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Tschiffely, Mancha y Gato: TRES AMIGOS INSEPARABLES

A 80 años del viaje en que el inquebrantable jinete Aimé F. Tschiffely, montando a Mancha y Gato, dos extraordinarios caballos Criollos, unieron Buenos Aires con Washington.

En 1917, luego de haber vivido un tiempo en In-glaterra, se radicaba en nuestro país Aimé Félix Tschiffely, un joven nacido el 7 de mayo de 1895 en Zofingen, Suiza, que había sido jugador de rug-by, boxeador y docente.Cuando llegó, ya traía una idea fija: cabalgar con dos caballos Criollos desde Buenos Aires hasta New York, para demostrarle al mundo la guape-za y rusticidad de ellos. Tan arraigado estaba su deseo, que no se lo hicieron cambiar ni quienes decían ¡Imposible!, ¡Absurdo! y ¡Este hombre está loco! No era para menos: el viaje implicaba tener comida y agua disponible para él y sus caballos, cruzar montañas, selvas y desiertos, soportar temperaturas extremas y cuidarse de animales peligrosos y enfermedades.A comienzos de 1925, mientras enseñaba educa-ción física en el St. George’s College, de Quilmes, Tschiffely tomó la decisión de realizar el viaje. Con todo el entusiasmo bajo el brazo, concurrió a la redacción del diario “La Nación” -periódico en el que luego iría publicando los relatos de su travesía- para reunirse con el Dr. Octavio Peró y pedirle esencialmente dos cosas: que le elija los caballos Criollos que comprará para viajar e información sobre el itinerario más conveniente. Gracias al Dr. Peró, periodista que había escri-to numerosos artículos sobre el Criollo, el joven aventurero tomó contacto con el Dr. Emilio Sola-net, el indiscutido “padre” de la raza equina Crio-lla, desde su campo “El Cardal”, en la localidad bonaerense de Ayacucho. Este pionero, luego de escuchar a Tschiffely, aceptó apoyarlo entregán-dole dos caballos Criollos: el overo Mancha, de dieciséis años, y el gateado Gato, de quince.Mancha y Gato, dos fieles exponentes del caballo Criollo de la época, habían llegado a “El Cardal”

tras recorrer 1600 kilómetros con un arreo de va-cunos proveniente de Colonia Sarmiento, Chubut.

Cuando todo estuvo listo, los caballos fueron transportados de Ayacucho a Buenos Aires. “Eso no fue fácil. Lo más parecido a una ciudad que ambos animales habían visto era una toldería in-dígena, en el sudoeste de Chubut”, relataría luego Tschiffely.Ya el día de la partida, 23 de abril de 1925, desde el predio palermitano de la Sociedad Rural Argen-tina, comenzaban las dificultades para el “suizo medio loco”, como le decían: Montado sobre Man-cha, éste se largó a corcovear y lo tiró en pocos segundos. Sin embargo, el jinete no se intimidó. Más tarde escribiría desde el Perú: “El Mancha tiene dinamita adentro. Todavía bellaquea”. Al lu-gar se habían acercado algunos periodistas, que luego de retratar a los viajeros, se retiraban con mal disimulada sorna. Tschiffely, según contó lue-go, estuvo fuertemente tentado de repetirles el dicho “Deja que rían los tontos; los hombres sa-bios arriesgan y ganan”, de no haber sido porque dudó sobre quién era el tonto, si ellos o él.

El extenuante recorrido

Con rumbo norte, Tschiffely, Mancha y Gato em-prendieron el largo viaje. El jinete siempre tuvo un claro objetivo, el de llegar, pero cuidando los caballos. Para dar una idea general del itinerario, estas son las principales ciudades que atravesa-ron: Rosario, Tucumán y La Quiaca (Argentina); La Paz (Bolivia); Cuzco, Lima y Trujillo (Perú); Quito (Ecuador); Medellín y Cartagena (Colom-bia); Colón (Panamá); San José (Costa Rica); San Salvador (El Salvador); Guatemala (Guate-mala); Oaxaca, Puebla y México D.F. (México); y por Laredo, en el estado de Texas, entrando así a Estados Unidos, rumbo a New York.

Los preparativos y la partida

Dado que iba a ponerse en juego de confirmación la fama de los caballos Criollos, Solanet sometió al futuro viajero a algunas pruebas severas. Lo hacía recorrer 20 o 30 leguas, de día como de noche, con sol rajante o con lluvia, y Tschiffely nunca se echó atrás. Era realmente de hierro. Ello lo impresionó tanto, que decidió regalarle los dos caballos.Concretado este gran paso, Tschiffely se ocupó de la montura, el carguero y equipo en general. Para montar eligió un sirigote, el tipo de silla uti-lizada en la Mesopotamia y también para el juego del pato. Para cubrirse de las lluvias y cobijarse durante la noche a la intemperie, eligió un gran poncho impermeable. También optó por un mos-quitero. Como cargueros usó a Mancha y Gato en turnos de uno o dos días cada uno, según las cir-cunstancias, llevando un peso de unos 60 kilos.

Po r M A R I A N O F E R N Á N D E Z A LT

En la selva colombiana.

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A medida que iban quemando leguas, los recibimien-tos, banquetes y fiestas iban en aumento, no sólo por parte de los pobladores, sino también de los jefes de Estado. Pero en estos festejos, Tschiffely también tuvo que vigilar permanentemente a Mancha y Gato, pues los pelos de sus colas y crines eran un buen recuerdo para sus admiradores.Continuando con el recorrido, una vez en Estados Unidos, cruzaron los estados de Texas, Oklahoma e ingresaron al de Missouri, pero a medida que avanza-ban, el tráfico de autos hacía cada vez más caótica la marcha de los tres. Los sábados y domingos debían parar por la fuerza, y con cada legua que avanza-ban Tschiffely temía un accidente fatal, y no con-cebía fracasar luego de haber sorteado obstáculos que parecían insalvables. Fue entonces en Missouri, más precisamente en la ciudad de St. Louis, donde decidió dejar a Gato bajo el cuidado de una persona que le habían recomendado por su gran afecto a los caballos. Para el jinete, dejar a Gato y continuar sólo con Mancha, fue una decisión muy difícil, más aún sabiendo que le quedaban unas 400 leguas (2000 kilómetros) hasta New York.Luego de cruzar el río Mississippi, el jinete y Mancha siguieron por las ciudades de Indianápolis, en Indiana, y Columbia, en Ohio, a través de las montañas Blue Ridge y las llanuras de Cumberland, en Maryland, hasta que en el horizonte apareció la cúpula del Capitolio de Washington, la capital de Estados Unidos. Esto ocurrió el 20 de septiembre de 1928. Habían pasado casi tres años y medio desde la partida.Como mencionamos, Tschiffely se había propuesto terminar su raid en New York, pero resolvió darlo por concluido en Washington D.C., es decir luego de haber unido capital con capital. Más tarde escribía: “No quise exponer a Mancha a nuevos peligros, porque, después de todo, ambos caballos habían demostrado lo que valían y podían hacer. Además consideré que el corto trecho que va de Washington a New York no añadiría nada a lo hecho y, en cambio, dejaría la impresión de que yo buscaba una publicidad vulgar”.En síntesis, recorrieron 4300 leguas (21.500 kilóme-tros) en 504 etapas, lo que da un promedio de 8,5 leguas por día (42,5 kilómetros), y llegaron a los 5900 metros sobre el nivel del mar, en el paso de El Cóndor (Bolivia), obteniendo así dos récord mundiales, el de distancia y altura. Además, en ese paso boliviano so-portaron -18º C, mientras que en los desiertos del norte del Perú, conocidos como “Matacaballos”, marcharon 32 leguas (160 kilómetros) en 20 horas, con 52º C a la sombra y sin agua ni comida... sólo arena y más arena, hundiéndose de 15 a 40 centímetros en ella.

Agasajos y el regreso

En Washington, Tschiffely y Mancha recibieron numerosas atenciones durante días enteros, hasta que decidió viajar a New York, embarcando a su montado con ese destino.Una vez allí, el alcalde James J. Walker lo recibió en la Municipalidad y le entregó la Medalla de la Ciudad de New York. Luego de la ceremonia, la policía montada y una caravana de autos los escoltó por el trayecto de Broadway y la Quinta Avenida, hasta el Central Park. Posteriormente, Tschiffely viajó a St. Louis para buscar a Gato, y ambos caballos pasaron diez días en el Madison Square Garden, donde fueron exhibidos en la Exposición Internacional de Caballos. Posteriormente volvió a Was-hington, donde el presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, lo recibió en la Casa Blanca. Además, la National Geographic Society lo honró invitándolo a pronunciar una conferencia sobre su viaje, a la que asistieron alrededor de cinco mil personas. Luego volvió a New York, donde encabezó el desfile del equipo argentino de polo que enfrentaba al de Estados Unidos.El 1º de diciembre, Tschiffely, Mancha y Gato se embarcaron en el Pan-America, buque que no permitían el trans-porte de caballos, pero por tratarse de los dos más famosos del mundo, hicieron una excepción.Luego de veinte días, llegaron a Buenos Aires. Era el 20 de diciembre de 1928, y habían transcurrido 3 años y 8 meses desde la partida.

“Tschiffely se había propuesto terminar su raid en New York, pero resolvió darlo por con-cluido en Washington D.C., es decir luego de haber unido capi-tal con capital”.

En Ticlio (5454 metros de altura), cerca de Lima, Perú.

Trayecto del raid. Al llegar a Lima (4000 metros de altura).

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Juntos otra vez

Mancha y Gato volvieron a “El Cardal” para dis-frutar de un muy merecido descanso. Tschiffely, por su parte, continuó con su vocación de viajero aventurero, recorriendo desde el sur Inglaterra hasta Escocia a caballo y nuestra Patagonia en un Ford-T, y gracias al estímulo de Robert Cun-ninghame Graham, polít ico, escritor y aventurero escocés que vivió en nuestro país, también narró estos viajes, publicando varios libros.En 1943, Tschiffely volvió a nuestro país para visitar a sus amigos, y una vez en el potrero, un sólo silbido hizo que ambos se acercaran a él. Esa fue la última vez que los vio. Gato murió el 17 de febrero de 1944, a los 36 años, y Mancha en la Navidad de 1947, a los 40 años. Ambos fueron embalsamados y están exhibidos en el Museo de Luján, junto a algunas pertenencias de Tschiffely, pero sus cuerpos descansan en “El Cardal”.Tschiffely falleció el 5 de enero de 1954, en Londres, y sus cenizas fueron traídas a la Ar-gentina en 1955, quedando en el cementerio de la Recoleta hasta 1998, cuando fueron llevadas a “El Cardal” y depositadas en un sencillo monu-mento. Y all í descansan los tres, juntos otra vez, seguramente imaginando nuevos viajes.

Tschiffely y el Criollo, verdaderos atletas

Durante su reunión con el Dr. Octavio Peró, Tschiffely le comentó: “En Europa he galopado con caballos vigorosos hasta aplastarlos, y ellos se rendían sin que yo me sintiese cansado. Pero aquí, confieso que yo reviento antes de cansar a mis cabalgaduras. Ustedes, los argentinos, no saben, señor, lo que vale el caballo Criollo, y no solamente no lo aprecian, sino que hasta hay quienes le hacen tenazmente la guerra. Pues bien: yo quiero probarles lo que es el caballo Criollo. Me propongo ir a New York con dos, y demostraré que resisten tan bien los altos ca-lores como los fríos más intensos, que su so-briedad y resistencia les hacen sobreponerse a la sed y al hambre, y que lo mismo galopan en la tierra dura o blanda que en el barro o en los peñascales. Demostraré que el caballo Criollo es igualmente útil en el llano y en la montaña, en cualquier latitud y en cualesquiera circuns-tancias. Al hablar de un viaje a New York, no tengo miedo de que los caballos se me queden en el camino: ¡tengo miedo de que me cansen ellos! Pero repito que estoy bien entrenado. ¡Yo le aseguro que iré a sofrenarlos en la luna!”.

Tschiffely, un extranjero con corazón criollo, y Mancha y Gato, sus fuertes y fieles amigos, hoy ocupan pági-nas que siempre serán leídas con admiración y respe-to. Son los protagonistas de un raid sin precedentes en los anales de la equitación, que sorprendió y sigue sorprendiendo al mundo, tras 80 años.

Al comenzar los desiertos de “Matacaballos”, antes de continuar sin el guía.

El último encuentro entre Gato, Solanet, Mancha y Tschiffely, en 1943.

Mancha, en Buenos Aires, retozando a su regreso.

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