Udo Kultermann y la historiografía del arte

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- por -jueves, 21 julio 2022 página 1 Lo que vendrá Carlos Rodríguez Braun 1 diciembre, 1997 España en la nueva Europa CARMELA MARTÍN Alianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs. Prólogo de Luis Ángel Rojo Este libro es recomendable por tres razones. Primero, se acerca la famosa cita de Maastricht y es momento de hacer balance de lo que ha representado el pasado y de tragar saliva y prepararse para lo que vendrá. Segundo, el libro es un buen trabajo profesional y casi todos los problemas económicos que nos acosan están aquí reflejados. Tercero, Carmela Martín, catedrática de Economía Aplicada en la Complutense, ha escrito un libro «económicamente correcto», que recopila la mainstream economics, especialmente en España y Europa. Sólo quedamos fuera los comunistas teratológicos y los liberales marginales, los únicos que, por motivos –¡vive Dios!– bien distintos, seguimos planteando recelos frente al «sueño de la razón» de la Unión Económica y Monetaria. Politics makes strange bedfellows, dirá usted. Es posible, y además los compañeros de cama parecen aprovecharla para multiplicarse con promiscuidad, porque conviene recordar que a tenor de diversos referenda y todas las encuestas al coro de los desconfiados ante la UEM cabe añadir un tercer protagonista: los pueblos de Europa. En fin, dejando los pueblos al margen, que es donde se los suele dejar, aquí tenemos una competente revisión de los últimos once años de la historia económica de España y Europa. Dada la cantidad de volúmenes que proliferan sobre este asunto, escritos sólo en un par de tardes más febriles que inspiradas, hay que puntualizar que este libro es otra cosa; está bien pensado y tiene un valioso y depurado trabajo estadístico. También tiene un mensaje: vale la pena seguir adelante hacia la UEM, en un proceso de tibio reformismo que más o menos libere los mercados y más o menos deje el

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Lo que vendráCarlos Rodríguez Braun1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

Este libro es recomendable por tres razones. Primero, se acerca la famosa cita de Maastricht y esmomento de hacer balance de lo que ha representado el pasado y de tragar saliva y prepararse paralo que vendrá. Segundo, el libro es un buen trabajo profesional y casi todos los problemas económicosque nos acosan están aquí reflejados. Tercero, Carmela Martín, catedrática de Economía Aplicada enla Complutense, ha escrito un libro «económicamente correcto», que recopila la mainstreameconomics, especialmente en España y Europa. Sólo quedamos fuera los comunistas teratológicos ylos liberales marginales, los únicos que, por motivos –¡vive Dios!– bien distintos, seguimos planteandorecelos frente al «sueño de la razón» de la Unión Económica y Monetaria. Politics makes strangebedfellows, dirá usted. Es posible, y además los compañeros de cama parecen aprovecharla paramultiplicarse con promiscuidad, porque conviene recordar que a tenor de diversos referenda y todaslas encuestas al coro de los desconfiados ante la UEM cabe añadir un tercer protagonista: los pueblosde Europa.

En fin, dejando los pueblos al margen, que es donde se los suele dejar, aquí tenemos una competenterevisión de los últimos once años de la historia económica de España y Europa. Dada la cantidad devolúmenes que proliferan sobre este asunto, escritos sólo en un par de tardes más febriles queinspiradas, hay que puntualizar que este libro es otra cosa; está bien pensado y tiene un valioso ydepurado trabajo estadístico. También tiene un mensaje: vale la pena seguir adelante hacia la UEM,en un proceso de tibio reformismo que más o menos libere los mercados y más o menos deje el

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Welfare State en su dimensión actual, pero saneado.

Una lección del pasado ha sido aprendida. Antes los «económicamente correctos» decían que lomejor era el Sistema Monetario Europeo, y a los críticos nos minusvaloraban con abierto desdén. Lacrisis de 1992 acabó, de momento, con esa soberbia. El mensaje es ahora más modesto y soncrecientes las condiciones que se plantean para el feliz funcionamiento del euro. El paradigma de lacorrección económica, el responsable de un banco central, Luis Ángel Rojo, respalda a la autora aldibujar dichas condiciones en el prólogo y declarar que nada está asegurado «sin la participaciónactiva de los agentes económicos y sociales y sin el desarrollo de políticas económicas ambiciosas amedio y largo plazo que se orienten a remediar las limitaciones de la estructura y la eficiencia denuestro sistema productivo, a corregir nuestra baja dotación de capital físico, humano y tecnológico,a introducir reformas que conduzcan a aliviar los problemas de la ocupación y el desempleo y adespejar de modo permanente los problemas presupuestarios» (págs. xxxxi). Olé, olé. Pero, sitenemos todo eso, ¿para qué necesitamos la moneda única?

Lo que más inquieta al lector desconfiado que se asome a las interesantes páginas que escribeCarmela Martín es que ese escenario con las soluciones a los problemas de fondo no se ve conclaridad. Rojo apunta a «despejar de modo permanente (sic) los problemas presupuestarios», perocuando la autora llega a abordar cuestiones como las pensiones o la sanidad, que algo tienen que vercon el desborde hacendístico contemporáneo, se aparta de cualquier planteamiento liberalizador ysuscribe los planes «que no cuestionan el sistema de reparto» en las pensiones (pág. 121) y que «notienen la intención de afectar al núcleo básico de solidaridad que constituye la esencia del actualsistema de salud» (pág. 123).

Carmela Martín, con el aval del profesor Rojo, aboga por una mayor centralización fiscal europea y unpresupuesto comunitario con mayor poder estabilizador. Todo esto sería más convincente si Martínrevelase algo menos de ingenuidad a la hora de analizar el sector público, cuya dinámica sólo pareceser para ella una réplica democrática de las preferencias de un pueblo que libremente escogióautoinfligirse el mayor crecimiento de la presión fiscal del mundo occidental, con el patrióticopropósito de superar el «raquitismo» del sector público español (pág. 101; véase tambien la cuidadadeclaración de principios intervencionista en págs. 7-8, donde la autora adscribe al antikeynesianismo«las ideas reduccionistas sobre el papel del sector público», lo que es una audacia, porque esa fueprecisamente una objeción central planteada por los críticos del keynesianismo).

Tales las doctrinas mayoritarias entre quienes nos van a dejar a las puertas del euro dentro de nada:serias, competentes, moderadas, reformistas y bienintencionadas. Pero por si acaso no fueransuficientes, yo que usted leería este libro con respeto y admiración, pero con cautela.

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DOBLETE CON BRINDISBartolomé Clavero1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

En 1992 aparece una colección más prometedora, a mi entender, que cumplidora, la de ClásicosAsturianos del Pensamiento Político. La promesa es de unos clásicos asturianos en paradero todavíadesconocido, pero el cumplimiento resulta de una colección de clásicos sin más. Tiende areproducirse un tanto perezosamente la edición de obras bastante disponibles, pero suele darse lacompensación bien laboriosa de unas buenas introducciones.

Tenemos así un par de cosas: una colección problemática y unos libros interesantes. Señalé loprimero y me centré en lo segundo, en unas últimas novedades (Revista de Libros, n.º 10, págs.13-15). Aunque el problema no resulte desdeñable pues la financiación es pública, procuré destacarla vertiente que entiendo positiva de la serie nominalmente asturiana. Si se me apura, me quedo conla impresión de haber producido unas páginas incluso propagandísticas para lo que son las salidas deeste tipo de ediciones. Compréndase mi sensación de perplejidad ante una réplica ofendida por partede Joaquín Varela, uno de los significados gestores y meritorios operarios, si no el que más, de talesClásicos.

La colección puedo venir conociéndola con regularidad gracias a la deferencia del propio Varela, puesrecibo desde un principio y hasta ahora las sucesivas entregas acompañadas de su tarjeta de visita.Pues no puedo imaginar que sea pródigo ni venal con los bienes públicos, he de pensar que tieneaprecio y no abriga expectativas respecto a mi oficio de crítico. He de creerlo pese a su misma

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reacción para no caer también en juicio de intenciones. Lo que por mi parte he dicho, es lo que estápublicado, no más ni tampoco menos. Respondo de lo que escribo siempre y a lo que me atribuyensolamente cuando constato que he dado pie al equívoco. Es pública la colección de referencia, comoson públicas otras alegaciones y remisiones propias y a obras de terceros o terceras. El contrastedesinteresado constituye la comprobación procedente. Eso entiendo.

El resto sobra. Incluso quizá en este caso esté de más una de mis reservas, la principal efectivamentede lejos («Editar clásicos como empresa pública en tiempo constitucional», Anuario de Historia delDerecho Español, n.º 55, 1985, págs. 793-805). Como no soy votante asturiano y no acabo además deaclararme con el rompecabezas de la financiación autonómica, no debiera tal vez pronunciarme sobreel uso de presupuesto doméstico de Asturias en empresa editorial al fin y al cabo con buen fruto y amejor precio. Esto concedo.

Para un andaluz de pueblo y madrileño de nación no cabe en este punto otra apelación que al cielo. Eljuicio final incluso sobre las intenciones corresponde, no a nosotros los interesados, sino a los lectoresy lectoras, a ellos y ellas, a ustedes todas y todos, a la luz también ahora de la réplica de uno de losnuestros, Joaquín Varela.

A VUELTAS CON LOS CLÁSICOS ASTURIANOS(RESPUESTA A BARTOLOMÉ CLAVERO)Joaquín Varela Suanzes1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

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En una reseña aparecida en el número de octubre de esta magnífica revista, titulada «Clásicosproblemáticos por constitucionales y asturianos», te despachas a gusto, querido Bartolomé, con lacolección de «Clásicos Asturianos del Pensamiento Político», editada por el Parlamento de Asturias yde cuyo Consejo de Dirección formo parte. A tu juicio, el planteamiento de esta colección resulta«defraudante» (pág. 14), pues en Asturias no hay un pensamiento político propio (¡profundodescubrimiento!), de modo que el único criterio que permite agrupar a los autores que en dichacolección tienen cabida es «el simple dato, a veces accidental y no siempre necesario» (pág. 13), dellugar de nacimiento de sus autores.

Lamento mucho tu decepción, que para mí resultó una verdadera sorpresa, pero creo que tu críticasería justa si la colección se titulase «clásicos del pensamiento político asturiano». Ahora bien, comose titula «clásicos asturianos del pensamiento político», tu crítica carece del más mínimo fundamento.

Añades que la colección auspiciada por el Parlamento asturiano tendría un mayor interés científico ydesde luego una mayor justificación financiera si en lugar de recoger textos tan poco asturianos y tanespañoles como los que la colección recoge, se hubiese dedicado a exhumar los estudios (en caso deque los haya, incógnita que no despejas) consagrados a los fueros y a las instituciones históricasasturianas, como la Junta General del Principado. Vamos, que en vez de dar a la luz textos claves paraentender el pensamiento político español, como los de Campillo, Campomanes, Jovellanos, MartínezMarina, Argüelles o Indalecio Prieto (a quien creías nacido en Bilbao), la colección debieracomponerse de textos de historia asturiana del Derecho y de las instituciones. Una alternativa que sinduda sería más provechosa para ti, pero que fue descartada –conscientemente, en contra de lo quesupones– por los directores de esta colección, por entender que su objeto no debía ser el estudio, sinduda necesario, del pasado jurídico de Asturias, que sólo interesa a un reducido grupo de eruditos,sino la difusión entre el «público culto» de los textos más relevantes de pensamiento políticoelaborados por unos autores que tienen en común la condición de asturianos. Algo que, dicho sea depaso, es menos baladí de lo que crees.

En otras palabras: lo que se ha visto como un gran acierto de la colección, el haber evitado ellocalismo, al que tanto propenden las publicaciones autonómicas, se convierte para ti en su principaldefecto. Me apresuro a decir que tal proceder no es tanto un mérito de los responsables de lacolección cuanto una consecuencia de contar Asturias con un brillantísimo plantel de escritores devocación española e incluso europea, de no fácil parangón en otras latitudes y que seríaimperdonable haber pasado por alto. Aunque no es menos cierto que el localismo, por el quemuestras una curiosa debilidad, se ha querido evitar no sólo al seleccionar los textos sino también laspersonas invitadas a comentarlos, entre las que no figuras tú, pero sí Tomás y Valiente, José AntonioEscudero, Rubio Llorente y Miguel Artola, entre otros.

Más sorprendente todavía resulta tu observación sobre las obras de Martínez Marina publicadas en

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esta colección: los Principios naturales de la Moral, de la Política y de la Legislación –uno de los másrelevantes trabajos de filosofía política y jurídica de nuestro siglo XIX, de no fácil acceso hastaentonces– y la Teoría de las Cortes, en cuya importancia resulta ocioso insistir y para la cual elprofesor Escudero hizo un extenso, minucioso y, en muchos aspectos, innovador estudio preliminar.Pues bien, sostienes que mejor hubiera sido, para la ciencia y para el sufrido contribuyente, por cuyosintereses muestras en esta reseña una encomiable preocupación, que en vez de publicar tales obras,la colección diese a la luz un inédito de Marina, cuya decisiva aportación a la historia del pensamientopolítico se hace patente ya en su mismo título: Historia eclesiástica y civil de Lérida, con elrecordatorio, tomado de Escudero, de que sólo se conserva de este libro la parte correspondiente a lahistoria eclesiástica. Una propuesta contradictoria con tus argumentos y más propia de un anticuarioque de un científico, como sin duda eres, que contrasta además con el silencio que te merecen losInéditos Políticos de Campomanes, incluidos en esta colección y precedidos de un estudio de tucolega Santos Coronas.

Terminas tu reseña comentando los estudios preliminares de José Antonio Escudero y Francisco Rubioa las dos últimas obras de esta colección, la citada Teoría de las Cortes y los Estudios sobre elRégimen Parlamentario en España, de Adolfo Posada, respectivamente. En estos comentarios no voya entrar, desde luego, pues tanto Escudero como Rubio son mayorcitos y saben responder muy bien,si lo estiman oportuno, a tus paternales tirones de orejas. No puedo dejar de confesar, sin embargo,mi perplejidad cuando calificas a Posada –¡Dios mío, qué disparate!– de «un jurista situadoinequívocamente en campo constitucional» (pág. 15). A este respecto, me permito recomendarte queleas de nuevo, pero más despacito, el trabajo de Rubio y también que consultes un extenso artículomío, «¿Qué ocurrió con la ciencia del Derecho Constitucional en la España del siglo XIX ?», que sepublicará en el próximo número del Anuario de Derecho Constitucional y Parlamentario (Murcia,1997), en donde me extiendo sobre Posada y, en general, sobre el pensamiento político-constitucional español de la pasada centuria, mucho más rico e interesante de lo que en tu reseñadas a entender. Con un poco de suerte, además, quizá te animes a comentarlo, lo que para mí seríaun honor. Un saludo muy cordial.

La voz sin melodíaJuan Carlos Peinado1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.

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Prólogo de Luis Ángel Rojo

Tal vez por su parentesco con el relato breve la novela corta suele optar por una gramática narrativaque proporcione una absoluta trabazón y cierta rotundidad. En El mal más grave, sin embargo, lo queparece prevalecer es la voluntad de pulsar muchas cuerdas con la intención de que el resultado sea,más que pronunciar una melodía precisa, proponer una sucesión de notas claras pero inconclusas, ypor ello abiertas a la connotación y a la ambigüedad. Me refiero al hecho de que –excepto enmomentos muy puntuales– la novela no deje que la anécdota narrativa alcance una cómodacontinuidad ni el esperable primer plano. Y es muy de agradecer porque, de haber optado por caucesmás convencionales, la historia de la inquietante Ellie Stanford, con sus ingredientes de adolescencia,de marginación social y violencia sexual, podría haber desembocado en el folletín telefílmico.

Por fortuna, El mal más grave es algo más que su leve excusa argumental. Es la fluencia de unaatractiva voz (la de Ellie) en continua pugna con su identidad, con una imposible interpretación de larealidad y de tantas palabras de las que se siente extranjera. Esto último explica por qué la novela estambién una inmersión en el sentido de ciertos conceptos como la culpa, la impunidad o elarrepentimiento. Sin olvidar el importante sustrato social que se manifiesta en la elección de unpaisaje de miseria suburbana, un marco lo suficientemente neutro como para no caer en elpintoresquismo pero trazado con el vigor necesario para que su presencia sea significante.

Quizás lo más interesante sea la tentativa de engarzar tantos ingredientes en un número de páginastan reducido. La airosa opción de Luisa Etxenique consiste en la proyección de una primera personaque combina el monólogo interior y una narración en presente bastante ágil con obsesivos saltos deuna secuencia a otra. Por otro lado, el aparente desorden cuenta con bien tramadas estrategiasgracias a las cuales nunca se pierde la percepción del discurrir temporal: las reuniones de Ellie y susamigos cada anochecer, su periódica batalla contra la cena y el insomnio son los discretos mojonescon los que se manifiesta el paso del tiempo y, a la vez, su reiteración cíclica.

Con todo, junto a sus indudables logros, el tipo de discurso elegido por Luisa Etxenique no deja depresentar notables fisuras. Por ejemplo, el que Ellie Stanford sea un milagro de agudeza en el ghetto

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de la marginalidad y la ignorancia, no permite vulnerar ciertos parámetros de verosimilitud queimpiden hablar a una joven de catorce años tal y como lo hace, verbigracia, en la página 121. Y encuanto al desarrollo final de la tímida trama (la traición a su profesor y amante, con la que Ellie ejercesu oscura venganza) manifiesta una previsible instrumentalidad ilustrativa de un conflicto (errorfrente arrepentimiento) que sólo se resuelve allá por las últimas páginas, con prisas y mal disimuladoafán por poner una evitable guinda en el colofón.

El pavor cósmicoMercedes Monmany1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

En Italia, a lo largo de este siglo, ha habido pocos creadores tan pertinazmente personales ycoherentes como esa máquina torrencial, y no puramente contemplativa, del lenguaje que era eldesaparecido Giorgio Manganelli (1922-1990). Un nuevo libro aparece ahora traducido a nuestroidioma, La noche, lo cual es siempre una buena noticia. Y de nuevo se tratará de un «trattarello»como Manganelli mismo definía sus difícilmente clasificables artefactos de escritura, desde que en1964 debutó con su Hilarotragoedia, un tratado grotesco sobre nuestro mundo fundamentalmenteirreal e incognoscible, sobre su insignificancia radical y su enmascaramiento incesante. La palabra«trattarello» Manganelli la recuperaba de un escritor barroco, su período preferido, llamado MarioBettini, y con ello subrayaba ya desde el principio la forma o tratado usada por manieristas y literatos

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barrocos. Aquel libro al que seguirían muchos más (Nuovo commento, Lunario dell'orfano sannita,Pinocchio: un libro parallelo, Discorso dell'ombra e dello stemma, o su famoso ensayo o credo literarioy estético La letteratura come menzogna) inauguraba ya su propia literatura fragmentaria hecha abase de aleaciones y amalgamas continuas de hilaridad y tragedia, de hipótesis y juegos nihilistas, derazonamientos absurdos y engañosos, de curiosidades y angustias metafísicas, de viajes ytranscripciones del caos informe del inconsciente, de alucinaciones y fábulas que giraban siempre entorno a un centro inaprensible y que hallaban su cifra más exacta en el vacío en el que se halladramáticamente suspendido el universo, como en un gran y pavoroso escenario teatral.

Su gusto por las hipótesis de imposible respuesta se resumía ya al final de aquel primer libro, deaquel «manualetto teórico-práctico» como él mismo lo definía: «Respecto a esto, se podría avanzar lasiguiente hipótesis:». En otro de sus mejores libros, Tutti gli errori, de 1986, sobre «las infelicidadesminuciosas, o sea todo lo que podemos llamar una vida», también recurría a sus acostumbradosautorretratos para presentarlo: «Charloteos geométricos, galimatías pasionales, razonamientosirrazonables…».

A nuestro idioma están traducidos, por la editorial Anagrama, A los dioses ulteriores, A y B, Delinfierno y su libro quizá más popular (o más legible) Centuria (1979, Premio Viareggio). Hace un parde años la revista Debats publicó en forma de libro su viaje o ensayo Experimento con la India, quecerraba su ciclo oriental tras su libro Cina ed altri orienti (1974) dedicado a China, Filipinas y Malasia.

Como Carlo Emilio Gadda, como el igualmente inclasificable Guido Ceronetti, Manganelli se cuentaentre las literaturas más originales e insaciablemente experimentales de este siglo en Italia.Experimental no en el sentido degradante e inútil que se le ha querido dar después, sino en el decreación, cuestionamiento y corrosión de estados inmutables literarios tradicionalmente aceptadoscomo tales. Manganelli era un loco del lenguaje y las retóricas provocadoras, y a la vez estaba dotadode una inmensa cultura y de un don de la palabra (escrita y hablada, para los que lo conocimos) quepodía, con su fantasía barroca y tenebrosa, reinventar y destrozar continuamente el mundoreconocido por todos en unas cuantas líneas de majestuosa prosa poética, filosofante, moralizante oteologizante, siempre con el escudo de la ironía y la ambigüedad defendiéndolo por detrás. En cadalibro, Manganelli proponía todo un universo de hipótesis y variaciones en torno a cualquier cosa. Así lodefinió el conocido Pietro Citati, uno de sus más fieles devotos, junto a Roberto Calasso: «Detestabala línea recta y vagaba, ribeteaba, seguía elipsis y laberintos, daba vueltas en círculo, tocaba derepente el inalcanzable centro, y de nuevo retrocedía una vez más, obedeciendo a instintosopuestos». O lo que es lo mismo: hasta desnudar y ridiculizar sin piedad la verdad, cualquier verdadde cualquier cosa susceptible de ser cierta. Este fue su reino y ese fue el reino de la vanguardia quereclamaba su generación, la misma de Alfredo Giuliani y Eco, del Grupo del 63 o de losautodenominados «I Novissimi», la de las revistas Grammatica y Quindici, de las que él fue una parteindispensable y el baluarte quizá más representativo de todos ellos en el empeño de no cejar en lalucha por liberar a la literatura de ficción (es decir, no poética) del yugo del realismo. Pero detrás detodos ellos estaba el gran Dios, el inigualable Carlo Emilio Gadda y su célebre Pasticciaccio. Paraentender la devoción que sentían todos ellos por este sabio ingeniero milanés que en aquellos años

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de rebeldía había sabido plantarle cara con una obra genial al «monstruo» del neorrealismo (la bestianegra de todos ellos), sólo citar una anécdota de la vida de Manganelli, contada por la crítica yestudiosa Maria Corti. Eran los años sesenta, en Roma. Manganelli había «huido» en Vespa de Milán, afinales de los años cuarenta, dejando allí a su mujer y su única hija. Un día fue a visitarlo de improvisoa su ático de Roma el gran maestro Gadda. Manganelli se quedó maravillado por la sorpresa, pero alpoco rato sonó otra vez el timbre. Era una joven que se presentó tímidamente como su hija, a la queno veía desde hacía años. Entonces, Manganelli, que tenía a Gadda esperándolo en el salón, le dijo asu hija: «Perdona, querida, pero me temo que tengo que hacerte esperar en la terraza…». Es unaanécdota que de por sí vale para definir a este personaje que vivió siempre sus mejores y másbrillantes pasiones y locuras dentro de la literatura, sin que una sola línea se escapara fuera de ella.

Siempre provocador, amante de las paradojas («paradógrafo» lo llamó su compañero de vanguardiasAlfredo Giuliani) de desobediencias y profanaciones, su sectarismo fue inclemente e intratable, todoun clásico de la intolerancia hacia determinado tipo de literaturas. Era famosa su frase de críticototalmente parcial: «No lo he leído y no me gusta». Antes de morir, atravesaría por unas de susetapas literarias más fecundas. Publicó una Antologia personale, sus Improvvisi per macchina discrivere y Laboriose inezie. Anteriormente había sacado también a la luz un gracioso y como siempredivertido juego irónico titulado Encomio del tiranno (1990), que llevaba por subtítulo «escrito con elúnico fin de ganar dinero». Pero ahí no acababa la cosa, ya que al morir se comprobó que Manganellidejaba un auténtico y rico cúmulo de obras inéditas (tres novelas, relatos, libros de viajes, teatro,diarios, epistolarios, ensayos) que inmediatamente pasó al cuidado de Ebe Flamini, su fiel amiga ycompañera durante treinta años. Así, se publicaría en 1992 Il presepio o una divagación suya sobre lafelicidad navideña entrecruzada indisolublemente de «infelicidad navideña».

Los inéditos (excepto dos de ellos) ahora aparecidos en nuestra lengua fueron escritos entre 1979 y1989 y estaban destinados a un libro que se llamaría precisamente así, La noche. En él, de nuevo,tendremos, de forma deslumbrante, irreverente, fastuosa y devastadora, algunas de sus mejores,más humorísticas, y también más desesperadas, inspiraciones de teólogo o heresiarca que cree y nocree, que busca angustiosamente un lugar en lo sagrado, sin acabar de decidirse nunca por quéherejía o religión, qué ortodoxia o heterodoxia encaminar sus pasos. Ahí estará el escritor que no sereconoce en la autoría de libros firmados por él, pero también está la nada, la muerte, ladescomposición y la infinita noche cósmica que planean sin cesar por toda su obra. Estará también unDiablo que reclama un diálogo negado a un Dios omnipotente que lo ignora y lo reduce a las tinieblasy al silencio. Estarán las patologías universales, los «palimpsestos y grafías» destructoras, inventadasa modo de enfermedades convencionales para los que inevitablemente van a morir. Y sobre todo,estarán los habitantes asustados de la «lóbrega región» llamada «noche sustancial»: ese vientre de lanada, esa noche como «ceguera de Dios», ya que «sólo como ceguera nos es permitido experimentara Dios y, es más, el mismo creador palpa en el vacío universal con sus innumerables manos en buscade nosotros, que se acuerda de habernos creado, pero que, con la complicidad de la sobrenaturalezanegativa, le somos continuamente sustraídos…».

Alessandro Baricco (Turín, 1958), por su parte, es el triunfador actual que todo lo que toca en su país,

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Italia, ya sea una emisión de televisión, novelas o escuelas de escritura, lo vuelve, por acto de magiade nuestros tiempos, oro, eso tan deseable por mucha gente. O lo que es lo mismo: superventas. Sullegada a la literatura fue tortuosa, como ya es obligado pedigrí en nuestros días (escritordiversificado en folletos propagandísticos sobre motores de barco, en elegías sobre el «cava» italianoo discursos para candidatos políticos) pero inmediatamente llegaría el éxito, ya desde su primeranovela, Castelli di rabbia (Premio Selezione Campiello y Premio Médicis a novela extranjera enFrancia). Luego vendría la televisión y una segunda novela, Oceano mare, con nuevas, acrecentadassuperventas. Pero el auténtico delirio o baño de masas tendría lugar (baño extendido a paísesentusiastas como Francia) con Seda, una pequeña fábula orientalista y minimalista, de gestossuspendidos y palabras economizadas, aérea, leve y de teatro n¯o, de ensimismamientotrascendental, sin llegar nunca al arrebato, que provocaría pasiones encendidas, como siempre enestos casos, de carácter positivo y negativo. He de decir que me cuento entre las segundas. Estahistoria frágil y condensada de amor sublime, de viajes siempre iguales y guerras intuidas, no me haparecido directamente molesta ni especialmente irritante (aunque hay momentos que lo roza) perotampoco he logrado ver ni palpar de cerca la pretendida profundidad, inexpresibilidad y estuporenigmático de sus sobreentendidos espirituales, pasionales, sabios y poéticos. Algo más de interés,sin embargo, quizá porque es menos pretenciosa y menos secretamente grandilocuente, creo quetiene su semifantasía teatral de principios de siglo, titulada Novecientos. En torno a un pianista dejazz, jamás escuchado, se hace un privado homenaje a los largos viajes trasatlánticos, a la epopeyadel descubrimiento para muchos de América en este siglo, y a los Titanics que arrastraban por altamar sueños de tierras de promisión y que hacían cohabitar temporalmente a millonarios y emigrantesde la Europa empobrecida.

Solchaga se examinaCándido Muñoz Cidad1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

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Nunca puede ser un ejercicio imparcial que los intérpretes escriban la historia. A veces, lo máselocuente pueden ser las omisiones o las presentaciones parciales. A Carlos Solchaga, sin embargo,hay que otorgarle, en primera instancia, la valentía de no omitir temas. Repasa la mayor parte de lascríticas que, desde un punto de vista económico, se hicieron a su política: los tipos de interéselevados, la revalorización del tipo de cambio, la desindustrialización, la inflación dual, el déficit yhasta las irregularidades o el «donde más se gana en menos tiempo». Parece un sincero ejercicio de«así lo hice, y así lo explico».

Hay un leitmotiv en el libro: la globalización ha cambiado todo y los desmanes tienen su sanción. Laglobalización de capitales determina nuestro tipo de cambio; si no se controla la inflación, laeconomía entrará en una fase de desestabilización. Las empresas deben adaptarse a tal realidad. Enla economía española las finanzas y los servicios lo han hecho en mayor medida que la industria. Laeconomía recibe sus principales impulsos del exterior, sobre todo de los mercados de capitales.Apenas queda margen para la política económica. La lucha contra la inflación es prioritaria en estecontexto aunque exija altos tipos de interés que, según la interpretación de Solchaga es un tema quesustancialmente afecta a los mercados monetarios. No se alude a sus causas y, en particular, a lacarga financiera derivada de la actuación pública, ni a sus efectos sobre el endeudamiento privado y,en especial el de los empresarios competitivos que debieron enfrentarse a los más elevados tipos deinterés del mundo desarrollado.

El tipo de cambio que, en su día, muchos consideramos sobrevalorado y perjudicial para la industriaexportadora, es defendido por Solchaga al considerarlo, de nuevo, desde el punto de vista financiero.A saber, el tipo de cambio ya no se determina por la balanza corriente sino, sustancialmente, por lade capitales; por ello, hay que relegar a segundo plano la preocupación por la restricción de labalanza corriente (pág. 101), tradicional preocupación de la economía española, y fijarse en labalanza básica. A nuestro juicio, el que la balanza de capitales determine el tipo de cambio no quieredecir que sea lo más deseable; asimismo, la banalización de la balanza corriente (pág. 104) equivalea banalizar la competitividad que un país exportador revela.

Ciertamente pudo haber políticas de tipos de interés y de tipo de cambio que perjudicasen menos a lacompetitividad de la industria española, aunque también es cierto que no se puede tener a la vezendeudamiento público elevado (aunque esté aumentando fuertemente la recaudación fiscal), tiposde interés bajos y equilibrio externo. Si quisiera señalar, en algunos puntos, por qué el libro deSolchaga –y la política económica que justifica– me parece una visión parcial de la economía que noplantea los desequilibrios básicos del sistema económico español, debo centrarme en los puntossiguientes que, a mi juicio, fueron los olvidos de su gestión.

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INDUSTRIA VS. SERVICIOS

Carlos Solchaga entra en la polémica industria vs. servicios, a favor de éstos, mientras que los«industrialistas» (con «prejuicios tomistas», pág. 53) pertenecen a la sociedad nostálgica.

Uno de los aspectos, a mi juicio, más criticables del libro está precisamente en la apuesta por lasopciones no industriales y ello lo argumento por las tres vías siguientes: a) sobrevalorización de laimportancia de los servicios, b) particular consideración del sector financiero y c) medidas quedificultaron el desarrollo y la expansión de la industria competitiva.

SOBREVALORACIÓN DE LA IMPORTANCIA DE LOS SERVICIOS

Nadie puede poner en duda la importancia de los servicios en las economías modernas. Pero ellorequiere dos matizaciones: A) Que el país más desarrollado del mundo –Estados Unidos– es, sobretodo, una gran trama industrial, un país exportador de productos tecnológicamente avanzados y conmúltiples servicios conexos con dicha trama; lo mismo se puede decir de Alemania o de Francia. Laelevada productividad industrial es la que permite los altos salarios y niveles de vida de estos países.B) Porque estemos en una sociedad de servicios no es indiferente cuáles sean éstos. Hay servicioscompetitivos internacionalmente y muchos que disfrutan del privilegio del mercado nacionalreservado.

Por ello, el problema de los servicios en España no radica sólo, ni fundamentalmente, en que sigan alos salarios de la industria sino en que grandes esferas de servicios están sustraídos a la competenciaen la formación de precios y costes. El carácter de los que vienen denominándose núcleos duros defuturo –invariablemente empresas de servicios o banca ejercidos en condiciones de competenciaimperfecta– son para dudar del futuro de la economía española.

PARTICULAR CONSIDERACIÓN DE LOS SERVICIOS FINANCIEROS

El péndulo histórico –y la ingenuidad y el mimetismo– llevó a las finanzas al centro de la trama.España y su ministro de Economía también se apuntaron a esta moda; se estaba modernizando elpaís. Aparte de las consideraciones del punto anterior sobre competitividad, la moda financieraeximió a la banca española (y a las cajas de ahorro) de una tarea que en una consideración de laimportancia de la industria era imprescindible: la financiación de proyectos industriales, sobre todopara pequeñas y medianas empresas. La banca (alentada por las autoridades monetarias) se dedicó ala más lucrativa tarea de financiar servicios no competitivos y, sobre todo, a recaudar recursos parala financiación de las Administraciones públicas. Una banca dedicada a construir fondos de inversión¡en valores públicos! Todo un éxito de la economía global y financiera.

LA LUCHA CONTRA LA INFLACIÓN Y LA INDUSTRIA

A Carlos Solchaga le cuesta admitir el concepto de inflación dual, que le parece de origen cepaliano,cuando su procedencia es de economías muy competitivas y abiertas al exterior –como Suecia– que

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no pueden permitir que el crecimiento de los precios de los servicios perjudique al sector exportador.Mantiene que la inflación de los servicios deriva de imitar los salarios de la industria. No considera laformación de precios en los mercados protegidos, cuestión ésta clave, desde nuestro punto de vista,para comprender la asignación de recursos en la economía española en los años recientes.

Cuestión más importante es que en la hoguera de la lucha antiinflacionista sucumbieron muchasempresas. Los altos tipos de interés que exigió la lucha contra la inflación y la financiación del déficitpúblico hicieron prohibitivo el endeudamiento para muchos empresarios competitivos. Se entró así enel, para Keynes, peor de los mundos: desempleo elevado y altos tipos de interés. Por otro lado, lasobrevaloración de la moneda dificultó aún más la situación de las empresas competitivas y, enparticular, de las exportadoras.

Cierto, como dice Solchaga, que la sobrevaloración benefició a los consumidores (frente a los«instintos proindustriales y anticonsumidores», pág. 53), pero quizá una de las grandes deficienciasde la filosofía económica de los ochenta es pretender dar a la sociedad española la ilusión de que sepuede consumir antes de producir. El capital extranjero ciertamente financiaba y no se creabantensiones en la balanza de pagos; tema extenso y sugerente que no se puede comentar aquí con laamplitud que merecen los comentarios de Solchaga sobre la «banalización de la balanza corriente».

Si la globalización no dejaba margen a la política monetaria, el recurso debió de ser la política fiscal,pero ésta fue: a) procíclica, generando déficit en los momentos de expansión, y b) se incrementaronfuertemente los impuestos y sobre todo, los gastos. El retraso del sector público español (que noconsistía sólo en cuánto se gastaba) no justificaba su asimilación a los niveles europeos en una soladécada: gastar mucho y rápido puede no ser compatible con gastar bien. Por otra parte, en la medidaen que al Estado de bienestar hay que atribuir una parte del déficit público, es inconsistente crear unEstado de bienestar cuando en países más ricos se revisaba su viabilidad económica.

En una economía globalizada y con poco margen para la actividad pública, los programassocialdemócratas deben despojarse de parte de su retórica habitual, dice Solchaga; pero reserva dosvías de actuación genuinas: a) la preocupación por la solidaridad y b) la preocupación por unaeconomía más competitiva. Supongo que cualquier gobierno honesto y moderno se plantea estostemas. El problema es el cómo y frente a quién. Ello bien merecía otro volumen.

El libro, aunque es polémico, pasará desapercibido en un país que no ejerce la crítica económica. Esvaliente, como dije y, como esta nota, pertenece a la visión económica de cada uno. A mi juicio, lefalta un poco de sal literaria para que su lectura pueda ser atractiva para muchos.

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Espiral de violenciaVicente Araguas1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

Killer, versión española de O matador, es la primera novela de Patricia Melo, una escritora brasileñajoven aún desconocida entre nosotros. Killer es un libro un poco en el espíritu de aquella película deMartin Scorsese, Taxi driver; es decir protagonizada por un sujeto de los que, en un mundoneuróticamente violento, se toma la justicia por su mano. El protagonista de la novela de Melo sellama Máiquel, y sus andanzas tienen lugar en São Paulo, una ciudad áspera en un país, Brasil, dondeproliferan las organizaciones (los siniestros escuadrones de la muerte) y aun los individuosespecializados en aplicar su particular versión de la venganza social. Por cierto que resulta llamativoque en esta traducción de Basilio Losada –buena salvo el empleo erróneo de algún «falso amigo»,refrigerante en español es refresco y no refrigerante (pág. 102)– se haya optado por un título inglés.¿Tal vez en la seguridad de que todo el mundo asocia inmediatamente su significado? Bien, el«killer», el asesino de Patricia Melo, es un individuo tan perplejo como, pongamos, el «extranjero» deAlbert Camus o cualquier personaje de Jim Thompson, sólo que éste una vez que ha empezado aandar, jaleado por los vecinos que entienden que su primera muerte, la de un violador, es digna deencomio ya no puede detenerse. Para Máiquel, y esta viene siendo la moraleja de Patricia Melo, matares como andar en bicicleta; si te paras te caes. Por lo tanto Máiquel, aupado desde un origen humildeal disfrute de placeres reservados a las elites (con las que contrasta como asesino a sueldo en unmomento dado), termina envuelto en un irresistible descenso a la abyección. El problema máximo dela novela de Melo es que su protagonista no está nada bien caracterizado, apenas unos trazos, aveces caricaturescos, que no terminan de hacerlo creíble. Y el cartón-piedra, como se sabe, no es de

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recibo en una novela realista (como ésta). Otro tanto ocurre con los antagonistas de Máiquel, tanborrosos como las escenas eróticas de la novela en las que Patricia Melo suple su alarmante falta deimaginación, más que erótica sentimental, con profusión de palabrotas (es decir, de sal gorda), que niprovocan, si tal era su pretensión, ni encajan bien en el discurso, definitivamente moralizante, queKiller conlleva. Sin embargo Patricia Melo parece haber captado bien el lenguaje sintético-elíptico dela novela negra, que a veces parece como si quisiera remedar. Con todo, incluso en su simplicidad,aquí se echa en falta la recreación de atmósferas tan características de las novelas negras o inclusode detectives, por no citar esas joyas de la corona que son las narraciones policíacas de GeorgesSimenon protagonizadas por el inspector Maigret. Luego está la capacidad, evidente, de Melo parareproducir en su novela el ritmo cinematográfico, lo que confiere vértigo a una acción que lo estápidiendo a gritos. Ahí se hallan las mejores virtudes de Patricia Melo, cuya novela sin duda no tardaráen ser llevada a la pantalla grande, dándose de nuevo el caso de que un libro irregular produzca unapelícula aceptable. Por lo demás, como reflexión sobre la violencia, la contraviolencia y sus razones,he de decir que Killer fracasa estrepitosamente. En la novela de Patricia Melo falta contundencia a lahora de juzgar, pero también sutileza a la hora de exponer razones.

El misterio de las primeras novelasIgnacio Martínez de Pisón1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

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Reproduce Claudio Magris en El Danubio una bonita fábula sobre la alegría de la vida y el dolor de lamuerte, escrita por una niña de Trieste, y a partir de esa fábula y de la sorprendente edad de suautora se decide a reflexionar sobre lo imprevisible de los talentos tempranos. Dice Magris: «No sédónde está o qué hace esa desconocida escolar de primer curso, si está destinada a ser una granescritora o si este destello de genio no pasa de ser una única e irrepetible revelación y es ahora unachica cualquiera».

Traigo a colación esta cita de Magris porque Olga, la novelita que en este momento me ocupa, fueescrita por su autora, Chiara Zocchi, cuando apenas tenía dieciocho años. ¿Se puede decir de estelibro, como dice Magris de esa fábula, que la escritora ha manifestado, «sin darse cuenta, una graciaque no sabe que tiene y que tal vez nunca volverá a tener»? Esta es la pregunta que me hago unavez concluida la lectura de Olga, una narración llena de encanto. ¿Se tratará también de un encantoque Chiara Zocchi no sabía que tenía cuando escribió el libro y que tal vez nunca volverá a tener? Loignoro por completo.

Me viene a la cabeza la noticia de que en algún país (supongo que en Francia, no podría ser otro) haninstituido un premio de segundas novelas, un concurso literario para escritores que tienen ya unanovela publicada. Magnífica idea. Que un joven autor escriba una aceptable primera novela ocurrecon relativa frecuencia. En cambio, que su segunda novela responda a las expectativas depositadasen él es algo casi insólito. ¿Por qué será? Acaso porque, de acuerdo con el tópico, ese primer librosuele estar lleno de elementos autobiográficos, de una «verdad» lo bastante vigorosa como paradisculpar las posibles deficiencias técnicas, mientras que en el siguiente el filón de la propiaexperiencia suele estar ya agotado y eso hace que quede en evidencia la falta de «oficio» del todavíaescritor en ciernes.

He dicho que Olga es una narración llena de encanto y he hablado de la tendencia a disculpar lasdeficiencias de las primeras novelas. Disculparlas, sin embargo, no quiere decir ignorarlas. Nosencontramos ante una novela de escasa, casi inexistente, materia narrativa. Una niña que vive con sumadre en la periferia de una ciudad italiana asiste al encarcelamiento de su padre y a la muerte porsida de su hermano heroinómano: este es prácticamente todo el argumento de la novela. Olga, porsupuesto, no es uno de esos libros en los que «pasan» cosas, y lo que la autora se plantea consistemás bien en ofrecer una interpretación de la realidad: el mundo visto por una niña de diez años.

Una pretendida naïveté, un léxico voluntariamente limitado, unas reflexiones que oscilan entre losugestivo y lo ramplón: con estos aderezos y la sencilla fórmula de someter cualquier cosa, porintrascendente que sea, a la recreación de la mente infantil de la narradora construye Chiara Zocchiuna novela en la que ni la protagonista experimenta una evolución psicológica ni la historia avanza deacuerdo con una evolución dramática. Podrías cortar por cualquier sitio y nadie se daría cuenta.Podrías hasta cambiar de orden muchos capítulos y tampoco pasaría nada. Podrías… No, no creo quevalga la pena insistir en las carencias del libro. Sobre todo porque, por encima de todas ellas, ChiaraZocchi ha conseguido crear una atmósfera de tristeza e intimidad que otorga un sentido profundo aese mundo en principio inane y sin interés. Y digo atmósfera cuando podría, como antes, decir

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encanto. La cuestión es saber si ese encanto da para algo más que este breve libro, si detrás de él seesconden unas cualidades de narradora capaces de prolongarse en próximas obras. La respuesta,como en tantos casos similares, no la tendremos hasta que podamos leer el segundo libro.

La construcción cultural de la identidadnacional españolaIgnacio Peiró Martín1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

El último libro del profesor norteamericano Inman Fox nos hace recordar que pronto se cumplirán cienaños desde que la crítica regeneracionista sentó en el banquillo de los acusados a la historia deEspaña, la juzgó, y la condenó a cerrar con doble llave el sepulcro del Cid y olvidar los nombres deColón, Otumba o Pavía. Fue un período de fuego intelectual, de efervescentes actitudes éticas ygrandilocuentes discursos, donde la tensión por el futuro del país comenzó a expresarse medianteuna interrogación emotiva sobre el genio nacional y las esencias de la raza española. Sus miradassobre el pasado abrieron el camino para el debate acerca del llamado «problema de España».Alrededor de esta cuestión y durante los cinco decenios siguientes se originó una especie de«patología nacional» en la que se vieron implicados los mejores eruditos, investigadores y ensayistasde la «generación de 1914».

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En La invención de España, los diagnósticos de esta generación son utilizados, a modo de eslabóndorado en la cadena que forma la construcción cultural de la identidad nacional española. El libroconstituye una exploración histórica cuyo origen sitúa el autor en la tercera década del siglo XIX, conla consolidación del Ateneo de Madrid como centro de sociabilidad cultural, y culmina en los añossesenta de nuestra centuria cuando aparecen los síntomas indiciarios de la «crisis de identidadnacional». Y así, el tema principal de la obra de Inman Fox –que cultura y nacionalidad pertenecen aun mismo orden en el plano de las ideas– se expone mejor a través de la narracción de los rasgosnacionalistas de aquel «grupo selecto de españoles» que, siendo hijos de los años más intensos de lahistoria de la cultura contemporánea, vivieron hasta el final de sus días con la angustia de cumplir sucompromiso de preguntarse sobre el ser español. Después de todo, cuando leemos el capítuloséptimo comprendemos la lógica de un relato formalmente homogéneo y la concepción de la historiaintelectual sobre la que se ha construido la obra. Dedicado a la comunidad imaginada, la literatura, elpensamiento y el arte, es el apartado más amplio en páginas y denso en imágenes. Se trata deautores conocidos (Unamuno, Ganivet, Azorín, Ortega, Machado o Maeztu), a quienes Inman Foxdestinó importantes monografías desde que comenzó a darse a conocer en la España de los sesenta.Centrados en el estudio de los novelistas y pensadores de fin de siglo, sus libros y los de otroshispanistas anglosajones abrieron caminos para la rehabilitación y el redescubrimiento de una largalista de autores que habían sido olvidados o utilizados durante los años más duros de la dictadurafranquista.

Por todo ello, la primera impresión «historiográfica» que produce el libro es que ha sido escrito comofruto tardío de una gran tradición concluida. Un libro redivivo del género literario señalado arriba –eldel «carácter nacional de los españoles»–, que parecía haber sido enterrado con los luminosostrabajos de Francisco Ayala, Jaume Vicens Vives, José Antonio Maravall o Julio Caro Baroja. Sinembargo, desde la cubierta el propósito del hispanista estadounidense está dirigido a que estaprimera impresión no nos acompañe mucho tiempo. La invención de España intenta por caminospropios adecuarse a historiografía moderna sobre las identidades colectivas y responder así, tanto alsubtítulo del libro –Nacionalismo liberal e identidad nacional– como a la intención confesada en laúltima página de la introducción de «explicar el proceso de la invención de una España liberal» Paraconseguirlo, junto al título donde aparece el exitoso término «invención» de Hobsbawm, Inman Fox noduda en utilizar alguno de los más recientes trabajos sobre el nacionalismo, emplear la definición de«cultura» tomada del antropólogo Clifford Geertz o aplicar el concepto de «espacio público» de JürgenHabermas.

En realidad, se trataría de un utillaje teórico interesante si no fuera porque al manejar los modelos deGeertz, su concepción de la cultura queda muy limitada a las producciones intelectuales o artísticasde una elite, olvidando sus aspectos sociales y quedando «lo cultural» –en palabras de RogerChartier– reducido a un campo particular de prácticas o producciones. De igual modo, resulta difícilcompaginar los conceptos de «espacio público» e «institucionalización» de la cultura nacional, sindistinguir claramente entre el plano del discurso científico –encargado de verificar y eventualmentede descalificar las tentativas más burdas de manipulación del pasado– y el plano ético-político,incluido en el régimen de la «esfera pública». De hecho, la confusión que aparece en el capítulo

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segundo de La invención de España no surge tanto de la adopción del término «espacio público»–realmente ni el propio Habermas llega a ofrecer un criterio para individualizar la relación entre losdos planos– como del escaso apoyo en los más novedosos estudios que han modificado lasinterpretaciones sobre el universo cultural de la España decimonónica. Y es aquí, a partir de la páginaveintisiete, cuando para el lector comienzan las interrogaciones sobre su aplicación, los desconciertosante los vacíos y las discrepancias acerca de sus contenidos.

En este punto, si bien el profesor Inman Fox tiene razón cuando señala el Ateneo de Madrid como lainstitución cultural por excelencia del liberalismo, no tiene sentido teórico olvidar que el conjunto deprocesos de legitimación que marcaron la institucionalización de la cultura liberal burguesaconvirtieron a las cinco grandes Academias (la Española, la de la Historia, la de las Bellas Artes deSan Fernando, la de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales, y la de Ciencias Morales y Políticas) en loscentros rectores encargados de diseñar el panorama científico español y construir el consenso entorno a algunos valores decisivos para la convivencia civil (uno de ellos el de patria o naciónespañola). Un sistema oficial académico, consolidado durante la época de la Restauración, alrededordel cual se generó un espacio cultural que abarcaba desde el mundo de la edición hasta el mercadode la historia y donde la Universidad no pasaba de ser un mero centro subordinado. Desde luego, estaaplicación de conceptos o definiciones «de moda», unida a una concepción tradicional de la historiaintelectual como historia de las ideas, de individuos o escuelas, hace que el libro de Inman Fox seresienta no sólo con sus planteamientos generales, sino también en sus detalles. Así, por ejemplo, enel segundo capítulo, vuelve a repetir la importancia de los krausistas en nuestra historia intelectual yen la «invención» de la conciencia nacional. En mi opinión, creo que ha llegado la hora de explicarque la capacidad de influencia y penetración del krausismo en la España decimonónica quedó muylimitada a determinadas áreas y períodos políticos muy concretos. Mucho más, si lo comparamos conla dimensión pública alcanzada por la cultura oficial que siempre mantuvo a los krausistas en losmárgenes del sistema.

Otros espesores se añaden al libro, cuando el desconocimiento de estudios de historia intelectual ehistoria de la historiografía tan importantes como los de Esperanza Yllán, Juan María Sánchez Prieto,Josep M. Fradera, Manuel Jorba, Manuel Suárez Cortina, Rafael Asín, Gonzalo Pasamar o Enric Pujol 1,por citar unos pocos de los aparecidos en los últimos años, llevan a nuestro autor a realizar en elcapítulo tercero una sintética exposición de lo que fue el primer período de la historiografía liberalespañola. Se trata de una descripción apresurada, basada en las clásicas obras de Modesto Lafuente,las ideas de Cánovas sobre la decadencia, el discurso de entrada de Fernando de Castro en la RealAcademia de la Historia o la Historia de España y de la civilización española de Rafael Altamira. Autoreste último a quien se continúa juzgando más por la merecida fama que alcanzará posteriormenteque por la realidad de su presente. No en vano, cuando se señala que era «sin duda alguna elhistoriador español de más importancia alrededor del cambio de siglo» (pág. 49), podemos recordarque en aquella época sólo era un prometedor y joven catedrático de Historia del Derecho de Oviedoque luchaba por hacerse un hueco en el mundo académico. Un universo donde, asesinado Cánovasdel Castillo, sobresalían y dominaban las figuras de Menéndez Pelayo, Eduardo de Hinojosa, Fidel Fita,Manuel Dánvila, los profesores de la Escuela Superior de Diplomática o los miembros más relevantes

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del Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos. Al respecto, no se puede omitir aquí elpapel fundamental desempeñado por los archiveros en el mencionado progreso. Convertidos en loshistoriadores característicos del período, fueron los responsables de la investigación científica ensentido estricto y de la divulgación de la forma oficial de entender la historia 2.

Lo mismo puede decirse de la exclusión en el libro de los aspectos sociales de la historiografía. Y esque, en el conjunto del contexto cultural decimonónico, el verdadero sentido de esta literatura seadquiere cuando comprendemos sus preocupaciones por representar históricamente su identidadsocial y política. Sobre esto, quizás sea conveniente aclarar que el autor de La invención de Españano ha tenido en cuenta que la cuestión de la formación de la conciencia nacional de los españoles,como ha señalado recientemente el profesor José María Jover, conecta directamente con la historiasocial –con la construcción de la historia nacional pero también con el interés de difundir una imagende España entre los ciudadanos de las clases medias y populares–. Desde esta perspectiva, pareceinevitable el estudio de la función que va a cumplir en la representación y mitificación nacionalista laabundante literatura histórica escolar, desde los catecismos de la escuela primaria hasta losmanuales consumidos por el público de estudiantes de los institutos y universidades 3. Por otra parte,resulta difícil pasar por alto el hecho de que siendo muy relevantes los valores patrióticos, nuncafueron los únicos componentes que caracterizaron las obras de la historiografía liberal. A su lado,tanto el interés por legitimar genealógicamente a la «burguesía» como las preocupaciones por elmétodo para construir –no inventar– la historia de España o la relevancia otorgada a la historia local–considerada como un elemento fundamental para la construcción de la historia nacional–, son otrostantos elementos que nos deben ayudar a valorar globalmente la producción histórica del tramo de1854 a 1902.

La visión tradicional de Inman Fox y la utilización de una bibliografía envejecida o incompleta –comopueden ser las desarticuladas y manipuladas Obras Completas de Joaquín Costa–, le llevarán en lostres siguientes capítulos, a repetir tópicos tan rebatidos como la búsqueda de la solución dictatorialpor Costa o Altamira 4, generalizar sobre el origen del catalanismo y el pensamiento nacionalistavasco e ignorar, casi por completo, la profunda transformación institucional experimentada por lacultura historiográfica. En el primer cuarto del siglo XX fue la Universidad y el Centro de EstudiosHistóricos, dirigido por los catedráticos madrileños –los catalanes lo hacían en el Institut d'EstudisCatalans–, desde donde se proyectó, hasta 1936, una imagen radicalmente nacionalista de la historiade España. Por lo demás, la descripción de la obra de Ramón Menéndez Pidal parece eximir alprofesor Fox de cualquier referencia a Sánchez Albornoz, Luis García de Valdeavellano, AntonioBallesteros o Eduardo Ibarra, por mencionar unos pocos de los historiadores más comprometidos conla revisión del pasado español. El libro termina con un peculiar y breve epílogo. En estas páginas, nodeja de sorprender que una apuesta tan ambiciosa concluya pasando con rapidez y casi olvidando lodeterminante que ha resultado para la «deconstrucción» de la identidad colectiva contemporánea larealidad de una guerra, el triunfo del franquismo y el dominio ejercido durante cuarenta año por lahegemónica cultura nacionalcatólica.

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En la actualidad los historiadores españoles llevan ya una serie de años reflexionando sobre laformación del Estado nacional, y para la mayoría de ellos el estudio de las ideas de unos pocos sobrelas esencias hispánicas apenas tiene sentido. Así las cosas, la llamada final que realiza nuestro autora «reescribir la historia cultural del país», nos permite concluir con una reflexión y un reconocimiento.Una reflexión sobre las dificultades que, hoy, tienen algunos hispanistas para romper con sus viejasideas y nutrirse de las más renovadoras interpretaciones que están surgiendo en el medio intelectualespañol. Y, sin dejar de valorar la importancia que han tenido sus obras y sus personas al posibilitar lacreación de escuelas e investigaciones, el reconocimiento de cómo el hispanismo anglosajón siguehaciendo coincidir sus libros con un mercado donde consigue importantes éxitos de ventas.

1. Esperanza Yllán, Cánovas del Castillo, entre la historia y la política, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985;Juan María Sánchez Prieto, El imaginario vasco. Representanciones de una conciencia histórica, nacional y política en elescenario europeo, 1833-1876, EIUNSA, Barcelona, 1993; Josep M. Fradera, Cultura nacional en una societat dividida.Patriotisme i cultura a Catalunya (1838-1868), Curial, Barcelona, 1992; Manuel Jorba, Manuel Milà i Fontanals en la sevaépoca. Trajectòria ideològica i professional, Curial, Barcelona, 1984; Manuel Suárez Cortina, Casonas, hidalgos y linajes. Lainvención de la tradición cántabra, Universidad de Cantabria Editorial Límite, Santander, 1994; Rafael Asín, «EstudioPreliminar» a Rafael Altamira, Historia de la civilización española, Crítica, Barcelona, 1988, págs. 9-37, como ejemplo de losabundantes trabajos que ha dedicado a Altamira; Gonzalo Pasamar, Historiografía e ideología en la postguerra española: Laruptura de la tradición liberal, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 1991; Enric Pujol, Ferran Soldevila. Elsfonaments de la historiografia catalana contemporània, Editorial Afers, Catarroja-Barcelona, 1995.

2. Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar, La Escuela Superior de Diplomática (los archiveros en la historiografía españolacontemporánea), Anabad, Madrid, 1996.

3. José María Jover Zamora, «La huella del pensamiento canovista en la conciencia nacional de los españoles: los manualesescolares», Conferencia pronunciada en la Fundación Ramón Areces de Madrid, el 13 de marzo de 1997.

4. Entre otros, la revisión de estas opiniones la realizó Alfonso Ortí en artículos como «Regeneracionismo e historiografía: elmito del carácter nacional en la obra de Rafael Altamira», publicado originalmente en el libro colectivo editado por ArmandoArberola, Estudios sobre Rafael Altamira, Instituto de Estudios Juan Gil Albert (Diputación de Alicante), Alicante, 1987, págs.275-371, incluido en Alfonso Ortí, En torno a Costa (populismo agrario y regeneración democrática en la crisis del liberalismoespañol) Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid, 1997, págs. 391-472.

La política de los impresionistasGuillermo Solana1 diciembre, 1997

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España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

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De la fonda a la Moncloa. Socialismo ypolíticaManuel Pérez Ledesma1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

Las elites nacionalsocialistas y los asesinos

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de despachoBernd Martin1 diciembre, 1997

España en la nueva EuropaCARMELA MARTÍNAlianza Editorial, Madrid, 1997 352 págs.Prólogo de Luis Ángel Rojo

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