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Trágico destino de la condesa Alice La Saige Nota I Hacia el suroeste de Resistencia, poco antes de llegar a María Sara, sobre la traza de la vieja ruta 11, el bosque raleado sobre a la vista el panorama de una pradera apacible, interrumpida en trechos por lagunas, palmares y algarrobos de melancólica belleza. En esa comarca hay un paraje que los pobladores lugareños llaman La Condesa. Hasta hace algunos lustros podían verse allí los restos de una vetusta edificación de madera invadida por la maleza y las enredaderas silvestres. Los añosos árboles alineados en torno, semejaban un parque desolado. Una doble fila de paraísos indicaba, a manera de alameda, el camino de entrada a la finca. De todo ello queda hoy, sólo una cruz de troncos y un bastidor de tablas rústicas que señalan una sepultura solitaria. Es el testimonio póstumo de los sucesos que hicieron legendario el lugar; de una rara historia que comenzó en un señorial castillo francés, a pocos kilómetros de París, y epilogó años después junto al arroyo Salado, en la precaria casona del paraje La Palometa, según se llamaba entonces. La tradición evoca una mujer exótica, dueña de campos extensos y de un establecimiento ganadero importante para su tiempo, que al cabo de diez años de residencia desapareció trágicamente, un verano de 1899. Fue una figura fugaz pero que dejó con su recuerdo el prestigio de las vidas excepcionales. Comentarios y versiones caprichosas desvirtuaron la imagen real, convirtiéndola en una heroína digna de Dumas o Balzac; una excéntrica misteriosa, fugada del bullicio de las ciudades para refugiarse en la soledad de estos campos, a vivir la nostalgia de un idilio truncado por la ingratitud o la incomprensión. Se habló incluso que en la casona de La Palometa se ocultaba la El señorial castillo de Cheronne, a veinte kilómetros de París, donde transcurrieron la infancia, la juventud y la madurez de Alicia. (Colección de Manuel Meza)

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Nota I

Hacia el suroeste de Resistencia, poco antes de llegar a María Sara,sobre la traza de la vieja ruta 11, el bosque raleado sobre a la vista elpanorama de una pradera apacible, interrumpida en trechos por lagunas,palmares y algarrobos de melancólica belleza. En esa comarca hay un parajeque los pobladores lugareños llaman La Condesa. Hasta hace algunoslustros podían verse allí los restos de una vetusta edificación de maderainvadida por la maleza y las enredaderas silvestres. Los añosos árbolesalineados en torno, semejaban un parque desolado. Una doble fila deparaísos indicaba, a manera de alameda, el camino de entrada a la finca. Detodo ello queda hoy, sólo una cruz de troncos y un bastidor de tablasrústicas que señalan una sepultura solitaria. Es el testimonio póstumo de lossucesos que hicieron legendario el lugar; de una rara historia que comenzóen un señorial castillo francés, a pocos kilómetros de París, y epilogó añosdespués junto al arroyo Salado, en la precaria casona del paraje LaPalometa, según se llamaba entonces.

La tradición evoca una mujer exótica, dueña de campos extensos y de unestablecimiento ganadero importante para su tiempo, que al cabo de diez años deresidencia desapareció trágicamente, un verano de 1899. Fue una figura fugazpero que dejó con su recuerdo el prestigio de las vidas excepcionales.

Comentarios y versiones caprichosas desvirtuaron la imagen real,convirtiéndola en una heroína digna de Dumas o Balzac; una excéntricamisteriosa, fugada del bullicio de las ciudades para refugiarse en la soledad deestos campos, a vivir la nostalgia de un idilio truncado por la ingratitud o laincomprensión. Se habló incluso que en la casona de La Palometa se ocultaba la

El señorial castillo de Cheronne, a veinte kilómetros de París, donde transcurrieronla infancia, la juventud y la madurez de Alicia.

(Colección de Manuel Meza)

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presencia de un niño, hijo del amor, secuestrado luego por los indios y criado en elambiente del grupo aborigen.

Pero sí descorremos el velo de la ficción, encontramos que la figuraauténtica de Alice Le Saige de la Villesbrume, mujer de voluntad y pasiones pococomunes, protagoniza una existencia quizá más novelesca y apasionante que lafantasía.

En el castillo de los Chavagnac.El 7 de noviembre de 1840 nació en París la niña Alicia Francisca María

de Chavagnac, de noble estirpe. Sus antepasados eran oriundos de Bretaña,donde habían poseído un gran feudo, perdido con la revolución de 1789. Elapellido Chavagnac figura en el séquito de María Antonieta, entre las damas decompañía de la reina. Por lo demás, la orgullosa prosapia se contó en el círculoselecto que apoyó la restauración, y que consideraba advenedizos los títulos denobleza conferidos por el emperador Napoleón.

Los bienes patrimoniales de la familia consistían en una finca en París,sobre la Rue de la Prefectura al 36 y el arcaico castillo medioeval de Cheronne,unos 30 km. al oeste de la ciudad capital. En esta segunda residencia transcurrióla infancia y la juventud de Alicia. Su educación a cargo de preceptores privados,comprendió las materias propias de la normativa clásica: latín, música, retórica ymatemáticas.

A los 23 años de edad, la joven noble contrajo enlace con Raúl CarlosMaría Le Saige, vizconde de Villesbrume, de la orden militar de San Luis, nacidoen Vilaine, distrito de Rennes. La ceremonia nupcial tuvo lugar en la mismamansión de Cheronne, el 23 de noviembre de 1863, un día lunes. Allí quedó a vivirla pareja. Alicia adoptó el apellido Le Saige de conformidad con la ley francesa. Suesposo, dos años mayor, era de temperamento retraído, pusilánime, imbuido de ladecadencia de su alcurnia venida a menos; en contraste con el ánimo vivaz yemprendedor de la cónyuge.

Cuatro años después las nupcias, nacía Juana María Josefa de Le Saige.Transcurren siete años y, como un símbolo de nuevos tiempos, el alcalde delRegistro Civil de Saint Maló, con el sello de "Republique Francais" inscribe elnacimiento del segundo hijo, Rolando Raúl María, en abril de 1874. Al cabo deotros cuatro años, en mayo de 1878, aparece el tercer vástago, Javier FranciscoMaría.

Divorcio a la francesa.1870. La derrota de las tropas francesas en Sedan marcó el final del

segundo imperio. La tercera república debió ceder a Alemania las provincias deAlsacia y Lorena. Los privilegios nobiliarios fueron derogados definitivamente. Elvizconde Le Saige debió abandonar la carrera diplomática. En el acta denacimiento de Javier Francisco, figura "sin profesión conocida"

Quizá el fuerte espíritu de iniciativa de Alicia salvó la situación, al dedicarel feudo de Cheronne a la agricultura con campesinos medieros y a la floriculturapara abastecer el importante mercado de París. Aparece entonces la figuraenigmática de Magni, jardinero, que al cabo de un tiempo obtuvo de Alicia laextrema intimidad.

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Pero Raúl Carlos María Le Saige no quiso repudiar a su cónyuge. Seconvino pues, una separación amistosa, sin escándalo ni litigio judicial. Alicia seausentaría de Francia con los dos hijos varones, munida de la escasa porción defortuna de que podía disponer la aristocrática familia en bancarrota; en tanto elesposo quedaría en Cheronne, a cargo de Juana María Josefa.

Transcurría el año 1888. Alicia está próxima para cumplir los 48 años;edad en que se comienza a preparar la seguridad para el descanso y el sosiegoque demanda la madurez próxima a la senectud.

Empero, la mujer resuelta, porfiada ante el destino, gestiona de laembajada argentina en París cuatro pasajes de inmigración para el raro grupo queasí se embarca a la aventura extraordinaria: Alicia, sus hijos Rolando y Javier y eldaimón Magni, el dado tentador de las apuestas temerarias a lo incierto, y que enadelante figurará como integrante de la familia, el tío de los muchachos.

El equipaje insólito.En Buenos Aires, la oficina de Tierras y Colonias otorga a Alicia Le Saige

una razonable concesión en arriendo de veinte mil hectáreas dentro de las 32leguas que comprendía el llamado Campo Arocena, a 40 kilómetros deResistencia.

En julio de 1888, el vapor de cabotaje que atendía el servicio de BuenosAires a Asunción, recala en el precario puerto Barranqueras, donde desembarca laexótica tripulación. El equipaje que descargan los estibadores no es propiamenteusual ni vulgar: cuatro baúles con ropas y enseres, un piano de cola y unaimponente imagen de Santa Ana, de regular tamaño, realizada con hierro fundido.

Dos carros trasladan a los pasajeros y sus bártulos hasta Resistencia,donde el grupo se alberga en un hospedaje frente a la plaza central. La cortesíafrancesa impone a la recién llegada la obligación protocolar de saludar a laautoridad local. Para esto no tiene más que cruzar la plaza. Al día siguiente pues,se presenta al gobernador Antonio Dónovan con sus dos hijos de 14 y 10 años,con el pariente Magní y con las mejores galas del atuendo parisino. Alicia teníaalgún dominio del idioma castellano, aprendido en la lejana adolescencia.

Modesta fonda frente a la plaza central de Resistencia, pocos años después de haber hospedadoa la extraña forastera.

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La sorpresa de Dónovan debió ser descomunal al enterarse que el destinoasignado a tanta delicadeza era tan luego el Campo Arocena, pasando elSaladillo, ¡en La Palometa!. Su primer intento fue disuadir de la aventura a lavisitante, representándole los riesgos de la distancia, el desamparo, lo inhóspitodel lugar, las tribus aborígenes díscolas. Pero el gobernador no podía imaginar lareserva de energía que se ocultaba tras la galantería de la graciosa persona, queinsistió en acatar la decisión de la oficina de Tierras. Por fin Dónovan optó por loque seguramente ella esperaba: se ofreció como protector para gestionarrecursos, elementos y ayudantes.

Días después Magni emprendió la primera visita al lugar. Lo acompañabael criollo Simón Gómez, futuro capataz, y un equipo de peones y carpinterosprácticos en construcción. Con la celeridad ajustada a las recomendacionesperentorias de Dónovan, se levantó una casa de dos plantas, armada con tablonesde quebracho y algarrobo; un mirador de ocho metros de alto y cobertizos paraalbergue del personal. Todo el espacio fue rodeado de una fuerte empalizadadefensiva.

En septiembre, Alicia pudo mudarse encabezando una curiosa caravanade tres carros cargados con los baúles, el piano, la imagen, provisiones eimplementos de trabajo, más una escolta de 25 soldados al mando de un teniente.

La estatua de Santa Ana fue emplazada en el patio, sobre un raigón deTimbó y dio nombre a la estancia.

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Nota IIAños prósperos en la estancia Santa AnaAlicia encontró en el Chaco varios compatriotas, muchos de condición

semejante a la suya, si bien la colonización francesa estaba concentradapreferentemente en Colonia Benítez y Margarita Belén, lejos de Campo Arocena.Esto nos impone una disgresión de interés respecto a las primeras corrientesinmigratorias que poblaron el Chaco.

La colonización gálica de fines del siglo pasado, difiere de las otras, másque por sus características raciales o culturales, por la especial condición social desus componentes. A diferencia, por ejemplo, de los colonos italianos y españoles,de típica extracción popular - en su gran mayoría campesinos o aldeanos aquienes la pobreza incitaba a la búsqueda de suerte mejor -, los franceses eran engeneral emigrados políticos, aristócratas arruinados, colaboradores de lamonarquía legitimista o del Segundo Imperio, ahuyentados de su patria, unos porla instauración de la Tercera República, otros por la inseguridad que deparabanlos tumultos y cambios previos a la "belle époque".

Carecían pues, del entusiasmo deslumbrado por l'América. No podía serigual, ni parecida, la euforia del modesto mediero, eterno arrendatario de mediahectárea en España o en Italia, que de pronto pasaba a ser propietario de 100hectáreas, en comparación con el arrogante gentilhombre precisado a perder suspropiedades o sus prerrogativas para sumergirse en un mundo rústico, frente alcual, la primera tarea consistía nada menos que vencer a una naturalezaexuberante. Estas consideraciones explican, al menos en un aspecto, que aquellainmigración gálica, tan considerable como la italiana y la española, no consiguiólos mismos éxitos de éstas.

El delicado refugio.También para Alicia Francisca María de Le Saige, descendiente de los

condes de Chavagnac, no resultaba fácil cambiar el castillo y el breve feudo deCheronne por las incomodidades de Campo Arocena, así se tratara de 20 milhectáreas. Pero ya dijimos del nervio, de la voluntad que atesoraba la gran mujer.El único retrato de ella, muestra un rostro agradable - una atractiva belleza de 50años - , de rasgos bien definidos en su pura feminidad, pero sin el menor atisbo decoquetería, de querer gustar. Muy al contrario, tras la serenidad imperturbable dela mirada, de la comisura de los labios - normales en una boca más bien grande -,se advierte una seriedad sin alarde, exenta de orgullo vano y también de afectadahumildad.

Al radicarse junto al Salado, Alicia acopió una tropilla de redomones y 300vacunos. Pero se esmeró especialmente en convertir la tosca vivienda en unrincón adecuado a sus gustos. Del equipaje salieron piezas excelentes detapicería para decorar las ventanas y alfombrar los pisos. La habitación de entradafue engalanada como sala de recibo. Allí se ubicaron el piano, los cuadros defamilia y estatuilla de Venus y Atenea. Ella usaba salto de cama al levantarse yvestía habitualmente botines de charol, pollera de espumilla y blusas de seda;para cabalgar, pantalones de terciopelo azul que le permitían montar una cómodasilla inglesa, distinta por cierto del impráctico apero versallesco.

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En el patio instalóse el parque de paraísos y un jardín de cuyos canteros,trasplantes y renuevos se ocupaba Magni. Además, una condesa ha de tenerperros de raza. Fue adquirido Brujo, cruza de danés y dogo, del que se obtuvieroncrías, entre las que se seleccionó un cachorro notable: Trueno. Uno y otro fueronacostumbrados a dormir junto a la puerta de entrada como centinelas.

Periódicamente Alicia, acompañada de Rolando y Javier, y del capatazGómez, todos a caballo, inspeccionaban el gran predio, o paraban rodeo con lospeones. En torno a la cabalgata, hacía barullo la jauría acaudillada por Brujo yTrueno. A veces solían visitar propietarios vecinos, como lo Bertirotti y los Imfeld.Estos últimos, franceses alsacianos, hicieron mucha amistad con los Le Saige.

En los días de temperatura agradable, Alicia se trasladaba a Resistencia,donde saludaba al gobernador, al jefe del Regimiento, coronel Reynold, pasandoalgunos días de descanso en casas amigas, como los Baqué, vascos franceses.Quienes la conocieron en esa última época placentera de su vida, ponderabansiempre sus modales, su distinción sencilla y el trato afable que brindaba aquienes la rodeaban.

Rolando La Saige, hijo mayor, con la vestimentapaisana que adoptó enseguida de su radicación

(Colección de Manuel Meza).

Alicia Francisca La Saige, condesa de Chavagnac;una agradable belleza de 50 años

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Nueva gente en Santa Ana.Diversas peripecias domésticas fueron dando nuevo carácter a la

existencia doméstica de la estancia Santa Ana. Al poco tiempo de instalarse elpequeño grupo colonizador, se produjo una deserción notable; tan luego de Magni,al parecer disgustado con Alicia por motivos íntimos que disimularonrecíprocamente. Se ausentó al Paraguay para no volver nunca más.

La compañera del capataz Gómez, Benita Gauna, se incorporó al personalcomo ama de casa, dedicada al cuidado personal de Alicia y los muchachos.

En 1893, el gobernador Dónovan designó a Rolando Le Saige,subcomisario de la jurisdicción con tres vigilantes a su cargo con asiento en lamisma estancia. Era una medida de seguridad, pero sin duda que el alto rangoconferido un joven de 18 años de edad, nuevo en el ambiente, extranjero, podíareportar imprudencias imprevisibles, que efectivamente sobrevinieron.

Entretanto, Javier Le Saige se dedicó de lleno a la vida campestre ypastoril. Adoptó enseguida la ropa paisana, y también las costumbres, más lapráctica de las yerras. Fuerte y ágil, alcanzó a distinguirse como domador.

En una de esas incorpora como peón Victoriano Pinto, criollo aindiado, detemperamento astuto y observador, de repliegues inescrutables, que luego devarios años de trabajo en Santa Ana ingresará por atavismo a las tolderías. Esmenester que el lector retenga este personaje inesperadamente siniestro.

Cierto día de 1894 ocurre otra novedad aparentemente vulgar pero defatal predestinación. Llega al establecimiento en procura de trabajo un peóncorrentino. Viene con su mujer y un hijito. Se les da albergue. Alicia se encariñacon el niño, Genaro, al que llamara desde entonces al modo francés: Yenaró.Tiempo después los padres se ausentan y dejan la criatura al cuidado de lapiadosa patrona. Cada mañana, el mínimo huésped acude al hecho de Alicia paraser saludado - "bon jour, petit Yenaró" - y recibir las atenciones solicitas del afecto.Este inocente protagonizará en su momento el final desdichado de Alicia, ysuscitará además el equívoco de la leyenda romántica del hijo oculto de un amorcontrariado.

La herencia.El 14 de enero de 1895 fallece en Francia don Raúl Carlos María Le

Saige, vizconde de la Villesbrume. Rolando se pone de viaje para atender lostrámites del legado. Meses después retorna con una fortuna de buen monto.

Es el momento en que Alicia demuestra lo mejor de su capacidad deorganización. Hasta aquí había sobrellevado un status simplemente pasable en suhacienda administrada como una quinta, un reducto modesto, dotado de lascomodidades imprescindibles. Ahora, poseedora de un capital, empuñadecididamente el comando de los negocios. Incrementa su ganadería, adquiere yremuda planteles procurando mejores razas, se desprende de la novillada inferior;viaja a Buenos Aires y formaliza la adquisición de las 20,000 hectáreas que hastaentonces ocupaba como arrendataria, a la vez que gestiona la ampliación delpredio. En poco tiempo tiene a su cargo 40,000 hectáreas, y es dueña de 4000cabezas de ganado.

Santa Ana consigue la categoría de establecimiento principal en la zona.

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El último idilio.Otro día, el destino golpea nuevamente la puerta de Alicia. Esta vez es

Carlos Hardy, el inglés propietario de un importante establecimiento ganadero yfabril en Las Palmas, sobre el Río Paraguay. De paso a Buenos Aires, se habíaenterado de la presencia en el Chaco de la extraña forastera, y quiere conocerla.La invita a visitar sus propiedades.

Según la fecha convenida, Alicia acude a Las Palmas, donde transcurrenunas felices vacaciones. Allí entabla amistad con el teniente Federico Jeanrenaud,un apuesto suizo francés, a cargo del destacamento de Caballería de GuardiasNacionales. Tras el regreso de Alicia, el teniente Jeanrenaud cabalga haciaCampo Arocena, rumbo a la estancia Santa Ana, donde se desempeñará comomayordomo, pues ha decidido abandonar la carrera militar.

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Nota III

El fatídico año 1899

Todavía no sea particularizado con la atención debida la situaciónpoblacional indígena de fines de siglo, que en su complejidad presenta, noobstante, una definición bastante propia. Ante todo que por entonces, esesector seguía siendo ampliamente mayoritario respecto a la colonizacióncriolla y gringa. Su marginación social y cultural constituía pues unacarencia de extrema gravedad.

Con la pérdida de los caudillos unificadores - el "cacique inglés", Yaloschí,Sinatquí (Cambá) y Mezoschí - las comunidades disgregadas, anarquizadas,quedaron desorientadas. Grupos considerables se incorporaron a los obrajes y lasfaenas temporarias de la zafra; pero para el trabajador indígena, ignorante de laeconomía monetaria, la condición de asalariados resultaba problemática; tantomás frente a un sistema en el que la explotación constituía casi siempre la regla,más que la excepción.

Así se explica que muchas comunidades prefirieron la vida natural, atávicade sus antepasados, que estaban dispuestas a defender heroicamente. Pero aesta masa descontenta se agregó un factor muy especial: los milicos desertoresde los fortines o las tropas de línea y los peones criollos alzados, cuyasincitaciones convirtieron enseguida el resentimiento indígena en fuerza agresiva.Es preciso recordar que en el desgraciado asalto a La Sabana, la turba de jinetesaborígenes se manejaba capitaneada por cabecillas uniformados, que hastaordenaban los movimientos con toques de clarín.

Rencor de la tierraDos tolderías poblaban las inmediaciones de la estancia Santa Ana: una

de gente Toba, con su jefe Chará, de intenciones pacíficas, leal con quienes leprodigaban buen trato; la otra mocoví, capitaneada por Ilirí, caudillo sagaz, dueñode ganadería suficiente para el buen pasar, pero responsable de abigeatosalevosos que, según denunciaron ganaderos santafecinos, estaban protegidos porautoridades comarcanas venales y, por supuesto, beneficiarias.

Como es propio de las situaciones complicadas, con frecuencia pagabanjustos por pecadores. Comunidades tranquilas eran asaltadas y baleadas amansalva para vengar tropelías de otra gente.

La instalación en Resistencia y Florencia de las unidades militares queparticiparían de una nueva entrada general al mando del bien intencionadoLorenzo Winter, desconocedor como los demás oficiales, de la intrínseca realidadchaqueña, deparó algunos errores injustos, que la prensa metropolitana acusóliteralmente de "crueldades injustificables". Durante los primeros días de febrerode 1899, el capitán Vicente Posadas y el alférez Domínguez, con quince hombresdel regimiento 12 de Caballería, entabló batalla, cerca de Napalpí, con lospobladores de un asentamiento mocoví, que abandonó el campo dejando cincomuertos, entre ellos el cacique Irigolí. El 7 de marzo del mismo año, cerca dePresidencia Roca, el capitán Podestá al frente de una guarnición considerable,

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íntimo rendición al cacique Caballero, hombre de paz, que había ayudado aNatalio Roldán en sus tentativas de navegación del Bermejo y que habitualmenteacudía con toda su gente a la zafra de Las Palmas por motivos no esclarecidos sedesencadenó una masacre sangrienta, en la que perecieron 180 indios. Caballerohuyó a Formosa, donde buscó y consiguió protección del gobernador José MaríaUriburu.

Pero años antes se había producido la trágica disolución de la misión deSan Antonio de Obligado, con la desgraciada muerte del misionero ErmeteConstanzi. Procurando el repoblamiento de esa importante y benéfica reducción,el jefe toba Chará fue reclamado, y éste accedió ausentándose con toda sucomunidad. Quedaba pues, libre de control frente a la estancia Santa Ana elpeligroso Ilirí, cuya toldería albergaba además alguna gente criolla, entre ésta,Victoriano Pinto, ex peón de los Le Saige.

La víctima propicia.Los acontecimientos se preparan para la adversidad. Javier Le Saige, el

domador, se ausenta a Francia por unos años. Por lo demás, el nuevo gobernadorLuzuriaga, continuador de Dónovan, dejó sin efecto la designación de Rolandocomo subcomisario.

Por otra parte, la perspicacia rural podía intuir que Alicia representaba elpunto débil de la civilización que había ocupado las tierras despojandovirtualmente a sus dueños naturales; pero no sólo por la condición de mujer de lapropietaria. Tantos refinamientos de moblaje, de la vestimenta, incluida lafascinación del piano en la pradera silente, indicaban una fragilidad mucho másvulnerable que la vida recia, la terca obstinación de los demás pioneros deentonces.

Por fin, una de ésas noches previas al desenlace funesto, gente de Ilirí seaproxima sigilosamente a la estancia, quita la tranquera de los corrales y arreacasi toda la caballería. Con la madrugada de un sábado -11 de marzo de 1899-,Rolando se ausenta con un peón a Resistencia. Va a realizar la acostumbradaprovista de mercaderías y procurar la compra de una tropilla.

Lunes 13 de marzo.Con las primeras luces del alba, el ladrido furioso de la jauría sobresaltó a

los pobladores de la estancia. Ya se escuchaba el tropel de una caballería.Alguien dio el alerta desde el mangrullo. Alrededor de 60 jinetes indios,encabezados por tres criollos se aproximaban a galope tendido en franca actitudde asalto. Unos llevaban lanza, otros carabinas.

Jeanrenaud tomó el mando de la improvisada defensa. Las mujeres y losniños, adentro de la casa. El capitán Simón Gómez, en el patio, aguardaba comoreserva para cubrir los puntos débiles. Jeanrenaud y los peones treparon laempalizada y abrieron el fuego provocando las primeras bajas. Los agresores seabrieron en abanico. Mientras unos entablaron el tiroteo desde afuera, variosjinetes dirigidos por Pinto aproximaron las cabalgaduras a un sector desprotegidode la empalizada y saltaron al patio. Simón Gómez cargó a los intrusos, a caballo.Pero la intrépida maniobra se frustró inútilmente. Jinete y caballo cayeronentreverados y fueron ultimados en el suelo.

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Jeanrenaud comprendió que su desesperada resistencia se desmoronabacon el enemigo adentro, y que sobrevendría una lucha campal. Ordenó a lasmujeres desalojar la estancia y huir hacia el campo de los Imfeld, mientras loshombres distraían a los atacantes.

El grupo fugitivo ya ganaba campo abierto, cuando Alicia recordó que enuna de las habitaciones había quedado Yenaró. Fue su destino volverse. Al llegaral jardín, una figura enloquecida la enfrentó. Era Pinto, que le infirió un despiadadolanzazo en el vientre. Benita Gauna, que observaba la escena desde afuera, huyódespavorida y se perdió tras los árboles de un islote del bosque.

Caída Alicia, Jeanrenaud acudió y, con su proverbial vigor hercúleo la alzóen brazos. La peonada lo siguió batiéndose en retirada. Un muchacho boyerosaltó al caballo y acudió a Resistencia en busca de auxilio.

Cuando los asaltantes intentaron entrar a la casa abandonada, dos bravosguardianes los detuvieron. Brujo y Trueno estaban resueltos a defender la puertacon todos los dientes. Fueron lanceados en sus puestos y allí quedaron. La turbasaqueó la casa, destruyó muebles y adornos, desvalijó las ropas. Al retirarse sellevaron a Yenaró. Luego las llamas envolvieron como un torbellino infernal laestructura de madera.

Recién a las cinco de la tarde, Alicia terminó su penosa agonía sobre unlecho en la casa de los Imfeld.

El peón que había corrido a Resistencia encontró a Rolandoabasteciéndose en el almacén de Gabardini. Con la desesperación del caso, sebuscó un piquete de policía. Y la angustiada caravana se puso en marcha haciaCampo Arocena. Al acercarse a la estancia de los Imfeld, ya con la noche alta,distinguieron la tétrica claridad del velorio en una de las habitaciones.

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Nota IVResurrección de la Dama Vestida de Seda.Es hora de inquirir qué antojo pudo inducir a Alicia su voluntario

ostracismo en el Chaco. Es de suponer, ante todo, que el alejamiento de Parísdebió responder a motivos más importantes que su conflicto conyugal. Franciaestaba dominada entonces por la euforia de los derechos ciudadanos; habíaalcanzado la ansiada democracia republicana. Para triunfar en ese ámbitoimperaban otros valores que los de la Restauración o el mismo Segundo Imperio.Era menester confundirse con la multitud niveladora, ávida de igualdad, que desde1871 había abierto las puertas del bienestar para todos.

¿Por qué no pensar, en otro aspecto, que la forastera pudo percibirtambién en la portentosa Buenos Aires las expectativas ciudadanas queefectivamente preparaban, en 1888, el estallido del 90? Alicia no era una burguesacapaz de allanarse al anonimato, a las posibilidades vulgares y mediocres de lagran ciudad, con tal de subsistir dentro de cierto margen de comodidades. Eldespecho de su clase declinante, fracasada, podría hacerle aceptable y hastatentador el destierro en una región inculta, contraria al confort, pero donde eraposible rescatar siquiera las apariencias el perdido señorío. Era en CampoArocena, junto al arroyo Saladillo, donde los peones y los ingenuos colonos sedescubrirían respetuosamente ante la turbadora dama vestida de seda. Allí noimperaba la muchedumbre igualitaria, donde hasta los tratamientos de "señor","señora", se utilizan sin distinción, por razones de buena convivencia. Y en efecto,en el actual paraje La Condesa, hoy nadie recuerda el nombre de Alicia Le Saige,pero los pobladores han recogido la tradición de que el lugar se llama así por unaestanciera a la que todos le decían "condesa".

No podía entrar en los cálculos de la mártir de Santa Ana, una sorpresadramática. Escapando de la multitud, vino a encontrarla en su expresión mástremenda: el malón. Este raro signo recuerda aquel relato de la literaturafantástica. A un hombre le predijeron que moriría destrozado por una rueda. Paraburlar al vaticinio, el infortunado dedicó su vida a navegar en un velero. Cierta vez,en alta mar, un remolino gigantesco absorbió la embarcación y la sepultó en elfondo con su tripulante.

Tristes exequias.Al día siguiente de la tragedia, el martes 14, desde la estancia de Imfeld,

el breve cortejo emprendió la marcha hacia Resistencia. Primero se llegaron aSanta Ana, donde el cuerpo exánime del capataz Gómez fue sepultado en elmismo lugar donde había consumado su gesto de lealtad heroica.

Al reemprender su marcha la caravana, el cielo se desplomó con unalluvia torrencial. La persistencia del temporal demoró considerablemente la penosacabalgata. Por momentos era imperioso refugiarse bajo los árboles, o buscarreparo, por horas y horas, en algún puesto del camino. Recién con la mediamañana del miércoles arribaron a Resistencia, entrando por el lodazal de la actualavenida 25 de mayo.

¡Qué contraste infausto entre esta última aparición de Alicia en la ciudad, yaquella primera de 1888, cuando llegara con sus pequeños hijos, radiante ytriunfadora! De cualquier manera, esta última entrada vuelve a sacudir los ánimos.

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Vecinos presurosos se congregan en las veredas para mirar. El insólito cortejopasa precedido de un carro tirado por bueyes. Allí traen el cuerpo de Alicia, en uncajón burdo de tablones. Detrás marcha el acompañamiento de jinetesembarrados, con las ropas mojadas y los aludos sombreros en las manos.Adelante van Rolando y Jeanrenaud. Rolando apoya la cabeza en el hombro delamigo para llorar. Los demás del rudo séquito son colonos, peones, troperos y ladotación policial que vuelve de su misión inútil.

En la ciudad se consiguió un ataúd. El oficio de cuerpo presente fuerezado el templo parroquial, por fray Emiliano Capelli. Momentos después,Rolando y Juan arrojaron sobre el ataúd de los primeros terrones para tapar lafosa abierta en el entonces cementerio del Norte.

Al hojear hoy los viejos folios del Registro Civil de Resistencia, seencuentra un acta que dice así: "compareció don Federico Jeanrenaud, de 31años, suizo, domiciliado en La Palometa, y declaró que el día 13 del corriente a lascinco de la tarde, en el expresado domicilio falleció doña Alice Lasaige de unaherida de lanza; que era francesa, de cincuenta y ocho años de edad, viuda,domiciliada en la casa que falleció". Esta lacónica constancia es el punto final deuna vida extraordinaria. Y así nació la imagen legendaria de Alicia Le Saige,resucitada por su martirio en la memoria del Chaco.

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En la Resistencia de principios de siglo, junto a la actual escuela “Benjamín Zorrilla”,el templo parroquial en construcción, donde fray Capelli rezó la piadosa despedida.

Repercusión pública.Los sucesos de Santa Ana, conmovieron a la opinión; tanto más cuando a

cos días, Benita Gauna fue encontrada por un canoero en el Saladillo, ya a Resistencia describió los hechos, relatando el lanzazo brutal deano Pinto, más la presencia de los hermanos Benito y Julián Borda, criollos conocimiento" aclara el sumariante, y que comandaba la hueste indígena.

El gobernador Luzuriaga se vio precisado a informar estos pormenores alerio del Interior, aclarando que la guarnición enviada en persecución de losntes había perdido las huellas a causa de las lluvias intensas de esos días.omisión de ganaderos viajó a Buenos Aires para entrevistarse con el

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presidente Roca y reclamar protección a los empresarios rurales. Por su parte, eldiario "La Prensa" de Buenos Aires, con un atinado comentario advertía laconveniencia de no confundir la necesaria distinción entre pobladores aborígenespacíficos y laboriosos respecto a los insumisos, autores de las tropelías.

El propio general Lorenzo Winter, jefe del comando de operacionesmilitares del Chaco, que para esos días preparaba su entrada, postergó la puestaen marcha de los regimientos, a fin de reajustar los planes de campaña.

In MemoriamEl transcurso del tiempo tranquilizó los ánimos. El 27 de noviembre del

mismo año, Rolando Le Saige inicia el juicio sucesorio, en representación de sushermanos ausentes, ante el juez letrado del Chaco, doctor Jorge Tello. El diario"La Libertad" de Corrientes publicó el lacónico exhorto a los herederos yacreedores de "doña Alicia María Francisca Chavagnac de Le Saige". Al añosiguiente, la estancia con sus campos divididos en predios, fueron adquiridos porvarios compradores.

Rolando Le Saige se ausentó a Francia, donde con los años dedicóse alservicio diplomático. Su hermano Javier ingresó a la legión extranjera. FedericoJeanrenaud, según mentas, terminó sus días en 1912, en la provincia de EntreRíos, como empleado ferroviario. El cacique Ilirí desapareció con su gente y susganados rumbo al oeste, en proximidades de Villa Angela. Genaro se perdió parasiempre con algún grupo errante.

En el paraje La Condesa, el tiempo y las borrascas del trópico devastaronmás que el incendio de 1899. Nadie volvió a habitar la casona, recelada hasta porlos linyeras, como rincón maldito. Finalmente, un nuevo propietario desmanteló lasruinas para armar un galpón.

Cuando visitamos el paraje, un agradable día primaveral, encontramos enmedio de la desolación los restos del brocal del pozo de agua y unos liriosflorecidos, donde un paisano lugareño nos indicó que se trataba de sitio preciso enque había estado la casa vieja. Un corpulento algarrobo casi centenario, quizátestigo de aquel hálito de tragedia, daba sombra a la cruz y la tumba sin epitafiodonde yacía Simón Gómez.

Sensaciones confusas de admiración y tristeza sacudieron nuestro ánimo,como ocurre siempre que el pasado se muestra súbitamente con su anverso yreverso de vivencia y olvido, de grandeza y destrucción.

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TestimoniosEl autor agradece:

• Al historiador Manuel Meza, por su copiosa información inédita, obtenida delconde Rolando Le Saige desde Francia

• A la escribana Lucrecia Morgan de Schanton, por su comedida búsquedadocumental en el Archivo Judicial

• A su extinto amigo Ricardo Moro, por informes personales obtenidos de supadre

La edición en e-books, transcripción y digitalización de imágenes de esta obra ha sido realizada porHéctor Edgardo Tissera, Sáenz Peña, Chaco, [email protected] ,

y gracias al aporte invalorable del archivo de Antonio Amador Tissera (hermano del autor).