Todo Es Arte, Nadie Es Artista

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TODO ES ARTE, NADIE ES ARTISTA. Uno de los mayores cuestionamientos relativos al ámbito artístico de nuestros días es la definición del concepto de arte. A pesar de los numerosos intentos hechos al respecto, y más allá de precisar respuestas claras y concretas, diferentes autores han planteado más bien adjetivos, situaciones y circunstancias que ayudan a acercarnos (o alejarnos) a una apreciación concreta y específica del término. Sin el ánimo de establecer una definición tajante de este vocablo, partiremos de esta interesante discusión para introducirnos en la postura que expondremos, resultante a partir del debate sobre ciertas discusiones alrededor del arte actual y contemporáneo. Utilizaremos como punto de partida una de las conclusiones obtenidas en alguna de mis clases de Estética, donde se enunció, como principal característica del arte contemporáneo, su des- definición. Al intentar responder al interrogante ¿Qué es arte hoy?, argumentábamos que, en el arte de nuestros días, es más fácil enunciar qué no es arte a qué si lo es (sin dar por hecho que lo primero ya de por sí sea sencillo), y era entonces cuando

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TODO ES ARTE, NADIE ES ARTISTA.

Uno de los mayores cuestionamientos relativos al ámbito artístico de nuestros días es la

definición del concepto de arte. A pesar de los numerosos intentos hechos al respecto, y más allá

de precisar respuestas claras y concretas, diferentes autores han planteado más bien adjetivos,

situaciones y circunstancias que ayudan a acercarnos (o alejarnos) a una apreciación concreta y

específica del término. Sin el ánimo de establecer una definición tajante de este vocablo,

partiremos de esta interesante discusión para introducirnos en la postura que expondremos,

resultante a partir del debate sobre ciertas discusiones alrededor del arte actual y contemporáneo.

Utilizaremos como punto de partida una de las conclusiones obtenidas en alguna de mis clases de

Estética, donde se enunció, como principal característica del arte contemporáneo, su des-

definición. Al intentar responder al interrogante ¿Qué es arte hoy?, argumentábamos que, en el

arte de nuestros días, es más fácil enunciar qué no es arte a qué si lo es (sin dar por hecho que lo

primero ya de por sí sea sencillo), y era entonces cuando surgía el interrogante sustituto de

¿Cuándo hay arte? En ese momento citar a Gombrich y su respuesta “No hay arte, sino artistas”

aparecía como evidente y pertinente, pero la intuición se desvanecía inmediatamente al recordar,

por citar al menos un ejemplo, las obras de arte participativo e interactivo donde la obra de arte

se plantea como inconclusa y completada únicamente por medio del accionar del público.

Luego, si no somos capaces de definir al arte por el arte, ni al arte por los artistas, ¿Cómo

logramos identificar qué (o cuándo, cómo, dónde) es una obra de arte? ¿Cómo somos capaces de

discernir de un objeto cotidiano cualquiera a su presentación como objeto artístico, o de una

pintura decorativa a una artística? Y más curiosidad me da plantear ¿Qué tanto valor tiene el

juicio de hacer estas distinciones en los días donde se profesa que “Todo es arte”?

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A partir de estos interrogantes, vale la pena citar a Mario Vargas Llosa cuando hace referencia a

las características del arte de nuestros días, o de la civilización del espectáculo, como él la

denomina:

Desde que Marcel Duchamp, quien, qué duda cabe, era un genio, revolucionó los patrones artísticos de

Occidente estableciendo que un excusado era también una obra de arte si así lo decidía el artista, ya todo

fue posible en el ámbito de la pintura y escultura (…). La desaparición de mínimos consensos sobre los

valores estéticos hace que en este ámbito la confusión reine y reinará por mucho tiempo, pues ya no es

posible discernir con cierta objetividad qué es tener talento o carecer de él, qué es bello y qué es feo, qué

obra representa algo nuevo y durable y cuál no es más que un fuego fatuo. Esa confusión ha convertido el

mundo de las artes plásticas en un carnaval donde genuinos creadores y vivillos y embusteros andan

revueltos y a menudo resulta difícil diferenciarlos. (p.48-49).

Efectivamente, si cada vez resulta más difícil diferenciar lo que es de lo que no es, asimismo

reconocer valores y calidades se ha tornado una tarea confusa y polémica. En igual medida, pero

tomando una postura más radical, la crítica mejicana Avelina Lésper en sus textos ataca

fuertemente el sistema artístico reinante en la actualidad, con argumentos provocativos pero

sólidos, denigrando todo lo que podemos describir hoy en día bajo la etiqueta de arte

contemporáneo. Algunos de sus argumentos clave y concerniente a las preguntas anteriores, tiene

que ver con lo que denomina los dogmas de la transubstanciación, del concepto, del contexto y

del curador como entes que dan la posibilidad a cualquier obra de arte de adquirir un valor

artístico y trascender gracias al significado implícito de cada obra, y que es enunciado por el

curador. De este modo, las obras de arte post-Duchamp son necesariamente sustentadas por una

especie de aura mágica y mitológica que le dan un valor agregado al planteamiento físico de la

obra artística.

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En este punto hay que reconocer que, dada la facilidad y la flexibilidad para respaldar una

propuesta artística con el mayor o el menor valor, el oportunismo y la mediocridad adquieren vía

libre para trascender como estado artístico y, como plantea Vargas Llosa, genuinos y mediocres

andan revueltos y cada vez resulta más difícil diferenciarlos. Todo esto se da en el marco de un

medio artístico que, como lo describe Danto, se caracteriza principalmente por su pluralidad, es

decir, donde hay diversidad de medios, teorías, metodologías y estéticas y, por ende, todo es

legítimo. Entonces resulta curioso que dentro de este contexto, dadas posturas del tipo de Vargas

Llosa y Lésper, se le suelan tildar de anacrónicas, clásicas y fundamentalistas. En este aspecto

comparto con Avelina al denominar críticamente al arte contemporáneo como un dogma

incuestionable.

Sin embargo, no se trata ahora de ser radicales y pretender que toda la producción artística que

ha caracterizado a la humanidad desde mediados del siglo XX hasta nuestros días carece de valor

y da sepultura al arte mismo. Eso significaría volver a los tiempos miméticos de los clásicos, a lo

sumo de la pintura al aire libre impresionista. En ese sentido, consideramos, el arte

contemporáneo ha permitido el gran salto creativo y libertador que ataba a la producción artística

a ciertos paradigmas. El problema es cuando se asume ese cambio no como un salto libertador,

sino como un simple cambio de poderes en el puesto, y es entonces cuando carece de sentido.

A lo anterior hay que agregarle el hecho de que Occidente padeció recientemente (aunque

algunos analíticos, historiadores y teóricos lo consideren como parte de un pasado lejano) una de

esas épocas comunes en diferentes etapas de la historia de la humanidad, donde sucesos

desgarradores y trascendentes simbolizan el abandono de un paradigma para la creación de otro

(proceso que puede durar años, décadas); y muchos, hoy por hoy, han creído que la creación de

ese paradigma ya está resuelta y definida. Creo que nunca la humanidad ha sido tan cambiante en

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tan poco tiempo, por lo cual lejos estamos de definir el espíritu de nuestro tiempo, esa forma de

pensamiento que resuma todas las prácticas humanas comunes en nuestros días y los venideros.

Eso se ha visto expresado inclusive en los primeros años de las vanguardias, cuando muchas

alternativas eran planteadas por medio de diferentes estilos sin llegar a prevalecer una sobre la

otra con el correr del tiempo; y más notorio ha sido recientemente con la inclusión de distintas

modalidades a la creación artística (y ya no plástica) como la fotografía, el video, el cuerpo, los

medios digitales, la web, entre otros. Aún estamos en los tiempos de metamorfosis, en los

procesos de redefinición (mas no de des-definición), donde surgen los paradigmas que afectarán

los tiempos futuros del arte.

Han sido estos mismos procesos de transición terreno fructífero para la experimentación y la

redefinición, dando como resultado tanto nuevos talentos impactantes y prometedores, como

mediocres aprovechados de las libertades prestadas y las excusas protectoras. Todavía son

tiempos, entonces, para replantear los esquemas que rigen el sistema del arte, aprovechando ese

proceso libertador que ha sido el arte contemporáneo y dando valor a las propuestas artísticas por

lo que son, mas no por lo que se dice que sean, por las experiencias estéticas que presten

directamente al espectador, por el trabajo y los procesos desarrollados, los significados

encarnados ya intrínsecos en la obra y los nuevos descubrimientos que aporten al desarrollo de

procesos innovadores.

Tal vez de esta forma podamos encontrarnos con verdaderos valores artísticos a partir del

cuestionamiento y más adelante poder responder a nuestros interrogantes.

Dylan Altamiranda.

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REFERENCIAS.

Vargas Llosa, Mario. “La civilización del espectáculo”. Editorial: Alfaguara. Bogotá, 2012.

Conferencia de Avelina Lésper: “Arte contemporáneo: El dogma incuestionable”. Tomado de:

Revista El Malpensante. http://www.elmalpensante.com/index.php?

doc=display_contenido&id=2696&pag=1&size=n