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Diplomado de Biblia Apocalipsis-Trabajo final Prof. José Ramón Alcántara Samuel Lagunas Cerda 26 de mayo de 2014 Antes del fin. Perspectivas sobre el milenio y una relectura contemporánea ¿Cómo, sin extraviarse, pueden regresar las voces a su centro, a la alegría ilimitada? Andrés Sánchez Robayna, poeta español. Son muchos y variadísimos los discursos que hoy circulan sobre el apocalipsis. José María Mardones advertía ya en la década de los 80 que una vertiente peligrosa de la religiosidad posmoderna sería “motivada y elaborada por la contestación antimoderna basada fundamentalmente en la cercanía apocalíptica de la catástrofe” (129). Es cuestionable la frase, a veces pienso que el sentimiento apocalíptico puede ser visto como una forma más de la autorrepresentación del hombre como ser finito, eso que Heidegger definió llanamente el “ser-para-la-muerte”. Bajo esta lógica, determinados acontecimientos históricos, críticos, harían que esa conciencia de caducidad se expandiera a nivel cósmico; y no sólo los hechos sino el manejo de ellos en los medios masivos de comunicación. Así, en vísperas del 21 de diciembre de 2012 aparecieron múltiples programas en televisión que nos mostraban a personas “preparadas para la catástrofe”. Pero eso es sólo la superficie. El asentamiento y expansión del neoliberalismo, y sus omnímodas consecuencias, ha provocado en el ambiente una atmósfera de caos. Ramonet, uno de los 1

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Texto sobre el milenio (Ap. 20)

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Antes del fin. Perspectivas sobre el milenio y una relectura contemporánea

¿Cómo,sin extraviarse, pueden regresar

las voces a su centro, a la alegríailimitada?

Andrés Sánchez Robayna, poeta español.

Son muchos y variadísimos los discursos que hoy circulan sobre el apocalipsis. José María Mardones

advertía ya en la década de los 80 que una vertiente peligrosa de la religiosidad posmoderna sería

“motivada y elaborada por la contestación antimoderna basada fundamentalmente en la cercanía

apocalíptica de la catástrofe” (129). Es cuestionable la frase, a veces pienso que el sentimiento

apocalíptico puede ser visto como una forma más de la autorrepresentación del hombre como ser finito,

eso que Heidegger definió llanamente el “ser-para-la-muerte”. Bajo esta lógica, determinados

acontecimientos históricos, críticos, harían que esa conciencia de caducidad se expandiera a nivel

cósmico; y no sólo los hechos sino el manejo de ellos en los medios masivos de comunicación. Así, en

vísperas del 21 de diciembre de 2012 aparecieron múltiples programas en televisión que nos mostraban

a personas “preparadas para la catástrofe”. Pero eso es sólo la superficie. El asentamiento y expansión

del neoliberalismo, y sus omnímodas consecuencias, ha provocado en el ambiente una atmósfera de

caos. Ramonet, uno de los críticos más agudos de la política actual, emplea también la palabra catástrofe

para referirse al control que ejerce el sistema económico sobre los demás órdenes de la vida. En nuestro

país la “violencia mexicana posmoderna”, como la bautizó Roberto Saviano, agudiza la preocupación y

precipita un ansia de cambio. Aunque toda la historia puede ser vista como una sucesión de crisis, el

padecimiento que se tiene de la misma se agudiza por temporadas. En las iglesias no faltan motivos para

anunciar desde los estrados los últimos tiempos, la inminencia del fin. La sensibilidad es tan extrema y

absurda que solamente un eclipse lunar conjuntado con un temblor y una granizada poco común puede

despertar sectas y predicadores con mensajes apocalípticos que pervierten la enseñanza central del

Apocalipsis y del evangelio. En las siguientes páginas me enfocaré en el capítulo 20 del libro,

comentaré las diversas escuelas que han surgido a partir de esos versículos y, por último, expondré una

relectura muy personal sobre el texto.

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El milenio o la autoridad de las preposiciones.

El capítulo 19 del Apocalipsis nos sitúa en una escena semejante a la descrita en el capítulo 5. No puede

ser idéntica porque ni el autor ni nosotros como lectores somos ya los mismos. Los sellos han sido rotos

por el Cordero y hemos presenciado las siete trompetas y las siete copas. Pero los paralelismos entre

ambos pasajes no pueden ser ignorados: el elemento que los une es la alabanza de la muchedumbre

(5,13; 19,1-2), del coro celestial (5,11-12; 19,3), y de los veinticuatro ancianos y los cuatro seres

vivientes (5,9; 19,4). En el capítulo 19 se añade un personaje más que es presentado en el versículo 10

como un servidor. Este ser importa mucho pues su discurso antecede las últimas visiones que

presenciaremos en el libro. En el capítulo 5 los himnos de alabanza se elevan porque se ha encontrado al

único digno de abrir los sellos: el Cordero; sin embargo, en el capítulo 19 la alabanza se da porque

Babilonia ha caído, se ha derrumbado por completo. Como bien señala Foulkes “estamos ante la víspera

del desenlace final: la aparición del Jinete y la instauración del gobierno justo en el mundo” (193).

Entonces los coros que escuchamos funcionan como intermedio entre dos actos. La escenografía de la

catástrofe es hecha a un lado y se monta un nuevo escenario que será sede del Jinete que no es otro que

el Logos, el Cordero. Es importante notar también que los cantos de alabanza funcionan también como

contrapeso a las endechas entonadas por los marineros y los mercaderes en el capítulo 18: aquellos que

participaban en las injusticias de Babilonia no pueden sino lamentarse, en cambio, los que habían sido

perseguidos por el Imperio alaban al Señor porque ha impuesto su justicia. El mecanismo de inversión

presente en todo el libro se acentúa en estos dos capítulos.

El Jinete, que es indudablemente Cristo, derrota a la bestia, al anticristo y con su Palabra acaba

con los reyes de la tierra. Este hecho ha sido tradicionalmente interpretado como la segunda venida de

Cristo. También se hace hincapié en que las armas del Cordero no son armas humanas sino que él ha

vencido con su sangre. Sobre este la interpretación del “manto empapado de sangre” que aparece en el

versículo 13 es discutida. Para Ladd es claro que “se refiere a las vestiduras ensangrentadas por el

conflicto y la batalla y no a la propia sangre de Cristo sobre la cruz” (225). Pikaza, en cambio, se inclina

a pensar que se trata de “la sangre de Jesús que limpia a sus creyentes y sangre de los mismos creyentes”

(226). Foulkes disiente de ambos y concluye que en la escena “la sangre del Señor ha enblanquecido la

ropa de los creyentes y la sangre de ellos ha teñido de rojo la túnica de él” (200). Mi lectura me lleva a

estar de acuerdo con Foulkes en que la sangre de Cristo ha purificado las vestiduras de su pueblo pero es

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su misma sangre la que ha teñido su manto, sólo su sangre basta para limpiarnos y para vencer a quienes

se le oponen. Después de esta victoria comienzan los mil años y, sin duda alguna, el capítulo 20 es uno

de los pasajes que más polémica ha desatado en la historia de la interpretación bíblica.

Para quienes hacen una lectura cronológica del Apocalipsis, el milenio precede al nuevo orden,

que no al fin. El libro no habla de un fin absoluto sino de una “desaparición de todo lo viejo” (21,4) y

una hechura nueva de todas las cosas: “Nada quedaba del primer cielo ni de la primera tierra; nada del

antiguo mar” (21,2). Sin embargo, hemos visto que los acontecimientos del Apocalipsis no son referidos

secuencialmente de principio a fin sino que desde los primeros versículos del libro somos situados en

una temporalidad diferente, en un no-tiempo. Foulkes se hace la pregunta de la siguiente manera: “¿Ha

de entenderse la ruina de Babilonia como un proceso, o como una catástrofe del pasado, o del futuro?” y

se responde: “Ya que Juan correlaciona tan claramente la caída de Babilonia y el descenso de la otra

ciudad, Jerusalén, tras la victoria del Jinete, podemos concluir que la destrucción del comercio

imperialista y la segunda venida de Cristo serán hechos futuros”. Aunque Foulkes, siguiendo la línea del

pensamiento liberacionista, matiza esta expresión con la siguiente frase: “Al mismo tiempo, parte de la

tarea sacerdotal del creyente es luchar ahora mismo por relaciones económicas más justas” (194). Y es

que aquí, cuando hablamos del milenio, el problema está en las preposiciones.

John P. Newport señala que hay al menos 7 métodos para interpretar el Apocalipsis. A

continuación los menciono brevemente.

1) El criterio preterista: para autores como I. T. Beckwith el libro cumplió su propósito al

fortalecer y animar a la iglesia del primer siglo durante la persecución.

2) Criterio de continuidad histórica: el libro es una presentación simbólica del curso total de la

historia de la iglesia Occidental, desde el final del siglo I hasta el fin de los tiempos. Tiende a identificar

personajes históricos o eventos específicos que encajen con lo descrito en el texto. Este método, que se

compagina en la mayoría de las ocasiones con otros, ha llegado a conclusiones muy cuestionables como

aquella de Wim Malgo que señala que la “fisión nuclear ha desatado terribles poderes demoníacos” y

que incluso “los átomos son las prisiones de los espíritus rebeldes” (63). No podemos descartar que es

muy tentador apostar por tal o cual fulanito o tal o cual institución. Juan Stam no ha titubeado en

empatar las instalaciones del Fondo Monetario Internacional con las vestiduras de la gran ramera.

3) El criterio de principios espirituales: Apocalipsis no predice ningún evento histórico específico

sino que establece verdades intemporales en la relación entre el bien y el mal.

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Estos tres criterios no son rescatados por autores como Foulkes o Ladd pues generalmente se

utilizan como métodos auxiliares en uno de los cuatro métodos restantes. Ninguno de los que sigue a

continuación se superpone, antes bien, uno descalifica al otro; y cada uno de ellos nace a partir de cómo

interpretan Apocalipsis 20 en sus cuatro hechos principales: la atadura de la bestia, la primera

resurrección, el desatamiento de Satanás y el juicio ante el gran trono blanco.

4) El criterio amilenial: No se espera un reino milenial de Cristo. Este capítulo se ve como una

recapitulación y los mil años “simplemente describen la salvación que en otras partes del libro se

presenta con otras figuras” (Foulkes, 211). Para autores como William Hendricksen, Apocalipsis 20,1

nos lleva de regreso a la época del Nuevo Testamento y el acontecimiento de la atadura del dragón

(20,2-3) es identificado con la victoria lograda por Jesús en su ministerio terrenal. En cuanto a la

primera resurrección, los amilenialistas la interpretan de dos maneras: la resurrección para vida eterna

obtenida cuando alguien se convierte; y la resurrección como reinado de los mártires con Cristo en el

cielo.

5) El criterio posmilenial: Afirma que Cristo vendrá después del milenio, una vez que el reino de

Dios haya sido establecido en la iglesia por la historia humana. Es un criterio rebosante de optimismo

que confía en que los principios cristianos lograrán triunfar en la historia humana sin la gerencia

absoluta de Cristo sino por medio de la obre de la iglesia.

6) El criterio premilenialista dispensacional: Ve el reino milenial primordialmente en términos de

las promesas teocráticas que Dios hizo a Israel. Habrá un milenio pero concerniente sobre todo a los

judíos. La creencia en el arrebatamiento es parte de su doctrina pero no es exclusiva de ellos.

7) El criterio premilenialista del pacto: Es más dinámico que los otros pues considera los

significados que tuvo el texto para los cristianos del primer siglo así como las implicaciones que tiene

para cada generación y respeta el carácter profético de algunos hechos que apuntan al futuro. Considera

que es necesario que Jesús retorne visiblemente a la tierra y la mayoría de los autores interpretan la

primera resurrección en sentido literal Este criterio lo utiliza tanto Ricardo Foulkes como John P.

Newport para sus respectivos comentarios. Para Foulkes, por ejemplo, el capítulo 20, el milenio, tiene

que ser la secuela necesaria de la segunda venida.

Xavier Pikaza, en su comentario, intenta simplificar estas discusiones dividiendo la polémica en dos

facciones: el carácter intramundano del milenio y su interpretación espiritualista. Para él “una visión

sólo intrahistórica parece oponerse a la condición martirial de la iglesia” mientras que “una visión

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espiritualista destruye la recia nervadura social e histórica del texto convirtiendo su palabra en alegoría

intimista, separada de la vida” (231). Su argumentación me parece más adecuada en muchos aspectos y

es la que retomaré principalmente para mi exposición.

El milenio hoy: reconociendo nuestra incapacidad.

Vi además a un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. 2 Sujetó al dragón, a aquella serpiente antigua que es el diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años. 3 Lo arrojó al abismo, lo encerró y tapó la salida para que no engañara más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años. Después habrá de ser soltado por algún tiempo. 4 Entonces vi tronos donde se sentaron los que recibieron autoridad para juzgar. Vi también las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. No habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente ni en la mano. Volvieron a vivir y reinaron con Cristo mil años. 5 Ésta es la primera resurrección; los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. 6 Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.7 Cuando se cumplan los mil años, Satanás será liberado de su prisión, 8 y saldrá para engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra —a Gog y a Magog—, a fin de reunirlas para la batalla. Su número será como el de las arenas del mar. 9 Marcharán a lo largo y a lo ancho de la tierra, y rodearán el campamento del pueblo de Dios, la ciudad que él ama. Pero caerá fuego del cielo y los consumirá por completo.  10 El diablo, que los había engañado, será arrojado al lago de fuego y azufre, donde también habrán sido arrojados la bestia y el falso profeta. Allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

11 Luego vi un gran trono blanco y a alguien que estaba sentado en él. De su presencia huyeron la tierra y el cielo, sin dejar rastro alguno. 12 Vi también a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono. Se abrieron unos libros, y luego otro, que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados según lo que habían hecho, conforme a lo que estaba escrito en los libros. 13 El mar devolvió sus muertos; la muerte y el infiern devolvieron los suyos; y cada uno fue juzgado según lo que había hecho. 14 La muerte y el infierno fueron arrojados al lago de fuego. Este lago de fuego es la muerte segunda. 15 Aquel cuyo nombre no estaba escrito en el libro de la vida era arrojado al lago de fuego.

i. El reinado de Cristo (20,1-6)

Una vez que la bestia y el anticristo han sido arrojados a la muerte y sus seguidores comidos por las

aves, sólo queda un enemigo en la jerarquía: el dragón que es Satanás. Foulkes llega a concluir que la

jerarquía demoníaca que el texto ha construido tiene su paralelo celestial. Así “Dios no pelea

directamente con el monstruo, porque ésa es tarea exclusiva del Mesías, tampoco pelea el dragón con el

Mesías, porque ha escogido al monstruo para ser su representante en la esfera mundana” (204). De modo

complementario este autor distingue dos niveles: el celestial donde combaten Dios y el dragón, y el

terrestre donde quienes protagonizan la batalla es el Mesías y la bestia. Foulkes no lo dice, pero

siguiendo su argumentación podemos concluir que los acontecimientos narrados en los capítulos 19 y 20

no componen necesariamente una secuencia cronológica ni un orden causal forzoso. Para Pikaza el

milenio representa que “la obra de Cristo, en su más hondo sentido, es fuente de reino en este mundo”

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(229). Y eso el autor lo encuentra como un rasgo muy judío renovado desde una óptica cristiana: un

reino ya no contra nadie sino a favor de los demás. La esperanza mesiánica, que él denomina escatología

histórica, tiene su cumplimiento aquí en la tierra con la victoria de Cristo. Es también un evento que se

hace presente “donde triunfa la experiencia de la entrega creadora de Jesús”, es “un tiempo de hondura y

plenitud dentro de esas mismas pruebas” (232). Si Foulkes lo ve como una certeza futura, Pikaza lo ve

como una posibilidad ahora, un desafío al creyente; de ahí que su interpretación sea análoga al

amilenialismo: la victoria de Cristo en la cruz hace posible la existencia plena del creyente y de la

comunidad de fe (el milenio) aún en medio de las más perversas tribulaciones. No hay segunda venida,

según Pikaza, ni resurrección primera en sentido literal. En cuanto a la visión de Foulkes me parece

cuestionable el hecho de que la obra redentora de Jesús nunca sea completa; su proyecto de vida, su

entrega hasta la muerte y su resurrección no fueron suficientes; bueno, pues ni siquiera su vuelta en un

caballo blanco logra instaurar un reino definitivo pues el dragón vuelve a ser desatado y es sólo Dios él

único capaz de implantar una victoria absoluta sobre la maldad. Foulkes apunta también, siguiendo la

teología norteamericana de mediados del siglo XX, que la soberanía de Dios sobre la iglesia es presente

y que se hará totalmente visible para el mundo sólo en el futuro, aunque una vez más el mal tendrá

reservas de vitalidad que únicamente Dios podrá extinguir. Incluso para Pikaza, la felicidad lograda por

la victoria de Jesús es incompleta, temporal; es, y aquí está la clave, histórica. Sólo tras la historia, fuera

de ella se encuentra la felicidad eterna.

En mi opinión, es necesario que Cristo vuelva, de ahí que me aleje radicalmente del optimismo

empedernido de la escuela posmilenial que supone que la obra de la iglesia logrará instaurar los valores

cristianos en el mundo. La experiencia, y actualmente la teología y la hermenéutica se valen tanto de

ella, de ahí que yo me atreva a usar la mía; me dicta lo contrario. Asimismo me niego a creer que los

actos de justicia tales como la bondad de una mujer que devuelve el dinero extra, o el hombre que logra

atrapar a un bebé que se cae de una ventana, sean señales plenas del reino. Son señales, sí. Pero si se

comparan con la fuerza de las señales de maldad que pululan en el mundo, por ejemplo los actos de

tortura infringidos al kiki Camarena o las atrocidades cometidas con las mujeres en Yugoslavia, la

lógica, la experiencia, hace que dentro de la historia la balanza se incline hacia Satanás. Esto es

empirismo, lo admito y sé que el mundo hay que verlo con los ojos de la fe. Pero son esos mismos ojos

de fe los que me llevan a la necesidad absoluta de Jesucristo, a orar por su manifestación plena. Como

iglesia hemos fracasado, hemos sido infieles. Dios permanece fiel, el amor de Cristo permanece fiel.

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Sólo una intervención directa de Cristo compondrá la historia, la llevarán a su fin. De él y para él es

todo. La única sangre necesaria es la de él y la de nosotros en nada mejora o completa sus acciones.

ii. El triunfo de Dios (20, 7-10)

Cuando el mal prepara su último ataque en contra de los justos, Dios, con bolas de fuego, consume las

tropas de Satanás y finalmente lo arroja a él al lago de fuego, anula su existencia; aunque hay quienes

afirmen que se trate de un confinamiento en una horrible existencia infinita. Pikaza recalca aquí que no

hay victoria humana. Todo el trabajo es de Cristo y de Dios. Tampoco hay muerte humana sino muerte

de la muerte. Para el teólogo, aquí ha confluido tanto la visión judía de la esperanza mesiánica con la

idea cristiana del reino de Dios extrahistórico. Si hay una enseñanza clara es que la historia empieza en

Dios y termina en él. Sólo al final de lo que los físicos llaman el proceso cosmogénico, valdrá el

calificativo “bueno” para hablar del mundo. Entretanto, la misión del creyente es ética y evangelizadora.

Sólo Cristo puede derrotar a la bestia, sólo Dios puede derrotar al dragón. Al final, Cristo y su Padre son

uno y, aunque el Apocalipsis no maneja una clara visión trinitaria, en el círculo joánico podemos ver que

es el Espíritu el que lleva al creyente a confesar a Jesús como Cristo y a cumplir sus mandamientos (1Jn.

2,27; 3,24). Es el motor de la historia de la iglesia. En la trinidad está el principio y el fin de los tiempos,

en la trinidad está lo que hay antes y después del tiempo.

iii. El juicio

Al final, el juicio. Para Foulkes, “la primera resurrección ha separado ya de la masa de la humanidad a

los creyentes, y todos los hombres y mujeres que quedan para ser juzgados son incrédulos” (217). Para

Pikaza, esta resurrección es la única literal y forma parte del centro de la fe israelita. En este caso, la

novedad cristiana está en el libro que tiene la última palabra. No son los libros donde están escritas las

obras sino el libro de la vida. Hay en el Antiguo Testamento la mención de varios libros donde se

registran los hechos de los hombres y las mujeres (Sal. 56,9; Dn. 7,10; Is. 65,6; Ex. 32,32-33). Pero en el

Apocalipsis “se separan y unifican los libros de examen y el único Libro de la Vida, que se identifica

con la entrega y amor salvador de Jesús” (237). Resulta innecesario debatir, como lo hacen algunos

premilenialistas, si el hecho de que se mencione sólo un libro de la vida y varios libros de hechos tenga

que ver con los pocos que serán salvos en comparación a la humanidad entera. Lo que importa es que

sólo Cristo da la salvación eterna; solamente a través de la fe en él y no de ningún sacrificio personal en

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que nuestro nombre se registra en el Libro de la Vida. Quien es arrojado al lago de fuego es aquel que

voluntariamente ha rechazado el plan redentor y salvífico de Jesús.

En cuanto al “lago de fuego” son muchas y muy variadas las interpretaciones que se han dado.

En la actualidad, teólogos como Hans Kung, en su libro ¿Vida eterna?, llegan a cuestionar la literalidad

de un lugar así. Para él, como católico, “Dios es nuestro purgatorio”, de ahí que todos los individuos

sean limpiados cuando se enfrentan a él, cuando entran a su dimensión. No hay un infierno eterno,

reconoce Kung. Sin embargo, el texto habla de un poner aparte a aquellos cuyo nombre no aparece en el

Libro, los destina a la muerte segunda, aunque ciertamente nunca dice, al menos en este pasaje, que sea

una condición eterna. La mayor justificación para la increencia en el infierno, en el caso de Kung, está

precisamente en la experiencia. Sufrir las consecuencias de tus propios actos aquí y ahora es el castigo.

Teilhard de Chardin, con su característico lenguaje, considera al infierno como parte del pleroma pero

reconoce su incapacidad para comprenderlo. Ésa es una posición más honesta, más sabia.

Final

La teología hace cada vez más difícil hablar sobre el futuro. Los ecoteólgos hacen hincapié en que nos

movemos en Dios y en la cosmicidad de Cristo. Los teólogos ecuménicos se aferran a una salvación

universal: la apocatástasis. El neofundamentalismo continúa la predicación de la condenación eterna con

métodos y discursos que cada vez son menos oídos y menos tomados en serio. Para el Apocalipsis

pareciera ser clara la respuesta ante los dolores presentes y las interrogantes futuras. Cristo, el Cordero

degollado. ¿Cómo, cuándo, dónde? No nos toca saber esas respuestas. En el Apocalipsis la confianza

absoluta en Jesús se vuelve una certeza que acompaña día a día al creyente y lo lleva a admitir que un

final es necesario, donde todo lo viejo termine y lo nuevo comience para nunca más llegar a su fin. Eso

también está en Cristo, y no precisamente en su cruz sino en su regreso: en la plenitud de su presencia.

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Bibliografía general:

Foulkes, Ricardo. El Apocalipsis de San Juan. Una lectura desde América Latina. Buenos Aires:

Nueva Creación, 1989.

Gregg, Steve (ed). Revelation. Four views. A parallel comentary. Nashville: Thomas Nelson

Publishers, 1997.

Ladd, George E. El Apocalipsis de Juan: un comentario. Caribe.

Mardones, José María. Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento. Santander: Sal

Terrae, 1988.

Malgo, Wim. Apocalipsis de Jesucristo. Una exposición para nuestra época. Montevideo: Obra

misionera “Llamada de media noche”.

Newport, John P. [1986]. El león y el cordero. Un comentario sobre el Apocalipsis para el día

de hoy. trad. de Rubén O. Zorzoli. El Paso, Tx: Casa Bautista de Publicaciones, 1989.

Pikaza Ibarrondo, Xavier. Apocalipsis. Navarra: Verbo Divino, 1999.

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