Todo el que es de la verdad escucha mi voz · 2014-09-27 · 1 “Todo el que es de la verdad...

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1 “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37). Una lectura desde el “libro de los signos”. Javier López INTRODUCCIÓN El cuarto evangelio sitúa la comparecencia de Jesús ante Pilato al centro del relato de la pasión. En un momento culminante del diálogo pregunta éste a Jesús: “¿Luego tú eres Rey? (v. 37a). Sigue una respuesta solemne en clave de revelación: “…Yo soy rey 1 . Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para rendir testimonio (i[na marturh,sw) a la verdad”. El sentido salvífico del testimonio de Jesús se demuestra inmediatamente al añadir: “todo el que es de la verdad escucha (avkou,ei) 2 mi voz (mou th/j fwnh/j)” (v. 37b). La verdad revelada por Jesús en su función de rey se cumple de modo eximio en la cruz desde donde su testimonio alcanza al mundo entero 3 . La dinámica del IV evangelio conduce al lector a un dato objetivo fundamental: Jesús, Palabra enviada del Padre, entronizado en la cruz (máximo signo), da la vida eterna, ya desde ahora, a quien cree en su nombre (cf. Jn 20,30-31). La acción de Jesús por tanto, en sí objetivamente eficaz, se ofrece como don. No se impone a la fuerza. El elemento “subjetivo” de acogida creyente es indispensable para el fruto de salvación. Ambos polos son necesarios para la redención humana 4 . Al presentarse como testigo de la verdad Jesús expresa una realidad que El ha experimentado. La pertenencia de continuo a Jesús posibilita escuchar su Verdad 5 y aceptarla en toda su crudeza: Jesús reina desde la cruz y desde allí revela al máximo su obra de salvación. La voz de Jesús, que es la voz del pastor (10,24) la escuchan los creyentes de la comunidad de Juan, sin distorsiones, por medio de la acción del “Espíritu de la verdad” (Jn 16,13-15). 1 Sobre el empleo del término “rey” y de las frases “el reino de Dios” y “mi reino” en el IV evangelio, cf. G. FERRARO, “Vedere il regno e nascere da acqua e da spirito”, Studia Missionalia (46, 1997) 45-48. 2 El presente indicativo tiene aquí su sentido típico duradero que no considera un final efectivo de la acción; cf. BLASS-DEBRUNNER, 319. 3 I. DE LA POTTERIE lo ha mostrado con detalle en La vérité dans Saint Jean, I, Roma 1999 2 ,110-112; Sobre la centralidad del tema de la realeza de Jesús evidenciada en la estructura literaria del diálogo con Pilato; cf. IBID., la Passione di Gesù secondo il vangelo di Giovanni, Torino 1999 4 , 35.69-99; cf. S. PANIMOLLE, Lettura Pastorale del vangelo di Giovanni, III, 377-380. 4 Cf. I. DE LA POTTERIE : «… l’événement brut (la muerte en cruz) dans sa pure objectivité, ne sauve pas le monde: il faut que le monde en perçoive la signification et qu’il s’y ouvre par la foi » (La vérité I, 111) 5 La “verdad” que Jesús trasmite de parte de Dios Padre es la Palabra Reveladora que se identifica con Él mismo. La verdad de que aquí se trata es la revelación a favor de la cual Jesús mismo testimonia: se trata de su propia persona; cf. I. DE LA POTTERIE, « Jésus, Témoin de la Vérité et Roi par la Vérité », Studia Missionalia (46, 1997) 24.

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“Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37). Una lectura desde el “libro de los signos”.

Javier López

INTRODUCCIÓN El cuarto evangelio sitúa la comparecencia de Jesús ante Pilato al centro

del relato de la pasión. En un momento culminante del diálogo pregunta éste a Jesús: “¿Luego tú eres Rey? (v. 37a). Sigue una respuesta solemne en clave de revelación: “…Yo soy rey1. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para rendir testimonio (i[na marturh,sw) a la verdad”. El sentido salvífico del testimonio de Jesús se demuestra inmediatamente al añadir: “todo el que es de la verdad escucha (avkou,ei)2 mi voz (mou th/j fwnh/j)” (v. 37b).

La verdad revelada por Jesús en su función de rey se cumple de modo eximio en la cruz desde donde su testimonio alcanza al mundo entero3. La dinámica del IV evangelio conduce al lector a un dato objetivo fundamental: Jesús, Palabra enviada del Padre, entronizado en la cruz (máximo signo), da la vida eterna, ya desde ahora, a quien cree en su nombre (cf. Jn 20,30-31).

La acción de Jesús por tanto, en sí objetivamente eficaz, se ofrece como don. No se impone a la fuerza. El elemento “subjetivo” de acogida creyente es indispensable para el fruto de salvación. Ambos polos son necesarios para la redención humana4. Al presentarse como testigo de la verdad Jesús expresa una realidad que El ha experimentado. La pertenencia de continuo a Jesús posibilita escuchar su Verdad5 y aceptarla en toda su crudeza: Jesús reina desde la cruz y desde allí revela al máximo su obra de salvación. La voz de Jesús, que es la voz del pastor (10,24) la escuchan los creyentes de la comunidad de Juan, sin distorsiones, por medio de la acción del “Espíritu de la verdad” (Jn 16,13-15).

1 Sobre el empleo del término “rey” y de las frases “el reino de Dios” y “mi reino” en el IV evangelio, cf. G. FERRARO, “Vedere il regno e nascere da acqua e da spirito”, Studia Missionalia (46, 1997) 45-48. 2 El presente indicativo tiene aquí su sentido típico duradero que no considera un final efectivo de la acción; cf. BLASS-DEBRUNNER, 319. 3 I. DE LA POTTERIE lo ha mostrado con detalle en La vérité dans Saint Jean, I, Roma 19992,110-112; Sobre la centralidad del tema de la realeza de Jesús evidenciada en la estructura literaria del diálogo con Pilato; cf. IBID., la Passione di Gesù secondo il vangelo di Giovanni, Torino 19994, 35.69-99; cf. S. PANIMOLLE, Lettura Pastorale del vangelo di Giovanni, III, 377-380. 4 Cf. I. DE LA POTTERIE : «… l’événement brut (la muerte en cruz) dans sa pure objectivité, ne sauve pas le monde: il faut que le monde en perçoive la signification et qu’il s’y ouvre par la foi » (La vérité I, 111) 5 La “verdad” que Jesús trasmite de parte de Dios Padre es la Palabra Reveladora que se identifica con Él mismo. La verdad de que aquí se trata es la revelación a favor de la cual Jesús mismo testimonia: se trata de su propia persona; cf. I. DE LA POTTERIE, « Jésus, Témoin de la Vérité et Roi par la Vérité », Studia Missionalia (46, 1997) 24.

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Por otro lado, la primera parte del evangelio o “libro de los signos”

(1,19-12,50)6 presenta en tensión dinámica la relación entre Jesús y quienes reaccionan en modo positivo a su Palabra. El dramatismo crece al narrarse el comportamiento de quienes se niegan a creer porque no aceptan el testimonio de la verdad (3,11; cf. 18,38). Ahora bien, ¿cómo prepara el evangelista al lector de su evangelio para que opte por la verdad y permanezca en ella? ¿Cómo le capacita, a escuchar la voz del rey-testigo tal y como ésta se muestra en el diálogo con Pilato?

Es objetivo de este artículo analizar, en sus etapas principales, el proceso seguido por el cuarto evangelista en la primera parte de su evangelio para llegar a la expresión: pa/j o` w'n evk th/j avlhqei,aj avkou,ei mou th/j fwnh/j (18,37b). Esta afirmación concentra una serie de expresiones del Jesús joaneo referentes al creer en su palabra y adherir a su persona. Las implicaciones resultantes del aceptar o no el testimonio de Cristo en su calidad de Rey han sido cuidadosamente preparadas por el evangelista en pasajes de un espesor teológico considerable.

El interés para el lector actual estriba en que el testimonio del evangelista llega a nuestras días con igual fuerza. Quien lee hoy el cuarto evangelio se siente gradualmente introducido, como lo fue el destinatario de Juan, a “ser de la verdad” y a permanecer en ella. Se siente por tanto guiado a escuchar la voz de Jesús, voz que testimonia la verdad de su identidad como rey.

El reinado mesiánico de Jesús, ejercitado en el amar eivj te,loj7 (13,1), llega a su cumbre en la hora de Jesús entendida ésta en su sentido técnico de pasión, muerte, resurrección, ascensión. Una lectura atenta muestra una serie amplia de referencias sobre el argumento ya en los capítulos 1-12. La entronización efectiva de Jesús como rey universal se prepara en los tres anuncios de su exaltación gloriosa en la cruz (3,14-15; 8,28; 12,32). Cada uno de estos pasajes prepara in crescendo la proclamación de Jesús a Pilato y la respuesta de fe por parte del lector.

Un primer paso del análisis enfoca la atención sobre el binomio rey-reinado en la primera parte del IV evangelio. En un segundo momento se estudian las tres recurrencias sobre la entronización de Jesús en gloria (3,14-15; 8,28a; 12,32). La tercera parte considera las implicaciones teológicas de la frase

6 Un número apreciable de exegetas opta por esta denominación dada la importancia del término shmei/on en esa parte de la obra correspondiente a la vida pública de Jesús. Para una documentación adecuada cf. G. MLAKUZHYL, The Christocentric Structure of the Fourth Gospel, Roma 1987, 168-191. 7 Sobre este aspecto cf. G. FERRARO, “L’‘ora’ di Cristo nel Quarto Vangelo” Roma 1974, 204-206.

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típica joanea “escuchar mi voz”, la del buen pastor (10,27a; cf. 10,3-4.16). Del estudio emergen algunas reflexiones a modo de conclusión.

1. Basileu,j - basilei,a en el “libro de los signos”.

Para el evangelista resulta sin duda importante no sólo presentar a Jesús como rey en su auténtica dimensión mesiánica, sino también narrar las razones por las cuales resultó difícil en tiempos del ministerio público de Jesús comprender el sentido auténtico de Su realeza adecuadamente. El evangelista se ocupa de este problema en modo singular al narrar la reacción de la muchedumbre ante la multiplicación de los panes. Al final del relato la multitud exclama con gran solemnidad: “éste es verdaderamente (avlhqw/j) el profeta o` evrco,menoj eivj to.n ko,smon8

(6,14). Pero Jesús se retira inmediatamente al monte de nuevo, porque sabe “que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerlo rey” (6,15).

El problema se presenta no porque la multitud descubra en Jesús cualidades de rey. Ni porque lo proclame a viva voz. Cuando Jesús entra en Jerusalén, poco antes de iniciarse su “hora”, la muchedumbre entona en alta voz: “Hosanna, bendito… el rey de Israel” (12,12-19). Y Jesús no lo impide. Tampoco se trata de la técnica redaccional del secreto mesiánico al estilo del evangelista Marcos. En el cuarto evangelio los atributos de la persona de Jesús se afirman claramente desde el inicio del evangelio (cf. 1,49).

En realidad, la capacidad demostrada por Jesús de alimentar a una muchedumbre lo cualificaba, a los ojos de ésta, para asumir una responsabilidad de liderazgo político que satisficiese sus necesidades materiales. Justamente esta interpretación reductora a sólo un valor temporal del signo realizado motiva su retirada al monte. La manera de proceder del Jesús joánico pretende hacer reflexionar a la muchedumbre sobre la verdadera naturaleza de su mesianismo9, tal como Jesús-Verdad lo revela y testimonia.

Jesús corrige en consecuencia tanto la visión limitada de su realeza, circunscrita en este caso a lo político, como el intento de imponerla a la fuerza10. La decisión de Jesús representa, en un primer nivel de lectura, el alejamiento de

8 El evangelista muy probablemente hace suya la afirmación de la muchedumbre sobre Jesús Profeta, aunque ésta no entienda a cabalidad su contenido en relación a Jesús ; cf. J. CABA, Cristo Pan de Vida. Teología Eucarística del IV Evangelio. Estudio Exegético de Jn 6, Madrid 1993, 130-132. La frase, propia del IV evangelio, se encuentra siempre en relación a Jesús (cf. 1,9; 3 ,19; 9,39; 11,27, 12,46). El versículo 18,37 fundamenta el origen de la realeza de Jesús. El verbo está en perfecto aludiendo en visión retrospectiva a la actualidad de su venida. 9 El autor redacta con sumo cuidado y precisión. Utiliza el verbo evmpi,mplhmi para indicar la saciedad en un sentido humano-espiritual de plenitud, efecto del signo realizado por Jesús (6,14). Sin embargo en la muchedumbre sólo permanece el deseo material: “habéis comido de los panes y os habéis saciado” (6,26); cf. J. CABA, Cristo, Pan de vida, 123.241. El verbo corta,zw en boca de Jesús denota justamente la comprensión sólo terrenal de su realeza por parte de quienes le buscan. 10 El verbo avrpa,zw indica “tomar por la fuerza” sin consideración por la libertad de la persona involucrada.

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unas aspiraciones mesiánicas de la multitud que van en contra de su voluntad y de la misión recibida del Padre. En un segundo nivel de lectura algunos comentaristas ahondan en el significado simbólico de tal gesto interpretándolo como el inicio del retorno de Jesús al Padre, como la anticipación de su elevación en cruz, desde donde será proclamado Rey en sentido pleno11. En cualquier caso la decisión de Jesús de no contentar a la muchedumbre, no debe interpretarse como un mero huir de la posibilidad de asumir un compromiso exitoso de índole política a favor de su pueblo.

El término basileu,j recurre ya antes en boca de un individuo, Natanael: “Rabbi, tú eres el Hijo de Dios12, tú eres el rey de Israel” (1,49). En este caso Jesús acepta los tres títulos13 y se da a sí mismo el de “Hijo del hombre” pasando del tú coloquial con su interlocutor a una declaración solemne dirigida a un auditorio más amplio, a un indeterminado “vosotros”: “VAmh.n avmh.n le,gw u`mi/n: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre (1,51). El texto se inspira en el sueño de Jacob en Betel (Gen 28,10-17) pero la mediación se establece ya no por un objeto, la escalera, sino a través de Jesús punto de unión por su encarnación entre cielo y tierra. La realización del sueño ocurre cuando Jesús es “levantado”, señal de su venidera entronización en la cruz.

La realeza de Jesús no consiste, como en el libro del Apocalipsis, en ejercitar un dominio escatológico sobre las naciones de este mundo (Ap 1,5-6; 11,15; 17,14; 19,6), dominio participado incluso a los cristianos que reinarán activamente al vencer con Cristo (Ap 5,10; 20,6; 22,5; cf. 2,26-28)14. En el cuarto evangelio Jesús propone con su palabra y su presencia a la humanidad entera (a todos, incluso a Pilato) el don de la comunión divina (Jn 1,12-13). Por eso “la verdad” y su testimonio no puede disociarse de Aquél que vino al mundo a revelarla (18,37; cf. 8,31-32).

El evangelio de Juan expresa con la figura tradicional de “rey”, la responsabilidad sobre el ejercicio de poder trasformando la manera de pensar y proceder habituales en términos de opresión, en función del servicio por amor. Tal trasformación pertenece a la enseñanza tradicional sinóptica (Mc 10,41-45 y

11 Cf. X. LEON-DUFOUR, Lecture de l’Évangile selon Jean, II, Paris 1990, 116-117. Es probable que la subida de Jesús de nuevo, él solo, a la montaña se relacione con la cruz (cf. J. MATEOS- J. BARRETO, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético, Madrid 1979, 554). Sobre la cruz reinará Jesús (19,19) y los discípulos lo dejarán solo (16,32a), una vez llegada la “hora” de su glorificación (G. FERRARO, “L’‘ora’ di Cristo nel Quarto Vangelo” Roma 1974, 187). Soledad ésta sólo humana ya que Jesús está siempre con el Padre (16,32b) al momento de su victoria sobre el cosmos (16,33). 12 En este caso se trata sólo del título mesiánico davídico de filiación adoptiva atribuible también al rey (Ps 2,7); cf. D. MOLLAT, “La divinité du Christ”, in ID., Études johanniques, Paris 1979, 32. 13 Jesús es el rey davídico esperado, pero no según las expectativas corrientes de la época. Natanael, israelita en quien no hay dolo, reconoce a su recto entender a Jesús como Mesías (1,49; cf. 1,41) condición mínima para ir paulatinamente penetrando en la revelación de la persona de Jesús como enviado del Padre. 14 El verbo basileu,w recurre ocho veces en el Apocalipsis, a diferencia del IV evangelio donde nunca aparece.

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paralelos) pero la forma de trasmitirlo varía considerablemente en Juan. Esto se manifiesta no sólo en la escena del lavatorio de los pies (Jn 13,4-17) sino también por la forma misma que emplea el autor para encuadrar los anuncios de elevación en cruz.

2. El triple anuncio de la “hora de Jesús” en Juan: consideración global.

Los anuncios de exaltación en la cruz, denotan la preocupación pedagógica de Juan por presentar con creciente densidad y dramatismo, aunque paradójicamente de forma abierta y completa desde el inicio, a Jesús como rey y testigo15 y a los creyentes como pertenecientes a la verdad.

En Juan los tres anuncios se realizan en un ambiente similar al que la tradición primitiva expresó con el relato de la ascensión. Mediante éste, al ser elevado Jesús a la derecha de Dios, resulta entronizado como rey sobre su pueblo (cf. Hechos 2,33-36)16.

Varios indicios literarios respaldan estas afirmaciones. El tema de la exaltación se pone de manifiesto con la recurrencia del verbo u`yo,w17 (Jn 3,14; 8,28; 12,32-34). El término uywqh/nai se encuentra en el cuarto poema del Siervo: “he aquí que mi Siervo prosperará, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera”. El contexto claramente refiere a un sentido de triunfar implicando el ejercicio del poderío real (cf. 1 Mac 8,13; 11,16) e indica proféticamente una glorificación. El Siervo será elevado como rey. La diferencia de la proclamación joanea con la del anuncio sinóptico salta a la vista. Así por ejemplo en Mateo se lee: “… el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” (20,18-19)18.

¿Cómo podemos interpretar diferencias tan llamativas? La secuencia narrativa del “libro de los signos” marcada por el triple anuncio de la “hora” de Jesús da pistas de solución.

15 Jesús no recibe el título de o` ma,rtuj en el IV evangelio, pero aparece como sujeto del verbo marture,w (8,18). En cambio, el verbo basileu,w no recurre, solamente los sustantivos basilei,a (3,3.5; 18,36 tres veces), basileu,j. Éste último 11 veces en el relato de la pasión (18,33.37x.39; 19,3.12.14.15x.19.21x). 16 I. DE LA POTTERIE, La passione di Gesù, 18. Sobre el tema vuelve el autor en otra obra, Studi di cristologia giovannea, Assisi 1992, 118, en la cual considera la exaltación en cruz una aplicación particular del tema de la realeza. V. PASQUETTO no comparte tal afirmación pero admite al menos una referencia al hecho de la Ascensión; cf. Incarnazione e comunione con Dio. La venuta di Gesù nel mondo e il suo ritorno al luogo d’origine secondo il IV vangelo. Roma 1982, 60. 17 Tanto el término uyo,w como avnaba,inw (Gv 3,13; 6,62), upa,gw (Gv 7,33; 8,14.21s), indican el paso de Jesús de la esfera terrena de su existencia a la celeste. Se refiere por tanto al paso efectuado con su muerte. U`yo,w indica también el modo en que se realiza dicha muerte; cf. G. BERTRAM, uyo,w, TWNT VIII, 608-609. 18 Cf. Act 2,34-35 cita el salmo 110,1 (de entronización real), a propósito de la exaltación de Cristo a la derecha del Padre (cf. Fil 2,9-11).

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2.1 Para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,14-15).

“Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto,

así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea, tenga en Él la vida eterna. El contexto del primer anuncio de “la hora de Jesús” en el cuarto evangelio

ocurre durante el encuentro con Nicodemo (3,1-21), un pasaje de redacción joánica.

Es interesante notar cómo inicia, mediante el dato temporal “de noche”, el diálogo de Jesús con este magistrado judío. (vv. 2-3; cf. v. 10): “sabemos que has venido de Dios como maestro…”. El “venir (de Jesús) de parte de Dios” se trasforma en un “venir del reino de Dios” (3,3). De esta forma Jesús se convierte en lugar donde habita de modo singular el Reino de Dios. De hecho en Gv 18,36-37 la llegada del reino de Dios (h` basilei,a h` evmh,) se encuentra en relación directa tanto con la llegada de Jesús como Revelador del Padre por un lado, como con la acogida de su Palabra por parte de los hombres, por el otro19. Esta bipolaridad es constante en el cuarto evangelio.

El diálogo de revelación con Nicodemo contiene un mensaje de carácter universal para toda la humanidad. Quien renace de lo alto, ve el reino de Dios y entra en él (3, 4). “Ver el reino de Dios” (3,3a) se convierte por medio de un cuidadosamente elegido segundo paralelismo progresivo, en un “entrar en el reino de Dios” (3,5). Significa creer en Jesús, acogerlo y mediante la fe participar de la comunión de vida con Él. Esto implica relacionarse vivencialmente con el Padre y con el Espíritu. Quien nace del agua y del Espíritu, entra20 en el reino de Dios (3,5-8). La condición para poder participar del reino, es nacer del Espíritu. Se trata en otras palabras de la filiación divina (cf. 1,12-13), tema que se sitúa al centro de la estructura del prologo21.

Dar por gracia (ca,rij) dicha filiación es el objetivo de la venida del Hijo de Dios a este mundo (1,16-17). El primer anuncio de la “hora” lo confirma como objetivo primordial: “…así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna” (3,15). Los dos versos siguientes, en paralelo, declaran la motivación: “Porque tanto amó Dios al mundo para dar a su Hijo unigénito de modo que quien cree en Él no muera sino que tenga la vida eterna”. Dios no ha enviado a Jesús como Rey elevado en una cruz para juzgar al mundo sino para salvarlo por medio de Él (cf. 3,16-17).

19 V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione con Dio, 67-68, cf. nota 182. 20 G. FERRARO, “Vedere il regno”, 53. 21 R. MEYNET, “Analyse rhétorique du Prologue de Jean”, Revue Biblique (4, 1989), 503-504.

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Con todo la venida de Jesús tiene por objeto un juicio de discernimiento (kri,ma: Jn 9,35b.39) competencia del Hijo del hombre (Dan 7,13.22)22; dicho juicio se concretiza en el creer o no, al tiempo presente, en el enviado del Padre (Jn 9,39) que elevado en cruz retorna a lo alto (3,13; 16,28) para preparar un lugar a los suyos, a cuantos guardan su palabra y le aman (14,2-3.23). El juicio inherente a la entronización del Hijo del hombre aproxima la dignidad real a la de juez. Esta relación la hereda el cuarto evangelio de la Antigua Alianza ya que la función de rey incluyó también la de juez. Baste recordar a este propósito que el juicio de Salomón sobre las dos madres prostitutas (1Re 3,28) se convirtió en proverbial en Israel.

Por otro lado, el tema de luz va unido en el cuarto evangelio al tema del juicio. Jesús como luz del mundo hace consciente la tiniebla urgiendo una decisión responsable ante ella. Todo lo cual implica un auto-juicio de salvación o condena (cf. 8,12-18). El juicio es un esclarecimiento de la actitud del ser humano ante el Hijo del hombre, enviado de Dios y por tanto ante el reino de Dios mismo.

El juicio (kri,sij) según el Jesús joaneo consiste en que “la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3,19). La conclusión, bajo este aspecto, se puede formular así: Jesús elevado en cruz es entronizado también como juez, ya que es la Luz del Mundo (cf. 14,12). Como tal tiene la capacidad de discernir entre quien obra en tinieblas y quien obra la verdad (3,20-21). Mediante el contraste dramático luz-tinieblas, el evangelista presiona al lector, en este cuadro de Nicodemo, para que “vea” a Jesús como Rey y Juez elevado en cruz como prueba del amor del Padre por el mundo. Todo esto implica venir a la luz, entrar en el reino, y acoger en anticipo el testimonio a la verdad (18,37; cf. 3,11).

El narrador introduce así hábilmente el tema del testimonio, importante para dar valor a la argumentación sobre el creer. Jesús habla con Nicodemo sobre el nacer de lo alto (3,7) y éste pregunta: ¿cómo puede suceder eso? (3,9). La respuesta de Jesús contiene otra provocativa pregunta: “Eres maestro in Israel y no sabes estas cosas? Y continúa “avmh.n avmh.n le,gw soi (te digo): nosotros hablamos de lo que sabemos (o] oi;damen lalou/men) y damos testimonio de lo que hemos visto (kai. o] e`wra,kamen marturou/men)”23 (3,10-11). Es de notar en primer lugar el paralelismo entre el verbo de experiencia sensorial ~ora,w y el de conocimiento vivencial oi;da empleados en perfecto, con los verbos

22 El trasfondo daniélico, tras la imagen de corte apocalíptico de la venida solemne del Hijo de hombre, sugiere la atribución real de juzgar. 23 Juan emplea de modo redaccional el verbo lamba,nw. En voz activa tiene en el IV evangelio el significado de “acoger, adherir, aceptar” (con un sentido afín a pisteu,w), ya sea la persona de Jesús [1,11-12; 5,43; 13,20 (4 veces); cf. 19,40] o bien sus palabras (12,48; 17,8) o su testimonio (3,11.32-33); cf. I. de la POTTERIE, La vérité I, 345-346.

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lale,w, hablar y marture,w, dar testimonio, en presente indicativo24 estos últimos. Todo ello gramaticalmente indica la actualidad de su contenido. Llama la atención además el cambio de la primera persona del singular, consistente a lo largo del diálogo, a la primera del plural en estos cuatro verbos bajo estudio. ¿Se trata de un plural mayestático o de un eco del lenguaje con el cual los discípulos afirmaban, en las reuniones litúrgicas de la comunidad y también públicamente, lo trascendente de su experiencia personal? Por otro lado, podría también entenderse como el testimonio dado por los discípulos al hacer suya y a veces repetir la proclamación de Jesús (cf. 4,22)25. Quien acepta el testimonio de Jesús, realiza la verdad, porque pertenece a ella (cf. 18,37), por tanto no cae en juicio de condenación sino que viene a la luz26 para que sea manifiesto que sus obras (ta. e;rga) están hechas (eivrgasme,na) según Dios (3,21)27. Se trata de obras de amor (cf. 1Jn 4,7ss).

Jesús habla de cosas del cielo (3,12-13). De este modo invita al menos implícitamente a asociar el reino de Dios con la metáfora espacial “cielo” (cf. Mt 13,24.31.33; 18,1.4). Juan consigue de este modo distinguir entre reino de este mundo y reino en sentido encarnado-trascendente. Tal distinción se torna nítida cuando, en el transcurso del diálogo con Pilato, Jesús enfatiza en clara alusión al comportamiento de Pedro en el huerto (18,10-11): “Mi reino no es de este mundo, si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí” (18,36). Al igual que en el episodio de los panes (6,15), esta afirmación de Jesús-Rey no implica que el creyente se desinterese de “lo del mundo”.

Hay también otro aspecto a destacar. Si se enfoca la atención sobre el verso del anuncio de la entronización de Jesús, salta a la vista el paralelismo sinonímico en torno al verbo uyo,w 28 el cual se refiere en primer lugar a la serpiente alzada por Moisés en el desierto y después al Hijo del hombre. Juan conserva el título o` ui`o.j tou/ avnqrw,pou del kerygma tradicional (cf. Mc 8,31; 9,31, 10,33-34; par.)29. Pero la trasformación explícita de este título en signo mesiánico de salvación es el fruto

24 Todo ello gramaticalmente indica la actualidad de su contenido. 25 G. FERRARO, “Vedere il regno”, 60. 26 El venir a la luz (e;rcomai pro,j + acusativo) equivale a venir hacia el Hijo (cf. 12,46). Por otro lado esta expresión llega a significar “become disciples of Jesus” (5,40; 6,35.37.44ss.; 65) cf. W. BAUER, A Greek- English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature , Chicago-London 19792, 311. 27 La misma idea de identificación de las obras del creyente con el obrar de Cristo se encuentra en Ap 2,19.26; cf. J. LÓPEZ, “El mensaje a la iglesia en Tiatira desde su estructura literaria. Análisis de Ap 2,18-29”, Gr (84/1, 2003) 22-23. 28 Este verbo tiene por objeto en el segundo anuncio al Hijo del hombre (8,28). En el anuncio último Jesús lo refiere a sí mismo (12,32) mientras que en típica redacción joanea, la muchedumbre lo aplica inmediatamente al Hijo del hombre (12,34). 29 Originario en Ezequiel, donde equivale a hombre, recibe en Dan 7,13-14 atribución real, aunque se interpreta luego en sentido colectivo (Dan 7,18.27). El título en contexto de exaltación en cruz implica en Juan un juicio a efectuarse no en la parusía sino ya al presente mismo de la glorificación del Logos encarnado, en su retorno al Padre (cf. F.J. MOLONEY, The Johannine Son of Man, Roma 1976, 211-220).

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del largo tiempo de meditación teológica en la escuela joanea. La trasformación en “signo” (sin ser llamado formalmente así) es una característica redaccional del evangelista en armonía con el objetivo principal del evangelio: suscitar la fe que proporciona la vida eterna (20,30-31). En los signos realizados por Jesús, siete de ellos milagrosos, se confirman las expectativas judaicas sobre el profeta y rey mesiánicos. En el Jesús presentado por Juan confluyen de modo particular las líneas de reflexión mesiánicas y reales ya entre sí relacionadas en el Antiguo Testamento.

El anuncio de Jesús sobre su entronización tiene por meta un objetivo similar al de los signos30. El paralelo con la acción de Moisés (Num 21,4-9) hace de ésta una prefiguración, un “tipo”, de la acción salvífica del Crucificado. Jesús elevado en cruz realiza cuanto hizo Dios a través de Moisés. Al igual que Moisés por encargo de Dios alzó la serpiente en el desierto y las heridas se curaban, así ahora Jesús mismo elevado en cruz cura las heridas. Este anuncio está en continuidad con el realizado por Moisés31 pero lo supera. Hay una diferencia sustancial. Jesús obra con autoridad propia, si bien recibida del Padre en una doble dimensión. Conforme a su ser divino “el Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano” (3,35) mientras que conforme a su ser humano “le ha dado poder para juzgar porque (o[ti) es Hijo del hombre (5,27)”.

La realeza que Jesús ejerce, desde la exaltación en cruz, no es de índole únicamente soteriológico-objetiva. El evangelista especifica dos aspectos complementarios importantes: Jesús es rey en un contexto de “escucha de la verdad revelada” (Jn 18,37) y reina desde lo alto del madero como signo de salvación para cuantos lo contemplan con ojos de fe (19,37; cf. Zac 12,10)32. Ése es el principal objetivo del signo joaneo: mostrar que Jesús es el Mesías enviado del Padre, el Salvador del mundo que confiere la vida imperecedera (cf. 4,29.41).

No es indiferente para este tema que el interlocutor de Jesús sea Nicodemo. Como tampoco lo es el hecho de que el primer anuncio formal de “la hora de Jesús” ocurra durante la Pascua (judía) tras la expulsión de los mercaderes del templo. En efecto la interpretación simbólica que da Jesús a la destrucción del templo como respuesta al signo que se le pide (signo de Jonás en los sinópticos), es decir su muerte resurrección, contiene el término sw/ma, el cual se emplea en el IV evangelio sólo en otra ocasión: para indicar el cuerpo exánime de Jesús en cruz (19,31.38), acogido por Nicodemo (19,40). Vale la pena notar cómo la narración joánica de la purificación del templo con su significación simbólica de la destrucción y reedificación del templo (nao,j) - cuerpo (sw/ma) - de Jesús (2,21), con

30 Cf. V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione con Dio, 60. 31 La figura de Moisés está presente de modo significativo en el cuarto evangelio (1,17; 5,46-47; 6,32; 9,28-29). 32 V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione con Dio, 61-62.

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el efecto posterior de suscitar la fe pascual de los discípulos (2,22) se enlaza, a través de una breve resumen sobre la fe vacilante de quienes veían los signos de Jesús en tiempo de Pascua (2,23-24), con el encuentro con Nicodemo que contiene el anuncio de la exaltación real en cruz.

Resulta significativo, por otro lado, la forma con la cual el evangelista cierra el recuento de la pasión al narrar la sepultura de Jesús. Nicodemo acoge33 el sw/ma de Jesús tributándole un homenaje con las características de dignidad real. Se sugiere muy probablemente que Nicodemo caracteriza a los que, provenientes de la tradición judaica, dan público testimonio de la elevación del rey (3,14) y lo acogen porque son de la verdad. En consecuencia, como renacidos de lo alto, vienen a la luz (3,21), ven y entran en el Reino de Dios (3,3.5) y poseen la vida eterna (3,15). Es muy probable por tanto que el evangelista quiera de esta forma poner de relieve un hecho de fondo. Nicodemo, maestro de Israel, ha escuchado la voz del pastor en el primer anuncio de “la hora”, aceptado la posibilidad de llegar a ser hijo de Dios (1,12-13) mediante el bautismo post-pascual en el Espíritu (3,3-7), y siendo ya de la verdad (evk th/j avlhqei,aj 18,37b), ha sido capaz de recibir la revelación sobre la realeza de Jesús tal como se muestra desde la cruz.

2.2 Llegar a conocer (y testimoniar) la divinidad de Jesús-Rey (8,28a).

“Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces sabréis que Yo Soy”.

Este segundo anuncio de la “hora” forma parte del testimonio de Jesús sobre su origen, tema característico del capítulo octavo de Juan.

El contexto inmediatamente anterior al segundo anuncio es bien elocuente (8,24-27). En respuesta a la afirmación, “si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados” (8,24), los judíos replican: “¿Quién eres tú?” (8,25). Dejando a un lado parte de la respuesta de Jesús (8,25b-26ª), interesa sobre todo el final de ésta: “pero el que me ha enviado es veraz, y lo que he oído a El es lo que hablo al mundo” (8,27). Jesús da testimonio sobre la “veracidad” del Padre y sobre Sí

33 Se discute si en 19,40 el aoristo e;labon aplicado al cuerpo de Jesús implica el creer de Nicodemo. El paralelismo literario con 3,11 en contexto de testimonio (ouv lamba,nete) es un primer indicio positivo. La frase “el cuerpo de Jesús” (to. sw/ma tou/ VIhsou/) se repite tres veces, pero sólo Nicodemo, no José de Arimatea, “recibió el cuerpo de Jesús”. R. BROWN duda sobre la intencionalidad del gesto, aunque reconoce que una sepultura real correspondería adecuadamente a la insistencia sobre el tema de la realeza de Jesús presente durante toda la narración de la Pasión en Juan (The Gospel according to John, xiii-xxi, Garden City, New York, 1970, 960). R. SCHNACKENBURG, Il vangelo di Giovanni, III, Brescia 1981, 484-485 piensa, contrario a la opinión de varios exegetas (Idem., 484 nota 111) que no es necesario pensar en una sepultura real. Con todo, la evolución narrativa global del personaje inclina la balanza hacia considerarlo como creyente en Jesús. En efecto Nicodemo evoluciona desde una discreta aparición de noche (3,2), pasando por exigir escuchar primero, según la Ley, para saber lo que obra Jesús (7,50-51) hasta culminar con una presencia activa en la sepultura (19,38-42); cf. R. VIGNOLO, Personaggi del Quarto Vangelo, Milano 1994, 115-128; esp. 121-122; 125-126.

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mismo en cuanto se declara fiel en trasmitir cuanto del Padre ha escuchado (cf. 3,31-33). En realidad testigo de lo que Jesús afirma es el Padre (8,18), ya que en Jesús, en cuanto “luz del mundo” (8,12), quien se auto-revela es precisamente el Padre. De esta manera Jesús se convierte en objeto de testimonio directo.

El diálogo con Felipe durante la Última Cena, revela también este aspecto inequívocamente: “si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre” (14,6-11; cf. 8,19). Pero hay más. Jesús invita a experimentar la realidad del Padre presente en Él mismo. Su revelación pone al Padre al alcance de la vivencia personal y comunitaria. El conocimiento que los diversos personajes adquieren en el cuarto evangelio, se refiere siempre a algún aspecto de la persona de Jesús. El conocer a Jesús conlleva experimentar al Padre.

El segundo anuncio de la exaltación hace hincapié en la dimensión gnoseológica (gnw,sesqe) que alcanza incluso la divinidad (evgw, eivmi,: 8,28a). La invitación a creer en el que va a ser entronizado como rey no sólo se basa en el interés por recibir los bienes mesiánicos que derivan de la salvación sino que consiste en una penetración amoroso-cognoscitiva de la persona de Jesús. El conocer pertenece a la estructura del creer34 y es una operación característica de la profundización pascual. En un contexto muy similar al de este segundo anuncio, en el cual Jesús se defiende de la acusación de blasfemo por haber declarado “Yo soy Hijo de Dios (10,36), añade el Jesús joaneo: “…creed por las obras y así sabréis y conoceréis (i[na gnw/te kai. ginw,skhte) que el Padre está en mí y yo en el Padre” (10,38).

No sorprende pues que a propósito de la entrada real en Jerusalén se utilice el verbo “comprender” en paralelismo con “recordar”, uniendo la realeza de Jesús proclamada en el Hosanna (12,12-15) con su muerte resurrección: “Esto no lo comprendieron (e;gnwsan) los discípulos de momento, pero cuando Jesús fue glorificado, cayeron en la cuenta (evmnh,sqhsan) de que esto estaba escrito sobre Él y qué era lo que le habían hecho (12,16). El comentario similar que hace el evangelista a propósito de las palabras de Jesús “destruid este templo y en tres días lo levantaré” (2,19) permite suponer una relación entre el episodio de la purificación del templo y la entrada real en Jerusalén en el sentido de mostrar cómo se experimenta la realeza de Jesús, desde una perspectiva creyente post-pascual. Tal realeza no se agota en un mesianismo meramente político que puede incluir momentos triunfales (hosanna) o proféticos [denuncia de la injusticia organizada desde el culto en el templo: 2,14-1735) sino que expande el ejercicio de su poder a la donación de la propia vida reflejando así el amor del Padre (3,35).

34 Cf. R. BULTMANN, pisteu,w, TWNT VI, 228-230. 35 Cf. J.MATEOS-J. BARRETO, El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético, Madrid 1979, 166-170.

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Después de la Pascua es el Espíritu el encargado de recordar las palabras de Jesús y de darlas a conocer y en Él al Padre (16,13-15).

En este contexto de testimonio sobre la relación única de Jesús con el Padre y de invitación a hacer experiencia, se produce precisamente el segundo anuncio de entronización. Jesús ratifica, tras el anuncio, su unión con quien lo ha enviado (8,28b-29). La consecuencia es importante: “Al hablar así, muchos creyeron en Él” (8,30). La exaltación de Jesús en la cruz representa la epifanía de su realeza en función de aquéllos que lo miran con fe36. El objetivo de un Jesús triunfante en cruz es suscitar el creer en Él para obtener una vida de eterna unión con el Padre.

La exhortación que sigue representa, en consecuencia, una invitación explícita a crecer en la fe: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (8,31-32). La verdad, es decir el “Yo Soy”, se deja conocer a condición de permanecer en la palabra de Jesús, lo cual significa ser auténticamente sus discípulos procediendo con la libertad de los hijos de Dios (8,31-32). El poder “escuchar” la palabra de Jesús, especialmente la que se refiere a su futura elevación en gloria, el entenderla y ser capaz incluso en alguna manera de experimentarla, es posible sólo para quien permanece en la Palabra, sólo para quien pertenece a la verdad. Llegado el momento de la “hora” de Jesús solamente quien “es de la verdad” puede escuchar la voz del rey y pastor (18,37; 10,25-30).

La aclaración pedida por los judíos que habían creído en él, sobre la frase de Jesús “os haré libres”, da pie a considerar los efectos tanto del “creer’ como del “no creer” (8,33ss.). No se excluye una referencia a la libertad sociológica de los poderes opresivos (cf. 6,15). Los judíos, al igual que los galileos, han experimentado los efectos del yugo extranjero. Pero el contexto habla sobre todo de la libertad vivida en la relación con Dios como un don que se recibe al creer. La libertad es un aspecto esencial de la filiación divina. Como tal se opone radicalmente a la esclavitud.

El Hijo mora en la casa del Padre (14,2-3), y quiere que donde Él está estén también los discípulos (14,3.23), que son “los que el Padre le ha dado” (17,24). El radio de la filiación divina se extiende a aquéllos que por medio de la palabra de los discípulos también creerán en Jesús (17,20). El Hijo ha venido para que todo creyente pueda participar de su condición divina. Quien cree y permanece en la Palabra, la cual alcanza su máxima eficacia en la entronización en cruz, llega a ser hijo y es capaz de vivir en la casa del Padre en la libertad que proporciona la verdad.

36 V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione con Dio, 108.

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La estructura literaria de Gv 8,31-47, contexto posterior del segundo anuncio de entronización, se construye sobre la contraposición hijo (te,knon) de Dios – no hijo de Dios (8,35) por un lado, y paternidad – no paternidad divina (8,42) por el otro37. El objetivo de la revelación de la gloria divina en Jesús, enviado del Padre hecho carne, es precisamente posibilitar la filiación divina a quien cree.

A partir del verso 8,37 se presentan con todo dramatismo las dimensiones últimas de la oposición a Jesús. Se produce un tentativo de eliminarlo físicamente: “tratáis de matarme porque mi palabra no echa raíz, (no encuentra puesto) en vosotros… a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios” (8,37.40). Jesús explica el pecado como la no creencia homicida que tiene por autor al diablo38. Todo el pasaje 8,37-47 demuestra la incapacidad de los interlocutores de Jesús, descendientes de Abraham, de escuchar la palabra de verdad. Así lo demuestra el uso de verbos como lale,w (8,40), le,gw (8,59) referidos a la revelación, y por otro lado, avkou,w (8,38.47), poiei/n ta. e;rga (8,41), avgapa,w (8,42) pisteu,w (8,45) gignw,skw (8,55) con valencia negativa referidos a los hijos de Abraham que por contraste son tildados de “hijos” (en sentido metafórico) del demonio. Frente a la solemne declaración “antes que Abraham existiera “evgw. eivmi”, recogen piedras con el intento de lapidarlo (8,58-59). De manera análoga, prefiriendo la gloria humana (cf., 5,44; 7,18; 12,43), Pilato no es capaz de escuchar ni de aceptar la verdad y la gloria de Jesús- rey, porque “no es de Dios” (8,47; cf. 18,38).

En cambio quien cree y permanece en la palabra de Jesús pertenece, como hijo, a la verdad. Aceptará a Jesús como rey que testifica la verdad (cf. 18,37), escuchará su voz que es también la voz del Pastor. Y se convertirá a su vez en testigo de aquella verdad que se revela desde la entronización en cruz. Como tal, quien cree no morirá sino que tendrá, como el Hijo, vida eterna (cf. 8,51).

2.3 La elevación en cruz, polo de atracción universal (12,31-33).

“Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será expulsado fuera. Y yo cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir”.

Los dos aspectos entre sí complementarios de elevación en cruz y glorificación se encuentran de nuevo en este tercer anuncio que hace Jesús de su

37 Cf. V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione con Dio, 43-45. 38 Y. SIMOENS, Secondo Giovanni. Una traduzione e un’interpretazione, Bologna 2000, 524.

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entronización, con el objetivo expreso de ejercitar como rey un influjo salvífico hacia su Persona.

Las palabras que preceden (12,31) explicitan en qué consiste el juicio ya iniciado a “este mundo” (nu/n kri,sij evsti.n tou/ ko,smou tou,tou) con relación a la muerte-resurrección del Hijo del hombre. El reinado del príncipe de este mundo (nu/n o` a;rcwn tou/ ko,smou tou,tou) llega ahora a su fin porque su responsable es desalojado (evkblhqh,setai e;xw). El evangelista utiliza para el “padre de la mentira” (8,44) una terminología típica del poder terrenal opresivo (o a;rcwn), en modo de evidenciar la oposición irreconciliable entre ambos reinados: el de la esclavitud-mentira y el de la libertad-verdad. Y para expresar el juicio escatológico ya presente (nu/n enfáticamente repetido) emplea la metáfora espacial e;xw. Al igual que en Lc 10,18 y en Ap 12,9 la expulsión del homicida contrasta con la elevación del Hijo del hombre (cf. Ap 12,5).

La doble mención de “este mundo” en estrecha correspondencia con “príncipe”, indica que no se refiere aquí en sentido positivo al mundo humano creado por Dios. El mundo, en cuanto criatura de Dios (Jn 1,10b), es el universo físico que incluye el universo humano. Se identifica como tal con la naturaleza en general que en sí es buena, incluso en su progreso civil y técnico. En esto Juan continúa la tradición sapiencial: “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si algo odiases no lo habrías creado” (Sap 11,24)39. Este cosmos, universo humano, se potencia al máximo por medio del amor de Dios Padre manifestado al dar al Hijo (Jn 3,16).

“Este mundo” tiene sin embargo, en este contexto, el significado negativo, frecuente en el cuarto evangelio, del mundo bajo la influencia del maligno. Se trata del cosmos, convertido en tinieblas, compuesto de seres humanos que no han aceptado la luz sino que libremente la han rechazado para recaer en la esclavitud del poderío del “príncipe de este mundo”. “Este mundo” es el mundo humano que ha ya elegido contra Cristo. En efecto incluso después de constatar que la acción de Dios de hecho porta al endurecimiento del corazón y a la ceguera (12,37-41; cf. 9,39-41), el evangelista toma distancia de cualquier interpretación determinista, que pudiera minar el libre albedrío, cuando narra de inmediato que entre las autoridades del pueblo (evk tw/n avrco,ntwn) muchos creyeron en Jesús, aunque no confesaron (ouvc w`molo,goun) la fe por temor a ser expulsados de la sinagoga (cf. 9,22), consecuencia del amar más la gloria humana que la divina (12,42-43; 5,44).

La interpretación que da el evangelista al tercer anuncio significando (shmai,nwn) el tipo de muerte, por crucifixión (12,33), indica claramente cuál era la intención del Jesús joaneo al pronunciarlas: dar expresamente el valor de signo a la

39 Cf. C.A. BERNARD, Teologia Spirituale, Roma 1983, 264-266

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elevación en cruz. El uso de shmai,nw sitúa dentro de la categoría de shmei/on40 los tres anuncios de “la hora”. Ya Nicodemo, atraído a hablar con Jesús a través de los signos que Éste realizaba, había dicho en primera del plural: “sabemos que has venido de Dios como maestro pues nadie puede realizar tales signos (tau/ta ta. shmei/a poiei/n a] su. poiei/j), si Dios no está con él (metV auvtou/)” (3,2). Hay una referencia explícita al contexto antecedente en el cual se afirma que muchos creen “viendo los signos”, pero Jesús “no se confiaba a ellos porque los conocía a todos…” (2,23-24; cf. 6,26). Este sumario redaccional del evangelista orienta el diálogo con Nicodemo dentro del intento de “catequizar” al maestro de Israel en el objetivo preciso de los signos: “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,30-31). El signo de la serpiente alzada por Moisés en el desierto forma parte de la enseñanza del Maestro. Por otro lado los signos realizados por Jesús durante su vida pública, culminan en la vuelta a la vida de Lázaro y preceden la entrada de Jesús como Mesías en Jerusalén.

La entrada triunfal, como rey mesiánico esperado, profetizado por Zac 9,9 se interpreta en el cuarto evangelio a la luz del signo de su glorificación es decir de su elevación en cruz. Se da una relación directa entre la acogida al rey de Israel, cuyo sentido los discípulos comprendieron solamente cuando Jesús fue glorificado (12,16) y el testimonio de la multitud (evmartu,rei ou=n o` o;cloj) que estaba con él (o` w'n metV auvtou/) durante el signo de Lázaro cuyo objetivo fue la glorificación del Hijo (11,4). Lázaro escuchó la voz de Jesús (evfw,nhsen) y se levantó (h;geiren) de entre los muertos. La difusión de tal testimonio, el escucharlo, impele a la muchedumbre a salir a su encuentro (12,17-18). El comentario de los fariseos confirman la verdadera dimensión del evento: “Todo el mundo se ha ido tras él” (12,19). La proclamación de la realeza de Jesús, aunque la comprenden las multitudes sólo en sentido político, pues ni siquiera sus discípulos la entienden en su auténtica dimensión antes de la Pascua, se conecta en labor redaccional del evangelista, con el signo de Lázaro (12,18). Jesús en cruz, vencedor de la muerte, es la resurrección y la vida para el mundo.

A la entrada de Jerusalén, los fariseos mismos pueden constatar el carácter universal de la acción de Jesús (12,19; cf. 12,32). La profecía de Caifás, pronunciada inmediatamente después del signo de Lázaro, se encuadra dentro la equivocada comprensión de la naturaleza del poder de Jesús. La reducción a la esfera meramente política de la evxousi,a y gloria (do,xa) de Jesús revelada en los signos, sobre todo en el último de Lázaro ocasiona el temor de los fariseos y sumos sacerdotes.

40 U. VANNI, “Il ‘segno’ in Giovanni”, in A.C. CASTALDO (ed.), Lingua e stile del vangelo di Giovanni, Genova 1991, 42.

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Caifás declara que “os conviene”41 sacrificar un hombre para evitar la ruina de la nación entera (Jn 11,50; 18,13-14). El uso de la preposición “u`pe,r” en la enfática aclaración “kai. ouvc u`pe.r tou/ e;qnouj mo,non” seguido de la finalidad “sino también para reunir en uno a los hijos de Dios (ta. te,kna tou/ qeou/) que estaban dispersos” (Jn 11,52) indica claramente que la muerte de Jesús ocurre a favor de la humanidad entera, para dar la vida al mundo (Jn 6,51), para salvar el pueblo de Dios (Jn 10,11.15), para santificar a los discípulos en la verdad (17,19). La muerte salvífica de Jesús tiene un objetivo universal: la unidad. En estrecha relación con esta afirmación se encuentran pasajes proféticos y textos judaicos que prometen la restauración del reino de David con la consecuente reestructuración del pueblo de Dios y la liberación de los hijos de Israel dispersos por el mundo (Jer 23,23; Ez 34,12-13)42. Con una diferencia fundamental, el evangelista interpreta estos oráculos no restringiéndolos al pueblo de la Antigua Alianza sino con una proyección decididamente universal.

Resulta de interés, bajo este aspecto de universalismo de la salvación, individuar el auditorio que escucha a Jesús en el tercer solemne anuncio de su exaltación en cruz. Se compone de tres grupos: la muchedumbre que ha presenciado la resurrección de Lázaro (11,45) y rendía testimonio (12,17), la que sale al encuentro de Jesús en Jerusalén porque habían oído hablar sobre la realización de tal signo (12,12.18) y el grupo compuesto por griegos deseosos de ver a Jesús (Jn 12,20-22).

Los tres grupos representan una apertura universal para escuchar lo referente a la pasión, muerte, exaltación, glorificación del Hijo del Hombre presentado come rey: “Y yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. El evangelista reporta la reacción de quienes escuchan: “Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea elevado? ¿Quién es ése Hijo de hombre?

Vale la pena notar que mientras el segundo anuncio ocurre en un contexto de indagación sobre el origen de Jesús, este último anuncio hacia el final del “libro de los signos” se interesa más por el destino escatológico de Jesús. Tanto en un anuncio como en el otro, el origen de Jesús se liga indisolublemente al de quien cree en Él. Quien ha nacido “de lo alto” (cf. 3,3-8) y mira con fe al elevado en cruz (primer anuncio), llega a ser hijo de Dios (segundo anuncio) y le espera la vida eterna ya iniciada al presente mediante la atracción ejercitada por la palabra de Jesús-rey (12,20-36).

41 La lectura umi/n, “os conviene” es preferible a hmi/n “nos conviene”, no sólo porque la reportan los mejores códices, p45, 66, los unciales B y D, sino por ser la más difícil; cf. B.M. METZGER, A Textual Commentary on the Greek New Testament, Stuttgart 19942 a Jn 11,50. 42 S.A. PANIMOLLE, Lettura Pastorale, III, 55.

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Por otro lado la unión de los títulos Cristo e Hijo del hombre en boca de la muchedumbre (12,34) en contexto de entronización (v. 33) indica probablemente el interés del evangelista en aclarar malentendidos sobre la naturaleza del mesianismo real de Jesús ante una multitud che lo acaba de aclamar en su subida a Jerusalén43. La pregunta “¿quién es éste Hijo del hombre?” da pie para orientar el discurso en relación a la luz que “por poco tiempo está entre vosotros” (v. 35). El rey que será exaltado en cruz atrae como la luz en cuyo ambiente se desempeña la existencia cristiana. Se trata de la luz de su palabra, verdad y fuente de vida (cf. 1 Jn 1,5ss.).

La otra recurrencia significativa del verbo evlku,ein en el cuarto evangelio aparece durante la explicación sapiencial y eucarística del signo de la multiplicación de los panes. La relación entre ambos pasajes (6,44 y 12,32) forjada por el cuidadoso empleo de este verbo no ha pasado desapercibido a los comentadores (ad loc). Las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, a la luz del tercer anuncio de “la hora” corrobora la estrecha unión en el operar de Jesús con el Padre. La atracción hacia la comunión con el Pan de vida tiene su fuente primigenia en el Padre con el consiguiente efecto escatológico confiado al Hijo: “Yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,44). La atracción, que experimenta el creyente hacia el sacramento de la Eucaristía se identifica con la atracción que ejerce la elevación de Jesús en cruz. Y tienen un único origen en el Padre y en Jesús, pues ambos son uno. El continuo renovarse de tal atracción en la existencia del creyente, dentro de la Iglesia hoy se realiza en el Espíritu de Verdad, enviado por el Padre en el nombre de Jesús (14,15-17.26) y por Jesús mismo (16,7-15) para actualizar cuanto el Resucitado hizo y enseñó.

La estrecha asociación de “la hora” de Jesús, entendida como exaltación real en cruz, con la propuesta fuerte joanea de “creer” en tal signo, lleva a la considerar la proclamación de Jesús: “todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (18,37b) desde su anticipación en el discurso del “buen pastor”. El signo de la vuelta a la vida física de Lázaro manifiesta la gloria de Jesús que se revelará plena cuando los muertos como Lázaro escuchen la voz del pastor (5,25).

3. Escuchar la voz del pastor y su testimonio sobre el Padre (Jn 10,27)

Para poder aceptar el testimonio de Jesús sobre su realeza, sobre su misión, sobre su origen, en las circunstancias extremas del diálogo con Pilato, el lector de cuarto evangelio debe estar en grado de “escuchar la voz de Jesús, es decir, de pertenecer a la verdad (18,37). Con este objetivo el evangelista ha presentado con anterioridad la relación estrecha existente entre las ovejas y el pastor precisamente

43 Cf. R. BROWN, The Gospel according to John, i-xii, Garden City, New York, 19832, 478.

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como un “escuchar su voz” (10,3.16.27). La escasa visión de las ovejas se compensa con la aguda percepción auditiva que les permite reconocer la voz del pastor habitualmente y sobre todo en momentos de riesgo (Sal 23,3-4). Detrás del símbolo del pastor se trasparenta la función de gobernar y alimentar al pueblo a cargo de una persona que la tradición israelita llegó a identificar con el rey.

En este estudio importa destacar que el símil del pastor en el A. T. se aplicó al rey (Sal 78,70-72; Ez 37,24). Ya el evangelista Mateo en la parábola del juicio final presentaba al Hijo del hombre por un lado, como un rey glorioso que se sienta sobre el trono de su majestad celeste (Mt 25,31), y por el otro como un pastor que separa las ovejas de las cabras para juzgarlas a todas (v. 32).

Jesús, mientras paseaba por el templo, en el pórtico del rey Salomón (cf. 10,22) declara: “mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano” (10,27). Esto ocurre durante la fiesta de la nueva Dedicación del templo de Jerusalén, consecuencia de la victoria de Judas Macabeo sobre Antíoco IV (1 Mac 4,36-59; 2 Mac 1,9.18; 10,1-18). Las coordenadas espacio-temporales, en las que Jesús se mueve, destacan un ambiente de realeza. Por otro lado la autoridad judía exige de Jesús una definición clara del carácter mesiánico de su misión en un clima de amenaza incluso de lapidación (10,24.31-33).

La respuesta de Jesús remite claramente a su origen y misión: “Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí” (10,25). Las obras dan testimonio de la identidad divina y mesiánica de Jesús (10,36-38) y resaltan la estrecha unidad en el obrar con el Padre que lo ha enviado. Al operar Jesús como agente del Padre, revela su unidad con El. Se explica así que las obras que Jesús realiza den testimonio intrínseco de su envío por el Padre (5,36) y sean un testimonio sobre la verdad, mayor que el que dio el Bautista (5,33) quien era sólo lámpara (5,35) y no la luz (8,12). Más aún el Padre mismo da testimonio sobre Jesús (cf. 5,37; 8,18), pues la obras de Éste conducen al Padre. Por tanto es posible oír la voz misma del Padre, a través de Jesús, creyendo en el Enviado (5,37).

La razón de la incredulidad de las autoridades estriba, como más adelante ocurre con Pilato, en no ser de sus ovejas (10,26). Para poder creer en Jesús hay que ser capaz de sintonizar personalmente con Él, es decir creer en la motivación de amor veraz del Padre que lo ha enviado (3,16), de lo cual Jesús da testimonio (3,33), y que lo lleva a la exaltación en cruz.

El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano (3,35; cf. 10,17-18). El símbolo antropomorfo “mano” indica la posesión de una propiedad perteneciente al dominio real. Este “poner todo en su mano” fundamenta la realeza de Jesús que se ejerce en términos de vida eterna para quienes escuchan su voz. A estas ovejas, provenientes del universo entero, el Padre los ha puesto en las manos del rey y

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pastor. Por eso Jesús añade: “y nadie las arrebatará de mi mano” (10,28) puesto que nadie “puede arrebatar nada de la mano del Padre” ya que “Yo y el Padre somos uno” (10,29-30; cf. 14,10-11).

La realeza del Hijo del hombre se basa, por tanto, en el poder creador y salvador del Padre, que se actúa en las palabras que habla el Hijo, porque Dios no da el Espíritu con medida (3,34).

El contexto de las recurrencias del “escuchar” con sentido de creer, seguido del genitivo “su voz” th/j fwnh/j auvtou/ (10,3), th/j fwnh/j mou (10,16) es también una revelación de la misión real de Jesús en sentido universal. Por otro lado el uso por cuatro veces del verbo gignw,skw (10,14-15) recalca, según el empleo bíblico un intercambio de amor profundo, con el sentido del sacrificio no de la oveja, sino paradójicamente del pastor, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1,29.36). Jesús el buen pastor da la vida libremente, sin que nadie se la quite, a favor (upe,r) de sus ovejas (10,11.15.17). Tal motivación de amor hasta el extremo (eivj te,loj) será recordado al inicio del libro de la “hora” de Jesús (13,1), cuando el Pastor-Rey, Palabra encarnada, ofrezca su vida por la salvación de quienes escuchan su voz. De hecho al final del pasaje en la fiesta de la Dedicación del templo, el evangelista presenta de nuevo la oposición violenta a Jesús en prefiguración de “la hora”: “querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos” (10,39). A pesar de ello, Juan constata el efecto positivo de cuanto narrado bajo la imagen del pastor y las ovejas ya que muchos acudieron a Jesús (h=lqon pro.j auvto.n) y creyeron en Él (eivj avuto,n) (10,40-41).

REFLEXIONES CONCLUSIVAS.

La revelación de Cristo como rey, ejercida en donación de la propia vida, es un elemento central en el relato de la pasión según Juan. El evangelista juzgó conveniente preparar, en la redacción de la primera parte de su obra (capítulos 1-12), toda la riqueza de matices que tal revelación comporta para una adecuada aceptación por parte del creyente (20,30-31). El análisis efectuado sobre los textos que preparan la respuesta de Jesús a la pregunta de Pilato “luego tú eres rey?” permiten retener como válidas las siguientes consideraciones.

El itinerario de Jesús hacia la muerte no es en primer lugar un camino de sufrimiento y humillación. En el IV evangelio se trasforma en la experiencia de entronización de un rey, cuya ejecución última ocurre sobre el leño de la cruz. La realeza de Jesús, concentrada en su persona, es luz que ilumina la verdadera naturaleza del reino de Dios.

Los tres textos comentados sobre la exaltación en cruz del Hijo del hombre, descubren aspectos esenciales de la realeza de Jesús con un común objetivo: motivar a creer y permanecer en Cristo. En la entrevista con Nicodemo

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aparece expresada de modo completo esta finalidad: “así tiene que ser elevado el Hijo de hombre, para que todo el que crea tenga en Él la vida eterna” (Jn 3,14b-15).

Jesús ejercita su poder de modo pleno cuando revela su divinidad desde la cruz; cuando, como rey, atrae hacia sí a todos (12,32) para que se cumpliese (plhrwqh/) la Escritura “mirarán (o;yontai en sentido joaneo de ver, comprender) al que traspasaron” (19,37). Quien contempla al que traspasaron aceptando el testimonio “de quien lo ha visto y sabe que dice la verdad” (19,35), recibe un efecto superior a quien miraba la serpiente de bronce alzada en el desierto (3,14-15), pues “entra” en el Reino de Dios y naciendo del “agua y del Espíritu, llega en consecuencia a ser hijo de Dios (cf. 1,12) y a conducir una vida que se revela en el amor (1 Jn 4,7-10). Todo ser humano, no sólo israelita, experimenta la fuente de la vida eterna en el grano de trigo que precisamente en la “hora de la iluminación y de la atracción”44, cayendo a tierra y resurgiendo, porta mucho fruto (12,24).

Mientras desempeñaba su ministerio mesiánico en el templo durante la celebración de la fiesta de las Tiendas, Jesús afirmó: “… si no creéis que ‘Yo soy’, moriréis en vuestros pecados” (8,24) para ratificar después el calibre de su identidad: “cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, sabréis que ‘Yo soy’ ” Como resultado “muchos creyeron en Él” (8,30). El poder de quitar el pecado, pertenece por tanto al Cordero de Dios (1,29), al Hijo encarnado y resucitado (cf. 20,23).

Conocer en sentido bíblico tal realidad, engendra la libertad típica de los hijos de Dios. Se trata de una libertad del pecado y de la muerte que permite conocer al pastor, al rey mesiánico, y escuchar su voz. El mutuo conocimiento implica un intercambio de amor que se convierte en particularmente intenso cuando el Crucificado es reconocido como “Yo soy”. El testimonio de Jesús, pastor y rey, que conoce a sus ovejas, al entregar libremente su vida (10,12.17), remite a un obrar que conduce al Padre y a escuchar la verdad en la voz de Éste (cf. 5,37). Así los creyentes reconocen y experimentan el Amor divino, que ha teñido la hora de Jesús desde el inicio (13,1) y que resplandece particularmente desde la cruz.

Jesús ha amado a los suyos en el mundo. La expresión “habiendo amado a los suyos” (avgaph,saj tou.j ivdi,ouj) se interpreta en relación con las personas que pertenecen a Jesús, que escuchan su voz. El cuida de ellas como rey y pastor. Pero hay más. El uso del verbo avgapa,w evoca la relación de mutuo conocimiento amoroso (10,14). “Los suyos” son los que oyen la voz del pastor, los que se conocen recíprocamente, aquéllos por quienes Jesús entrega su vida porque los ama hasta extremo. La respuesta de quienes pertenecen a la verdad (8,46b-47) es la

44 Cf. E. RASCO, “Christus, granum frumenti (Joh 12,24)”, VD 37 (1959) 21.68-71.

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de aceptar su amor y propagarlo. Tienen por paradigma al discípulo predilecto. Éste ha aceptado a plena capacidad el amor de Jesús. Así ha podido escuchar su voz: “Es el Señor” (21,7). Y ha sido también capaz de ver y testimoniar (o e`wrakw.j memartu,rhken)( de modo genuino (avlhqinh,) (19,35ab) sobre los hechos de Jesús (peri. tou,twn) (21,24), sobre sus signos (20,30), con el objetivo concreto misionero de que “también vosotros creáis” (i[na kai. u`mei/j pisteu,ÎsÐhte) (19,35d; cf. 20,31).

Los signos efectuados por Jesús durante la vida pública, en especial el de Lázaro, se concentran en la realidad de “la hora”, en la elevación y exaltación del Crucificado. Jesús “atrae a todos hacia sí” y “reúne a los hijos de Dios dispersos” (11,52) que “no son de este redil” (10,16) para conducirlas a la vida eterna. Estos aspectos, llenos de significado teológico, anticipados en el “libro de los signos”, se proclaman con elocuencia a todo el universo en el título trilingüe de la cruz. Las autoridades judías intentan anular la proclamación real de la divinidad de Jesús, pero Pilato en un gesto profético similar en su involuntariedad al de Caifás, la confirma: “Lo que he escrito, permanece escrito” [}O ge,grafa( ge,grafa (19,22)].

Lecturas disímiles del título de la cruz han sido el resultado de dos posturas que el lector actual a su vez confronta: la de quien por ser de la verdad la siente testimoniar en la voz de Jesús o la de quien opta por un número de otras respuestas referibles a un moderno “¿Qué es la verdad?” (cf. 18,38). Para quienes entren en el reino de Dios, por ser de la verdad, queda el reto de testimoniar ante el mundo la propia experiencia de comunión de vida, en modo que todos sean uno (cf. 17,20-21.23). Los verdaderos adoradores del Padre (4,23-24) son el rebaño que el Hijo de Dios conduce reuniendo los hijos dispersos (10,16; 11,52). El culto en Espíritu y verdad que lleva a cabo la comunidad creyente al participar del Pan de Vida testimonia la atracción del Padre que ha enviado a Jesús al mundo para salvarlo (6,44).

Todo esto lo expresa muy bien el prefacio VII a la oración eucarística del tiempo litúrgico ordinario:

“Tú, en la etapa final de la historia, has enviado a tu Hijo… para redimirnos del pecado y de la muerte; y has derramado el Espíritu, para hacer de todas las naciones un solo pueblo nuevo, que tiene como meta tu reino; como estado la libertad de tus hijos; como ley el precepto del amor”.