TORRENTES ESPIRITUALES - Una iglesia sin … · Dios. El propósito de Guyon con este libro es...

260
TORRENTES ESPIRITUALES UNA AUTOBIOGRAFÍA ESPIRITUAL Y ÉXODO LA SALIDA JEANNE GUYON

Transcript of TORRENTES ESPIRITUALES - Una iglesia sin … · Dios. El propósito de Guyon con este libro es...

TORRENTES

ESPIRITUALES UNA AUTOBIOGRAFÍA ESPIRITUAL

Y

ÉXODO LA SALIDA

JEANNE GUYON

1

2

TORRENTES

ESPIRITUALES

por

Jeanne Guyon

3

Torrentes Espirituales

por

Jeanne Guyon

Esta traducción está dedicada al precioso nombre de Jesús, pues

sólo esa Verdad nos hace verdaderamente libres

Copyright Gene Edwards

MCMLXXXX

Impreso en España

Publicado por

Círculo Santo

4

PREFACIO

Nos encontramos algún que otro problema con este libro en particular

al escribirlo en inglés moderno. Hay una palabra que no existe en la lengua

inglesa que debería existir, una palabra que podría significar tanto “él”

como “ella.” Al tratar con Torrentes Espirituales, echamos mucho de me-

nos a esta palabra. El inglés debería tener una palabra como “él-la” o “e-

lla” o algo por el estilo.

A lo largo de esta revisión estuvimos trabajando con una texto en In-

glés Antiguo que constantemente aludía a “el alma...” El pronombre “ello”

solía aparecer veinte o más veces en una sola página. Sencillamente la

mente no es capaz de seguir un pensamiento tan largo con tantos pronom-

bres en un espacio tan corto.

Sustituimos “alma” por palabras como “devoto”, “creyente”, o “cris-

tiano” – allí donde no se dañaba el significado original. Pero llega el mo-

mento cuando tienes que decidirte entre usar “él” o “ella” – el cristiano

“él” o “ella”. Pobre Inglés, nuestra lengua no puede decir “él-la” o “e-lla”;

por tanto, nos arriesgamos a meternos en líos con uno de los dos géneros,

una vez hecha la elección. Hicimos lo que escritores y editores y traducto-

res han estado haciendo durante mil años ante la inconveniencia de esta

lengua – escogimos decir el cristiano “él”, una elección que es algo mejor

que lo cristiano “ello”. Pedimos disculpas a todas nuestras lectoras femeni-

nas por este detalle, sabiendo demasiado bien que es el lenguaje inglés el

que debe disculparse.

Una última cosa. De vez en cuando se nos pregunta de dónde sacamos

las copias de los libros originales que modernizamos, a lo que sigue una

pregunta insalvable, “¿Dónde consigo yo una copia?” Grande es el miste-

rio. Haz lo que hacemos nosotros. ¡Vete a la biblioteca pública que te co-

rresponda y empieza a mirarte las listas de libros catalogados en el listado

nacional de bibliotecas! El bibliotecario te dará los detalles.

Y ahora, querido lector, vamos a Torrentes Espirituales, y vamos de

la mano de una mujer que no se estremeció describiendo el sufrimiento

como es en realidad.

5

6

INTRODUCCION

La clave para entender este libro es ver entre sus expresio-

nes la biografía espiritual de la propia Jeanne Guyon. Ella es el

“torrente” de este libro, y esta es su historia de su viaje hacia

Cristo. Este no es un libro que te marca los pasos que necesitas

seguir para madurar en Cristo. El tratar de encajar este libro en

tu propia vida es enfrentar el desastre. Guyon escribió en otra

época, en la cual era necesario describir todo por pasos o por

niveles. Lo que es más, era muy subjetiva, e incluso a veces caía

en la melancolía. Lo que ella dice en Torrentes Espirituales no

se puede encontrar en el Nuevo Testamento... no lo encontra-

mos como “la forma” de conocer a Cristo. Esta es, sencillamen-

te, la historia de una mujer, desde su propio punto de vista, en

cuanto a cómo Dios trató con ella. La gran fuerza de este libro

es sencillamente esta: existen muy, muy pocos libros escritos

sobre el tema de la cruz en relación con el caminar cristiano.

Este es uno de esos pocos libros. Y es una afirmación radical,

quizás en extremo radical, acerca de la cruz en la vida de un

creyente.

Madame Guyon en persona se metió en problemas a causa

de este libro. Aquí está la historia lo que mejor que he podido

recomponerla.

Jeanne Guyon empezó a escribir su autobiografía cuando

rondaba los treinta años. Pero el primer libro suyo publicado fue

la titánica obra, Método de Oración, ahora titulada Experimen-

tando las Profundidades de Jesucristo. Esta es una obra maestra

y un clásico.

7

Su primer encarcelamiento (más bien fue un confinamiento

en una abadía atendida por monjas en un lugar de París llamado

San Antonio) se debió a cuatro causas: el complot de su medio

hermano de sangre para quitarle sus inmuebles y su riqueza... y

los tres libros que hasta entonces había escrito.

Fue liberada gracias a los esfuerzos de amigos suyos dentro

de la corte de Luis XIV. Tras su liberación entró en un periodo

de máxima popularidad e influencia – en Versalles, nada menos,

la corte de la monarquía más poderosa de toda la historia Euro-

pea.

De forma gradual, Guyon cayó en desgracia en la corte de

Luis. El Rey en persona solicitó al Obispo Bossuet, el más

grande y famoso clérigo de toda Francia, que la examinara. Este

“examen” vino a ser una inquisición mental. Bossuet, la mente

más poderosa de Francia, pensaba que se las estaba viendo con

una mujer un tanto estúpida. Se propuso aplastarla como se

aplasta a una mosca. Pero en vez de ello, se encontró con su

igual, por no decir su superior. Estaba enfurecido. (La historia,

más tarde, no ha sido magnánima con Bossuet, sobre todo a

causa del trato tan absurdo que ejerció sobre esta mujer.) Las

conclusiones de Bossuet acerca de esta “peligrosa” mujer hicie-

ron que Luis XIV encarcelara a Jeanne Guyon sin juicio y sin

cargos.

En su “vista oral” ante Bossuet y otros dos Obispos, Jeanne

Guyon presentó su biografía a Bossuet. (Ya había leído Método

de Oración y estaba bastante en contra de él.) En aquella época

ella le presentó tres obras más. No podría haber actuado peor.

De entre sus comentarios sobre la Biblia eligió entregarle su

8

obra Cantar de los Cantares. También le entregó un manuscrito

recientemente acabado de un libro sin publicar titulado Torren-

tes Espirituales.

Imagináos a un super pedante y super piadoso solterón ya

entrado en años leyendo la íntima y apasionada interpretación

de Cantar de los Cantares. ¡A Bossuet se le pusieron los pelos

de punta! El sexo, después de todo, era un mundo desconocido

para él - demósle ese margen de duda -, y con toda seguridad

tampoco debía tener lugar en libro religioso alguno, aunque tra-

tara del Cantar de los Cantares.

Su reacción ante Torrentes Espirituales fue peor. En este

libro Jeanne Guyon ataca de soslayo a la intelectualidad y a los

intelectuales... ¡y eso era todo lo que era Bousset! Lo que es

más, la subjetividad de Torrentes Espirituales no le hacía mu-

cha gracia que digamos a una de las mentes más objetivas que

Francia llegó a engendrar.

Otro suceso, en otra nación, también influyó profundamente

en lo que le habría de acontecer a Jeanne Guyon. Había en Italia

un hombre llamado Miguel de Molinos, que por aquel tiempo

sufría prisión por similares escritos.

Molinos hacía poco que había puesto a toda Italia patas

arriba, originando una de las mayores revueltas que jamás haya

sufrido el Vaticano, el Papa y Roma.

Las enseñanzas de estas dos personas no eran una novedad,

sino que ya habían sido enseñadas en siglos pasados por santos

canonizados de la Iglesia Católica. Ni a Molinos ni a Guyon se

9

les hubiera pasado nunca por la mente que lo que escribían y

enseñaban podría meterles en problemas. Y lo hizo.

A Molinos lo sellaron literalmente tras los portones de una

mazmorra. Guyon se vería en breve fugitiva de la justicia.

Cuando por fin dieron con ella, fue encarcelada en Vincennes, y

después en la infame Bastilla.

Guyon dice que es muy raro conseguir un avanzado estado

de espiritualidad. Algo que atañe a muy pocos, e incluso enton-

ces, un estado que únicamente se alcanza – por lo general – a

una edad bastante madura, casi siempre poco antes de la muerte.

Bien, ella era casi una cincuentona cuando escribió este libro.

Asumo, pues, que ella misma teorizaba con ciertas partes de lo

escrito aquí.

Hasta donde mi lógica alcanza, Torrentes Espirituales no

fue publicado hasta después de su muerte. Una cosa es segura:

siempre que este libro se vuelve a llevar a una imprenta molesta,

enoja y confunde a mucha gente.

¿A qué se debe, pues, esta nueva edición?

Como ya dije anteriormente, es tan simple como el hecho

de que no existen muchas obras en la literatura cristiana que ha-

blen del trato interno de la cruz en la vida diaria del creyente. Y

hoy en día la iglesia parece alejarse más y más del tema del su-

frimiento... casi cada hora que pasa.

La mayoría de los cristianos, tras leer este libro, lo único

que hacen es agitar sus manos con aire de desespero e intentar

10

olvidar que alguna vez lo hayan leído. Puede que eso mismo sea

lo más saludable que puedas hacer con él, si crees que todos los

cristianos deben pasar por los niveles que ella describe. Pero, de

hecho, no es eso lo que ella dice. Para comprender este libro en

particular tienes que entender la tradición Católica. Puede que

Guyon fuera la Católica Romana más evangélica que hubiera

escrito un libro en su época, pero era Católica.

Ahora bien, un católico que escribiera de un tema como el

que ella escribió aquí, para ser considerada una buena Católica,

debía seguir una larga y bien establecida tradición. Esta tradi-

ción fue establecida allá en los tiempos de Agustín y Dionysius

Exiguus. Estos dos hombres pusieron la vida cristiana por “eta-

pas”. Todos los escritores posteriores estaban encadenados por

la tradición a establecer una serie de etapas por las que, creían

ellos, el alma debía atravesar con vistas a llegar a la “perfec-

ción”. La perfección, para la mente Católica, no quiere decir au-

sencia de pecado o perfección... sino un estado de “estar en

Dios”.

El propósito de Guyon con este libro es contarle al lector su

propia experiencia. Probablemente ella sentía que al menos ha-

bía acariciado todas estas etapas que tan vívidamente describe.

Si no eres un católico romano, inevitablemente se te queda-

rá la impresión de que estas son las etapas por las que todos los

creyentes deben pasar. Esto sencillamente no es cierto. El Nue-

vo Testamento no establece tales normas. No hay fórmulas en la

transformación. El Señor, al igual que podemos ver en el Aslan

de C.S.Lewis, no es un tullido – Él no es un Dios de fórmulas.

Él es un Dios viviente y una experiencia vital y viviente; a dia-

11

rio se le experimenta de distintas maneras. No un “algo” por ahí

que es revelado al pasar a través de una serie de pasos preesta-

blecidos. Torrentes Espirituales es la experiencia personal de

una mujer en su camino hacia Dios.

A mi juicio, su detalle del sufrimiento cristiano es la gran

fuerza de Guyon y al mismo tiempo la mayor de sus debilida-

des. Un amigo mío, comentando un capítulo titulado “Noche

Oscura del Espíritu” en mi libro, El Viaje Hacia Adentro, pro-

bablemente resumió esta paradoja. Dijo, “Gene, la gente que

nunca ha pasado por lo que aquí has descrito no tienen ni idea

de lo que estás hablando; y aquellos de nosotros que tiene idea,

no quiere leerlo ni por asomo.”

Ahí está.

El leer las vívidas, algunas veces taciturnas, descripciones

de sus experiencias – si no estás familiarizado con su vida y es-

critos – te dejarán sin saber cómo reaccionar.

Hay tres tipos de personas a los que desearía que nunca se

encontrasen ante un libro como este. (Aquí hablo particularmen-

te de gente profundamente dañada. Te recuerdo que este libro

no les dañará. Los libros no hacen rara a la gente; la gente rara

se expresa mejor demostrando lo rara que es, justo después de

leer un libro como este.)

Primero, está el hermano soltero religioso. No debería leer

este libro. ¡Todos los hermanos solteros super religiosos

deberían casarse! ¡Tras diez años de matrimonio este libro no

sería capaz de hacerles ningún daño! Hermano joven y soltero,

12

si tienes tendencia a ser “religioso”, entonces este libro te hará

totalmente insoportable. Por favor, recuerda que, cuando te has

hecho un lío con las comas porque has fracasado de cabo a rabo

en vivir ajustado a tu propio estándar, obviamente no estás

haciendo progreso espiritual. Y si, cuando disciernas que estás

haciendo progresos, te estiras la corbata y sacas el “tratado para

ser muy espiritual”, y empiezas a poner a todo el mundo en

vereda, ¡aún sigues sin hacer progreso espiritual! Hay un

elemento con una alta carga redentora en este libro: los estados

espirituales, que algunos cristianos planean visitar en un fin de

semana – ¡Guyon asegura que llevarán de veinte a treinta años!

El segundo tipo de persona que no debería leer esta clase de

libro es el chiflado de verdadero manicomio. Las personas reli-

giosas que también son chaladas a menudo parece que están en-

tre los treinta y cuarenta años. ¿Qué más puedo decir? Este tipo

de persona hace que todo aquel que haya escrito alguna vez un

libro cristiano, da igual cuán blando sea el libro o suave sea el

tema tratado, se plantee seriamente si el autor debiera volver a

escribir alguna vez otro libro. Hay gente un tanto trastornada

que se dañan con cualquier literatura cristiana que puedan leer.

En último lugar viene el pedante, ciego, e iluso cristiano

que vive inmerso en vanos sueños de grandeza, que se ve a sí

mismo (o a sí misma) como una segunda Madame Guyon: “He

leído este libro; he pasado todas estas etapas, y hoy yo soy...”

Bien, no todas estas gentes captan el mensaje que encierra este

libro con un oído tan atento y entendido, pero irradian un men-

saje similar por cada poro de su cuerpo: “He llegado”.

13

Quizá no debiera limitarme a desintoxicar un poco este li-

bro, sino también a desintoxicar un tanto a unos cuantos cristia-

nos.

Propondré, primero de todo, que cualquier acechanza espi-

ritual debiera hacerse dentro de una experiencia de vida de igle-

sia, nunca por tu cuenta y en privado. La iglesia es el lugar al

que las acechanzas espirituales pertenecen.

En segundo lugar me gustaría compartir contigo que vivo

entre personas que buscan un caminar más profundo con el Se-

ñor. (Yo mismo me pongo entre las filas de estos buscadores de

la verdad.) De un extremo al otro de este ancho mundo, siempre

que he viajado, si se disponía del tiempo suficiente, he ido en

pos de hombres y mujeres piadosos. Pero sólo he conocido a

dos personas en toda mi vida que yo llamaría espiritualmente

maduras. Dos, repito, ¡dos! Ambos se estremecerían ante la idea

de que alguien les clasificara como tales. Uno era una mujer, se

llamaba Beta Shyrick. Ella tuvo una gran influencia en mi vida.

(Por cierto, ella nunca llegó al punto que Jeanne Guyon describe

como “indiferencia”.) Beta murió a los 76 años de un corazón

enfermizo...y quebrantado.

¿Adónde quiero llegar? No pongo la interpretación espiri-

tual que te des a ti mismo por las nubes. Con casi toda seguridad

que no eres tan espiritual. De cierto que no te recomendaría que

trates de imaginarte el “estado” en el que te encuentras. Con

bastante franqueza, en cuanto a mí mismo, sólo estoy seguro de

una cosa: he sido redimido por Cristo. Más allá de ese punto lo

veo todo un poco borroso. A cambio de esos dos cristianos con

los que me encontré, y que me mostraron algún elemento de

14

madurez cristiana, ¡me he topado con toda una cancha de balon-

cesto llena de cristianos que pensaban que eran espirituales!

Tengo que admitir que, si soy realista, este libro es ideal para

ellos. O bien va exponer a tal grado su burda ineptitud espiritual

que les dejará sin habla, o les hará aún más ilusos.

Es a ese respecto que Torrentes Espirituales es un libro

muy bueno. Debería dejarnos a todos un poquito más humildes

acerca de lo que en realidad puede suponer el proceso de trans-

formación.

Eso me lleva a otra de las razones por las que volver a edi-

tar Torrentes Espirituales. He estado ministrando sobre los as-

pectos más profundos de la fe cristiana durante... bueno, mucho

tiempo. Lo suficiente para haber descubierto patrones de com-

portamiento en aquellos que se han embarcado, en su juventud,

en esta gran aventura.

He observado a cristianos siendo atraídos muy de cerca por

Cristo en una relación viva con Él, más cerca de lo que nunca

hubieran soñado. Les he ido observando mientras se deleitaban

al descubrir las profundas, las indescriptibles riquezas que están

en Cristo. Durante todo aquel tiempo aquellos cristianos, con

estas riquezas, eran a diario informados acerca de la cruz, del

sufrimiento, y de la duplicidad del corazón humano – pero sobre

todo, de la cruz. Cada uno fue advertido de que esos días de

opulencia e intimidad no durarían – no podían durar – para

siempre. También habría de conocerse rachas de sequía. No

obstante, he visto a pocos cristianos, una vez que esas maravi-

llosas aguas retrocedieron, dejar de seguir al Señor. La mayoría

de cristianos claro que continúa a través de los periodos de se-

15

quía, pero hay muchos, una vez que al fin se las vieron con la

cruz con todo su destructivo poder, que dejaron de seguirle. Ca-

si todos, eso parece, jurarán y declararán que ¡nunca oyeron a

nadie advertirles de pruebas tales, o de una cruz tan grande!

Bien, queridos lectores, conozcan a Jeanne Guyon en To-

rrentes Espirituales. He aquí un maestro (¡no!, un maestro con-

sumado) describiendo a la cruz. Este libro te ahogará en los

detalles del sufrimiento.

La primera parte de este libro puede que te deje deprimido;

puede dejarte con una idea distorsionada de Dios... y de toda la

vida cristiana. Pero nunca te dejará desprevenido.

16

1

En el momento que Dios toca a una persona que busca la

verdad, Él otorga un instinto a este nuevo creyente de volver a

Él con mayor perfección y ser unido con Él. Hay algo dentro del

creyente que sabe que no ha sido creado para las diversiones o

las trivialidades del mundo, sino que tiene una finalidad que es-

tá centrada en su Señor. Algo dentro del creyente trata por todos

los medios de hacer que éste vuelva a un profundo lugar que es-

tá adentro, a un lugar de descanso. Es algo instintivo, este em-

pujón para volver a Dios. Algunos lo reciben en una gran

porción, por designio de Dios. Otros en un grado menor, por de-

signio de Dios. Pero cada creyente posee esa preciosa impacien-

cia de regresar a su fuente original.

Por tanto un cristiano pudiera compararse a un río. El río

parte de su fuente y fluye hacia el mar. Un río fluye de forma

majestuosa, despacio. Otro fluye más rápido. También hay ríos

que fluyen como un torrente, deslizándose con impetuosidad, tal

que pareciera que no existe nada que los pudiese detener. Se

pueden levantar diques, se pueden hallar impedimentos en el

17

curso de aquel, pero esto sólo aumenta por dos la determinación

del río de abocarse al mar.

Nosotros los creyentes somos como ríos. Hay ríos que flu-

yen despacio, llegando tarde a su destino. Otros se mueven más

rápido. El tercer tipo se mueve tan rápido que nadie se atreve a

navegar por él. Es un torrente alocado, desenfrenado.

Es el propósito de este pequeño escrito que podamos obser-

var a estas tres figuras y aprender de cada una de ellas.

18

2

Aquí está el cristiano que, después de ser convertido, ofrece

algún tiempo para estar en la presencia del Señor. Mide sus

propias palabras y busca purificarse, apartarse de pecados ex-

ternos y preeminentes. Ha dispuesto su curso con el fin de avan-

zar poco a poco.

Una sequía puede estancar en gran medida a este creyente.

De hecho, hay veces que el lecho del río está totalmente seco. A

veces da la impresión de que este río ya no fluye de la fuente de

la que brotó. No se puede poner un medio de transporte en este

río porque el río es lento y porque algunas veces se encuentra

casi vacío.

Mas existe una ayuda grande para tal río. Un río así puede

siempre unirse al curso de otra pequeña surgencia y juntos, ayu-

dándose mutuamente, prosiguen hacia su destino.

¿A qué se debe la lentitud? ¿Se debe a que este creyente no

está ocupado en un caminar interno? Su labor se encuentra en el

exterior y en raras ocasiones va más allá de la oración más obje-

19

tiva. De seguro que tal creyente es santificado tanto como otros.

Dios les da luz para adaptarse al estado que han escogido. Un

creyente así puede ser en ocasiones algo muy precioso y, a me-

nudo, se gana la admiración de otros.

Algunas veces tal creyente recibirá una luz que de repente

le mete prisas; no obstante, la gran mayoría nunca salen de sí

mismos. Este cristiano a menudo tiene cientos de santas inten-

ciones para buscar al Señor. La mayoría, sin embargo, realiza su

búsqueda de Dios según su propio esfuerzo.

Si alguna persona busca ayudar a este cristiano para intro-

ducirle a una relación más profunda con el Señor, probablemen-

te no obtendrá éxito. Hay varias razones para esto. Primero, que

el cristiano que trata de provocar el avance de este creyente no

tiene nada sobrenatural que ofrecer; y, estad seguros, a menudo

es una absorción mediante cosas sobrenaturales lo que conduce

a este débil creyente adelante.

En segundo lugar, si observas, este creyente tiene una gran

capacidad para razonar. Por lo general es fuerte en esta área.

Puede tratarse, y a menudo lo es, de un carácter con una

voluntad muy recia... aun en su determinación de perseguir al

Señor. Pero es una persecución objetiva. El cristiano más

maduro puede que se encuentre con que, en su intento de ayudar

a este creyente, está tratando con uno que se balancea de un

extremo al otro en su experiencia espiritual. Acoge muchos

lugares altos y muchos lugares bajos. A veces es todo un

portento en su progreso y otras veces es muy débil. Cuando esté

en un lugar bajo, sucumbirá bajo un gran desaliento. No posee

paz o calma profunda alguna en la presencia de distracciones.

20

También te encontrarás con que está dispuesto a combatir todo

lo que se le ponga por medio, y también se queja de cuanto le

acontece.

Es más seguro que este creyente no aprenda de una forma

rápida el caminar interno. ¿Por qué? Porque le quitas los medios

que él ha elegido para dirigirse hacia su Señor. Si te llevas esas

cosas en las que se apoya, puede que no dejes a ese creyente na-

da a lo que aferrarse en su camino hacia Dios. Quizá encontre-

mos en este hecho la explicación a las disputas entre cristianos

en cuanto al camino correcto para andar con el Señor. Aquellos

que han hallado un elemento más profundo en su relación con

Dios reconocen el bien que han extraído de ello y, por lo tanto,

quisieran que todo el mundo caminase de esta manera. Por otro

lado, el creyente que es más objetivo ha visto que su forma de

caminar con el Señor es holgadamente suficiente y tratará de

hacer que todo el mundo acate su senda. ¿Cuál es la solución?

La solución es discernir con qué clase de cristiano estás tratan-

do. Sea la clase que sea, ayúdale de forma afín al camino que él

ha escogido. Después de todo, esta es la forma que mejor se

acopla a la disposición con la que ha sido engendrado.

Sólo tienes que observar. Hay muchos creyentes que senci-

llamente no pueden venir a la presencia del Señor, acallarse ante

Él, y mantenerse así durante un largo periodo de tiempo.

Hay otros que tienen un gran don para ocultar sus faltas, no

sólo de la vista de otros, sino también de sí mismos. Verás que

esos creyentes, por lo general, están completamente envueltos

bajo emociones y sentimientos humanos. Tanto la persona ra-

cional como la emocional está muy apegada a su razonamiento.

21

¿Han de seguir siempre así? ¿Se les puede ayudar a pasar a

otro nivel? Sí, pero conlleva a una persona sabia el rendir tal

ayuda. Para mostrar al creyente cómo caminar conforme a todo

lo que abarca la voluntad divina, no debes correr delante de la

gracia ni rehusar ir tras ella. A nosotros nos ocupa el corres-

ponder con la gracia de Dios. Por desgracia, muchos cristianos,

al tratar de ayudar a otro cristiano a conocer mejor a su Señor,

se encuentran con que han alcanzado el tope de sus habilidades,

y en vez de ayudarle a alcanzar un nivel más alto o, quizás por

misericordia, dejarle sólo, deciden traerle a su propio círculo y

hacerle su seguidor – no el seguidor del Señor.

Cada uno de nosotros como creyentes necesitamos que nos

muestren cómo poder razonar menos y amar más. Algunas ve-

ces esto ha de hacerse muy, muy despacio, pues nuestra tenden-

cia a razonar alcanza cotas muy altas. Si un creyente ha de

responder positivamente al hecho de aprender a cómo amar a su

Señor, entonces es muy seguro que pueda avanzar hacia su Se-

ñor. Allí se encuentra su socorro.

Por otro lado, el creyente puede empezar literalmente a se-

carse cuando deja a un lado su razonamiento. Si esto sucede, no

puede asirse a un amor más apasionado, más profundo por su

Señor. En tal caso es sabio animar a este creyente hacia un ca-

minar más activo y objetivo con su Señor. Si no puede alcanzar

a su Señor en un profundo entendimiento espiritual, al menos

puede servirle con su voluntad.

Como ves, existen dos formas en que respondemos a la se-

quía. Una es perder todo ánimo y esperanza. La otra es saber de

22

una manera instintiva que la sequía proviene del Señor y, por

tanto, seguir tras Él, incluso a los lugares secos. El creyente que

no puede responder de esta forma a un intervalo de sequía debe-

ría ser animado a correr la carrera con toda su fuerza hasta que a

Dios le agrade aliviarle de sus labores – esto es, hasta que este

pequeño arroyuelo encuentra el río principal y es acogido en su

seno y llevado hasta el mar.

A menudo me he preguntado por qué se levanta una protes-

ta general contra los libros espirituales y una oposición tal con-

tra cristianos que escriben y hablan sobre un caminar interno en

el Señor. A mi juicio creo que un escritor o interlocutor así no

puede hacer daño alguno. La única persona que será dañada es

alguien que se busca a sí mismo en primer lugar. Pero el alma

humilde que desea conocer mejor a su Señor y se da cuenta que

no va a recibir este don por su cuenta y debe recibir ayuda de

alguna otra fuente... ¿se le ha de prohibir oír o escuchar?

¿Y qué del cristiano que lee un libro y se engaña a sí mismo

hablando y actuando como si hubiera obtenido algún nivel espi-

ritual, haciendo uso de un vocabulario “espiritual”, aparentando

haber entrado en cierto lugar espiritual?

Bien, aun un cristiano con un discernimiento normal puede

decir cuando un estado así no es una realidad.

Tengo otra razón para creer que los libros que tratan del

caminar interno no son dañinos. Los libros animan al lector a

separarse del mundo, a entender el significado de la muerte. Por

medio de tal lectura, un creyente gana una visión de las cosas

que necesitan ser conquistadas, cosas que necesitan ser destrui-

23

das. Al leer estos libros el cristiano se empieza a dar cuenta de

que él no tiene la fuerza suficiente para tales empresas, y, por

tanto, empezará a volverse al Cristo que anida en el interior y a

extraer de Él la fuerza para tal aventura.

Ningún cristiano debería nunca de asumir el papel de ser su

propio líder espiritual, sobre todo cuando tiene una naturaleza

muy religiosa. Necesita darse cuenta que requiere la ayuda de

alguien más para guiarle en su camino hacia el espíritu de Dios.

Hay, por supuesto, peligros al dirigirse a otro en busca de una

guía espiritual. Un creyente podría acercarse a alguien que bus-

ca agenciarse seguidores para sí. Una persona así, por supuesto,

pondrá límites a la gracia de Dios y fijará barreras que impidan

avanzar al creyente. A menudo este líder cristiano cree que sólo

hay un camino... ¡su camino! De buen grado haría que todo el

planeta caminara sólo de esa manera. Esto encierra un gran mal.

El líder que fija todas las cosas en la vida más alta y, sin embar-

go, establece una dirección en específico, evita que Dios se co-

munique con aquel que busca la verdad.

A lo mejor tendríamos que hacer con la vida espiritual lo

que hacemos en las escuelas. El estudiante no permanece

siempre en la misma clase, sino que cada año le traspasan a una

clase superior. El profesor de sexto grado no enseña lo que ha

sido expuesto en el quinto. La educación humana es de poco

valor, y sin embargo se le presta una gran atención. La ciencia

divina es mucho más importante y necesaria, pero es

descuidada. ¿Habrá alguna vez una escuela de oración?* Pero,

¡ay! Aquellos que buscan el estudio de la oración lo que hacen

es estropearla. Enseñan oración y después establecen normas y

24

toman medidas al Espíritu de Dios. Mas el Espíritu no tiene

medidas, ni está confinado a normas.

Os empujaría a observar que no existe tal cosa como un

creyente que sea incapaz de conocer a su Señor, hasta cierta

medida, de una manera más profunda. Ninguno de nosotros tie-

ne razón alguna, sea cual sea nuestra disposición o nuestro pa-

sado, para no aplicarse en conocer al Señor de una forma más

personal e íntima. La persona más torpe es capaz de algo así. Lo

sé porque lo he visto. Ha habido personas que han pedido mi

consejo y que parecían casi incapaces de tener luz espiritual y

que también parecían poco propensas a seguir

_____________

* Está claro que Guyón no estaba hablando de seminarios, es-

cuelas bíblicas (la mayoría), ni cosas por el estilo, sino de apóstoles

de Cristo con un llamado celestial que enseñan de una forma divina

lo que ellos ya han experimentado en su Señor tras muchos años de

caminar.

aventura espiritual alguna, y también ha habido aquellos que,

una vez embarcados en una empresa espiritual, tras un tiempo

decidieron abandonar el barco totalmente. A pesar de esto, y de

su natural repugnancia a los tratos del Señor, los primeros con-

tinuaron y lograron cierto avance. He visto a estas personas, en

el transcurso de varios años, alcanzar un nivel alto en la senda

espiritual. A menudo estos con los que he tratado me han dicho

que se habrían rendido si no hubiesen obtenido mi ayuda. En-

tonces, ¿qué hubiera ocurrido si alguien, habiéndoles observado

durante cuatro o cinco años sin hacer progresos, les hubiese di-

cho que simplemente no podían ser abrazados por el calor del

25

Amor de Dios? O puede que les hubieran dicho, “Sencillamente

no has sido llamado a esta clase de relación con Cristo.”

Me dirijo a ti, creyente: tú, tanto como el que más, eres

adecuado para conocer el designio de Dios para tu vida. Si eres

fiel puedes llegar a conocerle mejor que aquellos con gran inte-

lecto y razonamiento... esos que antes estudiarían la oración y

los asuntos espirituales en vez de experimentarlos. No importa

lo pobre que sientas que puedas ser. Estás bien adaptado para

conocer al Señor si haces sólo una cosa: no te hartes; espera con

humildad en Su presencia hasta que la puerta se abra.

Por otro lado, aquellos con gran razonamiento y entendi-

miento parecen incapaces de mantener siquiera un instante de

silencio ante Dios. Tal cristiano posee una facilidad admirable

de sacar una retahíla de palabras, sabe orar, se sabe todas las

partes de la oración, es capaz de hablar con claridad y exactitud

de todos los temas espirituales y parece estar muy a gusto con-

sigo mismo por hacer estas cosas. Y, sin embargo, diez o veinte

años después esa persona se encuentra en el mismo sitio que

hoy en su vida espiritual.

¿Cuál de los dos está más cualificado para seguir el camino

al interior?

¿No es verdad, aun en el nivel humano, que la criatura más

miserable que se dispone a amar lo hace sin un plan o un méto-

do? El más ignorante en el tema del amor a menudo es el más

diestro. Lo mismo es cierto, excepto a un nivel considerable-

mente superior, cuando tratamos con el tema del amor divino.

26

¡Me dirijo a vosotros que guiáis a otros cristianos en su ca-

minar con Cristo! Si se allega a vosotros una persona que sabe

poco de las cosas más profundas de Cristo, sólo tienes que hacer

una cosa: enséñale a amar a Dios. Enséñale cómo zambullirse

en ese amor. Pronto aquel será un conquistador. Y si da la im-

presión de ser alguien bien predispuesto a amar, ¡permítele que

lo haga todo lo mejor que pueda, y que espere pacientemente

hasta que el Amor mismo le transforme en amor! Y deja que

ame a su Señor a su manera y no a tu manera.

Oh, mi Dios, cuándo entenderán los hombres a ense-

ñar a otros a testificar en amor.

27

28

3

Ahora nos fijamos en el segundo río. He aquí un gran río

que se mueve a un ritmo constante, que fluye con pompa y

magnificencia. Uno puede ver claramente el curso del río. Allí

hay orden. El río acoge gran número de barcos y comerciantes

que transportan su mercancía sobre aquel. Algunos de estos ríos

logran alcanzar el mar, abocándose, casi desde el principio, a un

río más grande, o acabando en un afluente que va a parar al mar.

Trágicamente, muchos de estos ríos sólo sirven para transportar

mercancía y bienes.

Se puede frenar el curso de este río; se le puede apaciguar

mediante una presa o un dique; se le puede desviar a ciertos si-

tios.

La fuente de origen de este río es muy abundante; hay mu-

cho don aquí, mucha gracia y muchos talentos celestiales. Hay

muchos santos en la iglesia de Dios que brillan con el fulgor de

29

una estrella y que, no obstante, nunca superan el nivel de este

río.

De hecho, hay dos tipos de ríos que son así, dos tipos de

cristianos que caen en esta categoría. Están aquellos de los que

el Señor se apiada a causa de su labor por Él, a pesar del hecho

de que están secos y áridos. Poco a poco Él atrae a tal cristiano

a través de Su bondad y por medio de la riqueza de Su vida.

El segundo grupo de cristianos es arrebatado por los impul-

sos de su corazón casi desde el punto de partida. Sienten que le

aman, mas nunca conocen de manera íntima el objeto de su

amor. El amor humano supone tener un conocimiento del objeto

de su amor. Esto es, en el amor humano conocemos a aquel que

amamos. Privados de ese íntimo conocimiento, el amor humano

sencillamente no tiene lugar, porque lo que el ojo ve, el corazón

puede conocer. Esta no es la senda del amor divino. El Señor

tiene un control sobre nuestros corazones; por tanto, el Señor no

está obligado a dejarnos conocerle bien. De hecho, ¡hay tiempos

en los que Él hace que el corazón le ame cuando el corazón a

duras penas sabe algo de Él!

Si estás ayudando a otros cristianos a encontrar su camino

hacia el Señor, un día te encontrarás con un creyente que parece

estar enamorado con pasión de su Señor y que, no obstante, po-

co sabe de Él. Este tipo de cristiano consigue un tremendo pro-

greso en su caminar hacia el Señor. Parece tener una

maravillosa relación con Él y estar en perfecta armonía con Su

voluntad. Y, sin embargo, parece que hay algo por dentro que

nunca es tratado, nunca es aniquilado.

30

Parece que Dios por lo general no saca a éste de la fortaleza

de su yo con el fin de que pudiese estar totalmente perdido en

Dios. Sencillamente hay un amor ferviente, y como resultado,

un creyente así despierta la admiración y la sorpresa de otros.

Dios le otorga gracias sobre gracias y dones sobre dones, luz

sobre luz. Hay visiones y revelaciones. Este es uno que a menu-

do escucha la voz del Señor. Tiene tanto, que incluso da la im-

presión de que el Señor no tiene más preocupación que

enriquecer y embellecer a esta persona y comunicar a ésta Sus

secretos. Toda la luz parece confluir en este creyente.

Este creyente sufre tentaciones, mas la tentación es repelida

con rigor. La cruz es llevada con fuerza. ¡Un cristiano así aun

desea que hubiera más cruces! Aquel es todo fuego, todo llama

y todo amor. He aquí un creyente con un gran corazón, prepara-

do para sobrellevar cualquier cosa. Es, de hecho, un prodigio de

la época en que vive. El Señor usa personas así para hacer mila-

gros. Parece que lo único que necesitan hacer es desear algo y

Dios lo concede – que Él no se deleita en otra cosa que en con-

cederles y acatar su voluntad. Lo que es más, se encuentran en

un nivel elevado de sacrificio. No parece que pertenezcan a este

mundo, y practican la austeridad.

Si un cristiano así, en su juventud, se allega a ti buscando al

Señor, puedes prestarle gran ayuda o puedes dañarle en gran

medida. Una cosa que puedes hacer para dañarle es mostrarle

cuánto le admiras. Al hacer tal cosa desvías su mente hacia sí

mismo. Tal cristiano vendrá a reposar en los dones de Dios en

vez de hacerle que vaya en pos del Mismo Señor.

31

Como ves, la tremenda gracia que el Señor ha otorgado a

estos santos ha sido entregada con el fin de atraerlos a Él. Este

cristiano corre un riesgo muy palpable de descansar en los do-

nes, reflexionando sobre sus dones, observándolos y después,

trágicamente, apropiándoselos para sí mismo. De aquí surge va-

nidad y autocomplacencia, preferencia a uno mismo antes que a

otro y, a menudo, la ruina de nuestra propia vida espiritual.

Cuando un cristiano de este temperamento ha alcanzado un

plano superior con el Señor, a veces puede ser de gran ayuda

para el cristiano menos maduro (pero ya no tanto para el cris-

tiano que observamos en el próximo capítulo). La causa reside

en que ese primer cristiano es muy fuerte en Dios. Y a veces no

es capaz de entender la debilidad de otros. Por ejemplo, una

Madre Superiora puede ser un cristiano de esta clase y, por tan-

to, serle difícil tener compasión materna para con el débil. Un

cristiano así puede quedarse bastante perplejo ante la confesión

oída por boca de creyentes más débiles.

Una persona con esta disposición a menudo espera de otros

un alto nivel de perfección y no puede guiar a un creyente en la

senda de lo “poco a poco.” Tal persona es sencillamente encon-

trada falta al trabajar con aquellos que son terriblemente imper-

fectos. A menudo alguien así trabaja mejor en solitario, y

obtiene gran avance en su tarea por esta caridad que tiene hacia

Dios.

Si un cristiano así te hablara, puede que llegues a creer que

es alguien muy por delante en la conquista del sendero espiri-

tual, incluso alguien que ha obtenido la conquista total. El vo-

cabulario está ahí – la cruz, la muerte, la pérdida, el amor –, y lo

32

que habla es cierto y, a su propia manera, ha experimentado ca-

da uno de éstos. Se ha perdido en Dios. Sus deseos son nobles y

elevados. Mas puede que haya aquí algo que falte y que sólo el

ojo divino de Dios puede descubrir. Un buen número de cristia-

nos que han sido admirados a lo largo de los tiempos son aque-

llos que han caminado en el Señor de esta forma. Empero, este

creyente ha sido cargado con tanta mercancía que su desplaza-

miento sobre el río es extremadamente lento. ¿Qué se puede ha-

cer con tal cristiano? ¿Habrán de seguir por siempre así?

Así seguirán a menos que se produzca algún milagro de la

providencia, a menos que sean guiados por alguien con una pro-

funda luz en el camino interno del Señor, alguien que les mues-

tre que no han de resistirse ni fijarse en sus dones, sino que

tienen que ir más allá de ellos.

El cristiano cargado de mercancía se parece mucho a algo

así como una presa que impide al agua seguir su camino, por la

sencilla razón de que hay excesivas miradas, conscientes o in-

conscientes, dirigidas a sí mismo.

Si estás ayudando a un nuevo cristiano hacia un caminar

más profundo con su Dios, no afiles su habilidad para razonar,

ni tampoco apeles a ella; sino busca guiarle de allí hacia otros

asuntos que sean percibidos espiritualmente. Llévale a la fe, a la

muy profunda e incierta oscuridad de depender por completo de

su fe en el Señor. No le pidas que escriba todo lo que sabe, pues

no debería construir cosa alguna en el conocimiento, sino en la

providencia.

33

De seguro que es bueno conocer los caminos de Dios, pero

sólo el Señor debería empedrar las sendas. Parece que hubiera

muchos caminos que llevan al Señor, especialmente para aque-

llos que parecen que no han recibido mucha instrucción en

cuanto al camino interno. Tienen las manos llenas de caminos

que llevan a Dios y de manuales que se ajustan a cualquier pro-

pósito que desean alcanzar.

Están aquellos que no se vuelven al Señor en una seria re-

flexión hasta después de que haya tomado lugar en ellos una

profunda experiencia interna en la cual la muerte toca sus ele-

mentos interiores. Con frecuencia una persona así tiene casi un

entendimiento instintivo del Señor, pero es una luz del Señor

que necesita de mucho aprendizaje. Perciben mucho, pero la

profundidad está más limitada de lo que ellos perciben. Yo le

diría esto a la persona que está ayudando a tal creyente; si tiene

abundancia de dones, no lo lamentes cuando hayas visto que sus

dones y gracias se desmoronan, porque tales cosas están ocultas

en la providencia de Dios mismo.

34

4

El tercer cristiano es uno que fluye montañas abajo como

un torrente. Este cristiano tiene su fuente de origen en el Señor.

Nada le detiene. Se desplaza con una valentía que infunde temor

al cristiano más temerario. La persona que estoy describiendo

en este nivel parece tener una relación fuera de lo común con la

providencia. Los hechos que toman lugar en su vida son extre-

mos y violentos. Es inestable en su senda. A veces se pierde en

los profundos cauces subterráneos, y no se le ve a lo largo de

distancias considerables. Entonces puede que emerga a la super-

ficie por un breve instante, para ser deglutido una vez más por

otra caverna subterránea. Pero al fin llega al mar, y allí se en-

cuentra en su estado más feliz porque es tragado por el mar, pa-

ra nunca más hallarse a sí mismo. Pasa a formar parte del

mismísimo mar y, en tanto que el otro río podía llevar gran nú-

mero de mercancías en su cauce, aquí, como parte del mar que

es, este torrente ayuda ahora a mantener a flote los navíos más

grandes que surcan el océano. Su capacidad no tiene límites,

pues forma parte del propio mar.

35

Anteriormente los comerciantes no podían utilizar el río

mientras era un torrente. Y ahora, en el mar, es invisible al ojo.

Ahora me gustaría trazar el recorrido y la experiencia de es-

te río desde el momento de su conversión hasta el momento en

el que el río se pierde en el mar. ¿Qué proceso sigue tal cris-

tiano y a través de qué estadíos se mueve hacia su Señor? ¿Cuá-

les son los aspectos que encierran su aventura hacia el mar?

Si tú eres este cristiano, tu manantial de origen es Dios.

También Él es tu fin. Al principio eres refrenado por el pecado.

Tu corazón se encuentra en un incesante movimiento y no pue-

de hallar descanso, pues su descanso sólo está en Dios. Si estás

buscando descanso en esta vida, nunca lo encontrarás excepto

en el interior de tu Señor. Por tanto, tu búsqueda ha de terminar

en Dios. Te darás cuenta de que una llama es muy activa en los

límites exteriores, pero su fuente de origen es luz.

En el momento que el pecado deja de restringirte puedes

correr a buscar a tu Señor. Si pudieras estar exento de pecado,

aunque no puedes estarlo, ¡con qué ligereza alcanzarías tu des-

tino! Cuanto más cerca te aproximaras al centro de Dios, tanto

más se incrementaría tu velocidad, y tanto más pacífica sería tu

carrera.

Tienes un fuego pequeño y le vas echando continuamente

madera encima para evitar que se extinga. Pero hay obstáculos

que han de ser removidos. Por naturaleza, estás inclinado a tu

Señor. Si no fuera por los impedimentos, correrías sin cesar en

pos de Él. Si estás pecando sin necesidad, restringes el progreso

36

hacia tu meta. Avanzarías poco o mucho según los obstáculos

que tú mismo te pongas en tu camino.

Mas aquellos creyentes que se consideran buenos porque no

han conocido muchas debilidades, también tienen muchos pro-

blemas. Tomo, por ejemplo, al que es virgen, o alguien que ha

tomado voto de castidad. Ten cuidado de no hacer de tu pureza

un ídolo. Recuerda, tu Señor abunda en Sus misericordias donde

el pecado abunda. Ten cuidado con amar tu propia rectitud. Es

un obstáculo mucho más difícil de sortear que el mayor de los

pecados.

Nunca conocerás el centro de Dios mediante una ele-

vada visión de ti mismo.

La barrera es sencillamente demasiado ancha como para

poder rodearla. No has de tener un fuerte apego al pecado ni a

tu propia rectitud. El Señor nunca te permitirá que tomes un

placer real en una visión tal de ti mismo.

Una de las primeras cosas que el Señor te hará es hacerte

sentir que estás distanciado del Señor. Esto te hace rebuscar en

las partes más recónditas de tu ser el pecado en tu vida y llorar

estas debilidades con una gran porción de angustia y dolor.

Puedes vislumbrar ese alejado lugar de descanso, mas lo único

que hace es aumentar tu inquietud; no obstante, también aumen-

ta tu deseo de perseguir ese reposo.

Puede que te encuentres con que, en este punto, estás em-

pezando a buscar una manera de tocar al Señor internamente.

Esto te puede hacer volver a un tipo de oración muy objetiva, a

37

la meditación, o a muchas otras adaptaciones humanas de lo di-

vino y ejercicios cristianos. Probablemente verás que todos és-

tos escasean, y esta empresa sólo servirá para aumentar aún más

tu deseo de conocerle mejor. Y si resulta que tienes éxito en lo

que sea que has intentado, has de darte cuenta de que lo único

que has hecho es calmar la enfermedad, no sanarla. Si tratas de

luchar en contra de la situación, sólo multiplicarás tu impacien-

cia.

Si un cristiano en este estado no encuentra a alguien que

pueda ayudarle a seguir adelante, perderá bastante tiempo. Mas

ten por seguro que el Señor en Su providencia dejará que este

tiempo sea transitorio. Pasará. De una forma u otra Él llena esta

necesidad del cristiano. Y normalmente lo hace, no de una for-

ma sobrenatural, sino de una manera bastante natural.

Algunas veces, la persona que trata de guiar a este cristiano

a conocer mejor a su Señor es alguien bastante falto en la habi-

lidad de llevar a cabo esta tarea. Con frecuencia este cristiano

que busca la verdad, descubrirá por sí mismo, maravillado, en

grata sorpresa y deleite, que tiene dentro de su propio yo aquel

codiciado tesoro que estaba buscando. El cristiano descubre

ahora que la oración no tiene porqué ser algo costoso y aburri-

do, y se regocija en su recién descubierta libertad. Se sumerge a

lo profundo y allí encuentra al Señor. Encuentra un indescripti-

ble deleite que le extasia. Desea permanecer en este estado (el

estado de amor y de descanso en una morada interior) por siem-

pre.

Haría un inciso aquí de que, por muy delicioso que parezca

este estado, no obstante, el cristiano está tratando con algo con

38

lo que no está muy familiarizado. Rebosa de ardor y amor. Sien-

te que está en el paraíso. Ha hallado dentro de él algo más dulce

que todos los placeres de la tierra, y abandonará al mundo para

disfrutar sus más íntimas experiencias. Su oración se hace casi

ininterrumpida. Su amor aumenta día a día. Todo aquello que le

cargaba se desprende. Si por él fuera, aceptaría el amor del Se-

ñor perpetuamente y no permitiría interrupciones. Esto, por sí

mismo, evidencia su propia debilidad. Tiene mucho miedo de la

conversación. Teme cualquier tipo de intercambio con otra gen-

te. Posee una frágil relación con el Señor que teme pudiera disi-

parse con relativa facilidad. Si es que cae en pecado, siempre lo

ha de considerar como un pecado muy serio. Se echa sobre sí la

mayor de las reprimendas y se recriminará por una sola palabra

o pensamiento desordenado. Lo único que diremos es esto: que

sólo depende del Señor continuar su obra en esta alma y purifi-

carla.

Si el Señor parece dejar a este pobre creyente, entonces ese

creyente es consumido por la confusión. Una vez que su comu-

nión es restaurada, querrá exhortar a todo el mundo a que ame a

Dios.

Algunos cerrarían sus ojos y estarían ciegos y sordos en es-

te estado, para que no hubiesen de obstaculizar el gozo que es-

tán experimentando. Son como personas poseídas por el vino.

Leer una sólo línea ya es suficiente revelación; tomará todo un

día leer una página. Una sola palabra del Señor despierta un ins-

tinto hacia Él que inflama el corazón.

En este punto, la oración vocal y objetiva es algo que senci-

llamente el creyente verá imposible de articular. Algunos se

confunden ante el hecho de por qué ya no pueden orar más.

39

Sencillamente este sabe que no puede orar con su boca. Algo

dulce y cariñoso le mantiene en silencio. El tratar de ser objeti-

vo en la oración, ahora originaría la pérdida de esta paz celestial

espiritual, e introduciría un sentimiento de sequedad espiritual.

Si estás trabajando con alguien que está atravesando este

estado (esta zambullida torrencial en Dios) no le obstaculices

aconsejando oración vocal y objetiva. El cristiano se vuelve ex-

tremadamente sensible al pecado; y cuando el sufrimiento llega

a su vida, no surge una oración dentro de él que solicite un ade-

lanto del fin de ese sufrimiento.

Si le preguntaras a este creyente acerca de su actual expe-

riencia, seguro que te dirá que ha alcanzado el mismísimo cen-

tro de Dios y que está tan tranquilo y encantado con su Señor

que de seguro ha alcanzado una cúspide final. No ve que haya

de hacerse nada más que disfrutar el estado en que se encuentra.

Muchos, muchos cristianos creen en verdad que esta es la

meta última que Dios tiene para nosotros, y proclaman el evan-

gelio de esta manera.

¿Y cuánto dura un estado (o nivel) así en la vida de un

cristiano? Quizá por un largo período. Hay cristianos que nunca

van más allá de esta experiencia en su vida... a veces son objeto

de admiración de toda la humanidad, ¡e incluso algunos son

beatificados!

Cierto es que el cristiano en esta etapa conocerá breves in-

tervalos de aridez, pero un evento tal no le hace dar marcha

atrás, sino que sólo le hace moverse de arriba abajo.

40

No obstante, el cristiano está contento, y disfruta a su Se-

ñor, y se deleita en esas cosas que cree son el Señor. Pero date

cuenta de esto: si hubieras de arrebatarle a ese creyente este es-

tado, aquel sentiría que ha caído en una desgracia irreparable.

Miremos un poco más allá en la imperfección inherente a

esta condición.

41

42

5

Mientras este río – este cristiano – estaba aún en la monta-

ña, estaba tranquilo, disfrutaba de descanso, y nunca tenía pen-

samiento alguno de caer. No obstante, a través de la misma

intensidad de su experiencia, este río tiene un instinto de volver-

se más y más al Señor en el interior de su propio centro. Este es

un don de fe. Pero a medida que busca expresar su fe puede que

inconscientemente empiece a provocar el filtrado de parte de su

descanso y confianza. El agua todavía se desplaza, mas no se

desplaza hacia el mar. Hay algo entre medias. Se dirige hacia su

inevitable destrucción.

Es posible que desee regresar a la montaña en la que había

estado, pero esto ya no es posible.

Habrá bajíos más adelante; el río encontrará descanso allí.

Mas, ten por seguro, hay un embravecimiento de las aguas río

abajo. Una y otra vez el cristiano confundirá estas áreas de

descanso como épocas en las que ha sido capaz de reclamar

43

aquello que en una ocasión tuvo. Tendrá la seguridad de que las

traicioneras cascadas por las que hace poco ha pasado le han

purificado. Mas las imperfecciones aún están ahí. Lo que es

más, hay mucho más que ha de hacerse en la vida de este

creyente. Debe advertirte que el cristiano puede llegar a creer de

verdad que su sufrimiento ha terminado en estas prórrogas.

Pobre torrente, crees que has hallado descanso. Empie-

zas a deleitarte en tus propias aguas. Te contemplas en

el espejo que forman estas aguas y te consideras muy

hermoso. Cuál es tu sorpresa, cuando fluyendo suave-

mente sobre la arena, te encuentras de repente ante una

cascada aún más abrupta y alta y más peligrosa que las

que acabas de experimentar.

El río no puede ahora siquiera encontrar su lecho; cae de

una roca a otra. No hay orden ni razón. Otros escuchan el ruido

e incluso tienen miedo de acercarse.

Oh, torrente, ¿qué vas a hacer? Ves la gran catarata

por la que estás cayendo y te crees perdido. No temas,

no estás perdido. Este y otros saltos que quedan por de-

lante están ahí para que tu redención prospere.

Finalmente, el cristiano – el río – empieza a sentir que ha

alcanzado la parte más baja de la montaña y que está en una re-

gión llana. De nuevo hay calma. El cristiano ha entrado en otra

etapa en su experiencia espiritual. Quizá encuentra descanso

una vez más y puede que dure muchos años. Poco a poco, sin

embargo, el creyente se percata de que está experimentando otra

vez inclinaciones por cosas que pensaba había dejado atrás hace

44

tiempo. ¡Se queda perplejo! La paz parece escurrírsele entre los

dedos, en tanto que las distracciones llegan como hordas. Vie-

nen estaciones de sequía y aridez. En vez de pan sólo hay pie-

dras. En el mejor de los casos la oración se hace algo

desagradable. La pasión, que pensaba él estaba muerta, revive.

El cristiano está maravillado. Habrá de volver a ese lugar

del que ha caído o al menos quedarse donde está y no seguir

cuesta abajo. Mas se ha alcanzado el final de la montaña. ¡No

habrá ya más experiencias de alta montaña! El alma ahora debe

prepararse para una buena zambullida. El cristiano retrocede,

aferrándose a alguna de las hermosas devociones pasadas.

Triplica su arrepentimiento, se engancha a todo aquello que le

hayan enseñado alguna vez para poder mantener la fe y volver

al Señor. Todo lo que trata de hacer se vuelve trabajoso. En

todo esto siente que falla en alguna parte. “Algo se echa en falta

en mi vida que está siendo la causa de todo esto. Si sólo pudiera

enderezarlo.”

El creyente ahora encara lo que para él parece ser un hecho

obvio: que no va a recibir ayuda por parte del Señor. La infide-

lidad de Dios le aterroriza. Lamenta la pérdida de la presencia

(sentida) de su Señor. Pero para sorpresa del cristiano, el Se-

ñor regresa.

En este punto el cristiano incurre en el error de creer que

los negros días son historia, que el Señor ha traído nuevas ben-

diciones, y que una nueva pureza ha sido, y será, establecida.

Cree que ha llegado en verdad a desconfiar de la vida de su pro-

pio yo.

45

Esta nueva relación que el cristiano tiene con su Señor es

algo muy valorado y se considera cosa frágil. Ya no se desplaza

tempestuosamente como antaño. No quiere perder el tesoro que

una vez pensó había perdido. Es más sensible ante la posibilidad

de desagradar a su Señor, no sea que el Señor se apartare de él.

Trata de ser más fiel que nunca.

Aparte de este caminar más cauto, el estar en tal relación

con el Señor una vez más provoca que el cristiano crea que este

estado actual ha sido concedido. Los deleites que disfruta son

aún mayores, a juicio suyo, que los precedentes, porque han lle-

gado de la mano de mucho sufrimiento. Se ve a sí mismo en un

nuevo caminar con el Señor; un nuevo descanso ha llegado.

Ay, el cristiano está a punto de contemplar un descenso to-

davía mayor. Uno aún más largo y escarpado que el anterior.

La paz se ha ido. Lo que antaño daba vida ahora trae muer-

te. Un desasosiego acucia con mayor brío; descubre que a duras

penas es capaz de establecer alguna relación con la cruz. El cris-

tiano multiplica su entrega a la paciencia. Se lamenta y gime. Es

echado abajo. Se queja a su Señor de que ha sido abandonado.

Sus quejas se ignoran. Cuantos más problemas hay, mayor es la

queja. Todo esfuerzo dirigido a “ser bueno” es ahora difícil. Se

presenta una tendencia hacia otro tipo de cosas.

El temor de volver a lo mundano hace que el cristiano tri-

plique sus esfuerzos para tratar de caminar como cristiano que

es. La paloma ha salido del arca, mas no halla tierra firme para

sus pies. Parece que cuando la paloma regresa, Noé ha cerrado

las puertas y ventanas. Sólo le queda revolotear en cículos; bus-

46

ca descanso, pero es incapaz de encontrarlo. De forma gradual

el Señor, en su misericordia, abre esa puerta y acepta al creyente

con brazos abiertos una vez más.

¿No ves que todo esto es amorosa y divina bondad? Senci-

llamente es la forma en la que el Señor trata con el alma. Lo ha-

ce para que el río pueda moverse con mayor rapidez hacia Él.

Huye, se esconde, para hacer que el creyente vaya en pos de Él.

Deja que se caiga (aparentemente) para que Él y sólo Él pueda

tener el privilegio de levantarle. Está tratando de mostrar que

sólo Él es la fuerza indiscutible del cristiano.

Si eres uno de esos que son fuertes y vigorosos, y nunca has

conocido estas experiencias (estos mecanismos de amor, estos

procedimientos que a otros parecen tan tiernos al observarlos

pero parecen tan terribles al que los experimenta), a ti te diría,

“Nunca has experimentado tu propia debilidad al límite, ni sa-

bes la gran necesidad que tienes de Su socorro.”

La pobre alma que atraviesa estas experiencias empieza a

ya no apoyarse en sí misma, sino en su Amado. La severidad

con que el Señor trata a veces con Su niño sólo hace que el pro-

pio Señor sea más deseado.

Pero el cristiano, cuando se da cuenta de que su Señor se ha

retirado, cree que ha sido por su falta. Trata de enmendar su

caminar con toda criatura y con todo lo que le rodea. Pero cuan-

to más corre el cristiano, tanto más se queda como está.

Oh, querido Señor, que las potencias de estas almas

puedan reducirse, un estado que es mucho mejor que miles

47

de estados de arrepentimiento dirigidos a reparar el daño

que creen te han hecho.

Si el Señor reaparece y lleva a término este agitado estado,

es sólo para que el creyente pueda tener un poco de descanso.

Ignorante de ello, el cristiano está avanzando, y esos breves

momentos de descanso y respiro cada vez duran menos y son

más frágiles.

Por fin, algo empieza a perfilarse. El cristiano se da cuenta

que hay algo dentro de él que necesita morir. Oración, devo-

ción, conversación, todo tiene la marca de la muerte impresa

sobre sí. Si el cristiano tiene de verás un corazón para el Señor,

puede entonces que se vea a sí mismo en un lugar donde todo

parece haber perdido su significado.

Tras haber luchado por tanto tiempo y con tanta dureza lle-

ga ahora una sucesión de tristeza y descanso, de morir y después

vivir. El cristiano empieza a ver algo de lo que realmente está

pasando en su vida. Se da cuenta de que esos periodos de muer-

te obran para él; pues en esos breves instantes cuando el Señor

está con él, hay una pureza mayor en la relación. Y el descanso

es un descanso más hondo. Puede que más cortito, cierto, pero

también más puro y profundo. El cristiano empieza a entender

que algo que viene del Señor está trayendo muerte a su ser... y

que esto está por completo en las manos de Dios, y que es algo

bueno.

El cristiano está empezando a aprender a dejar al Señor ir y

venir como a Él le plazca, y a aprender que no es necesario estar

poseído de la presencia del Señor.

48

¡Y ahora comentemos el porqué de todos estos descubri-

mientos! El creyente está siendo preparado lentamente para un

poquito más de progreso en su vida. El cristiano a lo mejor no

se da cuenta de ello, pero se dirige precisamente hacia aquel

gran mar. Sus descansos son más cortos y más sencillos. El goce

no es tan grande, pero es puro. El sendero parece rebosar de

agonías, pero hasta cierto punto hay una especie de gozo al sa-

ber que el Señor ha apartado del camino ciertas distracciones, y

que quizás las etapas de antaño nunca volverán.

49

50

6

Te sorprenderás de lo que sigue a continuación.

En el momento en que, en su trayecto como un torrente, el

creyente parece estar muriéndose y está a punto de dar su último

aliento, de repente se restablece y se aferra a nuevas fuerzas. Es

como una lámpara que haya agotado su aceite. Justo antes de

que la luz se vaya del todo, una llama se despereza. Habrá un

restablecimiento, pero puede que no dure mucho.

En este momento el río se ha helado. Es todo hielo. Parece

no haber movimiento alguno. Aun una pizca de calor hará pen-

sar a este río que sus aguas están en llamas.

Lo que vemos aquí es un amor que es afable aunque parece

frío.

¿Nos has amado sólo para tener que dejarnos? Hieres

al alma y luego le haces ir en pos del Autor de la herida.

51

Nos haces ir tras tus pisadas. Te nos muestras tal y cómo

Tú Eres. Y cuando te hemos poseído, sales corriendo. Y,

cuando nos ves en las últimas, perdido todo aliento para

poder correr, te muestras, por un breve instante, para que

podamos venir a vida. Te marchas otra vez, y el morir se

hace algo aún más riguroso. Oh inhumano Amor, oh

inocente Destructor, ¿por qué no nos has de inmolar de

una sola vez? ¡Ofreces vino al alma moribunda! El vino

imparte una vida nueva, y luego nos la arrancas de un ti-

rón. ¿A esto te dedicas? Pareces sanar la herida y luego

provocas otra. En la muerte normal, el hombre muere de

una vez y el dolor es historia. Cuando muere el criminal,

todos están satisfechos de que lo han destruido de una vez

por todas. Tú, oh Señor, con menos lástima, te nos llevas

la vida mil veces, y después la devuelves en novedad.

Oh vida, vida que no podemos perder a menos que ha-

yan de haber muchas muertes – Oh muerte, muerte precio-

sa y única, que no podemos obtener a menos que perdamos

tantas vidas.

Señor, acabarás con esta vida; mas, ¿cuál es el bien

que encierra esto? Cuando el cuerpo muere pierde toda

sensación. No es así con el alma. Sigue sufriendo aun tras

la muerte. Existe un vacío que es infinitamente más dolo-

roso de lo que la muerte nunca habrá de ser.

He aquí una situación que ha maravillado a muchos cristia-

nos: ver a un amigo que ha vivido una vida santa, incluso como

los mismos ángeles, y verle entonces pasar por una angustia in-

terminable. El hombre no tiene herramientas en su mano para

52

comprenderlo, pues algo así no tiene lugar en su teología ni en

su entendimiento de Dios.

Este periodo en la vida de aquel que busca la verdad puede

durar mucho tiempo. En consecuencia, cuando me veo ante al-

guien que habla de conseguir un presto avance, no estoy dicien-

do nada fuera de lo común si digo que esa persona es ingenua.

Cierto, personas así pueden parecer perfectas. Su relación inter-

na con el Señor es impoluta. Pero para ellos es una equivoca-

ción pensar que aquel primero ha pasado, o está pasando, por

este periodo. Puede que un día se despierten y se maravillen al

descubrir caminos en Dios que nunca habían soñado que exis-

tieran.

Me gustaría detenerme aquí para decir que, cuando eres un

joven cristiano empezando en tu aventura con Cristo y estás

consiguiendo avanzar mucho, ¡podrías estar sintiendo que has

conseguido llegar más allá de donde estás en realidad! Cuídate

de no ponerte en una etapa del crecimiento cristiano que en

realidad no te corresponda, ni tampoco achacarle a tu

experiencia más de lo que en verdad hay allí. Este es un hoyo en

el que caen demasiados cristianos.

Por ejemplo, no trates de arrancarle a tu alma todo lo que

no sea del Señor. Eso sólo ha de dejarse a Dios que lo haga. Es

peligroso intentar hacerlo por tu cuenta. Pero esta es una lección

bastante difícil de aprender. El Señor te arrebatará precisamente

aquello que Él quiera llevarse. Y lo hará de una forma perfecta.

El buscar hacer esto por tu cuenta mancilla el trabajo divino.

53

Hay tantos cristianos que están empezando a entender algo

en cuanto al caminar interior con el Señor, que cuando llega a

sus oídos algo así como que “el alma es desnudada de todo”, en-

tonces se ponen a hacer esto mismo por su cuenta. Incluso en-

tonces dicen que le están dejando al Señor que lo haga. No hay

progreso alguno aquí. Él no nos permite que nos desnudemos ni

que nos vistamos. Él es el que nos empobrece, y lo hace de esta

manera para enriquecernos. La persona que trata de buscar esto

por su cuenta no obtiene ninguna ganancia.

El mismo hecho de tratar de vaciarnos, de empobrecernos,

y de matarnos a nosotros mismos, preserva la vida. Sí, lo que es-

tás haciendo precisamente es resguardar una porción de tu vida

que habría de ser entregada. Eres tú quien lo está haciendo. ¡Es

este un error monstruoso que habla de la presencia de mucha

vida propia y mucha ceguera!

Te darás cuenta de que si deseas apagar una lámpara, hay

dos cosas que puedes hacer: apagarla o simplemente dejar de

echarle aceite. De esta forma se apaga sola. Mas si, en tu deci-

sión de dejar que la lámpara se extinga, le sigues metiendo acei-

te de cuando en cuando, la lámpara nunca se apagará.

Deja al Señor que se encargue de estas cosas. Si, cuando

llegue a ti el tiempo del Señor para despojarte, tratas de introdu-

cir un poquito de aceite para que el sufrimiento sea más llevade-

ro, estás perdiendo el tiempo, y pierdes la obra de Dios en tu

vida. Lo único que haces es posponer una muerte anunciada.

Cancelas un funeral inevitable. Si no combates la muerte que el

Señor ha escogido para ciertas partes de tu naturaleza, entonces

esa muerte acabará en vida.

54

Algunos, al hundirse, tratan de alcanzar la superficie. Una

persona así intentará agarrarse a todo lo que pille. Cuando esté

exhausto, se hundirá. ¿Eres de esos que luchan hasta las últimas

para no perecer? ¡Morirás porque te fallarán las fuerzas! A ve-

ces el Señor entumece manos y brazos, e incluso los llega a

arrancar, obligándote así a que te vayas al fondo. Gritas con to-

das tus fuerzas, pero en vano. Te las estás viendo con un Dios

sin corazón, pero es Su gran misericordia la que evita socorrer a

la agónica naturaleza del yo al hundirse.

Y aquí, de nuevo me dirigiría a aquellos que tratan de guiar

a otros cristianos. No aconsejaría que se prestase ayuda a los

que llegan a este estado. No puedes contribuir a la obra de la

muerte en sus corazones. Ni tampoco puedes rescatarlos con

éxito de las poderosas manos del Señor.

Si esta persona es alguien que busca de verdad al Señor y

está de verdad comprometido con Él, ni siquiera el amor dará

entierro al moribundo.

Si el cristiano sigue su camino, se topará una y otra vez con

la cruz. Parece que la cruz incluso se multiplica. Si sigues a este

cristiano de cerca lo suficiente mientras se va hundiendo, te da-

rás cuenta de que se vuelve casi insensible a ese delicado sentir

de las cosas espirituales. De hecho, el cristiano se acomoda y se

acostumbra a su dolor, su impotencia y su inutilidad. Es la de-

sesperación personificada. Consiente la pérdida del favor de

Dios. Puede que incluso piense que Dios se ha llevado justa-

mente el favor divino a causa de su propia maldad. No hay pen-

samiento o esperanza de volver a ver alguna vez el resplandor

55

del gozo. Toparse ahora con algún que otro cristiano victorioso

o lleno de gracia supone un dolor añadido. El creyente cae como

una piedra hacia las mayores profundidades de la nada.

El temor que me espantaba ha venido, y me ha aconte-

cido lo que yo temía – Job.

“¿Qué es – se lamenta – perder a Dios para siempre, sin es-

peranza de volverle a encontrar; estar privado de todo amor por

todo tiempo y eternidad; no ser ya capaz de amar a Aquel que es

tan precioso?”

Ah, este es el gemir del alma, el salmo del cristiano (apa-

rentemente) abandonado.

En verdad el cristiano cree que esto es lo que le ha acaeci-

do. No se da cuenta que nunca había amado con esta fuerza; ni

que alguna vez había amado con tanta pureza. Puede que haya

perdido el sentir de amar, y el poder de amar; mas no ha perdido

al propio amor.

De cierto que nunca ha amado así.

Naturalmente, la desdichada alma no puede llegar a creerse

todo esto. No obstante, es un hecho. ¿No lo ves?; este creyente

no puede existir sin amor. Si no amara a Dios, iría y amaría al-

guna otra cosa. ¡Pero he aquí a uno que no tiene placer en nin-

guna otra cosa, sea lo que sea! Date cuenta de esto, no ha

abandonado la carrera... como muchos otros han hecho. Cree

que se está muriendo sin Dios; pero Dios es su gemir... su sólo y

único pensamiento. Sin embargo, no puede ver este hecho.

56

Cierto, aún hay problemas con el pecado y con el mundo,

pero esto le causa gran tristeza. Se revuelve ante su lujuria y sus

faltas involuntarias y las ve como cosas espantosas. No acaba de

lavarse cuando vuelve a caer en aquello que siente es una espe-

cie de cloaca.

El cristiano sencillamente ya no sabe qué hacer. Antes con-

fiaba en sí mismo. Se había apropiado de los dones de Dios.

(Mas sólo había caído en el amor propio). Si hubiera tratado de

correr más adelante y con mayor constancia, al estar tan carga-

do, la carga le hubiera estorbado. De hecho, si no lo hubiera

perdido todo (todas las riquezas adquiridas en su relación con su

Señor), el temor mismo a perder esas riquezas le hubiese impe-

dido recorrer su trayecto. ¡Pero esto se ha acabado, pues ahora

todo está perdido!

Este cristiano es como una preciosa novia antaño bella en la

que se deleitaba su prometido. Ahora está medio desnuda, hara-

pienta y andrajosa. ¿Qué ha sido de ella?

Aquí está la explicación. El Señor vio la belleza de ésta,

pero también vio que se entretenía con sus atavíos, deleitándose

en ellos. Pensaba que le miraba a Él, pero no lo hacía. Él se

llevó su belleza. Las riquezas se evaporaron ante los

mismísimos ojos de la novia.

Ten esto por seguro: En la abundancia del bien y los dones

que Dios nos da, nos complacemos en mirarnos a nosotros

mismos.

57

Pero ha de llegar el tiempo cuando la novia se da cuenta de

que sólo es bella cuando es la belleza de su Novio. Debe apren-

der que una vez que la belleza la cual es Cristo se ha ido, cual-

quier belleza que le quede es en verdad horrible.

En su temprana relación la muchacha no hubiera seguido a

su amante al desierto o adónde fuera que él marchara. Habría

tenido miedo de estropear su hermosura y extraviar sus joyas.

Oh, Él no quiere su belleza, sus dones, sus talentos para poder

echarla a perder. Se lleva esa belleza. ¿Por qué? Por una belleza

más gloriosa – la belleza del Novio. Él no se preocupa de la

apariencia con que ella se queda cuando su propio encanto se ha

ido.

En esta estación el Señor se está llevando los adornos, los

dones y los favores, esto es, amor que podía sentirse y que podía

perseguirse. Sí, estos fueron los primeros en partir. Lo que Él

otorgó de repente o por niveles, ahora se lo lleva – de repente o

por niveles.

Quizás en este punto el creyente no esté tan preocupado por

las pérdidas o las riquezas, sino por el favor de su Señor. Tan

consternado por un sentimiento de bajeza, el creyente no pro-

nunciará la oración, “Señor, devuélveme lo que antes me diste.”

Este creyente sabe que no merece una respuesta positiva a esta

oración. Todo cuanto puede hacer el cristiano es mirar a su Se-

ñor y sufrir. El silencio es sólo interrumpido por lágrimas, y el

cristiano siente que aun sus lágrimas pueden ofender al Señor.

Puede que algunos de estos cristianos adopten miles de posturas

para aplacar a su Dios, sólo para que un día se levante y se dé

cuenta de que esto, también desagrada.

58

Cuando al final el Señor regresa de verdad, después de que

el cristiano esté tan sensibilizado por su debilidad, su pecado y

su bajo estado, a duras penas puede creerse que el Señor ha

vuelto.

Empero ten por seguro que, cuando el Señor regrese, Él no

va a devolver todas las riquezas pasadas. ¡Ahora, no obstante, el

cristiano no se preocupa ni lo más mínimo por esto!

Sencillamente está contento de acariciar este lapso de tiempo

junto a su buen amado.

Sin embargo, hay aquí una extraña paradoja. Si la presencia

del Señor permanece por una larga temporada con el querido

creyente, volverá a deslizarse al terreno del olvido; esto es, se

olvidará de los tiempos difíciles. Su sentido de su propia estre-

chez desaparecerá; se alimentará una vez más de los cuidados y

del amor de su Señor. Las probabilidades están, por tanto, a fa-

vor de que si el Señor ha regresado cargado de riquezas, y se

queda durante un buen lapso de tiempo... ¡con toda seguridad

volverá a marcharse!

Si te preguntas si deberías ser un cristiano débil o un cris-

tiano fuerte, la respuesta es, que ninguna de las dos opciones te

hará bien. Si eres un cristiano débil, lo último de lo que te has

de desprender te resulta tarea difícil, y el proceso de desnudez

lleva un largo tiempo. Si eres un cristiano fuerte, te verás a ti

mismo luchando sin parar, aunque pudiera ser que murieras an-

tes porque vas a tardar menos en acabar exhausto.

59

Un día echarás un vistazo atrás para ver el proceso de

desnudez en tu vida de todas las cosas, y te quedarás perplejo

ante Su gran amor y lo ingenioso de la obra. El alma está tan

llena de sí misma, el cristiano está tan arrebatado de sí mismo,

que si el Señor no tratara así con nosotros, nunca habría un

progreso real y verdadero.

A lo mejor preguntas, “Si los dones de Dios nos distraen

tanto, ¿por qué son otorgados?”

En su excelente bondad Él nos hace entrega de dones, pues

con ellos aparta al alma del pecado, aparta al creyente del apego

hacia otras cosas creadas, y los usa para que el creyente vuelva a

Él. Si no nos diera Sus dones, Sus riquezas, y Sus bendiciones,

el alma sería – y así se quedaría – como el mayor de los crimi-

nales.

Pero, habiendo sido ganados por Sus dones, que con tanta

gracia Él otorga, no nos damos cuenta que somos cosas misera-

bles, ni vemos que estamos enfundados en nuestra propia admi-

ración. Apartamos nuestra atención de nuestro Señor para

fijarnos en los dones. Se cierra el trayecto dador-don, y es aquí

donde nos bajamos. El amor propio es algo que tiene raíces muy

profundas en cada uno de nosotros. Los dones del Señor sólo

sirven para incrementar este amor propio. Quizá se lleven de

nosotros el amor al mundo y el amor hacia otras cosas, e incluso

nos traigan a un amor a Dios; pero no afectan, en lo más míni-

mo, el amor y el apego hacia nosotros mismos.

El creyente se apropia de los dones de Dios y se los entrega

al amor propio. Quizá esté llegando a familiarizarse demasiado

60

con el Señor, olvidándose de la esclavitud de la que fue rescata-

do, y miles de cosas más.

Entonces, ¿por qué no nos libera el Señor de una vez por

todas? Esa respuesta reside solamente en las entrañas del mismo

Señor, y si haces esa pregunta y te ofendes de no recibir una

respuesta, igualmente podrías abandonar aquí tu viaje. Nunca lo

terminarás, pues este es un viaje de incógnitas – de preguntas

sin respuesta, enigmas, incomprensiones, y sobre todo, de cosas

injustas.

Ahora el cristiano se encuentra en un lugar donde los dones

de Dios han sido arrancados. Vemos que reconoce su amor pro-

pio, y que se empieza a percatar de que no es tan rico como an-

tes pensaba que era. Se da cuenta de que se ha preocupado de sí

mismo más de lo que nunca se había preocupado, y que esa ri-

queza sólo pertenece al Novio, no a la novia. Se percata de que

ha hecho un uso incorrecto de esas cosas que el Señor le ha da-

do y le dice al Señor que ¡estaría encantado si nunca se los de-

volviera! Lo único que pide es que si ha de ser rico, que sea con

las riquezas de Cristo.

Para algunos cristianos puede que haya gozo ante la pérdida

de los dones de Dios.

¿Por qué? Porque el cristiano siente que ha sido aliviado de

gran parte de aquello que le agobiaba y cargaba. Ahora tiene el

peso idóneo para el progreso espiritual.

Poco a poco vemos que van desnudando a este cristiano. Es

algo gradual. No se preocupa de sus pérdidas porque servir al

61

Señor ya no es una de sus mayores prioridades. Tratará de agra-

dar al Señor sin adornos, sin dones, y sin estar a su servicio.

El cristiano lo único que ahora espera es que las cosas se

calmen. Es mi deber decirte que esta calma puede no durar mu-

cho. El Señor puede que venga otra vez a llevarse más prendas.

Aun la túnica. Y si es que hay una mayor desnudez, la pobre

alma no sabe muy bien qué hacer.

“Ay – gime el creyente –, he perdido todas las riquezas que

me diste, tus dones, e incluso tu dulce amor. Pero al menos era

capaz de hacer algún que otro acto externo de virtud, algún que

otro acto de caridad. ¿Me vas a dejar desnudo? Si pierdo mi ro-

pa y me ven desnudo, incluso a ti esto te será motivo de repro-

che, oh Señor. ¿Vas a consentir una pérdida tal?”

¡Y vaya que si lo consiente!

Aún no conoces a tu propio yo. Te crees que las ropas que

llevas son tuyas y que puedes usarlas como te plazca. Pero el

Señor te diría, “Lo que en verdad estás diciendo es: ‘Señor, me

gané estas ropas con muchos sudores por las cosas que por ti he

hecho, por las labores por las que me has recompensado.’ ”

Piérdelas, querida alma.

El alma lo hará todo para conservar las ropas, pero más

prendas serán quitadas; y este proceso de desnudez, así mismo,

vendrá poco a poco.

62

Puede que ahora el cristiano se vea desinteresado hacia to-

do. Ya no hay un interés hacia las obras de caridad, y en verdad

no hay poder para realizarlas. Antes puede que haya habido dis-

gusto. Y puede que haya habido dolor. Mas ahora sólo hay im-

potencia.

El cristiano empieza a perder sus recuerdos de días mejores

y más justos. De nuevo el cristiano, contemplando una vez más

que su pérdida no hace amagos de detenerse, llega a creer que

ésta es el resultado de una seria falta dentro de él. En verdad

que no sabe qué decir en presencia de su Dios. Poco a poco se

da cuenta que nada tiene por sí mismo – nada en absoluto – y

que todo le pertenece al Novio. Poco a poco empieza a llegar

esa desconfianza total de sí mismo, y poco a poco, de escalón en

escalón, el amor hacia el yo se va muriendo.

Ah, pero una cosa es dejar de amarse a sí mismo, y otra co-

sa es odiarte a ti mismo. El cristiano se acuerda de cuando pen-

saba que esto de ser desprendido de todas las cosas era cosa

pequeña. Pero hoy se ve a sí mismo como uno que nunca fue

digno (ni antes, ni ahora, ni nunca). Ve que nunca ha sido, ni lo

será en el futuro, digno de llevar puesto el glorioso y blanque-

cino traje de novia. Al fin el cristiano es expuesto como lo que

es – algo desnudo. Avergonzado ante este hecho, está asolado.

A duras penas se atreve a entrar en la presencia del Señor.

“Al menos – piensa –, mi desnudez podría ser privada, y no

algo público.” La admiración que despertaba ha desaparecido.

El mundo no sólo deja de prestarle atención a este creyente (o se

queda perplejo ante su impotencia) sino que el mundo está olvi-

dándose de él.

63

¡Qué caída tan espectacular ha experimentado éste! El cris-

tiano está doblemente confuso porque sabe que merece todo lo

que le ha acontecido. Tiene alguna esperanza de que vuelvan a

vestirle, pero no sabe qué hacer para que esto suceda.

Aquí, pues, está el cristiano que una vez se creía estar bien

avanzado en las cosas espirituales, incluso a punto de llegar a la

perfección en el tema de servir al Señor. Ahora apenas se puede

poner a recordar el día en que tales pensamientos ocupaban su

mente. Pero en aquellos días era cuando sus vestimentas

ocultaban a la verdadera persona. Ahora no hay nada.

Por lo tanto, ¿qué vemos aquí? Un Señor que se ha llevado

todo lo habido y por haber, y que aun cambiará la belleza en

fealdad... para luego destruir la fealdad. ¡Seguro que este es el

fin! Pero no, no lo es.

En este punto, el cristiano se ha sometido a la quema de

dones, gracias, favores, las ganas de servir, la capacidad de

hacer el bien, ayunar, ayudar a su prójimo. Lo ha perdido todo

excepto lo divino. ¿Será reclamado esto también?

Es algo de temer verse en un estado en el que uno está des-

nudo sin los dones y las gracias de Dios. Nadie que no lo haya

experimentado llegaría a creérselo.

¿Qué es lo que quiero decir? El cristiano pierde virtud, pero

la pierde como virtud. Sólo la volverá a encontrar en Jesucristo,

y la recuperará como Jesucristo. Parece que ahora el alma lo ha

perdido todo – todo excepto la belleza del Señor.

64

Es difícil de explicar; el creyente que hasta ahora ha sufrido

todas estas cosas y ha dejado que se pierdan, ha estado, no obs-

tante, muy consciente de que ha sido él quien ha permitido que

sucedan estas cosas. Se ha enfrentado a la rebelión cuando sur-

gió la ocasión, mas no se ha rebelado. Ha perdido todo el sentir

del Señor, mas no se ha rebelado contra el Señor. Puede hacer

suyas las palabras del Cantar de los Cantares,

Me hallaron los guardias que rondan la ciudad; me gol-

pearon, me hirieron.

Este cristiano ha visto la corrupción en sí mismo de la mis-

ma forma en que Job la vio. Ha sentido algo parecido al gemir

de Job, “Oh, que pueda esconderme en el infierno hasta que se

apacigüe la ira de Dios.” El alma se ha sobrecogido ante la pu-

reza de Dios. Ha visto la más minúscula mota de imperfección

como un enorme pecado. Y, sin embargo, es un sentir general

de sus imperfecciones. No son faltas en particular las que le es-

tán oprimiendo; es un sentir de su absoluta falta de dignidad.

Simplemente puede que haya una posibilidad de que a pesar de

todas las faltas que sea capaz de enumerar, sus motivos y su co-

razón nunca fueron tan puros.

Entonces, ¿qué falta hay aquí? Sólo esta: la relación del

cristiano con su Señor se enfoca hacia su propio bienestar.

¿Ha llegado a una especie de etapa de perfección? Para na-

da. ¿Cuál es su relación con el pecado? A menudo, lo que hace,

sólo lo reconoce como pecado después de haberlo hecho; y en el

momento clama al Señor por ayuda y perdón.

65

Mas ahora llega a la experiencia del creyente un sentir de

odiar a su propia alma. Empieza a odiarla porque empieza a co-

nocerla. Todo el conocimiento del mundo que un hombre pu-

diera tener y todo lo que pudiera leer y toda la información que

pudiera adquirir nunca le harán odiar a su propia alma. Odiarse

a sí mismo es la única experiencia que le otorga al alma un co-

nocimiento de la infinita profundidad de la miseria. Y en ese

conocimiento, ese conocimiento espiritual, se halla la única

senda de la verdadera pureza. Las impurezas que se presionan

por cualquier otro medio no se van, sólo se esconden.

El Señor empieza ahora a buscar el rastro de esas impurezas

radicales. Va tras la pista de cosas que están allí por causa de un

profundo e invisible amor propio.

Ilustrémoslo de esta forma. He aquí una esponja llena de

toda clase de impurezas, y tú la lavas. No hay manera de lim-

piarla por dentro a menos que la exprimas. El lavado no se lo

lleva todo. Sólo al estrujarla es cuando sale la carga interior de

corrupción e impureza. Y ahora es esto lo que el Señor le está

haciendo al creyente. Dios va detrás de las cosas más íntima-

mente ocultas.

El cristiano piensa que ha encontrado nuevos pecados en su

vida, pero más bien es todo lo contrario. Lo que se va descu-

briendo es algo invisible que siempre ha estado ahí. Se descubre

y ahora se ve, ¡sólo por el hecho de que se lo están llevando!

No obstante, el cristiano creerá a ciencia cierta que ha caído

en nuevos niveles de carnalidad y pecaminosidad. Cuando aque-

llo que ha sido tan impuro, ha permanecido por tanto tiempo tan

66

oculto, y ha estado tan profundamente enterrado por fin alcanza

la superficie, el cristiano piensa sin lugar a dudas que acaba de

agarrar estos pecados e impurezas.

Al Señor no le preocupa las inconveniencias que soportas al

observar cómo estas cosas salen a flote. Él sabe, por muy re-

pugnantes que sean, que no hay otra manera de tratar con el

amor propio. Hasta ahora, el oculto y profundo amor propio se

había tapado bajo preciosas ropas. Cuanto más hondo se haya

ido ese amor propio al interior de tu ser – está más oculto – tan-

ta mayor destrucción origina. ¿Por qué? Porque se desconocen

sus chanzas, y porque tu exterior aparenta ser muy noble.

¡El propio descubrimiento de estas cosas ocultas es en sí

misma una experiencia purificadora! El alma necesita descubrir

lo que está por dentro. La naturaleza del yo necesita ver lo que

hay en realidad – y qué aspecto tiene, tal y como es.

Deberíamos saber también que muchos te mirarán con sor-

presa porque lo que tú consideras ahora ser graves faltas, ¡siem-

pre se habían visto como la gran fuerza y virtud de la vida

cristiana! Estarán también muy seguros de que al perderlas estás

perdiendo la propia virtud.

Los demás puede que sepan de tus faltas externas y superfi-

ciales. Pero esas faltas a las que Dios sigue la pista por las par-

tes más recónditas del alma son cosas que pasan por

perfecciones a los ojos de los hombres. Prudencia, sabiduría, y

miles de otras cosas, que ellos te dirían fomentases con fervor.

67

Muchas buenas almas tienen muchas buenas virtudes. Pero

el cristiano del que ahora estoy hablando no tiene ninguna de

ellas. Todo de lo que dispone es de debilidad tras debilidad, im-

potencia tras impotencia. Otro creyente puede seguir adelante

gracias a que puede ver, y se sustenta en cosas que son buenas.

Pero este cristiano se mueve, no por lo que tiene, internamente...

sino por lo que le ha sido arrebatado, internamente.

Lo ha perdido todo.

Lo que otros cristianos hacen es admirado; lo que este cre-

yente hace es... un fracaso. Todo cuanto hace este creyente se

frustra. Todo cuanto toca lo estropea. En nada tiene éxito y en

nada se le da la razón. ¿Adónde le lleva el Señor? A ver toda la

felicidad en el Novio y nada en sí mismo.

Nunca te podrías creer, a menos que lo experimentaras, de

lo que es capaz la naturaleza humana cuando se la deja a su aire.

A veces siento que nuestra propia naturaleza, por su cuenta, es

peor que todos los males y malignos.

Pero no quiero dejar aquí la idea de que este cristiano, en

este estado miserable, es olvidado por Dios. Ni mucho menos.

Nunca antes había sido tan bien sostenido por su Señor.

No obstante, el cristiano se encuentra en una situación un

tanto miserable, ¡y lo mejor que le pudiera ocurrir es que Dios

no tuviera piedad! Cuando el Señor quiere ayudar al progreso de

un creyente, deja que el creyente se dirija aun hacia la muerte. Y

cuando hay un respiro, y de nuevo el cristiano se regocija en es-

ta vida, ese respiro – y la vida que ha sido suministrada – se

68

otorga a causa de la debilidad del creyente, para que no pierda

todo ánimo.

Igual que un atleta que persigue su meta, el creyente nunca

dejará de correr, a menos que haya tiempos en los que deba des-

cansar y recibir alimento. Pero ambas necesidades se deben a su

debilidad innata. Llega la hora en que algo dentro del creyente

se muere. Esto sucede al final o al aproximarse al final del reco-

rrido. Hay una especie de muerte misteriosa que toma lugar por

dentro. Es como si el sol hubiera desaparecido de nuestro he-

misferio. Ya no es visible, sino que está oculto en el mar (vere-

mos en breve este estado). Es este un tiempo en el que el

cristiano padece aun otra clase de muerte... un tiempo en el que

se empieza a dar cuenta del bullicio que lleva por dentro.

Es interesante hacer notar el estado de este cristiano en re-

lación con otros creyentes – esto es, con cristianos que son (o

aparentan ser) muy avanzados en su caminar interno con el Se-

ñor.

El desdichado ve a otros creyentes engalanados con tantos

trofeos de victoria... Es obvio que el Señor, el Novio, ha exten-

dido muchos adornos sobre estos creyentes. El cristiano desola-

do admira muchos estas cosas, y se ve a sí mismo en un abismo

vacío. Sin embargo, no tiene ganas de obtener todas las maravi-

llas que sus ojos contemplan. Por una razón, y es que se siente

demasiado indigno de ellas. Se regocija, no obstante, al ver que

otros hallan favor con el Señor.

Cuando el creyente se embarcó en este largo viaje, tenía un

celo de la presencia de Dios y deseaba mantener al Señor siem-

69

pre con él. Ahora está agradecido cuando siente que el Señor no

le está mirando, porque no le gustaría que el Señor contemplara

un espectáculo así. El cristiano ha alcanzado el punto donde no

halla bien alguno en su desnudez, su muerte, o en esta putrefac-

ción... que recientemente ha descubierto acerca de sí mismo.

El Señor ha dejado a éste desnudo, con el fin de que el Se-

ñor Mismo pueda ser su ropa.

“Revestíos del Señor Jesucristo.”

Mata para que Él Mismo pueda ser la vida del creyente.

“Si hemos muerto con Cristo, resucitaremos juntamente

con él.”

El Señor aniquila al cristiano sólo para transformarle en Él.

La pérdida de la virtud personal sólo toma lugar por nive-

les, al igual que el resto de las pérdidas. El final es algo así co-

mo una total desesperación; este creyente no sólo ha perdido la

esperanza depositada en sus virtudes externas, sino que aun el

amor propio ha perdido su poder.

En esta estación en particular, la oración es muy dolorosa.

De hecho, no es sorprendente que un cristiano llegue a ser inca-

paz de aferrarse a la oración. Había un tiempo en el que se per-

cibía una profunda calma en la oración, y esa calma sostenía la

oración. Pero Dios ha apartado esto. La oración parece que se

ha perdido. El cristiano se ve igual que otros creyentes que nun-

70

ca antes han practicado la oración. Empero, hay una diferencia:

siente el dolor de la pérdida.

El cristiano, en esta etapa del viaje, puede que de cuando en

cuando se extravíe, pero normalmente es algo momentáneo, una

especie de ímpetu. No hay satisfacción en ello, sino que lo único

que hay es amargura, y se retira tan pronto como le sea posible.

Pero, ¡todavía queda algo!

Hay algo que el mismo niño de Dios tiene por dentro. Se

trata de cierto secreto, algo como tranquilo dentro de él, que le

consuela aun en su muerte e impotencia. Sea lo que sea este

elemento, es algo muy metido en lo profundo de las cuevas más

recónditas del creyente, sutil pero poderoso. He aquí algo tan

puro, tan cristiano, que parecería ser el fin último del propósito

de toda la religión cristiana y la recompensa a todas las labores

del creyente. Qué otra cosa no desea el discípulo del Señor que

tener este testimonio en el rincón más recóndito de su ser: el tes-

timonio de que es un hijo de Dios. Toda espiritualidad se centra

en esta sencilla experiencia. Ah, pero aun esto debe ser rendido.

Al igual que se han solicitado todas las demás cosas, esto, ¡tam-

bién!

¡Al fin llegamos a aquello que en verdad produce muerte en

el creyente! Ya lo ves, no importa la estrechez que el alma expe-

rimente, si ese algo en particular todavía está ahí. De hecho,

aquello que tenga la necesidad más acuciante de morir, no mori-

rá mientras que ese profundo, casi imperceptible sentir, esté

presente.

71

Este es un tiempo de temer. Puede haber agonía en el cora-

zón. De hecho, parece que la única vida que le queda al corazón

se emplea para hablar de la muerte en la que se encuentra.

Este apoyo imperceptible y la experiencia de la estrechez

que sigue a estas dos cosas, será lo que causará la muerte.

Por encima de todo hay algo que es necesario en este tiem-

po, y esto es que el creyente sea fiel. Este es un tiempo duro y

un tiempo de desnudez. El cristiano se irá a cualquier sitio para

obtener alivio y refrigerio. Es incapaz de realizar casi ninguna

acción cristiana, y está en gran necesidad de recibir consuelo.

Y si eres tú un cristiano que se topa con alguien así y está

buscando consuelo o guía, ¿qué puedes hacer? Cuídate de no

hacer nada que aplaque o se lleve el nuevo descubrimiento del

cristiano de su gran imperfección. Cálmale con amor, con cari-

dad, y con cosas inocentes. Ten presente en tu mente que esta

persona con la que estás tratando siente que tiene poco control

sobre sus circunstancias exteriores. Intentar hacerle volver a una

situación más normal pudiera muy bien arruinarle su salud, su

mente, y su vida interior. No seas severo, sino trátale como si

trataras a un niño.*

No obstante, por favor date cuenta de que lo que estoy di-

ciendo aquí sólo es aplicable a aquellos que se encuentran en es-

ta etapa en particular, y sólo en esta etapa.

Ahora, ¿por qué se ha llevado el Señor aun el elemento del

sentido interior? Ha sido con el propósito de extirpar este sentir,

esta intuición espiritual, de unas manos imperfectas e introdu-

72

cirla en un interior aún más profundo. ¿Y cómo está haciendo el

Señor a esta persona más perfecta en este interior más profun-

do? Destetándo de confianza, e incluso de percepción, a sus

sentidos exteriores. Ahora atrae al creyente al interior de una

forma tan tierna que apenas se nota el esfuerzo ejercido para

moverse en esa dirección, aun cuando implique que ha de per-

der todas las cosas.

En esta época, a veces el Señor hace algo bastante paradóji-

co. Algunas veces reanimará los sentidos externos. Pero todas

las cosas obran en conjunto para los que aman a Dios y son lla-

mados a Su propósito. Una vez más el cristiano aprende a des-

confiar en gran manera de sí mismo, sea cual sea su estado. Y si

los amigos no entienden lo que está pasando, el alma sencilla-

mente responde,

“No reparéis en que soy morena, porque el sol me mi-

ró.”

Y, por tanto, llegamos a la siguiente etapa en el camino que

sigue este río hasta su desembocadura en el mar, la cual es su

entierro.

_____________

*(Viene de página anterior) Nota del editor: el consejo de Guyón

aquí es muy sabio. En todos mis años de ministerio sólo me he en-

contrado con dos cristianos en esta disyuntiva. El único consejo que

he sido capaz de darles, además de tratar de ayudarles a entender la

situación en la que estaban, fue sugerirles: (1) que lloren mucho y (2)

¡que escuchen mucha música cristiana placentera!

73

74

7

El torrente ha atravesado todo inimaginable estruendo y

violentos rápidos. Ha sido estampado contra las rocas. Se ha re-

volcado de una roca a otra, de un nivel a otro. Pero siempre ha

estado a la luz; nunca se había escabullido de la vista. En este

punto empieza a zambullirse hacia profundas cavernas subterrá-

neas. Permanece invisible por largo tiempo. Quizá veamos a es-

te río durante un breve lapso, para luego verle desaparecer otra

vez tras una profundo abismo. En su oscuro e invisible trayecto,

vuelve a caer de un abismo a otro.

(Con el tiempo caerá en el abismo del mar, y allí, perdién-

dose a sí mismo, para nunca volverse a encontrar, se habrá vuel-

to parte del propio mar.)

Tras muchas muertes y tras cada vez peores aflicciones, al

final el creyente expira en los brazos del Amor, mas sin llegar

nunca a percibir que descansa entre estos brazos.

75

¿Y de qué estamos hablando aquí? Esta persona, personifi-

cada en la experiencia del río, sencilla y muy sutilmente ahora

pierde todo deseo, tendencia y preferencias. Cuanto más se

aproxima este torrente a la muerte, más débil se hace. Aunque la

muerte era inevitable, mientras allí hubiera vida, había alguna

esperanza; pero ahora se acabó la esperanza. El torrente se pre-

cipita bajo tierra y no se le vuelve a ver.

El creyente ha conocido grandes precipicios por los que se

ha despeñado; mas ahora se desploma, no desde un precipicio,

sino en algún misterioso y oculta sima. He aquí que ha llegado a

una miseria para la que no hay día de salvación. Al entrar en un

principio por la boca del abismo éste no parece ser muy grande.

Pero, cuanto más se zambulle el creyente en él, tanto más terro-

rífico comprueba que es.

Ves que, después de que un hombre expira, aún está entre

los vivos. Está muerto, pero no se lo han llevado. Así que nos

encontramos aquí con una alma que todavía conserva un hito de

vida en su semblante. Es una leve chispa de calor corporal que

aún conserva el cadáver.

¿Qué estoy tratando de decir?

El alma aún trata de alabar y rezar. Pero según profundiza

en el abismo, aquellos pronto se dejan atrás. Debe perder a

Dios, o al menos así le parece a él. Para él casi hay una certeza

de que ha perdido al Señor, no por un periodo de unos meses o

unos años, sino que ha perdido a su Señor, a quien ha estado

conociendo a lo largo de toda su vida... ¡para siempre!

76

Una vez le tenía miedo al mundo; ¡ahora el mundo le tiene

miedo a él! En cuanto a sus compañeros creyentes, hay cierto

respeto que los vivos mantienen hacia los que están a punto de

ser enterrados. Después de todo, están a punto de meter a este

desdichado bajo tierra, para una vez allí no volver a ser recor-

dado jamás.

Si el creyente humano pudiera ver el momento en el que le

entierran, sentiría un agobio tremendo. Bien, el alma puede ver

todo esto, y a veces se aterroriza. Pero no hay nada que pueda

hacer.

El creyente se resigna a ser enterrado y cubierto de tierra.

En este punto este devoto empieza a horrorizarse de sí mismo, y

la razón reside en que, obviamente, Dios le ha echado tan lejos

que parece como si el Señor en verdad le hubiera abandonado

para siempre. ¿Qué puede entonces hacer éste? Debe tener pa-

ciencia y simplemente ha de yacer en el sepulcro.

Ahora el alma se encuentra allí y ve que hay pocos atisbos

de que vaya a salir alguna vez; debe permanecer para siempre

en este estado. Y lo que es más, este devoto cree de verdad que

este lugar es el apropiado para él. El mundo ya no habla más

acerca de éste y sólo lo considera un cadáver que ha perdido la

vida de la gracia y que no es adecuado para nada. El alma so-

porta este estado con paciencia. Pero ay, este estado es dulce

cuando se compara con lo que ha de venir.

Ahora el alma debe pudrirse.

77

Anteriormente, el creyente estaba siendo probado mediante

debilidad y extremo cansancio. Mas ahora el creyente ha visto

lo profundo de su corrupción. Este creyente ha alcanzado un es-

tado en el que puede ver en forma de abanico todo lo que le ha

acontecido. Los problemas, vituperios, contradicciones, todo

deja de afectarle. Aun pensar en la pasión de los sufrimientos

del Hijo de Dios deja de conmoverle.

No hay un remedio para este estado. Sencillamente se ha de

pasar por él.

Quizá diga ahora el creyente, “podría sobrellevar esta gra-

dual vuelta al polvo si Dios no me mirara. ¡Qué tristeza debe

causarle mi estado!” Su deleite estriba en que quizás ha hallado

tan poco favor a los ojos del Señor que puede que al menos sea

perdonado mientras Aquel observa su caída.

¿Y durará poco este estado de desplome? Ay, más bien es

todo lo contrario. Durará varios años y seguirá adelante, siem-

pre aumentando, hasta que (hacia el final) el proceso de des-

composición termina y empieza el proceso de hacerse tierra. Y

la tierra en cenizas, y las cenizas en polvo.

El desdichado río, ahora zambullido en un abismo, cae co-

mo una piedra a cada vez mayor profundidad, hasta que haya un

fin a todas las buenas intenciones y austeridades.

Compara ahora la diferencia entre el estado de este río to-

rrencial cuando fluía de su fuente de origen, fluyendo armonio-

samente por las llanuras y riachuelos que eran dejados atrás. Y

ahora mira su horrible inmersión.

78

Y aun así, éste era su destino.

Ocurre algo muy interesante en esta época. El alma empieza

a acostumbrarse a esta situación. Permanece sin esperanza de

ninguna clase y sin ningún pensamiento de escapar. Es total-

mente incapaz de aliviar la situación. Los motivos ocultos del

corazón están siendo aniquilados y se vuelven polvo. Al menos,

la aniquilación de las cosas oscuras del yo ha empezado.

Ahora el cadáver no es más que polvo; el alma ya no sufre

por lo que le rodea. Se ha hecho a este extraño y casi indescrip-

tible paisaje.

El creyente deja de mirar a todo, y es como una persona que

ya no es, y que nunca más será. Previamente este cristiano se

horrorizaba de su naturaleza. Ahora no hay reacción. Anterior-

mente, venía temblando a tener comunión con Él, con temor a

deshonrar a Dios. Ahora parece aproximarse a esa comunión

como algo innato a su curso. Ya no hay más sentir, ni de lo que

acarrea dolor, ni de lo que acarrea placer. Las cenizas descansan

en una especie de paz, pero una paz sin esperanza; las cenizas

no tienen esperanza. Incluso cuando el alma percibía que se es-

taba descomponiendo, aún había eso: un darse cuenta. Ahora ha

caminado por todo ese estado, y nada, ni por dentro ni por fuera,

le afecta ya.

Con el tiempo, en este cristiano que está siendo reducido a

la nada, se halla entre sus cenizas un germen de inmortalidad.

Protegido bajo todo ese montículo existe, como si fuera una se-

milla, algo que, a su debido tiempo, vivirá. Pero, ten por seguro,

79

el devoto no se da cuenta de esto. Ni siquiera se le pasa por la

cabeza que alguna vez sea reavivado o resucitado.

¿Hay fidelidad en esta alma? Lo único que se deja enterrar,

aplastar, es la fidelidad; ¡la única fidelidad que ha quedado es

una persona muerta!

Si te perfumas para que tu cuerpo corrupto no apeste, no lo

hagas, alma desdichada. Quédate tal y como estás. Sométete. El

haber llegado tan lejos y el tratar ahora de salir de este estado

aplicándote un suave bálsamo es lastimarte a ti mismo. El Señor

te está sobrellevando; ¿por qué no habrías tú de sobrellevarte a

ti mismo?

Y si otro cristiano está tratando de ayudar al creyente que se

encuentra en esta situación, ¿qué camino debe tomar? Mi opi-

nión es que poco deberías hacer para aliviar a una persona así.

Apóyale sólo en guardar la salud de su mente, pues de otra ma-

nera pudiera ser destruido a causa de su propia aflicción. Aquí

hay un dolor que llega al tuétano de los huesos. Otros dolores

eran más externos; éste ha penetrado bien adentro. No le mues-

tres compasión a esta persona. Déjale en el estado en el que

siente que aparentemente se encuentra, porque – aunque lo crea

así – para Dios es un estado de lo más grato. De esas cenizas

surgirá una nueva vida.

El que ha sido reducido a la nada no debería intentar salir

de este estado o vivir como previamente lo había hecho. Habría

de seguir mirando a este estado como algo que ya ha dejado de

ser.

80

Y ahora, al fin, la presta corriente se zambulle en el mar y

allí se pierde, para no volverse a encontrar nunca más. Se ha he-

cho una sola cosa con el mar.

Ahora sucederá algo. Poco a poco esta cosa muerta empieza

a sentir, aunque lo que experimenta no se siente. Por niveles las

cenizas están reviviendo y revistiéndose de una vida nueva. No

obstante, este proceso es muy gradual. Para aquel en cuya vida

está sucediendo, es más algo como un sueño o una deliciosa vi-

sión. También lo podrías poner así: hay cenizas y las cenizas es-

tán formando una lombriz; y esa lombriz empieza a adquirir

vida paulatinamente.

Nos allegamos ahora a la última etapa, pero es sólo el co-

mienzo de esa última etapa. El principio, y sólo el principio, de

la verdadera vida interior. Los estratos dentro de esta última

etapa son innumerables. Y el punto hasta el que puede avanzar

el alma no tiene límite. El arremolinado río puede adentrarse

más y más en el mar y tomar más y más las cualidades del mar,

sencillamente por el hecho de que está cada vez más tiempo en

el seno de ese mar.

81

82

8

Deja que un grano de trigo ilustre algunos elementos de tu

vida espiritual.

Primero, la paja se separa del grano. Es un ejemplo de tu

conversión y separación del pecado. Después de que el grano ha

sido separado, debe ser molido por medio de las pruebas y por

medio de la cruz. El grano se muele hasta que queda reducido a

harina. El proceso, no obstante, dista mucho de su conclusión.

La harina es gruesa y se ha de quitar de ella toda partícula ex-

traña.

La harina es amasada y es transformada en una pasta. La

harina parece negra mientras es amasada, pero el amasamiento

es esencial para que la harina se vuelva pasta. Esta pasta resul-

tante, a su vez, ha de ponerse al fuego. Después de que la masa

se hornea, se destina al deleite del rey. El rey no sólo mira a la

masa con deleite, participa de ella.

83

Esta comparación te muestra algunos de los diferentes as-

pectos de tu viaje espiritual. Te muestra la diferencia entre la

unión con Dios y la transformación.

Para ser transformado, debes perder todas tus propiedades,

con el fin de que puedas participar en mayor profundidad de la

naturaleza de Dios. No hay mucha gente que llegue a este lugar.

Por esta razón, la gente no habla mucho acerca de la cruz y de la

transformación. No podemos hablar mucho de temas de los que

sabemos poco.

Cuando uno se pierde en Dios, parecerá ser algo muy ordi-

nario. No hay nada que distinga externamente a éste de otros...

excepto, claro está, su libertad.

Esta libertad a menudo escandaliza a personas que no ven

otra cosa más que lo que ellos mismos han experimentado. Su-

ponen que cualquier otra cosa que ellos mismos no hayan expe-

rimentado debe ser malo. ¡Pero la libertad que ellos condenan

(una libertad sencilla e inocente) es una mayor santidad de lo

que normalmente se considera santo! Una pequeña acción, lle-

vada a cabo a través de la naturaleza de Dios obrando en un

creyente, es más aceptable para Dios que gran cantidad de he-

roicas acciones hechas con la propia fuerza del hombre.

La actividad que proviene de Dios en vez de la fuerza del

hombre es algo inusual y precioso. Los creyentes que llegan a

este lugar en su vida espiritual están satisfechos con lo que ha-

cen en cada momento y no necesitan ir en pos de lo que el mun-

do considera ser grandes cosas.

84

Dios escoge esconder a las personas que le conocen bien.

Los esconde bajo la cortina de una vida normal. Estos son Sus

muy estimados y sólo Él les conoce. Dios fluye a través de estos

individuos porque han llegado a conocer a su Señor por dentro.

El tesoro no es revelado hasta que el tesoro se necesita. Sin

embargo, al obrar Dios a través de una persona tal, a menudo

hay otros que lo captan.

No todos son desconocidos, y no todas las personas que ha-

cen cosas de las que todo el mundo se da cuenta están siempre

haciendo tales obras en sus propias fuerzas.

Tu Señor atrae personas a estos creyentes, y a menudo son

capaces de comunicarle vida a otros. Ganan a otros para Cristo

de una forma natural.

Algunos, no obstante, aunque puedan ser angelicales en

apariencia, están muy lejos de este estado. Este es un caminar en

el que por lo general lleva mucho tiempo entrar por completo

(Dios en su soberanía puede acelerar el proceso, pero tales casos

son muy raros). Su obra en nosotros se diseña para que dure to-

da una vida.

Parte de lo que conlleva estar totalmente abandonado a Él,

significa que uno no evalúa en qué manera está siendo utilizado

por Dios. A medida que Cristo arraiga con mayor profundidad

en un creyente, éste es menos consciente de su relación con

Dios.

85

Sigue creciendo. Deja que tu espíritu se agrande a un nivel

cada vez mayor. Dios puede expander a diario tu espíritu. Serás

expandido en Él al igual que el torrente. Déjate ser transportado

más y más a alta mar. Tu entendimiento de cómo moras en Dios

y cómo Dios mora en ti nunca se agotará.

El proceso de perderse a uno mismo en Dios toma lugar en

niveles diferentes en personas diferentes. Cualquier persona

puede ser totalmente llena. Pero algunas tienen mayor capacidad

que otras. Una taza y una jarra pueden estar llenas de agua, pero

cada cual acoge cantidades diferentes. Cada persona tiene su

propia capacidad para recibir la plenitud de Dios. Lo

maravilloso es que Dios es capaz de aumentar esta capacidad

día a día.

Cuanto más vivas en base a la gracia interior, tanto más

crecerá tu espíritu, sin esfuerzo por parte tuya. Permite que Su

naturaleza more en mayor medida en tu interior. En el mismo

nivel que Él te ensancha, te llena. Es igual que lo que ocurre con

el aire. Una pequeña habitación está llena de aire, pero una ha-

bitación más grande aún tiene más. Agranda la habitación y hay

más aire todavía. De la misma forma (sin percatarse de cambio

alguno) tu espíritu se expande y aumenta. ¿Cómo ocurre esto?

Aprendiendo a morir diariamente. Lo duro es que el bagaje y la

experiencia de cada uno se resiste de forma natural a la muerte.

¿Cómo crece y muere uno al mismo tiempo? Esto no es una

contradicción. Tu personalidad característica, tu alma, es pe-

queña y está limitada. Dios necesita purificarte y alterarte para

que puedas recibir Sus dones.

86

Tu espíritu, no obstante, es eterno y puede expandirse de

continuo. Puedes experimentar a Dios de una forma cada vez

mayor. Los deseos de tu propia alma, tan buenos como puedan

ser, se ponen en medio de la consecución de esta experiencia.

La parte que se pone en medio del camino es la parte que debe

morir – no tu personalidad individual. Debes desprenderte de tu

vieja naturaleza para que te puedas perder en Dios más profun-

damente. Tu habilidad de crecer en Él no tiene límite.

87

88

9

A medida que un torrente se vacía en el mar, sus aguas se

pueden distinguir del propio mar durante un buen trecho, pero

de forma gradual las aguas de este río se entremezclan por com-

pleto con el mar. De igual forma, tu transformación no tomará

lugar de la noche a la mañana; sino poco a poco, de escalón en

escalón es que pierdes tu propia vida.

Lo único que queda de un cuerpo que ha sido totalmente

descompuesto es polvo y cenizas. No obstante, a medida que al-

guien muere a sus viejos caminos, no pierde todas las caracterís-

ticas singulares que hacen de él lo que es. Precisamente, es todo

lo contrario. Sólo a través de este proceso de muerte serás en

verdad liberado para ser quien eres en realidad.

Todo lo que ha tomado lugar en la vida de uno hasta ahora

ha sido el despojamiento y limpieza de la naturaleza del alma.

Todos nosotros necesitamos este despojar con el fin de recibir la

obra de Dios en nuestro interior.

89

A medida que el torrente desemboca en el mar, su propia

forma se pierde. De manera similar, has de desprenderte de al-

gún elemento de tu disposición natural para que la naturaleza de

Dios pueda vivir con mayor plenitud en tu interior. Cuando vi-

ves por Su naturaleza, Su vida, Su vida es la que te sostiene.

El torrente, una vez que es vaciado en el mar, ahora obtiene

todo tesoro del mar. Cuanto más se vacía el torrente en el mar,

tanto más pleno y glorioso se vuelve.

En esta experiencia de muerte, el creyente empieza a volver

a la vida. Explora esta nueva vida, pues no se parece a nada que

anteriormente hayas conocido alguna vez.

Si hubieras de descubrir esta vida, en verdad que dirás:

“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que

moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció

sobre ellos.”

(Isaías 9:2)

Ezequiel anuncia esta resurrección cuando ve a los huesos

secos mientras poco a poco se van volviendo en carne.

Sorpréndete de encontrarte una fuerza secreta que empieza

a poseerte. Tus cenizas empezarán a avivarse. Un nuevo país te

da la bienvenida con ademanes de que te adentres en él. Cuando

estabas en la tumba lo único que podías hacer era quedarte allá

tranquilo. Mas ahora puedes experimentar una sorpresa de lo

más placentera. No tengas miedo de creer lo que está ocurrien-

do.

90

En este punto, puede que digas, “Quizá el sol se ha abierto

paso a través de un pequeño agujero en la tumba para hacer bri-

llar uno de sus rayos, pero sin duda que la noche caerá de nue-

vo.”

Querido creyente, deléitate en sentir un fuerte y misterioso

poder que toma posesión de ti. Habrás recibido una vida nueva.

Créelo.

¿Puedes perder este estado? Naturalmente. Pero tendrás que

levantar una rebelión de órdago para conseguirlo.

Esta vida nueva no es como la vieja. Aquí hay “vida en

Dios” (Colosenses 3:3). Aquí está Su vida. Ya no vives tú, sino

que Cristo vive y actúa y obra dentro de ti (Gálatas 2:20).

La vida de resurrección se expande paso tras paso de tal

forma que crecerás en el crecimiento de Dios. Las riquezas flu-

yen de Sus riquezas en tu interior. Él es el amor por medio del

cual ahora tú amarás.

En este punto empezarás a ver que todo lo que hiciste antes,

no importa lo grande que fuera, era tu propio hacer. Ya no esta-

rás haciendo nada que parte de ti mismo. Serás poseído de una

vida nueva. Toma esta vida nueva y piérdela en Dios. Vive con

la vida de Dios. Y ya que Él Mismo es Vida, no puedes buscar

nada más.

¡Qué ganancia se ha hecho en comparación a lo poco que se

ha perdido! Habrás perdido a la “criatura” con vistas a ganar al

91

“Creador”. Habrás perdido tu nada con vistas a ganar todas las

cosas. ¡No tendrás fronteras, pues habrás heredado a Dios! Tu

capacidad para experimentar Su vida se acrecentará sólo un po-

co más. Todo aquello que una vez tuviste, y perdiste, volverá a

ti en Dios.

Por favor, date cuenta de que a medida que alguien es des-

pojado, de un nivel a otro, así es ahora enriquecido y alzado de

nuevo a vida, de un nivel a otro. Cuanto más perdió, tanto más

ganará. Sé como el torrente que se deshace en el mar. El torren-

te se expande para explorar las fronteras sin límites de su nuevo

hogar.

No intentes alcanzar esta experiencia. Deja que esta unici-

dad brote de Su naturaleza, la cual obra dentro de ti. A medida

que Él obra en ti, te harás flexible y asentirás a cualesquiera cir-

cunstancias que Dios permita en tu vida. Ten por bueno cual-

quier cosa que Dios te traiga. Los tiempos de fiesta y los

tiempos de hambruna te serán por igual. Todas las circunstan-

cias son por igual; el creyente ve a Dios detrás de todas las co-

sas.

La vida divina dentro de ti te será algo natural a medida que

te vayas acostumbrando a ella. Aprende a rendirte a los caminos

de esta nueva vida. Que no haya lucha.

Una infidelidad momentánea te hará actuar alejado de Dios.

Esto no significa que te has “caído” de tu posición en Dios.

Sencillamente, has errado el tierno mover de Dios en tu espíritu

que te hace que estés en completa unidad con el Señor.

92

No tienes que pensar cómo encontrar a Dios o preocuparte

de que tus pensamientos divaguen y se alejen de Él; moras den-

tro de Dios. No hay necesidad de malgastar tiempo tratando de

localizar a tu Dios, pues Él es tu morada y tus circunstancias.

Anteriormente, era necesario practicar virtud con vistas a hacer

buenas obras. Ahora tus acciones tienen su origen en Dios.

Si una persona estuviera totalmente rodeada por mar, un lu-

gar del mar no sería más adecuado o beneficioso que otra parte

del mar... con el propósito de experimentar al mar. Así será con-

tigo y tu Señor. Deja que la vida dentro de ti te lleve. Con eso

basta.

¿Hay algo que tengas que hacer? Simplemente haz lo que te

anime a hacer un Señor que mora dentro. Abraza las circunstan-

cias que se te ponen por delante con el único fin de que las ex-

perimentes. Una paz constante e inmutable puede ser tuya, a

pesar de las circunstancias.

93

94

10

¿En qué difiere tu vida, una vez que has entrado en este

caminar, de la vida que llevabas cuando era vivida totalmente

en la carne? Antes, era tu naturaleza humana la que te impulsa-

ba. Ahora deberías vivir tu vida de una forma pacífica y satisfe-

cha y hacer las cosas que se requieren de ti.

Sólo Dios debería ser tu guía. Cuando parezca que hay “al-

go” que has de entregar, entrega entonces tu voluntad a Dios; tu

voluntad, pues, ya no te gobernará más, ya que la habrás rendi-

do a Él. Los deseos que no broten de Su voluntad no tienen por

qué ejercer poder sobre ti. Deja que se desvanezcan. A medida

que vas viviendo por tu espíritu, deberías empezar a perder las

inclinaciones y tendencias y sentimientos opuestos que te hacen

descarriar. El torrente ya no va por su propio cauce.

¿Qué maravilloso contentamiento es este que llena al cora-

zón? Dios Mismo. Nada más te satisface con tal plenitud. Echa

a un lado todo lo que provenga de ti – da igual lo profundo y

perspicaz que sea.

95

Nada debería nublar la obra de Dios en tu interior, sea co-

nocimiento, sea inteligencia, sea siquiera amor humano. Hay al-

go que ha muerto dentro de ti. Parte de tus caminos pasados ha

desaparecido. Ahora experimentas “una falta de sentir”, pero se-

rá muy diferente a lo que conociste en la tumba. Allí fuiste pri-

vado de vida, separado del mundo con toda la indiferencia de

una persona que está muerta. Mas tu Señor te traerá por encima

de esa condición. No te sentirás privado. ¿Cómo puede uno sen-

tirse privado de lo que no echa en falta? La muerte es algo que

rehuyes con temor y disgusto. La vida, en cambio, es gloriosa.

El creyente es resucitado y vida le es otorgada. Esta vida no se

mantiene a través de los sentidos, sino que fluye del manantial

de vida eterna. Esta vida eterna es Cristo dentro de ti.

Compara la vida con la muerte. Cuando mueres, sientes la

separación de tu propio cuerpo. Después de que el alma se sepa-

ra del cuerpo ya no sientes ninguna sensación física; estás muer-

to y separado de tu medio ambiente.

Cuando eres levantado, tienes vida nueva en tu interior.

Cuando Dios te resucita de entre los muertos, experimentarás a

Dios como el Espíritu de tu espíritu y la Vida de tu vida. Él se

vuelve el centro mismo y la fuente de tu vida. Por tanto, debe-

rías vivir, actuar y caminar en base a la vida de Dios dentro de

ti.

Cuando experimentas algún deleite aparte de Dios, o cuan-

do trates de retirarte con el fin de encontrar a Dios, o cuando te

enfoques en las pruebas y el dolor, no estarás caminando en Su

vida. Tu espíritu debería estar tan emparejado con el Espíritu de

96

Dios, que no le experimentarás como alguien separado y ajeno,

sino sólo como alguien que está profundamente entrelazado

contigo. Él puede hacerse más activo en tu interior de lo que tú

mismo eres.

Si una persona pudiera vivir sin comer, probablemente co-

mería. El comer así como el no comer sería lo mismo porque,

comiera o no, todavía se sentiría lleno. Esta experiencia es como

la muerte. Pero hay alguna diferencia. Cuando estás enfermo o

cercano la muerte, tu falta de apetito proviene de la enfermedad.

En este caso, no obstante, provendrá de tener el estómago de-

masiado lleno. Si una persona se alimentara de aire, se llenaría

sin siquiera saber cómo se llenó. El simple respirar le dejaría sa-

tisfecho. No estaría vacío o sería incapaz de comer – sencilla-

mente no le sería necesario comer. El aire que respirara le

alimentaría de forma natural.

Date cuenta de que cuando estás tan envuelto y sostenido

por Dios, estás en el que en verdad es tu ambiente natural. Res-

piras en la atmósfera para la que fuiste creado. Una nueva clase

de paz vendrá a ti. En la tumba tu paz era sosegada, tranquila –

apropiada al estado de enterramiento y descanso en el que esta-

bas. Es la clase de paz que un hombre muerto sentiría en medio

de una gran tormenta en el mar.

Hay un lugar muy por encima de las olas del embravecido

mar desde el cual eres capaz de contemplar la furia de la tor-

menta. Tu privilegiada posición se encuentra allá arriba en la

montaña. En la montaña nada podrá tocarte.

97

Esta experiencia puede compararse a vivir en el fondo del

mar donde, durante las turbulentas tormentas, sólo la superficie

del mar experimenta el embravecido temporal. Allá abajo en lo

profundo hay calma. Los sentidos externos puede que sufran do-

lor, pero las más recónditas partes del espíritu moran en un des-

canso ininterrumpido.

Date cuenta de que no siempre serás fiel. Habrá veces que

regresarás a tus viejos caminos de hacer las cosas. No obstante,

existe la posibilidad de que hagas grandes avances en Dios. Una

persona que va cayendo al fondo de un mar sin fondo podría

estar bajando sin fin para sólo descubrir más profundos y bellos

tesoros. Así es con la zambullida de uno en Dios.

98

11

¿Qué debes hacer para ser fiel a Dios? Nada. Menos que

nada: ¡deja que sólo Dios sea tu vida! Permítele sólo a Dios que

te mueva. No te resistas. Continúa viviendo por medio del flujo

natural de Su vida en tu interior. Vive en el momento presente y

deja que cada suceso se desenvuelva sin añadir o sustraer de él.

Aprende a ser guiado por las impresiones instintivas de la vida

de Dios dentro de ti. Tu Señor caminará por ti. Déjale también a

Él llevar a cabo todo aquello que pide de ti. Tu tarea sólo con-

siste sencillamente en morar en este estado.

Cuando empieces a actuar en base a tu propia fuerza, serás

infiel a la vida divina en tu interior. No permitas que la depen-

dencia en tu fuerza se vuelva un hábito. Déjate morir sin buscar

rescate.

Una persona que se muere, desea que terminen con él de

una vez por todas como sea, con tal de no prolongar su agonía.

Nada que pudiera aliviarle le sirve; está resignado a su muerte.

Después de morir, nada tiene ningún efecto sobre él.

99

Cuando el tiempo adecuado de ser despojado de tu vida lle-

gue a ti, sométete a él.

Serás capaz de poseer todas las cosas sin poseerlas. Todo lo

que queda por hacer es fácil: haz lo que a Dios le plazca, a la

manera de Dios, mediante la fuerza de Dios.

La fidelidad no es simplemente “hacer nada”. La fidelidad

es actuar sólo a partir de Su vida. En este estado uno no tiene

una tendencia a que las cosas vayan a su manera, sino que sólo

desea la manera de Dios. Las acciones brotarán de un manantial

diferente.

No pienses que a estas alturas del camino no cometerás fal-

tas. Las cometerás. Y las verás más claro que nunca. Las faltas

que cometas probablemente no sean pecados grandes, sino suti-

les cosas en las que te dejes llevar. Serás capaz de ver con ma-

yor claridad tus más pequeñas flaquezas. No permitas que estas

imperfecciones te lleven a un sentir de culpa. Y no hagas nada

para desprenderte de estas faltas.

Sentirás una nube de polvo, como una película, que te rodea

cuando cometas una falta. No hagas nada para tratar de quitar

esta nube de en medio. Tales esfuerzos son inútiles. Tales es-

fuerzos sólo harán que tardes más en ser restablecido a la nor-

malidad. El estar en exceso preocupado por tus faltas es peor

para tu condición espiritual que la propia falta.

En estos tiempos no deberías sentir que necesitas “volver a

Dios.” Porque si dices que debes volver, sugiere que te has he-

cho un extraño para el Señor. No es así. Tú moras en Dios. Sen-

100

cillamente permanece en Él. Algunas veces habrá nubarrones en

esta experiencia: pero no deberías intentar mover las nubes por

tu cuenta. Deja que el sol lo haga.

El mirarte demasiado a ti mismo retrasa tu viaje. Cuanto

más tiempo te pases contemplándote a ti mismo, tanto más per-

derás. No te puedes ver a ti mismo igual que Dios te ve. Cuando

vengan pensamientos centrados en ti, déjalos que pasen sin afe-

rrarte a ellos. Poco a poco se irán yendo.

A medida que el cristiano va dejando atrás la tumba de la

muerte, experimentará deseos que provienen en mayor número

de Jesucristo que de sí mismo. Ya no vivirá más por un conjun-

to prescrito de acciones que le han dicho se supone que ha de

seguir.

¡Déjale a Él ser las normas por las que vives! Verás que la

naturaleza de Cristo surge de lo profundo de ti sin esfuerzo. La

naturaleza del cristiano crece de forma natural a partir del Espí-

ritu del Señor en su espíritu.

Tu tesoro es sólo Dios. Extrae tu vida de Su vida porque Él

es eterno. Revístete de Jesucristo. Déjale actuar y hablar dentro

de ti. Déjale a Él iniciar todas tus acciones. ¡Ríndete a Él y no

tomes acción ninguna! Descansa según Él te indique.

¿Ves el inmensurable progreso que puedes hacer? Cuanto

más experiencia tienes, tanto más eres capaz de discernir Su vi-

da dentro de ti.

101

102

12

El rendirse por completo a Cristo lleva más tiempo de lo

que uno pudiera pensar. Y no es fácil. El creyente no debería

engañarse pensando que ha llegado o que se puede llegar rápi-

damente. Incluso el más maduro espiritualmente ha caído en es-

te error.

La razón por la que muchos de aquellos que siguen al Señor

no avanzan mucho es porque al principio no dejaron que les

desnudaran. O, igual de equivocados, han intentado llevar a ca-

bo este proceso de desnudez por sí mismos. No puedes desnu-

darte a ti mismo. Cuanto más quieras seguir al Señor, y cuanto

más quieras ser despojado, tus propios esfuerzos para hacerlo

sólo te harán religioso, te endurecerán, y te confundirán en ex-

tremo. Dios vendrá y te desnudará.

¿Qué lugar le corresponde a la oración en este punto en la

vida del peregrino? Si se disfruta cualquier clase de oración, si-

gue con ella. Pero si no se disfruta nada, estate dispuesto a en-

tregar la oración. No entregues nada que espiritualmente te haya

103

sido de ayuda. Hazlo sólo cuando se vuelve algo totalmente in-

sípido, trabajoso, e improductivo.

Debes entender que el camino de la cruz – este camino de

dejarte ser vaciado por completo – es un camino repleto de ári-

dos desiertos dirigidos especialmente para ti. Hay dificultad,

hay dolor y hay fatiga. El principio de tu viaje espiritual es glo-

rioso, bello y opulento. No confundas el principio con el final o

el medio. A menudo tienen poco en común y no se parecen en

nada el uno al otro. Hay partes del viaje que son espirituales, pe-

ro también pueden ser tan estériles y tan difíciles que la palabra

“espiritual” parece que ni siquiera pertenece al vocabulario.

Qué afortunado, qué bendecido es el creyente que puede

encontrar a alguien por el camino que le ayuda a entender estas

cosas y le muestra que lo “espiritual” incluye lo árido, lo de-

solado, e incluso el sentir de ser abandonado.

104

13

¿Cuáles serán las huellas que el Señor dejará impresas so-

bre este torrente en su precipitado abocamiento al vasto océano?

El proceso que conlleva la transformación de la vida del

creyente empieza en el mismo momento que se rinde al Señor. A

medida que este proceso sigue adelante, cometerá muchos erro-

res e incurrirá en muchas faltas. Según va madurando el creyen-

te, dejará de mirar a sus faltas para sencillamente empezar a

tener un profundo conocimiento dentro de él de que su deseo es

ser conformado a la imagen de su Señor. El creyente deseará la

obra de la cruz dentro de él.

No obstante, más adelante, aun este deseo de conocer la

cruz aparentemente puede desaparecer. En realidad, no es que

este deseo de conocer la cruz desaparezca, sino que más bien se

adentra en las partes profundas y subterráneas de su ser. Hay un

anhelo secreto y oculto. Este anhelo es casi imperceptible, y

profundiza más y más en el ser del creyente. Deja que la cruz

obre en ti, y especialmente permítele obrar en los lugares más

105

secretos y recónditos de tu ser. Deja a la cruz obrar su sencillez

de propósito en los motivos más ocultos de tu alma.

***

Cuando se habla de “impresiones” del espíritu o “tenden-

cias” de un Señor que mora en el interior, por favor entiende:

estos no vienen del exterior. Vienen de adentro. En el interior es

donde se originan. Tales impulsos del espíritu se abren camino

desde el interior... hacia el exterior; desde lo profundo de tu in-

terior, por último vienen a tu mente. Este es el Señor que se co-

munica en ti; esto se vuelve la senda natural del curso espiritual

del creyente. Aquí está el verdadero manantial de tu ser espiri-

tual. Jesucristo siempre se revela a Sí Mismo desde tu interior.

Vivirás de Él. Búscale en el exterior, y nunca lo encontrarás.

El cuerpo humano hace todas las acciones vitales más im-

portantes de una forma natural y automática. No tienes que pen-

sar cómo respiras. Igual habrá de ser en cuanto al desarrollo del

creyente, de tal forma que los empujoncitos del espíritu dentro

de ti se hacen algo natural y algo (casi) imperceptible.

A medida que Cristo crece dentro de ti, serás transformado

a su semejanza. Quizá reconocerás que esta es exactamente la

forma en que el propio Señor se entendía con Su Padre.

106

14

En este punto, ¿qué papel desempeña la cruz en la vida del

creyente que busca la verdad? A medida que se fortalece con la

fuerza de su Señor, el creyente descubre que éste le otorga una

cruz cada vez más pesada. Va aprendiendo a llevar esta cruz

con la fuerza del Señor, no con la suya.

Hasta ahora ha habido algo así como un deleite en la cruz,

pero ya no más. El alma que busca la verdad dejará que la cruz

venga por una razón: porque le agrada a Dios. Como con todo

lo demás, la cruz se vuelve un medio para encontrarse con el

propio Señor.

La cruz se hará para ti una forma profunda de experimentar

a tu Señor. Con el tiempo llegará el punto en el que la cruz no

será siquiera vista como la “cruz”. Sencillamente se transforma

en otro medio de conocer a Cristo.

107

La naturaleza de Dios se hace más manifiesta en el creyente

a través de la cruz, y el cristiano viene a tener un conocimiento

más íntimo de Su Señor al toparse con esa cruz. Quizá en este

punto seas capaz de mirar atrás y rememorar tu temprano cami-

nar con el Señor. ¿Recuerdas? Al principio ser un cristiano era

algo gozoso. Después aprendiste acerca de la cruz. Y entonces

la cruz se hizo muy importante para ti.

La cruz obrará la obra de Dios en ti. Pero ahora la obra de

Dios te traerá la cruz, y la cruz te traerá al Mismo Señor.

El creyente siempre ha de ser capaz de ver a Dios en todas

sus circunstancias. Debe ver esto: que la cruz es algo que en

realidad llega de la mano del Señor. Ni del hombre, ni de las

circunstancias, sino de Él. Cada momento en la vida, no importa

lo que conlleve ese momento, será un momento en el que más

de tu Señor se te está otorgando.

Hay esos que hablan de visiones, éxtasis, embelesos y reve-

laciones. Hablan de que están sucediendo muchas cosas en su

interior. Pero el creyente que ha conocido la cruz hasta el punto

de que la cruz se ha vuelto el Mismo Cristo, no habla de visio-

nes o éxtasis o revelaciones. Caminan mediante una fe simple y

pura. Contempla a Dios y sólo a Dios. Y cuando este viajero

echa una mirada con sus propios ojos, ve cosas como si estuvie-

se mirando a través de los ojos de Dios. Ve su propia vida, ve

las circunstancias que le rodean, ve otros creyentes, ve amigos y

enemigos, ve principados y potestades, ve todo el curso de la

fastuosa historia a través de los ojos de Dios... y está contento.

108

Cuanto más haya obrado el Señor Su cruz en la vida de un

creyente, por muy raro que llegue a ser, tanto más ordinario y

normal parece que se vuelve. Las expresiones espirituales exte-

riores no son sus puntos fuertes. Es sólo cuando empiezas a co-

nocerle mejor, o según Dios te vaya dando ojos para ver, que te

das cuenta que esta persona es en verdad extraordinaria.

109

15

Estos tratos de Dios en tu vida te guían a una verdadera li-

bertad. Esta libertad, no obstante, no te guía a irresponsabilidad.

Aún habrás de cumplir con tus obligaciones. Esta libertad te ha-

rá hacer cosas que Dios desea de ti. Después de todo, has des-

cubierto que estás en Dios.

Aquel que ha sido levantado de los muertos es alguien cu-

yas acciones y energías dan vida. Si alguno ha sido resucitado

pero sigue sin vida, entonces, ¿dónde está su resurrección? Un

creyente que en verdad ha probado muerte y ha sido restaurado,

debería tener, como uno de los elementos que forman parte de

su nueva vida, la habilidad de hacer lo que era capaz de hacer

antes de morir. Naturalmente, hay un elemento diferenciador.

Ahora hará esas cosas en Dios y a través de Dios, no por medio

de su propia fuerza. Esto no es algo que pueda explicarse; no es

algo que un libro pueda explicar. Esto es algo que tiene que ser

experimentado bajo el crisol de la cruz; es algo que sólo provie-

ne de la experiencia de la muerte.

110

Lázaro regresó a su vida cotidiana después de haber sido

levantado de entre los muertos. E incluso el Señor Jesucristo

tras su resurrección se complació en comer, beber y hablar con

los hombres. Si uno aún está atado y no puede orar, y si aún

existen profundos temores, profundas luchas de culpabilidad, y

tantas otras cosas que acompañan a nuestra naturaleza, entonces

esa persona todavía no ha sido levantada de la muerte. Cuando

eres restaurado, no sólo eres restaurado, sino que – espiritual-

mente hablando – eres restaurado al ciento por uno.

Un precioso ejemplo de esto se encuentra en el libro de Job.

Job es un espejo de todo el viaje espiritual del creyente. Dios le

despojó de todos sus bienes terrenales, y después Dios le despo-

jó de sus hijos. Sus bienes terrenales representan los dones de

Job; sus hijos representan las buenas obras de Job. Después

Dios tomó la salud de Job, la cual es un símbolo de las virtudes

externas de Job.

Job fue acusado de pecar. Fue acusado de no resignarse a la

voluntad de Dios. Sus amigos le dijeron que estaba siendo cas-

tigado justamente. Ante sus ojos era obvio que seguramente ha-

bía algo terrible que Job había hecho, algún pecado que causó

toda esta desgracia. Pero después de que Job había sufrido casi

hasta la muerte, Dios le restauró. No obstante, Job no era el

mismo que antaño.

Así será también la resurrección del creyente. Todo le es en

mayor o menor medida devuelto, y, sin embargo, hay muchas

cosas que han cambiado. El creyente ya no está apegado a las

cosas como antes lo estaba. No hace uso de las cosas como una

111

vez lo hizo. Todo se hace en Dios. Las cosas se usan según se

van necesitando. No las poseerá como antaño las poseyó, y ese

es un gran lugar para vivir porque allí hay libertad.

“Porque así como hemos sido identificados con él en

la semejanza de su muerte, también lo seremos en la seme-

janza de su resurrección.” (Romanos 6:5)

¿Te confinará y te pondrá bajo esclavitud tal libertad? Claro

que no, pues “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente li-

bres.” (Juan 8:36)

¿Y de dónde vino tal libertad? Esta maravillosa libertad,

¿cuál es su origen? ¡Eres libre porque tienes Su propia libertad!

Es en este punto que el verdadero vivir da comienzo. Nada

de lo que Dios traiga al creyente en este punto le dañará grave-

mente. Lo que Él le pide al creyente será mucho más fácil de

realizar que en épocas pasadas. Esto es, hay mucha menos lucha

interior, o ninguna en absoluto.

Por ejemplo, en el pasado el creyente puede haber pasado

largas horas preparándose para decir algo o para enseñar algo.

Con el tiempo llegará al punto donde no habrá otra preparación

que aquella que se hace ante el Señor. Su corazón y su espíritu

estarán tan llenos que no es necesaria tanta preparación. Y la

revelación es mucho mayor. El creyente habrá entrado en aque-

llo que el Señor dijo a Sus discípulos: “os será otorgada sabidu-

ría en el momento que tengáis que hablar.”

112

Sólo puedes llegar a un lugar así tras soportar una gran car-

ga de debilidad y experimentar una gran falta de habilidad.

Cuanto mayor es la pérdida, mayor es la libertad.

Recuerda que un Hijo de Dios sencillamente no puede po-

nerse a sí mismo en este lugar por sus propios esfuerzos. Si

Dios no prepara las circunstancias y le dota con riquezas de Su

propia vida, el creyente de ninguna manera podría llevar a cabo

estos propósitos. Si no fuera a través de Él, ¡ni siquiera los

desearía!

A medida que vienes a vivir en esta experiencia de libertad

y en esta muerte y resurrección, encontrarás muy difícil hacer

muchas obras que antes hacías; y aquellas que haces tendrán

que hacerse de una forma diferente. Esto no es algo que ha de

intentar razonarse. Te basta con que sencillamente sepas que tu

Señor ha comenzado a hacer su obra en ti. Su obra será la ex-

presión natural de lo que sale de ti. No sólo será diferente el

manantial, sino que también cambiará la visión de lo que es “la

obra de Dios”. Lo que el hombre ve como la obra de Dios, a

través de sus propios ojos, y lo que uno ve como la obra de Dios

al mirar a través de los ojos de Dios, son cosas muy diferentes.

En cuanto a las buenas obras, estas se vuelven una especie

de “segunda naturaleza” – la naturaleza de Dios – en ti. Cuando

oyes a alguien hablar muchas palabras de humildad, te das cuen-

ta de que tú no eres humilde. Tú no puedes hacerte a ti mismo

humilde. Si lo intentaras, en tus propias fuerzas, serías repren-

dido por tu falta de fe. Date cuenta de que estar muerto es un

lugar más bajo que ser humilde. Con el fin de ser humilde, antes

113

has tenido que ser algo. No hay nada más bajo que la muerte; lo

que ya está muerto es nada, y no hay nada más bajo que la nada.

El peregrino que ha llegado a este lugar en su vida, por lo

general, es alguien desconocido, pues muy pocos de ellos han

obtenido notoriedad en su comunidad o en su nación o en el

mundo. A esta persona le ayuda el permanecer en el anonimato

pues esto le permite preservar su descanso en Cristo.

Permanecer en el anonimato le ayuda a uno a vivir en paz. Esto

no quiere decir que todos los que conocen al Señor de esta

forma permanecen en el anonimato – no es así – pero la gran

mayoría sí.

En esta vida hay un anonimato, y hay un gozo. El gozo está

ahí casi de manera imperceptible. El gozo está ahí, sobre todo,

porque no hay temor, los deseos que nos encaminan no están

ahí, y el ansia por cosas hace tiempo que marchó.

El Señor ensanchará la capacidad espiritual de una persona

así, más allá de cualquier límite impuesto.

A lo largo de tu vida, oirás o te encontrarás con personas

que son estimadas por su estado espiritual a causa de grandes

éxtasis, desvanecimientos, arrebatamientos, o a causa de sus

poderes y sus dones.

Pero miremos a éste que desfallece porque está siendo espi-

ritualmente invadido y abrumado. ¿Es eso fuerza, o debilidad?

¿Dios atrae a esa persona para que se pierda en Él, y, sin em-

bargo, esa persona flaquea?* No es lo suficientemente fuerte

para encarar y soportar este acercamiento a Dios.

114

Así que, cuando hablamos de gran gozo, hablamos de cosas

que van más allá de arrebatamientos y visiones. Este es un gozo

que es constante como un estado en vez de como una experien-

cia.

¡Qué glorioso fin!

¿Podría haberse dado cuenta el creyente alguna vez, cuando

yacía en el polvo de la tierra y en los horrores de la experiencia

de morir, que una vida así le esperaba allá afuera? Si, mientras

estabas en el estado de morir o ser olvidado o aparentemente ol-

vidado, alguien te hubiera dicho que un día tan glorioso llegaría,

no hubieses creído sus palabras. Aprende pues esta lección: Es

bueno confiar en Dios.

“Ciertamente ninguno de los que confían en ti será aver-

gonzado.”

¿Ves, pequeñuelo, cuán importante es abandonarte a Dios?

Piensa cuánto sufrimiento evitarías si sencillamente de continuo

te rindieras a Él.

_____________ * (Viene de página anterior) Hay una llamada “bendición de Toronto” de “caerse” al

suelo bajo una poderosa unción del Espíritu. Obviamente, todos estos cristianos deben ser muy debiluchos...

115

16

La mayoría de las personas que conocen al Señor Jesucristo

no pondrán sus vidas por completo en Sus manos y no confiarán

sólo en Él. Y muchos de los que dicen que se están entregando,

sólo se entregan de boca. Quizá la mayor parte de los creyentes

en verdad desean ponerse en las manos de Dios, pero sólo en un

área. Se reservan el derecho de tener otras áreas para ellos soli-

tos. Aún hay otros que quieren hacer un trato con Dios, marcar

unos límites hasta donde se dejarán en Sus manos. Por último,

están aquellos que están dispuestos a entregarse por completo a

Dios... pero sólo bajo sus propias reglas.

Por tanto, debes formular esta pregunta: ¿es esto abandono?

El verdadero abandono no retiene nada. Ni la vida, ni la muerte,

ni la salvación, ni el cielo, ni el infierno. Nada. Después, lánzate

a las manos de Dios. Sólo lo bueno puede venir de ellas. Cami-

na confiado por este mar tormentoso con las palabras de Cristo

para sostenerte. Tu Señor ha prometido cuidar de todos aquellos

que se olvidan de sí mismos y se abandonan sólo a Él.

116

Y si por el camino te hundes, como Pedro se hundió, date

cuenta de que es debido a tu poca fe. Zambúllete con coraje ha-

cia adelante; enfrenta todos los peligros que se alzan ante ti, no

por esfuerzo, sino por fe. ¿De qué tienes miedo, temeroso cora-

zón? ¿Tienes miedo de perderte a ti mismo? Considera lo poco

que eres en comparación con tu presente condición de desnudez

(no hay mucha diferencia, ¿verdad?). Considera esto: la pérdida

que sufres ¿es realmente tan grave? Te perderás a ti mismo; es-

to es, te perderás a ti mismo si eres lo suficientemente valiente

para abandonarte a Dios. Pero recuerda que tu vida estará perdi-

da en Él. ¡Qué maravillosa pérdida es esa!

¿Cómo es que no oímos que esto se predique? ¿Cómo es

que se predica de cualquier otra cosa menos de esto? Muchos de

los que se llaman a sí mismos cristianos consideran locura las

cosas que aquí hemos discutido. O dirán que no está equilibra-

do. Para las grandes mentes de le fe cristiana, estos asuntos

simplemente están a un nivel demasiado bajo. Personas así de-

ben sentirse siempre estables; deben sentir que están en control

y que son seres humanos muy equilibrados. Sí, hay algo extra-

vagante en el abandono. Es algo que no experimentarán porque

se ven a sí mismos demasiado sabios y maduros.

Cuando te sometes a ser aniquilado, al final una gran re-

compensa te será revelada; pero debes estar dispuesto a ser es-

parcido por tu Señor como hojas al viento. En momentos así no

ofrezcas resistencia. No temas a lo que dice el mundo. Para en-

trar en este lugar, tienes que perder tu reputación de ser una per-

sona que está en control y tu reputación de ser un individuo

equilibrado. Estate dispuesto a que se mofen de ti. Estate dis-

117

puesto a ser rechazado por aquellos que establecen el patrón de

lo que debería ser un miembro de iglesia y un cristiano.

Hay muchos que dicen que desean tener un buen testimonio

a los ojos de los hombres de este mundo. Dicen, “De esta forma

Dios será glorificado.” Pero por lo general no es esto lo que

quieren decir. Lo que están diciendo es que desean que la gloria

venga a ellos.

Estar dispuesto de verdad a ser nada a los ojos de Dios (y

también nada a los ojos de los hombres) y continuar teniendo

ese deseo en ti cuando haces equilibrios al borde del abismo de

la desesperación... esto es algo poco corriente.

¿Nos atrevemos a seguir más adelante? ¿Podemos hablar de

alguien que haya madurado en su caminar de entrega a Dios?

Será alguien a quien las pruebas no le conmuevan con facilidad.

Habrá aquellos que le harán flaquear, aun aquellos a los que

Dios Mismo escoge para ponerlos en su camino con el fin de

zarandearle. Y cuando se ponga a pensar en aquellos tiempos en

los que no se estaba rindiendo a su Dios, aquellos momentos le

traerán remordimientos, y un sentir de un profundo dolor inte-

rior. Pero ahora, resistir al Señor será algo mucho más difícil. Y

aunque resista al Señor, probablemente no será capaz de seguir

así mucho tiempo. ¿Por qué? Porque hay una fuerza que obra en

él. Lo que es esa fuerza, no puede decirlo ni entenderlo; senci-

llamente está ahí.

La naturaleza de los tratos de Dios con cualquier creyente

no es algo que pueda entenderse fácilmente. Sus tratos son per-

fectos, y tu Señor no dejará una sola piedra sin volver cuando

118

empieza a llevar a cabo Su propósito en tu vida. Prepara y utili-

za cada situación que llega a tu vida de manera que seas Suyo y

de manera que, con el tiempo, Su obra en ti será completada.

Su meta final en el proceso de madurez de un creyente es

llevarle al punto donde lo ha perdido todo – hasta que no haya

nada ni en los cielos ni en la tierra (excepto Dios solamente)

que pueda destruirle. No existe algo así como una cadena para

retener a ese creyente; está perdido en Dios.

Todavía ve su desnudez espiritual, y no obstante está vesti-

do de pureza. Cuando un creyente ha saboreado una muerte tan

profunda, ya no tiene el deseo de ir por su cuenta. La muerte

que ha experimentado era de cierto la muerte.

Cuando uno está muerto, ya no se pertenece a sí mismo. Pe-

ro ten esto claro: un creyente que es maduro en la experiencia

del abandono no está más allá de su capacidad de poder hacer lo

que es incorrecto. Está más al tanto que otros en cuanto a las

debilidades exteriores. No obstante, tiene un conocimiento de la

fuerza de Dios dentro de él aún mayor que el conocimiento que

tiene de sus debilidades. Y este profundo entendimiento pone

ante él una firmeza inquebrantable. Esa firmeza no puede ser

zarandeada por el mundo o el infierno o cualquier otra cosa.

Imagina que dos personas están viviendo bajo el mismo te-

cho y, sin embargo, son extraños entre sí. Están cerca uno del

otro, pero no se conocen. Hay algo de esta verdad en la vida de

aquel que ha madurado a lo largo de un considerable periodo de

tiempo. Está en el mundo, pero para éste es un extraño. Es como

si viviera en algún otro lugar.

119

No obstante, no pienses que está más allá del sufrimiento.

Para nada. Probablemente experimentará un mayor sufrimiento

que otros. Su relación con ese sufrimiento será bastante diferen-

te. Habrá dolor, habrá sufrimiento en la carne, y la cruz aún es-

tará ahí. Empero, habrá gran gozo en el espíritu. Ese gozo no

evitará el sufrimiento. Sencillamente allí hay un gozo sereno en

medio del sufrimiento.

La pregunta ya no es, “¿Proviene esto de Dios?” Para tal

alma todas las cosas (excepto el pecado) son de Dios.

Los elementos de la habitación no son nada por sí mismos.

Pero si se saca todo el mobiliario de la habitación, lo que enton-

ces vería el observador no sería más que la propia habitación.

Ahora mira a tu Dios de igual manera. Todas las criaturas en el

cielo y en la tierra parecen desaparecer y esfumarse. Sí, ahí es-

tán, es verdad. Pero están separadas del creyente. Y no son

Dios. Ni tampoco son parte alguna de Dios Mismo. Pero cuando

el creyente le busca, aunque las personas están presentes y las

circunstancias están presentes, no ve el mobiliario, sino la habi-

tación. A todo lugar al que mire el creyente sencillamente ve a

su Señor. Su mano y las circustancias que vienen de Su mano

parecen fundirse en uno. Él ha quitado el mobiliario de la vida

de éste, o al menos ha hecho que deje de tener importancia para

él.

Según va andando este creyente en un continuo estado de

vaciarse a sí mismo, entonces su propia experiencia se vuelve la

experiencia de su Señor. Los problemas, las pruebas, la con-

ciencia de su propia identidad y el sufrimiento parecen desapa-

recer en Dios. Separar las cosas buenas de las cosas malas que

le están ocurriendo es sencillamente irrelevante. Esto es algo

120

que no hará. Ha llegado al punto de descansar en las circunstan-

cias de la vida porque ha visto a Dios en todas esas circunstan-

cias.

Si todo el mundo se levanta contra tal y le dice que está

equivocado, habrá una paz serena dentro de él que testifica lo

contrario. Ahora eso podría ocasionar que otros le vieran como

alguien cabezota y obstinado, pero no está siendo obstinado. La

verdad radica aquí: ya no se preocupa más de sí mismo y de su

reputación.

Pero, ¿qué es exactamente este estado de abandono? Un lu-

gar donde uno solamente ve a Dios. Está perdido en Dios junto

a Jesucristo. Así es como lo expresó Pablo. Se había hecho uno

con el Señor, al igual que el río se ha hecho uno con el mar. El

río fluye y refluye con el mar, pues el río ya no puede escoger.

El río no tiene fuerza para luchar contra el mar. Su voluntad y la

voluntad del mar se han unido.

El inabarcable mar ha absorbido al río y a sus abarcables

aguas. Ahora el río comparte de todo lo que tiene el mar. El mar

desplaza al río; el río no puede desplazarse a sí mismo. El río se

ha hecho uno con el mar. No, el río no tiene todas las cualidades

del mar, pero está en el mar.

Esto no quiere decir que este creyente ha perdido su perso-

nalidad individual. No, ¡nunca! Simplemente quiere decir que

está unido con su Señor. Sí, aún puede estar separado de su Se-

ñor, pero eso sería algo difícil de hacer a menos que fuera Dios

quien así lo escogiera.

121

Antes hablamos de libertad. La libertad hecha por el hom-

bre se marcha, pero la libertad hallada en Dios solamente perse-

vera. Dios es libre. Su libertad no está limitada, ni está confina-

confinada en modo alguno. Este creyente se ha vuelto tan libre

que apenas está atado a esta tierra. ¡Es libre aun de no hacer na-

da! Y prácticamente no hay condición a la que este creyente no

se pueda adaptar.

¡Qué puede uno tener cuando se encuentra aquí! Ya ha ex-

perimentado la pérdida de todo y ya ha experimentado la muer-

te. Pablo lo resumió:

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? Estamos confia-

dos en que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni

potestades nos podrán separar del Amor de Dios.” (Romanos

35:39 ; versión que Guyón usaba)

¿Has experimentado alguna vez un sentir de confianza ha-

cia algo? Podrás hacer memoria de que toda duda estaba exclui-

da. Entonces, pequeñuelo, ¿dónde está ahora tu confianza? ¿No

puedes plantar tu confianza en la infalibilidad de Dios Mismo?

Las cartas de Pablo describían todo el proceso del viaje es-

piritual interno de uno mismo. El comienzo del viaje, el progre-

so del viaje, y el fin del viaje. El mundo no entiende estas cosas.

Pero el creyente, aquel que ha empezado ha experimentar estas

cosas, empieza a entenderlas. Si eres alguien a quien le cuesta

mucho entregarlo todo a Dios... ¡ojalá experimentases un instan-

te de esta profunda vida interior en Dios! Descubrirás que la

senda que conduce allí es en extremo difícil. Pero un día en este

lugar de descanso vale por años de sufrimientos.

122

¿Y cómo puede guiarte tu Dios a este lugar? Cualesquiera

que sean Sus caminos, serán casi todo lo contrario a lo que te

imaginabas. Como ves, tu Señor edifica echando abajo, y da vi-

da llevándosela1*.

Ni el espacio ni el tiempo importa cuando vislumbras la es-

fera eterna. Todo lo que te rodea es como debería ser; todos los

lugares son buenos. Si Dios hubiese de guiar a éste a las más

remotas partes de la tierra, sería como si estuviese en el patio de

su propia casa. Cuando el creyente ha experimentado la plenitud

para la cual fue creado, en realidad ya no hay nada más que

buscar. Todo es Dios y todo lo demás es echado a un lado.

Tu vida de oración es Dios Mismo. Él es esta “oración”

dentro de ti, incesante e ininterrumpida. Y en cuanto a sentir la

presencia de Dios, es un sentir tan profundo que es como si no

hubiera ningún sentir en absoluto. En lo profundo de ti, no obs-

tante, habrá una constancia de espíritu. El sentir de Su presencia

o la falta del sentir de Su presencia ahora es irrelevante para tu

vida.

1 “Él destruye para poder edificar; pues cuando está a punto de

poner los cimientos de Su sagrado templo en nosotros, primero arra-

sa por completo ese vano y pomposo edificio que las artes y esfuer-

zos humanos han erigido, y de sus horribles ruinas una nueva

estructura es formada, sólo por su poder.” (Biografía de Madame

Guyón, Editorial Círculo Santo).

123

Sea que vivas o que mueras, para el Señor es. Nunca estés

preocupado de si vives en la tierra o te vas a estar con tu Señor.

Déjate a ti mismo ser transformado en la imagen de Aquel que

tú más amas.

_____________

* (Viene de página anterior)“Él destruye para poder edificar;

pues cuando está a punto de poner los cimientos de Su sagrado tem-

plo en nosotros, primero arrasa por completo ese vano y pomposo

edificio que las artes y esfuerzos humanos han erigido, y de sus ho-

rribles ruinas una nueva estructura es formada, sólo por su poder.”

(Biografía de Madame Guyón, Editorial Círculo Santo).

124

17

No hagas nada. Quédate en calma. Sigue, sin resistencia, la

señal que Dios imprime sobre ti. Procura acordarte de que, co-

mo no eres perfecto, seguro que cometerás errores. Incluso

cuando comienzas a regresar de nuevo a tu espíritu, y allí

aprendes a ser guiado por Dios, no eres infalible. Así que ten

cuidado (y humíllate ante Dios) para que no hayas de desviarte.

Aparta de ti toda reflexión, pues verás que te resulta difícil

razonar cómo Dios te guía. Si te has empeñado en perseguir a la

razón, puedes llegar a ser todo un experto en ello, y puedes lle-

gar a convencerte a ti mismo de seguir tu propio camino. O

peor, razonarás que estás siguiendo a Dios.

Si te vuelves hacia ti mismo y pones toda tu confianza en ti

mismo, experimentarás el infierno que le acaeció a Lucifer. Se

amó a sí mismo y se convirtió en un demonio. Si una vez viste

la gloria de Dios, entonces apartarse de Él es algo tanto más te-

rrible. No te enamores de ti mismo, sino ama a Dios.

125

Dios te transforma un poco cada vez. Hace que tu espíritu

se ensanche de continuo. No es de extrañar que David dijera:

“¡Dios, cuán grande es tu bondad, que tú has guardado para

los que te temen y te aman!” (Salmos 31:19)

Aunque David había llegado a conocer su propia pecamino-

sidad, había llegado también a conocer aún más la increíble gra-

cia de Dios. Vosotros, los que llegáis a un lugar así, también

sois aquellos que con sumo gozo dan sus vidas para glorificar a

Dios. Nuestro único deseo es ver a Dios glorificado. Esto es

porque Dios ha transformado vuestra naturaleza, y habéis llega-

do a compartir con Él Sus inquietudes.

126

ÉXODO LA SALIDA

JEANNE GUYON

127

128

Nota:

Los capítulos de este libro corresponden a los capítu-

los del Libro de Éxodo del que Madame Guyón nos ofrece

el comentario de todos sus capítulos, excepto en siete de

ellos, en concreto: 21,22,30,37,38 y 39.

Esta edición está dedicada a todos los buscadores del oro celestial

La versión bíblica usada en esta traducción corresponde a la versión RVA 1960, utilizada sin el permi-

so de Sociadades Bíblicas Unidas, y a mucha honra y gloria de Dios

Primera impresión, junio 1999

Círculo Santo

Madrid

129

130

RECONOCIMIENTOS

Este libro —Éxodo— ha estado durante 100 años fue-

ra de imprenta, apareciendo en inglés en sólo una ocasión,

justo antes del comienzo del siglo veinte. En vez de volver

a imprimir aquella vieja edición, nos hemos decidido a

modernizar el comentario de Madame Guyon sobre el libro

del Éxodo y sacar a la luz una nueva edición en un español

claro y moderno. La dolorosa tarea fue llevada a cabo por

Ann Witkower, en California. Todos los que disfrutamos

de este “nuevo” libro le debemos mucho.

131

132

1

A lo largo de la historia de la iglesia, Dios te ha ofrecido

muchos ejemplos de individuos que han vivido sus vidas abando-

nadas a Él. Pero también te ha dado un ejemplo de todo un pueblo,

una nación, de tal manera que todas las generaciones por venir

puedan tener un ejemplo visible de cómo andar por esa misma

senda de abandono. En cuanto a ti, caso de que seas llamado a este

caminar del interior, debes saber que has de caminar a través de

esta misma cautividad y pasar por todos los reveses que este pue-

blo experimentó.

¿Había nación más próspera que este pueblo mientras José

vivía? Todo lo mejor del reino estaba en sus manos. Pero vemos

que esta nación fue llevada al cautiverio. ¿Es diferente un creyente

a Judá? No. Todo creyente que se atreve a caminar el camino espi-

ritual tendrá un gozó inefable; no obstante habrá otro favor que

Dios también te otorgará. Se ha comprometido a ello con todos

aquellos niños suyos que le son fieles:

Les hace pasar por cautiverio.

Jesucristo fue el primero en entrar en esta experiencia. Fue el

Jefe de todos los abandonados, pero no estuvo exento de esta cau-

tividad. Por lo tanto es imposible que tú estés exento. Acuérdate

siempre de que le plació salirse de todos los deleites que estaban

ocultos en el seno de su Padre, para hacerse el más cautivo de to-

dos los hombres.

Recuerda también, que hace ya tiempo los Patriarcas He-

breos siguieron la misma senda. Gozo, deleites... ¡y cautiverio!

133

Los primeros creyentes del nuevo pacto llegaron y siguieron el or-

den de los Patriarcas y de su modelo divino, Jesucristo.

Pero preguntarás, “¿por qué todos tenemos que pasar por es-

te camino? ¿Es para que todos lleguemos al punto de la infelici-

dad?” Claro que no. El gozo es una promesa en la tierra de

Abraham... una tierra que yace allí, más allá del cautiverio. ¿Qué

tierra es esa? Esa tierra es... ¡poseer a Dios ! Pero, ah, cuánto que-

da por hacer para poseer esa tierra. ¡Hay sufrimiento que conocer!

Mira a Faraón. Dios usó a este hombre para hacer que los

fieles Hebreos entraran en cautividad. Tampoco Faraón es el único

al que tu Señor emplea. ¡Faraón también tiene capataces! Juntos,

estos Egipcios sobrecogieron al pueblo de Dios con trabajo, pen-

sando que oprimirían a este pueblo y le impedirían hacerse grande

en número. (Ojo con demasaiada obra “cristiana”.)

Lo mismo es verdad hoy. A través de la historia se ha levan-

tado algún poder o autoridad que decide extinguir al camino inte-

rior. Se valen de persecución, de grande griterío, de denuncias y

de todo lo que está en su mano. Ah, pero es entonces cuando la vi-

da interior más se multiplica. ¿Y cuál es el resultado? Cuanto más

enseñan estos poderes en contra de un caminar así, y lo persiguen,

tantas más personas se unen a las filas de aquellos que persiguen

esta senda. Es la persecución la que establece e incrementa el nú-

mero de personas del camino interior.

Los poderes de las tinieblas se unen para sobrecogerte y para

aumentar tu carga más allá de lo sostenible. Pero cuanto más car-

gada está el alma, y mayor debilidad experimenta, tanto más se le-

vanta allí adentro, como una palmera, algo de Dios. Y esta vida se

multiplica por sí misma.

134

La más dura persecución que ha de sostener el pueblo de

Dios es ver sus vidas malgastadas trabajando para las cosas del

mundo, sabiendo todo el tiempo que están llamados para la mesa

de Dios. Ese tipo de creyentes sabe que el trabajo sobre esta tierra

no produce nada en absoluto. ¡Pero aquí están! Se han hecho to-

talmente terrenales, ellos mismos.

En este momento los enemigos de los discípulos del caminar

interno se mofan. Los Egipcios contemplaban a un pueblo de Dios

forzado a apartarse de las cosas que amaban, para ir a parar a cons-

truir ciudades para los Egipcios.

La persecución fue más allá del odio y de la esclavitud. Se-

guidamente los Egipcios trataron de destruir el nacimiento de estas

personas. Desafortunadamente, incluso en el mundo de lo que se

supone que es verdadera religión, los hombres —considerados

como iluminados— trabajan con ahínco para conseguir que el cris-

tiano principiante se aparte del camino interior. Se parecen a los

reyes. Son asignados por Dios para ser pastores de nuestras almas,

y se ponen en contra suya. Se oponen al creyente que hace cosas

que le llevarían a la mayor de las comuniones con Dios. Y esos lí-

deres religiosos que no condenan este caminar, tampoco lo autori-

zan. Al actuar así mantienen alejadas de la verdad y de la luz a

tantas personas —o más— como cuantioso es su número de feli-

greses. A los principiantes, muy necesitados de recibir esta luz, se

les impide acercarse a Jesucristo.

Hombres tan obstruccionistas no entran en el reino, ni dejan

que otros entren.

Por favor, date cuenta que es el “niño varón” al que Egipto

persigue. Esto alude al creyente valiente (sea ese creyente varón o

hembra), uno que está dispuesto a abandonarse. A medida que vi-

vas tu vida, observarás a hombres a tu alrededor que están bastante

135

dispuestos a permitir que aquellos que les rodean vivan en paz...

¡siempre y cuando esas personas vivan en un amor comprometido

con el Señor! De hecho líderes así disfrutan de la compañía de

personas así, y les gusta tenerles viviendo a su alrededor. Pero en

cuanto a aquellos que están totalmente entregados a Él, y a un ca-

minar interior, ¡esos Egipcios no quieren ver a estos prosperar! Es-

tarían más tranquilos si esas personas no existieran.

Los hombres no puden soportar un amor y un caminar así.

Pero a medida que se avecina la destrucción del pueblo de Dios,

algo esperanzador sucede. Se ha difundido la orden de erradicar un

amor hacia Dios, pero unos algunos de los que pertenecen al mun-

do Egipcio son llevados a este caminar celestial. Y entonces éstos

vuelcan sus energías en proteger el camino celestial. Él, o ella, ha

sido ganado por la acción de un corazón sencillo. En raras ocasio-

nes se puede llegar a ver esto en los más complejos, dotados y sa-

bios, en especial si también son religiosos.

Son las parteras sencillas quienes evitan la destrucción del

pueblo más especial de Dios.

Y esas sencillas parteras que protegieron a Sus niños “fueron

establecidas en sus casas.” Recompensa y premio son otorgados

por el Espíritu de Dios a aquellos que han protegido a los que Él

ha llamado.

La persecución no bastaba, la esclavitud no era suficiente; la

muerte fue el deseo último del enemigo de Dios. Faraón ha orde-

nado que todos los niños varones sean arrojados al río. Para aque-

llos que se atreven a ser Suyos por completo, estáte seguro que

estas personas son lanzadas al río, o bien expuestas a peligros ex-

tremos. ¿De dónde provienen estos peligros?

136

¡De las tentaciones! ¡De ser forzado a seguir el camino del

mundo! De la desconfianza y del miedo, introducidos entre el pue-

blo de Dios —y como resultado Sus más preciados seguidores son

esparcidos, o perecen.

A veces no queda más que la destrucción de la reputación de

uno mismo. Estos son peligros todos extremos. Tales “ríos” te

aguardan.

Según vaya transcurriendo tu vida en esta tierra, te darás

cuenta de que sólo el “niño varón” es tocado. Ningún otro es

desechado, ni perseguido, ni es amenazado con el río. Estas gentes

están seguras. ¡Su superficial caminar es garantía de que estarán

seguros! La persecución y la calumnia pocas veces son su porción.

Al contrario, algunas veces te encontrarás con que estos úl-

timos son elevados, con vistas a que otros sean aplastados.

137

138

2

¿Qué nos muestra el nacimiento y el rescate de Moisés?

¡Aquel que habría de guiar al pueblo de la Providencia nace

como niño de la Providencia! Puedes estar seguro de que un niño

que estuvo expuesto a la impetuosidad de duros caminos, un día se

levantará para ser un pastor del pueblo de Dios. El hecho de que su

madre le salvaguardara de la muerte es, naturalmente, una llamati-

va figura de Jesucristo. Debemos recordar que la natividad del Se-

ñor, como Salvador del mundo, sigue el ejemplo de Moisés.

Echemos una mirada a la madre de Moisés.

Confronta fuerzas de orden superior. Su intelecto dice “date

por vencida”, pero prefiere confiar solamente en Dios. Renuncia a

su niño y le expone a las aguas, sin saber si esas aguas serán mise-

ricordiosas o no. Es sólo en peligro extremo que puedes entender

el verdadero abandono; y es en esos momentos que Dios escoje,

casi siempre, mostrarte Su bondad y Su providencia. ¡Y es a veces

en el peligro extremo cuando manifiesta milagros hasta entonces

desconocidos!

Observa cómo arrojan a Moisés al río.¿Será arrastrado por

las corrientes? ¿Qué esperanza hay para este crío? ¿Muerte? ¿Un

entierro en las aguas? De cierto que la muerte parece inevitable. El

pequeño esquife en que se encuentra no es más que un ataúd en

vida. Sin embargo, es de este ataúd de muerte del que Dios le saca.

Aquí está un hombre que ha estado bajo la providencia de

Dios desde su cuna; una cuna que supuestamente iba a ser su tum-

ba. ¿Diremos que la cuna era su ataúd? ¿O diremos que el ataúd

139

era su cuna? Quizás lo segundo sea más cierto, pues —desde que

su vida vio la luz— tuvo que pasar a través de los extremos corre-

dores de la providencia de Dios, y vivir su vida en medio de los

peligros de la muerte.

Es interesante reseñar que en el instante mismo en el que

Moisés es puesto en las aguas, la hija del Faraón se acercó al río.

En los caminos de Dios, aquellos que nos condenan a muerte a ve-

ces son los que salvan nuestras vidas.

Sería poco usual en los caminos de Dios si un niño naciera

bajo los designios de la providencia divina y luego fuera abando-

nado. Pero esa providencia sobre su vida le seguiría todos los días

de su vida.

Puedes ver esta misma verdad en el hecho de que Faraón es-

coja a la propia madre de Moisés cómo niñera, ¡sin que Faraón se-

pa nada de su parentesco!

¡Qué Señor tenemos! ¿Entonces, por qué no confiar en Él?

Por favor, ahora date cuenta que Moisés crece en las cortes

de este mundo. Conoce el esplendor de la corte, conoce sus peli-

gros. Como hombre maduro debe elegir entre vivir en esta vida de

“Egipto”, o apartarse de ella. Externamente se parece a un Egip-

cio, y se le considera hijo de la Princesa. Pero en su corazón es

Hebreo. Hay más riqueza en este hombre de lo que aparenta, pues

los tesoros están escondidos por dentro.

Pablo dijo, “El verdadero judío no lo es externamente, sino

internamente. La verdadera circuncisión no es exterior, es la del

corazón, en espíritu, no en letra.”

140

Otra vez puedes ver aquí a Moisés como una figura de Cris-

to. Externamente sólo aparentaba ser un hombre, pero internamen-

te había algo del verdadero Dios. Jesucristo se parecía a los

pecadores, pero era el Santo de los Santos.

Aquí hay una lección: No somos juzgaos por la apariencia

exterior. Lo que sucede en lo profundo del hombre es lo que deci-

de su curso y su destino.

¿Pero, puede hallar un hombre que es príncipe en la corte del

Faraón una salida?

¡Vemos que Moisés pierde su lugar en la casa del Faraón!

¿Pero, por qué? ¿Cómo? En esencia es a causa de su corazón de

pastor. Está cuidando de uno que pertenece al propio pueblo del

Señor. Hay fidelidad en este hombre; hay un cuidar por el rebaño

de Dios. Ten cuidado. Una preocupación verdadera por el destino

del pueblo espiritual de Dios puede meterte en problemas. ¡Aun la

pérdida del derecho a voto!

Moisés es arrojado al desierto. Está fuera de Egipto, ¡pero

inmediatamente se encuentra en el desierto!

Una vez más la defensa de la verdad se ha visto secundada

por persecución a manos de los enemigos declarados. Esta no es

una excepción. Asimismo, ninguno que siga en pos de Él será una

excepción.

Ahora vemos que Moisés huye. Está participando de la vida

del creyente interior. Está siendo perseguido a causa de la rectitud

de su corazón. ¿Pero hay alguna otra razón aparte de esa? Ahora

Moisés se hace pastor de un pequeño rebaño en un desierto. Se nos

dice que este es el designio divino de Dios para Moisés. ¿Qué hace

Moisés allá en el desierto?

141

Abreva el rebaño.

Moisés no es pastor de un grupo en particular, es el pastor de

todo el rebaño. Ha defendido a las ovejas y ahora las apacenta.

Todos los pastores verdaderos que siguen el ejemplo de Jesucristo

son así. Dan de beber, defienden a aquellos que son del Señor... de

Sus enemigos. Se aseguran de que el agua está ahí, libre de beber-

se aunque su enemigo obstaculice el beber.

Hubieron pastores injustos allá en el desierto que trataban de

evitar que esas ovejas abrevasen. Pero el agua les es dada a beber

por Moisés, el pastor. Puedes esperar, si eres uno abandonado a Él,

que el Señor envíe un Moisés a tu vida para darte agua en el de-

sierto y para librarte de opresión y de pastores ignorantes que obs-

taculizarán a la oveja para que alcanze el agua.

Si los abandonados son fieles, no importa lo que hayan sufri-

do, poco a poco encontrarán agua.

Los abandonados descubrirán la fidelidad de Dios. Él envia-

rá a alguien que les intruirá en los caminos del Señor.

Te darás cuenta que las mujeres que fueron auxiliadas por

Moisés allá en el desierto volvieron a su padre para contarle lo que

les había acontecido. Ahí ves lo que cada uno de nosotros debe

hacer: esto es, regresar a nuestra fuente, nuestro Padre. El buen

Pastor nos ha dado agua pura y nos ha hecho avanzar hacia nuestro

Padre.

Es ahora cuando la voluntad de Dios se ve tan clara. El padre

de aquellos a quienes Moisés ayudó ha invitado a Moisés a su pro-

pia casa. Moisés encuentra allí la compañía de Séfora, alguien que

compartirá con Moisés su llamado y su fidelidad. Junto a él hará

una aportación a esa generación espiritual.

142

Aquí fue, en este lugar, donde Moisés halló cobijo hasta la

hora en que guiaría al pueblo de Dios. Ese es el propósito de todo

desierto verdadero.

Y ahora obtenemos una instropección en la persona de Séfo-

ra, en el nacimiento de su niño. Cuando dio a luz a un niño, Elie-

zer2, se volvió de inmediato al Señor y le alabó diciendo, “el Dios

de mi padre es mi protector y Él me ha librado de la mano del Fa-

raón.”

Cuando ves a uno de los niños de Dios atribuyéndolo todo a

la providencia de Dios ves algo del corazón de esa persona. La re-

producción, nuestros niños —nuestro todo— viene de Su mano.

Cuando andamos en ese conocimiento, dejamos entreveer una ver-

dadera visión en cuanto a Dios... mediante una fe viva, estamos re-

conociendo que Sus caminos son justos y que de Él recibimos

nuestro socorro.

Llegamos al cierre del capítulo dos con una poderosa escena

que nos enseña mucho.

Moisés en el desierto siendo levantado por Dios. Pero el

pueblo del Señor, allá en Egipto, ¡no lo sabe!

Faraón muere; puede que en este momento esperen una libe-

ración, pero no llega liberación alguna. Sus gemidos aumentan.

Están sobrecogidos y alzan sus llantos al cielo. Pero parece que el

Señor no escucha. ¿Es eso cierto? ¡Sí que oyó! Incluso en ese ins-

tante —invisible— Él está respondiendo. ¡Claro que se acordó de

Su pacto con Abraham! A su debido tiempo mostrará compasión

de ellos. Debes recordar que Dios tiene un pacto contigo y no im-

porta lo que te ocurra en esta tierra, Él no ha olvidado ese pacto.

2 La versión católica de las escrituras que Guyon utilizaba difería de la nuestra.

143

El pueblo de Dios en Egipto nos dice tres cosas: son perso-

nas de fe, de total sacrificio, y de perfecto abandono.

Abraham es el padre de la fe. Isaac fue el marcado por el sa-

crificio puro. Y Jacob, en su vejez, fue el perfecto abandono. Tú,

si has de caminar por el camino interior, caminarás en base a tres

cosas: primero, por medio de una fe que es ciega en cuanto a los

caminos de tu Dios, esto es, por una fe enclavada por completo en

Dios... a pesar de. ¿Qué queremos decir con una fe total? ¿Fe des-

nuda? Es una fe que no pide señal, y es una fe que no busca el

apoyo de la razón, de la lógica o de cualquier otra fuente que la

mente del hombre pueda permitirse.

¿Qué es un sacrificio total? ¿Un sacrificio puro? No sólo es

la entrega de todas las cosas que nos pertenecen y que están en no-

sotros, sino todo lo que somos. Lo entregas todo, en la medida en

que la gracia te ha permitido entregarlo todo.

¿Y qué es un abandono perfecto y completo? Es un estado de

una total expoliación a manos de Dios. Le decimos, “Señor, pue-

des hacer lo que sea dentro de mí, tu perfecta voluntad. Tu volun-

tad puede obrarse en mí.” Pero ten cuidado. Aquí estamos

hablando en su mayor parte de cosas internas: Dios obrando den-

tro de ti para traerte a la estatura plena... haciendo esta obra a tra-

vés del tiempo, y obrando incluso a través de la eternidad.

Acuérdate de eso. Puede que no haya rastro alguno, pero Él

es fiel. No ha olvidado. Está dispuesto a librar a esas personas que

están en cautividad, aquellos que están oprimidos. Y aquellos en el

desierto... que están en fe... en sacrificio... en abandono. ¡Por com-

pleto!

Aquí está la salida.

144

145

146

3

Llegamos ahora al capítulo tres de Éxodo. Moisés está cui-

dando las ovejas de su suegro. No lo sabe pero, en su experiencia

en el desierto, está a punto de ser llamado a la Montaña de Dios.

Moisés piensa que sólo está guardando un rebaño que el Se-

ñor le ha confiado. ¡No sabe que está siendo preparado para ser

pastor de todo el rebaño de Dios!

Moisés ve una llama de fuego emitiendo su fulgor desde una

zarza ardiente y la zarza ardiente no se consume. Lo que es más, el

Señor le habla desde este matojo de llamas. Sabemos que esta lla-

ma es el mismo amor de Dios. A pesar de la debilidad del creyen-

te, el amor tiene como destino final el interior del creyente.

Le plació a tu Señor darte a ti una gran porción de lo que Él

tiene ardiendo dentro de Él. Esto es lo que pasó con Moisés. Moi-

sés tenía un gran torrente de amor. La primera cualidad del pastor

es amor, pues debe arriesgar continuamente su propia vida por la

vida de la oveja.

La zarza arde ahora con fuego consumidor y sin embargo no

se consume. Hay un Dios que está lleno de un Amor que nunca se

apaga. Esta dirigiendose a un pastor. Está demostrando a ese pas-

tor el amor que el pastor ha de tener: un amor inigualable; un amor

que nunca se cansa y nunca se debilita.

Descubrirás que Moisés estaba consumido por un fuego in-

terno, inmitigable fuego de amor hacia el pueblo de Dios. Más tar-

de, cuando estaban a punto de ser escarmentados, fue su oración la

que tanto tocó al Dios viviente. Moisés clamó con puro, violento,

147

amor, “Señor perdónales. Si es necesario borrrar a alguien del li-

bro de la vida, entonces deja que sea yo.” (Éxodo 32)

Ahora ve Moisés esta zarza ardiente y se atreve a acercarse.

En ese momento el Señor le dice a Moisés que se quite el calzado

porque está sobre tierra santa. El Señor le está diciendo, “No te

acerques a un amor de esta pureza, de esta grandiosidad, y de este

parangón, hasta que tú mismo seas desposeído de cualquier otro

afecto.” Los pies de Moisés simbolizan otros afectos. Moisés ha de

venir desnudo a su Dios sin que ninguna otra cosa perteneciente al

mundo sea de su propiedad. Ya es esta suficiente preparación para

la tarea que está ante él; para cuidar de este pueblo con justicia y

equidad sólo hace falta amor. El terreno del amor es algo santo. Y

es a partir de este punto central que el pastor saldrá a juzgar con

justicia y santidad.

Ahora, por fin, el Señor le habla a Moisés acerca de librar al

pueblo de la mano de Egipto. ¡Aquí nos encontramos al Señor

mostrando a Moisés la salida de Egipto!

Primero dice el Señor, “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac

y de Jacob. He visto a mi pueblo en Egipto. He visto su sufrimien-

to. He oído sus súplicas. Sé cuán severos son sus capataces. Y al

conocer sus tristezas, he descendido para libertarlos de Egipto, de

la opresión, ¡y de su hiperactividad! Tras muchas liberaciones, les

llevaré a buena tierra.”

Una vez más vemos a Dios decirle a Moisés, “Has brotado

de orígenes que estaban bajo mi control. Estás bajo mi soberanía.”

El Señor le anuncia a Moisés que Moisés va a ir al Faraón y va a

guiar al pueblo fuera de Egipto. Será Moisés quien les mostrará la

salida de Dios, y les guiará a una región de paz y descanso en

Dios.

148

Dios deja saber a Moisés que Él, el Dios viviente, ha cuidado

de este pueblo y ha conocido sus aflicciones. Moisés ahora sabe

que sus oraciones han sido escuchadas por Él.

El Señor le dice a Moisés que vaya a Faraón y libere al pue-

blo de Dios. Moisés, al oír esto, protesta de que sencillamente él

no puede hacer algo tan grande. El Señor responde, “Yo estaré

contigo.”

Moisés protesta, “No puedo hacer esto que me has pedido

que haga. Soy incapaz de hacerlo. El pueblo es muy grande, los

problemas son muy grandes y la senda muy larga. Después de to-

do, ¿has de esperar que un pueblo de ese número, una muchedum-

bre tal de personas, se abandone en ciego abandono a un Dios que

ni siquiera puede ver?” Lo que le parece en especial imposible a

Moisés es el pensamiento de sacar a este pueblo de su presente

dominación. Es difícil atraer almas y apartarlas de prácticas y mé-

todos a los que por tanto tiempo han estado acostumbrados... atre-

verse a invitarles a dejar estos hábitos, y esta seguridad, aunque

sea una esclavitud, ¡y salir andando al desierto! ¡Un desierto igno-

to! ¡El desierto de la fe!

Pero el Señor responde, “¡Estaré contigo, Moisés! ¡Seré yo el

que lleve a cabo esta gran obra!”

Moisés sigue con sus protestas. “¿Qué ocurrirá cuando vaya

ante el pueblo de Israel y les diga, ‘el Dios de vuestros padres me

ha enviado’? Me preguntarán, ‘¿Cómo se llama este Dios?’ ¿Qué

les diré entonces?”

Moisés está diciendo, “Si voy a esa gente y digo que he ve-

nido en nombre del Dios del pueblo de Israel, o del Dios de la fe, o

del Dios del sacrificio, ¡no sé muy bien cuál será su reacción! El

149

Señor no está ofendido con Moisés. Observa lo que le dice a Moi-

sés.

“¡YO SOY EL QUE SOY te ha enviado!” Esto es lo que

Moisés tiene que decir al pueblo de Dios. ¿Y qué significa esta pa-

labra? Quiere decir que Él es un Dios de libertad. Es libre de to-

do... pero nadie es libre de Él. Si sabes que tú mismo eres algo y

no has visto que Él es el “YO SOY”, entonces no eres apropiado

para ser uno del pueblo de Dios. Les está diciendo, “Yo soy la

verdad; Yo soy la verdad a tal grado que todo lo demás es nada.

Busco a un pueblo que es nada. Yo lo soy todo.”

El Señor espera que vean lo necesidad de poner a un lado sus

ideas, sus conductas, y después abandonarse a sí mismos a este

Aquel que se extiende de una eternidad a la otra; darse por com-

pleto a sí mismos al que abarca todas las cosas; salir de la tierra de

la industria del hombre; seguir el camino del abandono.

Si lo hacen, de seguro que se verán guiados derechos hacia

Él. Él será su salida.

Ahora el Señor le habla de nuevo a Moisés, “Dile a mi pue-

blo que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob te ha enviado a ellos.”

¡He aquí un consuelo! ¡Tu Dios era, y es, Señor de

Abraham! ¡Él es Dios de aquellos que han hallado la salida! El

Dios que te guía es el mismo Dios de los antiguos. Camina de

igual forma, y tiene las mismas espectativas.

Aquellos que hoy le siguen en abandono reciben la misma

garantía que Él dio a Abraham y que Él dio a Moisés. El lo llevará

todo a cabo por ti, igual que lo hizo por ellos.

150

Su ser es Su nombre. Su nombre es Su ser. Sin Él, nada exis-

te. Al igual que Su ser lo encierra y comprende todo, Su nombre

“YO SOY” lo expresa todo. Las criaturas son como si nada fuesen.

Necesitamos un nombre para distinguirnos unos de los otros,

pero Aquel que en verdad es todo lo que de real existe no tiene ne-

cesidad de tal distinción. El nombre YO SOY atiende a Dios. Él

no necesita nombre. Él es. ¡Él lo es todo!

Aquellos que se ven a sí mismos como si fueran algo le des-

pojan de Su nombre. Por lo tanto, Moisés está convencido de que

aquellos que siguen al Señor son aquellos que siguen su nombre.

Su pueblo obedecerá Su voz sólo ante ese nombre. Tú y yo tene-

mos al Dios eterno dentro de nosotros. Dentro de ti está la misma

voz de aquel que es YO SOY.

Ahora el Señor le da a Moisés instrucciones muy prácticas.

Ha de reunir a los ancianos de Israel e ir ante el Rey de Egipto y

decirle a Faraón que su Dios —el Dios de los Hebreos— les ha di-

cho que salgan al desierto por tres días y alzar allí un sacrificio al

Dios viviente.

¿Un pueblo diciéndole al rey que se marchan? ¿Y adónde

van? ¡A un desierto! El desierto de la fe desnuda. ¿Y qué harán

una vez que salgan al desierto? Ofrecerán un sacrificio puro.

El capítulo concluye con una afirmación muy poco corriente

y maravillosa. “No abandonaréis Egipto con las manos vacías.

Despojaréis a lo misma tierra que os ha retenido en cautividad.”

El Señor no se contenta con darte libertad, te enriquecerá con

el botín, incluso con el vigor y la fortaleza de aquellos que evita-

ban que entrases en esta senda pura. Según vayas saliendo, bajo la

poderosa mano de Dios, verás que te has asido a fuerzas que no

151

son tuyas. ¡Tu salida se convertirá en una fuerza jamás conocida!

Proporcionalmente, aquellos que te ven marchar perderán fuerza.

“Al que tiene le será dado, y al que no tiene aun lo que tiene

le será quitado."

152

4

A Moisés le está costando mucho llegar al punto de tener la

fe suficiente como para obedecer a Dios. Pide una señal. Es una

gran ofensa depender más de una señal que de lo que Dios dice —

especialmente para alguien tan avanzado. Abraham, con una sola

palabra de Dios, estuvo dispuesto a llegar al punto del filicidio.

¿Ves lo que pide Dios? “¿Qué tienes en la mano?” Moisés no

tenía nada en la mano. Únicamente una vara. ¡Nada! Deja Egipto

sólo con lo que tengas, aunque no sea más que un palo. Él provee-

rá el resto.

Pero siquiera un milagro no asegura a Moisés. ¿Qué es lo

que pasa aquí? Entraña una dificultad acostumbrarse a cosas que

pertenecen a otras esferas cuando uno aún está en esta.

Hasta ahora la duda de Moisés ha sido algo más o menos pu-

ro. En este momento se mueve hacia el terreno de las excusas: “No

puedo hablar.” Es característico del hablar de Dios absorber el

nuestro.

El Señor recuerda a Moisés quién creó su boca, ¡y quién la

creó igual a la Suya! Está introducciendo a Moisés en un entendi-

miento más alto de su soberanía. ¿Podía un Dios que creó su boca

pedirle que hablara si no podía? ¡Abandonar Egipto y el desierto

no es suficiente si el Señor que te creó dice lo contrario!

El Señor hace saber a Moisés que la habilidad para hablar de

cosas espirituales no reside en lo natural, sino en lo divino. El Se-

ñor hablará por Moisés. ¿Y qué pide Él de ti? Sea lo que sea, resi-

de en lo espiritual, y no en tu habilidad.

153

“Estaré en tu boca.” Alguien que es enviado (una persona

apostólica) tiene esta ventaja: Dios habla por su boca. Estando

abandonado a Él en todas las cosas, no se ve falto de esta peculiar

necesidad.

Moisés quiere liberación. Pero su propio deseo en este punto

es un obstáculo. Está aconsejando a Dios cómo llevar la carga de

Moisés. Todo deseo, aun santo y justo, debería ser borrado de

cualquier alma aniquilada. Ese alma no debería desear nada más

que la voluntad de Dios. A su tiempo, Él mismo hace que la carga

quedé atrás. La marca de la aniquilación es una impotencia para

querer o desear cosa alguna. El Señor se enojó contra él por salir

del estado de muerte total y empezar así a desear cosas.

Hasta ahora las palabras de Moisés se habían pronunciado en

ese estado de muerte. Que espantoso es desviarse de ese estado de

abandono. Moisés ganó una boca humana. Aarón.

No obstante, el Señor prometió a Moisés, que todavía está

madurando, que estará con él.

Él alude ahora a Israel como a “mi primogénito”. Esto mues-

tra el favor de Dios hacia aquellos que le prefieren a Él. Incluso

Séfora, la esposa de Moisés, entra en escena. Ella le llama “esposo

de sangre” mientras realiza la circuncisión.

Séfora no entiende la cruz... ni desea unirse a la cruz y hacer-

se uno con ella, para así participar de Su sufrimiento. Deja a Moi-

sés ante el primer indicio claro de la cruz en Su3 vida... sin saber

que la cruz es principio de descanso.

3 “Su”, con mayúsculas. La cruz de Él es la cruz de Moisés. La cruz de Moisés es la

cruz de Él.

154

El capítulo finaliza cuando Israel recibe la palabra de libera-

ción de su Dios. ¡Y creen! Moisés no tiene problemas en hacer sa-

ber la palabra de Dios. Israel entró en Su palabra.

Aquellos que estudian la Escritura para conocer a su Dios se

olvidan de que Él está en su más profundo interior; los intelectua-

les, esos que viajan los infinitos corredores de la razón, no le ha-

llan... pues Él no está ahí. Y esos que buscan señales, ellos no se

entregan inmediatamente, sino que sólo se rinden con el uso de la

fuerza. Pero aquellos que creen, siguen en pos, y aman...hallan.

155

5

Moisés se presenta ante el Faraón y le dice lo que Dios ha

dicho, que Israel desea irse y hacer un sacrificio al Señor. Faraón

nos ofrece una amplia y profunda visión de sí mismo. No conoce

al Señor, dice él —lo cual es muy cierto, pues sólo los simples de

corazón le conocen—, y no sabe como obedecerle.

Faraón dice que el pueblo desea marchar y hacer sacrificio a

su Señor porque no tienen otra cosa que hacer. Están demasiado

ociosos, dice él. Sin nada que hacer, por tanto, desean hacer sacri-

ficio a su Dios.

Aquí está la típica actitud de aquellos que acusan al creyente

interior de holgazanear. Algunas veces esta acusación proviene del

mundo —de los Faraones— y a veces proviene de guías espiritua-

les, no entendiendo que éste ha dejado su vida a un lado por la

oración y pora contemplar al Señor, y que ha llegado un punto en

su vida de sacrificar por completo su vida al Señor. El guía con

falta de conocimiento dice que esta persona está ociosa. No obs-

tante, el Señor sabe cómo cuidar de lo Suyo, y traer a aquellos que

desean vivir dicha vida a un lugar secreto, donde no pueden ser

molestados por los hombres.

La solución del Faraón, naturalmente, es darles más trabajo

que hacer, para hacerles más externos. Faraón no es el único que

lo hace. A menudo los ministros del Evangelio sobrecargan al

pueblo de Dios con toda clase de cosas externas, nunca guiándoles

a lo interno.

Este capítulo aun nos dice con mayor claridad que cuando el

pueblo de Dios fracasa al hacer cosas externas, son reprendidos, e

156

incluso golpeados. Y aunque puede que los hombres no sean gol-

peados con palos en nuestros días, no obstante se les dice que han

de sentirse culpables por no realizar servicios externos para el Se-

ñor. Este es un Evangelio y una forma de entender el Evangelio to-

talmente superficial, y que no nos muestra cuánta importancia le

da el Señor a aquellos que son amigos de Dios a través del camino

de lo interior.

Se espera de ellos que trabajen al mismo nivel, e incluso con

menos material. Ni siquiera disponen de paja con la que volver a

construir. Cuanto más tratan de hacer cosas externas, tanto menos

son capaces de hacerlas. No hay descanso, y no hay fruto. Muy tí-

pico del que trata de vivir en las cosas exteriores.

En este punto del relato nos encontramos con que el pueblo

está frustrado, y se acuerdan de que antes de que Moisés y Aarón

llegaran a escena, aunque la crueldad era grande, no era tan grande

como ahora; ahora son obligados a desriñonarse sólo porque ha-

bían pedido permiso para salir y sacrificar a su Dios.

Moisés acude al Señor con una pesquisa: “¿Por qué, Señor,

me has enviado a hacer esto, cuando lo único que ha conseguido es

traer aflicción sobre tu pueblo?” Desde que se presentó ante el Fa-

raón, la angustia del pueblo se ha incrementado, y la liberación pa-

rece estar más lejos que nunca.

Aunque Moisés está frustrado en esta oración, vemos que es

un hombre de corazón compasivo, de corazón compasivo y un

verdadero pastor, que se preocupa del pueblo de Dios. Implora y

exhorta al Señor que libere al pueblo de la tiranía.

Cuando llega el momento en nuestras vidas de buscar al Se-

ñor, cuando buscamos salir del terreno del Faraón, es entonces, y

sólo entonces, cuando empezamos a hacer retroceder los horizon-

157

tes de lo que es Dios en realidad. Nunca es lo que imaginábamos

que era. El Señor ha prometido librar a Su pueblo y sacarlos fuera.

Todo el mundo pensó, naturalmente, que Dios hablaba de algo que

ocurriría de forma inmediata. Moisés no sabe lo que espera por de-

lante, ni tampoco el pueblo de Dios. Oh, cuánto más pobres sería-

mos hoy si todos los obstáculos interpuestos en el camino de Israel

hubieran sido milagrosamente removidos. Cuánto aprendemos de

Dios cuando Él espera. Cuánto aprendió Israel de su Señor los días

que siguieron. Cuánto aprendemos todos nosotros en cuanto a lo

que significa salir.

Permanecemos en mayor temor y temblor cuando nos damos

cuenta de que cientos de miles fueron librados por medio de la

inusual providencia de Dios, y sin embargo de todos aquellos cien-

tos de miles que fueron librados de Egipto, sólo dos entraron en la

Tierra Prometida. ¿Quién puede entender los caminos de Dios?

(Esto sabemos, es mejor estar en el desierto, aunque uno no llegue

más allá, que vivir en Egipto.) Es bueno y precioso que Sus cami-

nos estén ocultos a la criatura, incluso hasta el instante mismo de

manifestarse en hechos y realidades. Y Sus caminos siempre se

manifiestan en el mejor momento posible —pero siempre en el

momento que sólo Él escoge.

158

159

6

Cuán alentador nos es escuchar la réplica de Dios a Moisés.

Vemos la debilidad de la criatura y la grandeza del Creador. En

primer lugar el Señor le dice sencillamente a Moisés que esté en

paz, que habrá de contemplar lo que Dios hará. ¡Qué simpleza!

Entonces el Señor declara simplemente quién es Él: el Dios

de Abraham, Isaac, y Jacob, el Dios que ha prometido una tierra a

Su pueblo. Le hace recordar a Moisés acerca de la fe, del sacrifi-

cio, del abandono. Le recuerda a Moisés que Su nombre es Ado-

nai. Arenga a Moisés para que confíe en Su mano soberana y los

caminos que Él Mismo escoge. Aprenderán más de esto —del ser

mismo de Dios— a medida que reconozcan más su debilidad y su

propia nada.

El Señor está a punto de revelarse a Sí Mismo y de ampliar

en gran medida la visión que Moisés tiene acerca Dios, y el propio

pueblo conocerá muchísimo más de su Señor. No sólo eso, sino

que el Señor está proveyendo unos cimientos para nosotros, pues

nos está dando a Moisés y al pueblo de Israel como una imagen

perfecta en la que mostrarnos cómo es Jesucristo. A medida que el

pueblo de Israel en Egipto acepta más su vacío, entrarán en una

perfecta adoración de la soberanía de este santo Ser.

Estos sencillos esclavos y un pastor del desierto llamado

Moisés verán más del poder Dios del que vieron Abraham, Isaac y

Jacob, simplemente porque “Yo lo he prometido.”

Las instrucciones de Dios para Moisés son bastante treme-

bundas. Le dice a Moisés que vuelva y le diga al pueblo lo que ya

160

antes les había dicho, que “Yo el Señor libraré a mi pueblo de las

cadenas de los Egipcios con mano fuerte.”

El Señor ha oído sus gemidos; ha visto su predisposición pa-

ra entregar sus vidas a Sus pies. Él sabe que extenderá Su mano y

les librará, y lo hará por medios extraordinarios.

Más aún, les promete que sabrán... no por conocimientos,

sino por experiencia... que ellos le pertenecen. El Señor siempre

les dice a las almas abandonadas que hará de ellas un pueblo muy

particular, y que será su Dios de una manera muy particular, y que

sabrán por experiencia que Él es su Dios. Aquí hay una promesa

apartada sólo para aquellos que conocen el abandono y que se en-

tregan a Él sin reservas. Él nunca se deja conquistar por los dota-

dos. Mas se entrega a Sí Mismo en exceso a quien quiera que se

rinde perfectamente a Él.

Entonces Moisés se vuelve y le dice al pueblo lo que el Se-

ñor ha dicho. En esta ocasión se encuentran en tal angustia de es-

píritu y tanto trabajo externo que no escuchan las palabras de

Moisés. Y así es con el mensaje de la vida interior. Hay muchos

que responden al escucharlo por primera vez; pero después, cuan-

do el sufrimiento ha llegado y la dulzura y los milagros adjuntos

quedan atrás, encuentran muy duro seguir la senda donde sólo se

atisba una cruz. Esta es una infidelidad que cometen a menudo las

personas que empiezan por primera vez a seguir a su Señor hacia

el desierto.

Ahora Moisés se vuelve al Señor y le dice al Señor que el

pueblo de Dios no está escuchando. Si Israel no obedece y no res-

ponde, dice, seguro que entonces no tendrá ninguna posibilidad

cuando se presente ante Faraón. Si el justo no oye, en verdad el

impío no lo hará.

161

162

7

Al inicio del Capítulo 7, el Señor confirma a Moisés dicién-

dole, “Cuando estés delante de Faraón y te mire, te verá a seme-

janza de un dios, y verá a Aarón como un profeta de ese dios.”

Pueden ser maldecidos, pueden ser la escoria del mundo, no

obstante aquellos que andan por el camino interior son observados

por el mundo con admiración y respeto. De alguna manera el

mundo sabe que estos aniquilados están hablando las mismísimas

palabras de Dios y articulando, a favor de otros, las palabras pro-

nunciadas por Dios Mismo a través de vasijas vacías.

Hay otra afimación muy interesante en este capítulo, que en-

contramos en el versículo 12. Los hechiceros observan cómo la

vara de Moisés se convierte en una serpiente. Ellos también son

capaces de convertir sus varas en serpientes. Los hombres malig-

nos pueden falsificar las cosas espirituales: la doctrina —y cual-

quier otra cosa, parece ser—, al menos a primera vista. Pero al

igual que la vara de Moisés, convertida en serpiente, fue capaz de

comerse el fraude realizado por los hechiceros, aquellas cosas que

son del Espíritu de Dios absorben todo lo restante y distinguen lo

falso de la verdad. En breve la verdad deglute espiritualmente la

falsificación.

163

8

Según leemos el versículo 17 de este capítulo vemos que Aa-

rón golpea el polvo de la tierra y lo convierte en piojos. Los hechi-

ceros no pueden hacerlo; por tanto declaran, “¡En verdad dedo de

Dios es éste!” y aunque los hechiceros creen, no obstante el cora-

zón de Faraón sigue endurecido. Asimismo es cierto que todas las

maravillas que Dios trae a beneficio del creyente interior única-

mente sirven para endurecer los corazones de sus enemigos. Esto

parece imposible, pero a diario se ve que es verdad. A veces el

más malvado se ve obligado a confesar que es el dedo de Dios, y

puedes estar seguro de que hay otros en ese mismo sitio, presen-

ciando y oyendo los mismos milagros, cuyos corazones sólo se

ven afectados por el hecho de volverse más duros que nunca.

En el versículo 23, el Señor declara que pondrá “redención

entre mi pueblo y el tuyo.”

¡Cuán cierto! Dios separa a Su pueblo de aquellos que no es-

tán dispuestos a ser Suyos. Y mientras los perseguidores experi-

mentan la agonía de despiojarse de su vanidad y malicia, y ven que

no hay descanso en esta interminable tarea, el alma afortunada que

de forma secreta pertenece a Dios mora contenta en un lugar de

paz.

164

10

En el Capítulo 10 nos hallamos ante la prodigiosa narración

del oscurecimiento de los reinos celestes, y todo Egipto siendo

lleno de tinieblas. Y no obstante parece que hay luz en el lugar

donde el pueblo de Dios mora.

Todos los que pretenden estar en la luz, como los Egipcios,

pero caminan en tinieblas, se encuentran que cuanto más preten-

den estar en la luz, más ignorantes son.

Cuando uno está unido al Señor sólo mediante la fe, habita

en luz. Nada puede mitigar esta luz. Siempre es un día perfecto.

Incluso cuando uno parece haber perdido toda luz, es iluminado

por lo divino. Este no es un tema que se entienda facilmente, pero

puede juzgarse por aquellos que están experimentados en ello. Lo

que absorbes de Dios para tu sustento siempre es verdadero, por-

que Dios Mismo es verdad. Aquello que se obtiene del manantial

del hombre, que siempre está basado en nuestros sentidos externos

o nuestro razonamiento y nuestra lógica, yerra a menudo. El hom-

bre, después de todo, no es otra cosa que vanidad y mentiras. Por

tanto, el camino infalible para entrar en la verdad pasa por morir y

vivir. Y esa verdad consiste en encomendarse solamente a Dios en

todas las cosas, y creer en todas las cosas como se ven desde los

ojos de Dios.

165

11

En el Capítulo 11, versículo 5, los Egipcios que mueren son

los primogénitos. Un primogénito Egipcio es un símbolo del peca-

do y de los pecadores, pues lo que es pecado sólo puede dar lugar

al pecador. Los primogénitos de Dios siempre son las almas inte-

riores, sin importar cuál es su orden de nacimiento o su sexo.

El Egipcio siempre quiere destruir a los que son interiores

porque el Egipcio es exterior. Pero Dios, como permanece al lado

de aquellos de lo interior, humilla al pecador; y mata el pecado. Es

el ángel ministrador de Dios quien, utilizando el poder de Dios,

hace morir a los primogénitos del mundo.

Piensa en ello cuando te des cuenta de lo estimados que son

los primogénitos del mundo; ellos confían en cosas vanas, mien-

tras que los primogénitos de Dios sólo están seguros bajo Su pro-

tección. Los primogénitos de Egipto en verdad que están seguros

ante la vara de medir de los hombres; sin embargo los primogéni-

tos de Dios son maltratados por hombres crueles, sólo para que

puedan recibir una corona.

Los primogénitos de Dios nunca son golpeados a causa de

Su ira, sino que sólo son golpeados en Su misericordia. Es el

Egipcio el que es golpeado con ira.

166

12

En este capítulo vemos que cada familia lleva un cordero a

su casa, un cordero sin mancha.

Los creyentes interiores sólo pueden distinguirse por la señal

de Dios, y esta señal es la sangre del Cordero. Están marcados con

esta señal. ¿Y qué queremos decir con esto? No teniendo mérito

alguno por su cuenta, todo lo poseen en Cristo Jesús. Es en Su

sangre, y por Su sangre, que son guardados. Es esta sangre la que

hace que cada uno de ellos crea en contra de la esperanza. Deses-

peran de sí mismos, y esto les empuja felizmente a poner plena

confianza en Dios.

Este cordero es sin mancha, porque nunca hubo pecado al-

guno en Jesucristo, y es Su justicia la que arrasa por completo

nuestra injusticia.

Después de que Su pueblo ha comido del cordero, toman su

sangre y la ponen en el dintel. Asan al fuego este cordero y lo co-

men la noche antes de marchar, junto al pan sin levadura y las

hierbas amargas. Estos son los preparativos para dejar Egipto.

Aquí está una parte de la salida.

La salida exige que no sólo estés lavado y marcado con la

sangre del Cordero; también es necesario que seas partícipe de Su

carne. Es al consumir a Cristo dentro de ti que creces y das fruto.

Aquí está la fuerza necesaria para ti con la que poder dejar Egipto

atrás y adentrarte en el temible desierto de la fe desnuda.

Y aunque hallarás libertad allá afuera en ese desierto, y mu-

chas dulzuras celestiales que te sostendrán a lo largo de un duro

167

peregrinaje, no obstante ese desierto es un lugar mucho más difícil

de soportar que tu primera cautividad.

Ya ves, el amor hacia el yo antes prefiere estar sobrecargado

de trabajo, actividad y aun haciendo ladrillos, que estar libre y

empleado en la posesión de reinos celestiales (la Tierra Prometida,

y el propio Señor). El hecho de ser cautivado por las cosas que

comportan la conquista del reino celestial, asesta un duro golpe a

la mismísima naturaleza de la vida del yo porque —aunque sea la

única razón— en este tipo de trabajo no hay resultados visibles.

Un amor hacia el yo gusta de ver lo que ha conseguido llevar a ca-

bo, y de una forma exterior evaluable.

Las hierbas amargas nos traen a la memoria cosas pasadas

que fueron amargas, y también nos hacen recordar las cosas que

deben hacerse morir dentro de nosotros a medida que nos muda-

mos al desierto de la fe. Cuando entras en el desierto de la fe, pa-

sarás por muchas mortificaciones.

El pan sin levadura se hace con pocos preparativos. Aceite y

harina horneados; no se añade nada más. Esta es la vida sencilla, el

estado sencillo del creyente. A partir de ahora dispondrá de ali-

mento sencillo. No existe una elaborada preparación para este ali-

mento. No hay nada en él que esté corrupto, y tampoco tiene nada

que sea dulce y exquisito. Por delante espera un sustento sencillo,

el sencillo sustento del Señor Jesús —no elaborado, como la ma-

yoría de los hombres participan de Él en sus rituales religiosos.

En cuanto a la carne del cordero, fíjate en que está hecha al

fuego y está asada. No se hierve, ni se fríe, sino que se asa —el ti-

po de elaboración más alta para esta clase de comida. Cuando con-

sumes a Cristo de esta forma, el fuego del Señor viene a ti. Hay un

fuego de amor; somos incendiados al ser partícipes, y al comer, de

este Cordero, el cual es sin mancha.

168

Ahora se le dice al pueblo del Señor que han de comerse el

cordero al completo, y si queda algo cuando llegue la mañana debe

ser quemado con fuego. Es obvio que en esta fiesta judía estamos

viendo una imagen de la venida del Señor Jesucristo, ofreciéndose

a Sí Mismo como alimento nuestro.

Pero hay algo más aquí, y es un recordatorio de que nuestro

sacrificio, asimismo, ha de ser puro, como lo fue el Suyo. El alma

debe ser consumida en Dios allí afuera... en el desierto de la fe.

El sacrificio debe ser completo; no puede haber reserva al-

guna, no se retiene nada. Es una ofrenda en el fuego, un holocaus-

to que es totalmente quemado; no queda nada. Todo debe ser

consumido y devorado: la cabeza, los pies, las partes internas, las

profundidades más interiores del alma —todo debe ser destruido

para que no pueda quedar nada, da igual el qué, en Él interior así

como en el exterior.

Se le dice al pueblo de Dios que incluso las partes más ínti-

mas, aun las entrañas, deben ser quemadas. Aquí hay un sacrificio

completo. Pero no te engañes. ¡Cuán difícil es este sacrificio!

¡Cuánto más le cuesta al alma de lo que nunca podría ser descrito!

¡Cuánto sacrificio hay antes de que la propia rendición llegue!

¿Y dónde están aquellos, donde está ése que nada retiene?

Sin embargo, por muy difícil y por muy anómalo que parez-

ca, todo sacrificio a medias nunca puede llegar a la altura de este

holocausto. He aquí un sacrificio que Dios se reserva de una forma

muy peculiar para Sí —una consagración que Él hizo únicamente

para gloria Suya, y Él llama a otros a este sacrificio puro, que es

específicamente Suyo.

169

Es algo deplorable que muchos ilustres cristianos de renom-

bre se hayan dejado sacrificar de tantas formas, pero retengan sus

“entrañas” —sus partes más íntimas— sin ser sacrificadas. ¡Oh, si

conocieran la gloria que Dios extrae del sacrificio puro y total, y

el beneficio que vendría sobre ellos por hacer dicho sacrificio!

Cúan generosos se harían entonces en relación al abandono de sí

mismos sin reserva alguna.

En este mundo, se dice a menudo, “Oh, mira qué gran pérdi-

da”, cuando lo que precisamente están presenciando es ganancia.

Y con tanta frecuencia se dice, “Oh, menuda ganancia”, cuando

precisamente están asistiendo a una gran pérdida. El perderlo todo

por Dios es ganarlo todo. Perder todo lo que respecta a nosotros

mismos, dejarle a Él introducirnos en Su gloria soberana sin mez-

cla o interés personal alguno —ese es el camino supremo y el más

sublime testimonio del puro amor.

Pero el sacrificio puro es el sacrificio de Dios que está reser-

vado sólo para Él. Es el sacrificio divino de Jesucristo. Los demás

siguen su patrón. En este sacrificio Él desea que todas las cosas

sean destruidas.

¡Oh, santa y pura víctima! Es de tu total inmolación, oh Se-

ñor, de lo que están compuestos todos los sacrificios puros. Tú eres

su origen, y el espíritu, poder y perfección de todos los sacrificios

se encuentran en tu sacrificio. Todos lo demás sacrificios no son

más que imágenes del sacrificio puro y total. En todos los demás

hay algo que la criatura desea y espera recibir. Hay algo que la

criatura quiere que se le reconozca.

Ahora vemos que el Señor le dice al pueblo que se marche

comiendo. ¡Salimos al sustentarnos simple y llanamente de Jesu-

cristo!

170

Entonces Él les da más instrucciones sobre “la salida”. Les

dice: “Ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y

vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente.”

Esta es la pascua, este es el pasadizo de Dios.

¿Qué significa ceñirse los lomos? Expresa la pureza de obe-

diencia a la voluntad de Dios. Es un feliz lazo. La pureza exterior

de la carne no es más que un símbolo de la pureza interior, que es

del espíritu. Hoy en día los hombres están muy dispuestos a ser

puros exteriormente en las cosas que hacen o dejan de hacer, sin

darse cuenta de que esto no es más que un símbolo, una inferencia,

de lo que debería estar por dentro. Ha de haber una pureza del es-

píritu. Toda pureza exterior emana de una pureza interior. Y si só-

lo lavamos el exterior, lo interior queda corrupto. Todas las cosas

deben empezar desde adentro y obrar hacia afuera.

La pureza interior consiste en una conformidad para con la

voluntad de Dios. Cuanto más inminente sea esta conformidad,

más puro es el espíritu.

A esto se le puede seguir el rastro con facilidad. En primer

lugar, la voluntad del creyente es hecha conforme a la voluntad del

Señor en todas las cosas. En segundo lugar, la voluntad del cre-

yente se iguala y uniforma con la del Señor. Y, a continuación, es

transformada en la voluntad de Dios. En este punto es donde toda

voluntad del yo está muerta, y debe ser aniquilada, y se adentra en

forma de ceniza en la voluntad divina. De este punto en adelante

no hablamos de otra cosa que de la voluntad de Dios Mismo: Su

voluntad... en Él y en la criatura.

¿Y qué diremos de los pies? Vimos que Moisés tuvo que

descalzarse ante la zarza ardiente. Pero aquí observamos que el

calzado está en los pies, y esto representa un peregrinar. El creyen-

te del Antiguo Testamento está comiéndose el cordero con prisas.

171

Está a punto de iniciarse una travesía. El sacrificio puro se está

consumiendo dentro de ellos, y está llevando a cabo su devastado-

ra voluntad. Y los pies están calzados; esto quiere decir que se está

adentrando en Dios. Aquí hay un vacío, y el Señor se está convir-

tiendo en la plenitud de esta inmensa oquedad.

En el verdadero consumir de un sacrificio, un hueco sólo

puede llenarse por Dios Mismo; si cualquier otra cosa lo llena, no

es un sacrificio puro y verdadero. El Señor vacía el alma de peca-

do, y en la medida que lo hace llena el alma de dones y gracias.

Después vacía esa misma alma de Sus dones y gracias con el pro-

pósito de llenarla únicamente con Sí Mismo. Y este vaciar sirve

para arrebatarle al alma su capacidad natural de ensancharse. El

hombre natural es ablandado y abierto para el penetrar de la Vida

divina.

Después de esto debe venir un extirpar del residuo de la in-

fección del pecado. Él prepara un fuego para esto. El fuego es muy

sutil, pero también así muy destructivo. El fuego parece dañar el

alma en vez de purificarla. La belleza de esta obra sólo puede ver-

se después de ser llevada a cabo, no durante ese período. Es nece-

sario que el fuego se lleve el residuo radical del alma, de forma

que no queden impurezas. Si no puedes ver ahora las impurezas de

tu propia vida, y cuán profundas y cuán sutiles son, está más claro

que nunca que tal operación ha de ocurrir en tu vida.

Cuando este alma fiel ha llegado a una pérdida total de su

propiedad y sus parapetos, es entonces que ese alma se está prepa-

rando para la unión... esto es, para una unión íntima.

Como he dicho, Él no deja nada vacío, y rellena con Sus do-

nes el hueco resultante en las facultades de ese creyente; después

se lleva los dones y rellena el hueco con Sí Mismo.

172

Un vacío total sólo puede llenarse por el Todo increado. Él

ensancha la capacidad de recibir que tiene el alma en proporción al

llenado, y llena en proporción al ensanche. Jamás existe un vacío

en el alma.

¿Puede el alma dilatarse y contraerse? Esta es la pregunta.

Cuando hay dureza en el alma, parece hacerse literalmente peda-

zos cuando se la dilata para recibir más del Señor. Pero el creyente

debe darse cuenta que es exactamente eso lo que está pasando —

ensanchamiento, para más de Cristo. Cuanto más permita el cre-

yente que el alma sea rasgada, tanto más rápida será la operación.

He de obervar aquí que es muy difícil para el creyente some-

terse a estas dilataciones y contracciones. Trata de protegerse lo

más posible del daño aparente de todo esto. Y aunque el creyente

está convencido de la verdad aquí expuesta, fracasa tristemente al

ponerla en práctica...¡fracasa más allá del punto de lo inimagina-

ble! Cuanto más resiste el alma, tanto más prolonga su dolor. Por

tanto, a causa de su infidelidad, muchos nunca llegan a esta vida

de completo vacío y completa posesión.

Hay aquellos cuyas vidas transcurren entre el edificar y el

destruir, sin ser capaces de soportar un vacío en su propio interior.

En el momento que llega el vacío, se produce una inmediata repo-

sición con elementos de su propia hechura —ciertamente un deseo

de acapararlo todo y de no perder nada. Las profundidades de la

Vida divina y el caminar de esa vida nunca se otorgan plenamente

a un alma hasta que haya un sitio vacío al que pueda mudarse esa

Vida.

Casi nadie se rinde a esto, y aquellos que han experimentado

lo que estoy diciendo entienden perfectamente lo que digo.

173

Ahora, en el versículo 15, el Señor le dice al pueblo que co-

ma pan sin levadura durante siete días, y a lo largo de ese tiempo

no ha de haber pan leudado en sus hogares.

Yo veo esto como un período de tiempo significativo. Quizás

estemos viendo aquí una referencia a un período de siete años, en

los que el alma del creyente debe pasar por un período de pérdida

—la paulatina pérdida de sus propias fantasías— antes de que sea

posible entrar en el desierto de la fe desnuda. El Señor deja bien

claro que aquellos que guarden el pan leudado y coman el pan leu-

dado serán cortados de Israel —esto es, nunca podrán obtener un

interior purificado.

En el versículo 23 el Señor hace una promesa de que Él heri-

rá a los Egipcios, y cuando vea la sangre en el dintel, pasará de

aquella puerta y no destruirá a los de dentro. No hay nada que te-

mer para los marcados con el sello y con la sangre del Señor Jesu-

cristo. Él es fiel para con los que están experimentando su salida

de Egipto, quienes han depositado su confianza sólo en Su sangre,

y en nada más; quienes por la pérdida de toda justicia propia se

ven felizmente obligados a desesperar por completo de lo que está

en su interior. Están más a salvo que si poseyeran todas las cosas,

pues están marcados con Su sangre; y todo su mérito reside en esta

sangre. No hay otro mérito.

Cuando el Señor les dice, “En los años venideros vuestros

hijos preguntarán, ‘¿Qué Pascua fue esta? ¿Qué es este rito vues-

tro? ¿Qué hicisteis allí?’ Y vosotros responderéis: ‘Esta fue la Pas-

cua, cuando el Señor pasó por encima de nosotros e hirió a los

Egipcios’”.

¿Qué forma de glorificar a Dios es ésta?

174

Cuando pregunten “¿Qué significa todo esto?”, diles que

aquí está el sacrificio puro del Señor, que está reservado solamente

para Él. Es la marca que indica el comienzo de la salida, cuando el

alma se ha adentrado en Él con la pérdida de toda norma estable-

cida. Y en esa hora la persona verdaderamente interior hará como

hicieron los Hebreos; inclinará su cabeza, se someterá, y adorará

ante este hecho: el desprendimiento de todo lo de la criatura para

restaurarlo todo en Dios.

El Señor le dice a Moisés que esta es la forma de llevar a ca-

bo la Pascua y que ningún extraño comerá de ella. Yo veo esto

como el estado del alma en un misterioso pasadizo —

trasladándose desde Egipto hasta desierto de la fe desnuda. Si un

creyente no le pertenece completamente al Señor, esta experiencia

será algo que no pueda entender y de la que no pueda participar.

Sólo el abandono permite una correcta nutrición. Aquí hay un ali-

mento que es sencillo, amargo y difícil —un estado de despojo. No

puede saborearse por extraños, ni tampoco puede alimentarles. Así

que no te sorprendas de que tales ni siquiera puedan comprender-

lo. Pero en cuanto a aquellos que son llamados y escogidos, aquí

hay una comida verdaderamente deliciosa.

Ahora llegamos a un punto crucial, y muy interesante. Los

extraños no comerán de esta comida ni participarán en esta trave-

sía a menos que se circunciden. Hay aquellos que han sido lleva-

dos al punto de ver el camino interior de la mano de personas en

particular elegidas por el Señor para compartir tales cuestiones.

Aquellos comen de este camino. Pero también existe un mercena-

rio. Este mercenario busca sus propios intereses. No puede comer

de esto, porque pidió de comer sólo porque especula sobre espe-

ranzas de ganancia personal. Ha sido vetado.

175

Y si un extraño se allega y desea unirse a ellos y entrar en es-

te estado, que primero corte todo lo que aún tiene de sus antiguas

prácticas. Que se le permita venir y asociarse con ellos sólo des-

pués de una disociación de Egipto. Que se le permita entrar junto a

ellos en el mismo estado y allí compartir la comida de la travesía.

Ahora el Señor nos dice en el versículo 49 que sólo hay una

ley, tanto para el extranjero como para el nacido natural (aquellos

que entran con facilidad en los caminos de Su Reino, y aquellos

que lo encuentran difícil). Hay para ambos una misteriosa aniqui-

lación de las cosas interiores, una travesía indispensable para am-

bos. El Señor no cambiará la ley de las cosas que son espirituales.

176

177

13

Hay una cosa interesante que el Señor hace en el versículo

diecisiete. Declara que no permitirá que Su pueblo, recién salido

de Egipto, escape por tierra de Filisteos; entonces explica Sus ra-

zones: Si el pueblo de Dios ve guerra en este momento, se desani-

mará tanto que volverá a egipto.

Aquellos que empiezan su viaje fuera de las tierras de Egipto

y que acaban de entrar en el desierto de la fe muy raramente atra-

viesan grandes tribulaciones durante este período. Ya tienen a sus

espaldas muchas cosas que soportar. Enfrentarse a los Filisteos,

enfrentarse ahora a los poderes de las tinieblas sería una gran pér-

dida. Si la tentación empieza atacándoles en el comienzo mismo,

hay una gran posibilidad de que vuelvan a sus antiguas prácticas.

Necesitan algo de tiempo para reafirmarse en esta nueva senda por

la que caminan.

En vez de ir a la tierra de los Filisteos, deben tomar una ruta

más larga. A medida que el pueblo se adentra en el desierto, no

confronta guerra, pues, de aquí en adelante, será el Señor quien pe-

lee por ellos. Puede que otros peleen batallas y la gracia les sos-

tenga, pero en esta nueva vida de fe no es así. El alma se encuentra

bastante debilitada, muy susceptible para el amor, pero no tan

fuerte para la batalla. Es mejor atravesar el desierto de la fe que

pasar por algún amago de guerra. Puede que el desierto te parezca

un lugar más protegido. En realidad, la ruta a través del desierto es

más larga y también más dolorosa.

Ahora, fíjate en ellos mientras caminan adentrándose en el

desierto, donde el paisaje es siempre el mismo. Miran al cielo y

178

ven una nube. Habrá luz de día y habrá luz de noche. Este es el

Señor Mismo, que cuida de estos abandonados. Él es lo único que

ahora les queda. Él Cuidará de ellos y Él les guiará. No les deja so-

los ni un momento. A medida que sus pisadas avanzan por la are-

na, miran hacia arriba y se dan cuenta de que Él les va guiando.

Por primera vez, están aprendiendo a seguir en pos de un Señor de

luz y de guía.

¿Y qué quiere decir esto para ti según te vas adentrando en el

desierto de la fe? Significa que hay una luz dentro de ti, una nube

y una columna de fuego. El Cristo interno, el que habita en el inte-

rior, está ahí para guiarte. Ya no mirarás más a cosas objetivas que

te sirvan de guía. Las cosas externas y superficiales cada vez en-

contrarán menos sitio bajo la dirección del Señor. Seguirás a una

nube y a una columna de fuego.

Esta no es una luz del todo perceptible; es bastante vaga.

Con esto se evita que el alma se distraiga facilmente: distraída al

saber demasiado acerca de lo que el Señor está haciendo.

El Dios que atenúa el calor del día también disipa algo las ti-

nieblas de la noche del desierto. Esta gracia otorgada por Dios es

una de las cosas que permite preservar al alma en este temible de-

sierto. La nube y el fuego no le fallan a aquel que se atreve a salir

de Egipto y sigue el camino de salida a través del desierto de la fe

en Él.

179

180

14

Ahora el pueblo del Señor ha dejado Egipto y viene sobre

ellos la primera prueba del desierto de la fe. Deben pasar del mie-

do a la cruda realidad. Los Egipcios les están dando alcance, y es-

tán muy asustados. Le dicen a Moisés, “¿No había ya suficientes

sepulcros en Egipto? ¿Por qué nos traíste a este lugar para morir?”

El camino de la fe es algo nuevo para ellos. Son novatos. No

conocen los caminos del Señor. Hay muy pocos lo suficiente

abandonados a Él para no arrepentirse de su decisión en su primer

encuentro con el desierto. Por un lado están a punto de caer en las

manos del enemigo, por el otro están a punto de ahogarse en el

mar. La muerte parece inevitable. Y si la muerte es inevitable, ¿en-

tonces por qué no haber muerto en Egipto? ¡Egipto es mucho me-

jor!

Moisés les dice, “No temáis.”

Y yo diría, querido amigo, “No temas.” La muerte es inevi-

table; no puedes ser librado de ella. Tu fuerza te ha sido arrebata-

da, y tampoco vas a encontrar ayuda en cualquier otra criatura

viviente. Tu Señor sabe de una salida, justo por en medio del te-

mible mar. Sólo tienes una cosa de qué preocuparte, y esta es que

no dejes el estado de abandono.

En este punto el alma no puede recordar los milagros. Todo

está oscuro. La angustia va más allá de lo que puede expresarse, y

todo se tiñe con la imagen y la sombre de la muerte.

Ánimo, alma querida. Has llegado al borde del Mar Rojo,

donde pronto verás al enemigo recibir su recompensa. Continúa

181

por tu senda presente. Manténte inamovible, como una roca. No

busques una excusa para moverte de donde estás.

Ahora el Señor luchará por ti. Muchas personas se vienen

abajo en este lugar. No encuentran la salida. Se paran aquí y nunca

siguen avanzando.

Es importante, si estás ayudando a otro cristiano en esta dis-

yuntiva, tener amor y paciencia, sobrellevar todas las quejas que

emergen de su temor a la pérdida.

Moisés no sabe qué hacer, y acude al Señor. El Señor dice,

“¿Por qué clamas a mí? Dile a mi pueblo que marche.” Su bondad

y Su poder relucen en el momento de extrema necesidad. ¿Qué es

lo que necesitas en este punto? Coraje y abandono es todo lo nece-

sario. Y este mar profundo, que se engulle a todos los demás, se

hallará en seco para los que verdaderamente se abandonan. Halla-

rán la vida donde otros hallan la muerte. Sólo tienes que marchar

hacia adelante.

Moisés tuvo que tomar una decisión. La decisión albergaba

la posibilidad de caminar sobre tierra firme. Es necessario que tu

espíritu esté separado de tus sentidos exteriores. Cuando esa divi-

sión está hecha, el alma puede caminar en un ciego abandono y

cruzar felizmente el mar. Aquello que es roca de destrucción para

unos es la salvaguardia del puerto para tales.

Y ahora se aparece el ángel del Señor, y los Egipcios están a

un lado del ángel y el pueblo de Dios está al otro, de forma que los

dos campamentos no puedan acercarse durante la noche.

Aquí hay una bella imagen de sustento que sólo proviene de

Dios. Israel no posee ningún otro. Incluso aquí son conscientes de

poco o ningún sostén divino. Esta es la disposición adecuada con

182

la que entrar en el mar —sin una garantía de apoyo, y enfrentando

pérdida. Parece que ahora no tienen nada que provenga de Dios.

No hay nada de Él que les sea familiar. Pero el ángel de Dios está

detrás de ellos, invisible, protegiéndoles. Nunca han estado más

protegidos que ahora. Tal es Su proceder con aquellos que salen.

El Señor anula los poderes de Satanás sobre almas así.

Ahora Moisés levanta la vara y un fuerte viento empieza a

soplar. El mar se seca y el mar se divide. Su pueblo camina sobre

tierra seca.

Por favor, hay que darse cuenta de que es el Espíritu Santo

quien hace posible la separación entre las dos partes —la parte de

nosotros que es animal y la parte de nosotros que es espiritual.

Aquí el agua sirve como pared para proteger al pueblo escogido de

Dios. El agua, que de manera natural es algo mortífero, escuda y

garantiza la seguridad ante un ataque. Pero observa una cosa: que

fue Moisés quien extendió su mano para dar la señal de división de

las dos partes. El Espírtu Santo hizo el trabajo.

La división del yo no es realizada por medios humanos; esto

está reservado únicamente para el Espíritu Santo. En el desierto de

la fe, los tórridos vientos en medio de una oscura noche secan las

peligrosas aguas. Él divide lo exterior, los sentidos externos, del

profundo y rico espíritu. Divide el alma del espíritu. Esto puede

llevarse a cabo con mucha facilidad cuando el alma se reduce a su

estado último de agotamiento. Cuando el alma se encuentra en el

estado de extrema sequía debido a la pérdida de sus habilidades in-

teriores y de todos los poderes de sus posesiones, en esos tiempos

cuando una sequía tan generalizada hace que todo fluya hacia el

centro, entonces el Espíritu puede discernirse mejor.

183

Ahora los Egipicios persiguen alocadamente al pueblo de

Dios con carros y caballos. Entonces llega la intervención del Se-

ñor. Todo Egipto es envuelto en medio de grandes olas.

Cuando el alma Egipcia encara este momento, puede llegar a

creerse que ella también puede pasar sobre tierra seca. Pero será

atrapada y engullida por las olas.

Sólo el Señor es quien puede emitir la llamada divina para ir

hacia adelante. Es sólo el Señor quien modela el alma y la reduce a

la nada. Es Él, cuando Él es la autoridad y el director espiritual,

quien hace que estas cosas sucedan. El único elemento que falta a

la salida, en este punto, es que el alma ofrezca un consentimiento

pleno a todo lo que le plazca a Dios que haya de sobrevenirle a ese

alma, tanto si es algo que el alma sabe como si no.

184

15

La salvación ha llegado y de repente el pueblo de Dios pro-

rrumpe en una alabanza triunfal. Entonces, al ver echados en la

mar a caballos y jinetes por mano del Señor, se levanta un salmo

de agradecimiento.

El alma, cuyos ojos están abiertos, canta al Señor un nuevo

canto tras una primera liberación tan grandiosa. Aquí está la pri-

mera verdadera felicidad de la liberación. Dicha experiencia debe

llegar tarde o temprano a todos los fieles y abandonados. Hasta

ahora ha habido milagros y extraordinarias providencias, pero los

ojos del pueblo de Dios no estaban lo suficientemente abiertos pa-

ra las maravillas de Dios. Ahora lo están, y ellos cantan y alaban y

dan gracias con inspiración. Han llegado a entender alguno de los

atributos de Dios, y atribuyen a este Dios todo lo que les ha acon-

tecido. Fielmente, le rinden toda la gloria por lo que ha hecho en

beneficio suyo.

Los abandonados alaban.

Ahora en el versículo 22 vemos que, habiendo cruzado por

en medio del mar, se adentran en el desierto de Shur. Caminan du-

rante tres días por el desierto y no encuentran agua. Este pueblo

que sigue a Moisés y sigue a Dios dispondrá en un futuro de una

base muy firme para poder cruzar el desierto abrasador que se ex-

tiende ante ellos. Pero ese sólido cimiento aún no ha llegado. Les

esperan por delante cosas mucho más espantosas que tres días sin

agua.

Siempre pensamos, cuando hemos salido de Egipto y cruza-

do un mar de muerte, ¡que este es el fin de nuestras miserias! Sí,

185

parece ser que siempre pensamos esto. De hecho, ¡las calamidades

no han hecho más que empezar! Hemos disfrutado de una nueva

vida, hemos disfrutado del bienestar —todo parece haberse cum-

plido. Ahora nuestros problemas se han quedado atrás. Pero haber

hallado a Dios no es haber poseído totalmente a Dios. Y lo que es

más, en verdad este estado no es un estado donde nosotros mismos

seamos poseídos por Él. Un estado tal exige un amor que tenga

una enorme pureza en sí —mucho más del que este pueblo, con

tres días de desierto a sus espaldas, posee.

Es fascinante que tanta gente tenga el coraje de cruzar el Mar

Rojo, ¡y que haya tan pocos que se aventuren a caminar lo que si-

gue tras el Mar Rojo! Lo vamos a ver claramente.

Te es necesario estar libre de toda actividad externa y de to-

do interés externo, y que nunca empieces otra vez nada de lo que

has dejado atrás.

Debes saber que en los muchos estados involucrados en la

vida interior, cada nueva etapa, cada nuevo nivel, está precedido

por un sacrificio. Después viene un abandono, y seguidamente

siempre hay un estado de absoluta miseria. Y esto no sólo ocurre

una vez en tu vida, sino una y otra vez, a medida que eres atraído

más y más al Señor.

En el ruta de la purificación de tu amor por el Señor, tu alma

pasa primero por el sacrificio —esto es, una ascensión de sí misma

hacia Dios. A continuación, el alma se abandona a Él. Después

ella misma se deja desposeída ante Él —o bien simplemente se la

deja desposeída ante Él— y, puede que quizás, por mano Suya.

Las profundidad de cada estadío varía según la capacidad y

la luz otorgados al creyente en cada etapa.

186

Paulatinamente el alma del creyente entra en el estado que

yo denomino “fe desnuda.” Aquí el creyente ve que su alma es tan

diferente de otras y de su estado pasado que incluso hace un nuevo

sacrificio: permanecer en un constante estado de sacrificio, aban-

dono e indigencia.

Puedes pensar que en este punto un creyente así habrá avan-

zado a un estado de madurez interior; sin embargo, es todo lo con-

trario. Regresa de la edad adulta a la infancia —casi al estado de

ser nacido de nuevo.

Bien, pero ahora ocurre que algunos se dejan a sí mismos

desposeídos de todo, ¡pero solamente en un área y no en otra! Y

algunos que se las arreglan tan bien en un área fracasan en otra. La

mayor parte de los que se entregan al caminar interior se repliegan

tras haberse entregado a él, o retienen algo de sí mismos en algún

área.

Dicho esto, es con una plena seguridad que digo que tras el

Mar Rojo siempre hay un desierto. Es un lugar extraño, de extraña

apariencia, que debe ser atravesado de parte a parte. La grave len-

titud de la expoliación venidera será a tal punto tediosa que la ma-

yoría se cansará de ello.

Entretanto el alma del creyente ya no tiene ninguna posesión

que aquí le sirva para sí misma. Por lo tanto nada satisface el alma,

y se ve a sí misma en un desierto sin agua. Al creyente no le cabe

la menor duda de que morirá de sed.

Ahora el pueblo de Dios llega a Mara. El agua de allí es

amarga, y se preguntan qué van a beber.

En este punto, cualquier agua que es dada desde las altas es-

feras es tan amarga que no puede beberse. Cierto es que muchos

187

no pecan en este arrebato de murmuraciones. Suyo es el instinto de

supervivencia; éste no es un murmurar del espíritu. Sin embargo,

también es verdad que los instintos naturales de supervivencia

pueden atacar al espíritu, y este murmurar puede dejar de ser una

cuestión instintiva de supervivencia y convertirse en amargura y

rebelión. A lo mejor esto es difícil de entender, pero el murmurar

¡puede ocurrir en un estado de abandono! (No sucede en un estado

de expoliación.)

Ahora el Señor le muestra a Moisés un árbol; el árbol es

echado en las aguas y las aguas se endulzan.

Estamos viendo aquí el árbol de la cruz que es echado en las

aguas de la amargura y que tiene el poder de endulzar lo amargo.

Esas cosas que llegan a nuestras vidas se hacen más llevaderas por

medio de la cruz. El Señor da un respiro al alma en este horrible

desierto, y el alivio llega a través de la dulzura de la cruz.

Esto es difícil de entender por aquellos que no lo hayan ex-

perimentado.

¡Cómo habrá de entenderse que en un estado de vacío, en el

desierto de la fe, donde el alma no experimenta ni dolor ni placer,

se inserte el sufrimiento con el fin de aliviar al alma de este pro-

blema! ¡Menuda paradoja! Pero el amor propio es extraño. Es tan

celoso de poseer algo... lo que sea... ¡que antes prefiere sufrir a no

tener nada! Soportaría mejor una gravosa enfermedad que no sen-

tir ni bien ni mal. ¡Ha de sentir algo!

Aquellos que han experimentado este estado, este preliminar

a un vacío absoluto, tendrán que confesar que lo que digo aquí es

cierto. No hay nada más espantoso que un vacío absoluto. Y si

subsistimos en base a algo, da igual cuán terrible sea el dolor, es-

tamos más contentos que cuando tenemos un sentir de vacío.

188

Entonces es cuando vemos algo de lo más inusual: Dios está

otorgando, aquí en el alma del creyente, un consuelo. ¡Es un con-

suelo que es sufrimiento! Sufrimiento que riega el alma del cre-

yente y, por tanto, trae consuelo.

Enseguida el pueblo de Dios llega a Elim, donde hay doce

fuentes de aguas, y setenta palmeras. Después del Mar Rojo, des-

pués de mucha fatiga y aflicción, el Señor proporciona un tiempo

de sanidad. Siempre hay un lugar de refrigerio, donde hay sombra

y agua. Es la manera que usa el Señor para dar un respiro tras el

padecimiento de la cruz.

El alma que no está muy experimentada en los caminos del

Señor se imagina que ya ha obtenido la victoria en este punto. Sí,

es verdad que las cosas del mundo y las cosas del reino de las ti-

nieblas estén en el Mar Rojo. Pero aún queda el Señor con quien

lidiar. A Él le corresponde una gran parte de los padecimientos del

creyente.

Observa que aquí hay doce fuentes, una por cada tribu. Doce

fuentes para doce tribus forman, no obstante, un sólo grupo de

personas interiores. Estas doce fuentes son el Señor Jesucristo flu-

yendo desde las partes profundas de Sí Mismo hacia las partes pro-

fundas que hay dentro de los que son fieles.

189

16

Tras partir de Elim, los Hebreos, hambrientos y sin comida,

murmuraron contra el Señor y contra Moisés. Hubieran preferido

morir en Egipto, donde tenían suficiente para saciarse, antes que

morirse de hambre en el desierto. El Señor envió maná para su

alimento.

Un hombre que trata de vivir por medio de su propia fuerza,

aparte del espíritu, es verdaderamente débil y necio. Sin embargo,

un cristiano maduro tiene la responsabilidad de estos débiles, y os

exhorto a que seáis pacientes con ellos. Están empezando a descu-

brir cuán poco tienen para ofrecerle al Señor (igual que cualquier

otro en un asunto como este) y ven que ese hecho es difícil de so-

brellevar. Su infidelidad natural les impide mantenerse en el esta-

do pasivo que Dios desea para ellos. Culpan a sus maestros y

consejeros de su malestar. La luz y la dulzura que solían experi-

mentar en el Señor se les escurre entre los dedos. Lo que no termi-

nan de ver es que el fervor que sentían por el Señor en aquel

delicioso estado tenía más de sensual que de espiritual.

¡Es difícil para nosotros, seres carnales, volvernos espiritua-

les y sólo contentarnos con una fe en Dios! A menudo dejamos a

un lado nuestro caminar interno por períodos tiempo —no porque

queramos, sino sencillamente porque nuestra naturaleza carnal, su-

friendo al verse despojada, toma la sartén por el mango y hace lo

que le viene en gana.

Muchos de los que progresan en el camino interno están al

margen de lo que les está ocurriendo (con el beneplácito del Se-

ñor). Piensan que agradaban más al Señor en su estado temprano,

190

más complaciente. Piensan, “Si hubiese muerto en aquel entonces,

mi condición ante Dios habría sido muchísimo mejor que la pre-

sente.”

Vemos la bondad de Dios, que respondió al murmurar de es-

te pueblo —con maná celestial. Esta misma recompensa, este sus-

tento, que Dios les concedió, muestra que su descontento no era un

acto de su voluntad.

Aquellos de vosotros, quizás más viejos y maduros en el Se-

ñor, que tengáis personas como estas bajo vuestra tutela —tened

compasión de ellas. Son dignas de ello. Comportáos con ellos co-

mo Dios se comporta; y sobre todo, dadles ánimos para que conti-

núen buscando al Señor en el interior. Cuanto más débiles sean en

apariencia, tanto más necesitan de una comunión con su Señor pa-

ra nutrirles y fortalecerles. Como el maná, el Señor anhela que,

mientras estén necesitados, le reciban a Él cada día como alimen-

to, con el fin de que, como Él dice, “pueda yo probarles, a ver si

andan o no en mi estatuto.”

Esta es la única prueba que Dios anhela en este momento pa-

ra estas almas fieles. La prueba impuesta consiste en saber si acep-

tarán o no aceptarán las bendiciones que Dios les ofrece. A

menudo se ven tentados, a causa de su infidelidad, a apartarse de

su cercano caminar con el Señor; pero Dios anhela probarles, para

ver si cada día le aceptarán fielmente. Esta es Su manera de con-

frontar su obediencia. Él quiere saber si obedecerán a pesar de su

propia reticencia, y al mismo tiempo estarán dispuestos a admitir

su repulsa.

El Señor ofrece días de descanso cuando Dios Mismo impide

que recojamos el maná que Él ya ha apartado para nosotros. Pero

este estado es sólo transitorio. El Señor da un breve descanso, y

luego hace que el creyente vuelva a la diaria labor de procurarse su

191

comida. No obstante, el creyente sigue sustentándose del maná

oculto que recibió y continúa extrayendo de él una doble ración de

gracia. Estos momentos de descanso en Dios proporcionan al cre-

yente más de lo que son capaces sus propias labores.

La paciencia de Dios hacia estos débiles creyentes debería

servir de ejemplo a todo aquel que tenga bajo su cuidado a jóvenes

santos. Es un claro indicio del avance de una persona no sorpren-

derse ni enojarse al ver las debilidades de otros, y juzgarlas según

la verdad. En cambio, aquellos que tienen poca luz cargan a los

débiles de reproches y penitencias. Al hacer de la perfección una

meta inalcanzable, estos poco comprensivos maestros les disuaden

de seguir adelante.

En el maná del cielo, ¡qué imagen contemplamos de la co-

munión4 interna con Cristo! Vaya un glorioso misterio, que aquel

que sólo recibe una pequeña porción no tiene menos realidad inte-

rior de Cristo que aquel que más recibe. Y aquel que toma un trozo

mayor no tiene más que aquel que es partícipe de menos. Cada

cual no recibe más, ni menos, de lo que puede comer —en otras

palabras, todo lo que es Jesucristo, todo ello inserto en la porción

más pequeña, así como en la mayor.

En esta maravillosa realidad del maná, oh Señor, Tú Mismo

te ofreces plenamente a todo aquel que te busca.

Esto también es una imagen del estado Divino; cada creyen-

te tiene la plenitud de la vida de Cristo —cada uno según su capa-

cidad. El principiante está lleno, al igual que el más avanzado.

Aunque el cristiano más maduro posea una capacidad mayor, no

obstante es el mismo Dios el todo en todos, y ese todo, en cada

4 Del original “partaking”; la comunión tiene el sentido de “participar del almuerzo

que Cristo, el anfitrión, ofrece: su propia carne”.

192

uno de ellos. Sólo Él puede formar su plenitud y verdadera satis-

facción.

193

194

17

Los israelitas refunfuñaron, acusando a Moisés de sacarles

de Egipto para ir a morir de sed en el desierto. El Señor prometió

darle a Moisés una roca singular; Moisés golpeó la roca, y brotó

agua de ella.

La angustiosa sed que debe soportarse en este sendero es un

símbolo del amor propio. Este pueblo, apreciado y escogido,

murmuraba contra Dios. Pero Dios, en Su infinita misericordia, no

se cansó de proveer para ellos. Brotó agua de la peña (las aguas de

la gracia) para aliviarles; y Dios vigilaba esta peña, porque Él es la

fuente de esta gracia. Es muy difícil permanecer totalmente rendi-

do al Señor, y siempre habrá aquellos que —ahora y antes— se re-

traigan. No obstante, Dios hace brotar agua de la peña, como

prueba de la inmutabilidad de Sus bendiciones hacia aquellas

mismas personas que en ocasiones le son infieles.

Moisés le dio un nombre verdadero a la falta de este pueblo

al llamarla tentación, porque ellos dijeron, “Vamos a ver si el Se-

ñor está o no con nosotros.” Estaban tentando a su Señor.

Es imposible no llegar a desear señales, en especial cuando

somos guiados, como este pueblo lo estuvo, a través del desierto.

La duda nos hace vacilar. No somos capaces de dejar que nos des-

nuden por completo. Esto hace que nuestro tiempo de residencia

en el desierto se alargue en la misma medida. Por esta razón casi

todos mueren en el sendero antes de llegar a la Tierra Prometida.

Los israelitas confrontaron un enemigo formidable, los Ama-

lequitas, y Moisés envió a Josué a luchar contra ellos; mientras

tanto Moisés se situaba en una colina. En el momento que alzaba

195

sus manos, Israel prevalecía, pero cuando bajaba sus manos, Ama-

lec prevalecía. Aarón y Hur se situaron a ambos lados de Moisés

para sostener sus manos, y así Josué venció a Amalec.

Para aquellos llamados a seguir al Señor es seguro que habrá

persecuciones. En su afán de destruirlo, el hombre natural pelea

contra este pueblo. El alzar de las manos de Moisés representa

nuestra fidelidad de seguir con el corazón alzado hacia Dios me-

diante el abandono y la fe, y nuestra determinación de sólo mirar a

Dios, cualesquiera enemigos podamos tener. Y mientras estamos

en este estado alcanzamos fácilmente la victoria.

Mas cuando Moisés baja sus manos —esto es, cuando vol-

vemos a caer en una absorción propia del yo, y hacia el yo— en-

seguida somos derrotados. Nuestra propia naturaleza, viéndose

inmersa en su debilidad, pierde el rumbo en vanos ires y diretes

desde el momento mismo en que empieza considerarse a sí misma

en vez de considerar a Dios. Desde ese instante entramos en el

campo de la duda e incertidumbre, del dolor e inquietud —lo cual

conlleva nuestra derrota. En este estado, Amalec (que denota el

amor propio y el amor natural, que son los únicos enemigos que le

restan al creyente que ha llegado a este punto) toma rápidamente la

ventaja.

Para evitar dicha derrota, simplemente debemos permanecer

en la roca —sujetarnos con firmeza en un estado de rendición y

habitar en el reposo del abandono— al tiempo que la fe y la con-

fianza, como manos alzadas hacia Dios, nos sostienen en nuestra

angustia.

196

197

18

El suegro de Moisés, Jetro, llegó al campamento de los Israe-

litas en el desierto, y vio que Moisés llevaba toda la carga, tanto de

los asuntos seculares como de los espirituales. Aconsejó a Moisés

que designara varones de virtud para manejar problemas y disputas

menores, con el fin de que Moisés pudiera ahorrar sus fuerzas para

la guía espiritual. Moisés aceptó el consejo de Jetro y lo puso en

práctica.

El consejo de Jetro fue un excelente consejo para los guías

espirituales, y hay dos reglas importantes que aprender aquí.

Primero, Jetro instruyó a Moisés en que su tarea (y la de los

líderes espirituales en general) consistía en permanecer alejado de

los asuntos mundanos de su pueblo, y dedicarse a cuidar que la

gloria de Dios permaneciese en ellos y por su perfección, dejando

las tareas diarias a otros. De esta forma, los líderes espirituales no

se verían agobiados con esta carga, que les robaría el tiempo que

necesitan para darse a cosas de consecuencias eternas. Además,

como Dios no les ha impuesto que manejen asuntos temporales, no

deben interferir en ellos.

En segundo lugar, aquí hay un ejemplo maravilloso de la

humilde aprobación por parte de Moisés del consejo de su suegro.

Aunque Moisés estaba tan lleno del espíritu de Dios, y Jetro ni si-

quiera pertenecía a su pueblo, es necesario acoger la verdad y el

buen consejo sea cual sea el lugar del que provengan. Dios a me-

nudo envía vasijas muy inferiores en dignidad y gracia para mos-

trar a los líderes que sólo Él es el autor de toda buena luz.

198

19

Los Israelitas acamparon delante del monte Sinaí. Moisés

subió a la montaña, donde Dios le habló diciendo que si los Israe-

litas obedecían Su voz y guardaban Su pacto, serían Su pueblo, un

reino de sacerdotes, y una nación santa. Moisés expuso estas pala-

bras en presencia de los ancianos del pueblo. Entonces el Señor

vino a Moisés en una nube espesa y dio instrucciones al pueblo de

que no se acercaran a la montaña o morirían.

Dios, bajo Sus tiernos cuidados, proveé un maestro (o conse-

jero) a aquellos a quienes Él dirige en la fe; lo hace para ayudarles

a entender la voluntad del Señor. Aunque todos los pueblos le per-

tenecen a Dios, el pueblo interior son pueblo Suyo de una forma

especial. Esto quiere decir que, si se rinden a Dios por completo,

serán tan llenos de Dios que ninguna otra cosa podrá encontrar si-

tio dentro de ellos. Dios dice que serán escogidos de entre todos

los pueblos.

Con el fin de que el pueblo de Dios, tan estimado para Él,

llegue a un estado tan bendito, todo lo que les pide es que le obe-

dezcan y sigan rendidos a Él. La expresión, “guardad Mi pacto”,

podría expresarse, “permaneced en Mi unión”.

El “reino” representa el poder absoluto que Dios tiene sobre

las almas que no le ofrecen ninguna resistencia en nada. Él es su

único maestro. No pasa lo mismo con otros —con aquellos que se

poseen a sí mismos— porque, siendo llenos de su propia voluntad,

desean miles de buenas cosas que Dios no desea para ellos. Él sólo

les concede estas cosas a causa de su debilidad; pero Él reina a

199

modo de rey sobre aquellos que ya no tienen voluntad que les per-

tenezca.

Así pues, cuando Él enseñó a Sus discípulos a orar y a pedir

que Su reino viniera (esto es, que Él pudiera reinar por completo

sobre ellos) también añadió que Su voluntad fuera hecha, como en

el cielo, así también en la tierra. Esta oración pedía que la voluntad

del Señor pudiera hacerse en la tierra al igual que los benditos la

hacen en los reinos celestes, sin resistir, sin vacilar, sin excepcio-

nes, y sin tardanza.

El Señor le añadió a Moisés que Su pueblo sería un “reino de

sacerdotes”, pues este reino está formado por sacerdotes. Le serían

una nación santa; después de que toda la maldad en ellos relativa

al hombre hubiese sido destruida, no quedaría en ellos nada más

que la santidad de Dios. Serían santos para Dios, y no para ellos

mismos. Dios no dijo sencillamente, “Seréis una nación santa”,

sino “Me seréis una nación santa”.

Cuando el pueblo de Dios oyó por vez primera acerca del

camino por el que Él les quería guíar, dieron su aprobación uná-

nimemente, ofreciéndose a sí mismos como un don y un sacrificio.

Dios es tan bueno que trata de conseguir nuestro consentimiento

antes de introducirnos en Sus caminos, los cuales, Él nos advierte,

implicarán soledad y sufrimiento. Aunque Él es un rey soberano,

realiza sus funciones mandatarias con gran cautela respecto a

nuestra libre voluntad. Pero una vez que sentimos un poquito de

dolor, ¡tendemos a olvidarnos de nuestro consentimiento y de

nuestro sacrificio!

¡Cuán prestos y dispuestos estamos a ofrecernos en sacrifi-

cio! En nuestro fervor olvidamos nuestra debilidad, nuestra repul-

sa al sufrimiento. Enseguida contestamos, igual que este pueblo,

“Haremos lo que Tú quieras”. Si sólo nos detuviésemos en ese

200

momento a considerar nuestra flojedad, nos daríamos cuenta que

no podemos nada por nosotros mismos. Y si recordásemos nuestro

abandono a Dios, sabríamos que no nos queda ninguna voluntad

—¡ni siquiera la voluntad de dejarnos por completo en las manos

de Dios! En este punto, lo mejor que podríamos decir sería, “Que

el Señor nos haga hacerlo todo, y lo haremos, pues nuestra con-

fianza está en Él. Por nuestra cuenta y riesgo somos débiles y pe-

caminosos.” Pero si uno confía y se apoya en sí mismo (lo cual es

un orgullo secreto) después siempre viene una caída.

La “espesa nube” muestra que Dios anhela que Su pueblo in-

terior crea (con sólo la fe como base) que es Él el que habla para

dirigirnos; ¡no deberíamos depender de las señales!

Con el propósito de entrar a un nuevo estado, gobernado por

una nueva ley, esta santificación que Dios anhela es una nueva pu-

reza —aquella del amor puro.

Al haber pasado ya por el estado de muerte, a Moisés le fue

permitido permanecer en la montaña donde estaba Dios —Dios, el

origen de este estado de amor puro. Como estaba ya purificado, él

fue guiado a la fuente misma del amor.

Si algún otro trataba de tocar esta montaña, o siquiera acer-

carse, le costaría su vida. El propio Señor dice: “Ningún hombre

me verá y vivirá.”

¿Pero, cómo moriría? No sería por mano de hombre; Dios

Mismo enviaría saetas para perforar su corazón, porque nadie pue-

de amar al Señor con pureza sin perder su propia vida. Dios le hará

añicos con piedras, pues su corazón, que no se ha dejado ablandar

por las bendiciones que Dios derrama sobre él, no es más que un

corazón de piedra. Dios debe arrebatarle este corazón de piedra

con el propósito de darle un corazón de carne, capaz de amar pu-

201

ramente —un corazón blando y fácilmente manejable, un corazón

puro y nuevo.

A muchos les gustaría creer que la Palabra de Dios es todo

dulzura. Ciertamente, eso es verdad si se considera Su Palabra en

sí misma, o cuando es acompañada por un tierno derramar de gra-

cia, ¡como el que se encuentra en los albores de la vida espiritual!

En ese momento es dulce y agradable. Pero más tarde, para las al-

mas que están siendo tratadas por el Señor, la Palabra de Dios

puede ser terrorífica.... pudiendo parecer que sólo conlleve amar-

gura.

Cuando Dios se le apareció a Moisés por vez primera, en una

zarza ardiente, a Moisés no se le permitió aproximarse al fuego sin

quitarse su calzado. En el Sinaí Él invita a Moisés a introducirse

en el fuego mismo. Esto es posible a causa de la pureza del amor

de Moisés, que se ha visto infinitamente desarrollado. Cuando an-

taño Dios se le apareció a este fiel ministro para impartirle Su ver-

dadero amor, lo hizo desde el fuego. Ahora que Él anhela ofrecer

la ley del amor puro, también se presenta ante los hijos de Israel en

el fuego del amor, ya que Él es el amor mismo. Es necesario como

mínimo un fuego así para encender tantos corazones.

¿Pero cómo puede ser, Amor mío, que parezcas Tú aquí tan

terrible? Te presentas así ante aquellos que sólo te ven externa-

mente y bajo las consecuencias de tu amor, el cual, en la superfi-

cie, parece cruel con las almas que te son devotas; pero

internamente y en sí mismo, no cabe duda de que tu amor es agra-

dable a un corazón rendido.

¡Qué maravilloso que Dios le hable al creyente, y el creyente

le escuche! ¡El creyente le habla a Dios, y Dios también le escu-

cha! Pero hay muchas más cosas que están ocurriendo entre Dios y

el creyente individual que nadie más sabe. Para conseguir esto,

202

Dios hace que este escogido suba a la cima de la montaña del

amor. Es acogido en Dios Mismo, pero de una forma tan sublime e

inefable que no hay modo de describirlo.

En un tiempo así, todo lo que queda en el exterior (o parte

más inferior del hombre) es cambiado y renovado por la pureza de

tal amor. Este hombre es saturado por lo divino, no sólo por den-

tro, sino incluso por fuera. Estos santos, o más bien este santo en-

tre muchos millones de santos, no sólo asciende a la montaña, sino

que sube hasta la propia cima de la montaña; porque era necesario

que le fuera administrado este amor puro, tanto para sí mismo co-

mo para otros. Debe extraerlo de este manantial de fuego, convir-

tiéndose en un horno capaz de anunciar el fuego santo a muchas

personas.

Vemos a Moisés en un estado diferente, cambiado. En una

ocasión, en su humildad, se tuvo por indigno de hablar al Faraón y

al pueblo de Israel. Ahora, en su profunda aniquilación, asciende

sin dolor o renuencia al más alto nivel en Dios para hablar con Él

con familiaridad, y para ser Su vasija escogida llena a rebosar de la

vida de Dios. Es la aniquilación lo que hace que el hombre no se

mire más a sí mismo o mire su maldad. Al estar por debajo de toda

bajeza, está por encima de toda alteza.

¡Cuán bueno es estar unido a almas santas como estas! Con-

siguen aquello que ellas mismas poseen para la persona que esté

unida a ellas. Aunque todo el pueblo estaba unido a Moisés como

los niños a su padre, Aarón estaba entrelazado con Él de una for-

ma especial —eran hermanos tanto físicos como espirituales. Hay

personas a quienes Dios une de esta forma bipartita; y todos los

demás, aunque puede que estén unidos a Él como hijos suyos, no

son iguales a ellos en el ministerio. Había muchos sacerdotes en la

línea de Aarón, mas solamente Aarón subió a la montaña. Sin em-

203

bargo, Aarón no era en todo igual a Moisés; no fue levantado hasta

el mismo nivel. La comunicación desde Dios Mismo hasta Dios

Mismo de una forma tan sublime estaba reservada para Moisés.

204

20

El Señor entregó a Moisés Sus mandamientos en el monte

Sinaí. El pueblo, al oír los truenos y el sonido de la bocina, al ver

los relámpagos y la montaña cubierta de humo, tuvo miedo. Le di-

jeron a Moisés, “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero

no hable Dios con nosotros, para que no muramos.” Moisés les di-

jo que no temieran, pues Dios había venido para probarlos, para

que no olvidasen su temor y para que se abstuviesen de pecar.

Dios, anhelando someter al hombre a Su ley, le recuerda

primero las gracia que le ha otorgado, de forma que ese hombre no

encuentre esta ley difícil de cumplir. Dios anhela que el hombre

tenga la confianza de que este Dios, quien le ha sacado del cauti-

verio, no le volverá a poner bajo el yugo sino que, al contrario,

proporcionará a tal la gracia y la fuerza necesarios para guardar

Sus preceptos divinos.

“Pondré Mi Espíritu en vuestro medio,” dice Él, “y os haré

andar en Mis preceptos, y guardar Mis estatutos, y hacer Mis bue-

nas obras.”

En otras palabras, Él Mismo llevará a cabo Su ley en aque-

llos que, abandonándose por completo a Él, le permitan actuar en

ellos sin oposición.

Por esta razón Su primer mandato es no tener a ningún otro

Dios delante de Él —no depender en ninguna otra fuerza para ob-

servar Su ley, sino la Suya solamente. Él es un Dios poderoso,

quien todo lo puede hacer por Su soberano poder. También es un

Dios celoso. No permite al hombre reivindicar que puede obedecer

los mandamientos de Dios por su propia fidelidad, por su propio

205

esfuerzo, su propia diligencia —en otras palabras, por nada excep-

to por la fuerza misma de Dios. Siempre que nos mantengamos en

esta relación con Dios, sin robarle nada que sea Suyo, la ley se

vuelve fácil.

No estamos mirando a la ley propiamente dicha (cuando ha-

cemos eso, nos es muy difícil obedecerla); en vez de ello, la con-

templamos en Dios, y es aquí donde se la ve acompañada de poder

Divino, y de vida Divina, que supera toda dificultad y vive... ha-

ciendo las veces de nosotros.

Este poderoso y celoso Dios promete vengar la iniquidad de

aquellos que le odian. No está hablando de aquellos que simple-

mente violan la ley, puesto que tales violaciones no son todas in-

tencionadas. Él está hablando de aquellos que a sabiendas se

desvían. Los que se desvían de Él para seguir sus propios caminos

se hacen a sí mismos esclavos de la ley.

Estos pecan en contra de la ley misma. Han caído en una su-

til idolatría, atribuyéndose a sí mismos la fuerza de Dios. “Este

fuerza mía me ha permitido hacerlo.” No lo ha hecho. La vida de

Dios es lo único que puede dar la talla. Esta idolatría Dios no la

perdona; Él juzga todas sus obras por esta ley. Estas personas se

han hecho esclavos de sí mismos, pues Dios visita la maldad de los

padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación. Cuando

un hombre se vuelve hacia sí mismo en busca de fuerzas, todas sus

obras son puestas bajo esclavitud.

Pero en aquellos que aman, el amor se basta para cumplir la

ley. A estos Dios confiere abundante gracia. La palabra “gracia”

aquí significa el perdón de cualquier falta cometida en relación

con la ley. Dios ni siquiera mira tales faltas. Cuando contempla la

rectitud de sus corazones y el deseo que tienen de agradarle, Él se

contenta con su amor por la ley. No se fija en su fracaso al obser-

206

var la ley. Les libra de su atadura. Por tanto, se dice que en el amor

no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; pues

este creyente está tan absorto en el amor de su Dios que sólo puede

considerar este mismo amor, y no pensar en otra cosa. A través del

fluir de este amor Divino, se olvidan de la ley y no obstante la

cumplen a la perfección.

Recordar el descanso de Dios —el Sabbath— significa per-

manecer en él; y no hay nada más seguro que produzca santidad

que sencillamente descansar en el descanso de Dios, pues es el re-

poso de Dios en Sí Mismo —el reposo de Dios dentro del alma

rendida, y del alma en Dios.

Aquí se mencionan tres tipos de descansos.

El primero es Dios reposando en el alma que ha llegado a

una unión con la voluntad de Dios; Dios habita en el alma y reposa

allí. Esto es lo que Jesús describe cuando dice, “El que me ama,

Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y ha-

remos morada con él.”

El reposo del creyente en Dios solamente puede acontecer

tras la resurrección, pues fue por medio de la resurrección que Él

fue recibido en Dios. Entonces encuentra su perfecto descanso en

Él; sus dolores e inquietudes han quedado por siempre atrás. Pre-

viamente Dios reposaba por completo en el creyente, pues carecía

de pecado y su voluntad estaba conformada a la propia voluntad de

Dios; pero el creyente aún no hallaba su reposo en Dios, puesto

que caminaba por un sendero lleno de incertidumbres, dolores, y

dificultades. Sólo halla su verdadero descanso cuando ha entrado

en Dios, donde mora en un estado tranquilo y duradero, ya no más

a merced de las inciertas vicisitudes de la vida.

207

Sin embargo, el reposo de Dios en Sí Mismo es el descanso

que Él disfruta en un alma que está completamente rendida a Él.

Aquí todo lo que pertenece a la criatura ha desaparecido; solamen-

te queda Dios. Aquí Dios descansa —pero en Sí Mismo. No lo ha-

ce a causa del creyente, el cual ha entrado totalmente en Dios, y no

tiene un reposo diferente al Suyo. Él ha reivindicado todo lo que le

pertenecía mediante la perfecta aniquilación de la criatura. Él es

todo en todos, como Pablo lo expresó, y este es el reposo de Dios

en Dios.

Al igual que los Israelitas cuando vieron y oyeron los atemo-

rizantes indicios de la presencia de Dios, el creyente que ve a Dios

aproximándose teme morirse. Sabe que para poder verle es necesa-

rio morir. Desde el momento en que da comienzo el estado de

muerte (que abarca un largo período) el creyente empieza a expe-

rimentar extraños temores, y piensa, “Mejor haría deteniéndome

aquí antes que pasar por más desagradables pruebas.” Guarda las

distancias y quiere guarecerse de la muerte. Piensa erróneamente

que se está acercando a Dios, cuando en realidad se está mante-

niendo a distancia. Engañado por el amor propio, preservará con

celo su propia vida antes que dejarse llevar por una muerte santa,

que felizmente le volvería de nuevo a la vida —en Dios.

Esto le empuja a decir (más por sus acciones rebeldes que

por palabra) al cristiano más sabio y más maduro que le está acon-

sejando, “Háblame tú mismo; pues mientras que sólo me hables tú,

y acate las palabras del andar de hombre y del andar humano (al

menos lo que mi mente alcance a entender), no moriré. Pero de-

pender solamente en la palabra de Dios, ser guiado por Él en la os-

208

curidad de la fe plena —tengo miedo5 de que únicamente me lleve

a una muerte y a pérdida.”

Moisés le dice al pueblo “no temáis”. Esto simboliza al sabio

consejero que asegura a los que están bajo su consejo que esta vez

no hay nada de qué temer. La hora de la muerte aún no ha llegado;

esto es sólo una prueba que Dios pone en nuestras vidas, para ver

si tenemos el coraje de entrar en la senda de la muerte.

Este pueblo ya estaba bien avanzado en el camino interior,

sin embargo se mantenían a distancia; temían la muerte. Pero Moi-

sés, quien ya había pasado por la muerte y había sido revivido en

Dios, no podía morir de nuevo. Por lo tanto no tenía miedo: para él

Dios ya no era un extraño. Dios y Moisés habían entrado en la

unidad conjunta de una vida, la vida Divina. Dios era tanto el pro-

pio Moisés como Él era Dios Mismo. En este estado, lo causa

muerte a otros da vida a Moisés.

Vemos aquí a Moisés entrar en la densa oscuridad donde

Dios estaba, para enseñarnos que sea cual sea la manifestación que

Dios escoge en esta vida, siempre se esconde de nuestro entendi-

miento. Como máxime solamente podemos tener un conocimiento

limitado de ello, atado y cubierto por el velo de la fe.

5 Nuestro amor propio no quiere reconocerlo, y ni siquiera nos damos cuenta de

que nuestro corazón tiene estos temores, pero todo esto es verdad. Tenemos miedo

de que nos guíe por tierras de sombra y de muerte. ¡Señor, necesitamos una revela-

ción de tu amor para rendirnos a ti sin temor!

209

23

El Señor hizo preciosas promesas a los Israelitas. Dijo que

enviaría un ángel delante suyo para guardarles en el camino e in-

troducirles en la tierra prometida. Pidió que el pueblo obedeciera a

este ángel y refrenara sus tendencias de rebelión. Además, les

prometió que el ángel iría delante de ellos contra las tribus extran-

jeras del territorio y las destruiría.

Dios nunca falla en darnos este ángel en la medida que lo

necesitemos. Este ángel es una imagen de aquellos que en su gra-

cia Él nos da como guías en los caminos de Dios. Estos sólo pue-

den guiarnos hasta el lugar preparado para nosotros. Después de

esto, solamente Dios es nuestro guía.

El Señor nos pide respecto a estos hombres de sabiduría que

les obedezcamos y no les rechacemos, porque Su nombre está en

ellos. En otras palabras, tales hombres representan Su persona, lle-

van Su palabra, y actúan en Su autoridad.

210

211

24

El pueblo se comprometió a obedecer a Dios, y fue hecho un

pacto entre ellos, sellado con sangre. Moisés y setenta ancianos de

Israel subieron al monte Sinaí, vieron a Dios, y comieron y bebie-

ron en Su presencia.

Dios dijo a Moisés que subiera solo a la nube de Su gloria, y

Moisés permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches.

Nadie más había alcanzado un estado tan sublime y un amor

tan puro. Moisés era un manantial desde el cual la Fuente se repar-

tía al resto.

Moisés escribió las palabras del Señor, con el fin de dejarlas

para la posteridad. Dios hace que Sus siervos escriban lo que les

ha comunicado acerca de Sus verdades Divinas y ocultas, con el

fin de que estas verdades permanezcan. De esta forma muchos se

beneficiarán de ellas.

Moisés envió a los jóvenes de los hijos de Israel para ofren-

dar sacrificio de paz al Señor. Este es un sacrificio que está reser-

vado para los nuevos creyentes; su sacrificio es paz y dulzura. No

pasa igual con los creyentes avanzados; ellos han de ofrecer holo-

caustos6. Sabemos que existen niveles diferentes entre los hijos de

la gracia. Están aquellos que acaban de llegar al terreno del espíri-

tu y al camino, y están aquellos que se han vuelto niños otra vez

6 Aunque en su Biblia (RVA 1960) usted lea el término “holocausto” en Éxodo

24:5, no obstante este holocausto es una ofrenda de paz; de ahí que al referirnos a

los creyentes más maduros, sí que empleemos el vocablo “holocausto” con todo el

sentido que esta palabra encierra (una destrucción total por el fuego), el cual está

reservado para los postreros.

212

porque han llegado lejos. De igual manera Moisés distingue entre

dos sacrificios —uno de paz, apropiado para los hijos jóvenes, y el

otro de holocaustos, apropiado para el más maduro.

Cuando Moisés leyó la ley, el pueblo enseguida dijo con ple-

na seguridad que la guardarían. Pero él los conocía demasiado

bien como para no apreciar un orgullo secreto en medio de su cer-

teza. Se apoyaban en sus propias fuerzas y no desconfiaban lo su-

ficiente de su naturaleza caída. No buscaban la fidelidad en su

propio manantial —la bondad de Dios.

Moisés roció sobre ellos la sangre que estaba en los tazones.

Esto fue un símbolo de la sangre de Jesucristo, para recordarles

que la ley no podía cumplirse sin la fuerza proporcionada a través

de Su sangre. Deben lavarse y ataviarse con esta preciosa sangre.

El rociamiento de la sangre por parte de Moisés también les con-

firmaba que todo pacto entre Dios y el hombre se establece con es-

ta sangre como telón de fondo. No existe otra base para un pacto

entre Dios y el hombre.

Moisés se encontraba en Dios. Sin embargo, toda la montaña

aparecía cubierta de oscuridad para los demás. Para el observador

que esté fuera, este estado se muestra terriblemente oscuro. Se

puede decir tan poco por parte de aquellos que lo experimentan,

que a los otros les cuesta creer lo que están oyendo —no importa

cuantas señales obtengan— hasta que lo experimentan por sí mis-

mos.

Aunque Moisés ya había intimado con Dios, conversando

familiarmente con Él, aún tuvo que esperar seis días, como si fuera

un período purificador, antes de estar tan cerca de Dios. ¡Cuán pu-

ro es Dios! Al séptimo día Dios llamó a Moisés de en medio de la

nube; y Moisés, al entrar, fue rodeado por completo, y estuvo allí

213

cuarenta días y cuarenta noches. Cuando por fin regresó, estaba

renovado y transformado, portando la gloria de Dios.

Dios procede por niveles, tanto al revelarse a Sí Mismo co-

mo al conferir Su gracia. Él amplía la capacidad de la criatura po-

co a poco, y no de una vez. Obra sólo hasta la medida que su hijo

puede soportar.

Miremos a Moisés. No da un solo paso por sí mismo; no

avanza por su propio movimiento. No se mueve ni un milímetro

hasta que Dios se lo dice, sin embargo se apresura en hacer lo que

ha sido ordenado. Esta es la fidelidad necesaria en el estado de to-

tal pasividad, y más aún en la aniquilación. En este estado el cre-

yente que ha muerto a sí mismo se aplica a todo lo que Dios

anhela de él. No se anticipa a su Señor, ni tampoco se le resiste.

214

25

El Señor empezó aquí a instruir a Moisés en la construcción

del tabernáculo. Vemos los patrones del arca, del propiciatorio (o

trono de la misericordia, o expiatorio) y sus querubines, y del can-

delero.

Este santuario, llamado el Tabernáculo, representa el centro

del alma, y también el espíritu, la morada del Señor. Aquí toma

lugar la unión de Dios y el hombre; aquí la Trinidad habita y se

revela a sí misma. Este diminuto lugar ha de estar reservado sólo

para el Señor. Debe estar vacío de todo lo demás, de tal forma que

el Señor pueda allí morar y manifestarse a Sí Mismo. Este santo

lugar es sólo para Él.

El arca estaba en este santuario; desde ella misma se declara-

ría el oráculo de la palabra de Dios. Hasta ahora Dios había habla-

do con Su pueblo a distancia, sin permanecer en un sitio en

particular. De aquí en adelante Él desea hablar y habitar en medio

de ellos y hacerse conocer y oír a Sí Mismo en el santuario del

centro de sus almas.

El oro fino y puro del propiciatorio denota la pureza que este

centro del alma debe poseer con el fin de que Dios pueda aparecer

y pronunciar aquí Su parecer (Su oráculo). Antes de servir en el

propiciatorio, todo lo que sea terrenal e impuro debe ser purificado

con el fuego. Después debe ser probado bajo el martillo.

Los dos querubines que cubren la mesa propiciatoria son la

fe desnuda y el abandono absoluto. En esto vemos una imagen de

cómo la fe envuelve al creyente, evitando que se examine a sí

mismo. El abandono protege al creyente en el otro lado, evitando

215

que considere su propia pérdida o ganancia —obligándole a aban-

donarse ciegamente. Sin embargo la fe y el abandono también se

miran entre sí, al igual que los dos querubines que cubren el arca.

El uno no puede existir sin el otro en un alma bien administrada; y

la fe corresponde perfectamente al abandono, al tiempo que el

abandono está sometido a la fe.

Cuando el Señor describe los encuentros que tendrá con Su

pueblo, y cómo les hablará desde encima del propiciatorio, quiere

dar a entender que desde ese momento en adelante se hará oír a Sí

Mismo desde el centro del alma, no desde los sentidos externos.

El patrón al que Dios se refiere, que había sido mostrado a

Moisés en la montaña, es Dios Mismo (en quien existen las ideas

eternas de todas las cosas) y Jesucristo, Su Palabra, el cual expresa

estas ideas. Todo lo que se hace para santificación de las almas

debe ser acorde a este modelo.

216

217

26

En el monte Sinaí, Dios intruyó a Moisés en cómo levantar

el tabernáculo actual, con un velo que dividiera el santuario de lo

santísimo.

Dios deseaba que el santuario estuviese dividido del lugar

santísimo. El santuario es el centro del alma, y el lugar santísimo

es Dios Mismo. Están unidos, pero separados. Están unidos, ya

que el centro está en Dios, y Dios está en el centro. Sin embargo

están separados por una diferencia de estado; porque poseer a Dios

en el centro es algo tremendo; pero que Dios habite en Sí Mismo

para Sí Mismo —este es un nivel aún más sublime.

Este velo de división entre el santuario y lo santísimo tam-

bién representa la división substancial que existe eternamente en-

tre Dios y Su criatura, junto a la inexplicable unicidad que se

establece entre el amor y la transformación que es operada a través

de la aniquilación del alma en sí misma y en su reflujo hacia Dios.

Dios sigue siendo Dios, en verdad algo distinto del alma transfor-

mada, aunque el alma —transformada por la vida Divina y por es-

ta inefable unión— se hace una con Dios7.

7 Juan 17:21; 1ª Cor 6:17

218

27

Este capítulo sigue con los detalles que Dios dio a Moisés en

lo concerniente a la construcción de Su tabernáculo. Dios le dijo a

Moisés que Aarón y sus hijos debían preparar lámparas y mante-

nerlas ardiendo delante del Señor desde la tarde hasta la mañana.

Esta adoración debía ser perpetua para los hijos de Israel. Esta

lámpara puede compararse a la lámpara de nuestro amor por nues-

tro Señor, que siempre ha de mantenerse viva, brillando ininte-

rrumpidamente en su presencia.

219

220

28

El Señor le describió a Moisés la ropa que Aarón y sus hijos

debían llevar cuando le ministraran. En el pectoral del juicio que

habrían de llevar puesto, se le dijo a Moisés que pusiera Urim y

Tumim. Yo veo el Urim y el Tumim como la Doctrina y la Ver-

dad.

Hay tres cosas que pueden distinguirse en esta cosa misterio-

sa llamada el pectoral del juicio: juicio, doctrina, y verdad. El jui-

cio es menos seguro que la doctrina, o enseñanza, ya que depende

de la persona que juzga. (Aplica a una situación en particular lo

que ha aprendido.) La doctrina es más fiable que el juicio; consiste

en el uso del conocimiento y de la experiencia, por medio de los

cuales juzgamos. Pero la verdad está por encima de todos. Es ne-

cesario atravesar juicio y doctrina para entrar en la verdad —la

realidad de Dios— la cual es la fuente de ambos.

¿Por qué fueron grabadas estas palabras sobre el pectoral?

Para mostrar que nuestra razón es ejercitada mediante el uso de

nuestro juicio; que el juicio se somete y es instruido por la doctri-

na; pero sobre todo, que la doctrina recibe toda su luz de la verdad.

El juicio está en nosotros; la doctrina se comunica a otros para

atraer su obediencia y sumisión; pero la verdad mora en Dios. De-

bemos estar en Dios para estar en la verdad. Por esta razón el Espí-

ritu Santo se llama el Espíritu de verdad.

Dios instruyó a Moisés para que hiciera una lámina de oro

puro y que grabara en ella las palabras, “Santidad a Jehová.” Era

necesario que el nombre de Dios se grabara en la frente, pues este

nombre es el todo de Dios.

221

TODA LA SANTIDAD RECAE SOBRE AQUEL QUE ES.

La frente representa aquí la parte suprema del alma, donde el

creyente lleva este alto y santo nombre de Dios. Si no se obtiene

un estado supremo, en su estado natural el creyente no puede co-

nocer el todo de Dios ni la nada del hombre. Muchos piensan que

tienen este conocimiento, pero sólo lo tienen de una forma superfi-

cial. Únicamente la aniquilación puede traer una convicción expe-

rimental de ello.

¿Por qué añade la Escritura, “para que obtengan gracia de-

lante de Jehová”? Porque Dios no puede oponerse a un hombre

que reposa en la verdad del todo de Dios y en su propia nada. Al

entregar a Dios la justicia a Él debida, se abre a sí mismo al cuida-

do y bendiciones de Dios. Y esta es la verdad que de hecho lleva

en la frente, y de forma simbólica en el pectoral.

La razón humana sólo puede conocer la verdad de Dios de

manera superficial y metafórica.

Dios ha grabado Su verdad en el lugar más santo del alma.

La puso ahí en el momento de la creación. Ante la trágica caída

del hombre, el pecado la eliminó. Pero Jesucristo ha reestablecido

—e incrementado— Su verdad en almas vaciadas de interés pro-

pio.

222

223

29

El Señor le dijo a Moisés qué sacrificios había que ofrecer, y

cómo. También habla acerca de la unción y preparación de Aarón

y de sus hijos como sacerdotes.

Tanto la sangre como el aceite se usaron aquí para consagrar

las vestiduras sacerdotales. El sacerdote, para ser consagrado a

Dios, tenía que ser ungido. El aceite de la consagración anuncia la

unción del Espíritu Santo. La sangre rociada sobre aquellos que

son escogidos como sacerdotes nos enseña que no pueden tener

otra autoridad más que la dada por Jesucristo. La sangre también

simboliza que, de ahí en adelante, cualquier cosa que se llevara a

cabo se llevaría a cabo en Su sangre. Toda santidad y sacerdocio

debe ser consagrado mediante el derramamiento de este sangre.

Hay algo de especial en el holocausto. Cualquier otro sacri-

ficio tiene algún interés propio mezclado en él; se ofrecen para ob-

tener perdón por los pecados, o bien para ser librado de angustia, o

para aplacar la ira de Dios, o para suplicar alguna gracia a Su bon-

dad. Todos estos sacrificios y sus ofrendantes se guardan algo para

ellos mismos. Es sólo en el holocausto donde todo se consume. Es

este perfecto sacrificio el que representa la aniquilación y el que

sólo le pertenece a Dios. Crea un aroma balsámico, un dulce sabor,

para Dios.

224

31

Cuando el Señor había terminado de hablar con Moisés en el

monte Sinaí, le dio a Moisés una copia escrita en dos tablas de

piedra de todo lo que había dicho, escrito por el propio dedo de

Dios.

Con Su dedo Dios graba Su ley en piedra; lo hace cuando el

creyente ha llegado al estado de profundo descanso en Dios. En

este punto el creyente no tiene otra ley aparte de la escrita en su

corazón. La ley de Dios se ha hecho algo familiar para él. El alma,

al igual que la piedra, recibe la ley escrita por el dedo de Dios.

Ahora depende de Dios Mismo hacer cumplir Su ley en este

santo, a Su buen placer. He aquí un santo inmerso en el puro amor;

y el amor es la perfección de la ley (Mateo 22:40). Por tanto, en

esta etapa, el santo vive en la perfección de la ley, y en su verdade-

ro cumplimiento. El creyente, ya perfectamente sometido a Dios,

no tiene que cavilar sobre la ley. La sigue fielmente en cada punto,

así de sencillo. Está unido a la voluntad de Dios, y está transfor-

mado en esa misma voluntad, superando toda ley gracias al infini-

to e inabarcable amor de Dios.

225

32

Cuando Moisés se retrasó estando en la montaña, los Israeli-

tas pidieron a Aarón que les hiciera ídolos que les guiaran.

Los Israelitas representan al hombre que está abandonado a

Dios y ya muy avanzado en Sus caminos. Sin embargo, vemos que

este hombre aún puede pecar en un área fundamental: la idolatría.

Pudiera ser criticada por hombres doctos al hacer tal afirmación;

por tanto lo explicaré en mayor medida.

La idolatría puede perpetrarse de más de una manera. Sólo

existe un ser que merece adoración, y éste es el Dios único y ver-

dadero. De este modo los hombres cometen idolatría cuando ala-

ban a alguna persona o cosa creada puesta en el lugar de Dios, o

cuando creen en más de un solo dios. (¡Que es lo mismo que no

creer en ningún dios en absoluto!)

Hay otra forma de idolatría más sutil y escurridiza. Alaba-

mos a Dios, pero al mismo tiempo ofrecemos parte de la alabanza,

honor y confianza debidos a Dios a alguna cosa o cosas creadas.

Cuando somos tan injustos con el único y verdadero Dios, de cier-

to estamos adorando a los ídolos al igual que los Israelitas hicie-

ron.

Por ejemplo, Pablo dice que están aquellos que hacen de su

barriga un dios; eso es idolatría. Hay muchas formas similares de

interés propio, mediante el cual amamos algo de esta creación más

de lo que amamos a Dios. Incluso puede que no nos demos cuenta

de ello, pero en realidad estamos alabando a las posesiones, al éxi-

to, o al placer, y de este modo robamos a Dios parte de la adora-

ción que merece.

226

Vemos a los Israelitas, en este punto, rendirse a este tipo de

idolatría. Aman a Dios, pero su amor está mezclado con el propio

interés. Han hecho grandes progresos en la senda del espíritu, en-

tregándose por completo al Señor. Pero ahora han vuelto a sumirse

en sí mismos; al actuar así se exponen a una gran caída.

Hasta ahora, Dios no juzgó con demasiada severidad las mu-

chas debilidades de este pueblo. Por Su gracia, todas sus quejas y

murmuraciones fueron pasadas por alto. Dios continuó bendicién-

doles.

Pero ahora el pueblo comete idolatría; han abandonado su

caminar interno con el Señor. Esta vez no serán capaces de volver

atrás sin un milagro de misericordia. Esta idolatría se comete

cuando extraemos nuestra voluntad de su unión con Dios; toma-

mos la decisión de depender una vez más en nuestra propia fuerza.

Nos cansamos de depender de Dios; dejamos atrás nuestra destitu-

ción y nuestra pérdida en Dios. Tratamos de encontrar, mediante

nuestra propia fuerza y actividad, lo que sólo puede ser hallado en

Dios.

Vemos en el vergonzoso relato del becerro de oro una ima-

gen del creyente infiel que se aparta de Dios y que pasa a depender

de sus propios esfuerzos para obtener la gracia que había recibido

de Dios. ¡El hombre de este relato afirma ahora que ha escapado

de la cautividad por sus propios medios! ¡De ahí que añada la blas-

femia al pecado de la idolatría!

Alabamos a Dios con nuestra mente así como con nuestro

corazón. Alabamos a Dios con nuestra mente al reconocer que sólo

Dios es supremo. El primer paso hacia la idolatría llega cuando el

creyente aparta su mente de la alabanza debida sólo a Dios, y re-

conoce cualquier otro poder soberano fuera de Dios. La alabanza

del corazón es el amor que tenemos hacia Dios. De este modo,

227

cuando un hombre ama alguna cosa aparte de Dios, comete idola-

tría en el corazón.

Tu estado correcto es uno de constante y secreta adoración

de tu Dios, reconociendo Su supremo poder, Su soberanía sobre

todo lo que acontece en tu vida, dejándote llevar por Él sin preo-

cuparte de las consecuencias. Confiamos que Dios cuidará de todo,

siendo conscientes de que estamos sujetos a caer si dependemos en

nuestra propia fuerza. Apartarse de este estado equivale a cometer

idolatría en el espíritu.

Como he dicho, los Israelitas en la base del monte Sinaí re-

presentan un avanzado estado en el caminar del creyente. El cre-

yente que se ha desarrollado hasta este punto no puede pecar más

que en este asunto de la idolatría.

Ya ves, siempre que el espíritu no se substraiga de este des-

canso, ni la voluntad se separe de su unión con la perfecta volun-

tad de Dios, el creyente no puede pecar a pesar de su propia

debilidad. Ambos estados —(1) reposo en la voluntad de Dios y

(2) pecado— son incompatibles. Si peco, inmediatamente dejo de

estar unida a la voluntad de Dios. Si estoy unida a la voluntad de

Dios, no me encuentro en un estado activo de pecado.

Juan expresó esta verdad cuando escribió (1ª Juan 5:18),

“Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pe-

cado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el ma-

ligno no le toca.” Ser nacido de Dios consiste en permanecer unido

a Él en mente y corazón mediante un perfecto abandono. Mientras

el hombre esté en este centro de Salvaguardia, ni el pecado ni el

malvado pueden tocarle. Pero tan pronto como salga de este estado

por medio del interés propio, es traspasado por las saetas del peca-

do y del malvado.

228

Todas las personas experimentadas me entenderán.

Date cuenta de que cuando Dios hace bajar a Moisés para

tratar con los pecaminosos Israelitas, llama al pueblo el pueblo de

Moisés, y no el Suyo, como antes. Esto es a causa de su pecado. En

el momento en que este pueblo había empezado a cometer idola-

tría, se hicieron como animales; cambiaron totalmente, y, per-

diendo toda razón, provocaron la ira de Dios.

Moisés, siendo inocente, se interpone entre Dios y el pueblo

a modo de barrera, para evitar que sople sobre ellos el torrente de

Su cólera. Aquí vemos algo sorprendente. El hombre que está va-

cío de sí mismo tiene un poder hacia Dios —aun un poder para in-

fluenciar a Dios. Y Dios actúa en su provecho, incluso en asuntos

de vital importancia.

Dios casi parece suplicarle a Moisés, “Anda, desciende; dé-

jame solo.” El hombre que es amigo de Dios evita que Su ira se

encienda, como si Dios no fuera omnipotente; porque un hombre

que ha entregado su propia vida, y sólo posee a Dios, en cierto

modo tiene algún poder sobre Él. En aquel entonces el Señor era

en verdad... el Dios de Moisés. Moisés alterca con Él, “Oh Jehová,

¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo?” Le recuerda a

Dios que ellos son su pueblo, y no el pueblo de Moisés; y le re-

cuerda las grandes bendiciones que ha derramado sobre ellos. Ora

para que todo lo que Dios ha hecho por ellos hasta ahora no haya

de ser en vano.

Moisés ruega al Señor que no destruya a los Israelitas, por-

que entonces los Egipcios podrían decir, “Para mal los sacó, para

matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra.”

229

Al igual que Moisés, los hombres maduros de Dios, al ver la

caída de los santos más jóvenes, oran a Dios con fervor para que

no rechace a Su pueblo a causa de sus pecados.

Una de sus preocupaciones es que este caminar interno con

el Señor sea desprestigiado por sus detractores si aquellos que co-

mienzan ese caminar acaban sucumbiendo. Estos detractores dirán,

“No está bien encomendarse por completo a manos de Dios; puede

llevarse a extremos. Es mucho mejor confiar en los propios esfuer-

zos de uno.”

¡A lo mejor las personas que hacen una afirmación como esa

harían bien en mirar a su alrededor y ver el estado del pueblo que

confía en sus propios esfuezos!

Moisés también le recuerda a Dios acerca de la fidelidad de

Sus promesas. Dios había jurado que si alguno seguía la senda de

la fe pura, llegaría a la Tierra Prometida, que consiste en la unión

con Dios y en Su hacienda real y verdadera. ¡Cuán bueno es Dios,

en contener Su justa venganza ante una simple palabra de uno de

Sus siervos que no tiene interés propio y sólo se preocupa por la

gloria de Dios! Moisés no se queja de las molestias que este pue-

blo le causa a Moisés. No menciona la pena que él soportaría si

tuviera que verles perecer. A Moisés no le preocupa lo que se diga

de él, ni todo de lo que puedan acusarle. Su único temor es que

Dios pueda ser culpado y puesto en tela de juicio. ¡Oh, cuán admi-

rable es un hombre sin propios intereses!

La expresión “desenfrenado” en el versículo 25 bien describe

el estado de este pueblo caído. Ya habían renunciado a su propia

fuerza cuando consintieron en ser conducidos hacia Dios con el fin

de poder vestirse con la propia fuerza de Dios. Así que ahora,

cuando pecan, son doblemente desnudados. Pierden la fuerza de

230

Dios por causa de su pecado, y ahora ya no hallan las suyas pro-

pias para frenar el retroceso.

Para estas personas es difícil volver otra vez al camino inte-

rior. Suegún el autor de Hebreos (Hebreos 6:4-6), “Es imposible

que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celes-

tial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y recayeron,

sean otra vez renovados para arrepentimiento.” Aún pueden ser

salvos, pero para ellos es muy difícil volver a recuperar el nivel

desde el cual han caído. La forma de arrepentirse es muy distinta

de la necesaria para otros pecadores que no están avanzados en los

caminos del Espíritu.

Ahora, sin la fuerza de Dios o la suya propia, están en manos

de sus enemigos. Estos enemigos no podían herir al creyente inte-

rior mientras éste permanecía en Dios como en una fortaleza. Pero

ahora que hallan al creyente sin defensas, estos mismos enemigos

se deleitan en tomar venganza. Desde la puerta del campamento

dijo Moisés, “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo.” Y fueron

los Levitas quienes respondieron a su llamada. Moisés quiere en-

contrar aquellos que, en medio de un pecado colectivo, no se han

dejado corromper por la idolatría generalizada. Les llama a que se

unan a él; toda la tribu de Levi, que más tarde constituiría el sacer-

docio, obedece. Estos sacerdotes del Altísimo, que representan los

creyentes del puro sacrificio, se mantienen en su sacrificio, y no lo

abandonan, aun cuando todos a su alrededor han caído. A través

de la singular fidelidad de los Levitas, se ganan el derecho a unirse

a Moisés en el oficio del sacerdocio.

¡Pero mira el precio de la fidelidad de los Levitas! Se les or-

dena matar a cualquiera que pudiera guiarles a cometer idolatría en

el futuro —incluso a hermanos, amigos, y seres queridos. Median-

231

te este acto los fieles Levitas les muestran a los supervivientes en

qué consiste el verdadero arrepentimiento.

Ese conocimiento, haciendo que los presentes desesperen, les

vuelve a llevar a desconfiar por completo de ellos mismos, y a

perderse a sí mismos en Dios. Sin mirar atrás a su caída, por muy

manifiesta y desmesurada que sea, deben entregarse a Dios para

servirle eternamente. Ahora ven claramente su impotencia.

En este punto, haciendo morir toda sus fuerzas, los creyentes

arrepentidos se deshacen sin misericordia del amor e interés pro-

pios que causaron su idolatría. En esencia se convierten en el ins-

trumento de la destrucción del amor e interés propios. Mediante un

nuevo y puro sacrificio depositan en las manos de Dios el perdón

de su falta, encomendándosela a Su Voluntad —para lo que más

exalte Su gloria, sea lo que sea. No pretenden —ni siquiera

desean— ser afianzados en Su misericordia.

En el versículo 28 y 29 vemos a los Levitas cumpliendo la

palabra de Moisés. Aquel día cayeron ante sus espadas tres mil

hombres.

Los creyentes que toman parte activa en un caída... luego de-

ben entregarse en cuerpo y alma a la misericorida de Dios. La con-

fianza que tengan en Su misericordia les permite arrepentirse y

obtener un perdón de sus pecados. Pero aquellos que hayan llega-

do hasta este punto deben actuar sin interés propio, con el fin de

levantarse de nuevo en arrepentimiento y reponerse de su caída sa-

liendo mejor parados que antaño —fortalecidos en el amor. Deben

ofrecerse a la justicia Divina, dispuestos a aceptar el castigo que se

merecen. Mira cómo se echan encima de la misericordia del gran

amor de Dios, sin pedir un perdón para sus pecados, sino única-

mente solicitando Su voluntad y gloria excelsa. Y Su amor cubre

en un instante multitud de terribles pecados. De este modo sacrifi-

232

can sin misericordia todo interés propio (simbolizado aquí en el

hijo, el hermano, y el amigo).

Este tipo de arrepentimiento, el arrepentimiento del creyente

interior, tiene el poder de hacer volver al alma al estado del que ha

caído. Cualquier otro tipo de arrepentimiento ciertamente podría

asegurar su salvación, pero nunca le reestablecería al estado del

que ha caído. Al contrario, otras formas de arrepentimiento pudie-

ran incluso alejarle más de ese estado, haciendo que el creyente

entrara a mucha mayor profundidad en su propio interés.

Este modo de arrepentimiento, tras la caída de tales creyen-

tes, es difícil. Es extremadamente doloroso para el amor propio,

que aún mora en ellos. De hecho, estos creyentes preferirían antes

ser desollados vivos, bebiendo la condena de su falta y dejándose

devorar por las abrasadoras llamas de la confusión, que sencilla-

mente descansar. No obstante, cuanto más aniquilador sea para el

hombre dicho arrepentimiento, tanto más glorioso es para Dios. Y

ese arrepentimiento es tan puro que, en el momento que el creyen-

te regresa a él, aquel es reestablecido en el estado del que cayó. Lo

que es más, es reestablecido con ventajas de las que antes no dis-

ponía.

Este arrepentimiento es el mencionado en Ec.10:4,

Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; por-

que la mansedumbre hará cesar grandes ofensas.

El lugar que le corresponde a cada creyente es ese lugar

donde Dios había situado a ese creyente antes de su caída. (Por

muy miserablemente que hayamos caído, no debemos abandonar

este lugar.) Un devoto de Cristo debe regresar sencillamente a este

lugar y seguir por su camino, confiando en que, si se mantiene en

paz en esta abyecta condición —rendido al plan que Dios disponga

233

para él— Dios aplicará sobre él sublimes medicinas. Por medio de

estos remedios divinos el creyente será sanado de sus pecados, e

incluso verá un aumento de las bendiciones.

Ya que lo que estoy diciendo aquí es de suma importancia,

vosotros guías espirituales, os es necesario entender este consejo,

de tal modo que, en vez de sorprenderos ante las caídas de creyen-

tes avanzados, podáis sostenerlos en su desolación: procurad que

obtengan un nuevo valor, haced que tengan la esperanza de un fe-

liz regreso junto a Dios. Dadles aliento para que sean fieles... no

para que regresen deliberadamente a sus antiguas prácticas, sino

para amar aun su estado actual de confusión para que puedan exal-

tar todavía más la gloria de Dios. De esta manera el creyente hace

un arrepentimiento pacífico y pasivo en el lugar mismo del camino

interior donde cayó.

Así fue el arrepentimiento de David. Como vemos, su arre-

pentimiento fue aceptado de buen grado por el Señor; después de

la caída y del arrepentimiento de David, el Espíritu Santo continuó

hablando por boca de David, y dictándole salmos, igual que antes

de su pecado.

Date cuenta también del arrepentimiento de Pedro. Pedro

negó a su Señor, pero no por eso rechazó la comisión que había

recibido de Jesucristo. (Jesucristo le había escogido para ser el

primero entre los apóstoles.) En vez de eso, unos cuantos días des-

pués se podía ver a Pedro ejercitando su don con coraje divino.

Ninguno de estos grandes hombres abandonó la posición que

Dios les había dado en Su iglesia, a pesar de su pecado. Esto nos

enseña que no es necesario, no importa cual haya sido nuestra

ofensa, abandonar el nivel de vida interior que hayamos alcanzado,

pues el Doctor Divino tiene remedios para todos nuestros males y

estados. Lejos de querer que nos volvamos atrás, tu Señor anhela

234

doblar el ritmo de tu marcha, y que le entregues tu mano con per-

fecta confianza y total abandono. Haciendo esto llegarás aún más

lejos.

Aunque el pecado es el mayor de todos los males, Dios es

capaz de usar aun el pecado para perfeccionarnos.

Por medio de la confusión que el pecado nos produce, y por

la experiencia que nos otorga de nuestra debilidad, el pecado nos

libra (al aplastar nuestra propia existencia y amor propio) de estos

grandes obstáculos interpuestos en nuestra aniquilación, y de nues-

tro fluir hacia Dios. Dios ha permitido que dichas caídas sucedan

en muchos de Sus santos para que luego pudiese guiarlos, incluso

con mayor presteza y firmeza, únicamente hacia Sí Mismo.

Por lo general, el arrepentimiento de personas espirituales

que han caído es muy doloroso porque su caída se lleva la seguri-

dad en vez de ofrecer garantías de aquella. En consecuencia, hay

pocos que sean lo suficientemente fieles como para mantenerse en

un estado tal de incertidumbre. Como resultado, hay pocos que,

tras dichas caídas, sean reestablecidos a su estado. Pero si tú mis-

mo te hallas en esta peligrosa situación, sé firme y constante en

llevar el peso de este yugo. No quieras ser aliviado por tus propios

esfuerzos. ¡Encuentra el Suyo! ¡Menuda ventaja ganarás entonces!

¡Y menuda gloria para Dios!

En el versículo 30 oímos a Moisés decir al pueblo, “Vosotros

habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová;

quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado.”

El carácter de un verdadero pastor es un amor desinteresado.

Moisés —y cualquier buen pastor— empieza recriminando al pue-

blo por su pecado y haciéndoles saber ese pecado. Después habla

235

con Dios para que los perdone, ofreciéndose a llevar, él mismo, la

pena que merecen por crimen tan grande.

¡Oh, cuán admirables son sus palabras! “Señor,” dijo, “te

ruego que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu li-

bro que has escrito.” El libro al que refiere es el Libro de la Vida,

en el cual sabía Moisés que su nombre estaba escrito. Este tipo de

oración fuerza a Dios a perdonar; un amor tan puro y desinteresa-

do obtiene todas las cosas. Pablo, el gran guía de las almas, hizo el

mismo tipo de oración cuando anhelaba ser anatema por la salva-

ción de sus hermanos. Tanto Moisés como Pablo sabían por expe-

riencia cuánto podía conseguir el sacrificio de un amor perfecto.

236

33

Jehová dijo a Moisés, “Anda, sube de aquí, tú y el pueblo

que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a

Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la dará.”

Estás dispuesto, Señor, a pesar del pecado, a recompensar a este

pueblo ingrato e infiel. Lo haces a causa de la fidelidad de tu palabra, y lo

haces en favor de la fe, del sacrificio, y del abandono que anteriormente

practicaban. Pero permíteme que te diga, que estas mismas recompensas

son terribles castigos, pues todo lo que sea agradable a los sentidos daña el

espíritu.

Dios siguió diciendo, “Y yo enviaré delante de ti el ángel...

(a la tierra que fluye leche y miel); pero yo no subiré en medio de

ti, porque eres pueblo duro de cerviz, no sea que te consuma en el

camino.”

Vemos que el Señor está deseando dar bendiciones, consue-

los y milagros a Su pueblo, como, por ejemplo, ángeles visibles

que les acompañen en su camino de luz. Un hombre ignorante

puede estimar en gran medida estas maravillas; pero no ve el ho-

rrible castigo que contienen. El castigo es ejemplar. Dios les dis-

pensa todos Sus bienes y de ese modo les priva de Sí Mismo. ¡Qué

terrible amenaza! Qué terrible condición. Sin embargo, ¡un estado

que conocen demasiadas personas!

Llévate todo lo demás, Señor, y danos de Ti Mismo. Con eso

basta.

Este, pues, es el castigo con el que Dios atormenta a un pue-

blo ingrato, carnal, e interesado.

237

Date cuenta que estas palabras, “porque yo no subiré en me-

dio de ti,” expresa el modo en que Dios otorga Sus dones en lugar

de Sí Mismo. Muy a menudo las personas ven tal “bendición” co-

mo una recompensa, cuando en realidad es un castigo.

El Señor sigue diciendo que es a causa de su testarudez que

Él no irá con ellos; si siguiera a su lado, se vería obligado a con-

sumirles y aniquilarles... porque si va con ellos está resuelto a

guiarles por el camino puro y desnudo. Este es el camino por me-

dio del cual podemos seguir avanzando hacia Dios, y Él había vis-

to que eran incapaces de superar esta prueba. La destrucción sería

la inevitable consecuencia.

Y cuando el pueblo de Israel oyó esto, se lamentó, y ninguno

se puso sus atavíos.

El crimen del pueblo no les había arrancado del todo el re-

cuerdo de la verdad, y actuaron con gran sabiduría. Se vistieron de

luto a causa de la decisión del Señor. No dieron ningún valor a los

dones del Señor, y se despojaron de sus adornos, mostrando a Dios

que deseaban ser despojados de todos sus bienes para poder tener

la felicidad de poseerle en medio suyo. Esta es una forma correcta

de actuar con el fin de ganar a Dios.

Dios quería probar a este pueblo, para ver si realmente le an-

siaban a Él, o únicamente ansiaban a Sus dones. Les amenazó con-

sigo Mismo de una manera terrible: “Si subiera en medio de

vosotros siquiera un instante,” dijo, “os consumiría. Ahora pues,

quitáos vuestros adornos (todo lo que quede de Mis favores), para

que sepa qué hacer con vosotros.”

Hay muchos de nosotros que, en un momento así, diría, “Que

el ángel de Dios nos guíe, ¡y conservemos Sus dones! No pasa na-

da si Dios no viene con nosotros.”

238

Esta es, en gran medida, la condición actual de la iglesia.

Pero, en esta ocasión, este pueblo bien instruido hace todo lo

contrario. Por medio de su silencio demuestran que, aunque les

cueste algo, prefieren a Dios antes que cualquier otra cosa; de in-

mediato se despojan de todos sus atavíos.

¿Pero por qué nos dice primero la Escritura que no se habían

puesto sus atavíos ceremoniales, y ahora dice que se despojaron de

sus atavíos? Yo lo entiendo de esta manera. No se ponen las mise-

ricordias que Dios les daba en lugar de Sí Mismo; al contrario, las

desprecian. Y para mostrarle aún más que es a Él a quien desean y

no Sus dones, se despojan incluso de los dones que les quedaba,

que habían recibido con anterioridad. Con tal de que Dios les guíe,

prefieren antes la aniquilación que todo lo demás.

No acababan de efectuar esta exfoliación cuando Moisés le-

vantó ante ellos el tabernáculo del pacto, como para asegurarles de

que Dios Mismo les acompañaría. Tan pronto como Moisés hubo

entrado en el tabernáculo, el Señor Mismo se le apareció allí y, al

igual que antes, hablaba desde la nube.

Estos pobres criminales encontraron su refugio en el taber-

náculo; allí pedían a Dios todo lo que necesitaban. Por la columna

de humo sabían que Dios estaba con ellos, e inmediatamente ado-

raban desde sus tiendas —esto es, desde el lugar de reposo. Aquel

que está rendido en lo profundo sabe cómo adorar en todo lo que

hace sin abandonar su reposo. Esta forma de adoración es más per-

fecta que ninguna.

El pueblo adoraba desde lejos, puestos en pie; porque la per-

fecta adoración, hecha en espíritu y en verdad por medio de la fe y

el amor, salva toda distancia y no depende de ninguna condición o

posición del cuerpo en concreto. La adoración y los adoradores

239

suben hacia Dios. Sin embargo, aunque esta adoración del pueblo

arrepentido estaba muy adelantada, no se acercaba a la de Moisés.

Este escogido y excepcional amigo de Dios habla con Dios

cara a cara, en la más íntima de todas las uniones, elevada por en-

cima de las facultades humanas. Por el bien esta amistad, Dios

elevó la capacidad de este hombre y se rebajó a Sí Mismo. Ahora

Dios y un hombre hablan cara a cara. Dios trata a Su amigo de un

modo tan familiar que podría compararse a la forma en que nos

comportamos con nuestros más íntimos amigos. Dios no esconde

nada de él.

Cuando Moisés volvió al campamento, Josué no se apartaba

del tabernáculo. Es costumbre en los santos que son jóvenes, aque-

llos que acaban de entrar en el camino interior, mantenerse de con-

tinuo en la oración; están tan extasiados con la presencia de Dios

que no pueden zafarse de ello. Un amor dulce y penetrante, afe-

rrándose a estos creyentes ardientes, les mantiene enterrados en sí

mismos. La fuerte y viva presencia de Dios que les llena, les re-

cluye con tanta fuerza en sí mismos (como en un tabernáculo) que

no quieren marchar.

El director que es sabio, siguiendo el ejemplo de Moisés, les

deja en sus oraciones, pues aún no ha llegado el tiempo de sacarles

de ahí.

Ahora Moisés oró para ver el rostro del Señor, para conocer-

le, y para hallar gracia ante Sus ojos; y oró para que el Señor pu-

diera mirar favorablemente a Su pueblo.

Esta oración de Moisés puede parecer atrevida, insultante pa-

ra Dios... y lo que es más, ¡totalmente inútil! Cierto, la oración de

Moisés podría llamarse atrevida; pues, ¿qué hombre mortal podría

aspirar a tener una visión clara de Dios? Dicha oración podría con-

240

siderarse insultante para Dios, puesto que el que está orando asu-

me que Dios revela Su semblante (aunque algunos digan que Dios

no hace una tal cosa en esta vida). Y, por último, esta oración po-

dría tacharse de inútil, ya que la Escritura dice que Dios ya había

hablado cara a cara con Moisés. Pero la oración de Moisés no es

ninguna de aquellas.

La petición de Moisés en esta ocasión era justa, puesto que

no estaba actuando por cuenta propia, sino por una gran nación de

personas interiores. Moisés quiere de verdad saber (al igual que su

pueblo) si Dios Mismo, y no Su ángel, les habrá de guiar. Tratan

de tranquilizarse sabiendo que sólo Dios será su guía en el viaje

hacia Él Mismo a través de la senda amenazadora que aún tienen

que recorrer. (Esta senda se está volviendo más peligrosa cuanto

más cerca está el fin.)

Moisés deseaba ver si Dios guiaría a este pueblo. Quería sa-

ber si Israel había sido reestablecido en la gracia; y deseaba juzgar

el peligro que entrañaba este camino que iban a tomar. Moisés de-

be ver también el rostro de Dios —tener una vista y entendimiento

claros acerca de las palabras que ha oído— de modo que pueda

enseñar esas palabras sin error.

Es curioso que un creyente pueda disfrutar y entender algo

por sí mismo, y no obstante estar falto de luz y facilidad de expre-

sión para hacer que otros lo entiendan. Pablo estableció una distin-

ción entre dos dones diferentes: el don de hablar en distintas

lenguas, y el don de interpretar esas lenguas. Y entre los dones del

Espíritu Santo, existe una gran diferencia entre la sabiduría, el en-

tendimiento, y el consejo.

La sabiduría es el discernimiento de las verdades Divinas al

degustarlas por medio de la experiencia. El entendimiento permite

que puedan ser bien comprendidas. Pero el consejo es la habilidad

241

de expresar a otros claramente las verdades Divinas. Por esta

misma razón dijo Pablo que el semblante mismo de Dios le había

sido revelado; “por tanto, nosotros todos,” dijo, “mirando a cara

descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos trans-

formados de gloria en gloria en la misma imagen.”

Vemos otra vez que Moisés no estaba pensando en sí mismo

mientras oraba, cuando añade, “Mira que esta gente es pueblo Tu-

yo; pues es por su causa que hago esta petición.”

Dios sigue diciéndole a Moisés que tiene la especial protec-

ción de Dios. Promete a Moisés un lugar de descanso. En otras pa-

labras, el propio Moisés siempre encontrará a Dios, siempre tendrá

descanso en Él; no tiene que angustiarse por otras cosas.

Pero el gran corazón de Moisés, olvidando todo interés pro-

pio y sólo pensando en su rebaño, rehusa tener esta ventaja. Sigue

rogándole a su Dios. Moisés protesta que si no ve a Dios marchan-

do ante su pueblo, no puede permitirles que salgan de este lugar.

Moisés pidió al Señor, “¿Y en qué se conocerá aquí que he

hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con

nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pue-

blos que están sobre la faz de la tierra?”

¿Qué esperanza de perdón tendremos? ¿Cómo tendremos victoria

sobre nuestros enemigos? ¿Cómo podemos andar confiadamente si Tú

Mismo no vienes con nosotros?

¡Un discípulo del Señor prefiere antes perderlo todo que per-

der a su Dios! ¡Cuán a salvo estamos cuando andamos bajo el li-

derzgo de Dios! Mas si andamos en cualquier otro camino,

estamos expuestos a multitud de peligros.

242

Dios le concede a Moisés lo que pide, pues le conoce por su

nombre: un pastor fiel y legítimo, lleno de amor desinteresado. A

causa del amor puro y apasionado de Moisés, Dios no puede rehu-

sarle nada. Esto es lo que Dios llama “hallar gracia en Sus ojos.”

Sin embargo, en esta ocasión sólo le concede a Moisés victoria so-

bre sus enemigos. Esto no quiere decir que no concederá lo restan-

te; pero a Él le agrada hacerle esperar y anhelar un premio tan

prodigioso, que merece la pena sufrir para ganar, y merece buscar-

se con un deseo ardiente.

Un hombre así no se contenta con una recompensa limitada o

una recompensa terrenal. Moisés suplica de nuevo el mismo favor,

aunque se expresa de forma diferente. “Te ruego que me muestres

tu gloria” dice, como queriendo decir, “No me contentaré hasta

que vea tu gloria, y lo que eres en ti Mismo.” Dios promete a Moi-

sés que le mostrará toda Su bondad. En realidad Él Mismo es el

bien más alto, y el centro de todo lo bueno.

La respuesta de Dios, no obstante, parece conllevar una

afrenta con Moisés por formular rogativas tan ardientes. Le dice:

“Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente

para con el que seré clemente.” Pero, Moisés, no dejes que esta

aparente rudeza te aleje. La verdad es que este será para ti un bien

mayor que todos los cuidados precedentes. Es, ciertamente, una

señal de que el Señor, en Su gran amor hacia ti, te concederá todo

lo que desees.

Cuando Dios promete sus bendiciones a Sus siervos, Él otor-

ga esas bendiciones junto a miles de muestras de afecto; pero...

concede el mayor de los bienes cuando aparentemente rechaza.

Cuando Dios rechaza exteriormente, es para poder introducirse in-

teriormente. Por ejemplo, cuando Jesucristo rechaza a la mujer ca-

nanea, únicamente lo hace para escucharla con mayor compasión.

243

El hombre natural debe ser destruido en sí mismo antes de

que pueda ser recibido en Dios. Debe saber que sólo puede mirar a

la bondad pura de Dios en busca de esta gracia inefable. En térmi-

nos de Pablo (al explicar este mismo versículo), “Así que no de-

pende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene

misericordia.”

Dios le dice a Moisés que no puede contemplar su rostro,

porque no le verá hombre, y vivirá.

Dios rechaza la petición de Moisés. Al hacerlo, le instruye en

la actitud necesaria para el disfrute total de Dios. Nadie que no es-

té verdaderamente muerto a toda vida propia puede ver a Dios —

de hecho, nadie que no esté muerto a todo lo que no sea Dios. Por

eso no dice, “nadie me verá si no muere”, sino “nadie me verá, y

vivirá.” Quiere que entendamos que para llegar a este supremo go-

zo, no basta una muerte —ni muchas. No debe quedar ni la más

mínima partícula de vida propia.

Hay varias muertes espirituales, todas necesarias para la pu-

rificación del alma —la muerte de los sentidos, de las facultades, y

del centro. Cada una de estas muertes sólo se produce por la pér-

dida de muchas vidas; ya que hay muchos apegos y apoyos natura-

les que sostienen la vida propia del hombre. Con el fin de ver a

Dios, de estar unido a Él mediante la más íntima de las uniones...

el creyente debe estar completamente privado de todas estas vidas.

Si la llama santa del amor no aniquila nuestros apegos y apoyos

naturales en esta esfera terrenal, el fuego purificador debe devorar-

los en la esfera espiritual.

Entonces el Señor le ofrece un lugar a Moisés en una roca

desde donde pueda ver a Dios de espaldas, después de que haya

pasado.

244

Este lugar donde disfrutar a Dios se encuentra cerca de Él;

más aún, este santo lugar está en Él Mismo... y es Él Mismo. Con

el fin de poseer este inestimable tesoro, debemos estar establecidos

sobre la roca de la inamovible naturaleza de Dios. “Cuando pase

mi gloria,” dice el Señor, “te cubriré con la mano de Mi protec-

ción, para que así puedas soportar un favor tan grande como este,

que de otra forma te consumiría. No obstante, sólo me verás como

a través de una pequeña abertura, o una hendidura de la peña”...

(lo cual representa el punto más sutil del espíritu).

“Cuando este majestuoso estado de Mi gloria, la cual sólo

puede ser vista en esta vida como un destello de luz, haya pasado,

retiraré Mi mano, que te protegía de ver Mi gloria (a no ser que tu

alma se separase de tu cuerpo; porque tu armazón natural es dema-

siado débil para sobrellevar el peso de dicha gloria). ¡Entonces me

verás! Entonces de alguna manera comprenderás, al vislumbrar

fugazmente Mi Divinidad que te daré, que YO SOY EL QUE

SOY, y que en Mi está... todo.”

A Moisés le fue permitido ver a Dios de espaldas. Moisés só-

lo verá lo que puede ser comprendido por un hombre —incluso un

hombre levantado a su estado más sublime. Siquiera en un estado

elevado, solamente puedes percibir la superficie de lo que Dios es.

245

34

Dios ahora le dice a Moisés que alise dos tablas de piedra

como las que fueron quebradas, de forma que pueda escribir de

nuevo sobre ellas.

Dios mira a Moisés con una dulzura y atención singulares al

permitir ser visto por él; pero Su ley será escrita en tablas de pie-

dra con la condición de que no serán quebradas de nuevo. Dios

muestra aquí que anhela grabar Su ley en corazones que, debido a

su perseverancia, están en un lugar fuera del alcance de la infideli-

dad.

Moisés, cuando saborea la felicidad de contemplar a Dios en

la montaña, expresa el gozo de un hombre que recibe un don como

ese. Sus palabras nos indican que aquellos que son visitados por

Dios en su centro del interior, al sentir estas deliciosas caricias, só-

lo pueden dejar que el fuego de su8 propio amor (con el cual son

encendidos) se evapore en miles de alabanzas que ofrecen a su

Dios. Aquí hay una imagen de la novia recibiendo su más nítido

conocimiento del Señor. Él se revela a ella. Ella le llama Señor,

Dios, verdadero, misericordioso, sufrido. No puede alabar lo sufi-

ciente Sus cualidades divinas; las ama a todas por igual, Su justicia

así como Su misericordia, Su poder así como Su virtud. Como ella

le mira intensamente sin interés propio, se embelesa en el hecho de

8 El Señor nos permite contemplarle. Esto no quiere decir que lo que veamos sean

sus dones. Por eso lo que en realidad enciende el corazón de aquel que ve a Dios,

no sea el Amor propio de Dios, sino el amor que brota de su interior (Viene de la

página anterior) ... hacia el Dios que ha permitido contemplar Sus atributos (no sus

dones).

246

que estas son las perfecciones de Su Dios resplandeciendo sobre Sí

Mismo, o también a causa de Sus hijos.

Moisés hace uso de este momento de bendición para obtener

lo que anhela. Primero adora a Dios; luego le suplica que guíe a Su

pueblo, de forma que, como dice Moisés, “Puedas perdonarnos y

tomarnos por heredad.” El más claro indicio del perdón de los pe-

cados es ser poseído por Dios y poseerle a Él dentro de uno mis-

mo, pues Dios no puede morar donde exista pecado. Cuando Dios

perdona los pecados, debe volver a tomar posesión del corazón y

reestablecerlo en Él como estaba antes de su muerte en el pecado.

Dios promete a Moisés lo que desea. También asegura a

Moisés que Dios tiene bendiciones para él aún mayores que todo

lo que ha haya recibido hasta ahora. Cuando Dios anhela habitar

dentro de nuestros espíritus, debemos ser desnudados, mediante el

obrar de Dios en nosotros, de todo cuanto poseamos. Pero cuando

Dios, que es la fuente de toda bendición, ocupa su morada junto a

nosotros, trae con Él bendiciones que no se parecen en nada a lo

hayamos experimentado jamás. Dichos dones, al igual que los ata-

víos de Su atrio interior, sin Él no pueden existir.

Dios amonesta a Moisés que no haga pacto de amistad con

los habitantes de la tierra en la que están a punto de entrar. De esta

manera, Dios aconseja a los que le buscan que no tengan nada más

que ver con aquellos que viven en sí y para sí mismos. Para los

creyentes existe aquí el peligro de que puedan ser apartados de su

estado de pérdida en Dios, de que puedan seguir el ejemplo de es-

tos compañeros indignos y volverse a sí mismos. Esto conllevaría

su ruina.

Dios vuelve a ordenar a los Israelitas que no adoren a ningún

otro Dios, como últimamente han hecho; pues Su nombre es Celo-

so, Dios celoso es.

247

Oh mi Dios, ¡santo celo tienes por el corazón y el espíritu de tus

criaturas! Tú quieres que sólo sean tuyos y que nunca más se dejen seducir

por ninguna idolatría.

En el versículo 16 vemos que Dios advierte a los Israelitas

que no se casen entre sí con los pueblos que encontrarán en la tie-

rra prometida —y da buenas buenas razones. Dios usa el símbolo

de casarse entre sí para representar la idolatría; incluso llama a la

idolatría fornicación. Al igual que el pueblo de Dios sólo debe per-

tenecer a Dios, nosotros, como pueblo Suyo, únicamente debemos

ofrecerle a Él nuestro corazón. En el momento en que alejamos

nuestros corazónes de Él y los entregamos a cualquier otra cosa,

cometemos adulterio. Santiago está hablando de lo mismo cuando

clama, “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo

es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo

del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4).

Cuando Moisés bajó de la montaña, el fulgor de su rostro era

una señal visible de su fluir hacia, y sublime transformación en

Dios Mismo. La plenitud de este experiencia se desbordó, hacién-

dose incluso palpable en su apariencia física.

Sabiamente, Moisés, que había destapado su rostro delante

del Señor, tapó de nuevo su cara cuando hablaba al pueblo. Su

conducta aquí es un ejemplo para nosotros, para mostrarnos que

personas de este nivel no deben hablar acerca de los secretos que

les son revelados, ni acerca de lo que experimentan, con otros que

no hayan tenido experiencias similares. Un conocimiento así sólo

asustaría y daría pie al rechazo a creyentes que no están en dispo-

sición de entender. Estos secretos sólo han de conocerse por Dios

y por aquellos a quienes han sido revelados. Para otros, todo está

oculto tras un velo, imperceptible por su espíritu (por muy percep-

tivos que ellos mismos crean ser). Si este velo se levantara, no po-

248

drían resistir el esplendor que irradiaría una persona que ha sido

inmersa en la gloria de Dios.

249

250

35

El Señor ordenó a los Israelitas que no encendieran fuego en

sus moradas el Día de Reposo. Este mandato habla acerca del re-

poso que debe disfrutarse por parte de aquellos que hayan entrado

en el día de reposo de Dios. No deben hacer nada por sí mismos,

sino simplemente mantenerse como están, guardados por Dios.

Encender el fuego significa fomentar un pequeño afecto, pa-

ra guardar en calor ese sentir del amor de Dios. Esto se permite en

aquellos que no han alcanzado este descanso total en Dios. Para

ellos aún es necesario mantenerse activo y sustentarse por medio

de algún tipo de señal; pero esto ya no debe hacerse en el Día de

Reposo (en el estado de reposo en Dios). A estas alturas, hacerlo

implicaría violar la santidad del sabbath, interrumpiendo el des-

canso de Dios.

Los que estéis llamados a este descanso santo, entrad, y que-

dáos ahí sin miedo. Ten respeto por la majestad de Dios, que desea

ser adorado en perfección dentro de ti por medio del silencio y del

reposo. Recuerda que éste es el sabbath que nos queda por la ley

de la gracia, como dice Pablo en Hebreos 4:9. Una vez que voso-

tros, pueblo de Dios escogido de entre todos, hayáis sido introdu-

cidos en este sabbath, seguid celebrándolo. Ni siquiera la muerte

os separará de este estado, porque el sabbath de Dios es eterno.

Ahora el Señor pide que el pueblo le haga una ofrenda; y les

pide que den con un corazón dispuesto. Estas primeras ofrendas

que Dios demanda son las primeras buenas obras. Este es el co-

mienzo de la vida espiritual la cual, recién nacida para el amor de

Dios, podemos consagrar a Él, pues es un acto que puede salir de

251

nosotros. Todas nuestras acciones deben estar remitidas a Dios, sin

retener cosa alguna para nosotros mismos. Por medio de esta

ofrenda voluntaria de todo lo que está en nuestro poder, Dios san-

tifica y consagra para Sí Mismo todo lo que resta, puesto que le

hemos hecho una donación libre de nuestra voluntad. De tal forma

posee Él absolutamente toda nuestra persona que, de ahora en ade-

lante, trata con nosotros como trata un Rey con Sus súbditos lea-

les.

Este es el camino más corto y seguro (quizás debería decir el

único camino) para adquirir la perfección: abandonar tu corazón al

poder de Dios, para que Él pueda hacer con tu corazón lo que a Él

le agrade. Una persona lo suficientemente generosa como para ha-

cer esto, se libra de sí misma. Y al deshacerse de sí misma, ¡se qui-

ta de encima el mayor enemigo de su perfección! Ahora que está

felizmente puesta en las manos de Dios, ha perdido todo poder so-

bre sí misma.

Pero sólo ha perdido su poder al entregárselo voluntariamen-

te a Dios. No podía un hacer uso mejor de su voluntad que devol-

viéndola y consagrándola a su Dios (que fue quien primeramente

le dio libertad.) Esto no quiere decir que no pueda reclamar su li-

bertad por medio de la infidelidad. Hay muy pocos que hagan de

ello un verdadero regalo. La mayoría se reservan algo para sí.

Pero si este perfecto sacrificio se hiciera de una sólo vez, se-

ríamos perfectos en ese instante mismo; en realidad no puede sub-

sistir imperfección alguna en el lugar donde la voluntad de Dios

reina y actúa sin resistencia.

Estas ofrendas naturales son una imagen de los sacrificios

espirituales que Dios desea de nosotros; y muy felices son aquellos

que ofrecen dichos sacrificios con contentamiento y entendimien-

to.

252

Sólo es necesario ofrecer al Señor estas primicias de nuestra

voluntad y el libre derecho que tenemos sobre nosotros mismos,

para que Él haga en nosotros la obra del tabernáculo. Dios, por

mano de Moisés, en este desierto (y durante el tiempo de descanso

que Su pueblo disfruta allí), instruye a todas las personas espiritua-

les en el camino que han de tomar para tener éxito en la obra de su

madurez cristiana; y quien tenga suficiente entendimiento para po-

der penetrar estas sombras, contemplará con deleite esta senda.

El tabernáculo es el habitáculo de Dios. A partir del momen-

to mismo en que hayamos rendido a Él nuestros derechos, es Él

Mismo quien construye esta morada dentro de nosotros. Sólo ne-

cesitamos apartarnos de lo creado, mediante un apacible, pero fir-

me, control de nuestros pensamientos y corazones. Nos apartamos

de lo creado para así vivir solamente con Dios en el medio de

nuestro espíritu. Sólo tenemos que levantarnos por encima de

nuestra propia flaqueza y zambullirnos en Dios, para encontrar allí

todo lo que necesitamos. Entonces Dios empieza a llevar a cabo

Su obra en nosotros.

¡Él es pródigo en recursos! Hace uso de todo lo que esté a su

alcance con el propósito de construir Su palacio interior. Él hace

que todo ayude a bien a los que le aman y a los que conforme a Su

propósito son llamados (Romanos 8:28). Incluso utiliza las malas

intenciones de todos aquellos que se oponen a nosotros. Estas ma-

las intenciones hacen las veces de martillo, para alisar el exterior

del edificio de Dios por medio del sufrimiento que nos causan.

Mientras tanto Dios Mismo trabaja por dentro y contruye allí Su

tabernáculo.

Para que esto suceda, repito: Debe ofrecerse todo libremente

y con un corazón abierto. La Escritura dice que todos los Israelitas

ofrendaron voluntariamente. Esto muestra que Dios nunca viola

253

nuestra libertad. Cuando trata con nosotros Él usa el amor, de mo-

do que le entreguemos libremente lo que tengamos para ofrecer.

254

255

36

Todo lo bueno tiene su tiempo y período para llevarse a buen

término9. ¿Puede haber algo mejor que ofrecer a Dios que aquello

que uno posee? ¿Por qué dice la Escritura, en el versículo 5, que

los Israelitas ofrecen aquí más de lo necesario? La explicación re-

side en que una vez que hemos ofrecido libremente a Dios nuestra

voluntad, no es necesario volverla a entregar; ¡ya no es nuestra!

Nos veríamos obligados a aceptar la devolución del talento para

volverlo a dar.

No obstante, podrías decir que siempre podemos ofrecer

nuevas virtudes. Es cierto que siempre podemos ofrecer nuevos

frutos —siempre y cuando poseamos el árbol. Mas cuando hemos

renunciado a la raíz, sería ridículo desear aún ofrecer los frutos del

árbol. Obviamente los frutos ahora pertenecen al dueño de la raíz,

y no podemos ofrecerlos de nuevo sin aceptar la devolución de

nuestra concesión de propiedad.

Sin embargo es normal ver a jóvenes creyentes seguir ofre-

ciéndose al Señor. Hay muchas razones para que un joven creyente

haga esto: Quizá el talento no se ofreció en toda su perfección

desde un principio. Quizá el creyente desee renovar su compromi-

so tras haberse retractado de ese compromiso a causa de infideli-

dad. A veces la repetida entrega del talento simplemente es un

rebose de amor que surge de un corazón lleno, que se complace en

confirmar todo lo que el creyente ha hecho por su Dios. Por últi-

mo, Dios Mismo, a quien le apasiona ver este sacrificio de amor

9 Lo bueno al final siempre llega. El tabernáculo será construido.

256

muchas veces renovado, puede haber pedido al creyente esta con-

firmación en la entrega de su talento.

Moisés mandó pregonar por el campamento que no habría

más ofrendas, pues se había reunido lo suficiente para el proyecto

que tenían entre manos. De hecho, aun sobraba.

Moisés, un líder sabio y bien instruido en los caminos de

Dios, prohibe a hombres (símbolo de Cristo) y mujeres (símbolo

de la Iglesia) ofrecer más talentos. La ofrenda del yo que ha sido

hecha es suficiente para dejar a Dios actuar, y para construir Él

Mismo Su santuario, según Su propósito eterno.

Ya se habían excedido en el mandato que Dios había dado.

El amor hacia la propia actividad a menudo nos lleva a entregar-

nos cuando —para ser precisos— no deberíamos hacerlo más. Este

“darse de nuevo” sería eterno si los que están al frente no nos ad-

virtieran en su contra, con paciencia y firmeza; o si Dios (haciendo

uso del derecho adquirido sobre nosotros a través de nuestra

ofrenda voluntaria) no nos incapacitara para hacerlo, debilitando

nuestras habilidades y minando nuestras fuerzas.

257

258

40

Tan pronto como termina la obra del tabernáculo, conforme

al propósito de Dios, Él viene de inmediato a llenarlo con Su pre-

sencia, con signos manifiestos de que Su Majestad reside allí. De

igual forma, tan pronto como nuestro interior ha sido preparado

como Dios quiere, Él llega para morar allí. Viene envuelto en un

manto, de manera que sólo por la fe podamos reconocerle. Aunque

esta nube no es Dios, Él está dentro de la nube.

Cuando este tabernáculo interior, o centro del alma, es lleno

de Dios Mismo, ninguna otra cosa puede entrar —ni siquiera cosas

que parezcan muy, muy santas. Todo lo que es de Dios se desinte-

gra en Dios a medida que Él se acerca, y no puede distinguirse; y

todo lo que no es de Dios se queda fuera.

El santuario interior debe estar completamente vacío para

que la majestad de Dios pueda llegar a morar dentro de ti. Que

Dios así te halle en ese Día.

FIN

259