Una Dama Arruinada (Spanish Edition) - ForuQ

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Esta es una obra de ficción. Cualquier semejanza con personas, lugares, oeventos, es pura coincidencia.

UNA DAMA ARRUINADA.

Copyright © Diciembre 30, 2015 Elizabeth Kingston.Traducción © Agosto 8, 2017 por Rebeca Barroso.

Todos los derechos reservados.

Inicialmente publicada en inglés bajo el título A Fallen Lady.

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ContenidoNota de la traductoraPrólogoCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18Capítulo 19EpílogoAgradecimientos

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Para todas las Helens que he conocido, y todos los Stephens que lashan amado.

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Nota de la traductoraSoy mexicana, apoyo fervientemente la escritura y la lectura, y

considero que hay poco acceso en Latinoamérica a libros que han sidoautopublicados por autores angloparlantes en Amazon. Elizabeth Kingstonrecibió mensajes de lectores lamentando no tener una versión en español desu novela y yo me ofrecí a crear esta traducción. Hice mi mejor esfuerzo por

traducir su texto a un español general que todos pudieran comprender; sinembargo, como aprendí trabajando en Editorial Santillana en México, y en

los libros de instrucción al español de Wiley & Sons en Nueva York, elidioma español tiene tantas variantes y regionalismos que es imposible

arribar a un consenso global. Estoy consciente que mi elección de palabras devez en cuando sonará extraña para otra nacionalidad y que no podré

complacer al 100% de los lectores. Nunca faltará un crítico, pero el hechoirrefutable es que esta obra ahora está disponible a una audiencia que estaba

privada de ella. Espero que disfruten la historia.

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Prólogo

Era una historia sencilla, realmente. Pero, por alguna razón, nunca era

sencilla de relatar. Cada vez que trataba de contarla a alguien (no que hubieramuchos que la escucharan), su lengua se paralizaba. Sus ojos buscaban lasesquinas de los cuartos, para fijarse en cualquier otra cosa menos en suinterlocutor, buscando una señal que indicara que no era ella la joven quienhablaba. Sus oídos se encogían al escuchar los sonidos que salían forzados desí misma. Era como si una mano enorme presionara su pecho como fuelle ylas palabras salían llenas de aire pero sin timbre.

Así es que el relato de su ruina era poco más que un montón desílabas sin aliento que no tenían sentido, ni siquiera para ella, y que rara vezfueron escuchadas. Había un bosque oscuro y un estuche de afeitar de lo másinocente. Había sangre y ojos azules y gritos – y listones, recuerdossimbólicos para una huerfanita. Ella sabía que era una historia incoherente dela manera que ella la relataba. Años después continuaría siendo unaconfusión de imágenes y sonidos.

Ella debió haber corrido. Ella no debía haber estado ahí, paraempezar. Niña tonta. Más que nada, ella recordaba el calor de su cuello bajosu antebrazo, la fuerza de su pulso contra su muñeca, las palabras que ella ledijo, y recordaba correr, correr, correr.

Era una historia simple con un resultado sencillo. Explicabaperfectamente por qué ella regresó de Irlanda tres semanas antes de tiempo ysin marido, con una doncella irlandesa, una reputación completamentearruinada, y un manojo de listones baratos. Era su propia dificultad enrelatarla lo que complicaba las cosas y tornaba no solamente a su historia –sino a ella – impotente.

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Capítulo 1

Septiembre, 1820El Conde de WhitemarshBaird HouseLondres Estimado Whitemarsh,

Ya estoy instalado en mi hogar de Herefordshire, a no más de unalegua de la villa de Bartle-on-the-Glen. Dado que llegué hace apenas unasemana, no he podido lograr mucho progreso con la Tarea que heemprendido a petición suya para el beneficio de nuestros mutuos intereses.Es verdad que la casa de la dote está, en efecto, sin huésped, tal como elabogado de Lady Helen advirtió. Si no tengo éxito con los inescrutablesaldeanos, temo que mi Investigación va a proceder muy lentamente.

Sin embargo, ha llegado a mi conocimiento que una cierta Madamede Vauteuil habita en la villa y se le describe con respeto por quienesfrecuentan la hostería como “Sociedad real” – frase que sólo puedo asumirsignifica que no se opone a recibir visitas y, uno espera, está tan interesadaen rumores como cualquier miembro de la Sociedad. He mencionado que losaldeanos no son muy comunicativos. En particular, sus respuestas a misindagaciones concernientes a su hermana son todas similares.Invariablemente se tornan hostiles y suspicaces de cualquier motivo por elcual la pueda estar buscando, mientras simultáneamente rehúsan admitir quela conocen o que han oído de ella. La información acerca de Madame deVauteuil la obtuve por mi cuenta, ya que mis sirvientes han adquirido unareputación en la aldea de ser intrusos impertinentes que hacen demasiadaspreguntas.

Espero que usted mande noticias inmediatamente si tiene algúnconocimiento de Madame de Vauteuil, ya que su nombre me parece familiaraunque no puedo recordar de dónde. Ella puede ser la única vía para

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encontrar a Lady Helen.Ya que no tengo otros asuntos urgentes que atender en los próximos

meses, y mis negocios se pueden manejar fácilmente desde esta ubicación,estoy preparado a residir aquí durante el otoño. La propiedad requiere demejoras que ahora tengo el tiempo de supervisar.

Lo mantendré informado con regularidad de mi progreso en labúsqueda de su hermana.

Su Servidor,Summerdale

Tocaron a la puerta justo antes de la hora del té. Marie-Anne estaba

de buen humor, riéndose de lo que trataba de hacer Helen con los bolillos."No, no, mademoiselle. ¡Hay que siempre mantenerlos en orden!" La

reprimenda era humorosa.Marie-Anne se inclinó mientras las dos se reían. Sus expertas manos

movieron los bolillos a las posiciones correctas en el almohadón e intentabandeshacer los nudos de hilos alrededor de los alfileres.

Helen se lamentó, "¡Nunca aprenderé! Voy a terminar haciendo unnido para ratones." Se disolvió en risas quejumbrosas al ver el resultado de suesfuerzo. De verdad, era terrible. "Y un nido para roedores no debería tomartanto tiempo ni esfuerzo. ¡Ni hilo!"

Marie-Anne extirpó todo el artilugio de almohadón, marco y bolilloscolgantes del regazo de Helen. Sus dedos comenzaron a trabajar a lo largo delos hilos. Esto le parecía una tarea un tanto infructuosa a Helen.

"Sólo necesitas un poco más de práctica, y cuando aprendas, podráshacer el nido de encaje más fino para la familia de ratones de tu bodega, siquieres."

Hablaban en francés. Marie-Anne extrañaba con frecuencia su lenguamaterna, y encontraba que le era más fácil comunicar los detalles de laelaboración de encaje cuando podía estar segura de su vocabulario. A Helenle agradaba tener la oportunidad de usar ese lenguaje. Había escasasocasiones para usar francés en Bartle-on-the-Glen, y era agradable escucharsus encantadores y exóticos tonos al tiempo que brindaba un poco de confort

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a su amiga.La pobre de Marie-Anne se veía perpleja ante la profusión de lazos y

nudos frente a ella. "Maggie probablemente sabe hacer un diseño mássencillo, y el encaje irlandés es igual de lindo."

Y sin duda igual de complicado, pensó Helen fastidiada mientrassacaba la carta de su bolsillo. Su abogado se la había dado en la última visita,la semana pasada.

"Los Huntingdons no vendrán este otoño. Joyce dice que el barón estáindispuesto." Escudriñó la página otra vez, como las últimas cien veces que laescrutó durante la semana, buscando cualquier señal de que Joyce estuvieraagraviada. Su amiga era, por lo general, bastante directa, y Helen no teníarazón para dudar de la enfermedad del barón. De cualquier manera, una nopodía esperar que su amiga escribiera que le era imposible visitarla porqueuna era una vergüenza.

Marie-Anne levantó la vista de su regazo consternada. "¡Pero quémal! ¿Espero que no sea nada serio?"

"Sospecho que es la gota, pero ella no especifica. Lo menciona comosi él fuera de lo más fatigante. Su tono sería más serio si la enfermedad fueragrave." Helen trató de sonreír. "Tendremos que conformarnos una con la otra,al parecer."

Echarían mucho de menos la visita. Joyce Huntingdon siemprebrindaba un aire de alegría, compartiendo los rumores de la Ciudad einsistiéndoles que eran de lo más afortunadas al haber eludido el matrimonio.El barón no era una pareja ideal, y ser una esposa no era ni remotamente tanplacentero como una se imaginaría, les habría dicho. Helen sabía que suamiga siempre se arriesgaba al socializar con ella, y sus esfuerzos pormantener entretenidas a Las Arruinadas (como ellas se referían a sí mismas)siempre eran bien apreciados. Pensando en el riesgo que tomaba simplementepara escribirles, Helen se avergonzó de su obsesiva lectura de la carta. Joyceera una buena amiga.

Marie-Anne parecía preocupada. "¿Esto reducirá tu ingreso estetrimestre, no es cierto?"

"Así es," respondió Helen, redoblando la carta y regresándola concuidado al bolsillo de su humilde vestido marrón. "Pero no es un absolutodesastre. Hemos establecido planes alternativos. Lo he discutido conThompkins y me las arreglaré bien, siempre y cuando no haya gastos

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imprevistos."En verdad, era para preocuparse. ¿Cuándo no había gastos

imprevistos? Una dama, arruinada o no, estaba confinada por completo a suingreso trimestral a menos que tuviera un marido con bolsillos profundos yfácil de influenciar.

En la ausencia de tal, Helen dependía de la renta de la casa de la dotepara añadir un poco a su ingreso y subsanar los pequeños expendios. LosHuntingdons la habían rentado al menos tres meses al año los últimos seisaños. Era una pequeña suma, pero sin embargo muy bienvenida. De cualquiermodo, ella ahorraba dinero simplemente con cerrar esa casa. Sólo de pensaren calentarla durante el invierno la hacía palidecer. No, a ella le iba muy bienen su pequeña vivienda al borde de la aldea. Si su situación se tornaraintolerable, estaba en su derecho de vender la casa de la dote, ya que la habíaheredado directamente de su madre y era independiente de las propiedades desu hermano. No la vendería a menos que se viera forzada a hacerlo.

Tratando de alejar sus pensamientos de la lamentable alternativa,animó su expresión y adoptó un tono alegre. "Lo que significa que tendré quedejar de desperdiciar hilo en esta patética excusa de encaje de Brujas."

Marie-Anne la observó por un breve instante antes de regresar la vistaal desastre de hilo en su regazo y duplicó el tono de Helen. "Otra nobleocupación abandonada con una solitaria visita al abogado. Me pregunto sisaben lo bien que nos pueden deprimir, estos abogados."

"Pues, mientras no nos confisquen el té de nuestra alacena, no me voya rebajar a maldecirlos." Helen se levantó. "Después de todo, Mr. Thompkinses un hombre excelente. Y a duras penas le llamaría yo noble a eso," dijoindicando el almohadón con el encaje. "Un intento valeroso, a lo mucho.¿Ahora, añado las moras que encontró Maggie a nuestra bandeja?"

"Le pedí a la señora Gibbons que las convirtiera en tartaletas de lomás deliciosas. Las encontrarás en la alacena." Marie-Anne señaló mientrassu amiga se dirigía hacia a la cocina. "¿Estás segura que todo estará bien, machère?"

Helen pausó en la puerta. El ingreso de Marie-Anne era un pocomejor que el suyo, pero sólo justamente lo necesario para mantenerlaconfortable.

"Muy bien, querida," le contestó reservadamente. Sujetó su labioinferior entre sus dientes y conjuró una sonrisa traviesa. "Y si no, entonces a

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lo mejor puedo interesar a Thompkins en un nuevo estilo de encaje para lospuños de sus mangas." Asintió otra vez hacia el desastre de hilos en el regazode Marie-Anne. Comenzó a reírse ante la imagen que se formó en la mentedel querido, dulce Thompkins enredando sus dedos en la profusión de hilosenmarañados. "Le puedo decir que es la última moda."

Logró que Marie-Anne empezara a reírse finalmente."Sin duda, podemos empezar una nueva moda. Podemos promulgar

que a un caballero se le juzga al instante por su habilidad de mantener el puñofuera de la sopa," dijo Marie-Anne con una amplia sonrisa.

Helen se rió todo el camino a la cocina. De verdad no deberían estarseburlando del querido viejo Thompkins, pero era de lo más ignorante sobre lamoda. Sólo de pensar en sus dedos enredándose en los lazos anudados de hilole provocó reírse otra vez mientras hervía la tetera y calculaba las hojas delté. La noción de venderle su desastre de encaje a un viejito crédulo era muchomás atractiva que pedirle dinero a Marie-Anne. Y ambas opciones eraninfinitamente más apetecibles que recurrir a su hermano.

En ese momento escuchó los golpes en la puerta principal de Marie-Anne.

No era la primera vez en su vida que el Conde de Summerdale se

preguntaba lo que pudo haber hecho para evitar la extraña situación en la quese encontraba.

Estaba en la puerta de una pequeña casa a la orilla de un pintorescopueblo y escuchaba las encantadoras risas de mujeres adentro cuando tocó.Estaría interrumpiendo la conversación durante el bordado. Hubiera preferidoencontrar a Madame de Vauteuil tomando el té como lo había planeado, y depreferencia, sola. Pero sin haber sido presentado previamente – y por lo quesabía del pueblo, no tenía la menor oportunidad de lograr ese favor de uno desus vecinos – la mejor excusa que pudo pensar para acercársele involucrabapretender ser un imbécil.

Su caballo estaba en el poste de la puerta, viéndose perfectamenterobusto y dócil. Cualquiera que tuviera un ojo discerniente dudaría que suanimal tuviera alguna incapacidad. Sería Stephen por sí mismo quien tendría

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que emplear sus escasas habilidades de actuación y un poco más abundantespoderes de persuasión para ganar entrada al hogar de la señora francesa. Élsabía que engañar a una dama no era su fuerte. Pero en su experiencia, ellasregularmente permiten dar rienda suelta a sus suposiciones y se deleitan ensaltar a conclusiones. Este pensamiento le dio la esperanza de que, con elacercamiento apropiado, podría tener éxito.

Antes de que tuviera el tiempo de conjeturar una razón convincentepara poder entrar a la casita en este perfectamente incógnito pueblito, lapuerta se abrió. Una delicada y encantadora mujer con cabello color mielestaba en la puerta. Era imposible que fuera la sirvienta.

Al ver su expresión de expectación, se sintió como un perfecto idiota.Decidió actuar de lleno su papel de impecable noble, esperando inspiraralgún sentimiento de obligación en esta mujer.

"Madame, le suplico me perdone por interrumpir su día. Al parecer micaballo ha tenido el infortunio de perder su herradura en un lugardesconocido para mí." Y así es como se lanzó en su inadecuadamentepreparada súplica de ayuda. Se aseguró de mencionar lo polvoriento queestaba el camino y de interrumpirse con una tos seca, esperando que loinvitara a tomar una taza de té.

"Temo que he cabalgado mucho más lejos de mi residencia de lo queesperaba." Empezó a desfallecer bajo el escrutinio de ella. Tenía la distintaimpresión de que ella sabía exactamente quién era él, y sintió una vagahostilidad cuyos orígenes no podía vislumbrar. Al mismo tiempo, ella parecíaestar riéndose de él. Era un sentimiento de lo más incómodo. "Pensé queprobablemente…" ¿Qué demonios era lo que quería decir? "Disculpe,madame. ¿Nos han presentado?"

Esto pareció haberla divertido bastante, pero solamente sonriócomplaciente. "No lo creo, señor."

Él debió haber esperado que ella hablara con acento. Parecía habermil cosas que él debió haber esperado en este encuentro, pero él nunca esperóla fuerte impresión de que ella lo hubiera juzgado y sumariamente descartadoen un instante. Ella estaba parada ahí, viéndolo con esos destellantes ojosazules como si supiera precisamente quién era él y por qué estaba ahí,considerándolo una broma monumental. Él encontró esto desquiciante.

Decidió actuar el aristócrata altanero, curioso de ver el efecto quetendría en su comportamiento. Era muy sencillo levantar sus cejas y verla

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hacia abajo. "En ese caso, permítame presentarme. Yo soy StephenHampton."

Ella no perdió un instante. Radiante le ofreció su mano y viéndolo alos ojos le dijo, "¡Un placer! Y yo soy Marie-Anne de Vauteuil, escándalo dela alta sociedad, desde hace ya cuatro temporadas."

Cómo esperaba ella que él respondiera a eso, no tenía la menor idea.Rígido, le tomó la mano e hizo una reverencia. Instintivamente sintió queganarse su respeto sería mucho más sencillo si dejaba de pretender ysimplemente le decía de inmediato que había venido a verla. Además de queencontró muy entretenido el hecho de que estuviera tan descaradamenteorgullosa de su indecorosa reputación. Su humor era infeccioso.

La sonrisa que ofreció como respuesta fue genuina. "Qué afortunado,madame. Fue precisamente esperando conocerla que vine por estos caminos."

Él notó que ganó un poco de terreno con eso, pero algo más. Ella loveía con sospecha.

"¿Y quién le dijo que viniera a verme, monsieur?" preguntó concortesía, aunque perturbada.

Dándose cuenta de pronto cómo debió parecerle a una mujerdeshonrada escuchar que un hombre la ha estado buscando, se apresuró aexplicar. "Vine por mi propio designio, le aseguro. Deseaba ver cómo está.Yo consideraba al Sr. Shipley como un amigo, que en paz descanse." Estoaparentemente la suavizó. "Yo sabía que él sentía gran afecto por usted. Supérdida fue una tragedia."

Una tristeza dulce y anhelante surgió en su semblante. Recientementehabía recordado que Shipley había sido su amante. La historia de su affairehabía sido el tema de moda en Londres hace cuatro años y todavía semencionaba, estaba seguro, a todas las jóvenes debutantes en su fiesta depresentación a la sociedad. No había un relato de advertencia más efectivopara prevenir contra las tentaciones carnales. Shipley había muertorepentinamente de una terrible fiebre antes de poder casarse con ella. Y estaencantadora mujer – que no podía tener más de 28 años – había quedadoembarazada, desgraciada, y sola, sin derechos legales para sí misma ni parasu criatura.

Él tenía entendido que ella había sufrido un malogro, poco después dela muerte de Shipley. Su familia de impenitentes snobs nunca aprobó de ella,pero parecía tener al menos un modesto ingreso. Sin duda ha de haber venido

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a Inglaterra a causa de la guerra en Francia. Por qué escogería vivir sus díasen Bartle-on-the-Glen era un misterio para él, hasta que notó que su sonrisase había tornado constreñida, un esfuerzo. A lo mejor había tenido suficientede vivir en sociedad.

"Bueno," dijo con afecto, "es un placer conocer un amigo de Richard.¿Dijo que su nombre es Hampton?" Lo miró a los ojos y de pronto abrió lossuyos con reconocimiento. "Oh, usted debe de ser el Conde de Summerdale."

Él sonrió, disfrutando el discreto sonido de las erres guturales, lasvocales robustas, el tono ligeramente nasal. "Encuentro que mi título suena delo más agradable cuando es propiamente agraciado por un acento francés."

"Mais vous devez parler français, non? Chez moi, on parle françaisquand possible."

Por el amor de Dios, no en francés.Haciendo una mueca, se aseguró de establecer que su francés era

horrible, a pesar de su vergüenza. "Oui, madame, mais je ne parle pas... leparle, quiero decir." Era verdad que no podía hablarlo. Pero no dijo nadasobre poder entenderlo. "Mi lamentable lengua es puramente inglesa,madame. Mis tutores a menudo se desesperaban conmigo, se lo aseguro."

Ella se veía ligeramente sorprendida ante su vergonzoso acento. Suinhabilidad de pronunciar apropiadamente siquiera la más sencilla palabra eralejos de ser un acto. Él no podía pretender hablarlo tan mal como salíadesprendido naturalmente de su boca.

"Bien," ella logró recuperarse de su horror, "entonces hablaremosinglés."

"Por favor," él le dio su más agradable sonrisa como una disculpa.Ella pareció estar suspendida por un momento. "¡Ah! ¡Sí! Su caballo."

Ajustando su atención, se alejó de la puerta y exclamó hacia el pasillo detrásde ella. "¡Hélène! ¿Tú sabes si Jack está en la fragua hoy?"

Una voz – la otra fuente de risas previas, él asumió – respondió, "No.Está ayudando a los recién casados con su techo de paja hoy. ¿Por quépreguntas?"

Madame de Vauteuil lo miró de regreso calculando por un momento."Parece que va a estar varado por un tiempo." Y como si estuviera decidiendoalgo, asintió brevemente y avisó a la otra ocupante de la casa. "Seremos trespara el té, mon amie. ¡Un invitado!"

Él supuso que uno no podía esperar que una mujer que ostenta su

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arruinado estatus social abiertamente considerara todo este exuberantegriterío como malos modales. Hizo un esfuerzo consciente por aligerar suexpresión contra la tendencia natural que tenía a mostrar su desagrado antesemejante despliegue. Cualquier falta de finos modales se podía pasar poralto en luz de que acababa de ser, asumió, invitado a tomar el té.

Madame de Vauteuil lo invitó a pasar sin ceremonia y lo dirigió haciala sala de estar. La observó levantar lo que parecía ser una destrozadaalmohada en proceso de reparación del asiento de una silla, y lo invitó atomar su lugar. Poniendo la almohada (de la cual parecía estarse burlando) allado de ella, tomó asiento en el sillón opuesto a él.

Era completamente encantadora, con su acento francés y sus ojos azulprofundo, él consideró. Puede ser que esto no sea tan difícil. Ella parecíaconfiar suficientemente en él por el momento.

Entonces la chica entró en la estancia, cargando una bandeja llena.Portaba un vestido simple, con un corte horrendo y de una tela muy rústica;su cabello oscuro estaba recogido en un chongo apretado, bajo, cubriendo losoídos. Qué estilo tan poco favorecedor.

Sus ojos café oscuro, delineados por gruesas pestañas negras,capturaron su atención. Ella era... no había una sola palabra que se leocurriera para describirla. Simple. Tenía una cara más o menos satisfactoria,plácidos ojos cafés. Era placentera a primera impresión. Pero a segunda vista,se percató de su error. Era hermosa. Quitaba el aliento.

Era como si su belleza se escondiera en plena vista. Obviamente nohacía el menor esfuerzo para exhibir su atractivo, y su belleza era discreta.Pero no había manera de ocultar la finura de sus huesos, la profundidad desus ojos, la piel de porcelana. Era magnética. Encontró que no le podía quitarla vista. Y cada momento que la observaba, descubría que era aún más bellade lo que pensaba.

Una sirvienta, se dijo a sí mismo. O no, a lo mejor una pueblerina quevisita para practicar su francés. Todo lo que podía pensar era que erademasiado preciosa para estar escondida en un lugar como éste, y que severía tanto más divina en un bonito vestido amarillo con el cabello alzadopara mostrar su cuello.

Gradualmente, se dio cuenta que Madame de Vauteuil estabahablando, y que la chica observaba la bandeja con una expresión herméticaen su cara. Un instante antes de que retirara la vista, él pensó que vio algo

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similar a temor en su expresión. Se forzó a sí mismo a escuchar a suanfitriona.

"Tienes que conocer a Lord Summerdale, un amigo de mi queridoRichard."

Él se acercó cuando se hizo la introducción, asumiendo que ella, dehecho, no era una sirvienta. Estaba ridículamente nervioso cuando se preparóa tomar la mano de la chica. Ella bajó la vista. Tímida, pensó. Tímida yencantadora.

"Y ella es Hélène Dehaven, mi lord," dijo la francesa con placidez.El shock tardó en registrar, tomó hasta que su cerebro tuvo tiempo de

descifrar el pesado acento con el que dijo el nombre. Tuvo dificultad enesconder la sorpresa que apareció en su cara, no menos porque HelenDehaven lo veía de frente con un desprecio que nunca había visto dirigidohacia su persona por un completo desconocido. Por razones que no podíaesperar saber, su mirada estaba llena de disgusto y, le pareció, resentimiento.

Estaba seguro que nunca antes se habían conocido. Incluso si ellasupiera que él conocía a su hermano, eso no justificaría esta ferocidad desentimiento. Ella habría escogido retirar sus dedos mientras él se inclinabasobre su mano, si lo pudiera haber hecho con algo de gracia. En vez, ella setornó fríamente formal.

"Un placer conocerlo, mi lord." Ella dijo mi lord casi como si fuera uncalificativo mordaz. Aún a pesar de la falta de calidez en su tono, lo primeroque notó fue que su voz era, como todo lo demás acerca de ella,excepcionalmente agradable.

"Encantado," dijo. Hace un momento, hubiera sido verdad. Ahora, siera honesto, la encontraba desconcertante. Pareciera que lo detestaba, yencontrar esa confusa actitud al lado de su agradable apariencia eradiscordante.

Todos tomaron asiento mientras Helen Dehaven servía el té ensilencio. Él notó que mientras Madame de Vauteuil platicaba sobre Jack, elherrero del pueblo, y el techo de su sobrino recién casado, que el sentimientoglacial de la estancia no era enteramente obra de Lady Helen. Marie-Anne deVauteuil parecía haber retirado su previa cordialidad. Comenzó a sentirsecomo un intruso, un sentimiento bastante familiar. Había una línea invisible,y él estaba claramente en el lado opuesto de sus encantadoras anfitrionas.

Lady Helen no habló en absoluto. Parecía satisfecha dejando que él y

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Madame de Vauteuil cargaran con el peso de la escueta conversación.Después de explicar que Jack estaba a dos pueblos de distancia y que eraposible que no estuviera disponible hasta la noche, Marie-Anne se volvióhacia Helen Dehaven.

"¿Crees que a lo mejor Daniel Black pueda ayudar a un caballero enaprietos, Hélène?"

Lady Helen escrupulosamente evitó verlo a él y se refiriódirectamente a su amiga. "Él no podría ayudar excepto en ofrecer rentarle sucarreta." No había el menor indicio de emoción en su voz.

Stephen aclaró su garganta y trató de no fijarse en ella. Él sabía queestaba buscando trazos de su personalidad en sus acciones, y también sabíaque ella no ofrecería ningún indicio. Era suficiente información el saber queambas estaban en términos amigables con los habitantes humildes del pueblo.Si bien era que, de hecho, ella no podía darse el lujo de ser selectiva sobre lacompañía que guardaba.

"Les ruego a ambas no molestarse tratando de resolver mipredicamento. Yo les agradezco su cortesía."

Se dio cuenta que estúpidamente acababa de crear la perfecta ocasiónpara su propia salida. No había querido implicar que tenía la intención de irseen ese momento. Un error estúpido, uno del que tendría que recuperarse deinmediato si quería establecer cualquier tipo de afinidad con Helen Dehaven.Se sentía torpe ante esta vaga animosidad.

Se refirió a Lady Helen directamente. "¿Si me pudiera dirigir hacia elSr. Black?"

Afortunadamente, ambas mujeres se vieron un poco consternadas. Dela confusa explicación de Madame de Vauteuil, parecía que Daniel Black eradifícil de encontrar. A lo largo del camino, pasando el hostal, en el ladoopuesto del pueblo, por el camino de terracería, pero no el que iba derecho,sino el que curveaba y estaba medio escondido por un árbol más viejo quecualquier criatura viviente. Le dio dolor de cabeza sólo de pensar cómoencontrar al hombre. Era perfecto. Procedió a malentender cada paso de lainstrucción hasta que quedó abundantemente claro que nunca podría salir delpueblo sin ayuda directa e inmediata.

Tomando un profundo respiro, Helen Dehaven habló. "Vive no muylejos de donde voy a ir terminando de visitar a Madame de Vauteuil." Su tonoera reacio, como si la hubiera torturado para obtener esa información. "Será

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un placer enseñarle el camino, mi lord." Sonaba que era cualquier cosaexcepto un placer.

Se encontró despidiéndose de Marie-Anne de Vauteuil en la puertaprincipal, con Helen Dehaven a su lado, atándose los listones del gorro. Traslas dificultades que había pasado en encontrar a la chica, parecía increíbleque estaba preparándose a acompañarla en una caminata por el pueblo.Quería, más que nada, entender esta aparente hostilidad en su contra. Aunqueesa no era la razón por la cual la buscaba.

"Siento mucho verlo partir, Lord Summerdale. No tuvimos muchaoportunidad de hablar de Richard, y yo disfruto mucho de conocer a susamigos," murmuró Madame de Vauteuil. No fue exactamente insincera, perono dejó la menor duda de que de ninguna manera deseaba sugerir que sequedara un momento más.

Los pueblerinos la habían descrito como "Sociedad real," por lo quesintió que debía apelar a sur gracias sociales. Afortunadamente, no parecíahaberlas perdido junto con su virtud.

"Sería un placer visitarla nuevamente, madame. Bajo circunstanciasmenos inconvenientes, espero. ¿Me permite volver a visitarla alguna vez?"

Observó su expresión volverse una piedra mientras buscaba unarespuesta apropiada. Casi imperceptiblemente, dirigió la mirada hacia LadyHelen antes de contestar.

"Por supuesto, monsieur, será un placer recibirlo otra vez. ¿Peroseguramente no estará usted aquí en Bartle?" Ella sonaba como si él hubierapropuesto visitarla en el Sahara.

"Mi propiedad no está lejos, y planeo quedarme por algunos meses enesta área. Estoy seguro que no podré resistir gozar de su compañía, madame.Como mencioné, quiero asegurarme de su bienestar, en nombre de lamemoria del Sr. Shipley." No había necesidad de informarle que él y RichardShipley se conocieron exactamente una sola vez, y que estaba en términosmucho más amigables con su horrible familia. "Pasaré por este caminonuevamente la semana que entra," le dijo con un aire de finalidad.

Antes de que ella pudiera encontrar una excusa para no estardisponible para recibir visitas esa semana, se volteó hacia Lady Helen conuna mirada expectante. En la luz de la tarde del verano, su cabello relucía.

"Au revoir, Marie-Anne. Ne te préoccupe pas."No te preocupes. Madame de Vauteuil sí se veía preocupada por ella.

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Ambas se protegían mutuamente, cualquiera podía verlo. Se despidió de suamiga con un beso en cada mejilla. Él le ofreció su brazo para caminar por elsendero y ella se ocupó de no darse cuenta a propósito. No había manera deconfundir su frialdad.

Mientras guiaba el caballo hacia el sendero, la observó caminar enfrente de él. Se mantenía erguida con rigidez, como marchando hacia unatarea importante. No había indicación de recreación en su paso. El vestidoque llevaba no enfatizaba nada de su figura. De estatura media y complexiónmediana, era físicamente común; incluso su cara era modesta a primera vista.Caminando frente a él, era simplemente la imagen típica de una mujer decampo. Sospechaba que se tomaba muchas molestias en aparentarlo, con esevestido y un peinado que horrorizaría a las damas de Londres.

Cualquier otro hombre no la habría volteado a ver dos veces."¿Usted vive aquí en el pueblo, Lady Helen?"Ella bajó el paso y volteó hacia él para contestar. "No muy lejos de

aquí." Eso fue todo.Él recordó las risas que había escuchado antes de entrar a la casa.

"¿Tiene mucho tiempo de ser amiga de Madame de Vauteuil?""Desde que se mudó aquí." Evidentemente no tenía la menor

intención de conversar. Él podía sentir su impaciencia, pero con gustopermitió a su caballo caminar lentamente. Era difícil encontrar temas deconversación con alguien cuya deshonra la acompañaba donde fuera, unhecho que no se podía permitir olvidar. Pero ella agravaba esta situación consemejante reservación. Él nunca imaginó que extrañaría la charla ordinaria deuna mujer normal.

"¿Conoció usted al Sr. Shipley?" le preguntó casualmente.Ella pausó antes de contestar. "No." Lo miró gravemente. "¿Y usted?"

demandó.Si la caminata a la carreta de Daniel Black era tan larga como

esperaba, estaban destinados a tocar este tema eventualmente. Sintió un ciertorespeto por la chica al tomar la ofensiva con su pregunta impertinente.

"¿Piensa que mentí?" Ella no retiró la vista, y parte de él sintió elimpulso de animarla a continuar. La otra parte de él se horrorizó ante suinsolencia. "Supongo que debería sentirme insultado. Sí, conocí a Shipley,brevemente. Pero es a su padre, el baronet, a quien conozco mejor."

Pareciera que eso finalmente le dio una razón para enfocar el enojo

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que había estado restringiendo desde su aparición en la casa. Ella apretó lamandíbula. "¿Así que ha venido a espiarla? ¿La familia ha requerido unreporte de su comportamiento, para asegurarse que no arruine el buen nombrede su adorado hijo?"

Ella era vehemente y fría, su voz podía marchitar a los árboles.Cuando él no contestó de inmediato, su mirada cambió. Su expresión se tornóa una de desprecio sin abandonar el enojo.

"¿O a lo mejor pretende intentar arruinarla a ella un poco más?"Sus palabras lo enfurecieron de una manera inesperada. Era una

situación de lo más novedosa, ser tan completamente insultado sinprovocación. Él le permitió ver exactamente lo que pensaba de su ávidaintención de desafiar su respetabilidad al devolverle la mirada de desprecioplenamente. Le irritaba que ella presumiera juzgarlo, como si él le hubieradado razón de pensar que él podría actuar tan deshonrosamente como ella.

"No tengo esas intenciones." Su voz fue abrupta. "De hecho, miintención era conocerla a usted, madame, aunque estoy seguro que ahora lolamentaré."

La dureza de su expresión se disolvió cuando el temor surgiósúbitamente en su semblante. Sus ojos parecían absorberlo por completo deun vistazo, como si la razón de su visita estuviera escrita en su ropa oescondida en los dobleces de su corbata. Él se percató que estaba arruinandotodo precipitadamente. Su hermano había acertado en juzgar lo perceptivaque ella podía ser. Ella se había percatado en cuanto lo vio que él escondíasus intenciones, y al enojarlo lo obligó a confirmar sus sospechas.

"No la he venido a buscar para insultarla, ni para ofenderla de ningunamanera, Lady Helen. Al contrario," le dijo suavizando conscientemente sutono de voz, "he venido en nombre de su hermano."

Su tono de voz la desubicó, y cuando mencionó a su hermano todopareció suspenderse. Ella se detuvo en el camino, paralizada en su lugar yviendo a la distancia.

"¿Mi hermano?" preguntó. Su tono era seco. "¿Qué quiere mihermano–?"

Se detuvo abruptamente, y trató de tragar. Aunque estaba al borde delas lágrimas, se logró controlar perfectamente. Cuando finalmente lo vio defrente, su cara estaba compuesta y definida, su tono calmado.

"Mi hermano no desea saber de mí." Y comenzó a caminar de nuevo,

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su mirada al frente, ni arrogante ni humillada, fijándola en el camino pordelante.

Le quedaba claro que no sería fácil convencerla. Caminaron juntos ensilencio. Generalmente él no sentía esta dificultad para disimular suspensamientos con otras personas. Era por el pasado de ella, por supuesto, yporque lo enfurecía. Subrepticiamente observaba su perfil y trataba dereconciliar lo que sabía de ella con la persona que caminaba junto a él.

Si no hubiera sabido de su estigma, él se habría inclinado a pensar queella era una joven admirable. Pero él estaba al tanto de su deshonra y sabíaque no había nada admirable en eso. Ella había estado comprometida acasarse con Lord Henley, y aunque Stephen había estado fuera del paísdurante la temporada de ese famoso romance, incluso él había escuchadosobre la indecorosa manera en que se había comportado. Los rumores sehabían esparcido de manera rampante inclusive antes de que ella regresara devisitar la propiedad de Henley en Irlanda, donde más de un invitado atestiguóverla en una posición que la comprometía sin lugar a dudas.

Habría sido una insignificante indiscreción haberle entregado suvirtud a su prometido antes de la boda, pero su verdadero pecado fue negarsea casarse con Henley al final. Aún sabiendo que desgraciaría a su familia, asus amigos, y a Henley, ella simplemente se rehusó. Seis años después, suhermano, que había estado en India cuando todo sucedió, permanecíaenfadado y confuso. De acuerdo a él, ella simplemente había escrito que nose casaría con Henley, y que se mudaría a la casa de la dote que heredó de suabuela. Y cuando su hermano finalmente regresó a Inglaterra y demandó unaexplicación satisfactoria, no recibió ninguna.

Historias ridículas, su hermano dijo vagamente, para justificar suslloriqueos. Evidentemente tuvieron alguna diferencia y ella ya no quisocasarse con él.

Era difícil imaginarse por qué ella se comportaría así de ridícula. Conun acto absurdo se había arruinado a sí misma por completo. En consecuenciahabía alienado a su hermano, la única familia que le quedaba. De acuerdo a loque entendía Stephen, Lord Whitemarsh en verdad no sabía qué creer,insistiendo que Lady Helen le había contado historias absurdas eincomprensibles acerca de su visita a Irlanda. Ahora su hermano sentía quedebía conocer la verdad de lo que sucedió, discretamente. Lo cual era larazón por la cual Stephen se encontraba ahora aquí.

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Sin saber bien a bien cómo proceder, permitió que el silencio seasentara entre ellos hasta que se sintió capaz de continuar con una actitud unpoco más tolerante. Necesitaba escuchar su versión de por qué rechazó aHenley antes de comunicarle su opinión a su hermano, y para lograr eso eranecesario evitar este tipo de escenas.

Se acercaron a un recodo en el camino, donde ella lo guió en torno aun árbol efectivamente anciano. El camino era estrecho y ella aceleró su pasopara adelantarse a través de las sombras, como si estuviera ansiosa por salir ala luz y al camino abierto del otro lado.

"Siento que le cause dolor escuchar de su hermano, Lady Helen. Élesperaba que existiera la esperanza de que, algún día, hubiera unareconciliación entre ustedes." Recordó la mirada que tenía Whitemarshmientras hablaba de su errante hermana. Había cariño ahí, y lealtad. Elladebía recordar eso.

Él había hablado con suavidad, pero ella se sorprendió a la primeraseñal de su voz y apresuró el paso. Él se dio cuenta demasiado tarde queestaban solos en un lugar recluido. Sin un chaperón, ella hizo lo que cualquierdama de buena educación haría al buscar un lugar más público para conversarcon un caballero. Lo esperó en la luz del sol.

Manteniendo la vista en el caballo que guiaba a su lado, ella preguntócon ecuanimidad, "Desde el día que dejé Londres, él nunca ha mencionadosiquiera querer saber de mí. ¿Pero ahora busca una reconciliación?"

Él escogió sus palabras con cuidado. "Yo pienso que él quisiera sabersi es posible que usted pudiera recibir sus afectos. Y," aquí aventuró que aella todavía le importaría su única familia, "si se justifica tal reconciliación."

Caminaron un largo rato por el sendero antes de que ella contestara."¿Así que lo ha mandado a tratar de descubrir si soy digna de esa

reconciliación?"Cuando no contestó esa incómoda y perspicaz pregunta, ella continuó.

No había manera de confundir la frialdad de su voz."Supongo que usted fue designado un observador objetivo. ¿Me

puede decir qué dio lugar a este repentino deseo de perdonarmecondicionalmente?"

"Por mi parte, estoy aquí porque deseo estar aquí." Eso era verdad."En cuanto a su hermano, su nueva esposa le ha requerido hacer las paces conusted. Debo decirle que ella es una excelente mujer, cuyo único deseo es la

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felicidad de su hermano. Pero él titubea. Él no está convencido de lasabiduría de esta labor. Yo vine con el deseo de ofrecerle un servicio."

"¿Así que no lo mandó precisamente por mí?"No quiso mentir, así que no respondió.Alcanzaron una pequeña cabaña rodeada de plantíos. Se volteó hacia

él, esperando su respuesta. Un niño que salió de la casa corriendo hacia elloslo salvó.

"¡Miss Helen! ¿Trajo el encaje? Mamá estará tan contenta y yo heahorrado un céntimo para el hilo y si usted–" Se detuvo sin aliento en mediode su charla para registrar que había un hombre extraño y un caballo. Susojos se abrieron muy grandes y luego se ciñeron ante Stephen. "¿Y éste quiénes?"

¿Cómo logró Helen Dehaven ser tan amigable con los aldeanos quenotoriamente trataban a todo forastero con sospecha y desconfianza? El niñoalternaba la vista de uno a otro como si esperara ser testigo de un secuestro encualquier momento. Lady Helen le puso una mano en el hombro.

"Lo siento mucho, Danny, pero mi intento de hacer encaje fueterrible," le dijo en un tono mucho más suave de lo que Stephen habíaescuchado de ella hasta ahora. Incluso sonrió. "Tendremos que preguntarle aMaggie si tiene algo que podría funcionar. Y éste," le dijo indicando haciaStephen, "es Lord Summerdale. Ha venido a ver a tu padre."

El niño lo continuaba viendo con incertidumbre. Stephen sintió comosi de pronto le hubieran salido cuernos y pezuñas.

"¿Corro a llamarle, entonces?" le preguntó el niño a Lady Helen. Ellaasintió y le dio una palmadita grácil hacia la casa, viéndolo irse.

Stephen se sintió incómodo, parado junto a ella. Debería decir algo.En lugar, mantuvo las riendas en sus manos, observando el cuero agrietado ydesgastado como si fuera la cosa más interesante que se hubiera encontrado.

Ella se volteó hacia él, su expresión inescrutable. "Lo voy a dejarahora. Su preocupación por mi hermano es laudable, pero este es un gestodesatinado, señor. El señor Black lo ayudará con gusto y lo pondrá en sucamino."

No se iba a deshacer de él con tanta facilidad."¿No tiene nada que decirle a su hermano, entonces?" Examinó su

expresión, pero sin éxito. Ella no reveló nada. Si esto le estaba costando algoa ella, él nunca lo sabría. "¿Algo que pudiera hacerlo un poco más... inclinado

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a... tratar de reanudar sus afectos?" No podía pensar en una manera menostorpe de preguntar si deseaba alterar el relato de su caída de gracia.

Ella observaba sus propias manos, desplegando una imagen derecatada simplicidad. Deliberó por un momento, y contestó. "Si quiere saberalgo más de mis acciones o de mis decisiones, puede decirle que ya tienetodos los hechos relevantes en su posesión." Lo miró de frente otra vez. "Sime va a regresar su cariño, debe ser basado en lo que ya sabe de mí."

Comenzó a retirarse. Antes de que pudiera pensar en alguna manerade detenerla, ella se detuvo. Volviendo la cabeza sobre su hombro, habló denuevo.

"Y si está preocupado por mi bienestar aquí, le puede decir que estoymuy bien sin él. No necesita molestarse, ni molestar a nadie más, por mí."

Y con eso se fue, caminando a través del campo en la direcciónopuesta de la que habían venido. Antes de desaparecer a través de unpequeño grupo de árboles, el sol reflejó una vez más el brillo de su cabello.

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Capítulo 2

Él regresaría. Helen prácticamente corrió a la puerta de su casa, sin

pensar en otra cosa más que en su retorno. Él vendría otra vez con esos ojosque ven demasiado y con esa personalidad excesivamente amigable; él lodijo. En una semana. Ella sabía que no importaba lo desdeñosa que se habíaportado con él, ni lo definitivas que fueron sus últimas palabras, él no se daríapor vencido tan fácilmente.

Sus manos temblaban cuando abrió la puerta. Qué bueno que Maggieno había regresado todavía de trabajar en casa de los Brandens. Los trabajosque tomaba Maggie en otras casas ayudaban a mantenerlas alejadas paraevitar exasperarse una con la otra. Ahora, mientras se quitaba los guantes enla entrada, agradeció tener un momento a solas para reponerse. No le habríapodido explicar su agitación a Maggie si no podía explicárselo siquiera a símisma, así que fue un alivio poder subir a su cuarto a solas y sentarse en laorilla de su cama. Ahí pudo concentrarse en aclarar sus pensamientos.

No es que hubiera olvidado a su hermano, o que nunca hablaran de él.Su presencia permeaba su vida, como un fantasma en la casa. Era por él queella estaba aquí. Era por él que ella vivía de esta manera, escondida delmundo y buscando propósito en una vida sin significado. Pero nunca pensóque él intentara acercarse otra vez a su vida.

¿Eso es lo que esto era – un intento de disculpa? Había escogido unmodo muy seguro de hacerlo, mandando a alguien más a dar la cara parasalvaguardar su preciado orgullo. Alguien más decidiría si ella valía la penade tomarse el esfuerzo de perdonarla.

Todavía podía sentir los ojos de Lord Summerdale posados en ella,verdes como el musgo que crece en los lugares sombríos. Parecíaninofensivos, incluso cálidos y afectuosos, pero no paraban de juzgar cada unode sus movimientos y palabras. Sentía como si pudiera ver a través de ella yla urgiera a hablar cuando no quería decir nada. Se amonestó a sí misma,debería tener cuidado de no hablar con libertad en su presencia. Su hermano

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había escogido bien, si es que realmente le había pedido venir. Summerdaleera amigable, y era un constante esfuerzo mantenerse fría con él. Sonreíafácilmente, su voz era cordial y agradable cuando quería, su semblanteabierto, y era bien parecido.

Apretó la quijada un poco, ligeramente enojada ante éste últimopensamiento. Era demasiado bien parecido, con su cabello oscuro y esos ojosverdes, sus hombros anchos. Parecía el tipo de hombre que provocaba que lasmujeres se desmayaran enamoradas de él con facilidad. Que pareciera nodarse cuenta de esto lo hacía aún más atractivo. No se podía permitir bajar laguarda, pero la verdad es que le hacía sentir ganas de bailar otra vez. En unvestido de seda azul claro, con candelabros de miles de velas sobre ella.

Alex probablemente pensó que ella respondería a un hombre con estacombinación de buena educación y facciones atractivas. Pero comoembajador de la tierra de los civilizados, Lord Summerdale era incapaz deesconder su desprecio por ella. Ella dudaba que él tuviera una mancha en sunombre, de la manera que portaba su corrección como un traje hecho a lamedida. Se sonrió al recordar la expresión de escándalo en su cara cuandosugirió que había venido a seducir a Marie-Anne. Era una suposición de lomás normal, aún si era indecente expresarla en voz alta. La virtud de Marie-Anne era tan cuestionable como la suya, después de todo, y esto la convertíaen un blanco fácil y obvio para un hombre con apetitos. Pero Summerdaleparecía ser el tipo de aristócrata que primero moriría de hambre antes de usarel tenedor equivocado en la mesa, así que dudó que estuviera aquí de no serpor la petición de su hermano.

Aunque, a lo mejor Alex no lo obligó. Él nunca dijo que lo habíaenviado. Pudo haber venido por su propio gusto porque deseaba efectuar lareconciliación por el bien de su hermano o de su nueva cuñada. Que estúpidafue al pensar que Alex se tomaría la molestia. Le daba demasiado crédito.Esta ridícula debilidad en su corazón por su hermano debía cesar, ya que élprobablemente se alegraba de haberse deshecho de ella. Ella estaba arruinada,después de todo. Y su hermano no daba cabida a relaciones arruinadas.

Se llevó la mano a la boca. Ella no lloraría por él otra vez. En seisaños ella había creado una vida para sí misma aquí, y en todo ese tiemponunca le pidió nada a su hermano. Las cartas que él le mandaba al principioeran primero acrimoniosas, y luego bruscas. Siempre habían sido cortas, yella siempre había evitado responderlas. Le había instruido a Thompkins que

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respondiera, si Alex alguna vez preguntaba por ella, que estaba bien y que nolo molestaría más. Después de un par de años, las cartas cesaron. Lloró unpoco, cuando se dio cuenta que ya no habría más. Y luego prometió no volvera llorar por el rechazo de su hermano. Él obviamente no lloraba por ella.

Pero ahora él estaba casado. Hace seis meses Thompkins le habíadado una nota. Todavía la tenía guardada en un cajón del escritorio en el pisode abajo, escondida al fondo, lejos de las plumas y el papel para no sentir latentación de responder. Se había memorizado cada palabra de la pequeñanota.

Mi Querida Lady Helen, comienza. Las palabras eran estrechas perográciles, no cabía duda que la escritura era femenina. Le deseo ofrecer mismás cálidos saludos como su nueva hermana, o próxima a serlo. Entiendoque han pasado unos años desde que ha tenido contacto con Alex, peroquisiera extenderle mi más sincera invitación esperando que asista a nuestraboda. Rezaré que venga, porque creo que a Alex le dará mucho gusto supresencia.

Qué mujer tan tonta, pensó Helen. Nuestro querido Alex estaríahorrorizado si supiera que ha sido lo suficientemente ingenua para invitarme.Me tendría que sacar a patadas de la iglesia. La nueva Lady Whitemarshparecía ser ya sea muy atrevida o de plano estúpida.

Una imagen le vino de su hermano cuando tenía quince años y erasumamente engreído. (Aunque, se rió para sí misma, él nunca había cesadode ser engreído.) Estaba instruyéndola a sus siete años en cómo ser una DamaPerfecta para poder conseguir un Marido Apropiado.

"Nunca debes ser demasiado intrépida o expresiva, a los caballeros noles gusta," dijo. Cuando le preguntó si una dama siempre debía estar calladapara complacer a un hombre, él enderezó los hombros y le dijo, "Yosolamente me casaría con una mujer que haga como yo le ordeno. Tendríaque escucharme y hacer lo que yo deseo."

Sonrió ligeramente con este recuerdo, deseando poder contarle a sunueva esposa sobre esa conversación. También le contaría cómo, después,ella rehusó ponerse las botas para su lección de equitación, y Alex habíaintercedido con sus padres sobre dejarla ir descalza. Les dijo que era joven yque no siempre podría hacer lo que ella quisiera, y ¿por qué no complacerlaesta vez? Siempre estaba haciendo ese tipo de cosas - aleccionándola sobredecencia y luego dejándola hacer sus caprichos indignos e infantiles. Había

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confiado que un día maduraría, y lo hizo.Parecía que su nueva esposa no era la mujer que había predicho para

sí mismo hace todos esos años. Helen ni siquiera había considerado ir a laboda por un instante, segura que su hermano no tenía idea que había sidoinvitada. Si supiera que su esposa – Elizabeth Cabot, decía la firma – le habíainformado de las nupcias, probablemente habría montado todos los caballosposibles hasta el borde del colapse para poder interceptar la nota. Decidió quela nueva Lady Whitemarsh demostró un admirable espíritu al desafiar a suhermano. Sí, tiene sentido que Alex se casara con alguien con fuerza devoluntad en lugar de con alguien carente de inteligencia.

Helen anhelaba conocerla. Una mujer excelente, Lord Summerdalehabía dicho acerca de ella.Lord Summerdale. Había venido aquí, pero a lo mejor no fue por solicitud desu hermano, justo como Lady Whitemarsh había escrito sin su conocimiento.Ella debería informarse más sobre él: si acaso se puede confiar en él, y porqué ha venido, y si en realidad es el confidente de su hermano. Parada frentea su mirada penetrante se sentía indefensa. Él sabía todo lo importante acercade ella. Ella no sabía nada de él. Ella pensaba que el heredero de Summerdalese llamaba Edward, y que había danzado con él una vez en un baile, hacemuchos años. Recordaba vagamente al hombre, pero no era éste mismo LordSummerdale.

Regresaría. Había pensado tantas veces en escribirle a su nuevacuñada que por un momento esta parecía la perfecta excusa. SeguramenteLady Whitemarsh conocería a los amigos de su marido, y parecía que teníaganas de recibir noticias de Helen.

Sin pensarlo más, bajó las escaleras casi volando y fue a su escritorio.Cuando abrió el cajón donde mantenía el papel recordó lo insensata que eraesta idea. Detrás de las hojas blancas había un manojo de listonescuidadosamente preservados que habían pertenecido a una mujer muerta, unamujer que ella vio morir. Este recuerdo de todo lo que su hermano habíarehusado escuchar le cayó como agua fría. Había demasiadas cosas entreellos, la distancia y la separación eran absolutas.

¿Qué podría escribirle a su cuñada? Aunque nunca nos hemosconocido, y no tengo razón que ofrecer para justificar mi curiosidad sobreLord Exuberancia, por favor dime todo lo que puedas de él. Sonaría como lapatética súplica de una pueblerina enamorada. O peor, como una cortesana

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con aspiraciones de atrapar un nuevo benefactor.Aceptó la amarga realidad de esto. Después de todo, ella era una

mujer deshonrada, y su nueva hermana estaba firmemente asentada en lacúspide del pedestal de La Sociedad. Como Lord Summerdale. Tenían toda larazón, en su propia forma de pensar, para creer lo peor sobre ella. Se quedómirando la página en blanco, sintiendo bilis en el fondo de la garganta.

Pero ella todavía tenía una amiga en Londres que le diría todo lo quesabía. Levantó la pluma y comenzó a escribirle a la Baronesa, JoyceHuntingdon. Una amiga. Una que no pensaría mal de ella, esperaba.

Difícilmente, pensó, podría considerarlo un rotundo éxito.Mientras se zarandeaba en el camino sobre la carreta de Daniel Black,

se preguntaba si había logrado algo al conocerla. Logró pasar tiempo a solascon la chica. ¿Pero aprendió algo? Nada, excepto que no tenía muchaposibilidad de aprender algo en absoluto.

No tenía el hábito de fallar en esta área. Su vida le había permitidoacostumbrarse a aprender los secretos de la gente. Es en lo que se destacabaantes de la muerte de Edward. Dado que era el hijo menor, se había vistoobligado a adquirir algo de utilidad, así que se convirtió en un amigoinvaluable para mucha gente importante. Los rumores se esparcían comofuego en todos los niveles de la sociedad, y eran usados como armamento poraquellos que se consideraban mejor informados. Pero Stephen habíaobservado que la verdad detrás de los rumores podía ser incluso más valiosa.

Durante años había mantenido los oídos abiertos y la boca cerrada,encontrándose a sí mismo en una situación con algo de poder, aconsejandoduques y asesorando al rey. Cuando un caballero tenía temas delicados quediscutir, y nadie de confianza con quién discutirlos, generalmente seencontraba recurriendo a Stephen Hampton. Durante años se le conoció comola única persona que se podía consultar acerca del mapa del terreno, comoquien dice. En pocas palabras él podía decirle a alguien – si lo deseaba – queuna división en el voto de los conservadores era probable, o que no se lepuede confiar una posición naval de importancia al hijo menor del Duque deHeatherleigh. Nunca nadie preguntó cómo sabía estas cosas. Y a nadie le

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importaba mientras estuviera en lo correcto.Él solamente ponía atención, manteniéndose en la periferia de los más

profundos pensamientos y sentimientos de otras personas, de sus miedos yambiciones. Después de adquirir la verdad, usaba el conocimiento que habíaobtenido. Discretamente, por supuesto. Siempre con discreción, o nadieconfiaría en él después.

Dos años atrás, Edward murió de influenza. El impacto de perder a suhermano mayor y de darse cuenta que heredaría el título, muy al pesar de sufamilia, no se había dispersado aún cuando su padre murió al principio de eseaño. Ahora Stephen, que había aprendido a detestar los secretos de mal gusto,la intriga, y las sutiles fluctuaciones de influencia, se había convertido en unconde. Era risible: estaba en la mejor posición para usar su conocimiento parasu propio beneficio, pero no tenía la menor intención de hacerlo. Todo lo quequería era escapar de Londres y de los susurros que mantenían la maquinariasocial lubricada.

En lugar de eso, se encontraba a sí mismo aquí. Él sabía que iba a serimposible evitar los juegos por completo si quería ocuparse de sus negocios.Los secretos y la información confidencial eran inevitables, pero estabaacostumbrado a los secretos de los hombres. Las mujeres, sabía con amargacerteza, eran una situación completamente distinta.

Sin embargo, Helen Dehaven y su amiga eran distintas a las mujeresque él conocía. Sin haber tenido la experiencia de la compañía de mujeresarruinadas, no había sabido qué esperar. Pero nunca había anticipado lahostilidad que recibió de ambas. De pronto se dio cuenta que había esperadoque lo quisieran complacer, porque eran menos respetables que él… o lo queél representaba: nobleza, sociedad, el mundo que las había rechazado. En vezde eso, le pareció que ellas lo habían rechazado a él, y a su mundo.

Era más mortificante de lo que le gustaría admitir. Pensó en el chongoapretado de Lady Helen y su vestido desabrido, su discurso frío. Qué efectivay completamente lo había alienado. El momento en que mencionó a suhermano regresó vivamente a su mente. Ella quiso creer, por un momento,que su hermano todavía la quería.

Estaba consciente que ella despertaba en él simpatía, a pesar de queracionalmente ella representaba todo lo que él consideraba egoísta, de malaeducación y sin consideración. Pero su hermano parecía estar abierto aconsiderar un reacercamiento, lo que indicaba que tenía dudas sobre lo que

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había sucedido con Henley años atrás. Instintivamente, sabía que paraencontrar la verdad debería de seguir actuando como si estuviera ahíúnicamente para brindar a los hermanos un entendimiento mutuo. Ellaprobablemente sospechaba, pero extrañaba a su familia. Si él pudiera usar esaemoción tendría oportunidad de ganarse su confianza.

Si no podía reunirse con ella otra vez, tendría que aprender lo másposible a través de sus amistades. Marie-Anne de Vauteuil podría serembelesada y Daniel Black hasta ahora lo había tratado con menosdesconfianza que las mujeres. Mientras la carreta avanzaba se volteó hacia eldesgarbado hombre a su lado.

"Esperaba regresar por mi caballo mañana y darle las gracias a MissDehaven por su ayuda. ¿Ella vive al lado de su casa?"

"Así es, y no podía haber esperado encontrar una señorita que fueramejor vecina." Por primera vez desde que se conocieron, el hombre le lanzóuna mirada furtiva. "¿No la conocía antes de hoy, su señoría?"

"Soy amigo de su familia. No sabía hasta hoy que vivía en el pueblo.""Cuando mi Bárbara se enfermó con la fiebre del parto, era el primer

año de Miss Helen aquí en Bartle. Vino a la casa a cuidar al niño, nos trajoalgo de cenar todas las noches, y hierbas para mi mujer," sonrió. "Nosabíamos por qué una dama tan fina nos trataría así, pero es sólo que tienebuen corazón."

Continuaron en silencio mientras Stephen consideraba esto. Elhombre le lanzó una mirada crítica.

"Miss Helen no menciona mucho a su familia. Ha estado tranquilaaquí, justo donde está, lejos de todos esos finos lores y sus damas." Mantuvosus ojos en el trasero del caballo. Obviamente no se avergonzó de implicarque Lord Summerdale era completamente innecesario en este pueblo.

Stephen tomó la oportunidad de establecer su motivo. "Siento que sufamilia la ha extrañado," le dijo intencionalmente. "Creo que les gustaríasaber que ella está bien."

La expresión de Daniel Black se tornó seria. "No van a venir aquí, esoque ni qué, y ella no se va a ir a ninguna ciudad ni a Londres tampoco, si esoes lo que quiere decir. Si ella no quiere saber de su familia no hay razón paraque usted venga a molestarla con eso. Con todo respeto, su señoría." Suexpresión se cerró herméticamente.

"¿Usted cree que es su lugar decirme si puedo o no puedo volverla a

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visitar?" Se aseguró de usar un tono neutral, a pesar de que estaba divididoentre indignación y simpatía ante la imprudencia del hombre.

"No es mi lugar decirle nada, su señoría," gruñó. "Pero yo la conozcoy usted no. Nunca le preguntamos por qué vino ni por qué se quedó, perosabemos que no ha recibido más que dolor de su gente. Como le digo,"terminó, "mejor déjela tranquila."

He ahí la opinión del hombre común. Esta mañana pudo haberconsiderado tomar ese consejo. Pero ahora, viendo la lealtad que inspiraba enquienes la rodeaban y sabiendo de su pasado escandaloso, no tenía la menorintención de dejarla en paz. Fuera de su propósito original, Helen Dehaven lointrigaba. Ella no podría esconderse para siempre detrás de los muros queerigió para protegerse. Y sin importar lo que opinara su vecino, él regresaría avisitarla otra vez.

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Capítulo 3

El buen clima no podía continuar por mucho más tiempo. De por sí yahabía habido un gran número de días templados fuera de temporada, con soly ligeras brisas. Las flores que tardaron en florecer reemplazarían elarruinado encaje como regalo para la mamá de Danny, si tan sólo pudieracortarlas del arbusto sin arañarse.

El vestido que llevaba puesto era sencillo, hecho en casa, uno de lostres que mantenía a la mano. Todos sus viejos vestidos habían sido vendidoso empacados, o recortados para rescatar los materiales costosos. No le habíacausado ansiedad deshacerse de ellos. Cuando purgó sus cosas tras el exiliode la alta sociedad, había disfrutado esta tarea, ayudándola a redefinir suvestimenta y, como consecuencia, su personalidad. Casi disfrutaba verseterrible en sus ropas desgastadas, su mandil sucio. Estaba arreglando losramos cortados en el pasto junto a ella y buscando más flores presentablescuando escuchó el sonido rítmico de los cascos acercándose.

Cabalgaba sobre un ejemplar finísimo, llevando al otro caballo a sulado en un trote. Parecía la figura heroica de una pintura, pensó con humor:Gallardo Oficial A La Carga. Ya había olvidado lo atractivo que podía ser uncaballero bien parecido sobre un caballo purasangre, y casi olvidó que teníamiedo de este encuentro. Tan absorbida estaba en esta aparición, que no sedio cuenta que Danny cabalgaba a su lado. Cuando los dos ataron las riendascerca de ella, de pronto se sintió horriblemente provincial. Su cabello, suvestido... ¿Qué pensaría él de ella? Sintió mariposas en el estómago aúnmientras se decía a sí misma que estas preocupaciones eran insignificantes eindignas.

Cuando volteó a verlo supo exactamente lo que pensaba de ella.Estaba evidentemente consternado. Las esquinas de su boca curvearon haciaabajo cuando, mortificado, le echó una mirada fulminante a su vestido. No sepermitiría estar nerviosa, ni le importaría un comino lo que él pensara de ella,sin importar lo decepcionante que era ver su boca tornarse severa. Ella ya

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había tomado una decisión la última vez que lo vio y sería más difícil saberqué hacer con certidumbre si se permitía ofuscarse con preocupacionesrelacionadas con lo que pensara él. Así que en lugar de verlo a él, se volteóhacia Danny, quien la llamaba porque estaba extraordinariamentecomplacido.

"¡Me dejó montar su caballo, Miss Helen, y lo estoy haciendo bien!¡Qué fino caballo – lo más fino que un caballero puede montar, me dijoJack!"

El niño perdió su entusiasmo cuando la volteó a ver. Era terrible queno pudiera reírse o darle una pequeña sonrisa. Parecía incapaz de mover unsólo músculo facial cuando sentía el escrutinio de Lord Summerdale sobreella.

"¡Maravilloso! Montas muy bien, Danny," dijo lánguidamente en elsilencio. Asentó. "Lord Summerdale."

"Lady Helen," le contestó, desmontando con gracia mientras Dannyse bajaba con torpeza. Probablemente practicó desde su último encuentropara mantener el desprecio fuera de su voz. Había tenido un éxito admirable.Si no hubiera percibido ese desprecio con certeza ayer, hoy habría pensadoque la respetaba.

"Corté unas rosas para tu madre, Danny. Son mejor regalo que elencaje y te puedes quedar con tu céntimo para comprar golosinas." Eraforzoso mantener el tono ligero.

El pobre de Danny no pudo esconder su desilusión ante esta noticia."¿Entonces Miss Maggie no tuvo nada?"

Encontró una sonrisa en su interior para el chiquillo. "No, y MissMarie-Anne sólo tiene un poco terminado a medias. Las flores son todo loque podemos ofrecer por el momento." Vio a Danny apoyar su peso de un piea otro y trató de no hacer lo mismo.

"Es un hecho bien conocido que todas las damas del mundo aman lasflores, Danny." La voz tersa de Lord Summerdale se acercó a ellos. Danny lovolteó a ver con la adoración de un cachorro. "No hay nada mejor para sacara un caballero de apuros. ¿Estoy en lo correcto, Lady Helen?"

"En efecto," contestó. "No que tu estés en apuros, por lo menos noúltimamente, Danny. Y deberíamos ponerlas en agua de inmediato. No, notomaré tu céntimo. Podrías necesitarlo un día y no me costaron nada. Medieron la excusa perfecta para disfrutar este lindo clima. Ahora, ten cuidado

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con ellas porque son más fáciles de arruinar de lo que crees." No podíacontenerse de parlotear mientras levantaba las rosas y las arreglaba más de lonecesario. "Se mantendrán unos días con agua fresca, sabes. Tu madre sabrácómo cuidarlas. Podemos agregar más flores al ramo si el clima se mantienelindo, como creo que lo hará."

Se detuvo a sí misma antes de lanzarse en un tratado sobre el clima.Probablemente sí se había vuelto provincial. No había otra razón para todaesta charla sin sentido. Viviendo tantos años en Bartle, con sólo Marie-Anney unas cuantas otras personas instruidas en el arte de la conversación, estabaun poco oxidada con las palabras. Podría correr la suerte de aburrir alsociable Lord Summerdale hasta que la dejara en santa paz. Si eso es lo queella en realidad deseaba, aunque ahora ya no estaba tan segura de que queríaque abandonara su misión.

Danny se lo agradeció mucho y se preparó para irse. No se fue antesde agradecer a Lord Summerdale por la montada y de admirar al caballo porúltima vez. Cuando finalmente se fue corriendo ella quedó de pie con sumandil sucio en silencio, examinando la tierra bajo sus uñas.

"Deseaba verla para agradecer su ayuda y la amabilidad que demostróconmigo ayer."

Lo escuchó toser para aclarar su garganta cuando ella no respondió.Su corazón comenzó a latir fuertemente pensando que debía encontrar laspalabras correctas para mantenerlo aquí. Había determinado que quería sabermás de su hermano, de sus posibilidades de reconciliación a través de unintermediario tan improbable como Lord Summerdale. Había mandado lacarta a Joyce esta mañana y sabía que no recibiría respuesta en los próximosdiez días, quizás más. Sin una noción sobre quién era Summerdale, estababatallando para encontrar un tema de conversación en el que se sintierasegura. De ninguna manera iba a decirle que ansiaba saber todo lo quepudiera decirle sobre su hermano y su presente opinión sobre la hermanaarruinada, o su nueva esposa, o incluso el estado de sus adoradospurasangres.

La idea de los caballos de su hermano le dio un tema ordinario al cualaferrarse. Esto sí recordaba bien de sus temporadas en Londres – la charlafrívola.

"Sus caballos son extraordinarios, mi lord. Fue muy amable de suparte permitirle cabalgar a Danny. Hablará de ello muchísimo tiempo."

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Su sonrisa fue como el sol que surge detrás de las nubes. "No podíadejar pasar la oportunidad. Miraba al caballo como si muriera de hambre.Tiene buen porte."

"Sí. Siempre le ha gustado montar. Encuentra todo tipo de razonespara desamarrar al caballo de la carreta y montarlo hacia Hillside." Encontróque empezaba a simpatizar con él, ya que no había trazos de su previoreproche. Era amigable y sencillo. Con una ligera risa le dijo, "Uno pensaríaque hay un evento social de proporciones monumentales cada semana en esepueblo, de escuchar a Danny contarlo. Pero en realidad sólo monta el caballopara platicar unos minutos con el hijo del curtidor. Luego cabalga de vuelta ytorna la experiencia en la discusión más fascinante de toda la parroquia."

Su sonrisa la hizo olvidar que no debía confiar en él. "¿Y de quéhablan?"

Que niña tan tonta, parada aquí con un caballero como él, hablando delas tonterías del hijo del granjero. Casi deseaba poseer un sombrerito de pajapara esconder sus ojos y poder ver más de su deliciosa sonrisa. Transformabasu cara, esa picardía brotando de una escultura de mármol, como si Apolohubiera decidido hacer una travesura.

"Generalmente tiene que ver con alguna técnica vital de agricultura,aunque nunca puede explicar cómo es que el hijo del curtidor sabe tantosobre el esparcimiento del estiércol."

Él se rió abiertamente, provocándole sentir que el sonido se leenredaba en los dedos de los pies. "Suena como que los dos son expertos enel arte de esparcir estiércol. Nunca dude que todos los jóvenes son expertosen eso, de pura necesidad."

No pudo resistir sonreírle de vuelta, hasta que él levantó las cejas ypreguntó, "¿Le gustaría cabalgar conmigo?"

Se emocionó con la visión de deslizarse por el campo velozmente,con el viento alborotando su cabello. Pero no tenía silla de montar para dama.Ni ropa para montar. Sus manos, enredadas en su mandil sucio, estabanirritadas con tierra y hojas y rasguños.

"No monto," le dijo, y sintió su corazón cerrarse como una flor ante lanoche repentina.

Se dedicó a ver fijamente a sus botas sobre los estribos, sintiendo ladistancia de sus mundos elevarse entre ellos. Repentinamente ya no queríatenerlo ahí, frente a su casita. Era obvio que no pertenecía ahí.

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"En ese caso, voy a amarrar los caballos," dijo. Antes de que pudierapensar en una razón para protestar, él continuó, "Es un día agradable para unacaminata, y me complacería ver el pueblo."

Ella podía sentir la mirada de él en ella, su cabeza ardía bajo elescrutinio. El recuerdo de su sombrero de paja favorito, con el ancho listónazul abandonado hace tantos años, ató su lengua en un nudo. No podíapermitirse recordar cómo se sentía la seda suave sobre su piel en días cálidoscomo éste.

Se reprimió a sí misma. Él estaba esperando que le indicara dóndepodía amarrar los caballos y ella sólo podía pensar en su sombrerito tonto. Nose podía imaginar una caminata con él.

"He puesto una tetera en el fuego, miladi."La voz de Maggie tras ella la regresó por completo al presente. Volteó

a ver a su aparentemente tímida y dócil sirvienta (una excelente actuación) yvolvió la vista al conde, sin poder decir una palabra. Era visualmenteimpactante cambiar la vista tan rápidamente del cabello ferozmente rojo deMaggie y su carita redonda y pecosa, a Lord Summerdale, con sus faccionesdiscretamente hermosas, acomodadas en una expresión de interrogaciónpaciente y educada.

Él levantó las cejas y habló como si la estuviera invitando a tomaralgo en su propia residencia. "¿O quizás algo de tomar, Lady Helen?" Lalentitud con la que habló, como si ella fuera una niña pequeña, ocasionó queella asentara rápidamente con la cabeza indicando el poste donde podíaamarrar sus caballos cuando ni siquiera estaba segura que quería hablar conél.

Maggie hizo una reverencia hacia él y guió el camino hacia la casa.Era gracias a Maggie que había decidido por lo menos tratar de hablar con elconde. La pequeña fiera Irlandesa no simpatizaba con la intransigencia deHelen ante la oportunidad de tener algún tipo de contacto con Alex. "Es tuúnica familia, y vino a ver si ha sido un idiota cruel. ¿Qué más puedesquerer?" preguntó anoche. "Te duele no tener su afecto. Lo veo cada día, nome lo puedes negar."

Con la fachada servil que Maggie adoptó frente a Lord Summerdale,una nunca adivinaría la absoluta ausencia de obediencia feudal en ella. Helennunca había tenido el deseo de tratarla como algo menos que una queridaamiga, desde el momento que Maggie la sacó de Irlanda y durante el tiempo

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que se quedó con ella a lo largo de este poco ceremonioso destierro. Un puñode miedo se cerró sobre su corazón cuando pensó que Maggie tendría que irseun día. De vuelta con su familia, de regreso a Irlanda, donde Helen novolvería jamás.

Se deshizo del pensamiento cuando entraron a la casa. Viendo lasparedes a su alrededor, agradeció una vez más su suerte en haber encontradoa Maggie ese horrible día. La luz del sol entraba por las ventanas y sereflejaba en cada superficie pulida. Los muebles eran simples, tomados de loscuartos de la servidumbre de la casa de la dote, pero eran sólidos y la mayoríaestaban en buena condición. Helen no había sabido qué hacer con esta casitacuando la rentó; Maggie dijo que era "grandiosa" y se dio a la tarea delimpiarla y de embellecer todo lo que tocaba con sus manos. Ahora era unalegre hogar.

Como era su costumbre bajó la mirada para ver que no hubieraarrastrado tierra sobre los pisos de pino pulidos y se dio cuenta que todavíatraía puesto el mandil harapiento. Con prisa se deshizo del nudo amarradotras su cintura y se lo quitó. La mano de Maggie estaba ahí de inmediato paratomarlo, e hizo otra reverencia. No había visto tal humildad desde queMaggie comenzó a trabajar para ella hace años. La ilusión de la sirvientadócil se deshizo en cuanto vio la mirada severa en los ojos de la chica. Si nose tomaba la molestia de hablar civilmente con Lord Summerdale, no cabíaduda que Maggie la haría sentir como un ser despreciable el resto del día.

"¿Está disfrutando las reflexiones de Marco Aurelio, Lady Helen?"Ante esta pregunta giró y lo vio hojeando los libros en la mesa.

Libros. Ella podía hablar sobre libros. Claro. "En efecto, mi lord.Encuentro sus escritos fascinantes, aunque un poco arduos."

"'Muy cerca está este abismo infinito del pasado, y del futuro,'"mencionó. Por supuesto citó la frase más adecuada para su situación.

"'Mira el interior; que de ninguna cosa te escape ni su peculiarcualidad ni su mérito,'" respondió tímidamente. No tenía mucho que ganar silo confrontaba en esta batalla. "Sus escritos me intrigan," terminó sinconvicción.

"No tanto como los escritos de Franklin," contestó, levantando el otrolibro. "¿Dónde consiguió procurar su relato de las negociaciones Americanascon Inglaterra?"

"Una amistad en el continente se deleita en presentarme literatura

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escandalosa, y tengo interés en el tema. Es anticuado, y escrito con simpatíapor las colonias, pero confieso que comparto esa simpatía."

"¿De verdad?" La observaba con una expresión divertida,impresionado y un poco sorprendido. La sonrisa no reapareció, por lo queestaba agradecida, pero sus líneas de felicidad se formaron ligeramentealrededor de sus ojos. Tenía una cara tan abierta y amigable, como si tuvieraganas de reírse. Se dio cuenta con algo de sorpresa que él estaba buscandoencontrar un punto de interés mutuo, algo en común, y pensó con aprensiónque podría llegar a disfrutar ver esas líneas irradiar de sus ojos. "Yo también,de hecho. Mi padre, que en paz descanse, conoció al Sr. Franklin hace años,pero no se llevó una buena impresión del hombre. ¿Le interesa la política,entonces?"

Una discusión sobre política sería extraña, pero infinitamentepreferible a cualquier otro tema. Contestó con honestidad. "Sí, me interesa.Cuando era niña estaba fascinada con su presidente, Washington. Un hombretan admirable, siempre pensé."

Le indicó al conde que tomara asiento y ella se acomodó en una sillafrente a él mientras Maggie se deslizaba silenciosamente a través del cuartopara ir por el té. Una vez que se sentaron él se fijó en el cuarto y dijo,"Confieso que tengo curiosidad de saber por qué escogió vivir en Bartle. Lacasa de su abuela no estaba lejos, me imagino."

"A unas cuantas millas al este del pueblo.""¿Usted prefiere su alojamiento aquí?"Se contuvo de expresar la respuesta que le vino inmediatamente a la

mente. "Disfruto más estar en el pueblo, cerca de las amistades que he hechoaquí. Y de cualquier modo, esa casa es demasiado grande para mí sola."

En el silencio eterno que parecía acentuar todas sus conversaciones,Lord Summerdale alisaba sus pantalones repetitivamente, lo que ella en suoptimismo pensó sería un gesto nervioso. Aunque si estaba nervioso, loescondía muy bien. Helen, por su parte, se sentía sonrojar y le faltaba elaliento mientras se preguntaba qué tanto podría contarle.

"Lady Helen, deseo disculparme por la manera en la que me comportéayer con usted. Estuve fuera de lugar y solamente logré obstaculizar elcamino a una amistad que pudimos haber encontrado." Su repentino cambiode tema la tomó por sorpresa, y se concentró en sus dedos, presionados contrala tela suave sobre sus rodillas. "Como dije, sé que su hermano ha estado

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preocupado ante la falta de noticias suyas. Si le puedo asegurar que usted seencuentra bien, que está bien provista, siento que podría tranquilizarlosobremanera."

Sonaba como un discurso practicado, lo que la hizo resentir que ellano tenía preparadas algunas palabras. Levantó la mirada y lo miró fijamente."Permítame tener algo de escepticismo, mi lord. Mi hermano únicamentenecesita preguntarle a mi abogado, o, de hecho, escribirme a mí, lo que no hahecho en los últimos cuatro años."

Sus cejas oscuras se fruncieron. "Me dijo que usted no contesta suscartas."

"Sus notas – ya que difícilmente les podemos llamar cartas – noinvitaban respuesta, y al poco tiempo se detuvieron por completo." Laindignidad de las palabras de Alex en esas misivas nunca dejarían dedisgustarla. Había escrito sobre honor, sobre cómo estaba tratando derestaurar el nombre de la familia, cómo ella debería de tomar algo del dineroque él había apartado para su dote para vivir una vida tranquila pero digna lomás lejos posible de Londres. Cada palabra era una acusación: era su culpaque él tuviera que trabajar tan arduamente en restaurar lo que ella habíaarruinado, y vivir de manera distinta a lo que él había prescrito era un insultomás.

Ella había decidido que no podía tolerar recibir nada de su parte nivivir de acuerdo a sus deseos. Si él consideraba que ella no tenía valor,entonces no le costaría un sólo céntimo. Sacó la cantidad que su abuela habíadepositado con Thompkins para ella, una minucia de lo que había sido sudote, y encontró que el abogado tenía buena disposición de ayudarla y tenersus intereses en mente. Tal como lo hizo con sus vestidos de baile, suszapatillas de seda y sus sombreros, fue relativamente fácil deshacerse de esavida por completo. Ella era diferente ahora y, pensó, mucho menos frívola.Era lo que más le daba orgullo ahora, que se cuidaba a sí misma y a quienesla rodeaban, lo mejor que podía. La misma chica que antes hubieraencontrado de mayor importancia visitar a la costurera que a un vecinoenfermo o con carencias.

Maggie regresó al cuarto con la charola. "Yo serviré, Maggie,gracias." Observó a su amiga tomar asiento a una distancia discreta, unmovimiento calculado que propiciaba tanto la ilusión de propiedad como unalivio para las ansiedades de Helen.

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Helen observó a Lord Summerdale mientras ponía la taza de té frentea él. Tenía un aire como si esto fuera una cita de negocios y deseaba saber suagenda para poder cubrir los puntos pertinentes y darla por terminada.

"Sé que hay cosas que desea preguntarme. Pero no puedo ignorar queusted le llevará mis palabras a mi hermano. Y aunque deseo tener algún tipode contacto con él, yo" – aquí pausó y respiró profundamente pararestablecerse – "yo no deseo que piense que me arrepiento de mis acciones oque he esperado todos estos años para pedirle que me disculpe."

A estas palabras siguió un tenso silencio. Ella tenía un deseo absurdode reírse de la forma delicada en que bebió antes de hablar, consciente decómo ambos consideraban cada palabra como si hubiera un testigotranscribiendo cada oración para la posteridad. Summerdale la volteó a verrepentinamente como si pensaran lo mismo, y una mirada llena de franquezafinalmente cruzó por sus facciones.

"No deseo reportar cada una de sus palabras a su hermano. Yosimplemente quisiera..." Pausó, sus ojos divagando hacia las manos de ella."Me gustaría poder decirle, generalmente, cómo se las arregla sin su apoyoeconómico. Y por qué es que no se arrepiente de sus acciones, como dice. Megustaría, si es posible, y si usted no tiene objeción, ayudarlos a ambos a seruna familia otra vez."

Ser una familia otra vez. Su corazón dio un salto ante esta idea.Respiró profundamente y se preparó para devolver su aparente honestidad.

"En cuanto a no arrepentirme de" – buscó otro término para no decirEl Odioso Henley y se apresuró a decir – "de las circunstancias que revocaronmi compromiso, nunca he considerado que yo tenga la obligación dearrepentirme de nada de lo que hice, o de las acciones que han culminado enmi presente situación. No volveré a mencionar esos eventos nunca más en mivida, mi lord. Ni a usted ni a nadie más." Ya, lo dijo firmemente y lo dijobien. "Pero en cuanto a cómo me las arreglo sin el apoyo de mi hermano, larespuesta es muy simple."

Le explicó que Maggie estaba bajo su servicio prácticamente sinsalario, y que la casa de la dote le brindaba una pequeña suma cuando larentaba. Explicó lo poco que costaba vivir en Bartle, que no tenía necesidadde vestidos de baile, ni de ropa para cada temporada. Ante esto, él lanzó unamirada significativa a su atuendo, pero lo distrajo de comentar su respuesta alexplicarle los detalles del sistema de intercambio que empleaba para casi toda

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su comida. Al hablarle de todo esto notó que él la hacía sentir relajada. Noera nada que hiciera o que dijera. Tenía una presencia que le permitía sentirseconfortable y que propiciaba que sus palabras fluyeran sin la reservación quehabía sentido antes.

"¿Y no siente la pérdida de su vida pasada?" Habló con delicadezapero sus ojos estaban fijados intensamente en ella, haciéndola sentir que estoera más que simple curiosidad. "¿Nunca anhela un poco de terciopelo o de uncarruaje para viajar?"

"Tengo lo que necesito, mi lord, y esas son cosas que no necesito.Incluso usted ha sobrevivido esta última hora sin esos bienes imperativos," ledijo con una sonrisa.

Él respondió con una sonrisa, otro destello de calidez. "Es verdad, lohe hecho. Y veo que, como dice, usted vive bien sin las riquezas con las quenació. Dudo que nadie más pueda ajustarse tan fácilmente."

Sintió sonrojarse un poco ante el cumplido y ante el efecto residual desu sonrisa. Quería preguntarle sobre la esposa de su hermano, pero noencontraba manera de tocar el tema. No podría sacarle la información contrucos ni esconder su interés, así que se tragaría el orgullo y le preguntaríadirectamente.

Ensayó las palabras una y otra vez en su mente antes de forzarse avocalizarlas. "¿Y a Lady Whitemarsh le interesa mi situación también?"

Inmediatamente sintió su mirada en ella, enfocándose incisivamente,notando su avidez. No se pierde de nada, pensó con desconsuelo. Pero élrespondió fácilmente.

"Sí, por supuesto, aunque no creo que sea conveniente informarle quela he encontrado. Es capaz de cabalgar toda la noche para venir a verla consus propios ojos, probablemente arrastrando a su hermano de las orejas."

Aún con lo gratificante que era imaginarse a Alex arrastrado decualquier parte de su cuerpo por una mujer, no pudo regresarle la sonrisa.

"¿Tanto así desea encontrarme, entonces?" A lo mejor quería venir aamonestarla sobre el dolor que le había causado a Alex, a reprenderla comoAlex lo había hecho años atrás.

"Lady Whitemarsh me ha dicho que anhela una hermana, alguien quele cuente sobre la juventud de su marido." Su voz adoptó un tonotranquilizante, y ella se maldijo a sí misma por permitir que susaprehensiones se mostraran tan claramente. "La conocí sólo brevemente, pero

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no tuvo reservas en expresar su impaciencia con Lord Whitemarsh en cuantoal trato de usted."

Mil preguntas sobre Lady Whitemarsh comenzaron a apilarse en sumente inmediatamente. Pero su orgullo no le permitía preguntarlas. Decidióque, dada la oportunidad, le haría solamente una simple pregunta. Ahora seforzó a que no le importara lo lamentable y ansiosa que podría sonar. Searrepentiría después, como probablemente se arrepentiría de haber habladocon él.

"¿Me podría contar un poco acerca de ella?"Lo hizo. Le contó todo con amplitud y con lujo de detalle. Le

describió los orígenes de Elizabeth, su porte, y cómo logró capturar el interésde Alex (se conocieron en una cena que estaba aburridísima en casa delDuque de Thursby). Era más de lo que había esperado saber y no se preguntópor qué Summerdale hablaba tan libremente. Solamente se deleitaba en lacalidez de su voz cuando relataba la determinación de Elizabeth para queAlex perdonara a su errante hermana.

Cuando Summerdale se retiró con la promesa de visitar nuevamenteen su próximo viaje al pueblo, Helen ya estaba pensando en las miles decosas que le preguntaría la próxima vez. No fue hasta que ya estaba fuera devista que se dio cuenta que él había aprendido más sobre ella de lo que ellahabía planeado revelar, y que no podía confiar en él. Sin importar lo muchoque le gustaría volver a hablar con él.

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Capítulo 4

"En Noviembre tu prima escribirá y nos dará la fecha exacta en su

próxima carta."Estaban todas sentadas en la cocina, Maggie, Marie-Anne y Helen,

ansiosas como si fueran debutantes invitadas al baile del palacio. Todos susplanes culminaban aquí. Los ojos de Marie-Anne brillaban con entusiasmomientras tomaba las manos de Helen en las suyas con una gran sonrisa. Comoniñas con golosinas, pensó Helen, sintiendo una fracción de sonrisa en sucara. Pensarías que el bebé es nuestro.

Helen se la había imaginado muchísimas veces: una niña con largocabello oscuro y piel blanca como la leche. Sus facciones eran menos clarasen su imaginación. No se podía permitir pensar en los padres de la niña ycada vez que trataba de imaginarse los aires de familia terminaba conpesadillas y sudores fríos. Helen tornó sus pensamientos hacia el futuro.Traer al bebe aquí era el primer paso, y después de eso se permitiría hacercastillos de ensueño, todos ocupados por la criatura que ni siquiera conocía.

Katie. El nombre venía a ella cien veces al día, no sólo este año sinoincluso en años previos. Estaría haciendo la cena y se preguntaría si a Katie legustaría el pescado. Se prepararía para dormir en las noches y pensaría en lasflorecitas rosas que bordó en el pequeño camisón de noche, esperando que aKatie le gustaran. En una caminata al pueblo observaría cada casa y en sumente le contaría a Katie quién vive ahí. Y ahorró lo suficiente para pagar elpasaje de la niña y de la prima de Maggie para cruzar el mar hacia Inglaterra,donde podrían vivir felices en este pequeño pueblito.

Esta niña y sus planes para ella se habían convertido el centro de todo.Ahora Helen se podía admitir a sí misma que, lentamente, se habíaconvertido en su única razón para levantarse de la cama cada día. Semantenía ocupada, encontraba maneras de ser útil, y disfrutaba de lacompañía de sus amigas. No había duda que su vida se había convertido enuna existencia sin sentido a partir de ese día fatídico hace seis años. ¿Cuál era

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el propósito de la vida, si no le quedaba nadie de su familia y no teníaprospectos de crear una nueva? No había propósito. Era un hecho que laatormentaba, hasta que decidió enfocarse en Katie.

Ella podía hacer esto, esta única cosa. Ella podía cuidar a unahuérfana y trabajar hacia un sólo propósito: darle a Katie una vida digna devivirse. Lograr que todo tuviera un propósito al final, su propia caída degracia, su exilio, sus días vacíos. Si tan sólo pudiera mantener la niña a salvo,y traerla aquí, donde pudiera verla crecer y prosperar y vivir y amar –entonces su propia vida sería digna de vivir también.

Cuando las pesadillas regresaban a atormentarla, cuando seencontraba reviviendo el peor momento otra vez – oliendo los aromas,sintiendo su peso sobre ella, probando su propio terror – sólo tenía que pensaren Katie para erradicar todo eso y regresar a este momento con todos sussentidos. Katie vendrá aquí, se repetía a sí misma en la noche. Katie estará asalvo aquí junto a mí, y le daré pasteles y la veré reírse. Katie estará aquíconmigo. Katie estará aquí. Con cada repetición su corazón se tranquilizabay sosegaba el feroz latido. Con cada imagen de este feliz futuro las visionesdel terrible pasado se desvanecían hacia la nada hasta que sentía en calmaotra vez.

Por supuesto la llegada de Katie significaba que Maggie se iría, unhecho en el que no había querido pensar hasta ahorita. Al observarla recogersus cosas y salir con prisa a trabajar en casa de los Hawkins, Helen trató deimaginarse su vida sin su amiga. Maggie siempre había querido regresar consu familia, por supuesto. ¿Y cómo no, si se había ido tan precipitadamente?Quería cuidar de su padre enfermo; quería comenzar su propia familia. Asíque tomaría el barco de vuelta con su prima, mientras Katie permanecería enBartle a salvo.

Desde ese día de horror, años atrás, Katie se había quedado con lafamilia de Maggie. Con el poquito de dinero que Helen había podido mandarpara su manutención, le gustaba pensar que la vida era buena allá. Katie eraenfermiza, siempre lo había sido. Pero también era una niña vivaz einteligente, de acuerdo a los reportes que mandaba la prima con diligencia, ysus prospectos serían mejores en Inglaterra. "No hay nada en Irlanda para ellamás que una vida de servidumbre, y ni siquiera eso para una niña que vienede una familia de gitanos," Maggie dijo.Eso fue suficiente para convencer a Helen que no era únicamente su egoísmo

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lo que trajo la niña a través del océano. La idea de que tendría abismalesprospectos no comparaba con el peligro al que estaba expuesta. El OdiosoHenley vivía en la finca más cercana y era el señor de la casa. Era la ley enese lugar, lo que había aprendido definitivamente y de forma explosiva.Helen recibía cada carta de los últimos seis años con una mezcla de felicidady terror, sin saber si se enteraría que Katie estaba dentando, empezando acaminar, aprendiendo a leer, o si había sido descubierta por Henley. Sabíaque no era razonable pensar que él tuviera conciencia de la existencia de laniña, o que le importara, pero la razón no tenía cabida cuando pensaba enHenley.

La voz de Marie-Anne sonaba plena de satisfacción. "Jack y Sally yaprepararon un cuarto, y si Sally teje una bufanda más para la niña las podránusar de relleno de colchón para una cama extra."

"¿Crees que deberíamos esperar a decirles hasta que sepamos la fechade su llegada? Si algo sucede o si se retrasan no quiero decepcionarlos."

A Helen le habría gustado recibir a Katie como si fuera suya, y habíandiscutido la posibilidad de decir que era una prima o una sobrina. Pero sabíaque a pesar de que la habían aceptado bien en el pueblo, había demasiadainformación en los rumores para dejar una nube de escándalo a su alrededor.Esa nube no le haría bien a una niña que viniera a vivir con ella. Era una fríaverdad y una que Helen no tenía opción más que aceptar: sin importar lomucho que los pueblerinos la quisieran, ellos, al igual que los lores y lasdamas de Londres, no olvidarían de dónde vino. No permitiría que su propiaruina marcara a una niña inocente de por vida. Aparte, Katie merecía unavida normal con una madre y un padre, y Jack y Sally merecían una hija.

Todos merecían ser felices. Juntos. Helen se alegraba muchísimo portodos ellos. O eso es lo que se decía a sí misma.

"La próxima carta nos dará una fecha precisa y entonces le daremos lanoticia a la pareja afortunada," Marie-Anne sugirió. "Jack debe saber, paraque pueda planear hacer el viaje. ¡Y todo saldrá bien, por supuesto! Tepreocupas demasiado, querida."

"Es cierto, lo sé, pero hay tantas cosas que pueden salir mal." Helen semordió el labio. "Tengo miedo, creo, principalmente por Lord Summerdale."Todavía no habían hablado de él, y le parecía a Helen que había mucho quediscutir. "Desearía que no estuviera aquí, espiando por doquier, olfateandolos detalles de mi vida. ¿Qué tal si se entera de Katie?"

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Marie-Anne levantó las cejas ante esto. "No hay razón para que seentere, no con Jack y Sally en el próximo pueblo. Después de todo, no tienepor qué venir a Bartle con frecuencia. Incluso si se enterara, ¿y qué con eso?"

Helen estaba agitada. "Pero vendrá. Soy una estúpida y lo hice sentirbienvenido para visitar otra vez, y vino expresamente a averiguar de mi vidapara decirle a mi hermano cómo estoy. ¡No me gusta, Marie-Anne!"

Su arrebato infantil no perturbó a Marie-Anne en absoluto, quien sededicó a levantar los racimos de hierbas de la mesa para separarmetódicamente el romero de los tallos. "No me digas que no te complace quetu hermano se entere del grado de tu independencia. La idea de que uno desus amigos le diga cuánto no necesitas que te ayude, me deleita a mí." Marie-Anne nunca había ocultado lo que opinaba de Alex; consideraba sutratamiento barbárico de Helen solamente un poco menos nefario que lo quele había hecho Henley. "Así que me imagino que esto significa que no teagrada Summerdale. A mí me parece de lo más agradable."

"¡Agradable! Si es su amabilidad lo que más detesto. Te encantará,justo como trató de encantarme a mí." No tenía ningún derecho a preguntarsobre sus asuntos financieros, y ella había sido tan sincera y abierta con élcomo con su propio abogado, todo gracias a su condenada amabilidad. "Unasonrisa más y le hubiera dado un tour de la bodega del sótano para que vieralo bien abastecida que estoy para el invierno."

"Es cierto, hay algo en su sonrisa que hace que una mujer quiera darlemás de lo que debiera ofrecer," observó Marie-Anne con simpatía, "yenseñarle todo tipo de cosas maravillosas. En el sótano, por supuesto." Teníauna sonrisa en los labios y un destello en los ojos que Helen no teníapaciencia para tolerar.

"Oh, deja de ser tan gálica, Marie-Anne." Escuchó la falta de humoren su propia voz y se recordó a sí misma que Marie-Anne siempre escogeríareírse, dentro de lo posible, y que esto era algo que ella atesoraba sobre suamiga. "Está guapo, lo admito, pero eso lo utiliza siempre para su propiaventaja. Trata de recordar eso, por favor, cuando te visite la próxima vez."

"¡Muero de ganas!" Marie-Anne se rió deleitada. Recobró algo deseriedad cuando vio la ansiedad en la cara de su amiga. "Hélène, debes saberque yo nunca le diría nada que tú no quieres que le diga. Hablaré conSummerdale de mi Shipley lo más que pueda, para mantenerlo alejado del

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tema de tu vida. Pero no me has dicho cuánto sabe ya. ¿Preguntó sobre ElOdioso Henley?"

Helen se incomodó un poco. Le habían asignado ese título a Henley,decidiendo hace mucho que lo merecía. Nada demasiado siniestro, para poderreferirse a él con facilidad. Él era odioso, y mucho más que eso. Pero alreferirse a él de esta manera lo podían convertir en un personaje de una malanovela sin pensar en él como si fuera real. Por lo menos no cuando queríatener una conversación normal.

"Me rehúso a hablar de él. No me presionó a mencionarlo, sólo meofreció la oportunidad de cambiar mi historia. Pienso que debe de saber. Alexle habrá dicho algo, aunque sabe Dios qué." Sonrió amargamente. "Y losrumores existen. Habrá escuchado algunos, en todo caso."

Marie-Anne hizo un gratificante ruido de disgusto. "Rumores, noverdades." Sacudió sus dedos despectivamente. "Lo que quiero saber es loque quieres que le diga. O lo que no quieres que le diga."

Todo lo que habló con Lord Summerdale daba vueltas en su cabeza.De sus finanzas no necesitaba saber más que lo que ya le había revelado.Eran las noticias de su nueva cuñada lo que más la intrigaba, y la profundidadde la sinceridad de su hermano. Consideró esto un momento mientras Marie-Anne pacientemente esperaba.

"Creo que quiero saber si Alex realmente me quiere en su vida otravez, o si todo esto es designio de la nueva Lady Whitemarsh." No intentódisimular el temblor en su voz traicionando sus emociones. "Suenamaravillosa, pero ella no es mi hermano. El afecto de él me importa, pero elde ella, no. No realmente."

Fue difícil de admitir, especialmente a Marie-Anne, queprácticamente odiaba a Alex.

Marie-Anne suspiró al vaciar las hierbas sobre un plato. "Bueno,veremos esto como una oportunidad para obtener información de LordSummerdale entonces, y no como una ocasión para darle información sobreti. Veremos si tu hermano tiene una pizca de bondad en sus huesos." Selevantó y puso la mano sobre el hombro de Helen. "Sólo quiero prevenir quesufras más a manos de este hermano, ¿sabes? Le sacaría los ojos a cualquieraque te ocasionara más dolor," dijo con una voz gentil y amable y Helen nodudó una sola palabra.

"Y ahora," Marie-Anne exclamó con ánimo, "vamos a hablar de cosas

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más agradables, como de la pequeña Katie, y de cómo le vamos a dar labienvenida cuando llegue."

Marie-Anne de Vauteuil no era una vacua debutante, pero tampoco

era fría o calculadora. Lo que era, Stephen decidió mientras estaba sentado ensu sala austeramente amueblada, era una muy buena amiga y una mujercompletamente segura de sí misma y de su lugar en el mundo. Era de lo másexcepcional. Era aún más excepcional encontrar alguien que evadiera tanhábilmente sus preguntas.

Le aplicó su sonrisa más encantadora – pudo ver que la complació – yvolvió a intentar.

"¿Está tan contenta de quedarse en esta pequeña aldea, madame,como su amiga Lady Helen?"

"Yo pienso que Bartle es un pueblito adorable. Es pequeño, y meimagino que tiene muy poco que ofrecer a un caballero como usted, pero lagente es amable. Daniel Black es un buen hombre, y agradable. ¿No lo cree?"

"Sí, fue de lo más servicial, y su hijo también." Trató de no sonardesdeñoso al forzar el tema de vuelta a la persona de quien deseaba hablar."Los dos quieren mucho a Lady Helen. ¿Entiendo que ha sido una buenaamiga para ellos, y para todos los aldeanos?"

Le dio una sonrisa encantadora. "Yo también quiero mucho a losaldeanos, sabe. Uno no puede evitar hacer amistades aquí, si uno vive comoellos."

Evidentemente quería dejar en claro que él nunca podría ser vistocomo nada más que un lord aquí, lo que siempre lo mantendría a distancia.Esperaba no tener que rebajarse a trabajar en el campo para poder sacarleinformación a uno de ellos, y desechó la noción inesperada e incómoda deque le importaba lo que los aldeanos pensaran de él. Una vez más forzó laconversación de vuelta hacia donde la deseaba.

"Lady Helen ha hecho muchas amistades aquí, considerando que nosiempre vivió como ellos. ¿Fue difícil para ella lograr que la aceptaran?"

No le sorprendió que ignorara la pregunta mientras escogía unpastelito para ofrecérselo inocentemente. "La Sra. Gibbons hace los más

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deliciosos pasteles. ¿Quiere probar uno? ¿Sabe que fue un mutuo amor por larepostería francesa lo que nos unió a mí y a Richard? Él buscaba un chef, y–"

"Madame." La interrumpió, decidiendo que si escuchaba una inanidadmás sobre Richard Shipley, o si tenía que repetir el nombre de Lady HelenDehaven una vez más, tendría que salirse de la habitación, y sin duda es loque ella esperaba. "Siento mucho hablar tan directamente–"

"No es nada de lo que tenga que disculparse, monsieur.""Pero he notado que está determinada a no hablar de Lady Helen. Sin

embargo, estoy seguro que ya le mencionó que vine en búsqueda de ella.""Así es." Lo reconoció inclinando la cabeza con elegancia."¿Me podría extender la cortesía de reconocer que ella existe?"

preguntó con algo de exasperación.Sus labios sonrieron ligeramente, revelando un hoyuelo a un lado de

su cara. "Por supuesto que admito que ella existe, mi lord.""Gracias." Su actitud exagerada amplió su sonrisa. Ya que los dos

podían hablar con circunspección toda la tarde, como lo habían hecho losúltimos diez minutos, era hora de llegar al punto antes de que las nubescargadas de agua se asentaran y descargaran la tormenta sobre él durante elregreso a su casa. Pero en cuanto determinó hablar directamente, Madame deVauteuil tomó la iniciativa.

"¿Qué es lo que le gustaría saber, mi lord Summerdale? ¿Si ella esfeliz aquí? Me parece que sí lo es. O tan feliz como puede ser en cualquierlugar. Por favor asegúrese de decirle eso a su hermano Lord Whitemarsh."Inclinó la cabeza hacia él con curiosidad. "¿Qué más le gustaría saber?"

Con la mente en blanco, dijo lo primero que se le ocurrió sin pensar."¿Por qué le desagrado tanto?"

Antes de permitir que la diversión en sus ojos se tornara en burla, élcontinuó. "Ninguna de las dos fue muy hospitalaria en mi ultima visita,madame. Incluso antes de que Lady Helen supiera quién soy y por qué estoyaquí, ya me detestaba. ¿Me puede decir qué es lo que propició esa emocióntan fuerte?"

Puso el plato de bocadillos en la mesa y lo miró directamente, todoslos trazos de diversión desvanecidos. Tenía el sentimiento que había escogidoprecisamente la pregunta más incorrecta.

"¿Qué es lo que mi lord Summerdale pensó de Lady Helen Dehaven,antes de verla?" Sus ojos se estrecharon. "No tiene que contestar, mi lord,

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porque es obvio. Usted lo disimula mejor que la mayoría, pero usted es pornaturaleza lo que Hélène y yo consideramos ‘Ellos’ – no ‘Nosotros.’ Ustedvino aquí a sabiendas de lo que la sociedad gusta de llamar Su Ruina, así queusted vino buscando una mujer arruinada. No solamente una mujer, sino unacon un escándalo adherido. ¿Le sorprende que ella odie un hombre,notablemente un caballero, que es como todos los demás que susurraron y serieron de ella y la estigmatizaron hasta que se mudó aquí? No es contra usted,es contra lo que usted representa."

La observó, y pensó que raramente había visto una mujer tan jovenque estuviera tan segura de su propio juicio. Le servía bien esconder superspicacia tras buen humor e ingenio, pero no había duda que poseíasagacidad cuando escogía revelarla.

"¿Y usted también me detesta, madame, ya que estoy al tanto de supasado?"

Indiferente, se reacomodó en la silla. "Esas cosas no me molestantanto a mí. Hélène no es tan sanguínea."

"¿Por qué?"Había esperado tomarla desprevenida para recibir una respuesta

informal y reveladora. Pero su actitud franca y relajada no necesariamentesignificaba que se tornó descuidada. Ella simplemente jugó con una pelusitaimaginaria en su falda y preguntó casualmente, "¿Por qué cree, mi lord?"

Con suerte le diría lo que sabía sobre el asunto con Henley y él podríaconcluir su indagación. No era tan tonto como para pensar que sería fácil, nipara creer que los rumores eran completamente ciertos. Él estaba en unaposición única para saber que eran mentiras basadas en verdad, y su objetivoera enterarse de la verdad inicial previa a los rumores.

"Me imagino que el asunto es de lo más doloroso para ella. Pero noestoy del todo familiarizado con los eventos que la trajeron aquí."

"¿Ah, no? No me parece que esté sordo, mi lord, o aislado de lasociedad."

"Conozco los rumores, por supuesto. Prefiero escuchar toda lahistoria."

Tomó un respiro, como si lo estuviera considerando. Su miradadescansaba en algún lugar al lado de su rodilla izquierda.

"No es mi historia para contar. Hélène ha hablado conmigo sobre esetiempo," había enojo controlado en su voz, "pero no es un relato que se

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cuenta sobre una taza de té con un completo desconocido. Lo que su hermanoescuchó de ella es la verdad, y no hay nada nuevo que añadirle ahora. No lepida que la repita."

Tomó la advertencia seriamente. Ella no parecía el tipo de mujer quetenía el hábito de adoptar un tono de voz tan severo. De nuevo se encontrómaravillado ante la devoción que Helen Dehaven inspiraba en sus amistades.Dudó que hubiera alguien que celara así de ferozmente su propio bienestar,ahora que su hermano había fallecido. Pero también dudó que hubieramuchas personas en el mundo que tuvieran la suerte de encontrar una solapersona que quisiera defenderlas, mientras Lady Helen tenía un pueblo enterode protectores.

"¿Me podría decir entonces, cómo es que..." se interrumpió, buscandola palabra correcta y que también fuera apropiada, "cómo es que el incidentese tornó tan público?" Esto lo sabía por rumores comunes, pero quería sabersi Lady Helen había dado una diferente versión a su amiga.

Tras una pequeña pausa, Madame de Vauteuil asintió ligeramente."Había varias personas en el grupo que fueron a la – me refiero a la propiedadde Lord Henley." Escupió su nombre como si fuera una semilla de uvaatrapada entre sus dientes. "Fue la Sra. Wilke – no la matriarca Sra. Wilke,sino la joven viuda, la detestable Diana – quien esparció el rumor. Le ayudóAnne Pembroke, quien le puedo decir es una víbora."

Él no disputó la malicia de la Sra. Wilke, ni defendió a AnnePembroke. Ambas tenían lenguas venenosas y ninguna compunción sobredestrozar a quien se interpusiera en su camino personal hacia lograr unaunión adinerada. Pero ninguna de ellas había tenido designios sobre Henleyese verano hace años, de lo que él podía deducir. Aún si tuvieran una razónpara querer arruinar a Helen Dehaven, eso no necesariamente significaba quehabían inventado la historia.

"¿Mintieron sobre lo que vieron?""No tuvieron que hacerlo. Todo lo que se requería era que Hélène

saliera del bosque, y que Henley," de nuevo el nombre venía cargado dedesprecio, "fuera visto salir del mismo lugar con sus ropas tan desaliñadascomo las de ella. Se sabía que habían llevado a cabo el cortejo de esta forma– embelesados es la palabra, ¿me parece? Bueno, es todo lo que se necesitó.Es lo que se necesita siempre," dijo con amargura indisimulada.

Se levantó de su silla algo agitada, aferrándose a las orillas de su chal

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mientras tomaba unos medidos pasos a través del cuarto. Se detuvo frente a laventana, su cara de perfil hacia él. Acerca del tema de lo que pasó en elbosque, o de si lo que se asumía en los rumores era falso o verdadero, no dijouna palabra.

Él se había levantado cuando ella lo hizo y ahora se encontraba a símismo sin nada que hacer y con poco que decir, sus manos entrelazadas trasla espalda. La singular gravedad que ella emitía le prevenía siquiera suspirar.¿Cuántas veces había escuchado a alguien expresarse con rabia sobre losmales que ocasionan los rumores? Pareciera que poco importaba que unapersona hubiese actuado reprensiblemente; lo que importaba era que fueraconocido y divulgado por otros. Mientras observaba a Marie-Anne deVauteuil pensar, sintió más simpatía por ella de lo que hubiese admitido enmomentos como este. Los rumores habían llegado a molestarle a él tantocomo obviamente le molestaban a ella.

Contemplando el día gris, ella habló silenciosamente. "Yo amé a miShipley, Lord Summerdale, y como ha visto, yo nunca me disculparé por elamor que compartimos. Pero toda la sociedad nos despreció por ello, porqueles complacía hacerlo. Al igual que les complacía hacer sufrir a Hélène, y lecomplació a su familia torturarla aún más, y abandonarla." La observó reunirlos extremos de su chal para ajustarlo sobre sus hombros y cerrarloajustadamente como si hubiera sentido un repentino escalofrío. "He vistoguerra, y he visto amor, Lord Summerdale. Y cuando conocí a Hélène y supelo que le sucedió, entendí la única diferencia entre ambos. El amor es máspeligroso y mucho más destructivo."

Esperó en silencio tras esta declaración tan extraordinaria. La observótragar saliva mientras miraba fijamente el collar de su chaqueta hasta quefinalmente levantó la mirada y lo vio a los ojos. "Adoraba a su hermano.Todavía lo quiere, a pesar de todo. Le pediré que sea honesto conmigo, por elbien de ella. Ya la han lastimado lo suficiente, me parece. Así que, ésta ideade misericordia, ¿es de verdad de parte de él, o de parte de LadyWhitemarsh? ¿O es simplemente usted metiéndose donde no le importa?"

Sabía que no podía retirar la mirada si quería que le creyera. Nopausó; estaba comprometido a seguir el curso que había trazado.

"De su hermano. Es completamente por el afecto que él le tiene a ellaque he venido aquí."

En el momento que lo dijo, lo creyó. La conversación que había

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tenido con Whitemarsh sobre el potencial de entablar negocios con Henley(de todas las personas) – lo aconsejable que era confiar en Henley y lo queserían las implicaciones de entrar en una sociedad con él – todo eso era fácilde ignorar. Los asuntos de negocios eran solamente una excusa, de eso ahoraestaba seguro. Recordaba la cara de Whitemarsh cuando hablaba de suhermana, una combinación de amor y de orgullo y de confusión. Debió habervisto de inmediato que sobre todas las cosas el hombre quería a su hermanade vuelta en su vida, pero era demasiado orgulloso para admitirlodirectamente. La única manera que Whitemarsh tenía para acercarse a ella sinlastimar su dignidad era apelando al instinto de negocios de Stephen.

Stephen sintió un presentimiento de inevitabilidad. Por supuestosolamente había visto lo que Whitemarsh había querido que viera. Su propiainclinación a nunca rehusar a un hombre como Whitemarsh lo habíaconvertido en su emisario una vez más. Al final, Whitemarsh tendría unahermana de vuelta o un muy buen acuerdo de negocios. Stephen no ganabanada con una reconciliación familiar, así que le presentó una gananciaeconómica como incentivo para actuar en nombre de Whitemarsh.

Pero ahora estaba involucrado. No le había importado hasta estemomento, pero ahora tenía esa intención. Había sentimientos muy profundosentre los hermanos, negados por tanto tiempo, que no podía evitar sentirsimpatía. Por esta pequeña familia fragmentada se quedaría aquí, para tratarde restaurarlos a uno con el otro, si podía.

Madame de Vauteuil asentó ligeramente. "Entonces le tengo queadvertir: no le permita a su hermano lastimarla una vez más, o se las veráconmigo." Le ofreció su sonrisa traviesa. "Después de todo, mi reputación nopuede empeorar y no tengo nada que perder al ponerlo en su lugar. Y tengotanto tiempo libre, que puedo idear todo tipo de venganzas maravillosas.Pero, por favor, cómase un pastelito, mi lord, y veré que salga de aquí antesde que le caiga encima la tormenta."

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Capítulo 5

Querida Helen,

¡Que críptica eres! Y qué bien me conoces, que no puedo resistircontarte todo lo que sé sobre alguien tan fascinante como Lord Summerdale,dentro de lo que se puede saber de él.

Por el momento se le conoce como El Sabelotodo, porque parecesimplemente saber todo antes de que siquiera suceda, desde los movimientosmás secretos del gobierno hasta los enredos de la servidumbre, palabra. Esamigo de Whitemarsh, principalmente sobre asuntos de negocios, así que nodudes en la veracidad de esa afirmación. Hay susurros sobre algunosmiembros de su familia, intrigantes pero ultimadamente benignos, y supropia reputación es inmaculada (horrorosamente aburrida). Los rumoresmás recientes son viciosos, dicen que le vino de perlas que muriera suhermano Edward, pero nadie le presta importancia a tales habladurías. Él esdemasiado bueno.

El otro rumor que se le atribuye es sobre su relación con Lady Claravan Doran. Clara y él pasaban mucho tiempo juntos, y todos pensamos queeran una unión romántica. Fue toda una sorpresa cuando ella se casó con elhijo mayor del Duque de Bryson, sin duda por su rango superior. Después, elordinario Sr. Stephen Hampton se volvió el heredero de Summerdale amenos de un mes de la boda de Clara. No se le arrojan comentariossarcásticos a Summerdale por esto – es imposible burlarse del hombre porheredar demasiado tarde para asegurar el amor de una mujer que ahora noes más que una conocida para él. En cualquier caso, nadie se atreve a hablarmal de él por temor a su conocimiento enciclopédico de los pecados ajenos, eincluso si uno quisiera calumniarlo, no parece haber nada que decir. Esirreprochable.

Discreción es la palabra más asociada con el hombre, pues parecetener toda la información pero nunca la comparte. A esto añado mi propiaopinión, la cual es que él es muy bien educado y exitoso y todo lo que uno

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pudiera esperar de la nobleza pero nunca la encuentra (ignorando laprobabilidad de que un caballero tan propio es probablementeextremadamente tedioso). También te diré, con el afán de ser minuciosa y enel evento de que haya pasado desapercibido, que es maravillosamente guapo.

Ahora te mandaré esta carta rápidamente para que puedas tener lasrespuestas a tus preguntas imprudentes. ¡Estoy de lo más ofendida que porprimera vez en la historia de Bartle-on-the-Glen, hay más cosas excitantessucediendo allá que en Londres!Todo mi cariño a las damas de Bartle,Joyce Huntingdon(Mártir del infame y doblemente maldecido Barón de la Gota)

Stephen intentó escribir la carta una última vez antes de darse por

vencido. Un dolor intenso se había acomodado tras su ojo izquierdo por estarmirando la página en blanco diariamente durante más de una semana. No eraprecisamente una página en blanco, se dijo a sí mismo mientras montaba porel camino que llevaba a Bartle. Había escrito Estimado Lord Whitemarshvarias veces, pero se había detenido ahí sin una solitaria idea sobre quéescribir a continuación.

Le podría decir a su hermano que el proyecto estaba condenado afracasar, ya que estaba convencido que la verdadera razón que llevó a LadyHelen a romper su compromiso nunca saldría a la luz. Pero admitir fracasaren esto, su gran talento, era más difícil de lo que podía imaginarse. Aparte deque ahora estaba seguro de que lo que sucedió no era necesariamente lo quele interesaba a Whitemarsh. Stephen podría escribir: Su hermana está bien yse rehúsa a hablar del asunto, pero no era muy informativo ni resolvía laduda de si se podía confiar en Henley o no.

Intentó: Me ofende que me haya falseado su verdadero motivo, LordWhitemarsh, porque ahora veo que manipuló mi interés en establecer unnegocio para conseguir su meta personal de reconciliarse con su hermana.Pero eso tampoco funcionaba. Aparte de arriesgar su relación amistosa conWhitemarsh, lo cual no estaba ni remotamente dispuesto a hacer, no eracierto. No estaba ofendido. Estaba curiosamente complacido de haber sido

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usado de esta manera. En lugar de indagar sobre los asuntos privados de otraspersonas para lograr una ganancia política o financiera, era un aliviointerceder por el bien de la reunificación de la familia Dehaven. A lo mejoreso es lo que debería de escribir.

Estimado Whitemarsh, se horrorizaría si viera las condiciones en lasque vive.

Estimado Whitemarsh, usted debe perdonar a su admirable hermana.Ella vale más que una docena de proveedores de lana.

Estimado Whitemarsh, tenga la amabilidad de proveerme con másexcusas para ir a verla.

Este pensamiento lo detuvo en seco. Bajó la velocidad y continuó atrote tras darse cuenta que había estado galopando para acortar la distanciahacia la pequeña aldea. Quería verla otra vez, no podía pensar en nada más, ysus endebles intentos de escribirle una carta a su hermano eran solamente unaexcusa para distraerse. Ella era fascinante, con su interés en política radical ysu belleza mercurial, sus uñas sucias y las sonrisas que intentaba esconder deél. De alguna manera, en algún momento que no podía determinar conprecisión, le había dejado de importar que fuera una mujer sin morales.

Observó el horizonte buscando señales de mal clima, pero estabainusualmente cálido y claro. La invitaría a tomar una caminata si el clima semantenía. No monto, le había dicho en esa vocecita sofocada. La hanlastimado suficiente, su amiga advirtió – y algo le sucedió a él. Había sidodescuidado de su parte pasar por alto la ausencia de una silla de montar dedama, y la había avergonzado. Si era más cuidadoso con ella hoy, quizáspodría conseguir una sonrisa más. Si Madame de Vauteuil estaba convencidaque él no lastimaría a Lady Helen, podría ser que eventualmente ella confiaraen él lo suficiente para propiciar algún tipo de contacto con LordWhitemarsh, y a él le daría placer saber que había ayudado a brindar algo dealegría a su pequeño y tranquilo mundo.

O a lo mejor debería de dejar de preocuparse de la felicidad de lachica y recordar su propia experiencia con mujeres traicioneras. Sosegado porel recuerdo de sus propias debilidades continuó cabalgando y resistió latentación de desear escucharla reír hoy.

Cuando llegó a su casa parecía estar abandonada. Nadie contestó lapuerta, pero escuchó el relincho de un caballo. Desmontando, siguió elsonido a lo largo del lado de la casa y escuchó su voz bullente de risa. El

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placer que sintió ante el sonido sufrió una muerte súbita cuando notó que lamontadura era fina. Evidentemente alguien con mucho dinero estabavisitando a Lady Helen y la visita ocasionaba un gran deleite.

Suprimiendo la pueril decepción que brotaba en su interior, hizo unalista mental de las fincas que existían a un día de caballo para adivinar quiénpodría ser el pretendiente que la visitaba. Por lo menos le daría algo quecontarle a su hermano, pensó con remordimiento.

"¡Es tan pequeña! ¡Me siento casi desnuda!" la escuchó protestar."Mis brazos están cansados. ¿Puedo dejar de posar ya?"

Antes de que pudiera hacer sentido de las imágenes que estas palabrasle presentaban en la mente, escuchó el tono del familiar acento contestándole."Hélène, no es un disfraz para un baile de máscaras," fue la respuesta severa."Déjala terminar y luego puedes bajar los brazos."

"Espero que no estés usando mi cara, Emily. Marie-Anne, recuérdaleque no puede usar mis facciones."

Era inútil tratar de resistir la curiosidad que lo envolvió. Deteniendolas riendas de su caballo con soltura en una mano, se asomó por los árboles allado de la esquina de la casa. Al principio pensó que era una estatua la queestaba bajo la luz del sol, una escultura exquisita de Diana, la diosa de lacacería, completa con arco y flecha. La voz de Madame de Vauteuil eraindistinta, pero lo que sea que le haya dicho desequilibró el balance estáticode la figura en blanco ante él. Perdió el aliento cuando se dio cuenta que eraLady Helen quien reclinaba la cabeza hacia atrás, su cabello sueltoderramándose sobre los hombros descubiertos, sus pechos flexionados haciaarriba, su risa cual champagne bañando su sangre. Portaba solamente unaligera túnica de tela holgada que se deslizaba sobre el arco de sus muslos, lospliegues asegurados por un listón ajustado a la curvatura de su cintura. Surespiración se aceleró al pensar que con un leve tirón se revelaría toda laexuberancia que poseía debajo. El sólo verla, la suavidad de la piel en elpecho donde la tela se apartaba de su hombro – lo paralizó, mandando fuegoa la boca de su estómago. No podía moverse de donde estaba parado. Nodeseaba volver a moverse jamás.

Mientras observaba, ella regresó a la pose inicial del arquero,apuntando su flecha hacia un blanco invisible. Mantuvo la pose por untiempo indeterminado mientras él admiraba la curva de su brazo y mientras lavoz de Marie-Anne la alentaba a sostener la pose un momento más. Estuvo

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perfectamente quieta, tan inmóvil como él. Parecía una diosa de la mitologíaGriega, tan esbelta y voluptuosa como la imaginaban los artistas. Esta visiónera increíblemente cautivadora porque difería tanto de lo que él sospechaba.Había pensado que su figura era ordinaria, pero esto es lo que le ocultaba almundo – este cuerpo que tentaría a un santo, escondido bajo los vestidosabultados que usaba todos los días.

Cuando al final abandonó la pose, escuchó a la sirvienta hablar. "No,no, Miss Helen, no estará pensando que ya se puede ir, ¿verdad? Lo quequeremos ver volar son las flechas, no a usted. Ande, enséñenos lo que es seruna Amazona."

"¿Sabes que las Amazonas se cortaban un pecho para mejorar supuntería?" respondió la voz de Marie-Anne.

"¿De verdad? ¿Le parece correcto eso, Miss Helen?"Helen levantó el arco y estiró la cuerda como preparándose a soltar la

flecha, pero hizo un gesto cómico y bajó los brazos otra vez. "Será porqueestoy acostumbrada, pero no veo ninguna ventaja en eso." Se rió otra vez, elsonido derramándose como miel sobre sus oídos. "A menos que lasAmazonas hayan estado muy bien dotadas."

Las damas se rieron, fuera de su vista, y comenzaron a insistirnuevamente en que demostrara su destreza con el arco. "Bueno, la diana yaestá instalada de todas maneras, y debemos mantener entretenida a Emily.¿Les enseño cómo lo hacían los arqueros de los tiempos romanos?"

Ante una aprobación general, sacó las flechas del carcaj que colgabade una rama y comenzó a enterrar las puntas en el suelo blando a sus pieshasta que tuvo una línea de ocho brotando de la tierra. Él tenía que obligarsea sí mismo a respirar mientras observaba sus movimientos descuidados.

Se sentó en cuclillas. "¿Lista, Emily?" preguntó, volteando hacia lasamigas que él no podía ver. Y disparó su primera flecha. Antes de queescuchara el sonido de la flecha alcanzar la diana, ella ya había tirado lasegunda, y toda la línea fue rápidamente desplegada en un extenso, suavemovimiento. Se enderezó en medio del aplauso y les pidió a sus amigas verqué tan bien lo había hecho. Las pudo ver al fin, cuando Marie-Anne seagachó entre las ramas para recoger la diana y la sirvienta se detuvo frente aHelen con una repentina expresión de angustia.

"¡Me olvidé de estar al pendiente de visitantes!" exclamó.Stephen no escuchó nada más, su instinto y un poco de vergüenza lo

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sacaron de donde se escondía. Se movió hacia el frente de la casa lo másrápida y silenciosamente que pudo, pero el sonido de pasos sobre las hojascaídas tras él lo forzó a reevaluar su intención de irse. La sirvienta lo veríaahí, desmontado en la esquina de la casa. Se dio la vuelta como si estuvierallegando y emitió un saludo que se pudiera escuchar del otro lado de la casa.Si había un talento que poseía era la habilidad de actuar como si no hubieraescuchado o visto algo que no había estado destinado para él.

"¿Hay alguien ahí? Pensé que oí voces," vociferó.La sirvienta, completamente sorprendida ante su aparición, hizo una

reverencia rápidamente, manteniendo su cabeza inclinada. Él continuó haciaadelante como si fuera a pasarla hacia el lado posterior de la casa, amarrandolas riendas de su caballo sobre una rama resistente, pero la pequeña sirvientase interpuso en su camino.

"Con su perdón, milord, pero Miss Helen no está recibiendo visitaspor el momento," anunció en voz alta.

Dirigió una mirada significativa hacia el otro caballo, amarrado ycomiendo pasto junto a ella. "Las apariencias demuestran lo contrario," dijo,rodeándola rápidamente y cruzando los árboles para ver lo que le esperaba.De la misma manera que se había apresurado en el camino hasta aquí, noparecía poder pausarse en el sendero que lo llevaría hacia ella.

Helen Dehaven estaba protegida de él, con Madame de Vauteuilesparciendo una larga capa alrededor de ella. Únicamente podía ver suslargos brazos levantados y trabajando furiosamente, asumió, en su peinado.El aire de alegría despreocupada se evaporó de las mujeres, reemplazada poruna cortesía asfixiante. Marie-Anne volteó a verlo, bloqueando su vista de lafigura en la capa tras ella, con una mirada de asombro que dio paso a unasonrisa tentativa y quizás hospitalaria.

"Con nosotras una vez más, mi lord." Le ofreció su mano para que seinclinara sobre ella brevemente y parecía estar lista a ofrecer más de supracticada charla informal para distraerlo de Lady Helen, pero la interrumpióantes de que pudiera comenzar.

"Un placer como siempre, madame. ¿Acaso es Lady Helen?"Ella murmuró el nombre de él en señal de saludo pero no se acercó, lo

que lo obligó a caminar alrededor de Marie-Anne hacia el silencio querodeaba a Helen. Su brazo se extendió automáticamente hacia él, unablancura delgada brotando de la capa oscura que estrechaba con fuerza para

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mantenerse envuelta. Se demoró sobre su mano demasiado tiempo mientrastrataba en vano de olvidar lo poco que llevaba puesto bajo la capa, sin saberpor qué no le dio el tiempo que evidentemente necesitaba para componerse así misma. Su mano se sentía cálida en la suya, delicada. La mantuvo tomadaen su mano mientras subió la vista hacia ella. Debería regresársela; la deberíade soltar ya. Pero no lo hizo. El cabello que había fluido como olas tras sucuello ahora estaba agarrado en un chongo más apretado que nunca.

Ella no lo veía, mantenía sus ojos bajos mientras sus mejillasfulguraban llenas de color. Él sintió el miedo de ella en ese momento, latensión, en la manera en la que retiró su mano de la de él y quedó paralizadapor un largo rato, respirando rápida e irregularmente.

"Si me disculpa, mi lord." Se movió rápidamente y se alejó de él haciala sirvienta que la esperaba, desapareciendo tras la esquina de la casa comoun ciervo asustado.

Observando su repentina retirada y sintiéndose de pronto despojadoen su ausencia, finalmente notó al otro visitante sentado contra la pared de lacasa. Su traje de montar era de un azul intenso, y el librillo de hojas paradibujar en su regazo la identificaba como el artista en residencia.

No era un caballero quien la visitaba. Era una mujer, otra de susmuchas amigas. No hizo ningún movimiento para saludarlo, simplementecontinuó garabateando sobre su papel con un trozo de carbón afilado. Caminóhacia ella con Madame de Vauteuil siguiendo a su lado, pero la damisela nolevantó la vista ante el sonido de sus pasos acercándose.

"Ella es Emily, una amiga," tuvo tiempo de decir antes de que la chicarasgara una esquina de su hoja y se la ofreciera a él, sonriendo. Soy Emily,sobrina del Marqués de Rothebury, leyó. No puedo oír. Por favor escríbamesu nombre para presentarse.

Le dio placer hacerlo tomando el carbón que le ofreció ella eignorando las protestas que Marie-Anne hacía a su lado. "Se lo dijo, estoysegura. ¡Emily, tienes que cuidar de tu reputación!" Expresiones facialesexageradas y severas meneadas de dedos acompañaron este regaño. Ladamisela Emily movió su mano de manera elocuente como si espantara unamosca, y tomó el trozo de papel que ahora portaba su nombre y un brevemensaje de cortesía.

Marie-Anne protestó, "¡A su tío le daría una apoplejía si supiera quevino aquí, y ella se lo cuenta a usted como si nada! Nos pensará el grupo más

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extraño de mujeres que haya conocido, mi lord."Observó a las damas frente a él, una francesa arruinada y una joven

sorda de noble linaje. Pensó en la pequeña irlandesa que pretendía no ser másque una sirvienta, desapareciendo en la casa con Lady Helen. La diana habíasido acercada y tenía un grupo de flechas incrustadas en el centro. Viendo elboceto de reojo sólo notó el dibujo de los árboles que los rodeaban, sinseñales de la diosa semidesnuda en la página.

Lentamente, dentro de su pecho, sintió algunas de sus restriccionesrecónditas desenvolverse, liberando una amplia sonrisa sobre su cara.

"Al contrario, madame, las encuentro a todas maravillosas. De verdad,en realidad..." casi se rió ante su propia moderación, "fascinantes."

En el piso de arriba, Maggie abotonaba el vestido por detrás mientras

Helen alcanzaba sus medias. Debió haber sabido que él vendría hoy, con estecielo despejado y antes que el viento se tornara frío. Pero veía a Emily tanraramente que no había considerado otras visitas. No pensó en otra cosa másque en ponerse el ridículo disfraz y posar para su amiga.

"Maggie." La chica se detuvo en el proceso de recoger los zapatos deHelen. "No me vio. ¿Verdad, Maggie?"

No hubo duda en la respuesta. "Venía por el lado de la casa, justocuando yo salí por la parte de atrás. Segura, no vio nada, Helen."

Se acercó y tocó el cabello de Helen en un gesto tranquilizador antesde comenzar a sacar los pasadores puestos con prisa para arreglarle elchongo. Sus palabras consoladoras y sus manos capaces entretenidas en unaactividad práctica inmediatamente ayudaron a los latidos de su corazón aregresar a un ritmo normal. Helen cerró los ojos por un momento y visualizóa Katie sentada con ellas en el jardín de atrás. Bocetaría con Emily.Aprendería arquería. Se reiría con ellas, estaría con ellas. Esto es lo que sufuturo, el futuro de Helen, sería.

Funcionó, como siempre lo hacía. Ahora podía respirar con facilidadotra vez, y abrió los ojos. No había nada que temer. Nada. El Conde deSummerdale era un hombre honorable, un caballero, que hasta ahora no habíasido más que bondadoso con ella.

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Cuando Maggie terminó con su peinado, se asomó por la ventana yreportó que Lord Summerdale estaba conversando por escrito con Emily. "Ycreo que está tratando de aprender su lenguaje de señas," observó. Helensintió su temor resurgir por un momento antes de recordar que discreción erala palabra más asociada con el hombre. Esperaba por todo lo que fuerasagrado que no se hubiera enterado del nombre de Emily o la pobre chica searruinaría de seguro. Como estaban las cosas, Emily era una simplevergüenza para su familia – una carga incómoda que no era apta para estar ensociedad por su supuesto impedimento para comunicarse. Pero si seenteraban que se asociaba con mujeres como Helen y Marie-Anne, suhorrible tío la encerraría en un desván por el resto de su vida.

A Emily nunca le había preocupado nada de eso, se recordó Helen alsalir de la casa a reunirse con sus invitados. Lord Summerdale estabaconcentrándose en tratar de imitar un gesto familiar, sus dedos cerrados sobreel pulgar en un círculo y expandiéndolos hacia afuera como una burbujaestallando. Parecía pensativo mientras juntaba los dedos de nuevo y losfrotaba ligeramente contra el pulgar. La mano de Emily hizo un movimientopara atraer su atención mientras realizaba el mismo gesto lentamente,acercando la mano al oído como si indicara que había que escuchar a losdedos frotando.

Lo veía con anticipación hasta que la cara de él se iluminó conrevelación. "Burbujear y rechinar – ¿quiere decir el platillo de Bubble andSqueak?" Se inclinó ante el entusiasmado aplauso de Emily. "¿Me quieredecir que es la comida de la hostería lo que la trae hasta acá?"

En ese momento Emily percibió a Helen y le pidió con señales queexplicara. "Le encanta, Lord Summerdale, y nunca se la pierde cuando vieneal pueblo."

Volteó a verla de inmediato mientras ella se acercaba al grupo. Hubouna pausa cuando él notó su torso, donde la tela amontonada abultaba sucintura. Ella se detuvo esperando un gesto de desapruebo pero él la vio a losojos y le ofreció una sonrisa espléndida, la blancura de sus dientes como undestello en su cara, robándole el aliento por un momento. En realidad eramuy guapo, de una manera que ella nunca hubiera esperado encontraratractivo. Las líneas limpias de su cara no le otorgaban la belleza artística quese premia. Tenía un aire de niño en sus facciones, pero no había nada infantilen él. Cuando le sonreía así había una intensidad en él – no el magnetismo

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oscuro que la había atraído a hombres en su juventud, sino la intensidad de suplacer, como si el sol brillara sobre ella plenamente.

Algo había cambiado. Había hablado con Marie-Anne, y ahora lesonreía abiertamente con una expresión de maravilla. Trató de recordar lo queestaban discutiendo, pero afortunadamente Marie-Anne había seguido el hilode la conversación y lo continuó tras una breve pausa.

"Es casi hora de almorzar. Le preguntaré a Emily si planeaabandonarnos a favor de los platillos de la hostería."

Lord Summerdale continuaba observándola, el fantasma de unasonrisa permaneciendo en su cara. "Si Lady Helen no se opone a que meentrometa en sus planes, ¿me permiten sugerir un picnic?"

Se enervó ante tal solicitud. Había algo de pan y queso duro en laalacena, calculó rápidamente, pero no serían suficientes para alimentarlos alos tres. Mientras buscaba las palabras apropiadas para informarle que eraimposible, él la salvó sonriendo de esa manera tan encantadora.

"Me tomé la libertad de traer algunas cosas en anticipación."Antes de que Helen se pudiera recuperar del hoyuelo que apareció en

su mejilla cuando sonrió, Maggie ya se había apresurado a regresar a la casaen búsqueda de una manta para poner sobre el pasto y Summerdale – LordSummerdale, se recordó a sí misma enfáticamente – comenzó a buscar unavariedad de artículos sucesivamente. La abundancia era sorprendente. Si suintención había sido comer sólo con ella, había sobreestimado las cantidadespor mucho. Tomó un paso atrás para admirar la pequeña obra de arte frente aella, Maggie esparciendo la manta en el jardín, Marie-Anne deteniendo labotella de vino, Emily examinando las uvas que él le demostraba. De prontoél parecía ser más parte de su grupo que ella. Tan rápidamente, tanfácilmente, se volvió parte de su círculo, que intentó recordar por qué no ledebía dar la bienvenida sin reservaciones.

Él sabía todo antes de que sucediera, su amiga había escrito. ¿Y quéhabía que saber de cualquiera de ellas que no fuera ya bien sabido? Teníanpoco que esconder en ese respecto. Emily era la única que…

El pensamiento la llevó a acercarse a Marie-Anne. "¿Él no sabe quiénes la familia de Emily, verdad?" le preguntó rápidamente en francés.

La expresión de molestia en la cara de Marie-Anne fue más quesuficiente, y aún antes de que respondiera "Oui," Helen se volteó hacia lachica.

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"¿Por qué demonios le dijiste?" exclamó, alcanzando el papel paracomenzar a reprenderla por escrito. La respuesta de Emily fue una mirada desorpresa y confusión y le tomó un momento a Helen darse cuenta de lo quehabía dicho. Sus manos taparon su propia boca de inmediato, y mortificadavolteó a ver a Summerdale.

Él parecía verdaderamente impresionado – casi tan alarmado comoella misma. Mientras trataba de pensar cómo excusarse por su lenguaje laexpresión de él cambió, la sonrisa reapareciendo nuevamente. Su carcajadaretumbó sobre ella hasta que una calidez la envolvió por completo. Ella nodebería; se dijo a sí misma que no debería. Pero pronto ella también estabariéndose abiertamente con él, Marie-Anne llorando de risa tras ella y Maggieexplicándole a la confusa Emily lo que estaba causando tal diversión.

Helen finalmente se tranquilizó lo suficiente para decir, "Discúlpeme,mi lord, pero no puede esperar delicadeza si escoge pasar su tiempo condamas que no son damas, ¿sabe?"

Y con eso él quedó firmemente establecido como un amigo paratodas.

Cuando casi todo el contenido del excelente picnic había sido

consumido, Helen se encontró sentada junto a él y hablando de arquería. Élestaba muy impresionado con su puntería incluso cuando ella le dijo que ladiana no se había colocado tan lejos como a ella le hubiera gustado, yprotestó que quería una demostración adicional con el arco. Maggie ya sehabía retirado para trabajar con los Hawkins sin haber ni una vez abandonadosu tratamiento deferencial hacia Summerdale. Marie-Anne y Emily, sentadasun poco más lejos, se escribían una a la otra bajo la sombra de un árbol.

Varias veces durante la tarde había sentido su mirada sobre ella, perocada vez que levantaba la vista hacia él lo encontraba viendo en otradirección. Sus pensamientos se centraban casi por completo en lo que haría silo pillaba viéndola: ¿sostendría la mirada o la retiraría?

Le parecía tan diferente. Cada vez que venía se tornaba más civil, yahora emanaba una relajación y una satisfacción que la complacía y laconfundía, dejándola agudamente consciente de él, más que nunca.

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"Parece estar contento de mezclarse en cuestionable compañía, LordSummerdale," observó con lo que esperaba fuera un tono liviano.

"¿Me haría el honor de llamarme por mi nombre de pila? Mi título fueheredado muy recientemente y me ha sido difícil acostumbrarme a él." Seveía casi tímido al hacer esta admisión, manteniendo la vista fija en sus dedosmientras retorcía un tallo de hierba. Se forzó a sí misma a retirar la mirada dela línea donde su quijada terminaba y comenzaba la pendiente hacia su suavegarganta.

"Me parece demasiado familiar, mi lord." Quizás él había pensadoque ella ignoraría todas las reglas de la sociedad, pero ella no podríarenunciar a los exigentes estándares con los que la educaron. No con él.

"Por supuesto." Su voz fue apenas audible, pero continuó como sinunca hubiera propuesto el incumplimiento de la formalidad. "Estoy contentoaquí, como dice. Usted me considerará fantasioso, pero su hogar me parececomo algo de un libro de cuentos," sonrió. "Como un claro dentro de unbosque encantado o un Avalon privado. Nunca he visto nada por el estilo, yhe visto bastante."

Ella se rió. "Un claro encantado para los olvidados, supongo."Observó a Emily escribiendo con Marie-Anne, los movimientos rápidos delcarbón. Un temor por la chica la invadió repentinamente. "Los clarosencantados deben permanecer secretos, mi lord. ¿No le parece?"

Volteó a ver a Emily, y después a ella. "Yo ya había escuchado sobrela sobrina del Marqués. Me habían dado a entender que era simple, incapazde cuidarse a sí misma. Me deleita encontrar que ese reporte es falso."

Recordó la carta de Joyce en un instante. "Usted conoce muchossecretos."

"Así es. Y los conservo, por sórdidos que sean. No me es difícilmantener uno que solamente causaría dolor si se expusiera."

Era una promesa que creyó absolutamente. Ella sabía de secretos y dedolor, y del deseo de mantener ambos escondidos. Él hizo una moción comopara levantarse, pero ella lo detuvo con una mano en su brazo. Cuando él sedetuvo, ella retiró su mano y evitó verlo a los ojos para escapar de su intensoescrutinio, cerrando el puño para guardar la calidez de él en la palma de sumano.

"Un momento, por favor," dijo casi susurrando, desesperadamentenerviosa por su mirada y por la calidez de él corriendo por sus dedos. "No

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llame la atención hacia usted. Emily está alterada sobre algo, se puede notarpor la manera en que está escribiendo. Terminará pronto, pero no si usted lainterrumpe. Marie-Anne la tranquilizará."

Se quedó junto a ella, y de pronto sintió que estaba muy cerca.Demasiado cerca. Su voz quebró su nerviosismo cuando habló en un tonotravieso, "¿Hay más de ustedes de quien deba estar pendiente? No quieroverme estupefacto en un momento inadecuado."

Le ofreció una sonrisa prensada. "No, somos todas.""¿Es Emily quien le provee la literatura escandalosa?""Ah. Ese es Georges, un amigo de Marie-Anne. Él está en alguna

parte de la península ibérica por ahora. No pasa mucho tiempo en Inglaterra,y ya casi no lo vemos." Aclaró su garganta y se mordió los labios para evitarreírse, preguntándose si todavía lo podría escandalizar. "Su pecado es ser unbastardo, mi lord. Y el amante de un duque Alemán."

Sus ojos se abrieron escrupulosamente, pero no se burló. Solamentese rió con ella ante su propia reacción mientras Emily y Marie-Anne seacercaban. "Me temo que nuestro pequeño grupo se está disolviendo,"observó. Emily, careciendo de su jovialidad habitual, comenzó a recopilar suscosas. Al parecer, estaba acongojada sobre el Sr. Tisby, de acuerdo a Marie-Anne.

Naturalmente Lord Summerdale conocía al hombre. Tisby era unexcelente tipo, un oficial naval que todavía no heredaba riquezas, y que habíacrecido cerca de aquí. Emily estaba completamente enamorada de él. Helenno podía imaginar por qué le estaban contando todo esto a Summerdale, peroantes de que pudiera protestar, Marie-Anne ya estaba platicándole sobre suromance, explicándole a Summerdale que Emily temía que el terribleMarqués nunca permitiría un matrimonio.

"Tisby está en altamar ahora," le decía con miradas ansiosas haciaEmily. "El Marqués enfurece cada vez que ella recibe una carta de él. No séqué decirle."

"¿Quizás yo pudiera ser de ayuda?" Él era todo solicitud. "Con agradole puedo decir a su tío que Tisby es un hombre bueno y honorable. Yo piensoque lo puedo persuadir que no podría esperar una mejor unión."

Ella no podía creer esta conversación. Él y Marie-Anne continuaroncon sus planes mientras Emily le pedía por escrito que le explicara lo queestaba sucediendo, pero ella decidió interrumpir antes de que esta locura se

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saliera de control."Mi lord, me cuesta pensar que una palabra suya bastará para resolver

el asunto por completo. El Marqués–""Creo que lo puedo convencer, Lady Helen, no se preocupe por eso.

Al menos no habría daño en el intento."Tenía tanta certeza. Ella trató de recordar un tiempo cuando ella había

sentido tanta seguridad en el poder de sus propias palabras, y falló. Ajustandola mandíbula tercamente, le presentó un poco de lógica irrefutable. "¿Y cómole dirá que la conoce a ella, sin mencionar cómo sabe de su romance?Solamente evidenciará su asociación con nosotras, ¿no lo ve? Usted no puedeolvidar lo que somos y lo que significa para una chica respetable el serrelacionada con nosotras."

Quería ignorar la verdad de sus palabras, pero no podía. Emily sintióel repentino cambio de ánimo y tocó el hombro de Helen para que leexplicara el silencio vergonzoso. El Conde de Summerdale la observaba sinexpresión, sus ojos verdes resplandeciendo en el sol.

"Diremos que la conocí en una cabalgata por el pueblo, cuando micaballo perdió una herradura. Es indirectamente cierto por lo menos, debeadmitir." Observó a Marie-Anne ahora. "La invitaré a... una cena en mi casa.Ahí es donde me contará sobre Tisby. ¿Usted cree que el Marqués la obligaráa rehusar la invitación?"

"¿Su invitación, mi lord?" Marie-Anne estaba tremendamentedivertida. "¡La empujará por la puerta! Y su tía la acompañará. Puedefuncionar."

"Perfecto," dijo brevemente. "Tengo entendido que la esposa delMarqués ignora que existe cualquier escándalo hasta que es anunciado en elpúlpito. Vengan todas." Su sonrisa picaresca reapareció. "No puedo tener unacena sin invitados."

No toleraría ningún argumento de Helen. Tramó un plan queconvencería a la tía de Emily que la cena tenía que ver con donaciones para laiglesia, y que las damas presentes eran activas participantes de la parroquia.Emily debía ser vaga sobre las otras invitadas, y él mandaría su carruaje arecogerlas el próximo jueves.

En menos de un minuto todo estaba arreglado. Marie-Anne estabaentusiasmada y Emily deleitada. Solamente Helen, quien no participó en laplaneación, se sintió tan hosca que al final ni siquiera protestó, ignorando el

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riesgo, ignorando el hecho que no tenía un vestido apropiado, e ignorando elsentimiento de que él había invadido su mundo casi por completo y la habíadejado en un estado entre ansiedad y encanto.

"Un carruaje tan encantador para un espécimen tan ordinario," se

quejó Marie-Anne.Helen le lanzó una mirada que expresaba que ya había tenido

suficiente de ese tema. Había concedido bastante, hasta el extremo de sacarun vestido que había usado para ir a la iglesia en domingo. Era gris claro, yde un corte sencillo, perfectamente respetable y servicial, aunque siete añospasado de moda. El chal que Helen había escogido y la alteración que lehabía hecho al vestido para que no le impidiera respirar eran lo que ofendíanlas sensibilidades de Marie-Anne. Helen había usado ese vestido por últimavez cuando tenía 16 años, así que tuvo que sacarle un poco al corpiño. Yaprovechando que ya estaba alterando el vestido, también le subió el escote alcoserle un borde de tela como pañoleta. Todavía estaba demasiado escotadopara su gusto, particularmente porque exponía sus hombros, por lo cualinsistió en usar un chal.

"Pero de verdad, Hélène, te pudiste haber puesto mi estola rosa, labonita. Ese chal es tan..." arrugó la nariz con disgusto. "Feo. Es la únicapalabra. ¡Ese color!"

"El color es café, Marie-Anne, y tú te puedes ir a Paris si estasdesesperada por ver damas bien vestidas. Trata de recordar que se supone quesomos ratones de iglesia, no pavorreales."

"Su aspecto es adecuado, si eso es de lo que están discutiendo,"intercedió Maggie.

El resto del camino transcurrió en exultación del buen gusto francésen todo tipo de sastrería, contraria a la ignorancia de los desaliñadosirlandeses. Helen las dejó alegar en paz y se concentró en lo que se debía dehacer. Este plan era tonto. No había razón para crear este absurdoestratagema. Seguramente alguien como el Conde de Summerdale podíaencontrar una mejor razón para contactar al Marqués y discutir los sueñosrománticos de Emily. Con cada legua que pasaba se sentía más y más

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atrapada, bordeada por las cortinas de terciopelo del carruaje. Emily y su tíalas iban a alcanzar en la casa de Lord Summerdale.

En algún momento entre la defensa apasionada de Maggie en favor dela lana irlandesa y la nostalgia de Marie-Anne por su sombrerera favorita enParis, entraron a un camino flanqueado de robles majestuosos. Al ver lasluces de la casa centellear ante ella, las manos de Helen se cerraron sobre lamanta que llevaba sobre las piernas. Con gusto hubiera preferido haberpasado las siguientes horas haciendo jardinería o limpiando la chimenea.Incluso hacer la lavandería habría sido mejor que esta excursión con la altasociedad.

Lord Summerdale estaba esperándolas en el vestíbulo de la entrada.El sólo verlo en su ropa formal, en ese abrigo azul oscuro, la hizo querer huirhacia la noche, pero también quedarse para poder observarlo. Él le extendióuna mano y se inclinó sobre la de ella, deteniéndola un momento demasiadolargo otra vez. Pero ella no se retiró. Él parecía ser la única cosa estable en unmundo que daba vueltas. Lo observó saludar a Maggie como una huéspedhonoraria "representativa de los fieles a la parroquia" en lugar de la sirvientaque sabía que era. La farsa se le daba fácilmente, pensó, aunque era amablede su parte haberlas incluido a todas.

"Miss Emily no ha llegado todavía. Por lo general les ofrecería unrecorrido para enseñarles la casa, pero me temo que la mayoría de los cuartosse están remodelando y no hay mucho que ver más que trapos y barniz," lesexplicó mientras las guiaba hacia adentro. "Me temo que escogí la peoropción para el salón principal, por lo que les ahorraré verlo incluso a medioterminar."

"Un caballero siempre necesita la ayuda de una dama para estascosas," dijo Marie-Anne. "Ven, Maggie, nosotras aconsejaremos a LordSummerdale, y veremos si tienes más talento para la decoración que para losvestidos."

Él no objetó, tan sólo requirió que Helen viniera con él para esperar aEmily mientras el mayordomo las guiaba a ellas por los recintos. De nuevo sesintió deliberadamente atrapada mientras lo seguía. La llevó más allá delcomedor, sin decir una palabra, ella caminaba indecisa tras él.

Cuando abrió la puerta le costó toda la energía que poseía no emitiruna expresión de deleite. Era la biblioteca, y estaba abastecida con librosdesde el piso hasta el techo. No dijo una palabra, simplemente caminó hacia

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el librero más cercano para examinar los tomos forrados en cuero. Su manoflotaba sobre los sonetos de Shakespeare, navegó hacia un libro de Shelley, ydescansó con delicadeza sobre las obras de Keats.

"Parece que es un romántico, mi lord. Debí haberlo adivinado, de lamanera que ideó este evento para Emily." Deslizó sus ojos hacia él y sesorprendió al verlo abochornado.

"Sólo ha visto la poesía. Le aseguro, hay una gran variedad de todotipo de literatura." Movió su mano vagamente. "Puede encontrar algo que leinterese en estos estantes."

Atravesó para acercarse, un panfleto entre libros atrayendo su vista.Lo sacó y se volteó hacia él con las cejas levantadas. "¿Un tratado oponiendolas Leyes de los Granos? ¿De un súbdito de la corona tan ejemplar comousted? Estoy impactada, señor."

Levantó los hombros con una sonrisa. "También encontrará que hayun tratado apoyándolos. Y argumentos por la monarquía constitucional, ycontra ella. Esclavitud y anti-esclavitud, federalismo y anti-federalismo – esedebate ya tiene años, pero continúa. Pensé que le interesarían esos enparticular, ya que siente simpatía por los Americanos."

"Usted no es alguien que elige partidos, ¿verdad? Interesado en todoslos argumentos pero sin patrocinar uno sobre el otro." Tenía la espalda haciaél mientras examinaba los libros de ensayos. Cuando él no respondió, ellapensó que lo había ofendido. "No quise implicar que... Bueno, no sé quéquise decir," se disculpó sobre su hombro.

Una sonrisa apareció en la esquina de su boca mientras miraba el piso."Su hermano dijo que era perceptiva," dijo pensativo, casi para sí mismo. "Esverdad que no me uno al debate público sobre política. O sobre cualquier otracosa. Mis opiniones sobre tales cosas las mantengo privadas dentro de lo queme es posible, lo cual considero de vital importancia."

Ella obviamente había invadido esa privacidad. Volteó de nuevo hacialos estantes y deseó arduamente que él no se viera tan elegante. Era muyincómodo estar en esta casa donde los tapetes eran tan gruesos y los fuegosrugían con troncos enormes. Él probablemente nunca consideraba el costo delcombustible o el daño que una chispa podría causarle a la costosa seda deAubusson. Se sentía extraña e incómoda entre la opulencia del mobiliario.

Si tan sólo lo hubiera conocido años atrás, en cualquier otro lugar, enotras circunstancias. Pudo haberle llamado la atención a través de un salón y

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pedirle que bailara con él. Pudieron haber ido en una excursión a Hyde Park,o visitado los jardines en una agradable tarde.

La debió haber conocido antes, cuando todavía no estaba inundada demiedo y arrepentimiento.

Se perdió en ese pensamiento, sus ojos sin enfocarse en nada hastaque él se acercó por detrás de ella y elevó el brazo sobre su hombro paraalcanzar algo.

"Me parece que esto es lo que está buscando, Lady Helen," dijosuavemente, escogiendo un libro de la repisa.

Estaba a tan sólo unos centímetros de ella. Vio su mano deteniendo ellibro y no pudo acercarse para tomarlo de él casualmente, el silenciosomomento estrechándose hacia una eternidad. Él la observaba otra vez. Ella losabía sin verlo, pero mantuvo los ojos fijos en sus dedos, temerosa de ver loque había en su expresión cuando su corazón estaba palpitando de estamanera. Se sentía una cobarde – no podía levantar los ojos del libro, de sumano, del blanco impecable del puño de su camisa. Muy lentamente él ladeóel libro hacia ella y ella se estiró para alcanzarlo, diciéndose a sí misma quedebería alejarse de él. Lejos de su calor y del aire cargado de tensión entreellos.

Pero no se movió. Tomó un respiro para componerse, determinada aeliminar lo extraño del momento, y al levantar la mirada encontró que losojos de él miraban fijamente sus labios.

Por un momento se permitió sentir excitación – la luz cayendo sobresu cara, el enfoque preciso de su mirada en sus labios – hasta que recordó yse alejó de él. Se volteó hacia los estantes, parpadeando repetidamente, y seconcentró en el libro que tenía en las manos. Lo observó sin verlo ymurmuró, "Gracias," mientras comenzaba a hojear las páginas en búsquedade algo interesante que discutir. Si tan sólo Emily llegara.

Al final él tomó un paso hacia atrás. "Pensé que probablemente,"aclaró la garganta ligeramente, "que le podría gustar tomar prestado algo quele interese. Cualquier cosa. Tan sólo elija. Los filósofos griegos estánespecialmente bien representados."

El hechizo roto al fin, ella se acercó a un sillón y fue liberada de sudistracción por un libro abierto que encontró ahí. "¿Simonde de Sismondi?¿Usted está leyendo esto ahora?" preguntó con falsa luminosidad. "No loprivaría de este libro, pero he escuchado que es fascinante."

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"Lo acabo de terminar recientemente. Se lo puede llevar si quiere, porsupuesto. ¿Pero está segura que es el que prefiere?" La vio como si hubieradicho que prefería comer aserrín en vez de postre.

Ella levantó un hombro casualmente. "Sí, segura. El estudio de teoríaseconómicas se ha vuelto más interesante para mí a través de los años. Haymuy poco para ocupar mi mente, por lo que paso el tiempo con lo que lamayoría de la gente diría que son intereses inusuales." Estaba parloteando sinsentido otra vez. "Podría elegir argüir contra las Leyes de los Granos durantela cena, y usted las puede apoyar, y aburriremos a la tía de Emily hasta eltedio. La tendremos roncando antes de que se lleven los platos de la sopa yella nunca se enteraría de nuestro plan. Es una idea excelente, ¿no cree?"

"Sin duda, excelente," él sonrió."Pero esto no es una traducción. Está en el francés original.""Es demasiado reciente para conseguirlo en inglés, pero Madame de

Vauteuil me asegura que usted habla francés bien.""Y ella me asegura que usted no," lo veía curiosamente. ¿Por qué

esconder tal cosa? A menos que haya esperado tomarlas desprevenidas, paraescuchar algo que podría pretender no comprender. Podría ser uno de sustrucos para aprender todo sobre todo el mundo, discretamente.

Cruzó los brazos y le dio una mirada crítica. "Bien, bien. Usted hablade cañadas encantadas. Usted lee poetas románticos pero cambia laconversación hacia política y economía. Sabe francés, pero pretende que no.¿Qué supone que puedo deducir de eso, mi lord?"

Enderezó los hombros y habló con dignidad fingida. "No tiene quededucir nada, por supuesto."

"¿Ah, no?""No. Se supone que el misterio añadiría a mi encanto," le confió."Es muy encantador.""Hay que mantener a la gente intrigada, digo yo.""Lo ha hecho muy bien. Me atrevo a decir que nadie sabe qué opinar

sobre usted, tras la manera que disimula sus verdaderas habilidades eintenciones." Ella ya no estaba bromeando. Era inquietante darse cuenta lopoco que sabía de él, y que lo poco que sabía era contradictorio. Él se ajustórápidamente a su cambio de tono, haciéndola dudar sobre si él podía, apartede todo, leer su mente.

"Usted ha observado que no elijo partidos, y es correcto hasta cierto

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punto. Me preparo para cada posible eventualidad. Pero siempre haysolamente un lado que yo tomo, en todos los conflictos," dijo seriamente. "Miverdadera motivación, Lady Helen, es abogar por la comprensión de ambospuntos de vista, sin importar la naturaleza del conflicto."

Se refería a su hermano. Tenía la intención de reunificarlos, a pesar dedesaprobar de la causa de la ruptura. Eso era una noción romántica en sí, elhecho que él pensara poder lograr tal cosa.

Ella no quería hablar de ello, no quería ni pensar en Alex ahora. Noquería pensar jamás en los eventos que causaron el conflicto entre ellos. Todolo que quería, con una desesperación que la atemorizaba, era creer en lafortaleza silenciosa de este hombre que parecía tan capaz. Quería confiar ensu visión de lo que el mundo podría ser. Quería... oh, ella quería tantas cosas.

Él aguardaba en silencio, esperando cualquier respuesta que ellapudiera darle, pero ella no podía pensar en nada. En medio de su confortablecasa, con su presencia envolviéndola, ella se sentía pesada y ligera a la vez.Ella podía dejar ir todo el pasado, dejarlo desvanecerse y entrar al mundo deél por completo, si tan sólo sus pies la obedecieran. Sentía que se habíaperdido pero que aquí, en esta tranquila biblioteca, podría encontrarse otravez. Todo en el pasado había sido una ficción, como el bosque maldito en uncuento de hadas. Solamente necesitaría la llave de oro, la palabra mágica, ypodría salir sana y salva.

Pero estas eran fantasías, lo sabía, aún antes de que la hubieradespertado del encanto el mayordomo anunciando la llegada de Emily.Pronto se encontraron entre saludos y presentaciones, copas de jerez, y eldebate entre la preferencia de Marie-Anne por usar rojo en el salón y la firmedefensa de Maggie a favor del color crema.

La noche avanzó, y la ridícula farsa se desarrolló durante la cena. Fuesobre el faisán que la cuestión de la mítica caridad de la iglesia finalmentesurgió. Él lo manejó muy bien, declarando solemnemente que habíanecesidad de hacer reparaciones a ciertas iglesias cercanas, y en minutos tuvoa la piadosa tía comiendo de la palma de su mano. Helen le lanzó una miradasevera, preguntándose hasta dónde estaría dispuesto a perjurarse.

"¿Y cuál será reparada primero, mi lord?" Helen no pudo resistir latentación de punzarlo. Era demasiado malicioso de su parte pretender donaruna gran cantidad de dinero a una buena causa para mantener esta farsa.

La volteó a ver, con absoluta inocencia. "Esperaba que usted me

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aconsejara. Los vicarios de tres iglesias ya tienen el dinero, pero hay muypocos trabajadores para hacer todas las reparaciones al mismo tiempo. Eldaño que ha causado la humedad al refectorio en Hemmerton es severo, perosería más prudente reparar el techo antes de que llegue el invierno."

No tuvo ninguna respuesta ante esto. La tía de Emily no compartió sureservación, dispensando consejos por el siguiente cuarto de hora mientrasHelen observaba enmudecida. Él realmente había hecho esas donaciones. Sequería reír ante su propio mal juicio, al ver las molestias que él se habíatomado por el bien del romance de Emily. Ella suprimió su diversión ante eltalento con el que había invertido su agresión hacia él, convirtiéndola enevidencia de sus propias suposiciones ignorantes. Como aquella vez cuando,de niña, inventó historias contra su hermano, y terminó ridiculizada por sunana cuando le presentó la evidencia incontrovertible de que mentía al extraerpedazos del jarrón roto de su propia cabellera.

Apretó los labios para contener su regocijo, y cometió el error de alzarla mirada hacia Lord Summerdale. Ella notó que él podía sentir su risacontenida porque frunció el ceño en su dirección como advertencia. Esto sólola hizo querer reír más, pero se controló tomando un par de respiros yenfocando la vista en el candelabro. No era chistoso. No lo era. Ni siquieraremotamente, se regañó a sí misma.

Compuesta al fin, lo volvió a ver. Parecía estar absorbido en laconversación. Él esperó un momento – perfectamente calculado paraprovocarle risa otra vez – y le dirigió una mirada picaresca, el verde de susojos alcanzándola a través del suave resplandor del candelabro.

Ella supuso que no había nada, de hecho, previniéndola de convertirseen la amante de alguien.

Esta noción inesperada, y la pequeña oleada de emoción queocasionó, se apoderaron de ella y eclipsaron por completo cualquier otropensamiento. Nunca lo había considerado, nunca pensó querer algo así, peroaquí estaba: su estatus le proporcionaba esa libertad. Consideró esta idea, queera una mujer deshonrada, y todas las razones que ocasionaron esto, y almismo tiempo le vino a la mente una visión involuntaria de sus manos sobresu cuerpo – e inmediatamente se convirtió en algo diferente. La idea de unacaricia suave se tornó en el recuerdo de ser sujetada con tanta fuerza quequedaría marcada con moretones, el aliento cercano tornándose caliente sobresu cara, y los músculos de sus muslos se tensaron, presionando sus piernas

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firmemente contra la silla.Con la vista fija en el faisán intentó controlar la náusea que se elevaba

hacia su garganta, la multitud de anguilas nadando en su estómago, y surespiración corta e inadecuada. Siempre era así, llegaba rápida eirrevocablemente, una fuerza contra la que no se podía defender cuando no laesperaba. Piensa en Katie, se dijo a sí misma, como acostumbraba. Le daré aKatie pastelitos. Marie-Anne le enseñara a hacer encaje. Katie estará aquí.Katie estará conmigo, como si fuera una hija para mí. Katie estará aquí.

Ahora podía pensar más claramente y respirar con normalidad, pero lafuria no disminuyó, ni siquiera cuando el sirviente se acercó para llevarse suplato. Se inclinó para alejarse de él, rígida en cada parte de su cuerpo,concentrándose en el lino blanco del mantel frente a ella. No pertenecía a estemundo, entre el cristal, la plata y la tapicería de seda. Se quería ir a su casa enese instante, aún si sus pesadillas la esperaban ahí.

Pero la noche continuó y estaban en el salón. Marie-Anne tocaba elpianoforte mientras la tía escuchaba con atención y Summerdale escribía conEmily en un rincón. Todo iba de acuerdo al plan, y pronto todas se irían a suscasas. Lo escuchó adoptar un tono de sorpresa al exclamar que él conocía aTisby. Lo observó prometer que visitaría al Marqués pronto. Se alegró de queno le estuviera prestando más atención a ella que a las otras damas.

Cuando finalmente fue hora de irse, él las escoltó hasta el carruajepersonalmente. Al ofrecerles su mano para ayudarlas a subir, elogió a Maggiepor actuar su parte tan convincentemente, y agradeció a Marie-Anne por suhabilidad de tornar la conversación hacia la dirección adecuada. Cuandotomó la mano de Helen le preguntó si se sentía indispuesta. Ella murmuróque tenía dolor de cabeza. Él no preguntó más, sólo puso un libro en susmanos y cerró la puerta del carruaje. Y cabalgaron hacia la noche, unelegante carruaje lleno de damas fraudulentas, siendo ella la peor de todas.

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Capítulo 6

Hablaron de libros. De tendencias políticas tanto en el continente

como en lugares remotos y de cualquier otra cosa excepto de Londres. Milveces dirigió la discusión lejos del pasado, no sólo del de ella sino tambiéndel suyo. Las noticias, tendencias, y pensamientos de la clase alta no leinteresaban mientras estaba con ella. Ella nunca le preguntó cuál era la últimamoda ni le dio indicación que le interesaba saber de lo que hablaban en laciudad.

En ese respecto le recordaba un poco a Clara. Ridículo, en verdad,asociar a las dos mujeres. Clara, tan hermosa, tan animada y elegante, unaencantadora adición a cualquier fiesta de jardín o cena de salón. Helen,nombrada tras la belleza que lanzó mil barcos, sólo para terminar naufragaday varada en Bartle-on-the-Glen. No podía imaginar a Clara aquí comotampoco podía imaginar a Helen a gusto en un salón de baile en Londres.Definitivamente nunca hubiera soñado pasar una tarde con Clara discutiendoeconomía sin escuchar quién asistió a la última reunión de Lady Carrington.

No que Clara fuera frívola. No. Ella nunca había esparcido rumoresen su presencia, probablemente porque sabía tanto como cualquier otrapersona sobre los últimos escándalos. Nunca ansiaba enterarse de quiendiseñó el vestido de la princesa de Gales, porque ella vestía elegantemente laúltima moda de los mejores costureros. Tenía un gusto impecable, erarefinada, sabía cuándo ser reservada y cómo actuar con retraimiento. Nohabía nada impresionante acerca de ella, excepto por su belleza. Era unaperfecta dama. Y estaba casada. Perfectamente casada.

Helen no era ninguna de estas cosas: no era tímida, no era coqueta, niestaba a la moda. No era una perfecta dama.

Pero alejó esos pensamientos de su mente, determinado a no arriesgarsu continuada bienvenida. No podía evitar sentir que el tiempo que pasabacon ella era como un encanto. Ella obraba un hechizo sobre él tan sólo porestar tan alejada del narcisismo de la ciudad. Él había llegado a considerar su

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casa como un refugio donde podía escapar sus recuerdos de Clara, eldesprecio de su familia, y las maquinaciones secretas del torbellino social. Encada visita le ofrecía pequeños fragmentos de información sobre su hermano,lentamente alimentando un poco su curiosidad, esperando que ella dieraindicación de requerir más, antes de brindarle algo nuevo. Él sabía que debíaestar tratando de averiguar información sobre ella, tratando de descubrir supasado. Pero ella resistía todas sus preguntas tentativas y él nunca serecordaba a sí mismo que la razón de su visita era descubrir las razones detrásde las acciones que descarrilaron su vida años atrás.

Ella estaba frente a él, a una corta distancia, apuntando una flecha a ladiana que colgaba de la rama.

"Tendré que volver a emplumar mis flechas viejas si vamos acontinuar con este ejercicio en el futuro. No es mi mejor talento, y tendré quemandar a Danny a buscar plumas, pero no hay nada más que pueda hacer,"dijo mientras dejaba ir la cuerda del arco. La flecha encontró su objetivo,como de costumbre.

"Casi lo olvidaba," dijo él. "Traje unas nuevas para usted."Todavía no se recuperaba de la locura de haber transportado sus libros

desde Londres para poner su biblioteca a la disposición de ella, cuando sepuso a investigar cuales eran las mejores flechas para su deporte favorito.Ella parecía querer protestar, pero él la detuvo con una mueca. "Es lo mínimoque puedo hacer, después de incrustar tantas en el árbol."

Ella sonrió con facilidad, y él se complació de ver lo confortable queella parecía estar en su compañía, a veces.

"En ese caso, las acepto como reparación. Pero su puntería hamejorado mucho desde la semana pasada, y uno no puede culparlo por elhecho de que posee un brazo tan fuerte."

Un rubor delicioso y el descenso de su mirada siguieron de inmediatoa su comentario. No era practicado o grácil. Ella realmente se habíaavergonzado de decirlo. No hubo tiempo para preguntar nada o tranquilizarlacon un comentario casual porque Maggie apareció tras la esquina de la casa yllamó su atención gesticulando con la mano.

"Por favor discúlpeme, mi lord. Ha de ser el correo. No tardaré."Cuando se fue, él consideró cuál sería el motivo de su aparente

fascinación con la correspondencia, mientras lanzaba un par de flechas haciala diana. Un par de veces en previas visitas había estado presente cuando

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llegó el correo, y las dos veces ella se había disculpado para inspeccionar loque llegó. Nunca le tomaba más de un minuto, pero hoy ya se había tardadobastante. Mientras esperaba afuera notó que no tardaría en llegar el invierno.Se había mantenido alejado de Londres, de su vida, el tiempo que habíaplaneado originalmente. Le había escrito a Whitemarsh que había contactadoa Lady Helen y que esperaba ganarse su confianza. Debería mencionar algosobre Henley finalmente, ya que necesitarían tomar una decisión al respectopara la primavera. No había ninguna razón por la que no debería de urgirle aAlex que tratara de reconciliarse, excepto que era el único propósito para queStephen visitara a Helen.

No sabía si era el misterio de ella o el alivio de estar tan alejado de lossusurros y las decepciones que habitaban su otra vida, pero no quería irse.Esta mañana había organizado sus asuntos para quedarse aquí hasta el fin deaño, deliberadamente atrasando las reparaciones en su propiedad y mandandomensajeros a Londres con cartas y contratos para que sus negocios no seestancaran allá. El clima se tornaba cada día más frío y pronto no tendríarazón para cabalgar a verla en el viento y aguanieve. Ninguna razón más quela verdad. Eran amigos. Ella no se oponía a su compañía. Incluso parecía quele agradaba quien él era.

Por primera vez en su vida, él sentía que pertenecía. Aquí no estabaaislado.

Le dio vuelta a la casa para sacar las nuevas flechas de su montura,ignorando el incómodo pensamiento que ella le escondía lo menos admirablede su historia. Le molestaba que se rehusara a hablar de Henley; la únicarazón que se podía imaginar por la que ella no quisiera contar su lado de lahistoria es porque los rumores habían sido ciertos y ella no deseabaescucharlo censurarla. Deseaba haber presionado a su hermano para escucharlos detalles del relato de lo que sucedió. Historias sin sentido, Whitemarshhabía dicho vagamente, despectivamente. Le dijo que se había rehusado ahablar del todo y que cuando finalmente lo hizo estaba evidentementeinventando la historia mientras la contaba, tartamudeando y buscando laspalabras, produciendo una fantasía que no tenía ningún sentido.

Era difícil imaginarse esa versión, ya que ella le parecía de lo mássensible y moderada a Stephen. Le gustaría escuchar la verdad, de una vezpor todas, aún si la pintaba en una luz desfavorable.

De reojo percibió movimiento en la ventana. Helen abrazaba a

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Maggie, ambas sonreían y brincaban animadas como niñas. Aunque no podíaescuchar las palabras podía distinguir claramente la alegría en su voz.Regresó al jardín de atrás antes de que lo descubrieran observando.

Era invasivo, verlas y preguntarse qué era lo que les provocaba taljúbilo. Era infantil sentirse ofendido porque no fue él quien ocasionó esafelicidad. Ridículo el resentir que compartieran algo la una con la otra, algode lo que él no formaba parte. Levantó el arco y escuchó con satisfacción elsilbido largo y el golpe final con el que clavaba las flechas en la diana conmás fuerza que la estrictamente necesaria.

Cuando ella regresó ya estaba tranquilizada. Le punzó el corazóndarse cuenta que ella no le confiaría sus buenas noticias y que él deberíapretender no saber nada al respecto. Había una luz en sus ojos que no sehabía extinguido del todo.

"Lady Helen, se ve radiante," anunció con tanta galantería comopudo. "Me pregunto ¿qué lo pudo ocasionar?"

"Estas flechas, por supuesto. ¡Son tan finas!" dijo con tal gusto que lotranquilizó un poco. Levantó una flecha y la examinó detenidamente."Demasiado fina para practicar, de hecho. Pensaría que fueron fabricadaspara el campo de batalla. ¿Dónde las encontró?"

"Un galés. Su familia las ha elaborado por generaciones y las usanpara cazar." Su expresión fue de gran sorpresa. Antes de que ella hablara dela impracticabilidad de gastar tanto dinero, él la interrumpió. "Me pareciópráctico encontrar flechas cuya calidad garantizaría que duraran para muchastemporadas de uso continuo. Mandar traer flechas comunes de Londreshubiera tomado la misma cantidad de tiempo y esfuerzo. Es más convenientede esta manera." Defenderse demasiado le indicaría a ella que le estabamintiendo, así que concluyó antes de que lo notara. "Pruébelas. Encontraráque vuelan de maravilla."

Él la observó dudar y mantuvo la respiración. Cuando finalmentelevantó el arco y flechó la diana, se apesadumbró al ver que una fría falta deexpresión en su rostro había reemplazado su previa alegría. Ella levantó otraflecha para inspeccionarla pensativa, evitando verlo a los ojos.

"Bien," suspiró. "Pareciera que estoy en deuda con usted, mi lord. Meprovee amablemente con estas flechas y me presta un libro nuevo cada vezque viene, y yo solamente le puedo ofrecer una taza de té. No parece mucho."

Se detuvo antes de decirle que la deuda la pagaba mil veces con cada

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sonrisa que le otorgaba. De verdad se estaba volviendo ridículamenteromántico.

"Cada vez que me ofrece su hospitalidad, Lady Helen, me da un granregalo." Se sorprendió confesando un poco de la verdad que albergaba en sucorazón. "No estoy acostumbrado a ser tan libre con otras personas. Supongoque me hace falta algo de compañía."

No sabía por qué lo dijo. Estaba seguro que no lo debió haber hecho.Desde que Edward murió se había sentido tan solo, y nadie sabía de susoledad. Excepto Clara. Y ahora Helen, y de pronto sintió que fue una idiotezhaberlo mencionado. Ella podría ignorarlo o burlarse de él y él no podríasobrellevar eso.

Pero no dijo nada, solamente tocaba las plumas de la flecha quesostenía, y él sintió todo su cuerpo tensarse como cuando ella visitó subiblioteca. Tan sólo tenía que alcanzarla, romper la barrera invisible queportaba como armazón, y ella – ¿qué? ¿Qué haría ella si él se atrevía atocarla? Cerró sus ojos, imaginando las posibilidades. No podía permitirsever ninguna parte de ella. Todavía no.

Ella fue quien se movió primero, levantando el arco y asestando másflechas en la diana lejana. Cuando sintió que podía verla de nuevo, vio que suexpresión era de agrado y supo que el momento peligroso había pasado.

"Son excelentes, se lo agradezco mucho. Y le agradezco su amistad,"dijo silenciosamente. Y regresó de nuevo a su agradable humor, una más delas máscaras que se ponía para él. "Pero nunca me prestará nada más si meolvido de devolverle la novela. La terminé hace días, por favor recuerdellevársela hoy."

"¿Y el Sismondi? ¿Lo terminó?""Lo dejé de lado por la novela. En verdad no puedo resistir una buena

historia, pero estoy a punto de terminar. Es fascinante, y me costó muchotrabajo dejarlo de leer cuando se ocultó el sol."

"¿Por qué dejó de leer? Pensé que sus hábitos de lectura eran voraces.La imaginaba a la luz de la lámpara toda la noche," sonrió.

"Si tuviera más aceite para la lámpara o más velas de cebo, pero sólotenemos suficientes para llegar al invierno." Lo dijo con una flemáticanaturalidad que le pareció una absoluta tragedia a él. "Los días se estánacortando."

Quería saber lo que ella opinaba del libro. Sus observaciones sobre el

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tema de economía eran, como todo lo demás acerca de ella, novedosas,sorprendentes, y fascinantes. Su falta de aceite para la lámpara lo iba aatormentar, de la misma manera que haberla visto acariciando las plumas dela flecha invadiría sus pensamientos por días.

"Si desea visitar al Marqués hoy, deberá irse pronto," dijo ella."¿Piensa que su primera visita fue productiva? ¿Tiene necesidad de verlo otravez?"

"Definitivamente. Estamos cerca de una victoria para Emily y suTisby. No permitiré que su causa languidezca. Su tío esta cerca de consentir aesa unión, por lo que ahora es el momento de presionar más."

Ella apretó los labios. "Es extraordinaria la manera en que ha tomadoen cuenta su opinión. Es un buen truco, es intrigante. Me gustaría aprender adarle un poder similar a mis propias palabras."

"Ah, bueno, son años de práctica. Sería un placer enseñarle." Élsonrió pero ella solamente le ofreció una distraída mueca en respuesta.

"No hay tiempo para años de práctica, si quiere visitar al Marqués."Ella le dio la severa mirada de una directora de escuela. "Espero un reportedetallado de cómo le fue cuando me visite la próxima vez."

"Y me complacerá entregárselo.""Lo esperaré entonces. ¿El martes?"Él asintió. "El martes. Y esperaré su reporte sobre el tema de

Sismondi."Ella sonrió. "No prometo nada. Pero que eso no lo detenga de venir.""Oh, no," dijo él, manteniendo su tono liviano. "Necesitaría mucho

más que eso para mantenerme alejado."

Helen lo observó marcharse. No tenía sentido. Esta amistad no tenía

lógica. Todo esto era una tontería, sin mérito o motivación. Cada vez que élcabalgaba a su casita ella esperaba que se siguiera de frente e ignorara supuerta. Cada vez que se iba, ella se preguntaba por qué querría él venir averla en primeras. Todo el beneficio era para ella. Ella ganaba suconversación, tomaba prestados sus libros, se aventajaba de su conocimientoexpansivo del mundo. Él la entretenía a ella.

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A cambio de su molestia, él no recibía nada más que un par de tazasde té y sus opiniones de novata aficionada sobre política extranjera.

Un par de veces ella sintió la tensión entre ellos, su cuerpo conscientedel de él, el espacio compartido lleno de energía vibrante. Ella no sabía si erasu imaginación o si él también lo sentía. Pero él siempre, delicadamente,suavizaba la situación y convertía el momento en normalidad otra vez. Nuncacon palabras, sino con esa manera silenciosa que él tenía de controlar laatmósfera en cualquier situación. Y ella se quedaba con pensamientosesparcidos y una sensación de vacío, tratando de no darles importancia,favoreciendo el intento de tener una conversación coherente.

Le sorprendía, cuando reflexionaba al respecto, más tarde y ensolitud, que la consciencia física que tenía de él estuviera milagrosamentelibre del miedo y la repugnancia que acostumbraba sufrir. Lo único que sentíaera calidez y agrado, un poco de emoción, algo de anhelo de que él laabrazara. Pensaba que podría gustarle, si él lo hiciera. Por alguna razón, estaidea no la llenaba de pavor, ni regresaba los recuerdos indeseados o lassensaciones que requerían que se tranquilizara con visiones de una Katiefeliz, a salvo, próspera.

Era injusto pensar que él tenía un motivo alterno para visitarla conregularidad. Él nunca la había insultado, en absoluto, durante las semanas quelo había conocido. Él parecía ser todo lo que Joyce había descrito: bieneducado, exitoso, todo lo que una pudiera anhelar. Y maravillosamente bienparecido. Tenía eso a su favor. Era lo que más la preocupaba, que era unnoble atractivo cultivando una amistad con una mujer notoria por sus moralescuestionables. En la superficie esto era extremadamente sospechoso. Pero élnunca insinuó nada más que una amistad así que ella asumió que él ya teníauna amante, o que había desposado al propio decoro.

Esa era la explicación más probable. La trataba a ella, a todas ellas,con una amabilidad y respeto que era tan gratificante como inesperado. Ellaconsideraba que él estaba tomando una pequeña vacación de sus rígidosmorales, suficiente descanso para tratarlas como damas, pero no tanto comopara olvidar que ella era intocable. La dejaba con una sospecha persistente deque él no era lo que parecía, que sus razones para establecer una amistad conella no eran del todo benevolentes, y que era imposible saber lo que élrealmente quería obtener de todo esto.

Su intuición le decía que quería algo de ella, y todas sus horas de

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especulación no la estaban acercando a entender lo que podría ser.La imagen de Maggie viniendo hacia ella elevó su humor

considerablemente. Le dio una mirada de reojo a las nuevas flechas queHelen había recolectado y encogió los hombros.

"¿Ya se fue, entonces?" Preguntó en un susurro exagerado.Helen asintió. "Se fue a casa de Emily para hablar con su tío y sellar

el destino de Tisby. Y siento que lo logrará, si la confianza en sí mismo tienealgo que ver en esto. Vamos adentro, para que me cuentes todo sobre tu visitacon Jack y Sally."

Una vez adentro, Helen fue directamente a la carta que contenía lafecha portentosa en blanco y negro. Al final de Noviembre Katie llegaría aHolyhead, y Maggie navegaría a Irlanda.

"Esperemos que los caminos estén en buenas condiciones." Helen semordió el labio. "Si Katie esta tan enferma como dice tu prima, es una malaépoca del año para viajar."

La carta decía que Katie no se había sentido bien últimamente, lo queprovocó la demora del viaje. El barco solamente cruzaba unas cuantas vecesen Diciembre, y la fecha se había pospuesto hasta el último momentoesperando que la niña se fortaleciera.

"Mi prima no tiene criterio para juzgar. Dijo que mi papá se estabamuriendo el mes que se recuperó," Maggie se burló. "Y los boletos ya estánprácticamente comprados, con el dinero en sus manos."

"Sí, supongo," contestó Helen, pensando en el gasto. En un impulsode culpa por arrancar a la niña de la única vida que conoce, había mandado suúltimo chelín para que viajaran en cabina. Ahora ya no tenía casi nada conque sobrevivir el invierno. Fue un gesto extravagante para un viaje de seishoras, pero se sintió vindicada cuando leyó que Katie estaba enferma. Laimagen de la niña batallando contra las olas en la lluvia fría durante tantotiempo, enferma, fue suficiente motivación para vaciar su bolso de lo pocoque contenía y ofrecer un poco de confort.

"Cuatro días para el viaje," Helen frunció el ceño."Y creo que haysuficiente dinero y provisiones para tanto tiempo en el camino, en caso demal tiempo. Espero no haber olvidado nada." La cuota del carruaje, el hostal,alimentos... su mente giraba alrededor de los gastos típicos y los que podríanser incidentales.

Maggie tomó la mano de Helen en la suya y le habló en esa manera

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tan reconfortante que tenía. "No te puedes preocupar de todas las cosas todoel tiempo, Helen. No todo lo que comienza con una promesa se rompe."

Únicamente Maggie podía hablarle de esa manera. Sólo Maggiecomprendía la profunda desilusión de Helen con las promesas. Ella habíaestado ahí cuando el mundo se volcó y se desmoronó ante ella y vio elcambio que provocó en Helen. Marie-Anne sabía, pero no lo podíacomprender completamente. Alex sabía, pero no lo creyó. Maggie fue laúnica que vio lo que murió dentro de Helen. Sin haber nunca hablado de ello,Maggie durante años había adivinado correctamente que Helen no confiabaen nadie, y que estaba siempre vigilante, atenta a las mentiras que estabasegura se escondían tras cada hombre.

Y ahora Maggie se iría. Era como perder la mejor parte de sí misma."Oh, Maggie," se rió ante sus propias lágrimas, "¿Cómo puedo vivir

sin ti?""Ya te las ingeniarás," Maggie dijo, apretando sus manos. "Tendrás a

Katie manteniéndote ocupada, y a Marie-Anne manteniéndote sonriendo. Y aese Lord Summerdale para recuperarte a tu hermano y regresarle su sentidocomún. Es un buen hombre, ése."

"¿Tú crees, Maggie?"Maggie le dio su mirada paciente. "Sí, creo. Es tan bueno como

cualquier hombre. Sé que no confías en él, y está bien ser precavida, con lomalignos que pueden ser los hombres. Pero tengo la impresión que puedesconfiar en este."

Eso la tranquilizó, considerando que ya habían confiado en él losuficiente para invitarlo a tomar parte de sus vidas. Pero Helen ya habíadeterminado no confiarle sobre Katie. El hecho de que la niña venía deIrlanda podría picar su curiosidad, provocando que resurgieran las preguntasque no le había podido cuestionar. O podría investigar a través de susmétodos secretos y descubrir de alguna manera que Helen había patrocinadoa Katie durante años. Él percibiría el subterfugio y la interrogaría acerca detodo esto. Ella no sufriría un interrogatorio sobre sus lazos Irlandeses, cuándocomenzaron, o por qué estaba tan involucrada. El tema de Katie, en susmanos, abriría puertas que deseaba mantener firmemente cerradas,herméticamente. A pesar de que se trataba de él, o a lo mejor especialmenteporque se trataba de él.

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La caja llegó el siguiente día, entregada por uno de los sirvientes de

Summerdale directamente a su puerta. El lacayo no dijo nada, solamente seinclinó en una reverencia y le entregó una nota antes de subirse al carruajeotra vez. No regresaron por la dirección de donde vinieron, sino quecontinuaron hacia el pueblo.

Helen inspeccionó la sospechosa caja. Rompiendo el sello delpergamino, leyó su misiva con incredulidad.

Lady Helen,Para celebrar las próximas nupcias de Miss Emily y el Sr.

Tisby, le presento este humilde regalo. Nuestro triunfo comocasamenteros merece ser celebrado con algún gesto. Además, escompletamente egoísta de mi parte y puede ser visto, con razón, comoun regalo para mí mismo. Mi deseo de entablar una discusióninteligente acerca del eminente Sr. Sismondi requiere que usted acepte.

-SVolvió a examinar la caja en la puerta. Podría ser un regalo inocente.

Le pudo haber dado cualquier cantidad de cosas que serían bienvenidas, perono se podía imaginar una sola cosa que fuera apropiada. ¿Champagne, a lomejor, para brindar a la salud de la pareja en su próxima visita? Pero eso noexplicaba la nota. A pesar de sus sospechas, ella confiaba en su inclinaciónnatural hacia la propiedad y el decoro, por lo que decidió que debía por lomenos echar un vistazo.

Tomó algo de tiempo y necesitó buscar por toda la casa algúnimplemento para sacar los clavos. Cuando finalmente logró abrirla, la prendióuna mezcla de risa y de indignación. La mitad de la caja estaba empacada convelas de cera de abeja y la otra mitad con aceite para lámparas.

Él sabía que se le estaban terminando, y que esa falta interfería con sulectura. Así que esta fue su solución, proveerle una dotación para quepudieran discutir sus libros, o eso es lo que dijo. No apeló a su vanidad o asus sensibilidades de dama. En lugar de eso, apeló a su sentido práctico. Laconocía bien, y eso la llenó de una sensación de cariño entremezclado contemor.

Para colmo de males, le hizo entrega de una necesidad que ella estaba

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imposibilitada de proporcionarse a sí misma. Con un chasquido de sus dedosle proveyó suficiente luz para iluminar su hogar hasta el próximo verano, sinconsiderar el costo. Él probablemente utilizaba todo esto en una sola nochede entretenimiento, y ella tenía siete velas de sebo que deberían durarle hastael año nuevo. Sintió que le había regalado joyas.

No podía aceptarlo. Era todo tan presuntuoso como si le hubiera, dehecho, enviado joyas, y ese pensamiento la llevó a la casa de al lado apreguntarle a Danny si correría al hostal a ver si el carruaje de Summerdaleestaba ahí. Sí estaba, y sus sirvientes estaban compartiendo el famoso Bubbleand Squeak.

Cuando volvieron a su puerta, ella les explicó que debían llevarse lacaja de regreso. El lacayo la veía con incertidumbre cuando le dijo que la cajano era para ella y que debía devolverla a Summerdale inmediatamente.

Debió haber mandado una nota explicándose, pero no había podidoencontrar las palabras para la ofensa que le ocasionó. Sentada en la oscuridadjunto al humilde fogón esa noche, intentó pensar la manera de decirle que lascosas que hacía por ella – las flechas, los libros, las velas, todo eso – sólo lahacían pensar lo peor de él. La hacían sentir aún más empobrecida, más paria.Y más como que esperaba algo de regreso.

Ella no esperaba que él se apareciera al siguiente día. Estaba sentadaen el escritorio, estimulada por su regalo y por los gastos extras de este mespara resolver sus finanzas hasta el invierno. Era deprimente. No tenía nada,más que lo había en la alacena y la bondad de sus vecinos para sobrevivir.Mordisqueaba la pluma con consternación cuando él llegó a su puerta.

Maggie lo hizo pasar a la casa y los dejó ahí, ya que iba tarde a sutrabajo en casa de los Huxley. Él le sonrió, como de costumbre, y Helensintió el familiar mariposeo al verlo. Que él se sintiera cómodo aquí y quesiempre pareciera gozoso de verla nunca dejaba de sorprenderla. Hacesemanas, tras la cena en su casa, había comenzado a vestir con más sencillez,en colores suaves, sin cualquier tipo de adornos. La había hecho sentirse máscómoda, hasta ahora, que lo reconoció como uno más de sus trucos paraencajar en su mundo discretamente, por motivos aún desconocidos para ella.

"Lady Helen." Se inclinó en reverencia cuando ella no le ofreció sumano.

"Lord Summerdale," asintió. "Lo felicito por su labor con el Marqués.Emily debe estar encantada."

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"Sí," dijo cautelosamente, observándola como si esperara unaexpresión de emoción.

"Pensé que no vendría hasta el martes.""Espero que el haber venido hoy no le sea inconveniente. Me pareció

que hay algo que debemos discutir."Ella supuso que él le estaba otorgando una ventaja al permitirle sacar

el tema. Bien, no tenía sentido pretender. Ella levantó los hombros. "Si serefiere a mi rechazo de su regalo, no hay nada que discutir. No puedoaceptarlo. No sería apropiado."

Él levantó las cejas. "Por favor, Lady Helen, no es como si le hubieraregalado unas enaguas. Como escribí, fue un acto egoísta. Sólo deseaba quepudiera leer más."

Su ligera exasperación no hizo nada para calmar su agitación. Ella nolevantaba la vista de las cenizas en la chimenea, rígida con orgullo.

"Me pareció un regalo de caridad, mi lord. Sé que probablementegasta más en velas por un día de las que yo uso en todo el año, pero es unregalo de mucho valor en mi estimación. Sé muy poco de economía, señor,pero la noción de riquezas comparativas es algo que comprendo. Una caja deaceite es igual a unos aretes de diamantes para alguien en mi situación."

Él extendió las manos frente a él como para protegerse de laembestida de sus palabras. "¿Quiere decir que unas velas de cera de abeja yalgo de aceite para lámparas son tan presuntuoso regalo como unas joyas?"Soltó una risa incrédula. "Me estremece pensar lo que habría hecho si lehubiera mandado el arco Galés de mi arsenal."

"¡Se lo habría regresado aún más rápido, le aseguro!" No la tomaba enserio. Pensaba que era inofensivo ofrecerle regalos, sólo porque el costo erauna miseria para él. "¿No lo ve? Sería como... como..." le costaba trabajoofrecerle una analogía apta. "Como si el zar de Rusia le diera la mitad de sureino, simplemente porque puede hacerlo fácilmente y porque usted no tienetierras ahí. ¿Usted podría creer que ese tipo de regalo viene libre deexpectativas?"

"¿Expectativas?" Parecía desconcertado, e incluso enojado. "¿Ustedpiensa que yo espero algo más que amistad de usted?"

"No quiero implicar que usted intentaba insultarme. No de esamanera, no ese tipo de expectativa." Ella estaba alterada y evadía el punto alno nombrarlo. "Sin embargo, sí me insultó. No quiero caridad."

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Él observaba la punta de sus botas, como si tuvieran grabadas laspalabras que lo ayudarían a comprenderla. "¿Así que no puedo convencerlade aceptar algo tan inofensivo como una caja de velas?"

"No. Sus regalos – yo nunca debí haber aceptado las flechas, exceptoque usted hábilmente las presentó como reemplazos. Y sus libros, sus visitas,su intención de reparar mi relación con mi hermano…" Las palabras lefallaron al apreciar el número de sus amabilidades. Había tantas, y susrazones para ofrecerlas le eran un misterio.

Cruzó hacia ella, de repente y ligeramente, su ceño frunciéndose."¿Debo pretender que no me afecta, verla vivir en esta pobreza?" le preguntó."Vengo aquí y veo cómo vive, sin ayuda de nadie, y conozco la estación a laque pertenece. No aquí," señaló la vivienda con una moción de su mano, "enesta imitación. Yo he visto que usted vale más, Helen. Lo noto cada vez quevengo."

"¡Se equivoca!" Su casual mención de la estación a la que pertenecíaen su previa vida la impulsó con ira. "Usted olvida que ese mundo juzgó mivalor y encontró que no tengo ninguno. Es su mundo, mi lord, y usted deberíaestar suficientemente familiarizado con sus requisitos."

"Es su orgullo lo que la mantiene pobre," persistió obstinadamente."Su hermano le proporcionaría los medios necesarios para vivir dondequisiera, pero se rehúsa a aceptar algo de él. Justo como se niega a aceptarregalos inocentes de mi parte."

"¡Mi orgullo es todo lo que tengo!" Respiraba fuertemente ahora.Todo se estaba desmoronando ahora, las cosas que había evitadoescrupulosamente durante semanas, los sentimientos que había guardado contanto celo por tanto tiempo. "No aceptaré nada de él mientras él no me aceptea mí. ¿Qué no comprende? Y no aceptaré nada de usted porque sólo probaríaque soy lo que el mundo cree de mí." No debería hablar de ello. Sólo loguiaría a preguntar sobre las cosas que no quería relatar otra vez. "No soymás que una aldeana con un linaje inusual aquí. Es todo lo que deseo ser."

"Usted es más que eso, lo sé." Se acercó a ella, hablando con seriedad."Usted no puede esconder su valor de mí."

Sintió sus dedos tocándola suavemente sobre el codo, donde ella sabíaque la tela estaba deteriorada y necesitaba ser reparada. Teniéndolo tan cerca,podía ver las finas líneas alrededor de sus ojos, marcas de años de sonreír deesa manera que le quitaba el aliento. Pero él no sonreía ahora.

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"¿Cómo puedo pretender que usted no es más de lo que pretende ser?"preguntó, como si esperara que ella tuviera una respuesta para eso.

Ella no tenía la respuesta de nada. No podía pensar claramente cuandoél estaba tan cerca de ella. Era como si todo lo demás hubiera desaparecido ytodas las velas del mundo hubieran sido apagadas con un soplido, dejándolosen un silencio lleno de humo.

"Supongo," se escuchó a sí misma susurrar, "supongo que podríahaber aceptado una. Pero toda la caja me pareció demasiado… extravagante,"ofreció débilmente.

Pero él no la veía a ella. Él parecía no estar escuchando su defensa,observando en vez el lugar bajo su oído donde sintió un rizo de su cabellocaer fuera de su atadura para descansar sobre su hombro. Él parecía haberdescubierto algo en esos rizos rozando su piel. Ella podría alejarse, o por lomenos soltar su codo, pero no podía moverse. Le parecía increíble,milagroso, estar tan cerca de él que podía sentir el calor de su cuerpo. Habíaalgo en su cara, algo que casi reconocía, pero no pudo determinar lo que eraantes de que él levantara su mano.

Pasó el dorso de sus dedos por su mejilla y hacia la sien, observandoel movimiento intensamente. Sin saber por qué, inclinó su cara hacia sumano, sintiendo ganas de llorar ante su ternura. Él la hacía querer acercarse,sentir sus brazos sostenerla con fuerza, protegiéndola del mundo y de todo loque la atemorizaba. Él la podría proteger de todo lo que la amenazaba consolamente una palabra.

Cuando sus labios rozaron suavemente los de ella, se sorprendió y nose sorprendió ante el calor que ascendió dentro de ella. Su boca apenas tocóla de ella, moviéndose suavemente, esperando que su mano alcanzara ladefinida línea de su quijada, la fuerte suavidad de su piel llenando un lugardoloroso dentro de ella. Él se apartó ligeramente, viéndola con esa intensidadelevada que había sentido antes. Pero esta vez fue más fuerte y él no hizonada por regresarlos a un terreno más seguro.

Su corazón se detuvo al darse cuenta que no quería que él se alejara.Él no necesitó palabras para interpretar lo que ella deseaba. Él nuncanecesitaba palabras, este hombre misterioso, que vio sus labios separarse yrespondió con su tacto, tomando su mejilla en sus manos y presionando suslabios sobre los de ella. No la habían besado en años, y nunca la habíanbesado así – como si quisiera dar tanto como deseaba tomar, aún cuando su

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lengua separó sus labios, una invasión caliente que provocó que su corazónlatiera fuertemente.

Ella regresó su beso con una pasión que creía muerta hace tiempo.Cuando la acercó hacia él, ella no se resistió como habría esperado, sino quese inclinó hacia él y disfrutó sentirlo contra ella. No podía pensar más allá deldulce placer de su beso, la manera que movía sus labios sobre sus mejillas, sufrente, y de vuelta a su boca ansiosa. Era como tomar agua tras años de estarperdida en el desierto.

Cuando sus manos se cerraron sobre su cintura, sus pulgaresexplorando sus costillas, encontrándose bajo sus pechos, ella soltó su abrazo.Le costó trabajo pensar una razón por la cual no debería estar haciendo esto,el por qué estaba mal. El espacio entre sus caras era un campo magnético,atrayéndola aún cuando ella se decía a sí misma que debía huir. Trató derecuperar el aliento mientras sus manos se detuvieron ahí, cerca de suspechos. Fue su propia respuesta al ser tocada, su intenso anheloconsumiéndola, lo que la regresó a la realidad.

Ella conocía este sentimiento, esta dolorosa necesidad de estar cercade él, de que la tierra dejaba de girar cuando él entraba a una habitación, lamanera en que su cuerpo se esforzaba por acercarse cuando su mente leindicaba que debería mantenerse a distancia. Ella reconocía este sentimiento,y eso la asustaba más que sus caricias.

Se alejó de él abruptamente. Su espalda topó contra el borde de piedrade la chimenea y ella lo veía a él, viéndola a ella. Ambos respirabanirregularmente, y él parecía... confundido, lo que la asustó tanto que temiónunca volver a respirar normalmente otra vez. No importaba, Henley la habíavisto con la misma expresión ese día tantos años atrás. Su mente se aceleró.¿Cómo se podría defender? Maggie se había marchado, y la casa más cercananunca escucharía sus gritos. Comenzó una búsqueda frenética sin moverse desu lugar, sintiendo el pánico surgir dentro de ella. ¿Por qué, por qué habíaabandonado el hábito de identificar armas en cada habitación a la queentraba? Ella solía hacer esto pero en algún momento se detuvo, porque eratonta y estúpida y porque nunca se protegía cuando debía hacerlo.

Ahí, el atizador. Estaba al alcance de su mano. Se movió frente a él,aguantando el aire para calmar el palpitar frenético de su corazón mientras sumano se cerraba sobre el metal frío tras su espalda.

"Váyase. Debe irse, por favor." Era una súplica cuando lo que quería

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era gritarle que se fuera."Helen–""¡Por favor!" Él no era Henley, se dijo a sí misma. Sabía

perfectamente que no era Henley, pero todo pensamiento racional habíaescapado al darse cuenta de lo que había hecho y de cómo la había tocado, detodas las cosas que pudo haber hecho. Su mente se fijó de nuevo en lo pocoque realmente sabía de él. "¡Déjeme! No lo veré más. ¡Váyase y no vuelva!"

Parecía desconcertado. "¿No volver jamás? ¿Cuando este es el únicolugar donde deseo estar?"

"¡No quiero sus regalos ni sus besos ni sus nociones románticas!"lloró histérica. "¡No es coherente! Lo quiero fuera de aquí. Vaya a molestar aalguien más. Seduzca su camino a la vida de otra persona, pero debe dejarmea mí en paz. Usted no tiene un lugar aquí."

Se debería tranquilizar a sí misma. No había razón para ser tanvehemente. Él no se había movido desde que lo empujó para librarse de él, yla expresión en su cara al escuchar sus palabras provocó que se arrepintieracomprimiendo su corazón. Pero era mejor obligarlo a irse ahora, antes de queella se permitiera albergar sentimientos más fuertes o depender más de él.Katie estaría aquí pronto, y se trató de tranquilizar con esa imagen, como decostumbre. Katie vendrá. Tendré a Katie. Seremos felices como una familia.Esa será mi vida, esa es mi vida. Katie estará aquí.

No la tranquilizó. Sólo le recordó que no podía arriesgar sussospechas si se enteraba de la niña. Él no podía regresar. Si él la volvía atocar otra vez, no sabía lo que podría suceder.

La bruma de confusión se desvaneció de su rostro, reemplazada pordeterminación.

"¿Incluso la noción romántica de que su hermano la perdone?" Lomencionó silenciosamente, sin inflexión. Pero un tipo de locura en ella seapoderó de la interpretación de sus palabras, separándolas hasta que encontróel enfoque de la sospecha que había albergado.

"¿Esto es parte de su plan para mí y para mi hermano?" demandó, laidea entrando con toda fuerza e invadiéndola por completo. "¿Usted pensabavenir aquí y besarme y ver si yo cedía para ir a decirle a Alex que soy la golfaque me considera?"

Creó un eco en el cuarto, la palabra vulgar que ninguna dama usaría.Golfa. Hace una hora no habría imaginado insultarlo de esta manera, pero

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ahora solamente quería que se fuera. Cuando dijo las palabras, parecía laintención más lógica detrás de sus acciones. Él nunca la desearía para símismo. Su repudio hacia ella en su primer encuentro reapareció en sumemoria mientras lo observaba parado silenciosamente frente a ella.

"Estaba en lo correcto ese primer día, cuando dije que venía ajuzgarme," dijo. La falta de expresión en su cara fue toda la respuesta quenecesitaba. Se sintió de pronto muy cansada. "Así que váyase, entonces.Regrese a mi hermano y dígale lo que encontró. Sólo déjeme."

Él todavía no se movía, pero se erigió rectamente."¿Eso es lo que le impide confiar en mí? Se lo diré, entonces." Su ira

era controlada, traicionada únicamente por la disciplina de sus palabras."Vine a descubrir la verdad de por qué se deshizo de Henley, aún después dehaberle dado su virtud y a sabiendas que ocasionaría su ruina."

Tratando de no revelar su opinión al respecto y todo lo que implicaba,levantó los hombros. El frío envolvía sus extremidades, y el agotamiento latornó impertinente, esperando correrlo. "Es como todos dicen, por supuesto.Que no me gustó el sonido de Helen Henley para mi nombre de casada."

"Encuentro que no estoy de humor para bromas, Lady Helen. Dígameesto y la dejaré, ya que veo que he sido un tonto al pensar que podríamos seramigos." No quedaba nada del hombre que había llegado a conocer en él. Eraduro y frío, con más desdén en su voz de lo que había revelado en el pasado."No la molestaré más con mis ideas románticas ni con mis afectosrechazados. Sólo dígame. ¿Es porque amaba a otro?"

Esto le provocó soltar una risa. "Oh, no. Eso no.""Decían que eran una unión excelente. Que aparentaban tener gran

afecto el uno por el otro.""Usted debería saber tan bien como yo, Lord Summerdale, que dicen

lo que les place."Estuvo silencioso por un largo rato. Ella se obligó a regresarle la

mirada a pesar del ardor en sus ojos. Por lo menos ya habían llegado a laverdad. No encontró ninguna felicidad en saber que había estado en locorrecto, que había escondido su verdadero propósito. Durante semanas lahabía acechado, manipulándola y relajando sus defensas para escucharlarelatar su inane historia. Como si la versión de Alex no fuera suficiente. Elque hubiera sido tan tonta para creer en su amistad por un instante la hacíaquerer llorar, arrancarse el cabello y castigarse por no haber aprendido nada

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en el curso de su vida."¿Eso es todo, entonces?" La veía con dureza. "¿Usted nunca lo

amó?"Ella apartó la mirada, sus dedos cerrándose sobre el atizador tras ella.

"Al contrario," dijo con una suave convicción, "estaba locamente enamoradade él. Discutimos, y yo fui una estúpida, y eso es todo lo que necesita saber."

La observó durante mucho tiempo antes de levantar su abrigo y susombrero. Sin una palabra, la dejó, cerrando la puerta tan suavemente tras élque ella no podía imaginar el significado que pudo haber asignado a suspalabras. Y realmente no le importaba, mientras no regresara.

No regresó.

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Capítulo 7

Mi querido Stephen,

No te creo cuando dices que tu casa de campo requiere derestauraciones y que eso es lo que te tiene alejado de la ciudad. ¿Cuántotiempo te demorarás?

La vida continúa sin ti, los días se arrastran uno tras otro. SuMajestad se ocupa con su amante y yo me ocupo con nada en absoluto. Pasomucho tiempo escribiendo cartas que nunca te envío, porque ya sé loimpaciente que te pondrías viendo página tras página llena de misdescripciones de todas tus virtudes. O de leer lo mucho que me arrepiento, delo tonta que fui al rechazarte, de lo que daría por renunciar a todo pararegresar al tiempo cuando nuestros pensamientos eran uno.

Pero te escondes de mí. Nunca me escribes nada de importancia, ycuando escribes es tan infrecuente y en tonos tan distantes que me hacespensar que todo lo que hubo entre nosotros fue solamente un sueño. Siestuvieras aquí, frente a mí, yo podría ver si realmente imaginé esossentimientos tan profundos. ¿Deseas olvidarme? No puedes. No lo permitiré.Di que vendrás antes de la primavera. Di que todavía somos amigos. Meduele el corazón al pensar que ansías distanciarte de mí.

No me hagas rogarte por querer saber de ti. Es una triste existencia(por mi propia mano y por mi elección, nadie tiene este hecho más presenteque yo) pero una palabra tuya ilumina mi más oscuro día. Escríbeme.Siempre Tuya,Clara

Tomó horas el buscar entre las cajas polvosas, pero finalmente

encontraron los últimos tres vestidos que quedaban del trousseau de Helen.Estaban sobre el sofá de Marie-Anne, siendo evaluados estrictamente en base

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a su valor y a su utilidad."El rosa es el más apropiado para una chica tan joven, yo pienso."

Marie-Anne acarició lo que quedaba del traje de montar gris antes depronunciar estar de acuerdo con Helen, que sería el vestido más práctico parauso diario. Su mano entonces se movió hacia el vestido verde. "Es unalástima no usar este para algo, aunque no fuera para Katie. Es encantador.Pero a lo mejor cuando crezca."

Helen estuvo completamente de acuerdo. Había sido su vestidofavorito: de un verde esmeralda hecho de seda con una superposición deencaje brillante, mangas cortas delicadamente abombadas, el escote bajo deuna manera que estaba fuera de moda ahora. Había existido un sombrero queiba con él, y guantes también, ambos sacrificados años atrás para pagar porlos servicios del doctor de Katie. Helen nunca había usado el vestido enpúblico, pero había pasado meses soñando cómo lo usaría cuando fuera unamujer casada, en el primer baile al que fueran después de la boda. Ahora elrecuerdo la llenaba de disgusto por sí misma, por el Odioso Henley, por lacosturera que diseñó el vestido con falta de modestia en mente, y más quenada por sus sueños infantiles.

Pero no odiaba el vestido. Era hermoso, y ella se había visto hermosaen él, una vez, parada frente al espejo de cuerpo entero, maravillándose anteel adulto en quien se había convertido. Tenía otros vestidos que eran muchomás valiosos, e incluso el vestido rosa ya había sido sometido a los rescatesque sufrió el resto de su guardarropa. Pero el vestido verde estaba íntegro yperfecto, y Helen tenía miedo de cuestionar sus propios motivos pormantenerlo de esa manera.

"Pues, deberíamos empezar a trabajar en el gris primero," Helendeclaró. "Podemos adivinar su talla suficientemente para comenzar a trabajaren él."

"Es difícil creer que estará aquí tan pronto," Marie-Anne murmurómientras sacaba las tijeras de su bolsillo. "Aún más difícil de creer queMaggie nos dejará."

Helen se ocupó en empacar el vestido verde, tratando de esconder latristeza que se apoderó de ella. No podía pensar en la partida de Maggie sinque se le llenaran los ojos de lágrimas. No sabía cómo despedirse de Maggie,cómo poner en palabras lo que sentía sobre su partida, mucho menos lo quesentía por ella. Tenía la idea histérica que se colapsaría bajo el peso de su

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gratitud y amor cuando tratara de expresarlos, o cuando tratara de no expresarla soledad y la autocompasión que la consumían cuando consideraba lainminente ausencia de ese afecto.

"Maggie estará en contacto," dijo en vez, batallando como siemprepor mantenerse enfocada en lo positivo. "La extrañaremos, por supuesto, perono nos podemos poner tristes sobre eso. Uno pierde amigos en el curso de lavida, es natural."

Se sentó al otro lado de Marie-Anne en su silla acostumbrada ycomenzó a quitar las mangas del traje de montar. Trabajaron en silencio porun rato, hasta que finalmente Marie-Anne habló.

"Hélène, no quiero molestarte, pero debo preguntar. ¿No veremos mása Lord Summerdale?" Fue tan casualmente cuidadosa en la manera en la quepreguntó. "Ha pasado tanto tiempo y no se despidió. Por lo menos, no de mí."

Ya había pasado un mes desde que salió de su casa, y Helen nuncaofreció una razón a Marie-Anne o a Maggie por la súbita ausencia.Encontraba demasiado difícil mentirles a sus amigas, y mucho más difícildecirles la verdad del asunto. Si fuera valiente habría dicho: Me asusta,Marie-Anne. Pero no lo podía decir; era demasiado molesto en cualquieridioma. En lugar de eso buscó las palabras para implicar la idea a su amiga.

"Se despidió de mí. Estoy segura que lamenta no haberse podidodespedir de ti." Dudó un momento, pero luego continuó. "Pero se fue ante misolicitud, y le pedí que no me visitara aquí de nuevo."

Marie-Anne no demostró sorpresa ante sus palabras. "¿Por qué hicisteeso?" preguntó tenuemente.

"Yo..." Helen podía sentir su cuello tornarse rojo. "Me insultó." Aúnsi no lo hubiera dicho en ese modo tan tentativo habría sonado como unarazón poco probable. Lord Summerdale no era el tipo de hombre queinsultaba. Su cortesía era demasiado bien conocida.

Su amiga aún no levantaba la mirada, pero continuaba contestandonormalmente, como si fuera la cosa más natural del mundo decir, "Así que, teha de haber demostrado lo que siente por ti, ¿no? ¿Posiblemente te habló desu afecto por ti, o se atrevió incluso a besarte?"

La boca de Helen se abrió por sí sola. Su mente estaba completamenteen blanco, incapaz de formar una respuesta ante esta inesperada inspiración.Abrió la boca hasta que pudo exclamar, "¿Te dijo?"

Marie-Anne finalmente levantó la vista y se rió ante la expresión en la

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cara de Helen. "Oh, no, ma chère, no me ha dicho nada. ¿Crees que alguiennecesita decirme? Componte, Hélène, o se te van a salir los ojos de la cara."Dejó de reírse, terminando por asentarse en una serena diversión mientrashablaba. "Soy muy gálica, como me dices, y veo estas cosas aún cuando sonsutiles. Fue claro que te deseaba desde el primer momento que te vio."

Una negación instantánea surgió a los labios de Helen, pero no laexpresó. No había visto nada en Summerdale cuando se conocieron, exceptola amenazaba que representaba. Había sentido únicamente su censura, sudisgusto. Era imposible que hubiera más que eso, y se lo dijo a Marie-Anne,cautelosamente. Pero todos sus argumentos fueron descartados con un gestoimpaciente de la mano.

"Vi su mirada cuando te conoció, y cada mirada que adquirió cuandote tuvo enfrente de él. Muchas veces te vio con más que cortesía o amistad,así que no pretendas que nunca lo notaste."

Helen recordó la cena en su casa, sus ojos encendidos con un flirteotravieso cuando la observaba a través de la luz de las velas. No, no podíapretender que no conocía esa mirada, o las otras que le ofreció. Ella se habíaconvencido que era su manera, que disfrutaba el reto de hacerla reír,puramente por amistad.

Pero ella conocía esas miradas y lo que realmente eran, y habíaescondido el significado de sí misma. Había sido agradable disfrutar de unligero coqueteo; ella nunca imaginó que sería algo más que perfectamenteinofensivo, como suspirar sobre la galanura de Sir Galahad cuando era unaniña. Los caballeros de ficción no lamentaban la pobreza en la que habitabacuando visitaban su casa. No la miraban como él la miraba. Ciertamentenunca se salían del libro y la besaban.

"Supongo," admitió lentamente, "que lo noté, pero no lo reconocí. Ycuando lo hice, le dije que se fuera."

"¿Sólo porque te deseaba? De lo poco que lo conozco, siento que élnunca se atrevería a hacer algo sin indicación de que sería bien recibido. ¡Tesonrojas, Hélène! No hay nada vergonzoso en esto, así es que debe ser que..."La observó fijamente, casi entrecerrando los ojos hacia Helen, y unaexpresión cruzó su cara – diversión, mortificación, deleite e incredulidad,todo al mismo tiempo. "¡Debe ser que tú lo deseas a él!"

Helen se levantó abruptamente, arrastrando el material gris tras ellamientras caminaba hacia la ventana. "No es gracioso, por favor, Marie-

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Anne.""Lo siento, ma chère, yo sé que no lo es," contestó. En vez de

continuar importunándola, su voz tomó un tono amable, maternal. "Peropensé que comprendías que esto no es nada si no natural."

Le había dicho a Helen, hace mucho tiempo, que lo que habíasucedido en Irlanda era una perversión de amor. Que no era así, en realidad,entre quienes sentían afecto el uno por el otro. Aún si no lo hubiera dicho,Helen lo habría comprendido con sólo ver la expresión de Marie-Annecuando hablaba de su Shipley. No había incomodidad ahí, ni furia, ni miedo.Tras una combinación de destino y de su propia estupidez, Helen tuvo laexperiencia de la versión torcida de pasión y Marie-Anne le había dejadoclaro que no necesitaba ser así. No sabía si debería estar agradecida por sabereso o aún más furiosa de conocer el alcance de lo que había perdido ese día.

"Comprendo eso, Marie-Anne. Supongo que lo sé. En mi mente, porlo menos, aún si no en el resto de mi ser." Luchó tras la usual desolación quellenaba sus pensamientos cuando se permitía pensar sobre sus sentimientoshacia Summerdale. "Y aunque lo dudo, probablemente lo pude haber invitadoa regresar un día, si eso fuera lo único que me molestó. Pero me dijo el porqué había venido aquí realmente."

"Esto suena ominoso," Marie-Anne dijo con cautela."Así es. Me buscó solamente para conocer la verdad del por qué

rompí mi compromiso. No es nuestro amigo; sólo buscaba los detallessórdidos que Alex pudo haber omitido." Cerró los ojos y habló superando eldolor de la admisión. "Lo mandaron como juez, mi virtud una vez más enjuicio, para que Alex se entere si soy un poco menos golfa de lo que creía."

Marie-Anne no habló al principio, absorbiendo esta noticia que sinduda le cayó tan de sorpresa como lo había sido para Helen. Finalmente,suspiró con profundidad. "Pues, eso es decepcionante, y yo no lo habríapensado de él. Tuviste razón en correrlo, entonces, si no quieres contar tuhistoria."

Helen se indignó. "¿Por qué debería yo tratar de contarla otra vez? Noes diferente de lo que Alex ya sabe, y dudo que pueda dar una mejorrendición de ella ahora. Dios sabe que es tan increíble ahora como lo fue haceseis años, así que no me voy a exponer al desdén de Summerdale sobre elasunto."

Levantó las tijeras de nuevo y atacó ciegamente la tela, casi

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rebanándose el pulgar. Ignorando las lágrimas que amenazaban y el nudo deinjusticia que se inflamaba dentro de ella, tomó un profundo respiro y pensóen Katie. Este vestido era para la niña. Debía de permanecer tranquila.

"No creo que te desdeñe, mi amiga. Es mejor hombre que tuhermano." Marie-Anne jaló un hilo para deshacer la costura, su cabezainclinada y su voz suave. "Pero es tu historia para contar, y tu historia para nocontar, si no lo deseas."

Helen frunció el ceño ante esto, dudando de pronto. "¿Piensas quehice mal al rehusarme?"

Marie-Anne levantó la vista, y habló con firmeza. "No hay bien o malen esta situación. Está en tu poder escoger lo que compartirás o nocompartirás, y eso es lo único de consecuencia. Tú eres quien elegiste," seencogió de hombros, "y eso es bueno."

Ella y Marie-Anne no hablaron más del tema, enfocando su atenciónen las preparaciones para la llegada de Katie. Tomaron las ruinas del vestidoy se concentraron en transformarlas en algo nuevo y bello, salvando losvástagos del pasado para crear un futuro diferente, menos magnífico peroperfectamente presentable. Las dos tenían mucha experiencia con esto.

Soñó con Lord Summerdale esa noche, parado bajo ella con susbrazos extendidos para recibirla si caía de una gran altura.

Siempre se caía, en el sueño, y él siempre la recibía en sus fuertesbrazos antes de caerse de espaldas con ella, riéndose y besándolaprofundamente. Ella nunca tenía miedo en el sueño. Era solamente cuando sedespertaba que se llenaba de miedo escalofriante y la cara y la boca en sumente cambiaban a la de otro, dejándola despierta y aterrorizada hasta quellegaba el gris amanecer a su cuarto.

Al final, cuando llegó el momento de que Maggie se fuera, Helen no

trató de expresar sus sentimientos acerca de perder a su amiga tan querida.Simplemente se tomaron de las manos mientras la carreta se alejaba, dejandoque la distancia tirara de sus brazos hasta que las separara. Helen mantuvo subrazo extendido, el vacío de su mano expresando todas las cosas que ella nopudo vocalizar.

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Caminó de vuelta a la casa vacía, y la puerta se cerró tras de ella conun eco resonante. Recargó su espalda contra la puerta y se dejó deslizar hastaque se sentó en el piso con las rodillas dobladas contra su barbilla. Así semantuvo toda la tarde y hasta la noche, llorando como no se lo habíapermitido durante años.

En los siguientes cinco días se había dedicado a caminar. Aún cuandoestaba gris y frío, y la capa que usaba prácticamente ya no merecía esenombre, encontraba consuelo en la monotonía de levantar un pie tras el otro.Se dijo a sí misma que buscaba distracción de sus pensamientos, pero enverdad sólo se permitía hundirse más profundamente en su melancolía. Veíalos años frente a ella alargarse sin la compañía de Maggie: ella y Marie-Anneserían un ridículo par de solteronas, jugando el rol de tías consentidoras paraKatie, quien sería la hija de Jack y Sally. Todo sería muy diferente.

Apresuró el paso, frustrada con su autocompasión. Así que no seríaperfecta, ¿pero qué vida lo era? No había razón para este ridículoabatimiento. Todo, desde los días de pobreza tras ella hasta los días vacíosque la esperaban, valdría la pena. Sólo había una meta: ver a Katie crecersana y salva. Helen lo daría todo de nuevo, daría el resto de sus días o lo quecostara, por cuidar de la niña. Era la única responsabilidad que le quedaba, yse volcaría en ella.

Determinada a volver sus pensamientos hacia cualquier otra cosa queno fuera la ausencia de Maggie, finalmente se forzó a pensar en lo que habíaevitado durante todos los días que había caminado. Nunca vería a su hermanootra vez. Él no le creía, y no estaba inclinado a creerle o perdonarla oquererla, en absoluto. A lo mejor ella debió de haber mentido. La verdad noparecía importar mucho. Sería fácil decir que se arrepentía de su juventudfrívola o alguna tontería que pondría la culpa completamente a sus pies.

Pero le ofendía pensar en jugar una farsa, cuando la verdad era todo loque tenía. Su propia verdad, sin importar lo que la gente pensara. Era suya,como Marie-Anne había dicho. Todo el dolor y la injusticia y el enojo, todala experiencia, le pertenecía a ella, y no la cambiaría para apaciguar a suhermano. Aún si no lo pudiera aplacar, ya que no había manera de regresar eltiempo y honrar su compromiso. Y sin importar cómo sucedió, había perdidosu virginidad. No podía cambiar eso más de lo que podía cambiar el curso delas estrellas en el cielo.

Y las estrellas saldrían pronto, se dio cuenta, mientras notaba que el

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sol se ocultaba. No escuchó al principio el sonido de su propio nombrellamado a través de los plantíos.

Protegiendo los ojos de la luz del sol y tratando de mitigar la alarmaante la nota de pánico en la voz que la llamaba, comenzó a caminar hacia él.No se podía imaginar quién era, o cómo llego ahí, hasta que estuvo losuficientemente cerca para ver su cara.

"¡Jack! ¿Qué ha ocurrido? ¿Sucedió algo malo?" Sus piernas casi sedoblaron bajo ella cuando vio que era él. Se suponía que estaba en el caminode Holyhead, con Katie, en un carruaje rentado. Pero aquí estaba frente a ella,sin aliento y con dolor en el costado.

"¿Es Katie? ¿Está bien? ¿Qué pasó?" Comenzó a respirar tanforzosamente como él, sus ojos llorando de pánico mientras se imaginaba lopeor.

"Miss Helen, todo se ha estropeado y lo siento mucho. La niña estábien por ahora, creo. Miss Maggie y su prima están con ella. Yo vine lo másrápido que pude, no supe qué más hacer." Por fin recuperó el aliento y seenderezó, mostrando preocupación en todas las líneas de su cara.

Maggie siempre era mejor que ella en este tipo de situaciones, yHelen se tranquilizó cuando absorbió la noticia de que fuera lo que haya sidola ocurrencia, la ingeniosa irlandesa tendría la situación bajo control.Conscientemente adoptó el tono práctico y los manierismos de Maggie,ignorando el temor dentro de ella, y le dijo a Jack que caminara con ella haciala casa y que le dijera lo que pudiera en el camino.

"La prima," Jack comenzó. "Cuando llegamos al puerto, la prima –Janet se llama. No la podíamos encontrar, ni a Katie. Entonces Miss Maggiey yo, preguntamos por todas partes y uno de los hombres trabajando en elbarco nos dijo que las habían detenido en la cárcel del capitán de puerto."

"¡Cárcel!" Le parecía que eso merecía ser contado con másindignación de la que Jack había expresado. Esto únicamente logró inundar aHelen con pavor de que lo que le fuera a contar enseguida iba a ser aún peor."¿Por qué la cárcel? ¿Y Katie con ella?"

"El capitán dijo que no habían pagado su pasaje, y nadie escuchaba aJanet. Ella le pagó al portero por la cabina, como me dijo a mí y a quien laescuchara, y le pago aún antes de salir de Dublín. Pero el portero es un maltipo, y lo dije cuando lo vi. Se embolsó el dinero, y nadie le cree a Janet oincluso a Maggie, aunque ella casi le arranca la cabeza a todo el mundo ahí.

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Tiene un mal temperamento, nuestra Maggie."Helen sintió una ola de orgullo y de amor. "Nuestra Maggie está

hecha de hierro, Jack, y no hay nadie mejor con quien pueda estar Katie.Ahora, ven y siéntate en la cocina y te traeré algo de beber. ¿Las pudo sacarde la cárcel?"

"Sí, pudo, aunque tuvo que pagar sus pasajes de nuevo – y subieron elprecio, y luego va a tener que pagar la multa, dijo el capitán." Dio unpuñetazo sobre la mesa con enojo, haciendo resonar la copa frente a él. "Heescuchado que es raro el puerto que no es corrupto y avaricioso, pero lo tuveque ver con mis propios ojos para creerlo. Maggie gastó más de lo que teníapara su propio pasaje para sacarlas, y encima de todo tuvo que encontrarleshospedaje en el hostal."

"¿Pero por qué no mandó a Katie de vuelta contigo? ¿Por qué gastardinero en un hostal cuando hay tan poco dinero para todos estos gastos?"

Jack tomó un gran trago de agua antes de contestar. Cuando encaró aHelen, su expresión era grave, provocando oleadas de terror en ella.

"Porque la pequeñita no debería viajar por el momento. Es lo que eldoctor dijo. Estuvo enferma todo el trayecto sobre el agua, y un día y unanoche en esa cárcel sólo la empeoró."

Helen sintió que se hundía en su silla, aferrándose a su capa como sipudiera protegerla de lo que estaba escuchando. "El doctor. ¿Dijiste que habíaun doctor?"

Él asintió. "Maggie le dio un vistazo a la chiquilla y corrió por eldoctor. Es lo que le costó casi todo su dinero, después del condenado capitánde puerto. Pero dijo que es lo que tú habrías querido y no dejaría a la niñahasta que estuviera a salvo y entera, y el doctor dijo que hizo lo correcto. Asíque tomé parte del dinero que me diste para regresar a Bartle y le di el resto aMiss Maggie para pagar por un cuarto." Por primera vez desde que habíacorrido al pueblo su cara perdió su severidad y asumió una expresión dedolor.

Helen miraba la mesa sin verla. "¿Cuánto dinero queda, Jack?"Pensó que este gran hombre podría comenzar a llorar. "Dos chelines,

sólo ese poquito. Y Maggie y su prima en la costa sin dinero para el pasaje, yKatie sin manera de venir aquí, y nosotros sin manera de ir hacia allá.Ninguno de nosotros sabía que hacer. Pero Maggie dijo, bien segura, me dijo,ve con Miss Helen y ella lo arregla."

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Continuó viendo la mesa, buscando la respuesta ahí. No tenía ideacuánto tiempo había estado ahí sentada, inmóvil, mientras Jack esperabapacientemente junto a ella. Cuando finalmente levantó la mirada, sintió eltipo de fortaleza segura y sólida que se imaginaba que Maggie sentía todoslos días de su vida.

"Yo lo arreglaré, Jack. Lo haré. Vete a casa con Sally, y dile que no sepreocupe. Yo les traeré a nuestra Katie pronto."

"¿Hélène, estamos seguras que no hay otra manera? Te ves muy

pálida ante esta idea."Sentada en la recámara de Marie-Anne, frente a su tocador, se

esforzaba conscientemente en no dañar su cabello mientras lo cepillaba, yobservaba sus manos temblar al separar los mechones con el cepillo. Noserviría de nada aparecerse ante su puerta viéndose tan enfermiza y aterradacomo se sentía.

"Si tienes otra sugerencia con gusto la consideraré, pero ya hemosagotado todas las opciones. No tenemos más que unos cuantos peniques entrenosotras para cubrir el costo de un viaje de ida y vuelta a Anglesey. Elcaballo de Daniel no me puede llevar más allá de Gloucester, y no tenemosnada más que vender, incluso si tuviéramos algo que valiera tanto como loque necesitamos." Sintió tanta desesperación como alivio al evaluar lasituación con lógica. "A menos de que llegue allá esta semana con la cantidadque necesitamos, Maggie y su prima van a perder el último barco del año aIrlanda, sin mencionar que las pueden correr del hostal, así que eso descartaun viaje a Londres para apelar con el abogado o con Alex. Estoy losuficientemente desesperada para considerar incluso eso. Pero no hay tiempopara un viaje a Londres, así que tú dime, Marie-Anne. ¿Dónde más encuentroesa suma de dinero dentro de las próximas doce horas?"

Su amiga pausó sus remendados del vestido verde. Sólo necesitabasoltar un poco el corpiño para que le quedara a Helen tan bien como hace seisaños, y Marie-Anne era rápida con la aguja, sus manos mucho más establesque las de Helen. Sólo de imaginar el vestido deslizándose sobre su cabezaera suficiente para darle vértigo.

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"La luna brilla y puedo encontrar mi camino hacia allá con facilidad.Jack ha dicho que los caminos están bien toda la distancia hasta Holyhead,así que si puedo obtener el dinero hoy en la noche puedo comenzar eltrayecto en la mañana y llegar al puerto en unos días."

Se obligó a verse en el espejo y considerar su peinado, recogiendo sucabello para imaginar qué podía hacer con él. Sólo tenía unas cuantashorquillas así que no podía ser nada demasiado elaborado, aún si tuviera eltalento.

Marie-Anne la observaba desde su asiento en la cama, encontrandolos ojos de Helen en el espejo. "Te dará el dinero, estoy segura," declaró.

"Yo también estoy segura, eso no me preocupa. Lo que quisiera saberes qué me pedirá a cambio."

Su amiga, que por lo general siempre guardaba la compostura,adquirió una expresión casi cómica de indignación y confusión al oír estaspalabras. Helen la vio inclinar su cara para cortar el hilo rápidamente antes deregresarle la mirada e insistir, "Pero, no. No es su carácter. ¡Él nunca le haríaalgo así a una amistad!"

Helen enterró el extremo de la horquilla en su pulgar. "Ya no somosamigos, él y yo. Nos separamos... mal. Yo ya no poseo su respeto, Marie-Anne, fue muy claro. Le pediré el dinero como un préstamo. Si no accede, leofreceré cualquier otra cosa que tengo de valor, desde fregar sus pisos hastaremendar su ropa, aunque no creo que tenga necesidad de una sirvienta."

Ambas cuidadosamente evitaron mencionar la única otra cosa queposeía de valor. Por lo menos creía que tenía algo de valor para LordSummerdale, y cubrirse en seda y encaje no lastimaría su causa. No habíanecesidad de verse como una mendicante, supuso, aunque fuera esoexactamente.

"¿Y que pasa si no está ahí, si ya se fue de su residencia de veranohacia alguna otra de sus propiedades?"

"Daniel habló con uno de sus sirvientes cuando regresó el libro queme prestó hace unas semanas. Lord Summerdale estará en Herefordshiredurante el invierno. Con suerte para nosotras."

"Yo puedo ir.""Marie-Anne," dijo tan calmada como pudo. "Tú eres quien me dijo

que él me desea. Esa puede ser nuestra única ventaja."Marie-Anne levantó el vestido y se puso de pie. Dejando caer el

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cabello por su espalda, Helen caminó rápidamente hacia la cama. Había sidobuena idea quedarse con el vestido, después de todo. Y había sido afortunadaen no tener suficiente dinero para subir de peso a través de los años, aunquenunca había sido de huesos pequeños. Si tan sólo pudiera tomar un profundorespiro, tendría la posibilidad de poder ponerse el vestido sin desmayarse.Cerró los ojos mientras Marie-Anne lo deslizaba sobre su cabeza, y pasó susmanos sobre la suave seda mientras se lo abrochaba.

Entregándose a un impulso de modestia, buscó en el cajón de lacómoda una mascada blanca para cubrir la piel descubierta de su pecho.Marie-Anne no dijo nada, simplemente la ayudó a insertar los extremosdentro del escote con una expresión solemne. Esto hizo a Helen sonreír. Nohay nadie mejor que una mujer francesa para arreglar una mascada.

"¡Bien!" dijo Marie-Anne con un obvio intento de normalidad. "Sólotenemos que decidir qué hacer con tu cabello, y estarás lista." Dudó unmomento. "Te ves preciosa, Hélène. Lo puedes encantar simplemente con tuapariencia, y si le puedes ofrecer una sonrisa, ¿qué hombre puede negarse auna linda dama en necesidad? Los hombres adoran ser los héroes de lasdamiselas en apuros, y tiene suficiente dinero para darte mil veces más de loque necesitas, así que no creo que necesites hacer un gran sacrificio."

El tono de su voz al decir estas palabras traicionaron las dudas deMarie-Anne. Helen sabía menos sobre los hombres y sus inclinaciones que suamiga, pero aún ella sabía que las nociones de una fácil escapatoria eranilusiones. Sin embargo, lo que sea que ella necesitara ofrecer, valdría la pena.La imagen de Katie enferma la propulsaba. Enrizó las puntas de su cabello yse volteó hacia el espejo.

Se veía muy bien, supuso, si se podía ignorar su palidez. El verdeenfatizaba la riqueza del color de su cabello oscuro, las olas sedosas cayendolibres casi hasta la cintura. Le parecía extraña aún a sí misma.

"No perderemos tiempo tratando de arreglar mi cabello." Dijoemitiendo un sonido peculiar entre risa cínica y llanto. "Lo dejaré suelto.Como mis morales, supongo."

Marie-Anne torció la boca como respuesta, y arrugó la nariz. "Dejarlosuelto no solamente es impropio, es vulgar."

Helen levantó la capa de donde la había dejado en la cama. Si se ibaahora, llegaría a la hora de la cena. "Ah, es lo adecuado, entonces. ¿Quépodría ser más vulgar que esto?"

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Capítulo 8

Stephen pensó que había escuchado mal a su mayordomo. Ella no

vendría aquí, de noche. Sola. En absoluto. Metió los papeles al escritorio y selevantó, preparándose para lo que fuera que entrara por esa puerta.

Le tomó un momento darse cuenta que era ella. Vio poco más que elvestido que portaba al entrar por la puerta, una visión de seda a la luz de lasvelas. Sintió todo el aire escapar de sus pulmones al reconocer las curvas querevelaba el corte del vestido, curvas que había escondido tan bien. Sintióvértigo cuando su mirada viajó hacia su rostro y encontró el cabello suelto.

Un mes. Había sido sólo un mes, y ya había olvidado lo que era elverla a ella. Sintió la tensión familiar en la garganta, la urgencia súbita desonreírle como un idiota. Ella observaba el fuego, inmóvil como piedra.Finalmente, ella dio una ligera reverencia, inclinando su cabeza yextendiendo su falda con una mano sin guante, como si estuvieran a punto decomenzar una danza de pueblo.

"Lord Summerdale, espero no haber interrumpido su nocheirreparablemente," dijo hacia el silencio y el sonido de su voz lo envolviócomo agua sobre una costa árida. Él no contestó, sólo veía el juego de la luzsobre su cabello.

Ella lo volteó a ver. "Fui a la entrada de la servidumbre y me aseguréque no tuviera invitados antes de acercarme a su puerta."

"¿Buscando preservar su mala reputación?" Se expresó de manerahosca y rencorosa, porque no pudo esconder la hostilidad que surgía dentrode él. Existía paralela al anhelo que sentía por ella.

"No," contestó ella con civilidad, como si esperara su desprecio."Buscaba proteger su propia excelente reputación, y la de aquellos invitadosque usted pudiera haber tenido. Lo siento si mi presencia aquí lo ofende."

Sí, lo ofendía. Lo alteraba y lo perturbaba. Le provocaba quererhincarse y rogarle que se quedara, abrazarla con fuerza contra su cuerpo ysumergir sus manos dentro de su cabellera, sentir sus labios buscar los suyos

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de nuevo. Pero tomó refugio en actuar indiferente y se encogió de hombros."¿Tiene intención de informarme la razón de su visita? ¿O piensa

mantenerse al marco de la puerta toda la noche y distraerme de otros asuntosde importancia?"

Él no tenía esperanzas que ella hubiera venido a contarle finalmente lahistoria del quebrantamiento de su compromiso. Había demasiado orgullo enla postura de sus hombros para indicar que estaba dispuesta a divulgarcualquier secreto. Pero no tenía idea de qué otra razón había por la que ellahubiera venido a buscarlo. Abrió su mano en un gesto hacia la silla al ladoopuesto de su escritorio, pero ella tornó la vista hacia los decantadores en lamesa próxima.

"¿Puedo abusar de su hospitalidad por una bebida? Fue una largacabalgata y ya no estoy acostumbrada a la silla de montar."

Él no ofreció una pizca de sorpresa ante la irregularidad de susolicitud. No espere delicadeza de una dama que no es una dama al fin decuentas, le dijo alguna vez con una sonrisa en los labios.

"Por favor, sírvase, Lady Helen. Me pregunto si escogerá oporto owhiskey."

Se alegró que ella no volteara a verlo mientras se servía y bebía, yaque no pudo haber disimulado su sorpresa y diversión al verla escogerwhiskey. Era una experiencia singular verla tomar un buen trago sininmutarse.

"Aprueba de él, espero," dijo.Ella asintió y se movió a tomar la silla que estaba ante el escritorio,

pero no dijo una palabra aún después de que él se sentó y la observabaexpectante. Él permitió este silencio el tiempo suficiente para observar sufacción determinada. Era tan bella y ordinaria como siempre lo había sido. Laropa y el cabello sobre los hombros no cambiaban la realidad de suapariencia. Donde el fuego iluminaba el lado izquierdo de su cara, parecía tanordinaria como la había considerado al principio. Pero donde la luz de lasvelas la tocaba en el lado derecho, volvió a percibir la profundidad de susojos y la belleza en su rostro que le partía el corazón. Sólo era bella en ciertosmomentos, con algunos ángulos y en particulares humores, sus faccionesatractivas un minuto y ordinarias después. Su cuerpo era otro tema porcompleto, así que se concentró con resolución en su rostro iluminado por elfuego.

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"¿A qué debo su presencia inesperada ante mi puerta, Lady Helen?¿Viene a examinar la biblioteca?" Su tranquilidad lo molestaba, ya que élúnicamente podía sentir el ardor familiar del enojo al que se había entregadoen las semanas desde que la había dejado de ver. "¿O quizás le gustaría ver elarco que le mencioné?"

"No, a ambos, mi lord.""¿Le intriga el progreso de nuestra pequeña caridad con la iglesia?""No.""Quizás teme que yo arruinaría el buen trabajo que logré con Emily.

No necesita molestarse, los contratos de matrimonio ya están firmados y enorden."

"Nunca pensé que interferiría con eso.""Entonces confieso que no comprendo, madame." No la arrastraría a

una discusión y evidentemente estaba impasible ante sus burlas. "¿Me puedeiluminar en cuanto al por qué ha aparecido tan repentinamente a mi puerta?"

Asintió rígidamente, colocando el vaso sobre la mesa junto a ella.Situando sus manos en los brazos de la silla, lo miró directamente a la cara yse dirigió a un punto justo bajo sus ojos.

"Vengo a pedirle un favor, mi lord. Como puede comprender, usted esel único que me puede ayudar o yo no estaría aquí." La observó componerse así misma, sin duda tragándose su precioso orgullo para poder verlo a los ojos."Necesito pedir prestado algo de dinero, y usted es la única persona queconozco que es capaz de proveer esa suma rápidamente. No tengo tiempo queperder. Si me lo puede prestar hoy en la noche, le puedo prometer que miabogado le reembolsará los fondos este mes."

Permitió que sus ojos abandonaran su cara y los descansó en elescritorio, donde jugó distraídamente con la pluma en sus manos. Pensóvagamente que debería sentirse bien que en un momento de necesidad ellaviniera a él por ayuda. Pero no estaba contento.

Un préstamo. Vino a él por dinero. Si había pensado que eraimposible que lo lastimara más de lo que ya había logrado cuando le gritóque se fuera y que se llevara su seducción lejos de su vida para siempre,estaba tristemente equivocado. No le debería de sorprender que lo viera comouna bolsa llena de monedas. Su hermano, y todas las personas que él conocía,después de todo, aparentemente lo veían únicamente como una fuente deinvaluable información. Qué idiota, haber esperado por un momento que él

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podría valer más que su contribución a los planes de otras personas."¿Qué puede necesitar con tanta urgencia que se denigra a venir ante

mí?""No puedo contestar eso. No lo haré."Su tono era definitivo, sin vacilación. La había llegado a conocer lo

suficientemente bien para reconocer de inmediato que no le daría ningunaexplicación sobre esta petición.

"Lo necesita con urgencia suficiente para venir a pedírmelo, pero nolo suficiente para dar una explicación," dijo pensativamente, como si loestuviera considerando. "No estoy en el hábito de invertir a ciegas, LadyHelen. Ni estoy en el hábito de otorgar préstamos cuando no sé a dónde va aparar ese dinero. Me parece que hemos topado con pared."

La observó sujetarse fuertemente a la silla. "¿Así que me niega suayuda?"

Su tranquilidad se evaporó, toda su actitud cambió a una de totaldesesperación. Esto atizó su propia curiosidad y se transformó en alarma. Nopuede ser un sencillo gasto cotidiano, para mandarla a tan obviaconsternación. Estaba determinada a esconderle sus razones para necesitardinero en efectivo de inmediato, pero ahora él estaba igualmente determinadoa descubrir la verdad.

"Me rehúso a sus términos. Es todo lo que le niego, Lady Helen.""Sé que fui grosera con usted la última vez que nos vimos, por lo que

solamente le puedo ofrecer mis disculpas. Pero si no las puede aceptar, sinecesita verme humillada en retaliación por esa grosería, pasaré el resto de mivida como su sirvienta." Realmente estaba desesperada, aún más de lo quehabía estimado. Su voz escalaba hacia una súplica, y él dudó que él pudieraasignarle una humillación equivalente a lo que ella estaba sintiendo en esemomento. "O le puedo vender la casa de la dote, o pagarle lo doble de lo queme preste, con interés. Con tiempo, puedo hacerlo, se lo juro."

Se hizo inmune a la lástima que sintió por ella al verla reducida a esto.Se recordó que ella se había provocado todo esto a sí misma. Ella habíarehusado casarse con su amante y ahora debía pagar las consecuencias. Erasimple, y cruel, y la manera en que funcionaba el mundo. Se dijo a sí mismouna vez más, como lo había hecho tantas veces desde que la había conocido,que no era su responsabilidad ayudarla a salir de esta pobreza a la que ella sehabía entregado con tal desenfreno.

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Ventaja y oportunidad, es como debería de ver esto. Siemprepropiciaban momentos como éste que la gente desesperada confiara en él losdetalles de su situación. Si él pudiera saber la verdad del por qué estaba ellaen tal apuro, a lo mejor podría llevarle esta información a su hermano ysalvar algo de esta ridícula aventura después de todo. No le debería importaren absoluto que se viera tan pálida como un fantasma. En absoluto.

"No quiero comprar una casa en el miserable Bartle-on-the-Glen. Yno necesito una sirvienta. Y usted necesitaría pedir prestada una suma muchomás grande de la que sospecho que necesita para que me interese, inclusoremotamente, que me la pague doble." Permitió darle a su desprecio eimpaciencia riendas sueltas sobre sus palabras, intentando disfrutar elespectáculo de su estremecimiento.

"Así que," continuó lentamente, anticipando el momento en que ellase daría por vencida y le confesaría, contra su voluntad, lo que la orilló a esto,"¿Qué me puede ofrecer que yo pudiera querer, Lady Helen?"

Ella se mantenía erguida sobre la silla, pero observó el cambio en ella.La desesperación que la había dominado se evaporó, pero no la abandonó deltodo, convirtiéndose en vez en una determinación resignada. De hecho, sucara se vació perfectamente de cualquier expresión, sólo un aire deincomodidad persistía. Sin verlo directamente a él, levantó su manolentamente, y se quitó la mascada que había cubierto su escote.

Si no hubiera estado sentado se habría tropezado en shock ante estademostración. De por sí, sentía que estaba a punto de caerse de la silla ante lopremeditado de sus movimientos. El vestido caía de sus hombros exponiendola distancia completa de su clavícula y revelando la curva de sus pechos.Junto a la seda de esmeralda oscuro, su piel era un campo blanco,delicadamente interrumpido por pendientes y valles iluminados yensombrecidos por la luz cambiante.

Él había pensado que lo poco que había podido ver de su cuerpo,meses atrás, había sido un sueño. Ella cambiaba tan pronto de un momento aotro, escondía tan bien cualquier indicio de curvas femeninas, que se habíaconvencido a sí mismo que lo había imaginado. No había sido un sueño,estaba seguro ahora. Todo regresó en un instante: cómo había sonreído,levantando sus brazos, riendo, revelando más de sí misma con cadamovimiento inconscientemente. La diferencia entre eso y lo que tenía ahorafrente a él, lo impactó. Entonces, ella había sido atrapada en un momento

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solitario sin saberlo, completamente ignorante del efecto que su cuerpo teníasobre él. Ahora, ella se revelaba a sí misma ante sus ojos, invitándolo conmovimientos deliberados.

Sin pensar conscientemente en moverse, él se levantó de su silla. Sesentía mareado de nuevo, caminando alrededor de su escritorio lentamentehasta detenerse frente a ella, fijándose en su piel. El mismo ímpetu lo guiabacomo siempre, la necesidad de estar cerca de ella, la fuerza desconocidatirándolo inexorablemente hacia donde fuera que ella estuviera. Ella no sehabía movido, ni siquiera para respirar, desde que se había quitado lamascada.

Su voz era débil. "¿Qué está haciendo, Helen?"Ella comenzó a respirar de inmediato. Su garganta se apretó en un

trago convulsivo, permitiéndole ver el invitante hoyuelo en la base de sucuello.

"Usted preguntó qué tengo que ofrecer," dijo ella, sonandoinfinitamente más tranquila de lo que él se sentía.

Le tomó un largo rato traducir los sonidos de sus palabras a lo quesignificaban. Cuando finalmente la comprendió, la fuerza de eseentendimiento presionó sus manos a sujetar con mucha más fuerza elescritorio. Había olvidado, mientras él la observaba a ella como un chiquillode escuela, que ella lo veía a él como una chequera. Se apoderó de él undisgusto inmenso – contra ella, y contra sí mismo por quererla todavía, aúnen medio de su revulsión.

"Se está ofreciendo, a cambio de dinero." No era una pregunta. Sedebía expresar directamente, para que no hubiera confusión. Para que pudierarecordarse que ella requería un pago por su cuerpo. Que ella no lo quería a él,sino a la cantidad de chelines y peniques que necesitaba para su propósitosecreto. Él mantuvo su voz cuidadosamente controlada. "¿Aún a sabiendasque le informaré a su hermano sobre esta conducta?"

La expresión en su cara no cambió, pero sus ojos perdieron el enfoqueque habían tenido sobre él y se perdieron en algún lugar en la distancia entreellos. Parpadeó una vez y asintió. "Aún sabiendo eso, mi lord," contestó. Suvoz era estable. Lo decía en serio. Estaba preparada a hacerlo.

Así que la pequeña fantasía que había deseado tanto – su Avalon,lejos de la sordidez de la sociedad, un lugar donde era plenamente bienvenido– fue destrozada por completo. Ella no le dejó siquiera el recuerdo. Quebró

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todo en mil pedazos con este espectáculo degradante. Lo endureció contraella, lo hizo querer ser cruel.

"Es bueno de su parte demostrarme los bienes que tiene a la venta. Selo agradezco," murmuró. Sería interesante, sin mencionar iluminante, ver lopreparada que realmente estaba.

Se inclinó hacia ella, levantando su mano hacia su frente para tocardelicadamente un mechón de su cabello. Ella no se apartó, la mirada fija en lanada entre ellos, mientras sus dedos continuaban el trayecto del mechón decabello que caía al lado de su rostro. Titubeó un momento cuando su manollegó brevemente a su hombro, recordando vívidamente la manera en que elrizo había escapado su peinado para reposar sobre su cuello, deteniendo sucorazón en su pecho segundos antes de besarla. Lo buscó nuevamente, entrelos mechones oscuros que bajaban por su espalda, pero estaba perdido en lacascada sedosa y no se atrevió a buscar el lugar donde había llegado adescansar contra su piel. Era como si nunca hubiera existido, nunca sucedido,y sería mejor olvidarlo.

Permitió que su mano explorara desde lo alto de su cuello hasta dondecomenzaba la curvatura de su pecho donde este mechón terminaba en un rizo.Sin poder contenerse, presionó un dedo sobre el rizo, separando el pelo,creando un abanico sobre su corazón. Después movió su mano hacia elcuello, sus yemas siguiendo el camino del hombro hacia donde la sombra delescote entre sus pechos lo hizo detenerse involuntariamente. El calor de supiel le dificultaba pensar, recordar por qué estaba ahí ella. Él sólo sabía que loúnico que importaba es que ella estaba frente a él, permitiéndole tocarla.Inhaló aire hacia su pecho con esfuerzo y encontró que se estaba moviendopara acercarse a ella. Para mantenerse alejado de la tentación de besarla, miróhacia abajo.

Las manos de ella sostenían la silla con fuerza, sus nudillos blancoscomo hueso, más blancos que la mascada que aún sostenía. Irradiaba tensión,inmóvil como estatua. Levantó la vista hacia su cara y la encontró con losojos muy abiertos, la mirada fija en algún lugar cerca de su barbilla. Ahora semovía con deliberación, cerrando la distancia que separaba sus labios de losde ella, hasta que su boca se detuvo justo sobre la de ella.

Cuando los labios de ella se abrieron, dejando escapar un leve respiro,él habló. "Es muy tentadora su oferta, Helen, pero yo declino sus servicios."

Ella pareció no escucharlo por un segundo, permaneciendo muy

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quieta con la vista fija en su boca. Como si saliera lentamente de un sueño,sus ojos revisaron rápidamente su cara al reclinarse de vuelta en la silla. Él seapartó, erigiéndose recto y la miró hacia abajo.

Le dio una mirada de simpatía. "Si quisiera una mujerzuela, puedoconseguir una en el pueblo," se disculpó.

Una mezcla extraña entre alivio y furia transformo su cara antes delevantar un muro impenetrable sobre su expresión. Ese muro, también, fuerápidamente reemplazado por disgusto y el anterior eco de desesperación. Élobservó todo esto cruzar por su rostro, esperando en vano que verbalizaraalgo. Pero ella no hablaría.

Él frunció el ceño. "Supongo que todavía puedo ser persuadido.Dígame, querida, ¿cuánto esperaba cobrar?"

Parpadeo rápidamente y volvió su mirada nuevamente hacia su collar."Diez libras," suspiró.

Él se rió. "¿Diez libras? Por Dios, puedo mantener la compañía de lasmás profesionales en Londres día y noche por tal precio."

"Lo puedo reducir hasta ocho," dijo ella sin emoción. "Y puedetenerme por más de dos semanas, pero no más de un mes. El trato es bajo lacondición que me dé el dinero inmediatamente y que yo pueda llevármelomañana en la mañana. Puedo regresar a su servicio la semana siguiente."

Ella evidentemente había considerado todos los términos antes desiquiera llegar a su puerta. Era la proposición más atroz que había escuchado.

"Dudo que la quiera más de una noche," le mintió fácilmente. "¿Y porqué me molestaría en pagar tanto por algo que usted ofrece gratis?"

Él no pensó que fuera posible verla palidecer aún más, pero lo hizo,con una rápida exhalación como si la hubiera abofeteado. Sus manosapretaron con más fuerza la silla y tuvo la impresión de que estaba tratandode suprimir un ataque de náusea.

"Por supuesto. Qué... estúpido de mi parte. Y aquí estaba yo pensandoque me estaba vendiendo barata." Pausó, su nariz inhalando delicadamentecomo si estuviera oliendo algo podrido. Cuando ella finalmente habló denuevo, fue con una ira controlada que reflejaba la suya propia.

"Me preguntó lo que tengo que ofrecer que usted podría querer, LordSummerdale. Si no es esto, ni ninguna otra de las cosas que ya le ofrecí, lesuplico que me diga ahora si hay alguna manera que usted pueda ayudarme."

Él esperó hasta que ella lo vio a los ojos, calculando la profundidad de

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su necesidad. Ella no podía ser reducida a nada más bajo que esto, pensó. Surogar y su suplicar y su voluntad de venderse a sí misma indicaban que podíapedir lo que fuera.

"La verdad," le anunció.Ella se tornó rígida pero no evadió su mirada. "¿Quiere saber sobre mi

compromiso?""No, Lady Helen. Yo tenía dudas sobre la verdad de los rumores, pero

usted ya los comprobó como ciertos para mí esta noche.""¿Entonces qué?" demandó entre dientes."Para qué quiere este dinero. Ese es mi precio – saber qué es lo que

quiere con tanto anhelo. Y no me diga que es alguna trivialidad hogareña, amenos de que sea la verdad. Requiero ver con mis propios ojos lo que compracon este dinero."

Su quijada se endureció. Pensó que ella se daría la vuelta y se iría,pero ella sólo cerró los ojos por un minuto, luchando una batalla interna.

"¿Está seguro que no prefiere comprarme?" le preguntó con undesesperanzado sarcasmo.

"Muy seguro."Se reclinó con resignación en la silla, como si de pronto se hubiera

tornado indiferente. "Muy bien. Pero si quiere ver esta… compra, requeriráde algo de esfuerzo de su parte."

Su boca se curveó en una sonrisa sin humor mientras le permitíademostrar su confusión. "Verá," explicó ella, "debe irse de aquí conmigoinmediatamente y estar preparado a viajar por unos días. La suma requeridaserá mucho menor si podemos llevar su carruaje y movernos con rapidez. Sitiene un sirviente que conoce el camino a Holyhead, ayudaría bastante."

"Holyhead," él repitió."Sí, en Anglesey. Estoy segura que ha escuchado de él."Lady Helen Dehaven no perdió tiempo o aliento en explicaciones.

Obviamente, ella confiaba que él encontraría la verdad al final del camino. EnHolyhead, de todos los lugares. Ella continuaba sentada, en expectativa,ofreciéndole este desafío con la barbilla levantada indicando su burla.

Él se levantó del escritorio, propulsado por la curiosidad más fuerteque había sentido en toda su vida. "Vamos, pues."

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Capítulo 9

Era una locura irse a la mitad de la noche, pero se rehusaba a

renunciar a su desafío proponiendo esperar a que amaneciera. Ella no habíadicho una palabra desde que regresó de cambiarse el vestido, excepto parainformar a Thomas, el único galés a su servicio, que una ruta rápida era devital importancia antes de subirse al carruaje y guardar absoluto silencio.

Lo ignoró por completo, lo cual le vino bien. Era más difícil mantenerun nivel adecuado de desprecio cuando estaba vestida de nuevo en suacostumbrado y modesto saco de papas. Él no cuestionó su impulsividad alacceder a esto. Había cartas que escribir y decisiones que tomar. No podíagastar semanas divagando por el campo. Y sin embargo aquí estaba,abandonando toda propiedad a favor de pasar tiempo en presencia de HelenDehaven.

La decisión de quedarse en Herefordshire había sido simple, y llenade cobardía. Había sido lo más fácil de hacer para evitar la tentación queofrecía Clara. Sus cartas lo alcanzaban hasta acá, pero ella no. Cada vez quepensó que había logrado olvidarla, otra carta llegaba brindando sentimientosque atizaban remembranzas de su tiempo juntos y le recordaban que estabaen un matrimonio sin amor, apelando tiernamente a su aún vulnerablecorazón. Él temía que con una sola palabra podría volver a enamorarlo tanperdidamente de ella – más profundamente, aún, que como la amaba cuandose había casado con el duque.

Mujeres traicioneras. Una estaba sentada ante él, tan voluble ahoracomo lo había sido en su juventud, viendo el paisaje por la ventana delcarruaje. Él todavía no sabía si se había quedado en Herefordshire para evitara Clara y a Londres, o si era porque había querido la oportunidad de ver lasonrisa de Helen otra vez. Un deseo insensato, al final, ya que no había vistonada más que ansiedad en ella desde el momento que reapareció. Sentía unasimpatía extraña con Henley. Si alguna vez conociera al hombre, podríanconmiserar sobre la inconstancia de las mujeres enamoradas. Había pensado

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que querer a Clara era el colmo, y hacerlo admitir que la amaba a ella aúncuando ella le pertenecía a otro. Pero el pobre de Henley seguro sufrió peor,el haber tenido el amor de Helen a tal grado que se entregó a élcompletamente, para luego rehusarse a casarse con él. Lo debe haber vueltoloco.

Cualquiera que osara sentir algo por ella podría volverse loco confacilidad, con su inclinación a mantener todo secreto. Así era a veces, habíanotado en otras personas que conocía. Mantenían todo cerca, determinados ano ceder la menor de las verdades, aún si al contarlas no sufrían ningúnriesgo. Pero nunca le había importado mucho forzar la verdad a la superficie,hasta que la conoció a ella.

Sintió que podía quedarse dormido en el oscuro silencio. Elmovimiento rítmico del carruaje lo arrullaba a un estupor que trataba deresistir con algún tipo de conversación útil.

"Dígame, Lady Helen. ¿Qué habría hecho si yo me hubiera rehusado aayudarla?" le preguntó, disimulando su intenso interés en su respuestaempleando un tono de curiosidad ociosa.

Ella se notó algo molesta ante la distracción. Aparentemente laoscuridad absoluta le era fascinante. "No tenía otro plan," respondióencogiéndose de hombros.

"¿Ningún otro plan?" repitió, levantando las cejas. "¿Tan desesperadacomo se veía, aún así apostó todo a que yo la quisiera ayudar? Pensaba queera más práctica."

"Todo está en juego. No era una apuesta." Lo observó por unmomento, estudiando su expresión brevemente bajo la luz de la luna que sefiltró. "Ah, veo que no está satisfecho con esa respuesta. Bien. Yo habríatomado un caballo hasta donde alcanzara a llevarme sobre el camino haciaLondres antes de morirse exhausto, después habría mendigado para pagarle auna carreta o robado una bolsa o dinero para un carruaje. Fallando eso, habríacaminado o me habría arrastrado en manos y rodillas hasta llegar a miabogado o con Alex y me habría humillado al grado necesario. En breve,señor, habría hecho cualquier cosa. ¿Eso le satisface?" le preguntó irritada.

"Me supongo que deberá satisfacerme, aunque no me imagino por quéno trató de ir a Londres en primeras."

"Porque ya le dije," dijo impacientemente mientras echaba miradasfulminantes hacia la ventana. "No tengo tiempo que perder."

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"Y es más deseable darse prisa que mantener cualquier tipo de honor,"le contestó.

"Honor," prácticamente se burló. Era sorprendente, observar cómo susmodales se desmoronaban de tal manera para revelar lo que sentía. "Que Diosme salve de los hombres y sus nociones de lo que es honorable y lo que no loes. Veo claramente que usted y mi hermano están cortados de la misma tela.Pero por lo menos él no habría requerido tanto de mí como usted lo hahecho."

Emitió un gruñido incrédulo ante esto. "Le he pedido únicamente laverdad." Algo que nunca antes había tenido que requerir, permitiendo que eltiempo y la confianza y la naturaleza humana tomaran su rumbo. Era lo únicoen lo que se destacaba, tomar la medida de otras personas y eventualmente,siempre, aprender la verdad. "Pero puedo ver lo preferible que es para ustedvenderse a sí misma."

Ella no dijo nada por un largo rato, viendo pasar la noche por laventana. La escasa luz de la luna delineaba la curva de su mejilla, la únicaesquina de ella que él podía ver en la oscuridad. Cuando finalmente habló,fue para hacerle una pregunta.

"¿Cuántos años tiene, mi lord?"Toda la lucha había escapado de ella, y sonaba cansada. De hecho, en

realidad sí debería estar exhausta, tras haber cabalgado hasta su casa ydespués pasado estas últimas horas en el carruaje. "¿Cuántos años?"preguntó, dudando si la había escuchado correctamente, y si la tristeza quehabía notado en su voz fue imaginada.

"Sí. Yo me imagino que como veintinueve años, quizás."Había una especie de melancolía en su voz. "Treinta y uno,

cumplidos," contestó."¿Y en treinta y un años, nunca ha tenido algo que protegería por

sobre todas las cosas, algo por lo que sacrificaría su honor?"Se concentró en el pedacito de ella que estaba iluminado, sus pestañas

abanicadas sobre su mejilla blanca. La imagen de ella quitándose la mascadaa la luz de la hoguera lo asaltó; la memoria de su beso presionado en suslabios.

"Treinta y un años, y usted piensa que la verdad es tan sencilla deotorgar." Ella pausó y luego le dio una breve risa cansada. "Claro está, no mepidió que se la diera. Me la compró. Mi cuerpo no es premio suficiente. Usted

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no estará satisfecho a menos de que logre tener acceso a mi alma."Sintió la atracción de ella en el interior oscuro del carruaje. Sabía, sin

verla, que había amargura y tristeza en sus facciones, y líneas de cansancioalrededor de sus ojos. "¿Es a donde vamos, Helen?" preguntósilenciosamente, sin querer pedir demasiado cuando parecía que finalmentese abriría a hablar. "¿Es su alma lo que nos espera al final del camino?"

Ella no se movió, ni siquiera parpadeó. "Así es," susurró, y había talangustia en su voz que no se atrevió a pedir más.

"¿Cuántos años tiene, Helen?" le preguntó, aunque sabía cuál era suedad. Era tan sólo algo de qué platicar.

"Muchos." Reclinó su frente contra la pared del carruaje, cerrando susojos. "Tantos como la tierra. Y tan pisoteada como ella."

Él ya no hizo más preguntas. Ella parecía poder quebrantarse con unapalabra más, un prospecto que encontró intolerable. Al siguiente punto deescala, bajó del carruaje e instruyó al cochero contratar caballos frescos, sinimportar el costo, para poder viajar rápidamente y sin pausa.

Ella siguió a la hostelera por las escaleras a un cuarto pequeño. Por lo

menos el hostal se veía limpio y confortable, lo que la tranquilizó deinmediato. Sintió la presencia de Lord Summerdale tras ella, pero por primeravez desde que había ido a su casa tenía menos miedo de él que de lo que laesperaba aquí en Holyhead. Cualquier cosa pudo haber sucedido – Katiepodría estar a la puerta de la muerte tras un cruce atroz sobre el mar y serconfinada en una prisión. Pero Maggie estaría aquí, la servil chica se lo habíadicho. Esto la consolaba ante cualquier otra cosa que pudiera encontrar.

En la recámara, Maggie estaba arropando el pequeño bulto en la camaque no podía ser más que Katie. Helen sintió una especie de euforiadesquiciada al finalmente ver prueba de la niña, aún cuando sólo había unoscuantos rizos negros sobre la almohada para confirmar la presencia de Katie.

"Maggie," susurró, escuchando el temblor en su voz. "Maggie, yaestoy aquí."

El alivio en la cara de Maggie cuando la volteó a ver expresaba sinpalabras lo que tuvo que sufrir desde que partieron. No dijo nada, sólo vino

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hacia Helen y la abrazó cariñosamente, sosteniéndola en sus brazos mientrasHelen se mordía el labio e intentaba detener el temblor que la envolvía.

"Ya, sabía que vendrías," dijo sencillamente, el sonsonete irlandésreduciendo a Helen a las lágrimas.

"¿Oh, lo sabías, eh?" le preguntó con una risa temblorosa. "Yo notenía idea si podría arreglármelas para venir o no. ¿Pero supongo que tútienes el don de ver el futuro, Maggie Conway?"

"No, eso no. Pero tengo el don de verte como eres. Únicamente elmismo diablo podría mantenerte alejada de aquí." Reclinó su cabeza haciaatrás y acarició el cabello de Helen una vez más antes de separarse y voltearla vista hacia la puerta. "Espero que ese no es el diablo al que le tuviste quepagar para venir," murmuró.

Helen no se dignó voltear a ver a Lord Summerdale. Pasó dos nochesy un día completo en ese carruaje, ocupado únicamente de silencio mientrasél la observaba como si ella fuera un insecto particularmente fascinante. Peroél era lo menos importante en el mundo para ella ahora. Después, cuandonecesitara su maldito dinero, le pondría atención. Por el momento, caminósilenciosamente hacia la cama y Maggie la siguió.

"Mi prima Janet fue por agua. El doctor prometió que regresaría hoyen la noche, así que llegaste justo a tiempo."

Helen observó a la chiquilla en la cama, aún sin poder discernir másque un montón de rizos. Se arrodilló en el piso y se inclinó, tirandoligeramente de la sábana para poder ver la cara de Katie. La chiquita estabaruborizada, con radiantes manchas rosas en sus mejillas, pero no parecía tenerfiebre. Tenía facciones fuertes – cejas cafés, muy derechas enmarcando unacara cuadrada con altos pómulos que sobresalían atractivamente, una barbillarecta y una naricita perfectamente recta. Así que esta es Katie.

"Hola," susurró Helen, acariciando un ricito suave tras su delicadaorejita para levantarlo y besarlo mientras se acomodaba para sentarse en elpiso. "Hola, Katie." Y reclinó su cabeza sobre la cama, no muy lejos de laalmohada, y trató de no pensar en cosas perdidas.

Cuánto tiempo estuvo de esa manera, no podía adivinar. Cuandolevantó la vista de nuevo, Lord Summerdale y Maggie se habían ido, y unamujer que tan sólo podría ser la prima Janet estaba sentada al lado de lapuerta. Cuando Helen vio a Janet a los ojos, recibió de ella un movimiento decabeza y un gesto hacia la puerta.

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"No dejaré sola a la niña por mucho tiempo," le dijo con firmezacuando salieron al pasillo. "Sólo quiero decirle que siento mucho losproblemas que acontecieron. Yo he ayudado a ver por la niña desde que llegócon nosotros, y me avergüenza que esto le sucediera bajo mi cuidado. Hehablado con el dueño del hostal y me permitirá trabajar aquí por un salariopara poder pagar mi pasaje a Irlanda."

Helen sintió su boca abrirse en sorpresa ante este discurso. La mujertenía el aire de una sirviente en penitencia. "Pero, Miss Janet..." sacudió sucabeza esperando aclarar sus pensamientos de la neblina en la que nadaban.No había dormido y su cerebro estaba tomando tiempo para pensar. "No haynecesidad, por supuesto. Usted se irá con Maggie en el próximo barcodisponible. Por favor no se preocupe sobre dinero."

"Precisamente, ese es mi trabajo." Lord Summerdale se acercó dedonde estaba escondido en las sombras con Maggie. Dio a Janet una amablemirada como permiso para retirarse y señaló con un movimiento de cabeza lapuerta. "Quédese con la niña, por favor. Necesito hablar con Lady Helen."

Janet no perdió tiempo en obedecerlo, y Maggie se apresuró aseguirla. Helen siguió con la mirada a Maggie mientras pasaba, recibiendo undiscreto movimiento señalando no, como respuesta a su silenciosa pregunta.Maggie no le había dicho a Summerdale quién era Katie. Gracias al cielo.

"Bien, Lady Helen," comenzó cuando ella se volvió a él con unsuspiro. "Maggie me dice que la niña se está recuperando y que el próximobarco es mañana al medio día. Abajo hay una cuenta que hay que pagar porlas acomodaciones de hoy en la noche, los pasajes que hay que comprar, y sinduda del doctor que visitará hoy en la noche. No hay necesidad de verme detal manera, pagaré todas esas cuentas y cualquier otro gasto que surja. Peroestoy esperando."

Ella no tenía la fortaleza para concebir ninguna emoción más que unavaga sospecha. "¿Esperando qué, mi lord?"

"Una explicación, por supuesto," le contestó fríamente. "Ese fuenuestro acuerdo."

"¿Lo fue? Como yo lo recuerdo, le pedí la suma necesaria a cambiode permitirle ver lo que su dinero compraría. Usted puede ver cómo su dinerose va a utilizar. No tengo memoria de haberle ofrecido una explicación. Ustedtendrá que juzgar por usted mismo y encontrar significado en mis accionescomo desee."

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Algo pasaba cuando hablaba con él que la hacía sentirse más fuerte,aún cuando podía ver que estaba enojado. Levantó las cejas hacia él,sabiendo que había tenido éxito en frustrarlo por completo. Pero estabacansada y con poca paciencia y nada de esto era de su incumbencia.

Frunció el ceño hacia ella. "¿Cuánto me costaría una explicación?""Eso no está a la venta, mi lord."Se veía preparado a presionar el asunto pero antes de que pudiera

abrir la boca el doctor llegó al descanso de las escaleras. Helen fue hacia elhombre de inmediato, acechándolo con preguntas sobre Katie mientras LordSummerdale se dio la vuelta y los dejó.

Katie durmió toda la noche, y la mitad de la mañana. Habría

preocupado más a Helen si hubiera tenido un sueño inquieto, pero la niñaparecía estar en perfecta paz. Tras varias noches en vela llenas de tos ydificultad para respirar, el doctor insistió que Katie sólo necesitaba dormirpara recuperarse por completo. Descanso y un clima cálido, dijo, y ya que nopodían cambiar el clima, la dejaron dormir a su antojo.

La doncella ofreció supervisar el desayuno de Katie mientras Helenbajaba las escaleras con Maggie para despedirse de nuevo. Summerdale noparecía estar presente, habiendo dejado el hostal la previa noche paraquedarse en alojamientos más lujosos. Sin duda resentía esperarinstrucciones, pero por lo menos había mandado a sus sirvientes paraasegurarse que cubrieran cualquier necesidad que surgiera.

"La niña piensa que eres una maravilla del mundo, Helen. ¿Sabes?"dijo Maggie. "Le han contado sobre ti a través de los años. Eres como unhada madrina para ella."

"Sólo espero poder cumplir con sus expectativas." Observaba a laprima Janet instruir a los lacayos sobre el equipaje. "Yo no sé – nunca hesabido, cómo hacer esto sin ti."

"¿Qué, ayudar a criar una chiquilla? Yo no tengo más experiencia quetú."

"Pero tú eres mucho más capaz que yo, Maggie, y tanto más fuerte."Resopló con indignación. "Helen Dehaven, tú eres la persona más

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fuerte que he conocido, que me parta un rayo si no." Maggie sacudió lacabeza en un despido impaciente. "Ahora, el doctor dice que te puedes ir hoysin preocuparte y que si la mantienes arropada, da lo mismo que quedarseaquí. Estará viajando cómodamente, gracias a su señoría."

"¿Sabes que no pidió nada más que venir y ver por sí mismo lo queera tan importante para mí?" le contó a Maggie, ya que no habían podidohablar de ello. "Qué hombre tan extraño. Bueno, no ha ocasionado ningúndaño, creo, y ahora su carruaje te espera, Lady Maggie."

Se inclinó en una profunda reverencia hacia Maggie, esperandoesconder la tristeza infinita que sentía al tener que despedirse una vez más.Enderezándose con una brillante sonrisa, vio que Maggie tenía extendida sumano hacia ella. "¿Puedo besar su mano, oh, Reina Margaret?"

"Leal súbdita, es lo que eres," dijo Maggie al borde de la lágrima."Dirán que se me subieron aires de grandeza a la cabeza cuando llegue acasa."

La idea de Maggie en su casa, rodeada de gente que Helen nuncahabía conocido, la tornó seria. Tomó la mano de Maggie.

"No te he dicho, Maggie, nunca. Nunca te he dicho–" Presionó suslabios. "Tú has sido mi mejor amiga – y amiga es una palabra taninsignificante..." Se dio por vencida y miró a su amiga a los ojos a través delas lágrimas.

Maggie se veía como siempre lo había hecho: infinitamente capaz,evidentemente buena. Su cara mostraba la misma combinación de sentidopráctico y compasión que Helen había visto en otro hostal, cuando susalvadora había limpiado la sangre de sus piernas.

Ese recuerdo le ocasionó un nudo en la garganta, y abrazó a Maggie,sosteniéndola fuertemente. Maggie la sostuvo solamente un momento,hablando suavemente en su oído. "Sólo hice lo que era correcto. Hay bondaden este mundo, Helen, y te haría bien comenzar a creer en ella de vez encuando."

Esas fueron las palabras con las que Maggie la dejó, sin siquieraañadir un adiós a este último pedacito de sabiduría, como regalo de despedidapara su amiga.

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Se fueron de Herefordshire esa tarde, Helen tomándose la molestia de

ver que la niña estuviera cómoda para el trayecto. Él la observó hablando conel conductor, siendo testigo por primera vez del encanto extraordinario queejercía cuando deseaba engraciarse. Tenía una manera de dar órdenes almismo tiempo que delegaba autoridad a los sirvientes que les complacía porcompleto acceder a las peticiones que hacía, cuando esa arrogancia molestabatanto a Stephen. Aunque ella no había hecho nada para hacerlo sentir siquieraigual a su propio lacayo, dictando lo que necesitaba cuando lo necesitaba, sinpretender en absoluto que lo valoraba para nada sobre el servicio queproporcionaba a sus propias necesidades.

Se subió al carruaje después de ella, dándole la capa que él le habíacomprado a la niña compulsivamente. Helen la vio por un momento pero nocomentó sobre el lujo de la vestimenta, envolviendo a la chiquilla con ella sintocar el grueso borde de piel. La chiquita miró con ojos enormes el paisaje dela ventana durante la primera hora del trayecto, ocasionalmentepreguntándole a Helen sobre las cosas que veía en el camino y viendo contimidez de vez en cuando de reojo a Stephen antes de quedarse dormida denuevo. Se veía muy bien, con tan sólo un par de ojeras oscuras enmarcandosus ojos, indicando que había estado enferma.

Él no tenía idea qué podía concluir acerca de todo esto. Todo lo queHelen hizo por esta criatura... Había rogado y suplicado, se había degradado así misma por esta pequeña, pero era obvio que era la primera vez que seconocían. Luchó como leona por la niña, y era claro que nada en este planetale era más precioso. Ella debe ser la madre de la niña, era la única respuestaal enigma. ¿Pero por qué habría rehusado a Henley, si lo amaba tanto y sihabía estado embarazada también? ¿Y por qué razón tener al bebé enInglaterra, mandarla a Irlanda, y regresarla ahora? Él no pensaba que la niñasabía que Helen era su madre – se refería hacia ella como "miss", pero habíamaravilla en sus ojos cuando veía a Helen. Exactamente como uno esperaríade una niña cuando conoce a su madre por primera vez.

Pensar sobre esto le dio un terrible dolor de cabeza, y comprendíaperfectamente que ella nunca aclararía el misterio para él. Ni contestaríaninguna pregunta sobre la niña a menos que pudiera acapararla a solas, yprobablemente ni siquiera así.

Sentía menos disgusto de lo que había esperado. Muy bien, había

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tenido una bastarda y la había ocultado del mundo. Lo que encontrabadeplorable era que escondiera la verdad de la hija que obviamente adoraba, yque continuara a rehusar la ayuda económica de su hermano cuando estacriatura dependía de ella.

Helen estaba sentada con los brazos alrededor de la niña, recargada enla esquina opuesta a él, con la chiquilla descansando sobre ella. Qué pose tanmaternal.

"¿Cómo era su madre, Lady Helen?" preguntó, buscando una maneraindirecta de forzarla a impartir algo de información.

Abandonó su profunda contemplación de la pequeñita durmientecubriendo con la mano su espaldita como para protegerla de un peligroinminente. Subió la vista saliendo de un pensamiento preocupante y no lohabía escuchado cuando le habló. Lo observaba tan perdida como cuando lahabía besado, un terror como nunca había visto expresado hacia él, mientrascubría la espalda de la niña con sus manos.

"Yo... ¿mi madre?" preguntó, el terror disipándose el momento que lovio a los ojos.

"Sí," continuó, ignorando la rareza de su humor. "Pienso que debehaber tenido un carácter muy fuerte, si su propio acoso es alguna indicación."

"¿Acoso? ¿Usted piensa que yo la acoso?" Tornó su mirada de nuevohacia el bultito en su regazo frunciendo el ceño con preocupación.

"No, no a la niña. Más bien me refería a mí mismo, y al doctor en elhostal. Usted es adepta a dar órdenes, sabe," le informó lastimosamente."Pensé que su habilidad en esta materia podía haber sido heredada."

Una ligera curva en sus labios reveló su diversión, encantándolo conla maleabilidad de su boca. "No del todo heredada, no. Mi madre tenía pocoque ver conmigo, como regla general. Si me encuentra del todo dictatorial, laculpa debe ser atribuida a una serie de institutrices estrictas. Y al ejemplo deMaggie, también."

"Sus padres..." Él titubeó, pero ella parecía hablar de ellos confacilidad. "Murieron cuando usted era muy joven, ¿no es cierto?"

"Cuando tenía catorce años. No los conocí muy bien. Mi padre estuvoenfermo por algunos meses y mi madre asistió su lecho y no me quiso cerca.Al final, ella murió antes que él, en un accidente. Ella estaba encinta y setropezó en las escaleras." Habló de esto como en un trance. Probablemente nohabía dormido mucho, lo que explicaba su repentina voluntad de confiar en

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él. "Mi madre murió después de que el bebe nació muerto. Fue muy... muysangriento. Detesto la sangre. Mi padre murió una o dos semanas después. Noquedaba nada en el mundo para él cuando mi madre murió. Alex y yoéramos..." Levantó los hombros con indiferencia. "No éramos suficiente.Siempre fuimos excluidos del pequeño mundo que habían creado juntos. Losdistraíamos de su gran romance, y no hay mayor pecado para dos personastan enamoradas."

"Suena como una infancia muy solitaria," observó, esperando que sudisposición continuara. Intentó no pensar en su propio gran romance conHenley, pero falló.

"Yo tenía a Alex. Nosotros creamos nuestro propio mundo paracontrarrestar el suyo. Pero el nuestro era un mundo infantil, con juegos ytravesuras que nos gastábamos el uno al otro. Él disfrutaba de dejar sapos enmi cama," ella sonrió. Su rostro perdió el brillo del recuerdo y se volvió tristecuando dijo, "Nos cuidábamos el uno al otro."

Como Edward y yo, pero por razones completamente distintas. Sintióuna repentina oleada de soledad, viendo su brazo alrededor de la niñamientras hablaba de su querido hermano. Aún en su caída y en su destierro,ella poseía más de lo que él nunca había tenido.

Nadie. Él no tenía a nadie en su vida, un hecho que siempre habíaevitado admitirse a sí mismo por completo hasta ahora. Su hermano, unaliado cauteloso en las batallas de su familia a través de su infancia se habíaconvertido en su amigo como un adulto, solamente para morir demasiadojoven. Clara era la única otra persona que le enseñó algo de amor, cómoabrirse a sí mismo ante otro ser humano, y sentir que su vida era más que undesierto baldío. Y la había perdido.

Quería preguntarle a Helen si ella comprendía su propia buenafortuna. Ella tenía a sus aldeanos, su círculo de amistades cercanas, estaadorable y frágil hija. Ella nunca podría saber lo que significaba estarcompletamente solo, sin alguien a quien recurrir, o las profundidadesinmensas de la solitud que pueden surgir de la oscuridad de un carruaje quecontiene una mujer y una niña que no son parte de él.

Él no se había dado cuenta de las profundidades de su soledad hastaque había permitido que ella entrara a su vida y ella lo expulsó hacia el fríouna vez más.

"¿Y usted, mi lord? ¿Intercambiaremos historias de vida en la

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ausencia de otro entretenimiento? Cuénteme sobre su familia."Él contempló relatarle sobre la infinita burla de su madre, el

criticismo de su padre, cómo enemistaban a sus propios hijos uno contra elotro. Cómo su piel nunca fue lo suficientemente gruesa para resistir esosaguijones. Cómo él era una aburrida decepción para todos ellos.

"Yo solía tener un hermano, también," se sorprendió a sí mismo aldecirlo. "Murió hace poco tiempo. Él era..." Sacudió su cabeza ligeramente."Mi padre murió este año. Tengo dos hermanas más chicas. Lo siento, suenamás como una lista de lavandería que como una familia. ¿Qué hay de la niña,Katie, se llama? ¿Tiene hermanos o hermanas?"

Eso pareció haberla desarmado. Sus ojos perdieron enfoque y abrazócon más fuerza a la chiquita, volteando a ver las montañas a la distancia.

"No, no tiene."Se mantuvo en silencio hasta que llegó la noche, cuando se detuvieron

en un hostal. Aún entonces, ella sólo le agradeció al conductor pormantenerse en un camino tranquilo antes de arropar a la pequeña y subirla alos cuartos privados que Stephen reservó para ella. Él fue a su propio cuarto,dejándola con la niña, recordando la sonrisa que tocó sus labios, y cómo sehabían movido bajos los suyos, sintiendo el aislamiento tan agudamentecomo un hombre hambriento prevenido de entrar a un banquete.

Ya tarde en la mañana del tercer día, llegaron a su tranquilo pueblo.

Hablaron poco durante el viaje, ya que la niña consumió su atención aúncuando durmió casi todo el tiempo. Helen dijo que la chiquita no dormía bienen las noches por la tos, y las ocasiones que durmió durante el camino sedespertaba sudando, ligeramente febril.

Observó a Helen incrementar su preocupación durante los días delviaje, y dormir en el carruaje junto a la niña. Era una imagen que habíallegado a adorar y envidiar al mismo tiempo. Pero ella virtualmente loignoraba, siendo cortés al punto de la indiferencia. Él suponía que ella estabainundada de recuerdos de su previo amante, el padre de la pequeña, de quientan impetuosamente se había alejado. Si Henley era el padre. Si Helen era lamadre. Por poco probable que pudiera parecer, no podía negar que ella

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actuaba como la madre y que no había otra explicación.Ella dirigió el carruaje hacia la casa del herrero en lugar de la suya. Él

descendió tras ella y observó con sorpresa que depositaba a la niña con lafamilia, en un cuartito acogedor. Ella actuaba como si él no estuviera ahí enabsoluto, indignándolo. Él hablaría con ella. La necesidad de obtenerrespuestas crecía cada vez más urgente a medida que entendía que la niñapermanecería ahí y no con ella.

Stephen esperaba impacientemente el momento cuando pudiera hablara solas con Helen. Cuando finalmente se dio cuenta que la oportunidad no sepresentaría por sí misma, caminó hacia ella y demandó su atención con elsimple acto de permanecer a su lado, observándola en silencio. No lo podíaignorar permanentemente, así que finalmente se excusó y lo siguió al exteriorde la casa.

"¿Bien?" demandó ella impacientemente. "¿Qué pasa? Es libre deretirarse, mi lord. Ha otorgado lo que prometió y no lo volveré a molestarmás."

"Ya hemos cruzado mucho más allá del momento donde usted mepudo haber despedido de este asunto a su antojo," espetó, furioso ante la ideade que esto sería todo lo que habría de ocurrir entre ellos, que ella nopermitiría nada más.

"Me ha dejado claro que no me explicará la criatura a mí, pero nonecesita hacerlo. Lo que yo quiero saber, Helen, es cómo puede tener tantoafecto por la niña y aún así continuar mintiéndole."

Sus cejas se fruncieron en confusión indignada. "¿De qué habla?¿Cómo le he mentido yo a ella?"

Él alcanzó a agarrarle la muñeca y la jaló hacia él para no tener quegritar. Ella se resistió, torciendo el brazo para liberarse, pero él no la dejaríair. Él apretó los dientes y le susurró furiosamente.

"Permitió que otros la criaran, y cuando finalmente la trajo de vueltacon usted, es para que otros continúen cuidándola en su lugar. Ella no tieneidea, ¿verdad?" demandó. "Yo supongo que usted pretende ser amigable conella, pero le hace un daño al esconderle la verdad y negarle el apoyo que suhermano pueda brindarle."

Ella se paralizó, el shock arribando a sus facciones. "¿Usted cree quees mía, no es así?" Lo observó por un momento, y sus labios emitieron unaligera contracción de diversión. "Lo debí haber adivinado, pero pensé que era

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más astuto que eso.""Usted no ofrece ninguna otra explicación, lo que me fuerza a llegar a

mis propias conclusiones." Al negar su relación con la niña y al burlarse de éllo hizo apretarle la muñeca más fuertemente, cuando lo que realmente queríaera sacudirla hasta forzarla a admitir que él jugaba una parte en su vida."Maggie me dijo que la niña tiene seis años. Es demasiada coincidencia, ¿nole parece? Y usted amaba a Henley. Lo que no puedo entender es por quéusted tendría la bebé aquí para mandarla después a Irlanda, si sentía tantoafecto por ella y por el padre."

Ella lo miró inexpresivamente. Sacudió su cabeza ligeramente ennegación, pero él no toleraría eso. Sus secretos le molestaban al punto de ladesesperación. Él debía obtener la verdad, y en el siguiente momento le hizolas preguntas que lo habían acechado durante días.

"¿Henley sabe? ¿Mantiene contacto con él?" Se guardó con fuerza loque realmente quería saber – si todavía eran amantes; si se encontraban ensecreto. Se dijo a sí mismo que era indignación, pero no podía evitar sentirque realmente eran celos – agudos, mortificantes, incivilizados celos – losque surgían dentro de él, forzándolo a hacer esas preguntas.

Ella lo vió fríamente, contestándole con voz mordaz, "Usted es unidiota. Déjenos ahora."

"No me iré a ningún lugar, madame, hasta que sepa la verdad."Él no la acercó aún más, pero ella tampoco se apartó. Estaban

enlazados en esta pose, mirándose furiosamente el uno al otro, cuando elherrero llegó ante ellos y la convocó a entrar rápidamente, la urgencia y laconsternación en su voz inmediatamente comprendidas.

Helen entró a la casa el momento que la soltó. Él no la podía dejar, nopodría, sin importar que ella deseara que él se fuera. En el cuartito brillante laniña estaba sentada en la cama, le presionaban un paño a la boca mientrastosía. Era un sonido desesperante, demasiado alto y violento para venir deuna chiquilla tan pequeña. El sonido ayudó a comprender el miedo reflejadoen la cara del herrero. Helen acarició la frente de la niña hasta que setranquilizó de nuevo. Le tomó mucho tiempo, y cuando finalmente terminó,era claro que la pequeña tenía fiebre.

Helen vio al herrero que esperaba de pie y asintió la cabeza, lo quemandó al hombre corriendo fuera de la casa. Debe haber ido por el doctor.Helen se quedó sentada, su mano en la frente de la chiquita, viéndose

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completamente derrotada. Él pensó que ella debió haber temido esto, y queahora temía algo aún peor.

"Miss Helen," dijo la niña con un afán tímido, sus ojos brillantes confiebre. "Quiero pedirle algo antes de que se vaya. ¿Puedo?"

La mirada de impotencia de Helen cruzó el cuarto y lo alcanzó, sumano apretando el paño que sostenía. Se veía perdida, como si no pudieraimaginarse qué debía contestar. Pero tras un momento se volteó hacia la niña,su cara relajándose en aceptación.

"Me puedes pedir lo que quieras."Stephen consideró retirarse, pero no se atrevía a dejar esa escena.

Sintió su respiración cortarse con anticipación. La verdad arribaría. Lareconocía, la olía, filtrándose en el aire como humo bajo la puerta.

"Me dijeron que conoció a mi mamá y a mi papá." Se detuvo ante laemoción que surgió en la cara de Helen brevemente.

"Quieres saber sobre ellos," Helen dijo, recuperando la calma."Voltéate un poquito, para que te pueda recoger el cabello. Eso. Sólo losconocí una vez, el día que murieron. El día que te encontramos. No te puedodecir mucho."

Los deditos de la chiquita pellizcaban la cobija que cubría sus piernas."Oh. ¿Entonces de verdad están muertos, miss?"

Helen miró fijamente la cabeza de la niña, acariciando su cabello enun gesto mecánico. "Sí. Me puedes llamar Helen, si prefieres. Los vicuando... Tu padre tenía cabello como el tuyo, negro y rizado. No era unhombre grande. Tenía una cara bondadosa." Su voz era de ensueño, laspalabras flotando por el cuarto como plumas en el viento.

"¿Y mi mamá?""Cabello negro también, pero lacio. Y ojos azules. Manos bonitas. Tu

cara es como la de ella, con facciones fuertes."Él era un intruso. Él sabía que esta conversación era privada y que no

le incumbía. Pero también sabía que Helen Dehaven estaba finalmentecontando la verdad pura sobre esa parte de su pasado. La reconocióinmediatamente, la vergüenza de haberla juzgado incorrectamente losofocaba, inmovilizando sus extremidades.

"Lo siento, nunca vi su cara," ella decía ahora, con voz temblorosa."Ni supe su nombre."

Como si fuera para distraerse, Helen sacó un paquete de su capa,

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desdoblando con cuidado un cuadrito de tela que revelaba listones debrillantes colores. Estaban cuidadosamente planchados, como si los hubierapreparado en anticipación de este momento. Al verlos, la cara de la pequeñase iluminó con deleite. "¡Qué bonitos son!"

Al ver a Helen sintió algo dentro de él dar paso, quebrarse y adherirsea ella cuando las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Ella lo ocultóbien de Katie, cuya espalda estaba hacia ella. Se estiró a donde la niñasostenía los listones, tomando uno verde y recogiendo mechones de rizosnegros en su mano.

"Han sido tan buenos conmigo, los dos," dijo Katie, viendotímidamente a Stephen mientras él educaba a sus facciones a no revelar nada."Me compraron mi capa bonita y todo lo demás. Yo nunca había tenido cosasbonitas." Levantó los listones. "Espero que no hayan costado mucho," dijocon timidez.

Un espasmo de dolor cruzó la cara de Helen, contrayendo susfacciones cuando las lágrimas se derramaron silenciosamente.

"Costaron mucho. Pero el gasto no significa nada ahora. Los compréhace mucho tiempo." Logró ocultar el sonido de su llanto mientras hablaba,atando el listón al cabello de la pequeña y mordiéndose los labios al poneruna mano sobre su cabecita. Su murmullo lo atrapó mientras se deslizabafuera del cuarto, cuando ella se dijo a sí misma tanto como a la niña, "Nuncamás pienses sobre el costo. No importa ahora. Ya no."

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Capítulo 10

Whitemarsh,

Le escribo brevemente para entregarle un mensaje inequívoco: Notenga ningún trato con Henley, de negocios o de otro tipo. Le pido que confíeen mí acerca de este juicio, sin ofrecerle causa para hacerlo. Sólo puedoesperar que mi reputación hable por sí misma para darle valor a esteconsejo.

Acerca del tema de su hermana, dejo todo juicio a usted. He llegado aconocerla mejor, pero me encuentro reacio a hablar en términos de sureconciliación, si de hecho usted la desea. Si usted deseara encontrarla, lapuede hallar y me aventuro a decir que a ella le agradaría que su hermano laencontrara. No diré más sobre el tema.

En cuanto a mí, yo no lidiaré con Henley sobre ningún asunto.Espero que nosotros podamos continuar como socios de actividadescomerciales y juntos mantener este negocio viable, pero si usted escogeasociarse con él, lamentablemente yo debo retractar mi apoyo a estenegocio. Si lo he ofendido de alguna manera con estas palabras, por favoracepte mis más sinceras disculpas.

Mis saludos a Lady Whitemarsh.Summerdale

Contrató un doctor, el mejor que pudo encontrar, mandando al

hombre a Bartle a ver a la niña y a reportar sobre su progreso diariamente. Elcamino que iba de su propiedad a la casa de ella ya estaba desgastado con elpaso de mensajeros y los cascos de su propio caballo. Visitaba cada otro díapara ver si algo se necesitaba.

Suplía lo que se necesitaba, sin ser requerido. En su primera visitatrajo una nueva capa para Helen, reemplazando la que usaba, estropeada.Cuando ella quiso protestar, él le dijo que era ridículo cuidar de la niña perono de su cuidadora – hacía más frío cada día, después de todo – y ella pareció

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demasiado cansada para discutir. Traía un libro cada día que visitaba, algoque le interesaría a la niña, o eso esperaba, y se sentaba a escuchar a Helenleérselo en la cama. Siempre buscaba a su alrededor para notar algo quefaltara, algo que él pudiera proveer, sin saber si lo hacía por Helen, o porKatie, o por su propia consciencia que todavía sentía culpa por haberlevantado acusaciones contra ella.

"Si quiere que la niña se recupere propiamente," dijo el doctor, "ladeben llevar a un clima más cálido. No tengo esperanzas de que suspulmones se fortalezcan."

Así que Stephen habló con Jack, el herrero que ya consideraba estaniña como suya. Era evidente que él y su esposa habían anticipado la llegadade Katie por tanto tiempo que ya sentían por ella tanto afecto como cualquierpadre natural lo haría.

"Tengo un primo en Sussex, en un lugar llamado Eastbourne," dijoJack. Dirigió la mirada hacia su esposa, que los había acompañado a lapequeña cocina mientras Helen estaba con la niña. "Ha sido como unhermano para mí, desde chicos. Me dice que el sol brilla ahí todo el tiempo, yel doctor dice que la brisa del mar le hará bien."

Stephen asintió. "¿Está seguro que será bienvenido con sus familiaresallá?" Si no, allá vive la familia Gildredge, que posee la mitad de las tierrasalrededor de Eastbourne. Ellos ofrecerían cualquier ayuda modesta quepudiera ser necesaria para que la familia se estableciera, si él se los pidiera.

Jack estaba seguro que encontrarían un lugar con su primo. "Pero,"dijo, volteando a ver a su esposa, "él ha tenido en mente por un tiempo que sequiere ir a América. Y estoy pensando que sería aún mejor para ella allá,cuando esté lo suficientemente fuerte para el viaje."

Este se volvió el nuevo cuidadosamente introducido tema de muchadiscusión sobre la siguiente semana. El doctor apoyó la idea de mudarse aEastbourne y pensó que era aconsejable, si la niña se fortalecía después deunos meses allá, considerar mudarla a las Carolinas. Era una repentina yextraña opción para todos, especialmente para una criatura que hastarecientemente no había salido de Irlanda, y así se lo dijo a Jack.

"Está en su sangre, según entiendo," fue su misteriosa respuesta. Peroaunque Stephen le preguntó lo que quiso decir con eso, Jack no diría nadamás al respecto. Fingió ignorancia, y sus facciones se sellaron de la mismamanera que todos los aldeanos obstruían a los fuereños. Stephen todavía era

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un extraño para ellos y siempre lo sería, se dio cuenta.Unos momentos más tarde Helen entró a la cocina y escuchó estas

proposiciones, tornándose completamente silenciosa. Cuando le preguntaronlo que pensaba, no respondió. Jack hablaba de las ventajas que proveerían ala salud de la niña, y ella solamente observaba el fuego en la chimenea,asintiendo ligeramente. Pero cuando mencionaron emigrar a América, levantóla vista, confusa como una chiquilla.

"Ella no estará aquí. Conmigo. Ella no…" Su voz se disipó como sino tuviera más aliento para hablar. Sus ojos se enfocaron en Jack y habló conuna voz que a Stephen le parecía pulsar con dolor y resentimientosuprimidos. "Ella estará contigo. Lejos de mí. Será mejor para ella."

Jack parecía no saber cómo responder. Volteó a ver a Stephen, y lavolteó a ver a ella, y cuando abrió la boca para hablar, ella se dio la vuelta ycaminó de regreso al cuarto de Katie. Su actitud parecía indicar que nohablaría del tema con ellos.

Al principio la idea de su partida parecía una especie de consideraciónteórica pero cuando la fiebre de la niña se desvaneció y ella comenzó arecuperarse, se volvió real. Comenzaron a hablar sobre irse de inmediato,para disfrutar un invierno más templado en el sur. Helen los dejaba hablar ynunca participaba en la conversación, como si dejara todas lasconsideraciones en sus manos. Así que Stephen se ocupó de todo porcompleto. Escribió a sus conocidos en Londres para hacer discretas preguntassobre los mejores lugares para emigrar a América, donde el clima sería cálidoy los prospectos buenos. Habló con el doctor y con Jack, e hizo todos losarreglos necesarios de manera que se iban requiriendo.

Y durante todo este tiempo, observaba a Helen pretendiendo que estono le estaba rompiendo el corazón. Sonreía mientras Katie se fortalecía, y conalegría le contaba a la niña de las aventuras que podría tener en lugares tanemocionantes como Eastbourne.

"Qué suerte voy a tener," le dijo un día cuando Katie estuvo losuficientemente fuerte para tomar una caminata por el sendero, "si voy a teneruna amiga en América. Tienes que aprender bien tus lecciones, para que mepuedas escribir páginas y páginas acerca de todo lo que vas a ver y hacerallá."

La niña platicó animadamente al responder, rosas floreciendo en susmejillas, sin darse cuenta de la emoción en Helen que era tan evidente para

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Stephen. Tanta tristeza emanaba de Helen que él no podía tolerar verla,seguro de que ella se desmoronaría en lágrimas ante la idea de no volver a vera la niña. Observó, en vez, a Marie-Anne, que caminaba al lado de Helen ysilenciosamente tomó la mano de su amiga, viéndose casi tan afligida comoella.

Cuando visitaba, era a casa de Helen donde cabalgaba. Ella siempre lorecibía en la puerta, y caminaban juntos para ver a Katie, que ahora respirabatan bien y comía con tanto apetito que la decisión de irse se hizo deinmediato, antes de que el invierno se estableciera. La fecha se estableció yJack y Sally comenzaron a empacar sus posesiones. Estaban ansiosos con laprisa y se preocupaban de que Katie no tolerara bien el viaje, pero era porHelen por quien Stephen se preocupaba.

Ella prácticamente no hablaba ya, excepto con Katie. Parecía volversemás frágil y distante con cada día que pasaba. Él pensó que ella sólo esperabael día que la pequeña familia se fuera de Bartle, y luego no podía imaginarselo que ella haría excepto desmoronarse en mil pedacitos. Incluso el doctor lonotó, como Stephen descubriría cuando le pidió un momento al hombre y lehizo notar su palidez.

"Melancolía," dijo el doctor, tras dudar un momento acerca de sidebería hablar de ello o no, ya que no se le había contratado para el cuidadode Helen. "Sin examinarla no puedo decir con certidumbre. Pero si es comousted dice y esta no es su disposición usual, me atrevo a decir que puedeesperar que mejore su espíritu con suficiente sueño y con adecuada nutrición.Vea que descanse y que coma más, o se puede tornar en una condicióncrónica, mi lord."

Así que la observó. La venía a visitar aún cuando sabía que ya nohabía nada más que hacer para él, tras haber arreglado la transportación másconfortable y rápida a Eastbourne, una vez que el doctor declaró a Katie listapara viajar. Pero aún venía a ver a Helen, para asegurarse a sí mismo que suespíritu no estuviera aún más desanimado.

El día antes de que Katie y su nueva familia se fueran, Helen norespondió cuando tocó a su puerta. Se volvió para regresar por el camino peroescuchó un golpe que resonó en el día fresco y lo siguió para averiguar suorigen.

La encontró tras la casa, un bosque de flechas a sus pies donde lashabía incrustado con las puntas en la tierra. Mientras la observaba, ella

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arrancaba una del piso, la alineaba con el arco, tirando de la cuerda conviolencia y dejándola ir con un gruñido. Aún a esta distancia el podía ver quela diana ya no era más que un pedazo de madera destrozado. Helen disparabaflechas como si estuviera poseída, sacándolas del suelo y tirándolas sinsiquiera voltear a ver su objetivo. Pero sin fallar un sólo tiro.

Mientras la observaba se le acabaron las flechas y fue hacia la dianapara arrancarlas con un jalón brutal de su brazo. Cuando volvió paracomenzar al proceso de nuevo, lo vio.

La tristeza que había emanado de ella por tanto tiempo habíadesaparecido, reemplazada con furia. Su enojo siempre había sido, las pocasveces que lo había sentido, un desdén frío y controlado. Pero ahora se veíaenfurecida, y la presencia de Stephen sirvió de enfoque para ella. Le lanzóuna mirada casi amenazante al ir corriendo hacia él, pero deteniéndose a unoscuantos pasos.

"¿Bien, mi lord? ¿Por qué ha venido?" Su voz era baja, llena deacusaciones. "Para anunciar que les ha encontrado un lugar en Abisinia, sinduda."

Su pálida faz revelaba cansancio, su cuerpo rígido con tensión. Leocasionó una oleada de afecto, el verla tan infeliz. Su enojo era algo que elpodía recibir, aliviado que al fin ella le podía revelar algo de sus verdaderossentimientos. Pero también podía ver lo que los había ocasionado, y no sepudo contener. Levantó una mano hacia su rostro.

"Vine a ver que estuviera bien, Helen. A ver si esta arruga en su frentese había vuelto permanente." Acarició las líneas de su ceño con su mano,gratificado de ver la tensión relajarse un poco.

Sólo tomó una fracción de un momento para que se alejara de él conun movimiento brusco, como si al tocarla la hubiera quemado.

"No. No puedo tolerar su amabilidad." Volvió su mirada hacia abajomientras hacía de sus manos puños a sus lados, recuperando su ira tras uninstante de vulnerabilidad. Él casi la podía escuchar recordándose a sí mismaodiarlo y no confiar en él. "Vino a verme llorar. Verme destrozada, paradisfrutar el espectáculo."

Él no se molestó en defenderse a sí mismo contra esta acusación. Sequedó de pie donde estaba, esperando aún más. Recordó, claramente, cómohabía necesitado gritar así cuando su hermano murió. No había habido nadieahí a quien gritarle cuando se dio cuenta de la magnitud de su pérdida, y eso

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había sido la peor parte. Si podía estar aquí para ella en esto, a lo mejorpodría hacerse a sí mismo más que un conducto para conseguir una meta. Alo mejor ella le permitiría convertirse en su amigo una vez más, una partemás permanente de su mundo.

Su quietud sólo parecía enfurecerla. Ella se acercó y empujó sushombros, casi tumbándolo con la fuerza de sus sentimientos.

"¿Qué no ve?" gritó. "¡Todo fue para nada! Todo el tiempo y el gastoy la planeación – por años. ¿Entiende? Era para ella, pero era para mí,también. Era para mí. Para que yo pudiera tener algo. Soy así de egoísta."

Se dio la vuelta para alejarse de él, dándole la espalda. "No hay nadaque yo pueda hacer para convertirlo en lo que yo pensaba que sería. Nisiquiera usted, ni siquiera el Conde de Summerdale. Todo lo que usted sabe,y cómo lo sabe – se dice que usted sabe todo lo que pasa, siempre. Pero lomejor que logró fue darle una vida lejos de aquí. Lejos de mí." Su voz setornó áspera, dura por la emoción. "Y es mejor para ella estar lejos de mí, losé. Ella tendrá una familia, ella estará a salvo. Pero yo sólo puedo pensar encómo todo iba a ser distinto, lo duro que he trabajado por un futuro que nuncaveré. Usted no se puede imaginar lo mucho que me detesto por pensar eso."

La amargura de su voz fue punzante, tantas palabras tras tan largosilencio. Lo hizo imaginar el futuro que ella se había construido a sí misma,escondida en este tranquilo pueblo donde pudo haber tenido algo como unafamilia de nuevo. Cuánto ha de haber necesitado el confort y la promesa deeso, y ahora debe observar esa promesa cabalgar alejándose de ella parasiempre.

"No debe odiarse a sí misma cuando es sólo natural sentir una pérdidatan fuertemente."

Se volteó, su enojo regresando hacia él. "Déjeme. ¿Por qué está aquítodavía? Ellos se irán y ya no habrá necesidad de que usted venga. Y usted seirá de todos modos, así que váyase ahora."

"No la dejaré, Helen," dijo tranquilamente, sabiendo que no podíahacer nada para ayudarla. Todo lo que podía hacer era quedarse con ella, yera lo único que había deseado desde el primer momento que la conoció.

"Marioneta de los dioses," dijo ella repentinamente. "Como Helena deTroya. ¡Ha! ¡Qué apropiado! ¡Sin elección y sin control sobre nada!"Levantó su cara al cielo como para que los dioses la escucharan.

Se acercó a él, para empujarlo otra vez. "¡Váyase! Soy una causa

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perdida, ¿no lo ve? Era una causa perdida entonces y soy una causa perdidaahora, lo mismo que usted, así que váyase. ¡Fuera, fuera, fuera!" gritó,dándole empujones en el pecho con cada repetición.

Él no hizo nada más que observarla silenciosamente mientras ellacontinuaba empujándolo hasta que el movimiento gradualmente perdiófuerza, su furia gastándose a sí misma. Finalmente dejó sus manos caer conun sonido desesperado. "Le iba a dar pastelitos," dijo con una risa vacía,como si quisiera burlarse de sí misma si tan sólo no estuviera a punto dellorar.

Él levantó sus manos y las puso sobre los hombros de ella,acercándola sin resistencia hacia él hasta que la cabeza de ella descansó bajosu barba. Ella temblaba ahí. Él lo sintió como un dolor.

"No seré nadie," vino su susurro. "No seré nada."Él inclinó su cabeza, cerrando sus ojos para poder oler mejor la

dulzura de su cabello, deseando evaporar su dolor. Presionó su cara contra elcabello de ella, meciéndola suavemente y le habló en voz baja.

"Usted lo es todo," respiró, y no supo si lo escuchó por sobre suspropios sollozos.

Él no vino a despedir a la pequeña familia cuando emprendieron su

viaje. Les deseó buen viaje un día antes de su partida, sabiendo que Marie-Anne estaría con Helen cuando se despidieran de la niña. Sabía que eracobardía lo que lo mantenía lejos de la escena, un miedo de no ser deseadoahí.

Era, a lo mejor, un miedo sin fundamento, descubrió, cuando encontróa Marie-Anne afuera de la panadería en Bartle el siguiente día. Se habíadebatido toda la tarde acerca de si debería visitar a Helen o no, tan sólo paraencontrarse todavía perdiendo tiempo en el pueblo al caer la noche. Tras estaincertidumbre ya se había hecho demasiado tarde para visitarla. Pero suamiga lo saludó con una cálida bienvenida.

"¿Es habitual que los hornos estén prendidos tan tarde en el día?" lepreguntó él, notando el vapor que surgía de la canastita llena de bollos quesostenía. Parecía haber una gran variedad.

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Ella colocó un paño sobre ellos y dejó su mano descansar sobre elcalor que emitían mientras contestaba."No es usual, no, pero el Sr. Higgins es muy servicial," dijo con una miradahacia la panadería. El panadero estaba cerrando la puerta antes de irse,asintiendo hacia ella y dándole una mirada que parecía decir mucho más quesimplemente buenas noches.

"¿Ah, lo es?" Stephen se sintió suprimir la primera sonrisa en días."Sospecho que es de lo más servicial cuando usted se lo pide."

La mirada pícara que ella le regresó le hizo aún más difícil tratar deno sonreír.

"Cada uno de nosotros tratamos de usar las ventajas que tenemos, milord." Le ofreció una sonrisa irresistible, sus ojos brillando con travesura."Puedo no tener título y riquezas, pero encuentro que no estoy del todoimpotente para ayudar a mis amigos."

"Ah," observó el. "La canasta es para un amigo, entonces.""Es para Hélène," dijo ella, con una expresión seria. "Espero que esto

ayude a tentarla para comer algo."Él le brindó su brazo y ofreció acompañarla a su casa, lo que ella

aceptó gentilmente. Cuando ella no volvió a mencionar a Helen, él decidióser directo con sus preocupaciones. "¿Usted piensa que ella se daña a símisma con su angustia?"

"Tiene roto el corazón, mi lord," contestó con algo de reservación."Como usted, seguramente.""Sí, pero es diferente para mí. Somos muy diferentes, ella y yo,

aunque seamos amigas tan cercanas." Frunció el ceño un poco. "Yo estoysatisfecha aquí, en este pequeño pueblo con mi pequeña vida. Estoy contentacon mis recuerdos. Traer a Katie aquí era caridad y una distracción placenterapara mí. Pero era mucho más que eso para Hélène."

Le costó trabajo comprender el significado. "¿Qué era, entonces?"Ella detuvo su caminar y volteó a verlo. Su expresión era tan

pensativa, considerándolo tan seriamente que él comenzó a preocuparse sobrelo que ella diría, el juicio que estaría a punto de impartirle. Con un aire dehaber llegado a una decisión, se soltó de su brazo.

"Usted podría preguntarle." Le tendió la canastita de pan a él. "Talvez ella le dirá."

"¿Ahora?" Se encontró a sí mismo sosteniendo la canastita, atrapado

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entre protestar contra la impropiedad y la oportunidad de cumplir su propiodeseo de verla.

Marie-Anne sólo lo veía, atrayendo toda su atención hacia ella con sugravedad. "Vaya con ella, mi lord. Dele pan, y permítale hablar. Pienso quepuede aprender muchas cosas que no ha comprendido."

Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la oscuridad, deteniéndosecuando él habló.

"Pero estaba enojada." Se sintió como un chico torpe, parado con unacanastita de pan y su corazón en la boca mientras la francesa con perfectoaplomo lo miraba pacientemente. "La última vez que la vi, le provoqué…enojo, de verme. No quiero incrementar su angustia."

"Espero saber lo que es mejor para mi amiga," declaró ella,claramente sin la menor duda de lo que sería lo mejor. "Para nuestra amiga."Se ajustó los guantes un poquito y se arropó ajustando el chal grueso contrasus hombros.

Él se quedó viendo el paño que cubría el pan, dudando. La palabrarodaba por su mente: amiga. Parecía posible, si tan sólo él pudiera pensar enalgo que hacer por ella.

Pero Marie-Anne de Vauteuil sabía, y lo repitió para él. "Vaya conella ahora. Dele el pan. Déjela hablar. No me equivoco acerca de usted."

Ella se fue, la oscuridad cerrándose a su alrededor, mientras él sepreguntaba de qué manera ella no se equivocaba sobre él.

Ella esperó arriba, en su habitación, la casa vacía a su alrededor. Ella

sabía que él vendría eventualmente. Él siempre venía, y ella sólo tenía queesperar.

Era mórbido y ella lo sabía, e infantil, permitir que le afectara de estamanera. Habría un final feliz para Katie, tras ese principio tan terrible, y esodebería ser suficiente. Pero existía una niña malcriada dentro de Helen, laestúpida y tonta chiquilla que pensó que había erradicado, y que no estabasatisfecha. ¿Para qué había sido todo, para qué había sufrido, si no podíadecir que por lo menos había resultado en una buena cosa?

¿Y qué se diría a sí misma ahora, cuando los recuerdos la visitaran?

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Ya no había más promesas. Ya no había más visiones de un futuro rosadopara salvarla de su terrible pasado. Se despertaría de pesadillas el resto de suvida, y no podría calmarse nunca más con la visión de la chiquilla creciendo asu lado. Una niña que estaría a salvo. Una niña que crecería y tendría unavida ordinaria, con placeres y dolores ordinarios.

Todavía sucedería, por supuesto. Katie tendría esas cosas. Pero Helenno sería parte de ellas. Ella nunca las vería.

Mientras veía su chimenea vacía lo escuchó tocar a su puerta, su vozllamándola. La tormenta que había amenazado caer todo el día estallaría encualquier momento y lo empaparía si no le abría la puerta, pero no se movióde donde estaba. Lo dejaría venir todo el camino hasta acá. Lo dejaríaencontrarla en su escondite, como siempre lo hacía. Estaba muy cansada parahacer un esfuerzo.

Sus botas sonaron en las escaleras. Un minuto más y se detuvo frentea su recámara, buscando en la oscuridad para verla donde estaba acurrucadaen el piso, vistiendo únicamente un camisón, cubierta con la capa gruesa queél le había regalado.

"Helen," dijo. La calidez de su voz era como un rayo de luz en suvida, pero se resistió a reaccionar aún cuando él se acercó y se detuvo anteella. Él se agachó y ella mantuvo su mirada hacia adelante, rehusándose aencontrar sus ojos.

Él fue por el cuarto encendiendo las lámparas al lado de la cama ysobre la repisa de la chimenea, frunciendo el ceño ante el hogar vacío.Prendió un fuego prontamente, avivando las llamas hasta que estuvieron losuficientemente altas para que ella pudiera sentir el calor desde el lugar dondeestaba acurrucada en el piso frío. En minutos el cuarto estaba cálido yacogedor, un refugio de la tormenta que se desataba afuera. Ella se dio cuentaque él se había mojado en la lluvia. Gotas brillaban sobre su cabello eimpregnaban su camisa. Su abrigo, arrojado sobre una silla al lado de lapuerta, escurría agua, encharcando el piso.

Ella le permitió que la pusiera de pie, alejándola del piso frío, y que lasentara en la orilla de la cama, frente al fuego. Él acercó una silla parasentarse al lado de ella, y le ofreció una canasta de pan, que olía delicioso.Ese aroma a cielo la acercó al borde de las lágrimas.

"Coma," le dijo, y ella tomó uno.Él debió tener cuidado de mantenerlo seco con esta lluvia. Ese

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pensamiento, y la frescura del pan en su boca, causaron un nudo en sugarganta. Se obligó a tragar a pesar del nudo, una y otra vez, hasta que se loacabó, y tomó otro pan de su mano extendida. Cuando iba a la mitad delsegundo pan se le ocurrió que debería haber té, y que debería estar vestidaapropiadamente. No deberían estar sentados en su recámara, mucho menos siella estaba en sus medias. Pero todo eso le pareció demasiado de quépreocuparse.

"Le iba a traer al doctor, si se rehusaba a comer. ¿Está confortable?¿Está lo suficientemente caliente?" le preguntó.

Sus huesos se sentían como hielo dentro de ella, y pensaba que nuncapodría volver a sentirse caliente en su vida. Pero asintió con la cabeza y élacepto su respuesta, y ambos estuvieron en silencio observando las flamas yescuchando los relámpagos que caían retumbando afuera.

Se sintió más fuerte, ahora que él estaba aquí, con su fuerza silenciosatan cerca que casi podía tocarla, sin requerir diálogo pero haciéndola sentirsiempre que era libre de decir cualquier cosa que quisiera. Se preguntó sipodría decirle ahora cómo había atesorado la promesa de Katie como untalismán en su corazón. Se preguntó lo que él diría si ella le contara que aveces los recuerdos descendían sobre ella de una manera frenética, que lahacían presa del pánico, reviviendo el horrible momento de nuevo – y que laúnica manera de recuperar su sanidad era recordarse que Katie estaría aquí.Él la pensaría loca, y se preguntó si eso era peor que pensarla una golfa. Ellaencontró que ya no le importaba más, si la tachaban de loca o de golfa. Nadaimportaba ya, excepto que él había venido a verla. Contra toda norma depropiedad y sin importar que ella le hubiera gritado y que hubiera llorado, élvino a ella.

Se le ocurrió finalmente que él no sabía nada, que ella le habíaescondido toda la verdad que había podido. Él había ayudado a cuidar deKatie, sin saber quién era realmente. Él la estaba reconfortando a ella ahora,sin saber lo que la agraviaba.

Todas sus razones para ocultar la verdad ya no le importaban. Todaseran una protección que ya no era necesaria, lo podía ver ahora. Así queahora, repentinamente, quería decirle, hacerlo comprender, pero no sabíacómo comenzar. Nunca sabía cómo. La sola idea de hablar de ello le creabaun nudo en la garganta, cerrándose sobre su cuello, ahogando cada palabraque pensaba decir. Todo daba vueltas a su alrededor, dentro de su mente,

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confundiéndola hasta el punto donde sólo podía sentir la furia y el shock y elterror una vez más.

Siempre pasaba de esa manera. Lo que era irracional era esperar quefuera distinto esta vez. Se quedó enmudecida viendo al fuego, en silenciohasta que las palabras brotaron de ella.

"Le dije una vez que no me arrepentía de nada."Él la miró intensamente, una expresión cautelosa incorporándose en

sus facciones. Era obvio que él no había esperado esto, que no había venidoesperando escucharla hablar sobre su pasado o sobre sus lamentos. Ella retiróla vista, sus ojos buscando dónde descansar alrededor del cuarto. Ella nopodía verlo a él, no si quería contárselo todo.

"Mentí," continuó. "No hago más que lamentar. Tengo una vida llenade remordimientos." Sintió la presión comenzar a acumularse en su pecho,exprimiendo el aire de sus pulmones. "Lo odio." Su voz salió débil, apenas unsusurro. "Él los mató."

Ella sintió el cambio en él, su cuerpo se volvió rígido en expectativade algo, atento.

"¿Quién?""Katie, su familia," respondió, tambaleándose. "Los quería matar a

todos, y yo llegué demasiado tarde." Estaba mal. Ella estaba contando lahistoria mal otra vez, como siempre. Pero ella sólo podía emitir las palabrascomo venían, enredadas en su aliento, nunca sonando reales. "Si yo la pudieramantener a salvo, yo pensé – me dije a mí misma que valdría la pena. Siresultaba en darme a Katie."

Debería detenerse. Lo que decía no tenía sentido. Pero no podíaignorar el impulso, la necesidad de decirle. Él trataba de verla a los ojos, peroella sólo lo podía ver de reojo, evadiendo su vista.

"¿Quién los mató, Helen?" Lo dijo pacientemente, sensiblemente.Como si ella no estuviera temblando e incoherente.

Se obligó a superar la constricción en su pecho, la fuerza que sellabasus labios y robaba sus palabras. "Él. Lo odio... él... Henley."

Ella vio cómo su cara se transformó, y, sin escoger sus palabras, quisodecir algo, cualquier cosa, para prevenir la negación que seguramente sepreparaba a hacer, habló inmediatamente.

"Es simple. Es una simple historia. Fui al bosque. A verlo. A darle unbeso." Tuvo que tragarse el nudo de náusea que surgió. "Lo amaba. Yo era

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tan estúpida. Y ellos... Oh Dios, lo amaba. Y él ya estaba muerto, en el piso."Su voz era ya tan débil que casi no podía escucharse a sí misma. "El hombre,me refiero. Y luego la pistola – la mujer. Ella estaba sosteniendo una niñita.La hermana de Katie, pero nunca supe su nombre. Y él les disparó, a travésde las dos y..."

Su boca se secó, y ella observó su expresión en búsqueda de algo. Ellasabía que se veía salvaje, que sonaba loca, sus ojos saltando continuamentepor su cara, respirando como si la hubieran golpeado en el estómago. Pero élno parecía estar confundido por nada de lo que ella dijo. Él se veía pasmado,horrorizado.

"¿Usted vio esto? ¿Usted lo vio a alguien matar a la familia de Katie,esto es lo que me está diciendo?" le preguntó, como si no pudiera creer que lahabía escuchado correctamente. Ella asintió, observándolo, mientras se dabacuenta de algo lentamente.

"Alex," ella dijo, un poco más fuerte. "¿Él nunca – él nunca le contó?Lo que yo le dije, él nunca–"

Su fuerte y violenta sacudida de cabeza la interrumpió. Él se levantóabruptamente, mandando a la silla hacia atrás, raspando el piso, volteándosepara caminar de ida y vuelta frente a ella.

"Él dijo que no merecía repetirse. ¡Él dijo que usted fue incoherente!"Su mano abierta golpeó la pared, sorprendiéndola. Pero se compuso a símismo de pronto, visiblemente, y se volvió hacia ella. Ella lo sintióestudiarla, controlando su repentina ira. "Pero usted… no es fácil para usted.¿Usted sabe por qué lo hizo?"

Ella se encogió de hombros, sin poder contestar. "Había bebidomucho. Creo. Ellos estaban en su tierra." Esto la hizo recordar su caraentonces, en ese momento cuando ella lo encontró, sobresaltada por el sonidode los disparos. Con una risa horrorizada le dijo, "Él tenía una pistola nueva.Quería probarla. Creo."

"¿Usted fue con las autoridades?""Él es la autoridad ahí. Cualquier otra persona con poder allá es amigo

de él," dijo, y supo que él entendería cómo un igual podría ser protegido porsu estación. "Y a nadie le importa si algunos gitanos son asesinados enIrlanda. ¿A quién le importan los gitanos, en cualquier parte? A nadie.Excepto a Maggie, y a mí."

Él permaneció junto a la pared un largo rato, sin decir nada mientras

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la tormenta empeoraba. Ella esperó, temiendo que él le hiciera más preguntasque ella no podría contestar con sentido. Pero él no preguntó más. Élpermaneció silencioso y pensativo durante lo que se sintió como unaeternidad hasta que finalmente vino a sentarse junto a ella en la cama, sintocarla, viendo hacia el fuego. Parecía imposible que no había sabido lahistoria de ese día. O la historia del siguiente día. Pero ella decidió no pensaren eso, alejándolo de su mente, sabiendo que se desmoronaría en milpedacitos si trataba de contarle esa parte de la historia también.

"Así que se rehusó a casarse con él, y se ocupó del cuidado de Katie."Ella asintió, y ahora dolía un poco menos pensar en Katie, feliz y a

salvo y lejos con su nueva familia."Usted..." comenzó, viendo cómo la luz del fuego se reflejaba en sus

facciones. "¿Usted me cree?" Él no podría creerle. Era increíble.Volteó su cara rápidamente hacia la de ella, la línea entre sus cejas

demostrando confusión. "Por supuesto que le creo. ¿Cómo podría nocreerle?" le preguntó, casi enojado.

Él le creía. Su mente no lo podía comprender, que él entendiera tanpronto, con tan pocas y confusas palabras, y que supiera con certeza que eraverdad. Ella sacudió su cabeza ligeramente, sintiendo alivio recorriendo sucuerpo.

"Alex no me creyó." Apretó los dientes, rehusándose a llorar. "Y loperdí a él, también. Y luego a Maggie, y ahora a Katie. Estoy sola," dijo,detestando la lástima por sí misma que no podía esconder. "No me quedanada, ¿no lo ve? Él me arruinó, en todos los sentidos. Una casa vacía, años desoledad. Me ha robado todo."

Ella sintió su mano en su cara, acariciando su mejilla, acomodando unmechón de cabello tras su oreja antes de dejarla caer para tomar sus dedostemblorosos. Oh, Dios. Él le creía.

"Su hermano es un idiota. Henley ya no la puede lastimar más."Lo dijo como decía todo, con tanta sencillez y seguridad. Ella se

acercó a él, poniendo sus manos en su cabeza, deslizándolas hacia abajo parasostener su cara. Se inclinó hacia él, dejando que su frente tocara la de él. Loquería ahí, lo quería más cerca, lo amaba por no pedir más de ella.

Él le creía, y él estaba aquí. Ella no estaba sola."No se vaya," susurró ella.De pronto ella sintió enojo por haber estado temerosa, se sintió

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desafiante ante el terror que había sostenido a su corazón en sus garrasdurante años. Sin permitirse tiempo para pensar en lo que hacía, presionó suslabios a los de él, enlazando sus dedos a su cabello para mantenerlo firmecontra su boca.

Él no se movió, no devolvió el beso. Ella sintió el shock en él, en suinhalación repentina, la manera en que sus manos alcanzaron sus hombrospara apartarla ligeramente. Pero ella lo resistió, le negó la escapatoria alsostenerlo cerca de ella. Ella apelaba a la soledad que había sentido en él,moviendo sus labios sobre los suyos hasta que él emitió un gemido y abrió laboca para ella, acercándola hacia él.

Se sentía como la vida misma. Como rayos de sol y risas y dicha.Toda la energía que había gastado evadiendo el calor de él, negándose elplacer de su beso – se entregó a todo eso, deseando sentir el hambre que éltenía de ella, para borrar las palabras que ella había hablado, las imágenesque había evocado con su turbadora historia. Su lengua se deslizaba sobre lade él, tomando la fuerza y el calor que ofrecía. Ella no quería pensar, noquería sentir nada más que esto, nunca más, sus manos recorriendo su cabelloy sus labios sobre los de ella, su aliento mezclándose.

Cayeron sobre la cama, el cuerpo de él presionado contra el de ella,lado al lado. Ella pasó una mano sobre el hombro de él, sintiendo la pielcálida debajo flexionarse ante su tacto.

"No es usted misma, Helen." Él se apartó, respirando con fuerza, susojos buscando los de ella. "Usted no quiere esto," le dijo contra sus labios, yella escuchó la pregunta, la duda.

Ella estiró su cuerpo a lo largo del de él, encrespando las caderas parapresionarse contra su muslo. "No me diga lo que yo quiero," le susurró. Enverdad, no podía nombrar lo que ella quería. Ella sólo sabía que se volveríaun bloque de hielo si él la dejaba ahora, si él no la besaba y abrazaba, paraerradicar los fantasmas de su mente.

Un viento frío resonaba alrededor de la casa, azotando una ventana enla planta baja. Pero estaba a salvo aquí, con él. Dejó caer su cabeza hacia sucuello y besando la curvatura de su hombro, inhaló profundamente paraabsorber el olor de él. Esto lo excitó. Ella lo pudo sentir en la tensión de susbrazos, en el endurecimiento que surgía contra su vientre. Ella abrió su bocasobre el cuello caliente, presiono sus dientes en su piel y lo succionódelicadamente, probándolo con su lengua.

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La reacción de él fue instantánea, volteándola debajo de él ysosteniendo su cintura. Ahora que ella estaba aquí - con la espalda sobre lacama, con todo el poder de él sobre ella - sintió el primer indicio de temor.De que él pudiera desatar toda su fuerza, abrumarla y lastimarla, no le cabíaninguna duda.

Pero ella estaba cansada, tan cansada de tener miedo. Cansada depreocuparse sobre las cosas que podrían suceder, sobre lo que él podríaesconder. Él no era Henley. No lo era. Oh, qué alegría que fueran tandistintos. Qué sorprendente, sentir curiosidad sobre su tacto, sobre cómo sesentiría.

Ella no le dio tiempo de considerar sus morales y su propiedad. Ellalo quería por completo, no solamente el pulido brillo que le ofrecía al mundo.Ella tiró de la cinta que cerraba el cuello de su camisón, su mano alcanzó lade él, y lo atrajo para colocarla sobre su pecho. Su cuerpo se arqueó, llenandosu palma, encendiendo las llamas a lo largo de la superficie de su piel,quemando la duda y el miedo.

Ella observaba su cara, resistiendo la urgencia de cerrar los ojos,queriendo ver que era él y nadie más quien la tocaba, quien sujetaba confirmeza sus pechos y bajaba su cabeza hacia su cuerpo desnudo. Sentía quequería llorar al observar tanta ternura y el hambre que él tenía de ella. Lasmanos de ella buscaron la tela de su camisa y la tomó a puños, deslizándolapara quitársela hasta que ya no había nada entre ellos.

Esto la inundó, sentir su piel desnuda contra la de ella, su boca en supecho. Ella no sabía, nunca había imaginado, que se podría sentir de estamanera. Caliente y lasciva. Desenfrenada. Sus dedos entraron en ella,extrayendo un jadeo mientras separaba sus piernas más, para abrirse a él sintitubear. Sus piernas se acomodaron, sus botas cayeron al piso con un golpe.La intención urgente en sus movimientos ocasionó que surgieran memoriasindeseables en ella, contra las que luchó viéndolo intensamente. Sus labiosencontraron los de ella de nuevo, una feroz posesión de su boca mientras seatareaba en librarse de sus pantalones.

Ella le ayudó, furiosamente suprimiendo el nerviosismo quepapaloteaba en su estómago. Ella no tenía miedo. Ella no se permitiría tenermiedo de él, ni de nada, nunca más. Él se libró de su última prenda con unapatada y se reclinó por completo sobre ella, su peso oprimiéndola contra lacama. Él respiró ferozmente y dejó caer su mejilla contra la de ella. Ella

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sintió la moderación en él, lo rígido que se sostenía, pero él debería actuarahora o la valentía en ella se perdería. Ella deslizó sus manos por su espalda,al lugar donde la suave piel curveaba hacia el fuerte músculo de sus muslos.Lo sostuvo ahí, jalándolo hacia sí misma desesperadamente, su cuerpo enteroesforzándose en alcanzarlo.

Él levantó la cabeza de nuevo, viéndola a los ojos. Ella sintió suvientre deslizarse contra el de ella al reacomodarse y detenerse, observándolacomo si fuera la primera vez que la veía claramente. Sus ojos recuperaron suenfoque, viéndose profundamente, y comenzó a moverse, las miradas fijasdel uno en el otro mientras él empujaba hacia adelante, llenándolalentamente.

No le dolió. Él nunca la lastimaría, ella lo sabía, nunca con su cuerpo.Ella lo sintió recuperar su aliento contra sus labios, pero no quería que selimitara. Quería que todo el poder de él se desencadenara dentro de ella. Estaúnica vez, ella quería que él se perdiera y olvidara lo que se esperaba de él. Yél sabía – él siempre sabía lo que ella necesitaba, aún cuando ella misma loignoraba. Él se movió respondiendo al impulso, llegando al centro de ella, elplacer salvaje creciendo con cada segundo. Todo lo que ella tocó, sintió, yvio, el mismo aire que respiraba, todo era él.

Ella vio el cambio en su cara, escuchó los sonidos que ambos hacían,cada exhalación de aire llevaba un gemido jadeante de placer mientras lassensaciones recorrían a través de sus cuerpos. Pero ella obstinadamente serehusaba a sucumbir a la urgencia de cerrar los ojos, sin querer saber quéimágenes la esperaban en la oscuridad detrás de sus párpados. Quería dejarloperderse a sí mismo. Quería verlo mientras sucedía. Lo sintió luchar contraeso, pero lo urgía con sus manos hasta que él jadeó contra su boca, sus ojoscerrándose cuando él se insertó profundamente dentro de ella una vez más,gimiendo abruptamente a través de sus dientes, y se detuvo sobre ella.

Ella se mantuvo jadeante bajo él, sintiendo aún las pulsaciones. Él noabrió los ojos, pero después de un largo, largo rato, bajó su cabeza a la curvade su cuello y se relajó en sus brazos. Ella se levantó un poco de nuevo,tentativamente, buscando aliviar la tensión y excitación que todavía sentía.

Fue en ese momento, el cuerpo de ella aún anhelante y la cara de élescondida de ella, que se dio cuenta de lo que había hecho. La enormidad deesto la apesadumbró con una ola de consternación.

Haberlo jalado hacia ella, presionándose contra él de esta manera. El

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volverse en realidad lo que todo el mundo, lo que él mismo, pensaba de ella.Su cabeza se volteó en negación, viendo ciegamente hacia el techo. Al mismomomento, ella recordó aquello contra lo que había luchado tanobstinadamente: el olor del pasto mojado en el bosque, ser sujetada con tantafuerza que le dejó moretones. Hizo que su estómago se volcara.

Pero su cuerpo aún se movía contra el de él, queriendo más.El shock de esto la inundó como agua fría, directo a la cara. Ella

finalmente comprendió, después de todo este tiempo. Comprendió al odiosoHenley, lo que lo impulsaba, lo que lo había motivado ese día. Un deseosexual tan puro como el que sentía ella ahora, sin considerar ninguna otracosa.

Ella lo empujó, sintiendo las convulsiones en sus entrañas,retorciéndose de debajo de él hasta que llegó al borde de la cama. Se rodóhasta caer en sus rodillas al piso y buscando el bacín bajo la cama, vomitótodo lo que tenía dentro de ella – todo el deseo y el asco, volcado en laporcelana blanca.

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Capítulo 11

"¿Estabas enferma? ¿Perdiste tu cena?""¡Marie-Anne, no tiene ninguna gracia!"Estaban sentadas en sillas que habían acercado al fuego, sin zapatos,

los pies recogidos debajo de ellas."¡Por supuesto que sí tiene gracia! ¡Oh, no! ¿Vomitaste y fue," –

Marie-Anne no podía contener su risa– "inmediatamente después?""Sí," dijo Helen, contagiándose de la hilaridad de su amiga y

batallando para hablar a través del ataque de risas. "¡Me– me caí de la cama yag-agarre el b-bacín!"

Marie-Anne se carcajeaba de risa."¡Oh, pobre hombre!" dijo, secándose las lágrimas. "¿Pero qué hizo,

Hélène? ¿Qué dijo?""Fue muy atento, por supuesto," dijo Helen, quien ahora estaba

sonrojándose mientras continuaba riéndose del recuerdo. "¡Y luego dijo quepensaba que él tenía suficiente experiencia, pero que nunca había tenido esaexperiencia!"

Esto fue demasiado para Marie-Anne, quien se cayó al piso,sosteniéndose el abdomen. "¡Ha! Mon dieu, ayúdame a levantarme. No, nome ayudes – me voy a caer otra vez si esto sigue poniéndose bueno. ¡Élnunca tuvo esa experiencia! Espero que no. Fue muy... ¡muy original de tuparte, Hélène!"

"¡Por favor detente, me duele reírme! Quería hablar contigoseriamente, y ahora me tienes riéndome como una lunática. Oh, Dios," dijo,su mortificación regresando, "Qué original, en verdad."

"¿Pero y luego qué? ¿Qué pasó después?""Me envolvió en una cobija, y me metió a la cama como si fuera una

niña. Fue más de lo que yo merecía, estoy segura. Y cuando me desperté estamañana, él ya no estaba."

"Pero se quedó contigo toda la noche," dijo Marie-Anne, quienaparentemente pensaba que esto era digno de notarse.

Helen se deslizó al tapete junto a la chimenea para sentarse junto a su

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amiga. "Y se fue sin una palabra. Me temo que esta vez sí lo ahuyenté parasiempre."

Marie-Anne se rió por la nariz ante esto. "Tendrías que esforzarte máspara lograr eso. Pero dime, mon amie," dijo observando a Helen de cerca."¿Por qué te ruborizas? ¿Qué más pasó?"

"Es que yo fui quien – me refiero a que, yo fui quien inicié todo. Nosé qué pretendía. Yo sólo quería... Y tú sabes lo propio que él es."

"¿Tú crees que le dio repugnancia que lo desearas? Por el amor deDios, Hélène, no escondas tu cara, tú querías hablar de esto. Y yo sé que nolo repugnaste al desearlo."

"¿Cómo puedes estar tan segura?"Marie-Anne se encogió de hombros como si fuera la cosa más obvia

del mundo. "Es un hombre.""Confío en tu sabiduría, Marie-Anne. Pero lo debo de haber

ahuyentado con algo. Supongo que debo parecer alguien terriblemente difícil– escondiéndole todo, gritándole, finalmente contándole la verdad, y luego–"

"¡Y luego llevándolo a la cama y vomitando! ¡No tiene precio!""¡Basta!" Pero no pudo contenerse y se unió a las risas de Marie-

Anne. "Oh, por Dios, soy tan absurda. Todo es absurdo, ¿no es cierto?"Marie-Anne se acercó a Helen, con una sonrisa pícara y una mirada

de complicidad. "¿Pero no lo disfrutaste? ¡Te debe haber complacido, ya quete estás poniendo casi morada!"

"No te burles, Marie-Anne. Fue... él fue encantador.""Sí, esos hombros anchos que tiene," dijo Marie-Anne con aprecio,

casi de ensueño. "Y tiene maravillosas manos grandes.""Mujer infame," la amonestó Helen, riéndose un poco. "Difícilmente

puedo describir lo que sucedió, excepto que fue… como tú me habías dado aentender que podría ser." Se encogió de hombros, repentinamente sintiéndosedemasiado tímida para ponerlo en palabras.

"¿Paciente y tierno?" Marie-Anne le preguntó delicadamente,colocando una mano sobre la suya. Helen asintió. "¿Y excitante y delicioso?"Asintió de nuevo y se sonrojó aún más, lo que provocó una sonrisa cálida desatisfacción en Marie-Anne. "Sabía que no me equivocaba sobre él. Y ahoratú sabes, ma chère, y tu cuerpo lo sabe. Esto es bueno, yo creo."

Helen no podía ser así de categórica. "Pero ahora se ha ido y puedeser que no lo vuelva a ver nunca más. No sé qué pasará ahora."

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Marie-Anne esperó, su ceño fruncido mientras pensaba, ysimplemente preguntó, "¿Qué te gustaría que sucediera?"

Helen observó el fuego y dobló sus rodillas hacia su barbilla,abrazando sus piernas y considerando todas las posibles opciones.

"Yo no... sinceramente, no lo sé."

Cabalgó a través del lodo hasta que llegó al riachuelo que marcaba la

mitad del camino entre su residencia y la de Helen. Era más que un riachueloahora, desbordado por los lados, ensanchado al doble de su tamaño normal,las aguas turbulentas en torno a las ramas caídas. Sería difícil cruzar.

Lo detuvo. ¿Por qué irse a su casa de todos modos? Él podía maldecira Alex Dehaven, Conde de Whitemarsh y desgraciado hijo de puta aquímismo en esta orilla fangosa en medio de ninguna parte. Donde el bastardohabía exiliado a su perfectamente coherente hermana por el horrible crimende oponerse a unirse en matrimonio con un canalla asesino. Donde eladmirable Lord Whitemarsh mandó al siempre-a-sus-órdenes, nunca-indiscreto, nunca comprometido a nada, animal primitivo que llevó a la camaa una mujer desesperada. A una mujer que no había sido su ser habitual. Auna mujer que suspiraba dulcemente, en los momentos más adecuados. Quienle había advertido que no presumiera saber lo que ella quería.

Lo que ella quería. Él no podía comenzar a imaginarse lo que ellaquería. Él esperaba que ella quería que él encontrara a su hermano, o aHenley, y los golpeara hasta hacerlos pulpa. Él podría hacer eso con muchafacilidad en este humor negro, cabalgar directo a Londres y encontrar a suprecioso hermano y latiguearlo con el fuete por ser un monstruo. Henley laarruinó, pero fue su hermano quien se aseguró que ella se mantuvieraarruinada.

Stephen lo había sabido, había resentido este hecho por meses. Lainjusticia no era nada comparada con la crueldad del acto – haber abandonadoa Helen Dehaven completamente sólo por un rumor desagradable. Cuando losrumores no reflejaban en absoluto, ahora se daba cuenta, la verdad de ella.Que su hermano hubiera afirmado ser muy cercano a ella, y ser su únicaprotección en el mundo... era inhumano. Una herida más directa que la que

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Henley le había infligido a ella.Sólo diecisiete años de edad. Ella había tenido solamente diecisiete

años, lo suficientemente inocente para entregarse al hombre que amaba y conquien planeaba contraer nupcias, pero lo suficientemente fuerte parareconocer su equivocación. Ella había confrontado a la Sociedad, a suhermano, y a Henley mismo – y se había rehusado a desposarlo, aún asabiendas que la ruina la esperaba. Fue realmente bastante impresionante.

Pero el honorable Lord Whitemarsh no había visto eso, había elegidono creerle y la abandonó a su suerte. Stephen había considerado que elhaberla apoyado y ayudado estas últimas semanas indicaban una falta desentido común en él, sin mencionar una increíble falta de propiedad. Se dijo así mismo que estaba todavía buscando la verdad, buscando la manera dehacer lo que su hermano no había hecho. Una mujer noble de buena cuna nodebería vivir de esta manera, había racionalizado incontables veces. Él habíaesperado llenar ese vacío creado por su hermano, ofrecerse como un caballeroen armadura brillante y hacer lo decente, lo humano, al ayudarle de maneraprivada y discreta. Había aceptado hacer eso, a cambio de la verdad.

La verdad. Había muy poco consuelo en la verdad. ¿Hace cuántotiempo había aprendido a no solicitar la verdad, si no le iba a gustarescucharla cuando finalmente la obtuviera? Había detestado la primeraverdad que le contó, que había amado a Henley. Había estado ciego,torciendo sus palabras para acomodarlas a su propia experiencia,estúpidamente comparándola con Clara. Clara, quien lo amaba y lo abandonópor la sencilla razón que quería tener a un duque. Y Helen, quien amaba aHenley y lo dejó por ser un asesino. No eran comparables. No se parecían ennada.

Sostuvo el fuete con fuerza y atacó viciosamente las ramas del árbolmás cercano una y otra vez, pensando en la otra verdad que le dio. Henley.¿Qué tan lejos está la costa? ¿Qué tan lejos tendría que cabalgar para alcanzarel agua, para poder nadar a través del mar de Irlanda e impartir algún tipo devenganza? Se sintió como un animal, un salvaje en la jungla, aullando porsangre.

Era Helen quien ocasionó esto en él, quien sacó a la superficie labestia primitiva que no sospechaba que vivía dentro de él. Ella lloró y tembló,y él se convirtió en su fiel perro de caza. Ella le dijo la verdad, y él soñó conextraer una venganza sangrienta de todo aquel que había osado dañarla. Ella

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lo besó, y él se convirtió en una bestia en celo. Sin importar que ella lo habíadeseado, que ella lo jaló hacia su cuerpo, que él le había dado miloportunidades de detenerlo. Sin importar que él pensaba que podría vivir milaños y nunca olvidar la manera que sus ojos se tornaron oscuros y profundos,capturándolo, ahogándolo, urgiéndolo a desatar a su animal interior.

Estaba fuera de su experiencia. Él había conocido el amor – pensó quelo había conocido, con Clara. Pero nunca había sentido un deseo tan potentecomo éste. Ya la deseaba de nuevo, quería tomar el camino de vuelta yencontrarla en su cálida cama. Fijó la vista en el piso, sintiéndose intoxicado,imaginándola ahí, esperándolo. No había nada civilizado en lo que él quería,lo que siempre había querido con ella. Ella se arrepentiría, por supuesto, detodo: de decirle la verdad, cuando era evidente que no deseaba siquierapensar en ello; tratar de encontrar algo de confort en él, sólo para ser usadapor él como todos los hombres quieren usar a las mujeres con su reputación.Él vaciló entre la convicción de que fue lo que ella quería, y el temor de queella nunca lo volvería a anhelar de nuevo.

Debería ser lo suficientemente obvio, pensó con amargura. Nopasaron ni cinco segundos antes de que devolviera toda la cena. Mejorevidencia de arrepentimiento instantáneo, nunca había atestiguado.Metódicamente le quitó las hojas a la rama más cercana, maldiciéndose a símismo por haber tomado lo que ella le ofreció en su aflicción. Él era uncaballero, él razonó, aún cuando no haya actuado como uno anoche. O, sesuponía que era un caballero, de cualquier manera. ¿No se había dedicadotoda su vida a probarlo, elevándose a sí mismo por sobre todos los demásdesvergonzados? Había tenido bastante éxito en vivir una vida impecable.Hasta ahora. Hasta que Helen Dehaven entró en su vida y le enseñó lo que elhonor era realmente.

Él la quería, pero no era nada comparado con lo que quería para ella.El hambre que sentía por su cuerpo se mezclaba con la necesidad desesperadade escuchar su risa una vez más, de ser quien la hizo feliz, de defenderla, deprotegerla. No la desilusionaría como Henley lo hizo. No la abandonaría,jamás, como el patán de su hermano lo había hecho.

Toda su miserable vida había evadido aferrarse a algo – a unapersona, una idea, una convicción. Pero ahora creía en Helen. Creía que ellamerecía la imagen de perfección impecable en la que él se había esforzado enconvertirse, la seguridad y el confort que esa imagen proporcionaba. Ya no

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cubriría sus apuestas, ya no permanecería a salvo al rehusarse a definir susconvicciones. Nunca había apoyado con todas sus fuerzas un lado en nada.Era hora de que eso llegara a su fin. Se había estado erosionando por meses,desde que la comenzó a desear.

Dirigió su caballo hacia el sur, un desvío necesario del camino que lollevaría para siempre de regreso a ella, más seguro de su curso que nuncaantes en su vida.

"Usted está perdiendo su mente."No había tenido la intención de decirlo, pero se le escapó de la boca.

Era la única explicación. Tenía que estar loco. O su cerebro se estabapudriendo o estaba enfermo. El honrado e íntegro, el correcto y propioStephen Hampton, Conde de Summerdale, el símbolo de todo lo que esimpecable y virtuoso proponiendo semejante cosa. El simple hecho deanunciar que socializaba de su propia iniciativa con ella sería suficiente paraarrastrarlo al fondo. O de manchar su nombre un poco. No era algo que iba deacuerdo a su reputación. La gente le daría la bienvenida a una oportuna razónpara ridiculizarlo finalmente.

Ella había pensado en esto durante horas, acostada en las sábanas quetodavía olían a él, que olían a ellos juntos, pensando que nunca podría dormirotra vez. Sí había dormido – un sueño sin sueños que la había mantenido ensus garras hasta que él vino a tocar a su puerta de nuevo, brindando consigola familiar cualidad que le robaba el aliento y le confundía sus pensamientos.No había estado preparada para estar ante su presencia otra vez, muchomenos para escuchar lo que vino a decirle.

Pero de todas las cosas, ésta no se la pudo haber imaginado. No se lapodía imaginar incluso ahora. Su cara estaba entumecida, toda sensación sehabía escurrido fuera de ella.

La sonrisa de él – esa horrible, maravillosa sonrisa – desplegada através de su cara mientras observaba su confusión. "No he perdido la mente.O posiblemente un poco, pero sólo en la mejor manera posible. De la manera

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más sana."La dejó sin habla. Perdió su mente pero sanamente, le dijo, mientras

portaba esa sonrisa. Por supuesto tiene que ser una broma, y se sintióenfurecer, ofendida de que se divertía a expensas de ella cuando ella estabatan vulnerable.

"Usted se está burlando de mí," le dijo rígidamente, confortándose enla capacidad de poder por lo menos demostrar que estaba ofendida. Cualquierotra cosa que no fuera este suave vaivén que se apoderaba de sus caderas encuanto lo veía.

La sonrisa desapareció de inmediato. Su expresión se tornó seria,escalando con cada segundo.

"Yo no me burlaría de usted, Helen. Ni ahora ni nunca. Especialmenteno acerca de esto."

"¿Pero cómo debo de tomar esto si no como una burla?" demandó,sintiéndose un poco avergonzada por todo el asunto. "¡Matrimonio, mi lord!El simple hecho de que pronunció esa palabra junto con mi nombre sugiereque ha perdido la razón." Ella lo observó con impotencia, pero su sonrisa noregresó. Escuchó la voz de Maggie en su mente – ¡Jesús, María y José! Élhablaba en serio y estaba absolutamente determinado. "¿Qué ventaja le esposible ganar al casarse conmigo?"

Esto lo lastimó un poco, pero no dudó en responder. "A diferencia demuchos de mis conocidos, yo no siempre actúo por la ventaja que me puedaproporcionar. Existe el concepto de honor," dijo delicadamente, con cuidado,"aunque yo sé que usted ha visto muy poco honor en los hombres que haconocido. Incluyéndome a mí mismo."

Ella sacudió la cabeza vigorosamente. "Usted siempre me ha tratadohonorablemente, aún cuando no lo he merecido," protestó. ¿Cómo pudo haberpensado que no?

"No siempre," la corrigió.Y de pronto estaba ahí en el aire entre los dos, inescapable. Lo

nombró, lo que creaba el aire de reserva y de restricción en el cuarto. Susbesos y su desnudez. Ella acercándolo hacia sí misma. Él recostado junto aella toda la noche.

Bajó la mirada sintiendo la sangre surgir hacia sus mejillas, deseandoque fuera tan sencillo hablar de ello ahora como lo fue ayer con Marie-Anne.

"Oh. Eso."

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"Sí," le confirmó. “Eso.""Pero–" Ella dudó un momento antes de forzarse a decir las palabras

rápidamente. "Usted no actuó sin mi… permiso." Sin su insistencia, si somoshonestos, pero eso no lo dijo. "La culpa no es suya."

Él se veía humillado, enojado consigo mismo. "Sin embargo. Soyperfectamente capaz de controlarme a mí mismo, y no lo hice." Aclaró sugarganta. "Habrá consecuencias para estas acciones y es usted quien seráafectada adversamente. Yo busco rectificar esa circunstancia."

Su tono de voz como si estuviera haciendo un negocio fue peor que susonrisa. Difícilmente era el tipo de propuesta de matrimonio que esperaba deun romántico, o de alguien que la había abrazado del modo que él lo habíahecho. Por otra parte, era perfectamente congruente con su estricta propiedad.Por supuesto. Él querría compensarla por la terrible falta de etiqueta. Hombreridículo, esto verdaderamente era demasiado.

"Lord Summerdale," comenzó en su tono más práctico. Ella trataríade hablar en el mismo tono que él. Quizás ayudaría a superar la inexplicableincomodidad que sentía. "Es muy admirable de usted el desear atenerse a losestatutos sociales, pero no hay necesidad. Ya habrá notado usted que no mepuede salvar de mi ruina. Cualquier efecto adverso que usted espera evitarpara mí, ya me ha visitado."

Él la observaba de manera extraña, con una especie de análisisansioso en su expresión, como si ella hablara una lengua extraña que élconocía sólo superficialmente. Ella rodó los ojos y levantó sus manosexasperada en un gesto de impotencia, esforzándose por alivianar suvergüenza con un poco de humor. Marie-Anne estaría riéndose como loca, silos pudiera ver.

"Un matrimonio bajo estas circunstancias, con el único motivo desalvar la reputación de la mujer no tiene sentido en mi caso." Lo notódesarrollar un fruncimiento de ceño denotando concentración. Hombreridículo, rehusándose a entender y ofreciéndose a arruinarse a sí mismo. Porella. "¿Por qué se aferra a esta noción de hacer lo honorable?"

"¿Por qué no se quiere casar conmigo?"La pregunta la aturdió aún más. Ella le podría decir que ha vivido

tanto tiempo sin la esperanza de un marido que la idea le era completamenteinaudita. O que ella no lo necesitaba, que se las había ingeniado solasuficiente tiempo. Porque usted puede llegar a arrepentirse de lo que esto le

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ocasionará a su impecable reputación y me resentirá y no quiero que meodie.

Eso era. Él le creía, ella lo sabía. Pero si un día esa certeza se secaba,él se volcaría contra ella de la misma manera que Alex lo había hecho. Todasu atención y su cuidado se convertirían en indiferencia, y ella seríaabandonada fríamente tras haberse permitido llegar a depender de él.

O podría ser peor que eso. ¿Qué otras cosas terribles podría ser él, quele serían reveladas a ella demasiado tarde?

Pero ella no le podía decir eso a él, no todas las razones. No más de loque le podía confiar que se sentía mucho mejor, y al mismo tiempo cienveces peor, ahora que había regresado con ella. Que no la había abandonado.

"Yo nunca dije que no quería casarme con usted," le contestódébilmente. Era tan difícil, cuando la veía de esa manera, reunir las miles derazones por las que se resistía. Todas las objeciones desarticuladas circulabanpor su mente como pájaros, precipitándose inútilmente contra la insistenciade él, derrumbándose, causando un desastre en su cabeza.

"Me parece que es exactamente lo que usted está diciendo, y no tienesentido. Todas las ventajas son suyas, y sin embargo no las quiere tomar. Leofrezco mi nombre a usted, mi residencia – todo lo que tengo, porque ustedse lo merece. Y no solamente por lo que sucedió entre nosotros." Él pausó,observando los guantes que retorcía en sus manos. "Usted merece todo lo queyo pueda darle, sólo por ser quien es. Usted ha sido atropellada, Helen, y yopuedo usar todo lo que tengo en mi poder para rectificarlo. Yo sé que nuncapodré componer por completo lo que usted ha sufrido."

Todos los pensamientos volando en su mente se detuvieron porcompleto, dejándola silenciosa. No, nunca se podría componer. Ella siemprehabía sabido eso. Él poseía tanto de su secreto ahora, en sus manos. Ella se lohabía dado a él, exponiéndose más a sí misma de lo que había esperado, y nose había borrado al decírselo. Nunca se borraría, ni con sus creencias, ni consus besos, ni porque ella lo quería borrado.

Pero él, con sus nociones románticas, quería mejorarlo. Ser el agentede su salvación, rescatándola de una vida de soledad y oscuridad. ¿Pensó queescribirían un poema épico para celebrar este gran sacrificio?

"Yo nunca seré aceptable para la Sociedad," le dijo osadamente,reducida a señalar lo obvio.

Él se encogió de hombros, como si fuera un detalle insignificante.

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"Eso no me concierne en lo absoluto.""¡Arruinará su posición! Y se volverá tan inaceptable como yo. Usted

sabe perfectamente cómo funciona," insistió. "No podrá llevar a su esposa aninguna reunión, a ningún evento, cosas de–"

De pronto él cerró la distancia entre los dos, interrumpiendo suspalabras con un beso. Eliminó todo pensamiento de lo que ella había queridodecir, reemplazando el argumento con sus labios. Un excelente argumento,pensó ella. Oh, un... raciocinio... extraordinario. Eliminó la resistencia en ellatan fácilmente como le quitaba el aliento, recordándole vigorosamente que lanoche entre ellos había sido real. Tan real como esta noción de matrimonio.

Retiró sus labios de los de ella y la miró profundamente a los ojos."Di que sí, Helen. Y prométeme que siempre estarás conmigo," dijo. "Tequiero a mi lado, en todas las cosas. Si no podemos estar juntos en algúnlugar, entonces no iremos en absoluto y la sociedad se puede atragantar."

Su intensidad la desconcertó tanto como su beso. Esto era muyimportante para él, aunque ella no podía imaginarse por qué. Aún así, ella nopodía prometerle ser el tipo de esposa que él quería cuando ella todavíaestaba aturdida con el inaudito hecho de que él se quería casar con ella. Eraun sueño demasiado delicioso para deleitarse en él, en estos besos todos losdías. La asustaba querer algo tanto, y se alejó para guardar su distancia.

"Si me toma como su esposa, considero que pasaremos mucho tiempofuera de la sociedad por completo, bajo esa condición."

La idea parecía complacerle, añadiendo a su completo desconcierto."Me parece que así será," le dijo con una ligera sonrisa de

satisfacción. "Aunque yo preferiría llamarla no una condición de matrimoniosino simplemente una fuerte preferencia." Él la veía a ella, atravesando losrestos de su resolución con la profundidad de su sinceridad. "Siento lanecesidad de estar cerca de ti. ¿No lo ves? Constantemente. Y detesto lanoción de un matrimonio típico de sociedad."

"Me es difícil pensar que un matrimonio entre nosotros podría serasí," dijo con acritud, pero su resistencia disminuía. Ella sabía a lo que él serefería. La mitad del tiempo uno no podía saber quién estaba casado conquién en la alta sociedad. Manteniendo residencias separadas, calendariossociales separados, pasando su tiempo con quien les complace.

"Es todo lo que yo te pediría, como mi esposa." La luz de la mañanaentrando por la ventana del salón hacía resplandecer sus ojos mientras él

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recorría con la vista el contorno de su cuello. Exactamente como lo habíahecho antes de besarla la primera vez, aunque su cabello estaba recogidoseveramente ahora. No había mechones sueltos para distraerlo, pero todavíabuscaba ese lugar con su ligera media sonrisa hasta que sintió la temperaturade su piel elevarse. Él quería estar cerca de ella. Constantemente. Ella mismapudo haber dicho esas palabras, reflejaban sus propios sentimientos tanfielmente.

Ella parpadeó, sin saber si quería que él la besara de nuevo. Se fijó ensu cabello, recordando cómo se sentía entre sus dedos. "No he dicho que voya ser su esposa. Es..." tan mala idea, pensó, pero expresó: "una idea muyextraña."

Sus pestañas se levantaron, un soñador a medio despertar. "¿Hayalguna expectativa que usted tiene de un marido? Ya que estamos expresandonuestras preferencias." Lo dijo titubeando, como si estuviera preocupado deno cubrir los requisitos.

"Quiero que nunca me oculte la verdad."Las palabras escaparon de ella instantáneamente, sin premeditación.

Había algo en la manera en que él la veía a ella, tan abiertamente yhonestamente, sin esconder nada. La hacía pensar cuán desesperadamenteella quería que él la viera de esa manera, siempre. Sin esconder nada.

"Aun–" ella tomó un profundo respiro. Sin importar en lo que surelación se terminara transformando, era vital. "Aún si pudiera lastimarme,nunca encubra la verdad de quién es."

Él debe saber por qué lo dijo, por supuesto. El descubrimiento de lanaturaleza de su último pretendiente los había traído a este momento, despuésde todo – la había traído a ella a su vida – y ella vio que él hizo la conexiónde inmediato, perceptivo como siempre, entendiendo rápidamente lo quehabía tras cada una de sus palabras. Ella alejó la vista, permitiendo a sus ojosdeslizarse hacia la ventana y sintiendo como si estuviera al borde de unprecipicio, viendo la tierra desde una gran altura con su corazón en lagarganta. Ella no le dio tiempo para contestarle.

"Usted piensa que me va a salvar de algún tipo de desgracia alofrecerme matrimonio, pero no me ha dado una respuesta satisfactoria sobrepor qué quiere hacer esto," continuó obstinadamente. "No tiene sentido quese lance usted a sí mismo a los lobos por mi bien." Él no sabía lo que era quela gente susurrara y apuntara y se riera. Él no podía tener idea de cómo se

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sentía."¿Tiene la menor idea de lo mucho que me ha cambiado?" Su voz

vino hacia ella mientras veía los arboles rasos, el lodo. "He aprendido lo quees la integridad, gracias a usted. He logrado comprender lo equivocado quehe estado, lo vacío..."

Cuando él dejó de hablar, ella lo volteó a ver. Era cierto. Él habíacambiado. Ella lo podía ver claramente. Cuando primero había aparecido encasa de Marie-Anne hace tantos meses él no había sido el tipo de hombre queharía esto, ofrecer arruinarse a sí mismo por salvar una mujer deshonrada.Alguien que la pudiera ver como lo hacía ahora, con abierta admiración, yrespeto brillando en sus ojos. Ella se sintió perdida. ¿Qué pudo haberencontrado digno de admiración en ella?

El silencio se expandió entre ellos. Ella veía el entarimado, pensandoque necesitaban una buena tallada, se pondría un mandil y haría eso tanpronto él se fuera. Porque él se iría. Naturalmente, se iría.

"Quiere saber por qué, pero insiste en encontrar fallas en misrazones." Él no sonaba como el Conde de Summerdale en absoluto, no comoun hombre que puede cambiar el mundo con una palabra. Él sonaba comoalguien perdido. "Porque me quiero casar con usted, Helen. Porque laquiero."

Ella sintió algo como una fractura en el caparazón de su corazón. Oh,él no la podía querer a ella. Nadie la quería a ella, nunca. Nadie más que elOdioso Henley la había querido, y mira lo que resultó de eso. Mejorpermanecer indeseable.

Ella no respondió; no podía, y el humor de él cambió de regreso alhombre de negocios cuando ella estuvo en silencio tanto tiempo. Él tomóunos pasos para alejarse de ella.

"¿Quiere que le de una razón que usted pueda entender, entonces?¿Una que apele a su sentido práctico?" Golpeó sus guantes en su mano,creando un sonido penetrante que la regresó de inmediato a sus sentidos."Tengo ciertas responsabilidades y obligaciones que he descuidado. Y no voya permitir que el próximo Conde de Summerdale sea criado como unbastardo en este pueblo y a su madre ser llamada una mujer lascivaabandonada con los locales."

Llegó al meollo del asunto sin compasión, expresando el únicoproblema que ella no había podido ignorar en todo lo que había considerado

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en las últimas veinticuatro horas. Por supuesto que se le había ocurrido. Porsupuesto que sí. Pero el pensar en los derechos de él al respecto no se le habíaocurrido, ni se había permitido contemplar lo que de hecho significaría en supropia vida. Todo este tema era tan tenebroso que prefería pensar encualquier otra cosa. Y ahora él le robó la habilidad de pensar en algo que nofuera esto. Ella necesitaba tiempo para pensar, y él no se lo permitiría.

Pero él tenía razón. Tenía más razón de lo que sabía. Lo sentía comoun gran vacío creciendo dentro de ella. Los aldeanos que ella tanto adorabano la volverían a tratar de la misma manera. Ella pensó que podríasobrevivirlo por sí misma, pero traer una criatura a este tipo de vida no eranada sino cruel. Él ahora le ofrecía una alternativa, una manera de hacerloaceptable.

Y si ella se rehusaba ahora, se arrepentiría después. Remordimientosy recelos apilándose unos sobre los otros como rocas sobre un mojón hastasofocarla.

"Podemos esperar," sugirió ella. "Podemos esperar y ver."Él se acerco a ella otra vez, lo suficientemente cerca para tocar, su

cercanía rescatándola del pánico contra el que luchaba. "Me ha pedido que nole oculte la verdad, sin importar lo dura que pueda ser," le dijodelicadamente. "Va a ser suficientemente difícil callar los rumores aún si unbebé nace dentro de los próximos nueve meses. Pero si esperamos, seráimposible."

El aire le faltaba, la tierra se deslizaba de sus pies, dejándolasuspendida. Él tenía razón. Como siempre. Pensar sobre esta situación no laborraría. Era un sentimiento que la enfermaba, su visión cerrándose con unaperiferia oscura, vértigo amenazando con envolverla. Pero él estaba ahí,como siempre estaba. Inmovible y real como la verdad con la que hablaba, ytodo dentro de ella clamaba por él.

"Sí," susurró ella, con los pies ahora bien plantados sobre la realidad,la presencia de él arrebatándola del abismo. Fijó la vista en su cara, paraconvencerse que era real. Una criatura suya – tener su bebé, tenerlo viéndolatodos los días de su vida de la manera que la veía ahora. Tener la protecciónde su nombre, crear una familia propia y tantas cosas más: tener alguna clasede vida una vez más, una donde no la aterrorizarían los días y las nochesvacías.

"Sí."

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Él levantó las manos hacia el rostro de ella, una mirada de alivio y decertidumbre suavizando las líneas de su boca, tornándose en una ampliasonrisa. No la desilusionó, uniendo su boca contra la suya y besándolaprofundamente, completamente, hasta que estrellas comenzaron a danzar trassus ojos. Él la sostuvo, la salvó de una gran caída, justo como en sus sueños.

Parada en lo más alto de las escaleras con Marie-Anne, se preguntaba

si se despertaría eventualmente. No pensó que esto sucedería tan pronto.Acababa de consentir a casarse con él cuando repentinamente todo seorganizó.

Parecería ser que su novio, pronto a ser su marido – una palabra quese movía dentro de su cabeza llena de implicaciones – lo había planeado todoel día que habían pasado separados, aún antes de proponerle matrimonio. Elministro, junto con la licencia y unos cuantos de la servidumbre deSummerdale, habían esperado en carruajes justo afuera de su puerta. Habíaatraído a la mitad del pueblo, afortunadamente incluyendo a Marie-Anne.

Su amiga se apresuró a entrar, dejando a Summerdale – Stephen,pensó, con un poco de shock al darse cuenta que usaría su nombre de pilaahora – a organizar todos los arreglos mientras llevaba a Helen arriba con unadoncella. Había transcurrido únicamente una hora desde que se habíaentregado a las preparaciones, y ahora la esperaban en la planta baja. Élesperaba. Para desposarla. Era increíblemente abrumador, por lo menos.

"El amarillo te sienta muy bien en ese tono," Marie-Anne anunció.Helen vio el vestido. Era un delicado blanco con detalles amarillos y

vino de las profundidades del armario de Marie-Anne. Era un atuendo deverano y dos pulgadas demasiado corto para Helen, pero con la nuevachaqueta Spencer amarilla donada por la Sra. Linney, (la cual le quedabaperfectamente a Helen) y un ancho listón que le hacía juego (que le cosieroncon facilidad a la bastilla), quedó precioso. Se hizo todo tan eficientementeque sospechó que Marie-Anne había estado planeando un guardarropa decontingencia en caso de una boda apresurada.

La doncella hizo maravillas con su cabello también, levantándolo yenvolviéndolo en listones blancos y amarillos, arreglando mechones gruesos

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para que cayeran en cascadas desde la corona hacia la nuca. Marie-Anneparecía estar extraordinariamente complacida con todo.

"Has de estar emocionada de verme fuera de mis harapos, como lesdirías." Helen trató de sonreír, pero encontró que su humor no se lo permitió.Sus palmas comenzaron a sudar, y sintió un poco de histeria surgir en ella.

"No más harapos para ti, ma chère, o fachas, o cualquier otra cosa queno sea apropiada para alguien de tu estación," le dijo con un brillo en susojos.

"Ya no pertenezco a los rangos de las Arruinadas, ¿correcto?""Tú siempre serás un miembro honorario, por supuesto," sonrió.

"¡Pero ve ahora! Te están esperando."Helen sostuvo el barandal, de pronto segura de que se caería por las

escaleras. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, y era demasiadofantástico para creer.

"Es una locura, ¿no es cierto?" preguntó incrédula. "Es una absolutalocura. ¿Cómo va a funcionar? ¿Qué va a suceder?"

Marie-Anne le dio una mirada perspicaz. "Vas a bajar las escaleras yte vas a casar con un hombre muy bueno y muy honorable. Es más de lo quemuchas mujeres obtienen en una vida, y no tendría que explicarte yo eso a ti."

Pero luego su expresión se suavizó, y puso su mano sobre el brazo deHelen de una manera reconfortante. "Te voy a decir, Hélène, que siempre mepreocupé desde que te conocí. Me preocupaba que nunca tendrías unaoportunidad de ser feliz. Después de Irlanda, y... todo eso, pensé que nunca teacercarías a ningún hombre. Acercarte físicamente, me refiero."

Helen se sonrojó, sus ojos evadiendo su mirada ante la idea de queMarie-Anne había tomado el tiempo de considerar tal cosa. Pero su amiga seinclinó hacia ella y le levantó la barbilla con la mano para verla a los ojos sinpermitirle esconderle la cara.

"Tú no tienes a tu madre, Hélène, y en tu día de bodas deberías teneralguien que hable contigo. Tienes suerte que soy Francesa," continuó con susonrisa más picaresca, "y que podemos hablar de estas cosas con másfacilidad que las Inglesas. ¡Ha sido muy difícil encontrar eufemismosaceptables, sabes!"

Helen sintió una sonrisa en su propia cara, a pesar de su intención decontinuar impávida ante el humor de Marie-Anne. "Muy bien," Helen tomóun gran respiro, armándose de valor. "¿Qué es lo que crees que debo saber

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entonces?"Marie-Anne se rió. "No hay tiempo para todo lo que deberías de

saber, pero no dudo que tu marido sea un excelente maestro." Luego susonrisa se desvaneció y continuó, con más seriedad. "Todo lo que debes saberes que él es un buen hombre, y que no debes temerle. Pero veo que ya hasaprendido eso. En realidad, si quieres ser feliz – y me refiero averdaderamente feliz, como creo que tienes la oportunidad de serlo – nodebes de temerte a ti misma. O más precisamente, temer lo que sientescuando estas con él. Es tuyo, este cuerpo, y nunca va a ser de alguien más, sinimportar lo que sientas en ciertos momentos."

Helen sintió la familiar y repentina náusea, los músculos de suspiernas apretados para cerrar sus rodillas con fuerza. No pensaré en eso, sedijo a sí misma. No pensaré en Irlanda, ni en Henley, ni en nada de lo que mearrebató. Él sólo había tomado parte de ella por un momento, pero ahora erasuya de nuevo, justo como Marie-Anne decía.

Le dio un ligero asentimiento con la cabeza, aceptando el consejo deMarie-Anne. "Gracias," le dijo, y se inclinó a besar la mejilla de su amiga."Todo es aterrorizante, sabes."

Marie-Anne le dio una trémula sonrisa, lágrimas comenzando a cubrirsus ojos. Pero parpadeó para deshacerse de ellas y dijo, "Bueno, así es lavida. Así que ahora ve y únete a los seres vivos de nuevo, ma chère. Es lomínimo que te mereces. Y yo mantendré en mente," se rió con la miradatraviesa regresando a sus ojos, "que si alguna vez necesito escapar de Bartle,sólo necesito seducir a un hombre y devolver el estómago con violencia. Unexcelente plan."

Y así fue como, tropezándose al bajar las escaleras hacia el salóndonde Stephen la esperaba, Helen entró riéndose a su boda.

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Capítulo 12

Una hora o más en el carruaje y ella todavía no encontraba nada que

decir. Concentrada en ver fijamente el anillo en su mano se preguntaba si alparpadear desaparecería. El sentido de que esto no era real se debía tanto a sucompleta ignorancia de lo que le esperaba tanto como a la rapidez de losacontecimientos del día. Esta mañana se había despertado pobre y arruinada,y ahora el atardecer la recibía una mujer casada con el hombre más respetabledel país, transportándola por los caminos de lodo hacia su nueva residencia.

"¿Viviremos aquí, en Herefordshire?" preguntó, sabiendo que nuncatendría tanta suerte. Él le había dicho una vez que sus tierras aquí eraninsignificantes, y que nunca había considerado quedarse mucho tiempo.

"Sólo esta noche," contestó apaciblemente, como para reconfortarla.Pero algo en su expresión le decía que no habría confort. "Mañana viajaremosa la finca en Bedfordshire."

"Oh," ella dijo tan ecuánime como pudo. "¿No a Londres, entonces?""Todavía no, aunque no puedo esconderme por siempre." Él parecía

retraerse hacia sí mismo, en profundo pensamiento, como si estuvieraabsorbiendo la idea. Contemplar el regreso a Londres no lo puso de buenhumor.

Ella volteó a ver los árboles sin hojas y el atardecer. No haría ningúnbien recordarle que se lo advirtió, y que no le hizo caso. Su posición en lasociedad le era importante a él. Ahora él estaba sentado opuesto a ella,probablemente despidiéndose de la vida que había conocido. Probablementesería mejor si de hecho pudieran esconderse para siempre.

"Cuénteme sobre su finca," le preguntó, esperando distraerlo. "¿Porqué vamos ahí tan pronto?"

Su boca se torció en una sonrisa sin humor. "Pues, para presentarle ami esposa su nueva familia, por supuesto. Mi madre estará ahí, y mi hermanamenor también. Mejor ir ahora, y establecerla completamente antes de quetermine el invierno."

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"¿Eso es importante?""Facilitará las cosas, pienso. Nuestro matrimonio no será noticia

reciente cuando comience La Temporada, si esparcimos la noticia ahora. Yuna vez que la casa tenga una buena opinión sobre la nueva LadySummerdale, eso facilitará las cosas." Él notó su confusión. "Los sirvienteshablarán, y si tienen cosas favorables que decir sobre usted con los otrossirvientes en Londres, sólo puede beneficiar."

Ella tomó un profundo respiro ante esta nueva manera de pensar ysuspiró. "Se dice que usted lo sabe todo. Estoy comenzando a entender porqué, si toma en cuenta los chismes de la servidumbre. Es muy inteligente desu parte." Se concentró en no retorcer sus manos. "¿Y si no le agrado a suservidumbre?"

Él pareció iluminarse ante esa idea. "Imposible," sonrió. "Hay algo enusted que... No se permita preocuparse sobre ese respecto, es sólo una idea."

Puso su mano sobre la de ella. La calidez y la seguridad de su tacto lareconfortó y la inquietó al mismo tiempo. No era razonable estar tan nerviosasobre su noche de bodas, después de lo que ya había sucedido entre ellos.Pero ella estaba nerviosa. A pesar de sus bromas con Marie-Anne, y de suintención de dejar el pasado en el pasado, no tenía garantías de que el miedono la vencería al final. Era horrible, era una cosa viva dentro de ella que nopodía someter por completo. Ella no sabía si su voluntad era losuficientemente fuerte como para controlar el miedo enfermizo que seapoderaba de ella tan inesperadamente a veces.

Su mano se movió sobre la de ella, entrelazándose entre sus dedos confirmeza. "Yo la puedo proteger en Sociedad, Helen, por lo menos de ser elobjeto de burlas abiertamente. Pero siempre van a hablar." Recorrió su palmacon su pulgar, sus cejas descendiendo con preocupación. "Si pudieraevitárselo por completo, lo haría. Pero no puedo crear milagros. Tomaríamuchísima fuerza de su parte."

Ella se mordió el labio. Todavía pensaba únicamente en ella. Nuncasobre sí mismo, o sobre lo que le costaría a él al final. Ella forzó unaindiferencia humorosa, por su bien. "Pish-tosh, lo que piensen no me afecta.La fuerza que requerirá existe en mi dedo meñique," le dijo con ligereza.

Vio el ceño fruncido desaparecer de su cara, reemplazado por unasonrisa que crecía lentamente. Esto ocasionó que su corazón latierarápidamente, causando una sensación de calor en su vientre. Pero el miedo

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estaba ahí, justo debajo de su excitación. Dile, pensó. Dile ahora. Él teníaderecho a saber el verdadero alcance de esto. El nerviosismo de ella le podríaparecer extraño a él, y la noción de que él pensaba que ella era una mujer conexperiencia ocasionó que tomara aire en sus pulmones demasiado rápido. Élera su esposo ahora. Él debía de saber.

"Usted tiene en una pestaña el doble de la fuerza de lo que diezhombres necesitarán en sus vidas," la corrigió él con una sonrisa.

Pero ella sabía que él hablaba en serio, que él pensaba que ella eravaliente. Ella demostró que estaba equivocado al permanecer en silencio alrespecto, viendo su mano en la de ella, agradeciendo a Dios que él tenía másvalor de lo que ella podría aspirar a poseer. Ella estaba segura que él lonecesitaría, habiendo escogido este camino.

Mientras observaba el montón de cartas que le esperaban pensó que

sería difícil volver a su hogar, pero por lo menos no estaría tan alejado de lascosas como en esta parte del mundo.

Hogar. La palabra no parecía aplicar, ahora que Edward estabamuerto. Le debió de haber advertido a Helen. Todavía podría hacerlo, pero noquería desperdiciar estas horas que tendrían juntos, solos, alejados de todoeso. No tenía sentido posponerlo, pero todavía podían disfrutar esta noche.

"Ah. Jackson." Retomó conciencia cuando el mayordomo tocó a lapuerta. "¿Prepararon un baño para Lady Summerdale?"

"Sí, mi lord. Me tomé la libertad de asignarle una doncella. ¿Cenaránen el comedor esta noche?"

Stephen hizo una mueca. No podía pensar en comida después delbanquete de bodas que los aldeanos habían preparado. "Si le parece bien aLady Summerdale, yo preferiría no cenar. Si ella quiere algo, que lo suban anuestra recámara."

Ella estaría esperándolo, refrescada con su baño. Ella era su esposa.Era imposible pensar que ella era suya, que ella le perteneciera a alguien sinoa sí misma. Su oscura voluntad, tan feroz y determinada, prohibía la entrada aese mundo secreto que mantenía adentro. Pero ella le había permitido entrar,o por lo menos le había permitido tener una idea de lo que había dentro de

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ella. Y ahora, ella estaría ahí, esperándolo.Jackson interrumpió sus pensamientos. "La correspondencia de

Londres llegó esta mañana tras su partida, mi lord. El mensajero indicó quehabía cuestiones de importancia que no deberían retrasarse."

"Sí, por supuesto. ¿Cuándo no?" Sería mejor atender a eso ahora eignorar el vago temor que se había instalado a su alrededor. "Gracias,Jackson." Pero el mayordomo ya estaba cerrando las puertas mientrasStephen revisaba la correspondencia. Cerca del fondo de la pila de papeles,encontró lo que había estado esperando.

La caligrafía era elegante. Sus dedos trazaron la curva de la S, lainclinación de la letra causando un dolor familiar. Adentro habría palabras deamor y de remordimiento, invitación y deseo– todo lo que siempre habíaquerido de ella, cuidadosamente escrito y contenido en una página o dos. Sumano flotaba sobre la carta, tentado a leerla ahora, aún cuando Helenesperaba arriba. Pero la arrojó dentro del cajón. Después. Confrontaría esacarta después.

El último sobre esperaba, seguramente algún aburrido detalle denegocios. No reconoció la letra. La abriría, y después iría con Helen. Oquizás era demasiado temprano. Había una cierta reservación en ella, unatimidez que le había ocasionado algo de sorpresa. Tras hacer uso de todos losdones de persuasión que poseía para convencerla de casarse con él, todo sehabía organizado con la rapidez que él había deseado. Pero ella claramente nohabía esperado nada de esto y estaba un poco abrumada con todo. No sería lamejor política, entonces, entrar mientras todavía se estaba bañando.

Levantó la última carta para distraerse, y casi la aventó al fuego encuanto la abrió.

Lord Summerdale,Aunque no nos conocemos en persona, me encuentro obligado a

presentarme por correspondencia esperando apelar a su sentido del Honor,el cual es bien conocido y estimado por todos. Ruego que tenga la bondad deleer estas páginas, y si una Simpatía natural lo induce a ayudarme, se loagradeceré por siempre.

Estará al tanto, estoy seguro, de que el Conde de Whitemarsh mepropuso hace tiempo un contrato para comprar mi lana más fina. El acuerdofue hecho, como la carta adjunta hará constar. Sin embargo, Whitemarsh ha

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declinado firmar los Contratos que sellarían el acuerdo (también adjuntospara que usted los examine) sin iluminarme en cuanto al por qué ha ocurridouna revocación tan repentina.

Apelo a su sentido del honor, señor. Tomé la palabra de Whitemarshcomo un Caballero y asumí que el intercambio se llevaría a cabo. Hay algode maldad aquí, me temo, y estoy forzado a observar que ya ha sido nofidedigno en materia de compromisos legales en el pasado. Yo habíaconfiado que él lidiaría de manera justa conmigo pero me ha decepcionadouna vez más. Sin embargo me han asegurado que su socio es un Caballero delo más íntegro quien probablemente no está consciente de este abuso deconfianza y apelo a usted para juzgar la circunstancia con sabiduríatemperada y en beneficio de sus propios intereses.

Respetuosamente,Henley

Miró fijamente la firma mientras su coraje surgía desde la boca del

estómago. ¿Él apelaba a su sentido del honor? ¡Alex había falseado elacuerdo y había probado una vez más que era "no fidedigno en materia decompromisos legales"! Stephen sabía muy bien que Henley se refería a laruptura del contrato de matrimonio tantos años atrás. Como si perder a Helenfuera similar a perder un contrato de negocios.

Recordó la expresión de Helen cuando le contó la verdad, sudificultad para respirar, para hablar. Como si el shock de ello todavíaestuviera fresco y como si viera a la familia ensangrentada, muerta ante ellaen el piso de su recámara. Su voz lo perseguía. Sus palabras habían sonadocomo si hubieran sido arrancadas de las profundidades dentro de ella, de unoscuro universo de terror y de odio y de desesperanza.

Mientras Henley se quedara en Irlanda, mientras su injuria hacia ellase quedara en el pasado, no había nada que él pudiera hacer. Era lo que másle molestaba de todo este asunto, que había sucedido años antes de queStephen supiera su nombre, y que ahora era demasiado tarde para detenerlo opara extraer algún tipo de venganza. Ese perro se escondía en Irlanda, fuerade su alcance – seguro, donde ningún arma podía alcanzarlo. Ningún armaexcepto una.

Palabras eran todo lo que Stephen tenía. Secretos contenían poder,pero era un poder del cual él siempre se había alejado, sin hacer daño,

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solamente cosechando las recompensas de su discreción. Una boca cerrada ylos ojos abiertos, acciones tomadas únicamente como resultado de lainformación obtenida, pero nunca usando la información directamente. Élsabía que él podía arruinar cientos de los ciudadanos más finos de Londres enun día con tan sólo una palabra, pero nunca había tomado ese poder en susmanos. Justo como él, antes de hace dos noches, nunca había tomado la manode Helen en sus manos, mientras ella preguntaba si él le creía.

Él tomo los documentos en sus manos, resistiendo el impulso deromper la carta en pedazos. Control. Necesitaría el más impecable control ycálculo, si quería que funcionara.

Se sentó ante su escritorio nuevamente, afilando su pluma hasta que lapunta se convirtió en un arma peligrosa, y comenzó a escribir.

Cuando él entró a la recámara donde ella lo esperaba a la luz del

fuego, perdió el aliento al verla. Su cabello estaba recogido con una multitudde broches, sobre una delicada bata rosa que se abría para revelar un poco dela blancura de su pierna. Estaba acurrucada en la silla junto al fuego,concentrada en un libro, pero su entrada la sorprendió ocasionando que losoltara sobre su regazo cuando lo volteó a ver – un destello de consciencia,los ojos de ella saltando sobre la cara de él antes de bajar la vista con recato.

Él se recargó sobre la puerta. Había un aura de reserva alrededor deella, haciéndola inaccesible, como si viviera en otro mundo y él debieraencontrar las palabras adecuadas, la actitud correcta, si quería ser admitido.Él se quedó ahí, absorbiendo la vista de sus manos tranquilamente dobladassobre su regazo, sus ojos hacia abajo, la tensión en sus hombros. Seríadecididamente embarazoso ir hacia ella sabiendo que pasaría la noche a sulado, que la deseaba más que el aire que respiraba, sin poder romper elsilencio.

Finalmente ella se levantó, colocando el libro a un lado y lanzando lavista alrededor de la recámara. Ella parecía estar tratando demasiado deactuar normalmente.

"Supongo que me tendré que acostumbrar a estos lujos otra vez," dijoella. "Es extraño poder tener un baño caliente y un fuego generoso, sin

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mencionar la riqueza de literatura que ofrece su hogar.""Nuestro hogar. Es nuestro, por esta noche.""Sí, por supuesto. Sólo quise decir que me siento un poco fuera de mi

elemento." Ella suspiró. "Tomará algo de tiempo antes de que me sientaverdaderamente confortable."

Si él hubiera tomado a cualquier otra mujer como su esposa habríaentendido esto como su señal para retirarse, para ofrecerle a ella el tiempopara ajustarse mientras él galantemente se instalaba en otra ala de la casa porla noche. Pero no se había casado con otra mujer. Se había casado con ella, yella estaba delante de él con todas sus curvas delineadas en la delgada bata.

"¿No quisiste cenar?" le preguntó mientras se sentaba en la cama paraquitarse los zapatos. "Pudiste haber pedido que te la subieran aquí, si así lodeseabas."

"No, no tengo apetito, gracias, mi lord."Ella apartó su vista de él y se volteó a ver el fuego, cada línea de su

cuerpo rígida. Él vio el estrecho margen de piel en su nuca donde losdelicados mechones de cabello se habían rizado. Se acercó lentamente a ella,quitándose la camisa.

"¿Te dije," le preguntó delicadamente cuando se detuvo detrás de ella,lo suficientemente cerca para detectar su fragancia, "que te veías hermosahoy?"

Ella no se movió, manteniendo su espalda hacia él. "Yo... se loagradezco, mi lord."

Su mano encontró la espalda de ella, las yemas de sus dedosmoviéndose ligeramente sobre sus hombros y la fresca seda de la bata. "¿Mellamarías por mi nombre?" le susurró.

Ella levanto la barbilla manteniendo la vista hacia adelante, dejandoescapar algo de tensión. "Stephen," dijo silenciosamente, su nombre comouna promesa, una afirmación. "Gracias, Stephen, por hoy. Por todo."

Él estaba determinado a ahuyentar las sombras de ella, a verla sonreírotra vez, como lo hizo cuando se casaron. Ella frecuentemente escondía susrisas de él, sus sonrisas tan cautelosas y reservadas.

Él levantó sus manos hacia los pasadores en su cabello, retirándoloslentamente. "Es a tus amigas a quien quiero agradecer por arreglar tu vestidoy preparar tu cabello. Te he imaginado muchas veces con el cabello recogidode esta manera. Por supuesto," su voz tomó un tono de confidencialidad, "me

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pensarás inconsistente, con la intención que tengo de verlo suelto ahora."Él no mencionó la intención que tenía de deshacerse también del

vestido en el momento que la vio, contentándose con observar su cabello caersobre sus hombros. Él pensó que podía ver apenas, del ángulo al que sosteníasu cabeza, una ligera curva en su boca. Había esperanza.

"Y hubiera preferido verte en cualquier otra cosa que esamonstruosidad café." Una ligera mueca, aguantándose la risa. Cada vezmejor. "Aunque esa monstruosidad no comparaba para nada con esa travestíanegra que te pones tan seguido. Me pregunto, ¿te servía bien para limpiar lachimenea? Estoy seguro que esa tela tan rasposa pulía las losetas a un brillomuy satisfactorio."

Ella inclinó su cabeza y se le escapó un pequeño ruido. Se estabariendo ahora, silenciosamente, con pequeñas exhalaciones de aire. "Yo mepreguntaba cuál te ofendía más, si el vestido o el mandil."

"Si yo pudiera escoger, preferiría verte en el mandil," le contestómientras descansaba sus manos sobre su cintura y acercaba la cara hacia sucabello. "Sólo el mandil, por supuesto, aunque eventualmente lodesaparecería también."

Una visión muy vívida se produjo en su mente, provocándoledebilidad en las rodillas. Pero vio al instante que ella reaccionódiferentemente, irguiéndose aún más derecha que antes mientras las manos deél encontraban la atadura de su bata y se detenían ahí, justo bajo sus pechos.Ella estaba nerviosa, como si nunca antes hubieran estado juntos.

"Sin duda sus aldeanos me habrían despachado de inmediato sihubieran sabido que tuve estos pensamientos." Hundió su cara en su cabellohúmedo, inhalando el aroma de lavanda. "Me sorprende que no corrieron trasde mí con trinchetes y antorchas cuando vieron que pretendía llevarme a suquerida Miss Helen."

Ella puso las manos tentativamente sobre los brazos de él, abrazandosu cintura; un suave gesto que transformó el fuego lento dentro de él en unallama ardiente.

"No lo harían, sabes," le dijo. "Ellos ya confían en ti.""Oh, dices eso ahora, que estoy a salvo de la multitud. Yo vi la cara

del panadero. Me parece que conviene quedarme fuera de Bartle por untiempo." Sus manos buscaron las de él y entrelazó los dedos con los suyos,recargándose sobre él. "La próxima vez que vaya al pueblo me van a aventar

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pan viejo a la cabeza."La sonrisa plena le dio ánimos, y sus manos se movieron a desatar la

bata. Ella no hizo nada para detenerlo. Cayó abierta revelando un rio de pielque él podía ver sobre su hombro, la luz del fuego danzando sobre la pielexpuesta de su cuello, entre sus pechos y su vientre. Brevemente cerró losojos ante la belleza de ella, respirando profundamente. Antes, había sidoimpulsivo, impetuoso, inesperado. Pero ahora tenía el lujo de verla, deobservarla mientras ella se tornaba lánguida en sus brazos y se entregaba a lalenta seducción de sus manos explorando delicadamente la piel de su costado.

"Yo creo que es más probable que el Sr. Higgins use su rodillo comoun arma," ella dijo sin aliento. "O que llame a su mujer. Se dice que ella tieneun puño de hierro." Él podía sentirla a lo largo de su cuerpo, cómo hacía unesfuerzo por distraerse a sí misma con humor y luchaba contra el deseo deesconderse.

"Es más probable que el Sr. Higgins llame al herrero, y yo tendríaentonces que esquivar un yunque volador," le contestó, observando su vientrecontraerse con la pequeña carcajada que soltó. "Se sabría que te resististe a laproposición de matrimonio y se levantarían en armas para recuperarte. Dannyme ataría a la carreta de su padre y yo estaría cubierto en golpes de botas y depiernas de jamón podridas."

Ella luchaba contra la risa ahora, quedando solamente una delgadacapa de resistencia. "Bueno, no es tan elaborado como el caballo de Troya,pero hacen lo que pueden."

Él deslizó sus manos sobre su cadera, acercándola contra su erección,permitiéndole sentir su anhelo, escuchando su respiración cambiar. "Comotus flechas," le murmuró, besando la curva de su cuello. La más dulce curva,justo detrás de su delicada quijada, bajo su oído. "Tu tiro es siempre certero."Y presionó sus labios al lugar donde se enamoro de ella.

Ella se relajó contra él finalmente, pero sólo por un instante. Luego seretrajo, todo su nerviosismo reviviendo justo en el momento cuando se habíacomenzado a perder en el calor de sus cuerpos. Él puso sus manos en sushombros y la viró gentilmente para verla a la cara, notando la mirada que noquería volver a ver en ella otra vez. Miedo. Algo en esto la atemorizaba. Ellano lo podía ver a la cara, sus ojos comenzaron a saltar por el cuarto como lohabía hecho cuando le contó sobre la traición de Henley.

Por supuesto, ella ha de estar pensando en él ahora. En cómo se

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entregó a él entonces, en los remordimientos que le ha causado. No habíamanera de malinterpretar su humor.

"Stephen," le dijo pausadamente. "Debería decirte – tengo queexplicarte..."

Pero ella parecía perder las palabras. Él permitió que sedesvanecieran, esperando que ella olvidara todo lo que había pasado antes.Ella voltearía hacia el pasado a encontrar la tristeza que conllevaba siempre,si él no la detenía ahora.

Él tomó su barbilla y la giró hacia arriba. "Mírame, Helen." Ella lohizo, sus ojos encontraron los suyos y entrelazaron la mirada. "No meimporta," le dijo. "¿Me crees? No me interesan los errores que pudiste habercometido en el pasado. Yo comprendo lo que significa entregarte al amor."

Ella parecía estar a punto de llorar. "¿Amor?" dijo débilmente.Él tomó su cara en sus manos, sintiendo dolor en su corazón. "Si tú

estabas enamorada, y te entregaste, ¿te puedo condenar por eso? No meimporta, Helen. He estado tratando de que me importe desde que te conocí."Un suspiro se le escapó traicionando su propia diversión ante la ridiculez deeste pensamiento. "Pero no importa lo que el mundo piensa de ti. Lo únicoque me importa es que estás conmigo aquí, ahora."

Las había encontrado finalmente, las palabras que erradicaron latensión en ella. De pronto ella se acercó a sus brazos, presionando su cuerpocontra el de él, abrazándolo sin temor. Ella lo besó, su boca alcanzando la deél con un hambre que lo hizo abrazarla aún más fuerte mientras la guiabahacia la cama. Cuando la alcanzaron él no pudo resistir jalarla hacia abajocon él, acostándola sobre la colcha, besando cada centímetro de ella, desdelos dedos de los pies hasta arriba.

Siguió hacia arriba por el contorno de su pierna, su muslo, y la besóentre las piernas. El aroma de ella lo envolvió al tiempo que las piernas deella se desmoronaban a sus lados, la cálida humedad, un desliz de miel sobresu lengua. Su boca se aprendió las texturas de su piel hasta que ella estaba tanexcitada como él, levantándose a sí misma urgentemente para encontrar suscaricias. Al descansar su cabeza sobre el muslo de ella, levantó los ojos paraabsorber la vista de su cuerpo, su vientre y los senos desplegados y laencontró viéndolo a él.

Sus ojos eran lunas oscuras que lo llamaban, invitándolo a traer sucuerpo hacia el de ella. Ella era tan diferente – su mirada deteniendo la suya,

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respirando sin aliento, toda timidez en ella evaporada. Y él fue hacia ella,otorgándole lo que le pedían sus ojos y su cuerpo, deslizándose dentro de ellacon un suspiro, su vida entera comenzando y terminando dentro de ella. Ellanunca alejó la vista de él, capturándolo con ojos tan vastos y bellos como elcielo nocturno hasta que él sólo tuvo una vaga conciencia de sus propiosmovimientos. No había más que el sonido de su agitación que incrementaba yel sentimiento de ella moviéndose bajo él, su mirada fija demandando aúnmás de él hasta que cedió a sus deseos y se perdió por completo en ella.

Él se reclinó junto a ella, respirando profundamente, escuchando larespiración inmoderada de ella. Nunca antes se había sentido así, como sesentía con ella. Cualquier tipo de control o de moderación era un mito,cuando ella se entregaba a él.

Él la observó mientras recuperaba el aliento, y tras un momentoextendió una mano para ponerla en el vientre de ella. Ella lo volteó a ver, y éllevanto una ceja, pretendiendo estar preocupado.

"¿Te sientes bien?" le preguntó. Las cejas de ella se fruncieron,confundidas. "Puedo pedir que te suban unos polvos," le ofreció con unasonrisa. "Te comiste un gran festín."

Sus ojos se agrandaron de la vergüenza y se volteó a hundir la cara enlas almohadas. Después de un momento todo su cuerpo comenzó a temblarcon convulsiones, y levantó la cabeza para voltearlo a ver. Su risa dechiquilla creció a una risa incontrolable que se convirtió en carcajadas de lomenos femeninas. Hacía temblar el colchón, su sonrisa tan brillante y tanamplia como el futuro que él imaginaba para ellos.

Él no supo, sino hasta ahora, lo mucho que había deseado esto: Helen,su glorioso cuerpo extendido junto al suyo en su cama, y el sonido de su gozollenando las esquinas vacías de su vida.

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Capítulo 13

Era una casa enorme, aún más grande que la propiedad de su

hermano. Era de lo más impresionante, especialmente con el personalelegantemente vestido en el uniforme Summerdale, alineado para recibir a sulord, darle la bienvenida de vuelta a casa, y para ser inspeccionados por lanueva condesa. Si tan sólo la condesa pudiera alejar la vista de su nuevasuegra. Helen sintió que probablemente su primer deber como dama de estelugar sería pedirle a un lacayo que recogiera la quijada que se le cayó a laseñora al piso.

Stephen parecía no encontrar nada inusual en ver a su madreboquiabierta. Pero Helen lo encontró casi tan desconcertante como lascarcajadas de Lady Caroline. La chica prácticamente gritaba de risa.

La mano de él sostenía firmemente su codo, así que ella nosucumbiría a la tentación de darse la vuelta y desgraciarlo de la mismamanera que su familia tan jubilosamente lo estaba haciendo. Por el amor deDios, enfrente de la servidumbre. Se había imaginado que si su familia separecía en algo a Stephen, que la recibirían con grave desaprobación. Sehabía preparado a sí misma para esto todo el día, pero pensó que habría sidoen privado. No tenía idea qué hacer cuando su propia cuñada estaba desatadade risa y su suegra parecía estar al borde de una apoplejía durante laintroducción.

Stephen, sin embargo, parecía saber precisamente qué hacer. Su vozse marchitó cuando adoptó una actitud positivamente glacial al lanzar unamirada negligente a su hermana y dirigirle la palabra a su madre.

"¿Te parece si llevamos este espectáculo adentro, madre? Me pareceque necesitarás un diván para desmayarte."

Ante eso, la boca de la viuda condesa se cerró de inmediato y miró asu hijo como si fuera una molesta curiosidad, su mirada revisándolo de arribaa abajo. Pareciera que su sarcasmo las tomó por sorpresa ya que hasta lasestruendosas carcajadas de la hermana se redujeron a una risita.

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"¡Demonios, Stephen!" dijo Lady Caroline con falsa gravedad. "Hasarruinado mi diversión. ¿Quién hubiera pensado que nuestra querida Mamáse pudiera sorprender? ¿Y por ti? Yo estaba disfrutando mucho elespectáculo."

Su madre parecía estar molesta con ambos pero silenció a su hija conun despreciativo gesto de sus manos y puso su atención completamente enHelen. "¿Es cierto entonces? ¿Es verdaderamente Helen Dehaven?" CuandoHelen asintió, algo parecido a diversión mezclado con admiración comenzó aencender sus facciones. "¿¡Y él se casó contigo?!"

Lo dijo con un gozo bordeando en el escándalo que dejó a Helenpasmada. Fue la presencia de Stephen a su lado, silencioso y frío, lo que laayudó a encontrar su voz finalmente.

"Así es, mi lady," dijo con la más tranquila compostura que pudoencontrar. "Me parece que lo mejor es presentarme al personal, para poderentrar y resguardarnos del frío. Será un placer hablar con usted encircunstancias más privadas."

Una vez que dejó a la condesa y a Lady Caroline atónitas, Helen lepermitió a Stephen guiarla hacia donde el mayordomo y el ama de llavesaguardaban. Él no aprovechó el breve momento para decir nada, pero le dioun alentador apretón a su brazo.

Entabló todas las presentaciones lo mejor que pudo, considerando lomortificada que estaba. Había pensado que las miradas y las burlas se podríanevitar por un tiempo, por lo menos hasta que se vieran forzados a estar enSociedad. Pero aquí estaban, casados no más de un día, y ya se estabanenfrentando cara a cara con el tipo de comportamiento que podrían esperarpor el resto de sus vidas. Ella esperaba que Stephen no estuviera sintiendodemasiado arrepentimiento.

Le agradeció al ama de llaves Mrs. Bates por preparar sus cuartos contan poco aviso y requirió que preparara algo de té. "Me temo que no sé cuáles la mejor estancia para nuestra pequeña conferencia," le confió a la robustaseñora. No tenía caso pretender que la recepción fue de ninguna maneranormal cuando los sirvientes tenían ojos y oídos como cualquier otra persona."¿Qué me sugeriría usted, Sra. Bates?"

"El salón amarillo, mi lady, a menos que prefiera la biblioteca.""El salón amarillo estará muy bien," Helen respondió, con una mirada

hacia su suegra. "Me parece que la Condesa Lady Summerdale requerirá su té

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lo más fuerte que lo pueda preparar, por favor."Era impertinente de su parte, honestamente, e inapropiado hablar con

los sirvientes de tal manera, pero no podía tratarlos como desconocidos sincaras. Le recordaban a los aldeanos de su pueblo. Mrs. Bates no parecióencontrar nada malo en esto, e incluso Helen tuvo la distintiva impresión quela señora suprimió una sonrisa.

"De inmediato, mi lady," dijo con una cortesía. "Algunas salestampoco estarían de más." Y se dirigió hacia una de las doncellas detrás deella para comenzar las preparaciones.

Hizo lo mejor que pudo con el mayordomo y se volteó hacia Stephen,quien le dio una sonrisa de aprobación antes de que sus facciones se tornaranseveras nuevamente. La escoltó hacia adentro y ella prontamente levantó lafrente esperando reunir un poco de valor mientras Stephen la guiaba hacia eladorable cuarto amarillo donde una deliciosa hoguera calentaba de buenamanera el espacio.

Su madre y hermana los siguieron hacia el salón, pero él esperó a queel lacayo tomara la capa de Helen antes de recargarse contra la chimenea yvoltearse hacia su madre con una mirada expectativa.

"¿Bien?" le inquirió. "¿No tienes más que decir? Preferiría escucharloahora para que la cena sea un poco menos infernal."

La condesa, sin embargo, continuaba observando curiosamente aHelen con una distintiva chispa de malicia en sus ojos. Helen se preparó,sabiendo que no tenía defensas contra lo que venía. No era nada que nohubiera enfrentado antes.

"Tú eres Helen Dehaven," le dijo maravillada. "Oh, pero discúlpame,debo recordar llamarte Lady Summerdale, ¿no es así? Aunque dudo que mepueda llegar a acostumbrar a la idea de que mi hijo sea lo suficientementeatrevido para desposar a alguien como tú." Inclinó la cabeza pensativamente,como si estuviera recordando. "Debo decir, querida, que nadie pensó que tevolverían a ver. Recuerdo el escándalo claramente. Le dije a ésta que haríabien en esperarse hasta después de casarse antes de adentrarse al bosque conun amante… no que esté en ningún peligro de adquirir uno," dijo señalandocon la cabeza hacia Lady Caroline.

Helen se puso rígida ante el deleite en la voz de la mujer. Son sólopalabras, se decía a sí misma. Se convirtió a sí misma en hielo ante la faltade otra defensa alternativa.

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"Pero resurgir como esposa de este mojigato," volteó a ver a Stephen,quien seguía reclinado contra la chimenea sin expresiones faciales, como unaescultura de mármol. "Me atrevo a pensar que todavía tienes potencial, hijomío. No me puedo imaginar que ocasionaras un escándalo solamente paradivertirme a mí. ¿Será posible que no la pudiste resistir, terminaste en sucama, y te sentiste obligado a casarte con ella?"

Stephen sostuvo la mirada de su madre y permitió una pausaimpregnada sostenerse antes de hablar. El aire de amenaza que se sentía en elsalón resaltaba el silencio.

"Sugiero," le dijo en un tono suave y peligroso que Helen nunca anteshabía escuchado, "que no asumas nada, y que guardes tu lengua venenosacuando hables de mi esposa."

Su madre levantó una ceja. "Me parece que eso fue una amenaza. Quedía tan inesperado. Stephen toma una ramera por esposa y amenaza a supropia madre, esto no tiene precedente. No va a funcionar, y lo sabes. Teconozco demasiado bien."

"Entonces sabes que puedo suspender tu pensión mañana, aunqueprobablemente piensas que no lo haré." Tomó un par de pasos hacia adelantehasta que estuvo frente a su madre, su voz aún suave y mortal. "Lo haré.Nada me daría más placer, así que piénsalo dos veces antes de emitirsemejante inmundicia otra vez."

No había otro sonido más que el de las manecillas del reloj. Helen notenía idea de qué hacer, o de si debería hacer algo o no. Claramente estabaobservando la más reciente batalla en una guerra larga y ardua y no tenía lamenor intención de acercarse más a la línea de fuego. Su marido parecía serun veterano con singular experiencia.

Su suegra aguzó la mirada, observando, "Otra novedad. Y me pareceque tienes la intención de hacerlo."

Stephen no contestó, pero su hermana había permanecido callada másque suficiente. "Yo creo que sí, Mamá, y no me sorprendería si decidieracortarte esa lengua también." Era charla ociosa, como si esto no fuera deltodo inusual, y se sentó a continuar su bordado. "Ahora, Lady Summerdale –¿te puedo llamar Helen? ¿Me dirás la verdad sobre por qué cancelaste tucompromiso? Nadie parece saber por qué, ni siquiera Anne Pembroke, aúncuando ella siempre ha tenido otras cosas que decir acerca de ti."

Helen se esforzó por mantenerse callada ante esto. Uno pensaría que

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eso había sucedido ayer en lugar de hace seis años. ¿La gente realmenteseguía hablando de eso? ¿Y Anne Pembroke, esa víbora, todavía se tomaba lamolestia de hablar de ella? Sin duda lo haría mientras hubiera chismosasviciosas como Lady Caroline para escucharla.

"Miss Pembroke no es amiga mía," dijo con labios rígidos, deseandoestar de vuelta en su casita vacía en Bartle, y que Stephen fuera no más queun humilde mozo, y que ellos pudieran librarse de escenas como esta.

Justo entonces llegó el té, salvándola de tener que contestar laspreguntas de Lady Caroline sobre su pasado. Helen hubiera ofrecido servirlosi hubiera pensado que podría hacerlo sin derramar la tetera entera, o sinaventárselo en la cara a la chica. Sus manos temblaban, furia y humillacióncorriendo a través de ella. Había esperado ser la burla de inclusive su familia,pero había asumido que no sería tan pronto ni tan abiertamente. Pero que lotrataran a él tan horriblemente, y que evidentemente siempre lo habían hecho,le daba ganas de alcanzar el jarrón más cercano y romperlo en la cabeza de lamadre.

Levantó la vista mientras la hermana servía y la madre seguía sentada.Él permanecía inmóvil, con la vista al frente, un indicio de su molestiaalrededor de sus cejas y de su boca. Cuando la volteó a ver a ella, susfacciones se suavizaron un poco. Ella levantó la frente y le mandó una miradaque contenía toda la lealtad que pudo inyectar en ella. Estaba agradecida quehabía escogido pasar por esto ahora en lugar de esperar hasta que elladescansara tras haber sido llevada a sus cuartos. Sólo confirmaba lo muchoque la comprendía, y cómo ella prefería terminar con esto de una vez portodas.

Lady Caroline parecía querer continuar la discusión del pasado. "Ya,Stephen, no voy a insultar a tu esposa como nuestra querida madre lo hahecho. De hecho, debo confesar que es mucho más interesante que la chicaque te gustaba antes."

"Clara," intercedió la condesa. "Una frívola aburrida como pocasveces he visto. Mucho más compatible con tus gustos, me parecía, pero ladejaste ir, ¿no es cierto? Ella te reemplazó con un duque, y tú la reemplazastecon esta–"

"¡Oh, pero ella era tan aburrida y esto es delicioso!" alardeó Caroline."Espera a que le escriba a Miss Pembroke para decirle que San Stephenperdió una duquesa y se casó con–" Se aclaró la garganta y miró a Helen de

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reojo. "Me refiero, a una mujer cuyo carácter estaba previamentecuestionado."

"No le informarás nada a nadie, Caroline," le dijo Stephenfirmemente. "Voy a informar a nuestros conocidos yo mismo, y ya hecomenzado a mandar aviso."

Helen sintió un poco de miedo ante sus palabras, preguntándose quéle diría a su hermano. Repentinamente la memoria de su hermano y sudesapruebo le parecieron la más dulce azúcar comparado con la familia deStephen. Hizo una nota mental para escribirle algo a la esposa de su hermanofinalmente. Y volver a leer la carta de Joyce de hace unos meses. Ella habíamencionado a esta mujer, esta, Clara van Doren. Una amiga, le había escrito.Sólo una amiga, ahora. Y casada con un duque.

"Y te agradeceré que no cuestiones la reputación de mi esposa, niahora ni en el pasado," continuó. Caminó hacia el sofá para pararse detrás deHelen, colocando una mano firme sobre su hombro. No quedaba duda de laadvertencia en sus palabras o en su gesto. Ella inclinó la cabeza y tomó su té.

"No te pongas defensivo, Stephen," contestó su hermana, irritada."Me preocupaba más tu codiciada capacidad de mantener tu perfección sobreel resto de nosotros. Lo que yo me pregunto ahora es, ¿cómo vas a continuarviéndonos hacia abajo ahora que te nos has unido en el fondo del pantano?"

"No más de lo que yo me pregunto lo que te pudo haber motivado,"inyectó su madre. Lo vio insistentemente, y luego a Helen. Cuando ningunode los dos se molestó en contestarle, ella dio un suspiro de resignación y selevantó. Helen tenía ganas de reírse, era tan obvio que se morían de ganas desaber y que no lo podían ocultar. No podrían esperar enmarañar al resto de laSociedad tanto como habían logrado confundir a su madre.

"Me voy a vestir para la cena. Querrás ver tus cuartos, LadySummerdale," dijo con una risa al jalar la cuerda de la campana. "Ah, unanueva Lady Summerdale. Esto va a ser estupendo, me parece." Y salió delcuarto justo cuando un lacayo apareció.

"Ven," Stephen le dijo delicadamente a Helen una vez que su madrese había ido. "Ha sido un largo viaje, y querrás descansar antes de la cena."

"Sin duda," contestó Helen, inclinando la cabeza hacia Lady Carolinemientras se preparaba para retirarse. "De nuevo en la brecha, y todo eso."

Stephen le ofreció una sonrisa cuando se levantó para seguir allacayo. Escuchó a la hermana hablarle a él una vez que atravesó las puertas

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del salón."Mi querido San Stephen," le ronroneó con una voz llena de

diversión. "Yo resolvería el misterio para nuestra madre si no le diera tantasatisfacción. Déjala pensar que decidiste convertirte en alguien escandaloso,pero yo puedo ver la verdad." Su risa siguió a Helen tras las puertas. "Elpescado frío de mi hermano se ha casado por amor. ¡Qué poco probable!"

Helen pausó tras las puertas, esperando en el corredor, invisible atodos excepto al lacayo que se detuvo con ella.

"Muy poco probable," respondió Stephen y ella se apresuró encontinuar, no queriendo escuchar más, por lo menos no con la servidumbrecerca de ella.

La cena fue aún peor, algo que Helen había pensado sería imposible.

Se encontró deseando escuchar el ingenio rápido de Marie-Anne mil veces.Aparentemente el resto del mundo dudaría antes de hablar mal de Stephen,pero su familia no compartía esos escrúpulos. Era inconcebible que estaspersonas pudieran hablarse entre sí de esta manera. De sólo pensar queStephen había tolerado una vida entera de este veneno hacía que le doliera elcorazón por él.

Con razón había vivido una vida impecable. No podía imaginarse lacrueldad que le procurarían si les hubiera dado un motivo legítimo dedesprecio. Con un shock se dio cuenta que había hecho precisamente eso,simplemente al casarse con ella, y sin embargo lo había hecho de buena gana,y había insistido en ello.

"¿En cuánto tiempo irás a Londres a escandalizar a las masas?" sumadre preguntó sobre la sopa.

"¿Deseas ser privada de tu deporte?" preguntó Stephen. "Penséquedarme y atormentarte el mayor tiempo posible."

"Pero tú no me atormentas, mi cielo, tú me deleitas," le contestó congusto. "Si tan sólo tuviéramos algunos invitados para alivianar más las cosas.Es realmente muy gratificante, mi querida Lady Helen, verte aquí en laalabada casa ancestral."

Lady Caroline se inclinó acercándose a Helen. "Mamá ha estado en

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agonía desde que mi hermano heredó. Tú has salvado a la familia de morirsede aburrimiento."

"En efecto, no podemos permitir eso," Stephen interrumpió. "Nada esdel todo tan imperdonable como una ausencia de excentricidad.Lamentablemente me ha faltado bastante."

Le molestó a Helen ser aquella a través de quien se cumplieron lossueños más preciados de la condesa. Volteó a ver a Stephen de reojo, pero élpermanecía perfectamente compuesto. Él nunca parecía morder el anzuelo,sin importar la carnada que le ofrecieran. Ella tenía la idea de que LadyCaroline era una mascota de la madre, copartícipe en el tormento de Stephen.Pero cualquier noción de que eran un frente unido se disolvió entre el salmóny la carne asada.

"Quizás yo pueda crear un escándalo propio," reflexionó LadyCaroline. "Voy a comenzar a coquetear con Lord Granville, quien todavía sesospecha de haber envenenado a su última esposa. ¿Tú me dirías, no es ciertoStephen, si él realmente fuera un asesino?"

Pero Stephen no tuvo oportunidad de contestar. Su madre se leadelantó.

"Granville nunca te voltearía a ver a ti. Ningún hombre con respetopor sí mismo lo haría. Hay montones de estiércol mucho más atractivos quetú en Londres, mi niña; pensé que entendías por lo menos eso."

La parte más evidente de este intercambio fue que Lady Caroline nisiquiera parpadeó ante tal abuso. Claramente esto no era nada nuevo; ellasolamente se calló, dedicándole más atención a su cena. Fue horrible. Helenencontró que de hecho admiraba la indiferencia de sus propios padres.

La situación empeoró justo antes del postre. Stephen había estadosilencioso por la mayor parte, rehusando tomar parte en la conversación aúncuando fueron de lo más groseras con él. Helen contó ocho las veces quequiso lanzar un candelabro contra una de ellas, pero él permaneció inmutablehasta que mencionaron a su hermano.

"Me pregunto si Papá habría aprobado de esta unión," meditó LadyCaroline, evidentemente encontrando los procedimientos demasiado mansos."No, esa es una respuesta obvia. Él no habría aprobado simplemente porquefuiste tú quien lo hiciste, por supuesto. Lo que realmente me pregunto es loque Edward habría pensado."

Stephen se puso muy quieto, fijando a su hermana en una mirada que

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la hizo retorcerse y mirar hacia la mesa incómodamente. Pero su madre noera tan débil de corazón.

"¿En efecto, qué habría pensado, Stephen?" le preguntó. Helen apretósu servilleta temiendo lo que la horrible mujer diría a continuación. "¿Tesusurró en su lecho de muerte que nunca serías un conde apropiado hasta quelo igualaras en sus indiscreciones? Este matrimonio es un excelente primerpaso pero te falta mucho por recorrer hasta que puedas rebasarlo en esa área.Y no podrías superar a su parentela."

La tensión en el comedor fue tan palpable que los sirvientes parecíanhaberse vuelto estatuas contra las paredes tratando de escapar llamar laatención. Helen lo vio tomar su copa de vino con tanta fuerza que temió quepodría romperse y trató desesperadamente de pensar en algo, cualquier cosa,para desviar la explosión que presentía venir en cualquier momento. No sabíaexactamente lo que su madre quiso decir con eso, pero evidentemente serefirió a algo que para Stephen era inmencionable.

"Mi hermano," dijo lentamente, con una mirada letal hacia su madre,"tenía una lengua civil en su boca, un rasgo que obviamente no fueheredado."

"¿Heredado de sus padres, querido?" Su madre le ofreció una sonrisacomplaciente. "¿Cuáles padres serían esos?"

Stephen se levantó abruptamente, derrumbando la silla hacia atrás,recibida en las manos de un pronto lacayo. Parecía estar listo para lanzarsesobre la mesa, pero Helen encontró su voz súbitamente.

"Mi lord, no me apetece tomar postre. Estoy segura que estáexcelente, como todo lo ha sido, pero tengo varios asuntos que atender.¿Sería tan amable de acompañarme a nuestras habitaciones?"

Lo dijo en una voz demasiado alta, pero él casi no la escuchó en sufuria. Ella nunca lo había visto en tal estado. Le colocó una mano en su brazoy cuando él la volteó a ver, sus facciones se relajaron minuciosamente.

"Ha sido un día bastante fatigante, mi lord," dijo ella. "Retirémonospara que pueda aconsejarme sobre la carta que quiero escribirle a LadyWhitemarsh."

Él aún no se movía, y la mesa estaba silenciosa. Helen temía que lamadre esperaba en deliciosa anticipación que él explotara, y sabía queStephen se arrepentiría si se permitía perder los estribos. Y gradualmente –muy gradualmente, ella sintió un cambio sutil en él, su manera silenciosa y

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secreta que tenía de retomar el control sobre sus emociones. Él deslizó unamano sobre la suya, sus dedos apretando su mano ligeramente.

Él se dirigió a la mesa y categóricamente dijo, "Buenas noches." Latomó por el codo y la condujo hacia la puerta como si nada inconvenientehubiera sucedido en absoluto.

"Pudo haber sido peor, sabes," le dijo adormecido cuando estaban

acostados lado a lado, horas más tarde."¿Peor?" Ella trató de mantener su tono de voz libre de sorpresa.

"¿Cómo?"Él le dio una risa a medias sin trazos de humor. "Mi padre pudo haber

estado vivo."Su mano trazaba un lánguido círculo sobre la ligera transpiración en

su piel desnuda. Ella estaba cansada, verdaderamente, pero cuando él latocaba de esa manera... ella se hubiera acurrucado contra él para besar esadeliciosa área en la base de su cuello, pero él estaba exhausto.

"Él nunca supo con certeza. Ninguno de nosotros nunca supimos laverdad, excepto mi madre, y es imposible decir si ella lo inventó todo paraagraviar a mi padre."

"¿Lo atormentaba?" ella preguntó, entrelazando sus dedos con los deél.

"Él no lo permitía," le contestó, besándola en la cabeza,acomodándose profundamente entre las almohadas. "Pero atormentaba aEdward, el no saber, y el ser la burla de su familia constantemente por eso. Yme enfurece a mí, porque estoy seguro que es mentira."

Sus párpados se sentían muy pesados. "Bueno, entonces estoy seguraque es una mentira," dijo al bostezar.

"Aduladora.""No," murmuró agotada. "Lo digo en serio. Tienes un instinto

maravilloso para este tipo de cosas. Tú siempre atinas en lo correcto. Es loque las enfurece."

Él pareció despertarse un poco ante esto, sus brazos estrechándosemás alrededor de ella. Pero ella estaba deslizándose con sueño.

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"Siempre en lo correcto. Excepto cuando se trató de ti."Se sentía tan bien y tan acompañada al estar acostada junto a él que,

en lugar de pensar en todas las maneras que había estado equivocado ocorrecto acerca de ella, se permitió quedarse profundamente dormida.

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Capítulo 14

Él temía perderla. No había nada que justificara este miedo,

simplemente un instinto que sabía que no debía ignorar o se arrepentiría.Tres noches de las últimas siete se había despertado escuchando los

sonidos de sus pesadillas, pequeños gemidos o incluso gritos que ladespertaban a ella también. Una vez ella se volteó hacia él y se acurrucó ensus brazos, quedándose dormida sin decirle lo que había soñado. Las otrasveces se había alejado de él y se había envuelto en una frazada para ir asentarse junto a la ventana. Ella había tocado su cara ligeramente ypronunciado su nombre antes de irse, pero dejaba claro que no quería que lasiguiera. Era evidente para él que ella no quería ser tocada. Así que laobservaba sentada bajo la luz de la luna, su cara alejada de él, su alientovisible en el frígido aire de la noche. Parecía que algunas veces prefería estosobre la calidez de la cama. Y él la dejaba ser, agradecido que ella le permitíaestar por lo menos en la frontera de su mundo interno, feliz de evitarcualquier tema que le brindara dolor.

Pero lo atormentaba, el sentimiento de que ella pudiera irse. Quequisiera irse, si la provocaban lo suficiente. Cada vez que se despertaba juntoa ella sentía un inmenso alivio de ver que todavía estaba ahí. Cuando ellatodavía lo deseaba aún tras escuchar lo que su madre y hermana tenían quedecirle, él se lo quería agradecer. Cuando él la tocaba, sentía que sus manossolamente rozaban la ilusión de ella, y que ella estaba fuera de su alcance.

Tenía algo que ver con lo competente que era. Ella no lo necesitaba,no realmente, para sobrevivir. Era un hecho que había probado cada díadurante los últimos seis años. Si se cansaba de él, de esta vida, no había nadaque le previniera dejarlo. No podía imaginarse que existiera algo con lo queél pudiera detenerla.

Aún ahora que ella estaba sentada frente a él hablando de asuntosdomésticos, no le parecía completamente real. Él no sentía una permanencia,era como si en cualquier momento ella pudiera levantarse y caminar hacia la

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puerta, y seguir caminando hasta que el horizonte se la tragara.Para prevenir esto se esforzaba en eliminar cualquier cosa que fuera

desagradable. No tuvo dificultades en persuadir a su madre de ir a visitar a suamante. No se lo dijo directamente, pero no dudó en instigar la idea en sumente, sabiendo que no resistiría la oportunidad de burlarse de él ante unaaudiencia mucho más receptiva. Su hermana era mucho más manejable yevitable. Se tomó grandes molestias para asegurarse que Helen no tuviera quetolerar más escenas como las que la recibieron cuando llegaron.

Él deseaba poder pasar más tiempo con ella, pero había mucho trabajoque hacer. Pasaba horas en su oficina y levantaba la vista para encontrarlaatravesando su despacho en la tarde, trayendo consigo la charola del té. Sesentaban juntos mientras ella le relataba sus últimas conquistas entre elpersonal.

"La hermana de Foster está esperando," le dijo. "Vive en el pueblo ytuvo un parto muy difícil con su primer hijo. Me dice que la partera murió elaño pasado y que nadie la ha reemplazado."

Él no estaba seguro qué era lo que él debía de hacer al respecto."¿Foster? ¿El primer lacayo?" Siempre le había parecido más que suficientesaber el nombre del hombre, que era oriundo de Surrey y que se sentía fuerade lugar aquí. Sabía que este Foster era uno de los sirvientes que nosimpatizaba con su madre, que era leal a la memoria de su hermano – y esoera todo lo que Stephen había tenido necesidad de saber. Pero ahora Helen ledaba una vida, completa con hermana y con preocupaciones sobrenacimientos de niños.

"Sí, Stephen, el primer lacayo," se rió delicadamente. "Pero merefiero a su hermana, y sobre todo a la necesidad que hay en el pueblo de unapartera. Susan, la recamarera, me dice que su madre fue partera y la instruyóbien. ¿Puedo darle permiso de atender partos de ahora en adelante?"

Dado que hasta este momento no había tenido la más remota nociónque existiera una recamarera llamada Susan, le dio a su esposa una sonrisa ypermiso de hacer cualquier cosa que se le antojara. Se había tomado muy apecho esta idea de ganarse al personal. No le cabía la menor duda que prontola querrían tanto como todo el pueblo de Bartle lo había hecho.

Sin embargo, había sombras bajo sus ojos. La primavera se acercaba ycon ella el inevitable regreso a Londres. Ella le había mandado una notacompuesta con mucho cuidado a su nueva cuñada, y muy pronto recibió

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respuesta.Él fue a encontrarla cuando se hallaba en plena conversación con el

jardinero. Ella estaba diplomáticamente expresando su desapruebo de losrododendros cuando Stephen entró.

"¿Sientes gran apego por los rododendros, mi lord?" le preguntó conuna expresión preocupada cuando vio la gravedad en su cara.

"Siento mucho más apego por ti," le contestó con una sonrisa,tratando de permanecer calmado y congenial para ella. "Haz lo que gustescon ellos, pero ven conmigo por ahora. Tenemos visitas."

Perdió el color de inmediato, pero le dio una cortesía al jardinero ycaminó hacia Stephen. Se detuvo por una pausa ante la puerta, con laexpresión fija.

"¿Quién?" Esa única palabra contenía una riqueza de ansiedades."Tu hermano y su esposa." Él esperó, parado silenciosamente junto a

ella mientras ella se endurecía. Le recordó a la primera vez que la conoció,cuando mencionó a su hermano y todo en ella se contrajo y se detuvo.

"Helen, si no lo quieres ver, le voy a pedir que se marche." Pero nosin antes decirle a Whitemarsh a su cara lo equivocado que ha estado, lodeshonorable y lo insensible que ha sido.

"No, yo–" Ella se detuvo, la vista baja sobre su vestido. Era el grisacero, servicial y sencillo, pero no andrajoso. "Sólo quiero verme un pocomenos – me refiero a que, me gustaría cambiarme si Lady Whitemarsh havenido. Por lo menos uno de los nuevos vestidos debe estar listo ahora.Bajaré de nuevo en un momento."

Le alcanzó la mano antes de que pudiera escapar. Estaba temblando."Yo voy a estar ahí," le dijo tomándola de la mano. "Voy a estar junto a titodo el tiempo, a menos de que prefieras estar sola."

Se mordió el labio. "Por supuesto que estarás ahí," le dijo con unapretoncito en la mano antes de soltarlo para apresurarse hacia las escaleras.

Esto le daría tiempo a él de hablar con su hermano. Se encaminóhacia la sala de estar donde el mayordomo había acomodado a las visitas,sintiendo la ira surgir en su cuerpo como una marea.

Estaban esperando en silencio, Lady Whitemarsh sentada en el divánmientras Alex estaba de pie con su espalda a la puerta, observando la figurade porcelana sobre la repisa de la chimenea. Esta tranquila imagen fuequebrantada cuando la puerta se cerró tras de sí. Alex no se volteó, pero

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levanto la cabeza repentinamente y empuñó sus manos mientras su esposasaltó y miró a Stephen con sorpresa.

"Oh. Lord Summerdale," exclamó ella con desilusión. Él se acercó aella y tomó su mano con una ligera inclinación.

"Me gustaría una palabra en privado con su marido." Le dijo sin podersuprimir el enojo que se delataba en su tono de voz. Alex giró hacia él conuna expresión de alivio como si pensara que Stephen tendría más clemenciaque Helen.

Lady Whitemarsh interrumpió sus pensamientos con una voz severa."Prefiero quedarme, mi lord. Ni usted ni mi marido van a prevenir miencuentro con Lady Summerdale." Le dirigió una mirada hosca y sediciosa aAlex.

Stephen se forzó a sí mismo a alejar pensamientos de la deliciosavisión de un duelo con Whitemarsh. "Me atrevo a decir que LadySummerdale es de la misma opinión, y me parece poco sensible probar mifortaleza contra ustedes dos juntas. De todas maneras, le pido únicamente unmomento con su marido. Mi esposa bajará pronto."

"Su esposa," repitió Alex. Parecía no poder creerlo. "¿Se ha casadocon ella entonces? ¿No fue una de sus historias descabelladas? Y dígame,¿qué fue lo que indujo a nuestro noble Lord Summerdale a desposar a unaparia? ¡Me encantaría saberlo, señor!"

Absolutamente asombroso. Este idiota estaba de hecho enojado conStephen. Él podría haberse burlado de él si hubiera sido capaz de sentir algomás que indignación.

"¡Historias descabelladas!" Stephen prácticamente le gritó al hombre."¿Y usted la defiende ahora, mi lord? ¿Cómo se atreve a pensar que tiene elderecho de juzgar cualquier cosa que concierne su bienestar si todas sushistorias descabelladas son ciertas?" Su voz se estaba elevando, pero no leimportó. Si Lady Whitemarsh rehusaba retirarse, sólo podría desahogar sufuria levantando la voz. "¡Incoherente, usted dice! Permítame informarle queella es perfectamente coherente, hasta la última palabra ha sido clara como elagua. Y usted – el bien amado hermano, el único que la pudo haber defendidoy protegido – ¡el único! Pero usted prefirió creer cualquier otra versión, ¿noes cierto?"

Respiraba pesadamente, el disgusto y la furia batallando contra larazón y la previsión. Alex estaba inmóvil, mirándolo sin expresión, sin

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siquiera molestarse con excusas o protestas."Usted confía en personas con la calidad de la Sra. Wilke y Anne

Pembroke, pero no en la versión perfectamente racional de su propiahermana."

"¡No fueron las únicas, esas dos!" Alex explotó, su volumen -si no suenfado- igualando el de Stephen. "Y ella no estaba siendo perfectamenteracional. Usted no puede saber."

"Yo sé que ninguna dama tan joven puede conservar la composturacuando es forzada a hablar de semejante salvajada. Yo se que fue usted quienla arruinó. Fue usted quien le arrebató lo poco que le quedaba de vida cuandole dio la espalda."

"No podía arriesgar aparentar aprobar de ella, no cuando sus accionesdesacreditaron el nombre Whitemarsh," gritó Alex con una mirada de acechoen su cara. "Prácticamente no importa cuál es la verdad, usted sabe eso."

Esta defensa privó a Stephen de palabras por un largo momento."¿Prácticamente no importa?" le preguntó incrédulamente.

Alex levantó una mano. "No lo dije de esa manera, maldito sea, sóloquise decir que lo que se creyó acerca de ella nos arruinaría sin importar loque yo escogiera creer, y sin importar lo que la verdad fuera."

"Usted la traicionó. ¡Usted me mandó a investigar algo que usted yasabía, pero no podía creer! ¿Y por qué?" Se detuvo, reuniendo los restos desu control al tiempo que su exclamación hacía eco por la estancia, tratando deencontrar satisfacción en el rubor avergonzado que se había apoderado de lacara de Alex.

"Dígame por qué," dijo tiesamente. "¿Por qué tuvo tanta prisa endescontar sus palabras, en descontar su valor como persona?"

Hubo un silencio mientras Alex simplemente lo observaba. Volvió lamirada hacia su esposa, pero Lady Whitemarsh sacudió la cabezatenuemente.

"No te voy a defender en esto, Alex," le dijo delicadamente. "Nuncalo he hecho."

Parecía estar al borde de las lágrimas. Su vergüenza era evidente,inundando la habitación y gradualmente llenando cada esquina hasta quefinalmente se aclaró la garganta y habló con voz ronca.

"Yo era muy joven," dijo débilmente y con una risilla sin humor. "Tanjoven y tan estúpido. Y ella siempre inventaba historias cuando era niña para

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evitarse un castigo cuando hacia travesuras...""¡Travesuras!" Stephen no podía creer esto. Si Lady Whitemarsh no

hubiera estado ahí se le hubiera ido a la yugular con entusiasmo. "¿Usted lellama travesura a la audacia de rehusar unirse en matrimonio con unmonstruo?"

Alex se contrajo con una mueca de dolor ante la palabra y cerró losojos brevemente. El hecho de que pudiera ser tan ciego voluntariamente, quepudiera estar parado ahí, enfrente, ahora, y pretender que todo el asunto fueun error de juicio, era insoportable. "¡Contésteme, maldita sea!" le insistió.

"¡No quería creerlo!" Alex gritó. Y aquí estaba, finalmente, la verdad,obvia en la manera en que incluso Alex sintió indignación ante sus propiaspalabras. Parecía haberse encogido de tamaño al desinflarse con eldescubrimiento de su propia cobardía. Levantó la vista hacia Stephen, quienlo observaba luchar por no perder la compostura.

"No quería creerlo," repitió, su voz casi inaudible ahora. "Todavía noquiero creerlo, que algo así le pudiera haber sucedido a ella. Que no la pudeproteger de eso, que tuvo que tolerar todas esas cosas. No quería que fueracierto, Summerdale. Era más fácil creer que ella me estaba mintiendo quesaber de cierto que él había... hecho semejante cosa."

Stephen lo observaba sin palabras. Encontraba imposible que fueranhermano y hermana, siendo él tan débil y ella tan fuerte. El hombre era unidiota, ¿cómo no lo había notado antes? Pero escuchó tenuemente la pequeñavoz de su propia conciencia, recordándole que él mismo había creído lasmentiras acerca de ella también. Y no podría olvidar jamás, el terror en sucara cuando finalmente le contó lo que había sucedido. Podía entender, si nojustificar, cómo había preferido creer la mentira.

El sonido de las pisadas de Helen bajando las escaleras llegó a susoídos y se obligó a sí mismo a tomar conciencia de que él no tenía el derechoni de juzgar ni de perdonar. Era ella quien debía hacerlo, aunque él loresintiera. No se atrevía a acercarse a Alex por temor de que la urgencia desoltarle un golpe fuera demasiado fuerte para resistirla. Pero le dirigió lapalabra desde donde estaba parado, silenciosamente para que Helen no loescuchara, pero claramente para que Whitemarsh lo entendieraperfectamente.

"Lo mataré si la vuelve a lastimar."Helen apareció entonces en la puerta, con una perfecta postura y la

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frente en alto. Como un soldado yendo al campo de batalla. Pero cuandofinalmente levantó la vista para ver a Alex, perdió la pose combativa.

Ella lo observó fijamente y él le regresó la mirada, ambos conincertidumbre y sintiéndose un poco perdidos mientras ella caminabalentamente hacia su hermano. Se detuvo a un paso de él, sus ojos absorbiendosus facciones.

"Te han salido canas," observó ella susurrando, sus ojos descansandosobre los mechones plateados en sus sienes.

Los labios de Alex se estremecieron con una sonrisa que murió antesde nacer. "Y tú ahora usas zapatos."

Ella levantó una mano y tocó suavemente el cabello que caía sobre sufrente. De pronto parecía de lo más natural, como la cosa más obvia en estemundo, que estos dos todavía sintieran afecto por el otro. Que todo lo que losunía no había sido del todo quebrantado. Stephen se sintió como un intrusootra vez, siendo testigo de cosas privadas, su enojo disolviéndose ante lo queobservaba.

Alex emitió un sonido ahogado, inclinando la cabeza. Helen vio a suhermano perder la fuerza en las rodillas y caer hincado al piso. Su llanto lepareció a Stephen ser el sonido de años desperdiciados y de promesas rotas,pero notó que provocó compasión en Helen. Ella se arrodilló en el tapetejunto a él para tomarle la mano y Stephen supo sin duda que los debería dejara solas.

Stephen tomó a Lady Whitemarsh del codo para guiarla fuera de estaescena. No podía soportar ver a su esposa – increíblemente – reconfortar a suhermano, sollozando sobre su culpa. Cerró la puerta tras ellos y la dejó alidiar con sus batallas como ella prefiriera hacerlo.

"Entonces fue cierto, todo eso," dijo Alex. Ella podía ver por el horror

en sus facciones que se estaba imaginando los detalles. "Que Dios meperdone, todo es cierto."

"No tiene caso cavilar en ello. Es imposible vivir día con día si nopiensas en otra cosa. Eso lo sé por experiencia."

Ella puso su brazo alrededor de él mientras estaban hincados en el

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piso. Se sentía extraño no estar enojada con él o no sentirse vindicada.Probablemente lo sentiría después. Por ahora sólo podía pensar en el dolorque Henley le había ocasionado a tanta gente, incluyendo a su hermano. Nole daba ningún placer pensar que la culpa y el desamparo podríanatormentarlo el resto de sus días. Reprimió el impulso de disculparse porcargar esta cosa con ella dondequiera que fuera, este recuerdo que nuncadesaparecería. Esto que lo contaminaba todo. Ella lo contaminaba todo.

Pero estaba determinada a no perder otra cosa que amaba. Ni siquieraa su hermano y a sus sospechas sin fundamento.

"¿Me podrás perdonar algún día?" le preguntó él al alejarse del abrazode ella. "Me iré. No hay manera de que me perdones esto. ¿Qué he estadopensando?"

Ella miró sus propias manos, inmóviles tras días de sufrir temblores."Yo ya no tengo idea de lo que es el perdón, Alex. No lo puedo olvidar, y note puedo querer de nuevo con un corazón despreocupado." Levantó loshombros con tristeza, cansada de perder años especulando sobre lo quesignifica perdonar. Sintió las lágrimas acumularse en sus ojos y el llantoamenazar desparramarse con un dolor en su garganta. "Pero eres mi hermano.He tratado dejar de quererte, pero no he tenido éxito."

"No soy digno de ti." Se limpió la cara bruscamente con una mano."Lo encontraré y lo mataré. Eso es lo que haré."

"¡No harás tal cosa!" exclamó alarmada, las lágrimas olvidadas. Leaterrorizaba el solamente pensar en alguien que ella amaba cruzando elcamino de Henley. Y ahora Alex tenía la mirada de un hombre preparado acometer un asesinato, o algo peor. "No voy a perder una cosa más porHenley, ¿me escuchas?" Lo zarandeó. "¿Me escuchas? Eso es algo que nuncate perdonaría."

Lo vio asentir, que entendía esto y que la tomaba en serio. Él le diouna mirada de resignación. "Entonces estoy seguro que tu nuevo maridotendrá el placer de desollarme vivo."

"Bueno, no le des el placer, por favor.""Pero tú – cuando..." Cerró firmemente los ojos como para escapar de

sus propias palabras. "Te dolió. Henley. Te perjudicó mucho. Lo que te hizo,me refiero."

"Ya está en el pasado, Alex." Pensaría en ello, lo visualizaría, y ellano podía tolerar la idea de su hermano imaginándose su violación una y otra

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vez por el resto de su vida. Justo como lo haría Stephen, si supiera. Le dio lamirada más severa que jamás le había lanzado. "Lo vas a dejar en el pasado,como yo lo he hecho. No quiero sufrir el tener que hablar de ello." Tomó ungran respiro y lo soltó. "Sucedió, está hecho, y yo estoy bien. Ahora,cuéntame sobre tu esposa."

Él se le quedó viendo. Helen pensó que intentaba reconciliar losrecuerdos que tenía de una frívola jovencita con la resoluta mujer queacababa de confrontar.

"Estaba aquí, pero…" dijo, distraídamente. "Pero quiero saber sobre tiy Summerdale. No intento insultarte, pero honestamente – ¿Cómo es quellegó a casarse contigo?"

Ella no pudo resistir sonreír ante su inocente curiosidad. Mi hermano,pensó mientras se sentía envuelta en un cálido resplandor. Tengo un hermanootra vez. Y en ese mismo momento se recordó a sí misma que no deberíainvertir demasiadas esperanzas en él. Él le había fallado, y si ella olvidabaeso sería bajo su propio riesgo. Aún así, era maravilloso, tener un hermanocon quien hablar y a quien molestar una vez más.

"Me preguntó. Fue muy insistente, has de saber." Se rió ante elasombro que vio en su cara. "Yo de hecho traté de persuadirlo en contra de laidea, si te lo puedes imaginar. Fue algo bastante sorprendente."

"Bueno, pues él es un hombre excelente," Alex murmuró, obviamentetratando de superar su confusión. Él la miró de un modo penetrante,atrapando su aire casual con una sonrisa tentativa. "Por supuesto que seencariñó contigo. No es un idiota, y sólo un idiota no se enamoraría de tiinstantáneamente."

"Oh, muchas gracias," se rió ante esta extravagancia. "Yo juro, juroque estoy disfrutando mucho tener un hermano arrepentido."

"¿Pero qué hay de ti? ¿Te casaste con él por amor, entonces? ¿Eres lofeliz que mereces ser?"

Ella evitó contestar todo eso, sabiendo que no debería admitir algo tanpeligroso como sentir amor. Le dio a su hermano una sonrisa y le contestócon la única respuesta de la que estaba certera.

"Soy feliz."

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Los siguientes días fueron como un sueño para Helen. Su hermano

estaba ahí, y su nueva cuñada, y la mansión se convirtió en un hogarfinalmente. Prometieron volver y quedarse más tiempo en la próxima visita."La próxima vez será a tu invitación, por supuesto," dijo Lady Whitemarsh,que no se disculpó por arrastrar a Alex y a Helen a este encuentro. LadyWhitemarsh quería escuchar sobre la infancia de Alex y Helen se deleitó encomplacerla con historias que sonrojaron a Alex y lo hicieron fanfarronear.

El segundo día, cuando Alex y Stephen se encerraron en el despachopara discutir asuntos de negocios, Helen llevó a Lady Whitemarsh a un tourde la propiedad para una caminata. Usó el pretexto de preguntarle su opiniónsobre los jardines, pero lo que realmente quería era la oportunidad de hablarcon ella lejos del alcance de los oídos de la servidumbre.

"Espero que este negocio que nuestros maridos están discutiendo nosea demasiado desagradable," dijo Helen. "Lord Summerdale parece estarmuy tenso a causa de él. Hay mal aire entre ellos," observó. Stephen habíasido fríamente cordial con su hermano durante toda la cena.

Lady Whitemarsh apretó los labios. "Bueno, me atrevo a decir quehay animosidad. Te diré honestamente, Lady Helen, que tengo profundossentimientos por tu hermano. Pero la única cosa que encontré despreciablefue que se rehusaba a creerte. Estuve a punto de rehusar su propuesta dematrimonio a causa de eso. Solamente acepté bajo la condición de queintentara hablar contigo de nuevo."

Helen resistió la sonrisa que vino a sus labios. Ah, le agradaba muchosu nueva hermana. Era muy placentero tener una mujer con quien hablar.Estaba empezando a extrañar a Marie-Anne desesperadamente, y aunque erairreemplazable, por supuesto, pensó que su amiga aprobaría de la esposa desu hermano.

"Sí," concedió asintiendo con la cabeza. "Eso debe ser la causa de laanimosidad, pero detestaría ser la razón que los ha separado. Es el pasado." Yella estaba determinada a pensar solamente en el futuro. No sentiría miedo yolvidaría todo y sería feliz. "Por lo menos los asuntos de negocios parecenforzarlos a convivir. Yo sólo espero que lo que sea que estén discutiendoayude a resanar esa brecha."

"Espero que estés en lo correcto respecto a eso," dijo LadyWhitemarsh con el ceño fruncido.

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Helen no quería ceños fruncidos, ni charlas del pasado. "Me pareceque esta fuente es visible desde la ventana de la oficina," intentó. "Lepreguntaré a Lord Summerdale si se opone a mover estos arbustos."

Y se concentraron en la discusión de jardinería hasta que el frío lasobligó a entrar a la casa. Sus maridos no aparecieron hasta la hora de servir lacena, ambos viéndose de mucho mejor humor. Lo que sea que hayandiscutido había eliminado la tensión entre ellos, aunque Helen no podíacomprender cómo fue que simples asuntos de negocios habían logrado esecometido.

Su hermano y Lady Whitemarsh se fueron al día siguiente. Habíanevitado preguntar si se reunirían nuevamente pronto en Londres, peroStephen se refirió a ello brevemente. "En la primavera," dijo, y era claro quese refería a que irían entonces.

Londres en la primavera. La Temporada. Esto aterrorizaba a Helen,no sólo por sí misma pero porque Stephen se tornaba muy sombrío cuandoalguien mencionaba Londres. Ella esperaba poder permanecer escondidosaquí, o a lo mejor en alguna otra parte donde su familia no estuviera. Esosería un mundo perfecto.

Aún esto era maravilloso, con la ausencia de su madre. Era fácil evitara Lady Caroline y sus insinuadas amenazas de invitar "amistades" a visitar.Helen no tenía duda sobre a cuales amistades se refería. Si alguna vez lamolestaba, si alguna vez se encontraba poniéndose incómoda, Stephenaminoraba sus miedos sencillamente con su presencia.

Se sentó a componer una carta para Joyce, preguntándose si deberíade decirle o no que estarían en Londres pronto, la ansiedad acumulándosesolamente de pensar en ello. Y Stephen repentinamente estaría ahí, sonriendode esa manera que la hacía olvidar todo lo demás. Mandó hacer vestidos,sintiendo la oleada de aprehensión surgir dentro de ella hasta que su maridovio los atuendos terminados y la hizo reír al comentar que Marie-Anneinsistiría en más volantes, que ella era demasiado modesta en sus gustos paraaplacar la Sensibilidad Francesa. La vida con él era como deslizarse hacia unsueño, y ella se entregó completamente.

Sería un rudo despertar cuando fueran a Londres y vieran a susamigos, a sus asociados. Pero encontró que no tenía que esperar todo esetiempo antes de que la cruel realidad le destrozara su felicidad.

Fue a su despacho un día mientras él cabalgaba con algunos de sus

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arrendatarios para discutir las plantaciones. Ella solamente quería encontraralgo de cera para sellar su carta a Emily. No deseando llamar a Foster, fue ala oficina – un cuarto que ella normalmente evitaba, prefiriendo la biblioteca– y buscó dentro del cajón del escritorio de Stephen. Ahí encontró una pila decartas.

Probablemente no las habría notado si no hubieran estado atadas conun listón de seda azul. Tuvo un mal presentimiento, una horrible sensación deque debería haber sabido sobre esto, lo que la hizo levantar una de las cartasy examinarla de cerca. Era vil, realmente, el entrometerse en sucorrespondencia privada. No, ella no haría eso. Pero no pudo resistir notar logruesa que era la pila. Cientos de cartas, con escritura femenina. La mismamujer. Una mujer que evidentemente rociaba su papelería con perfume, y quehabía escrito muy recientemente juzgando por el penetrante aroma.

Se dijo a sí misma que no debería de ver, casi tantas veces como sedijo a sí misma que quería investigar más a fondo. Era como estar poseída dedos mentes completamente distintas: una queriendo actuar como si nunca lashubiera visto, y otra queriendo abrirlas para leer lo que fuera que le esperaradentro de ellas. Lo había sentido antes, este rechazo de lo que tenía frente aella y la creciente realización que no podía negar lo que veía con sus propiosojos. Justo como no podía negar que había visto a Stephen esconder sucorrespondencia de ella en más de una ocasión. Oh, las cosas terribles quedebe esconder, le susurró la voz que nació dentro de ella seis años atrás.

"Niña tonta," se amonestó a sí misma.No le permitió a ningún impulso ganar. Solamente colocó el montón

de cartas sobre el escritorio delicadamente, como si pudiera explotar encualquier momento, y se preparó a despertar de su sueño.

Stephen se quedó fuera mucho más tiempo de lo que debía,

discutiendo cosechas y ganado con los arrendatarios que parecían tener másinterés en hablar de la nueva condesa y de cómo había resuelto tanamablemente el problema de la partera, dejando una muy buena impresión entoda la gente del pueblo cuando visitó hace unos días. Él no podía suprimir lasonrisa que se asomaba en su cara cada vez que la mencionaban. No parecía

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existir un detalle demasiado pequeño para que ella quisiera involucrarse, yninguna razón para temer que ella no estuviera feliz creando un hogar aquí,con él.

Es lo que se repetía a sí mismo cuando entró a la casa, sonriendoampliamente porque sabía que la vería pronto. Pero no había señal de ella enla biblioteca ni en el salón cuando la buscó ahí.

"Collins," le dijo al mayordomo cuando lo vio en las escaleras, "hellegado tarde para la cena, ¿no es cierto?"

"Lady Summerdale requirió que la comida aguardara su arribo, milord. Y ya he informado a la cocina que está de vuelta."

Había algo parecido a un reproche en la mirada del mayordomo. Lodebe estar imaginando.

"Muy bien, entonces. Probablemente desearemos tomar la cena ensuite esta noche," dijo dirigiéndose a las escaleras, esperando encontrarla ensus habitaciones.

"Como desee, mi lord." La mirada en la cara del mayordomo al deciresto lo detuvo en seco. Si Stephen no lo conociera mejor diría que esaexpresión era maliciosa. Pero el mayordomo se inclinó ligeramente y dijo,"Me parece que su secretario ha mandado unos documentos importantes. Losencontrará en su oficina."

Stephen no estaba esperando documentos importantes. Eso,combinado con la astuta mirada en la cara de Collins fue suficiente paraalarmarlo. Si Alex hubiera escrito, si Helen hubiera visto esa correspondenciay hubiera notado el nombre de Henley en las hojas... Quería protegerla decualquier cosa que tuviera que ver con él. Y si ella se enteraba que estabantrabajando juntos en contra de Henley, estaba seguro que intentaríadetenerlos. Y él no quería ser detenido. No deseaba debatirlo con ella porquerequeriría que ambos discutieran su pasado. Con un creciente sentimiento dealarma se dirigió hacia la oficina a deshacerse de cualquier documento quetuviera que ver con Henley. Después buscaría a Helen para ver si habíacausado algún daño.

Era demasiado tarde. Ella estaba ahí, sentada en el pequeño divánjunto al fuego, sin otra luz en el cuarto. No lo saludó al entrar. Tuvo lasensación que había estado ahí todo el día, y un peso frío se depositó en laboca de su estómago cuando ella no volteó a verlo. Aún cuando se acercó apararse tras de ella y besarla sobre la cabeza para saludarla, ella continuó con

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la vista fija en la mesa frente a ella, rígida y silenciosa."Me he demorado," le dijo suavemente. "Has estado esperándome. Lo

siento."Un silencio absoluto fue la única respuesta. Estaba tan lejana como lo

había sido cuando se conocieron por primera vez, la distancia tan grande ytan difícil de atravesar que le pareció ser una perfecta extraña. Finalmenteella habló, con una distancia tan cortés que pensó haber soñado todo lo quehabía sucedido entre ellos desde el primer día que la vio.

"No necesitas disculparte," le dijo con una civilidad que le heló loshuesos. "No deseo obstruir el tiempo y la atención que necesitas otorgar a tusasuntos de negocios. O a tus asuntos personales, tampoco."

Stephen se concentró en respirar para llenar de aire sus pulmones."¿Qué quieres decir con eso?" le preguntó esperando dar la impresión de unacuriosidad indiferente. "¿Y por qué estás aquí en mi oficina? Me heacostumbrado a encontrarte en la biblioteca."

Su vista cayó sobre la mesa frente a ella, el listón sujetando las cartasde Clara resplandecía con la luz del fuego. Sintió una explosión silenciosa enel pecho, una debilidad que se esparció a través de él, incitándolo a querergritar una negación. Estuvo de pie una eternidad escuchando su mundoderrumbarse.

"No supe qué hacer," le dijo ella ecuánime. "Buscaba algo de cerapara sellar una carta." Hizo un leve gesto con la mano, como para descartareso por ser una irrelevancia. "Consideré que podía pretender no haberlasvisto, o que podría leer cada una de ellas. Pero al final no pude decidirme, asíque me quedé aquí. No quise... tocarlas de nuevo, pero me pareció malosmodales dejarlas ahí."

"Helen," comenzó. Se detuvo al no tener más palabras que decir enmedio de las emociones que lo inundaron. Temor y vergüenza, pero tambiénun resentimiento infantil. No tenía derecho de estar enojado, pero lo estaba.Enojado con ella por encontrarlas, por estar ahí cuando no correspondía. Susasuntos, su oficina, su correspondencia – no tenía ningún derecho de estarhurgando en su escritorio. Y él, idiota que era, las había dejado ahí, tanfáciles de encontrar y tan obvias en su naturaleza, una condena envuelta enlistón azul de seda.

La repentina cognición de que tendría que escoger entre ellas loenfureció de una manera que no pudo haber esperado. Había aprendido y

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guardado muchos secretos en su vida, pero Clara era el único secreto que élatesoraba. La única cosa que era suya propia, todo el dolor y el gozo quesintió por ella cuidadosamente contenido en este maldito bulto de papeles. Lehabía dado a Helen todo lo que estaba en su poder darle: lanzar sus principiospor la borda, hacerla su esposa, él la había escogido a ella y había queridoprotegerla más de lo que quería la vida que había vivido hasta entonces, ytoleraría todas las burlas de la sociedad con gusto por ella. Y aún así no erasuficiente.

Era esto lo que lo haría perderla, y el dolor que sintió lo mantuvocongelado en su sitio. Ella no se había movido en absoluto, una escultura dehielo tras la cual él se sentía morir lentamente. Fue la indiferencia de ella, suaparente resignación y aceptación lo que lo hizo cerrar los ojos y tomar ungran respiro. No se permitió pensar mientras rodeaba la mesa con pasoscuidadosamente medidos.

Miró las cartas, y el listón que había estado atado al cabello de Clarala última noche que se vieron. Al levantarse el día siguiente leyó la noticiaque se había comprometido con el duque, como si los besos y las promesasde amor entre ellos nunca hubieran sucedido. Ahí, en algún lugar por elmedio de la pila, estaba la carta de condolencias que envió tras la muerte deEdward. Sobre ella había un año de cartas de amor; bajo ella estaba todo loque había sucedido desde entonces, cartas llenas de más amor, amistad, ypromesas, su único bálsamo contra la soledad.

Las levantó, el silencio de Helen a su espalda amenazando conhacerlo pedazos, y las puso en el fuego.

Se arrepintió de inmediato, aún cuando tomó el atizador paraempujarlas contra los leños. El listón estalló en llamas instantáneamente; lasorillas de las hojas se curvearon hacia arriba convirtiéndose en una películanegra que se deshacía en polvo ante sus ojos. Se reclinó contra el manto de lachimenea, sintiendo las cenizas de su amor incinerado arder a través de él,sabiendo que no podía voltearse a encarar a Helen todavía. El resentimientoque surgió dentro de él estaba demasiado fresco, la pérdida de lo poco que lequedaba de Clara penetró como una espada en su corazón.

Las observó quemarse en el cuarto silencioso hasta que ya no pudotolerar un momento más de eso, preguntándose si sería suficiente o siperdería a su esposa sin importar todo lo demás que había sacrificado paratenerla.

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Pasó una eternidad antes de que ella rompiera el silencio."No tenías que haber hecho eso."Soltó una risa amarga. "¿Ah, no? ¿O no será suficiente a menos que

me lance yo también al fuego?""Me refiero a que tienes derecho de mantener tus... amistades. Por

favor no pienses que yo deseo hacerte ese tipo de demandas."Se tornó hacia ella. "No, tú nunca requieres nada, ¿verdad?" Su

vehemencia la sorprendió tanto a ella como a él mismo. Se detuvo antes dedecir algo más. Ella nunca solicitaba nada de él; nunca lo haría y lo volvíaloco con desesperación. Solamente en la noche, cuando la sostenía y seenterraba en ella lograba que le demandara algo, ella le pedía renunciarcompletamente a su cuerpo y a su alma, mientras ella se resguardaba a símisma de él.

Ella recuperó su compostura, doblando sus manos firmemente sobresu regazo. "La única cosa que te he pedido es que no me escondas la verdad,sin importar lo dolorosa que pueda ser. Has cambiado tu vida por mí losuficiente hasta ahora. No puedo tener objeciones en contra de quemantengas tus amantes."

"Ella no es mi amante. Ella nunca fue mi amante." Es todo lo que él leofrecería sobre la verdad por el momento, pero se adelantó a interrumpircualquiera que fuera la tontería que se preparaba a arrojarle a continuación."¿Y te debo de otorgar la misma libertad? ¿Esperabas encontrar satisfaccióncon alguien más?" Estúpido. No lo saques al tema, imbécil. No podría tolerarperderlas a ambas en una noche. "Porque puedes abandonar esa noción eneste instante. No pretendo compartirte, por más ganas que tú tengas decompartirme a mí."

Ella se quedó ahí con una mirada de ofensa y disgusto contorsionandosu linda cara. "¡Yo no dije eso, deja de poner palabras en mi boca!" Caminóhacia el escritorio y de regreso, deteniéndose en el extremo del cuarto queestaba más alejado de él. "No estoy ciega a todo lo que has hecho por mí,Stephen, y lo poco que he hecho por merecer cualquiera de esas cosas. Y seráaún peor cuando vayamos a Londres. ¡Pero no puedo encarar nada de eso sitú no me dices qué es lo que me espera! Sólo quiero saber si me atormentaráncon los susurros de mi propio pasado, o si voy a tener que lidiar también conhabladurías de alguna otra mujer en tu vida."

"No vas a tener que lidiar con conversaciones acerca de mí," fue todo

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lo que logró decir. Eso es todo lo que le importaba. La idea de una amante lapodía tolerar perfectamente, pero Dios la libre de los chismes absurdos deLondres. Era difícil de creer que él de hecho había admirado su sentidopráctico. Daría todo por una pizca de celos de su parte, algún indicio de queél le importaba a ella.

Ella asintió brevemente con la cabeza como para indicar que se dabapor resuelto el asunto, frustrándolo aún más, ocasionando que encontrara suvoz de nuevo.

"Todo lo que te he pedido, Helen, es la promesa que serás mi esposa.Que no tendremos el tipo de matrimonio que he observado a mis padres ytantos otros conllevar. ¿Lo has olvidado tan prontamente que me proponesmantener una amante?" le preguntó, sin poder controlar la manera en quelevantó la voz.

La expresión en la cara de Helen estaba en blanco. "No, no lo heolvidado."

Se volteó para comenzar su camino hacia la puerta, y el sólo verlahacer eso drenó su ira en una repentina ola de vértigo. Ella se iría. Ella podríacontinuar caminando para siempre y él perdería la última cosa que valoraba.La certeza de eso lo dejó vacío.

Pero ella no se fue. Ella dudó, se quedó en el mismo lugar por unlargo rato mientras su vida colgaba de un hilo. Finalmente ella dio un golpe alpiso con el pie, como niña haciendo un berrinche. Ella había abandonadotoda su fría compostura, y el verla expresar emociones desató una inundaciónde cálido alivio dentro de él.

"¡No te quiero querer tanto!" lloró. "No si me vas a esconder tucorazón. ¿Qué no puedes entender eso?"

Él lo entendía. Ambos querían la misma cosa, después de todo –mantenerla segura y contenta. Él cruzó hacia ella y puso sus manos sobre susbrazos, inclinándose hasta tocar con su pecho la espalda de ella, agradecidode sentirla suavizar su rigidez al tacto.

"No te lo estoy escondiendo," le dijo. Esta era una verdad pura quepodía admitir sin dudar. Se inclinó hacia adelante y tomó sus manos en lassuyas, recorriendo las palmas de sus manos con sus dedos. "Mi corazón estáaquí."

La volteó hacia él y la besó, acostándola sobre el tapete y tomándola ala luz del fuego, sabiendo que no sería suficiente para mantenerla con él para

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siempre, pero esperando que fuera bastante para que se quedara una nochemás.

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Capítulo 15

Chère Hélène,Te escribo las noticias del pueblo rápidamente, para poder seguir

adelante con lo más importante. Los Huxleys han comprado un toro queaterroriza a todos de aquí hasta Hillside; la pequeña Agnes se ruboriza cadavez que John Turner entra al hostal; y la Sra. Gibbons nos dejó a todossorprendidos cuando trajo un pastel digno de un rey para el picnic anual delReverendo. Voilà. Estoy segura que necesitas tiempo para recuperarte detoda esta excitación. Ve por unas sales y regresa a leer.

Voy a estar en Londres para recibir mi mesada trimestral en unassemanas – ¿es lo suficientemente pronto? No me gusta esto de estarnosescribiendo una a la otra, tú eres demasiado hábil escondiendo cosas enpapel. ¿Qué te pasa, mi querida amiga? Me dices que no pasa nada. ¿Debosuponer que quieres que te cuente historias de mi querido Shipley? ¡Como sino las hubieras escuchado miles de veces! Eres peor que la Esfinge.

Pero suenas contenta y me da mucha alegría saberlo. Lo que sea quefuere que no me estás diciendo, te preocupa, y no te permite sentir paz en lafelicidad que has encontrado. No voy a tolerar esto. ¿De qué manera podríaayudar yo? No lo sé, pero voy a venir a ti (con discreción, por supuesto). Yno me opongo a ver a tu marido Lord Guapo, ya que Bartle se ha vuelto de lomás abismal sin su pícara sonrisa.

Espero que ya te sientas bien establecida ahora. La casa suenamaravillosa. ¿Tendré una recámara? ¡Oh, y servidumbre! Trataré deportarme bien y no ser demasiado indecorosa.Bisous,Marie-Anne

Habían estado en Londres sólo dos semanas cuando sucedió. Mucho

del personal de la casa de campo había viajado con ellos a la ciudad, y Helense sentía agradecida de no tener que ajustarse a nuevos nombres y nuevas

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caras. No hubo la necesidad de explicarle al nuevo cocinero que Helenocasionalmente disfrutaba de asomarse a la cocina, o insistirle a otromayordomo que le desagradaba que la estuvieran preguntando si podíanatenderla con algo continuamente todo el día.

El mayordomo, Collins, fue una de sus más grandes conquistas. Élhabía sido rígido y formal cuando lo conoció en la propiedad de la provincia,con un leve pero identificable trazo de juicio en la mirada que indicaba deinmediato que estaba al tanto de su pasado. Pero se había suavizado a laprimera evidencia de que Helen abrigaba una fuerte aversión a su suegra, yencontró en la alianza que continuó formándose que él era un excelenteamigo.

Ella lo molestaba sin piedad sobre su gusto por el chisme, el cualnunca dudaba de compartir con ella si pensaba que podría ser de utilidad.Lady Cashley había sido la primera en llamar a la casa hace una semana.Cuando Collins le trajo la tarjeta de visita y la vio palidecer ante lainminencia del primer evento en Buena Sociedad, le informó que nonecesitaba preocuparse. Lady Cashley estaba muy agradecida con LordSummerdale por un servicio, del cual el mayordomo mantuvo los detalles enun silencio absolutamente hermético, y no había manera de que acudiera conla intención de ocasionar ningún problema.

Esa visita fue innocua, al igual que lo fueron otras visitas. Stephenestuvo con ella durante la gran mayoría de ellas, pero comenzó a dejarlatomarlas en privado después de la primera semana. La Temporada de Londrestodavía no estaba en pleno, y la verdadera prueba vendría después. Por ahora,las intermitentes visitas eran principalmente los asociados más cercanos de sumarido, y todos compartían un interés en darle la bienvenida a ella a lasociedad sin reservaciones.

Ella había estado pensando que a lo mejor no sería tan terrible.Probablemente, a pesar de todo lo que había aprendido en la vida, se lashabían ingeniado para escapar de las mandíbulas de su pasado.

Niña tonta. En un terrible momento finalmente comprendió que nopodría haber habido una escapatoria. Había un monstruo en lasprofundidades, dedicado a jalarla hacia él y hundirla hacia lo más hondo paraahogarla.

Collins tuvo el día libre, aún en contra de sus propias protestas alcontrario. Helen había insistido que debía tener un día para sí mismo antes de

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que La Temporada comenzara de lleno, y había insistido en esto para lamayoría del personal. Stephen estaría de vuelta a tiempo para tomar el té, y sillegara a venir alguna visita había suficiente servidumbre en la casa paraatender a sus necesidades.

Pero parecía haber visitas temprano juzgando por los sonidos que seoían en el pasillo de la entrada. Helen mandó a su doncella a decirle a Fosterque le indicara a la visita esperarla en el salón. Debe ser esa mujer Americanacon la cara agradable quien vino a visitar; ella no tendría idea que erademasiado temprano, pero a Helen no le importaba. Apenas ayer habíarecibido una carta de Jack, diciendo que Katie se había recuperado mejor delo que habían esperado y que finalmente podían considerar emigrar. Ellaesperaba que la dama Americana pudiera decirle algo sobre Wilmington,donde habían propuesto establecerse.

Bajó las escaleras, considerando en su mente todas las preguntas quepodría hacerle a la dama. Observando el gesto de desdén de Foster, ella rodólos ojos de vuelta para demostrarle que estaba de acuerdo y que aceptaba lairregularidad del evento.

"Manda pedir té, por favor, y no te preocupes," le murmuró alacercarse a la sala de estar. "Es tan sólo una visita social."

Se volteó con una brillante sonrisa preparada para darle la bienvenida,sus manos extendidas para saludarla, directo a la pesadilla encarnada. Almencionar su nombre la despojó de su balance, destrozando seis años dehelada calma.

A través del silencio que resonaba en sus oídos ella escuchó su propiavoz, que sonó como si jamás hubiera emitido una palabra en su vida adulta,rechinando con oxidación y desuso. Escapó de labios entumecidos la únicapalabra que había deseado nunca volver a mencionar en su vida.

"Henley."Le parecía imposible pensar más allá del sonido de su nombre.

Imposible que él estuviera aquí, en esta casa donde ella se había pensado asalvo, imposible que se viera exactamente igual. En el instante que lo vio a lacara, ella experimentó la más extraña sensación– como si toda lamalevolencia dentro de él fuera sólo un sueño porque tal oscuridad no podríaexistir detrás de esa cara tan hermosa con ese cabello tan rubio.

Pero se disolvió en un instante cuando sus propias palabras regresarona ella. Retornaron como un hechizo, como si no hubiera pasado el tiempo en

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absoluto y estuvieran continuando la conversación donde la dejaron. Lasúltimas palabras que le había dicho a él, al presionar la navaja, que habíaencontrado por milagro, contra su garganta: Salte de mí.

El eco de esas palabras borró la irrealidad de la situación y lareemplazó con una oleada de terror. No le des la espalda. La instrucción vinoclaramente a su mente, deteniéndola de voltearse hacia la puerta cuando suspiernas no pudieron correr.

Estuvo paralizada en su lugar, petrificada, como un conejo inmóvil enel pasto tratando de escapar ser notado por una criatura más grande einteligente. No podía encontrar una pizca de valor. Estaba distantementesorprendida que alguna vez pudo gritarle, que alguna vez pudo negársele, quelo desafió – que alguna vez pudo pensar que podía ganar contra él.

Sintió un dolor agudo de pérdida por la chica que alguna vez habíasido, la chica a la que había calificado de tonta y estúpida, que no habíatenido miedo y que había pagado las consecuencias por ello.

"Me complace ver que estás bien, Helen," dijo con una aparentesinceridad.

La miraba, y el azul de sus ojos era del color de las mentiras,derramando afecto. Tornó todo real otra vez, recordándole que él realmente lahabía amado, que había estado frenético al perderla. Y que ella lo habíaamado con desesperación. Todo eso… todo había sucedido, y él estaba aquí,en su sala de estar como si fuera un viejo amigo.

"¿Por qué estás aquí?" se ahogó con las palabras, la debilidad de suvoz traicionando su terror. "Vete. Vete ahora y no le diré a mi marido queestuviste aquí."

Él levantó una ceja, la arrogancia de su expresión introduciendo unaplétora de memorias olvidadas. "Pero si es tu marido a quien vine a discutir,querida."

La furia arribó a ella tan rápidamente que no pudo detener el tonoirritable de sus palabras. "¡No soy tu querida!" Inhaló un respiro mientras sumente comenzaba finalmente a funcionar. Un arma, algo, ella debía encontraralgo en caso de que él se acercara demasiado. Pero no le des la espalda. Seacercó cuidadosamente hacia el escritorio.

"Vete. No eres bienvenido aquí." Trató de hablar en un tono suave deadvertencia, intentando invocar una furia protectora, pero le salió trémula ydébil. Se sintió vergonzosamente cercana a las lágrimas. Él la reducía a una

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niña sumisa."Helen, por favor, debo hablar contigo. ¡Me debes de escuchar!" Él la

miraba con un anhelo que ella reconocía bien pero que recordó era venenoso.Todo acerca de él era mentira, desde el tono implorante en su voz hasta losaires que se daba de ser inofensivo. Ella finalmente llegó al extremo delescritorio pero no bajó la mirada.

"Por favor. Sé que nos separamos de una manera terrible, pero yo nomerezco este trato. Si alguna vez te importé antes de perderte de esa maneratan irresponsable, te ruego que me ayudes." Él levantó una mano y ellareaccionó defensivamente antes de darse cuenta que solamente estabapasándola por su propio cabello. "Me están arruinando, Helen. Los banquerosno desean actuar en mi nombre. Nadie me quiere extender crédito." Él se veíaperseguido, hambriento por comprensión.

"¡Vete!"Dios, ¿es que acaso su voz nunca recuperaría la fuerza? Era

imperativo que no lo escuchara, inconcebible que le viniera a implorar a ellapor ayuda. Él podía pretender que todo había resultado de una separacióndolorosa y ella sabía que era susceptible a creerlo, sabía que no quería nadatanto como el poder pretender que nunca había sucedido. Pero no podía hacereso. Su pánico no se lo permitiría.

Su mano recorrió nerviosamente el escritorio detrás de ella, cerró losdedos con una fuerza mortal alrededor del abridor de cartas finalmente, yabrió la boca para dejar escapar seis años de odio.

"¿Por qué los mataste? ¿Por qué? ¡No te hicieron nada!" La cara deKatie surgió en su mente, recordándole a la otra chiquilla que había matado.El mango sólido del cortapapeles en su mano le recordó la navaja que habíasostenido hace tanto tiempo, dándole valor. "No tenían nada. No estabancazando en tus tierras, idiota, pero tú sabías eso. ¡Y los mataste de todosmodos, sólo porque podías hacerlo! ¿Cuántos otros has asesinado?" La ira lamantenía a flote ahora, fluyendo a través de ella, incontrolable. "¿Cuántos?"le gritó.

"Helen–""¡Mantén mi nombre fuera de tu boca!" le gritó. Inhaló un respiro con

dificultad, sintiendo una furia histérica apoderarse de ella. "Era una bebé.¡Era sólo una niñita!"

"¡Tú que sabes de eso!" estalló exasperado, todo el resentimiento

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cuajándose en sus facciones. "No eran nada para nadie. Nada. Eran lospordioseros más desaliñados, y yo no permitiré que vivan y se multipliquencomo una pestilencia sobre mi tierra. Y tú me dejaste por eso. ¡Por esabasura! No era de tu incumbencia."

"¡Asesino!" No fue más que un aullido atemorizado, lasprofundidades de su depravación renovando su terror. "¡Era de miincumbencia no casarme con un asesino!" Quería cerrar los ojos para sacar laimagen de esa cara de su mente, colapsarse al piso y entregarse a la náusea yal terror y a la extenuación. "No me interesa el por qué viniste aquí. Lo quealguna vez hubo entre nosotros se ha terminado y está en el pasado. Noquiero tener nada que ver contigo."

"Yo te regreso el sentimiento completamente, te lo aseguro," le dijocon una mirada intensa. "Pero el pasado ha regresado a ti por una razón,Helen."

Ella no escuchó nada más después de eso. Lo que sea que él dijodespués se perdió cuando ella entendió que nunca le permitiría escaparlo.Observó sus labios moverse en una letanía de reproches que ni siquiera semolestó en tratar de comprender, sintiendo el peso de su pasado oprimirla yapoderarse de ella.

Le resultaba increíble que hubiera venido. Pero por supuesto que iba aregresar a su vida. Por supuesto que el pasado no se podía enterrar, sinimportar que ella lo intentara con todo su ser cada hora de cada día. Ella nopodría, lo comprendió finalmente, remojar este horror en la felicidad quehabía encontrado, esperando que la mancha se disolviera y desapareciera.

Pero podía hacer uso de él, se dio cuenta ahora. Si no tenía laintención de abandonarla, entonces lo reclamaría como propio. Si ella estabacompletamente arruinada, habría que permitir que le sirviera de algo.

Apretó los dedos alrededor del cuchillo y buscó dentro de ella aquelloque le aterrorizaba más. Su propia violencia, tan profunda y largamentenegada, estaba allí esperando. Había cobrado vida sólo una vezanteriormente, en un destello brillante que había jurado no volver a resucitar.

Cuando él tomó un paso al frente para ponerle la mano sobre elhombro, el repentino y vívido recuerdo de las hojas crujiendo debajo de ellacasi la estranguló. Vino a ella rápida y furiosamente, como siempre lo hacía –el sentimiento de su pierna dura e insistente contra las de ella, el pesoincómodo de sus faldas amontonadas sobre su cadera, algo afilado en el suelo

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raspándola detrás de la rodilla.Cosas que ya había olvidado, o que nunca había recordado. Todas se

levantaron como un nudo en su garganta, estrangulándola, acarreadas ahí porla mano de él levantándose hacia su hombro, concentradas en la empuñaduradel cuchillo.

Foster pareció frenético y aliviado cuando Stephen entró por la puerta."Una visita, mi lord," dijo antes de que Stephen pudiera siquiera

quitarse los guantes. "Está con Lady Summerdale. Venga."Esto marcaba la primera vez que un sirviente le había dado una orden,

y la repentina falta de deferencia lo impulsó a actuar de inmediato. Siguió aFoster por el corredor. "¿Quién es?"

"Dio su nombre como Duncan, mi lord. Ella quiere que se vaya, peroél no se retira."

Habían llegado al salón. Una doncella estaba parada en la puerta,cargando una charola de té con la vista fija en el salón como si estuvieraobservando una crucifixión. Mientras Stephen buscaba en vano por cualquierDuncan que pudiera conocer en su inventario mental de nombres, la escena sereveló ante sus ojos. Un hombre sostenía el hombro de Helen, sacudiéndolaligeramente tratando de romper la mirada de hielo que ella portaba.

"¿Qué debo hacer para convencerte que no vine aquí para lastimarte,Helen?" Le rogaba con sinceridad. "¡Yo te amaba!"

Aquí es cuando él debió de haber dicho algo, hecho algo. Pero almencionar amor, no pudo evitar voltear a ver a su esposa, cuya cara seconvirtió en una máscara de asco y de odio.

"¿Me amabas? ¿Cuándo? ¿Cuando levantaste mis faldas a fuerzas ytapaste mis gritos, o cuando sostuve la navaja contra tu cuello paradetenerte?"

Su voz era poco más que un susurro, suave y mortal. Pero Stephen loescuchó. Lo detuvo donde estaba parado junto a la doncella, atascándolo enuna aturdida confusión. No hubo tiempo para absorber lo que ella habíadicho, o permitir registrar más que los hechos esenciales. Sólo existía lacruda realidad de lo que significaba, y que Henley estaba ante él.

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En tres largos pasos había cruzado el salón propulsado por una furiaanimal. En tan sólo un momento arrancó la mano del hombro de Helen, lotiró al piso de un golpe y lo observó con satisfacción mientras se alejabaencogido. Pero no le permitiría escapar, levantándolo para poder darle aHenley un golpe tras otro a la cara, eufórico cuando sintió la nariz rompersebajo su puño. Se escuchó a sí mismo sobre la sangre que latía sobre sus oídosemitir un gemido. Golpeó a Henley una y otra vez – una vez por haber puestouna mano sobre Helen, otra por las pesadillas que le había infligido, otra porlas sombras que había dejado bajo sus ojos. Una y otra vez, por el horror queStephen no podía concebir o imaginar.

Sintió la sangre derramarse por sus puños y encontró que le daba uninmenso placer. Ahogaba los sonidos de las otras voces que le pedíandetenerse, controlarse. Pero se había controlado a sí mismo toda la vida, y nose detendría ahora, no cuando Henley jadeaba y sangraba y le rogaba al ritmode sus golpes.

Le rogó por su vida, lo que hizo a Stephen querer estrangulárselahasta extinguirla. Envolvió sus manos alrededor del cuello de Henley,observó su cara tornarse púrpura e hincharse, ignorando las manos quesostenían sus brazos, tratando de apartarlo. Solamente apretó más fuerte, yesperó. Cuando los ojos de Henley perdieron el enfoque y se rodaron haciaatrás de su cabeza, Stephen lo soltó.

Miró fijamente al bulto que tosía a sus pies. Había sido demasiadorápido, demasiado repentino. Sintió que estaba fuera de sí mismo, de unamanera irreal. Lentamente se dio cuenta de la presencia de Foster paradojunto a él, llamándolo por su nombre con temor. Se volteó hacia él, tragandoaire, y notó a Helen. La había olvidado por completo.

Ella estaba sentada en el piso frente al escritorio. No tenía ningunaexpresión en absoluto sobre sus facciones mientras observaba a Henley. Ladoncella estaba menos compuesta, llorando y agarrando a Helen mientrasmiraba la escena. Stephen parpadeó, tratando de recuperar pensamientoscoherentes mientras el tumulto de su ira se disolvía a un fuego lento. Hizouna moción hacia Foster.

"Manda llamar a Lord Whitemarsh," le susurró, lo mássilenciosamente posible para que Helen no lo escuchara. "Dile lo que hasucedido. Deshazte de esta... basura. Mantenlo en los establos y lleva a LordWhitemarsh ante él."

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Fue lo único que se le ocurrió. Dejar a Whitemarsh lidiar con lo quequedaba de Henley. Stephen no podía siquiera contemplar dejar a Helen.Estaba blanca y sin vida, sentada ahí como un bulto.

Cruzó hacia ella y cayó arrodillado mientras Foster hacía lo que lehabía indicado. Stephen detuvo la histeria de la doncella con una palabrabrusca y la mandó a la cocina. Y aún Helen no se movía. Cuando la intentótocar, ella se sobresaltó y miró fijamente las manos que la trataban deabrazar. Ella se apartó, arrastrándose por el piso para estar fuera de sualcance.

Él se vio a sí mismo. Todavía tenía puesto su abrigo y sus guantes, yestaban cubiertos en sangre. Podía olerla con cada respiro que inhalaba en supecho. Vagamente recordó la voz de ella contándole una noche hace unaeternidad. Detesto la sangre, le había dicho.

Se sentó ahí sin palabras, sin poder alcanzarla, capaz únicamente dedecir su nombre. Pero ella no respondió, no se movió. Ella parecía norespirar, solamente miraba el piso fijamente. Él esperó a que ella regresarahacia él, y le dejara ver algo, cualquier cosa, aún si fueran sólo gritos osollozos. Ella era como una sombra de sí misma, una estatua sin vida.

Los sirvientes vinieron a llevarse a Henley, tosiendo y jadeando.Stephen pidió que le trajeran una palangana con agua para lavarse, cortandolos botones manchados de sus guantes con el abrecartas que había caído alpiso. Se sentía magullado por dentro, libre de cualquier pensamiento exceptoque no podía acercarse a ella con sangre en sus manos.

Al terminar de limpiarse la volteó a ver nuevamente, encontrando queno se había movido.

"Por qué–" la voz de Stephen se cortó con un sollozo inesperado.Apretó la boca para detenerse, cerró los ojos para bloquear la visión de lo queahora comenzaba a aclararse para él. "¿Por qué no me dijiste?"

La voz de Helen fue un escueto susurro, el espíritu de palabrascabalgando sobre una exhalación de aire, "No era importante." Lo volteó aver, aún sin expresión alguna, inclinando la cabeza ligeramente. "No memató."

Él levantó sus brazos hacia ella, pero ella se alejó nuevamente,deslizándose a través del suelo en pequeños incrementos mientras él seacercaba arrodillado a ella. Ella alcanzó la pared y se reclinó contra ella,parpadeando al verlo.

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Él miró sus manos extendidas, mientras temblaba entre ellas. Las dejócaer, viéndola impotentemente. Sus nudillos pulsaban adoloridos, y bajó lavista al sentarse en sus talones. Ella no lo quería. ¿Cómo podría ella quererque alguien la tocara? Él había pensado que ella simplemente era reticente,que caprichosamente escogía permitirle a alguien acercarse o dejarlo afueraen el frío. Que solamente necesitaba tiempo para abrir una brecha en lasmurallas que había construido alrededor de sí misma. No debería caerle desorpresa que estaba destinado a fallar, que sería abandonado en las afueras.Como siempre lo había sido.

Pero ella lo sorprendió, como regularmente lo hacía. Él sintió lasmanos de ella cerrarse alrededor de las suyas y sintió un estremecimientosurgir en ella, comenzando como un leve temblor, creciendo hasta alcanzarespasmos incontrolables.

"Estoy cansada, Stephen." Sonaba como una niña. Se mordió loslabios y lo miraba como si ella no pudiera entenderse a sí misma. "Estoy tancansada."

Ella le permitió envolverla con sus brazos y cargarla por las escalerashasta la recámara para ponerla en la cama. La acostó, envuelta en una cobijacomo la primera noche que habían pasado juntos, y se acostó junto a ella ensilencio.

Ella no durmió. Estuvo temblando junto a él observando las sombrasalargarse en la recámara mientras él acariciaba su cabello y aceptaba suderrota. La principal cosa de la que se había enorgullecido era de saber laverdad. Comprender la naturaleza de una situación complicada, cuando nadiemás podía hacerlo. Ver lo que otros no podían ver.

Pero la vez cuando más había importado, cuando todas las señaleshabían estado ahí, él había fallado. Su familia había estado en lo correctodespués de todo. Él era inútil y torpe, nada más que una astuta ilusión depoder. Destinado a vivir en las afueras del círculo de la cálida vida que sentíaen Helen, por la cual daría cualquier cosa con tal de pertenecer. Ella no semantenía apartada de él en la noche porque era tímida o egoísta o fría, comose había dicho a sí mismo cientos de veces. Era por esto – por el dolor y elmiedo y la violencia que había conocido. En su colosal ceguera, él la habíaculpado a ella.

Finalmente, cuando vino la noche, ella se volteó en sus brazos con unmovimiento rápido que lo sorprendió tras horas de inmovilidad. Ella envolvió

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sus brazos alrededor de él y pudo ver que estaba cercana a quedarse dormida.Ella le habló suavemente contra su cuello, un murmullo que alcanzó lo másprofundo dentro de él, más allá de su triste dolor, y lo dejó flotando en unmar de esperanza.

"Sólo quiero una vida ordinaria," ella suspiró. "Puedo tener eso, ¿noes cierto?" Él sintió sus lágrimas deslizarse por su mejilla, un riachuelo cálidoque le rompió el corazón porque no tenía manera de detenerlas.

"La quiero." Ella rozó su cara contra la de él. "Contigo."Y permanecieron en silencio hasta que ella se quedó dormida.

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Capítulo 16

Casi dos semanas, y todavía no la había tocado con nada más que

afecto fraternal. Continuaron, día con día, y él mostraba el mismo tiernocuidado que siempre había tenido con ella, pero no regresó a su cama por lasnoches. Desaparecía en la estancia que colindaba con la recámara que habíancompartido, y dormía en el diván que tenían ahí, con la puerta cerrada entreellos. Helen sentía ganas de llorar por la pérdida de él.

A lo mejor lo disgustaba. Probablemente era aceptable que una mujerentregara su cuerpo por amor, pero el haber sido forzada era algo que la habíaconvertido en intocable. Ella no sabía y no se atrevía a preguntarle por quémantenía su distancia. Al principio, al día siguiente de la aparición deHenley, ella se había alegrado que Stephen no la hubiera tratado de besar otocar de una manera íntima. Ella se había sentido exhausta y le había tomadoalgo de tiempo regresar a la normalidad. Pero ahora ella se sentía como ellamisma nuevamente, y al pasar de los días y al él continuar dejándola dormirsola, ella comenzó a preocuparse que la vida entre ellos nunca volvería a serla misma.

Ella le había preguntado, atemorizada, qué sería de Henley, y él lahabía tranquilizado con prontitud. Alex se había ocupado de todo, le dijo,aunque Helen sabía que su marido seguramente había tomado alguna parte enello. Si Henley volvía a poner un pie en Inglaterra nuevamente, sería lanzadoa la prisión más cercana – si es que vivía para contarlo – y Alex y Stephen sehabían asegurado de hacerle entender esto claramente.

"Él no volverá a acercársete, mi amor," Stephen le había dicho,dándole un casto beso en la frente.

Después de eso, él se había propuesto encantarla, intentando hacerlaolvidar cualquier tristeza o miedo. No había un momento que pasara con élque no estuviera riéndose de alguna broma o que no hubiera estadoinvolucrada en una conversación absorbente. Era como cuando primero vinoa su pequeño pueblo y se encajó a sí mismo en su vida, excepto que ahora no

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había un indicio de seriedad tras sus bromas. Era un flirteo apacible sin lapromesa de algo más.

Pero parecía más proteccionista de ella que nunca, como recordómientras atendían la cena del Duque de Thursby en su cavernoso comedor.Ella no había querido ir a la cena, sabiendo que el Duque era famoso porescoger sus invitados con la intención de proveer entretenimiento. Élmezclaba y emparejaba miembros de la sociedad para producir volátilescombinaciones de personalidades. Ocasionalmente la mezcla producía pocomás que aburrimiento. Helen esperaba que ese fuera el caso, ya que cualquierotra cosa que no fuera otra noche sentada sola con Stephen en la mesa lepermitiría dejar de pensar en la fría cama que la esperaba.

Desafortunadamente, la cena de Thursby fue memorable de unamanera que nunca hubiera deseado. Había un celebrado violinista y una actrizque era su amante, y ambos se sentaron frente a Helen. Un vizconde y suesposa, a quienes el Duque presentó con un brillo en sus ojos. Ella pensó queprobablemente existía mala sangre entre el vizconde y Stephen, juzgando porla mirada sagaz en la cara del Duque. Entre los demás, había una debutantequien había sido todo el furor esa temporada, un Sr. Niles conocido por suvisión para los negocios y hábito de juego, un párroco que hablaba docelenguajes con fluidez, y unos cuantos de los más fascinantes ciudadanos deLondres. Y Anne Pembroke. Por supuesto.Stephen se había mantenido al lado de Helen antes de la cena contra todoprotocolo, alejándola de Miss Pembroke tras un breve saludo. Él parecíasaber que la única cosa que esta compañía tan extraña tendría en común esque estaban bien informados y absolutamente deleitados con el escándalo quehabía formado la vida de Helen. Pero no se amedrentó en vista de esto, comoHelen lo habría hecho si él no hubiera estado a su lado. Él saludó a cada unode ellos placenteramente, presentó a su esposa con una nota de orgullosilencioso y de desafío implícito, y concluyeron la cena sin acontecimiento.Esto fue en gran parte por su propia autoridad y su capacidad de dirigirsutilmente la conversación entre los comensales. Los tuvo discutiendo elprecio de los granos y el temor de revolución entre los trabajadores,compeliendo al vizconde a saltar en defensa de las leyes protegiendo lasimportaciones.

Era astuto. Era un tema que provocaba una discusión animada entretodos. Nadie se libraba de ser afectado por ello y todos tenían una opinión

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que impartir. Todos, se recordó a sí misma, excepto Stephen, quien solamentelos observaba y estimulaba el debate al inquirir respetuosamente acerca de losdefectos de cada uno de sus argumentos. Él preservaba cuidadosamente suneutralidad, y ella comenzó a comprender que eso era más importante para élque su propia reputación.

El Duque, quien había estado lanzando miradas decepcionadas haciaStephen durante la cena, se vio esperanzado nuevamente cuando las damas seretiraron al salón y los caballeros se quedaron a tomar oporto. Esta era laprueba real. Ella debería sentarse con las damas, sin tener a Stephen paraprotegerla de lo que sea que ellas escogieran decirle a ella. O acerca de ella.

Helen pasó la mitad del tiempo conversando con la actriz, MissAvery, la única mujer que no titubeó en hablar con ella. La debutante lasmiraba a ambas como si tuvieran una enfermedad contagiosa que temíacontraer. Pero aunque las otras damas mantenían una distancia respetable,fueron lo suficientemente civiles. Anne Pembroke parecía estar esperando suoportunidad. Encontró su ocasión cuando Miss Avery terminó una canción,deslizándose detrás de Helen para hablarle en un tono demasiado dulce.

"Ella es un gran talento," Anne observó, "celebrada tanto en elescenario como fuera de él, me parece. Antes de que se ocupara con suviolinista, el Duque de Varley estaba muy enamorado de ella."

"¿Es así?" Fue todo lo que Helen pudo pensar decir, en la ausencia deotro modo de detener su propensión hacia el chisme. "Entiendo que Varley esun patrocinador de la expedición de África que ocurrirá este año," ella tanteó,recordando algo que había leído en los periódicos. Cualquier cosa le era másinteresante que discutir los amantes de Miss Avery, y África era mucho másfascinante que cualquier tema que Anne Pembroke considerara ideal.

"¿África? Tienes intereses de lo más notables, querida. De hecho, yocalificaría tu preferencia de amistades como notable también, si fuerascualquier otra persona," dijo asintiendo hacia la actriz mientras las otrasdamas se reunían a su alrededor. "Pero sabiendo lo que sé acerca de ti,"continuó con una pequeña sonrisa maliciosa, "es de lo más predecible."

Tal desapruebo sólo porque Helen se había atrevido a charlar conMiss Avery. No pudo evitar sentir un poco de lástima por esta joven. PobreAnne Pembroke. Todos estos años de intrigas y connivencias, y aún no habíapodido conseguirse un marido adinerado. En lugar de eso, escogía pasar sutiempo haciendo comentarios sobre el pasado de Helen.

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Con ese pensamiento, la lástima se desvaneció. No tenía a Marie-Anne o a Maggie a su lado, pero sabía exactamente lo que opinarían sobreesta horrible mujer. El sólo pensarlo la animó.

"He encontrado que ser predecible tiene sus ventajas, MissPembroke," le dijo tranquilamente. "¿No somos almas gemelas en eseámbito?" Observó a Anne tomarse la molestia de agraviarse con esta confusaofensa. "Me refiero a que, por supuesto, usted predeciblemente continúasiendo aún Miss Pembroke, y no ha perturbado las cosas lo suficiente conalgo tan audaz como tomar un marido. Es de lo más admirable."

La debutante dejó escapar una risita horrorizada, y el resto de lasdamas parecían gozosamente asombradas. Solamente Miss Avery miródirectamente a Helen con una mueca de admiración en su cara mientraspretendía aplaudir en su dirección.

Helen repentinamente se avergonzó de sí misma por haber tomado lacarnada. Anne Pembroke parecía querer sacarle los ojos. Oh, por favor Diosno me digas que Anne Pembroke puede ocasionar problemas de algunamanera para Stephen, rezó. Como si sus pensamientos tuvieran el poder deinvocarlo, se dio cuenta que los caballeros estaban entrando al salón. PeroAnne se había recuperado.

"No me engañas," le siseó Anne, aparentemente sin darse cuenta delos recién arribados. "Eres todavía la misma desvergonzada que eras hace seisaños, sin importar que te hayas casado con el mismísimo Conde deSummerdale."

"¿Escuché mi nombre?" Stephen preguntó, moviéndose con graciahacia el pequeño grupo de damas para tomar el brazo de Helen. Volteó a vera Anne como si apenas hubiera notado que estaba ahí, dándole una grácilreverencia y una sonrisa que no alcanzó a arrugar sus ojos. "Miagradecimiento por sus buenos deseos en nuestra reciente boda, MissPembroke. Y extienda mis saludos a sus primo."

Helen tuvo tiempo de notar la palidez repentina en Anne aunqueStephen la comenzó a alejar de ella. "¿Mi primo?" preguntó ella, y Stephentitubeó.

"Sí," le contestó con una sonrisa fácil. "Me parece que estará devuelta de la… provincia en un año más o menos. ¿Le interesaría contarmecómo le va?"

Había algo en el modo en que lo mencionó y en la mirada de horror

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en la cara de Anne Pembroke que transformó el aparentemente inocuocomentario en algo más serio. Miss Pembroke agitó sus manos como sipudiera alejar el tema, pero fue incapaz de disimular su agitación.

"No," dijo Stephen silenciosamente, con una mirada significativa. "Nopensé que usted desearía conversar sobre él." Con otra leve reverencia, enreconocimiento de la ligera inclinación de cabeza de Anne, condujo a Helen através del salón a donde estaba el vizconde.

"¿Su primo?" Helen susurró mientras caminaban.Stephen acercó un puño a su boca, aclarando su garganta. "Prisión del

deudor," le respondió detrás de la mano que cubrió su tos.Continuó de esta manera el resto de la noche. El comentario de Anne

Pembroke había sacado el tema, y aunque ella no lo reanudó, los demásconsideraron abierta la temporada de cacería sobre Helen. Cuando elvizconde deliberadamente felicitó a Stephen por la rapidez en que organizósu boda en secreto, Stephen se lo agradeció educadamente y después inquiriósobre el negocio de opio, lo que dejó al otro hombre sin palabras. Los demásno fueron tan imprudentes con sus observaciones, pero solamente necesitabaninsinuar que Helen sería el objetivo del siguiente comentario para queStephen introdujera un tema, aparentemente innocuo pero privadamentepoderoso, para quitarles los colmillos a los invitados en un instante.

Helen no podía adivinar lo que había detrás de sus comentarios quelos provocaba a tornarse prácticamente serviles en respuesta. Aún el párroco,cuando parecía oponerse a hablar con Helen, cambió de parecer en unparpadeo después de que Stephen simplemente mencionó Coventry.

Ella lo observó cambiar, en una noche, de un espectador neutral a unpeligroso oponente. Todas las personas fueron intimidadas – inclusoaterrorizadas, ella podría decir – para la hora que había terminado con todos.Y ella estaba segura que lo había hecho solamente por ella. Abandonó el aireevasivo que había cultivado tan cuidadosamente por la única razón de que noquería que ella sufriera las embestidas de condescendencia y de burla. Lomiraba sintiendo una oleada de ternura mientras confrontaba al Duque conuna pregunta sobre el arte que había escogido para adornar las paredes.

El Duque comenzó a ahogarse como pescado fuera del agua ante laaparentemente inocente consulta, pero Helen sólo podía ver el movimiento delas pestañas de su marido al alcanzar su copa de vino. Lo amo. Que Dios meayude, pero lo amo más que a mí misma.

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Lo sintió como un flechazo a su corazón, el saber cuánto estabaofreciendo de sí mismo por ella. Ella hubiera preferido tolerar la burlapública antes de verlo tornarse en algo que ella sabía que él detestaba, pero élno le dio la oportunidad. En ese momento ella estuvo a punto de tomar sumano en la de ella cuando la mueca de su boca le hizo bajar la vista por temora que todos pudieran ver sus sentimientos. Eran tan fuertes y tan bellas susmanos, y hacía tanto tiempo que no las sentía sobre ella.

Cuando volvieron a la casa él se fue directamente a su oficina,dejándola irse sola a la cama de nuevo. Era ella, no él. Siempre había sido dealguna manera culpa de ella lo que le facilitaba irse a dormir a otro lugar. Élla había hecho a ella parte de su vida, sin recibir nada más que sufrimiento acambio. Las demandas de su pasado habían venido a embrujar su casa, yahora su reputación cambió de perfecto caballero a un participante activo enel juego que detestaba.

Cuando ella pensaba sobre esto, no lo podía culpar por mantenersealejado. Ni siquiera ella tenía ganas de dormir consigo misma a estas alturas.

"Un visitante para verla, miladi."Helen levantó la vista de las cucharas de servicio de plata que estaba

puliendo. El personal todavía consideraba extraño que ella ayudara con losquehaceres domésticos de vez en cuando, pero se lo permitían con gusto.Durante los años que había vivido con Maggie, ella había aprendido de suamiga lo útil que eran estas tareas monótonas para aplacar los momentos quese sentía perturbada. Le ayudaban a ordenar sus pensamientos. Justo ahora,ella cuidadosamente frotaba diminutos círculos sobre la plata, observando lasuperficie brillar mientras se preguntaba a sí misma una y otra vez si erasabio estar tan enamorada de su marido, quien era cortés y amable y bienparecido, y que había contratado trabajadores para renovar la recámaraadjunta a la de ella. Solía ser una guardería y ahora se convertiría en larecámara de él.

Él lo había anunciado casualmente anoche, como si no fuera de mayorimportancia que comprar cortinas nuevas para la sala de estar. El tenedor deella había caído con resueno sobre su plato mientras ella observaba con shock

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y miseria la cena que no había probado. Ella murmuró algo insubstancial,incapaz de atreverse a demandar que volviera a su cama, o que la besara unavez más con pasión en sus labios. En vez de eso, ella dijo que no había estadoconsciente que él planeaba hacer mejoras a la casa.

"Es bastante molestia la que te vas a tomar," ella murmuró."No es molestia en absoluto," le contestó él suavemente, y ella tomó

valor para verlo a los ojos. Parecía como si él esperaba que esto lacomplaciera.

"Stephen," le dijo ella tímidamente, sintiéndose abochornarse hastalas raíces. Pero tenía que decir algo. "No hay ninguna razón por la que debasretirarte a tus propias habitaciones." Sus ojos vagaban por los lugares de lamesa, mortificada por la necesidad de tener que hablar tan claramente. "Túeres bienvenido – quiero decir, me refiero, más que bienvenido, a..." su vozse redujo a un susurro, "a dormir conmigo."

Él no contestó, y cuando ella se atrevió a levantar la vista para verlode nuevo notó una mirada de tal ternura y compasión en su cara que se sintióal borde de estallar en lágrimas. Él pudo haber dicho algo; de hecho, ella tuvola sensación de que él quería hablar con ella del tema explícitamente, porincómodo que fuera. Pero el lacayo se había acercado con el postre y laconversación se abandonó. Él había salido esa noche y la dejó contemplandoesa mirada de compasión toda la noche, sin regresar hasta mucho después deque se había quedado dormida con un sueño inquieto.

Fue horrible. Si él pensaba que esto era a lo que ella se refería cuandole dijo que deseaba una vida ordinaria con él, entonces ella debería encontrarla manera de hacerle comprender. Ella dudaba de su habilidad para hablar desemejante situación en términos directos, lo cual la trajo a pulir plata paradeliberar acerca de las palabras adecuadas.

Se quitó los guantes y los dejó a un lado del pulidor. Una visita erabienvenida. Sin importar quien fuera, ella podía usar la distracción de suspensamientos.

"Una Sra. Navire para verla, miladi," Foster le informó con unamirada ansiosa. Todavía estaba compungido acerca de la aparición de Henleyese desastroso día. Él ahora permanecía rondando alrededor cada vez querecibía visitas.

"¿Navire?" preguntó ella. Era un nombre extraño y que ella noreconocía, pero se dirigió hacia el salón, con Foster siguiéndola

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prácticamente pisándole los talones, para ver una mujer vestida de negro,como si estuviera de luto. Tenía un velo grueso puesto sobre el sombrero,escondiendo su cara por completo. Cuando Helen se acercó, la mujer se dio lavuelta y levantó el velo con un gesto juguetón.

"¡Cou-cou!" exclamó, sus ojos brillando alegremente.Helen se llevó la mano a la boca para esconder la repentina sonrisa y

que estaba absurdamente a punto de llorar. "¡Oh, Marie-Anne, qué tontodisfraz!" Se dejó caer en los brazos de su amiga con suficiente presencia demente para gesticular a Foster que podía irse.

"Mi querida Hélène, ¿pero qué puede estar mal?" Marie-Annepreguntó con preocupación. "Sabía que debía haber venido antes. No lloresasí, ma chère, debes decirme qué es lo que es tan terrible."

Helen limpió las lágrimas con una risa triste. "Bueno, Sra. Navire – yno hay necesidad de ser tan discreta que debas jugar con tu nombre. ‘Shipley'no se traduce muy bien, suena muy extraño."

"Dije que iba a tratar de no ser demasiado indecorosa, y terminésiendo extraña en vez." Marie-Anne gesticuló para alejar este tema y observócon determinación a Helen. "No me vas a distraer, querida amiga, de estaslágrimas que me han recibido."

"Sólo estoy encantada de verte." Tomó un respiro y se sentó en elsofá, determinada a hablar racionalmente. "Oh, qué perfecto que hayasvenido, y exactamente en el momento que te necesito."

Una hora después, Marie-Anne había escuchado la historia del retorno

de Henley. Parecía absolutamente deleitada con la inclinación de cabeza deHelen afirmando que Stephen lo había atacado.

"Maravilloso," Marie-Anne declaró. "Te dije que tu marido era unbuen hombre. Demasiado bueno para matar esa odiosa bestia,desafortunadamente, o para mantenerlo aquí suficiente tiempo para que yo leescupiera." Sintió un delicado escalofrío. "Pero esto fue hace dos semanas.¿Todavía estas tan perturbada por eso, Hélène, que lloras?"

"Oh," dijo Helen en una pequeña voz, anticipando la conversacióndelante de ellas. "No, no es eso. Fue desconcertante, por supuesto, y ver a

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Stephen actuar tan salvajemente me perturbó. Pero ya pasó, y me ha afectadode una manera que nunca esperé."

"¿Te ha hecho más propensa a llorar?""No, lo opuesto." Luchó por ordenar sus pensamientos. No era fácil

de explicar, incluso a sí misma. "Siento una especie de liberación por ello. Escomo si finalmente ha terminado por cerrarse, todo ese capítulo de mi vida. Yahora soy libre de vivir como yo quiera."

"Bien," dijo Marie-Anne con una cálida sonrisa que iluminó su cara."La vida es para los vivos y es hora que dejes de asustarte con las sombras.Pero entonces, ¿por qué lloras? Estás más emocional hoy que nunca."

Helen veía sus propias manos entrelazadas sobre su regazo. "Parecehaber cambiado a Stephen de alguna manera, el saber sobre… todo."

Tuvo dificultad al tratar de describir el comportamiento de Stephendesde ese día. Marie-Anne se mantuvo en silencio por la mayor parte,escuchando con atención mientras Helen buscaba las palabras. Sus ojos seabrieron ligeramente al escuchar sobre la nueva recámara a la que él seestaría mudando.

"Pero, mon amie," le dijo frunciendo el ceño cuando Helen habíaterminado, "me mandaste llamar antes de que todo esto sucediera."

"Sí." Helen suspiró y se resignó a permanecer abochornada el resto dela tarde. "Creo que debe haber algo que está terriblemente mal entre nosotros.Pensé que tal vez tú podrías ayudarme. Porque soy tan inexperta, tú sabes, yno estoy tan familiarizada con…" forzó las palabras a salir de su boca, "conlos asuntos de la cama matrimonial."

Marie-Anne dejó escapar un suspiro divertido. "Como nunca heestado casada, no sé si pueda ayudarte. Especialmente si te vas derrumbar demortificación. Tienes un adorable tono color berenjena."

"Lo intentaré." Helen tomó un gran respiro. "Lo haré, y tú sabes a loque me refiero. Tú tienes más experiencia que yo en estas cosas."

"Bien, es cierto que soy difícil de impresionar. ¿Cuál es el problema?Me refiero antes de ahora, cuando me escribiste."

"Pero ese es el problema. Yo he estado perfectamente contenta coneso. Sin embargo me parece que hay un problema. Creo que Stephen erainfeliz conmigo, desde mucho antes de esto."

Marie-Anne levantó una ceja. "Absurdo. Esta enamoradísimo de ti.¿Y tú estás satisfecha cuando vienes de su cama?"

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"Sí, por supuesto." Sintió el calor elevarse en su cara."¿Y no lo dejas en la duda sobre tu satisfacción?"Helen se encogió de hombros. "Bueno, sí, supongo.""¿Tú supones?" Marie-Anne parecía considerar esto la peor respuesta

posible. "¿Tú sólo supones? Muy bien, te tengo que preguntar másclaramente," le dijo, con una mirada especulativa. "¿Le enseñas lo que tegusta, le dices? En el momento de liberación, me refiero."

"¿Liberación?" preguntó Helen, perpleja. "¿Debería, yo?"Tras una serie de preguntas, cada una más embarazosa que la previa –

las cuales Helen contestó con dolorosa honestidad – Marie-Anne le lanzó unamirada severa.

"Estoy tentada a decir que eres muy egoísta, Hélène. Tú tomas, perono ofreces nada a cambio." Esto fue lo más rudo que Marie-Anne le habíadicho en su vida. "Suena como que eres muy controladora, que tú nunca porun momento dejas ir el control de ti misma, y por supuesto que esto haceinfeliz a tu marido. Él sabe lo que está haciendo, y suena como que lo hacemuy bien. Pero tú escondes tu placer de él. Lo conservas todo sólo para ti, enel justo momento que deberías estar abandonando el dominio de ti misma."La mujer francesa parecía estar preparada para quejarse largamente de lanaturaleza reprimida de la aristocracia inglesa, lo cual Helen habríadisfrutado bajo cualquier otra circunstancia. Pero ahora no le parecía paranada divertido.

"Yo sé que es mi culpa," dijo, pensando en las innumerables vecesque se mantuvo rígida bajo él mientras la inundaba el placer, el exactoopuesto de la palabra que Marie-Anne había usado: liberación. Cómo sedebió haber sentido él, al ser excluido en ese momento, cada vez. "Yo lo sé, yél también lo sabe. Pero yo no sé cómo – oh, Marie-Anne, no conozco ningúnotro modo. No sé qué es lo que está mal, y no sé cómo arreglarlo," suspirósuprimiendo las lágrimas.

Marie-Anne perdió la mirada de reproche. Se acercó para tomar lamano de Helen. "Es natural, yo creo, por lo que ha sucedido en tu pasado,"dijo cuidadosamente.

Helen la volteó a ver, sintiendo aprensión repentinamente. "¿Túpiensas que algo dentro de mí es... que estoy dañada de alguna manera, y queno puede repararse?"

Su amiga parpadeó para evadir las lágrimas. "Oh, Hélène..."

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Por un horrendo momento ella pensó que Marie-Anne se soltaríallorando, pero la emoción fue superada rápidamente. Enderezó los hombrosabruptamente y adoptó un tono práctico.

"Si eso fuera cierto, navegaría hacia Irlanda hoy y mataría a Henleyyo misma. No. Se puede reparar, y solamente tomará algo de voluntad de tuparte, de dejar ir este control que te prometo que ya no necesitas. Peroprimero debemos encontrar la manera de que tu marido deje de sentir lástimapor ti, porque es obvio que eso es lo que siente. Y es porque tú se lopermites."

"Pero yo–""Tu marido no puede ser feliz a menos que tú estés satisfecha, y

gracias a Dios que hay hombres como él en este mundo," Marie-Anne dijofervorosamente, con un gesto papista que asombró a Helen por completo."Así que yo te voy a decir qué es de lo que te estás perdiendo para ver si noestás dispuesta a tratar cualquier cosa para alcanzarlo cuando escuches cómopuede ser. Luego," continuó, como si estuvieran planeando una batallacampal, "algunos consejos prácticos, los cuales espero que no te impresionenal punto del desmayo. Debemos liberarte un poco de tu Represión Inglesa."

Sonaba como que eran demasiadas cosas las que debería lograrconquistar en una tarde. Helen tomó un profundo respiro. "Voy a pedir quenos traigan té."

Marie-Anne dejó escapar una risa delectable. "Algo un poco másfuerte que té, Hélène," sonrió. "Pide que te traigan vino, o whiskey. Lo vas anecesitar."

Por la milésima vez, Helen dudo de su habilidad de siquiera pensar en

los detalles que había aprendido, mucho menos llevarlos a cabo. Parecíahaber demasiado que recordar entre las indicaciones que había sugerido. Sedijo a sí misma que debía enfocarse en las cosas más importantes, los puntosmás sobresalientes. No tengas miedo de dejarte ir, era uno de ellos. Que no teavergüence desearlo, era otro. Lo más importante de todo era no pensar. Nopienses. Simplemente siente.

Había algo más. Buscó dentro de su cerebro, repentinamente entrando

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en pánico. ¿Qué era? Ah, sí – una bebida. Esto era considerado unaimperativa si quería erradicar las inhibiciones enemigas, según dijo Marie-Anne.

Se sirvió una copa de vino, temiendo que si la situación continuabapor mucho más tiempo se volvería una borracha. Pon tu cerebro entre tuspiernas y mantenlo ahí durante todo ese tiempo, Marie-Anne le dijo, y Helenhabía empezado con el whiskey esperando pensar racionalmente trassemejante declaración. Pero ahora era el día siguiente, su amiga se había ido,y era hora de actuar antes de perder la valentía. Y antes de que llegaran loscondenados constructores.

Ella pudo haber actuado más naturalmente si tan sólo le hubiera dichoque tenían el deber de intentar producir un heredero. Pero eso era frío ypráctico, ni siquiera remotamente cerca de lo que ella quería, ni la mitad detodo lo que tenía ganas de decirle. No expresaba nada acerca de cómo ella notemía que la tocara, o de cómo él la había despertado a la vida de una maneranueva y bien amada. Se había comenzado a dar cuenta, durante el curso de lalarga e inmodesta conversación con Marie-Anne, que ella podía expresar todoesto con su cuerpo. Si tan sólo ella se pudiera entregar a él sin límites.

El primer paso era acercarse a él, para empezar. Comenzó por rondarla puerta del vestidor donde él dormía. La luz de la luna brillabaintensamente, mostrándole su cuerpo durmiente. Se tragó su propionerviosismo, agradeciendo la calidez en su cuerpo que proveía el vino, y sesentó en la cama tentativamente junto a él. Su cabeza descansaba sobre subrazo, su cabello alborotado contra la almohada y sobre su frente. Ella amabaverlo mientras dormía. Había pasado horas examinando su cara mientrasdescansaba junto a ella en su cama, memorizando la curva de sus labios, lasfinas líneas grabadas alrededor de sus ojos, el ángulo de su quijada.

Su pecho, sus hombros fuertes y anchos asomándose sobre lascobijas, descubiertos al tacto. Hizo lo que nunca había hecho antes: lo tocótranquilamente, tomando un placer lento y perezoso al sentirlo y al verlo. Seinclinó hacia él y besó su piel, los labios de ella hormigueando con el sabordel vino y del fino cabello oscuro que cubría el pecho de él. Su corazón latíalentamente, constantemente, y ella puso su oído sobre su pecho para escucharel sonido de su vida. Él aún no despertaba, y ella pasó su mano a través detodo su torso, bajando las cobijas lentamente a la altura de su cadera.

Él comenzó a despertar silenciosamente, únicamente el sobresalto de

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su corazón y la tensión en su cuerpo anunciaron su conciencia. Ella levantó lacabeza, permitiendo a la luz de la luna caer sobre su cara mientras continuabala lánguida exploración. Era como un sueño, la manera en que la tensión loabandonó, cómo ella pudo sentirlo observándola mientras ella lo estudiaba ylo aprendía con sus manos. Un sueño cuando, lentamente, él se rodó sobre suespalda y ella sintió una precipitación de excitación correr a través de ella, uncentello que la despertó a las posibilidades disponibles al él ofrecerse a símismo.

Ella tiró las cobijas, una imprudencia apoderándose de ella. Él querríaesto, se recordaba a sí misma. Ella debía confiar en eso.

La palma de su mano se curveó alrededor de él mientras sus labiosjugaban sobre su pecho y sobre su estómago, bajando hacia donde el vellooscuro se rizaba. ¿Puedes ver que no tengo miedo? le quería preguntar, peroescogió mejor demostrarle lo que sentía presionando un beso sobre la carneendurecida en su mano. Él tomó un respiro sorprendido, y ella sintió unacalidez apoderarse de ella que no era vergüenza. Ella abrió sus labios y lotomó dentro de su boca, su lengua acariciándolo – sólo por un momento, nadamás un momento porque el sonido que él hizo la inundó de un deseoirreprensible. Se sintió sobrecogida, como siempre había sucedido cuandoestaban juntos, pero esta vez ella se permitió entregarse de lleno a estesentimiento. Se permitió a sí misma ser una mujer en pleno abandono.

Ella recorrió su cuerpo en línea recta hacia arriba con la lengua, másrápido de lo que él pudo respirar, del estómago al pecho a la garganta y ellaestaba ahí, su boca abierta elevada sobre la de él. Él se estiró para capturarsus labios y ella se reacomodó, cruzando una pierna sobre él para montarlo.Las manos de él se movían sobre ella y ella sintió su boca sobre la barba, sucuello. Provocó un calor surgir a través de ella hasta que se sintió salvaje conese deseo, con Stephen. Ella descendió sus caderas, acercando el ardorlíquido entre sus piernas contra su endurecimiento, frotándose a lo largo deél, avivando las flamas.

Stephen tomó sus caderas en sus manos, preguntándose si era posiblemorir de placer. Ella se levantó sobre él, un sueño hecho realidad. Él seinclinó hacia ella en una agonía de lujuria para besar el sudor que corría entresus senos, su decisión de dejarla en paz sacrificada al primer contacto conella. Ella pausó en sus movimientos, su respiración dificultándose al élsostener su boca contra la de ella. Luego ella se acomodó y se hundió sobre

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él, tomándolo dentro de ella. Él vio la cabeza de ella caer hacia atrás, sucabello en cascadas tras de ella, su boca jadear su nombre al moversesensualmente sobre él. ¿Cómo se le ocurrió pensar que podría vivir sin esto?

Cuando su pulgar se deslizó hacia adelante para acariciarla, ahí dondeestaba unido a ella, ella se inclinó contra él y jadeó. En lugar de recibirrestricción y un feroz control, ella le sonrió y emitió un silencioso gemido. Envez de su profunda y oscura intensidad jalándolo hacia ella, su gozosasatisfacción estalló sobre él, derramándose sobre él y cubriendo todo a sualrededor. La mano de ella descendió para enredarse con la de él sobre sucadera mientras ella observaba el lugar donde estaban fusionados, pequeñosgemidos de placer elevándose en su garganta al moverse con más rapidez. Sucuerpo se empuñó alrededor del de él, delicioso y apretado, cuando ellavociferó su placer sin palabras.

Pareció tomarle a él un largo rato antes de regresar a sus sentidos.Cuando lo hizo, ella todavía jadeaba al respirar, con una incrédula mirada demaravilla en su cara, inclinándose para poner sus labios sobre los de él. Lobesó ferozmente, y él le respondió de igual manera, su lengua extractando laoscura dulzura y bebiéndola con avidez mientras ella se relajaba a su lado. Élse acomodó sobre su costado, tomándola con él en la pequeña cama quenunca fue diseñada para dos personas, y jaló las cobijas para cubrirlos aambos. Los ojos de ella se cerraban de cansancio, viéndolo con un apacibleasombro.

"No dejes que vengan los constructores," le dijo somnolienta.Si hubiera tenido una onza de fuerza en sus músculos sublimemente

cansados, se habría reído. "Haces un espléndido caso contra ellos," le susurrómientras ella se entregaba al sueño. La arropó contra su pecho como si fueraun tesoro preciado que podía acaparar por completo para sí mismo, y semantuvo despierto por muchísimo tiempo, maravillado de que ella lepertenecía a él.

Él se había despertado y estaba perdido trazando las yemas rosadas de

los dedos de ella, escuchándola respirar mientras dormía, cuando el valetentro por la puerta. Stephen tuvo el tiempo justo para cubrir el cuerpo de ella,

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sabiendo lo modesta que era, conociendo bien el cuidado que tomaba enesconder su escote detrás de cuellos altos aún cuando cenaban en privado.

"Buenos días, mi lord," dijo James, sin siquiera lanzar una miradahacia la cama mientras caminaba hacia las ventanas para abrir las cortinas porcompleto. Se dedicó eficientemente a sus tareas como acostumbraba,mientras Stephen se recuperaba del golpe a las costillas que su esposa le dioaccidentalmente al ser despertada tan inesperadamente.

"Buenos días, James," comenzó, y se detuvo porque Helen habíaescondido su cara en su pecho, apretando los ojos contra la luz del día. Élhabía tenido la intención de decirle algo al valet, pero prefirió concentrarse ensentir las suaves curvas de ella presionadas contra su cuerpo.

"¿Preferiría mi lord que le sirva el café aquí?" James preguntó, suespalda hacia ellos mientras recogía la ropa que se quitó Stephen la nocheanterior. "Los carpinteros han llegado temprano como lo requirió, y esperansus instrucciones."

Helen emitió un pequeño sonido, enterrándose más profundamentecontra él. Él jaló la sábana para arropar su hombro.

"Diles que no voy a bajar por un largo rato, por favor, James," dijolentamente. Plantó un beso sobre el cabello de Helen. "Pídele a Collins queles informe que el mandato ha cambiado, y que les enseñe la guardería convistas a renovar en lugar de transformar. Y hazme el favor de perderte,¿podrías?"

La expresión de sorpresa en la cara del valet cambió a una desatisfacción cuando notó los rizos oscuros de Helen asomándose por lassábanas.

"Inmediatamente, mi lord," dijo con una reverencia, claramentesuprimiendo una sonrisa de alegría.

En cuanto la puerta se cerró tras él, Stephen se levantó para cerrar lascortinas. Pensó que la luz lastimaba a su esposa, pero cuando se volteó a verlas sombras envolver su piel, ella lo estaba observando, absorbiendo sudesnudez.

"Buenos días," le sonrió él, manteniendo la cortina ligeramenteabierta. Ella inmediatamente se tornó tímida, volteándose a esconder su caraen las almohadas. Dejaba la curva sinuosa de su espalda bañada en luz de sol.Ella murmuró algo desde las almohadas que sonó como "Buenos días."

"Estás excepcionalmente bella esta mañana." Él encontró que estaba

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de un irreprimible buen humor."Gracias," vino su silenciada respuesta desde las profundidades de la

cama."¿Quieres que nos quedemos en la cama toda la mañana? O toda la

tarde, incluso. Aunque estoy un poco indeciso entre aventarme a la cama yquedarme aquí a estudiar tu encantadora silueta."

Ella tuvo el reflejo de cubrirse con la sábana, pero parecióreconsiderar, deteniéndose a sí misma. En vez, levantó sus brazos hacia arribay se estiró como un gato bajo la luz matinal. Él sintió esta imagen grabarse ensu corazón, e hizo una nota mental de mantener esa memoria cerca. Si élalguna vez dudara de su amor por ella, podría recordar esto y llamarse a símismo un idiota.

"Yo preferiría que pasaras ese tiempo aquí," le dijo ella en unaadorable voz tímida, su cara todavía alejada de él.

"Ahora que lo pienso," le contestó, el recuerdo del abandono quedemostró en la noche haciendo correr la sangre por su cuerpo, "yo también."

Regresó a la pequeña cama con ella, buscando entre su cabellodesparramado y el aroma de piel somnolienta para encontrar sus labios yembestirlos con un profundo beso. Ella deslizó una pierna sobre la cadera deél, acercándolo.

"Después de todo," le dijo él entre besos, "pronto tendremos unanueva guardería que necesitaremos llenar." Y se entregaron juntos a esa tareacon entusiasmo.

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Capítulo 17

"Embelesado," fue la palabra que escuchó a un sirviente usar unos

días más tarde, y lo hizo sonreír. "Encuentro que es una gran satisfacciónservir a un lord enamorado," susurró uno de ellos, claramente sin darsecuenta que el lord en cuestión estaba escuchándolo todo. Como prueba de queestaban en lo correcto decidió ignorarlos en lugar de darles una mirada severay pedirle al mayordomo una palabra sobre chismes entre la servidumbre.

Fue únicamente el brillo perspicaz en los ojos del mayordomo lo quelo detuvo de protestar cuando Helen dijo que pasaría la tarde con Joyce, suúnica amiga en Londres. Él sabía que era egoísta de su parte querer tenerla asu lado día y noche, pero no se podía contener. El mundo funcionabacorrectamente cuando ella estaba con él, y cuando se ausentaba él no podíapensar en otra cosa que en su retorno. Él pasaba el tiempo planeando cómo larecibiría cuando llegara, encontrando nuevas maneras de brindarle razonespara escuchar su ahora frecuente risa.

Stephen había querido invitarse a sí mismo cuando anunció queMarie-Anne estaría ahí también. Una reconstrucción de su Avalon era muchomás preferible que pasar la tarde en Whitehall, donde todos los caballeros loevitaban últimamente. Donde una vez lo habían buscado para pedirleconsejos ahora lo evadían como si tuviera la plaga, sin duda a causa de sucomportamiento en la cena de Thursby. Se dijo a sí mismo que no leimportaba, que había estado esperando precisamente ese resultado – dejar lossusurros de decepción y los engaños atrás.

Pero se dio cuenta, exasperado, que en realidad le molestaba. Por lomenos le había dado un propósito, era algo en lo que era bueno, algo que nole había sido otorgado por derecho de nacimiento. A lo mejor el sentidopráctico de Helen se le estaba contagiando, junto con su sentido de equilibriosocial. Era imposible no ver el mundo a través de sus ojos, no pensar en elpanadero en su pueblito cuando algún lord en peluca discutía subir las tarifasde los granos importados, o recordar el placer que le brindaron a Katie unmanojo de listones baratos cuando un carruaje lleno de damas salpicaba lodosobre los chiquillos de la calle al pasar. Y ahora se había quedado inútil en un

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mundo que detestaba, con una serie de trucos bajo la manga que ahorasolamente fallarían si tratara de usarlos para hacer el bien.

Pero por mucho que le temieran, las invitaciones continuabanllegando en abundancia. Tenían miedo de ofenderlo. Él educadamentedeclinaba la mayoría, pero ocasionalmente hacía una aparición si sentía queera importante o si Helen mostraba interés.

"¿Iremos a la fiesta de Chisholm el fin de semana?" ella preguntódespués de que Marie-Anne regresó a Bartle. "Alex y Elizabeth van a ir, y megustaría pasar algo de tiempo con mi cuñada."

Así que fueron, porque ella parecía querer ir y porque Stephen sabíaque los Chisholms eran perfectamente inofensivos, al igual que lo serían susotros invitados. Probó ser la única vez que él se equivocaría de semejantemanera.

Llegaron justo a tiempo para la cena, vistiéndose con prisa ypresentándose únicamente momentos antes de que la comida fuera servida.Tomó el codo de Helen para escoltarla al comedor y tuvo el sentimiento deestar fuera de la realidad al ver a Clara frente a él. Ella estaba ahí con suduque – un hombre chaparro que estaba más ocupado en mirar fijamente elescote de Lady Chisholm que en notar al resto de los invitados. Clara estabasentada frente a Stephen y Helen al lado de él, aunque no pensó que estosarreglos fueron hechos con mala intención. El mundo sabía que él y Claraeran buenos amigos; se habían tomado muchas molestias en aparentar quenunca había existido nada más que una amistad entre ellos.

Él nunca había mencionado su nombre a Helen, y nunca le habíadicho quién era la autora de sus cartas de amor. Pero sabía que ella adivinaríaen un instante si se permitía demostrar cualquier emoción. Clara lo observócuando tomó su asiento con una sonrisa cortés, y le dio una ligera inclinaciónde cabeza que él regresó, pero él percibió su sentido de urgencia. Ella queríahablar con él. Él supo de inmediato, con absoluta claridad, que tenía quehablar con ella una última vez, para asegurarse que ella entendiera que nocabía la posibilidad de tener un romance. Ella debía saber que él nocontestaría sus cartas, y que lo que había existido entre ellos se habíaterminado.

Él observó al marido de ella ignorarla a favor de la joven Miss Elstony sus encantos y contempló lo que le sucedería a ella al escuchar que no habíaesperanza de encontrar amor fuera de su matrimonio. Por lo menos no

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conmigo, él pensó. Se volteó para conversar con Helen intentando disfrutar lavelada, rehusándose a ponderar en el disgusto que sentía por el marido deClara por ignorarla. Cómo alguien pudiera evitar ser captivado por ella leresultaba un misterio. Aparte de su belleza, Clara siempre había sidofascinante de distintas maneras: una excelente conversadora, confortable entodas las situaciones, atenta e inteligente. Merecía más de su marido que esagrosera indiferencia.

Pero ella había escogido esto. Lo había hecho de su propia voluntad.Él deseaba, de una manera esperanzada, que Clara pudiera conocer un pocode la felicidad que él había encontrado. Ella se había casado con su preciosoduque, y no podría saber lo que significaba el hacer el amor a la luz del sol,besar los labios sonrientes de alguien que hacía que la vida valiera la penavivirla. Sentía lástima por ella, pero de pronto sintió un inmenso deseo porHelen ahora, para confirmar que él pertenecía con ella, y para erradicar latristeza que le provocaba ver a Clara.

En cuanto la cena terminó, fue precisamente lo que hizo. Dieron laexcusa de estar fatigados del viaje y se retiraron a sus habitaciones,permitiendo apenas que la puerta se cerrara tras ellos antes de quitarse la ropaen un arrebato de pasión y reemplazar todo pensamiento con el sentimientode su excitación. Él acopió los sonidos y los aromas de ella, el sentimiento desu piel contra la de él – un talismán, protección contra la tentación.

"Entrégate conmigo," le susurró, y ella lo hizo, un milagro que nuncacesaba de maravillarlo con su ternura. Ella envolvió su cuerpo alrededor de ély lo tomó dentro de ella una y otra vez, el único lugar donde él pertenecía.

"La propiedad es hermosa," dijo Lady Whitemarsh. "Pensé que te

gustaría ver la pequeña huerta. No está lejos. Te podría inspirar con ideaspara tu propio jardín."

Estaban paseando por los celebrados jardines de Lady Chisholm. Eraun día perfecto. Helen estaba feliz pasando tiempo con su cuñada y fuera dela ciudad. Aunque dondequiera que fuera con Stephen era maravilloso, pensóal inclinarse a examinar las flores. Pasaba sus días encantada como chiquilla,recuperando el aire cada vez que lo veía. Él podía hacer algo tan sencillo

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como extender su mano hacia ella para que la tomara, y ella se perdía en elrecuerdo de cómo se ve su cuerpo bajo esas vestiduras, sus músculosmoviéndose grácilmente al inclinarse hacia ella. Él ofrecería una cortéspalabra a un conocido y ella sentiría su corazón saltar dentro de ella sabiendoquién él realmente era bajo esas afables maneras.

Ella se sonrojó aún ahora, pensando en cómo había sido la nocheanterior. La hizo sentir ridículamente enamorada con su sonrisa, su corazónllenándose de ternura con sólo pensar en él.

"He estado pensando en comenzar a plantar un jardín de rosas," ledijo a Lady Whitemarsh. "Le preguntaré a Summerdale si le agrada la idea."

Elizabeth sonrió ampliamente. "Tengo el presentimiento que no tenegará nada. Es fácil ver el afecto que siente por ti, si me perdonas laimpertinencia de mi observación."

Helen le sonrió de regreso. "Creo que tenemos el amor de nuestrosmaridos en común. Mi hermano está evidentemente dedicado a ti," le dijoafectuosamente. Pensó en el verano pasado, antes de conocer a Stephen. Nohabía conocido a Elizabeth, ni sabía nada de ella, no había esperado volver areconciliarse con su hermano, ni se había imaginado la felicidad que ahoradisfrutaba.

"Pero yo no doy por hecho que puedo cambiar algo en la propiedadsin que él lo apruebe," ella continuó. "Las damas debemos por lo menospretender que les damos a nuestros maridos la iniciativa de vez en cuando."

"Tómame a mi palabra," se rió Elizabeth. "Si mencionas un jardín derosas, él cubrirá por lo menos diez hectáreas con capullos. Alex hasta recordóunas joyas tontas que admiré en una tienda mucho antes de que noscasáramos. No, ambos están completamente dispuestos a hacer lo que lespidamos para hacer las paces."

"¿Las paces?" preguntó Helen frunciendo el ceño. "No sabía quehabían discutido."

Elizabeth le dio una mirada cautelosa, dudando. "Bueno, no me gustasacarlo al tema, pero seguramente sabes que me refiero al negocio conHenley. Yo prácticamente desollé vivo a Alex cuando me dijo lo que estabanhaciendo."

Helen perdió su sonrisa cuando se mencionó el nombre de Henley,pero se forzó a sí misma a escuchar con cuidado. Había algo aquí de lo que sehabía perdido, y buscó la respuesta en las palabras de Elizabeth.

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"Después de todo, yo todavía estaba enojada con él por mandar aSummerdale a buscarte en ese pueblito donde vivías, en lugar de ir por ti élmismo. Yo no podía saber, por supuesto, lo bien que terminaría todo. Detodos modos, la idea de que Alex se rehusara a hablar contigo por tantosaños, y luego que la única razón que lo provocara contactarte fueran losnegocios con Summerdale, ¡y sólo porque involucraban a Lord Henley! Miridículo marido necesitó algo tan insignificante como importaciones de lanapara incitarlo al camino del perdón. Los hombres pueden ser un grupo detontos."

Helen dejó de caminar cuando absorbió estas palabras. Se sentó en labanca de piedra junto a la vereda y luchó contra el sentimiento de que habíasido horriblemente engañada. Su hermano había hecho negocios con Henley.También Stephen. Y él le había mentido, al nunca decirle por qué deseabasaber detalles de su pasado, excepto que su hermano buscaba unareconciliación. ¿Por qué no le dijo nunca? Ella no sabía si hubiera hecho unadiferencia en sus sentimientos hacia su hermano. Y ahora nunca lo sabría,porque Stephen le había negado esa opción, escondiendo el elemento quedelataba el afecto de su hermano.

Un acuerdo de negocios. Eso es lo que había importado tanto, no ella.Cerró sus ojos contra el dolor que esto le ocasionó.

Lady Whitemarsh estaba afligida. "¡Querida, estás tan pálida! ¡Losiento tanto! ¿Tú no sabías nada acerca de esto?" Parecía estar a punto dellorar. "Hablé fuera de turno. Yo soy quien es una tonta. Oh, ¿cómo pudehaber sido tan inconsciente?"

Helen levantó una mano para detenerla. "Por favor, siéntateconmigo."

Se compuso a sí misma, sabiendo que eso ya no importaba tantoahora. Lo que había brindado a Stephen a su vida, y lo que había retornado asu hermano a su vida una vez más – no importaba. Aún así, ella queríasaberlo todo.

"No has hablado fuera de turno," le aseguró a su cuñada. "Es algo queyo debí haber sabido, así que por favor, cuéntamelo todo."

Elizabeth se sentó junto a ella y se lo explicó todo. Le contó que habíapasado meses tratando de convencer a Alex de contactar a Helen, pero quesolamente se dio por vencido cuando necesitó a Henley para algún asunto denegocios que involucraba también a Stephen. "No quería parecer aprobar de

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Henley cuando te dolería tanto a ti, haciéndole perder cualquier oportunidadde reconciliarse contigo otra vez."

Helen asintió. "Bueno, los hombres tienen una manera de interesarsemás profundamente cuando sus fortunas están de por medio," observó. Nopudo realmente disimular el disgusto en su tono de voz.

"Así es, es exactamente lo que Alex me dijo antes de que ese horriblehombre viniera a Londres," Elizabeth dijo con desprecio. "Yo le dije, comoestoy segura que tú le habrás dicho a Lord Summerdale, que era peligrosoamenazar a Henley y su sustento con esta noción insólita de venganza. Perono, él pensó que el plan de tu marido era excelente. Y todo su trabajovengativo solamente trajo a Henley a tu puerta. Alex ha estado muy contritodesde entonces, esperando placarme con sus regalitos. Aún así, me preguntoqué tan arrepentido realmente está sobre todo el asunto. Se alegró muchocuando arruinó a ese hombre, y debemos admitir que estuvo bien merecido."

Helen abrió la boca para decirle a Elizabeth que estaba equivocada,que estaba confundida o que lo había imaginado. La imagen de Henley enLondres estranguló las palabras antes de que las pudiera expresar. Él le habíapedido a ella, le había rogado, que lo ayudara. ¿Qué fue lo que había dicho?

Me están arruinando.El pasado ha regresado a ti por una razón.Es tu marido a quien he venido a discutir.Su mirada se perdió sobre las azaleas ante ella, un manantial frío de

temor brotando dentro de ella. Oh, Dios, ¿cómo se pudo haber cegado a símisma ante esto? Stephen le había escondido su verdadera intención cuandola conoció. La escondía aún ahora, al nunca decirle que había ido a Bartle porsus intereses comerciales. Qué fácil era para él esconder algo así de trivial.Por supuesto que escondería algo aún más objetable.

"Le dije que no se escondiera de mí," dijo, vagamente consciente deque Elizabeth todavía estaba junto a ella y esperaba algún tipo de respuesta.El sol de pronto se sintió demasiado caliente, pero no lo suficiente paracalmar el escalofrío que la hacía temblar. "Era la única cosa que eraimportante."

Pero su marido pensó que la venganza era más importante. Y habíatraído a Henley a ella a causa de eso. Sintió furia y traición surgir en ellacomo bestias desgarrando las paredes para escaparse. No podía ver aElizabeth; no podía ver nada más allá del arbusto de flores al que estaba

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fijando la mirada, moviéndose en la brisa.No lo habría hecho para lastimarla. No lo habría hecho. Él sólo había

pensado en protegerla. Pero su coraje por haber sido protegida creció hastaque amenazó vencer su raciocinio. Ella conocía a Henley como nadie más,pudo haber adivinado en un instante que si su marido se proponía arruinarlo,Henley vendría a ella para apelar a su buena naturaleza. Y sí vino a ella,recordándola como una tonta buena y compasiva.

Recordó a Stephen en su ira mientras golpeaba a Henley contra elpiso, la sangre en sus manos al tratarla de alcanzar, una visión de pesadilla.Había obtenido su venganza, ¿no es cierto? Sin importar el costo que pagaríaella. Sus cartas de amor y su labor vengativa que le escondía, ira y violenciadisimuladas bajo una perfecta compostura y un encanto liberal.

Y peor, oh, mucho peor – ¿qué más le escondía? El viejo refránresurgía, un adagio que había bloqueado en las semanas que reinó el amor.Las miles cosas terribles que él podría ser.

"Helen, te ves enferma." La preocupación de Elizabeth interrumpiósus angustiados pensamientos. "Ven, deberías descansar antes del té. No debíde haber mencionado a ese horrible hombre."

Helen se deshizo de su mano lo más cortésmente posible. "No, enverdad, por favor... Creo que voy a entrar sola."

Se sintió inestable cuando se puso de pie, peligrosamente cercana alas lágrimas. La pobre de Elizabeth no se veía mejor. ¿Y qué razones tieneella para esta tan alterada?, Helen pensó malhumorada. Su marido le dicecosas.

Pero eso era injusto. Todo era injusto. Ella debía hablar con Stephencuando tuvieran un momento a solas, para que pudiera explicarse. Él merecíaeso. Ella no lo perdería sobre esto, sólo porque ella era excesivamentesuspicaz y él era reservado. Por ahora, ella tendría que tranquilizarse a símisma y pensar.

"Por favor quédate y disfruta el clima," le dijo lo más sensatamenteque pudo, "yo puedo encontrar mi recámara." Se alejó caminandorápidamente, sin ver las espectaculares flores a su derecha o a su izquierda.Los celebrados jardines de alguna manera parecían haberse transformado ennada más que pintura sobre un cartón. Una hermosa pintura la rodeaba y ellano podía ver más que el áspero lienzo y las tablas.

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"Duquesa," se inclinó sobre la mano enguantada. Habiéndose topado

con ella en la biblioteca, Stephen había determinado hablar con ella ahora ydar esto por terminado. "No había esperado verla aquí."

"Sospecho que quiere decir aquí en Chisholm, y no aquí en labiblioteca, aunque usted sabe que yo nunca he sido aficionada a la lectura."Le pareció tímida, avergonzada mientras se alisaba la falda de seda colorlavanda. "Usted no habría venido si hubiera sabido que yo estaría aquí, estoysegura. Ha pasado meses en Londres logrando evitarme por completo," dijoella con una sonrisa nerviosa.

Él apartó la mirada de ella. Ella se veía inefablemente triste, como siel matrimonio no le viniera bien. Ella no resplandecía tan brillantementecomo antes. "Ya no frecuentamos los mismos círculos, Alteza. Prefieromoverme menos entre la Sociedad."

"Sí, lo he notado." Ella lo miró, sus ojos azul pálido observando susfacciones. "El matrimonio lo ha cambiado. Para bien, yo creo. No he tenido laoportunidad de felicitarlo," le dijo con una sonrisa demasiado brillante. "Ledeseo toda la felicidad posible, mi lord."

Era deprimente seguir pretendiendo tener una conversación afable.Eran amigos, o lo habían sido. Aparte de su esposa, nadie lo conocía enabsoluto excepto por Clara. Y él la conocía igualmente bien – lo suficientepara saber que estaba siendo sincera en sus buenos deseos, pero que searrepentía de haber escogido esta vida. Él no podía tolerar continuarpretendiendo que no significaban nada el uno para el otro.

"Ya he encontrado toda la felicidad, Clara," le dijo. Era cierto. Siencontraba una migaja más, estallaría.

Ella le dio una sonrisa que se colapsó en su boca al tratar de evitarllorar. "Puedo verlo. Es la charla de Londres, el cómo siempre estás al lado detu esposa. Debes ser un excelente marido, para lograr que tu mujer te vea contanto afecto."

Él luchó contra la urgencia de hablar con ella como solía hacerlo.¿Realmente crees que me ama? Le quería preguntar. Pero sería injustocultivar su amistad de nuevo – injusto con ella y con Helen.

Él se encogió de hombros. "No puedo tomar todo el crédito. Ella es

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una excelente esposa.""Qué bueno," Clara suspiró. "Detestaría verte con alguien que no

fuera excelente." Ella extendió su mano y la colocó sobre la de él."Summerdale, he querido decirte. Debes creerme que nunca te habría escritode haber sabido que estabas casado. Me refiero," ella enmendó con unamueca de su boca, "especialmente si hubiera sabido que estabas felizmentecasado. Pero te extraño."

Él tomó su mano. "Yo también te extraño, a veces," le admitió. "Peroesto ya no puede existir entre nosotros."

No fue tan difícil decirlo como lo había pensado, ni fue tan difícildejarla ir, tampoco. Miró la esquina de su boca, donde había pasadoincontables horas con la mirada fija, soñando con besarla. Ella todavía erahermosa, impresionante. Sin embargo no anhelaba hacerla reír, ni se desvivíapor ver esos labios sonreír. Le ocasionó algo de shock sentirse liberado, yrealmente verla como nada más que una querida amiga.

"Tu marido es un bastardo, sabes," le dijo, cambiando el estado deánimo.

"Sí, está afuera persiguiendo a Miss Elston por los jardines, meparece."

"No, me refiero a que realmente es un bastardo, aparte de eso. Elprevio Duque de Bryson era incapaz de procrear." Clara emitió una risa deasombro, mirándolo. "Pensé que te gustaría jugar esa carta de vez en cuando,para llamar su atención," le sonrió.

"Veo que has abandonado la discreción tanto como la posibilidad derelaciones ilícitas," dijo ella. "Gracias por ese trocito de información. No tepreguntaré si tienes más escondidos por ahí."

"Podría ponerlos a la venta," especuló. "Procurarían muchasganancias. ¿Quieres ir a encontrar al ilustrado duque? Lo haré retorcersecharlando sobre los Mares del Sur."

"Es muy amable de tu parte ofrecer, aunque no estoy segura de lo queeso significa," dijo ella, alejándose del brazo que le ofreció. Su sonrisadesapareció para dar lugar a una mirada seria. "Lo dices en serio. ¿No escierto, Stephen? Que nunca habrá nada entre nosotros, me refiero. Ni siquieraamistad. No realmente."

Él la miró inclinar la cabeza, recordando lo mucho que la habíadeseado, lo inconsolable que había estado cuando ella lo dejó. Pero no era

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nada comparado a lo que sentía por su esposa. Sin Clara, él se había sentidosolitario. Sin Helen, su corazón dejaría de vivir. Pero si Clara nunca lehubiera enseñado a abrir su corazón, él nunca habría sabido cómo amar aHelen tan profundamente.

Colocó una mano bajo la barbilla de ella para obligarla a verlo a losojos. "No, ni siquiera como amigos." Él no podía permitir eso, sabiendo quesolamente ocasionaría que ella anhelara más. Él vio la esperanza morir en susojos. "Yo creo que sería mejor si olvidamos por completo lo que existió entrenosotros."

Ella asintió, y él vio la renuencia en ella. "No me voy a permitir soñarmás acerca de algo que no puedo tener," dijo, lágrimas llenando sus ojos."Pero siempre me voy a arrepentir de no haberte escogido a ti. Y noolvidaré," dijo vehementemente. "No lo haré."

Se paró de puntitas y presionó brevemente sus labios con suavidadsobre los de él. Él sabía que esto sucedería, pero no hizo nada por detenerla,reconociendo que era una despedida afectuosa. Ella se apartó antes de que élpensara en separarse, viéndolo con una triste sonrisa.

"Adiós," ella susurró.Él podía darle eso, un beso de despedida por toda la calidez y el

afecto que ella le había proporcionado durante una época fría y solitaria. Eraella quien ahora vivía en un invernal aislamiento, y él no podía salvarla deello. Le dio una caricia y su encantadora sonrisa, la que siempre producía unarisa. "Chica traviesa," bromeó. "Coqueteando con un hombre casado."

Le ofreció el brazo para escoltarla al jardín con los otros invitados,pensando qué extraño era que hubieran llegado a este punto, lo fácil y lonatural que fue despedirse, y levantó la mirada para ver a Helen parada en elmarco de la puerta, observándolos.

Ella desapareció antes de que él pudiera desenmarañar su shock de su

culpabilidad en ese momento. Se gritó insultos a sí mismo dentro de sucabeza en cuanto se compuso lo suficiente para ir tras ella. Él se habíaquedado ahí parado un largo rato después que ella se fue, viéndose culpablecomo el demonio y sosteniendo el brazo de Clara por simple reflejo. Como si

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ella lo pudiera proteger de lo que sea que Helen hubiera visto o escuchado.Helen no estaba en el hall, ni en las escaleras. Había desaparecido en

el aire, como él siempre había temido que ella lo haría. Un paso fuera delugar y ella se iría – se alejaría caminando y continuaría caminando a un lugardonde él no podría seguirla. Estaba atrapado en un sueño diabólico, buscandoen todos lados sin encontrarla, ella fuera de su alcance, dejando sólo laimagen de la expresión en su cara durante ese último momento: incredulidady confusión, convertidas en vergüenza súbita antes de huir apresurada.

Él se forzó a seguir su mente racional a subir las escaleras hacia larecámara en lugar de salir por la puerta principal a corretear una imagen vagade ella escapando. Ella no podía irse. Él no la dejaría. ¿Qué podría decirlepara hacerla comprender que lo que vio no significaba nada? Alterado,trataba de pensar mientras corría hacia la recámara. Por supuesto que ellaestaría molesta, pero entendería sus razones. Él la haría comprender.

Abrió la puerta para ver a la doncella abrochando los botones delvestido de viaje que Helen usaba ahora. Qué rapidez. Había preparado todotan rápidamente, sin un momento de duda.

La puerta se cerró tras de él con un golpe brusco, pero ella lo volteó aver sin sorpresa, alisando su falda mientras la doncella terminaba su tarea.

"Ahí estas," le dijo ella tranquilamente. "Siempre estás ahí, ¿no escierto, Stephen?" Se refirió a la doncella, "Gracias, Gladys. Yo puedoterminar aquí, si puedes ir a hablar con el cochero."

La chica se escabulló por la puerta. Helen se dirigió inmediatamentehacia donde su baúl estaba y tomó el vestido más cercano, doblándolorápidamente y empacándolo. Estaba tomando el siguiente vestido cuando élfinalmente encontró su voz entre su pánico.

"¿A dónde crees que vas?""No estoy segura todavía. Probablemente visite amigos que he

ignorado," le contestó vagamente, mientras recogía el resto de sus posesionesy las empacaba con cuidado. "Confío en que les extiendas mis disculpas a losanfitriones."

Él se reclinó contra la puerta, tratando de creer que era solamente unpequeño altercado, celos tontos que se podrían erradicar con las palabrascorrectas. "Por supuesto que no. Si deseas irte, te acompaño."

"No hay necesidad." Ella continuaba hablando en ese tono tranquiloque lo enfurecía. "No me parece que serías bienvenido donde sea que yo

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decida ir."Él escogió malentenderla. "Pensé que habíamos acordado que si no

éramos bienvenidos en algún lugar juntos, entonces no iríamos ahí enabsoluto."

Ella lo volteó a ver sobre su hombro brevemente antes de regresar asu tarea. "Sí, pero, dijimos muchas cosas. Acordamos que tú no meesconderías la verdad." Su voz por un momento perdió su certeza y comenzóa vacilar. "No me ibas a esconder la verdad de quien eres. ¿Te acuerdas deeso?"

Él vio el fuego tragarse las cartas de Clara, brillantes flamas amarillasconsumiendo todo lo que él había pensado que quería. "Lo recuerdo."

"Me parece que es justo que si tú no mantienes tus promesas, entoncesyo tampoco tendría por qué mantener las mías," le contestó, depositando laúltima vestimenta dentro del baúl.

"No." Se sacudió la incomprensión letárgica que lo arrestaba,buscando algo que le ayudara a romper la pared de hielo sólido que ella tanfácilmente erigía. "No, no puedes creer que yo me siento de esa manera porClara. Escúchame." Trató de alcanzar su brazo mientras cerraba el baúl. "Nosé qué fue lo que viste, lo que pensaste haber visto–"

"No importa," le dijo suavemente, observando el lugar donde su manola sostenía. "Vi el afecto que tienen el uno por el otro. No me voy ainterponer. Tú deberías tener lo que deseas."

"Yo te deseo a ti," le dijo, sus palabras al borde de la desesperación."Era un adiós. Únicamente."

Él la sintió, bajo su mano – el pequeño temblor dentro de ella queanunciaba su aquiescencia. Él inclinó su cabeza, siguiendo su instinto,probando la esquina de su boca. "¿Cómo puedo querer algo que no seas tú?"le preguntó suavemente. "Dulce esposa... Te amo. Sólo a ti."

La boca de ella casi respondió a la de él. Casi. Pero, en lugar, ellapuso las manos sobre sus hombros y empujó para apartarse de él. "Detente,"le dijo débilmente. Puso sus manos sobre sus oídos para bloquear las palabrasmientras se apartaba aún más lejos de él. "¡Basta! No voy a escuchar lindaspalabras y explicaciones." Dejó escapar un pequeño gemido y sacudió lacabeza, bajando las manos, componiéndose a sí misma en un parpadear deojos. "Me voy."

Él se sintió sofocar ante la tranquila determinación en su posición,

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pero le hizo la pregunta que temía, y se preparó para la respuesta. "¿Te vas deesta casa, o me estas dejando a mí?"

Ella no habló, solamente lo miró. Fue respuesta suficiente."¿Sólo por esto?"Los ojos de ella descendieron lentamente, vagando a través de él,

considerando. "No es solamente una cosa," le dijo finalmente, y él reconocióla verdad en ello, supo que no era un pequeño malentendido lo que la habíaalejado de él. Sus palabras tenían el tono familiar de alguien abandonándolocompletamente. Lo reconoció con una claridad alarmante, sintió la soledadcerrarse a su alrededor como un viejo y odiado acompañante.

Pero luchó en su contra, rehusándose a ser aislado. No podía dejarladeslizarse fuera de su alcance como todo lo demás en su vida.

"¿Qué, entonces?" Lo que sea que haya sido, cualquiera que fuera elobstáculo en su camino hacia ella, lo destruiría. Debía hacerlo.

"Alex te mandó a buscarme por un acuerdo de negocios," le dijocategóricamente. "Tú nunca me dijiste."

Él la observó en blanco, con una falta de comprensión que no lepermitía creer que ella lo podría dejar a causa de un detalle tan insignificante.Era como pelearse contra una sombra – no había manera de cambiar lo quehabía sucedido en el pasado, y no había manera de disipar la oscuridad quearrojaba sobre ellos. Apretó la quijada, furioso ante su obstinadorazonamiento.

"¿Importa tanto que vas a deshonrar los votos que hiciste? No puedesver–"

"Veo que yo he estado ciega," explotó ella, repentinamente convehemencia. "Veo que soy una chica tonta, creyendo en ti, creyendo en esteromántico mundito que creaste para mí, ¡y ya no voy a creer más en él! Yoera mejor que esto. Yo aprendí esto hace años, y me permití olvidar."Presionó su puño sobre su boca para suprimir sus emociones. "Niña tonta,niña tonta. Me permití amarte..." gimió las palabras que había anheladoescuchar, convirtiéndolas en un lamento, dejando una ruina carbonizadadonde antes había estado su corazón completo.

Su dolor momentáneo fue rápidamente tomado bajo control. Porsupuesto, su condenado control, qué maestra de auto-control era ella. Su vozera hielo una vez más. "¿Y quién eres tú para sermonearme sobre deshonrarnuestros votos? ¿A quién voy a encontrar en tus brazos la próxima vez?

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¿Cuántas otras facetas tuyas me continúas escondiendo?" Ella caminó haciael buró y recogió sus guantes.

"Yo me había dicho a mí misma una y otra vez que era el destino loque no permitía a mi pasado extinguirse." Lo volteó a ver, sus ojos oscurostan insondables como el mar, profundidades heladas que él no podía penetrar."Pero eras tú, Stephen. Regresó contigo. Porque tú lo trajiste de regreso,directo a nuestro hogar." Ella asintió cuando él dio señales de negarlo todo,implacable. "Te pude haber dicho que él vendría, pero ni siquiera sé si eso tehabría detenido. Yo ya no sé nada."

Él la observó moverse hacia la puerta, el terror creando un puñocerrándose sobre su garganta. Hizo un gesto para detenerla, pero fuedemasiado pequeño para sobrellevar la fuerza de su voluntad.

"Lo pude haber matado, ¿sabes?" Él ya la había perdido, su vozsonaba como si estuviera a kilómetros de distancia, una distancia infinita enla tranquilidad con la que hablaba. "Lo pude haber matado. Estuve a uninstante de hacerlo. Tú habrías puesto eso en mi conciencia y hubiera tenidoque vivir con ello."

Eran todos sus peores temores cobrando vida: la espalda de ella haciaél, su mano alcanzando la puerta, sus pasos seguros y sin titubear. No podíapermitir que esto sucediera. Él se tragó la culpa que lo había inundado, culpaque lo había ahogado desde que encontró a Henley con ella, y se forzó a símismo a moverse antes de que fuera demasiado tarde. Empujó la puerta queella había comenzado a abrir hasta cerrarla de un portazo y tomó a Helen delos brazos.

"No te voy a perder," le dijo. La detuvo con fuerza mientras ella setrataba de zafar. "No te voy a permitir irte, ¿me entiendes?"

Ella dejó de tratar de escaparse, la vista fija en la puerta tras él,rehusándose a verlo a los ojos. "¿Qué vas a hacer para detenerme?¿Golpearme hasta dejarme ensangrentada, a lo mejor?" Ella respiraba condificultad, rápida y cortamente. Sus ojos se llenaron de agua. "¿O harás loque Henley prefería y me arrojarás en la cama?"

Él la soltó como si lo hubiera quemado. Ella lo dijo con toda laintención, lo creía. Estaba parada como una estatua de temor y valentía, lasdos emociones opuestas capturadas en su cara pálida, su cuerpo rígido. Lerecordó una imagen de ella que lo había atormentado, de lo que debió habersufrido cuando estaba atrapada e indefensa, todos esos años atrás cuando él

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todavía no estaba ahí para protegerla."Tú realmente me crees capaz de eso," dijo, asombrado.Ella parpadeó. "No sé qué creer acerca de ti."Y eso, él comprendió, era el punto de todo esto.Se mantuvieron de pie, separados, sin moverse, hasta que alguien tocó

a la puerta. "El carruaje está listo, señora," dijo la voz de la doncella.No había manera de luchar contra esto, no había armas para defender

el temor que ella tenía de él. Debía dejarla ir. Todo lo que él poseía eranpalabras, y las palabras no serían suficientes. Nada podría enfrentarse a sufuerza de voluntad – tan fuerte, tan invulnerable – y él no era nada contraello. O para ella.

Él observó en silencio a los sirvientes llevarse su baúl – pequeño, algotan pequeño llevando tanto peso dentro de él, su vida compartida empacadaadentro por completo. La observó salir por la puerta, la bella simplicidad desu cara en perfil hacia él, la observó mientras se ponía sus guantes y lo veíade regreso con los ojos bien abiertos.

La observó decirle plácidamente, "Adiós," y él se rehusó a decirlo deregreso. Desde la ventana la vio subirse al carruaje, nunca volteando a verhacia atrás, y llevársela lejos, dejándolo solo en un vacío que le erademasiado familiar.

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Capítulo 18

Emily la recibió encantada. Ella consideró que una visita inesperada

tocando a su puerta arribando por una estancia indefinida era una perfectadelicia. Su cara cuando saludó a Helen era de pura bienvenida, sobretodoporque su querido Tisby estaba en altamar otra vez.

Helen no evitó ir a Bartle porque sabía que Stephen la encontraría ahí,sino porque ella sabía lo que le esperaba: la censura de Marie-Anne, laamable curiosidad de los pueblerinos, y peor que todo, los recuerdos quetenía de Stephen en ese lugar. Con Emily podía vivir en silencio por untiempo; la conversación nunca podía llegar a ser tan detallada ni tanescrupulosa cuando había que escribirla, y la sincera fascinación de Emilysobre casi cualquier tema de conversación le facilitaba mantener la discusiónapartada de lo que Helen deseaba mantener para sí misma.

¿Te quedarás todo el verano? Emily escribió una tarde cuando Helenhabía cumplido ahí casi un mes.

No lo sé, Helen escribió de regreso. Su mirada quedó fija sobre latinta en el papel. Había tenido la intención de aprovechar el silencio de estacasa para organizar sus pensamientos, para contemplar lo que sucedería consu matrimonio. En vez de ello, durmió demasiado, pasando las mañanasacurrucada perezosamente, forzándose a salir de la cama sólo cuando suspensamientos comenzaban a imaginar la presión del cuerpo cálido de Stephencontra su espalda, abrazándola, el sentimiento de sus rodillas tras las de ellatan vívidamente que le daban ganas de llorar.

Ella podía irse en cualquier momento, si tan sólo se decidiera a dóndeir o qué hacer.

No quiero abusar de tu bienvenida, comenzó, pero Emily detuvo supluma antes de que continuara trazando algo más y le dio una mirada quemanifiestamente decía que Helen no estaba en peligro de ser requerida a irseen absoluto.

Aún así, lo debe estar pensando. Era extraño encontrar el mundoabierto a ella una vez más. Era tan diferente a cuando se había ido antes, detantas maneras. No había temor de pasar hambre. No había odio o injusticia

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propulsándola durante el día. Y peor de todo, más que nada, no estabaMaggie para decirle si estaba en lo correcto o equivocada. No estaba Maggiepara decirle que no había nada que temer. Sólo había un dolor pesado ysombrío, la inhabilidad de dejarlo de amar.

Hasta ayer le había preocupado que él la buscara. La podía encontrarfácilmente, si se hubiera tomado la molestia de pensar en ella, lo cualaparentemente hizo. Había mandado a su abogado. Era para discutir lostérminos de la separación, si un acuerdo informal era su preferencia o siquería una separación legal. Y, con mucho cuidado, insinuar la cuestión de undivorcio.

Se había quedado viendo al amable abogado en un estupor. Él trató dedisimular su preocupación por ella, su desapruebo. Divorcio. Ella no lo habíaconsiderado, pero era la única manera, si él realmente quería ser libre, decasarse nuevamente. Parpadeó para evitar derramar las lágrimas y le dijo alabogado que ella no se opondría. Su reputación se había dañadoinmensamente al casarse con ella, y aún así estaba dispuesto a sufrir elescándalo de un divorcio para deshacerse por completo de ella. Soy muydifícil. Envolvió sus brazos alrededor de sí misma. Por supuesto que sequerría deshacer de mí. Yo lloro y me acongojo y lo empujo para apartarlode mí y le ruego que se quede y lo insulto y lo dejo.

Él quería una esposa que se quedara a su lado. Y ella quería olvidarlos labios de Clara en los de él, la sonrisa que le había ofrecido él a ella deregreso. Esa sonrisa. Y la exquisita Clara era el centro de todo eso, con sucabello dorado y su hermosura deslumbrante y su profundo, obvio, afecto porStephen.

Un ligero toque la alertó a la impaciencia de Emily. Ella había escritoalgo:

Ayer. ¿Fueron malas noticias?Emily le frunció el ceño cuando Helen no levantó la pluma para

responder. Por más que intentara, no podría cambiar este tema. Emily queríasaber, y Helen supuso que debería decirle algo.

No fueron buenas noticias. Aunque a lo mejor podrían ser buenasnoticias, que él no insistiría en que ella regresara. Ella lo había dejado,después de todo. Había querido dejarlo, y aún no quería regresar.

Lo has dejado, ¿no es cierto?Helen no se molestó en negarlo. Emily era sorda, no estúpida. Asintió.

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¿Por qué?¿Qué podía decir ella? Que él sería más feliz sin ella, aunque él aún

no lo supiera. Que él había cometido un error al desposarla. Que incluso lamás pequeña mentira de su parte la destrozaba, la sofocaba, la convertía enalguien que ella no podía tolerar ser.

Pero todo eso eran las cosas superficiales sencillas, la forma y no lasubstancia. Era algo que le resultaba más fácil decirse a sí misma que laverdad más profunda. Maggie sabría. Maggie lo habría comprendido, comosiempre lo había hecho. Maggie no era una ilusión de bondad, y ella habríasabido lo que Helen quería decir cuando decía que temía ser feliz con él,temía lo que vendría a causa de ello. Pero Maggie se había ido de vuelta aIrlanda.

Sumergió la pluma en el tintero. No soy lo suficientemente fuerte paraesa vida.

Emily observó las palabras, tratando de ver el sentido en ellas. Perono había sentido en ellas, en absoluto. No tenía nada que ver con ser racional.Era lo que la vida de Helen le había enseñado, que las mejores y másextraordinarias personas podían convertirse en el mismo demonio. Que entremás brillante y promisorio alguien fuera, lo más cuidadosamente uno teníaque cuidarse de ellos y estar en guardia contra la falacia que resultarían ser. Ycon Stephen, ella estaba más débil que nunca, alejándose una y otra vez delas advertencias de lo que él podría ser.

Emily finalmente levantó la vista del papel, dándole a Helen unamirada determinada antes de escribir.

Las personas más fuertes en este mundo nunca creen que son fuertes,le escribió. Tú eres lo suficientemente fuerte para cualquier vida, la quequisieras. ¿La quieres? ¿Quieres esa vida?

Helen observó la pluma golpetear insistentemente las palabras paradarles énfasis. ¡Tap, tap, tap! Cada vez que la pluma pegaba sentía un alfileren su corazón, perforando el entumecimiento en el que se había envuelto a símisma durante estas semanas.

La tinta que derramaba la pluma se mezclaba con las palabras en elpapel hasta que lo único que podía ver era la sangre en las manos de Stephentratando de alcanzarla, hasta que no pudo sentir nada más que su cabezacontra la de él, sosteniéndola en su congoja mientras revelaba que temía noser nada, que nunca sería nada.

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Una vida ordinaria. Con él. Y estaba aterrada de obtenerla.

Sus pesadillas incrementaron. Las sufría casi todas las noches ahora,

tras haberse acostumbrado a su desvanecimiento. Nunca la habíanabandonado por completo, pero ahora eran más vívidas, y diferentes. Stephenestaba en ellas.

Soñaba que caminaba con él, esperando un beso que sabía quevendría cuando de pronto Katie estaba en el camino. Cuando vio a Helen lepidió que la siguiera, a través de un grupo de árboles apartados de la vereda.Helen la siguió, aunque sabía que Stephen no quería que lo hiciera. Élvociferaba tras ella, gritándole que no lo dejara. Pero ella lo hizo, dándole laespalda a él y siguiendo a Katie hacia los árboles donde Henley esperaba.Ella sintió a Stephen observar mientras Henley la saludaba, la tomaba en susbrazos y le daba el beso que debía haber venido de Stephen.

Ella abría los ojos, pensando que era un truco y que habían cambiadolugares el uno con el otro. Pero no lo habían hecho. Era Henley quien la habíabesado tan dulcemente. Stephen continuaba observando mientras Henley latomaba en el suelo y ella gritaba. Ella vio sangre cubrir los zapatos deStephen mientras observaba, cargando a Katie, su carita escondida en lacálida curva de su cuello. Helen luchaba en el sueño como no lo había hechoen la vida real, pero Henley era demasiado fuerte. Sin importar lo mucho quegritara y que rogara, él no la dejaría levantarse y Stephen no ayudaría. Él sóloobservaba, su cara blanca como gis, mientras trataba y fallaba de proteger lapequeña espalda de Katie.

Cuando todo terminó, Henley yacía muerto sobre ella, un cuchilloinexplicablemente en su garganta. Stephen la veía con una mirada acusatoria.Tú no me dejaste detenerlo, le dijo.

Ahí es donde ella despertaba, la almohada bajo sus mejillasempapadas de lágrimas.

"Mi esposa está convencida de que usted la detesta," dijo Whitemarsh

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mientras arreglaba los papeles de su escritorio. "No la puedo convencer deque Helen tiene una mente propia y hará lo que le plazca sin importar lo quenadie diga."

Stephen ni siquiera levantó la vista de las cuentas que estabaexaminando. "Está invitada a cenar hoy en la noche. Seré de lo másencantador."

Sería una agradable conclusión de sus negocios. La empresa navieraestaba bien encaminada a ser solvente, y ya no habría razones para verse conWhitemarsh tan seguido para discutirlo. Él supuso que se podían versocialmente, si Stephen se llegara a molestar en regresar a la Sociedad enalgún momento. Pero él ya había terminado con eso, de una vez por todas –estaba harto de los susurros y las mentiras que lo habían moldeado al puntode haber perdido de vista el peligro que yacía en encubrir cualquier cosa. ElLondres que habitaba era una atmósfera venenosa. Siempre lo había sabido,pero no se había dado cuenta de lo mucho que lo había convertido en una delas personas que tanto detestaba hasta que perdió a su esposa.

"No me parece que disfrutaría de ver sus encantos desencadenadoscerca de mi esposa," contestó Whitemarsh. "Ella siente compasión por ustedy yo no estoy del todo perdonado. Es una combinación peligrosa."

Stephen dio vuelta a la página del registro de contabilidad, temerosode subir la vista y encontrar la sonrisa de Helen reflejada en la cara de Alex.

"Ella no volverá conmigo." Lo dijo como si estuviera escrito en lapágina que estaba frente a él. "¿No es cierto?"

Alex se movió incómodamente en su silla. No habían hablado de esto,excepto brevemente en la propiedad de Chisholm, y eso únicamente cuandoStephen le dijo a la sollozante Elizabeth que Helen lo había dejado, en efecto.Él no deseaba hablar de ello, pero de alguna manera las palabras simplementese le habían fugado. Como un ladrillo robado de una presa, el agujero en sudiscreción amurallada creció, mandando una red de grietas extendiéndose a lolargo de la estructura, palabras y pensamientos escapándose hasta que un díahabría un desbordamiento.

"¿Tiene planeado venir al baile de Everley mañana en la noche?"preguntó Alex, en lugar de contestarle. "Le puede pedir a Elizabeth que bailecon usted, y eso lo arreglará."

"Arriesgando el sonar poco galante, me concierne más mi propiaesposa que la de usted." Escuchó el goteo de sus propias palabras como una

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fuga, imposible de detener."Entonces deje de buscar estupor en el alcohol y haga algo al

respecto," Alex estalló, refiriéndose al estado en que lo había encontrado lasemana pasada. Stephen sintió que difícilmente podría ser culpado por esapequeña escena. Acababa de enterarse que su esposa no se oponía a undivorcio.

Cerró los ojos. "Un hombre bebe demasiado brandy una vez y se lellama un ebrio de ahí en adelante."

Alex se levantó. "Fue antes de la hora de la comida," le señaló. Y,bueno, sí, había que admitir que ese pequeño libertinaje no tenía precedentes,pero no lo mencionó. "¿Y cómo se supone que yo deba de saber si va a volvercon usted? Ella no volvió conmigo, y usted mismo fue quien me dijo que larazón era que le facilité el mantenerse alejada."

Stephen sintió el coraje subir a la superficie, justo al ras de su piel."¿Usted compara su situación a la mía?" le preguntó con cuidado.

"¿Cómo puedo hacer eso, cuando no tengo la más vaga idea de susituación?"

Eso tenía sentido. Stephen tenía una vaga idea igualmente. No era lomismo. Su hermano no había creído en ella, pero Stephen no había hechomás que creer en ella. Y aún así la perdió. Y ella quería permanecer perdida,como lo indicaba su disposición a divorciarse.

"Mire," le dijo Alex firmemente, claramente preparando su retirada."Esto es lo que sé acerca de Helen. Tiene una vívida imaginación. Se puedecuidar a sí misma, aún cuando probablemente debería permitírselo a alguienmás. Y sé, por experiencia propia, que ella es el tipo de persona queperdona." Su boca se torció, clausurando lo que fuera que pensaba añadir altema del perdón. "Pero dele suficiente tiempo y espacio y se va a encerrar a símisma en algún lugar. Ella siempre ha sido así."

Levantó sus papeles y se movió hacia la puerta, donde volteónuevamente a encarar a Stephen. "Si usted va hacia ella, puede que tenga unaoportunidad, es todo lo que sé. ¿No se puede molestar en intentar?"

Stephen vio sus propias manos extendidas hacia ella, siguiéndola porel piso mientras ella se alejaba. No importaba lo mucho que la tratara dealcanzar, lo lejos que él se extendiera. Ella únicamente ponía sus manos enlas de él cuando estaba lista.

"Lo intenté," contestó. "Intenté desde el momento que la conocí hasta

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el momento que salió por la puerta.""Pues inténtelo de nuevo." Alex abrió la puerta. "Una cosa más que sé

acerca de ella, Summerdale: vale la pena."

Marie-Anne se sentó frente a él en la sala de estar. Estaba

decepcionada."¿Pero por qué fue con Emily en lugar de buscarme a mí?" Le dio una

mirada astuta a Stephen. "No creo que lo haya dejado. Se ha entregado austed por completo. Debe haber más que lo que usted me está diciendo."

No tenía sentido discutir. Sí se había entregado por completo, duranteun tiempo, y él había cosechado esa felicidad, su liberación, y esa apertura.Pero se había terminado ahora; ella se había decidido. Su taza de té resonócontra el platito.

"Eventualmente, ella regresará a Bartle," él dijo, porque sabía que loharía. "Y usted podrá escucharlo de sus labios." Él levantó su boca en unasonrisa seca. "Cuéntele del día que llegué, cuando le quité la herradura a micaballo para tener una excusa para tocar a su puerta."

"¿Por qué le diría eso?""Porque es lo último que puedo pensar que no le dije. Es la última

cosa que puede usar para acusarme de falsedad.""Le diable," Marie-Anne se rió. Cruzó los brazos y le dio una mirada

crítica. "Le dije que no la lastimara. Le dije que ya ha sufrido lo suficiente."Él resistió la urgencia de quejarse como un chiquillo agraviado,

clamar que nunca tuvo la intención de lastimarla. "Ya no la puedo lastimarmás," le dijo en vez.

"Probablemente debería," Marie-Anne dijo pensativa. "Maggie sabríaesto con certeza pero yo no estoy segura."

Él empujó su té abruptamente. "Estoy cansado de comentarioscrípticos, madame. Está hecho. ¿Desea quedarse a cenar?" Él esperaba queella dijera que no. Podía escuchar a Helen en su risa.

"¿Va a ir a buscarla?"Le irritó que no dejara morir el tema."¿Debo siempre ir hacia ella de rodillas?" No había tenido la

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intención de decirlo, pero he ahí. No había manera de sellar esa presa."¡Pero por supuesto que debe!" Le sonrió ampliamente, como si

hubiera descubierto una respuesta maravillosa. "Es amor, non? Je t'ai parléde l'amour," le dijo, revirtiéndose inexplicablemente al Francés, "de laguerre."

"Así es," le contestó impacientemente. "Pero no tengo el humor parahablar de amor y de guerra ahora, si me hace el favor, ni de mi esposa." Laspalabras empujaron a través de sus dientes. "Si es que continúa siendo miesposa, quiero decir."

Marie-Anne se levantó y vino hacia él, poniendo una mano sobre subrazo.

"Es la respuesta, diría Maggie. ¿Quién sabe mejor que Hélène que elamor es la cosa más destructiva?"

Él no se quedaría aquí a escuchar los dichos de segunda mano de unadoncella Irlandesa. Sabía lo que Helen temía, y no tenía importancia si esostemores eran reales o imaginados. Vio las delicadas facciones de su amigasuavizarse al ver las emociones que él ya no podía esconder. Se habíaterminado, y él era un fraude luchando contra las lágrimas. No quedabaningún poder en sus palabras, no había manera de regresarla.

"Lo sé," le contesto él. "Ella me lo ha enseñado."

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Capítulo 19

Helen no podía dar al blanco. En realidad, casi no estaba tratando.

Ella lanzaba las flechas sin ganas, una tras la otra, contentándose con lamonotonía de los movimientos. Su destreza había sido formidable porquesiempre había imaginado a Henley en el lugar de la diana, y había derivadoun gozo vicioso en mandar las flechas a través de su cuerpo imaginario. Peroahora ya no podía enfocarse en su odio cuando lo único en lo que pensabacontinuamente era en Stephen, y las flechas volaban por todas partes.

Ella fue a recogerlas de donde habían caído tras el árbol. Emily habíaestado acompañándola más temprano, dibujando las flores del verano, pero sehabía retirado al interior de la casa cuando notó lo poco social que se sentíaHelen hoy. Era mejor estar sola. No facilitaba el olvido, pero no requería lanecesidad de actuar normalmente al mismo tiempo que trataba de arrancar elamor de su corazón. Trataba y fallaba, una y otra vez.

Trajo esas flechas de regreso y comenzó a lanzarlas otra vez hacia ladiana, fallando once en una rápida sucesión. El calor del día la alcanzórepentinamente cuando lanzó la última flecha, y el sol calentaba el escalofríoque se había acomodado en su cuerpo permanentemente. Supo de pronto, sintener que darse la vuelta para cerciorarse, que Stephen estaba ahí. Cerró losojos. Por supuesto que vendría por ella. Él siempre venía por ella.

La flecha se soltó, y abrió los ojos sorprendida ante el ruido que hizoal dar en el blanco.

Bajando el arco se volteó y lo vio ahí, donde sabía que estaríasentado, en la banca del jardín. Pero él no portaba una sonrisa encantadorapara ella, como lo había esperado, ni un talante tranquilizante para aliviar elmomento. Él simplemente estaba sentado, viéndola a ella, con una expresióncomo la que solía portar cuando su madre le hablaba abusivamente.

"Tu tiro no es lo que solía ser.""No." Ella trató de imitar su tono casual. "Estoy pensando adoptar

otro deporte."Algo centelleó en sus ojos verdes. "Cásate con alguien y rompe su

corazón en pedacitos," le sugirió. "Es toda la moda." Percibió un movimiento

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minúsculo en su cabeza, como si hubiera querido atrapar esas palabras antesde que escaparan.

Ella absorbió esa herida, permitiéndole ir profundamente. Pero nodetuvo el flujo de ternura que emanaba de ella, que apretaba su pecho y ardíatras sus ojos. Consciente que era peligroso, sabiendo que podía destruir lafortaleza de insensibilidad que había erigido cuidadosamente alrededor de símisma en las últimas semanas de silencio, ella caminó lentamente hacia labanca y se sentó junto a él. Los dos juntos dirigieron la mirada hacia lasbrillantes flores frente a ellos.

Él no se movió para acercarse a ella, su expresión era fija como unacuidadosa máscara. Estoy aquí, decía esa mirada. Y aquí es tan lejos comopretendo llegar. Ella se quitó los guantes de las manos.

"Has venido a discutir el divorcio," dijo ella. Su mirada fija sobre losguantes, que parecían dos cosas muertas en sus manos.

"¿Ah, sí?" Él sonaba curioso. "Me preguntaba por qué vine.""Me contaste del matrimonio que deseabas, y esa descripción no

incluía separarse." No había cómo controlar que se le cortara la voz. "Seráslibre para tener a alguien más."

"También te dije que te quería a ti," dijo él, sus ojos fijos mirandohacia adelante. "Sólo a ti, y sólo porque tú eres tú. Me pregunto, ¿cómoenroscarás eso hasta convertirlo en algo siniestro?"

Ella se mordió los labios con fuerza. "Yo nunca comprendí eso,Stephen." Él nunca podría comprender lo que significaba estar atrapadadentro de este cuerpo, prisionera de esta mente que se rehúsa a olvidar."Nunca pude. Nunca pude comprender eso."

Él cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, permitiéndole al soltocar su cara. Su hermosa cara, el perfil que ella conocía tan bien, que definíalos contornos de su corazón. "Porque tu verdadera belleza está escondida detodos menos de mí," él ofreció. "Porque yo pensé que yo sabía lo que era elhonor, hasta que te conocí. Porque un mechón de tu cabello se soltó y cayósobre tu cuello, donde yo quería estar."

Ella mantenía la mirada fija sobre la diana a la distancia. Oh, noescuches sus palabras bellas.

"¿La amas a ella de la misma manera?" ella preguntó, deseandotorturarse con la respuesta.

"La amé," él contestó. Por lo menos no trató de negarlo, y el dolor la

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envolvió. "Una parte de mí siempre la amará, porque fue la única que..." Élmovió su cabeza indicando no. "Ella me enseñó, antes que tú, me enseñó aabrir mi corazón. Yo no sabría cómo hacer eso de otra manera. Pero no secompara contigo."

"¿Entonces por qué?" ella dijo apesadumbrada. "¿Por qué escondistetanto de mí?"

La cara de él perdió su suave expresión, sus ojos ahora abiertos haciael cielo. "Yo te podría preguntar lo mismo."

Ella no era tan rápida como él: le tomó algo de tiempo asignarsignificado a sus palabras, darse cuenta que él se refería a que ella le habíaescondido toda la verdad de lo que le había sucedido. Él sólo se habíaenterado porque había entrado al cuarto cuando ella estaba confrontando aHenley. Ella se puso rígida.

"No es lo mismo." Las palabras escaparon con una fuerzadesmesurada, ocasionando que él la volteara a ver, finalmente. "No lo es. Nome des esa mirada de que comprendes, porque no entiendes esto. Es la únicacosa que no puedes conocer, sin importar lo mucho que sepas sobre todo lodemás que existe en este mundo." Ella se levantó. "¿Quieres que te expliquecómo se siente?"

"No," él contestó. Inmediatamente, bruscamente."Te lo voy a decir. Tú nunca me pediste detalles y te amaba por eso.

Pero te lo contaré ahora," dijo ella, repentinamente determinada a que élescuchara. Su enojo era sorpresivo – algo que ella se había escondido a símisma. Él nunca tuvo que vivir con eso como ella debía hacerlo. Siempreinsistiendo en tener la verdad. Le permitiría obtenerla, entonces.

"Es sencillo. Yo me he contado a mí misma lo simple que fue. Él losmató y yo lo vi. Sólo por accidente o nunca hubiera sabido, y corrí hacia lacasa. Maggie era solamente una recamarera, pero era inteligente y compasivay le conté todo. Ella encontró a Katie, y su familia la escondió. Al díasiguiente, temprano en la mañana yo regresé a ese lugar en el bosque."

Su respiración era rápida pero no sentía presión en los pulmones, lafuerza que le robaba las palabras. Había desaparecido en algún lugar en elcamino. Observó a su marido, rehusándose a ser conmovida por la mirada dedolor en su cara, la negación. Era la única cosa real que se mantenía secretaentre ellos.

"Lo amaba. Yo todavía lo amaba, aún cuando lo vi matarlos.

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¿Comprendes? Porque yo excusé su comportamiento, porque yo no podíatolerar creer lo peor acerca de él. Pero fui a ver si podía encontrar algo que sufamilia hubiera dejado atrás, y lo encontré. Un mandil y unos listones y unestuche de afeitar. Que – salvó mi vida." Dejó escapar una risa, tan cercana alllanto que pensó que no podría ser capaz de continuar.

Esta era la parte más difícil. Si podía decir esta parte en voz alta,pronto todo terminaría. Ella vagamente recordaba tratar de contárselo a Alex,lo confundidas que habían salido todas las palabras, cómo se acobardó ante elrecuerdo. Era mejor decirlo rápidamente y con crueldad. "Y él me siguió yme dijo que yo debía quedarme con él. Y él – él me besó." La nausea que leera tan familiar regresó, bilis surgiendo a su boca, alterando sus facciones.Siempre surgiría, por el resto de su vida, ella supo. Le permitió atestiguaresto, que nunca antes había dejado que nadie viera. "Y yo debí de haberluchado pero yo era tan es- estúpida y tenía tanto miedo, y él me tenía en el s-suelo."

"Detente," dijo Stephen urgentemente, levantándose de la banca paracruzar hacia ella. Pero ella lo detuvo, apartándose de él, levantando lasmanos.

"No. ¡Vas a escucharlo!" Inhaló profundamente cuando se detuvo,estaba determinada a prevenir el llanto. "Y yo n-no quería ver sangre denuevo, nunca en mi vida, pero él se enterró dentro de mí y me – me dolió. Seenterró dentro de mí y–" Se detuvo a sí misma y en vez de re-imaginarlorecordó lo que más la había atormentado. Lo que vivía dentro de ella, comovivía dentro de él y de todos los demás, esperando la oportunidad de salir.Esa ambición de sangre. "Me estiré y la navaja estaba ahí así que yo – lapresioné contra su garganta y le dije que se saliera de mí." Se estabavolviendo loca. Lo podía sentir, sus manos temblando al pasarlas por sucabello, sacudiendo su cabeza con violencia. "Le dije que se saliera."

Su voz se había elevado y ahora dejaba un silencio opresivo. Ella seentregó a la debilidad en sus rodillas, dejándose caer hincada al pasto, susfaldas esponjándose y desinflándose alrededor de ella. Seda verde del colorde las hojas, envolviéndola.

"Pero se rehusó a salirse," dijo ella, sintiendo el entumecimientoregresar paulatinamente a ella, sintiendo agradecimiento por esto. "Forma unaparte de mí. Ni siquiera tú puedes cambiar eso. Tú trataste de aliviarlo, y sólolo devolviste hacia mí." Lo vio hincarse frente a ella ahora, sus rodillas

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presionadas contra su falda. "Tú lo regresaste a él, y a la sangre. Y ahora túeres parte de las pesadillas."

Cruzó los brazos sobre su vientre, queriendo mecerse como una niña."Él me arruinó. Tú no puedes imaginarte como me arruinó."

Él no se movió para tocarla. La conocía demasiado bien. Ella le habíapermitido conocerla bien. Pero oh, Dios – ¿qué era lo que ella no sabía sobreél? ¿Alguna vez llegaría a ser suficiente?

"¿Le permitirás que te posea?" Stephen demandó, el áspero sonido desu voz interrumpiendo sus pensamientos. "No puedo cambiarlo. Pero tú lepermites que te aleje de mí. Tú me conviertes en una pesadilla cuando todo loque quiero hacer es abrazarte cuando tienes miedo."

"Tengo miedo todo el tiempo." Un sollozo escapó, por más que tratóde contenerlo. "Todos los que saben piensan que soy valiente. Pero estoyaterrorizada, todo el tiempo."

Él levantó una mano hacia su cara como si quisiera secar una de suslágrimas, pero se detuvo, permitiendo a su mano caer. "Ya no te puedelastimar. Excepto en esta manera, y sólo si tú lo permites."

"Yo sé," ella admitió, escuchando la voz de Maggie diciéndole lomismo. Pero eso no era lo único que había que temer. Oh, las miles de cosasterribles que tú puedes ser, mi amor. Tú me puedes lastimar peor que él. "Túlo regresaste." Cómo le dolía, saber que fue Stephen quien lo trajo. "¿Por quéme lo devolviste?"

"Lo siento," le dijo, las palabras duras y huecas. Él se veía derrotado,arrodillado ahí, frente a ella. "No te puedo decir cómo me arrepiento. Yo nosabía. Yo nunca pensé que vendría." Emitió una risa desesperanzada. "Dirásque yo debí haber previsto eso. Y debí haberlo hecho. Siempreenorgulleciéndome de saber la verdad y de predecir el futuro," dijoamargamente. "Pasando mi vida en los bordes de los mundos de otraspersonas. Nunca nadie me invitó a pertenecer, excepto por un momento, parapermitirme entrar a robarme un secreto."

Tomó un doblez de la falda en su mano, acariciando la seda entre susdedos. "Luego te conocí a ti. Y tú me hiciste parte de tu mundo. Te juzguémal una y otra vez." Su boca exhibía esa curva que expresaba tantossentimientos. "Yo no soy bueno en eso. Yo no soy quien pensé que era. Loúnico en lo que soy bueno es en estar enamorado de ti."

Ella lo observó, esa cara que conocía tan bien con todos sus humores

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cambiantes. Y de pronto comprendió, silenciosamente, inesperadamente,comprendió aquello que tanto había temido le fuera revelado. No era oscuroni terrible. Brillaba con simplicidad. De pronto la idea de todas las cosasterribles que él podría haber sido no comparaban con lo que ella sabía decierto que él era en realidad. Paciente y compasivo y fuerte. Y aquí, siempreaquí a su lado en todos sus peores momentos, siempre ofreciéndole susmejores momentos. Ella lo comprendió claramente, como si una luz brillanteresplandeciera a su alrededor, refulgiendo en el aire y reflejándose en los ojosde él.

Ella había estado atrapada en el bosque oscuro siempre, pero él lahabía sacado de ahí. Su caballero de cuento de hadas, su príncipe con unallave de oro, que brillaba como una señal para guiarla a través de los árboleshacia donde él la esperaba – donde siempre la esperaba.

"Tú eres quien – tú me enseñaste a no juzgar a nadie únicamente porsus peores acciones." Él era ahora el que sonaba perdido, como si ella pudierasalvarlo. "Todos los caminos me llevan hacia ti, y no puedo dejar detransitarlos. Pero al final tú me dejas entrar y luego me encierras afuera. Losdos, al mismo tiempo." Él parpadeó, apelando a ella. "¿Nunca me permitirásquedarme?"

Ella estaba cansada de tener miedo, cansada de estar cansada. Todo loque ella quería era sentir los brazos de él alrededor de ella. Repentinamentetodo pareció ser tan sencillo.

Ella se inclinó hacia adelante y descansó la cabeza sobre su pecho, elúnico lugar donde se sentía cálida y segura. Un sollozo surgió en ella – unsentimiento de pérdida por aquello de lo que aún quería escapar, y de gozoporque ya no tenía que hacerlo. Él le dio la fuerza para sostenerse a ello, parasostenerse en él.

Ella levantó la mano hasta alcanzar su nuca y su suave cabello. "¿Medarás una vida ordinaria?" le preguntó con un sollozo.

Él puso sus brazos alrededor de ella, abrazándola fuertemente,aferrándola a él, recibiéndola tras su caída. Ella se deleitó en ello, en lamanera que le quitaba el aliento al estrecharla tan fuerte.

"No puedo," le dijo al oído. "Sólo puede ser extraordinaria. Y lo será,"le prometió. "Mi esposa… dulce, fuerte, bella esposa. Regresa a casa. Ríe enmi cama." Era como una oración, un himno, su voz suplicando y exultando,su corazón latiendo junto al de ella.

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Me asusta, le había dicho a Marie-Anne hace tiempo. El ver el amor yla felicidad, saber que todo estaba contenido en un sólo lugar – en sus ojoscuando la miraba a ella.

Eso es porque así es la vida, fue la respuesta, y supo que era cierto."Sí," le contestó a él. Se entregó por completo a ello, a las lágrimas y

a la risa, al dolor y al éxtasis de pasar una vida amándolo, un turbulentoremolino que la levantó y la depositó en sus brazos. Él la hacía valiente. Ellano podía sentir miedo si estaba con él. No temía a la vida, ni a los espectrosen la oscuridad, ni a los monstruos que imaginaba vivir en su corazón.Nunca, mientras él estuviera con ella.

"¿Sí?" Su mirada esperanzada penetró su alma. Sacudió la cabeza confeliz incredulidad. "¿Puede ser así de sencillo?"

Ella asintió. "Así de sencillo."Una sencilla historia que ella le contaría una y otra vez: cómo ella lo

amaba; cómo él la salvó; cómo ella nunca podría perderse en esos bosques denuevo.

Ella sonrió a través de las lágrimas, con una risa de alegría pura quesolamente él podía inspirar y presionó su boca contra la suya en esemomento, torpemente, sus dientes chocando contra los de él, como si nuncahubiera besado a alguien antes. Su lengua encontró la de él, explorandoprofundamente, presionando contra la suya en respuesta - lo suficientementefuerte para resistir su naturaleza egoísta y superarla, demandando recibiramor de regreso.

Al terminar el beso él se apartó de ella para sostener su carafirmemente en sus manos. "No me dejarás otra vez," le comandó con unaligera sacudida.

"Nunca," ella prometió. "¿Estaremos bien? ¿Seremos felices?"Él secó sus lágrimas y eliminó sus dudas. "Estaremos de maravilla."

Se lo dijo con la certidumbre que sólo él poseía, y ella le creyó. Él era elConde de Summerdale, después de todo, y él lo sabía todo. "¿Te quedarásconmigo?"

Ella se rió otra vez. Brotó de ella con ferocidad. "¿A dónde iría?""A ninguna parte sin mí." La piel alrededor de sus ojos se arrugó con

una sonrisa más cálida que la luz del sol sobre ellos. "Te llevaré a Italia, aSicilia donde modelaron el cielo de noche basado en tus ojos. O a América.Con tu querido presidente Washington."

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Ella se rió otra vez y los labios de él la buscaron de nuevo. "Él ya noes presidente," sonrió, embriagada de amor y de vida. "¿No está… muerto?"le preguntó entre besos.

"Pregúntame si me importa," le susurró, regresando a sus labios,regresando una y otra vez al lugar donde pertenecía.

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Epílogo

Mi querido amor, mi único amor–¿Dónde demonios estás? Me aburro hasta las lágrimas sin ti.¿Desaparecerás de mí para siempre? Han pasado años. Te rogaré si esnecesario.-S

Por el amor de Dios, Stephen, estoy en la biblioteca. Y sólo ha pasado unahora, ¿estás así de aburrido? Deshazte de tus fanfarrones hombres denegocios y ven aquí. Te encantará la carta de Marie-Anne: ha accedido avenir a Londres tras la asombrosa invitación de los Shipleys. Ha motivadoque escribiera la más elocuente descripción de su "gran pila de cretinos" –me parece que ha aceptado la invitación únicamente por las posibilidadescómicas que ofrece. Ya terminé de escribir mi carta para Katie, tomándome la libertad decompartir tus deseos de que continúe disfrutando una excelente salud.(¿Cuánto tiempo tomará para llegar a sus manos en América?) Así que meencontrarás desocupada.-H

Un mes o más para llegar allá, pero su última carta te debe haber aseguradoque se ha recuperado al punto que está en forma para nadar la distancia porsí misma. Preocúpate mejor por la pobre familia Shipley, quienes no tienenla menor idea de la deliciosa diablura que han invitado a su casa.Y preocúpate por mí, que perezco de aburrimiento sin ti.-S

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Estoy absorta en los ensayos políticos. Y esperándote. Así que apúrate.-H

Disfruto bastante cuando eres exigente. Les puedo honestamente decir aestos caballeros que me distraen asuntos de grave importancia, por loscuales Collins ha ido y venido con urgentes notas. Treinta minutos, mi amor.Entonces ven aquí y tómame.-S

Collins tiene mejores cosas que hacer que llevar y traer notas, lo estásmalgastando.¡Treinta minutos! Estoy contrariada en la biblioteca. Tu invitación atomarte, aunque plena de encanto, es sorprendente viniendo de alguien contu reputación, mi lord. Y soy yo a la que llaman indecorosa.-H

Contrariada en la biblioteca y esperando tomarme. Encuentro que estoydisfrutando mucho la vida indecorosa. Te prometí que estaríamos demaravilla, ¿no es cierto?-S

Lo hiciste. Extraordinaria vida, dijiste - y tenías razón. Tú siempre estás enlo correcto, mi amor.

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FIN

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Agradecimientos

Aquí es donde voy a decir lo que no esperas escuchar de una novelista

romántica: el amor romántico no es tan importante. Para cursar una vidaintacta (sin decir nada de completar tu ser tras sufrir una devastación) serequiere más que un sabor de amor. Así que de varias maneras, este libro esun himno exultando la amistad, especialmente a las amigas femeninas. Puedoescribir ficción por miles de años y nunca lograré inventar mejores amigasque las que ya existen de hecho en mi vida. Estas son las mujeres que me hananimado e impulsado, que están siempre de mi lado, que nunca dejan dedecirme las verdades más duras con la más tierna compasión, quienes meescuchan aún cuando estoy diciendo locuras o aberraciones o infantilidades.Su afecto me sostiene.

Snezana Pavlic hace toda mi escritura posible, no sólo porque es milectora perfecta y tiene un impecable ojo editorial, sino porque también hasostenido mi mano a través de cada tropiezo, y cada momento monótono oemocionante de esta vida de escritora. (Y no hay espacio para añadir cómoenriquece mi vida ordinaria de no-escritora.) También es capaz de hacermereír tan fuerte que estoy en peligro perpetuo de mojarme como una chiquitaen pañales. Cada vez que el mundo y la vida parecen increíblemente crueles,recuerdo que tengo esta amiga, y sé que soy la persona más rica de la tierra.

Megan Odett es mi compañera de textos, de humor mórbido, y dehospital. Siempre está ahí para mí, y siempre ofrece consuelo - o perspectiva,o invectiva, o incluso maravillosos consejos de manicura y sugerencias decocteles. También está, como toda buena amiga, siempre lista y dispuesta aexaminar con lascivia todo tipo de zapatos en momentos apropiados einapropiados.

Rita Milandri es posible que me haya escuchado quejarme y protestarmás que ninguna otra persona en mi vida, y nunca ha fallado en su deber dedecirme que ya me controle. Siempre dispuesta a discutir cualquier temahasta agotarlo, y con su generosidad, curiosidad, y hospitalidad, ella podríaenseñar clases de maestría en Cómo Ser Una Gran Amiga.

Laura Kinsale es Laura por-el-amor-de-dios Kinsale, antes que nada, asíque, eso es lo primero. Pero aparte, ella es inteligente y bondadosa y sabia y

Page 270: Una Dama Arruinada (Spanish Edition) - ForuQ

divertida y tiene un corazón tan grande que hace parecer pequeño al estado deTexas. Encima de todo, me introdujo al glorioso té de Taylor's ScottishBreakfast Tea, lo cual es vitalísimo.

Agnes L, mi misiu, me mantuvo cuerda durante Los Miserables Años deOficina y más allá, y es mi principal proveedora de sonrisas brillantes. LyssaM y Beq B, quienes son mucho más que simplemente amigas con quienesescribir. Heather D, quien está plenamente permitida a olvidar por siemprequiénes son los miembros del G8. Amanda D, quien manda largos ycariñosos emails que siempre brindan una sonrisa a mi cara. Randi H, quienbrota en momentos fortuitos para recordarme cómo ser alegre. Y Dawn Z,más familia que amiga a estas alturas, quien me ha alentado sin dudas nireservaciones durante 36 años. Por DIOS, 36 años. Estamos viejas. Es lomáximo.

Pecaría de negligencia si no reconociera también las contribuciones demis inanimados amigos comestibles quienes hicieron este libro posible: misgracias a las humildes donas, el fino escocés, las cubetas de té endulzado, ylos carbohidratos en general. Que su sacrificio nunca se olvide.