabajadores/as sociales de las diferentes localidades seleccionadas. La finalidad es hacerles

partícipes del proceso completo y abrirlo a cualquier tipo de sugerencia, siendo cardinal la

centralidad de los y las profesionales.

El encuentro se realiza a finales de noviembre de 2015 y en él se presentan los objetivos de

la investigación y sus contenidos, las características técnicas de la herramienta metodológica

seleccionada y el instrumento construido para proceder a la selección de las personas

participantes. Por último, se calendarizó el desarrollo de los grupos en cada una de las

localidades.

Técnica y finalidad

La metodología seleccionada, acorde con los objetivos del trabajo, fue el denominado “grupo

focal”. El grupo focal es una técnica cualitativa de investigación utilizada para conocer y

comprender en profundidad la vivencia de personas que comparten determinadas

características, y que por su situación o posición social disponen de información muy valiosa

y difícilmente accesible desde otras técnicas de prospección.

El grupo focal fue considerado como la técnica más apropiada para este estudio porque, a

diferencia del grupo de discusión, permite desarrollar la dimensión propositiva que era uno

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de los objetivos centrales del estudio. La rigurosa selección de las personas participantes y la

dimensión participativa de la técnica posibilitaron tanto el acceso a la información como la

recogida de propuestas de mejora.

El carácter grupal de la técnica, por otro lado, ayudó a establecer el nosotros grupal como

marco común de referencia, de modo que las personas expresaron o elaboraron su testimonio

individual dentro de los límites de lo compartido por todos y todas, aunque en el propio

desarrollo emergieron en ocasiones perspectivas encontradas.

Como es sabido, para lograr un espacio cómodo y horizontal que invitase a compartir y

participar, era importante tratar de evitar relaciones de poder entre las personas del grupo, así

como entre los y las prescriptores/as —investigadores/as— y las personas del grupo. La

cuidadosa selección de los/as participantes y el desarrollo de la dinámica atendieron con

especial cautela a estas dimensiones. Cabe señalar que la condición académica de las

personas encargadas de la dirección del grupo permitió, en parte, esquivar algunos de los

discursos comunes compartidos que se despliegan en el espacio de la intervención social.

Dado que el tema y la posición social de los/as miembros del grupo fueron, en gran medida,

similares, la dinámica facilitó la construcción de un clima emocionalmente seguro y cómodo,

de manera que los discursos recabados permitieron profundizar, interpretar y comprender las

actitudes para alcanzar los niveles emocionales y los significados ideales que configuran el

sustrato motivacional.

El grupo focal, como marco de interacción abierto, tiene por objetivo el intercambio de

vivencias, opiniones, valoraciones y propuestas en el marco de una interrelación directa cara

a cara. La labor de los/as prescriptores/as —investigadores/as–— fue facilitar esa interacción

colectiva, delimitando el tema y orientando la conversación hacia los objetivos de la

investigación, pero evitando el dirigismo que pudiera condicionar la propia espontaneidad

discursiva.

Espacios

La selección de los espacios resulta una cuestión determinante también para la dinámica, ya

que debían ser lugares cómodos, silenciosos, accesibles, cercanos y acogedores. También

debían ser escenarios ideológica o socialmente neutros, que facilitaran la familiaridad, la

comodidad y la participación en libertad. Tampoco era menos relevante considerar otros

elementos como, por ejemplo, la presencia de luz agradable, mesas, sillas suficientes y

espacio adicional para compartir un encuentro posterior, de carácter informal, donde preparar

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un pequeño cáterin, una vez finalizada la dinámica. En la selección fue central la labor de los

y las trabajadores/as sociales de Iruña/Pamplona, Tutera/Tudela y Lizarra/Estella, que al

conocer la realidad de los distintos municipios, escogieron lugares que cumplían con las

características demandadas.

Ilustración 1. Imágenes de los lugares de desarrollo

TUDELA / TUTERA

Centro Cívico Rúa

PAMPLONA / IRUÑEA

Palacio Condestable

ESTELLA / LIZARRA

Biblioteca Pública

Imagen del exterior

Imagen del exterior

Imagen del exterior

Imagen del interior

Imagen del interior

Imagen del interior

Imagen del escenario

Imagen del escenario

Imagen del escenario

Fuente: Elaboración propia

Diseño de la muestra

La muestra de los grupos focales fue cualitativa, es decir, no pretendía ser representativa del

universo estudiado en cantidad y proporciones. Buscaba, en cambio, recoger suficiente

heterogeneidad de situaciones altamente significativas, dentro de un marco común

homogéneo.

En este caso, el diseño muestral se hizo atendiendo a dos dimensiones: las características

diversas de las personas perceptoras de la RIS y la posible incidencia de situaciones

diferenciadas como, por ejemplo, la variable rural/urbano. Esta última variable fue

especialmente atendida al constatarse como significativamente incidente en la construcción

de los discursos. Por eso, si bien inicialmente se pensó en dos grupos focales, uno en la

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capital, Iruña/Pamplona, y otro en Tudela/Tutera (localidad ubicada en la Ribera de Navarra

y, con 35.000 personas, es el segundo municipio en número de habitantes). Finalmente se

incluyó un tercer grupo en Lizarra/Estella (localidad de aproximadamente 15.000 habitantes),

para poder incluir aspectos que podrían quedar poco visibles en los otros grupos.

El diseño de los grupos se planteó con la ayuda de una tabla de atributos que recoge, de forma

organizada y sistemática, las variables y características más significativas que responden a la

diversidad de personas perceptoras de la Renta de Inclusión Social (RIS).

Para la conformación de los grupos se tuvo en cuenta la siguiente relación de atributos: edad,

sexo, origen, tiempo de percepción de la renta, fase actual (reciente incorporación o en riesgo

de finalización), existencia de interrupciones en la percepción, retrasos, situación

administrativa actual, estructura familiar, tipo de conformación del hogar (unidades

familiares diferentes en el mismo hogar), posible activismo social o político.

Todas estas características se tuvieron en cuenta al configurar los tres grupos. Pero se diseñó

el grupo de Lizarra/Estella para trabajar de forma específica el vínculo entre la prestación y

el mundo laboral, que asume unas características particulares, como es el caso de las personas

perceptoras de la RIS que complementan la ayuda con el empleo. Esta localidad presenta una

adecuada combinación de elementos que permiten este análisis.

En la siguiente ilustración se recogen de forma detallada los diferentes atributos y variables

consideradas para la selección de la muestra:

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Ilustración 2. Variables consideradas en la selección de las personas participantes

Datos del contacto

Harremanetan jartzeko datuak

Nombre

Teléfono

Aviso

Confirmación

Edad Adina

18-24

25-44

45-55

Mayor de 55

Sexo Sexua

Femenino

Masculino

Origen Jatorria

Extranjero (atendiendo distintas nacionalidades)

Etnia gitana

Autócton@s

Tiempo Denbora

Corta duración

Media-Larga duración

Muy larga duración

Fase Fasea

Reciente incorporación

Riesgo de finalización

Interrupción Etenaldiak

Trabajo

Salida al extranjero

Otros motivos

Retrasos Atserapenak

Corto

Largo

Situación administrativa Egoera administratiboa

Sin papeles

Nacionalizado o doble nacionalidad.

Permiso permanente

Permisos temporales

Convivencia en el hogar

Bizikidetzaren egoera

Nuclear

Extensa

Monoparental-Monomarental

Unipersonales

Varias unidades familiares en el hogar (único perceptor)

Varias unidades familiares en el hogar (varios perceptores)

Activismo social/político Giza eta politika ekintza

No

Complementos Osagarriak

Otras prestaciones (pensiones, etc.)

EMPLEO intermitente

EMPLEO relativamente estable

EMPLEO en economía sumergida

Subsidios desempleo

Otras realidades

Fuente: Elaboración propia

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Desarrollo metodológico

Como se constata en la tabla siguiente, el diseño metodológico, a pesar de las lógicas

dificultades de agenda, logró que los grupos se concentraran temporalmente en una misma

semana. Con ello se trataba de evitar la concurrencia de acontecimientos ajenos al desarrollo

de los grupos que condicionaran sus contenidos.

Ilustración 3. Fechas de desarrollo

Tudela / Tutera Pamplona / Iruñea Estella / Lizarra

Fecha / Data 16/12/2015 17/12/2015 18/12/2015

Hora / Ordua 10:00 10:00 15:00

Asistentes 10 8 6

Fuente: Elaboración propia

En todos los casos la selección de personas y las labores de contacto y convocatoria realizadas

por los y las trabajadores/as sociales de las tres localidades respondió perfectamente a los

requisitos del diseño, de forma que, como era previamente adelantado, las dinámicas grupales

fueron muy satisfactorias tanto en asistencia como en aportaciones realizadas. Cabe destacar,

en especial, la alta motivación y la intensa voluntad de colaboración de las personas que

participaron en los distintos grupos focales. De hecho, la duración de las dinámicas grupales

se situó entre los 95-98 minutos en los tres casos, ajustándose al planteamiento previo. Se

recogió un gran volumen de información diagnóstica y un muy significado número de

propuestas concretas que, además, fueron enunciadas de forma explícita en la mayoría de las

ocasiones. Todos los grupos contaron con la doble presencia técnica para garantizar las

funciones de facilitación y observación, la cual permitía, además, eludir posibles barreras de

género para la comunicación y participación.

Atendiendo a la herramienta utilizada, se logró la presencia de todas las variables

consideradas en el diseño de la muestra. Aunque este objetivo no se completó en todos los

grupos (ya que ésta no era específicamente la finalidad del diseño planteado), sí se consiguió

dicha presencia de todas las variables para el conjunto de los tres grupos desarrollados. En

esta dirección, el desarrollo de la dinámica corroboró también la pertinencia de una atención

específica a la realidad “RIS complementada con empleo” como situación suficientemente

diferenciada. En el grupo Estella/Lizarra se dieron cita aspectos que en los otros dos grupos

no habían sido explicitados.

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Por último, son destacables dos elementos finales sobre el desarrollo. En primer término, la

articulación de un detallado guión con los aspectos centrales para cada uno de los grupos. El

guión contenía los aspectos básicos de la presentación (agradecimiento por la asistencia,

finalidad de la sesión, duración del encuentro, lógica de las intervenciones, garantía de

anonimato y solicitud de consentimiento para la grabación). Tras ello se buscó el comienzo

de los tres grupos a través de una pregunta sencilla, directa y con gran apertura que permitiera

dar espacio a la espontaneidad discursiva. La pregunta era: ¿qué supone para vosotros/as la

RIS? Tras las primeras intervenciones se abordaban el resto de contenidos: cuantías,

información, compatibilidad, procedimientos, condición de derecho, etc.

Por último, tras el desarrollo de los tres grupos y en el propio escenario, se procedió a un

intercambio de impresiones entre el personal técnico del grupo para identificar los aspectos

centrales que habían constituido el desarrollo de los grupos. Este ejercicio buscaba en la

inmediatez un recurso central para garantizar la adecuada selección posterior de contenidos

que facilitaran el análisis.

Resultados

Aunque la comunicación acentúa y trata de la identificación de discursos que apuntan hacia

la existencia de lógicas desintegradoras, es una evidencia que muchos de los discursos

recogidos reparan precisamente en la finalidad integradora de las políticas sociales en los

términos previamente expuestos a través del marco teórico y contextual. Por ello, la

estructura expositiva se articula en las dos direcciones.

Precisamente el apartado de resultados quiere comenzar con esta dimensión integradora que

no puede negarse pero es en las lógicas desintegradoras donde reposa el cuerpo fundamental

del presente apartado.

La buscada capacidad integradora

A pesar de la centralidad de la comunicación en la identificación de los discursos que apuntan

a lógicas desintegradoras, es notorio y manifiesto que la dimensión integradora domina la

mayoría de los discursos. Este hecho muestra una evidencia con respecto a la natural y

simultánea presencia discursiva de aspectos aparentemente contradictorios. El siguiente

ejemplo ilustra con rotundidad la reconocida capacidad de la RIS para evitar la exclusión

social, y por tanto, la esperada dimensión integradora de la misma:

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“D- (…) Seguir haciendo la misma vida social. Yo, pues el poder salir, yo qué sé, a tomar un café con

las amistades, con las amigas, que sigas en el mismo círculo. A un nivel decente, ¿no? Emocionalmente

pues la ayuda pues te mantiene de eso.

JC- Sí, que no te quedes excluido.

D- Que, si no fuera por la ayuda, bueno, pues igual dices, pues te apartas, te vas apartando poco a

poco...

JC- Te obligan.

D- Pues este fin de semana igual no salgo con vosotras porque es que, a tomarme algo o lo que sea. Y

ya no estamos hablando de ir... Es ir a tomar un café. No estamos hablando de cenas, o de esas cosas.

Simplemente, mantenerte...

S- Sí, poder pagarte tu pote, tu consumición.

JC- Sí, sí.

D- Mantenerte en contacto con..., con la gente.

JC- Con la sociedad” (GE)

En este espacio, debe señalarse una cierta emergencia discursiva de lo que denominamos

“pobreza agraciada”. Con esta noción queremos indicar el peligro real de infraestimar el

grado de necesidad ante la emergencia pública de realidades de carencias extremas que,

incluso en personas con grandes necesidades, generan empatía.

“La verdad es que yo estoy muy agradecida (…) Sí que estoy muy agradecida porque si no, no sé qué

sería de mi vida (…) Estoy muy agradecida, de todas maneras.” (GP)

“V- Bueno, pues en mi caso estoy recibiendo porque yo estoy sola aquí. Y, también como todos, yo creo,

porque nos ayuda mucho y es una gran ayuda” (GE)

Resulta especialmente llamativo cómo se realizan autoevaluaciones relativamente

satisfactorias (en clave integradora) en escenarios de gran escasez. En la mayoría de las

ocasiones este ejercicio se produce como resultado de lógicas comparativas que toman la

peor de las situaciones posibles (indigencia, etc.) como referentes:

“Al- ...O sea, lo mismo otra persona que si tiene una minusvalía reconocida, no va a poder trabajar. Esa

persona sí que tendría que tener.

G- Claro. Hay gente peor, que necesitan más.” (GP)

Esta interiorización de una “distorsionada posición agraciada” impulsa también una especie

de empatía (o solidaridad) con las personas que son situadas en situaciones todavía más

vulnerables. Ello provoca que el propio recurso (la RIS) sea presentado como prestación que

tiene que ser destinada prioritariamente a este grupo de personas:

“Lamentablemente ella tiene una situación muy grave, que probablemente será continua, pero los que

podemos tenemos que salir lo más rápido posible para que otros puedan beneficiarse de esos

programas” (GP)

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“S – Como ha dicho aquí mi amigo, pues yo por lo menos intento mejorar profesionalmente para el día

de mañana poder trabajar y formar mi propia empresa, ¿no? O sea, esto es un tiempo, y trabajo día a

día para que el próximo tiempo que venga sea mejor. No solamente para mí, sino para todos.” (GT)

“Si ahora, si algún trabajo me va a hacer, yo me voy a quitar, porque esa ayuda es la gente que necesita.

Porque hay gente... Hay que buscar en el campo, todo, y yo lo voy a hacer. Yo me voy a otro sitio, me

voy a ir a trabajar, porque esta ayuda es para lo..., que claro, te va bien pero también tienes que buscar,

porque para cobrar la ayuda, llega y feliz” (GT)

Desde estas lógicas comparativas que propician la interiorización de una “posición

agraciada” y, consecuentemente, de una dialéctica de priorización que forma parte de la

propia articulación del dispositivo de ayuda —primero los que más necesitan—, se hace

patente la “gestión emocional” (Hochschild, 2011) que tienen que llevar a cabo los individuos

en situaciones de pobreza. Si por un lado se sienten agradecidos por recibir la ayuda, por otro

identifican casos —aún más extremos— en los que la ayuda es prioritaria. Es decir, se ponen

en un segundo plano con respecto a sus “pares” pero haciendo un esfuerzo continuo de

demostración de merecimiento que es el resultado de la competencia por recursos: nunca se

puede terminar de señalar alguien que esté peor, pero esa identificación no excluye la

necesidad propia. La situación de competitividad respecto a los recursos escasos puede dar

lugar a una naturalización de la vulnerabilidad extendida —que no es cuestionada por los

perceptores de la ayuda— y, a su vez, se identifica con un supuesto escenario de integración,

lo que nos dirige directamente al ejercicio expositivo que domina esta comunicación: el

señalamiento de los efectos desintegradores ocultos tras las políticas sociales como la RIS.

Efectos desintegradores

El siguiente apartado recoge dos dimensiones principales ligadas al señalado impulso

desintegrador de la RIS.

En primer término, atendiendo a la dimensión más material del recurso, se hará mención a

todas aquellas carencias o insuficiencias de la prestación que impiden poder identificarla

como netamente integradora. Vinculado a estas insuficiencias, y en clave procesual, se

abordará cómo el mantenimiento en los escenarios de escasez tiene efectos nocivos sobre las

propias condiciones de vida de los hogares que reciben la RIS.

En segundo lugar, como aspecto central de la comunicación, se reparará en la emergencia de

aquellos discursos que acentúan lógicas culpabilizadoras, criminalizadoras y de competencia

por recursos escasos.

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Por último, y de forma transversal en el despliegue de las dos dimensiones anteriores, se

profundiza en el efecto producido en el ámbito de las emociones y el modo en que éstas

expresan o materializan las señaladas lógicas desintegradoras. Asimismo, conviene señalar

que el escenario de los grupos propicia un espacio “artificial” con sus propias normas lo que,

a su vez, se verifica también en la dimensión emocional a través de las reglas de los

sentimientos5 que se siguen en estos escenarios (Hochschild, 2011).

Insuficiencias

Este espacio inicial, eminentemente diagnóstico, no cuestiona tanto la política como la

insuficiente dotación de recursos que la lastra. En esta dirección, serán señalados una serie

de ámbitos caracterizados (directa o indirectamente) por la escasez (privaciones) que, según

los testimonios recogidos, convierten a la RIS en un recurso insuficiente.

El espacio económico ha protagonizado históricamente la aproximación al espacio de la

exclusión. Las carencias económicas han representando uno de los vectores centrales en el

desencadenamiento de las situaciones de vulnerabilidad y, por ese motivo, han sido

articuladas políticas sociales (como es el caso de la RIS) que tenían por objetivo lograr la

integración garantizando el acceso a unos ingresos mínimos.

Sin embargo, en el proceso metodológico que protagoniza esta comunicación, una de las

principales evidencias es que la cobertura económica de la RIS es señalada como claramente

insuficiente. Este hecho tiene varios efectos desintegradores.

En primer término, dado que los recursos económicos constituyen la base para el acceso a

otros ámbitos (residencial, relacional, sanitario, etc.), la limitación de los mismos establece

5 Como explica Hochschild, “[l]as reglas del sentimiento definen lo que imaginamos que deberíamos y no

deberíamos sentir, y lo que nos gustaría sentir en una gama de circunstancias: muestran cómo juzgamos el

sentimiento” (2011: 121). En el caso de los escenarios de grupo es posible que los perceptores de la RIS

anticipen o definan qué emociones se pueden/deben sentir en el contexto. Si, por ejemplo, tienen

sentimientos contradictorios —rabia, porque creen que la ayuda no llega para sobrevivir y, a la vez, gratitud,

porque saben que hay personas en situaciones peores o que no reciben cualquier ayuda— es posible que,

dadas las circunstancias, decidan que deben sentirse agradecidos, haciendo la gestión emocional de suprimir

cierta rabia, por ejemplo, a través de recursos discursivos como la comparación (p. ej., “Al- O sea, lo mismo

otra persona que si tiene una minusvalía reconocida, no va a poder trabajar. Esa persona sí que tendría que

tener”). Ahora bien, en estos escenarios de grupo también rigen las reglas de expresión y de encuadre.

Conviene distinguirlas para percibir la complejidad inherente a estas situaciones: las reglas de los

sentimientos “[d]ifieren de las reglas de expresión en el hecho de que una regla de los sentimientos gobierna

nuestra manera de sentir, mientras que una regla de la expresión gobierna la manera en que expresamos el

sentimiento. Podemos pensar las reglas del sentimiento como la parte inferior de las reglas de encuadre (las

reglas que gobiernan nuestra forma de ver las situaciones)” (Hochschild, 2011: 121).

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privaciones en distintos bienes y servicios. En este sentido, y reparando en la propia

condición acumulativa de los procesos de exclusión, es significativo el modo en el que los

discursos evidencian esta concatenación de efectos. Por ejemplo, se identifica una pérdida de

relaciones sociales ligadas a la imposibilidad de consumo, es decir, el vínculo entre la escasez

de ingresos y la limitación del espacio relacional es nítido:

“Yo ya he perdido mis relaciones sociales. Las he perdido, porque ya no puedo salir a tomarme un

pote, ¿entiendes? Y, pues me cojo el viernes, me pillo una botella de vino a un euro, ahí en el Mercadona,

y ahí, guapamente, me veo una peli. Y digo yo, ¡mira un euro cómo cunde! O sea, la noche que me estoy

pegando aquí, y contenta, encima, ¿no?” (GE)

Esta lógica es también destacada en el caso de los entornos de los/as hijos/as de los hogares

perceptores de RIS, que destaca como una de las principales preocupaciones:

“S- Es que, que se queden sin ir porque el padre no puede pagar, eso, no puede ser, ¿me entiendes?

MJ- La mía lleva con sus amigos desde el año y medio, todos, ikastola, instituto y tal, y que no pueda ir

ella a..., aquí que yo sepa van todos. Ella está en interrogante, pero claro, porque le he dicho a la

profesora, "ponle un interrogante", pues porque..., intentarlo, sí, pero...” (GE)

La insuficiencia de ingresos impide mantener la unidad de las familias. Es decir, resulta

relativamente común (especialmente en los casos donde existe descendencia) la fractura de

unidades familiares ante la imposibilidad de mantener los hogares con los ingresos

disponibles:

“A- Yo tuve que mandar... Yo a mi hija la mandé.

S- La mandaste de vuelta a tu país.

A- Sí. Porque, ¿qué hago aquí? Y porque yo no la hago pasar hambre aquí. Paso hambre yo. Ella no

(…)

S- ¿Le mandaste con idea de poder volver?

A- No.

S- Porque no ves salida...” (GE)

Los hijos e hijas aparecen de forma recurrente como motivo tensionador de las vivencias, y

son un elemento clave a la hora de articular los discursos. Por un lado, estar necesitado de

ayuda y protección es, simbólicamente, signo del fracaso individual, o de una insuficiente

interiorización de la cultura del esfuerzo y la superación personal, tal y como aparece en los

discursos recogidos: “los pobres no podemos tener orgullo” (GE). Sin embargo, ese

desasosegante sentimiento de estar en deuda por recibir esta prestación parece aliviarse, en

cierto modo —o al menos en el nivel discursivo— para quien tiene hijos o hijas. Demandar

ayuda resulta más legítimo, más aceptable, y dignificante incluso, si es por el bienestar de

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los menores que pasan dificultades. Asimismo, en el ámbito de la competencia por los

recursos, el tener hijos o no juega un papel importante. De tal manera que también aquellos

que no tienen hijos legitiman con mayor facilidad la prioridad de la ayuda para los que los

tienen, o que la cuantía de la ayuda sea mayor en esos casos —muchas veces sosteniendo un

discurso de distribución desigual en función de la cuantía y no de las realidades de cada

familia—, pero siempre que esto no sea a costa de una merma de los recursos propios.

Por otro lado, además de tener que lidiar con la responsabilización individual por sus

situaciones, la responsabilidad sobre el sufrimiento o bienestar de los hijos e hijas se vuelve

una fuente de angustia, y también de culpa. Cabría considerar aquí el papel que juega la

interiorización de los ideales de género, y especialmente las representaciones normativas de

la maternidad. Si en general predominaba en los grupos la necesidad de justificar sus

decisiones pasadas y sus trayectorias, es decir, de legitimarlas y de mostrar lo razonable de

sus acciones —como si tuvieran que luchar contra la sospecha de ser problemáticos o

negligentes—, cuando aparecía la cuestión de los hijos esta lógica se volvía especialmente

sibilina.

Al construir un relato sobre la vida de uno mismo, la interpretación de las acciones pasadas

se construye en torno a lo que uno consideró lo mejor, y se suele hacer de una forma mucho

más coherente y causal de lo que fue en realidad. En el caso de las madres de los grupos, a

menudo se referían a lo que habían considerado mejor para ellas y sus hijos: no aceptar un

trabajo a cualquier precio que les obligara a pasar pocas horas con sus hijos o a cambiar de

lugar de residencia en busca de trabajo y privar así a los niños pequeños del arraigo en un

entorno fijo. Pero, a veces, de ahí se daba el salto al juicio sobre las mejores maternidades —

las de quien estuvo presente para sus hijos y trabajó menos, o más precario—, y las peores

maternidades —las de las ausentes en la vida de sus hijos, o los “niños maleta” que viajan

donde vayan sus padres sin poder arraigar—. Sin embargo, estos discursos no tienen en

cuenta que unos eligen entre opciones quizás más privilegiadas que las opciones de otros; o

directamente niegan o reprueban otras decisiones posibles. De ahí la tensión que surgió en

un grupo cuando una mujer extranjera, que había guardado silencio la mayor parte del

tiempo, explicó que había mandado a su hija de vuelta a su país cuando aquí las condiciones

empeoraron mucho. Surgió cierta tensión —silencio como reacción— entre dos relatos

opuestos sobre la —mejor— forma de vivir la responsabilidad maternal. También es cierto

que estas confrontaciones a menudo abrían una oportunidad para lecturas más estructurales

de la situación colectiva, cuando se suspendía la desconfianza hacia otros, propia de la

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competencia por recursos, y se ponía la atención en las condiciones de vulnerabilidad más

ampliamente compartidas.

En la misma dirección, las afecciones en el espacio de la salud tienen también un nítido efecto

concatenado. Por ejemplo, el mal estado de salud (física o mental) limita/incapacita para el

desarrollo de otras esferas (laboral, relacional, etc.).

“S- Sí. Es que todo se retroalimenta. Porque, entonces, una cosa retroalimenta la otra...

(…)

S- Porque cuando estás desanimado te cuesta más encontrar... Como yo, claro, decía, ¿cómo voy a

encontrar trabajo con esta cara? Claro, yo me miraba al espejo a la mañana y decía, no voy a encontrar

trabajo con esta cara. Tengo que conseguir cambiar. Entonces, al final me apunté a terapia individual,

de grupo, lo otro, y decía, ¡tengo que cambiar esta cara! O sea, no puedo ir con esta cara, porque, claro...

JC- Sí, pero es lo que hay.

S- Porque el primer año sí, pero es que al final tienes una cara...

MJ- Ya, pero hay veces que puedes y hay otras que no.

S- Que yo veía que no... Yo no voy a contratar a un trabajador con esa cara. Porque no, porque si tengo

otra persona, mucho más... (GE)

La necesidad de complementar con otros recursos evidencia también que la cuantía no es

suficiente, especialmente cuando se muestra la incapacidad para enfrentar gastos en el terreno

de las necesidades básicas.

Desde la referida atención transversal a la dimensión emocional, es nítido el modo en el que

la escasez impacta en el estado emocional6:

“MJ- Entonces, a mí, emocionalmente eso me..., me hunde. Así de claro. Intento tirar, porque tengo

una hija y porque..., pero bueno. Es duro decir "no te puedo comprar, no tengo, ya voy a pedir a la

abuela" (GE)

“MJ- Yo la verdad que estoy un poco cansada y...

JC- Cansada, triste, ¿verdad?

MJ- Sí. Sí...

JC- No, no, que te entiendo.” (GE)

6 A través de esta situación de escasez se configuran reglas de los sentimientos muy concretas,

estrechamente relacionadas con las “normas de la RIS” —con sus características y demandas—. Dichas

reglas de los sentimientos dibujan una “zona dentro de la cual tenemos permiso para sentirnos libres de

preocupaciones, culpa o vergüenza en relación con los sentimientos situados; establece[n] un marco

metafórico dentro de cuyas fronteras hay espacio para el movimiento y el juego… pueden obedecerse a

medias o violarse audazmente, esto último con diversos costes; pueden ser internas o externas… no son

aplicables a la acción sino a lo que suele tomarse como factor precursor de la acción” (Hochschild, 2011:

146). Esto último, como se verá a continuación, tiene un correlato claro en los obstáculos que pueden surgir

a la hora de solicitar la RIS o cualquier otro recurso. Es decir, al “violar” las normas y “habitar” en los

espacios externos al que delimitan las reglas de los sentimientos, las personas que carecen de recursos

pueden verse “incapacitadas” para pedir cualquier tipo de ayuda.

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“Yo sigo pidiendo, pero no es... "Mamá, déjame 300, mamá déjame 200, déjame 300". "Amigo A.,

cómprame la comida, anda, cómpramela otra vez", "oye, ¿me la vuelves a comprar?" Y luego lo que

dice ella. Al final, a salud mental con una depresión de la hostia, te despiertas a la mañana, y, o sea,

otro día más no, por favor, me quiero morir. Y venga, que está la niña ahí, venga, tira, venga, venga y

venga. Levantarte, tomarte la pastilla, para no ponerte a llorar, y venga. Y a estudiar, y a trabajar, y lo

que sea. Y una depresión tremenda. Pero tremenda, porque no...” (GE)

“JC- Con antidepresivos también dos años, ¿eh? O sea, que no... ¿Qué te parece? Y esto te hunde la

moral, ¿eh? Hacerme caso, que esto te baja... la moral... Te baja.

(…)

JC- Llevo tres años, ¿eh? Con antidepresivos, ¿eh? Te baja, pero te ayuda también...” (GE)

Este impacto se manifiesta claramente en el sentimiento de vergüenza que, por su parte,

apunta a una valoración negativa del yo (Scheff, 1990). De hecho, el recurso continuo a la

ayuda se representa como un ejercicio de degradación que tiene un amplio número de

expresiones:

“G- Sí, yo, por ejemplo, siempre he dicho, cuando voy a renovar los papeles, ¡parece que pides dinero!

Pides ayuda. Es que es mucho vergüenza para mí.

C- El tener que ir y...” (GP)

En ocasiones, el peso de la vergüenza limita las propias solicitudes de la RIS o el acceso a

otros recursos:

“Yo mismo no la pedía por vergüenza, pero cuando estás pasando hambre se te meten ideas en la

cabeza y prefieres ser humilde y acudir a lo que te da el gobierno, que después de todo es un préstamo,

por lo menos en mi caso yo lo considero así, a tener… “

“MC - Hombre, la primera vez que vas a pedir al banco de alimentos te da vergüenza.

S- De hecho, yo ahí no he ido nunca por vergüenza”

La vergüenza, considerada por muchos una emoción esencialmente social (Cooley, 1970;

Gross y Stone, 1964; Modigliani, 1968; Tomkins, 1963; Lewis, 1971; Goffman, 1967, 1994;

Kemper, 1978; Scheff, 1990), es compleja: tiene relación con el miedo al rechazo, al juicio,

a la no aceptación en un grupo. Según Scheff, “es la emoción social que surge de la

supervisión de las acciones de uno mismo mirándose desde el punto de vista de otros”

(1990b: 281). En el caso de las personas perceptoras de la RIS, la experiencia de vergüenza7

apunta a la transgresión de un sistema normativo reconocido y seguido.8 Es decir, pone en

7 Conviene atender a la carga personal que comporta someterse a estas dinámicas “humillantes” ya que,

“[c]uando se está avergonzado uno se ve a sí mismo como una mala persona y no solo como alguien que

ha hecho una cosa mala” (Elster, 2002: 188). 8 El que deviene del “Estado de Bienestar” al que se aludía al inicio de este trabajo. Y, en este sentido, la

vergüenza es la sanción interna más eficaz al no cumplimiento de estas normas tácitas —formarse, trabajar,

integrarse, etcétera— (Elster, 1990: 120). Podemos considerar que si aparece vergüenza, hay una

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evidencia el paradójico contexto de las personas que, estando dentro de un sistema de

protección —como el de la RIS—, sienten vergüenza por haber transgredido las normas de

pertenencia al conjunto de “los integrados” y que tendrían que haber seguido para no estar

en la situación en la que se encuentran.

En esa misma dirección, el escenario entre persona usuaria-profesional es descrito, en

ocasiones, como especialmente incómodo y vergonzante:

“Y es hoy en día, y el tener que ir y tener que contarle, y tener que dar explicaciones, me duele. Me

duele. Salgo y..., y gracias a Dios que no me puedo quejar, porque la asistenta social que a mí me lleva

es bellísima, pero... Ya te digo, me duele el tener que dar explicaciones de mi vida, el tener que esto, yo,

ya te digo.” (GP)

“C- Que es duro, es lo que te digo, es muy duro. Yo he estado trabajando, he estado trabajando, y, y, y

luego, el tener que ir a donde una persona a contarle tu vida, tu vida, tu pena... ¡tu pena!

I- Para mí es deprimente. Yo siempre salgo con depresión.

C- Yo me deprimo.

I- De verdad, ¿eh?

C- Yo te juro por Dios que no te miento. Yo, cada vez que tengo cita, y mira que tengo que mi asistenta

social es, muy..., es muy majica, y no me puedo quejar, pero se me cae el alma a los pies, es que se me

cae... Yo muchas veces digo,

AI- Te da vergüenza, además...

C- Sí, ¡la dignidad!

G- Es mucho...

C- Dignidad, dignidad de ir...

G- Por ejemplo, yo cuando voy, me da mucha vergüenza...

(…)

AI- Desnudarte ahí..., bueno, a ver, desnudarte, o sea, hablar un poco de tus problemas, no sé, no es muy

agradable, la verdad.

G- La verdad.

C- Pero hay gente que no le importa, en plan, con tal de que me den, digo lo que quiero, ¿sabes? Lo que

quieren oír. No. Es la verdad, ¿no?

AI- No sé, a mí, sí, pero...

G- Yo, muchas veces, cuando se me acaba y pienso a ver si voy, o no voy, voy o no voy. Pero como no

tengo trabajo” (GP)

Como era previamente indicado, las dificultades se agravan con la presencia de hijos/as en

los hogares. Sin embargo, es también la anteriormente señalada preocupación central por

hijos e hijas la que actúa como incentivo para “superar” las realidades de vergüenza:

asimilación de la norma. Esto, sin embargo, no quiere decir que todos sientan la norma de la misma manera.

Pero lo preocupante aquí es que se sienta vergüenza por recibir una ayuda que debería suponer un derecho.

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“Yo con la ayuda no más, tampoco, yo nunca la hubiera pedido. Ha sido por mis hijos que he pedido

y por mi nieta. Y hace 5 meses que estoy cogiendo” (GT)

“Entonces justamente he tenido una nieta, de mi hijo, y hemos sido ya seis. Cinco, más mi nieta. Y he

pedido ayuda, y me lo han dado. Y he pedido la ayuda por mis hijos.” (GT)

“Yo, lo de orgullo no lo veo así, yo era muy orgullosa, y dije, bueno, yo siempre he ayudado lo que he

podido, pues si tengo que pedir, oye, pues no me gusta, pero es que pido para mis hijos, tampoco he

pedido para mí.

JC- Exactamente.

S- Yo estoy orgullosa de pedir para mis hijos. Y pido en la calle, ¿me entiendes?” (GE)

“Tienes el frigorífico vacío, vacío, vacío. Y lo que dices tú: no le puedo comprar un puto libro, no le

puedo comprar ¡unos zapatos! No puedo comprarle los zapatos a la niña, bueno, me entra una rabia...

Que salgo por ahí, y al primer conocido que le veo, es que ya, aunque no sea amigo, es que, oye mira,

es que me da igual, me da igual lo que piense de mí, pero mi hija con las botas. O sea... No sé cómo

decirte.” (GE)

D- Yo cogí la ayuda porque mi hijo, y la novia, vivían con la novia entonces así, y no, porque son

menores de edades de 25 años, a mí me dijo la asistenta: "tú a ser titular". Como vivimos juntos, y de

esa manera yo cogí para mis hijos. Si no, yo no iba a coger tampoco; yo no iba. Yo siempre ayudo a la

gente en cualquier cosa, y que por un plato de comida me gusta ayudar, pero por mis hijos sí lo he cogido,

por mi nieta.” (GT)

Al igual que las escaseces económicas y relacionales se trasladan a la descendencia, el

sentimiento vergonzante es interiorizado también por hijos e hijas. Este hecho emerge de

forma muy traumática cuando es expuesto en el desarrollo de los grupos:

“JC- Pero yo me refiero al de 14, por ejemplo. Eh..., a ver, yo hasta el día 20. A ver, si sale un viernes,

por ejemplo, son fiestas, tienen 14 o 15 años, salen por ahí a dar una vuelta.

S- Ah, sí, ya.

JC- Eso es a lo que me refiero, ¿me entiendes? Salen por ahí a comerse una pizza y tienen que poner

entre todos 5 euros, o 3 euros, por ejemplo. —"Papá, déjame...". —"Cariño, lo siento en el alma, pero

no tengo. Ya voy a ver, ya voy a mirar a tu hermano, o voy a mirar a tu prima... O si no: —cariño, dile

a tus amigos que te pongan un euro cada uno, y os la repartís". —"Ya, pero es que me da vergüenza".

Normal. Lo entiendo perfectamente, que te dé vergüenza, porque no tienes. Eso, los ha condicionado

mucho, ¿sabes? A eso me refiero yo. Y no teníamos por qué, no sé, un crío con 14 años, que pasara esa...

S- Pero lo superan, ¿eh? Mis hijos también han pasado por eso y, bueno, es lo que les ha tocado...

JC- Pero porque no han tenido otro remedio. Me entiendes, ¿no? Han tenido que superarlo y eso es

porque te toca pasarlo. Pero yo creo que eso no debería ser así, tampoco, ¿no?” (GE)

Uno de los aspectos que “mitigan” la vergüenza es el sentimiento compartido de

vulnerabilidad. Esta lógica, vinculada a la inicialmente señalada condición de la “pobreza

agraciada” es perversa, puesto que impulsa la inexistencia de límites de aceptación.

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“AI- Yo creo que ahora mismo no está muy mal visto socialmente, porque ahora mismo hay muchísima

gente en esa misma circunstancia.

G- Muchísima, pero cada uno...

AI- La gente lo acepta.” (GP)

“La situación está como está y creo que por eso no hay que avergonzarse, ¿no? Es una situación

difícil para todos nosotros, no solamente en España sino a nivel mundial.” (GT)

“Pero es lo que digo, el fin de semana, pues buscar, no sé, intentar buscar las cosas que digo, que es que

estamos todos en la misma situación” (GE)

Por último, las propias situaciones de vulnerabilidad fecundan escenarios donde nuevas

precariedades pueden emerger con más facilidad. Entre ellos, cabría destacar el riesgo de los

apoyos informales, dado que pueden impulsar o alimentar los círculos de escasez y extenuar

el entorno (Lasheras, 2015).

Responsabilización, criminalización y competencia

Puede afirmarse que este apartado es el que articuló la apuesta por esta comunicación. Una

de las primeras evidencias del trabajo empírico desplegado se concentró en la detección de

una serie de discursos y propuestas no esperadas en el marco del grupo de personas

perceptoras de RIS. Estos discursos se caracterizaban por la impregnación de lógicas de

responsabilización y criminalización entre grupos que compartían el espacio de

vulnerabilidad. Si bien este escenario podría ser interpretado, como se señaló previamente,

desde la extensión de lógicas de competencia por recursos escasos que han sido atendidas en

múltiples estudios, resultaba especialmente llamativo, por un lado, que ante una oportunidad

propositiva para la transformación, estos discursos fueran relativamente predominantes y,

por otro, que el propio dispositivo de intervención (la RIS, con sus características,

condiciones, etc.) fuese el trampolín desde el que impulsar los discursos. Estas realidades se

articulaban en distintas direcciones.

Por un lado, se identifica un ejercicio de responsabilización (hacia sí mismos o hacia

personas también en situación de vulnerabilidad) y demanda de mayor control sobre las

personas que están percibiendo la RIS. Este hecho es especialmente visible en las siguientes

propuestas recogidas:

- Controlar el destino de las ayudas mediante sistemas como bonos

- Controlar/Supervisar por parte del Gobierno de Navarra las posibles situaciones

irregulares

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Como se evidencia, un número significado de propuestas acarrean el riesgo de instaurar

fórmulas de control construidas sobre la premisa de un uso inadecuado de la ayuda. Es decir,

comparte un discurso criminalizador de la pobreza que identificamos como heredado por los

grupos más vulnerables. Esta extensión de lógicas de control puede contribuir a extender

ejercicios de criminalización o aporofobia.

Por otro lado, y muy ligado al señalado influjo de las políticas de activación vinculadas al

desarrollo de los sistemas de garantía de ingresos mínimos como la RIS, destacan las

permanentes alusiones al emprendimiento como posible vía de acceso al empleo y como un

ejercicio deseable para “escapar” de la prestación. Esta presencia bebe fundamentalmente de

la responsabilización individual de las situaciones de desempleo:

“A mí ya me ha llegado a decir algún gilipollas, hablando mal y pronto, «oye, pues no te quejes, que

te pagan 400 euros desde hace dos años». ¿Y? ¿Qué? Si no tengo dónde caerme muerta.”

En esta misma dirección, y ligado a la propia consideración de la prestación como una

fórmula transitoria, se denuncia el riesgo de la “cronificación”. Es decir, se refleja con nitidez

el modo en que la propia articulación normativa del recurso (en su dimensión condicionada

temporalmente) impulsa discursos sobre un uso inadecuado que están fundamentados en esta

limitación temporal. En suma, las indicadas lógicas criminalizadoras (alimentadas por la

lógica de escasez de recursos) impulsan críticas a la permanencia en el sistema de garantía

de ingresos mínimos:

“¡Tú dime qué asistenta social, veintipico años, puede consentir tener a una persona cobrando una renta

básica!”

En el terreno de la competencia, esta se despliega en múltiples terrenos. Por un lado, la

anteriormente definida escasez de las cuantías empuja en muchas ocasiones a la competencia

por recursos escasos en términos de la cuantía recibida por cada una de las personas que

componen los grupos focales:

“Ya te digo. Y luego, pues eso, que los tres críos. Los 975 euros. Si a otras personas, no están pagando

ni hipoteca. ¡Ni hipoteca! Y tienen una niña. ¡Y les están dando 800 y pico euros! Yo digo, ¿esto es

normal?”

De igual modo, esta competencia se reproduce en el espacio de la salud. Por ejemplo, el

reconocimiento de la minusvalía es presentado, nada menos, que como un “recurso escaso”:

“Te han cogido una minusvalía a ti, y digo ¿y yo? Si es que no puedo. La gente que me conoce, que

me ve, me dice, "si tienes que tener una absoluta, tal y como estás".”

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En los mismos términos, se produce una competencia derivada de la escasez de vivienda que,

por lo general, impulsa también una identificación clara de colectivos destinatarios, y que,

en este caso, vienen a coincidir generalmente con los que Elias denomina “recién llegados”:

“Hemos metido los papeles hace un año y medio. No puedo. Pero hay otras personas que en un mes han

pedido y se los dan”.

Como resultado de la proliferación de discursos estigmatizadores, se termina produciendo

una interiorización y reproducción de éstos por parte de las personas a quienes son dirigidos:

“Porque, al fin y al cabo, si encontramos trabajo dejamos de vaciar las arcas del Estado, de alguna

manera.” (GE)

“Entonces es un gasto que, entre todos... Bueno, yo la primera que gasto la ayuda, pero es que son

cursos que al final...” (GE)

Conclusiones

La comunicación ha tratado de identificar y exponer cómo desde la articulación cotidiana de

las políticas sociales, en este caso entre personas usuarias de la Renta de Inclusión Social

(RIS) en Navarra, pueden impulsarse ciertas concepciones y procederes que denominamos

desintegradores.

En el marco de un crecimiento inexorable de la vulnerabilidad, y de su extensión a un cada

vez mayor número de personas, estas lógicas las hemos ubicado como consecuentes a un

salto cualitativo que se ha dado desde la concepción de derechos incondicionales, que se

había ido forjando paulatinamente en el discurso del deber ser de las conquistas

socioculturales solidarias —incluso hasta llegar a inspirar los preámbulos de las preámbulos

normativos de las políticas públicas e incluso de los paraguas constitucionales y

estatutarios—, a un escenario efectivo de derechos condicionados y principalmente

vinculados a la incorporación laboral. Este proceso ha hecho caer sobre las personas todo el

peso de la responsabilidad de solucionar sus problemas —de buscarse la vida—, con un

resultado evidente: los problemas sociales se vuelven “asuntos personales”.

En tal escenario, los dispositivos de protección sostienen en una integración o contención

precarias (sobreviviendo por encima de sus probabilidades): evitan el abandono pero

habilitan la proliferación de lógicas desintegradoras. Esta situación es, en cierta medida,

perversa para sus protagonistas. Incluidos, en parte, en la red de protección social (donde se

evidencia su carácter estigmatizado), este hecho parece, sin embargo, restarles legitimidad

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para demandar una protección más digna. Además, se incide tanto en la responsabilidad

individual para salir de esa situación, que las contrapartidas se asumen como normalizadas:

de ahí que sintamos la necesidad de hablar de efectos desintegradores, y de prevenir contra

ellos. Las políticas públicas tienen que modularse, con cuidado, velando por el beneficio real

que promueven en las personas destinatarias. Y eso no cabe nunca hacerlo sin un contacto

serio —previo y posterior— con ellas. En otro caso, se quedan en el circuito corto de las

representaciones (mentales) de los agentes institucionales y los responsables políticos y de la

administración. Y de ese modo no es fácil enlazar con la realidades vivas. (Y dolientes). Y

no conviene olvidar que esa vigilia especial, que debe mirar con pasión y esfuerzo a la

realidad viva, es la vocación de fondo de las ciencias sociales, cuya mediación en todo esto,

con las herramientas de trabajo idóneas que lleguen a las voces de los protagonistas y las

recojan, puede, debe ser, muy benéfica en todo esto.

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