Una Flor Blanca en el Cardal
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Una Flor Blanca en el Cardal Página 1
UNA FLOR BLANCA
EN EL CARDAL
Carlos B. Delfante
Una Flor Blanca en el Cardal Página 2
Si hubiera una nación de dioses,
éstos se gobernarían
democráticamente; pero un
gobierno tan perfecto no es
adecuado para los hombres.
Jean Jacques Rousseau
El político se convierte en
estadista cuando comienza a
pensar en las próximas
generaciones y no en las
próximas elecciones.
Winston Churchill
Una Flor Blanca en el Cardal Página 3
ÍNDICE
Preámbulo de una Efeméride 5
1ª Parte – La zaga de los caudillos-gobernadores 10
2ª Parte – Algunas flores nacen a la sombra de… 96
3ª Parte – Un ejército sin oposición… 209
4ª Parte – Finalmente florece el Cardal 260
5ª Parte – Candilejas y Titilaciones de la Unión 320
6ª Parte – Una simiente que hizo florecer el Cardal 369
Bibliografía 469
Biografía 471
Una Flor Blanca en el Cardal Página 4
Cuando la lucha entre facciones
es intensa, el político se
interesa, no por todo el pueblo,
sino por el sector a que él
pertenece. Los demás son, a su
juicio, extranjeros, enemigos,
incluso piratas.
Thomas Macaulay
Una Flor Blanca en el Cardal Página 5
Una Flor Blanca en el
Cardal
Preámbulo de una efeméride
Las páginas subsecuentes no tienen por intención
querer describir una nueva investigación histórica y
patriótica sucedida en la Banda Oriental del siglo XIX, y si,
seleccionar y unir fragmentos de una fantasiosa novela que
ha estado repleta de intrigas, maquinaciones, amores y
contubernios políticos y sociales, ocurridos durante un
periodo pos independencia de la República Oriental del
Uruguay, donde los intereses personales de muchos de los
personajes de la historia Montevideana se mezclaban con
los dividendos públicos y gubernativos de esas décadas; y
en la cual, muchos de esos mismos actores, intentaban sacar
algún provecho al estar bajo la presión e interferencia
ejercida por las fuerzas imperiales externas.
Se trata más bien, de una modesta recopilación de
datos y referencias históricas, que se inician con el afinco en
el país, a principios de ese siglo y fines del anterior, de los
Una Flor Blanca en el Cardal Página 6
laboriosos y aguerridos emigrantes peninsulares europeos,
que sin lugar a dudas, fueron los responsables por las
ulteriores familias que se han ido ramificado notablemente
por los diferentes puntos cardinales de este terruño.
Todavía, pese a los pacientes empeños desplegados,
seguramente faltan al autor otros tantos datos y registros
importantes sobre el tema, pero se cree que por primera vez
se ha logrado ordenar las informaciones disponibles sobre
uno de los principales terrateniente de un determinado
territorio geográfico que dio origen al primer barrio extra
muros de la Ciudadela de la vieja Montevideo; material que
ha dado motivo para rescatar esta edición historiográfica
sobre una familia en particular.
Siendo así, es de creer que este libro interese a los
numerosos descendientes de varias generaciones de aquellos
intrépidos emigrantes europeos que, llegados con sueños de
prosperidad, incursionaron en este país durante una época
de constantes luchas, confusiones, refriegas, embrollos, e
los intricados laberintos de sus intereses particulares; y
quizás, la de alguna otra persona que, al leer las páginas
sobre las prontitudes de diversas personalidades e
idiosincrasias que se envolvieron en la trama, logren
descubrir entre ellas el nombre de tantos hombres y mujeres
Una Flor Blanca en el Cardal Página 7
de coraje y progreso que han surgido allí durante esos años
difíciles, al estar ellos vinculados o arrastrados
inconscientemente en las actividades fundamentales que han
dejado su huella en esta Nación; gentes que posteriormente
cedieron, con honorabilidad reconocida, su nombre en
barrios, calles y plazas de la ciudad. Si así ocurrir, el
propósito de esta tarea ciertamente estará cumplido.
De acuerdo con lo antedicho, esta obra busca
desvendar parte de la olvidada historia de don Tomás
Basáñez, segundo hijo de un corajoso vizcaíno que a fines
del siglo XVII dejó su terruño buscando, como tantos otros
de sus compadres, mejores oportunidades de vida en las
lejanas tierras de América, lo que les exigió dejar tras su
partida, la familia, el bienestar y las constantes luchas, entre
ellas, la del Carlismo, un díscolo altercado que tanto daño
ha causado al legendario pueblo euskaro. Tampoco
podemos olvidarnos que quienes vinieron aquí desde
España, equivocados, ansiosos, vacilantes, creyeron tener el
derecho secular de expandir su dominio y poder, pues
buscaban en las Indias, sobre todo libertad y plenitud.
Sin embargo, este importante, subrepticio,
políticamente discreto y casi invisible figurante que
nombramos, supo colaborar y conducirse a la sobra de los
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hechos profesados por los prominentes caudillos de nuestra
Nación y, a la vez, codearse con otros tantos promisores
notables de la política nacional. Haber seguido sus pasos,
nos permite que ahora, un siglo y medio después, nos
sintamos capaces de desvendarle sus conquistas, y nos
permita descubrir que, con tenacidad y faro emprendedor,
finalmente, alejado de aquella parte de la conturbada ciudad
que lo vio nacer, intuir que supo triunfar, y dejar en el suelo
de aquel primer barrio montevideano, una prolífera
descendencia que terminó siendo testigo de su presencia en
el nuevo hogar que adoptó.
En lo que a mí concierne, siempre existieron dudas
sobre el comienzo de la ascendencia de su apellido en el
Uruguay, procedente de éste sagaz descendiente de vizcaíno
que, hasta la presente fecha, tan solamente se había apoyado
en narraciones deshilvanadas y destorcidas de la realidad.
Muchas de esas incertidumbres parecería que ahora
han sido develadas, otras, no en tanto, aun permanecen
ocultas y carecen de registros verídicos que nos permitan
elucidarlas. Pero eso ya será otra historia.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 9
Mapa de la Banda Oriental y entonces Territorio de las
Misiones Orientales, o “Liga de los Pueblos Libres” en
1800, y parte de los Virreinatos de Perú y del Río de la Plata
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Primera Parte
La Zaga de los Caudillos-
Gobernadores
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La Importancia de los Caudillos
La gramática española es esencialmente rica en
expresiones, términos y vocablos a ser utilizados en, y para
las descripciones de los hechos o sucesos de cualquier
asunto o cuestión. Mismo así, yo no lograría establecer la
correcta imparcialidad para desarrollar los justos cometarios
de aquel periodo de transición que existió durante la
abolición de las divisas partidarias y el momento de la
vigencia integral de la Constitución que había sido
establecida en 1830, como si esa metamorfosis fuese una
fórmula finalmente encontrada para lograr desplazar a los
caudillos del poder político y de la dirección de los asuntos
de Estado, hecho muy notorio durante la llamada Guerra
Grande, y principal periodo histórico que aborda este libro.
Ciertamente, si me utilizase solamente de algunos de
ellos para así destacar a los principales copartícipes de tan
noble epopeya ocurrida en ésta República durante gran parte
del siglo XIX, probablemente cometería grave un error al
dejarme llevar por inclinaciones particulares que siempre se
ven arrastradas por la emoción. No en tanto, la licenciada
Ana Ribeiro escribe en el preámbulo de su libro “Historias
sin importancia”, que: “La Historia siempre es una
Una Flor Blanca en el Cardal Página 12
representación del pasado, que tiene con éste tantos puntos
de contacto y similitud como los que un mapa puede tener
con la realidad. Los mapas y la Historia orientan, pero no
dan cuenta de todo el paisaje; representan una unidad y sus
vías de ordenamiento y circulación, pero no dejan de ser
abstracciones que el hombre realiza para interligar el todo
caótico de la experiencia vital o histórica. Tanto el mapa
como cualquier Historia, en tanto son un todo, son modelos
que reflejan su finalidad por medio de la forma”.
No obstante, entiendo que, para encontrar una correcta
ubicación en el ambiente reinante durante tan conturbadas
legislaturas y los comportamientos personales de algunos
personajes, el correcto proseguimiento de la obra nos exige,
primeramente, introducirnos en un breve repase de las
biografías cronológicas e historiográficas de aquellos que
fueron los responsable por cuñar, algunas veces con risas y
fiestas, pero en la mayor parte del tiempo, con sangre, sudor
y lágrimas, todos sus afanes institucionalistas de libertad y
progreso.
Tal condición, será la que nos permitirá respetar de
cada uno de ellos, sus propios puntos de vista, y sus
determinaciones emocionales o no.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 13
Del mismo modo, se hace necesario resaltar que, al
gravitar otros tantos personajes notorios alrededor de las
sombras de estos caudillos, es compresible que tampoco me
sería posible nombrarlos a todos, ya que, con diferentes
grados de fecundidad y entusiasmo, todos los que
participaron en las frentes de batalla, en algún sórdido
rancho, o hasta en la oscuridad de algún salón o antecámara,
tienen el mismo grado de valoración, intrepidez y
responsabilidad, en los resultados que solidificaron la
Historia de la República Oriental del Uruguay.
De cualquier manera, las visiones perpendiculares de
cada uno de los personajes, serán presentadas sobre ópticas
de puntos de vista diferentes entre sí, haciendo que parte de
los relatos sean episodios observados en una escala menor
por donde pasaron los grandes protagonistas que han
dejando su vestigio de bizarría, permitiendo que a la zaga de
ellos surgiese la presencia de otros seres anónimos o de
aquellos que se encontraban ubicados en una segunda fila
por detrás de las frentes de batalla.
No olvidemos que el relato literario libera la lógica
retórica de quien lo escribe, pero este debe atenerse siempre
dentro de un cierto desarrollo cronológico primario, a donde
se van introduciendo explicaciones, influencias y pareceres
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sobre los rasgos de los actores sociales indicativos y de cada
uno de los individuos.
Al buscar elaborar esta obra sobre la óptica de tales
características, los grandes nombres o hechos de aquel
periodo belicoso, están presentes en lo macro de la obra,
buscando orientar al lector como lo hace un mapa, pero sin
necesidad de violentarlo con la narración.
Juan Antonio Lavalleja
Al nominar este personaje, entendemos que su
carismática personalidad, corresponde a la de un exacerbado
y corajoso militar, juntamente con la de un destacado
político uruguayo que nació en el poblado de Santa Lucía,
Departamento de Minas, en el año de 1784, y que ya
entrando en su apogeo, viene a fallecer en la ciudad de
Montevideo, en 1853.
Los registros nos cuentan que era hijo de un
acomodado estanciero llamado Manuel Pérez de La Valleja,
un emigrado ciudadano español, de Huesca, que se había
casado con Ramona Justina de la Torre, también española.
Retomando su historia militar, ya al final de sus
tiempos de ejercicio soldadesco, antes de encerrar su carrera
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militar, actuó junto al General Manuel Oribe, después de
haber tenido una destacada e importantísima actuación en
las primeras luchas por la independencia de Uruguay.
No obstante, respetando la cronología de los hechos,
en su juventud, Juan Antonio fue uno de los principales
lugartenientes de nuestro mayor prócer: José Gervasio
Artigas; y con él, se destacó por su palmaria acción en la
batalla de Las Piedras. Posteriormente, bajo sus órdenes,
también luchó en la guerra contra los portugueses, cuya
victoria en aquel entonces, implicó la anexión de la Banda
Oriental a Brasil.
Apenas iniciada la Revolución Oriental de 1811 que
fue acaudillada por Artigas, Juan Antonio Lavalleja se
incorporó a la causa y tomó parte en las principales acciones
militares desplegadas hasta 1818. Ese mismo año, durante la
guerra con Brasil, fue hecho prisionero y enviado a la Isla
de las Cobras, en Río de Janeiro, donde se vio obligado a
permanecer hasta fines del año 1821.
Empero, en 1823, determinado y sediento de acción
por las ínfulas libertadoras, volvió a su Patria y terminó por
unirse al movimiento revolucionario iniciado por la logia
masónica “Caballeros Orientales” y el propio Cabildo de
Montevideo, donde entonces se ambicionaba obtener la
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independencia de Brasil. Pero, fracasado ese intento, tuvo
que partir al exilio, dirigiéndose a Buenos Aires.
Fue allí en tierras vecinas que, en 1825, preparó,
emprendió y dirigió con gran denuedo, a un puñado de
aguerridos compañeros, lo que a la postre fue denominado
como: “Cruzada Libertadora de los Treinta y Tres
Orientales”, gesta que buscaba nuevamente liberar a
Uruguay de la dominación brasileña.
Fue entonces que, contando con su firme liderazgo, se
dio inicio al proceso de independencia de la Banda Oriental,
y consecuentemente, la pronta incorporación de estas, a las
Provincias Unidas del Río de la Plata.
Sin embargo, tres años más tarde, se vio obligado a
intervenir en la guerra del Imperio de Brasil con las
Provincias Unidas, a cuya finalización, se reconoció la total
emancipación uruguaya en la Convención Preliminar de
Paz, firmada en 1828.
Apenas iniciada esta nueva etapa por la lucha por la
liberación nacional, Lavalleja exhibió un severo afán
institucionalista, llevándolo a promover la creación de un
órgano legislativo que fuese capaz de decidir el destino del
país, a través de una fecunda y prolífera elaboración y
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dictámenes de normas sobre los temas prioritarios para la
época.
Por ese tiempo, fue nombrado Gobernador y Capitán
General de la Provincia Oriental del Uruguay, puesto que
ocupó en dos ocasiones (1825 y 1830); y también fue
asignado como Jefe del Ejército de Operaciones de las
Provincias Unidas (Argentina), zona que estaba en guerra
con Brasil, por la independencia de Uruguay.
Su enorme fervor a la causa, fue lo que posibilitó que
Juan Antonio fuese el principal baluarte a contribuir para la
posterior creación del Partido Blanco, o Nacional.
En los años siguientes, percibiéndose descontento con
el rumbo político que tomaba la nueva Nación, protagonizó
varios levantamientos insurrectos contra el gobierno del
General Fructuoso Rivera, motivo éste que lo obligó una
vez más, a extraditarse. Al exilarse nuevamente en
Argentina, luego se vinculó a las huestes federales y tomó
parte en las guerras civiles de aquel país. En conclusión,
durante el periodo de la llamada Guerra Grande, ya siendo
sexagenario, retornó al país y acompañó a Manuel Oribe en
el sitio a Montevideo.
Reproduciendo aquí las palabras de Antonio F. Díaz
sobre aquel momento, apuntamos que: “El largo período de
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la Guerra Grande transcurrió oscuramente para él, siendo
apenas un residente más desde 1845 en el campo del
Cerrito, lugar donde Oribe tenía asentado su gobierno, y allí
pasó casi desapercibido y sufrió verdaderas privaciones
materiales”.
Terminado el sitio a Montevideo, después de la paz
del 8 de octubre de 1851, el General Lavalleja terminó
siendo dado de baja en el Ejército, y congraciado con el
puesto de Brigadier General. Poco después, el entonces
Presidente Joaquín Suarez, le confió la Comandancia
Militar de los departamentos de Cerro Largo, Minas y
Maldonado.
En el año 1853, el General aparece nuevamente en la
escena política por postrera vez, ya con el fin de apaciguar
los fogosos ánimos políticos surgidos momentos después de
la salida del Presidente Juan Francisco Giró. En este último
acto, el General Lavalleja fue designado miembro del
efímero Triunvirato que gobernaría la República, y del cual
participarían los Generales: Fructuoso Rivera y Venancio
Flores; pero antes de cumplir un mes en sus nuevas
funciones, falleció repentinamente mientras despachaba en
el fuerte del Gobierno.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 19
Al dar inicio a su carrera militar, Juan Antonio
Lavalleja había alcanzado el puesto de Capitán en el ejército
del General Artigas, nombrado Jefe de los Treinta y Tres
Orientales, y General de Sarandí. Seguramente, este
caudillo ha cincelado su nombre en la Lista de los Grandes
del Uruguay, donde una suma de hechos no menores, lo ha
consagrado como uno de los principales próceres
nacionales.
Posteriormente, en reconocimiento de su gesta, Minas,
la ciudad de su cuna, le erigió en la plaza principal, el 12 de
octubre de 1902, la primera estatua ecuestre levantada en la
República Oriental; y por ley del 26 de diciembre de 1927,
el Departamento de Minas tomó la denominación de
Lavalleja.
Mismo siendo éste un sucinto relato de los avatares
del General, aun nos queda por destacar que el día 3 de
setiembre de 1791, corresponde a la fecha en que nació Ana
Monterroso, una destacada figura de las luchas de la
independencia. Era hermana del sacerdote José Benito
Monterroso (secretario de Artigas), y que posteriormente se
convertiría en la esposa de Juan Antonio Lavalleja.
Un hecho inédito cabe matizar con relación al
matrimonio de estos. El enlace con su marido, se realizó por
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poderes (Lavalleja fue representado por Rivera), el 21 de
octubre de 1817, y ella recién pudo reencontrarse con su
esposo cuando éste aun era prisionero de los portugueses,
acompañándolo en su cautiverio y subsiguientemente, en
todas las empresas que el General abordó.
Ella falleció el 30 de marzo de 1858 en la ciudad de
Buenos Aires.
Como caso curioso, agregamos que la historia nos
cuenta que el 15 de setiembre de 1832, la policía de
Montevideo, por orden del General Rivera, trata de detener
a la señora Ana Monterroso, digna esposa del General
contendiente suyo.
En aquel entonces, esta recibió en su casa al piquete
que iba a detenerla, y rodeada de sus hijos (la mayor tenía
apenas 12 años), corajosamente les anunció que se haría
matar antes de permitir que la separaran de ellos. El oficial
que se encontraba a cargo del procedimiento, no se atrevió a
verificar si la amenaza perpetrada por ella era real, y se
marchó.
Hecho a seguir, el Gobierno se sintió obligado a
cambiar la pena por reclusión en el hogar. Ese mismo día
fueron arrestados más de veinte ciudadanos que acusados de
conspiración, fueron llevados a bordo de un pontón.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 21
José Fructuoso Rivera
Al mencionar este protagonista, encontramos una
persona de controvertida figura. Al igual que su
correligionario, él también era hijo de un poderoso
terrateniente de la zona de San José de Mayo, dueño de un
saladero; de modo que éste también perteneció el grupo de
los estancieros opuestos al monopolio de los comerciantes
peninsulares. Igualmente, destacamos que fue un brioso
militar y un no menos discutido político.
Nacido en Durazno en el año 1786, y fallecido en el
pueblo de Melo a su retorno al Uruguay en 1854, fue el
Primer Presidente constitucional del país, luego de haber
atesorado diversas participaciones en las luchas
independentistas. También fue unos de los fundadores de la
divisa colorada, o Partido Colorado.
Aun joven, se unió a la Revolución Oriental en el
interior de la Banda Oriental, en la zona de Minas, y
prontamente se destacó como pequeño caudillo en el centro
de la provincia. Acto seguido, se incorporó a las fuerzas del
General José Gervasio Artigas, y a sus órdenes, participó
también en la Batalla de Las Piedras (1811).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 22
Cuando Artigas y la división enviada en su ayuda
desde Buenos Aires, inició el primer sitio a la ciudadela de
Montevideo, Rivera fue destinado a intentar detener la
invasión portuguesa. Cuando ésta se hizo incontenible y el
gobierno porteño pactó con el Virrey Elío, Rivera se unió al
grupo de habitantes que participó del Éxodo Oriental,
siguiendo a Artigas para el Ayuí.
En entretiempo posterior, participó de una expedición
a las Misiones Orientales bajo las órdenes de Eusebio
Valdenegro y Fernando Otorgués, y luego se incorporó al
segundo sitio de Montevideo, a órdenes del Coronel Manuel
Pagola. Posteriormente, se retiró con Artigas cuando éste
enfrentó al General José Rondeau, hombre que seguía la
política del Directorio, o la de someter a las provincias a un
gobierno nombrado y dirigido desde Buenos Aires. Nacía
en ese momento el federalismo en el Río de la Plata.
Después de la toma de Montevideo por Carlos María
de Alvear, Rivera fue el Jefe de las tropas orientales en la
Batalla de Guayabos, donde derrotó a las tropas de Manuel
Dorrego. En sus filas, figuraban grupos de indígenas
charrúas y guaraníes. Las tropas de Dorrego huyeron en
desbandada, y poco después, el Director Alvear entregaría
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el control de la Banda Oriental al General Artigas y sus
partidarios.
Mientras las fuerzas de Otorgués provocaban
desmanes contra los ciudadanos de la capital, Rivera
comenzó a ser percibido por un grupo de comerciantes y
“doctores”, que luego serían los aliados de los portugueses y
antes lo habían sido de los realistas, como si su figura fuese
la garantía de orden entre los caudillos de la zona rural.
Subsiguientemente, cuando se produjo la Invasión
Luso-Brasileña, a partir de 1816, Rivera secundó
inicialmente a Artigas, destacándose como uno de los jefes
que lograron algunas victorias menores. No obstante, fue
derrotado en la Batalla de India Muerta, en noviembre de
ese año, lo que permitió a los portugueses ocupar
Montevideo.
Históricamente, su actuación pública ha sido fruto de
mucha polémica. Algunos historiadores e investigadores
como Eduardo Picerno, señalan que:
“…ya desde el año 1816, cuando comienza la
invasión Luso-Brasileña, Rivera comienza a
desobedecer las órdenes de Artigas y a
manifestar su adhesión a la causa portuguesa
de un modo muy distinto a como lo hacía el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 24
general Belgrano, que proponía el 9 de julio
del año 1816, a la Reina Carlota de Portugal,
como Reina de las Provincias Unidas del
Sudamérica…”
En efecto, mientras Manuel Belgrano buscaba
legitimar ante las potencias de ese momento, la total
independencia rioplatense ante la Santa Alianza y con lo
que tal alianza exigía, gobiernos monárquicos a pocos
meses de establecida la “Santa Alianza” y el
restauracionismo monárquico absolutista entre las potencias
del mundo (era el único modo que parecía viable en el año
1816), él buscaba como solución de compromiso, un país
rioplatense totalmente independiente.
Los registros cuentan que tras su viaje a Europa,
Belgrano notó que las potencias sólo aceptaban países
gobernados monárquicamente, entonces, la solución inicial
fue que la regenta Carlota asumiera como Reina de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, siendo tales
provincias totalmente independientes de todo poder
extranjero y teniendo una monarquía constitucional.
Luego Belgrano se dio cuenta de lo infundado de su
optimismo en cuanto a una regenta que también ostentaba el
gobierno brasileño, y optó por una solución más audaz:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 25
“que un inca –un descendiente de Tupac Amaru II,
probablemente Juan Bautista Condorcanqui Tupac Amaru,
último descendiente reconocido de Túpac Amaru II–, fuera
el “rey” nominal, limitado por una Constitución
democrática del nuevo extensísimo país constituido por los
estados rioplatenses”.
Absolutamente contrariado con la idea de Belgrano,
Rivera se sometió directamente a Portugal y luego al
Imperio del Brasil, convirtiéndose en uno de los oficiales de
Portugal y de Brasil en el territorio actualmente uruguayo.
A mediados de 1818, varios jefes artiguistas
comenzaron a cuestionar la estrategia defensiva de su Jefe.
El único oficial notable que no se pronunció en contra del
caudillo, fue Rivera, por lo que Artigas le entregó el mando
de las divisiones más poderosas. Esto causó la defección de
muchos de sus subordinados, entre ellos Rufino Bauzá y
Manuel Oribe, que pasaron a Buenos Aires. Por su parte, el
Director Supremo, Pueyrredón, desde Buenos Aires, le
ofreció el mando de las tropas orientales, desplazando a
Artigas. Pero Rivera no lo aceptó.
A continuación de su irreverencia contra el gobierno
de Puiyrredon, Rivera obtuvo algunas victorias menores en
Una Flor Blanca en el Cardal Página 26
los combates de Chapicuy y Queguay Chico, pero fue
finalmente derrotado en la Batalla de Arroyo Grande.
Cuando ocurrió la derrota de las tropas orientales en la
Batalla de Tacuarembó el día 22 de enero de 1820, Rivera
se encontraba acampando en el arroyo de Tres Árboles. Fue
entonces que desde Mataojo (actual departamento de Salto),
Artigas le ordenó que se incorporara a su ejército. La orden
llegó tarde, porque a esa hora, Rivera ya había celebrado un
armisticio con el jefe portugués Bentos Manuel Ribeiro, y
esa circunstancia, lo llevó a desobedecer la orden dada por
el caudillo.
Rivera, en una carta fechada 13 de junio de 1820
enviada al gobernador Francisco Ramírez, posteriormente
descubierta por el investigador Eduardo Picerno, en sus
líneas se habría ofrecido para “ultimar” a Artigas, a quien
consideraba un “monstruo, déspota, anarquista y tirano”.
No en tanto, hay quienes, como Manuel Flores Silva,
que sostienen que esta carta, publicada originalmente por
Hernán F. Gómez en su clásico “Corrientes y la República
Entrerriana” (1929, Corrientes), se “justifica” en función de
todo el contexto, e insinúa que las dotes de Rivera como
“hombre político”, es lo que le permite permanentemente
adaptarse a las circunstancias del momento; pues tras la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 27
batalla de Tacuarembó, Artigas se encontraba derrotado y
sin apoyo de Ramírez. A su vez, Ramírez había creado la
República de Entre Ríos, que incluía a los territorios de
Corrientes y Misiones, y mantenía estrechas relaciones con
Buenos Aires.
Meses después de Rivera firmar un armisticio con el
gobernador de la Provincia Cisplatina –dependiente del
Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve–, Carlos
Federico Lecor, se incorporó al ejército de Portugal, y junto
con sus soldados, vencida ya toda posible resistencia, lo
siguieron. En julio de 1821, formó parte del Congreso
Cisplatino que convalidó la anexión de la Provincia
Cisplatina a Portugal. A seguir, Rivera formó parte del Club
del Barón, germen del Partido Colorado.
Cuando el Imperio del Brasil anunció su
independencia de Portugal, Rivera secundó a Lecor, que
siguió al Emperador Pedro I en su intención de expulsar a
los portugueses de Montevideo. Bajo sus órdenes,
ingresaron algunos de los oficiales artiguistas que habían
sido liberados, como José Antonio Berdún y Juan Antonio
Lavalleja, pero en éstos, era más claro que, con su adhesión,
buscaban la independencia de la Banda Oriental.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 28
El cabildo de Montevideo invitó a Rivera a unirse a
ellos en la continuidad de la dominación portuguesa, con
la esperanza de que cuando finalmente los europeos se
retiraran, concedieran la independencia a Montevideo y su
jurisdicción. A la invocación del cabildo al patriotismo de
Rivera, éste les respondió que el patriotismo, es la
búsqueda de la felicidad de la patria, que eso era lo que él
entendía como sinónimo de paz. Según sus propias
palabras:
-“la Banda Oriental nunca fue menos feliz en
la época de su desgraciada independencia…”
En noviembre de 1823, las tropas portuguesas
entregaron Montevideo al General Lecor, que ingresó en la
ciudad y proclamó anexada la Cisplatina al Imperio del
Brasil. Una de las primeras incumbencias de Lecor, fue
otorgar a Rivera el título de Barón de Tacuarembó, y lo
nombró comandante de campaña.
Por su parte, en ese momento Lavalleja y otros
oficiales, ya habían partido hacia Buenos Aires. Desde allí,
lo invitaron a unirse a quienes buscaban la independencia de
la Banda Oriental, pero Rivera, en su arrobo, entregó esas
cartas a Lecor.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 29
Durante la invasión portuguesa y en los años que le
siguieron, las fuerzas brasileñas saquearon el ganado
oriental e instalaron saladeros con mano de obra esclava. En
consecuencia, la población pecuaria, principal riqueza de la
región, se redujo drásticamente.
Entre idas y venidas, en 1825 se produjo la ya
nombrada gesta de los Treinta y Tres Orientales bajo el
mando de Juan Antonio Lavalleja quienes, en lo que se
conoce como la Cruzada Libertadora, desembarcaron en la
playa de la Agraciada el 19 de abril de ese año.
Algunos documentos indican que el día 28 de mayo,
Lavalleja y Rivera se habrían encontrado en un rancho en
las cercanías del arroyo Monzón, ubicado en el actual
departamento de Flores. Allí se habría producido un abrazo
entre ambos caudillos, para sellar su unión en la lucha
independentista contra las fuerzas brasileñas.
No en tanto, existe controversia sobre la veracidad del
abrazo entre Lavalleja y Rivera. En aquel día, Rivera, al
servicio de Brasil y al mando de setenta hombres, habría ido
a enfrentar a Lavalleja en las inmediaciones del arroyo
Monzón. Pero éste habría sido capturado por los patriotas al
mando de Lavalleja, quien le habría ofrecido sumarse a los
revolucionarios bajo amenaza de ser fusilado.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 30
El general José Brito del Pino en su “Diario de la
Guerra del Brasil”, escrito durante esa campaña, expresó:
“…se pudo ir Rivera al galope, y cuando llegó, recién se
apercibió de su engaño y de que se hallaba prisionero de los
mismos que iba a combatir. Como al verlo, todos
desnudaron sus espadas, creyó que iba a ser muerto y lleno
de terror le dijo a Lavalleja: -Compadre, no deje usted que
me asesinen…”.
Otros registros que aparecen en la “Agenda Blanca”,
apuntan que el día 29 de abril de 1825, a las 11 de la
mañana, Lavalleja captura a Rivera, seis oficiales y más de
cincuenta soldados. Días después, en carta a su esposa Ana,
Lavalleja le relataría: “No te puedo pintar cual fue la
situación de aquel hombre cuando se vio entre mis manos,
me suplicó le librara la vida, a estas expresiones me
incomodé y le hice ver que no era tan ingrato como él...”.
Fuese lo que fuese lo ocurrido, lo que si sobreviene es
que entonces las fuerzas acaudilladas por Rivera se
incorporaron a las fuerzas patriotas comandadas por
General Lavalleja y por el después General Julián Laguna.
La incorporación de Rivera constituyó un hecho
fundamental para el éxito de la campaña, pues debido a su
enorme prestigio, fue lo que determinó que el alzamiento
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contra la dominación brasileña se generalizara en todo el
territorio de la Banda Oriental. En pocos días, la expedición
ya contaba con varios miles de partidarios. El Congreso de
La Florida declaró el día 25 de agosto, la independencia de
la Banda Oriental y su unión con las demás Provincias
Argentinas a que siempre perteneció.
El 4 de septiembre, Rivera fue derrotado por Bentos
Manuel Ribeiro, el jefe de la caballería “gaucha” de Río
Grande del Sur, y futuro jefe de la revolución antiimperial
de los Farrapos; pero el 14 de septiembre logró el desquite
en la Batalla del Rincón, en que derrotó al coronel Menna
Barreto, quien resultó muerto.
Llegado el 20 de octubre, unidas las fuerzas de
Lavalleja y Rivera, el contingente logró la decisiva victoria
en la Batalla de Sarandí sobre el coronel Ribeiro. De este
modo se cerró el sitio sobre Montevideo.
Las victorias de Lavalleja y Rivera entusiasmaron a la
opinión pública de Buenos Aires y de las provincias del
interior, de modo que en diciembre, el Congreso de las
Provincias Unidas proclamó la reincorporación de la
Provincia Oriental. Este acto causó la declaración de guerra
de parte del Emperador Don Pedro, dándose comienzo a la
Guerra del Brasil. El Congreso respondió con otra
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declaración de guerra y reunificó al país, eligiendo como
primer presidente del mismo, a Bernardino Rivadavia; éste
se dedicó a organizar un ejército capaz de enfrentar al
brasileño.
A principios de 1826, por orden del comandante
militar nombrado por Rivadavia (el General Martín
Rodríguez), Rivera atacó por segunda vez a Ribeiro. Pero
esta vez se negó a capturar a los fugitivos, y cuando
Rodríguez le ordenó perseguirlo hasta el río Cuareim,
tampoco obedeció la orden, e incluso, dio aviso al jefe
enemigo.
El 17 de junio, por exigencia de Lavalleja, Rodríguez
arrestó a Rivera y lo envió a Buenos Aires, informando de
lo sucedido. El Presidente ordenó arrestar a Rivera, pero en
el mes de septiembre, éste escapó hacia Santa Fe, donde se
puso bajo la protección del gobernador Estanislao López.
Durante el período más álgido de la Guerra del Brasil,
Rivera permaneció inactivo en Santa Fe. Mientras la guerra
terrestre era ampliamente favorable a las Provincias Unidas
(época donde sancionaron una Constitución que cambiaba
su nombre oficial por el de República Argentina), la guerra
naval, pese a las victorias del comandante argentino
Guillermo Brown, causaba graves daños a la economía de
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Buenos Aires, por el estricto bloqueo naval a que era
sometido el Río de la Plata.
Ante tal problemática, el presidente Rivadavia decidió
ceder a las presiones de Gran Bretaña, para que se declarara
la independencia del territorio en disputa. Para ello envió a
Manuel José García a Río de Janeiro, donde éste excedió
sus instrucciones y firmó una Convención Preliminar de
Paz, por la que la Argentina renunciaba a la soberanía sobre
la Banda Oriental.
El tratado, aunque fue rechazado, causó la caída de
Rivadavia. En su lugar, el nuevo gobernador de Buenos
Aires, Manuel Dorrego, no asumió únicamente este título, al
que adosó el de Encargado de las Relaciones Exteriores de
la República Argentina. En tal carácter decidió continuar la
guerra.
Pero como la situación económica de la provincia de
Buenos Aires era crítica, y las demás provincias estaban
muy resentidas con los sucesivos y malogrados gobiernos
porteños, estos no le prestaron ayuda alguna. De modo que
Dorrego buscó alguna medida extraordinaria que le
permitiera volver a tomar la iniciativa.
Como alternativa, surgió un tratado firmado entre
Dorrego y Estanislao López, donde se anunciaba un acuerdo
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para llevar adelante un plan ideado, al parecer, por López, y
luego Rivera habría hecho suyo e informado del mismo al
gobernador porteño:
“…levantar una fuerza militar que ocupe los
pueblos de las Misiones Orientales, que existen
en poder del tirano del Brasil.”
El General Lavalleja, Jefe del Ejército Republicano,
rechazó por completo estos planes, especialmente por la
participación de Rivera en los mismos. Sin lugar a dudas, se
ahondaba aun más la enemistad que había desde hace
tiempo entre los dos caudillos.
Rivera fue enviado como fuerza avanzada a la
provincia de Entre Ríos, pero fracasó en reunir voluntarios
en ese territorio, por lo que en febrero de 1828 se trasladó a
la Provincia Oriental. Lavalleja ordenó a su segundo, el
General Manuel Oribe, a perseguir a Rivera, pero éste tuvo
tiempo de reunir unos 400 hombres, con los cuales se
marchó rápidamente hacia el norte. El 20 de abril,
esquivando a Oribe, Rivera cruzó el río Ibicuy y comenzó la
invasión de las Misiones Orientales.
Tras una serie de combates menores, finalmente
Rivera logró conquistar las Misiones Orientales; donde
Estanislao López quiso ponerse al mando de la campaña,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 35
pero, rechazado por Rivera, terminó por regresar a Santa Fe.
Dejó a órdenes de Rivera las tropas correntinas del
comandante López Chico, con lo que el jefe Oriental logró
reunir alrededor de 1.000 hombres. A fines de mayo, ya
ocupaba todo el antiguo territorio de las Misiones
Orientales.
Rivera asumió el mando político, pero apenas pudo
hacer algo más que proclamar la autonomía de su provincia.
Los brasileños, temiendo un ataque a Porto Alegre, se
mantuvieron a la defensiva.
Mientras tanto, presionado por el bloqueo marítimo y
su propia precaria situación económica, Dorrego accedió
finalmente a firmar la paz con el Brasil, con la condición de
que la Banda Oriental fuera un estado independiente. El
Emperador terminó por acceder a las mismas condiciones
para la paz, pero exigió a cambio la retirada de Rivera y el
reconocimiento de su soberanía sobre las Misiones
Orientales. El asunto de las Misiones ni siquiera fue
considerado en la Convención Preliminar de Paz firmada el
27 de agosto.
En vista de las circunstancias, Rivera inició la marcha
hacia el sur en el mes de noviembre, arreando todo el
ganado disponible, y llevando consigo a toda la población
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indígena y todos los bienes que pudieron transportar.
Condujo a la población de las Misiones hasta la margen sur
del río Cuareim. Por un acuerdo con el mariscal Barreto,
encargado de custodiar su retirada, Rivera logró ser
autorizado a establecerse sobre ese río, en lo que resultó el
antecedente para la futura fijación en el mismo, del límite
norte de la República Oriental del Uruguay.
Rivera estableció a los exiliados en una villa que
llamó Santa Rosa del Cuareim, pero que desde entonces, fue
conocida como Bella Unión. El territorio al norte del
Cuareim fue incorporado a la Provincia de Rio Grande de
São Pedro.
Después de su regreso a la Banda Oriental, Rivera fue
nombrado Comandante de Campaña. Contaba a su favor
con el prestigio ganado en la breve campaña, mientras
Lavalleja cargaba con el desgaste de su larga gobernación y
su comandancia del ejército, además del desprestigio
causado por el golpe de estado de fines de 1827, por el que
había eliminado la influencia del partido del caído
Presidente Rivadavia.
En ese instante, Rivera también se aseguró la lealtad
de los jefes de los departamentos del interior del país, y la
alianza de todos los dirigentes de Montevideo que habían
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sido partidarios de Lecor. Acto seguido, en las elecciones de
octubre de 1830, Rivera triunfó sobre la candidatura de
Lavalleja, asumiendo como Presidente del Estado Oriental
del Uruguay el 6 de noviembre de ese año.
Durante éste primer período de gobierno, enfrentó los
graves problemas de un Estado naciente que contaba con los
instrumentos inadecuados para resolverlos. El primer
problema al que debió enfrentarse es que, el Estado, carecía
de eficacia a nivel de la Administración Pública, y aun
había organismos por crear, funciones por atribuir,
responsabilidades por delegar; todo eso sumado a la falta de
personas capacitadas para desarrollar tareas de gobierno. En
segundo lugar, el nuevo Estado debía prestar atención
preferentemente a sus relaciones internacionales. Era
necesario perfeccionar la independencia con un tratado que
reemplazara la llamada Convención Preliminar de Paz, y era
primordial la fijación con precisión de los peligrosamente
indefinidos límites con Brasil. En tercer lugar, como era de
imaginarse, el Estado ya nacía con deudas.
Luego quedo evidenciado que el caudillo no era
hombre de Estado, ni entendía de problemas de
administración. Su fuerza radicaba en la vinculación
personal con la gente de campo, por lo que gobernó el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 38
interior recorriéndolo una y otra vez, abandonando el poder
formal del Estado en manos del grupo que sería conocido
como “los doctores”, dirigido por Lucas Obes, al que
también pertenecían Nicolás Herrera, Julián Álvarez, Juan
Andrés Gelly, Santiago Vázquez, José Ellauri, entre otros
más.
Éstos intentaron establecer una organización estatal
por medio de recursos formales (leyes y decretos), pero el
país real, escapaba a su voluntad porque carecía de fuerza
política para imponerla. Como resultado, surgió el desorden
y la lentitud en la organización administrativa del naciente
Estado.
La política que fue llevada adelante por los ministros
de Rivera, fue oligárquica, librecambista y orientada a
favorecer los intereses del puerto. Su gobierno reconstruyó
el puerto de Montevideo, emitió la primera moneda del país,
vendió tierras fiscales en gran cantidad, fundó la Escuela
Normal de Montevideo, pero sólo tuvo tres escuelas
primarias funcionando, todas ellas en el perímetro del
Montevideo viejo.
Su primer gobierno fue, en términos generales, muy
mal administrador, y viciado de corrupción. Sus ministros y
amigos no demoraron en apoderarse de los bienes públicos.
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El propio Presidente derrochó los fondos públicos para
formar una abundante clientela electoral. Como
complemento, también autorizó la entrada de esclavos
negros, actividad prohibida por la Constitución, pero
alterándola bajo el eufemismo de “colonos sometidos a
patronato”.
Rivera siempre entendió que la verdadera madre
patria del Uruguay, era Portugal, que gobernó por más de
cien años el territorio desde la fundación en 1680 de la
ciudad de Colonia del Sacramento.
En contra partida, el ex gobernador Lavalleja,
desplazado después de las elecciones, aprovechó algunos
disturbios en el interior que habían sido ocasionados por la
indefinición en los títulos rurales, para intentar varias
revoluciones. En junio de 1832, atacó Durazno. Poco
después, el coronel Eugenio Garzón fracasó con un intento
de golpe de estado, y ambos tuvieron que huir. En febrero
de 1833 entró por Cerro Largo el argentino Manuel
Olazábal, pero al carecer de apoyo interno, debió retirarse.
En marzo de 1834, fue la vez de Lavalleja desembarcar
cerca de Colonia y cruzar el país reuniendo gente; pero
terminó siendo expulsado por el otro extremo del país, en
Cuareim.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 40
Rivera, que como ya fue dicho, permanecía la mayor
parte del tiempo en el interior, se encargó personalmente de
reprimir cada una de estas revueltas, para las que contó con
la cooperación del Brasil.
También tuvo una participación destacada, aunque
principalmente a través de su sobrino Bernabé Rivera, en el
exterminio de la población charrúa y guaraní. El episodio
más destacado tuvo lugar en la llamada “Matanza de
Salsipuedes”, donde, ante los reiterados ataques a estancias
de parte de indígenas charrúas, a los que se unieron grupos
guaraníes que habían huido de Bella Unión debido a las
malas condiciones de vida imperante, Rivera invitó a varios
caciques a un parlamento. Se trataba de una trampa, en que
fueron masacrados centenares de indígenas.
De esa matanza, escaparon muy pocos individuos y se
los tuvo por exterminados a partir del envío a París, a
efectos de ser “estudiados” y ser exhibidos como parte de
un show circense, conocido como los últimos charrúas de la
Banda Oriental, al pequeño grupo formado por una mujer y
tres hombres.
Bernabé Rivera siguió persiguiendo a otros grupos
indígenas, aplastando otras sublevaciones en Bella Unión.
En una de ellas fue emboscado y muerto por los indígenas.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 41
La población de Bella Unión terminó por ser diseminada en
distintos puntos del interior uruguayo, salvo algunos grupos
de guaraníes que pasaron a la Argentina.
En 1835, el desprestigio del gobierno de Rivera había
llegado a un punto tal, que se temía que las próximas
elecciones fueran ganadas por Lavalleja. Sin embargo,
Rivera, que había intentado evitar alzamientos lavallejistas
nombrando a Manuel Oribe su Ministro de Guerra, decidió
dar un paso más en esa dirección, y nombró candidato a
presidente al propio Oribe, con lo cual dividió a los
partidarios de Lavalleja.
Antes de asumir el mando el general Oribe, Rivera se
asignó a sí mismo el cargo de Comandante General de
Campaña; en el interior, este cargo estaba prácticamente
fuera de la autoridad del presidente.
Finalmente, Rivera dejó el gobierno el 24 de octubre
de 1834.
Al sucederlo, Oribe se encontró con un tesoro
nacional exhausto, un notable desorden administrativo, y el
interior del país en manos de su oponente. De modo que el
presidente inició investigaciones por las irregularidades
cometidas por la administración anterior, en las que se
Una Flor Blanca en el Cardal Página 42
vieron envueltos los más destacados ciudadanos partidarios
de Rivera.
Para empeorar las cosas, en esa época se inició la
revolución de los Farrapos en el sur del Brasil, con el
resultado de que los derrotados de ambos bandos, huían
prontamente hacia el Uruguay. Rivera, en la campaña,
prestaba apoyo al general Bentos Manuel Ribeiro, su
antiguo compañero en la Cisplatina, de modo que Oribe se
vio obligado a quitarle su poder militar, para no atraerse
represalias de parte del Imperio.
Prontamente Oribe suprimió la comandancia de
campaña. Pero falto de tacto, indultó a los partidarios de
Lavalleja a los que Rivera había castigado, y después de
algún tiempo, repuso la comandancia de campaña, pero
nombrando para el cargo a su hermano Ignacio Oribe.
Interpretando todos estos hechos como si fuesen
ataques en su contra, en julio de 1836, Rivera inició una
revolución contra el presidente Oribe. Apenas un mes más
tarde, las fuerzas de Oribe, con él a la cabeza, lo derrotaron
en la Batalla de Carpintería, obligándolo a huir hacia Porto
Alegre.
Fue en esa batalla que se utilizaron por primera vez
las divisas blancas para Oribe, y rojas para Rivera, dando
Una Flor Blanca en el Cardal Página 43
lugar a la fundación del Partido Blanco (renombrado como
Partido Nacional en 1872) y el Partido Colorado, de los
cuales estos dos personajes son considerados fundadores.
Estos son llamados de Partidos Tradicionales en Uruguay, y
siguen existiendo hasta la fecha.
Desde Porto Alegre, Rivera regresó con gran apoyo
brasileño, y llevando como oficiales a muchos militares
argentinos pertenecientes al Partido Unitario, entre ellos, el
General Juan Lavalle. Durante varios meses la guerra
continuó indecisa, pero a mediados de 1838, Rivera
abandonó a los Farrapos para aliarse al Emperador Don
Pedro. Por su parte, Oribe negó el permiso a la escuadra
francesa durante el conflicto entre ese país y el gobernador
porteño Juan Manuel de Rosas. De todos modos, la flota
francesa bloqueó el Río de la Plata, incluyendo al puerto de
Montevideo.
Bajo esas circunstancias, Rivera obtuvo el triunfo en
la Batalla de Palmar sobre Ignacio Oribe, gracias a la
conducción en combate de Lavalle. Las fuerzas de Rivera
luego controlaron todo el interior del país y sitiaron
Montevideo. Con la capital sitiada y el puerto bloqueado, e
incluso bajo la amenaza francesa de bombardear la ciudad,
Oribe presentó la renuncia a la presidencia, aunque se
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reservó el derecho de reclamar contra la imposición violenta
de la misma. A continuación se retiró a Buenos Aires,
donde el gobernador Rosas lo recibió como Presidente
Constitucional del Uruguay. En esa época, Rosas le colocó
el mote de “pardejón”, que no era un gesto racista, sino que
se refería a un tipo de mulo salvaje y difícil de amansar.
Por su parte, Rivera se encargó de reunir a la
Asamblea Nacional y se hizo elegir nuevamente presidente.
Su gobierno volvió a las características del primero: dejó el
poder a sus amigos y recorrió el interior del país.
Los federales argentinos, que ya en la época de las
revoluciones de Lavalleja habían prestado ayuda a éste, se
negaron a reconocer el gobierno de Rivera. En un primer
momento, no intentaron atacarlo, pero el gobernador
correntino Genaro Berón de Astrada firmó una alianza con
Rivera, aunque éste no le envió ayuda alguna. Poco
después, el gobernador entrerriano Pascual Echagüe derrotó
a Berón de Astrada con ayuda de emigrados “blancos”
uruguayos, y a continuación invadió el Uruguay.
En un primer momento, Rivera no le salió al
encuentro, sino que se hizo perseguir, arrastrando a sus
enemigos cada vez más lejos de sus bases de operaciones y
más cerca de Montevideo. Por ello, a pesar de su
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inferioridad numérica, derrotó a Echagüe en la Batalla de
Cagancha, del 29 de diciembre de 1839.
Durante todo el periodo de su segundo gobierno,
Rivera se vio implicado en la guerra civil argentina, cuyo
correlato fue la llamada Guerra Grande en el Uruguay. Tras
su alianza con Berón de Astrada, apoyó la rebelión contra
Rosas, organizada por el sucesor de éste, Pedro Ferré, y a
los sucesivos comandantes de los ejércitos correntinos,
Lavalle y José María Paz.
Sin recibir demasiada participación de Rivera, y
faltándole también el apoyo francés, Lavalle llevó la guerra
al norte argentino y fue derrotado por Oribe, puesto por
Rosas al mando del ejército federal argentino. Por su parte,
Paz derrotó a Echagüe e invadió Entre Ríos, pero debió
retirarse hacia el este, buscando la protección de Rivera.
Éste firmó con Paz y con Ferré un tratado de alianza y unió
los ejércitos argentinos que eran contrarios a Rosas, y el
ejército colorado uruguayo.
El general Oribe marchó hacia el este, alcanzando al
ejército al mando de Rivera en Arroyo Grande, en Entre
Ríos. El 6 de diciembre de 1842, en la que hasta entonces
fue la batalla más importante por el número de combatientes
–y también por el número de muertos, que incluyeron las
Una Flor Blanca en el Cardal Página 46
represalias que siguieron a la batalla–, de la historia de
América del Sur, Rivera fue derrotado completamente.
Debe destacarse que, pese a que ambos bandos eran
por lo general muy sangrientos con los derrotados, Rivera, a
diferencia de Oribe, no permitía represalias masivas sobre
los prisioneros.
En ese momento, Rivera huyó hacia Montevideo,
perseguido de lejos por Oribe; momento definitivo en que la
Guerra Grande se trasladó al Uruguay.
Oribe inició el Sitio de Montevideo el 16 de febrero
de 1843. Mientras el General Paz organizaba las tropas
sitiadas, con las que impidió a largo plazo que la ciudad
cayera en poder de los blancos y federales, Rivera se dirigió
con algunas fuerzas al interior del país, intentando disminuir
las fuerzas sitiadoras, aunque sin posibilidades reales de
enfrentar a los jefes federales que recorrían el país. Entre
éstos se destacó Justo José de Urquiza, gobernador de Entre
Ríos.
El 1 de marzo de 1843, el Congreso declaró terminado
el período de gobierno de Rivera, reemplazándolo por
Joaquín Suárez al frente del llamado “Gobierno de la
Defensa”. Por su parte, el propio Oribe organizó el
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“Gobierno del Cerrito” estableciéndolo en las afueras de la
capital.
Rivera siguió comandando un ejército en el interior,
esquivando a Urquiza y retirándose al Brasil cada vez que
necesitó sortear a su enemigo. En la ciudad de Montevideo,
la defensa quedó principalmente a cargo de la Legión
Francesa (Jean C. Thiebaut), la Legión Italiana (Garibaldi),
la Legión Vascuence, la Legión Argentina unitaria, y tres
batallones de negros o morenos y pardos libertos.
Finalmente, el 27 de marzo de 1845, Urquiza alcanzó
y derrotó por completo a Rivera en la Batalla de India
Muerta, obligándolo a exiliarse en el Brasil. Fue arrestado y
enviado preso a Río de Janeiro, donde recuperó la libertad
meses después. En ese momento, el Gobierno de la Defensa
lo nombró embajador en Paraguay, y antes de su embarcó
hacia allí, llegó a Montevideo para recoger sus credenciales
el 18 de marzo de 1847. En los días siguientes, varios
batallones comenzaron a conspirar para llevar a Rivera
nuevamente al gobierno, de modo que el Presidente en
ejercicio le ofreció un cargo diplomático en Europa, que fue
orgullosamente rechazado por Rivera. En respuesta, fue
arrestado, y una comisión presidida por don Santiago
Vázquez, terminó por decretar su destierro.
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El 1 de abril se sublevaron el batallón de vascos, los
negros libertos que formaban parte de la infantería y otras
fuerzas comandadas por César Díaz y Venancio Flores, los
cuales pedían la inmediata liberación de Rivera. Como
consecuencia, Melchor Pacheco y Obes se dimitió de su
cargo de Comandante General de Armas, y se embarcó
hacia Europa.
Rivera descendió del barco siendo aclamado por la
multitud y fue nombrado General en Jefe de Ejército de
Operaciones. La Asamblea de Notables fue reorganizada,
incorporándose en ella a varios personajes leales a Rivera;
en ese entonces, Gabriel Antonio Pereira ocupó el
Ministerio de Gobierno y Hacienda y Miguel Barreiro, el de
Relaciones Exteriores.
Durante su breve período de preeminencia, Rivera
envió una expedición a saquear Paysandú y Mercedes.
Simultáneamente, intentó llegar a un acuerdo pacífico con
Oribe, pero el Presidente Suárez lo desautorizó. Como
resultado, dimitieron Barreiro y Pereira, y Venancio Flores
se marchó hacia el Brasil.
Insistente, Rivera logró iniciar una campaña por el
interior del país, pero sus fuerzas fueron destruidas en enero
de 1847 en la Batalla del Cerro de las Ánimas, en
Una Flor Blanca en el Cardal Página 49
Tacuarembó, comandada por Ignacio Oribe y Servando
Gómez.
Cuando Rivera intentó llegar a un nuevo acuerdo con
ocho condiciones a pactar (fin de la guerra, devolución de
propiedades confiscadas, elecciones, etc.), cansado de sus
artimañas, el titular del gobierno decretó finalmente su
destierro de la República: “Por todo el tiempo que dure la
presente guerra”. El 4 de diciembre de 1847 fue arrestado
por los coroneles Lorenzo Batlle y Francisco Tajes en
Maldonado, y deportado a Brasil en un buque francés.
Permaneció en Río de Janeiro con prohibición
absoluta de abandonar la ciudad, tiempo que se extendió
hasta la entrada de Urquiza al Uruguay en 1851, cuando en
definitiva se levantó el sitio de Montevideo por un acuerdo
realizado con Oribe, que en ese momento se retiró de la
política.
Con intenciones de volver, el presidente Juan
Francisco Giró le prohibió el regreso, pero el 25 de
septiembre de 1853 éste fue derrocado por un golpe militar
dirigido por Venancio Flores, que nombró un Triunvirato de
Gobierno, formado por él mismo, y los generales Lavalleja
y Rivera, ambos exiliados.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 50
Pero antes de Rivera llegar a destino, el 23 de octubre
falleció el general Lavalleja, y a su vez, al llegar a Melo, en
el rancho de su amigo Bartolo Silva, el 13 de enero de 1854
fallecía el General Rivera.
Aunque la Guerra Grande terminó en 1851, el legado
de enfrentamiento militar entre Oribe y Rivera, perduraría
en Uruguay hasta los primeros años del siglo XX,
precisamente 1904, año en que ocurrió la Gran Revolución,
último gran enfrentamiento armado entre blancos y
colorados.
Mapa del territorio de la República Oriental del Uruguay
Una Flor Blanca en el Cardal Página 51
Venancio Flores
De acuerdo con lo transcrito de los apuntes de Ramiro
Tourreilles en “Ecos Regionales”, el 18 de mayo de 1808,
en la casa de “mediagua” que Felipe Flores había edificado
a cien varas de la Capilla de la Santísima Trinidad (actual
esquina de las calles Alfredo J. Puig y Santísima Trinidad,
en la ciudad de Trinidad, Departamento de Flores), su
esposa, Cecilia Barrios, dio a luz el segundo vástago del
matrimonio, un varón al que llamaron de Venancio.
Don Felipe Flores era un hacendado en la zona del
Arroyo Grande, mientras que Cecilia Barrios pertenecía a
una familia oriunda de Víboras, al norte del actual
departamento de Colonia. Por otra parte, el propio Felipe
Flores estuvo vinculado a Artigas y especialmente a Rivera,
y con ellos concurrió al éxodo de 1811, y entre los
integrantes de “la redota”, figura con su esposa, sus dos
hijos varones (Manuel y Venancio), una hija, trece esclavos
y dos esclavas, y cinco carretas que transportaban sus
pertenencias.
Al inicio, la familia Flores pensó en destinar al
adolescente Venancio al servicio de la Iglesia, como manera
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de protegerlo de los acontecimientos de la época; pero en
1825, ya con 17 años, éste muchacho fue uno de los
primeros a incorporarse a las entonces reducidas huestes de
los recién desembarcados “Treinta y Tres Orientales”,
sirviendo al poco tiempo a las órdenes de Rivera, por quien
despertó y siempre tuvo para con él, una adhesión
incondicional.
El joven Venancio luego prestó su concurso en las
jornadas de Rincón y Sarandí, y en 1827 participó en la
batalla de Ituzaingó, donde fue ascendido al puesto de
Capitán; también concurrió con el General Rivera a la
conquista de las Misiones, y con él peleó en el Palmar y en
Cagancha. De la misma forma, durante esta etapa de su
vida, en distintos períodos alternó el servicio militar activo,
con la labor en su estancia de Arroyo Grande.
Cuando se produjo la batalla de Arroyo Grande contra
las fuerzas rosistas durante la Guerra Grande, Flores era
comandante militar en San José y, al servicio de la causa de
“la Defensa”, prontamente intervino en diversos encuentros
con el enemigo.
En 1853 (después de la Paz del 8 de octubre de 1851,
que puso fin a la “Guerra Grande” e inició la política de
fusión), fue Ministro de Guerra y Marina del Presidente
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Giró. En ese mismo año, a raíz de la renuncia de Giró, en
consecuencia del motín del 18 de julio de 1853, integró el
gobierno provisional del Triunvirato, junto con Lavalleja y
Rivera, (el que no pudo concretarse por la muerte de dichos
caudillos), quedando al frente del mismo, solo el entonces
Coronel Venancio Flores, hasta marzo de 1854, cuando fue
electo para completar el período de gobierno de Giró,
confiriéndosele el grado de Brigadier General (el más alto
en la época). Tampoco podemos olvidarnos que, en apoyo
de Flores, en aquel momento ingresaron al país tropas
brasileñas, (el llamado “Ejército Auxiliar”).
La tormentosa vida política que le tocó vivir por esos
años, permitió que, en la Villa de la Unión, tuviera un
coloquial acercamiento con el sexagenario General Manuel
Oribe, quien recién había retornado de Europa.
Acosado por las maquinaciones políticas de la ápoca,
Flores renunció a la Presidencia del país, el día 10 de
setiembre de 1855 y, el 11 de noviembre del mismo año,
Manuel Oribe y Venancio Flores firman el famoso “Pacto
de la Unión” o “pacto de los generales”, por el cual: “ante la
llegada de las próximas elecciones presidenciales y
deseosos de evitar nuevos disturbios, ambos afirmaban
renunciar solemnemente a la candidatura de la misma, e
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invitaban a todos los orientales a unirse en el supremo
interés de la patria”. También proclamaban el olvido del
pasado y el acatamiento al Gobierno que eligiera la Nación.
Realizadas nuevas elecciones, el 1º de marzo de 1856,
Gabriel Antonio Pereira asumió la Presidencia de la
República, quien fuera candidato de Flores y Oribe. A
seguir, el 1º de agosto de 1856, el Brig. Gral. Venancio
Flores emigró a Entre Ríos, aunque al año siguiente tuvo
que volver a Montevideo, para asistir a los funerales del
General Manuel Oribe.
En julio de 1859, Flores finalmente se incorpora al
Ejército de Bartolomé Mitre en la “Guerra contra la
Confederación Argentina”, participando en las batallas de
Cepeda (1859) y Pavón (1861), pero el 3 de marzo de 1863,
Flores pide la baja del ejército argentino.
Culminando los preparativos que varios emigrados
colorados realizaron en Argentina, el 19 de abril de 1863, el
General Flores invade al Uruguay, desembarcando en el
Rincón de Haedo, e iniciándose así la llamada “Cruzada
Libertadora” (o sea, la revolución contra el gobierno
constitucional de Bernardo P. Berro, electo en 1860).
Los principales acontecimientos de este ciclo fueron:
batallas de Coquimbo en 1863, donde ocurrió el episodio de
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Los Tres Valientes, “Las Cañas”, “Las Piedras”, primer
sitio de Paysandú (1864), toma de la Florida y fusilamiento
de jefes defensores (en el combate falleció el hijo
homónimo de Venancio Flores), toma de Durazno y de
Porongos (4 de agosto de 1864); invasión de fuerzas
brasileñas en apoyo de Flores, por agua y tierra; segundo
sitio de Paysandú; toma de la ciudad y fusilamiento de
Leandro Gómez y otros jefes (2 de enero de 1865)
Paralelamente a estos acontecimientos, en 1864, al
finalizar el mandato constitucional de Bernardo P. Berro y
al ser imposible realizar elecciones debido al caos de la
situación, asumió la presidencia Atanasio C. Aguirre, cuyo
mandato duraba un año, y a su vez, fue sustituido en 1865
por Tomás Villalba, quien solo gobernó cinco días, ya que a
diferencia de sus antecesores, era partidario de un arreglo
pacífico con los caudillos revolucionarios.
Apenas asumió, Tomás Villalba, comisionó al Dr.
Manuel Herrera y Obes para negociar la paz con el General
Flores, reunión que se celebró en la Villa de la Unión, el 20
de febrero de 1865, con la mediación del representante
brasileño José M. da Silva Paranhos, estipulándose la
inmediata entrega del poder al jefe vencedor. En
consecuencia, Villalba entregó el mando al General
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Francisco Caraballo, jefe de vanguardia del ejército
revolucionario.
Al día siguiente, Flores hacía su entrada a
Montevideo, asumiendo el título de “Gobernador
Provisorio” y, para perpetuar el recuerdo de la paz que
había sido firmada años antes en la Unión, ordenó que se
levantara la estatua de la plaza Cagancha, la que debería ser
fundida: “con los mismos cañones que tronaron en nuestras
guerras, para que ella esté formada con el tributo de armas
de cada partido”. Desde 1889, la figura femenina de la
estatua, en lugar de una espada, tiene una cadena trozada,
conociéndosela desde entonces como “Estatua de la
Libertad”.
Retrocediendo al turbulento año de 1865, el 1º de
mayo se firma el tratado de la “Triple Alianza”, entre el
Imperio del Brasil, Argentina y Uruguay, con el objetivo de
llevar la guerra al Paraguay, pretextando liberar a éste país
de la tiranía impuesta por Francisco Solano López.
Se sostiene que la “Triple Alianza” fue tan solo un
epílogo. Marca su preliminar, la “Cruzada Libertadora” de
Flores con el apoyo de Mitre desde Argentina, y le sigue la
intervención brasileña en la misma. Fue la única revolución
que contó con el apoyo simultáneo de los dos gobiernos
Una Flor Blanca en el Cardal Página 57
vecinos, y la buscada por dichos gobiernos en una empresa
colectiva contra el Paraguay, es lo que cierra el drama.
El 22 de junio de 1865, después del combate de
Riachuelo, la División Oriental se embarca en Montevideo
para la campaña del Paraguay, por lo que Flores entregó el
Gobierno al Dr. Francisco A. Vidal. Acompañaron al
Brigadier General Flores, sus hijos Fortunato y Eduardo y
su secretario, el futuro Presidente Julio Herrera y Obes.
De la guerra en el Paraguay, mencionamos la batalla
de Yatay (17 de agosto de 1865), ganada por Flores, la toma
de Uruguayana (iniciada por Flores, fue la única vez que se
hallaron reunidos los tres jefes supremos: Flores, el Gral.
Bartolomé Mitre y el emperador Pedro II); Estero Bellaco,
Tuyutí, Boquerón (18 de julio de 1866, donde el “Batallón
Florida”, bajo el fuego del enemigo, presenta armas a su
jefe muerto, el Coronel León de Palleja, hecho que recuerda
la conocida “Diana a Palleja”), y Curupaytí, con desenlace
favorable a Paraguay.
Días después de la batalla de Curupaytí, Flores dejaba
los restos del ejército oriental a cargo del General Enrique
Castro, para volver de inmediato a Montevideo, donde le
llamaban los intereses del país.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 58
Como ya es sabido, la guerra de la Triple Alianza
finalizó el 19 de diciembre de 1869, y su principal
consecuencia, fue el desmembramiento y el aniquilamiento
del agonizante Paraguay.
Argentina y Brasil anexaron a sus territorios parte del
destrozado Paraguay, y Uruguay –pues Flores debió
corresponder a la ayuda que recibiera-, sólo cogió algunos
trofeos de guerra; los que posteriormente fueron devueltos
al Paraguay por el Presidente Máximo Santos.
A fines de 1869 regresaron a Montevideo los restos de
la “División Oriental”. De los 2.000 soldados que la
componían en un inicio, sólo volvieron 250, al mando del
General Enrique Castro.
Con respecto al periodo de Gobierno de Venancio
Flores, debemos señalar que fue el responsable por
restablecer los tratados de 1851 con Brasil, que habían sido
quemados públicamente por el entonces Presidente Atanasio
Aguirre; que autorizó la creación de tres nuevos bancos de
emisión, y derogó el decreto de expulsión de los jesuitas,
dictado durante el mandato de Gabriel A. Pereira.
Durante su administración, tomaron un especial
incremento la prosperidad material y la importancia
comercial de Montevideo, y donde la inmigración europea
Una Flor Blanca en el Cardal Página 59
adquirió gran desarrollo. También se construyeron
numerosos edificios públicos y templos religiosos; fue
inaugurada la primera línea telegráfica (entre Montevideo y
Buenos Aires, 1866); se inició la construcción de la primera
línea ferroviaria (Montevideo–Las Piedras, que era parte del
Ferrocarril Central del Uruguay, con destino a Durazno;
Venancio Flores presidió la ceremonia de inicio de las obras
en un lugar cercano al Paso Molino).
También dictó medidas para asegurar la propiedad
ganadera, atendió la enseñanza primaria y normal,
incorporó a la legislación los Códigos de Comercio (obra
del oriental Eduardo Acevedo y de D. Vélez Sarsfield, que
mismo promulgado en 1865, aún rige, salvo algunas
disposiciones en las que leyes específicas lo han sustituido –
como rematadores y sociedades comerciales, entre otras),
Civil (el actual, promulgado en 1994, sigue la estructura del
primitivo texto y reproduce la mayoría de sus
disposiciones), y el primer Código de Minería.
El 15 de febrero de 1868, Flores entregó el mando al
Presidente del Senado, Pedro Varela, volviendo el país a
emprender su marcha normal. Varela gobernó hasta el 1º de
marzo del mismo año, cuando fue electo el Presidente
Constitucional, el General Lorenzo Batlle.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 60
Con respecto al trágico final del Brigadier General
Venancio Flores, según las versiones más generalizadas,
debemos señalar que ocurrió el 19 de febrero de 1868,
cuando un grupo de hombres encabezado por Bernardo P.
Berro se apoderaba del Fuerte (Casa de Gobierno), logrando
hacer huir el Presidente Varela y sus ministros.
Avisado del hecho en su domicilio de la calle Florida
casi Mercedes, Flores salta en su coche y se dirige al Fuerte,
pero al entrar en calle Rincón, es acometido por un grupo de
encapuchados, que detienen el carruaje después de matar de
un tiro al cochero. Flores trata de bajar, pero al verificarlo,
cae traspasado de nueve puñaladas. Los asesinos huyeron en
todas direcciones, dejando a su víctima tendida en el suelo,
moribunda. El cura Souberbielle (PP. Bayoneses),
accidentalmente pasaba por el lugar y tuvo tiempo de darle
la última absolución.
En ese turbulento día, también morían en el Cabildo,
Bernardo P. Berro y el ex comisario Avelino Barbot.
Venancio Flores fue uno de los protagonistas más
polémicos de nuestra historia y le tocó actuar en una de las
etapas más agitadas de la misma, a lo que podemos agregar
que fue un “patriota honesto y bien intencionado, más allá
de impulsivo y valiente”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 61
Manuel Oribe
Manuel Ceferino Oribe y Viana, -su nombre de
bautismo-, nació en Montevideo el 26 de agosto de 1792,
viniendo a fallecer en la misma capital, el 12 de noviembre
de 1857. De su estilo, podemos decir que fue un corajoso
militar y un enaltecido político, que llegó a ser envestido
como Presidente Constitucional de Uruguay, en el periodo
comprendido entre los años 1835 y 1838, y uno de los
prominentes fundadores del Partido Nacional.
Manuel Oribe era hijo del capitán del Real Cuerpo de
Artillería, Francisco Oribe, y de doña María Francisca
Viana, descendiente directa del primer gobernador de
Montevideo, José Joaquín de Viana.
En el año de 1800, ocurre el traslado de la familia
Oribe-Viana para Lima (Perú), donde el padre es designado
Comandante en aquella plaza. No en tanto, en 1801 ocurre
el regreso de la viuda e hijos a Montevideo, luego del
fallecimiento de don Francisco.
En el año 1810, Oribe inició estudios de primeras
letras en la escuela del maestro Barchilón. Por esos tiempos,
residía en la casa de su abuela. “La Mariscala”, nombrada
Una Flor Blanca en el Cardal Página 62
de esta manera cariñosa, por ser la viuda del Mariscal
Viana, y de su madre. Es en esa casa donde despierta la
temprana inclinación hacia la carrera de las armas, dando de
esa forma, la continuación de la tradición familiar. Ya al
comienzo de la revolución independentista en el Río de la
Plata, Manuel se enroló en las filas leales como un
voluntario más de la hazaña patriótica.
En el mismo año de 1810, se inicia en Buenos Aires la
Revolución Rioplatense, con la instalación -el 25 de mayo-
de una Junta de Gobierno presidida por Cornelio Saavedra.
Por consecuencia, en 1811 también la Campaña Oriental,
bajo el liderato de Artigas, se alza en apoyo de la Junta de
Buenos Aires y en contra del gobierno de Montevideo, que
era fiel al Consejo de Regencia.
Pronto se sucede el Grito de Asencio (28 de febrero);
la Batalla de Las Piedras (18 de mayo); Primer Sitio de
Montevideo, y las Primeras Asambleas Orientales. En
consecuencia, un ejército portugués viene en auxilio de la
plaza sitiada, y surge el armisticio entre Montevideo y
Buenos Aires (20 de octubre). Posteriormente, como ya lo
mencionamos, es que comienza el Éxodo del pueblo
oriental (noviembre-diciembre).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 63
El bautismo de fuego de Oribe tuvo lugar en la batalla
de Cerrito, el 31 de diciembre de 1812, ocurrida en el
transcurso del Segundo Sitio de Montevideo, hecho de
armas que concluyó en una victoria de los patriotas. A la
postre, participó al lado del general José Gervasio Artigas
en la resistencia de los Orientales contra la invasión Luso-
Brasileña del año 1816.
A fines del año 1817, caído ya Montevideo en poder
de los luso-brasileños, Oribe, engañado por las promesas del
Director Juan Martín de Pueyrredón, -al que sólo le movía
el empeño de restarle elementos al General Artigas-,
abandonó la lucha y pasó a Buenos Aires junto con su
hermano Ignacio y el Coronel Rufino Bauzá, llevándose
consigo el Batallón de Libertos y un batallón de artillería.
El historiador Francisco Bauzá, hijo de Rufino Bauzá,
en su obra “Historia de la dominación española en el
Uruguay” (1880-1882), argumenta que ante la insistencia
casi obsesiva de Artigas en nombrar a su favorito, Fructuoso
Rivera, como comandante militar al sur del río Negro para
hacer frente a la invasión, Rufino Bauzá y Manuel Oribe se
habrían manifestado en contra, situación que generó un
violento intercambio de palabras con un Artigas, al que ya
la situación militar se le iba de las manos.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 64
La enemistad personal existente entre Rivera y Oribe,
que al parecer data de tales acontecimientos, decidió al
joven oficial a abandonar a su jefe. En ese entonces, Carlos
Federico Lecor, comandante del ejército ocupante, no opuso
traba alguna al pasaje de los oficiales Orientales a Buenos
Aires, por más que se haya esforzado antes y no logrando
atraerlos para su causa. No en tanto, Rivera y sus
comandados quedaron al servicio del invasor lusitano.
En Buenos Aires, según se sabe por la consulta a la
papelada de la época, desde 1819, Oribe, junto a Santiago
Vázquez y otros orientales residentes allí, opuestos por
igual a la ocupación portuguesa y brasileña como a la del
propio Artigas, habría integrado una sociedad secreta de
carácter masónico, llamada “Sociedad de los Caballeros
Orientales”, la cual esperó, al menos hasta el Congreso
Cisplatino de 1821, para emprender el retorno a la, desde
entonces, llamada Provincia Cisplatina y comenzar sus
trabajos para revertir la situación.
Entretanto, tras la derrota definitiva de Artigas (e
incluso antes de ella), otro sector de la clase dirigente
Oriental se había adherido a los ocupantes, aceptando y
colaborando estrechamente en los hechos con los
Una Flor Blanca en el Cardal Página 65
portugueses. Este sector será el único que esté representado
en el Congreso Cisplatino de 1821.
La ocupación de la Banda Oriental y su
transformación en “Provincia Cisplatina” por parte de las
tropas portuguesas y brasileñas, había traído como
consecuencia adicional, la fractura de los sectores
dirigentes, que desde entonces se alinearon en dos grupos
separados, por la aceptación o no, de aquella presencia
militar:
1. El grupo montevideano, formado por los
integrantes del llamado Club del Barón, por su
proximidad al comandante invasor Carlos
Federico Lecor (Barón de la Laguna), e
incluyendo en él a Fructuoso Rivera, un pro
portugués.
2. Los exiliados en Buenos Aires, donde Oribe
actuaba, fuertemente influido por el unitarismo,
aunque luego se destacase como un General del
Federalismo, y partidario de la reincorporación
a las Provincias Unidas del Río de la Plata en
cuanto fuera posible.
Esta división, es el antecedente más remoto del
surgimiento de las divisas tradicionales del Uruguay, luego
Una Flor Blanca en el Cardal Página 66
transformadas (cuando tuvieron un programa escrito) en
modernos partidos políticos: respectivamente el Partido
Blanco (Nacional), y el Partido Colorado.
En 1821 Oribe volvió a Montevideo y, el día en que
se produjo la lucha entre los portugueses realistas fieles, y
los partidarios del Imperio del Brasil que venía de
proclamar a Don Pedro I como emperador, prontamente
tomó partido por los portugueses, mientras sus compañeros
se movían en el sentido de involucrar a algunas de las
Provincias Unidas del Río de la Plata en el sostenimiento de
su causa.
Oribe recibió el cargo de Sargento Mayor en las
fuerzas del General Álvaro Da Costa, el cual continuaba
dueño de Montevideo, mientras que Carlos Federico Lecor,
vuelto al lado brasileño, mantuvo el control de la campaña
desde su cuartel en Canelones, para lo cual contó con el
invalorable sostén que le daba, el tener de su lado al ex
comandante artiguista Fructuoso Rivera, cooptado por el
grupo pro portugués (y ahora unánimemente pro brasileño),
en marzo de 1820.
Da Costa, sin medios para resistir por mucho tiempo,
y a decir verdad, a la espera de una definición en la guerra
entre Portugal y Brasil por la independencia de este último
Una Flor Blanca en el Cardal Página 67
país, embarcó para Lisboa con sus tropas en febrero de
1824, abandonando completamente a su suerte al grupo de
los Caballeros Orientales que se había aferrado a sus armas
como posibilidad para triunfar.
Oribe y su círculo, sabedores de lo que les esperaba si
caían en manos de Lecor, abandonaron Montevideo,
regresando a Buenos Aires para un segundo exilio. El
último día de febrero de 1824, Lecor y Rivera entraron en
Montevideo sin disparar un único tiro, y conminaron al
Cabildo a jurar fidelidad al emperador Don Pedro I de
Brasil.
Nuevamente, el grupo disperso hubo de reunirse en
Buenos Aires, más exactamente en un saladero del entonces
partido (hoy barrio) porteño de Barracas, del que era
administrador el oriental Pedro Trápani. Allí, y tras las
fuertes medidas represivas de los brasileños contra los
partidarios del movimiento de 1822 y 1823, que llegaron
incluso a las confiscaciones de ganados y bienes de
estancieros de Buenos Aires, como los de Bernardino
Rivadavia y Juan Manuel de Rosas, cundió la alarma en
estos sectores, que vieron cómo las reses de los campos
Orientales eran arreadas para los saladeros de Río Grande
Una Flor Blanca en el Cardal Página 68
del Sur, que en poco tiempo, comenzaron a desbancar a sus
similares de Buenos Aires en el mercado local.
Los exiliados orientales recibieron la visita y el apoyo
monetario del General-estanciero Juan Manuel de Rosas,
poderoso ganadero y saladerista, que se convirtió en uno de
los principales financiadores de la expedición que la historia
conocería como Cruzada Libertadora. Es posible que de
estos hechos, date el comienzo del vínculo, tenue al inicio,
muy estrecho después, entre Manuel Oribe y Juan Manuel
de Rosas, quien también fue considerado por el General San
Martín, como el gran defensor del americanismo. De ahí
que éste le regalara su espada de honor.
La consigna por la que convocaban a los patriotas era
clara; recuperar, según el ideario artiguista, la Banda
Oriental para las Provincias Unidas del Río de La Plata. Por
ese motivo, los panfletos revolucionarios que se
distribuyeron, conclamaban a los patriotas con el lema:
Argentinos Orientales, a fin de que se sumaran a la heroica
Cruzada Libertadora.
Como ya lo vimos antes, el 19 de abril de 1825 se
produjo el ingreso a la entonces llamada Provincia
Cisplatina, por parte de un pequeño grupo comandado por
Juan Antonio Lavalleja y Manuel Oribe, al que se conocería
Una Flor Blanca en el Cardal Página 69
como los “Treinta y Tres Orientales”. Poco más tarde, Oribe
llegaría frente a Montevideo con fuerzas a su mando y
pondría sitio a la ciudad, la cual liberará desalojando a las
tropas brasileñas.
En reconocimiento por su intrepidez, fue promovido a
Teniente Coronel el 19 de septiembre de 1825, y se
encontró en la batalla de Sarandí el 12 de octubre, por la
que fue ascendido a Coronel tras la victoria Oriental. Meses
más tarde, el 9 de febrero de 1826, Oribe obtuvo una
completa victoria sobre la fuerte columna brasileña en el
llamado combate del Cerro.
También estuvo presente el día 20 de febrero de 1827,
en la victoria de las armas argentino-orientales sobre las
imperiales brasileñas en Ituzaingó.
A pesar de estar fuertemente identificado con el grupo
que rodeaba a Juan Antonio Lavalleja, el 14 de agosto de
1832, durante la primera administración de Fructuoso
Rivera, fue designado como Coronel Mayor, y el 9 de
octubre de 1833, fue nombrado Ministro de Guerra y
Marina. Posteriormente sería ascendido a Brigadier General
el 24 de febrero de 1835. Por motivos políticos–partidarios
que ya describimos antes, el propio Rivera patrocinó la
candidatura de Oribe para que éste lo sucediese en el mando
Una Flor Blanca en el Cardal Página 70
presidencial, siendo así elegido el 1 de marzo de 1835,
como el segundo Presidente Constitucional del País.
El primer gobierno de Rivera, entre 1830 y 1834,
había transcurrido en su casi totalidad bajo la vigencia del
régimen de fronteras abiertas impuesto por la Convención
Preliminar de Paz. Su administración, de hecho ausentista
de la gobernación, ya que pasó la mayor parte del tiempo en
Durazno, ciudad que había fundado en 1821, fue llevada
adelante por un círculo exclusivista de políticos vinculados
al antiguo partido pro portugués y pro brasileño: los Cinco
Hermanos (Lucas José Obes y sus cuatro cuñados), lo que
provocó dos movimientos insurreccionales por parte de
Juan Antonio Lavalleja en 1832 y 1834, ambos fácilmente
derrotados. Manuel Oribe no tomó parte en tales
movimientos.
La historiografía nacionalista ha criticado a Rivera y
su primera presidencia como ejemplos de ineficacia
administrativa, contrastándola con la solvencia de Oribe
desde 1835. En realidad, se trataba no sólo de dos
personajes notoriamente diferentes en lo individual y en los
estilos de mando, sino, de dos situaciones distintas del país.
En 1835, vencido el plazo mencionado antes, por el
cual la Convención Preliminar de Paz preveía el ingreso de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 71
fuerzas argentinas o brasileñas al país en caso de hallar
estos gobiernos algún peligro en la situación política del
Uruguay, era momento de echar a andar el estado y poner
en plena vigencia la Constitución de 1830, hasta entonces,
casi no aplicada en el País.
Esto es lo que explica el contenido de la primera
presidencia de Oribe, en la cual, desde un principio, no
quiso dejar ningún asunto administrativo por resolver.
Desde la elaboración del Gran Libro de Deudas de 1835, un
primer esbozo de la contabilidad del estado uruguayo, y
pasando por la creación de un sistema de jubilaciones y
pensiones en ese mismo año, a la fundación de la
Universidad de la República en 1838, el gobierno de Oribe
aparece como el primero que echa andar el proyecto de
autogestión de las clases dirigentes del Uruguay, sin
necesidad de tener que recostarse en ningún poder fuera de
fronteras.
Como mencionamos, el 19 de febrero de 1836, por
decreto, el Presidente Manuel Oribe suprime la
Comandancia General de la Campaña. El cargo estaba
ocupado por el General Rivera desde el 27 de octubre de
1834, fecha en la que Anaya y Oribe suscribieron el decreto
de nombramiento. Rivera ya había desempeñado dicha
Una Flor Blanca en el Cardal Página 72
función en 1829 y 1830, bajo los gobiernos provisorios de
Rondeau y de Lavalleja.
Oribe trató de encuadrar las amplísimas facultades
que tenía Rivera dentro de principios de orden y
subordinación, y como revela el Dr. Gonzalo Aguirre en su
libro “Tres aportes históricos”, la decisión de Oribe se
explicaría por si sola: “…pretendió reglamentar sus
funciones por resolución del 31 de octubre. Ello no pasó de
una aspiración ingenua, inadaptable al estilo de Rivera y a
la realidad social y política del país. La Comandancia
General de la Campaña, no sólo por sus importantes
atribuciones sino también por la forma en que las
interpretaba y ejercía su titular, representó la existencia de
dos gobiernos paralelos y una realidad incompatible con el
sistema constitucional. Frente a la autoridad del Presidente
de la República y sus Jefes Políticos, apareció la autoridad
de Rivera y de sus comandantes militares”.
La crisis siguiente sobrevino con motivo de las
elecciones de Alcaldes Ordinarios, celebradas en todo el
país el 1° de enero de 1836, cuando los representantes del
gobierno chocaron con los subordinados de Rivera. Oribe, a
pesar de que sus candidatos habían salido triunfantes, tomó
la decisión de suprimir el cargo.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 73
En julio de 1836, Rivera, agraviado por las
resultancias a que arribó una comisión nombrada para
examinar las cuentas de su período de gobierno y, también
destituido del cargo de Comandante de la Campaña,
recurrió a las armas, siendo rápidamente derrotado el 19 de
septiembre de ese año en campos de Carpintería, en el
departamento de Durazno. En consecuencia, se refugió poco
después en el Brasil, donde se vinculó a la revolución de los
Farrapos en la República Riograndense, a la que ya se
habían adherido algunos de sus ex camaradas de armas del
ejército portugués, como Bento Gonçalves da Silva.
No satisfecho, Rivera volvió a intentarlo al año
siguiente, ahora reforzado con tropas riograndenses,
esfuerzo con el que consiguió derrotar a Oribe el 22 de
octubre de 1837, en Yucutujá, departamento de Salto. Poco
después, Rivera es derrotado en la acción del Yí, pero tras la
victoria brasileño-riverista de Palmar, el 15 de junio de
1838, terminó por dejar el territorio de la República en
manos de Rivera.
Por otro lado, el bloqueo impuesto por una flota
francesa a Buenos Aires, gobernada entonces por su aliado
en este conflicto, el caudillo-gobernador de la provincia de
Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, dejó incomunicado al
Una Flor Blanca en el Cardal Página 74
Presidente Oribe. Presionado desde el río y sitiado en la
capital, Oribe presentó su renuncia el 24 de octubre de
1838, dejando sentada su protesta y legitimidad del cargo
que le obligaban a abandonar.
Como consecuencia, pasó a Buenos Aires, donde
Rosas lo recibió como si fuese el Presidente Legal del
Uruguay, y utilizó su experiencia militar incorporándolo al
ejército que comandaba, por entonces, envuelto en lucha
contra el Partido Unitario.
Oribe combatió a la Coalición del Norte, formada por
las provincias de Tucumán, Salta, La Rioja, Catamarca y
Jujuy, durante los años 1840 y 1841.
Batalló contra el General Juan Lavalle, venciéndolo
en la batalla de Quebracho Herrado el 28 de noviembre de
1840, y otra vez en la batalla de Famaillá, el 17 de
septiembre de 1841. Tomó prisionero al gobernador de
Tucumán, Marco Avellaneda, al que luego hizo degollar y
exhibir su cabeza en una pica en la plaza pública de
Tucumán.
Por causa de este repudiable episodio, desde ese
momento en adelante, la oposición unitaria y sus aliados
colorados del Uruguay, insistieron cada vez más en la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 75
imagen del Oribe degollador y asesino, al igual que la
asignada al propio Rosas por aquella época.
La literatura realizada por opositores políticos a éste
último, como las “Tablas de Sangre”, escritas por el
cordobés José Rivera Indarte, cargaron las tintas sobre este
tema, creando la imagen de la exclusividad de la violencia
por parte de los federales y los blancos. En realidad, el
monopolio de la violencia no pertenecía a ningún bando,
como se desprende, por ejemplo, de la correspondencia de
Lavalle.
Más tarde, tras vencer al gobernador de la provincia
de Santa Fe, Juan Pablo López, Oribe pasó a Entre Ríos.
Allí, al frente de un poderoso ejército, el 6 de diciembre de
1842 derrotó en la batalla de Arroyo Grande, al ejército de
Rivera que, en guerra contra Juan Manuel de Rosas desde
marzo de 1839, había invadido la provincia de Entre Ríos.
Tras la derrota, Rivera repasó el rio Uruguay frente a
Salto, retornando apresuradamente a Montevideo donde
sólo pudo entregar el mando del país, al presidente del
Senado, Joaquín Suárez, y salir nuevamente a campaña para
recomponer su ejército deshecho.
Mientras Oribe avanzaba sobre Montevideo, los
colorados organizaron el Ejército de la Defensa, comandado
Una Flor Blanca en el Cardal Página 76
por el militar unitario argentino José María Paz y el oriental
Melchor Pacheco y Obes, a él se sumaron varios grupos de
las colectividades: francesa, española e italiana, que
formaron “legiones” que, numéricamente, superaron en
conjunto a los propios efectivos Orientales con los que
contaban los colorados. Entre estas legiones, figuraba el
mercenario italiano José Garibaldi.
Finalmente, el 16 de febrero de 1843, Oribe puso sitio
a la ciudad de Montevideo. Sería este el tercero de los sitios
en que él participara, y el más largo de todos, ya que duraría
ocho años y medio, extendiéndose hasta el día 8 de octubre
de 1851.
Acto seguido, Oribe organizó nuevamente su
gobierno, como si nada hubiera ocurrido desde el 24 de
octubre de 1838. Designó ministros, hubo un parlamento y
se dictó una ingente cantidad de disposiciones legales.
Actuando de esta forma, dio comienzo al llamado
“Gobierno del Cerrito”, denominado de esta forma por estar
instalado el cuartel general que Oribe había emplazado en el
Cerrito de la Victoria, lugar donde 30 años antes -31 de
diciembre de 1812-, hubiera iniciado su carrera de las
armas. Allí estableció la capital provisional de Uruguay en
Una Flor Blanca en el Cardal Página 77
la recién creada ciudad de la Restauración (en los campos
del Cardal).
Fue en esta población que, por primera vez, se rindió
oficialmente homenaje a José Gervasio Artigas, al serle
dado el nombre del prócer federal a la principal avenida de
la Villa de la Restauración. Dicho nombre le fue dado en
vida del prócer (1849); sin embargo, entre los primeros
actos de la administración del riverista triunfante en 1852,
Joaquín Suárez -con ayuda brasileña-, figura la de eliminar
tal denominación.
Volviendo en el tiempo, aun había también en la
mente del General, otras tantas preocupaciones para
resolver, como lo determinan algunos de sus decretos que
sostienen sus resoluciones, como:
…La conservación de la historia de quienes forjaron
la independencia, y así, el 4 de febrero de 1850, el General
Manuel Oribe envía al Coronel Diego Lamas la siguiente
circular: “…se tomara el trabajo de averiguar de los
hombres ancianos del Departamento, todos aquellos hechos
que mejor sirvan para ilustrar la historia del país, y me los
trasmita. Pueden servir sobre cualquier materia que versen a
este interesante objeto”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 78
…La educación futura de los habitantes, al decretar el
16 de febrero de 1850, el establecimiento de una Comisión
de Instrucción Pública, por decreto del Gobierno del
Cerrito, y compuesta por Juan Francisco Giró, Eduardo
Acevedo y José María Reyes, con el objeto de: “llevar a la
enseñanza pública todas las mejoras de que sea susceptible
en la actualidad”.
Oribe había demostrado gran preocupación por el
tema de la enseñanza, por lo que impulsó la fundación de
escuelas en todo el territorio nacional. Esta Comisión elevó
el 27 de junio de 1850 un completísimo trabajo donde se
consta un informe y luego un Reglamento General de la
Enseñanza, que abarcaba Enseñanza Primaria, Secundaria,
Superior, Escuelas de Adultos y Escuela Normal. Con ese
reglamento, se establece por primera vez que: “la enseñanza
primaria será gratuita y obligatoria en todo el territorio
nacional”.
Otras de sus resoluciones, sostiene: …Con la
formación de mano de obra más especializada y, el 11 de
diciembre de 1845, por circular de la fecha, el gobierno del
Cerrito reglamenta la Ley de Patentes. En el artículo 8, se
exonera a los empresarios del tributo correspondiente
cuando: “…teniendo talleres de artes u oficios, estén
Una Flor Blanca en el Cardal Página 79
enseñando a tres hijos del país al menos”. El cumplimiento
de ésta circular era rigurosamente controlado y se sentaban
las bases de la enseñanza de oficios que recién en 1878, se
concretará en una Escuela de Artes y Oficios.
Fue este Gobierno del Cerrito quien controló la
totalidad del país hasta 1851, exceptuando Montevideo y
Colonia del Sacramento. Para solventar sus esfuerzos y los
de la población, tuvo su puerto de ultramar alternativo en la
rada del Buceo, al este de Montevideo, y aplicó la
Constitución de 1830 como siendo la base de su orden
jurídico.
Algunas figuras destacadas de aquella administración
fueron Bernardo Prudencio Berro, Cándido Juanicó, Juan
Francisco Giró, Atanasio Cruz Aguirre, Carlos
Villademoros, Tomás Basáñez, Norberto Larravide, y otros
tantos patricios, algunos de muy importante actuación
política posterior.
Otro gran tema de esa época, fue la propuesta de la
reunificación de la Patria que realizó Rosas en 1845, con la
reincorporación del Uruguay a las Provincias Unidas del
Río de la Plata, anulando las imposiciones de la Convención
Preliminar de Paz, dictada por la conveniencia del Imperio
Británico en el Río de la Plata, en el ya ido 1828.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 80
En ese momento, Manuel Oribe no quiso decidir, o no
tuvo la altura política para contraponerse, o para decidir
sobre este acto trascendente, y envió el tema a tratamiento
de una comisión parlamentaria que, a seguir, se perdió en
devaneos que a nada llegaron.
Sea como fuere, hacia 1850, la causa tutelada por
Oribe y Rosas parecía destinada a triunfar. La revolución de
1848 en Francia, que había derribado a la monarquía de
Luis Felipe, había dejado a la intemperie al Gobierno de la
Defensa, sostenido por aquella. Según constan en los
documentos de la época, el gobierno del Montevideo
sitiado, no aceptó el ofrecimiento del príncipe-presidente
Luis Napoleón Bonaparte, de enviar para socorrer a la plaza
sitiada, a los presos políticos de la represión de las Jornadas
de Julio, y dicho por boca de Manuel Herrera y Obes:
“¿Qué será de nosotros, si vienen los comunistas?”.
En 1850, el enviado de Luis Napoleón, Almirante
Lepredour, firmó una convención de paz con Felipe Arana,
canciller de Rosas. Un año antes, éste ya lo había hecho
Southern, el enviado del Imperio Británico. El Gobierno de
la Defensa, sintiéndose ya estar con las horas contadas, se
apresuró a involucrar con su última carta: el Imperio del
Brasil y el caudillo entrerriano Justo José de Urquiza.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 81
Desde siempre, Brasil veía con aversión el triunfo de
Rosas y Oribe en el Plata, y desde 1848, este último hubo de
repeler duramente varias incursiones brasileñas en la
frontera norte del país, dedicadas al arreo de ganado hacia
Río Grande del Sur. En cambio, el caudillo entrerriano
Urquiza, buscando una salida más ágil y directa para sus
ganados hacia sus compradores del exterior, sin necesidad
de tener que pasar por la aduana de Buenos Aires, la cual
Rosas controlaba y cuyas rentas no socializó nunca durante
sus casi 20 años de gobierno, fue tentado por Manuel
Herrera y Obes, quien, estratégicamente, le ofreció el puerto
de Montevideo para tales efectos.
Urdida la trama, los acontecimientos se precipitaron
después de agosto de 1851, cuando Urquiza se declaró en
rebelión contra Rosas. Y así, poco después éste penetraba
en territorio Oriental, marchando directo hacia el Cerrito
para quitar de en medio a Manuel Oribe, su antiguo
camarada de armas.
Este ordenó a sus comandantes que detuvieran al
entrerriano, pero de forma insólita, sus órdenes fueron
extrañamente desobedecidas. Y así, casi en un abrir y cerrar
de ojos, Urquiza se le apersonó delante de Montevideo,
conminando a Oribe a rendirse, lo que éste pronto lo hizo,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 82
abandonado de todos; punto éste que veremos en detalles
más adelante.
Otro hecho a resaltar, ocurrió el 23 de setiembre de
1855. Fue cuando ya de vuelta a Montevideo, intentan
asesinar a Manuel Oribe. Prevenido de que su coche sería
asaltado, Oribe regresa a la Unión a caballo. Su carruaje
efectivamente fue atacado, y el cochero cae herido
gravemente. José Monegal en su “Esquema de la Historia
del Partido Nacional” después de relatar el episodio,
expresa:
“Se comenta que el complot ha nacido en el
pensamiento del Dr. José M. Muñoz, de la
amistad íntima de César Díaz y Juan Carlos
Gómez”.
Posteriormente, recogido ya a su hogar, por entonces
don Manuel estaba en los tramos finales de su existencia, y
el 12 de noviembre de 1857 falleció en la quinta del Paso
del Molino, casi al final de la hoy llamada calle
Uruguayana.
Durante su velatorio, la Bandera de los Treinta y Tres
Orientales por la que combatiera, fue sostenida por aquel
que había sido el abanderado de la libertadora expedición e
un incondicional partidario suyo, Juan Spikerman. Se le
Una Flor Blanca en el Cardal Página 83
decretaron honores oficiales, y recibió sepultura en el
cementerio del Paso del Molino, siendo posteriormente
trasladado a la Iglesia de San Agustín, fundada años antes
por él en recordatorio de su esposa Agustina Contucci, en el
barrio de La Unión, nombre que tras 1852, se dio a la Villa
de la Restauración, surgida en los campos denominados del
Cardal, contiguos a su campamento militar del Cerrito.
Manuel Oribe se había casado con su sobrina,
Agustina Contucci, el 8 de febrero de 1829, habiendo 4
hijos de su matrimonio. Años antes de su boda, en 1816,
había tenido una hija, Carolina, que fue luego apadrinada
por Gabriel Antonio Pereira.
La madre, Trinidad Guevara, que fuera la primera
dama de la Compañía de la Casa de Comedias cuando su
director era Bartolomé Hidalgo, dio a luz una niña que fue
bautizada en la Iglesia Matriz con el nombre de Carolina,
como hija de Manuel Oribe. Trinidad muere el 24 de julio
de 1873.
Manuel Oribe fue uno de los hombres públicos de
Uruguay de más tardía reivindicación, sobre todo, por la
leyenda de crueldad acuñada durante la Guerra Grande. Aún
en 1919, el destacado líder y estadista colorado José Batlle
y Ordóñez escribía que: “…ser colorado, es odiar la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 84
tradición de Rosas y Oribe”, y su prensa, el diario El Día,
aludía siempre al Partido Nacional como el partido oribista.
La insidia contra Manuel Oribe llegó a tal punto, que
en el centenario de su muerte (1957), los miembros
colorados del Consejo Nacional de Gobierno, se negaron a
ponerse de pie para homenajearlo.
Del mismo modo, desde las filas propias de su partido
político –blanco-, hubo actitudes comparables: el diario
conservador del Partido Nacional, El Plata, pasó por alto la
conmemoración de aquel aniversario, sin mencionarlo
siquiera.
En ese momento, tal actitud se justificaba, porque
Juan Andrés Ramírez, su fundador, era de origen colorado y
firmemente reaccionario.
El gran reivindicador de la figura de éste héroe
Oriental, fue Luis Alberto de Herrera, quien a través de sus
trabajos históricos e investigativos de solidez incomparable,
dejó finalmente sentada la figura de Oribe en sitial de
honor.
Ignacio Oribe
Ignacio Oribe también nació en Montevideo, en el año
1795, viniendo a fallecer en la misma ciudad, en 1866. Al
Una Flor Blanca en el Cardal Página 85
igual que su hermano Manuel, se realizó profesionalmente
en la carrera militar, y participó en las guerras por la
independencia y civiles del país, ocurridas en la primera
mitad del siglo XIX. Era hermano menor del General y
Presidente Manuel Oribe.
Como ya lo mencionamos, siendo éste hijo de un
militar español, por opción o exigencia, también ingresó al
ejército durante el segundo sitio de Montevideo, en 1813.
Su bautismo bélico se inició en las huestes
libertadoras, y con ellas combatió en los años siguientes
contra el Directorio y contra la Invasión Luso-Brasileña, a
órdenes de Fructuoso Rivera.
En 1818 fue otro de los personajes que abandonaron
las filas de José Artigas y se pasaron a Buenos Aires, donde
desde allí, participó en varias etapas de la guerra civil contra
la provincia de Santa Fe. En 1820 participó del lado de
Alvear en los llamados desórdenes de la Anarquía del Año
20. Tras su derrota, fue dado de baja.
Al año siguiente (1821), regresó nuevamente a
Montevideo, y prontamente se trasladó al campo para
dedicarse a la ganadería. Sin embargo, en una oportunidad,
ocurrida antes de 1824, durante varios meses estuvo preso
Una Flor Blanca en el Cardal Página 86
en Río Grande do Sul, acusado de colaborar con los
independentistas.
Al año siguiente, al producirse el desembarco de los
Treinta y Tres Orientales, cuyo segundo del grupo era su
hermano Manuel, prontamente les proporcionó valioso
apoyo. En el desarrollo de los hechos, se trasladó a Cerro
Largo, donde formó un regimiento de caballería. Con esas
fuerzas combatió en la batalla de Sarandí, en la que se
distinguió particularmente por su ardor y voluntad en la
lucha.
Posteriormente, Ignacio participó en la Guerra del
Brasil, coadyuvando en la batalla de Ituzaingó. Por su
destaque en esa victoria, fue ascendido al grado de Coronel.
No en tanto, poco después fue atacado y tomado preso en
Melo, y llevado nuevamente prisionero a Río Grande, donde
ulteriormente recuperó la libertad en un canje de inculpados
entre ambos bandos.
En 1829, el gobernador José Rondeau lo nombró Jefe
Político de Montevideo, y al año siguiente, fue nombrado
Ministro de Guerra del Presidente Juan Antonio Lavalleja.
Así mismo, tuvo el mando militar de varios regimientos
durante el gobierno de Rivera.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 87
Al llegar su hermano Manuel Oribe a la presidencia,
en 1835, éste se encontró con que Rivera se había nombrado
a él mismo comandante de armas del país, con atribuciones
en las cuales no cabía la autoridad del presidente.
Como ya vimos antes, lo único que Oribe pudo hacer
para librarse de Rivera, fue eliminar el cargo de comandante
de armas; pero varios meses después lo volvió a instaurar,
colocando en él a su hermano Ignacio.
Tal actitud, fue la causante de la primera revolución
de Rivera, en 1836. Ignacio Oribe salió a su encuentro y lo
derrotó en la batalla de Carpintería. Por esa victoria fue
ascendido a General.
En consecuencia, Rivera tuvo que refugiarse en
Brasil, y con ayuda brasileña de viejos amigos de armas,
volvió al año siguiente. Ignacio lo volvió a derrotar en el
Molle, en la batalla de Yucutujá y en Durazno. Pero Rivera,
que tenía suficiente apoyo en el Brasil como para seguir la
guerra, finalmente, derrotó a Ignacio Oribe en la batalla del
Palmar.
De acurdo con visto en páginas anteriores, el ejército
de los Oribe debió replegarse hacia Montevideo, y por
varias semanas, el Presidente-hermano creyó que podría
Una Flor Blanca en el Cardal Página 88
mantener el poder, pero la flota francesa le bloqueó
Montevideo y lo obligó a renunciar.
Ante la nueva resignación, Manuel e Ignacio Oribe se
trasladaron a Buenos Aires. Mientras Manuel Oribe
comandaba los ejércitos federales en la larga guerra de
1840, Ignacio permaneció en Buenos Aires hasta mediados
de 1842. A la postre, se unió después al ejército de su
hermano y peleó en la batalla de Arroyo Grande.
Como derivación, también hizo parte en el tercer sitio
de Montevideo, y en las operaciones contra Rivera y
Venancio Flores en el interior del país, y ocupó
responsabilidades en el gobierno que su hermano estableció
en el Cerrito.
Al producirse la invasión de Urquiza en 1851, después
de firmado el armisticio, Ignacio Oribe se retiró a su
estancia. Reaparecería nuevamente en la escena política, en
1863, cuando integró el Consejo Consultivo de Estado que
había sido convocado por el entonces Presidente Berro.
Pero tras la caída de éste, desapareció de la vida pública,
hasta venir a fallecer en Montevideo, en diciembre de 1866.
Otro hermano del presidente Manuel Oribe, fue
Francisco, que con relativo destaque, hizo toda su carrera a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 89
la sombra de sus hermanos, y participando en diversos
combates, hasta llegar al grado de Coronel.
Bernardo P. Berro
Bernardo Prudencio Berro y Larrañaga, igualmente
nació en la ciudad de Montevideo, el día 28 de abril de
1803, cayendo asesinado el 19 de febrero de 1868, por las
mismas circunstancias que acabaron con la vida de
Venancio Flores.
Destacado político y escritor, fue miembro del Partido
Nacional, y Presidente de la República entre 1860 y 1864.
Bernardo era un hombre vinculado por su origen, a
una familia de comerciantes españoles de temprana
actuación política. Su padre, Pedro Francisco Berro, había
sido integrante de la Junta de Montevideo y de Asamblea
Constituyente de 1828 a 1829.
Integrante del Gobierno del Cerrito, fue Ministro de
Gobierno (1845-1851) de Oribe durante el régimen paralelo
impuesto por el sitio a la capital. Posteriormente, fue
miembro de su Tribunal Supremo y una de las figuras más
destacadas de aquel régimen.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 90
Durante la administración de Juan Francisco Giró, de
quien fue su estrecho colaborador, fue Ministro de Gobierno
nuevamente y también de Relaciones Exteriores, y objeto
principal de los ataques realizados por la oposición, que
terminaría derrocando a aquel gobierno, en septiembre de
1853.
Desde antes, por lo menos desde 1847, se había
manifestado partidario de lo que la historiografía uruguaya
conoce con el nombre de Política de Fusión, denominación
que compete al proyecto de abolición de las divisas y la
vigencia integral de la Constitución de 1830, como única
forma de desplazar a los caudillos del poder político y de la
dirección de los asuntos de estado, hecho notorio durante la
llamada Guerra Grande, por entonces en curso.
El día 1º de marzo de 1860, finalmente fue electo
Presidente de la República por la Asamblea General, para el
período constitucional 1860-1864, desempeñando
íntegramente sus cuatro años de mandato, durante los cuales
hubo de enfrentar nuevamente la oposición a aquellos
principios políticos. Una de sus primeras medidas fue,
precisamente, la prohibición del uso público de las divisas y
la penalización severa de los infractores.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 91
Influido por el modelo democrático conservador
estadounidense, el que encomió en varios artículos de
carácter político, Berro fue quizás uno de los primeros
presidentes del Uruguay que intentó lograr la viabilización
administrativa del estado, para lo cual dictó una serie de
medidas que encontraron oposición, incluso en los
elementos más afines a él dentro de su gobierno.
De origen, sino atesorada, por lo menos acomodada y
de costumbres y hábitos patricios, no obstante Bernardo
Berro era un individuo de una llamativa sencillez. Habitaba
generalmente en su quinta, en el partido (hoy barrio
montevideano) de Manga, distante a unos 15 kilómetros del
centro de Montevideo, y tenía el hábito de él mismo trabajar
la tierra, lo que provocaba la sorpresa y el repudio de una
élite con manía aristocratizante que, en sus conceptos, no
concebía semejantes actitudes en un individuo de su cargo y
de su clase.
Hubo de enfrentar, desde 1863, la insurrección
antifusionista y luego, de hecho, colorada, de Venancio
Flores, la cual, al final de su mandato, el 1º de marzo de
1864, no había podido sofocar, entre otras cosas, por la
defección de algunos de sus colaboradores más inmediatos,
como Andrés Lamas, que se pasaron abiertamente del lado
Una Flor Blanca en el Cardal Página 92
del rebelde. Las desavenencias con sus generales también
fueron causa adicional de la inacción militar de su gobierno.
Aun estaban latentes las venas guerreras de los caudillos en
apogeo.
Cabe destacar que durante el periodo de su gobierno,
se produjo una gran recuperación económica del país, hecho
que se explica fundamentalmente por tres factores: el
crecimiento del comercio y de los comerciantes como grupo
socio-económico dominante en la ciudad; la revolución del
lanar y el reforzamiento económico y político de los
estancieros; y el ingreso de capital extranjero,
fundamentalmente británico.
El aumento del comercio exterior, tanto de
importaciones como de exportaciones, se produjo por una
serie de causantes en cierta parte ocasionales. En primer
lugar, el crecimiento de la población nacional, produjo un
aumento de la demanda y por lo tanto, amplió la
importación. En segundo lugar, por la incorporación de la
lana como producto exportable del país. En tercer término,
debe señalarse la enorme incidencia que tuvo la guerra del
Paraguay (Guerra de la Triple Alianza, hecho que ocurre
una vez fuera del poder Berro) en la multiplicación de las
actividades comerciales y financieras. Todo esto, sumado al
Una Flor Blanca en el Cardal Página 93
establecimiento en el país de la un paz interna, fue lo que
condujo a la prosperidad y al crecimiento económico de su
mandato.
La revolución del lanar, nombre que otorga la
historiografía uruguaya a la introducción del capitalismo
agrario desde 1850, significó la primera modificación de la
producción del Uruguay desde los tiempos de la colonia.
Indeliberadamente, la estabilidad de los gobiernos
también en los países vecinos, actuó como una forma de
modernización, pues permitió al país ingresar a mejores
niveles de exportación económica.
En aquel momento, la extensiva exploración
comercial del ganado ovino, impulsó la tecnificación del
agro (baños, bretes, alambrados), y demandó por mano de
obra especializada. La buena calidad de la lana obtenida en
éste terruño, también permitió ampliar los mercados
exteriores del país. Si bien acentuó su dependencia, también
diversificó los productos exportables y los mercados de
consumo, distribuyendo esa dependencia entre varios
centros económicos mundiales.
La primera causa de la expansión de la exploración
ovina y la lana, fue la fuerte demanda europea, a partir
sobre todo del cambio de fibra que las industrias textiles
Una Flor Blanca en el Cardal Página 94
inglesas habían comenzado desde hacía unos años. Los
países europeos no podían cubrir toda la demanda de la
industria textil, por lo que recurrir a los lugares donde se
producía lana de buena calidad y barata, fue una prioridad
para los industriales europeos.
Durante la década de 1860, otro hecho que favoreció
al Uruguay, fue la Guerra de Secesión de los Estados
Unidos, motivo que anuló el envío de algodón
estadounidense a Europa. Desprovista entonces de una de
las dos fibras textiles que alimentaban a su industria,
prácticamente toda Europa tuvo que volcarse,
necesariamente, a la compra de lana en mucha mayor
cantidad que hasta ese momento.
En tercer lugar, surge una causa interna que llevó a los
estancieros criollos a acercarse a la lana, y fue que la
abundancia del ganado vacuno había llevado a que de él
sólo se valorara el cuero. La crisis vacuna por un lado y el
hecho de que el ovino complementara, sin sustituirlo, al
vacuno, tanto en el consumo de los pastos como en las
eventualidades comerciales, hizo que su explotación se
generalizara en toda la República.
Las consecuencias de éste proceso de diversificación
pastoril, desde un punto de vista social, fueron: la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 95
repoblación del campo y de la estancia, ya que para el
cuidado de la oveja, se necesita mucha más mano de obra
que para la utilizada con el vacuno. Además, obligó a
sedentarizar a la población rural, puesto que el pastor de
ovejas debía permanecer en un puesto fijo. De esta manera,
se restó gente dispuesta a acompañar las incesantes
revoluciones; fortaleciendo el surgimiento de una clase
media rural y facilitando el ascenso social de los habitantes.
Desde el punto de vista económico, no quedan dudas
que el ovino significó el quiebre de la edad del cuero, lo
cual representó la diversificación de los rubros exportables
uruguayos.
Ahora, al tasajo y a los cueros, había que sumar la
lana. Lo que a su vez produjo la diversificación de los
mercados compradores. En esta diversificación y una menor
dependencia relativa de los centros industriales europeos,
estuvieron los motivos de aquel periodo de prosperidad.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 96
Segunda Parte
Algunas Flores Nacen a la
Sombra de los Caudillos
Una Flor Blanca en el Cardal Página 97
El Surgimiento de Rutilantes Figuras
Al referirnos a aquellos imberbes guerreros que otrora
se habían comprometido con llevar adelante los
independentistas ideales artiguistas, es exteriorizar sobre el
cerne, lo más profundo y puro de la historia de nuestra
Nación, ya que el prócer máximo, José Gervasio Artigas,
fue quien creó la idea nacional de país y ciudadanía, y tuvo
en Lavalleja, Rivera y Oribe algunos de los exponentes que
lo materializaron en la patria soberana y libre.
No existen en ellos contradicciones, ni actitudes
bastardas es sus fieras luchas contra los imperios: español,
francés, inglés, portugués, brasileño y porteño unitario.
Siendo estos fieles a un nacionalismo conceptual que
llevaron a cabo desde sus comienzos, con el pasar del
tiempo, fueron macerando sus aspiraciones y propósitos,
entreteniéndose en contiendas de un lado y otro del rio que
desde siempre nos separaba de aquel viejo virreinato
español, mientras ellos iban realizándose ambiguamente en
proyectos particulares, y sirviendo a sueldo para alguna
causa del momento en la que acreditaban.
Pero estos caudillos victoriosos, mezcla de ídolos y
semidioses de nuestra paria, más allá de dirigir tropas y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 98
producir héroes y/o desafectos en el fragor de los combates,
también necesitaban de otros hombres -los sin armas-, que
estuviesen dispuestos a apoyarlos, y de personajes que
fuesen capaces de realizar a contento toda la profusión de
requerimientos que las mismas batallas exigían.
No es poco lo que ya hemos dicho de ellos, y sin
embargo, aun quedaría mucho más por decir, pero creo que
este ligero repase historiográfico, ya nos permitirá
comprender los intrínsecos motivos que movieron al
restante de los comediantes de esta opereta oriental.
Excluyéndose los ya adinerados que emigraron hacia
estos lados para de alguna manera ensanchar sus fortunas en
el nuevo mundo, no es de extrañarse también encontrar los
considerables patrimonios y fortunas que fueron erguidas
por las familias que se encontraban ligadas de alguna forma
al Reino y, posteriormente, por descendientes de
enigmáticos funcionarios de las cortes, y de artesanos,
labradores o comerciantes que, tras aventurarse en una
odisea en busca de la suerte, dejaron en casi tres siglos, sus
oriundos en las nuevas patrias americanas que se
establecieron en aquel entonces. Eso es lo que veremos a
seguir.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 99
Una Extraña Donación
Como ya lo mencionamos anteriormente, muchos de
los nuevos patrimonios surgieron a la sombra del desorden
y la lentitud de la parca organización administrativa
existente en sus primeros gobiernos, en donde sus
plenipotenciarios, administradores, ministros y amigos de
los mandamases de cada legislación, no demoraban en
apoderarse de los bienes públicos, y donde no faltaron
tampoco los malos administradores, interesados más bien
que estaban en derrochar los fondos públicos para formar
una abundante clientela electoral, que a la postre fuese
capaz de sustentarlos en el poder.
Tampoco fueron pocos los individuos que
conquistaron beneficios como forma de retribución por
alguna “gauchada” especial, o en consecuencia de
beneficios obtenidos por la existencia de lazos familiares
que fueron siendo tejidos en una sociedad donde sólo
escasos individuos eran letrados.
Otras, no en tanto, surgieron como resultado de una
forma del arreglo de cuentas propiciado por el Gobierno,
donde “los doctores” que tutelaban las juntas, se veían
Una Flor Blanca en el Cardal Página 100
obligados a liquidar los importes y las enumeraciones de los
generales vencedores, o de los vencidos que, en un nueva
virada política, pronto retornaban a su terruño exigiendo
montos similares como una forma de saldar los otrora
patrióticos servicios que ellos habían prestado a la nación.
Desvendando un poco de la historia de esos seres
satelitales que florecieron en las sombra de estos caudillos,
poco se sabe del ingeniero andaluz radicado en Argentina a
principios del siglo XIX, don José María Manso, y de su
esposa porteña Teodora Cuenca, a no ser que, éste
especialista, más allá de contribuir con sus conocimientos,
también participó de las Batallas por la Revolución
Argentina de 1810, y luego fue partícipe del Gobierno
Unitario de Bernardino Rivadavia.
Esa actitud insurrecta le trajo muchos trastornos
futuros para él y su familia, porque tras la caída de su
entonces amigo-presidente, don José se siente obligado a
emigrar, primero sólo, y después su familia, dirigiéndose
subrepticiamente para la bucólica Montevideo; todo por
causa de las persecuciones que su familia pasó a recibir
durante el régimen iracundo del gobierno de Juan Manuel
de Rosas.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 101
De ese matrimonio andaluz-porteño, nace la famosa
Juana Manso el día 26 de junio de 1819, la que, ya desde
muy chica, por lo que los registros cuentan, se las tuvo que
arreglar para superar las adversidades de la vida, pues con
20 años, fue quien, con sus clases particulares, mantuvo
económicamente a toda la familia: madre, hermana y
abuela. No en tanto, nada más se escucha decir, o no hay
registros sobre el destino posterior de su padre en estas
bandas.
De acuerdo con lo que nos relata la escritora Silvia
Miguens, en “Rescate Oportuno”, nos enteramos que
cuando toda la familia logra reunirse con don José María
Manso en Montevideo, ella, bajo la supervisión de su
madre, Teodora Cuenca, fundó su primer colegio. Pero eso
ya fue por el año 1841, donde el Ateneo de Señoritas se
convirtió en el primer establecimiento uruguayo en el cual
se enseñó geografía y algunas nociones enciclopédicas.
No en tanto, otras peripecias la asecharon antes, y
principalmente un poco después de esa fecha, porque:
“la dictadura rosista también llegó hasta el
Uruguay y los Manso-Cuenca debieron partir
hacia Brasil”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 102
En 1844, ya instalada en Río de Janeiro, Juana
conoció al violinista portugués Francisco de Saá Noronha,
un poco menor que ella. Se casaron dos años después y
juntos partieron a Estados Unidos para dar conciertos, ella
acompañándolo al piano. Vivieron en Nueva York y en
Filadelfia pero nunca tuvieron éxito como músicos.
“Sin embargo -agrega Miguens-, Juana
aprovechó esa experiencia y absorbió todos los
movimientos políticos y sociales que se daban
en aquel país. Vivió las primeras reyertas
contra la esclavitud y también los primeros
movimientos feministas. Cuando escribo este
tipo de novelas –afirmó la escritora-, armo
rompecabezas con fechas y lugares donde
estuvo la protagonista y veo qué otras
personalidades se destacaban. Seguramente se
cruzarían entre sí. Por aquella época, por
ejemplo, vivió Flora Tristán, una francesa hija
de un peruano y una europea. Esta mujer en
1843 escribió el primer manifiesto obrero…
¡previo a Carlos Marx! Esto seguramente a
Juana, una mujer tan culta y curiosa, no se le
pasó por alto”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 103
Juana Manso tuvo dos hijas de aquel casamiento:
Eulalia y Herminia; pero en 1851, Francisco, su marido, se
fuga con una joven de la corte a Portugal, y en 1853 ella
regresa, pero esta vez a un Buenos Aires ya sin Rosas. Se
dedica al periodismo y a la escritura. Posteriormente,
Sarmiento la nombraría directora de una escuela mixta.
En realidad, lo que más importa en esta historia, es la
extraña información que dio origen a la donación de una
extensa área de tierras volcadas a las orillas de la bahía de
Montevideo, la cual, por razones que aun no han podido ser
esclarecidas y sin saber los motivos que la produjeron, esta
acción terminó por beneficiar económicamente a otro hijo
de emigrantes hispánicos en 1937.
Antes de avanzar en el enigma, se hace necesario
aclarar, de acuerdo con la historiografía de la familia
Capurro, que Juan Bautista Capurro era marino mercante. El
25 de enero de 1819, el gobierno de Turín, donde estaba
entonces la capital del reino, le expidió la patente de
“capitán de gran cabotaje”.
En los registros de Lloyds de Londres, ya figuraría
con anterioridad como armador de los bergantines de
madera “Annina”, “Amalia” y otros, los que se cree,
viajaron al Mar Negro por cargas de trigo. Seguramente
Una Flor Blanca en el Cardal Página 104
Juan Bautista navegaba en ellos también, pero, en todo caso,
lo que si se confirma, es que era capitán del barco en que
arribó a Montevideo (quizá el “Esmeralda”), en fecha que
no se conoce exactamente. Todo indica que esa radicación
en nuestro país tiene que haber sido anterior a 1829, pues en
ese año ya figura como miembro de la Masonería Oriental,
lo que hace presumir que estaba en Montevideo desde algún
tiempo antes.
Ulteriormente, se vinculó por matrimonio a la familia
Castro y, aparentemente, dejó de navegar, dedicándose
exclusivamente a sus negocios; aunque, como después se
verá, prosiguió en actividades relacionadas con el tráfico
marítimo. No tuvo actuación pública de destaque, pero era
una persona importante en la colectividad italiana, (muy
numerosa ya entonces).
Debemos recordar que en su vida, integró la Comisión
de Comerciantes y Propietarios, en la que actuó poco
tiempo. También formó parte del grupo fundador del Banco
Italiano, el Ferrocarril Central, el Hospital Italiano, la
Compañía de Aguas Corrientes, y el Teatro Solís ya en
unión con notorias figuras de la época, manteniendo además
sus propias empresas.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 105
Enterados de quien era éste prominente comerciante
genovés que en mucho contribuyó para el desarrollo del
Uruguay, y utilizando la misma fuente de registro de
información, encontramos algunos datos de este misterio en
el cual, por escritura que autorizó el Escribano Salvador
Tort el 29 de diciembre de 1837, Juan Bautista Capurro, en
condominio con José Lapuente, adquirió de don Tomás
Basáñez, por la suma de 2.000 patacones, una extensión de
terreno situada en la margen izquierda del arroyo Miguelete
en su desembocadura en la bahía de Montevideo y con un
amplio frente sobre la misma bahía (llegaba por el este hasta
el paraje conocido por el Caserío de los Negros).
Esos mismos terrenos los hubo el entonces Juez
Ordinario de Montevideo, don Tomás Basáñez, por
donación de doña Teodora Cuenca, quien, a su vez, los
había comprado al Gobierno por escritura autorizada por el
en aquel momento Escribano Francisco Araucho el 2 de
mayo de 1832. De ahí, es que surge el gran enigma sobre
los motivos que llevaron esta señora a realizar la donación
de tamaño lote de tierra a orillas de la bahía de Montevideo.
Cuando y por qué se realizó, son aun incógnitas en esta
historia
Una Flor Blanca en el Cardal Página 106
La manzana de terreno donde estaba el muelle (cuyos
restos todavía existen) fue adjudicada posteriormente a
Eduardo Capurro y vendida a la muerte de éste por sus
herederos, a Juan Restelli, quien tuvo algunas dificultades
para probar la salida fiscal de esa parte de “La Meca”
(nombre que fue designada la propiedad por su anterior
propietario), resolviéndose el asunto recién en 1937
(Ministerio de Hacienda, carpeta No. 919), con la
comprobación de que la salida fiscal ya había ocurrido en
1832.
En otra parte de los terrenos, tenían su ubicación -en
tiempos de Juan Alberto y Federico Capurro-, la Gran
destilería Oriental y la Cervecería Germania, empresas que
fueron vendidas posteriormente.
En cuanto al resto de las tierras, presumiblemente
habían sido vendidas poco a poco. En todo caso, lo
adjudicado de ellas a Eduardo Capurro fue la manzana
referida sobre el mar y el predio ocupado por la quinta de
Juan Bautista Capurro.
El autor de la reseña se ha extendido en detalles sobre
esta propiedad, porque no solamente era un centro
importante de la actividad de Juan Bautista Capurro, sino
también porque en ella tenía su casa, todo lo cual hizo que
Una Flor Blanca en el Cardal Página 107
la calle que va desde la avenida Agraciada hasta la playa, se
llamara también Capurro, lo mismo que el barrio. El
nombre original de “La Meca” ha sido completamente
olvidado por las generaciones siguientes.
En una época posterior a la compra, la playa era la
más concurrida de Montevideo, lo mismo que el parque que
construyó posteriormente la compañía de tranvías, con su
famosa pista de patinaje. Después, Capurro perdió su playa
y se transformó en un barrio industrial y de edificación
modesta, aunque sin perder naturalmente su hermoso
panorama de la bahía.
De lo hasta aquí relatado, en conclusión, nos ha
quedado en la memoria, exactamente la fecha en que don
Tomás Basáñez lleva adelante esta transacción inmobiliaria
por una abultada suma en la época. Nos queda también la
duda si este convenio de venta fue puramente casual, ya que
tuvo la anuencia del entonces caudillo-gobernador Oribe, o
se dio por alguna influencia estratégica o visionaria de un
joven Juez emprendedor y hacendado, o contó –
observándose las fechas-, con alguna información
confidencial de parte de algún otro integrante de las fuerzas
que gobernaban el País en aquel momento, visto que, en
tiempo posterior, otra trascendental especulación en tierras
Una Flor Blanca en el Cardal Página 108
sería realizadas por este mismo señor en otro paraje
periférico del entonces resumido Montevideo Ciudadela,
acción que pronto lo convertiría en el protagonista
estratégico de desenlaces futuros en lo social y político de la
capital…
Es de suponerlo, pero aun no lo hemos descubierto.
Los Lanchones de Santurzi
¿Sabías que hasta la llegada del tranvía de caballos a
tierras de Bizkaia, las sardineras de Santurtzi tenían que
caminar 12 Km desde Santurce a Bilbao, con los pies
descalzos, y portando sobre la cabeza un cesto con sardinas?
Atrás ha quedado el tiempo en el que Santurtzi, como
puerto vizcaíno de mayor relevancia en la pesca de bajura,
era recorrido por la romántica figura de las sardineras,
mientras eran embaladas por la popular canción “Desde
Santurce a Bilbao”.
Aún hoy, seguramente, se puede sentir el delicioso
olor de las parrillas humeantes que el viento del mar empuja
tierra adentro, convirtiendo la exhalación en una auténtica
tentación para el visitante que podrá degustar sus afamadas
Una Flor Blanca en el Cardal Página 109
sardinitas, o cualquier pescado de temporada, asado de
manera tradicional.
Quien visita ésta región, no puede perder la
espectacular panorámica que se descortina sobre la Bahía
del Abra, desde el mirador que se encuentra junto al Palacio
de Oriol. No hace mucho que un poético, maravillado con el
espectáculo ante sí, dijo que desde allí, la vida nada tiene
que envidiar a la bahía de San Francisco.
Tal vez, contando con esas mismas imágenes vivas en
su retina, y aun con el aroma a pescado fresco colado en sus
napias, fue que el emigrante Ramón Bernardo Artagaveytia
Urioste, un militar y comerciante que había nacido el 25 de
junio de 1796 en el barrio de Mello, Santurce (Bizkaia), e
hijo de Manuel de Artagaveytia y Maria de Urioste-Se,
decidió expatriarse en algún territorio de las Indias,
cayendo, vaya a se saber como o por influencia de quien,
justamente en la Banda Oriental del Virreinato del Rio de la
Plata.
Una vez desembarcado en estas playas, el joven
Ramón se estableció en la capital en 1814, donde quizás,
impulsado por la fuerza de una tradición familiar, aquí llegó
a ser un exitoso propietario de una empresa lanchonera que
operaba en el Puerto del Buceo (sobre las margen derecha
Una Flor Blanca en el Cardal Página 110
del Rio de la Plata), algunas millas al este de la bahía de
Montevideo, y en la que sólo trabajaban otros emigrantes o
descendientes de vascos. Posteriormente, también fue el
constructor y concesionario del faro de la Isla de Flores.
Subsiguientemente, además aquí cayó de amores y
terminó casándose el día 2 de noviembre 1828 en la
Catedral de Montevideo, con doña María Josefa Gómez
Calvo, con quien tuvo 10 hijos.
Paralelamente, y más una vez motivado por las
mismas ínfulas beligerantes que las nubes del horizonte
arrastraban desde su tierra, fue Teniente en la Compañía de
Granaderos del batallón de Milicia Activa de Infantería,
desde el momento mismo en que por aquí se organizaron las
guardias nacionales, y posteriormente, ascendiendo al
puesto de Capitán el 19 de junio de 1833, grado con el cual
participó en la represión del alzamiento del General Antonio
Lavalleja (1834).
Siendo un fervoroso seguidor del círculo político-
partidario del Brigadier General Manuel Oribe, luego fue
electo diputado por el departamento de Colonia en 1835.
Se sabe que en ese mismo año, en ocasión de una
reestructura del Ejército, alguien puso a Artagaveytia en tela
de juicio, por su condición de extranjero.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 111
Considerándose un vasco de una sola pieza,
indignado, pidió de inmediato la baja. Felizmente Oribe no
le hizo caso, y acertó, porque durante los bravos años del
Sitio Grande, no hubiera podido prescindir de este leal
vascuence que, ya con el grado de Teniente Coronel, le
organizaría en el asentamiento del Cerrito, el célebre
Batallón de Voluntarios, donde también enroló a sus
compatriotas residentes en el País.
Pero en una de esas vueltas del destino, cuando el
General Fructuoso Rivera usurpa el poder en 1838, y el
segundo Presidente Constitucional del Uruguay, Manuel
Oribe se exilia en Buenos Aires, y es cuando Ramón de
Artagaveitya se convierte en el enlace con éste en la capital
uruguaya, mientras que en la margen argentina, le tocó
actuar al antiguo ministro Antonio Díaz.
Oribe recibe en su exilio bonaerense, dinero y
consejos de este estimado santurzano, con la finalidad de
que ultimara los detalles de un próximo ataque marítimo a
la ciudad de Montevideo, un proyecto que estaba amparado
por el General argentino Rosas, pero que en realidad, nunca
llegó a concretarse.
Cuando en definitiva, el General Oribe se dirige a
Montevideo para tomar la ciudad en enero de 1943, le
Una Flor Blanca en el Cardal Página 112
escribe a Artagaveitya avisando que necesitará de él. Dicho
y hecho, iniciado el Sitio (16 de febrero de 1843), al
santurzano, ya con el grado de Coronel, Oribe le
encomienda el reclutamiento de sus compatriotas, cosa que
no resultaría difícil, dado que muchos de los recién
inmigrados ya habían combatido en filas carlistas, y más
que ebrios por nuevas luchas, estos se reencontraron en
Uruguay con una parte de sus antiguos jefes y compañeros.
Creada la nueva fuerza de combate, se convino
llamarla de Batallón de Voluntarios de Oribe, u “Oribe-
Erri”, integrado casi en su totalidad por los inmigrantes
vascuences peninsulares que ya venían entrenados en la
guerra. Cuatrocientos integran el Batallón: son lo mejor de
la juventud carlista que la península expulsó allende los
mares –o que se fueron voluntariamente, desilusionados,
sábelo Dios porqué–, después que el Convenio de Vergara
puso fin a la insurrección de Don Carlos María Isidro de
Borbón, el despechado hermano de Fernando VII.
Entre ellos se encontraban los Basterrica, Arostegui,
Amilivia, Echeverría, Goldaracena, Aramburu y tantos otros
sonoros apellidos vascos destinados después a volverse
apellidos montevideanos, y que aparecieron en aquel
Una Flor Blanca en el Cardal Página 113
Batallón, alimentando -¿el delirio?- de otra causa
ultralegitimista.
De todos modos, llegado el momento del armisticio,
por fuerza de los acontecimientos, finalmente Ramón de
Artagaveytia tuvo que disolver su Batallón de Voluntarios
un par de días antes de la Paz del 8 de octubre de 1851. Ya
no tenía objeto mantener aquel cuerpo de guerra, porque
simplemente la guerra había concluido y ahora el vizcaíno
debía retornar a sus negocios particulares, la compañía
marítima que aun tenía operando en el puerto del Buceo.
Finalizada la Guerra Grande, antes de que fuese
firmada la reconciliación que encerró la contienda, muchos
vascos se negaron en aceptar la pacificación, por lo que el
representante del Reino de España debió intervenir para
desarmar a los insubordinados
Aunque al fin de la guerra, quedó establecido que no
había “ni vencidos ni vencedores”, todo indica que el
coronel Artagaveitya, sumamente entristecido por lo que
particularmente consideraba como una derrota, vino a
fallecer en Montevideo apenas diez meses más tarde de
encerrada esa contienda, el día 11 de julio de 1852.
Este linaje vasco que se inició en la lejana península
con el casamiento de Manuel Artagaveytia (apellido
Una Flor Blanca en el Cardal Página 114
compuesto por Arteaga-Beytia) y María de Urioste Se, y
cuyo hijo de nombre Ramón emigró hacia América del Sur,
al Río de la Plata, con apenas 17 años de edad, prosiguió
con el matrimonio que éste realizó con María Josefa Gómez
Calvo el 25 de noviembre de 1826, y del cual sólo nueve de
sus hijos llegaron a la edad adulta:
Ramón Fermín, nació en 1840, integró el directorio del
Partido Nacional constituido en la ciudad de Buenos Aires,
Argentina, en 1890. Vivió soltero y fue náufrago del célebre
desastre del buque “Titanic”.
Emilia (1830) se casó en 1856 con Ramón Marquez.
Matilde, lo hizo con el tucumano Ramón Arocena,
fundador de este apellido en Uruguay.
Enrique, estanciero y dirigente de la Asociación Rural, se
casó el 8 de enero de 1868 con Laura Montero, hija de José
María Montero y Rosa Wentuises. Falleció con 79 años en
julio de 1914.
Juan Antonio, se casó en dos oportunidades; en primeras
nupcias en 1875 con Sara Reyes, hija de César Augusto
Reyes y Margarita Oribe, y en segundas nupcias en 1887 con
Julia Uriarte, hija de Estanislao Uriarte y Clorinda Osinaga.
Adolfo, abogado, que fue Juez Letrado, se casó con Laura
Marsenal Forteza el 26 de junio de 1876.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 115
Rosa, que se casó el 27 de julio de 1833 con Alberto
Eduardo Jackson, hijo del inglés Juan Jackson y Clara Josefa
Errazquin.
Eliza, contrajo nupcias el 10 de junio de 1874 con Abdón
Echenique, hijo de Francisco Echenique y Antonia Barradas.
Manuel, fallecido en 1918, abogado, formó hogar con
María Arocena Alfaro, argentina, hija de Fabián Arocena
Castro y Carmen Alfaro, naciendo una muy numerosa prole,
diez en total.
Informaciones recopiladas de la obra del historiador Alberto
Irigoyen Artetxe: Prosopografía de la emigración vasca, y del
libro de los linajes T.2 – Ricardo Goldaracena.
El Poeta, la Niña y un Amor Imposible
Jerónimo, Juan Carlos y Elisa Maturana, también
fueron personajes de destacada importancia en la
construcción de nuestra historia, al igual como suele
suceder en la de muchos otros sitios; pero Lincoln R.
Maiztegui Casas, fue muy oportuno cuando lo describe
magistralmente en: “Un relato de amor”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 116
Al abordar el tema con gran profundidad, Maiztegui
nos cuenta que, debido al conturbado periodo de acartonada
trascendencia y de la conturbada política del país de
aquellos tiempos, algunas veces los dietarios suelen ignorar,
o dejar de lado algunas bellas aventuras individuales, de
esas que, con frecuencia, terminan por parecer menos
verosímiles que el más imaginativo de los relatos.
No en tanto, esta epopeya se encarga de empaparnos
en el triángulo amoroso formado por el poeta Juan Carlos
Gómez, el Dr. Carlos Jerónimo Villademoros, y la no
menos infortunada Elisa Maturana, y del amor de ambos;
historia que alguna vez fue comparada con la de Lucia
Ashton, la heroína de sir Water Scott, que fue obligada a
casarse con una persona diferente a aquella de la cual estaba
enamorada.
La trama de esta historia es bastante conocida, por lo
menos para los que gustan de las peripecias individuales,
pero en muchas ocasiones esta ha sido tergiversada,
precisamente, porque las visiones políticas no han podido
dejarla en paz. Así sucede, -según la opinión de Maiztegui-,
por ejemplo, con la obra teatral “Las alamedas de
Maturana”, de Milton Schinca, que resulta –valores
Una Flor Blanca en el Cardal Página 117
dramáticos al margen–, una burda parodia de lo que
realmente pasó.
Al relatarnos la aventura del Dr. Jerónimo, el
historiador retrocede en el tiempo, y nos cuenta que sobre
fines del siglo VIII, Mauregato, usurpador del trono de
Asturias, llegó a pactar con un caudillo musulmán, la
entrega anual de cien doncellas cristianas destinadas a los
harenes de los invasores.
El caballero Diego Peláez de Valdés, al regresar de un
incierto destierro, encontró su mansión solariega, ocupada
por un moro que tenía varias muchachas prisioneras como
parte del vergonzoso compromiso; y que, después de
desafiar y vencer al intruso en singular combate, lo
encadenó y liberó a las cautivas.
A partir de ese acto heroico, la familia Peláez de
Valdés adoptó un escudo que reconstruye la escena y que en
sus grafías contiene esta leyenda:
“El moro que preso está/ y que en la cadena
pena/ de Villa de Moros era”.
Fue entonces que a partir de esa época, los
descendientes de don Diego pasaron a llamarse, a la sazón,
Peláez de Villademoros, y bajo esa peculiar alcurnia que
Una Flor Blanca en el Cardal Página 118
adoptaron, participaron destacadamente en los posteriores
combates de la Reconquista.
Uno de los descendientes de esa familia, Ramón
Antonio Villademoros, nacido en Folgueras (Asturias),
decidió emigrar a Montevideo a principios del siglo XIX, y
en 1805, se casó aquí con doña Jacinta Isabel Palomeque,
una célibe manceba montevideana de origen andaluz. De
ese bendecido matrimonio, nacieron cinco hijos: Carlos
Jerónimo, Pedro, Isabelino, Carolina y Benjamín.
Ya en 1811, haciendo honor a su sangre de
contendiente, Ramón Antonio se integró a la revolución
artiguista, luchó contra la invasión portuguesa, y fue luego
destinado al Ejército del Norte. Pero en el correr del año
1815 fue capturado por los españoles y fusilado.
Carlos Jerónimo Villademoros y Palomeque, su
primer hijo, había nacido el 30 de diciembre (o de
septiembre, según Carlos Anaya) de 1806, en la estancia “El
Sarandí”, que pertenecía a su abuelo materno, don Antonio
Palomeque, cuyas tierras se hallaban situadas en el actual
departamento de Treinta y Tres.
Estando este terrateniente y toda su familia, del
mismo modo comprometidos con la causa revolucionaria
independentista, la estancia les fue invadida y saqueada por
Una Flor Blanca en el Cardal Página 119
los portugueses, razón por la cual Jacinta Isabel fue
obligada a marcharse con sus cinco hijos, a la protegida
fortaleza de San Carlos.
En 1816, Carlos Jerónimo vino a radicarse en
Montevideo bajo la protección del ilustre Carlos Anaya, que
era su padrino de bautismo. En este periodo, cursó sus
estudios primarios en la escuela del padre José Benito
Lamas y, en plena adolescencia, marchó a Buenos Aires, en
usufructo de una beca que se le fue asignada como huérfano
de la patria, obtenida por influencia del propio Anaya, y
destinada para que él cursase estudios en el antiguo Colegio
de la Unión.
Luego de intentar perfeccionarse en la carrera militar,
trayectoria por la que no sentía vocación alguna, Jerónimo
se decantó por las leyes, y tras cursar derecho, recibió el
título de Doctor en Jurisprudencia en 1827.
El 2 de junio de se mismo año, contrajo enlace con
Micaela de la Concepción Correa y Angós, que había
nacido en San Carlos el 6 de diciembre de 1806, y de ahí se
trasladó a la capital porteña para casarse. Presumiblemente,
esta unión se trató de la culminación de un noviazgo
iniciado en la adolescencia de ambos, ya que ellos tenían
Una Flor Blanca en el Cardal Página 120
casi exactamente la misma edad. El matrimonio floreció, y
tuvieron dos hijas: Carolina y Micaela.
En los años inmediatos, el prominente Jerónimo
desarrolló una intensa carrera política, y la mantuvo
estrechamente vinculada a la figura de Manuel Oribe. Por
sus conocimientos jurídicos, fue canciller del Gobierno del
Cerrito, y siempre conservó una postura americanista que se
podrá admirar mejor o peor, según el color de la divisa de
quien la juzga.
Luego de terminada la Guerra Grande, dedicó los
últimos años de su vida, a escribir sus memorias, que no
llegó a concluir, pero al analizar sus letras, se nota que ellas
tienen un tono melancólico y autocompasivo:
-“Por servir a la Patria –escribió Jerónimo–, o
en el vehemente deseo de serle útil, me arrojé a
la defensa de un principio, sin omitir sacrificio
de ningún género, en el período de trece años
que se llevaron en pos de sí todas las ilusiones
de mi vida. Presta materia a serias reflexiones
la manera con que se enlazan los sucesos que
arrastran al hombre de conciencia,
precipitándole por esa pendiente resbaladiza
hasta el impuro piélago en que su fe se añeja,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 121
sin que encuentre justificación posible cuando,
al término de su derrumbe, se despierta en la
vida real y ve los inmensos males a los que ha
contribuido, incauto”.
El digno Chanciller del General Oribe, falleció el 1 de
febrero de 1853, a los 46 años.
Continuando con otro de los protagonistas de esta
reseña, Lincoln R. Maiztegui nos habla de Juan Carlos
Gómez, y a éste lo describe como siendo el introductor del
romanticismo en la poesía nacional, y una figura política de
discutida trayectoria (quién no lo ha sido), definiéndolo a su
vez, como periodista de altos vuelos, al que con su toque de
inventiva, se le debe el nombre de “candomberos”, con que
bautizó a los que se oponían al principismo.
Juan Carlos Gómez nació en Montevideo en julio de
1820. Era hijo de un oficial portugués que llegó cuando la
Cisplatina; de modo que su verdadero apellido era Gomes, y
no Gómez, como terminó siendo españolizado
posteriormente. Se educó en su ciudad natal, pero en su
juventud, vivió un tiempo en Río Grande do Sul (Brasil).
Siendo de espíritu apasionado y vehemente, alternó la
composición de sus hermosos versos con una actividad
Una Flor Blanca en el Cardal Página 122
política continuada, hecho que lo empujó, aparentemente, a
desenvolver una vida errante.
Ese brío indomable lo llevó a vivir en Chile, varias
veces en Buenos Aires, donde tardíamente obtuvo el título
de abogado, y en Montevideo, donde se ligó al Partido
Conservador, una escisión del coloradismo caracterizado
por una radicalidad extrema.
Reposicionándonos en la Historia de nuestro país, fue
durante el breve triunvirato formado en 1853 luego del
derrocamiento del presidente Juan Francisco Giró, al cual
integraban Lavalleja, Rivera y Venancio Flores, que Juan
Carlos ocupó el Ministerio de Relaciones Exteriores.
El cargo le demandó viajes a Europa, y vivió a caballo
entre Montevideo y Buenos Aires, donde bregó en cierto
momento por el retorno del Uruguay al tronco histórico del
que se había separado, y por causa de esa idea, mantuvo
ácidas polémicas con todos los dirigentes políticos de ambas
márgenes del Plata.
Nunca se casó, y pese a que cierta historiografía lo ha
considerado casi el paradigma del intelectual romántico, ni
su físico, más bien rechoncho, ni su vida razonablemente
larga (tenía 64 años cuando falleció, lo que para la época no
estaba nada mal), coinciden con esa imagen.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 123
Sus poemas, como los de Villademoros, se hallan hoy
totalmente olvidados, aunque uno de ellos se recita alguna
vez por su ingeniosa construcción en esdrújulas y su
rebosante sentido del humor:
“Eres un tósigo
mujer narcótica.
¡La furia erótica
siento por ti!
Yo soy un lúgubre
joven romántico,
con un Atlántico
dentro de mí.
Piedad al náufrago
mujer esdrújula,
sé tú la brújula
de mi vivir.
Mira esos túmulos
del orden jónico. . .
serán un tónico
para sufrir”.
Se ha dicho que el vacio literario que dejó la muerte
prematura de Adolfo Berro en aquel longincuo 1841, fue
Una Flor Blanca en el Cardal Página 124
inmediatamente ocupado por Juan Carlos que, como
señalamos, murió en la capital argentina en mayo de 1884.
Otro de los personajes de “Un relato de amor”, es
Elisa. Ella era hija de Felipe Maturana y Durán, que fuera
Edecán militar de don Manuel Oribe, y de doña María
Carvalho, de raigambre portuguesa, como su apellido lo
proclama a gritos.
El 18 de febrero de 1823, día en que le tocó venir al
mundo, Elisa Maturana nació en el seno de un hogar
patricio de fuertes convicciones oribistas, y nacida de un
parto anhelado por quien fuera ayudante del caudillo y
representó, según todos los testigos, la llegada de una joven
de extremada belleza y temperamento melancólico. Un
producto propio de ese tiempo romántico.
Sin registros del periodo de niñez que la destaquen, a
los 16 años, Elisa conoció a Juan Carlos Gómez y con él,
entabló un noviazgo que llegó hasta la etapa del
compromiso.
Por entonces, la familia Maturana vivía en una quinta
situada en el Paso del Molino. No en tanto, en 1843, Juan
Carlos llegó de improviso a la quinta, y le dijo a su
prometida que los avatares políticos lo obligaban a
marcharse del país. Apasionada y romántica, ella le dio
Una Flor Blanca en el Cardal Página 125
como recuerdo un guardapelo que contenía un retrato suyo,
y un rizo de su cabellera.
Entendiendo ahora los singulares aspectos en que se
desarrollaron paralelamente las vidas de estos personajes,
Lincoln R. Maiztegui Casas busca con su relato,
descomponer el sentimentalismo de la trama de aquella
época, y la historia adquiere ribetes de romántica leyenda, o
de un desmelenado melodrama, de aquellos que escribieron
las hermanas Bronté, o narrara para el cine el grandioso
William Wyler.
Volviendo a los hechos, la historia registra que el Dr.
Carlos Jerónimo Villademoros enviudó de su primera
esposa, a principios de la década de 1840, y ni Apolant ni
Goldaracena informan sobre la fecha exacta del deceso.
Como consecuencia de la soledad de su infortunio, el
2 de junio de 1844, se casó en segundas nupcias con Elisa
Maturana. Ese día, la boda tuvo como padrinos al General
Manuel Oribe y a su esposa-sobrina, Agustina Contucci.
Antes, vale la pena resaltar que, en aquel tiempo, se
comentaba que el noviazgo entre Juan Carlos y Elisa nunca
había llegado a ser bien visto por don Felipe Maturana, el
cual, por diversas razones, pero la principal entre ellas, eran
las de índole política. Por ese motivo, afirman que cuando
Una Flor Blanca en el Cardal Página 126
en 1843 Gómez se marchó del Uruguay para radicarse en
Chile, no se sabe llevado porque tipo de influencias
paralelas, el padre aprobó de inmediato el matrimonio de su
hija con Villademoros.
Se ha dicho también que Oribe tomó partido del
asunto, y por su preponderancia, terminó presionando a su
Edecán Juan Carlos, para con la partida, favorecer de vez
las intenciones de su Canciller, y que Elisa se casó casi por
la fuerza, contra su voluntad.
Con todo, Luis Bonavita afirma en sus relatos, que
ella:
“llegó al altar bajo la presión materna, y una
vez arrodillada en la grada, puso su pequeña
mano, en cuyo hueco ardía aún la brasa del
último beso desesperado de Juan Carlos
Gómez, en la del Ministro don Carlos
Villademoros a quien no quería, y apenas
estimaba”.
La versión que se ha difundido, tiene como base el
persistente celibato de Juan Carlos Gómez, quien, al
parecer, nunca pudo recuperarse de aquel amor de juventud.
Y, desde luego, por la prematura muerte de Elisa, quien
Una Flor Blanca en el Cardal Página 127
falleció en 1846 después de perder dos hijos, cuando tenía
apenas 23 años de edad.
Pero la otra parte de la misma –el matrimonio
desdichado–, no parece tener otra realidad que la fortuna
adversa –la muerte de dos infantes, y la de la propia esposa
en la flor de su juventud–.
No en tanto, no hay constancia de que Villademoros
se haya aprovechado –lo que hubiera sido una actitud vil–,
de su influencia política para conquistar el amor de la
muchacha, ni los testimonios de los supervivientes
confirman que se tratase de una unión mal avenida o
desdichada.
Por el contrario, las hijas del Canciller de Oribe con
su primera esposa, Carolina y Micaela, adoraban –según
testimonio de la familia de Vedia, uno de cuyos miembros
más ilustres, Agustín, fue esposo de Carolina-, a su
madrastra, a la que llamaban “mamita Elisa”.
Por otra parte, y sin menospreciar su dolor por el amor
perdido, Juan Carlos Gómez tuvo más tarde, y a lo largo de
toda su existencia, una vida sentimental variada e intensa, e
incluso, al menos dos hijos naturales, entre ellos una niña a
quien puso por nombre Elisa.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 128
La leyenda de la virgen obligada a casarse con quien
no quería, como la infortunada Lucia Ashton de la novela
de sir Walter Scott y la ópera Lucia di Lammermoor, de
Gaetano Donizetti, tiene una indudable sugestión romántica;
pero parece ser solo eso, una leyenda romántica.
Fuente: El Observador, de Montevideo.
La Influencia del Mentor
No es posible dejar pasar por alto la influencia que
Carlos Anaya ejerció sobre el futuro político de su ahijado,
Carlos Jerónimo Villademoros, sin saber quién era él, y
porque surcos él transitó en nuestra política.
Carlos Anaya y López Camelo, -nombre pomposo y
sonoro-, había nacido en San Pedro, Buenos Aires, el 4 de
noviembre de 1777, viniendo a fallecer en Montevideo, el
18 de junio de 1862.
Ya treintañero, fue un Soldado de la Independencia,
Secretario de Gobierno de Lavalleja, Senador y después
Presidente del Senado. De sus andanzas por la Banda
Oriental, nos ha quedado la imagen de un brillante militar,
excelente historiador y dedicado político uruguayo, mismo
Una Flor Blanca en el Cardal Página 129
siendo de origen argentino. Posteriormente al periodo pos
constitución uruguaya, fue Presidente de nuestra República
(cargo interino), entre 1834 y 1835.
No hay registros que indiquen porque motivos, en
1797, se rayó de vez a la Banda Oriental. Pero una vez aquí
radicado, adhirió al levantamiento de 1811 y a José
Gervasio Artigas, a la llanura mayor del cual llegó a figurar,
y también participar de la administración de la Provincia
Oriental Autónoma (1815-1817).
Cuando fue tomado prisionero durante la ocupación
portuguesa, pero pronto fue liberado y se dedicó a
actividades comerciales, sin dejar de lado sus ínfulas
independentistas, ya que incluso en 1825, apoyó la Cruzada
Libertadora de Juan Antonio Lavalleja. Sus ínfulas
anárquicas lo llamaban a participar de las acciones
libertadoras de nuestro territorio.
En ese ínterin, le cupo a él, el honor de ser el autor del
texto de la Declaratoria de la Independencia de la República
Oriental de la Uruguay, contenido elaborado el 25 de agosto
de 1825, puesto que fue parto de la Asamblea de la Florida.
A posterior, fue Senador desde 1832 a 1838, y ejerció
el Poder Ejecutivo -de forma interina-, entre el acabamiento
del periodo de Fructuoso Rivera, el 24 de octubre de 1834,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 130
y la elección de Manuel Oribe, en 1 de marzo de 1835.
Cuando el General Oribe tuvo que salir a enfrentar a Rivera,
Anaya, en su calidad de Presidente del Senado, ocupó
interinamente la Presidencia.
Como muchas de sus colaboraciones en la
construcción de nuestra historia, nos deja la creación de los
departamentos de Salto y Tacuarembó, y el propulsor de la
fundación de la Villa del Cerro. Entre más, nos consta su
fervoroso apoyó al General Oribe durante su presidencia y
después durante la Guerra Grande (1838-1852).
Cansado y viejo, después de 1851 no tuvo ninguna
otra actuación de destaque, y terminó retirándose de la
escena política, no en tanto, asegurándose antes de que su
ahijado mantuviese una estrecha vinculación con el señor
sitiador.
El Emblemático Ministro
Manuel Herrera y Obes, otra de las flores que
surgieron en las sombras del Cardal, nació en Montevideo
en 1806, viniendo a fallecer, en 1890. Durante su intensa
vida pública, fue un sagaz político que ocupó varios cargos
Una Flor Blanca en el Cardal Página 131
de destaque en los diversos gobiernos de su tiempo, y
terminó siendo un reconocido diplomático uruguayo.
Al tomar inclinación por las divisas partidarias, optó
por pertenecer al Partido Colorado, llegando a ser uno de
los prohombres de dicho partido, y uno de los principales
dirigentes del Gobierno de la Defensa durante los años de la
Guerra Grande.
Hijo de don Nicolás de Herrera y de doña
Consolación Obes, y a la postre padre de Julio Herrera y
Obes, también formó parte de la corriente familiar colorada
de apellido Herrera, cuya trayectoria ya completa un siglo y
medio de la historia uruguaya. Desde su juventud se vinculó
al liderazgo ejercido por el General Fructuoso Rivera.
Manuel Herrera y Obes también fue un auténtico
hombre de letras, considerado por la crítica, como un típico
representante de los “doctores”. Estudió leyes y comenzó a
actuar activamente en política durante el periodo de la
Guerra Grande (1843-1851), apoyado en sus vastos
conocimientos constitucionales, y en el prestigio de sus
apellidos.
No es por acaso que fue Juez de Comercio y
Hacienda, y destacado miembro de la Asamblea de
Notables y del Consejo de Estado.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 132
Cuando el Presidente Joaquín Suárez asumió
nuevamente la gobernación del país sitiado, le nombró
Ministro de Relaciones Exteriores. Aquellos eran tiempos
difíciles, en los que la intervención europea había permitido
la subsistencia del Montevideo colorado y unitario, que se
veía amenazaba con un abrupto final y por las autoridades
gubernamentales en desairada posición.
La gestión de Manuel Herrera fue, en esos días, de
fundamental importancia; participó de manera directa en la
detención y expulsión de Fructuoso Rivera, su antiguo
modelo y protector, lo que motivó una amarga queja escrita
del caudillo, y también en el desarrollo de una nueva
estrategia orientada a ganar la Guerra Grande, la cual fue
basada en la “política americana”: y en vez de depender de
Francia y Gran Bretaña, procuró el apoyo de las fuerzas
políticas del continente, hostiles a Juan Manuel de Rosas y a
sus proyectos expansivos.
En su momento, estimó que la fidelidad del caudillo
entrerriano Justo José de Urquiza al “Restaurador” Rosas,
era débil, y por ese motivo realizó gestiones para lograr su
cambio de actitud. Al mismo tiempo, envió a Brasil, como
Ministro Diplomático, al escritor Andrés Lamas, con el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 133
expreso propósito de lograr una participación del país en la
guerra del Río de la Plata.
Esta política obtuvo el más rotundo éxito: Urquiza
rompió con Rosas en 1851, e invadió Uruguay para forzar el
levantamiento del sitio y la desaparición política de Manuel
Oribe. Consecuentemente, acudiendo al pedido inicial, el
gobierno de Brasil envió una fuerza armada a Uruguay, pero
este apoyo no fue gratis y costó la firma de los ya
mencionados tratados de 1851, y la pérdida de cualquier
derecho de reclamación sobre el territorio de las Misiones
Orientales, además de otras servidumbres.
Demás esta repetir nuevamente que el Gobierno de la
Defensa ganó la guerra, pese a que el tratado de paz del 8 de
octubre adoptó la fórmula que expresaba que “no hubo ni
vencidos ni vencedores”.
Un poco antes de finalizar esa prolongada contienda,
en el año 1850, Manuel Herrera sucedió a Lorenzo Antonio
Fernández en el rectorado de la Universidad de la
República, cargo que desempeñó hasta 1852, y
posteriormente lo asumió para un nuevo período entre 1854
y 1859. Fue en agosto de 1851, que se le concedió el título
de doctor en Derecho.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 134
Tras finalizar la Guerra Grande y durante la
presidencia de Juan Francisco Giró, fue nombrado Ministro
de Hacienda y se dimitió del puesto en septiembre de 1853,
después de la renuncia del Presidente y la asunción de lo
que él llamó de: “el anticonstitucional triunvirato formado
por Fructuoso Rivera, Juan Antonio Lavalleja y Venancio
Flores”.
Posteriormente, al ser designado éste último como
presidente constitucional por el resto de la legislatura del
malogrado triunvirato, Venancio Flores le ofreció a Manuel
Herrera integrar el Tribunal de Justicia, pero él rehusó ante
la falta de garantías legales que ese gobierno ofrecía.
Sin embargo, no le tremió el ánimo al aceptar ser el
Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores en el fugaz
gobierno golpista presidido por Luis Lamas, surgido tras la
rebelión de los Conservadores de 1855, lo que lo
desprestigió fuertemente.
En 1863 fue electo Senador y actuó como “fusionista”
durante los gobierno de Gabriel Antonio Pereira y Bernardo
Prudencio Berro, con quien sostuvo una polémica
periodística de altura, sobre los caminos a seguir por
Uruguay.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 135
Al producirse en el año 1865 la victoria de la
Revolución de Venancio Flores, iniciada en 1863, éste le
nombró miembro de la Comisión Revisora del Código de
Comercio en 1865 y del CC en 1867.
Más tarde, fue por dos veces Ministro de Relaciones
Exteriores con el Presidente Lorenzo Batlle, y realizó
infructuosas gestiones de pacificación con los líderes
blancos de la “Revolución de las Lanzas” ocurrida de 1870
a 1872.
En esos ires y venires de la política de aquellos
tiempos, mantuvo buenas relaciones con los gobiernos del
periodo del “militarismo”, y por ese motivo, el Presidente
Máximo Santos le ofreció nuevamente el cargo de Ministro
de Relaciones Exteriores, que él rehusó inicialmente y
terminó por aceptar.
Sin embargo, luego es designado como primer
Presidente del Partido Colorado y volvió a ser electo
Senador en 1887. Cuando fallece en 1890, su hijo Julio
Herrera y Obes, ocupaba la presidencia del Uruguay.
La Misteriosa Fragata Inglesa
Miguel, hijo bastardo de Jorge Hannover, se embarcó
hacia el Río de la Plata. Tal vez en éste río, tal vez haya sido
Una Flor Blanca en el Cardal Página 136
en el Támesis un poco antes de su partida, que él se habría
desecho de algunos papeles y cierto anillo. Había sido un
recuerdo doloroso y romántico para su madre. Desdeñó que
fueran para él, un testimonio de su vínculo con el hombre
que esperaba un día ser Jorge IV de Inglaterra.
Era 1808, precisamente el 24 de mayo, y Miguel
Hines había cumplido 18 años. A partir de ahora, ya nada
acreditaba su origen. Desembarcó en otro mundo y otra
historia. Las invasiones a Buenos Aires, al mando del
almirante Popham, habían ocurrido un par de años antes.
Miguel vivió sus consecuencias sin tomar partido a favor de
los ingleses. No se consideraba unido a ellos por ningún
lazo.
Creó otros. Fundó una familia casándose con una
criolla, María González. Sus hijos tuvieron los ojos oscuros
de María y no los azules de él. De temperamento jovial, su
trato era cordial y alegre, y dado a la amistad. En su hogar
se hablaba castellano, y tampoco se probaba el té. Sólo un
recuerdo aceptó de Inglaterra: un 24 de diciembre, su casa
sita en la calle Defensa, frente a la plaza, cerca de la iglesia
de San Pedro Telmo, se iluminó, y tras las rejas de las
ventanas abiertas a la noche porteña, se pudieron observar
Una Flor Blanca en el Cardal Página 137
un centenar de velitas titilando sobre el que fue el primer
árbol de Navidad que se encendió en el Río de la Plata.
Sus negocios lo llevaron a instalarse en Colonia del
Sacramento, en la Banda Oriental. Vecino bien querido, fue
elegido alcalde de esa ciudad que hoy, pasado un siglo y
medio, en el Casco Viejo de esa ciudad, aún se guarda el
aire de entonces. Conoció las casas de piedra, las calles que
bajan hasta el río, las lentas puestas de sol sobre el horizonte
de plata, las tallas portuguesas de la iglesia, que allí están,
todavía.
Andando el tiempo, una de sus hijas se casó con el
poeta Carlos Guido y Spano. Otra con don Norberto
Larravide. Su hijo mayor, Miguel José, fue un aceptable
músico: su ceguera de nacimiento acentuó sensibilidad y
condiciones que dedicó al piano. El gusto por la música
resultó tan hereditario en la familia, como el amor a los
viajes y al mar.
Hines cruzaba con frecuencia a Buenos Aires. Una
vez, fue reconocido allí por un amigo de su primera
juventud. Hablaron acerca de la delicada situación de
Inglaterra. Uno de ellos mencionó derechos,
responsabilidades. Otro rogó olvido y silencio. Ese mismo
uno, no prestó atención al énfasis con que, al despedirse, su
Una Flor Blanca en el Cardal Página 138
amigo se dirigió a él con el protocolar Highness. Un apretón
de manos fue lo último que los unió. Posteriormente, ambos
siguieron sus rumbos.
Dicen que el destino de un hombre viaja en los
mismos barcos en los que pretende esquivarlo. Jorge IV
vivió la prolongada ancianidad de su padre esperando ser
rey un día. Lo fue -él mismo- por poco tiempo. Murió en
agosto de 1830. Carlota, la única hija de su desamorado
matrimonio con Carolina de Brunswick había muerto, un
poco antes. No dejó herederos directos para el trono de
Inglaterra. En aquella longincua tierra, la línea sucesoria
pronto serpenteó entre hermanos y sobrinos.
No obstante, en esta parte del mundo, según dicen,
una fragata fantasmal fondeó frente a Colonia. Una noche,
Miguel Hines recibió extrañas visitas. Y una insólita muerte
se lo llevó. Cuando amaneció, la fragata ya había levantado
anclas y surcaba silenciosa el río de plata. Al buscar
culpables, el crimen se atribuyó a dos soldados del Ejército
del General Manuel Oribe. En ese entonces, no era
desconocida de nadie la simpatía del inglés, por los
unitarios opuestos a Rosas, el cofrade de Oribe.
¿La muerte llama en el lenguaje del que un hombre
quiere olvidarse? ¿En el que elige vivir? ¿En el que sueña?
Una Flor Blanca en el Cardal Página 139
Hines vivió muchas vidas... Concluyeron todas con una sola
bala, en una mínima ciudad del suroeste de la Banda
Oriental.
Norberto Larravide, su yerno, inmediatamente exhortó
justicia. Demandaba por la verdad, que es tan difícil. El
caudillo Manuel Oribe, presumiendo quiénes podían ser los
asesinos, los detuvo. Mucho debía Oribe a Larravide como
para desatender su demanda. Determinado, se apuró en
asegurarle que no quedarían asesinos sueltos que pudieran
alardear del crimen:
-“Están presos. Se los fusilará mañana”, -le confirmó
el General, al mismo tiempo que ordenaba un pelotón para
el amanecer.
María González, la esposa del fallecido,
contradiciendo la solicitación del marido de su hija, prefirió
escribirle al General:
Colonia del Sacramento, 22 de agosto, 1843
A Don Manuel Oribe, en propias manos.
No le agradezco, Oribe, su orden. No calma mi
pena por la muerte de Miguel. La aumenta con
el sentimiento de causar más dolor y a usted la
pérdida de dos de sus soldados.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 140
Tal vez, a fuerza de batallas, usted le da a la
muerte valor de intercambio, para conseguir
algo. Las mujeres, que siempre sentimos a los
hombres como hijos o como novios o como
hermanos, vemos a cada uno tan valioso que no
puede trocarse por nada. Ni por una victoria
más ni por un enemigo menos.
Miguel ha muerto. Privado está de la vida -que
tan bien usaba- y yo privada de él. Ahora es así.
Tengo que aprender a vivir sin su presencia.
Las venganzas no ayudan: ni pensar en ellas ni
cometerlas. De nada resarcen.
Es cierto que además del dolor, a todos en casa
nos ha dado miedo su asesinato. Miedo, como
dan los misterios. Era querido y bueno. Y lo han
matado. Pero no se nos pasará el miedo ni el
dolor porque usted mande fusilar a esos dos
hombres.
Tal vez, ni siquiera lo asesinaron ellos. La
noche del crimen se vio una fragata inglesa, me
han dicho, fondeada cerca del puerto. Al
amanecer ya no estaba. Eso es parte también
del misterio y del miedo.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 141
Sé que usted interviene en esta aflicción de mi
familia a instancias de Norberto. Conozco la
amistad que lo une a mi yerno. No se deje
obligar por ese afecto. Norberto demanda
justicia por la muerte de mi marido. Yo lo
excuso, general, de pretenderla. Matar es sólo
un miedo hacia algo que pretendemos suprimir;
pero nunca la justicia acompaña a la muerte ni
hay justicia que la repare.
Muertos, sus hombres quedarían -según este
último renglón escrito de sus vidas- signados
como criminales. Vivos podrán hacer algo que
los redima, si lo fueron. Escúcheme, aunque
ellos fueran los asesinos -que no lo sé- me basta
perdonarlos.
Deles esa oportunidad, don Manuel. No los
fusile.
María Hines
Sin embargo, mismo después de la carta haber llegado
a manos del General, al rayar el sol, se escucharon de lejos
los disparos del pelotón de fusilamiento.
Retrocediendo a lo sucedido el 12 de agosto de 1843,
de repente nos encontramos en el paisaje de Colonia, en la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 142
Banda Oriental: hondonadas, montes. Noche verdosa y
negra, con enorme luna y con silencio más enorme aun. Esa
noche brilla en el cielo el puñal de los troveros.
A lo lejos, el galope de un caballo recorre el paisaje.
Burdel de campo. Patio, parral, aljibe, bajo la luna llena.
Ventanas de un amplio rancho, se notan pobremente
iluminadas. Hay gente adentro. No se escuchan voces. Sólo
grillos.
Sale del rancho un hombre, que es Manuel Oribe, el
defensor de las leyes.
Lo despide una mujer que tiene un raro broche de
plata en el escote. Oribe monta. Parte al galope. El mismo
galopar, ahora un trote, se acerca. Se detiene junto al
quilombo. Llega Miguel Hines.
Vista del interior: primeros planos de caras de
hombres y mujeres. Ni un sonido. Cuando el inglés abre la
puerta se oyen los acordes de una milonga (ostensiblemente,
ya empezada). Una vieja ve a Hines, le hace una seña de
asentimiento, y se va a buscar a Joaquina.
Aparece Joaquina. Quedan borradas las otras caras.
Vale su sonrisa. Y la de él. Joaquina y Hines entran a una
habitación. Él le desprende el broche de su blusa.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 143
Joaquina murmura algunas palabras de amor en
portugués. En el cielo pálido la luna se vuelve transparente.
Al amanecer, Hines monta a caballo. Antes, acaricia
el pelo de la mujer de pie a su lado. El gringo gira el
caballo. Pasa la tranquera. Emprende un trote largo. El sol
al rojo blanco traspasa la neblina de la madrugada.
Forasteros que esperaban a Hines cerca de su casa, se
le acercan. Lo saludan respetuosos en aquel idioma que él
ya no usaba. Los hace pasar a su escritorio. Les da la
espalda para servir vasos de bienvenida. Cuando se da
vuelta hacia ellos, un disparo le traspasa el pecho. (Música,
trunca).
Los ingleses quedan de pie unos minutos, como
atestiguando la muerte del hombre, a quien no vuelven a
tocar. Y del que, parece, les costara alejarse. Se van,
envueltos en sus capas, protegidos por la bruma.
Llegan lentamente dos soldados de Oribe, de poncho.
Atan los caballos a un árbol. Se acercan a la casa, cuchillo
en mano. Vichan sigilosos, primero por una ventana,
después a través de otra. Ven al muerto. Se miran,
extrañados: no hay que hacer. Guardan los cuchillos.
Montan. Se van, al paso.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 144
En la bahía, marineros ajenos a los conflictos de
tierra, sólo preocupados por el viento, levan anclas…
Vale recordar que en 1813, la Junta de Buenos Aires
rechazó las Instrucciones de José Gervasio Artigas
presentadas por los diputados Orientales. Al año siguiente
(1814), se produce el Éxodo de los Orientales, dejando todo,
siguiendo a Artigas hasta el Ayuí.
En 1817, la Banda Oriental, entregada por la Junta
porteña a la dominación portuguesa, pasó a llamarse
Provincia Cisplatina. Ahora esa tierra dependía del Brasil.
El 25 de agosto 1825, cuando de firma la “Ley de
Independencia” de la Banda Oriental, se declararon “nulos
los vínculos con cualquier reino”, y seguida por la “Ley de
unión” a las otras provincias. El Gobierno argentino aceptó
el compromiso. Entraron al Congreso argentino diputados
Orientales. El canciller de Rivadavia, Manuel José García
fue a firmar la paz con Brasil y... volvió a entregar la Banda
Oriental.
Como consecuencia, renunció Rivadavia. Cuando
Dorrego asumió el poder abogó por la traída y llevada
Banda Oriental, para que recuperara su autonomía-federal.
El ministro inglés, Ponsomby, propuso (mediando entre
Argentina y Brasil... y en pro de sus propios intereses
Una Flor Blanca en el Cardal Página 145
comerciales), que la Banda Oriental fuera “una especie de
estado independiente”. En diciembre de 1827, Ponsomby
escribió a Dudley Ward: “Veré con placer la caída de
Dorrego”.
En el año 1828, comienzan las presiones inglesas.
Canning avisa de forma enfática: “Si Brasil no devuelve la
Banda Oriental a Buenos Aires, Inglaterra se le declarará en
contra”. Ese mismo año Ponsomby escribe a Londres: “Ya
puede moverse aquí como le plazca”. En diciembre: Lavalle
asesinó a Dorrego.
Sin embargo, del otro lado de océano también
ocurrían cosas ininteligibles. Jorge III, el primero de los
Hannover que nació en Inglaterra, fue rey de los ingleses
desde 1760 a 1820. Al mayor de sus hijos, Jorge IV, le tocó
en suerte vivir como príncipe largo tiempo. De joven, fue
alumno del brillante Georg Lichtemberg en la universidad
de Gotinga, sin mayor provecho. Después, vivió en la
seguridad de un día ser rey, pero sólo lo fue de 1820 al 30.
Carlota fue hija de Jorge IV y Carolina de Brunswick.
Murió al poco tiempo de casada, sin hijos. Su marido fue
Leopoldo de Sajonia-Coburgo, hermano de su tía María
Luisa Victoria. Leopoldo, más tarde ascendió al trono de
Bélgica, en 1831, siendo su primer rey. Al morir Jorge IV,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 146
lo sucedió su hermano, Guillermo, duque de Clarence. Los
hijos de Guillermo IV murieron en la infancia.
Eduardo, duque de Kent, tenía seis meses cuando
murió su padre, Jorge III. Este príncipe se casó con María
Luisa Victoria de Sajonia-Coburgo. La hija de ambos,
Victoria, recibió la corona a los dieciocho años -en 1837- y
el siglo siguiente la encontró aún Reina de Inglaterra. Murió
en 1901, de muerte natural. Tal vez ignoró siempre que tuvo
un tío lejano y novelesco, que se llamó Miguel Hines, o
Highness.
Por lo hasta aquí visto, detrás de las novelescas
intrigas misteriosas que envolvieron a ciertos protagonistas,
del mismo modo, se puede notar que siempre merodearon
los nombres de los amigos de aquellos que peleaban por
llevar adelante sus ideales.
En verdad, se podría afirmar que las amistades y los
favores tempranos que fueron sembrados en los surcos de
los ideales, posteriormente germinaron y estrecharon
vínculos de todo tipo de ambiciones.
Una Religiosa Tenacidad
En el distante 6 de mayo de 1811, nacía Domingo
Ereño y Larrea, en el Señorío de Vizcaya, una pequeña
Una Flor Blanca en el Cardal Página 147
ciudad de Lemona, al norte de España. Sin aun saber lo que
le depararía su destino, a los 16 años de edad ya vestía el
hábito de carmelita y, en 1842, a raíz de la conturbada
situación española durante la guerra carlista, finalmente
llega al Uruguay.
A su arribada, por sus anteriores conocimientos, le es
ofrecido el cargo de Teniente Cura de la Iglesia del Cordón.
Sin embargo, el tercer sitio de Montevideo por parte de
Oribe y el comienzo de la guerra civil, irían marcar el
destino de éste eclesiástico hombre por estas latitudes.
De inmediato, las relaciones del emblemático General
José María Paz, jefe de la plaza montevideana con el cura
Ereño, comenzaron a tornarse cada vez más conflictivas y
llegaron al punto del sacerdote venir a ser encarcelado.
Finalmente, autorizado a salir de la ciudad, Ereño consigue
del Vicario Larrañaga su traslado a la capilla del Cardal, un
paraje que muy pronto se conocería como pueblo
Restauración, y por último, denominado como Villa de la
Unión, el primer barrio capitalino.
Todo se precipitó el día 7 de febrero de 1843, cuando
la capilla del Carmen la Mayor, hoy Iglesia del Cordón,
cerró sus puertas porque, según consta en los registros,
amenazaba caerse por ser vieja, mismo que aun no tuviese
Una Flor Blanca en el Cardal Página 148
40 años de construida. Solamente volvió a reabrir sus
puertas en enero de 1847. Mientras tanto, toda la gala y
atavíos allí existentes en aquella fecha, tuvieron que ser
trasladados para la Capilla de Dolores del Reducto. En esa
iglesia del Cordón, además del párroco, se encontraba el
Teniente cura recién venido de Vizcaya.
Sin embargo, en esos momentos, en el horizonte
montevideano ya se divisaban oscuras nubes de una
tormenta, más bien política que climática, por eso, cuando
cerró su iglesia, el cura Ereño se marchó decidido al
entonces pueblo del Cardal. Llevaba en su bolsillo una
autorización que le fuera dada por nada menos que el
Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Vicario Apostólico de
Montevideo (I. y R. S. V. de M.), así mismo, señalado con
cinco mayúsculas delante del nombre del padre Larrañaga.
Cabe preguntarnos: ¿Sería este digno Vicario de
Cristo, un visionario de los conturbados días postreros, y
antevió la necesidad de poseer un apostolado de Dios con
tamaño currículo, hincado en el futuro lugar de los hechos?
No lo sabemos, pero al conocer su historia, todo nos lleva a
creer ciertamente que sí.
Ereño, a su arribo en el caserío del Cardal, era
portador de una credencial que lo cristianizaba para ser el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 149
primer cura de ese paupérrimo paraje de ranchos de terrón y
paja; una cédula que le daba aquiescencia para oficiar sus
servicios en la “Capilla de la Mauricia”, la que no ha mucho
había sido erguida en el paraje de los Olivos.
No demoró un profuso tiempo allí, porque el día 16 de
febrero, el General Manuel Oribe, con 21 cañonazos, daba
inicio al asedio a la fortificación de Montevideo. Empezaba
el largo sitio.
Cuando el General llegó con la tropa, luego se asentó
en el Cerrito, un lugar que para él, representaba evocaciones
de anteriores epopeyas bélicas independentistas; sin
embargo, ahora, en su retorno, la soldadesca no se avino a la
soledad. Fue a partir de entonces que el nuevo cura pasa a
participar activamente en la asistencia a los heridos y en
sostener espiritualmente a los hombres de Oribe.
Cuentan los registros que, a continuación de la llegada
de las hordas sitiadoras, y contando con la bendición del
cura Domingo Ereño, que por algún tipo de influencia
Divina se encontró de vez en el lugar de los hechos y
comenzaba a cumplir su mandato pastoral al comenzar la
Guerra Grande, pronto se comenzaron a realizar uniones
matrimoniales en esa misérrima capilla del Cardal, que no
tenia libros, ni disponía de ornamentos para la celebración
Una Flor Blanca en el Cardal Página 150
de los oficios divinos, debiendo hacerse las anotaciones de
bautismos, casamientos y entierros, en simples “cartapacios
borradores”.
No en tanto, las otras uniones de parejas que el cura
no llegó a bendecir, de igual forma formaron una legión de
almas ilegítimas que pronto fueron multiplicándose
desorganizadamente en las tierras del Cardal.
Unos de los primeros bautizados que este cura realizó
en su nuevo puesto eclesiástico, fue el de su sobrino
Domingo, el día 22 de mayo, hijo de su hermana Carmen y
de Pedro Aramburú; un niño que más tarde habría de dejar
hondos recuerdos en los estrados judiciales del país.
Durante los años siguientes, las tareas canónicas del
cura fueron desempeñadas entre el clamor de algunas
batallas y el esparcido tronar de cañones que, poco o ningún
malestar causaba entre la tropa y en los cada vez más
pueblerinos que se iban asentando en ese reducto de
serenidad de la villa del Cardal.
El crecimiento era vertiginoso, y a fines de 1846, el
nuevo poblado que convinieron llamar de “Villa de la
Restauración”, ya había sido tomado por un importante
núcleo de viviendas. Ahora, ya contaba con comisaria,
dirigida por José Visillac, y un Juzgado de Paz, tutelado por
Una Flor Blanca en el Cardal Página 151
Francisco Farías. También poseía una oficina de correos,
donde se expedían los sellados del Sitio. Al final de cuentas,
el pueblo era la otra capital del país.
Hasta el año 1849, el poblado fue creciendo
incesantemente siempre en el mayor desorden, donde los
ranchos eran erguidos sin alineación alguna. Pero
finalmente apareció el ingeniero Don José María Reyes que,
por expresa delegación de don Bernardo Prudencio Berro, el
Presidente legal de la horda sitiadora, reunió al vecindario
pidiéndoles consentimiento para abrir calles sobre sus
tierras, cortando cercos y empalizadas. Obtenida la
concordancia, levantó enseguida su plano topográfico.
Como consecuencia de éste procedimiento, terminó
por delinearse el nuevo pueblo y, los propietarios del lugar,
satisfechos, pronto vendieron sus tierras. A partir de ese
punto, los nuevos y antiguos dueños pudieron edificar sus
poblaciones sobre los terrenos que habían sido mensurados.
Este movimiento coincidió, en el mes de febrero del mismo
año, con la llegada desde Montevideo, de don Vicente
Mayol y don Antonio Fontigibell. Ellos fueron los
verdaderos arquitectos que, en menos de un año, terminaron
por transformar la cara del pueblo de la Restauración.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 152
En el plano que había sido delineado, había quedado
un espacio libre. Sería, en la visión de Reyes, la plaza de la
Villa. La calle principal, de 30 varas de ancho, luego se
convirtió en un macizo núcleo de edificación urbana, antes
mismo que los señores Sota y Ribas lo sitúen como siendo
éste, el año del nacimiento del barrio de la “Unión”.
Fue en ese entonces, que se convino llamar de “Calle
Real”, a la hoy nombrada Av. 8 de Octubre.
El decreto de bautismo de esta urbe, finalmente un día
llegó, y el 24 del mes de mayo, redactado y escrito en el
Saladero de los Fariña, que quedaba frente al campo de los
Olivos, fue firmado por Oribe y por Berro, decretándose
que:
“Queda erigida en pueblo, con el nombre de la
Restauración, la nueva población formada en el
Cardal”.
Al iniciar el año de 1850, lo que otrora había sido
planeado como la plaza principal del pueblo, ya se
encontraba flanqueada, de un lado por el colegio, y del otro,
por la nueva Iglesia. No en tanto, la sustitución total y
rapidísima de un pueblo que había nacido en las cercanías
del campamento, por otro, fue un hecho por demás
interesante para ser apreciado.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 153
La demolición del rancherío que estaba fuera de línea,
no fue sin embargo, cosa de días, ni tan fulminante así, pero
al fin fue desapareciendo la primitiva aldea de barro, dando
lugar a edificaciones de material, y de azoteas. Ese
crecimiento brusco en los tres últimos años de la guerra, fue
narrado por don Cayetano Ribas, que así tan bien lo
describe en una crónica aparecida en el periódico “El Siglo”
en mayo-junio del 67, bajo la firma de “Progresista”.
Volviendo a lo principal del tema y a los quehaceres
eclesiásticos, el convincente y persuasivo cura Ereño, en
Septiembre de 1849, descubriendo la importancia que
tomaba cuenta del lugar y, presintiendo que estaba en la
hora de llevar adelante sus sueños, y los de otros, logró
erguir la iglesia de San Agustín, permitiéndose cimentarla
en el terreno que había sido donado por don Tomás
Basáñez, perpetrando en el mismo una construcción que fue
elevada en honor a Agustina Contucci, la esposa-sobrina del
jefe sitiador.
Siendo este cura un hombre de pasiones fuertes, y
elocuente en la hora de recomendar a Dios a quien lo
ayudase a construir su sueño, pronto obtuvo una donación
de 4 mil pesos de uno de sus queridos feligreses, y como si
Una Flor Blanca en el Cardal Página 154
fuese poco, consiguió que el mismo General Oribe
contribuyese mensualmente con algunos pesos.
No satisfecho con el valor de las dádivas de sus
feligreses, por algún motivo que aun no ha sido muy bien
esclarecido, también logró que se destinase a su iglesia, el
rembolso de un tanto por cada piel de animal vacuno y
caballar que se embarcaban por el puerto del Buceo, dársena
exclusiva del gobierno sitiador. Rápidamente las arcas de su
iglesia ya estaban llenas de pesos fuertes y otros metales
preciosos.
Ese mismo mes –allí todo ocurría con mucha prisa-,
se escrituró la plaza, la iglesia y el colegio, por cesión de
parte, y permuta de unas tierras por otras, las que
pertenecían al “salvaje unitario” Juan Miguel Martínez,
antes de que se llevara a efecto el confisco por el gobierno
del Cerrito.
Es necesario registrar que durante todo el desarrollo
de la erección de su obra apostólica, el cura Ereño jugó el
rol de sobrestante, mayordomo, ecónomo, síndico, tesorero,
recaudador, pagador y contador. A pesar de no llevar libros
de registro, sus apuntes estaban escritos en largas tiras de
papel.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 155
Del mismo modo, aquí cabe acrecentar que los
constructores responsables por erguir la flamante iglesia de
San Agustín, fueron los recién llegados catalanes: Vicente
Mayol y Antonio Fontgibell.
Tan loable esfuerzo no merecía empeño menor, y por
ese motivo, el día 12 de octubre y durante los subsecuentes,
la llegada de cuatro Batallones del Ejército bajo el mando
del Coronel Lasala, dieron significante brillo a los festejos
populares que fueron organizados para la inauguración a
esta iglesia aun sin su torre.
Pero tan memorable agasajo, igualmente requería una
presencia mayor, sin embargo, por encontrarse padeciendo
de un ataque bilioso intestinal, el cual se lo trataba tomando
leche de burra, el General Manuel Oribe no pudo
comparecer a la fiesta, delegando el acto de presidir la
ceremonia, a don Bernardo P. Berro.
En ese día, don Carlos Anaya fue padrino de la iglesia
inaugurada, y a don Pedro Olave le cupo apadrinar las
flamantes campanas.
Las ocurrencias de esa villa también mudaban muy
repentinamente, una de ellas cuenta sobre la petición
firmada en 8 de febrero 1854 por feligreses de la parroquia
de San Agustín, -78 damas locales y 605 caballeros-,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 156
enviada al Coronel Flores, en ejercicio entonces del Poder
Ejecutivo del país pacificado, donde estos deseaban que se
incluyera al cura Domingo Ereño, desterrado político, en el
decreto de amnistía del 27 de enero del mismo año.
Entendían que de esa forma, volvería así la iglesia de la
Unión, a contar con su antiguo pastor, violentamente
sustituido en diciembre de 1853, no por las autoridades
eclesiásticas, sino por quien dirigía el famoso Triunvirato.
No en tanto, el pedido no tuvo andamiento.
Resulta que antes de producirse la muerte de
Monseñor don Lorenzo Fernández en 1854, que había sido
rector de la Universidad, presidente de la Asamblea de
Notables y Vicario Apostólico del Estado, éste dejó
nombrado por escrito, con la anuencia de Gobierno, al padre
Reyna como su sucesor.
Sin embargo, el padre Rivero, que había sido Vicario
de Oribe, presentó un documento que, según consta, lo
nombraba a él como provicario; un manuscrito que, más allá
de desdecir el otro nombramiento, también contaba con la
misma firma del Monseñor Lorenzo Fernández.
Ni corto ni perezoso, el cura Reyna reclamó de su
autenticidad, y existen discusiones en torno del contenido,
ya que éste habría sido llenado por el entusiasta cura
Una Flor Blanca en el Cardal Página 157
Domingo Ereño, sobre una hoja firmada en blanco por el
fallecido Monseñor.
Por causa de este episodio, se puede comprender la
ciclópea fobia con la cual el padre Reyna persiguió
posteriormente al brioso cura-soldado de la Unión, hasta
finalmente conseguir llevar al General Flores, el pedido
para que alejara a su desafecto definitivamente del país.
Observándolo desde otro ángulo, el episodio no deja
de ser una lucha político-partidaria, ya que Lorenzo
Fernández y Reyna eran partidarios de las divisas coloradas,
y contaban con el apoyo del colorado Flores, mientras que
los curas Ereño y Rivero, blancos hasta la médula, no
tuvieron apoyo del General Oribe que, en ese momento, se
encontraba en viaje por Europa. Finalmente, el pleito fue a
parar en Roma, y el papa Pio IX zanjó la dificultad con el
nombramiento de un tercero, José Benito Lamas.
Como vimos, ya finalizada la Guerra Grande,
Venancio Flores finalmente lo destierra, pasando Ereño a
residir en Villaguay (Argentina), y luego en el pueblo de
Concepción del Uruguay, donde contaba con el apoyo del
entonces brioso Urquiza.
Los años y las rijas políticas se siguieron conforme lo
destacamos anteriormente, y hasta alcanzar el año 1861. Por
Una Flor Blanca en el Cardal Página 158
esta época, el cura Ereño andaba ventilando su sotana y sus
ímpetus por la región de Entre Ríos, Argentina,
desempeñándose como párroco de Concepción de Uruguay,
ya que Salto no lo aceptó en su iglesia, lugar al que había
sido designado anteriormente.
En ese momento, éste cura conflictivo alternaba su
devoción religiosa con la delicada y compleja función de ser
el agente político del General Urquiza. Fue con ese empeño,
y ejerciendo con gran habilidad su función política-
episcopal, que se convirtió en el verdadero nexo entre el
Señor de San José (Urquiza), y los suplicantes blancos que
llegaban hasta él por diversos requerimientos, y por ellos
conocer la influencia directa que el cura ejercía junto al
caudillo entrerriano.
Como ya lo registramos y luego lo veremos en
detalles, por ese periodo sobrevino el sanguinario ataque a
Paysandú. En ese episodio, el cura trata por todos los
medios de apoyar a los infortunados blancos, defensores de
esa ciudad, pero el ajustado cerco a que es sometida ésta, le
impide hacerlo.
Siendo el cura un hombre de exaltadas convicciones y
pasiones fuertes, una vez finalizada la batalla, no tuvo
vacilaciones sobre su fe, y el vizcaíno Ereño, en 1866, a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 159
través de su cuñado Pedro M. Aramburu, logra recuperar los
restos del General Leandro Gómez que, descarnados que
habían sido sigilosamente, estaban aun en poder del Dr.
Vicente Mongrell, quién los había retirado de la fosa común
donde fuera sepultado.
Depositados ahora en manos de Ereño, éste los guardó
en la iglesia y no se apartaría más de ellos, recogiéndolos
con devoción por el resto de sus días para darles en la aldea
de Concepción, un cálido descanso final.
Posteriormente, cuando Timoteo Aparicio iniciaba
una nueva revolución en 1870, Buenos Aires cae presa de la
fiebre amarilla. En ese momento, Ereño prestaba allí sus
servicios como voluntario, pero finalmente contrae la
enfermedad y fallece el 23 de marzo de 1871.
Acorralado entre el Rencor y la Insidia
Leandro Gómez llegó al mundo el día 13 de marzo de
1811 en la ciudad de Montevideo, viniendo a fallecer
trágicamente en la ciudad de Paysandú, el día 2 de enero de
1865. Mismo habiendo sido comerciante en su juventud,
posteriormente escogió la carrera militar, y terminó siendo
especialmente conocido, entre varias hazañas, por su
Una Flor Blanca en el Cardal Página 160
heroica defensa de la ciudad de Paysandú en 1864, al
término de la cual fue ejecutado.
Hijo de Roque Gómez, natural de Galicia, y de la
montevideana María Rita Calvo, era el hermano menor del
General Andrés A. Gómez (1798-1877). Tal vez por
influencia de éste, en 1837, por ocasión de la revolución
organizada por Fructuoso Rivera contra el Presidente
Manuel Oribe, se incorporó a las milicias de la capital
(blancas), con el grado de Capitán de Infantería.
Tras la renuncia forzada de Oribe, él pasó a la
Argentina luchando a las órdenes del Presidente depuesto,
actuando en gran parte de la campaña contra Juan Lavalle,
la fase argentina de la Guerra Grande. Tras la derrota y
muerte de Lavalle, participó en la Batalla de Arroyo Grande
como ayudante de campo del General Oribe.
Se hizo notorio al establecerse el “Sitio Grande” de
Montevideo, en 1843, durante el mismo periodo de la
Guerra Grande. Los registros muestran que se estableció
con las fuerzas de Oribe en el Cerrito de la Victoria durante
el Gobierno Paralelo al del Montevideo sitiado. Allí,
Leandro Gómez fue designado como Oficial Ayudante del
General, y ocupando otros cargos en el ejército sitiador de
Montevideo hasta la capitulación del 8 de octubre de 1851.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 161
Tras un tiempo alejado del Ejército, posteriormente se
reincorporó al mismo y fue promovido al grado de Sargento
Mayor en 1858, al año siguiente al de Teniente Coronel, y
finalmente en 1860, al de Coronel de Milicias. En 1861 fue
designado Oficial Mayor del Ministerio de Guerra y
Marina.
En 1863, el General Venancio Flores que, como lo
hemos dicho, había participado en la campaña de Lavalleja
luego del desembarco de los “Treinta y Tres Orientales”, y
actuado en numerosas instancias militares y políticas del
país, y nombrado Presidente de la República por un breve
período; en ese año promovió desde la Argentina, un
alzamiento contra el gobierno del Presidente Bernardo
Prudencio Berro.
El Coronel Leandro Gómez fue entonces destinado
como Adjunto al Estado Mayor del Ejército del Gobierno,
actuando en diversos lugares del territorio uruguayo. En tal
calidad, con el grado de Coronel del Ejército Nacional,
participó en el combate de Las Cañas, ocurrido en el
departamento de Salto, a orillas del arroyo del mismo
nombre, afluente del Arerunguá, que tuvo lugar el 25 de
julio de 1863, integrando las fuerzas gubernistas
comandadas por el General Diego Lamas, las que fueron
Una Flor Blanca en el Cardal Página 162
derrotadas pero lograron retirarse hacia la ciudad de Salto
en una brillante maniobra militar. Gómez fue nombrado
primeramente Comandante Militar de Salto, pero
prontamente fue transferido en el mismo cargo a la ciudad
de Paysandú.
Las fuerzas revolucionarias del General Flores
atacaron Paysandú en 1864, siendo en definitiva rechazados
por el ejército gubernista al mando de Leandro Gómez, en
una acción que motivó que el Gobierno de Montevideo lo
ascendiera a Coronel Mayor y designara a sus soldados
como “beneméritos de la Patria”.
Sin embargo, poco después, en octubre de 1864, el
ejército de Flores volvió a atacar Paysandú, contando esa
vez con el apoyo de la fuerte escuadra brasileña y tropas
argentinas por tierra, estableciendo un jaque que cercó la
ciudad por tierra y por agua.
Dando continuidad a las ocurrencias, el 3 de
diciembre, Flores decide enviar una última exigencia de
rendición, que prontamente fue devuelta por Leandro
Gómez con una lacónica respuesta: “Cuando sucumba”.
Sulfurado con la respuesta, el 6 de diciembre de 1864,
al despuntar las primeras luces de la aurora, la artillería de
Venancio Flores comienza el bombardeo de la ciudad de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 163
Paysandú. A continuación, la Escuadra brasileña se suma al
ataque desde los buques Belmonte, Araguay y Paranahyba.
Era el preámbulo del ataque a la plaza, que se produjo
minutos después. Ante la precariedad de la situación,
Leandro Gómez ordenó que la banda de música ejecutara
marchas militares, mientras, determinado, él recorría las
calles a caballo.
Cuentan que en el primer día de hostilidades, cayeron
sobre Paysandú, más de 700 bombas y granadas. Sin
embargo, las fuerzas de Flores, a las que se habían sumado
un cuerpo de tropa de desembarco brasileño de 300
hombres, no culminó con éxito el avance dirigido sobre las
trincheras del sur.
El 9 de diciembre de 1864, Leandro Gómez envía una
carta al Padre Ereño, el que todo lo acompañaba afligido
desde Concepción del Uruguay, y en ella le escribe:
“El combate sigue, antes de rendirme, he
resuelto hacer volar Paysandú”.
En los días consecuentes, sigue el bombardeo sobre la
ciudad. En una pausa del combate, se produce la evacuación
de las familias Orientales y extranjeras que aun no habían
abandonado la plaza, enviándolas hacia las islas del Río
Uruguay. No obstante, mismo estando bajo una gran
Una Flor Blanca en el Cardal Página 164
amenaza, muchas familias decidieron correr la suerte de los
suyos permaneciendo en la ciudad; tal el caso de la viuda
del Dr. Berenguell, y sus hijas, que colaboraban en el
hospital de sangre instalado en la escuela pública.
Cuando amaneció el soleado día 10 de diciembre de
1864, Leandro Gómez envía una nota al Presidente Aguirre,
relatando su determinación de forma lacónica:
“Si la pólvora se nos acaba, las lanzas y
bayonetas están aguzadas, las espadas y facones
cortan y entonces el combate será cuerpo a
cuerpo, pero Paysandú, convertido ya en ruinas,
no se rinde; tal es mi voluntad y la de todos éstos
orgullosos y bravos orientales que me rodean,
cuyo valor se reanima mil veces contemplando el
pabellón de la Patria que tremola en los edificios
más altos de la ciudad”.
La escuadra brasileña continuó bombardeando
incesantemente la ciudad con sus piezas artilleras, debiendo
evacuarse de ella a casi todas las mujeres, niños y ancianos.
Mientras tanto, la dotación militar de Paysandú continuaba
a sufrir enormes bajas, empero, igual resistía bravamente un
asedio que ya duraba dos meses, negándose
terminantemente a la rendición propuesta por los atacantes.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 165
Siendo éste punzante hecho, el fragor de la primera
acción de guerra perpetrada por la Triple Alianza, -el ataque
a Paysandú-, se percibe que el General Urquiza permanece
impasible en Entre Ríos, sereno ante el clamor de los
federales entrerrianos que se salían de la vaina por acudir en
ayuda de sus “hermanos orientales”. Muchos ya no
confiaban de don Justo, y algunos cruzan asimismo el río
Uruguay; entre ellos Rafael Hernández, hermano del
famoso autor de la obra “Martín Fierro”, quien salva
milagrosamente su vida luego de la caída de Paysandú.
“La heroica Paysandú” resiste por varios días el
furioso ataque perpetrado por tropas muy superiores,
incluyendo el pesado bombardeo de la escuadra brasilera,
que era abastecida en pleno día en la rada de Buenos Aires
por el gobierno de Mitre, quien en su momento se decía
“neutral”.
Por ese entonces, el padre Ereño le reclama a Urquiza:
“Estoy llorando, Sor. Gral., de rabia y de desesperación a
presencia del crímenes tan atroces que se perpetran bajo
capa de libertad y civilización en el año 64” (recopilación
de Fermín Chávez, en “José Hernández, pluma y espada de
la Confederación Argentina”).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 166
Dando proseguimiento a los hechos de aquellos días,
en ese entre tanto, el jefe colorado le pide a Urquiza que le
venda unos “caballos marca flor” que necesita, y don Justo
le contesta el 16 de diciembre por intermedio de Melitón
Lescano:
“Nuestro amigo Enrique Castro me escribe
pidiéndome unos caballos de mi marca y le
contesto que yo no mando caballos marca flor a
los aliados de los macacos”.
Sin embargo, sabemos que el General estanciero de
San José no perdería la venta y, en la carta enviada a
Lescano, lo ordena que buscase diez o doce caballos “por
ahí”, y se los enviara al jefe colorado. De la misma manera,
la historia cuenta el General tampoco perdería un gran
negocio de caballos con “los macacos” a quienes más tarde
les vendería prácticamente toda la caballada entrerriana.
El día 1° de enero de 1865 comienza la matanza, y el
“Diario del sitio y defensa” da el siguiente detalle:
“A la una de la tarde es muerto de un balazo de
fusil el coronel Tristán Azambuya. Así, sin
disminuir pelea, viene la noche. La mitad de la
guarnición ha quedado fuera de combate, y por
falta de gente no es posible enterrar nuestros
Una Flor Blanca en el Cardal Página 167
muertos queridos. ¡Duerman en paz al pie de
los débiles y arruinados muros que con tanta
valentía defendieron! ¿Cuántos seguirán
mañana? ¡Pero morir por la patria es gloria!
Somos dignos de Artigas y de los Treinta y Tres.
Nuestra sangre no ha degenerado”. (Apuntes
de Julio Cesar Vignale, en “Consecuencias de
Caseros”. 1946).
La región de Entre Ríos entera, se desespera por la
agresión a Paysandú y ante la pasividad del señor General
de San José. Un testigo urquicista, Julio Victorica, frente a
los estragos causados por los cañones brasileños, comenta:
“La contemplación paciente de semejante
cuadro era insoportable. Entre Ríos ardía
indignado ante el sacrificio de un pueblo
hermano, consumado por nación extraña. El
general Urquiza no sabía ya cómo contener a
los que no esperaban sino una señal para ir en
auxilio de tanto infortunio” (aporte de Julio
Victorica. “Reminiscencias históricas”, en
Revista de Derecho, Historia y Letras, tomo VI.
Buenos Aires, 1900). Ante los hechos, el
General Urquiza permanecía imperturbable.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 168
El día 2 de enero de 1865, finalmente, los atacantes
entraron al asalto de la ciudad, todavía defendida por unos
700 soldados y oficiales gubernistas al mando del tenaz
General Leandro Gómez. Ese día el combate fue
encarnizado y, definitivamente, terminaron derrotados los
valerosos defensores.
Leandro Gómez fue tomado prisionero por un oficial
brasileño, pero rechazó el ofrecimiento que éste le hacía, de
protegerlo de sus compatriotas. El después General
Francisco Belén le ofreció la garantía de su vida en nombre
de Flores, pero por orden del General Gregorio Suárez, fue
fusilado en plena calle junto a varios de sus oficiales. Un
proveedor de las fuerzas de Flores arrancó la larga barba del
cadáver; en días posteriores los oficiales vencedores
utilizaron el despojo como trofeo de guerra y objeto de
burla.
Este episodio de la historia de las guerras civiles
uruguayas, quedó conocido como “La defensa de
Paysandú”, a veces aludido simplemente como “La
defensa”, y ha llevado a que la ciudad haya sido designada
como “La heroica Paysandú”.
Posteriormente, la figura del orgulloso General
Leandro Gómez, terminó siendo reconocida como un
Una Flor Blanca en el Cardal Página 169
ejemplo de valor militar, y exaltada -particularmente por los
allegados al Partido Nacional-, como uno de los grandes
héroes de la historia de Uruguay.
Luego de su perentoria ejecución, su cuerpo fue
cremado en secreto por algunos de sus oficiales, y sus restos
fueron llevados a Concepción del Uruguay, donde quedaron
a cargo del cura revolucionario que todos ya conocemos.
Subsiguientemente, desconfiando de que lo fueran a
arrestar, el cura Ereño le entrega la urna a una vecina de su
confianza, quien a su vez, debido a su edad, se los deja a un
familiar del General Gómez en Buenos Aires.
En 1884, amigos y familiares, contando con el apoyo
del Presidente Máximo Santos, finalmente logran hacerle un
ceremonial y enterrar sus restos en el cementerio central de
Montevideo.
Un Proyecto para la Posteridad
El día 3 de mayo de 1803, nace en Córdoba del
Tucumán, Argentina, José María Reyes. En su juventud, fue
a cursar estudios en la ciudad de Buenos Aires y, muy
joven, se incorporó al ejército, en el arma de artillería.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 170
Fue ascendido a Sargento Mayor, graduado luego
después de la batalla de Ituzaingó el 20 de febrero de 1827.
Al vincularse con Oribe, se siente atraído por sus idearios y
no pierde tiempo para incorporarse al sitio de Montevideo
en febrero de 1843.
Debido a sus conocimientos y al trazo firme de su
pluma, Reyes fue el encargado de trazar las necesarias
fortificaciones del Cerrito de la Victoria, así como del
importante establecimiento de las líneas de ataque y defensa
delante de la capital asediada. Además, tuvo a su cargo la
dirección de los talleres de confección de pólvora y
pirotecnia, la fundición y salitrera que proveyeron por un
buen tiempo a las fuerzas de ataque oribistas.
Tuvo asimismo otros cometidos civiles durante aquel
tiempo, como fueron el planteamiento de la Villa de la
Restauración, los proyectos del edificio llamado del
Colegio, y el de la Iglesia de San Agustín, y otros no menos
notorios.
El ingeniero Reyes, como era conocido por sus
allegados, fue quien presentó a Oribe la primera carta
topográfica de la República, trazada por su propia mano.
Falleció el 5 de agosto de 1864.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 171
El Melodrama de la Delfina
Es 28 de junio de 1839: un día de invierno en Arroyo
de la China (actual Concepción del Uruguay). Acaso es
también un día de fiesta (aunque amarga y secreta) para
Norberta Calvento, la señorita cuarentona que oye, desde la
sala, el paso demorado de un ataúd.
Sus ropas de luto no se deben por cierto a la muerta
reciente que transita sobre la calle despareja. Desde hace
dieciocho años, viste de negro por un hombre que le
pertenecía y que esa muerta próxima supo robarle con
descaro. Ahora tiene el consuelo de ver pasar, como reza el
proverbio árabe, el cadáver de su enemiga. Tampoco ésa, la
extranjera, ha tenido derecho, ni legal ni celestial, a llamarse
viuda. “¿Pero es que le habría importado eso a la
manceba?”, se tortura Norberta. Las noticias del día
siguiente la desalientan por completo.
La Delfina ha muerto a solas, anticipándose al tango,
“sin confesión y sin Dios, crucificada a su pena, como
abrazada a un rencor”. Nada debió de inquietarle la
bendición de un fraile a la que se animaba a presentarse ante
el Supremo de los Supremos, tan arrogante y desnudo de
toda protección como se había presentado una vez ante el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 172
Supremo Entrerriano. Si algo faltaba para cerrar el círculo
de un melodrama ejemplar, la misma Norberta se encargaría
de proveerlo años más tarde, cuando, por su expreso pedido,
sería amortajada con el traje de bodas cosido en vano para
su casamiento.
Pocas historias cumplen, en efecto, los requisitos de la
pasión romántica con la perfección del ya legendario amor
entre el caudillo Francisco Ramírez y su cautiva portuguesa,
por todos conocida como La Delfina. Hay un héroe
indiscutido (Ramírez) que, como deben hacerlo los amados
de los dioses, muere joven; hay una mujer fatal (Delfina),
tan bella como enigmática, que lo lleva involuntariamente a
la muerte. No faltan dos personajes secundarios que
completan el episodio: una víctima inocente de la gran
pasión (Norberta, la novia abandonada) y un presunto
traidor al héroe, por ambición y celos (el entonces coronel
Lucio Norberto Mansilla). Se trata de un amor entre
enemigos, y también entre un “Príncipe y una Cenicienta”.
Un amor que ignora bandos y jerarquías, que rompe
convenciones, que lleva su desafío hasta el último extremo.
El héroe: Ramírez era hijo de familia decente, de
recursos. Su padre, Juan Gregorio, paraguayo, marino
fluvial y propietario rural; su madre, Tadea Florentina
Una Flor Blanca en el Cardal Página 173
Jordán, nativa de la provincia, dueña también de algunos
campos. Leandro Ruiz Moreno sostiene que por la rama
paterna se hallaba emparentado con el marqués de Salinas, y
por la materna, con el virrey Vértiz y Salcedo. Más allá de
estos encumbrados antecedentes, lo cierto es que Francisco
Ramírez fue ante todo hijo sobresaliente de sus propios
actos. Pasado ya el furioso fervor liberal y porteño contra
los caudillos provincianos, que animó, entre otros, los textos
de Vicente Fidel López, bien pueden verse hoy en esos
actos también virtudes cívicas y civilizadoras no
reconocidas antes, como ocurre con la ley de enseñanza
primaria obligatoria, la fundación de escuelas, los avances
en la institucionalización política de la Mesopotamia
argentina.
Pero para la construcción del mito no son tales
aportes, sin duda encomiables, los que cuentan. Desde su
temprana actuación, a los veinticuatro años, como chasqui
de la Independencia, en los albores de la Revolución de
Mayo, lo que distingue a Ramírez entre otros es su
clarividente valentía y la suerte prodigiosa que acompaña
sus empresas. Sabe disciplinar a los propios, emboscar y
sorprender a los ajenos. Es él quien arrea todo el ganado que
encuentra al paso, y se acerca a Buenos Aires, envuelto en
Una Flor Blanca en el Cardal Página 174
polvo, fragores y bramidos, desconcertante, temible, sin que
se sepa cuántos hombres comanda realmente. Es él quien
ordena el cruce del Paraná, de noche, y hace nadar a los
soldados gauchos asidos a la cola de los caballos para
tomar, al día siguiente, la ciudad de Coronda. Es él,
también, quien vence siempre, aun con tropas diezmadas;
quien confunde el sendero del enemigo, o lo apabulla con
un coraje ostentoso, hasta la última y definitiva batalla, que
será también su primera derrota.
Cuando conoce a Delfina, aún es aliado del
santafecino Estanislao López y de José Gervasio Artigas, en
contra del Brasil y de Buenos Aires. Después de ganar en
Cañada de Cepeda, en 1820, López y Ramírez entran en la
ciudad del Puerto, pero no abusan de su triunfo. Su escolta
es reducida y no se muestran proclives a la exhibición
afrentosa ni a las indiscriminadas represalias (Ramírez
acaba de perdonarle la vida a su primer jefe, el Director
Supremo Rondeau, a quien descubre oculto en unos
pajonales). Su único gesto de barbarie (o, simplemente, de
afirmación victoriosa) es atar sus caballos a las rejas de la
Pirámide de Mayo. Suscriben, con Buenos Aires, el Tratado
del Pilar, a costa, para Ramírez, de un nuevo enemigo:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 175
Artigas, que le declara la guerra por no haber sido
consultado a tal efecto.
Aunque el Caudillo Oriental sale perdedor en la
contienda, pronto el entrerriano se encontrará
completamente solo: en 1821, roto el Tratado del Pilar,
López pacta con Buenos Aires, que ya tiene otros
gobernantes. Podría decirse, sin embargo, que la soledad de
Ramírez es la de la gloria, o la que le decreta la envidia de
sus rivales. Por un abrumador plebiscito, Don Pancho es
consagrado gobernador supremo de la República
Entrerriana, que reúne las actuales Entre Ríos, Corrientes y
Misiones.
¿Un reino propio, como aventura el poeta Enrique
Molina? Sólo en algunas exterioridades fastuosas, porque El
Supremo piensa en constituciones modernas, sin monarcas.
Esto no le impide entrar en Corrientes con esplendor: bien
vestidos (ha mandado hacer uniformes para todos sus
hombres en Buenos Aires) él, los suyos y La Delfina, que
gasta traje de oficial y chambergo con la misma pluma de
avestruz que rubrica el escudo de la nueva república. En las
galas de sociedad, Delfina, no obstante, sabrá cambiar el
chambergo por las flores y la peineta, y el sable por el
abanico. Luego, en el campamento de La Bajada, donde
Una Flor Blanca en el Cardal Página 176
habrá bailes, títeres, juegos de naipes, riña de gallos,
carreras y hasta corridas de toros, dejará el abanico por la
guitarra en la que –dicen-, es diestra. Hacen bien en
multiplicar expansiones y dispendios. Aún no lo saben, pero
a su pasión pública le quedan pocas horas de fiesta.
La mujer fatal: La Delfina es un personaje definido
mucho más por las incertidumbres que por las certezas. Ni
siquiera se sabe si Delfina corresponde a un nombre o a un
apellido (se la ha llamado también María Delfina). Su
origen familiar, su posición social, han sido objeto de
fluctuaciones similares: si unos la creen hija bastarda de un
virrey brasileño, otros la suponen humilde recogida por una
familia estanciera.
Hay quien dice que marchó a la campaña contra el
General Artigas siguiendo, fraternalmente, a un miembro de
esa misma familia, mientras que otras voces menos corteses
la toman por ramera, o la hacen amante de algún oficialito.
Hasta su belleza (de consenso indudable), está signada por
lo impreciso. Como ocurre con Francisco Ramírez, nadie
sabe a ciencia cierta si fue rubia o morena, blanca o mestiza.
Alguno (el poeta Molina), le atribuye voz de sirena criolla y
destrezas musicales. No se sabe si alcanzó también el
desahogo de expresarse en letra escrita. Criada en el campo,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 177
en Río Grande do Sul, acaso ni siquiera haya cursado la
enseñanza primaria, la única que se les impartía incluso a
los varones, aunque fuesen hijos de familias acomodadas,
como el propio Ramírez.
Otro rasgo de La Delfina es indiscutible: era una
mujer valiente de puertas afuera (porque también hubo
muchas y anónimas guerreras domésticas que en las más
duras adversidades sostuvieron, ellas solas, sus familias). Su
valor era llamativo, exhibicionista.
Amaba los uniformes vedados a su sexo y los lucía,
según parece, con gallardía inolvidable. No eran sólo una
forma elegante de travestismo, sino verdadera ropa de
trabajo: acompañó a su Pancho como coronela del Ejército
Federal en todas las batallas, aunque esa dulce compañía le
significó a su amante la muerte. Delfina aparece en este
sentido como contrafigura de otra guerrera: doña Victoria
Romero de Peñaloza, más eficaz que ella en las lides
militares, y que por salvar (con éxito) a su marido, el
Chacho, recibió la herida en la frente inmortalizada por la
copla popular.
¿Por qué, siendo su cautiva y virtual esclava, se
enamoró de Ramírez, y por qué éste, dueño todopoderoso,
la convirtió en reina sin corona? Mucho se ha escrito sobre
Una Flor Blanca en el Cardal Página 178
el estado de cautiverio femenino: crónico y también
fundacional en la especie humana, donde el sexo, con el
extraordinario poder de gestar y reproducir (y por ello
reducido a la subordinación y el control), fue siempre botín
de las guerras y prenda de las alianzas.
Susana Silvestre, en su biografía amorosa de la
singular pareja, dedica páginas lúcidas a la historia de las
cautivas rioplatenses, mediadoras, con su cuerpo, entre dos
mundos. Podemos suponer que a ella no le fue difícil
dejarse encantar por Ramírez, hombre joven, en el cenit de
sus talentos y de su buena estrella, cuyo carácter “despejado
y audaz, amplio y prestigioso, con algo de artista”, es
reconocido incluso por Vicente F. López. Las prendas
personales del caudillo y la oportunidad de un fulgurante
ascenso hacia el poder y la gloria, marchando y mandando a
su lado como si fuera un hombre, debieron de mezclársele
en una irresistible combinación afrodisíaca.
Y Ramírez, ¿qué vio en Delfina?, para que una
modesta cuartelera presa, lograra encadenar a un varón que
podía disponer de todas las mujeres, y hacerle olvidar sus
serios compromisos matrimoniales con la hermana de un
amigo íntimo. Debió de ser algo más que un cuerpo
atractivo y una sensualidad bien dispuesta. Dulzura (la de la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 179
música, la de su lengua madre) habría, sin duda, en ella; no
la pasividad o la excesiva facilidad, que matan el deseo.
Cautiva, pero brava seductora; sin remilgos, aunque
orgullosa en su indefensión, seguramente supo darse
exigiendo, y ganó la batalla con Ramírez desde el primer
encuentro, cuando el placer total, correspondido, borró la
asimetría entre vencedor y vencida, y los dos fueron, uno
del otro, prisioneros.
El traidor: En todo humano paraíso hay una serpiente,
y ese papel parece tocarle aquí a don Lucio Norberto
Mansilla, futuro padre de Eduarda y de Lucio, entonces un
joven coronel porteño con mundana cultura y sólidos
conocimientos técnicos que puso, durante un tiempo, al
servicio de Ramírez. Horacio Salduna, biógrafo del
Supremo Entrerriano, le achaca a Mansilla la
responsabilidad mediata de su catastrófico final.
Los dos hombres habían entrado en contacto durante
las hostilidades entre Artigas y Ramírez, después de 1820.
Mansilla colabora con sus trescientos cívicos y queda
sellada una amistad marcial que no será duradera. Cuando
Buenos Aires y López se vuelven contra Ramírez, que
prepara -nada menos- una gran campaña con el fin de
recuperar el territorio paraguayo para la Argentina, Mansilla
Una Flor Blanca en el Cardal Página 180
se echa atrás, argumentando que no desenvainará la espada
contra su ciudad de nacimiento. Ramírez acepta esta
disculpa plausible, aunque le solicita que al menos
conduzca a la infantería desde Corrientes hasta Paraná.
Mansilla acata, pero no cumple. Su defección priva a
Ramírez de las fuerzas imprescindibles para enfrentar a
López, a Bustos y a Lamadrid y lo precipita hacia la ruina.
Salduna considera premeditada la traición de
Mansilla, que se habría comportado desde el comienzo
como infiltrado porteño. Buenos Aires y Santa Fe lo
ayudarán, luego de la muerte de Ramírez, a coronar
ambiciones personales con el cargo de gobernador de Entre
Ríos. A la codicia política se habría sumado otra de distinto
orden: Mansilla deseaba, también, los favores de La
Delfina, como lo prueba la correspondencia intercambiada
con el comandante Barrenechea, al que, ya desaparecido
Ramírez, envía –inútilmente- corno celestino.
El final: los testimonios próximos al hecho y la
memoria popular sostuvieron siempre que Francisco
Ramírez murió en el intento de salvar a Delfina de la partida
enemiga que la había echado en tierra y comenzaba a
desnudarla. Aunque hubo intentos de atribuir su muerte a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 181
otros motivos, se han desacreditado detalladamente estas
pretensiones.
Después de que muriera, Ramírez fue decapitado y su
cabeza, embalsamada, conoció en Santa Fe el escarnio
público. Su amada logró volver a Arroyo de la China, donde
lo sobrevivió por dieciocho años. Susana Poujol (en: La
Delfina, una pasión), la imagina prisionera (al final,
voluntaria) de la novia olvidada, Norberta Calvento, unidas
ambas por el recuerdo y la soledad. Quizá no estuvo tan
sola; después de todo (la carta de Barrenechea a Mansilla
hace suponer que la cercaba, al menos, un cortejante
Oriental ilustre), pero no se casó ni engendró hijos, y no
intentó, tampoco, volver a su tierra natal.
Tal vez en toda esta historia de amor y muerte haya
una insospechada ganadora encubierta: Norberta, cuyo
deseo, por incumplido, nunca pudo gastarse. Como la
Magdalena de “El ilustre amor” (Mujica Lainez), también,
acaso, llegó a la tumba como un ídolo fascinador, envuelta
en el vestido blanco de la única que pudo llamarse novia del
Supremo Entrerriano.
Una Estirpe Emblemática
Una Flor Blanca en el Cardal Página 182
De acuerdo con lo que apunta Florencia Lanús en su
obra “Tradición de familia en lenguaje familiar”, esta nos
dice que:
“Fue la familia del General Viamonte una de
las que con más ferocidad se ensañó Rosas”.
Sin embargo, al identificar ciertos nombres de sus
emparentados, sus ligaciones con los hechos acaecidos en el
siglo XIX en una y otra orilla del Plata, nos sugieren
algunas dudas. Pero antes de concluir nuestro pensamiento,
veamos lo que la familia narra en su sitio oficial:
La Familia del General Viamonte:
Del hogar formado por el general Juan José Viamonte
y Bernardina Chavarría tenemos noticias de que nacieron
nueve hijos; de Mª del Tránsito y de Wenceslada sólo
sabemos que fueron bautizadas, por lo que las creemos
muertas infantes; muertos sin descendencia sus dos hijos
varones, sus cinco hijas restantes procrearon a treinta y
cuatro nietos:
Bernabela Viamonte, bautizada en Buenos Aires el 18 de
diciembre de 1810 y fallecida el 15 de diciembre de 1863;
casada el 20 de mayo de 1834 con Francisco Genaro
Molina y González de Noriega, bautizado en Buenos Aires
Una Flor Blanca en el Cardal Página 183
el 19 de septiembre de 1810 y fallecido el 20 de mayo de
1877; hacendado, comerciante, banquero, diputado a la
legislatura desde 1859, vocal del Crédito Público Nacional
desde 1874, hijo de Juan Fernández de Molina y Obregón,
nieto de Cangas del Tineo, obispado de Oviedo (Asturias,
España), donde nació en 1773, estanciero, comerciante y
banquero, su nombre figura entre los asistentes al cabildo
abierto del 22 de mayo de 1810, falleció en Buenos Aires el
31 de agosto de 1841 (Leg. 5763 Tribunales, 1863); y de
Ramona González de Noriega y Gómez Cueli, bautizada en
Buenos Aires el 29 de mayo de 1781 y fallecida el 3 de
agosto de 1862, quienes habían contraído matrimonio en
Buenos Aires el 15 de marzo de 1799. Fueron hijos de este
matrimonio:
1) Francisco Molina Viamonte, c.c. Ana Salas y
Larravide, hija de José Gabino de Salas y del Sar, y de
Josefa de Larravide y González de Noriega; c.s.
2) Bernardina Genara Molina Viamonte, b. en Buenos
Aires el 3 de febrero de 1837, casada 1ª c. Luis Gómez
Taboada y en 2ª con Juan Cruz Vidal Reyes, n. en
Montevideo en 1842 y fallecido en Buenos Aires el 20 de
diciembre de 1893; c.s. de ambos matrimonios.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 184
3) José Simón Molina Viamonte, b. el 26 de enero de
1838, en Buenos Aires.
4) Lizardo Daniel Molina Viamonte, b. en Buenos Aires
el 9 de enero de 1839 y c.c. Tomasa Méndez Melián; c.s.
5) Pantaleón José Molina Viamonte, b. en Buenos Aires
el 15 de noviembre de 1840; c.s.
6) Martiniana Molina Viamonte, c.c. Ramón Ydoyaga
Goicoles; c.s.
7) Juan José Molina Viamonte, c.c. Saturnina Reyes
Méndez, s.s.
8) Avelino Molina Viamonte, b. en Buenos Aires el 3 de
febrero de 1851, c.m. el 29 de julio de 1876 con Edelmira
Carranza Ballesteros, nacida el 28 de enero de 1856; c.s.
9) Alberto Albano Molina Viamonte, b. en Buenos Aires
el 20 de mayo de 1853, c.c. Rosa Villafañe Lezcano; c.s.
Martiniana Viamonte, nacida en 1804, casada en Buenos
Aires el 1 de febrero de 1825 con Marcelino Carranza
Vélez, n. en Córdoba en 1790 y fallecido el 8 de noviembre
de 1863. Fueron hijos de este matrimonio:
1) Edelmira Carranza Viamonte, b. el 1 de febrero de
1826 y fallecida el 20 de enero de 1895; c.m. el 19 de
diciembre de 1852 con Enrique Yateman Collins, n. de los
E.E.U.U.; c.s.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 185
2) Eduardo Francisco Carranza Viamonte, jurisconsulto;
b. en Buenos Aires el 14 de febrero de 1827, c.m. 1ª el 4 de
enero de 1854 con Vicenta Vélez Sársfield y Piñero, y en 2ª
el 3 de noviembre de 1859 con Ana Velásquez González;
c.s. de ambos matrimonios.
3) Demófila Juana Carranza Viamonte, b. el 14 de
febrero de 1828, c.m. el 6 de diciembre de 1848 con Miguel
José Esteban de Riglos y Villanueva; c.s.
4) Marcelino Eduardo Carranza Viamonte, soltero.
5) Manuel Carranza Viamonte, b. el 12 de diciembre de
1830; falleció soltero.
6) Emilio Carranza Viamonte, nacido en Buenos Aires en
1831 y fallecido en la misma ciudad el 24 de marzo de
1888, c.m. el 22 de noviembre de 1851 con Indalecia
Ballesteros Fornaguera; c.s.
Mª del Tránsito del Corazón de Jesús, b. en Buenos Aires
el 16 de agosto de 1807. Sin noticias.
Wenceslada Micaela, b. en Buenos Aires el 30 de
septiembre de 1808. Sin noticias.
Jaime Juan José Apolinario Viamonte, b. en Buenos
Aires el 3 de agosto de 1811, murió soltero en el Brasil en
1835, a consecuencia de su afección de tuberculosis.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 186
Isabel Viamonte, nacida el 11 de noviembre de 1812,
fallecida el 30 de agosto de 1882, c.m. en Buenos Aires el
17 de mayo de 1842 con Sandalio Mansilla, n. en Buenos
Aires el 3 de septiembre de 1809, siendo sus padres Manuel
Mansilla, Alguacil Mayor Perpetuo de Buenos Aires y
Asunción Obella y Ruiz. Militar. Se distinguió en la Guerra
del Brasil y obtuvo su baja en el ejército en 1830 con el
grado de sargento mayor. En una carta fechada el 3 de mayo
de 1841 dirigida al General Viamonte, exiliado en
Montevideo, expresa que su casamiento ha de realizarse con
prudencia ya que “había que asegurarse de que la venida y
desposorio de Isabel no serán mal recibidas por la
política”. Dedicado a los negocios, fue administrador de los
bienes de Juan Anchorena, el hombre más rico de su
tiempo. Vivía en la calle Esmeralda nº 255 de Buenos Aires,
cuando el 24 de febrero de 1871 le encontró la muerte.
Fueron hijos de este matrimonio:
1) Juan José Mansilla Viamonte, b. el 27 de noviembre de
1844 en Buenos Aires. Murió en la misma ciudad de su
nacimiento el 10 de agosto de 1916; c.m. el 19 de febrero de
1870 con Clementina Domínguez Gómez, fallecida el 13 de
marzo de 1916; c.s.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 187
2) Isolina Mansilla Viamonte, fallecida el 26 de febrero de
1922, c.m. el 1 de enero de 1863 con Emilio de Inzaurraga
Dutró; c.s.
3) Concepción Mansilla Viamonte, bautizada el 15 de
febrero de 1849.
4) Edelmira Petrona Mansilla Viamonte, b. el 19 de
noviembre de 1850, c.m. el 13 de enero de 1864 con
Nicandro Dorr Muñoz; c.s.
5) Isabel Benita Mansilla Viamonte, b. el 3 de junio de
1853 y fallecida el 12 de agosto de 1919, c.m. el 27 de junio
de 1874 con Aureliano Dudignac Errasquin, bautizado el 7
de febrero de 1838 y fallecido el 21 de agosto de 1906; c.s.
Albana Inocencia Juana Josefa de la Piedad Viamonte,
b. en Buenos Aires el 2 de agosto de 1815 y fallecida en
1876, c.m. el 20 de mayo de 1841 con su primo Manuel
Illa Viamonte, n. en 1807 y fallecido en Montevideo el 27
de julio de 1887. Fueron hijos de este matrimonio:
1) Isolina Illa Viamonte, nacida en 1842 y fallecida en
1911, c.m. el 20 de mayo de 1863 con Tomás Eastman,
cónsul argentino, banquero, etc.; c.s.
2) Laura Illa Viamonte, c.m. el 9 de agosto de 1869 con
Federico Hamilton; c.s.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 188
3) Albana Teófila Illa Viamonte, b. en Buenos Aires el 27
de abril de 1847 y fallecida el 8 de septiembre de 1887, c.m.
el 16 de julio de 1871 con Francisco Alves Guimarães da
Cruz Secco, n. de Rio Grande do Sud, Brasil; c.s.
4) Mercedes Illa Viamonte, b. en Buenos Aires el 22 de
agosto de 1849, c.m. el 31 de diciembre de 1870 con Julio
Folle; c.s.
5) Bernardina Micaela Illa Viamonte, b. en Buenos Aires
el 1 de noviembre de 1851, c.m. el 29 de mayo de 1878 con
Ricardo Sardá.
6) Manuel Illa Viamonte, c.m. el 20 de mayo de 1882 con
Bernardina Sánchez Viamonte, nacida el 13 de septiembre
de 1859 y fallecida en Montevideo el 12 de marzo de 1933,
s.s.
Avelino Viamonte, n. en 1818. Ingresó en 1835 en la
Escuela de Náutica de O’Donell. Hacendado, se dedicó a
los trabajos de campo en la estancia familiar de San
Vicente. Cuando su padre se exilió en 1840 en Montevideo,
Avelino pensó que a él no le molestarían al no tener
actuación política. Daniel Arana, sabedor del atentado que
se iba a producir, avisó del mismo al joven Avelino, quien
no tomó en serio la advertencia. En septiembre de 1840, la
Mazorca lo sacó de su casa y lo degolló. Sus hermanas
Una Flor Blanca en el Cardal Página 189
trataron de salvarle la vida recurriendo a Manuelita Rosas,
hija del tirano, quien sin dejar de tocar el piano se negó a
interceder ante su padre diciendo “tatita está muy
ocupado”. Su cabeza separada del cuerpo fue
horrorosamente exhibida por las calles de Buenos Aires. Su
partida de defunción, existente en la Parroquia de San
Vicente, Pcia. de Buenos Aires, Libro 2, folio 83, dice que:
“El día diez y seis de Septiembre del año mil ochocientos
cuarenta, se sepultó en el cementerio de esta Parroquia, el
cadáver del finado Abelino Viamont, natural de Buenos
Aires, soltero de veinte y dos años de edad, el cual fue
ejecutado por unitario”. Pese a la partida de defunción,
nunca se encontró el cuerpo.
Carmen Viamonte, n. en 1821 y fallecida en Buenos Aires
el 25 de agosto de 1903, c.m. el 10 de agosto de 1852 con
Julio C. Sánchez, comerciante, banquero, intendente de
Marina, etc.; n. en Buenos Aires el 1 de agosto de 1827 y
fallecido en 1909, hijo del coronel Modesto Sánchez,
revolucionario de Mayo y guerrero de la independencia,
escudo de oro de la batalla de Salta, medalla de plata del
sitio y toma de Montevideo y medalla y cordón de oro de la
batalla de Maipú; y de Mª Luisa Rodríguez Visillac.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 190
Sobre la misma, nos dice Carlos Sánchez Viamonte en sus
memorias: “Mi abuela, que falleció cuando yo tenía doce
años, era seis años mayor que mi abuelo. Se habían
conocido en el Estado de Río Grande del Sur, en Brasil,
durante la tiranía de Rosas”… “La veo sentada, en un
sillón o poltrona, abundante y voluminosa como debía ser
entonces una matrona porteña. Nos acercábamos a
saludarla con un beso respetuoso que nunca pudo ser
tierno. Nos inspiraba respeto y un poco de temor. Era la
hija del prócer y allí, en su poltrona, recibía el homenaje de
toda la familia, muy numerosa, y también de no menos
numerosas amistades”.
Mimada y respetada por todos, mi abuela era algo así como
una institución en la que sobrevivía una época ya
perimida”… ”Pienso que a la circunstancia de ser mi
abuela la hija del prócer, testigo de muchos importantes
episodios históricos que solía relatarnos, aumentaba su
significación personal el hecho de figurar como
protagonista en una novela, cuyo autor era Manuel Mª
Nieves, y que había sido editada en Barcelona en el año
1857”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 191
“El libro se titula “Los Mártires de Buenos Aires o el
verdugo de su república”. Un ejemplar de ese libro se
exhibe en las vitrinas del Museo Saavedra”.
“Mi abuelo paterno presentaba un vivo contraste con su
esposa. Seis años más joven que ella, se conservó hasta su
muerte en 1909 con una excelente salud. De estatura más
que mediana, esbelto y ágil, afectuoso, jovial y vivaz”.
De la misma forma, dice de ellos Delfina Bunge de Gálvez,
quien también los conociera y frecuentara: “La casa más
patriarcal que he conocido. Los viejitos más patriarcales. Y
los más simpáticos. La pareja de viejitos más feliz.”
“Ella era la viejita clásica, la de los libros de lectura
escolar y la de las antiguas novelas, inamovible en su
sillón.”
“Ella había sido toda su vida, según las crónicas -y lo fue
hasta morir- una persona mimada. Creo que nunca fue otra
cosa. ¡Como que este oficio lleva su tiempo! Tía
Carmencita lo desempeñó de manera simpática; no
tiranizando a los suyos, sino pagando mimos con mimos.
Atenta a todos y a todo, Su sillón era una fortaleza para los
nietos en trance de ser penitenciados. Hallábase a menudo
alguno escondido a sus espaldas. La abuela intercedía, y
todo quedaba en paz”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 192
“Tranquila y suave, sólo un tema sacábala de quicio:
Rosas.”
“Tío Julio parecía bastante menos viejo que su
compañera.”
“Mejor dotado por la naturaleza: era muy buen mozo. Era
distinguido y fino.”
“Barba cerrada, casi blanca, bien recortada, y en el resto
de la cara un cutis de niño.”
“La personificación de la bondad a mis ojos”.
“...formaba con su mujer, como lo he dicho, la pareja más
feliz.”
“De parte de él una bondadosa ironía para con su viejita;
de parte de ella, gran solicitud y deferencia. Se querían
tiernamente; de esto no había la menor duda.”
“Entre ellos yo no vi ni siquiera mal humor. No debieron
faltarles penas y contrariedades en su vida matrimonial y
en su larga descendencia; pero si ellos las sufrieron, no las
causaron a los demás”.
También Florencia Lanús recuerda a Carmen Viamonte en
estos términos: “He oído contar a Monseñor Terrero, que
frecuentaba la casa y era muy amigo de la familia, la
impresión horrible que hacía en Misia Carmen Viamonte de
Sánchez, que vivió hasta bastante edad, el recuerdo de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 193
cuando vio la cabeza cortada de su hermano, que le mandó
Rosas con unos vendedores de fruta.”
Fueron hijos de este matrimonio:
Julia Sánchez Viamonte, n. en Bs As. en 1853; c.m. el 4
de mayo de 1889 con el coronel Joaquín Montaña
Ramiro; nacido en Entre Ríos el 28 de julio de 1846, hijo
de Rufino Montaña y de Cleofé Ramiro. Estudió
jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires y
abandonó la carrera en 4º año para seguir la de las armas.
El 15 de marzo de 1866 fue dado de alta como subteniente
en el ejército de operaciones contra el Paraguay, acampado
en Ensenaditas. Se halló en las acciones de Paso de la Patria
y toma de las fortificaciones de Itapirú el 16 y 17 de abril de
1866; combate del Estero Bellaco, el 2 de mayo y
encuentros que tuvieron lugar con motivo de pasaje del
mencionado Estero y de la ocupación del campamento del
Tuyutí en el curso del mismo mes; sangrienta batalla del 24
de mayo, por la que recibió los cordones de plata acordados
por Ley especial; combates de Yataytí-Corá, Boquerón y
Sauce el 10, 11, 16, 17 y 18 de julio de igual año; y violento
asalto a los atrincheramientos paraguayos de Curupaytí el
22 de septiembre, ostentando las insignias de teniente 2º que
Una Flor Blanca en el Cardal Página 194
le habían sido conferidas el 6 de agosto de 1866 por
“méritos de guerra”.
A consecuencia de la rebelión que estalló en el interior de la
República encabezada por Videla, Sáa, Varela, Rodríguez y
otros caudillos montoneros, a comienzas de 1867 bajó del
Paraguay con las fuerzas destacadas destinadas a reforzar
las tropas puestas a las órdenes del general Paunero
encargadas de dominar aquel vasto movimiento subversivo,
batiendo completamente a los rebeldes en el Paso de San
Ignacio sobre el Río V, el 1º de abril.
Permaneció destacado en la ciudad de Mendoza desde abril
de 1867 a enero del año siguiente en que marchó a Rosario
embarcándose nuevamente con destino al Paraguay;
habiendo sido promovido a ayudante mayor el 23 de
noviembre de 1867.
Asistió a la ocupación de la fortaleza de Humaitá el 25 de
julio de igual año y a la serie de operaciones que siguieron a
este triunfo de las armas aliadas. El 25 de noviembre de
1868 fue promovido a capitán de su batallón, empleo con el
cual se halló en la parte postrera de la cruenta campaña
paraguaya. Asistió al avance del ejército aliado después de
la batalla de Lomas Valentinas librada el 27 de diciembre de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 195
1868 y a la rendición de la Angostura el 30 del mismo mes
y año.
Las etapas del avance de referencia fueron las siguientes:
Cumbarity (enero de 1869), Guazú-Virá (julio y agosto),
Caraguatay (septiembre) Patiño-Cué (octubre a enero de
1870) y Asunción en esta última fecha. Se halló en la acción
de los “Altos de Azcurra” y otros hechos de armas que
permitieron el avance victorioso de las fuerzas aliadas.
Promovido a sargento mayor graduado el 25 de febrero de
1870, al estallar la primera rebelión de López Jordán
marchó con el 5º de infantería a la provincia de Entre Ríos,
hallándose el 20 de mayo de aquel año en la batalla del
Sauce, en la que fueron derrotados los rebeldes.
Se halló en la defensa de Paraná hasta el mes de septiembre,
asistiendo el 12 de octubre a la tremenda batalla de Santa
Rosa, donde las fuerzas jordanistas fueron derrotadas pese a
los esfuerzos extraordinarios que realizaron para vencer.
Fue ascendido a teniente coronel graduado el 29 de mayo de
1871.
En 1873 marchó a Mendoza con motivo de la sublevación
del coronel Segovia. Sofocado el movimiento, marchó al
mes siguiente a Concepción del Uruguay a causa de la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 196
segunda rebelión de López Jordán, donde permaneció hasta
enero de 1874.
El 24 de septiembre de 1874 se sublevaba con el general
Arredondo en Villa Mercedes, y a sus órdenes se halló en la
primera batalla de la hacienda Santa Rosa, el 29 de octubre
de aquel año. También se encontró en la segunda acción de
ese nombre, el 7 de diciembre, en la cual recibió en la
batalla un sablazo del capitán Vieyra, ayudante del coronel
Carlos Paz, que le cortó una presilla pero sin herirle.
Prisionero de guerra, Montaña pronto fue puesto en libertad
por el general vencedor Julio A. Roca, quien trató a los
vencidos con excepcional bondad. Dado de baja del ejército
desde el 1º de octubre de 1874, permaneció en esta situación
hasta el 3 de octubre de 1877, en que fue reincorporado.
El 14 de enero de 1880 solicitó su baja por haber sido
nombrado presidente de la asociación “Rifleros”,
pertenecientes al Tiro Nacional.
Tomó parte en la defensa de Buenos Aires durante la
revolución de 1880 asistiendo a todos los hechos de armas
de importancia que tuvieron lugar. Vencida la revolución,
Montaña permaneció alejado de las filas de ejército muchos
años, siendo reincorporado recién el 1º de julio de 1891 en
su jerarquía de teniente coronel.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 197
El 6 de julio de 1893 fue nombrado Jefe de Policía de la
Capital; pero habiéndose enfermado el 23 de septiembre del
mismo, se retiró del puesto del cual hizo renuncia el 10 de
febrero de 1894.
El 22 de abril de 1895 pasó a revistar en la “Lista de
Guerreros del Paraguay”, situación en la que fue promovido
a coronel el 20 de septiembre de aquel año, pasando a
revistar en la misma fecha en la “Lista de Oficiales
Superiores”.
En la lista de referencia el coronel Montaña solicitó el 28 de
diciembre de 1905 su pase a situación de retiro, el que le fue
otorgado por decreto fechado al día siguiente, con el sueldo
íntegro de su empleo por tener 34 años, 3 meses y 23 días
de servicios aprobados.
Hallándose en Montevideo, falleció repentinamente a las
3.30hs. pm del día 4 de mayo de 1922, siendo conducidos
sus restos a Bs. As. en el vapor de la carrera del siguiente
día.
Ostentó la medalla conferida por la terminación de la
Guerra del Paraguay otorgada por el Gobierno argentino, así
como también la discernida por el Brasil y Uruguay con
igual motivo.; s.s. Fueron hijos de este matrimonio:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 198
1) Mª del Carmen Modesta Ramona Sánchez
Viamonte, b. en Buenos Aires el 13 de julio de 1855,
fallecida el 19 de mayo de 1926, c.m. el 17 de mayo de
1882 con Benjamín Honorio Zapiola Eastman; c.s.
2) Dr. Julio Máximo Sánchez Viamonte, nacido en Bs.
As. el 11 de noviembre de 1856 en el hogar paterno, calle
Viamonte 682, hogar que había sido de su abuelo el Gral.
Viamonte, y bautizado en la misma ciudad el 10 de agosto
de 1857. Murió en La Plata el 6 de abril de 1931, a resultas
de un ataque de hemiplejia sufrido ese verano en su quinta
de las cercanías de La Plata, c.m. el 6 de diciembre de 1885
con su parienta Bernabela Molina Salas, b. en Buenos Aires
el 20 de octubre de 1863 y fallecida en abril de 1940; c.s…
Dice Carlos Sánchez Viamonte al hablar de su padre: “Mi
padre era tío segundo de mi madre. Las casas paternas de
ambos se hallaban a una distancia de cien metros
aproximadamente…”. "El parentesco y la frecuencia del
trato favorecieron el nacimiento de un vínculo amoroso que
comenzó cuando mi madre tenía trece años y mi padre diez
y nueve. La poca diferencia entre estas dos edades se
explica, porque mi madre era nieta de la hija mayor del
General Viamonte y mi padre era hijo de la hija menor que
Una Flor Blanca en el Cardal Página 199
contrajo matrimonio con mi abuelo cuando ella tenía ya
treinta años, edad avanzada para aquellos tiempos.”
3) María Mercedes Celina Sánchez Viamonte, n. el 23
de enero de 1858 y fallecida el 17 de diciembre de 1884,
c.m. el 24 de diciembre de 1882 con Eduardo Frías Piñeyro;
c.s.
4) Bernardina Sánchez Viamonte, nacida el 13 de
septiembre de 1859 y fallecida en Montevideo el 12 de
marzo de 1933, c.m. el 20 de mayo de 1882 con Manuel Illa
Viamonte, s.s.
5) Angélica Eleuteria Sánchez Viamonte, n. el 18 de
abril de 1861 y fallecida el 11 de julio de 1901, c.m. el 5 de
julio de 1897 con Daniel Guillermo Posse Posse; c.s.
6) Modesto Eliseo Sánchez Viamonte, n. el 14 de junio
de 1862 en Buenos Aires y b. el 13 de enero de 1863, c.m.
el 22 de agosto de 1893 con María Luisa Carmen Terrero
Peña, n. el 12 de julio de 1872; c.s.
7) Avelino Alejandro Sánchez Viamonte, n. en Buenos
Aires el 26 de febrero de 1864 y murió allí el 20 de mayo de
1910, c.m. el 1 de enero de 1889 con María Teresa
Villarnovo y Donado, fallecida el 27 de febrero de 1898;
c.s.
Los Hermanos Viamonte:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 200
Del matrimonio formado por el capitán Jaime
Viamonte y su mujer tenemos constancia de que nacieron
diez vástagos a lo largo de 20 años.
Ramona Viamonte, n. 31 agosto 1772; fueron sus padrinos
Francisco Lobato y Manuela de Sosa. Contrajo matrimonio
el 6 de julio de 1793 (LM 5/539) con Andrés de Lista,
natural de Bergantiños, arzobispado de Santiago, en el
Reino de Galicia, h.l. de Francisco Antonio de Lista y de
Manuela Suárez. Ofició el casamiento el Pbo. Juan Antonio
Delgado, siendo testigos el capitán Juan Antonio de Lezica
y su esposa Rosa Tagle Bracho.
Andrés de Lista vino al Río de la Plata en 1764,
dedicándose al comercio en ambas márgenes del Plata,
contribuyendo a la creación del Consulado en Montevideo.
Fue nombrado Síndico del Consulado, el 28 de enero de
1798 en sustitución de Vicente Antonio Murrieta. Durante
las invasiones inglesas de 1806 y 1807, intervino en la
defensa como teniente de la quinta compañía del Batallón
de Voluntarios de Infantería. En 1812 fue elector de
diputados a la Asamblea Provisional y en 1821 contribuyó
con cien pesos al empréstito forzoso realizado ese año.
Murió en Buenos Aires, en su domicilio de la calle Potosí
(actual Alsina) nº 141. Fueron hijos de este matrimonio:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 201
1) María Rita de los Dolores Lista, b. el 23 de mayo de
1794, de 1 día. (LM 17/176).
2) Manuel Santiago Modesto Lista, b. el 15 de junio de
1795, de 1 día. (LM 18/74).
3) Pantaleón Roque Lista, b. el 28 de julio de 1796, de 1
día. (LM 18/134).
4) Ramón José Lista, b. el 1 de septiembre de 1798, de 1
día (LM 19/56).
Coronel guerrero de la independencia. Nacido en
Buenos Aires el 31 de agosto de 1798, en 1813 ingresó
como cadete en el regimiento de Granaderos de Infantería,
con el que participó en el 2º sitio de Montevideo a las
órdenes de Rondeau, y se halló en la rendición de la ciudad
el 23 de junio de 1814. En 1815 se encontraba en el
campamento del Plumerillo, a las órdenes de San Martín.
Intervino en la batalla de Chacabuco, el 12 de febrero de
1817. Al mando del coronel Las Heras, se encontró en casi
todos los hechos de armas que tuvieron lugar en aquella
campaña. Luchó en Curapaligüe, Cerro del Gavilán, acción
de Carampague, Tubul y el asalto a la fortaleza de
Talcahuano, donde se le inutilizó el brazo derecho a resultas
de dos balazos recibidos en esta acción. El 20 de agosto se
embarcó en Valparaíso integrando la expedición al Perú,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 202
bajo el mando de San Martín, actuando, con el grado de
capitán, en la segunda campaña de Pasco. Tomó parte en el
ataque al fuerte del Callao y combatió en Lima, en
septiembre de 1821. Bajo el mando del general Alvarado,
hizo la campaña de Puertos Intermedios en 1822 y combatió
en Torata y Moquegua. En 1824, cuando la sublevación de
los Sargentos Moyano y Oliva, fue tomado prisionero y
conducido a la isla de Estéves, permaneciendo allí hasta el
27 de diciembre de 1824. Finalizada la guerra de la
independencia, se embarcó en el puerto de Chorrillos, de
regreso a Buenos Aires. En junio de 1826 se incorporó al
ejército del general Rodríguez, en operaciones en la Banda
Oriental y permaneció en Arroyo Grande para abrir la
campaña contra los imperiales.
En 1832, se le encargó la formación de la escolta del
Superior Gobierno, y en 1833, intervino activamente en
contra de los Restauradores. Su nombre fue borrado de la
lista militar por Rosas. Encarcelado y perseguido, pudo
emigrar a Montevideo. Allí fue nombrado comandante del
Telégrafo Militar de la Plaza, el 11 de febrero de 1843,
donde permaneció hasta el levantamiento de Urquiza.
Participó en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852 e
hizo el 19 de febrero la entrada triunfal a Buenos Aires con
Una Flor Blanca en el Cardal Página 203
el Ejército Libertador. El 30 de marzo de 1852, Urquiza le
otorgó los despachos de coronel graduado. En 1853 actuó
en el sitio que soportó Buenos Aires por las fuerzas de la
Confederación, siendo jefe del servicio de comunicaciones
del ejército de la defensa hasta que el ejército sitiador se
disolvió, en julio de 1853. Falleció en Buenos Aires, el 13
de enero de 1855, recibiendo sepultura en el cementerio del
Sud. Estaba casado con Eufemia Mendez, c.s.
5) Rufina Justa Lista, b. el 10 julio de 1805 (LM 21/38).
6) Manuela Jacoba Lista, b. el 31 de diciembre de 1806
(LM 21/144).
7) Luciano Andrés del Corazón de Jesús Lista, b. el 9
de enero de 1813, de 1 día (LM 23/68).
8) Andrés Alejo Lista, b. el 19 de julio de 1815, de 2 días
(LM 23/207).
Juan José Viamonte, b. el 10 de agosto de 1774, de 1 día
(LM 13/226); siendo su madrina Francisca Cabezas; c. m. el
20 de mayo de 1800 con Bernardina Chavarría, n. en
Montevideo el 20 de mayo de 1782 (h. de Bernardo Ramón
Chavarría, nat. De Buenos Aires; y de Lisarda Suárez, nat.
de Colonia del Sacramento), murió en Montevideo el 31 de
marzo de 1843; c.s.
José María Viamonte. Sin noticias.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 204
Mª Valentina Viamonte, n. el 3 noviembre 1780 y
bautizada al día siguiente (Merced 15/62v); padrinos:
Capitán Juan Antonio Lezica y su esposa Rosa Torre. Murió
en Montevideo el 19 de marzo de 1868 (16/343). Su
testamento cerrado del 8 de septiembre de 1853 fue
protocolizado el 2 de abril de (AGN Prot. Juzg. I,
Testamentos 1868/69).
Casada el 26 de septiembre de 1802 (Merced 4/19) con don
Jaime Illa, quien era viudo de un matrimonio anterior con
María Sánchez de la Rozuela, con quien no tuvo
descendientes; poderoso personaje colonial, hijo de José Illa
y Mª Ángela Illa y Buch, nacido hacia 1764 en Caldas de
Estrach, Barcelona; establecido en Montevideo por 1782,
llegó a ser uno de los vecinos más acaudalados de la ciudad,
desarrollando actividades mercantiles junto con su hermano
Isidro, ambos agentes en el Plata de la casa “Illa Iturmir y
Compañía”, de Cataluña. Emprende también negocios por
cuenta propia, como su actividad naviera, fletando en corso,
junto con otros comerciantes, la fragata “El Valiente”, que
al mando del capitán francés Alejandro Etienne, captura
cinco barcos, rematados en Montevideo y resultando un
provecho del negocio de 40.250 pesos fuertes para cada
socio. Tiempo después aparece como propietario de los
Una Flor Blanca en el Cardal Página 205
buques “El Apóstol Santiago”, “Santa Gertrudis” y “Cristo
del Cerro”. En 1838 declara ser propietario de un saladero,
con veintiún esclavos. Al casarse con su mujer, aportó a la
sociedad conyugal de ciento diez a ciento veinte mil pesos.
Participó en la reconquista de Buenos Aires, en 1806 y en el
Sitio de Montevideo, en 1807, donde fue tomado prisionero
y conducido como tal a los buques británicos. Regidor y con
el grado de capitán de Milicias de Infantería, durante los
sucesos revolucionarios de 1810 tomará partido por el
bando realista, participando en la Batalla de las Piedras, en
la cual fue hecho prisionero por Artigas, quien lo remite a
Buenos Aires. Al tiempo de testar, el 8 de marzo de 1838
(protocolizado el 22 de septiembre de 1841 – AGN Prot.
Del Juzg. I, Tomo 1841I, fojas 611/622v), declaró ser
propietario de quince casas en Buenos Aires y Montevideo,
además del saladero y sumas en efectivo y créditos por
varios miles de pesos. Falleció en Montevideo el 12 de
septiembre de 1841 (10/159), de ochenta años. Fueron hijos
de este matrimonio:
1) Mª Luisa Illa Viamonte, c.m. en Montevideo con José
Mª Platero (comerciante, n. en El Ferrol en 1798, h. de
Pedro Platero y Francisca Piñón. Murió el 20 de noviembre
Una Flor Blanca en el Cardal Página 206
de 1855) el 19 de marzo de 1821. Falleció el 22 de octubre
de 1879; c.s.
2) Jaime Illa Viamonte, hacendado, comerciante,
armador y saladerista como su padre, aparece vinculado a
distintas compañías mercantiles. En 1835 fue Jefe Político
de Montevideo y en 1855 fue llamado a ocupar el
Ministerio de Hacienda. Murió en Montevideo el 16 de
diciembre de 1885, a la edad de 79 años. Contrajo
matrimonio en Canelones el 20 de enero de 1828 con María
Eusebia Genes (h. de Julián Genes, n. del Paraguay,
hacendado al norte del Río Negro y de Joaquina Loriente
Cardozo); c.s.
3) Manuel Illa Viamonte, también hombre de negocios,
administrador “a su entera satisfacción” de los bienes de su
padre, banquero, accionista del Banco Comercial desde su
fundación y miembro del directorio del mismo desde 1871.
Murió octogenario el 27 de julio de 1887, en su domicilio
de la calle Rincón 140, en Montevideo. Había contraído
matrimonio el 20 de mayo de 1841 con su prima hermana
Albana Viamonte (h. del Gral. D. Juan José Viamonte y de
Bernardina Chavarría); c.s.
4) Juan Francisco Illa Viamonte, n. en 1808, falleció
soltero en 1836.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 207
5) Mª Dolores Illa Viamonte, c.m.c. Antonio Fernández
Echenique (comerciante y hacendado, h. de Antonio
Fernández, nat. del Puerto de Santa María, Cádiz, donde
nació por 1761, y de Lucía Echenique. Al morir el 27 de
abril de 1891, a los sesenta y siete años de edad, dejaba a
sus deudos un importante patrimonio. Fue fundador de la
Sociedad Rural del Uruguay), en la Catedral de Montevideo
el 16 de julio de 1833. Murió el 5 de octubre de 1878, a los
sesenta y siete años de edad; c.s.
6) Juana Illa Viamonte, c.m. el 16 de junio de 1827 con
Tomás Basáñez, n. en Montevideo el 21 de diciembre de
1795 y bautizado el mismo día (h. de Manuel de Basáñez,
hidalgo, natural de la Anteiglesia de San Juan de Erandio,
en el Señorío de Vizcaya, y de Manuela Gámes. Dedicado a
los negocios, administró durante un tiempo la importante
fortuna de su suegro), y fallecido el 27 de febrero de 1873;
c.s.
7) Juan José Illa Viamonte, b. en Montevideo el 16 de
mayo de 1813. Hombre de negocios como sus hermanos,
también empuñó las armas formando parte, durante la
Guerra Grande, de los ejércitos sitiadores de Montevideo.
C.m. el 24 de julio de 1851 con Faustina de Castro (h. de
Agustín de Castro y Mª. Genoveva del Carmen de Castro).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 208
Al casarse, era ya padre de dos hijos naturales, habidos en
Patricia Sotelo y en Manuela Calo; c.s.
8) Juan de Dios Illa Viamonte, nacido en 1818, murió
soltero después de 1838.
9) Valentina Illa Viamonte, c.m. el 26 de agosto de 1837
con el Dr. Florentino Castellanos, abogado, diplomático,
ministro en varias ocasiones y legislador, nacido en
Montevideo el 14 de marzo de 1809 y fallecido en esta
misma ciudad el 25 de septiembre de 1866 (h. del Dr.
Francisco Remigio Castellanos, abogado de la Real
Audiencia de Charcas, asesor del cabildo de Buenos Aires,
diputado en el Congreso General Constituyente de 1824 y
miembro del Superior Tribunal de Justicia de Montevideo,
n. en Salta en 1782 y enterrado en Montevideo el 15 de abril
de 1839; y de Manuela Elías, natural del Alto Perú y
fallecida en Montevideo el 16 de enero de 1858, quienes
habían contraído matrimonio en Chuquisaca el 9 de junio de
1807). Murió en Montevideo el 4 de febrero de 1900, en su
casa de la calle Sarandí 176; c.s.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 209
Tercera Parte
Un Ejército sin Oposición:
Fin de una Larga Espera
Una Flor Blanca en el Cardal Página 210
Una Análisis Concluyente
No es necesario agregar más nada a este legajo, salvo
algunos detalles o expresiones gramaticales más actuales, ya
que fue escrito mucho tiempo después de los sucesos
acontecidos, y para servir de guía a una conferencia. Estas
“Memorias”, fragmentarias y deshilvanadas de la cual se ha
extraviado la parte correspondiente a la primera tentativa de
paz que fue realizada en agosto de 1851 en el arroyo de la
Virgen, registro aquí los manuscritos que el Dr. Pedro
Ordoñana nos ha dejado, y los cuales echan mucha luz
sobre los dramáticos acontecimientos que condujeron a la
paz del Pantanoso, y el final de un singular periodo del
Grande Sitio.
El cansancio de una larga guerra de nueve años en la
cual todo el Estado Oriental fue el campo de batalla, fue
arrastrando consigo toda la lógica secuencia de invasiones,
saqueos, abandono de estancias, irrupciones y
desvalijamientos propinados por ambos bandos, además de
llegar a ser irresistible y anular el valor combativo de las
tropas Orientales mandadas por los Generales Ignacio y
Manuel Oribe.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 211
De allí es que surge el desmoronamiento anímico ante
el avance de los Generales Urquiza y Caxias en el invierno
de 1851, hasta nominar en la capitulación del 8 de octubre
del mismo año.
Le descripción de los regimientos argentinos y
españoles que, formando parte del Ejército Unido, sitiaban a
Montevideo, ha sido lograda felizmente por el Dr.
Ordoñana. Su explicación sobre la política de Rosas y
Oribe, formulada cuando ambos, aún para federales
argentinos y blancos orientales, eran las “bestias negras” de
la historia del Plata, demuestran ecuanimidad y
ponderación.
Muchas cosas ignoradas salen a luz en las “Memorias”
de Ordoñana. Entre otras, la causa, hasta ahora desconocida
por la cual el Coronel argentino Pedro Ramos, no
comunicara a sus compañeros las terminantes órdenes de
evacuación dadas por Rosas a las divisiones argentinas,
hecho que hubiera permitido a tiempo, el traslado de estos
cuerpos a la ribera occidental del Plata y evitado que
Urquiza los incorporase por la fuerza al Ejército Grande
Libertador; el desconcierto de Oribe ante el rechazo por
Rosas de la proyectada paz del arroyo de la Virgen en los
duros términos traídos por Ramos; su mayor desconcierto
Una Flor Blanca en el Cardal Página 212
por la negativa de Urquiza de tratar con él; y finalmente, el
“sálvese quien pueda” de los jefes argentinos obligados a
dejar sus soldados en poder de Urquiza por la capitulación
del Pantanoso.
Ordoñana refiere, con lealtad e imparcialidad, las cosas
que vio y oyó. Esta parte es la principal de sus “Memorias”,
cuyo valor histórico la constituye el relato de la superficie
histórica hecho por un testigo presencial intachable en su
persona, con la sola y única objeción del transcurso del
tiempo entre los hechos y el relato.
Cuando el ensayista José María Rosa prepara la nota de
introducción de estas memorias, alega que no ha podido dar
con la fecha correcta de la conferencia, pero la supone
realizada a principios del siglo XX, es decir, a cincuenta
años del final de la Guerra Grande. Estos hechos,
excepcionalmente descriptos por Ordoñana en su superficie,
contienen un fondo que necesariamente debió escapar a su
autor, tanto por sus pocos años como por su posición
subalterna en el Ejército sitiador. Por lo tanto, los juicios
vertidos sobre las personas y los motivos que los llevaron a
obrar de determinada manera, solamente tienen un valor
relativo, y deben manejarse –como él aconseja-, con
precauciones.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 213
El mismo Ordoñana lo dice en la introducción de sus
“Memorias”: …“Las noticias que voy a emitir con relación
a los hechos que vinieron a producir la conclusión de la
Guerra, con justicia llamada Grande, servirán para que hoy
o mañana no se tergiversen los hechos, y hablen también
otros de los que van quedando para contar el cuento. El mío
es de aquellos que debe denominarse de vista de ojo, porque
yo, en la condición de Cirujano del Ejército del Norte del
Río Negro, y en la modesta edad de los apercibimientos que
dan los 20 años, nada perdí de lo que se desarrolló en el
Plata desde el mes de mayo de 1851 al 3 de febrero de 1852,
fecha en que se dio la batalla de Caseros con la cual finalizó
la administración del General Rosas en la Confederación
Argentina”.
Estas “Memorias”, el doctor se las obsequió al redactor,
el señor Luis Alberto de Herrera en forma de 18 páginas, sin
numerar ni ordenar, y de cuya lectura puede inferirse el
extravío (intencional o no), de una o más carillas relativas a
una parte de la transcripción de los acontecimientos
ocurridos durante la primera tentativa de paz de la Guerra
Grande, llevada a cabo en el local denominado arroyo de la
Virgen.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 214
De todo el manuscrito, se han omitido las cinco
primeras páginas, por ser una introducción de
consideraciones generales sobre la historia americana. Y el
autor se ha permitido separar los distintos puntos y
rotularlos, a fin de facilitar su lectura; y en ocasiones, muy
pocas, ha corregido la vieja ortografía del autor.
También, y por las mismas razones válidas en la
introducción, se ha suprimido la parte final donde el
conferencista recapitula los hechos más importantes de la
Guerra Grande, y la enunciación de su juicio de que, el sitio
de Montevideo: “…debía haber terminado de forma más
brusca, más estrepitosa y heroica, tanto para honor de los
tirios como por la gloria de los troyanos”.
Una sola frase merece, en la sensatez del redactor, el
deber de salvarse del silencio, y así procede solamente por
su factura literaria: “…Los unitarios (en 1851) de
Rivadavia, fustigados en todas parte, habían desaparecido
de los espacios, no quedando más que sus sombras
representadas por otras sombras”.
Es verdad, sombra de sombras eran en los últimos
tiempos de la Guerra Grande, Alsina, Carril y los contados
rivadavianos de la emigración, o de Buenos Aires…
Una Flor Blanca en el Cardal Página 215
Los puntos que otrora han sido rotulados en forma de
capítulos, describen las siguientes consideraciones:
El ejército unido de vanguardia:
Aquel Ejército Unido de Vanguardia de la
Confederación Argentina, que obedeciendo las órdenes del
General Oribe había vencido en Quebracho Herrado, en
Rodeo del Medio y en San Cala, y pacificó el extenso
territorio que constituye hoy aquella gran Confederación,
estaba fraccionado sobre esta República y tenía sobre la
Capital o sitiando a la Capital, batallones mandados por los
Coroneles Costa, Maza y Ramiro, y divisiones de caballería
a las órdenes de los Jefes Quesada y Lamela; y después,
extendidos por los campos, al Coronel D. Nicolás Granada,
el vencedor de Rico en Chascomús, que mandaba la
división Sud y le obedecían los Comandantes Don Ramón
Bustos y Bernardo González; las divisiones números 4 y 6
respectivamente a las órdenes de los Coroneles Don
Cayetano Laprida y Don José María Flores, y Regimientos
de Caballería que dirigían y ordenaban los Coroneles Sosa,
Burgoa, Hidalgo, Echegaray, Videla, Palao, y Batallones de
Patricios todos de la Guardia del Monte que mandaban Don
César Domínguez, y libres de Buenos Aires al mando del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 216
Coronel Don Pedro Ramos y Nicolás Martínez Fontes; y
artillería que obedecía órdenes de los Comandantes Castro y
Méndez.
En el Ejército de estas referencias, y en el sitio de
Montevideo, estuvieron también algunos años el General
Venancio Pacheco y el Barón de Hollemberg, aquél mismo
que con el General Zapiola, habían sido los inseparables
compañeros del denodado General San Martín partiendo
desde Europa.
Los jefes, oficiales y soldados que constituían aquél
Ejército eran, muchos de ellos, ricos estancieros de la
provincia de Buenos Aires; otros, de los que en algún
sentido habían cruzado la América Meridional en la
Hispánica Independencia y habían llegado al pié del
Tupungato, del Sorata y del Illimani guiados por los
Belgrano, San Martín, Bolívar, Sucre, Salaverry, Gamarra;
y otros habían sido de aquél heroico Nueve de Línea que,
mandado por el Coronel Pagola y por su segundo Don Pablo
Alemán, hijo de Canelones, representan denodadamente al
Uruguay en Chacabuco, en las pendientes andinas; y otros
en fin, habían cruzado el Cusuloubú y el Neuquén con
Arbolito, Rosas y Pacheco, procurando esa conquista
Una Flor Blanca en el Cardal Página 217
Pampeana que han consumado los Drs. Alsina y
Avellaneda.
Pertenecían pues aquellos soldados al linaje de los
hombres de pelea. Eran todos hombres encanecidos, y su
conversación individual de crónica histórica empezaba por
los llanos de Torata como seguía por Pasco; eran algo así
como el residuo de los guerreros de los tiempos heroicos,
fraccionados y dispersos por las contiendas civiles y
extendidos por toda la América, antes y después de
consumada la Independencia; sustancialmente lidiadores
que batallaron en estos países desde la invasión inglesa de
1806 hasta las batallas de Ayacucho, Ingavi, e Ituzaingó.
Netamente, los soldados de esta referencia
representaban, en el terreno de la práctica, la idealización de
los bardos americanos Eredia, Magariño Cervantes y
Plácido, sin desmentir el valor, su abnegación, su
patriotismo y la real fantasía de la Patria; sin más
pretensiones, lo que sorprenderá sobre todas las sorpresas,
es que los soldados de aquél ejército no tenían de sueldo
más que $ 20.00 papel al mes, equivalentes a un patacón; y
los coroneles $ 600.00 papel al mes equivalentes a
veinticinco patacones, y esto dará cuando menos, la idea de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 218
la alta disciplina de aquellos soldados y del respeto que
todos tributaban al superior.
El uniforme de los jefes y oficiales lo constituía una
chaqueta de grana, un chaleco del mismo color, pantalón de
paño azul oscuro con franja colorada, botines de becerro y
una gorra de manga para los cuerpos de caballería, y
redonda o achatada para los infantes.
Para los soldados, el uniforme consistía en una
camiseta de paño colorado, que copió Garibaldi para su uso
y para uniforme de los voluntarios de Marsala, chiripá
colorado de paño, camisa y calzoncillo de lienzo, y para
calzado unas hojutas o sandalias de cuero como los
soldados romanos de César y de Pompeyo.
Eran sus armas: espadas para jefes y oficiales; y para
los soldados, fusil de chispa provisto de cuatro paquetes en
la respectiva canana, bayoneta, morral y cantimplora
flamenca para el agua.
Este gran tipo del soldado argentino, le tenemos en un
lienzo regalado por nuestro amigo Blanes (reconocido
pintor uruguayo de grandes epopeyas).
Defecciones de orientales:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 219
En las condiciones expuestas, y con el personal
desplegado, el Ejército Federal argentino obedecía las
órdenes del General Oribe, que, en los momentos que se
producían los sucesos de Entre Ríos y pasaban los
Generales Urquiza y Garzón, tenía al brioso Brigadier don
Ignacio Oribe destacado al norte del Río Negro (Banda
Oriental), en campo de observación sobre las márgenes del
Arroyo Malo.
El Ejército de Urquiza efectuó su pasaje del río
Uruguay sin oposición de ninguna clase, y las fuerzas
oribistas destacadas en las riberas y que obedecían al
General Don Servando Gómez se pronunciaban, por el
contrario, en favor de la invasión dirigida para éste caso, por
oficiales que no quiero individualizar por razones de moral
política nacional.
El General don Servando Gómez, que era uno de los
guerreros de la Independencia, sirvió con el General Laguna
en la epopeya de los Treinta y Tres; soldado leal en toda la
extensión de la palabra. Pero poco tiempo antes de los
sucesos que narramos, se había dejado sorprender por unas
turbas brasileras denominada “californias” que, a las
órdenes del Barón de Jacuí, Chico Pedro de Abreu,
invadieron el norte del Río Negro para robar vacas como
Una Flor Blanca en el Cardal Página 220
hacían los paulistas de otros tiempos; y los que fueron
anonadados por el Coronel don Diego Lamas y
desbriznados por el Comandante Don Dionisio Trillo en las
márgenes del Tacuarembó.
Por los sucesos precedentes, Servando Gómez había
sido depuesto de su alto cargo de General en Jefe al Norte
del Río Negro, y así su resentimiento le dio motivo más que
suficientes para entrar en las combinaciones que con tanto
tino, preparó el General Garzón para invadir el territorio
uruguayo respondiendo a la Grande Alianza.
Algunas divisiones que pertenecían a los Defensores de
las Leyes con su blanca y purpúrea divisa, siguieron
defeccionando al Norte por el solo prestigio que a los
Orientales infundía el General Garzón; causa también
inmanente de las disgregaciones sucesivas que sufrió el
ejército del General Oribe.
Lamas, Egaña, Brian, Argento y otros, tuvieron que
ponerse al amparo de las bravísimas divisiones argentinas
que en aquella región mandaba el Coronel Hidalgo,
Comandante Domínguez y el Mayor Basso, los que
inmediatamente emprendieron un movimiento de retirada
buscando la incorporación del General Ignacio Oribe, quién
como he dicho, acampaba en el Arroyo Malo.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 221
Don Dionisio Trillo, Jefe de la frontera del Noreste, con
la lealtad que en todos sus actos le caracterizó, viéndose
abandonado, se abrió paso hacia el Brasil buscando
restituirse como se restituyó, al ejército fiel de Manuel
Oribe, que se organizaba en el arroyo de la Virgen.
Efectuadas la incorporación de las fuerzas de Hidalgo,
don Ignacio Oribe emprendió la retirada en dirección al Río
Negro, y se habían recorrido unas cuantas leguas, es decir,
se había llegado a las márgenes de Arroyo Charrata, cuando
el enemigo se presentó tiroteando la retaguardia y haciendo
prisioneros algunos bagajes, y recibiendo yo personalmente
un balazo en la clavícula izquierda.
El Coronel don Juan Valdez era entonces Comandante
General del departamento de Tacuarembó y, sea por el
especial cariño que le profesaban sus subordinados como la
decisión de los ciudadanos de aquél departamento, entre los
que se encontraban don Tristán Azambulla, Pedro Chucarro,
Lino Erosa, Juan Benito Palacios y otros distinguidos
caballeros, ello es que aquél departamento puso en
movimiento una columna de mil hombres de infantería y
caballería, que no pudiendo efectuar su incorporación con
don Ignacio Oribe por la interposición de las fuerzas
enemigas rápidamente adelantadas, efectuó el pasaje del Río
Una Flor Blanca en el Cardal Página 222
Negro por el rincón de Zamora, mientras el Brigadier Oribe
buscaba en línea recta, la manera de efectuar ese mismo
pasaje salvando su numerosa caballada, que era la principal
atención del ejército invasor.
Valdés, perseguido y escopeteado por sus compañeros
de la víspera, siguió lealmente al Arroyo de la Virgen con
su división íntegra, mientras el Brigadier Oribe, estrechado
en las márgenes del Río Negro desbordado por las continuas
lluvias, presentaba batalla a un enemigo que se negó
resueltamente por tres días consecutivos a aceptarla, por
más que se hicieron los adelantos y las decididas
provocaciones que en esos casos corresponden.
El General Urquiza solicitó una entrevista particular y
privada al Brigadier Oribe, que la rechazó con indignación,
mientras hacía llegar a manos de los Jefes argentinos las
más atentas y cariñosas cartas en las que exponía y
manifestaba las causas que a su título, eran suficientes para
levantarse contra el General Rosas y unirse a los brasileros
y a la “Sublime Alianza”.
Era el 10 de agosto de 1851. El honorable Coronel don
Basilio Muñoz, jefe de la división Durazno, se presentó en
la picada de Oribe por la margen sur, como para facilitar el
paso del Ejército del Norte, a lo que se dio inmediatamente
Una Flor Blanca en el Cardal Página 223
principio por las caballadas, por las carretas de parque y las
ambulancia, y finalmente, por las numerosas mujeres que en
aquellos tiempos acompañaban a los ejércitos.
Al día siguiente, aquella división, aquél cuerpo de
ejército y aquellos caballos, todo había desaparecido; y solo
estaban allí el Coronel Don Basilio Muñoz, el Comandante
Militar del Durazno Don Faustino Méndez, los ciudadanos
Peña, Imas y Martínez, y algunos ayudantes y asistentes que
se lamentaban del abandono de los amigos y compañeros de
la víspera, que les habían dejado para huirse al enemigo,
que, al mando del Mayor Neira, acababa de vadear el Río
Negro por los Pasos de los Toros.
Tomaba aquello el carácter de un pronunciamiento
general, y don Ignacio Oribe juzgó, en consejo de Jefes, que
sería prudente efectuar también el cruce del Río Negro,
como se ejecutó de noche arrojando al río la artillería
pesada, y seguir marchando al Sur en busca del Paso de Rey
en el Río Yi, vadeándole en botes construidos para ambos
ríos, de cuero fresco ahuecados con simbras de sarandí y
amarillos.
La marcha se efectuó con toda precisión y dejando a la
derecha el Río de las Cañas, y a los cerros de Malbajar y a
la histórica Capilla de Farruco; y atravesando otros ríos y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 224
otros arroyos y, hostilizados de noche y de día por enemigos
ensoberbecidos por las defecciones.
En el Arroyo de la Virgen:
El Ejército del Norte llegó así al Arroyo de la Virgen
haciéndose la junción con el gran ejército que a las órdenes
directas de Don Manuel Oribe se organizaba en aquél punto.
Allí estaban las divisiones Colonia, San José,
Canelones, Tacuarembó, las que respectivamente obedecían
a los Coroneles Moreno, Álvarez, Golfarini y Valdez;
estaban diversos regimientos y escuadrones sueltos, y el
Ejército Unido presentaba un personal de 8.500 infantes,
7.000 jinetes y 24 piezas de artillería marca Paisans, con
dos coheteras a la “Congreve” las que mandaba el
Comandante Milburn.
Así mismo quedaron en algunos departamentos, las
divisiones correspondientes a los mismos, como para
distraer la invasión llamada “Extranjera”; y en éste
concepto, el Coronel Casaravilla y los Comandantes Don
Tomas Villalba y Francisco Grande estaban en lo que
correspondía a Soriano, el Coronel Barrios en los de Minas
o Maldonado, y finalmente en Cerro Largo, el intrépido don
Dionisio Coronel empezaba la campaña contra el Brasil,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 225
derrotando la Vanguardia del ejército Brasilero en el Paso
de las Piedras de Yaguarón.
Desprendiese mientras tanto del Arroyo de la Virgen
una división rápida de Caballería a las órdenes de los
Mayores Timoteo Aparicio y León Benítez para distraer la
rumbosa marcha que por el centro de la República ejecutaba
el General Urquiza, buscando la aproximación del ejército
de don Manuel Oribe.
.........................................................
…Aquí faltan una o más páginas del original del Dr.
Ordoñana. Para seguir la ilación de los acontecimientos, el
redactor hace esta sucinta referencia: Manuel Oribe había
salido el 31 de julio del Cerrito para operar la unión con los
restos del Ejército del Norte que traía su hermano Ignacio:
dejó en el Cerrito, para sitiar a Montevideo, un escaso
contingente de 2 mil hombres de las tres armas con 80
cañones al mando del Coronel Lasaga.
Ignacio y Manuel Oribe unieron sus tropas en el arroyo
de la Virgen –como lo dice Ordoñana– para esperar a
Urquiza, mientras Timoteo Aparicio y León Benítez
hostigaban la marcha de éste. Incapacitado Urquiza para
presentar combate a la fuerza de Oribe en el arroyo de la
Virgen, se detuvo hasta esperar la llegada de los brasileños
Una Flor Blanca en el Cardal Página 226
(que solamente el 4 de septiembre entrarían en territorio
oriental). En esos primeros días de septiembre, Lucas
Moreno, por encargo directo de Oribe, propone a Urquiza la
capitulación sobre la base de la retirada de los regimientos
argentinos a Buenos Aires “y los nacionales que deseen
hacerlo”.
Aceptadas, verbalmente y en principio, por Urquiza
estas bases, partirá el Coronel argentino Pedro Ramos a
Buenos Aires para llevarlas a Rosas y obtener su
aprobación. Rosas las desaprobaría con estrépito, -como
dice Ordoñana-, dando instrucciones para quitar a Oribe del
mando y cruzar por Entre Ríos hacia Buenos Aires. –
Comentario éste que ha sido agregado a las “Memorias”,
por José María Rosa.
.........................................................
...y mientras tanto, -continúa relatando Ordoñana en
sus pliegos-, los ejércitos siguieron guardando por algunos
días sus respectivos campamentos y posiciones, dando lugar
a que el General Rosas contestara, y pudiese traslucir al
Gobierno de Montevideo enterarse de tan importantes
asuntos; por eso que el General Garzón asumió facultades
especiales para: poder y acuerdos convenidos por el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 227
gobierno de Montevideo presidido por el sitiado Presidente
Suarez.
Cuando efectuó el movimiento general de
concentración sobre el Arroyo de la Virgen, el Coronel
Moreno, jefe de la división Colonia, aumentado con el
Batallón Defensores al mando del Comandante Don Marcos
Rincón; algunos partidarios de Urquiza y colorados
residentes en Colonia, hicieron un pronunciamiento en favor
del Gobierno de Montevideo, y contrarío a la política y
administración del sitiador Oribe. El Coronel Moreno, con
parte de la división de caballería y algunas compañías del
Batallón Defensores al mando del Mayor Lenguas, volvió
rápidamente sobre esa ciudad, apoderándose de loas a los
jefes de ese movimiento y de la ciudad misma, y
castigándolos severamente.
Todo esto concurrió a que el Coronel Moreno
aumentase su popularidad y prestigio, y la confianza en su
decisión aumentase también entre los orientales que de
buena fe se disponían a luchar contra los aliados.
Se rompe el armisticio:
Pasáronse algunos días sin que ningún acontecimiento
militar interrumpiese lo que podía significar la paz hecha.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 228
Montevideo, que había roto las hostilidades contra el
ejército sitiador, suspendió las armas y todo parecía
dirigirse hacia la normalidad de una paz tantas veces
suspirada. Sin embargo de ésta, el Vizconde de Caxias,
General en Jefe del Ejército brasilero, habiendo atravesado
la frontera seguía hacia Montevideo a marchas cortas; y el
ejército del General Oribe, acampado hacía tiempo en el
Arroyo de la Virgen, había mudado de campo hacia Carreta
Quemada, y de allí seguía gradualmente, a marchas cortas
también, la dirección de Santa Lucia buscando el Paso del
Soldado que se vadeó con todo el ejército, siendo el jefe de
la Retaguardia el Jefe argentino Coronel Quesada.
¿Cuál no sería la sorpresa del ejército, cuando se
sintieron repentinamente tiros, guerrillas y verdaderas
hostilidades sobre esa retaguardia, y se reconocieron clara y
distintamente, considerables masas de caballería forzando el
Paso del Soldado y que esas caballerías obedecían las
órdenes del General Urquiza?
El ejército del General Oribe, hizo alto en las márgenes
del Mataojo; el General Oribe sorprendido, verdaderamente
asombrado de la conducta del General Urquiza y de la burla
del Tratado de Paz, despachó al General Don Diego Lamas
Una Flor Blanca en el Cardal Página 229
cerca de aquél General, preguntándole las causas de aquél
rompimiento
El General Urquiza no se portó en verdad, con lealtad,
porque la carta del General Moreno a que se refirió databa
de las márgenes del Colla, y era de simples reflexiones a
propósito de la paz que había negociado; no era motivo, ni
pretexto suficiente, para faltar a las leyes de la equidad, y
así, y por estos propósitos siempre fue y nos los manifestó
muchas veces el señor Moreno, una perpetua mortificación
para él por las torcidas interpretaciones que hizo el General
Urquiza de algunas amistosas consideraciones, vaciadas en
la particular y distinguida amistad que tenía hacia dicho
General.
No consiguiéndose, pues, ni aún una suspensión de las
hostilidades, el ejército hizo alto y acampó sobre el mismo
paso de Mataojo, atravesando al día siguiente ese arroyo y
tomando la dirección de Las Brujas.
Llega el coronel Ramos.
No informa a los oficiales argentinos:
No habían pasado todavía la mitad de las fuerzas,
cuando se presentaron el Coronel don Pedro Ramos y el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 230
señor Iturriaga procedentes de Buenos Aires que, como se
ha dicho, llevaron la misión de comunicar al General Rosas
el tratado de paz del Arroyo de la Virgen.
¿Cómo es de suponer que Don Manuel Oribe se
apoderó de Ramos y siguió con él, mientras los jefes
argentinos esperaban con ansiedad para saber qué les decía
su General y Gobernador, y cómo había aceptado el tratado?
Al fin, desprendido el Coronel Ramos, se puso en habla
con sus compañeros y amigos a los cuales no los sacó
asimismo de su ansiedad en que se encontraban;
contestando netamente a sus demandas que: “el
Restaurador, nada les mandaba decir”.
Esto, como lo diré más adelante, era falso; y si el
Coronel Ramos, no olvidándose que era argentino, antiguo
Capitán de Dragones de la Patria, ayudante de campo del
General Rosas, hubiera cumplido con su deber, por cierto
que la conclusión de aquella guerra hubiera tenido una
solución más elevada, porque los elementos de que se
disponía, no podía contrarrestarlos la alianza; y lo probable
es que, como consecuencia de una decisiva victoria, el
Uruguay hubiera cancelado con Brasil sus cuestiones de
límites sin sancionar el utti posidetis, que se usó para el
tratado de 1851, y la Laguna Merin, el Ibicuy, Yaguarón, y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 231
otros ríos serían navegaciones interiores de la república
Oriental.
El Coronel Ramos era portador de una nota privada de
Rosas para los jefes argentinos, y tuvo la debilidad de
mostrarla al General Oribe, que no había merecido un
simple acuse de recibo con relación a los tratados del
Arroyo de la Virgen y de la paz pronunciada allí.
Sufrió el General Oribe un verdadero desaire de parte
de su aliado, una contrariedad peor que la que le ocasionó el
proyecto Gore–Gros; pero comprendiendo la inmensa
evolución que habría de producir la nota de estas referencias
llegada al conocimiento de los argentinos, le hizo prometer
al Coronel Ramos el silencio hasta momentos más
oportunos; y hasta le dijo que él no era un traidor, y que el
único modo de dar satisfacción al ejército argentino que por
tantos años le obedecía, sería pegarse un tiro en su presencia
para dar cierta y solemne sanción a su lealtad de caballero,
malamente desconocido por Rosas en tan decisivos y
complicados momentos.
Marcha hacia el Cerrito:
El ejército continuó pues su concentración hacia el
Cerrito, y atravesando el Colorado, siempre y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 232
constantemente escopeteado por el enemigo, quiso el
valeroso General Oribe, el segundo Jefe de los 33,
acompañado del negro Dionisio, uno también de los 33,
tentar una batalla; una de esas heroicas batallas que deciden
sobre la suerte de los pueblos, y así dispuso que, los bagajes
y las mujeres, siguieran para el Cerrito, y después haciendo
pié y dando vuelta, se retrocedió desde Las Piedras hasta
Las Brujas, escopeteando a su vez a un enemigo que en todo
los conceptos, carecía de las leyes de la equidad militar,
diciendo que no quería batallar con los compañeros y con
los amigos de la víspera.
Al fin fue necesario volver hacia el Cerrito, y se volvió a
la vez tiroteados por la espalda y escopeteados por los
flancos en que cayeron algunos leales como el Capitán
Arias y muchos de aquellos valientes del ejército argentino,
cuyo espíritu de cuerpo y de nacionalidad la historia jamás
ensalzará lo bastante.
Presentáronse en aquella circunstancia con algunos
leales compañeros, los renombrados Capitanes, Olid,
Aparicio, León Benítez, Trillo, para participar de los efectos
que debía producir la conclusión de la gran epopeya de los
nueve años.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 233
La retirada del ejército se hizo con orden; se atravesó
por la mitad del pueblo de Las Piedras bajo los vivísimos
fuegos del enemigo y al fin se llegó al Cerrito de la Victoria
para producirse la paz del 8 de octubre.
El General Urquiza estableció su cuartel general en el
molino de Las Piedras, y estableció un verdadero sitio,
adelantando sus avanzadas hasta cerca del saladero
denominado de Legris.
Por estos sucesos y estos extraños acontecimientos, el
ejército sitiador durante 9 años, vino a ser estrechamente
sitiado, con hostilidades a su frente y a su espalda, y hasta
una flotilla procedente de Montevideo se presentó en el
Buceo, siendo rechazada por las fuerzas que mandaba el
honorable Capitán don Joaquín Idioyaga.
Ramos descubre su secreto:
La situación pues, no podía ser más crítica y dudosa;
aquello no podía prolongarse porque los pocos ganados que
se había llevado por delante debían concluir en 5 ó 6 días, y
las caballadas circunscriptas a estrecha zona de tierra,
también debían enflaquecerse y morir, como empezaron a
morir por falta de alimentos y lugar de apacentamiento.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 234
Don Manuel Oribe envió cerca de Urquiza, varias
representaciones tratando de buscar el arreglo del Arroyo de
la Virgen; entre otros caballeros fueron sucesivamente
enviados los señores don Bernabé Carabia, el respetable don
Juan Francisco Giró, el doctor Joanicó, acompañado del no
menos distinguido doctor Eduardo Acevedo, pero esas
comisiones no dieron resultado ninguno y, mientras tanto,
seguían las hostilidades todos los días. En las líneas había
heridos y muertos.
El Coronel don Pedro Ramos, que como se ha dicho,
fue el encargado de llevar al General Rosas el conocimiento
del tratado del Arroyo de la Virgen, se hallaba alojado en la
fortaleza del Cerrito en las piezas mismas del Capitán
Mayor, director de señales; y con la cariñosa amistad que
nos dispensara, y hallándose además enfermo, lo fuimos a
visitar hallándolo en una horrorosa excitación.
“Amigos, -nos dijo llevándose una mano a la garganta-,
tengo aquí una cosa que me ahoga; y solicitándola con
insistencia cuál era la causa de su molestia, nos alcanzó una
nota oficial del General Rosas, cuyos términos eran nada
menos que la desaprobación del tratado de la Virgen, y una
protesta patente de los procedimientos del General Oribe;
igual por igual a lo que ejecutó en la negociación del tratado
Una Flor Blanca en el Cardal Página 235
Gore-Gros amparado por las circunstancias; en la nota decía
lo siguiente :
“El Gobernador y Capitán General de la
Provincia de Buenos Aires, Encargado de las
Relaciones Exteriores de las Provincias que
comprenden a la Confederación Argentina. A
los Jefes del Ejército Unido de Vanguardia, en
operaciones en la República Oriental”:
“Habiendo don Manuel Oribe, presidente de la
República Oriental del Uruguay y General en
Jefe del Ejército de Vanguardia de la
Confederación Argentina, faltado al pacto y a
los compromisos contraídos con la
Confederación Argentina, pactando con el
traidor, etc., etc. (suprimo calificativos) de
Urquiza haciendo acuerdos con el Brasil, el
Gobernador y Capitán General que lo suscribe
ordena:”
“lº -Que los jefes argentinos que mandan
cuerpos en la Banda Oriental, desconozcan la
autoridad del General don Manuel Oribe,
procedan al nombramiento de un Jefe que los
dirigía de acuerdo a lo que se indica en el pliego
Una Flor Blanca en el Cardal Página 236
general de instrucciones que conduce mi
Edecán, Coronel don Pedro Ramos”.
“2º -Que sin consideraciones de ningún género,
los cuerpos argentinos que sitian la ciudad de
Montevideo, la abandonen y tomen la dirección
del interior, llevando la artillería y parque
correspondiente a la Confederación Argentina”.
“3º Que los heridos, enfermos e inválidos sean
conducidos en las ambulancias”.
Las instrucciones especiales, escritas por puño y letra
de don José Manuel de Rosas, acreditan el tino práctico de
aquel hombre de Estado que respondía a su tiempo y al
bravísimo período de transición política federal ó unitaria
por la cual habría de pasar la República Argentina, hasta
entrar en el cauce que actualmente se encuentra para seguir
la corriente de un grande y ordenado progreso.
En esas instrucciones, se contenían las ordenanzas
por las cuales los jefes debían proceder al nombramiento de
un Jefe Provisional que habría de dirigirles, y se expresaban
las fuerzas que sucesivamente saldrían de Buenos Aires por
el Delta del Paraná, para la constitución de un Gran Ejército
de Operaciones, y lo que para esos movimientos
correspondía al señor don Antonino Reyes y los
Una Flor Blanca en el Cardal Página 237
acreditadísimos Coroneles Chilavert, Pedro Díaz,
Hernández y Bustos. He de repetir que don Pedro Ramos
rompió con la unidad de aquellos pensamientos dejándose
imponer silencio por el General Don Manuel Oribe, y he de
repetir, sin partidismos, que si aquél Coronel hubiera
cumplido con su deber, la guerra de los Nueve Años hubiera
terminado de una manera valerosa y heroica como en
realidad le correspondía.
Nada de aquello sucedió, y como los sucesos
amontonados en el Cerrito tenían necesariamente que tener
una solución, esa solución vino a suceder de la manera
siguiente:
Consejo de oficiales argentinos:
Cuando el Coronel Ramos tuvo la debilidad de mostrar
al General Oribe la nota que para los jefes argentinos
conducía, le manifestó este pundoroso Jefe que tenía
todavía los medios para salvar al Ejército argentino,
haciéndolo decorosamente embarcar para Buenos Aires, y
Ramos le creyó hasta el momento en que me hizo la
confianza y honor de mostrarme la famosa nota, que
inmediatamente llevé a conocimiento del Jefe argentino don
Una Flor Blanca en el Cardal Página 238
José María Flores que me dispensaba, con la distancia de las
posiciones, la más cariñosa, franca y leal amistad.
Flores se sorprendió de aquello, y creyó conveniente
dar aviso a todos sus compañeros; al efecto los citó para una
reunión en su carpa y allí concurrió el valeroso Coronel don
Gerónimo Costa, el sereno Coronel don Cayetano Laprida,
el pausado Coronel don Nicolás Granada, y en fin los Jefes
Maza, Fontes, Echegaray, Palao, Hidalgo, Sosa, Quesada,
Ramiro, González, Bustos, Lamela, Videla; todos estaban
en aquel célebre y patriótico consejo para oír la tardía
lectura de la nota del General Rosas y las instrucciones que
la acompañaban.
Fue una sesión elevada, pero tempestuosa. El bravísimo
defensor de Martín García en 1839, Coronel Costa, se alzó
sobre todos sus compañeros diciendo:
“Que todo aquello era necesario cumplirlo, tal
como el Restaurador la mandaba, pero que era
necesario previamente juzgar al Coronel Ramos
por traidor, levantar el sitio, y proceder
totalmente de acuerdo con las notas e
instrucciones del General Rosas”.
Negociaciones con Urquiza:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 239
El Coronel don Mariano Maza actuaba como segundo
de esta memorable sesión: era yerno de don Manuel Oribe,
y tomando la palabra, manifestó que estaba autorizado para
decir que el Ejército argentino se embarcaría con todos sus
bagajes para Buenos Aires, pues el Presidente Oribe -fueron
sus palabras-, estaba en arreglos con el General Urquiza.
Las resoluciones se aplazaron por la templanza de los
Coroneles Flores y Granada.
Al siguiente día de estos variados sucesos, fui
informado que el General Urquiza no tenía con el General
Oribe tales contratos, y que por el contrario, el General
Urquiza había manifestado en ese mismo día a don
Norberto Larravide, comerciante argentino establecido en la
Unión, y enviado como negociador cerca del General
Urquiza, dijese al General Oribe que no podía negociar con
él, porque no mandaba ni Orientales y hasta sus ayudantes
le habían abandonado; y cuanto a los argentinos, trataría con
ellos porque al fin eran sus compatriotas, sus amigos de
armas y particulares.
El señor Larravide pidió al General Urquiza se sirviera
consignar esas declaraciones de su puño y letra en una carta
al señor General Oribe, que su secretario don Ángel Elías
redactó, y en que se expresaba en los términos siguientes:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 240
“Mi querido General y amigo:”
“He manifestado a nuestro amigo don Norberto
Larravide, lo inconveniente y lo ineficaz de las
misiones que Ud. me envía para tratar de asuntos
que no tienen ya más solución que un arreglo que
salve su honor, y el del Ejército argentino que
obedece sus órdenes”.
“Yo deseo que esto se produzca lo más pronto
posible porque siendo el Vizconde de Caxias el
General en Jefe del ejército que ha de operar en
esta República, según nuestros precedentes
tratados; yo, cuando haya llegado aquel Jefe con
el Grande Ejército, nada podré hacer en
obsequio de mis amigos”.
“Yo le quiero a Ud. y le respeto, General, pero en
las circunstancias en que se hayan las cosas, con
las obligaciones que la alianza me impone, y con
la aproximación del Vizconde de Caxias, General
en Jefe del ejército Brasilero, yo no puedo hacer
ya nada en el sentido que Ud. indica”.
“Los argentinos son compatriotas míos, viejos
compañeros de causa, y yo debo entenderme con
ellos. Ud. no debe oponerse y, por el contrario,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 241
hemos de salvar el honor y la dignidad que
corresponden a Ud; como General en Jefe,
víctima de la lealtad hacía Don Juan Manuel de
Rosas”.
“Con tal motivo, salúdalo
J. J. de Urquiza”.
Larravide era un comerciante argentino radicado en la
Villa de la Restauración, muy distinguido por su educación,
muy amigo de Manuel Oribe, y lleno de emoción, le entregó
la carta de éstas referencias en presencia de don Ramón
Artagaveytia.
La leyó don Manuel fuerte pero profundamente
emocionado. El General don Antonio Díaz, y el Coronel
Pedro Piñeyrúa llegaban en esos momentos al cuartel
general, y el General Oribe les hizo lectura de la carta de
Urquiza, pidiéndole resueltamente un consejo. Era el 6 de
octubre, el mismo día que los Jefes argentinos habían tenido
noticias de la nota y de las instrucciones conducidas por el
Coronel Ramos; juzgase, pues: ¡Qué día sería aquél, en el
espíritu y en las tendencias de aquellos guerreros!
El señor Artagaveytia, que sabía la inmensidad del
peligro que se corría, aconsejó que debía buscarse el medio
más práctico para llegar al término de aquella dificilísima
Una Flor Blanca en el Cardal Página 242
situación, porque las defecciones continuaban, las
hostilidades hacían diariamente nuevas víctimas, y las
numerosas familias agrupadas en la Unión y en la Quinta,
corrían el inmenso peligro de una disolución, de un saqueo
y de cien atrevimientos, como consecuencia clara de una
derrota general que era ya imposible evitar, y más con el
estricto bloqueo efectuado con la escuadra brasilera a las
órdenes del almirante Grenffell.
Apoyaron al señor Artagaveytia, los señores Díaz y
Piñeyrúa, pero el General Oribe, lleno de angustia, observó:
-“Yo, amigos míos, no puedo cometer la indignidad que
quiere Urquiza, poniéndome a las órdenes de los Jefes
argentinos; primero morir”, -dijo con virilidad.
Después de un prolongado silencio, habló otra vez
Artagaveytia, y apuntó:
-“Señor Presidente, yo me encargo de este asunto”.
A lo que contestó Oribe:
-“Hágalo amigo don Ramón, y que nadie comprenda
que yo he caído en tan miserable degradación.”
Ordoñana es enviado al campamento de
Urquiza:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 243
El señor Artagaveytia, había tenido un pensamiento:
uno de esos pensamientos que como un rayo, hieren en
supremos momentos a hombres superiores. Se había
acordado de mí para servirse de viaducto en las aciagas
circunstancias en que se encontraba el país civil y blanco
que había seguido una opinión política, correspondiendo a
la legalidad de sus orígenes en la segunda administración
presidencial.
Me conocía desde cadete del primer Batallón de
Voluntarios de Oribe, con catorce años de edad, que mandó
desde su origen, y aunque después continué por la carrera
de médico y seguí a campaña con ausencia de varios años,
siempre guardé cariñosa amistad por la vinculación que
había desenvuelto su compadre y amigo don Juan Antonio
Porrua, y a la que correspondí y sustenté hasta la muerte de
este respetable amigo mío.
El señor Porrua me hizo llamar con toda urgencia al
Hospital de sangre del ejército que atendía con el doctor
Spielman con más de 200 heridos que, como es de suponer,
pasarían los pobres las más amargas penas en medio de
aquella tenebrosa situación, y mucho más cuando se
efectuaba la deserción diaria de los practicantes del
establecimiento y aún, algunos de los médicos.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 244
Yendo inmediatamente al encuentro del señor Porrua,
allí lo encontré con los señores Artagaveytia, Arteaga,
Reisig y Platero. Platero, era el mismo don José María
Platero que había proporcionado las 500 carabinas con que
los “33” iniciaron su campaña, y el señor don M. Reisig, el
primer Contador General de la Nación Oriental del
Uruguay. Luego pues, me encontraba entre viejos y
desinteresados patriotas, y aquella reunión habría de tener
algo de grande y de solemne, y yo, hasta cierto punto,
debería de encontrarme alto y elevadísimo sobre las esferas
de mis años.
Así mismo, mi espíritu nuevo y juvenil estaba algo
trabajado en aquella escena de contrariedades, pero así
mismo, repuesto cuanto ha de reponerse el mozo que ha de
hablar con personas superiores por dignidad y por edad,
merecí que el señor Porrua, frío como era en sus
manifestaciones, me felicitase por la alegre fisonomía que
llevaba, diciendo que aquello era una novedad en aquellas
circunstancias.
Contestando lo que urbanamente debía contestar, el
señor Artagaveytia me dijo lo siguiente:
-“Lo he hecho llamar, Ordañana, porque nos
encontramos en la más aflictiva de las
Una Flor Blanca en el Cardal Página 245
situaciones; Urquiza no quiere tratar con el
Presidente, diciendo que no manda Orientales, y
que por esto, solo tratará con los Jefes
argentinos. En este sentido, ha escrito también
una carta que ha sido conducida por Larravide;
no queda pues, otra alternativa que la dispersión
y el saqueo, ó que los Jefes argentinos se pongan
resueltamente en relación con Urquiza, y
concluyan con esto, haciendo lo posible para que
se haga un tratado y se salve la dignidad
personal del Presidente y de los que lealmente
obedecemos sus órdenes”.
En todas estas manifestaciones, se descubría la
profunda emoción que embargaba el ánimo del señor
Artagaveytia, y el de los caballeros presentes, y en el mayor
enmudecimiento, parecían presa de un desconocido terror;
yo creo que la herida moral que poco después acabó con la
vida del señor Artagaveytia, la adquirió en esos angustiosos
momentos y en esos días de prueba.
Cuando me pareció que debía pasarse a la reacción, le
contesté:
-“Señor don Ramón: Tranquilícese Ud. yo hablaré
ahora mismo con el Coronel Flores, que es la primera figura
Una Flor Blanca en el Cardal Página 246
de ese ejército, y comprendiendo perfectamente todo cuanto
Ud. ha querido decirme, yo lo sabré traducir fielmente y
seré sin duda alguna y por Ud., el secreto agente de un
movimiento hacia la paz, en que nos comprendemos todos
los que hemos sabido mantenernos fieles a los principios
que constituyeron esta homérica guerra que finaliza, y
además, porque todo esto coincide con una nota del General
Rosas que hoy de mañana fue leída en reunión de los Jefes
argentinos, que debieron de haber embravecido la situación,
si no hubiera sido por la prudencia de los Coroneles Flores
y Granada”.
Aquello necesitaba terminarse; no había ya carne con
que racionar las tropas, y el carácter general de la situación
era en todos los conceptos disgregador, y así pues, me dirigí
al campamento de Flores y apartando sus ayudantes don
Felipe Ulloa y don Justo Saavedra, que eran más que nada
sus verdaderos amigos, le hice conocer la misión que
llevaba, expresándole todo en el más patético y sentimental
de los lenguajes, y por la parte que a los Orientales
correspondía, porque si bien es cierto que había muchas
traiciones y deserciones, no quería yo que la divisa
“Defensores de las Leyes” que tan lucidamente usaba en mi
gorra, fuese en ningún concepto menoscabada, ni que esas
Una Flor Blanca en el Cardal Página 247
leyes quedasen fuera de cualquier convenio que se iniciase
directamente, como debía iniciarse por los argentinos.
El Coronel Flores me quería, y yo tuve sucesivas
ocasiones de probarle de que le correspondía y
manifestándole el objeto que accidentalmente me llevaba
me dijo:
-“Y a ti, ¿qué te parece?”.
-“A mí, lo que me parecía, es que llame Ud.
reservadamente a los Coroneles Granada, Laprida, Bustos y
García, y consultando con ellos, me dé Ud. a mí una esquela
para el General Urquiza, diciéndole que me atienda en la
misión privada, que debe reducirse al oírme. Yo le conozco,
y -le dije-, haré con prudencia que pase a una carta todas sus
ideas y sus verdaderos fines, después que yo haya emitido la
que a Ud. le corresponda en relación al mandato de don
Juan Manuel de Rosas”.
Así se hizo, y así se procedió, y en la noche, crucé al
campo acompañado hasta las avanzadas por el rico
propietario hoy del norte de Buenos Aires, don Felipe
Ulloa, tropezando poco después en las rondas enemigas, con
el Barón du Gratti y el Mayor Neira, que cubrían la línea
con la división “Estrella”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 248
Este Barón du Gratti, belga de nacionalidad, quién
después he tenido ocasión de saludar en Bélgica como
Senador del reino, era un distinguido caballero de la antigua
nobleza belga, y habiendo venido al Río de la Plata en viaje
de instrucción, encontró conveniente tomar servicio, y le
tomó a las órdenes del General Urquiza en la campaña que
iniciaba contra el General Rosas y los elementos que lo
representaban.
Estos jefes me proporcionaron, después de algunas
explicaciones, un baqueano hasta el molino de Las Piedras,
donde se encontraba el Cuartel General y la galera
correspondiente al General Urquiza, con el que tenía que
entenderme en aquella solemne ocasión.
Serían poco más o menos las 12 de la noche, y los
fogones que son los que determinan la inactividad nocturna
de los ejércitos, después del silencio y su mayor o menor
recogimiento, estaban ya apagados y sólo se distinguía en
una que otra carpa, alguna pálida luz desprendida por algún
candil o alguna vela de sebo, que es la lumbrera de nuestros
campamentos.
Acercándome al Cuartel General, el baqueano a quién
me ligaba ya amistosa confianza, me fue llevando por aquel
dédalo de carpas, hasta la proximidad de la galera del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 249
General Urquiza, y le hice preguntar por la tienda del
Coronel Carballo a quién conocía, y que era el mismo que
hasta cierto punto había iniciado la paz del Arroyo de la
Virgen, teniendo por esas circunstancias que quedarse con
Urquiza.
La Entrevista con Urquiza:
El Coronel estaba ya acostado, y en su misma carpa, su
hermano político don Manuel Iglesias, cirujano del Batallón
Defensores, compañero y amigo mío que hacía días nos
había abandonado pasándose al enemigo.
Estaba yo, pues, entre amigos de confianza, y
despachando al baqueano que me había acompañado desde
las avanzadas, manifesté al Coronel la necesidad perentoria
en que estaba de entregar una carta al General Urquiza.
Carballo, como he dicho, era compadre y amigo
particular del General, y desempeñaba en esos días, más que
el papel de ayudante, el de introductor, así que el verdadero
cuerpo de edecanes estaba acostumbrado a observar las
especiales distinciones que el General le dispensaba.
Así, pues, a fuerza de instancias y súplicas y de
manifestarle que el General no se enojaría, y que por el
contrario, se felicitaría, hice que se acercase a la galera para
Una Flor Blanca en el Cardal Página 250
hacerle saber que estaba yo allí con una carta del Coronel
don José María Flores, y que tenía necesidad de entregarla
inmediatamente.
Me hizo pedir la carta, y la entregué al Coronel
Carballo, pero como la letra nada decía y simplemente era
una credencial, el General me hizo subir a la galera
mandando llamar a su secretario el señor don Ángel Elías:
-“Vamos a ver, amiguito, qué misión trae Ud.
siendo tan muchacho, porque el amigo Flores,
me dice que explicará Ud. el objeto de su venida
y que tiene carta blanca. Hable pues, con
libertad”.
-“Señor -le respondí-, se han producido una porción de
acontecimientos por la carta que V. E. ha escrito al
Presidente con el señor Larravide, que leyó al señor
Artagaveytia, y otros señores, y por él lo he comunicado yo
al Coronel Flores; además, V. E. sabrá ya también lo que
aconteció con una nota del General Rosas a los Jefes
argentinos, y todo esto hace que haya un verdadero
malestar, que creen los Coroneles Flores, Granada, Britos,
García y Laprida, que es ya necesario concluir y por eso me
permito suplicar a V. E. se sirva manifestar, en una esquela,
si V. E. recibirá hoy mismo una comisión de Jefes del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 251
Ejército argentino, bajo el principio de que V. E. respetará
la autoridad, aunque nominal, del Brigadier General don
Manuel Oribe, Jefe del Ejército, y que se le hará
comprender a él con los Orientales que han sabido
mantenerse fieles, en un convenio que se haga para todos”.
El General Urquiza tenía condiciones de nobleza y
generosidad; sabía responder a sus atavismos vascongados y
alzándose de su catre dijo:
-“¿Por dónde consentiría, yo nunca que se ajase a mi
amigo don Manuel Oribe?”.
Después de estas consideraciones, escribió a don José
María Flores, una carta en que le expresaba su ansiedad por
terminar aquellos desagradables asuntos, y que todo se
arreglaría, como correspondería a compañeros de armas.
Volví al campamento al aclarar el día, y Flores,
acompañado del coronel Hidalgo, me esperaba con
ansiedad, llegando en esos momentos el Coronel Granada.
Como consecuencia de mi misión, se convocó a todos
los Jefes del ejército y se nombró en primer término una
comisión que comunicara al Genera Oribe la resolución
adoptada de tratar directamente con el General Urquiza.
Esta comisión la desempeñaron el Coronel Maza y el Mayor
Fontes; y dijeron que el General se había exasperado
Una Flor Blanca en el Cardal Página 252
quejándose de su miserable suerte, pero mientras tanto, los
Jefes congregados nombraban a los Coroneles Flores,
Bustos y García, para entenderse con el General Urquiza.
La Paz - Los Jefes Argentinos Marchan a
Buenos Aires:
Era el 7 de octubre de 1851 y los sucesos que habían
producido el sitio de los Nueve Años, debían tener
inmediata solución.
La comisión Argentina fue perfectamente recibida por
Urquiza, que llamó al General Garzón para que se
resolviesen aquellas cuestiones que tan hondamente habían
trabajado al país oriental y argentino, vinculados.
Era el General Garzón militar muy ilustrado, guerrero
de la independencia, y por pequeñas querellas su amistad
con el General Oribe, había tenido algunos puntos de
suspensión, y hallándose en Entre Ríos y siendo también
amigo de Urquiza, había entrado en la alianza
revolucionaria; y este caballero, aún cuando observó las
continuas defecciones de Orientales, sabía que la parte más
sustancial y poderosa del partido blanco, del partido rico y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 253
civil, continuaba siendo fiel a las ideas y principios del
General Oribe.
Tomó el General Garzón a su cargo, la confección de
un convenio que lo ejecutó, acompañado del señor Elías,
presentándolo poco después a la consideración del General
Urquiza simplemente como proyecto, porque había
obligación y necesidad de comunicarlo al Gobierno de
Montevideo, para cuyas conclusiones se representó por el
distinguido Ministro don Manuel Herrera y Obes.
El General Garzón no quiso tampoco que don Manuel
Oribe dejase de tomar participación en aquel convenio,
haciendo entrar al señor don Carlos Villademoros, su
ministro, en la totalidad de aquellos trabajos.
El Coronel Maza y otros jefes no contentos con la paz,
se embarcaron secretamente para Buenos Aires en la
Corbeta Inglesa “Satélite”; y al batallón “Voluntarios de
Oribe” y las compañías de guardia nacional que mandaban
los Comandantes Areta, Arechaga, Sierna y Suarez, y la
caballería que obedecía al Coronel don Pedro Piñeyrúa,
debían desarmarse y disolverse.
Los “Voluntarios de Oribe”:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 254
Esa Guardia Nacional, que en su mayor parte se
componía de ciudadanos de las más distinguidas familias
del país, y que tantos distinguidos servicios había prestado
en aquella homérica guerra de los Nueve Años, y que con
tanta lealtad se había conducido hasta los últimos momentos
sin faltar uno solo de rendir culto a la majestad de su origen
y de su partido, rompía filas en sus respectivos cuarteles
para dirigirse a la familia y al trabajo.
Los “Voluntarios de Oribe”, compuesto de
vascongados, que sin lisonja y sin espíritu de
compatriotismo, habían servido con lealtad y con
orientalismo durante todo el sitio, y habían sido diezmados
en las continuas luchas, también dejaron las armas y
formando línea en el gran patio del cuartel, se presentó el
Comandante de la Escuadra Naval Española en el Río de la
Plata, don Ramón Topete, acompañado del secretario de la
Legación Española residente en Montevideo.
Don Ramón Artagaveytia, Coronel de aquel Batallón,
manifestó a los soldados en un lenguaje bien sencillo, sus
particulares agradecimientos por el espíritu de obediencia y
respeto que en todas las ocasiones le habían guardado, y
dijo después, que el General Oribe le había recomendado
esencialmente de darles las gracias en nombre del País, y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 255
que no dependía de él, ni había dependido de su
administración, el que dejaran de ser recompensados todos
los servicios que habían prestado a ésta su segunda patria,
en aquella azarosa lucha de nueve años, que concluía tan
“vulgarmente”.
Ahora, -agregó el señor Artagaveytia-, tenemos que
volver a ser españoles, volver a nuestra bandera, dejando de
ser americanos. Lo acompañaban a éste Coronel, los señores
don Juan Antonio Porrua y José Arteaga, y estaban a su lado
sus ayudantes Zalacain, Antonio María Pérez y Rafael
Camuso.
Finalizado su discurso, el Comandante Topete le
interrumpió con grosería, negándole su calidad de español y
reprochándole cierta cualidad de renegado.
El señor Artagaveytia contestó al imprudente marino
como merecía, y hubo de producirse allí un verdadero
conflicto con la tropa, si la prudencia del mismo
Artagaveytia, y de las personas que inmediatamente le
acompañaban, no se hubiera sobrepuesto a la actitud que
bruscamente asumió el batallón movido a su vez por el
Sargento Larrañaga, ante las groseras palabras producidas
por Topete con un señor y un jefe idolatrado como superior,
y estimado y querido caballero y amigo particular de todos
Una Flor Blanca en el Cardal Página 256
aquellos valientes y desinteresados euskaros, que en todos
conceptos le acompañaron nueve años.
Los que no conozcan bien la historia patria, se
preguntarán: ¿Cómo es que se encontraban tantos españoles
mezclados en las contiendas políticas y significaban en la
administración y en la justicia con los Sagra, Acha y con los
Reisig?
Significaban, por la sencilla razón de que, habiéndose
roto los vínculos de estos pueblos con la madre patria, los
peninsulares quedaron sin representación hasta el gradual
reconocimiento de la Independencia; y así, se vieron figurar
también en Buenos Aires los Lavalle, Victorica, Tejedor,
Maza, González y los Madero, y en uno y otro país, se
amoldaron según sus inspiraciones a los diversos partidos
políticos, trabajando con entusiasmo, patriotismo y
decisión.
Nada tiene pues de extraño que los “Voluntarios de
Oribe”, teniendo que ser guardias nacionales, hubiesen
preferido un partido por otro, y se encontrasen en tan
arriesgadas circunstancias al terminar la contienda que dio
principio en 1836.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 257
Al fin, el batallón dejó las armas en pabellón, que poco
después se llevaban para el Cuartel General por el
carretillero José Aguirre (alias Cigarro).
Don Manuel Oribe, sosegadamente, esperó en su
Cuartel General y en su tienda, como lo hacían los guerreros
cartagineses, por la conclusión y consumación de todos los
épicos asuntos, y cuando vio el vacío ya producido en su
derredor, tomó el camino de su quinta acompañado de don
Diego Lamas, Joaquín Egaña, Pedro Piñeyrúa, Ramón
Artagaveytia, Lesmes, Bastarrica, y el lealísimo
comandante don Adrian Arizaga, y nos parece también
haber distinguido entre ellos a los caballeros don Tomas
Basáñez, Larravide y Pantaleón Pérez.
“Esto ya se acabó”:
Las divisas habían desaparecido; se dijo que no había ni
vencidos ni vencedores, se fundían los partidos en un crisol.
Estaba yo con el doctor don Cornelio Spielman, médico que
fue del General Artigas en toda su campaña, y como nadie
había dicho ni una palabra sobre el destino que había de
darse a los 250 heridos que había en el Hospital de sangre,
casa de Chopitea, el doctor Spielman se adelantó, y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 258
preguntó al General Oribe que había de hacerse en aquél
caso.
El General contestó:
-“¡Ay, amigo doctor Spielman! ¡Cuánto le
agradezco los servicios que por tantos años le ha
prestado Ud. al país, desde que yo era un
muchacho en el ejército de Artigas! Pero yo
ahora nada significo, soy un derrotado infeliz que
debe soterrarse para siempre... Esos heridos que
tiene Ud. en el hospital, hágalos conocer de
Urquiza, para que se les atienda, y mientras
tanto, sáquese Ud. y Ud. “amiguito” -
designándome a mí-, esa divisa, porque esto, ya
se acabó”.
Así acabó el sitio de Montevideo, aquella epopeya de
nueve años de batallas que dio motivo para la total
despoblación de las estancias, romper su historia económica
y que desapareciese su pastoral Arcadía; para que los
ganados mansos se convirtiesen en baguales, para que la
población nacional concentrada en los pueblos, pasase por
las más grandes miserias, y la propiedad territorial criolla
fuese sacrificada a vil precio, pasando de sus orígenes
históricos, a mercachifles y pulperos, mientras la República
Una Flor Blanca en el Cardal Página 259
Argentina crecía y Buenos Aires, ofrecía a los unitarios que
volvían de la emigración, las estancias aumentadas en todos
sus ganados y el respeto y el bienestar que no se conocía allí
desde los tiempos coloniales, y hasta sus hijos, hijos de
Montevideo, borrasen la luz de su nacimiento pare ser
argentinos netos.
No en tanto, aquí agrego lo que todos ahora saben, que
después de esos nueve años de sitio, algo quedó cimentado
en los campos de los Cardales, ya que en el nuevo
vecindario de la Villa de la Restauración, ilustres personajes
vivían en él, y se había formado un importante núcleo de
viviendas imaginándose otra capital.
Reproducción de: “Memorias del Dr. Domingo Ordoñana”, con
introducción y comentarios de José María Rosa.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 260
Cuarta Parte
Finalmente Florece el Cardal
Una Flor Blanca en el Cardal Página 261
Dos momentos históricos del Montevideo
antiguo
Plano General de la Ciudadela de Montevideo en 1800
Plano General del Sitio de Montevideo en 1843
Una Flor Blanca en el Cardal Página 262
La Fisonomía de Montevideo
Tomando como suministro parte del estudio que fue
elaborado por el Sr. Luis Moresco, y publicado en el sito
del: G.E.R.G.U. - Grupo de Estudios y Reconocimiento
Geográfico del Uruguay, bajo el título: “Relevamientos y
Artículos”, intentaré desenvolver una visión superficial de la
conformación territorial-geográfica del departamento de
Montevideo, en la época de su fundación.
Respetando las palabras de Moresco, la presente
investigación, así como la actividad de campo que la
acompaña, tiene como eje central del autor, transmitir una
visión de la geografía del departamento que está muy
distante de la que pueden tener hoy gran parte de sus
ciudadanos.
El Montevideo anterior al proceso de colonización y
urbanización, presentaba una geografía muy compleja, un
territorio que emergía y su cerro, totalmente diferenciada de
los dos departamentos que lo rodean, principalmente con la
visión costera, porque desde allí empezó el proceso y su
denominación. Esa fisonomía tan particular hizo que
resultara el embrión para la futura formación del país.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 263
Cada vez encontramos más aceptada la existencia del
viaje secreto de la expedición portuguesa que acompañó
Américo Vespucio, la cual en 1502 habría descubierto el
Río Jordán, (Río de la Plata), y dado el nombre a nuestro
Cerro como “monte VIDI”.
Este exiguo territorio, pero con terrenos relativamente
elevados, su cerro, sus costas rocosas y su bahía, atrajeron
la atención de los primeros navegantes exploradores.
Las regiones adyacentes a ambos lados, eran extensas
costas con playas arenosas, desérticas, pobladas de
médanos, mientras que nuestro actual departamento
mostraba paisajes emergentes, una campiña verde,
destacando diversas cuchillas, no exenta de abruptos
desniveles, zonas barrancosas, escarpadas o escabrosas,
(que la futura urbanización borró o suavizó), y entre ellas
infinidad de corrientes de agua que una orografía muy
compleja dirigía en diversas direcciones. Y todos estos
elementos geográficos, unos muy próximos de los otros,
daban la sensación de un paisaje serrano en miniatura, apto
para un establecimiento humano, con un puerto a la entrada
del Río de la Plata.
Al respecto –conforme apunta Moresco-,
reproducimos frases descriptivas del eminente geógrafo
Una Flor Blanca en el Cardal Página 264
Jorge Chebataroff: “…la ciudad de Montevideo, se ha
extendido sobre un “pilar” (horst) cristalino,…” y “…la
propia complejidad de la estructura induce una sorprendente
variedad en los relieves.”
Contrariamente, sus límites Este y Noroeste están
ocupados por bañados, ambos producto de primitivas bahías
rellenadas. Son ellos los bañados de Carrasco, (ácidos), y
los del Santa Lucía y Melilla, (salinos).
La complejidad del territorio también se observa en
sus costas que, sobre el Río de la Plata se extienden por 70
Km, incluyendo la existencia, (a hoy), de 22 playas que,
sumadas, cubren 13 Km de extensión sobre el río.
La urbanización de casi 300 años fue desdibujando,
ocultando o transformando el paisaje: arroyos entubados,
playas anuladas y cuchillas y elevaciones difíciles de
apreciar visualmente hoy en día.
Si a los montevideanos de hoy les pidieran citar qué
alturas conocen del departamento, ciertamente nombrarían
al Cerro, (136 ms.), y algunos añadirían el Cerrito de la
Victoria, (70 ms.), y allí acabaría. Se conoce a Montevideo
como si se estuviera viendo una foto aérea: todo plano.
Casi nadie tiene noción de las cuchillas que, sin
embargo, las principales se extienden por alrededor de 20
Una Flor Blanca en el Cardal Página 265
Km. Cada una, presentan zonas muy ensanchadas de
característica mesetiforme, alturas que oscilan en largos
trayectos desde 30/40 ms a 50, 60 y hasta 80 ms, y producen
efectos en los espacios adyacentes, empezando por las
cuencas hídricas que, en un territorio tan reducido, son
numerosas y divergen hacia muy distintas direcciones.
Tenemos como ejemplo la que recorremos en una
parte: la Cuchilla Pereyra, ramificación muy importante
hacia el S.O. de la Cuchilla Grande. Tiene hasta 82 ms, en
ese punto nace rumbo al S. el Arroyo Miguelete a 70 ms de
altura, (misma altura que el Cerrito de la Victoria), y a
pocos metros, pero por su ladera N., nace el Arroyo de las
Piedras, que a pesar de sus bruscas variantes mantiene una
dirección O., y oficia de límite político con Canelones; a
pocos cientos de metros, pero ya partiendo de la propia
Cuchilla Grande, nace el Arroyo Toledo que discurre hacia
el E., también actúa de límite, y su cuenca desagua en el Río
de la Plata, a través del Arroyo Carrasco, luego de nutrir los
bañados de este último nombre. También de la Cuchilla
Pereyra nace el Arroyo Pantanoso.
Como resultado de esta complejidad del relieve,
Montevideo, con solo 550 Kms² de superficie, (por lejos el
más reducido de los 19 departamentos), tiene ocho cuencas
Una Flor Blanca en el Cardal Página 266
hídricas: del Toledo/Carrasco, 213 Kms², del Miguelete,
113 Kms², del Pantanoso, 70 Kms², de las Piedras/Colorado,
del Santa Lucía, del Río de la Plata al O., del Arroyo Seco y
del Río de la Plata al E.
En plano cartográfico de 1816 de J. M. Reyes, la
Cuchilla Pereyra está designada como Cuchilla Grande,
interpretación que me parece atendible.
En el año 1800, la ciudad de San Felipe de
Montevideo iba creciendo sobre la península. Más allá de
las murallas que la circuían por la parte E. y que conducía al
campo, partían ondulados caminos y sendas, que desde los
portones de San Pedro y de San Juan de la plaza fuerte, iban
en dirección hacia la línea del Cordón y la Fuente de
Canarias y unían una muy irregular edificación siempre en
aumento.
En la transparente lejanía movíanse los jinetes,
rechinantes carretas o algún coche de camino, con sopandas,
a todo el marchar de sus ruedos. Según el censo levantado
pocos años después -para ser más precisos, en 1803-, por el
Subteniente de Infantería Nicolás de Vedia, dentro de los
muros que protegían la ciudad, vivían 9.367 habitantes; en
el arrabal de la ciudad, 1.561; en el ejido, 1.004; en los
propios, 2.161.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 267
No en tanto, de acuerdo con las informaciones
recopiladas por Aníbal Barrios Pintos, y publicadas en el
“Almanaque del Banco de Seguros del Estado - años
1975/76”, nos informa que un atento observador inglés
contemporáneo clasificaba así la población del Estado
Cisplatino, desde el punto de vista político:
“Estaba compuesta por “realistas” (casi
exclusivamente viejos españoles), “patriotas” (clases bajas
de los criollos que consideraban a la ocupación brasileña
como una usurpación), “imperialistas” (militares, antiguos
colonos portugueses, comerciantes, ganaderos y
propietarios de tierras, entre estos últimos, también criollos
y viejos españoles, con grandes propiedades y riquezas), y
una gran masa de “indiferentes”, entre ellos muchos
españoles, aventureros políticos con notorios cambios de
frente durante las distintas ocupaciones y guerras, quienes
adherían al gobierno del momento, con tal de que éste le
brindara seguridad a sus personas e intereses”.
“No en tanto, había también “admiradores de la
disciplina británica”, ansiosos de una nueva dominación”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 268
Orígenes del Cardal: los Primeros
Beneficiarios
Mapa de las chacras y estancias existentes en el siglo XVIII en el paraje
denominado Cardal.
Hasta los fines de la década del 30, del siglo XIX, la
denominada ciudad vieja, llegaba solamente hasta las
puertas de la ciudadela. La nueva, se extendía de forma
Una Flor Blanca en el Cardal Página 269
lánguida hasta la calle Ejido. Atravesando los campos y
coronando esa cuchilla, se extendía para el este, el Camino
Real, y a los lados, se ubicaba el caserío del Cordón.
En el eje del conocido como “Camino a Maldonado”,
hacia el este, más allá del núcleo del Cordón y de las Tres
Cruces, quedaba el paraje denominado “Quebrada de los
Cardales, o Quebrada de Montevideo Chico”, por ser la
prolongación sistemática del Cerrito, y antiguamente
llamado de “Montevideo Chico”. Es en este paraje que están
ubicadas las tierras en que vendría a constituirse, a partir de
la organización de la República, un caserío sobre el cual
sería fundada más tarde por los comandados del General
Manuel Oribe, la “Villa de la Restauración”.
Pero antes de establecerse el Sitio, esa extensa área de
tierra a un lado y otro de la cuchilla, y que se extendía desde
el Cerrito hasta llegar al Río de la Plata, (puerto del Buceo),
se denominaba como el paraje del Cardal, y no era más que
un pequeño caserío vegetando lánguidamente en medio de
estanzuelas, pulperías y ranchos de terrón.
Este actual barrio montevideano surgido de la
conjunción del asentamiento poblacional espontáneo y la
posterior decisión de las autoridades de asentarse en el
entorno de la antigua ciudad de Montevideo, fuera de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 270
muros, y con carácter de población autónoma, vino
posteriormente a quedar incluido en la planta urbana de la
ciudad, al cumplirse en este siglo el extraordinario proceso
de expansión que la ha caracterizado; empero, hay que
destacar que su fisonomía local de aquel entonces, ha
logrado prevalecer sobre la uniformización urbanística en el
conjunto de los barrios de la ciudad.
Según prolijo estudio realizado por Eugenio T. Cavia,
cinco fueron las chacras y estancias existentes en el siglo
XVIII en el paraje, donde, en parte de ellas, quedaría
constituida la jurisdicción de la planta urbana de la Unión,
desde el arroyo del Cerrito al Río de la Plata y del camino
de Propios hasta llegar a la zona de Maroñas.
Al norte de la hoy Avenida 8 de Octubre y sobre el
Bulevar José Batlle y Ordóñez (ex Propios), estaba la chacra
de doña Candelaria Duran de Barrado; siguiendo a esta por
el Naciente, la de don Juan Xerpes y luego, la de Antonio
Camejo. Y al sur, desde el mismo Bulevar Batlle y Ordóñez
hasta la hoy Avda. Mariscal Francisco Solano López (ex
Comercio), estava ubicada la chacra de Francisco Ramírez,
posteriormente de Andrés Pernas; prosiguiendo luego la
estancia de don Sebastián Carrasco, conocida mas tarde por
“Estanzuela de Alzaybar”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 271
Entre los primeros beneficiarios de estos terrenos
situados en el paraje denominado “Quebrada de Montevideo
Chico”, aparece Sebastián Carrasco. Éste, segundo consta
en Padrón realizado en 1726, era oriundo de Buenos Aires,
criollo e hijo legítimo del Capitán de Caballos Corazas,
Salvador Carrasco, un andaluz, natural de Málaga, y de
Leonor de Melo Coutiño, originaria también de Buenos
Aires. Tenía 44 años de edad, y había servido como soldado
en la compañía de Echauri, cuando llegó integrando el
primer grupo poblador de Montevideo procedente desde
Buenos Aires. Era casado con la santafesina, Dominga
Rodríguez de 40 años y tenían dos hijos: Domingo de 12
años, y María Josefa de 2 meses de edad.
Fallecida Dominga Rodríguez, Carrasco contrajo
segundas nupcias con Ana Pérez Bravo, canaria, natural del
Sauzal, de 17 años de edad, el 4 de agosto de 1729, hija del
poblador Silvestre Pérez Bravo, y fue durante este
matrimonio, que obtuvo por merced real una extensión de
campo en esta zona. La misma comprendía todo el sur de la
actual Unión, desde la hoy Avda. Francisco Solano López,
hasta la terminación del llamado inicialmente pueblo Flor
de Maroñas, con fondo al Río de la Plata y frente al Camino
Real a Maldonado, abarcando al todo: 1.610 cuadras y 5/10.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 272
El 21 de febrero de 1738, los esposos Carrasco-Pérez
vendieron su estancia en la “Quebrada de Montevideo
Chino”, a Francisco de Alzaybar ante el Alcalde de
Segundo Voto, Ramón Sotelo. El paraje quedó luego
conocido como “Estanzuela de Alzaybar”, pero al fallecer
don Francisco, el 18 de enero de 1775, la misma pasó a ser
propiedad de su hermano don Martín, y a la muerte de éste,
soltero y sin hijos, a su otro hermano, don Juan y, luego a su
hija, doña Gabriela de Alzaibar, casada con Manuel
Solsona.
Posteriormente, de los esposos Solsona-Alzaybar, “la
Estanzuela” pasó a su hijo Manuel Solsona y Alzaybar,
casado con Micaela Jáuregui, que a su vez, fue heredada por
los hijos de estos, Manuel, Pilar, Juana, Josefina, José María
y Sebastián Solsona Jáuregui.
Hacia fines de los años 30 del siglo XX, aun habitaba
en una finca construida en el terreno de la antigua
estanzuela, don Carlos W. Solsona, uno de los miembros de
la antigua estirpe vasca.
Volviendo a los hechos históricos, por su parte,
Francisco Ramírez había obtenido del Gobernador José
Joaquín de Viana, el 31 de enero de 1764, una suerte de
chacra de 400 varas de frente y ¾ de legua de fondo,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 273
lindando al este con la de Francisco de Alzaybar; y al norte
y oeste, con los Ejidos y Propios de la ciudad, y al sur con el
Río de la Plata.
Fallecido Ramírez en 1768, su viuda, por si y por sus
hijos, vendió toda esta posesión para don Andrés Pernas, el
18 de mayo de 1781. Tal información procede según
afirman en nota del 15 de febrero de 1919, un núcleo de
caracterizados vecinos de La Unión, al solicitar a la
Comisión de Nomenclatura de las calles y Caminos de la
Ciudad de Montevideo, que se diera el nombre de “Pernas”
a la entonces calle Comercio, alegando que:
“El primero de éste apellido que llegó al
Uruguay en tiempos de la dominación
española, fue don Andrés Pernas, el cual
tuvo su establecimiento de agricultura
precisamente en la región que atraviesa la
calle a que nos referimos. En aquellos
tiempos en que la agricultura era poco
menos que descocida en el país, el señor
Pernas fue un verdadero apóstol de aquella
industria y no solo importó las clases más
diversas de árboles, sino que se dedicó con
verdadero tesón y desinterés a difundirlos en
Una Flor Blanca en el Cardal Página 274
los alrededores de Montevideo y hasta en la
campaña. Este solo hecho bastaría para dar
relieve al nombre de Pernas, pero los
meritos fundamentales de aquel señor, son
otros de más sustancia. Entre ellos descuella
el haber dado a la Independencia, con cuya
causa se había identificado completamente,
no obstante ser español, cuatro de sus hijos:
Antonio, Hipólito, Manuel que, como consta
en el Estado Mayor de la Guerra, sirvieron
en el “Regimiento de Dragones
Libertadores” a las órdenes de don Manuel
Oribe, con los grados de Alférez y Capitán
respectivamente. Y otro, Valentín, fue de los
doscientos que acompañaron a Artigas al
Paraguay, sin que nunca se supiera de su
suerte”.
En reconocimiento de tales meritos, las autoridad
municipal de Montevideo, en mayo de 1919, resolvió dar el
nombre de “Pernas” a la hasta entonces calle llamada
“Montevideo”, cuyo trazado pasaba por el centro de los
terrones que fueran de aquel.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 275
Por otro lado, en lo concerniente a la repartición de
tierras, el 21 de mayo de 1769, el Gobernador Político y
Militar de Montevideo, Coronel Agustín de la Rosa,
concedió a don Antonio Camejo, una chacra situada
también en la “Quebrada de Montevideo Chico”. Antonio
Camejo, quien se conservó soltero y ejerció el cargo de
Capitán de Milicias de Caballería de Montevideo, era el
único hijo varón de Juan Rodríguez de Camejo Soto, y de
Victoria María Álvarez, otros de los primeros pobladores de
Montevideo.
Antonio Camejo también fue titular de otras grandes
extensiones de tierras en nuestro País, entre ellas, una
estancia situada entre el Río Santa Lucia y el Arroyo de los
Canelones, local en que fue fundada la hoy Ciudad de Santa
Lucia.
El Capitán Camejo la vendió el día 3 de noviembre de
1784 a Don Miguel Tejada, Coronel entonces del
Regimiento de Infantería de Buenos Aires -conocido
vulgarmente por “Regimiento Fijo” destacado en la plaza de
Montevideo-, una extensión de treinta y siete y media
cuadras con los anexos de labranza, arboledas, animales de
servicio, etc., por el precio de dos mil seiscientos
patacones. Esas tierras comprendían la parte al norte de la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 276
actual Av. 8 de Octubre, entre Comercio, y una línea que,
partiendo de la hoy calle Ing. José Serrato, (ex Industria),
terminaba en el arroyo del Cerrito, en la prolongación de la
calle Cipriano Miró.
El Caserío del Cardal
El natural proceso de crecimiento migratorio y
vegetativo de la población de Montevideo en aquellos
tiempos, fue determinando su extensión hacia las chacras y
estancias de los alrededores. La zona comprendida entre el
Cordón y el arroyo Carrasco, favorecida por el trazado de la
principal vía de comunicación con Maldonado hacia el este,
y siguiendo a esta, fue de las primeras en recibir a los
nuevos pobladores.
Pero, sobre todo, a partir de la organización de la
República, al concluir las guerras de la Independencia, fue
que el paraje sirvió de asiento permanente a un número cada
vez mayor de pobladores estables, generalmente dedicados
a las tareas agrícolas.
Según versiones que aun no han tenido su
confirmación documental para este registro, 1823
correspondería al periodo en que se habría producido la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 277
instalación de algunos saladeros, y de un primer molino en
la zona.
En 1834, el Gobierno de la República adjudicó a don
Juan María Pérez, la llamada “Chacarita de los Padres”,
con tres mil varas de frente al Río de la Plata a partir de la
desembocadura del arroyo Carrasco, de acuerdo con
mensura practicada el 24 y certificada el 27 de diciembre de
1771 por el Piloto de la Real Armada, Antonio de Alcalá.
Otras evoluciones continuaron en la zona, y en 1835
fue instalado el Juzgado de “El Manga”, y del mismo, pasó
a depender todo el extenso distrito del Cardal que, en la
época, comprendía una zona mucho mayor que la del núcleo
que posteriormente daría origen al barrio de la Unión.
En efecto: según Isidoro De María, a comienzos del
siglo XIX, “a una legua justa de distancia de la ciudad”,
descollaban dos grandes ombúes, conocidos por de doña
Mercedes (María Mercedes López), que servían desde el
tiempo del Rey, como de Marco Oficial de la legua.
Llamaban a ese paraje “el Cardal”, porque en efecto, existía
uno de inmensas proporciones en aquel “despoblado”, -y
agrega dicho cronista-, que los mismos se hallaban situados
en la hoy Avda. 8 de Octubre, para allá de la Blanqueada, a
la izquierda, “yendo para la Villa de la Unión”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 278
Al promediar el año de 1834, el Gobierno de la
República puso en marcha un plan para atraer la
inmigración. De acuerdo con éste propósito, eran preferidos
los artesanos, peones y trabajadores, y a quienes pudieran
acreditar buena conducta los cónsules de sus países
residentes en el territorio uruguayo.
Fue en ese entonces cuando se presentaron: Jorge
Tornsquist, proponiendo atraer la migración alemana, y
Samuel Fisher Lafone, que se comprometía a transportar
mil emigrantes desde Islas Canarias, Cabo Verde y
provincias vascongadas.
El tercero de estos contratistas, fue en los hechos Juan
María Pérez. Comerciante, estanciero, propietario de
inmuebles en la capital, hombre de finanzas, y que en su
trayecto por la política, ocupó un escaño de Diputado por
Montevideo, en la Cámara de Representantes desde 1833, y
luego el Ministerio de Hacienda en 1835 durante la
presidencia de Manuel Oribe.
Más esencialmente, es a partir de ese momento que
comenzó su actividad como contratista de colonos,
preferencialmente canarios (denominación dada a los
oriundos de las Islas Canarias). Y fruto de esta actividad
empresarial, debieron ser los pobladores canarios que
Una Flor Blanca en el Cardal Página 279
aparecen en 1836 en el “Padrón de Extramuros”, levantado
por la Junta Económico-Administrativa de Montevideo,
apuntándolos como residentes en la segunda sección, en los
distritos “del Cardal”, de “la Aldea”, “de Tres Cruces”,
“Punta Brava” y en Manga y Toledo, anotados todos ellos
como “Isleños”, en su mayor parte, y a su vez, de oficio
“labradores”.
Pero, sin duda, iba a influir de manera trascendente en
el desarrollo del primitivo núcleo poblado del Cardal, la
presencia en él, de doña Mauricio Batalla. Esta había nacido
en el poblado Real de San Carlos, hija del matrimonio
formado por Antonio de los Reyes Batalla y Francisca
Pacheco. Sus primeros años habían transcurrido en una
chacra arrendada por sus padres a don Joaquín Álvarez
Cienfuegos. Dicha área, estaba situada sobre el arroyo
Meireles, en las cercanías del actual pueblo Joaquín Suárez,
departamento de Canelones.
Posteriormente, doña Mauricio contrajo matrimonio
con su vecino, don Luís de Almeida, natural de la Isla de
San Miguel, del Reino de Portugal, en 14 de enero de 1795,
en la Iglesia Matriz. De este matrimonio tuvo diez hijos, de
los que solo sobrevivieron cinco: Eufrasio Felipe, que
contrajo matrimonio con Marcelina Burgues y falleció en la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 280
Villa de la Unión; Tomasa Josefa Dominga, que se casó con
Duarte y dejó ocho hijos; Ángela Josefa, de cuyo
matrimonio con José Vila también dejó descendencia;
Ángela Juana o María Ángela, que contrajo nupcias con el
portugués Manuel González; y Manuel, un eterno soltero.
Viuda ya de Luís de Almeida, doña Mauricio, que se
domiciliaba en Puntas de Toledo, conoció a Alejandro
Causo, vasco español vecino de ese paraje, que era
propietario de dos manzanas de terreno entre el Cordón y
Las Tres Cruces (paraje a medio camino entre el Cordón y
el Cardal), una con frente a la calle del Carmen (hoy Dante)
y la otra sobre el Camino que venía del arroyo Seco (hoy
Avda. Daniel Fernández Crespo). A seguir, previas las
proclamas religiosas de estilo, y de la entrega por don
Causo de dos mil pesos en dinero como aporte total, se
efectuó el matrimonio entre ambos.
Todo indica que éste acto debe haberse celebrado
antes del 4 de abril de 1834, pues en expediente iniciado por
doña Mauricio con esa fecha, que hoy existe en el Archivo
General de la Nación, fondo Escribanía de Gobierno y
Hacienda, manifiesta ser de estado casada, con Causo, y
vecina de Toledo.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 281
No en tanto, antes de finalizar el año 1834, se trasladó
con su esposo al caserío del Cardal, ocupando las
poblaciones que existían en la esquina N.O. de las hoy
avenidas 8 de Octubre y José Batlle y Ordóñez, donde
estuvo situada la antigua pulpería de su pariente Francisco
Pacheco y Medina, en condominio con el cual había
comprado una chacra a la viuda de Andrés Pernas, doña
María Antonia Pereira.
Una vez efectuada la separación de condominio con
Pacheco y Medina, y la compra en almoneda a Francisco
Espino de la parte que fuera de aquel, así quedó
perteneciendo exclusivamente a doña Mauricio, casi toda la
área O. de las tierras del Cardal, que fue ensanchada
posteriormente con otras adquisiciones realizadas a los
herederos de Pernas, hasta llegar su propiedad a las
proximidades de la hoy avenida Italia, teniendo por límites
al norte, la avenida 8 de Octubre, al este la calle Comercio,
y al oeste el Bulevar José Batlle y Ordóñez. Fue formado
por esta señora, sin lugar a dudas, una propiedad de extenso
territorio.
Es necesario destacar, que fue también por deseo de
doña Mauricio, que en sus tierras se alzó una capilla (la
misma en la cual el cura Ereño llegó en 1843), como del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 282
mismo modo, la existencia allí del más antiguo cementerio
del paraje.
Mauricio Batalla falleció el 25 de agosto de 1865,
nonagenaria, y durante mucho tiempo, la actual calle Pernas
se llamó “Calle de la Mauricio”.
En definitiva, los datos indican que Eugenio T. Cavia
ha evocado con exactitud la perspectiva general que ofrecía
hacia 1840, el poblado del “Cardal”.
De Labradores a Industriales
Formalizado el sitio de la ciudad de Montevideo por
las fuerzas al mando del General Manuel Oribe, en febrero
de 1843, el Cardal vino a establecerse como una posición
estratégica muy importante dentro de la línea sitiadora.
En efecto: su ubicación sobre el camino Real a
Maldonado, en el antiguo camino que conducía a la
Chacarita de los Padres de San Francisco, ofrecía el
dominio de toda la entrada del este de la República.
En aquel entonces, Minas, Maldonado, San Carlos,
Rocha, mandaban los frutos del país, por ese costado y, por
lo demás, desviando, a la izquierda, por el camino de la
Cuchilla Grande, se alcanzaba la villa de Melo y de allí, la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 283
frontera del Brasil. Hacia el norte, por el ya mencionado
“Camino del Campamento” (en la traza de la actual calle
Ing. José Serrato, ex Industria), se comunicaba con el
Cuartel General del Cerrito; y hacia el sur, por el llamado
“Camino del Comercio” (actual calle Francisco Solano
López), se vinculaba con el puerto del Buceo, cruzando la
zona de “la Aldea”. Por lo demás, la zona tenía hasta el
inicio de la Guerra Grande, un importante desarrollo
económico, con numerosos saladeros y molinos por allí
instalados.
Entre los primeros, cabe mencionar como el más
antiguo de todos, el establecido por Joaquín Chopitea en
1778, cuyo predio se extendía desde unos cien metros antes
de llegar a la antigua calle Industria, y siguiendo la hoy
Avda. Gral. Flores hasta el camino Propios (hoy Bulevar
José Batlle y Ordóñez), y por el sur, hasta el arroyo de
Montevideo Chiquito. En 1842, esta área fue comprada los
hermanos Antonio y Andrés Fariña y que, desocupado ese
mismo año por solicitud del General, en él se instalaron el
Cuartel General del Ejercito Sitiador, y los ranchos que
ocuparan el General Manuel Oribe y el Jefe del Estado
Mayor, General Francisco Lasala.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 284
Más próximos al Cardal, se hallaban -según apuntes
del Dr. Luis Bonavita-, el saladero instalado en 1831 por
Manuel y Jaime Illa y Viamont (cuñado de Tomás
Basáñez), más propiamente sobre el paraje “la Aldea”,
cruzado por el arroyo de la Buena Moza, y que fuera
vendido en 1851 a Juan Gowland. También estaba el de
Zamora, ubicado en un terreno del Camino Carrasco, entre
las actuales Arrayán e Hipólito Irigoyen, (ex Veracierto),
conocido en ese tiempo por camino Zamora, y comprado a
Solsona y Alzaybar en 1841 y arrendado durante la Guerra
Grande a Francisco Lapuente. Igualmente estaba el del
Gestal, cuya esposa, Juana González Vallejo, comprara a
los sucesores de Solsona la chacra donde construyó el
saladero en 1841, ubicado en las entonces calle Tarariras,
entre Godoy y Espuelitas, y en cuyo local estuvo instalado
durante la Guerra Grande, el Juzgado del Crimen. Aun
había el de Balbín y Vallejo, que tenia por límites las
actuales Avda. Italia, desde Hipólito Irigoyen hasta 18 de
Diciembre, y por el sur el saladero de Gestal; el de
Martínez, dando al sur con el camino a Maldonado y con
frente al antiguo camino de Propios, que en 1847 cerró,
estableciéndose en el mismo sitio la pulpería de Juan
Bautista Chichón. Ya sobre la costa, desde el camino del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 285
Comercio hasta las cercanías de la Aduana del puerto del
Buceo, se extendía el saladero de Seco; y todavía estaban
los de Francisco Hoquart, Buxareo, los hermanos Mateo y
Francisco Magariños, y el de Piñeyrua.
No obstante, y ateniéndonos más propiamente sobre la
zona donde vendría a constituirse el pueblo del Cardal,
resaltamos que don Tomás Basáñez había comprado el 20
de octubre de 1834, en escritura autorizada por el Escribano
Juan Pedro González, a doña Micaela Jáuregui de Solsona,
como apoderada de su esposo Manuel Solsona y Alzaybar,
una tal chacra que estaba compuesta de cinco cuadras de
frente al norte al camino Real a Maldonado, y por el sur, la
cañada “que pasa por los fondos de la casa de Martínez”.
Señala don Eugenio T. Cavia, que Basáñez:
“con su iniciativa, pasó a ser el primer
adquiriente de terrenos de la antigua estanzuela
que había pertenecido a don Francisco de
Alzaybar, pues aun cuando ya la ocupaban
como arrendatarios con valiosos edificios, los
saladeristas José Gestal, Juan Balbín, González
Vallejo, y los hermanos Mateo y Francisco
Magariños, ninguno de ellos ni sus sucesores,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 286
adquirieron terrenos antes de la compra
realizada por don Basáñez”.
En el curso de los acontecimientos, el 8 de abril de
1836, don Tomás Basáñez pasa a formar con don Juan
Pijuan, una sociedad de salazón de carnes y horno de
ladrillos, estableciéndola en el terreno mencionado. Pero a
los dos años y medio, el 6 de noviembre de 1838, por
escritura celebrada ante el Escribano Luís González Vallejo,
los consocios decidieron separarse, recibiendo don Juan
Pijuan, el terreno zanjado del frente, con una extensión de
219 varas, por 1.500 varas de fondo, con igual extensión en
el camino a Maldonado.
Quedó perteneciendo a Basáñez, el restante terreno:
“en el que estaban fundados los ranchos y
hornos antedichos, compuesto de 281 varas de
frente al Camino Real”. Y conforme precisa el
citado Eugenio Cavia: “El primer horno de
Basáñez y Pijuan se hallaba ubicado en el
terreno donde se levantó el antiguo Colegio
Maternal, en la calle José Antonio Cabrera
frente a la plaza Gral. Cipriano Miro; y el
saladero, en la esquina de las actuales calles
Larravide y Azara”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 287
Frente al saladero, existió posteriormente un otro
horno de ladrillos de Basáñez, en el predio que forman
esquina las citadas calles Larravide y Azara, a los fondos
del Asilo Dr. Luís Piñeyro del Campo.
Con respecto de los molinos, según afirma sin
corroborar su aserto el arquitecto Julián Másqueles, el
primero que se habría construido en el paraje, dataría de año
1823. Según un dibujo que lo reproduce, dicho molino era
algo diferente de los posteriores, pues tenía aspas
sumamente cortas y muy alargada la lanza que servía para
mantener a las mismas alejadas del muro.
El relato posterior de Julián Másqueles, apunta:
“Detrás de dicho diseño, que ocupa casi todo el campo,
aparecen las aspas y aun la lanza de otro molino. Si hemos
de colegirlo por la insignia, tan típica en los viejos molinos -
afirma Godofredo Kaspar (seudónimo del P. Guillermo
Furlong), en artículo publicado en la Revista de la Sociedad
“Amigos de la Arqueología”–, debieron estos denominarse
“del Globo” o “de la Esfera”, en conformidad con el
símbolo que ostenta uno de ellos en la parte superior del
techo”.
Otros dos, fueron los conocidos como molinos “del
Galgo”. El más antiguo de ellos, fue construido en 1839 por
Una Flor Blanca en el Cardal Página 288
José Prat, catalán, quien lo poseyó hasta mediados del siglo
XIX, época en que lo vendió a Lorenzo Cresio y Tomas
Magi. De estos, pasó más tarde a Vicente Benvenuto, que
fue quien construyó el segundo de dichos molinos. Uno de
ellos, subsiste en el predio del Club Atlético Unión (calle
Pan de Azúcar y Timoteo Aparicio).
Eduardo Acevedo Díaz, nacido en 1851 en la misma
calle del Molino, nos ha dejado una hermosa página
evocadora sobre el mismo. Dice este notable escritor
uruguayo: “Muchos lo recordaran. Era un molino de viento;
gran cilindro de material terminado no por un casquete
precisamente, sino por un cono aplanado de madera,
semejante en su forma y color a las casquillas ásperas y
tostadas de criar abejas reinas, estilo de colmenares, y que a
su vez tenia por remate, coronamiento y veleta, un galgo de
hierro, con sus pies en el vacío y la cola encorvada, todo
pintado de negro y los ojos blancos. A juzgar por el
símbolo, debe suponerse que el establecimiento no era
mediocre, y si muy superior a todo molinete o molinejo que
en los contornos presumiese de muy activo y acelerado en
materia de molienda”.
“No poco de verdad había al respecto –continúa
relatando don Eduardo-. La molinería era escasa y la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 289
industria se resentía forzosamente de esta deficiencia. Se
estaba al tiempo, y a la calidad y cantidad de la materia
prima. De los molinos molondros, podía llamarse este rey,
aunque como los demás de su categoría, dependiese siempre
de los caprichos del viento”.
“Harineros eran todos; que arroceros o de chocolates,
de aceites o de papel, nunca han sido conocidos, lo que da
una idea del estado floreciente de la industria molinera entre
nosotros –nos agrega-. Y pues que el del Galgo era de
viento, tenía desde luego, en lugar de rodeznos, unas aspas
enormes, bien afirmadas, y fijas en la extremidad exterior
del eje de una de las ruedas del artificio, al aire libre, para
que la moviesen las ráfagas fuertes e hicieran funcionar
todo el mecanismo. “Ocupaba el punto céntrico de un
dilatado terreno llano que circundaban sensibles lomas a
todos los rumbos. Los contornos eran agrestes y tristes. Allá
en el fondo, a la parte del levante, se divisaba el mar como
una línea azul y a veces algunas blancas velas parecidas a
gaviotas vagabundas; a un flanco, en pintoresca zona, las
quintas de Basáñez y de los horneros, llenas de verdes
boscajes y árboles frutales; y al norte la plaza de toros, con
su aspecto de Spolarium rebajado”. (Puntualizamos que el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 290
relato de Eduardo Acevedo Díaz, por los predios que
describe en él, debe corresponder a la década del 60).
“Los pequeñuelos de hace cinco lustros, miraban con
respeto aquellas aspas forradas de lienzo: cruces equiláteras,
equis formidables, cuyo velamen ceñido, al ser batido por el
viento, producía un rumor sordo e imponente al voltearse
los brazos a raíz de la tierra, que parecían rasar para erguirse
en seguida hasta lo alto del casquete, en cuya aguja el galgo
jineteaba”.
“Era el paseo de los días de fiesta. Una cerca de
maderos impedía la aproximación peligrosa, y el enganche
manchego de algún truhán demasiado alegre. Para proveer
al molino, hacíase comúnmente la trilla del “trigo del
milagro”, tan poderosa grama de arista recta como la del
candeal; y aunque distinto, ese trigo del llamado panizo,
denominábase también “barbudo” por su espiga idéntica a la
de la cebada. El trigo del milagro, como era conocido por
las familias canarias dedicadas a la agricultura en la zona
comprendida entre La Unión y Carrasco, brotaba y crecía en
excelente costra arable, formando en la época de la siega,
verdaderos lagos dorados entre alfombras de verdura”.
“Aquellas ondas de espigas producían como un
rozamiento de élitros y rumor de abreojos cuando el aura
Una Flor Blanca en el Cardal Página 291
matinal las agitaba; y aun en las horas calurosas del pesado
ambiente, solían columpiarse sus millares de penachos,
prolongando con el contacto de las aristas sus músicas
monótonas y plañideras. La cigarra con su canto, la langosta
pequeña con sus zumbidos, y otros insectos con sus
estridulaciones desde el fondo de las hierbas larigueras,
aumentaban esos ritmos; cuando no, dominaba todas las
sonoridades alguna banda de mixtos o tordos, tan nutrida
como una nube, abatiéndose famélicos sobre el grano para
dorarlo sin demora, al punto de mondar en breves
momentos centenares de espigas”.
“Echarse por esos trigos –como dice el proverbio
castizo–, era frecuente en los chicuelos y casquilucios de los
alrededores, los que, reunidos en grupos o bandas como los
pajarillos voraces, se lanzaban a todo correr a lo hondo de la
espesa grama, en la mis hora ardiente de la siesta; ya para
retozar bulliciosos a modo de chivatos montaraces, ya para
perseguir mariposas de alas encendidas con pañuelos y
chambergos, ya para acometer al igual los cuscos a los
mansos bueyes aradores, que habían salvado la cerca
arrastrando las guascas de la coyunda. Zarandeando los
granos a golpes de puño, lo mismo que si hicieran sonar
descomunales panderetas”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 292
Sin lugar a dudas, una bella descripción, pero los
molinos se perfeccionaron con el pasar de los años, y ya en
1867, uno de los hombres más capaces que trabajaban con
Benvenuto, Juan Bautista Daniel Della Cella, se separó y
erigió otro molino contiguo casi a los anteriores, que
denominó de “La Llave”. Con posterioridad a 1904, Della
Cella construyó un molino a vapor, y poco después, fueron
derruidos los viejos molinos neumáticos.
Según consigna el ya citado Furlong, sobre la calle
Corrales existió otro molino fundado por los tres hermanos
Botín a mediados del siglo XIX, y que posteriormente
vendieran a un tal Falco, su último poseedor. También
señala la existencia de los molinos de Juan Patrón, en la
cercanías del llamado Mirador, anteriores a los de Cresio.
El Pueblo de la Restauración
El 24 de mayo de 1849, en el Cuartel General del
Cerrito de la Victoria, el General Manuel Oribe, con el
refrendo de su Ministro de Gobierno, Bernardo P. Berro,
dictó un decreto que apuntaba:
“Atendiendo al crecido número de edificios y
habitantes reunidos en el punto llamado del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 293
Cardal, en este departamento, el Gobierno ha
acordado y decreta:
“Art.1º - Queda erigida en Pueblo con el
nombre de la “Restauración” la nueva
población formada en el Cardal.”
“Art.2º” – La calle que ha tenido hasta aquí el
nombre de calle de la Restauración se
denominara en lo sucesivo, Calle del General
Artigas.”
“Art.3º” – Los nombres de las demás calles y
Plazas de dicha población se designaran por
decreto separado.”
“Art.4º” – Comuníquese y publíquese.”
Culminaba así el desprolijo proceso de desarrollo
habitacional que hemos visto anteriormente, y se concretaba
a la vez, una aspiración arraigada en varias familias
principales e influyentes del núcleo social que se había
instalado en rededor del campo sitiador, como la de Viana,
notoriamente emparentadas con el General Oribe por su
madre, doña María Francisca de Viana y Alzaybar, y los
Larravide, Basáñez, Illa y Viamont, y muchos otros más.
No era, sin embargo el Cardal, el emplazamiento que
algunas de estas familias preferían, sino más bien, la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 294
oportunidad que les proporcionaba las cercanías que el
pueblo tenía con el campamento del Cerrito, ya que éste
hacia su centro de reducto en la chacra de Achucarro.
Empero, el terreno del Cerrito tampoco era un lugar
muy apropiado, pues si bien el pueblo haría frente al Sur en
el rumbo de la actual Avenida General Flores, su suelo
pizarroso era totalmente inadecuado para establecer
construcciones, y la creciente importancia económica y
estratégica del Cardal, más la reconocida fertilidad de sus
tierras, lo delegaron como base cuartelera, haciendo
finalmente del otro, el lugar indicado para su fundación.
El Coronel de Ingenieros, José María Reyes, fue el
encargado de establecer la planta cartográfica del nuevo
Pueblo, trazándola sobre el núcleo preexistente del Cardal.
En un plano presumiblemente delineado por el propio
Eugenio T. Cavia, y que aun se conservaba en el Instituto de
Historia de la Arquitectura de nuestra Facultad de
Arquitectura, reproducido por Ferdinand Pontac –el
conocido seudónimo del Dr. Luís Bonavita–, en el
Suplemento del diario “El Día” de 21 de octubre de 1962,
ha sido reconstruido el trazado del “Pueblo de la
Restauración” con sus calles, hacia 1850.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 295
En dicho plano puede verse en forma paralela a la
calle principal, la que fue denominada “de la Restauración”,
y al norte de la misma, se ven cuatro calles, tres de las
cuales llevan los nombres de “Maroñas”, “25 de Mayo”, y
“del Carmen”, y la cuarta, innominada. Al sur había una
sola vía abierta, con el nombre de “calle que va al molino”.
Las transversales de este a oeste, eran nueve y
llevaban los nombres de “Toledo”, “Manga”, “Pantanoso” y
“Miguelete”, refiriéndose a los cuatro arroyos principales de
Montevideo. Las siguientes, eran las del “Colegio”, “de la
Iglesia o de San Agustín”, “del Campamento”, “Buceo” y
“Cardal”.
Cabe señalar que tales disposiciones para el trazado y
nomenclatura de las calles de la nueva Villa, fueron
completadas con la colocación de tablillas con los nombres
respectivos, pintados sobre las mismas por un joven
componedor de la imprenta de “El Defensor de la
Independencia Americana”, llamado Juan Manuel Blanes, y
por cuya tarea percibió de los fondos policiales “un medio
por cada letra”…
En extensión importante, y haciendo paralelo con el
pueblo de la Restauración, se hallaba el Cuartel General de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 296
Oribe, ubicado entre la antigua casa quinta de Chopitea, el
Cerrito y el monte llamado entonces de los Olivos.
El norteamericano Samuel Greene Arnold, en el relato
de su “Viaje por América del Sur 1847-1848”, nos ha
dejado una interesante descripción. Este joven, por
entonces, de 25 años, natural de Providence (Rhode Island)
y que luego alcanzaría las dignidades de Vicegobernador
del Estado y Senador, había llegado al campo sitiador en
febrero de 1848 con cartas para el General Oribe.
En su Diario, recuerda que: “Eran las tres (de la
tarde), cuando llegamos al Cuartel General. Hay un cerro
más pequeño (cerrito) cerca de allí, con un fuerte sobre el
cual flamean las banderas, oriental y argentina. Encontré el
ejército alojado; allí han construido un pueblo de barro y
estacas, con techos de paja, largos edificios con astas de
bandera y casillas de centinelas a intervalos, y las banderas
de Uruguay y de La Plata flameando sin distinción donde
están acuartelados”.
“El propio Oribe tiene una pequeña cabaña de madera,
con techo de paja para su Cuartel General. Allí fui
conducido y cortésmente recibido por el Presidente. Había
allí una señora y una criatura, pero enseguida se retiraron, y
Oribe mandó buscar un hombre que hablara francés para
Una Flor Blanca en el Cardal Página 297
intérprete, a pesar de que yo tenía mi criado, pero éste no es
muy despierto. Oribe tiene unos 60 años, es alto, enjuto, de
cabello gris, usa bigote, y tiene una cara apacible, pero se
parece mucho a Finlay (mi amigo de Atenas), o al viejo Mr.
Goddard. Es un hombre muy caballeresco y muy distinto a
su patán de hermano. Lo encontré en ropa de casa: camisa y
pantalones blancos y chaqueta roja; sobre la mesa, delante
de él, estaba su sombrero de paja con la universal leyenda:
Defensor de las Leyes antes observada”.
“Nos dio cigarros a mí y a mi criado, y ofreció vino.
Parece que llegamos tarde para cenar y yo tenía mucho
apetito. Le conté el estado de las cosas en la ciudad, de lo
que ya estaba enterado; y de Brasil, lo que le intereso. Le
dije que él podía tomar la ciudad por asalto en cualquier
momento. Me preguntó por qué pensaba así. Le repuse que
estaba muy débilmente fortificada. Él lo sabía, pero dijo
que, por el momento, primero debía ser definida la situación
de Inglaterra y de Francia. En realidad él no desea tomar la
plaza. Tiene unos 5.000 hombres en el campamento,
principalmente de caballería, pero algo de infantería y
artillería. Estima la población de este país en unos 300.000
habitantes o menos; pueden levantar 15.000 soldados o
22.000 en caso de apuro”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 298
“Me mostró los huesos del Megatherius últimamente
encontrado aquí, y desea que yo viaje por el país,
ofreciéndome todas las facilidades; dice que está bien
regado y arbolado; el café puede crecer aquí. Me ofreció
cartas, por si deseaba ir a Paraguay, para Entre Ríos y
Corrientes, pero me dijo que sería peligroso ir ahora;
también me ofreció cartas para Buenos Aires. Le dije que
tenía suficientes. Deseaba hacer algo por mí, le pedí
entonces su autógrafo y me lo dio. Últimamente ha hecho
una gran obra que ahora le preocupa con preferencia: ha
fundado un colegio llamado “Seminario del Uruguay”, a ½
legua del Cerrito y a una legua de la ciudad. Lo empezó
hace 5 o 6 meses y lo tendrá hecho en pocas semanas; ya ha
costado arriba de 100.000 pesos. Es de ladrillo y es un
asunto muy grande. Me mostró los planos y con justo
orgullo habló de ello como de una obra duradera para su
país, concebida y terminada durante la guerra. Me pidió que
le dijera al cónsul de EE.UU, en la ciudad, que consiguiera,
para él, los planes de estudio y reglamentos de algunos
colegios americanos. Converse casi 2 horas con él”.
Aun en su largo apunte, Greene Arnold agrega que en
el campamento sitiador, algunos soldados: “estaban
formados en parada y quedaban muy bien con sus chaquetas
Una Flor Blanca en el Cardal Página 299
y gorras rojas, sus mandiles a lo oriental y calzoncillos o
pantalones blancos”… “Era casi una ciudad, y todo el
tiempo hasta el arroyo, es más o menos como una aldea, con
casas de comercio en el camino.”
Cabe resaltar que de tal importancia eran, por lo
demás, en la “Restauración”, los establecimientos
educativos, algunos de los cuales tenía ya origen anterior en
el Cardal o en otros lugares del campo sitiador. Entre estos
se contaban los de Cayetano Ribas, instalado casi enseguida
de comenzado el Sitio Grande, y el de don Miguel Corteza.
En particular, este último anunciaba su próxima
instalación en la “Restauración” en Julio de 1850, en los
siguientes términos: “Dentro de breves días, trasladara D.
Miguel Corteza su establecimiento de la enseñanza, bajo el
nombre de Escuela Mercantil, al pueblo de la Restauración,
situándose en un espacioso edificio que ofrece todo género
de comodidades para admitir alumnos internos y externos.
Además de las materias anunciadas, se propone agregar el
estudio de Inglés, Latín, Matemáticas elementales, Retórica,
Filosofía y Dibujo, por medio de profesores inteligentes,
según lo permita el número, edad y capacidad de los
discípulos que reúna”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 300
De igual forma, éste establecimiento se proponía
dictar cursos nocturnos: “Por la noche enseñara
personalmente Francés y Teneduría, y los días alternados,
Francés para señoritas. Los interesados debían solicitar
informes, mientras la escuela no se abriera, en lo de don
Antonio María Pérez”.
Sin embargo, desde 1846, ya existía en el Cardal la
escuela “establecida frente al señor Cedres, que por
entonces se trasladará al Molino de la calle de la
Restauración”. En el estado del censo de 1848, elevado por
el Alcalde Ordinario Antonio T. Caravia al Ministerio de
Gobierno, aparece una escuela en el Buceo a cargo del Pbro.
Lázaro Gadea que, en agosto de 1849, según un aviso
publicado en “El Defensor de la Independencia Americana”
fue trasladada.
Dicho aviso decía: “el Presbítero Lázaro Gadea abrirá
el día 8 del mes que corre, un establecimiento de educación
primaria en el pueblo de la Restauración. Las horas de
estudio serán desde las 10 de la mañana, hasta las 4 de la
tarde, en los días hábiles. Admitirá alumnos a pupilo, y
serán decentemente tratados, abonando por ellos 13
patacones y por los externos 3. Enseñara también las
ciencias exactas y morales; tan luego que los niños se
Una Flor Blanca en el Cardal Página 301
hallen en actitud de dedicarse a tan interesantes estudios.
Dará en las horas restantes lecciones particulares de
aritmética comercial y teneduría de libros por partida
doble”.
Otro importante establecimiento educacional, era el
“Colegio Uruguayo” de Ramón Masini, instalado en la calle
Gral. Artigas, en “la casa nueva de Doña Mauricio Batalla”,
según expresa un aviso publicado el 9 de noviembre de
1851 en el periódico anteriormente citado. El programa de
estudios del “Colegio Uruguayo” era bastante vasto y
completo. Según Magariños de Mello, “comprendía nada
menos que diez y siete materias, música y baile,
complemento educativo este último, que se estilaba por
regla general hasta 1840 y tantos, y que constituye una
supervivencia curiosa ya en esta época.
Las materias revelan que el “Colegio Uruguayo”
podía ser clasificado como un colegio primario y primario
superior. En efecto, a la lectura, caligrafía, gramática
castellana, aritmética y doctrina Cristiana y urbanidad
social, unía idiomas (latín, francés, inglés e italiano), lógica,
álgebra, geografía, elementos de física experimental,
economía política, dibujo y teneduría de libros, género éste
de estudios prácticos que tenia gran prestigio en el Cerrito.”
Una Flor Blanca en el Cardal Página 302
Más adelante, Masini organizó en su Colegio, un curso
nocturno de idiomas “para las personas que por sus
ocupaciones durante el día, no pueden asistir sino en la
noche” Las lecciones duraban “al menos una hora,
empezando a las 7 de la noche”. Los cursos eran dos; uno
de inglés, a cargo de Mr. Wilson, y otro de francés, dirigido
por el mismo Masini.
Por cierto, que desde los primeros tiempos del Sitio
Grande, funcionaron escuelas de niñas en el campo sitiador,
y una de ellas, mixta, aunque, naturalmente, con clases
separadas para varones y niñas, es la que se anunciaba en
“El Defensor de la Independencia Americana”,
trasladándose en 1840 al Molino de la Restauración.
En este aspecto, cabe volver a mencionar el Colegio
fundado a mediados de 1848 por Agustina Leal de Loaces.
Continuaba ubicado en el terreno de Juan Pijuan, el joyero,
y según los anuncios en el mismo, se enseñaban “por
métodos muy sencillos: lectura, escritura, aritmética,
gramática castellana, costura, bordado en blanco, etc., hilar,
bordado de papel, calados y dibujo”. A los siete meses de
fundado el establecimiento de la señora de Loaces, decía su
directora que: “deseando darle toda la latitud que requiere
hoy la enseñanza del bello sexo, se ha entendido con los
Una Flor Blanca en el Cardal Página 303
Sres. Juan Bautista Andrés, Agrimensor de Número, antiguo
profesor de matemáticas en el Colegio Real de Paris y D.
Jorge Gray, discípulo de la Escuela de Bellas Artes en la
misma ciudad, para enseñar en su casa la escritura, análisis
de la gramática castellana, aritmética, geografía, idioma
francés y dibujo”.
Por último, cabe mencionar el de Natalia Luque de
Pardo que tenia 6 alumnos en 1848, y el de Canuta
Mutiozabal. Pero además de estos establecimientos donde
se desarrollaban programas de estudios primarios y
secundarios, existía un cierto número de aquellos y de
particulares, que enseñaban materias determinadas, de
manera preferentemente idiomas y teneduría de libros.
Sobre esta última, un aviso de “El Defensor…” expresaba
que la enseñaba en forma particular un “profesor de este
ramo que tiene algunas horas desocupadas”, en que
prometía hacerlo “en el corto espacio de dos meses, y por el
método más moderno y comprensible”. Los que desearen
recibir tal enseñanza, podían ubicarlo “A toda hora en la
tienda de D. Ángel C. Pita, calle del General Artigas, casa
del Sr. Larravide”. Y no era el único –señala Magariños de
Mello–, sino que también la enseñaba Agustín de Velazco y
Antonio Pioch.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 304
La Villa de la Unión
Concluida la Guerra Grande, y bajo el imperio del
espíritu de concordia que había sido consagrado en la paz
del 8 de Octubre de 1851, en la expresión que reza en el
armisticio, se lee:
“Entre todas las diferentes opiniones en que han
estado divididos los Orientales, no habrá
vencidos ni vencedores; pues todos deben
reunirse bajo el estandarte nacional, para el
bien de la patria, y para defender sus leyes e
independencia”,
En consecuencia, el Presidente Joaquín Suárez, con el
refrendo de su Ministro de Gobierno, Dr. Manuel Herrera y
Obes, aprobó finalmente el 11 de noviembre de 1851, el
siguiente decreto:
“Con el interés de perpetuar en la memoria de
los pueblos el recuerdo de la feliz terminación
de la época calamitosa que la República acaba
de atravesar, y de borrar hasta donde sea
posible los vestigios de la denominación
extranjera que tanto ha pesado sobre el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 305
bienestar y la riqueza del país, el Gobierno
acuerda y decreta”:
“Artículo 1º - El pueblo existente en el partido
del Cardal, y conocido con el nombre de la
Restauración, se denominará en adelante, Villa
de la Unión”.
“Artículo 2º – Dicha Villa tendrá la
administración local que le corresponda con
arreglo a su población, y la extensión de la
Jurisdicción territorial que oportunamente se le
asignara”.
“Artículo 3º - Comuníquese, etc.”
Ya el 24 de noviembre siguiente, el mismo
Gobierno decretó:
“Artículo 1ª – La Administración Civil de la
Villa de la Unión, se compondrá por ahora de
un Juez de Paz, y los Tenientes Alcaldes
respectivos: un delegado de Policía,
dependiente de la oficina central del
Departamento y los Comisarios auxiliares que
demande el servicio público de la villa y
jurisdicción territorial”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 306
“Artículo 2º - Asígnese por jurisdicción de la
Villa de la Unión, la sección del Departamento
comprendida entre el Camino Real que pasa
por la parte del Sud del Cerrito en la dirección
Oeste, la costa del mar por el Sud, por el Este la
prolongación del camino que pasa por la parte
Oeste del Cerrito, en dirección Norte Sur, hasta
tocar en la costa del mar, y por el Oeste los
límites del Departamento hasta encontrar el
camino que limita esta sección con la parte
Norte”.
El desarrollo posterior que alcanzaría la villa durante
la prosperidad de los años finales de la década del 60,
aumentando en su entorno el número de sus edificios de
mampostería y el volumen de su comercio, fue lo que
llevaron al Gobierno del General Venancio Flores, a
ampliar y dar nueva nomenclatura a sus calles.
En efecto: por decreto del 4 de noviembre de 1867, se
estableció la siguiente: Vilardebo, a la hasta entonces
denominada “de Toledo” (actual Pan de Azúcar); Porvenir,
a la “del Manga” (actual Silvestre Pérez); del Plata a la del
“Pantanoso”, (desde 1938, Gral. Félix Laborde); Gral.
Flores, a la “del Miguelete” (hoy Lindero Corteza);
Una Flor Blanca en el Cardal Página 307
Larravide a la “del Colegio”; Agricultura, a la “de la
Iglesia” o “de San Agustín” (desde 1919, Cipriano Miro);
Industria a la “del Campamento” o “de los Olivos” (actual
Ing. José Serrato); Artes la “del Buceo” (desde 1919,
Gobernador Viana); Comercio, la “del Cardal” (actualmente
Mcal. Francisco Solano López, desde Avda. Italia al Sur);
Montevideo, a la que debía haberse llamado “de la
Mauricio” (actual Pernas).
Se agregaban al antiguo trazado, tres nuevas calles
transversales a la del 18 de Julio (desde 1919, 8 de
Octubre); La Paz, Progreso y Buceo que, en 1919, pasarían
a denominarse María Stagnero de Munar, Felipe Sanguinetti
y Carlos Crocker, respectivamente. Agricultura, se
denominaría a la actual Teodoro Fells, y la hoy Dr. Juan B.
Morelli, era 14 de Julio. Al norte de la calle del 18 de Julio,
se llamó Joanicó a la “de Maroñas”; a la segunda,
Montecaseros (desde 1919, Juan Jacobo Rosseau); a la
tercera, Fray Bentos, en sustitución de su nombre antiguo
“del Carmen”.
Por entonces, ya estaba abierta la vía donde se
extenderían los rieles del Ferrocarril a Pando, y a esta calle
se le denominó General Rondeau (actual Avellaneda). Entre
la calle Fray Bentos y la vía, se abrió una calle de una
Una Flor Blanca en el Cardal Página 308
cuadra, para facilitar el acceso a la Plaza de Toros, que se
llamó Curiales (actual Pamplona en mayor extensión).
Al sur de la 18 de Julio, había una calle que pasaba
junto a la plaza y que era conocida como “calle de la plaza”;
en 1867, se le llamó “del Asilo”, y una cuadra más al sur, se
llamó Figueroa a la que era conocida como “calle que va al
molino” (actual José A. Cabrera).
A la siguiente, hacia el Sur, se la denominó Nueva
Palmira (actual General Timoteo Aparicio). La Plaza de La
Unión, fue denominada “San Agustín” hasta 1897, en que
se llamó “17 de Setiembre”, en homenaje a la paz que
terminó la guerra un mes después de la muerte del
Presidente Idiarte Borda. En 1905, se llamó “Juan Carlos
Gómez”, hasta 1923, en que se le dio el nombre actual de
“General Cipriano Miro”
La calle Corrales tiene este nombre desde 1870, época
en que se construyeron los corrales de abasto durante la
presidencia de Lorenzo Batlle. Hasta entonces, se llamaba
“camino de Sierra”.
Aun cabe resaltar que en su inicio, todas las calles, sin
excepción, eran de tierra, sin pavimento, con postes de
madera dura y tres faroles con velas de sebo por cada
cuadra. La primera gran conquista lograda, fue el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 309
empedrado del accidentado camino que unía la villa con el
Centro de la ciudad.
La obra fue realizada por el empresario don Felipe
Vitora, conforme contrato con la Comisión Extraordinaria
Administrativa, el 15 de Noviembre de 1865. Según el
pliego de condiciones del 3 de agosto de ese año, el camino
de la Unión debería tener 18 metros de ancho, teniendo en
su centro 10 metros de empedrado, y a ambos lados, una
faja de 4 metros de ancho, pavimentada según el sistema de
Mac Adam. El trabajo debía tener una duración de 15 meses
desde el momento en que se suscribiera el contrato,
debiéndose asimismo comenzar simultáneamente desde
ambos extremos, para juntarse en el centro del tramo.
Se extendía desde la Casa Volada (actual plazuela
Lorenzo J. Pérez, o del Gaucho), hasta la calle Montevideo,
actual Pernas. Cuando se comenzaron las obras de éste
camino, se celebraron importantes festejos populares en La
Villa. Los trabajos de empedrado de cuña de sus principales
calles, dieron comienzo en diciembre de 1866, el cual sería
sustituido por el hormigón en 1925. Mientras tanto, las
piedras a ser utilizadas en el nuevo empedrado de las calles
de la Villa, las arrancó Diego Martínez de la cantera que era
propiedad de Tomás Basáñez.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 310
Una vez terminado el trabajo, el 14 de julio de 1867
fue inaugurado oficialmente el camino a La Unión. A esta
asistieron altas autoridades, y en la oportunidad, se
reunieron los vecinos para ofrecer un testimonio público de
gratitud a las autoridades que, por fin, los sacaba del
aislamiento a que el estado del camino de tierra los venia
condenando durante la estación de las lluvias.
A principios de 1872, la Empresa de Gas inauguró la
extensión del alumbrado a gas a la villa. Este duraría hasta
la instauración del alumbrado eléctrico, que sería recién
instalado a partir de 1897.
En octubre de 1989, las autoridades comunales, al
dividir Montevideo en 39 zonas, unificó barrios que
tradicionalmente se mantenían con denominación especial,
y con límites no muy bien definidos. Las áreas y sus límites
de La Unión – Villa Española, fueron definidos por: Avda.
Italia, Avda. Dr. Luís Alberto de Herrera, Monte Caseros,
Bvar. José Batlle y Ordóñez, José Pedro Varela, Serratosa,
limite SE de la manzana 5865, Julio Arellano, Camino
Corrales, 20 de Febrero, Camino Carrasco, Isla de Gaspar y
Minessotta.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 311
El Pacto de la Unión
En varias oportunidades, el curso de los
acontecimientos hizo de “La Unión”, el escenario principal
en el proceso político de la Republica. Ya hemos analizado
su importancia durante la Guerra Grande, en cuyo periodo
tuvo lugar su propia configuración como núcleo urbano.
Sin embargo, una nueva circunstancia fue la que
protagonizaron en 1855 los Generales Manuel Oribe y
Venancio Flores, al suscribir el 11 de noviembre de dicho
año, el acuerdo conocido como “Pacto de la Unión”. Por lo
tanto, se hace necesario rever el curso de los dos
acontecimientos que condujeron a la celebración de dicho
acuerdo entre los dos jefes de los históricos bandos, blanco
y colorado.
Hacia julio de 1855, se había dado a conocer el
llamado “Manifiesto a mis compatriotas” redactado por el
Dr. Andrés Lamas, que poco antes había sido sustituido en
su cargo de Representante Diplomático de la República ante
la Corte Imperial de Río de la Janeiro, por el Dr. Antonio
Rodríguez.
Lamas, ausente del país desde hacía ocho años, y sin
tener una visión cabal de las realidades políticas, adverso
Una Flor Blanca en el Cardal Página 312
por formación y convicción a lo que sus pares del doctorado
patricio llamaban el “caudillismo”, -representado en aquel
momento por Flores-, era partidario de sustituirlo por
hombres de principios, unidos sin divisa, con el apoyo del
Brasil.
Si bien, como él le había escrito en noviembre de
1854 a Francisco Hordeñana, no era partidario de
programas escritos, pero ante la solicitud generalizada de
los pro-hombres del fusionismo oriental, se inclinó por
formular uno.
En el citado “Manifiesto” expresaba:
Rompo pública y solemnemente la divisa
colorada, que hace muchos años que no es la
mía, que no volverá a ser la mía jamás, y no
tomo, no, la divisa blanca que no fue la mía,
que no será la mía jamás.
¿Que representan esas divisas blancas y esas
divisas coloradas?
Representan las desgracias del país, las ruinas
que nos cercan, la miseria y el luto de las
familias, la vergüenza de haber andado
pordioseando en dos hemisferios, la necesidad
de las intervenciones extranjeras, el descrédito
Una Flor Blanca en el Cardal Página 313
del país, la bancarrota con todas sus más
amargas humillaciones, odios, pasiones,
miserias personales.
¿Qué es lo que divide hoy a un blanco de un
colorado?
Lo pregunto al más apasionado, y el más
apasionado, no podrá mostrarme un solo
interés nacional, una sola idea social, una sola
idea moral, un solo pensamiento de gobierno en
esa división.
No nos dividamos por hombres. Antes de
dividirnos para gobernar, unámonos para tener
país que gobernar.
En cuanto a los medios para conseguir tales fines,
Lamas proponía: “Todos los que están dentro de la
legalidad”. Es decir, la imprenta, la asociación, el derecho
de petición, etc. No la violencia, no la acción subterránea.
El motín suele matar al caudillo, pero crea al
caudillo” –continuaba en su manifiesto-.
Padecemos un error y una preocupación;
confundimos al hombre de campo, al que
llamamos, gaucho, en la anatema que merece
nuestros políticos de pasiones y de guerra civil,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 314
nuestros políticos de trapo colorado y de trapo
blanco.
El 29 de agosto, se produjo en la ciudad de
Montevideo –ausente Flores, que se encontraba en
Canelones–, un golpe de mano de los llamados
“conservadores” colorados, que respondían al liderazgo del
Dr. José María Muñoz, quienes se posesionaron del Fuerte,
y designaron Gobernador provisorio a Luís Lamas, padre de
Andrés.
Entretanto, las fuerzas floristas rodeaban en un
cinturón de ahogo a un Montevideo que ya no tenía ni
carne. Por piedad o no, don Venancio Flores permitió el
paso de ganado para abastecerlo; al mismo tiempo, el
General Manuel Oribe, que había permanecido a bordo de la
nave en que regresara de Europa desde el día 9 de agosto,
desembarcó y se trasladó a La Unión, a la que también
había pasado Flores.
El 10 de septiembre, asimismo, la Asamblea General
se reunió en la quinta de Hernández, en la zona de La
Unión, y presidida por don Manuel Basilio Bustamante,
consideró y aprobó la renuncia que ante ella presentó el
General Flores. Acto seguido ordenó que el Presidente del
Cuerpo Legislativo, el citado Bustamante, pasara a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 315
desempeñar las funciones del Poder Ejecutivo de acuerdo
con la Constitución.
Lamas y su gobierno, ante este hecho, se declararon
disueltos y el día 11 de septiembre Bustamante asumió la
Presidencia del la República. Entre agosto y octubre los
“conservadores” y los llamados “blancos
constitucionalistas”, realizaron diversos trabajos
preparatorios que culminaron el 4 de octubre de 1855, en el
que se constituyó, con la presidencia de Luís Lamas, la
asociación política denominada “Unión Liberal”, y cuyo
programa político decía:
“1º) Promover y sostener la existencia de
gobiernos regulares, que arrancados de la
voluntad nacional, legítimamente expresada por
medio de los comicios públicos, radiquen su
existencia en la observancia de la Constitución,
y el respeto a cada uno de los principios que
ella consigna.
“2º) Aceptar leal y decididamente como medio
de arribar a ese grande objetivo, la alianza
brasileña, digna y benéficamente entendida.
“3º) Trabajar en la extinción de los odios y
prevenciones que ha dejado la lucha de los
Una Flor Blanca en el Cardal Página 316
(dos) grandes partidos en que estuvo dividida la
República, predicando la unión entre todos los
orientales, y dándoles a todos la parte que les
corresponde en la seguridad del país.
“4º) Pugnar por la inviolabilidad de la ley
fundamental, haciendo uso de todos los medios
que ella permite”.
Fue a partir de entonces y, en respuesta a la proclama
emitida por la Unión Liberal, que Flores y Oribe,
suscribieron el llamado “Pacto de la Unión” el día 11 de
noviembre, donde se lee:
“La desgraciada situación en que se halla la
República, proviene de la discordia que
incesantemente la ha conmovido desde los
primeros días de nuestra existencia pública”.
“La desunión ha sido y es, la causa
permanentemente de nuestros males, y es
preciso que ella cese, antes de que nuevas
convulsiones completen la ruina del Estado,
extinguiéndose nuestra vacilante nacionalidad”
“Mientras que existan en el país los partidos
que lo dividen, el fuego de la discordia se
conservará oculto en su seno, pronto a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 317
inflamarse con el menor soplo que lo agite. El
orden público estará siempre amenazando, y
expuesta la República al terrible flagelo de la
guerra civil, que ya no puede sufrir, sin riesgo
de su disolución, para caer bajo y yugo
extranjero”.
“En esta inteligencia, y persuadidos de que una
de las causas que más contribuye a agravar la
situación del país, procede de las miras a
intereses encontrados de esos partidos, en los
momentos mismos en que convendría uniformar
la opinión pública acerca de la persona que
deba ser llamada a presidir los destinos de la
Nación, desde el 1º de marzo próximo; los
Brigadieres Generales D. Manuel Oribe y D.
Venancio Flores, deseosos de evitar a sus
conciudadanos todo motivo de desinteligencia,
por la suposición de aspiraciones o
pretensiones personales, de que se hallan
exentos, declaran por su parte, de la manera
más solemne, que renuncian a la candidatura
de la Presidencia del Estado. En este concepto,
invitan a todos sus compatriotas a unirse, en el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 318
supremo interés de la Patria, para formar un
solo partido de la familia Oriental adhiriendo al
siguiente Programa:
“Artículo1º - Trabajar en la extinción de los
odios que hayan dejado nuestras pasadas
disensiones, sepultando en perpetuo olvido, los
actos ejercicios bajo su influencia.
“Artículo 2º - Observar con fidelidad la
Constitución del Estado.
“Artículo 3º - Obedecer y respetar al Gobierno
que la Nación eligiere por medio de sus
legítimos representantes.
“Artículo 4º- Sostener la independencia e
integridad de la República, consagrando a su
defensa, hasta el último momento de la
existencia.
“Artículo 5º - Trabajar en el fomento y adelanto
de la educación del pueblo, y en las mejoras
materiales del país.
“Artículo 6º - Sostener, por medio de la prensa,
la causa de los principios y de las luces,
discutiendo las materias de interés general; y
propender a la marcha progresiva del espíritu
Una Flor Blanca en el Cardal Página 319
público, para radicar en el pueblo la adhesión
al orden y a las instituciones, a fin de extirpar
pro este medio el germen de la anarquía y el
sistema de caudillaje”.
No es necesario acrecer algún comentario adicional al
margen de lo que se ha referido en dicho pacto,
principalmente, después de haber repasado las biografías de
ambos Generales. No en tanto, después de las firmas de
Flores y de Oribe, seguían otras de significación, como las
de los Brigadieres Generales Ignacio Oribe y Pedro
Lenguas, los Generales Antonio Díaz, José Antonio Costa y
Manuel Freire, y las de algunos caracterizados vecinos de la
Unión, como la del cura Vicario P. Victoriano Antonio
Conde; la de Antonio María Castro, Rector del Colegio
Nacional; la del Presbítero Lázaro Gadea, y las del Dr.
Caphehourat, distinguido médico de la Unión, la de
Norberto Larravide y don Tomas Basáñez, entre otros más.
El programa de los caudillos no era, sin embargo, una
fusión con extinción de las viejas divisas populares; era, un
programa de concordia para realizar la tarea común de
consolidar la independencia y reafirmar las instituciones, a
la vez que oponía una candidatura propia a la de los
“conservadores”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 320
Quinta Parte
Candilejas y Titilaciones de
los Habitantes de la Unión
Una Flor Blanca en el Cardal Página 321
La Multiplicación de los Esfuerzos
Como ya se ha dicho anteriormente, a poco de su
fundación, junto a las casas de familia residentes en las
antiguas tierras del Cardal luego de establecerse allí el
Ejercito Sitiador, pasaron a abundar en el lugar los
establecimientos de educación primaria y secundaria, donde
se impartían cursos de inglés y francés, piano y guitarra, y
había un destacable comercio de libros, revistas o
periódicos, donde también proliferaban las boticas, y
funcionaron dos circos, reñideros de gallos en cafés o
almacenes, juegos de pelota de frontón, o bochas en canchas
linderas a las pulperías, y hasta un Cosmorama, es decir:
una especie de gabinete de óptica, equipado con linterna
mágica y pantalla para la proyección de imágenes en
precario movimiento.
Sin lugar a dudas, servicios y placeres todos que, al
fin de cuentas, sirvieron de buena base para soportar la
Guerra Grande y entretener la soldadesca, y después, para
auspiciar la continuación del desarrollo en un clima de
pretendida mayor concordia entre todos los uruguayos.
Esas actividades comerciales que fueron
desarrollándose, por lo menos en los papeles, comenzó a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 322
acontecer el 11 de noviembre de 1851, fecha cuando el
Presidente Suárez finalmente decretó la nueva
denominación de Villa de la Unión, pero que, en los hechos
reales, hubo de exigir y malgastar más paciencia por parte
de los inversionistas y negociantes que apostaban en el
futuro de este pueblo.
Hay que llevar en cuenta que, al terminar la guerra el
8 de octubre de 1851, en verdad, las calles luego se vaciaron
de gente, y el grueso de los comerciantes partió nuevamente
hacia el perímetro de la ciudadela y adyacencias, o a instalar
sus comercios en otros puntos más remotos.
De repente, terminado el periodo de tan larga
beligerancia, pronto se paralizaron tiendas, herrerías,
jaboneras, saladeros y baños públicos entre muchos otros
negocios más, siendo varios de ellos propiedad del
ciudadano argentino de ascendencia vasca: don Norberto
Larravide González de Noriega, quien era casado con la hija
del ciudadano ingles Miguel Hines, y sus lazos familiares
también lo unían a una tradicional familia argentina: la de
hogar formado por el brioso General Juan José Viamonte y
doña Bernardina Chavarría, y por consecuencia, a los de sus
descendientes, los Ilha e Viamont.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 323
Quizás por este motivo, él, desde siempre había sido
un estrechísimo amigo y esforzado colaborador del General
Oribe, antes y durante el periodo de la Guerra Grande. Esa
profunda amistad lo había convertido en uno de los
principales impulsores económicos de la Villa, pero
también, pronto lo tornó uno de los grandes afectados por el
fin del conflicto.
En un imperioso paréntesis, es necesario agregar que
no en tanto, Larravide llegó joven y sin fortuna al Cardal.
Un día desembarcó en el Buceo, “como hombre habilitado
del Sr. Lezama, y comprando cueros vacunos a doce
vintenes”. Lezama había formado a Larravide,
habilitándolo, de la misma forma que él lo hizo a su vez con
tantos otros en ese nuevo pueblo. De ahí su corta estadía en
Colonia, de donde emigra apenas muerto su suegro.
No levanta, sin embargo, su Registro, saqueado, según
“El Defensor”, por los salvajes unitarios en julio del 1846.
Ese año, Garibaldi está a punto de comprarle en el Arazatí
treinta mil cueros que defiende Amilivia.
Cabe preguntarnos: ¿Qué influencia tuvo en su éxito,
su estrecho amigo, el General-Caudillo? Pues poco tiempo
necesitó Larravide para convertirse en el primer
comerciante del Cardal. Mucho más que las barracas de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 324
Simonet, de Aguirre, de Illa y Viamosnt, y en poco tiempo
sus almacenes pasaron a ser el Banco del pueblo, donde las
gentes dejaban allí las onzas de oro sin requerir recibo.
Apoyado en lo que otrora había hecho Lezama con él,
Larravide lo repite indefinidamente con otros. Con su
nombre surgen comercios de toda índole, la tienda de la
callecita de la Luna; la librería de la calle del Cardal; la
herrería del “pasaje de los membrillos”, que es de un
sobrino de Basterrica.
Con su temperamento emprendedor forma hombres
hasta en los troperos más humildes y los carreteros que
acarrean los cueros salados. Bonilla, Santana, Reyes,
Estomba, Curbelo, Estévez, Vignoles. Cuatro de estos
llegan a ser hacendados fuertes; y en 1856, ya se lidian en la
Unión toros del último, llegados desde su estancia de
Florida.
En esos tiempos, Larravide es siempre el sembrador.
Presta, garante, habilita, construye. Anima el comercio de la
Calle Real, barrosa, ancha, llena de candilejas y de
guitarras. Tiene 40 años y su ímpetu llena el pueblo con su
nombre y energía, cuando en realidad, hacía apenas seis que
se afincara en su caserío.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 325
No en tanto, llega la paz de octubre y Oribe sopla de
vez sobre el Cerrito, haciendo desaparecer mágicamente los
batallones orbistas. Después del largo y trágico sueño, se
levantará una nueva aurora. Le cambian el nombre al
pueblo. Ahora le llaman la Unión. Es una cuchillada fatal.
Por esa herida es escapa rápidamente la sangre que ahora se
transfunde para la capital.
Cae entonces Larravide, pero no lentamente, sino de
un golpe. ¿La muerte de la Unión producirá la suya? No.
Los quebrantos son serios, languidece el comercio, se
paraliza la edificación, comienza el éxodo de las familias
hacia el centro de la ciudad. Su fortuna nunca tuvo base; ha
prestado y garantido sin control. La quiebra general debe
arrastrarlo, piensan todos.
Sin embargo, él se sostiene porque se transforma.
Parece invadirlo de pronto un vértigo, y proyecta en gran
escala para hacer resurgir un pueblo del que han huido miles
de hombres tan bruscamente.
Su preocupación junto a otros no menos importantes
potentados vecinos, entre ellos su gran amigo Tomás
Basáñez (tal vez un pariente distante por parte de la esposa
de don Tomás), fue, diríamos así, el resorte impulsor de las
principales actividades que surgirían con la nueva era
Una Flor Blanca en el Cardal Página 326
económica que se abrió desde 1853, y que convirtió a don
Norberto, en un inversionista exitoso dentro de una cantidad
de rubros comerciales en que se aventuró.
En verdad, el gran envite fue dado por este visionario
comerciante, dueño ya de innumerables establecimientos de
comercio en la villa, y que, junto con don Tomás Basáñez,
el gran terrateniente e importante industrial adinerado de la
Unión, tuvieron el flash ideario que iría mejorar el servicio
de diligencias que entonces unía la villa a otros puntos de la
ciudad.
Por conclusión, decidieron importar un par de
autobuses desde Inglaterra, y de inmediato lograron
consolidar una empresa de ochenta socios que, solo en el
primer año, fue capaz de transportar más de sesenta mil
personas y con ello, logró revertir el estado depresivo de los
habitantes del vecindario, algunos de los cuales estaban
pensando en la mudanza, pero se contuvieron para
participar de las novedades junto a nuevos pobladores que
comenzaban a arribar desde otros sitios.
Otros destellos visionarios vendrían luego después,
para continuar a estimular los negocios en su querida Villa.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 327
Ente Carruajeros y Omnibuses
Hasta el momento en que el primer transporte
colectivo tirado por caballos principió a unir las distancias
entre la Villa y la ciudad vieja de Montevideo, los
problemas habidos con los anteriores servicios, eran parte
de la conversación habitual de quienes debían padecerlos.
Al igual que en nuestros días, se criticaba su precio,
los excesos de carga, su falta de comodidades mínimas, el
poco respeto por los horarios, las demoras en los trayectos,
el deterioro de los vehículos y el mal estado de las calles y
camino a recorrer.
En realidad, los primeros medios utilizados para
trasladar pasajeros dentro de la capital, no fueron los
tranvías de caballitos como suele creerse. No bien concluida
la Guerra Grande con la Paz de Octubre de 1851, y una vez
rehabilitada la corriente de comunicación entre los dos
principales núcleos habitacionales en que se había
segmentado la ciudad: el casco viejo de Montevideo
(ciudadela), y la Villa de la Restauración, se vio claramente
la necesidad de que ambas zonas volvieran a vincularse con
la mayor rapidez posible. Pero esa tarea con ser
imprescindible, no resultaba fácil, ya que en todo el camino,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 328
solamente se encontraban algunos caseríos, quintas aisladas,
y poca cosa más. (Los otros barrios montevideanos solo
tomarían su impulso habitacional en las década posteriores a
la Guerra Grande).
El camino que unía a estos dos núcleos tan
distanciados entre sí, era prácticamente inexistente,
sembrado como estaba de baches, pastizales y más que
nada, pantanos, que lo hacían, para ser más contundente,
casi intransitable. Alrededor de quince o veinte pantanos, se
calcula que hubiese en el recorrido. Y para sortearlos había
que desviarse a cada poco rato, y a veces, no dudar en
meterse incluso en propiedades particulares para poder
seguir adelante con el viaje.
Todos conocían la existencia de no menos, de veinte
zonas de hondonadas pantanosas que interrumpían el
tránsito entre el centro de la ciudad y la Unión. El
historiador José María Fernández Saldaña, en sus “Historias
del viejo Montevideo”, fue uno de los primeros en describir
aquellas trampas que se interponían entre los proyectos de
los que pretendían enlazar estos barrios, entonces
pareciendo tan alejados.
Frente al Cementerio Inglés, hoy entre Olimar y
Médanos, -apunta el historiador-, ya se encontraba un
Una Flor Blanca en el Cardal Página 329
pantano que, para ser rellenado, requirió 1.320 pies cúbicos
de piedra, tierra y pedregullo. Y este era el primero, pero no
por cierto el peor: el que existía entre la calle Tacuarembó y
la Plaza de los Treinta y Tres -dos cuadras-, consumió 4.050
pies cúbicos de relleno.
Había muchos otros lodazales casi inaccesibles, y
cuyas denominaciones se basaban en referencias de vecinos,
o en hechos de la historia reciente: el del Cristo, frente a la
actual Universidad, el de la Casa Volada, cercano a la hoy
calle Sierra, el de Gallinita, que se asentaba en el lugar que
ocupa en nuestros días la calle Municipio, el de Reyes –
frente a su quinta-, el del Inglés, el de Pedemonte, y el de
Peña, que era el más grande y profundo de todos.
Pues bien -continúa Fernández Saldaña-, con
semejante camino y todo, era preciso resolver el problema
de la comunicación barata y de forma regular, pues los
vecinos vivían a merced de la voluntad de los “carruajeros”
(término de la época), empleados en el tráfico.
Por aquella época, los dueños de las volantas y
coches, cobraban medio patacón -cuarenta y ocho
centésimos-, por la ida y vuelta, precio sujeto siempre a las
alteraciones que a ellos se les antojase hacer.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 330
Pero ése era el precio cobrado si el cochero estaba de
buen humor, porque de lo contrario, podía subir la tarifa
cuanto se le antojase, y el cliente ni chistar porque corría el
riesgo de quedarse de a pie chapaleando entre los
pantanales.
Fue entonces, cuando un grupo de vecinos de la
Unión, progresistas y adinerados, a cuyo frente estaba el
respetable ciudadano Norberto Larravide, seguido por
Tomás Basáñez, encabezaron un rápido y eficaz esfuerzo
colectivo del que nació, en pocos días, la llamada “Sociedad
de ómnibus”.
Fue el 9 de abril de 1853, en quedó constituida la
nueva empresa con un capital inicial de 4.800 patacones y
una sociedad dividida en ochenta acciones de noventa
patacones cada una, Quince días después (seguramente los
vehículos de fabricación inglesa ya habían sido encargados),
tuvo lugar el viaje inaugural. Todo hace creer que estos
vecinos visionarios e inquietos se venían moviendo desde
mucho antes en torno a este proyecto, porque cuando se
fundó la Sociedad, ya los dos primeros ómnibus venían en
viaje. Quince días después de fundada, ya estaban en la
Aduana las dos primeras unidades compradas.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 331
Los nuevos coches tenían capacidad para unas
veinticuatro personas distribuidas adentro, y a de destacarse
que en la parte denominada “el imperial”, una planta alta
completamente descubierta que hacía las delicias de los
viajeros y era muy disputada cuando nuestro clima
imprevisible permitía ir gozando de aquel balcón
encantador; pero en realidad, estos llagaban a cargar bien
unas veintiocho o treinta personas.
El domingo 24 de abril de 1853 fue día de fiesta
inolvidable para todo el vecindario que ya se encontraba
entusiasmado con el nuevo juguete. Uncidas las mulas
correspondientes a cada unidad, fueron dos vagones los que
entraron en circulación entre los aplausos y plácemes de los
que no se quisieron perder el espectáculo.
Ese primer día, los vagoncitos hicieron tres viajes
cada uno en su trayecto Unión-Montevideo-Unión,
transportando en total a unas 200 personas, que se
apretujaron para ser ellos los inauguradores de los flamantes
vehículos nunca vistos, (aun no existían similares en el
país).
El precio del recorrido era barato, al menos en
comparación con lo que habían costado los carruajes hasta
entonces: 10 centésimos, que todo el mundo pagó de muy
Una Flor Blanca en el Cardal Página 332
buena gana. Los puntos terminales del recorrido eran, en
Montevideo, la Plaza Independencia; y en la Unión, la
parada de las diligencias que salían para el Interior.
Cuentan los historiadores, que conjuntamente con el
inicio del nuevo servicio, en la terminal de la Unión
comenzó a funcionar una fonda y posada, donde se podía
tomar algo y reunir fuerzas antes de emprender el viajón
hasta el remotísimo Montevideo...
Y de esta forma, comenzaron a marchar los primeros
ómnibus traccionados por mulas, traqueteando entre
pantanos a lo largo de las actuales avenidas 8 de Octubre y
18 de Julio, y ofreciendo conforto a los usuarios.
Mientras tanto, los montevideanos reventaban de
novelería y orgullo ante la recién llegada conquista, ya que
esta que les permitía olvidar en parte las amarguras de la
Guerra recién terminada. Aquellos ómnibus se les
aparecerían, tal vez, como el símbolo de las realizaciones
progresistas que, con seguridad, la paz iba a traer consigo...,
(sin llegar a sospechar que muy pronto los hechos arrojarían
por tierra las más acariciadas esperanzas).
En honor de los organizadores inversionistas
unionenses de esta primera “Compañía”, hay que señalar
que todo el negocio se hizo a crédito: la compra de los dos
Una Flor Blanca en el Cardal Página 333
ómnibus, las obras de la estación terminal y la adquisición
de las 84 mulas que hicieron falta para alternarse en el tirar
de los vagones. Tal era la confianza que inspiraban esos
hombres en el vecindario, que todo lo consiguieron e
hicieron antes de haber colocado la totalidad de las
acciones, y antes aún de cobrarlas.
Tan floreciente fue este visionario negocio desde el
principio, que a las pocas semanas de inaugurado el
servicio, se encargaron otras tres nuevas unidades, esta vez
a Francia; con lo cual nuestro vecindario quedó más
contento todavía, pensando que tendríamos ómnibus
igualitos a los que circulaban por la mismísima París, que
ya era la Meca soñada de todo buen montevideano. Lástima
que, en cambio, las 84 mulas fueran criollas, apenas, y
bastante rústicas según cuentan.
Como ya se ha dicho, hubo ese domingo memorable,
apretones sin cuento, para entrar en los ómnibus y para
acomodarse una vez adentro. Por ese motivo, luego la
empresa pensó en establecer tarjetas de pasaje expedidas
con debida anticipación, de manera que se evitaran
accidentes.
En contra partida, el gobierno del Presidente Giró,
favoreciendo a la progresista iniciativa, había exonerado la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 334
importación de los dos primeros coches, de los respectivos
derechos aduaneros. Como las cosas marchaban muy bien,
al encargarse a Francia los tres nuevos ómnibus, permitió
que antes de finalizar el año 1853, ya estuviesen en puerto
los flamantes coches del modelo de los que circulaban por
las calles de París. Pero esta vez, hubo que pagar la mitad de
los derechos de aduana, y eso después de vencer algunas
dificultades, pues el proteccionismo oficial parecía haber
llegado a su límite –explica el historiador.
Si se leen con detención los detalles a seguir, de esta
primera experiencia de transporte colectivo en Montevideo,
nos quedará la impresión de que, a través del tiempo, los
hechos y las circunstancias se repiten incesantemente.
El negocio de los llamados “omnibuses” (y no
diligencias), que a rueda rigurosa cubrían penosamente pero
con buen éxito comercial, el difícil camino que separaba el
centro de Montevideo con la Unión, tuvo una vida efímera.
Trece años después, el gobierno autorizó el funcionamiento
de trenes que rodaban sobre vías, y que fueron denominados
pomposamente “el ferrocarril a sangre de la Unión” y que,
-ya en esos años la ética solía dejarse de lado cuando
mediaba el dinero-, habrían de recorrer paso por paso, el
mismo trayecto de sus antecesores, pero con una comodidad
Una Flor Blanca en el Cardal Página 335
infinitamente mayor. (La inauguración coincide luego
después de finalizado el empedrado del camino).
Como era de esperarse, los anteriores concesionarios
protestaron, porque advirtieron que sus esfuerzos se
derrumbaban. En su visión, anteveían que la gente iba a
preferir, para sus traslados, el uso de los nuevos coches, que
al deslizarse sobre planchuelas de hierro, evitaban saltos,
tumbos y brusquedades. Utilizando el progreso como arma
dialéctica, las autoridades desecharon los reclamos, y a
principios de 1867, se empezaron a instalar los rieles. La
expectativa era mucha, porque ésta iba a ser la primera línea
férrea a instalarse en el Uruguay.
Las continuas revoluciones habían impedido que uno
de los hitos del proceso civilizatorio continental de uso
habitual ya en la mayor parte de los países, fuera adoptado
por el nuestro. En mayo del año siguiente, fueron
inaugurados oficialmente los nuevos servicios. La crónica
del diario El Siglo correspondiente al 27 de mayo de 1868,
decía al respecto bajo el título La Inauguración del tren-
way a la Unión: “Como estaba anunciado, tuvo lugar esta
fiesta antes de ayer, en medio de un numeroso concurso del
pueblo estacionado en toda la extensión del trayecto que
debían recorrer los coches desde la Plaza Independencia
Una Flor Blanca en el Cardal Página 336
hasta la estación principal de frutos de Maroñas. (...) Doce
hermosos carruajes partieron a las doce del día desde la
Plaza Independencia conteniendo aproximadamente
doscientas cincuenta personas. (...) En los primeros de esos
carruajes iban, el Presidente de la República, el Ministro de
Hacienda, sus edecanes, ayudantes, el Jefe Político, los
miembros de la Junta Económico Administrativa, llevando
los demás carruajes, ciudadanos de todos los colores
políticos y extranjeros de todas nacionalidades. (...) Tal vez
nunca como anteayer, nos ha parecido tan animado
Montevideo, cubierta su calle más hermosa de una
muchedumbre agitada por la curiosidad entre la cual, se
abrieron paso los vehículos que, por primera vez en nuestro
país, huellan el hierro. El viaje se realizó perfectamente en
medio del contento general que debía producir una fiesta tan
simpática a todo el pueblo. En mitad del trayecto algunos
carros se manifestaron rebeldes a la vía, cuyo incidente sólo
sirvió para aumentar el buen humor de los viajeros”.
Pero los hechos posteriores no fueron tan felices como
estos que describe el diario. Luego del viaje inicial, que fue
alentado por la población situada a ambos lados de las
calles, se produjeron los primeros inconvenientes:
amparadas en la noche, manos anónimas comenzaron a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 337
aguardar a los nuevos vehículos colocando obstáculos en las
vía, arrojando piedras contra sus vidrios y tirando artefactos
explosivos a las patas de los caballos, los que se asustaban y
echaban a correr provocando descarrilamientos y heridos.
Como no era difícil de imaginar, la empresa
concesionaria supuso que los autores de los desmanes eran
los cocheros de los ómnibus-diligencias anteriores que se
quedaban sin trabajo, y ante la posibilidad de que los hechos
continuaran, se vio obligada a contratar guardias especiales.
El propio diario El Siglo se alarmó ante los atentados,
criticándolos duramente bajo el título Guerra al tremway,
en un editorial del 14 de junio de 1868, transcrito por el
excelente libro de Marcos Silveira Antúnez: Historia del
Transporte en el Uruguay, de donde han sido sacados estos
datos:
“La policía debiera meter en la cárcel a los
malintencionados que se empeñan en hacer descarrilar los
carruajes de los tremways, colocando piedras sobre los rails.
Esta guerra ha obligado a la empresa a costear un peón para
que con una linterna en la mano, vaya reconociendo el
camino; pero es materialmente imposible que siempre tenga
buen resultado esa inspección de un trayecto tan largo, y en
muchos puntos despoblado. La audacia de los
Una Flor Blanca en el Cardal Página 338
malintencionados va en aumento, y han de seguir así
mientras la autoridad no logre escarmentar a alguno. El
lunes por la noche desde una pulpería de las Tres Cruces,
arrojaron a las patas de los caballos porción de paquetes de
cohetes, cuyo estrépito los hizo separarse de las vías
arrastrando a los wagones a riesgo de volcarse y causar
desgracias”.
Aun hemos de agregar que las líneas de los tramways
tirados por caballos, llenaron con sus servicios más de
cuarenta años de la historia montevideana. Generalmente, la
tracción la realizaban tres animales y, en los repechos, era
colocado un cuarto, cuyo complicado enganche en plena
marcha del vehículo, era realizado hábilmente por un
experto denominado “cuarteador”, quien mantenía al
caballo ayudando al remolque, hasta que este volvía a
territorio llano.
Los coches, que pronto castellanizaron su nombre
inglés por el de tranvías o “trenvías” que era el más
correcto, admitían hasta veinticuatro pasajeros, tenían varias
ventanillas de cada lado y cuando viajaban de noche,
encendían dos faroles a querosén. Durante los veranos eran
utilizados vehículos abiertos, con asientos colocados
mirando hacia afuera.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 339
La historia no ha recogido datos sobre la caída
económica de aquellos socios de la “Compañía” que habían
apostado su dinero a los primeros ómnibus sin vías, y que
trabajaron durante quince años trasladado usuarios entre el
centro y la Unión. Se sabe sí, que el negocio posterior tuvo
un éxito inmediato al punto que un año después, otras
personas (o las mismas), implantaron el servicio de tranvías
de caballos desde el centro hasta el Paso Molino, un
trayecto que estaba atendido por las diligencias de “Rosita
del Miguelete”, que tenían dos frecuencias por día.
Al respecto hubo grandes discusiones. Se ha contado
que la mayoría de los montevideanos, sostenía que no había
caballos capaces de superar los repechos de la calle
Agraciada, uno a la altura de Nueva York, y otro al cruzar
Suárez. El negativismo de los orientales que nada aportan
salvo las críticas, ya era común en 1869. Cuando en agosto
de ese año se realizó el primer ensayo, una multitud de
ociosos se agrupaba en la parte alta de la subida, cruzando
apuestas. Finalmente contra todos los malos augurios, los
caballitos criollos sumados al que aportó un solo cuarteador,
superaron la prueba.
Alentada por sus ganancias (el promedio diario de
viajeros pronto superó las tres mil personas), y por el auge
Una Flor Blanca en el Cardal Página 340
que estaba tomando el barrio residencial del Prado, la
empresa extendió sus líneas hasta el Pantanoso y el Cerro.
Esto ocurrió en 1877.
Pronto se fueron sucediendo los recorridos llegando a
los barrios de Los Pocitos y Buceo, el Reducto y la línea
norte y sud que llegaba hasta la estación Goes.
Referido precisamente a los “trenvías”, que llegaban a
este último destino, no se puede soslayar una crónica de
Juan Carlos Patrón en su imperdible libro: “Goes y el viejo
café Vacaro”. Allí nos cuenta:
“Nueve años después de instalada la Plaza de las
Carretas, el movimiento comercial de la zona hizo
imprescindible un servicio de locomoción permanente que
facilitara el desplazamiento de Goes al Centro. En 1875 se
inauguró el “trenvía” de caballitos El Oriental, que llegó
primero hasta la estación, después hasta la Figurita, -hoy
Garibaldi-, y finalmente hasta Larrañaga. (...) Los “trenvías”
eran abiertos en verano y cerrados en invierno. Los de
treinta y dos pasajeros eran arrastrados por tres caballos y
los de veinticuatro, por una yunta. En los repechos
empinados, se recurría a la ayuda del cuarteador. En la
esquina de San Fructuoso, Félix Ramis, el último cuarteador
de Goes, todavía en 1906, esperaba con su zaino la llegada
Una Flor Blanca en el Cardal Página 341
del “trenvía”. Cuando éste arribaba, prendía el caballo y
entre todos, lograban subir lentamente el largo repecho que
separa la estación de Garibaldi”.
“A de agregarse que en la calle Andes (al lado de la
Plaza Independencia), había otro cuarteador para ayudar a
que el tren trepara de Orillas del Plata hasta la calle
Uruguay. (...) El paso del “trenvía” era anunciado por un
toque de cornetín, motivando que manos femeninas
entreabrieran las ventanas para admirar al arrogante
mayoral. Los montevideanos de aquella época tenían el
privilegio de que el “trenvía” se detuviera exactamente
frente a la puerta de sus casas. Y de mañana temprano, si un
funcionario público se dormía, el mayoral lo despertaba a
fuerza de cornetín”.
“En verano se reforzaba el servicio a la Playa
Ramírez. Los pasajeros de Goes podían usar sin aumento de
precio, que era de dos vintenes, combinaciones que los
llevaban hasta la playa. El “trenvía” continuaba viaje por la
terraza que penetraba en la arena, y se extendía unos cien
metros río adentro. Al final de la línea, ya sobre el agua, los
pasajeros descendían por dos escaleras. A la izquierda, las
mujeres gozaban de una zona de baños reservados con
Una Flor Blanca en el Cardal Página 342
absoluta prohibición de acceso para los hombres que tenían
su campo de concentración a la derecha.
Pero desde que el mundo es mundo, inventada la
prohibición, automáticamente se inventó el contrabando.
Las siluetas femeninas, lejanas en la realidad, se acercaban
a los ojos ávidos por medio de un largavistas que se
alquilaba a real la hora.
El arrendamiento de la casilla costaba veinte
centésimos incluyendo un traje de baño demasiado corto o
demasiado largo, una toalla habitualmente agujereada y una
ducha familiarmente llamada regadera”.
Durante las tres últimas décadas del siglo XIX, los
servicios de tranvías de caballitos vivieron un período de
auge excepcional que recién comenzó a decaer en 1906,
cuando se inauguraron los recorridos de los vehículos
eléctricos.
Una de estas empresas, Tranvías del Este, llegó
incluso a extender en 1877, una línea hacia la llamada
entonces Playa de los Pocitos, que iba por 18 de julio, luego
tomaba Rivera y por último Pereyra hasta la rambla, con
pasajes que incluían el uso de las casillas de baño que la
misma empresa había mandado construir. Además de estos
carritos, donde las personas podían cambiar sus ropas, la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 343
empresa tranviaria edificó el primer Hotel de los Pocitos,
promoviendo la venida de los turistas argentinos.
Pero no todo eran flores. El personal de las compañías
trabajaba doce horas diarias, descansando solamente los
domingos, y como si eso fuera poco, eran chicos los
salarios. Los guardas y los mayorales con cornetín y todo,
ganaban veintiocho pesos por mes, y los cuarteadores
dieciocho.
A principios del siglo XX, la influencia de la
inmigración anarquista provocó una sacudida en el mundo
laboral. Uno de los gremios que se levantó en huelga por el
exceso de sus horas de trabajo y lo magro de sus ingresos,
fue el del personal de los tranvías de caballitos.
El episodio que era absolutamente novedoso en aquel
pacífico Montevideo, fue reprimido duramente por la
policía. La revista “Rojo y Blanco” de noviembre de 1901,
publicó varias fotos e informó al respecto: “Excepción
hecha de las líneas del Reducto, Pocitos y Este, ardió Troya
en todas las demás. La coqueta ciudad ha tenido un aspecto
guerrero. A las manifestaciones de los huelguistas, se han
opuesto las manifestaciones de la policía a pie y a caballo,
armadas de lanzas, sables, machetes y revólvers”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 344
En su número siguiente, la misma revista publicó
otras fotos que ilustraban una gran fiesta campera en la que
los gerentes de las compañías tranviarias, agradecían a las
autoridades y personal de la policía, su eficaz intervención
contra los huelguistas.
Mucho menos seria, y más solidaria con el
movimiento gremial, la crónica del doctor Patrón en el libro
antes citado, cuando decía:
“La empresa contrató personal de emergencia que fue
insultado y apedreado por los huelguistas desde las
principales esquinas de Goes. Al paso del “trenvía”, el
rompehuelgas tenía que oír con las orejas coloradas los
versos que una comparsa carnavalera había difundido.
Cuando un carnero mi negra
te haga el amor
dile al instante mi negra
que no, que no...
Porque un carnero mi negra
no puede ser
que con su guampa ni negra
tenga mujer.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 345
Pese al empleo de los tranvías eléctricos, los de
caballitos continuaron funcionando, aunque sólo en algunas
líneas, por casi veinte años más.
En 1925, en una esquina que nadie recuerda ya, el
cornetín del último mayoral se despidió para siempre.
Información recopilada del foro Candombeando y relatadas por
César di Candia
Del Biógrafo a la Tauromaquia
En ese tren de ir “pa´adelante” como se acostumbraba
decir en aquel entonces, en 1855, por ejemplo, se concretó
la construcción de una Plaza de Toros en la villa de la
Unión. Con capacidad para 12 mil personas sentadas en un
anfiteatro circular.
En ese ruedo, cuyas gradas se demolieron en 1923,
además de las lides protagonizadas por aficionados locales y
especialistas españoles, también se domaron potros, hubo
carreras a pie, un encuentro de box, un duelo a espada, un
combate a muerte entre un toro y un tigre, e incluso, el
fusilamiento de un soldado brasileño convicto de haber
matado a un funcionario aduanero.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 346
El mismo año 1855, se inauguró también un Mercado
Público en el extremo Oeste y en 1868, se instaló una plaza
de frutos frente al molino del Galgo, directo origen del
Parque César Díaz, y antecedente del Mercado Modelo
inaugurado en 1937 en el predio de Larrañaga y Cádiz.
Por la mitad de aquellos cincuenta del siglo XIX, la
villa-barrio contaba asimismo con una sala llamada Teatro
de la Unión, pionera en un rubro espectacular al que luego
se sumaría el “biógrafo”, dando nombres famosos de salas
como los de Roma, Empire Theatre, Trianón, Universal
(luego Gaumont y después Capitol), Glüsckman Palace, el
Italia (luego Magestic), Metropol, Broadway, Trafalgar,
Prender e Interrnezzo, el último sobreviviente, convertido
ahora en centro de baile tropical.
Para decirlo con otras palabras: nombres y sucesos de
un mapa cultural esfumado, en el cual deben agregarse otras
especialidades y recintos más o menos trascendentes, por
ejemplo, el Hipódromo o Circo de Montevideo, que duró
desde 1889 hasta 1896, entre las avenidas Larrañaga y
Propios.
Fuera o dentro del orbe estricto de la diversión, casi
en su totalidad muchos baluartes de la Unión han
desaparecido, algunos dejaron tenues huellas materiales en
Una Flor Blanca en el Cardal Página 347
el paisaje (como el Molino del Galgo, encerrado hoy en el
Club de básquetbol Unión), y otros, se mantienen en una
mística subterránea, (como las tierras sumergidas en la
Plaza de Toros, traídas especialmente desde las orillas
romanas del Tiber con el fin de asentar mejor las hileras de
ladrillos en el predio enmarcado por las calles Purificación,
Orense, Tripoli, Pamplona y Túnez).
También invocando al museo de las fotografías y al
archivo de las palabras, pero con una presencia más
palpable e influyente en el paisaje y la vida contemporánea,
la Unión guarda entre otras reliquias más o menos
reformadas, algunos clásicos centros sociales como la
confitería La Liguria, erigida en 1869, en un solar de 8 de
Octubre y Cipriano Miró, donde antes habían funcionado un
comercio de artículos de marina y después el restorán
Veneciano.
A pocos metros hacia el sur, conserva también, por
ejemplo, la cúspide de la torre del Hospital Pasteur y todo
este edificio, realizado por etapas y en varias ocasiones,
reconvertido en su destino de uso: primero Academia de
Jurisprudencia, y después Colegio Nacional, Universidad
Menor de la República, Cárcel, Enfermería de Guerra, Asilo
Una Flor Blanca en el Cardal Página 348
de Mendigos (hoy, el de ancianos Piñeyro del Campo) y,
por último, Hospital.
Igualmente ubicada con frente a la Plaza Miró, pero
hacia el Oeste, puede visitarse también la Iglesia de San
Agustín: reconstruida a partir de 1906 bajo el modelo de
Saint Joseph de Lyon, inaugurada en 1917, y cimentada
sobre el mismo terreno que antes ocupó el templo ordenado
por Oribe, y erigido en la mitad del siglo XIX por el cura
Ereño, en el solar donado por Basáñez.
Pero retrocediendo nuevamente en la historia, el 19 de
enero de 1854 fueron velados en la Iglesia de San Agustín,
los restos del General Fructuoso Rivera. Sin embargo, ese
año también marcó el inicio de una nueva larga vida
periodística, cuyo primer mojón había sido “El Defensor de
la Independencia Americana”, editado en la Imprenta
Oriental del Cuartel del Cerrito.
La primera publicación de esta etapa, ocurrió un 6 de
setiembre, y se llamó “La Unión”, nombre que se reiterará
en varios diarios más. Después en el tiempo, tendrán cierta
repercusión: El Ómnibus (1857), El Molinillo (1872), La
Voz del Pueblo (1903), La Cruzada (1917), El Duende
Satírico (1919), El Comercio (1928), La Semana (1934), La
Voz (1935) y Noticias (1937).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 349
Más de una treintena de fechas y hechos, aseguran el
peso incuestionable de la Unión en el tejido barrial de
Montevideo. La capital, sin embargo, ha descuidado
bastante en las últimas décadas el patrimonio y la salud
urbana y cultural de este barrio que, durante mucho tiempo,
quiso asentarse como algo más que un centro de servicios
comerciales de segunda orden, aunque obviamente, haya
sido este perfil el gran articulador de su desarrollo
cotidiano.
Pero aprovechando el impulso de los acontecimientos
pos sitio y armisticio, y cultivando el impulso comercial
obtenido con la implantación de los nuevos ómnibus, el 18
de febrero de 1855, finalmente se inauguró la Plaza de
Toros.
“Antonio Torres Heredia / hijo y nieto de
Camborios / con una vara de mimbre / va a
Sevilla a ver los toros”.
Mucho antes que el insigne poeta español Federico
García Lorca describiese en los poemas del “Romancero
Gitano” las andanzas de este personaje, los montevideanos,
sin vara de mimbre y por otros caminos más o menos
tortuosos, acostumbraban concurrir a las corridas de toros.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 350
Algunos testimonios y crónicas de la época, cuentan
que durante la época de colonia ya se efectuaban corridas de
toros en la amurallada ciudad de San Felipe y Santiago,
cuyo ruedo se levantaba en los alrededores de la actual
Plaza Matriz.
Por entonces, nuestra ciudad tenía una población
conformada por una importante colonia de inmigrantes
españoles, que encontraban en estos enfrentamientos de
hombre y animal, una forma de recordar las lides taurinas
de las tierras que dejaron.
Cuando ya era la República Oriental del Uruguay, se
construyó una plaza de toros sobre el camino Real (hoy
avenida 18 de Julio) en los terrenos del vasco Artola, vecino
de la zona, que, durante varios años, le dio el nombre a la
actual plaza de los Treinta y Tres (barrio Cordón).
Allí se desarrolló una intensa actividad taurina, hasta
el comienzo de la llamada Guerra Grande. Esta situación
dejó a la plaza aislada de los centros poblados de la ciudad
y, de esta forma, la guerra cortó la fiesta taurina de los
montevideanos.
Aun cuando no abundan mayores referencias
históricas de otros ruedos, algunos hablan de corridas de
toros en las inmediaciones de las actuales Pérez Castellanos
Una Flor Blanca en el Cardal Página 351
y 25 de Mayo, en la zona del Mercado de la Abundancia y
también por la Aguada.
De acuerdo con lo que vimos anteriormente, la paz de
1851 trajo consigo el desmantelamiento inmediato de
oficinas y comercios de la arteria principal y adyacencias de
la Villa pos conflicto, y luego sobrevinieron momentos de
decadencia económica, forzando a que varios vecinos de
peso político, iniciasen un movimiento para buscar
incentivos que dinamizaran el movimiento de la villa, y
hasta quien sabe, salvar su patrimonio en el periodo pos
guerra.
Entre las propuestas formuladas, tomó cuerpo la de
construir una plaza de toros. Para ello, el 12 de mayo de
1852 se fundó una sociedad por acciones, con bonos que
costaban cien pesos oro de la época.
Varios fueron los influyentes hombres que
adquirieron acciones: don Norberto Larravide González de
Noriega, quien vendió los terrenos donde se levantó la
plaza, y don Tomás Basáñez, cuya fábrica de ladrillos fue la
que ganó la licitación para proveer de estos materiales a la
obra. También estaban Hermenegildo Fuentes, Carlos
Crocker, Joaquín Requena, Manuel Herrera y Obes, y
Francisco Acuña de Figueroa, quienes conformaban la lista
Una Flor Blanca en el Cardal Página 352
de los 207 accionistas de la sociedad de montevideanos,
dispuestos a levantar el circo taurino.
Pero en realidad, el mayor accionista fue el General
Venancio Flores, bajo cuya presidencia, en 1854, se
obtuvieron los permisos para la construcción de la plaza, en
los terrenos que hoy limitan las calles Purificación, Lindoro
Forteza, Odense y Trípoli, zona que durante años fue
conocida como el Puerto Rico.
El domingo de carnaval del 18 de febrero de 1855, los
montevideanos fueron testigos de la apertura de la flamante
plaza de toros de la Unión; y aun cuando su construcción no
estaba terminada, igual permitía albergar a unos ocho mil
espectadores, aunque otros documentos, afirman que su
capacidad era de doce mil.
Ese día, actuó una banda de música, lidiándose seis
toros criollos, lidiados con toreros aficionados de la región.
Cuenta la historia, que para llegar al ruedo, los
montevideanos se trasladaban en carruajes propios, coches
de alquiler y a caballo. Con los años, se agregarían carros
con toldos que partían de la plaza Independencia, y
diligencias que salían del Paso del Molino, tomando por las
calles que hoy son Agraciada, Fernández Crespo, 18 de
Julio, 8 de Octubre y Lindoro Forteza. No olvidemos que el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 353
tranvía de caballos por rieles, solamente comenzó a correr
trece años después de inaugurada la plaza.
La plaza de Toros de la Unión, tuvo una actividad
ininterrumpida de 35 años, con temporadas que comenzaban
en noviembre, y culminaban en abril del año siguiente. El
fanatismo de los aficionados era tal, que recuerda a las
hinchadas futboleras de hoy.
Era habitual que se promovieran desórdenes
descomunales, y protestas que censuraban a toros que se
consideraban demasiado mansos, y toreros que arriesgaban
poco el pellejo.
Algunas crónicas policiales de esos años refieren a
incendios en las instalaciones de madera, provocados por
enardecidos aficionados.
El 8 de setiembre de 1888 murió en la Plaza de Toros,
en plena corrida, el español Francisco “Punteret” Sanz,
feneciendo a raíz de una embestida del animal. Cuatro días
después del luctuoso hecho, el gobierno sancionó una ley
para prohibir el espectáculo que, de todos modos,
reaparecería en 1890, frente a cinco mil espectadores,
extendiéndose después hasta 1912. (La demolición del
Coliseo se producirá en 1923).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 354
Las corridas de toros tuvieron siempre sus detractores,
y con la muerte del torero español Joaquín Sanz, apodado
“Punteret”, retomó fuerza la campaña que en contra de ellas
impulsó cuarenta años antes el doctor Juan Carlos Gómez.
Desde 1881, estaba detenido en la Cámara de
Diputados, un proyecto del legislador José Bustamante, que
promovía la prohibición de las corridas de toros en todo el
territorial nacional. Esta iniciativa sólo fue aprobada por la
Cámara de Senadores, el 22 de junio de 1888. El texto fue
transformado en ley por el presidente Máximo Tajes, junto
con su ministro Julio Herrera y Obes, el 12 de setiembre de
1888.
Sin embargo, por motivos desconocidos, la norma
legislativa recién entró en vigencia dos años más tarde, ya
que los empresarios de la Plaza de la Unión afirmaron tener
contratos ya firmados con toreros españoles.
El domingo 2 de marzo de 1890, los montevideanos
asistieron a la última corrida a muerte realizada en nuestra
ciudad. Más de cinco mil aficionados colmaron sus
instalaciones, entre ellos, se encontraban varias de
respetables familias como era el caso del magnate y
empresario Marcelino Díaz, quien trajo la luz eléctrica a
Una Flor Blanca en el Cardal Página 355
Montevideo, y fue socio de Emilio Reus en la construcción
de viviendas.
La figura de la tarde fue el diestro español Luis
Mazantini, que, con su última estocada, mató al toro. Junto
al animal, murieron más de cien años de tardes con
frenéticos y entusiasmados aficionados que vivieron hasta el
delirio la fiesta de sol, trajes bordados y arremetidas
mortales.
Por aquel entonces, surgió un grupo de ciudadanos
ingleses radicados en la zona de Peñarol, que junto con el
ferrocarril, trajeron una pelota que impulsaban con los pies,
y corriendo dentro de un perímetro que no era redondo, sino
rectangular, fue que los montevideanos comenzaron a
olvidarse de los toros, y a encontrar otra fiesta que los
hiciera vivir nuevos entusiasmos, fanatismos y delirios. El
fútbol.
No obstante, nada de lo ocurrido luego después de la
inauguración de esta polémica Plaza de Toros, alcanzó a ser
visto por uno de sus principales mentores de la idea. De
pronto sobrevino la catástrofe. Primero es una impresión
dolorosa, la que recibe cuando es citado al Juzgado por
deudas.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 356
Concurre personalmente: antes enviaba al abogado. Se
le respeta aun. Se acepta su pedido de mora por ser tan
digno y tan alto. El propio Juez Juan José Segundo, es quien
propicia el arreglo. Estamos en 20 de abril de 1855.
Parecería que a este hombre, la vida le había cerrado todas
las puertas.
No todas, visto que solamente el día 25 de julio de
1855, vendría a fallecer, siendo aun joven (48 años), don
Norberto Larravide, tras un sincope, y con él se cierra la
última con su muerte, y se escapa del barrio un periodo de
visión emprendedora e imaginativa, que fue liderada por un
hombre que en mucho contribuyó y colaboró para el
bienestar de sus vecinos. En tiempo, debemos recordar que
debido a su pronta iniciativa, se debió la iluminación
pública a gas en la Villa de la Unión.
Informaciones colectadas de los escritos de Rubén Borrazás
Teatro Solís - Un Edificio Emblemático
La original idea que finalmente llevaría a la
construcción del Teatro Solís, como era de esperarse,
generó gran expectativa entre los habitantes de una ciudad
Una Flor Blanca en el Cardal Página 357
que ya comenzaba a extenderse horizontalmente extra
muros, con casas en su mayoría de una planta, mismo con
construcciones modestas y sobrias.
Su inauguración ocurrió el lunes 25 de agosto de
1856. Montevideo estaba frío, aunque despejado y algo
ventoso, como suele ocurrir con los inviernos por esta
latitud, y mismo así, muchos de los habitantes de las zonas
más longincuas, y que quisieron participar de la
inauguración del Teatro Solís, salieron muy temprano por la
mañana desde sus residencias, para poder llegar a tiempo.
Cuentan los registros de la historia, que un vecino de
la Unión de apellido Basáñez, comenzó la marcha desde su
quinta en la Unión hasta la Plaza Independencia, ya a las
ocho de la mañana. Seguramente, ese día, nadie quería
perder la participación en ese evento excepcional que
ocurriría en un Montevideo pulsante de pos guerra, según
nos relata la directora de Desarrollo Institucional e
historiadora, Daniela Bouret en la investigación que ha
publicado sobre este tema.
De acuerdo con su relato, varias horas antes de que se
abrieran las puertas del Teatro, la gente ya esperaba en la
plazoleta a frente, que había sido iluminada y embanderada
para la ocasión.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 358
Durante la espera, los organizadores lanzaron globos
de papel con aire caliente, disparos de cohetes, instauraron
un concierto con la banda del Regimiento de Artillería, y
posteriormente se ofreció leche recién ordeñada por el
tambo Monsieur Piccard, que estaba ubicado pared de por
medio del Teatro.
Ya sobre la hora 19.30, las puertas de la cazuela y
paraíso, se abrieron, y un grupo numeroso de mujeres y
niños se abalanzó sobre la entrada, de forma que nadie los
pudo contener. La historiadora también señala que, entre los
presentes, estaban representadas todas las clases sociales de
la época: “Había allí desde las familias más renombradas,
hasta los nuevos universitarios, y alcanzando al todo entre
las 2.500 y 3.000 personas”.
Interiormente, los palcos del teatro estaban adornados
con flores naturales, y para Bouret, con la inauguración del
Solís, se logró por primera vez reunir en un mismo ámbito
al “pueblo y al gobierno”.
“De todas formas, -nos señala ella-, la convivencia en
el recinto tenía reglas: no se podía fumar y se prohibió la
entrada al salón a todas las personas que no estaban vestidas
con “trajes decentes”, o hasta la prohibición de acceder
portando bastones y paraguas”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 359
Incluso, nos cuenta que el entonces Presidente de la
República, Don Gabriel Pereira, fue intimado a dejar el
suyo, y el del General que lo acompañaba en el evento.
“Después de las estrofas del Himno Nacional, el poeta
Heraclio Fajardo, se puso de pie en la platea, y emocionado,
recitó una poesía de Acuña de Figueroa, quien no había
podido participar de la inauguración, porque tenía
problemas de salud. Acto seguido, el Teatro se llenó de
aplausos”.
Otro fato curioso dice al respecto de la iluminación
interna: “La iluminación del teatro se hizo con lámparas con
aceite de potro, por lo que en el ambiente, había un olor
desagradable impropio de la jerarquía de aquel coliseo”,
según lo relatan las crónicas de la época.
“El terreno que hoy ocupa el Teatro, era un gran
descampado de unas 20 cuadras de largo, por 16 de ancho.
Rodeado de barrancos, zanjas, rocas, médanos y caminos”,
agrega la directora de Desarrollo Institucional del nuevo
Teatro Solís, Daniel Bouret.
Para completar su opinión, su investigación agrega
que, según las crónicas de la época, “Montevideo era una
ciudad “sucia”, con pocas calles empedradas, sin
saneamiento, y con animales pastando entre las casas, y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 360
existían pantanos y cueros y carnes pudriéndose en las
esquinas y ratas”.
Claro que esta opinión es algo fortuita, y su estado
resulta en consecuencia del largo periodo en que
Montevideo fue confinada por el sitio, pues tan sólo expresa
el sentir de quien veía la ciudad en comparación con las
aristocráticas capitales de Buenos Aires o Rio de Janeiro.
Mismo siendo una valoración un poco polémica, no
podemos olvidarnos que la ciudad recién estaba intentando
retomar su estabilidad política-social alcanzada tan solo
cinco años antes con el fin de beligerantes largas décadas
que recién habían culminado con la Guerra Grande.
El día en que París Desembarcó en el Puerto
A pesar de los graves acontecimientos políticos y
militares que se venían desarrollando en el país, la gente
montevideana no pareció perder sus afanes farristas y
frivolones; y como Montevideo, por lo que se ve, se había
aburrido de ser Montevideo, decidió sin más convertirse en
París. Se subraya: no meramente imitar a París –lo que no
Una Flor Blanca en el Cardal Página 361
sería ninguna novedad–, sino ser París literalmente, aunque
fuera por un tiempo.
Esta fiebre se instaló entre sus ciudadanos allá por los
años 1868 y 69, con los resultados inesperados que vamos a
ver. Todo vino porque hubo en Montevideo un grupo de
serios varones que empezaron a envidiar la suerte de los
varones serios de París, capaces de empaparse todas las
noches con el burbujeo mareador del vertiginoso cancán en
plena boga, de los frufrús provocadores donde perdía el seso
el más pintado, y de la locura desenfrenada de los compases
de Offenbach, que campeaba irresistible en los escenarios
frívolos de toda Europa... mientras que los de aquí tenían
que conformarse con alguna que otra ópera aburrida en el
Solís.
Se comprende que nuestros antepasados se sintieran
asfixiados por estas chaturas uruguayitas, y fue entonces
que resolvieron, todos a una, trasladar aquí a París tal cual
era, e instalarlo en el centro mismo del casco urbano: por
menos de eso no valía la pena. Quisieron por una vez,
aquellos soñadores, un Montevideo picante, zafado,
recreado sobre nuestros hastíos y rutinas por francesas
auténticas, envasadas en origen.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 362
Y como en el fondo aquellos caballeros pecaminosos
no eran otra cosa que mercaderes y gente de negocios, no
tuvieron otra ocurrencia que fundar, antes que nada, ¡una
sociedad anónima! Cuándo no. Una respetable sociedad
anónima –la cual, como es sabido, todo lo santifica– que
hiciera posible conseguir el capital necesario para construir
un teatrito ideado ex profeso para esta clase de zafadurías,
pero también para solventar la importación de la mercadería
indispensable, esto es, las francesitas que aquí desplegarían
todo su cancán arriba del escenario.
A fines del 1868 comenzaron a colocarse las acciones;
y para que se vea que no era un simple ramillete de
iluminados los que alentaron este ideal, en muy corto
tiempo las acciones volaron. Y eran de doscientos pesos
(que en aquel tiempo era plata), pagaderas en ocho
mensualidades. Se quería alcanzar así la suma total de 60 o
70 mil pesos (que era muchísima plata), cifra que los
financistas consideraron indispensable para conducir a buen
puerto la empresa.
Resuelta de ese modo vertiginoso la financiación,
vino luego el problema de ponerle nombre al teatrito que se
iba a construir. Dados sus fines escabrosos, se trataba de
conseguir un nombre que no lo fuera menos. Sin embargo,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 363
aquí los crasos montevideanos mostraron la hilacha de su
presuntuosa cortedad pseudo-culta, y bautizaron al nuevo
antro... ¡El Alcázar Lírico! Nada que ver con lo que
aquellos descocados pensaban meterle adentro. ¿Quién
pensaría encontrar pecado adentro de un Alcázar, y encima
Lírico?
Menos mal que para compensar en algo tamaño
desbarre, los abanderados de la empresa pusieron a su frente
a un francés auténtico, de nombre más que prometedor:
Monsieur Armand de Tourneville, apelativo que parecía
salido de algún melodrama febril. Y a este Tourneville se lo
nombró gerente-administrador (no merecía menos la
resonancia aristocrática del apellido), y le fue fijado un
sueldo que puede considerarse dispendioso para aquellos
días: cien pesos mensuales uno arriba del otro.
Siguiente punto a resolver: el emplazamiento del
templo del pecado. Uno pensaría en un lugar discreto y algo
escondido, para ayudar a los desplazamientos de una
concurrencia que no querría exhibirse demasiado en pasos
más que dudosos. Pues bien: la sociedad anónima compró
un terreno... ¡detrás de la Matriz, a los fondos de nuestra
magna Catedral! Allí se desplegarían los escandalosos
desvaríos: calle Treinta y Tres entre nuestra púdica Sarandí
Una Flor Blanca en el Cardal Página 364
y Rincón. Un magnífico solar, según cuentan. Se ve que ya
nada detenía a aquellos desaforados salidos de cauce.
Lo previsible ocurrió: no bien se conoció el proyecto,
estalló un escándalo en la aldea como se recuerdan pocos.
Es que la iniciativa venía a desafiar por igual a dos poderes
inatacables de aquella sociedad: la Iglesia Católica y las
esposas. Entre revuelos de sotanas y revuelos de polleras, el
gallinero se alborotó (más por las polleras que por las
sotanas, aunque éstas volaron).
Como es comprensible, las esposas montevideanas se
vieron venir el Apocalipsis: ¿qué quedaría en pie de sus
castos y púdicos maridos, una vez que cayeran en manos de
esas satánicas francesas, sabedoras de artes escondidas y
ciencias misteriosas que las mujeres decentes no eran
capaces de imaginar siquiera?
La batalla fue encarnizada y feroz, tanto en la liza
conyugal como en la parroquial. Las reyertas menudearon
en las casas y los sermones en los púlpitos. Todo inútil: ya
nadie era capaz de ponerles freno a los desatados
montevideanos una vez que olfatearon el inminente
descoque. Por más esposas y curas que se les cruzaron en el
camino, el Alcázar Lírico siguió su marcha imparable.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 365
Mientras el teatrito se iba levantando a marchas
forzadas, las cartas a París iban y de París venían, ultimando
todos los detalles. Una de esas cartas revolvió aun más el
avispero: anunciaba que un 15 de agosto se embarcaría el
Jefe de la Orquesta (¡oh!) y el director de escena (¡ah!), y
que un mes después zarparía hacia América la Compañía
completa con todos sus accesorios, incluido el accesorio
principal, que era el lote de francesas.
Y para que los montevideanos fueran haciendo boca,
pronto llegaron las fotografías de las chicas. “Todas
exactas”, aclaraba aviesamente desde París don Armand de
Tourneville. Nuestros novatos empresarios no podían creer
lo que veían sobre aquellas láminas a cual más incendiaria.
Allí mismo habrían perdido la cabeza si no fuera porque ya
hacía rato que no la tenían puesta.
¡Y qué decir de los nombres de las integrantes del
elenco artístico! Nuestros bisabuelos temblaban de emoción
al enterarse de que Madeimoselle Estaghel se llamaba la
primera cantante; que Mlle. Pontois era la soprano; y Mlle.
Perrichon la cantante joven; y Mlle. Cattel la ingenua; y
Mlle. Manleon la característica; y Mlle. Pierron la
confidente: ¿quién podría conservar la cordura?
Una Flor Blanca en el Cardal Página 366
Conviene hacer un alto aquí para salirle al cruce al
pensamiento escéptico que tiene que estar pasando por las
mentes de todos los lectores, como antes por la de este
autor. Todos estarán anticipando que aquella absurda
empresa terminó en fraude, en burda estafa, o que el
proyecto se derrumbó de la manera más estrepitosa, o aún
que estas francesas deslumbrantes al final no vinieron, o que
si vinieron no eran nada deslumbrantes sino unos papagayos
que nada tendrían que ver con las fotos anticipadas por el tal
Tourneville, vulgar adulterador.
Pues no, señor: las francesas de las fotos fueron todas
de verdad. Tal cual se las vio, así llegaron: muy capaces –al
decir de una gacetilla de la época– “de sacar de las casillas
al más beato de los hombres”.
Y el 16 de noviembre de 1869, con toda pompa y los
soponcios en la aldea que son de imaginar, se inauguró
nomás el Alcázar Lírico, que resultó un precioso teatrito de
variedades, con dos galerías altas y una fila de palcos bajos
con reja (seguramente para contener a las fieras).
Lo más sorprendente fue el éxito de aquella
inauguración, habida cuenta de las amenazas conyugales y
las excomuniones anunciadas. Aquel teatro con capacidad
Una Flor Blanca en el Cardal Página 367
para seiscientos espectadores, albergó más de mil, no se
sabe cómo.
Fue el gran acontecimiento artístico de la época, que
dio tema para incontables meses de comidillas y
chismorreos. Tal vez lo más inesperado de aquella
inauguración fue que estuvo repleta de... esposas. Se cuenta
que acudieron en legión, no se sabe si por curiosidad
malsana, o en menesteres de espionaje y vigilancia, o por
ver si podían aprender algo de las artes de aquellas
sabihondas importadas. Y las mujeres no sólo acudieron en
la noche magna de la inauguración: también en las otras
noches magnas que siguieron.
Y que fueron unas cuantas para nuestra módica
escala: tuvieron que hacerse treinta funciones seguidas en
las que el despiole, según las crónicas, fue memorable,
aunque no siempre bien educado. En efecto –siguen las
gacetillas–, nuestros bisabuelos se excedieron en gritos,
silbidos, pataleos y vociferaciones, desacostumbrados como
estaban a semejantes desbordes parisienses. Contra lo que
pudiera creerse, no fueron los viejos verdes los más
desacatados, sino los niños bien, que entonces eran
llamados “jóvenes decentes” (entre comillas, claro está).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 368
Es muy de lamentar, pero aquellos saludables
desafueros y fulgores no duraron mucho. Los aventó la
guerra, que todo lo troncha. Don Timoteo Aparicio se
levantó en armas (guerra de las lanzas), sin tomar en cuenta
los afanes gloriosos de nuestros farristas montevideanos, y
se aposentó sobre la ciudad una nubazón luctuosa que
resecó frufruses y cancanes.
El final de la aventura fue penoso. Empezaron por
cambiarle el nombre al templo del pecado, que de Alcázar
Lírico pasó a llamarse, tardíamente y bien a contramano,
Teatro Francés.
Pero se habían acabado las importaciones de París, y a
cambio, se presentó en su escenario una pedestre compañía
gimnástica americana, salpicada por otros números surtidos
de chatura equivalente.
Como era justo después de tan abrupto desbarranque,
la sala cerró sus puertas poco después y la divina ilusión
que alimentaran unos cuantos alocados montevideanos
quedó soterrada para siempre.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 369
Sexta Parte
Una Simiente que hizo
Florecer el Cardal
Una Flor Blanca en el Cardal Página 370
Escudo, origen e historia del apellido Basáñez
Basáñez: “Ladera del bosque”
Al indagar por el significado y origen del nombre,
encontramos que el apellido Basáñez, aparece recogido por
el Cronista y Decano Rey de Armas, Don Vicente de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 371
Cadenas y Vicent, en su “Repertorio de Blasones de la
Comunidad Hispánica”, eso significa que el linaje Basáñez
tiene armas oficiales certificadas por Rey de Armas.
En dicha obra se han incluido el contenido de muchos
manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid y
correspondientes a Minutarios de Reyes de Armas y recoge
apellidos que, como Basáñez, indica que son españoles o
muy vinculados por unas u otras razones a España, por lo
que los del apellido Basáñez están en esta tesitura.
También se suman millares de escudos heráldicos y
heráldica procedentes de varias Secciones del Archivo
Histórico Nacional, así como de la Real Chancillería de
Valladolid, Salas de los Hijodalgos y de Vizcaya, etc. En
resumen, los del apellido Basáñez han realizado alguna
prueba de nobleza o hidalguía.
Julio de Atienza, en su “Nobiliario Español”, también
recoge la heráldica e historia del apellido Basáñez. Esta
obra es de gran importancia para la heráldica ya que recoge
la historia, pruebas de nobleza e hidalguía de los apellidos y
linajes entre los que está el apellido Basáñez.
También figura el apellido Basáñez en el
“Diccionario Heráldico y Nobiliario de los Reinos de
España” de Fernando González Doria, aunque éste presenta
Una Flor Blanca en el Cardal Página 372
menos datos del apellido Basáñez que el “Nobiliario
Español”.
La muy completa historia y heráldica del apellido
Basáñez aparece en la magna “Enciclopedia
Hispanoamericana de Heráldica, Genealogía y
Onomástica” de los hermanos Arturo y Alberto García
Carraffa, y continuada por Endika de Mogrobejo. Son más
de 100 tomos los que ocupa esta Enciclopedia donde
podemos encontrar también este apellido entre los más de
17.000 apellidos que allí se encuentran.
Que el apellido Basáñez se encuentre en “El Solar
Vasco Navarro” de los hermanos García Carraffa, certifica
o significa, que los Basáñez son de origen vasco, navarro, o
de otros lugares pero asentados en el País Vasco y/o
Navarra.
Hemos de señalar, que por lo general, los apellidos
vascos se fueron formando tomando en cuenta los nombres
de los lugares, y los personales variaban en cada generación
e inclusive entre hermanos. Antiguamente, se tenía como
costumbre tomar el nombre del solar para demostrar la
posesión sobre el mismo. La denominación de las plantas,
ríos, montes, bosques, peñas, campos les servían de
inspiración.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 373
Es a través de ellos, que se pueden distinguir
términos, como el significado de los colores o piezas que
integran los escudos, y de esa forma, tener la información
histórica nobiliaria del apellido, o conocer los pleitos de
hidalguía, ingresos a órdenes militares, saber sobre los
títulos nobiliarios que puedan tener los de ese apellido, o los
oficios honoríficos o cargos públicos en que hayan actuado.
En el caso de este apellido, las pesquisas efectuadas
indican que el origen de éste apellido tiene un significado
muy peculiar: “Ladera del bosque”.
Atisbos del Viejo Cardal
En la serena callecita del Colegio, a 200 ms del cruce
con la calle del General Artigas, comienza hacia el sur una
solariega quinta de once hectáreas, con su valioso monte
frutal. Sobre el portón, trepa insistente la enredadera y borra
el número de la casa, el 63, dibujado prolijamente sobre una
tabla pintada de negro, y adorna esa misma entrada, un
artístico farol de hierro forjado que permanece encendido en
las noches oscuras. En el jardín, un amplio patio empedrado
con lozas de Pando.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 374
Finaliza ya el año 1872 y se ve salir a los tres hombres
de la iglesia, van a paso menudo atravesando la plaza para
ganar de a poco la callecita del Colegio. Repetían
invariablemente el paseo en las mañanas y en el atardecer.
Uno de los tres se dejaba conducir. Vestía de negro, y
la chaqueta, cerrada bajo el mentón, no dejaba ver la corbata
oscura. Los otros lo tomaban del brazo levándolo de la
quinta al templo, y una vez cumplido el deber religioso, lo
volvían hasta su casa.
No podía esconder uno de los acompañantes su aire
militar, aunque vestía de paisano, atildadamente. El otro,
otrora ya había actuado bajo las órdenes del General San
Martin y de otros no menos renombrados Coroneles y
Generales, y mismo así, disponía ya de la paz interior. No
en tanto, el primer coadjutor, aun huyendo del espectro del
General Urquiza, custodiaba en la Villa de la Restauración,
la sombra del anciano Basáñez.
En la casa sabían que era sagrado el sueño del señor a
la vuelta del paseo. Llegaba siempre como dormido. Nadie
lo negaría viéndolo en el patio, bajo el árbol enorme, junto a
la mancha blanca del aljibe que lucía una flecha en el hierro,
exhibiendo frente a la severidad de la loza de Pando, toda su
pompa de azulejos.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 375
Desde hacía tiempo que el corredor se poblaba de
roces bajo las tejas descoloridas que acogían murciélagos y
pájaros, como el pozo lo hacía con la luna y las estrellas. No
le llegaba al anciano ni la canturria de las mujeres de
servicios: ellas sabían velarla, para su descanso.
Del tilo que no envejece ni se encorva como el
hombre, que ya es solo una sombra en el crepúsculo del día
y de la vida, desciende lentamente, como un hechizo la
memoria de los días bizarros. Algunos pétalos han caído
ahora en el chambergo oscuro, que presta al rostro afilado y
pálido, un poco del aspecto que debió tener Felipe II, el
monarca sombrío que no pudo menos que dar a su palacio
desierto, su propia fisonomía de atormentado.
Descienden lentamente al presente en su cabeza, los
recuerdos sobre el hombre del que ya le han huido las horas
serenas…
Los Avatares Monarquicos del Siglo XVIII
Antes de encerrar este derradero capítulo, creo
conveniente repasar algunos de los aspectos circunstanciales
que ocurrieron en la península ibérica durante el siglo
Una Flor Blanca en el Cardal Página 376
anterior al cual se ubica esta reseña, los cuales sólo llegaron
a los oídos de nuestro principal protagonista, por la boca de
don Manuel; el otro, su padre.
Carlos como Rey de Nápoles y Sicilia:
Durante su reinado en Nápoles y Sicilia (Carlos VII,
Carlo VII en italiano, o simplemente Carlo di Borbone, que
es como se le suele llamar allí), supo gobernar, reformar y
modernizar el reino, unificándolo, conquistando el amor de
los ciudadanos junto con su amada esposa María Amalia de
Sajonia; donde también continuó sus guerras contra Austria,
y participó junto con Francia y España en lo que se llamó en
la época: “Pactos de Familia”.
De esto, se destaca el hecho de haber sido quien
ordenó comenzar la excavación sistemática de las
poblaciones sepultadas por la erupción del Vesubio del año
79: Pompeya, Herculano, Oplontis y las Villas Stabianas.
No sólo eso, sino que en 1752, al ordenar construir una
carretera hacia el sur (precursora de la actual Statale 18),
salieron a la luz los restos de la ciudad de Paestum, que
llevaban años cubiertos por la maleza (parte del anfiteatro
yace precisamente bajo dicha carretera). Fue un hallazgo
Una Flor Blanca en el Cardal Página 377
especialmente importante, porque allí se hallaban tres
templos griegos en muy buen estado de conservación.
No en tanto, la muerte sin descendencia de Fernando
VI de España, hizo recaer en Carlos la Corona de España, la
cual pasó a ocupar en 1759, dejando con gran tristeza, tanto
de los reyes como del pueblo, la corona del Reino de
Nápoles y Sicilia a su tercer hijo, Fernando.
Tras los fallecimientos de Luis I y de Fernando VI sin
descendencia, el trono de España pasó a Carlos III, tercer
hijo de Felipe V y primero de su matrimonio con Isabel de
Farnesio, con gran experiencia de gobierno como rey de
Nápoles.
La Guerra de los Siete Años (1756–1763):
El primer asunto que el nuevo Rey trató, fue la Guerra
de los Siete Años. El monarca español se vio obligado a
tomar parte en la guerra tras la ocupación británica de
Honduras y la pérdida de la colonia francesa de Quebec, lo
que requirió la urgente intervención española en dicho
conflicto, para lograr frenar el expansionismo británico por
tierras de América.
En 1761 se firmó el Tercer Pacto de Familia, y España
entró en el conflicto bélico. La guerra terminó con la Paz de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 378
París de 1763. En el acuerdo, España cedió a Gran Bretaña
la Florida y territorios del golfo de México, a cambio de La
Habana y Manila, conquistadas por los británicos; también
la Luisiana francesa pasó a manos de España, quien estaba
más preparada para defenderla. En ese convenio, Portugal,
aliado de los británicos, recuperó la colonia del Sacramento
(Banda Oriental).
En 1781, el gobernador de la Luisiana, Gálvez,
recupera las dos Floridas para España, en un audaz golpe de
mano contra los ingleses y, en 1782, España recupera la isla
de Menorca.
Guerra de independencia de los Estados Unidos
(1776–1783)
España continuó haciendo valer la alianza francesa.
Así, en la Guerra de la Independencia de los Estados
Unidos, intervino junto a Francia contra Gran Bretaña en
apoyo a la emancipación de las trece colonias británicas.
Fue con el Tratado de Versalles de 1783, que puso fin a la
guerra. España recuperó entonces Florida, los territorios del
golfo de México, aunque no pudo hacer lo mismo con
Gibraltar.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 379
España, de esta forma, contribuyó a la independencia
de los Estados Unidos, hecho que creó, mismo fuera de las
otras circunstancias que lo acompañaron, un precedente
para la posterior emancipación de las colonias españolas en
el siglo XIX.
Mediterráneo:
Así mismo, en una región circundante a su territorio,
el Monarca intervino en el norte de África con el doble
objetivo de conseguir liberar el mar de piratas berberiscos, y
lograr obtener concesiones económicas.
En relación a política interior, de igual modo intentó
modernizar la sociedad de aquel entonces, utilizando el
poder absoluto del Monarca bajo un programa ilustrado
(uno de los casos más notorios, fue la liberación de los
gitanos).
Despotismo Ilustrado:
En la línea de la Ilustración propia de su época, Carlos
III realizó importantes cambios -sin quebrar el orden social,
político y económico básico, y el despotismo ilustrado-, con
ayuda de un equipo de ministros y colaboradores ilustrados,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 380
como el Marqués de Esquilache, Aranda, Campomanes,
Floridablanca, Wall y Grimaldi.
Para llevar a cabo sus reformas, el Monarca nombró al
marqués de Esquilache como Secretario de Hacienda. Éste
incorporó señoríos a la Corona, controló a los sectores
eclesiásticos y reorganizó las Fuerzas Armadas. Su
programa de reformas y la intervención española en la
Guerra de los Siete Años, demandaron por más ingresos,
que se consiguieron con un aumento de la presión fiscal y
nuevas fórmulas, como la creación de la Lotería Nacional.
Al mismo tiempo liberalizó el comercio de los cereales, lo
que originó una subida de los precios de los productos de
primera necesidad a causa de las especulaciones de los
acaparadores y de las malas cosechas de los últimos años.
Por causa de dichas reformas, en marzo de 1766 se
produjo el Motín de Esquilache. Su detonante, fue la orden
de cambiar la capa larga y el sombrero de ala ancha de los
madrileños, por la capa corta y el sombrero de tres picos. La
manipulación realizada por sectores nobiliarios y
eclesiásticos, lo convirtió en un ataque directo a la política
reformista llevada a cabo por ministros extranjeros del
gobierno del Rey. De Madrid, muy pronto se trasladó a las
provincias afectando a ciudades como: Cuenca, Zaragoza,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 381
La Coruña, Oviedo, Santander, Bilbao, Barcelona, Cádiz y
Cartagena entre otras muchas. El aglutinador común de la
rebelión, fue la protesta por la escasez y el alza de los
precios de los alimentos ocasionados por la liberalización
comercial.
Los amotinados exigieron la reducción del precio de
los alimentos y la supresión de la Junta de Abastos, la
derogación de la orden sobre la vestimenta, el cese de
ministros extranjeros de Carlos III y su sustitución por
españoles, y un perdón general. El Monarca terminó
desterrando a Esquilache y nombró en su lugar al conde de
Aranda.
La política religiosa:
Desaparecidos los ministros extranjeros, el Rey se apoyó en
los reformistas españoles, como Pedro Rodríguez de
Campomanes, el conde de Aranda o el conde de
Floridablanca. Campomanes, nombrado fiscal del Consejo
de Castilla, en la búsqueda por culpables, trató de demostrar
que los verdaderos inductores del motín de Esquilache
habían sido los jesuitas. A seguir, se nombró una comisión
de investigación y sus principales acusaciones fueron:
Sus grandes riquezas.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 382
El control de los nombramientos y de la política
eclesiástica.
Su apoyo al Papa.
Su lealtad al marqués de la Ensenada.
Su participación en los asuntos de Paraguay.
Su intervención en el dicho motín.
Sectores de la nobleza y diversas órdenes religiosas,
evidentemente que pronto estuvieron claramente en contra,
pero de nada sirvieron sus evidentes reclamos. Por todo
ello, mediante el decreto real del 27 de febrero de 1767, se
les expulsó de España y todos sus dominios y posesiones
fueron confiscados.
Reformas:
Con la expulsión de los jesuitas, se quiso aprovechar
para realizar una reforma de la enseñanza que debía
fundamentarse en las disciplinas científicas y en la
investigación. A partir de ahí, se sometió las universidades
al patronazgo real y se creó en Madrid los Estudios de San
Isidro (1770), como centro moderno de enseñanza media
destinado a servir de modelo, y también las Escuelas de
Artes y Oficios, que han perdurado hasta el siglo XX
(cuando pasaron a llamarse Escuelas de Formación
Una Flor Blanca en el Cardal Página 383
Profesional, EFP). Como derivación de su exclusión, las
propiedades de los jesuitas sirvieron para crear nuevos
centros de enseñanza y residencias universitarias. Y sus
riquezas, se orientaron para beneficiar a los sectores más
necesitados, y se destinaron a la creación de hospitales y
hospicios.
La reformas promovieron un nuevo plan de Estudios
Universitarios que, de inmediato, fue duramente contestado
por la Universidad de Salamanca, la cual propuso un plan
propio, que a la postre, fue implantado años después.
Por otro lado, el impulso hacia la reforma de la
agricultura durante el reinado de Carlos III, vino de mano
de las Sociedades Económicas de Amigos del País, creadas
por su ministro José de Gálvez. Campomanes, influido por
la fisiocracia, centró entonces su atención en los problemas
de la agricultura. En su Tratado de la Regalía de la
Amortización, defendió la importancia de ésta para
conseguir el bienestar del Estado y de los ciudadanos, y la
necesidad de una distribución más equitativa de la tierra.
En 1787, Campomanes elaboró un proyecto de
repoblación de las zonas deshabitadas de las tierras de
realengo de Sierra Morena y del valle medio del
Guadalquivir. Para ello, y supervisado por Pablo de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 384
Olavide, intendente real de Andalucía, se trajeron
inmigrantes centroeuropeos. Se trataba principalmente de
alemanes y flamencos católicos, como una solución para
fomentar la agricultura y la industria, en una zona
despoblada y amenazada por el bandolerismo. El proyecto
fue financiado por el Estado. Se fundaron así nuevos
asentamientos, como La Carolina, La Carlota o La Luisiana,
en las actuales provincias de Jaén, Córdoba y Sevilla.
Dentro del contexto de las reformas, se reorganizó el
ejército, al que dotó de unas Ordenanzas en 1768 destinadas
a perdurar hasta el siglo XX, y se impulsó el comercio
colonial formando compañías, como la de Filipinas, y
liberalizando el comercio con América en 1778. También se
destaca el Decreto de libre comercio de granos de 1765.
Otras medidas reformistas del reinado fueron la
creación del Banco de San Carlos, en 1782, y la
construcción de obras públicas, como el Canal Imperial de
Aragón y un plan de caminos reales de carácter radial, con
origen en Madrid y destino a Valencia, Andalucía, Cataluña
y Galicia.
De la misma forma, forjó un ambicioso plan industrial
en el que destacan como punteras las industrias de bienes de
lujo: Porcelana del Buen Retiro, Cristales de la Granja y
Una Flor Blanca en el Cardal Página 385
traslada la Platería Martínez a un edificio en el paseo del
Prado, pero ha de destacarse que no faltaron muchas otras
para la producción de bienes de consumo, en toda la
geografía española.
Entre los planteamientos teóricos para el desarrollo de
la industria, se destacó el Discurso sobre el fomento de la
industria popular de Campomanes, para mejorar con ella la
economía de las zonas rurales y hacer posible su
autoabastecimiento. Las Sociedades Económicas de Amigos
del País, fueron los que se encargaron de la industria y su
teoría en esta época.
En conclusión, las reformas permitieron que en su
reinado, se hicieran hospitales públicos, servicios de
alumbrado y recogida de basura, uso de adoquines, una
buena red de alcantarillado. En relación a la propia Madrid,
le cupo un ambicioso plan de ensanche, con grandes
avenidas, monumentos como la Cibeles, Neptuno, la puerta
de Alcalá, la fuente de la Alcachofa…, la construcción del
jardín botánico (trasladando al Paseo del Prado el antiguo
de Migas Calientes), el hospital de San Carlos (hoy Museo
Reina Sofía), el edificio del museo del Prado (destinado
originalmente a museo de Historia Natural), entre otras
obras de destaque.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 386
La sociedad:
Sin embargo, su reinado también influenció en dentro
del comportamiento de la comunidad ibérica de aquel
entonces, donde destacamos:
La nobleza: Descendió en número, debido a la
desaparición de los hidalgos en los censos por las medidas
restrictivas hacia este grupo por el Rey. Representaba el 4%
del total de la población. Su poder económico se acrecentó
gracias a los matrimonios entre familias de la alta nobleza,
que propiciaron una progresiva acumulación de bienes
patrimoniales. Mediante un decreto en 1783, el Rey aprobó
el trabajo manual y lo reconoció, favoreciendo a los nobles.
A partir de ese momento, los nobles podían trabajar, cosa
que antes no podían hacer, ya que únicamente podían vivir
de sus riquezas. Los títulos nobiliarios aumentaron con las
concesiones hechas por Felipe V y Carlos III. Se crearon la
Orden Militar de Carlos III y la de las Reales Maestranzas
con estatutos nobiliarios. En contrapartida, se pusieron
numerosas restricciones a los mayorazgos y a los señoríos,
aunque nunca llegaron a desaparecer durante el reinado.
El clero: La Iglesia poseía cuantiosas riquezas. Siendo
el clero un 2% de la población, según el Catastro de
Ensenada, era propietaria de la séptima parte de las tierras
de labor de Castilla, y de la décima parte del ganado lanar.
A los bienes inmuebles se añadían el cobro de los diezmos,
a los que se descontaban las tercias reales, y otros ingresos
como rentas hipotecarias o alquileres. La diócesis más rica
era la de Toledo, con una renta anual de 3.500.000 reales.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 387
El estado llano: Era el grupo más numeroso. En él se
encontraban los campesinos que gozaban de cierta
estabilidad económica. Los jornaleros sufrían situaciones
de miseria. De acuerdo con el Catastro de Ensenada, los
artesanos representaban el 15% del total de los asalariados,
y tenían mejores retribuciones que los campesinos. La
burguesía comenzó a despuntar tímidamente en España.
Localizada en la periferia peninsular, se identificó con los
propósitos reformistas y los ideales ilustrados del siglo. Fue
especialmente importante en Cádiz, por su vinculación al
comercio americano, Barcelona y Madrid.
Empero, cuando el rey murió en 1788, terminó con él
la historia del reformismo ilustrado en España, pues el
estallido casi inmediato de la Revolución francesa al año
siguiente, provocó una reacción de terror que convirtió el
reinado de su hijo y sucesor, Carlos IV, en un periodo
mucho más conservador. En seguida, la invasión francesa
arrastraría al país a un ciclo de revolución y reacción que
marcaría el siglo siguiente, sin dejar espacio para continuar
un reformismo sereno como el que había desarrollado
Carlos III.
Entre los aspectos más duraderos de su herencia quizá
haya que destacar el avance hacia la configuración de
España como nación, a la que dotó de algunos símbolos de
identidad (como el himno y la bandera), e incluso de una
capital digna de tal nombre, pues se esforzó por modernizar
Una Flor Blanca en el Cardal Página 388
Madrid (con la construcción de paseos y trabajos de
saneamiento e iluminación pública), y engrandecerla con
monumentos (de su época datan la Puerta de Alcalá, el
Museo del Prado —concebido como Gabinete de Historia
Natural—, el Hospital de San Carlos o la construcción del
nuevo Jardín Botánico, en sustitución del antiguo de Migas
Calientes), y con edificios representativos destinados a
albergar los servicios de la creciente administración pública.
El impulso a los transportes y comunicaciones interiores
(con la organización del Correo como servicio público y la
construcción de una red radial de carreteras que cubrían
todo el territorio español, convergiendo sobre la capital), ha
sido, sin duda, otro factor político que ha actuado en el
mismo sentido, acrecentando la cohesión de las diversas
regiones españolas. Estas son sólo algunas de las razones
por las cuales Carlos III fue conocido como el “mejor
Alcalde de Madrid”.
El Sucesor:
Carlos IV de Borbón (nacido en Portici, Nápoles, 11
de noviembre de 1748), fue Rey de España desde el 14 de
diciembre de 1788 hasta el 19 de marzo de 1808. Hijo y
sucesor de Carlos III y de María Amalia, fue lo que le dio
Una Flor Blanca en el Cardal Página 389
acceso al trono. No en tanto, tiempos conflictivos surgirían
en su reinado.
Sucedió a su padre, Carlos III, al morir éste el 14 de
diciembre de 1788. Accedió al Trono con una amplia
experiencia en los asuntos de Estado, pero se vio superado
por la repercusión de los sucesos acaecidos en Francia en
1789, y por su falta de energía personal que hizo que el
gobierno estuviese en manos de su esposa María Luisa de
Parma y de su valido, Manuel Godoy, de quien se decía era
amante de la Reina, aunque hoy en día esas afirmaciones
han sido desmentidas por varios historiadores.
Estos acontecimientos frustraron las expectativas con
las que inició su reinado. A la muerte de Carlos III, el
empeoramiento de la economía y el desbarajuste de la
administración, revelan los límites del reformismo, al tanto
que la Revolución francesa pone encima de la mesa una
alternativa al Antiguo Régimen.
Las primeras decisiones de Carlos IV mostraron unos
propósitos reformistas. Designó primer ministro al conde de
Floridablanca, un ilustrado que inició su gestión con
medidas como la condonación del retraso de las
contribuciones, limitación del precio del pan, restricción de
la acumulación de bienes de manos muertas, supresión de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 390
vínculos y mayorazgos, y el impulso del desarrollo
económico. Fue el propio Monarca quien tomó la iniciativa
de derogar la Ley Sálica impuesta por su antecesor Felipe
V, medida ratificada por las Cortes de 1789, que no se llegó
a promulgar.
El estallido de la Revolución francesa en 1789,
cambió radicalmente la política española. Conforme llegan
las noticias de Francia, el nerviosismo de la corona crece y
acaba por cerrar las Cortes que, controladas por
Floridablanca (mantenido en el poder por consejo de su
padre), se habían reunido para reconocer al Príncipe de
Asturias.
El aislamiento parece ser la receta para evitar la
propagación de las ideas revolucionarias a España.
Floridablanca, ante la gravedad de los hechos, dejó en
suspenso los Pactos de Familia, estableció controles en la
frontera para impedir la expansión revolucionaria y efectuó
una fuerte presión diplomática en apoyo a Luis XVI.
También puso fin a los proyectos reformistas del reinado
anterior y los sustituyó por el conservadurismo y la
represión (fundamentalmente a manos de la Inquisición, que
detiene a Cabarrús, destierra a Jovellanos, y despoja de sus
cargos a Campomanes).
Una Flor Blanca en el Cardal Página 391
Gobierno del conde de Aranda
En 1792, Floridablanca fue sustituido por el conde de
Aranda, amigo de Voltaire y de otros revolucionarios
franceses, a quien el rey encomienda la difícil papeleta de
salvar la vida de su primo el rey Luis XVI, en el momento
en que éste había aceptado la primera Constitución francesa.
Sin embargo, la radicalización revolucionaria a partir
de 1792 y el destronamiento de Luis XVI -el rey francés fue
encarcelado y quedó proclamada la República-, precipitó la
caída del conde de Aranda y la llegada al poder de Manuel
Godoy el 15 de noviembre de 1792.
La Distantes Raíces Vascongadas
El avance del actual capítulo de esta historia no lleva
lejos, hasta la Provincia de Bizkaia o Vizcaya, que está
ubicada en la comunidad autónoma del País Vasco. La
misma limita al norte con el mar Cantábrico, al este con la
provincia de Guipúzcoa, al sur con las provincias de Álava
y Burgos, y al oeste con la comunidad autónoma de
Cantabria.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 392
Las primeras informaciones que se tienen sobre los
primitivos habitantes de estas tierras, fidedignas, citan a los
vascones y proceden de fuentes romanas. Según parece,
estos no sólo estuvieron establecidos en lo que hoy es el
País Vasco, sino que también se extendieron a La Rioja, el
bajo Jalón y el norte de Zaragoza. Sus vecinos más
próximos eran los várdulos y los ilergetes.
Es muy difícil precisar su origen, pues debido al
aislamiento en el que vivieron durante siglos, es muy poco
lo que se conoce de los Vascones.
Así mismo, en lo que se refiere al idioma que
hablaban, el vasco o vascuence, de orígenes también
bastante confusos, se la considera una de las lenguas más
antiguas del mundo. Por la documentación medieval, se
sabe que en el siglo XIII se hablaba todavía en amplias
zonas al sur del río Ebro (Burgos y la Rioja Alta), pero a
partir de dicha época, el uso de esta lengua se fue
reduciendo por la influencia ejercida por las lenguas
vecinas, especialmente el castellano y así, en el año 1500,
ya no se hablaba casi vasco en las zonas situadas en la
ribera derecha del Ebro.
Pero volvamos a los vascones; de su expansión más
allá de la zona propiamente vasca, quien nos habla sobre el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 393
asunto, es Tolomeo, quien les asigna además a, Iaca, (Jaca),
Pompaleo, (Pamplona), Graccurris, (Alfaro), Calagurris,
(Calahorra), Cascatum, (Cascante) y Alavona, (Alagón). La
historia de los primitivos vascos se desarrolló
fundamentalmente en las laderas de los montes, como
atestiguan las cuevas naturales habitadas durante el periodo
paleolítico.
Antes de la llegada de los romanos, apenas conocían
la agricultura, basando casi toda su economía, por llamar a
sí a su forma de subsistencia, en la recolección de bellotas
que convertían en harina para amasar una especie de pan,
que alternaba con la cría del ganado.
Se trataba de un pueblo muy belicoso que llevaba a
efecto expediciones de rapiña contra sus vecinos más
prósperos y ricos. Este fue el motivo por el que los romanos
decidieron extender sus conquistas hacia el norte de la
península, ante la inseguridad reinante en aquella zona. No
fue una empresa fácil para las legiones de Roma que, en
resumidas cuentas, jamás consiguieron dominar
enteramente a los Vascones.
Referente a la dureza de los habitantes del norte de
España, basta con recordar lo que se decía en tiempos
romanos al querer referirse a una empresa ardua y casi
Una Flor Blanca en el Cardal Página 394
imposible de lograr: “Eso es tan difícil como poner de
espaldas a un cántabro”.
No obstante la superioridad hizo que los romanos
fueran creando núcleos de población en los valles, núcleos
urbanos de cierta importancia, sobre todo en el centro de
Navarra y parte de la zona de Alava. Mientras, más al norte,
continuaban los vascones dominando las montañas, sujetos
a sus hábitos y costumbres y rechazando una y otra vez a los
romanos. Este territorio de indómitos, se basaba
principalmente en las actuales Vizcaya y Guipúzcoa y el
norte de Navarra.
La defensa de los vascones era tan enérgica, que los
romanos acabaron por evitar todo lo posible sus encuentros
armados con ellos. Con la crisis del Imperio, las escasas
poblaciones perdieron importancia, registrándose
sublevaciones por parte de las tribus menos romanizadas del
Norte hasta finales del siglo IV. Posteriormente, ni los
visigodos ni los francos consiguieron dominar a los
habitantes de las montañas. Otro tanto les sucedió a los
musulmanes. Lo único que estos lograron, fue dominar un
asentamiento en Navarra y de allí no pasaron. Les fue
imposible dominar el Norte de forma permanente.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 395
En los siglos VIII y IX, merced a la obra de algunos
monasterios evangelizadores penetró en Vasconia el
cristianismo. A partir del siglo IX y sobre todo el XI, se
registró un aumento demográfico que se tradujo en la
fundación de nuevas poblaciones. La aparición de estas
villas llevó a la sociedad vasca ciertos aires de libertad, no
muy bien aceptados por los señores feudales, que trataron
de someter a las villas dominando a los hombres libres, y
despojaron a la Iglesia de sus diezmos, lo que produjo una
sublevación de los despojados que, apoyados por el poder
real, consiguieron derrotar a los señores recuperando parte
de lo usurpado.
Con el descubrimiento de América y el final de las
luchas sociales, la población comenzó a recuperarse y su
crecimiento se prolongó hasta finales del siglo XVI. La
conquista de América y las guerras que sostuvieron Carlos
V y Felipe II hicieron que la demanda de hierro, de navíos y
de hombres, aumentara, lo que se tradujo en una época de
prosperidad económica para el País Vasco, al dar origen a
muchos puestos de trabajo.
No en tanto, mismo que don Manuel de Basáñez y
otros tantos personajes memorables de esta historia ya no
estuviesen allí, se sabe que las guerras carlistas motivadas
Una Flor Blanca en el Cardal Página 396
por cuestiones políticas, religiosas y económicas, acabaron
por repercutir grandemente en la región.
Con el célebre “Abrazo de Vergara” entre el general
liberal Espartero y el carlista Maroto, se puso fin a aquel
conflicto. Entonces, a partir del año 1840, se aceleró el
progreso industrial vasco. Se modernizaron las viejas
herrerías y se fueron creando nuevas industrias siderúrgicas.
Esta industria se convirtió en la más importante de la
nación, al tiempo que aumentaba la pujanza de su industria
naval. En el año 1902 se crearon los Altos Hornos de
Vizcaya. Esta revolución industrial, precisaba un gran
número de mano de obra, lo que se cubrió gracias al
campesinado vasco que emigraba hacia las zonas
industriales. Durante el primer tercio del siglo XX, Vizcaya,
ya se había convertido en la zona industrial que producía las
tres cuartas partes del acero y la mitad del hierro de toda la
península.
A su capital, Bilbao, también se le atribuye un origen
antiquísimo, tanto, que se ignora el nombre que pudo tener
en lejanas épocas de su historia. Las noticias más fidedignas
parten de la fecha en que don Diego López de Haro, Señor
de Vizcaya, que reconocía un privilegio por el que se
Una Flor Blanca en el Cardal Página 397
otorgaba a la población la categoría de Villa y le concedía la
facultad de tener mercado los martes de cada semana.
La ciudad prosperó merced a las franquicias que le
hizo el rey Fernando IV. Su actividad comercial siempre ha
consistido en la explotación del hierro, la instalación de
astilleros y el tránsito comercial. “María la Buena”, Señora
de Vizcaya, le otorgó nuevos privilegios en el año 1310.
Posteriormente, incorporado a la corona de Castilla el
señorío vizcaíno, Enrique III concedió el privilegio de que
los mercaderes extranjeros no pudieran embarcar
mercaderías en el puerto de Bilbao, salvo en barcos
vizcaínos.
Los Reyes Católicos le concedieron el título de Noble
Villa en al año 1475. En los siglos siguientes, Bilbao
conoció sublevaciones tales como la denominada,
“machinada” o la “zamaconada” que, en el fondo, se debió
siempre a la defensa que, de sus Fueros, mantuvieron los
vascos, resistiéndose al poder centralizador de la Corona.
Con las Guerras Carlistas, Bilbao conoció el caso de
que mientras los elementos de las zonas industrializadas se
alineaban junto con los liberales, el campesinado se volcaba
en favor del pretendiente don Carlos. Finalizadas estas
guerras, con la derrota carlista, los vascos perdieron sus
Una Flor Blanca en el Cardal Página 398
Fueros y fueron equiparados al resto de las provincias
españolas. Completamente extenuados ante tanta lucha,
dejaron de resistir a las nuevas leyes en 1877. Sin embargo,
en aquel tiempo existían otras tantas localidades con similar
notoriedad:
Bermeo, considerada como una población de remota
antigüedad, designada con el nombre de “Briga”, al que el
emperador Vespasiano antepuso el de “Flavio” que, al
declararla colonia romana, la engrandeció, llamándola
“Flaviobriga”. Con anterioridad a este periodo romano, la
mayoría de los autores se inclinan por el nombre “Bereme”,
dado por los primeros pobladores de España.
Durango, de la que se ignora la fecha de su fundación,
aunque es indudable que es anterior a la dominación
musulmana.
Guernica, símbolo de los Fueros de los vascos. Aquí,
en Guernica, o Guernika, se celebraban las juntas bajo un
viejo roble a cuyo alrededor creció la población. Aquí, bajo
sus armas, los Reyes juraban respetar los Fueros de
Vizcaya. Durante la I Guerra Carlista, la ciudad fue
escenario de violentas luchas entre ambos bandos.
Lequeitio; doña María Díaz de Haro, Señora de
Vizcaya, viuda del infante don Juan, dio a esta población el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 399
Fuero de Logroño y título de Villa en Paredes de Nava a 3
de noviembre de 1325. Fue confirmado por el rey Alfonso
XI en Burgos.
Marquina, fundada por el Conde don Tello, Señor de
Vizcaya, con el nombre de Villaviciosa de Marquina, según
consta en el privilegio otorgado en Bermeo a 6 de mayo de
1355, concediéndole el Fuero de Bilbao.
Orduña, población también antigua y Portugalete,
situada en un recuesto de la ría, en su ribera occidental, a
muy poca distancia de su barra. En resumen: Vizcaya en
todo tiempo ha poseído el título de Señorío y nunca le
faltaron dueños propios, los que le concedieron las armas
que ostenta en sus escudos.
Pero no por eso se perdió el anhelo de recobrar sus
perdidos Fueros. Los recobraron en el siglo siguiente, más
precisamente en el año 1936, con la concesión de un
Estatuto de Autonomía, y volvieron a perderlos al final la
Guerra Civil de 1936, recobrándolo otra vez a la llegada de
la Monarquía, con la concesión de un nuevo Estatuto que
reconocía la autonomía de lo que hasta entonces se habían
considerado únicamente provincias vascas.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 400
Los Vascos y la Independencia de América
Buscando comprender los motivos del intensivo
éxodo de vascuences hacia este lado del mundo, el que
mejor lo ha descrito, es el político e historiador mexicano
Lucas Alamán (1792-1853), en “Historia de México”,
cuando escribe y demuestra que la mayoría de los
conquistadores de América eran de Extremadura; en
concreto, de Badajoz y de Medellín, y que los que
provocaron la caída del Imperio español fueron de las
provincias vascas.
Los vascos llegaron a América y fueron creando las
“Euskal Etxeak”, o Casas Vascas, para ayudar a los
compatriotas que inmigraban en su primera toma de
contacto con el nuevo país. Sus referentes son las antiguos
Cofradías del siglo XVII, como la de México de 1681 o la
de Perú de 1681, a imitación de la que los vascos ya tenían
en Sevilla en el siglo XVI. Según el estudio de Meter Boyd-
Bowman, el porcentaje de los inmigrantes a América entre
1493 y 1600 -aun sabiendo lo dificultoso de lograr la
información, el dato sirve de orientación-, es el siguiente:
Andalucía 36,9%, Extremadura 16,4%, Castilla Nueva
Una Flor Blanca en el Cardal Página 401
15,6%, Castilla Vieja 14%, León 5,9%, vascos 3,8-4% y
Galicia 1,2%.
Otra información interesante dice respecto a lo que
Humboldt dejó escrito sobre los vascos en 1801 en su libro
“Los Vascos”: “Allí donde se encuentren en el extranjero, se
apoyan unos a otros, aun sin más conocimiento”. En su
mensaje, apunta que la inmigración vasca será masiva, tras
la Guerra de la Convención (1794), Las Guerras
Napoleónicas (1808-12, llamadas “Guerras del Imperio” en
Francia y “De la Independencia” en España) y sobre todo,
tras la Guerras Carlistas durante el siglo XIX que arrasaron
el país.
Entre los vascos que fueron con Castilla a la conquista
del Nuevo Mundo, ha pasado a la historia la forma brutal de
ser del banderizo gipuzkoano del siglo XVI Lope de Agirre,
cuya visión medieval (y sin duda también actual) del “más
valer”, ha pasado a la historia. En una carta al rey Felipe II,
éste le hace saber que:
“Dios tiene el cielo para quien le sirva, y la tierra
para quien más pueda; que muestre el Rey de
Castilla el testamento de Adán, si le había dejando
a él esta tierra de las Indias”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 402
El mismo Simón Bolívar, Libertador de América,
considera esta carta de Lope de Agirre como la “primera
declaración de independencia” de América. Lope de
Aguirre comentaba que: “Si algunos de los soldados nos
llaman traidores, hay que reprenderles, porque hacer la
guerra a D. Felipe, rey de Castilla, no es sino de generosos
y de gran ánimo”. La firma de la carta fue también
significativa: “Hijo de fieles vasallos tuyos vascongados, y
rebelde hasta la muerte por tu ingratitud, Lope de Aguirre,
el Peregrino”
Beneficiándose del momento, las colonias de
ultrapuertos aprovecharon la coyuntura favorable de la toma
por el ejército napoleónico de España en 1808, para lograr
su independencia, gracias a la traición a España de los reyes
franceses de la familia de los borbones y de su primer
ministro Godoy.
El referente de las colonias americanas españolas era
la independencia conseguida por Estados Unidos en 1776 de
Inglaterra. Historiadores afirman que el vasco Diego
Gardoki de Arrikibar, entregó al padre de la patria
estadounidense George Washington: 215 cañones, 30.000
mosquetes, 30.000 bayonetas, 51.314 balas, 137.000 Kg. de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 403
pólvora, 12.868 granadas, 30.000 uniformes y 4.000 tiendas
de campaña para luchar por la independencia de su país.
Jean Lafitte salió rumbo a América desde el puerto de
Pasaia (Gipuzkoa). Este vasco de Baiona nacido en 1791,
fue nombrado “héroe de la patria” por Estados Unidos por
su colaboración en su guerra de la independencia, pues,
pese a dedicarse al pirateo, luchó con sus hombres el 8 de
enero de 1815 durante el intento de invasión británica a
Nueva Orleáns. Laffite puso a disposición de Jackson más
de mil hombres, armas y municiones, defendiendo el sitio
desde el llamado French Quater y con su flota desde la costa
(información de Wikipedia). Posteriormente fue a luchar a
Texas en la guerra con México en 1817, e incluso intentó
crear un Estado propio al que llamó “República de
Baratalla” en Nueva Orleáns.
En enero de 1809 el primer proyecto independentista
para América del Sur corrió a cargo del alabés Martín de
Alzaga (nacido en Ibarra de Aramaiona 1755 - Buenos
Aires 1812), el cual propuso la independencia de España del
Virreinato de Río de Plata en Buenos Aires, para convertirse
en una República democrática.
Martín de Alzaga viajó de crío a Argentina donde se
instaló y donde, a pesar de desconocer inicialmente el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 404
idioma, hizo fortuna. Alzaga luchó y expulsó a los ingleses
que habían tomado Buenos Aires de la que era alcalde de
primer voto en 1807, invasión dirigida por el general inglés
Whitelocke. Organizó milicias de voluntarios de la ciudad,
un ejército de más de seis mil hombres, y pagó con sus
propios fondos la formación de un regimiento de asturianos
y otro de vascos. Después padeció un “proceso por
independencia” al sublevarse contra el virrey español.
Pese a que aparece a veces en biografías como
defensor del virreinato español, participó en las
negociaciones que formaron la Primera Junta de criollos
contra España, y colocó en ella a tres miembros de su
partido: Mariano Moreno, Domingo Matheu y Juan Larrea.
Alzaga fue fusilado y posteriormente ahorcado el cadáver
en 1812 por una supuesta conspiración contra el Primer
Triunvirato argentino. Su cuerpo reposa en la iglesia
Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo,
en la Ciudad de Buenos Aires.
De la misma forma, la independencia de México tiene
un montón de nombres vascos, como el de Pedro Celestino
Negrete (Karrantza -Bizkaia), los oriundos de Okendo de
Alaba, Mariano Abasolo y Juan de Aldama (así como su tío
Una Flor Blanca en el Cardal Página 405
y hermano), el alto navarro Agustín de Iturbide, o José
Antonio Etxebarri.
Agustín Iturbide, por ejemplo, presidió la regencia del
primer gobierno provisional mexicano, y en mayo de 1822
fue proclamado emperador y coronado dos meses más tarde
con el nombre de Agustín I de México.
Un sobrino del guerrillero alto nabarro Espoz y Mina,
conocido como Mina el Mozo (1789 Otano, Alta Navarra -
1817 Méjico), tuvo en jaque a las tropas francesas en
Nabarra hasta que fue arrestado. Tras pasar por las cárceles
francesas, desembarcó en América, donde se reunió a
Simón Bolívar, con quien se repartió los frentes. Mina
acaudilló la independencia de México y allí fue fusilado
como traidor por los mismos españoles que lo habían
considerado héroe de la Guerra de la Independencia o
napoleónica. Apenas tenía 28 años cuando entró en la
historia de América.
Pero el más destacado de los descendientes de vascos
en la independencia de América, fue Simón Bolívar, que era
quinta generación de un rico bizkaíno, “Bolívar el Viejo”,
natural de la Puebla de Bolívar. Bolibar en euskera significa
“molino en la vega”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 406
Simón Bolívar estuvo en Bilbao durante los años
1801-1802, en casa de unos amigos, en sus cartas relata la
emoción que le produjo visitar el pueblo de sus antepasados.
Durante su viaje a Bilbao tras su boda en Madrid, Simón
Bolívar conoció al científico de origen labortanos Fausto
Elhuyar, insigne miembro de la Real Sociedad Bascongada
de Amigos del País Vasco (RSBAPV), y a Valentín
Foronda del “Seminario Patriótico de Vergara” y de la Real
Compañía de Filipinas.
Hombres cultos e impregnados de las ideas
revolucionarias de la ilustración francesa que introdujeron
en la península y con la que mantenían estrecha relación,
sobre todo con Rousseau, amigo personal de Manuel
Ignacio Altuna, alcalde de Azpeitia y fundador junto a
Javier de Munibe (conde de Peñaflorida) y José María Egia
(marqués de Narros) de la RSBAPV. Estos ilustrados
vascos mantenían relación con el enciclopedismo francés de
Voltaire o Diderot; incluso, uno de los revolucionarios más
importantes, Ministro del Gobierno Revolucionario francés
hasta 1799 -entre otros muchos cargos que tuvo-, era el
vasco de Baiona, Joseph-Dominique Garat, que había
intervenido en la redacción de los Derechos del Hombre en
el Frontón de Versalles junto a su hermano y personalmente
Una Flor Blanca en el Cardal Página 407
leyó la sentencia de muerte al rey de Francia, el Borbón
Luis XVI.
Bolívar conocía muy bien la valía de estos
gipuzkoanos, no en balde la sociedad caraqueña y toda
Venezuela se había enriquecido gracias a que en 1728, el
conde de Peñaflorida (abuelo de Javier de Munibe) fundara
en San Sebastián-Donostia la Compañía Guipuzcoana de
Caracas, por idea de Olabarriaga y a petición de la
Provincia de Gipuzkoa, que obtuvo permiso para comerciar
con las colonias americanas, frente al anterior monopolio de
Sevilla y Cádiz. La Compañía Guipuzcoana de Caracas
quebró tras ser trasladada por orden regia a Madrid en 1785
al grito de: “¡que se vayan estos vascos que ni españoles
son!”.
Estos ilustrados vascos tendrán un papel fundamental
en las ideas del Libertador de América y le ayudaron a crear
los equivalentes americanos de la RSBAPV y del Seminario
de Bergara para la introducción de las ideas ilustradas en
América, y a los que el Libertador dio el nombre de
“Sociedad de Amantes del País” y la “Escuela de Minería”.
El coetáneo Nicolás Maquiavelo en su libro “El
príncipe”, dice al respecto sobre Fernando el Falsario:
Una Flor Blanca en el Cardal Página 408
“Para poder llevar a cabo empresas mayores,
siempre sirviéndose de la religión, recurrió a
una devota crueldad (…) “El rey de España ha
querido fortificarse en el reino de Navarra, que
ha conquistado y cuya posesión deseaba (…)”
“Los españoles, por el contrario, ocultan y se
llevan cuanto han hurtado, de tal suerte que no
se vuelve a ver nunca nada de lo que han
hurtado.”
Parte del artículo desarrollado por Aitzol Altuna Enzunza,
Donostia (Nabarra)
La Partida – Una Nueva Tierra al Sur de
América
Desde el principio del siglo XVI, América del Norte,
(Terranova, Labrador, Golfo San Lorenzo), es el destino de
los pescadores Vascos que, al igual que Portugueses,
Bretones, y Normandos van a cazar la ballena y pescar el
bacalao.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 409
La colonización de América del Sur y la del territorio
de La Plata en particular, (zona situada alrededor del río que
atraviesa Argentina, Uruguay y Paraguay), debuta a partir
del siglo XVI, bajo el impulso de los exploradores y
conquistadores españoles entre los que se encontraban
numerosos emigrantes Vascos. Durante mucho tiempo la
corriente migratoria de los Vascos del norte se dirigió a
España, y a partir del siglo XVI se orienta hacia las colonias
de América del sur.
Autorización de partida:
La juventud era la mayoría en las hordas emigratorias,
y los principales integrantes de esa corriente migratoria, de
acuerdo con lo que atestan ciertos documentos de la época,
que rezan:
“Nos, el infrascrito, Jean Aguerre, alcalde de
Béguios, cantón de Saint Palais, departamento
de Bajos Pirineos, certifico que Doña Marie
Faut, viuda, residente en nuestro municipio, ha
otorgado, en nuestra presencia, a su hijo Jean
Faut, de dieciocho años de edad, la
autorización de ir a América. Esta señora no ha
Una Flor Blanca en el Cardal Página 410
podido dar la autorización por escrito ya que
no sabe escribir”.
Autorización de viaje, colección Museo de Baja-Navarra (Francia)
Primera ola Migratoria:
La primera ola migratoria vasca hacia los países
entonces conocidos como: “La Plata” (siglos XVI, XVII, y
XVIII), casi siempre son como resultado de decisiones
individuales. Por ese motivo, bajo el impulso de la corona
de España, los que en esa época parten, son colonos, como
Juan de Garay, deseoso de conquistar nuevas tierras, no en
tanto, con las mudanzas monárquicas ocurridas en el siglo
Una Flor Blanca en el Cardal Página 411
XVIII, también son funcionarios y misioneros los que
cruzan el Atlántico.
La Segunda ola Migratoria:
A mediados del siglo XIX y hasta principios del XX,
se organiza lo que podríamos encasillar como: “la segunda
ola migratoria”. Las primeras salidas masivas del País
Vasco de Francia, de Béarn, y de manera más general de las
montañas pirenaicas, tienen lugar a partir de 1830, cuando
Samuel Lafone, rico negociante de origen británico,
propone al gobierno de Uruguay contratos a través de los
que se compromete a reclutar mano de obra.
En ese entonces, manda al francés Alfred Bellemare a
hacer una prospección a las islas de Cabo Verde, a las
Canarias, y al País Vasco de Francia, con el fin de que
hiciera propaganda y organizara las expediciones.
A los emigrantes Vascos se les dirige primeramente a
Uruguay, y después, a Argentina, ya que en ese momento
Uruguay entre 1843 y 1851 está en guerra. Por otra parte, el
dictador argentino Manuel Rosas es derrocado en 1852 por
Justo José Urquiza el cual abre a la emigración las puertas
de Argentina.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 412
A partir de entonces comienza para Europa y, sobre
todo para los Vascos, un largo periodo de emigración hacia
los territorios de Uruguay y Argentina.
Compañía de mensajería marítima, colección Museo de Baja-Navarra
(Francia)
Otro factor preponderante que hace mudar el destino
de estos aventureros, ocurre en 1848 con el descubrimiento
del oro en California, cuando gran parte de los Vascos se
dirige a ese Far West, en donde algunos se dedicarán a la
cría de rebaños destinados a alimentar a los numerosos
buscadores de oro.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 413
Las motivaciones:
Varias fueron las causas que empujaron a los Vascos a
salir masivamente de su país. Sin lugar a dudas, la
coyuntura política, económica y social a fines del siglo
XVIII, y durante gran parte del XIX, jugó un papel esencial.
Algunos puntos que se destacan, son:
o Las guerras de la Revolución del Imperio (a
finales del siglo XVIII y principios del XIX),
arruinaron el País Vasco.
o En cada familia, los hermanos pequeños se
veían obligados a trabajar como sirvientes en el
caserío familiar o bien, tenían que buscarse el
sustento o la fortuna fuera de su hogar.
o Los emigrantes ayudan financieramente a sus
familias que se han quedado en su país.
o El servicio militar provoca insumisiones.
o El desplazamiento de los límites aduaneros
en 1789 en Francia y en 1842 en España, tiene
consecuencias negativas sobre la economía del
País Vasco.
o Entre 1830 y 1856 la población del País
Vasco aumenta.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 414
o El pequeño artesanado rural no consigue
resistir al auge industrial del siglo XIX
Sin embargo, se observan también otras razones que
tiene papel preponderante en la decisión, como el deseo de
deshacerse de la autoridad de los mayores, la presencia en
América de parientes (hermanos, tíos, primos) o de amigos,
el mito de “Eldorado” americano alimentado por los Vascos
de regreso a su país, son también lo que constituyen un
sinfín de razones para partir. Finalmente, la insistente
llamada de los gobiernos sudamericanos a la emigración
vasca, tuvo un fuerte eco a través de los agentes de
emigración.
Bilbao en 1575
Una Flor Blanca en el Cardal Página 415
Entre deseo y necesidad:
Siendo así, es de suponer que en un territorio que,
desde sus inicios se vio constantemente envuelto en un
clima bélico, el cual momentáneamente algunas veces
lograba una pausa entre una batalla y otra, porque aun
mantenía irresueltas las causas y el sostenimiento de sus
intereses autónomos, sumándose a todo ese espectro las
ideas revolucionarias independentistas de los vecinos de
aquellos pueblos euskaros, de repente, entre los copos de
nieve del gélido inverno de 1768, en un pueblito de no más
de dos centenas de habitantes de la Anteiglesia de San Juan
de Erandio, incrustado en el Señorío de Vizcaya, pueblo
vecino a Santurzi, fue donde al pie de sus montañas y a
orillas de la raía, nacía en esas heredades de ánimos tan
acalorados, don Manuel De Basáñez.
No hay documentos que certifiquen esta suposición,
pero en verdad, este joven parece haber sido hijo de un
espabilado hidalgo de una familia venida a menos, la cual
habría sabido ir colocando sus hijos a medida que se hacían
mayores, al tiempo que lograba sanear el capital familiar
mediante ese sibilino ejercicio, y no le habrían dolido
prendas a la hora de sacar familia y hacienda adelante,
mientras otros paisanos agonizaban bajo blasones henchidos
Una Flor Blanca en el Cardal Página 416
de orgullo provinciano. Para Manuel De Basáñez, su padre
habría urdido un ambicioso plan, colocándolo como
aventurero allende los mares, en Indias, donde las
expectativas de hacer fortuna seguían siendo halagüeñas.
Es de imaginarse que, para tal menester, el padre haya
resuelto ofrecer a su hijo como ayudante, oficial subalterno
o secretario de algún potentado indiano, de los muchos que
venían a rendir cuentas, negociar o realizar gestiones de
cualquier tipo; ya que en aquella época era una frecuentada
forma de abrirse camino en el complicado entramado de
relaciones administrativas, militares y comerciales de los
virreinatos, lo cual permitía que los jóvenes de familias
hidalgas, amparados en su apellido y en una mínima
formación, comenzasen haciendo méritos al servicio de
gobernadores, corregidores o simples alférez y oficiales de
menor rango, para después ir haciendo fortuna y
conseguirse finalmente, un buen cargo en la venta de oficios
Pensando ser así, es que un cierto día por alrededor de
1790, el joven Manuel dejó atrás su mocedad, y bajo esas
condiciones socio-políticas que hemos descrito
anteriormente, partió para tierras lejanas en busca de saciar
sueños y voluntades propias.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 417
Resonancias Nostálgicas
Los recuerdos van y vuelven en su longeva cabeza de
don Tomás. La vida lo había colmado, para quitarle luego,
poco a poco, los bienes y a quien él tanto amaba. Sin
embargo, sus evocaciones estaban ahora resumidas al lejano
tiempo en que llegó al Cardal disponiendo ya de un brazado
jugoso: juventud, hijos chicos, la entrañable compañera que
había entroncado su patricio apellido de Illa y Viamont al
que su padre traía desde su querida San Juan de Regales
para aquí esclarecerlo…
…Todo indica que al principio, pisando en la nueva
patria, -que se supone inicialmente la Argentina-, don
Manuel anduvo por aquí y allí hasta que lo venció la
soledad y una doncella porteña llamada Manuela Muñoz de
Godenez (o Gámes, según información de la familia del
General Viamonte), le robó su entristecido y nostálgico
corazón.
Es de imaginarse que en aquel momento, ella tenía la
hermosura serena y deslumbrante que solamente los recién
cumplidos veinte años le podían proporcionar. Un par de
mejillas rubras como las manzanas maduras, contrataban en
el albor como la nieve de la piel de su rostro. Sin embargo,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 418
por motivos que escapan a nuestro conocimiento, en 1793,
todo lleva a creer que ambos atravesaron definitivamente el
Río de la Plata para solidificar en Montevideo una estirpe
que fuese capaz de elevar sus apellidos, y vivir sin rémoras
su núbil pasión.
Tal advenimiento es lo que nos permite recordar una
ulterior y similar historia de amor como tantas de las que
existieron en aquel tiempo intranquilo, y sucedida en los
contubernios de la razón. No hay una similitud análoga
entre los dos casos, pero, de cierta forma, nos parece tener
un cierto paralelismo romántico con la estos jóvenes
personajes.
La Transgresión de la Ley
El régimen rosista empezaba a ser más tolerante con
sus opositores. Muchos habían regresado, cansados de
esperar el fin del tirano. Mariquita Sánchez, por caso, se
entretenía tocando el piano y recibiendo a unos pocos
amigos fieles en su casa de la calle Florida. Una tediosa
monotonía caracterizaba la vida pública y privada. Xavier
Marmier, hombre de letras que visitó Buenos Aires en 1850,
Una Flor Blanca en el Cardal Página 419
se aburrió mucho en las tertulias donde no se podía hablar
de otra cosa que de modas y banalidades.
Ludovico Besi, un prelado italiano que vino como
legado papal ese mismo año, se sintió asqueado ante la
ostentación de la obsecuencia por parte del clero porteño. El
obispo local había tolerado la supresión de las fiestas
religiosas decretada por el gobierno, para que la gente
trabajara un poco más. El espionaje, la delación y la
inmoralidad eran moneda corriente. Los jesuitas, llamados
por Rosas de regreso al país, se habían ido de nuevo porque
no admitían los actos de sumisión que se les imponían.
Transgredir la ley se pagaba cruelmente. Esto le
sucedió a Camila O’Gorman, una jovencita que se enamoró
del teniente cura del templo del Socorro, Uladislao (o
Ladislao) Gutiérrez. La pareja escapó a Corrientes para
poder vivir sin trabas su amor, no advirtiendo el escándalo
que dejaban atrás. Rosas, disgustado porque los emigrados
de Montevideo denunciaban el libertinaje de la sociedad
federal, decidió dar un escarmiento: ordenó apresar a la
pareja y la hizo fusilar aduciendo que ése era el castigo
dispuesto por la antigua legislación española para los
amores sacrílegos.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 420
Esta conmovedora tragedia, que ocurrió en el
Campamento Militar de Santos Lugares en 1848, contribuyó
a demostrar que el uso arbitrario del poder era la esencia del
régimen. (Fuente: Argentina, Historia del País y De Su
Gente - María Saenz Quesada)
Los O’Gorman eran irlandeses, por eso era muy
común que visitara la casa de esta familia, un curita muy
joven que no hacía muchos meses había llegado a la
parroquia del Socorro. Había nacido en Tucumán,
pertenecía a una familia adinerada, era muy apuesto con su
pelo moreno y su sonrisa franca, tenía veinticuatro años y se
llamaba Ladislao Gutiérrez. Una de las hijas de los
O’Gorman se llamaba Camila, tenía veinte años y era de
una belleza serena pero deslumbrante. Su espíritu era
festivo y romántico. Era la niña mimada de la casa. Es
imposible saber cómo empezó todo. El caso es que Camila
y Ladislao se enamoraron. Sabían lo que significaba aquello
y ambos pedían perdón a Dios por lo que no podían y no
sabían refrenar. Juzgarlos sería demasiado fácil.
Camila y Ladislao deciden fugarse. En los últimos
días de 1847 salen por la noche, él de paisano, ella con un
modesto vestido. Pocas horas después, la familia de Camila
denuncia la desaparición de la joven y comienza una
Una Flor Blanca en el Cardal Página 421
afiebrada búsqueda. Ellos pertenecen también a una familia
socialmente acomodada y con contactos en los mandos, por
lo que las autoridades, sin imaginar el escándalo en ciernes,
agotan los recursos para encontrarla.
Solo al advertir la desaparición del padre Ladislao, e
hilar algunos hechos que antes parecían casuales pero ya no,
comienzan a entrever la verdad. Crece la desesperación. Ni
los familiares de Camila ni las autoridades eclesiásticas
saben qué hacer. La noticia toma estado público y se la
califica como un “crimen horrendo”. Todo Buenos Aires
habla de la pareja y nadie sabe dónde están. Nadie.
La policía de Juan Manuel de Rosas busca
afanosamente a los protagonistas del “crimen horrendo”. El
gobernador de Tucumán, Celedonio Gutiérrez, tío de
Ladislao, se presura a enviar, sin motivo alguno, un regalo
valioso al Restaurador: dos sillas talladas a mano que, más
que eso, es una manera de decir de que se lava las manos
por la actitud de su sobrino y acepta disciplinadamente las
decisiones del poderoso Rosas, sean las que fueren.
Camila y Ladislao, mientras tanto, lograron abordar
una pequeña embarcación en el puertito del Tigre,
convenciendo al capitán para que los dejara en Goya,
Corrientes. El hombre desconoce la identidad de sus
Una Flor Blanca en el Cardal Página 422
casuales pasajeros. Ellos llevan documentos falsos donde él
figura como un comerciante jujeño llamado Máximo
Brandier y ella, como su esposa, Valentina Desán de
Brandier, Al poco tiempo, la pareja abre una escuela en
Goya y comienzan a dar clases a los habitantes del lugar,
que enseguida se encariñan con ambos como si hubieran
vivido allí desde siempre. La casa de ellos es pequeña pero
limpia y decorosa.
Dedican casi todo su tiempo a la enseñanza y a
amarse con mucha ternura. Puede decirse que son felices,
tal vez hasta muy felices, pero nada es eterno. Un día hay
una fiesta en Goya y ellos asisten. Allí, un hombre recién
llegado de Buenos Aires los reconoce. Se acerca a Ladislao,
que por supuesto viste de paisano, y le pregunta a
quemarropa con un tono lleno de ironía:
-“¿Cómo está Ud., padre Gutiérrez? ¿Hace mucho que
no va por Buenos Aires?”.
De responderle, Ladislao debió decirle que pronto se
cumplirían seis meses desde el día en que huyeron de la
ciudad, pero fingió no escuchar nada y se fue para otro lugar
la fiesta. El tipo se quedó mirándolo, con una sonrisa
maliciosa y sin esperar una respuesta, que ya estaba dada.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 423
Camila y Ladislao decidieron no huir. Tal vez
pensaron que el tiempo había ablandado las opiniones,
quizá creyeron que no debían seguir escapando, o que ya los
habrían olvidado. Pero no era así. Dos días más tarde llegó
la orden de Buenos Aires: “ellos debían ser detenidos y
devueltos a la ciudad”. Así se hizo.
Por orden de Rosas, se habilitó una celda del Cabildo
para encerrar en ella a Ladislao, y una habitación
especialmente parada en la Casa de Ejercicios que
administraban las monjitas de caridad, donde Camila sería
recluida. Pero también por orden de Rosas, en mitad de
camino llegó un chasque que desvió a los prisioneros al
campamento militar de Santos Lugares. Se dice que en
Buenos Aires corrían rumores de linchamiento apenas
pusieran pie en la ciudad, y el gobernador quiso evitar
aquello, por eso el cambio.
Camila y Ladislao llegaron penosamente encadenados
al campamento de Santos Lugares. Un hecho hubo que
parecía aliviar la situación pero que, en realidad, no hizo
más que empeorarla: ella estaba embarazada. El
comandante del lugar, Antonino Reyes, se hace cargo de la
situación lo mejor que puede: ordena que Camila sea tratada
Una Flor Blanca en el Cardal Página 424
con delicadeza y hace que forren con tela suave los
eslabones de la cadena que la engrillan.
Ella y Ladislao son puestos en celdas separadas, pero
atendidos con toda corrección mientras Reyes espera
órdenes de Buenos Aires. Estas no tardan en llegar y su
contenido es tan inesperado y terrible, que el comandante
debe leerlas varias veces para convencerse: Camila y
Ladislao deben ser fusilados al día siguiente, a las diez de la
mañana.
El 18 de junio de 1848, Camila y Ladislao son
llevados frente al pelotón de fusilamiento. Camino al
paredón, iban separados y con los ojos vendados, pero se
percibían.
Ella preguntó al aire mientras caminaba a su muerte: -
¿Estás allí Ladislao?
-Sí-, respondió Gutiérrez desde un par de pasos de
distancia y también sin poder verla por la venda. -Aquí
estoy-, le dijo. -Y mi último pensamiento es para ti...
Poco antes se le había permitido mandarle una nota de
despedida a su amada en la que terminaba diciéndole: -“Ya
que no hemos podido vivir unidos en la Tierra, nos
uniremos en el Cielo, ante Dios”.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 425
Ambos fueron confesados por el cura del
campamento, unos minutos antes del terrible momento. No
pidieron clemencia, no lloraron, no se resistieron. La
descarga de fusilería fue una sola y tremenda.
Luego, el olor a pólvora quemada, una humareda que
el viento disipó y el impresionante silencio de los soldados
y oficiales que debieron cumplir la orden. Todo quedó así
por varios segundos, quieto, como en una fotografía. Como
si el tiempo se hubiera detenido en ese momento para todos
los protagonistas de esta historia, como nos ocurre ahora a
nosotros al terminar de leerla.
Los Pasos por la Paria que los Acogió
¿Puede la historia encerrada entre las paredes de una
solariega quinta, quedar muda en el instante fugitivo? No
del todo. Siempre quedará algo al caer la pátina de los años,
que la haga envejecer sin perder el encanto antiguo.
En los ojos de este anciano, también. No logra el halo
senil volver torva la mirada y apagar sus recuerdos. Y
aunque sus evocaciones se acerquen más a la melancolía,
seguramente en don Tomás, de ojos cerrados en una siesta
Una Flor Blanca en el Cardal Página 426
disimulada bajo las ramas del tilo, está latente ahora como
en un clisé, la voz de su padre al rescatarle sus orígenes,
cuando éste reunía sus hijos junto al brasero que le permitía
mantener caldeada las habitaciones de la residencia…
…Don Manuel de Basáñez y Manuela Muñoz de
Godenez se casaron en Montevideo en 1793, y muy pronto,
su casa dentro del perímetro de la Ciudadela, comenzó a
llenarse de hijos. Rosa nació en 1794, Tomás llegó al
mundo el 21 de diciembre de 1795, y Francisco, el menor,
en 1797.
No hemos descubierto en donde y de qué forma se
educaron los hijos de don Manuel, pero seguramente debe
haber sido un algún lugar preponderante, visto el nivel
letrado que el más notorio de sus hijos alcanzó, y del mismo
modo, conjeturamos que la casa donde vivían, estaba
situada en la calle Cerrito nº 15 de acuerdo con un
certificado del Registro de Estado Civil de octubre de 1896.
Otros registros documentales sobre esta familia que se
han encontrado en el Uruguay, dicen respecto sólo al joven
Tomás, entre los cuales consta que el día 11 de noviembre
de 1819, éste llegó a firmar por él y por terceros, junto con
otras dos centenas de vecinos –la mayoría, de nombres
vascos-, una petición de indulgencia encaminada al
Una Flor Blanca en el Cardal Página 427
gobernador, para que conmutaran la pena de algunos otros
residentes españoles revoltoso que al momento se
encontraban presos, por orden del General Francisco Lecor,
en el buque portugués “Gran Cruz de Abis”, anclado frente
a la rada de Montevideo y prestes a deportar a los
insurrectos para Rio de Janeiro, (información que consta en:
Sección Historia y Archivo del Estado Mayor del Ejército
Uruguayo - boletín histórico nº 75 / Archivo histórico de
Madrid).
Parece ser que, de lance en lance, este cultivado
muchacho que, al estallar la Revolución Oriental al mando
de Artigas en 1811 tenía tan sólo 16 años, logró ir
abriéndose espacio entre sus congéneres hasta el momento
de firmarse la Constitución en 1830.
Sin embargo, antes de ese importante evento, el ya
treintañero Tomás, un día cayó de amores por la joven y
bella Juana, un precioso reviento de los Illa y Viamont, la
cual se la concedieron en matrimonio el día 16 de julio de
1827.
Es probable que aliado a su condición erudita y
contando con el apoyo, las relaciones y el peculio de su
suegro, ya que siendo un hombre dedicado a los negocios,
administró durante un tiempo la importante fortuna de su
Una Flor Blanca en el Cardal Página 428
suegro, fuese la condición que le permitió ocupar el cargo
de Juez Ordinario de Montevideo, y el consecuente inicio de
adquisiciones de tierras que terminaron por llevarlo a querer
afincarse en aquella lejana aldehuela antes de iniciarse allí
el éxodo del 1843, tiempo en que una parte de sus vecinos
españoles de Montevideo, también se fue volcando, al inicio
despacio, hacia ese pueblo surgido bruscamente junto al
cuartel del general Oribe.
Diez años antes había adquirido en precio mínimo, las
tierras que Solsona arrancó a la estanzuela que había sido
antes de Alzáibar, y que seguían incultas y desiertas, hasta
necesitar de años para salpicar de ranchos ese camino Real
que avanzaba viboreando desde las sierras de Maldonado:
mesón de Pacheco Medina, pulperías de doña Mauricia, de
Soca y González.
En un extremo del caserío, se veía la azotea de los
Patiño, en el otro, los ombúes de doña Mercedes. Poca
gente, pero seguramente con leyenda. Melones fue un
portugués medio ermitaño, que se creyó con derecho a
descansar un cuarto de siglo, porque había plantado, de
orden de Juan María Pérez, la costa del bañado, con sauce,
mimbre y álamo. Por allí también estaba Ramón Manso, un
Una Flor Blanca en el Cardal Página 429
patriarca negro, centinela incansable bajo el añoso ombú de
la playa de la Mulata.
Pronto empezó a subdividirse las tierras que había
sufrido su primer fractura cien años antes: estanzuela de
Alzáibar, y antes de Sebastián Carrasco; ahora, chacras de
doña Candelaria, de Xarpes, de Camejo, de Ramírez, y de
Pernas…
De repente, hamacándose en esos recuerdos distantes,
una húmeda neblina cubrió los ojos del hombre que parecía
que dormitaba, al concluir que sobre ese Cardal de la
Estanzuela, había hincado a varias décadas su impresionante
feudo…
…He de necesitarlo –le dijo Oribe-, así como a todos
los hombres de energía y de acción con los cuales levantará
ese pueblo, en el que, no en tanto, debió esperar casi 8 años
hasta la caída de Montevideo. Que tan fácil le pareciera
todo en aquel soleado día de febrero en que, desmontando
con su escolta ante el saladero de los Fariña, pidió a su
dueño una posada para quince días, tiempo que hallaba
suficiente para prepara su ataque a Montevideo.
¿Pero cómo, si en esos 15 días no atacó la ciudad?
¿Pensó realmente Oribe rendirla por el bloqueo y el
hambre? Y eso que el General traía un ejército tan
Una Flor Blanca en el Cardal Página 430
numeroso y aguerrido como nunca lo había visto ningún
campo Oriental.
En aquel entonces, ya se habían pasado siete años
desde cuando los hermanos Fariña lo recorrieron a caballo
por la primera vez, y comprobaron que ese campo era más
que bueno. Terreno raso, chirca, cardo, y un arroyo
cruzándolo. Doscientas seis cuadras con bajíos y quebradas,
tomando altura suavemente en medio de la loma. Enclavado
entre el Cardal y el Cerrito, lindaba con las chacras de los
Durán. Lo arrendaron por $500 a don José María Platero y a
don Domingo González.
Pero en el 43, esa Nueva Troya ya era otra cosa. Tenía
una instalación costosa. Postes de ñandubay; mangueras y
tendales de guayabo; alrededor del viejo ombú, 28 piezas de
severa edificación, con tejado de azotea, cornisa sin
adornos. Además, el floreciente saladero y todo lo demás.
Fue en aquellas 28 piezas de enorme capacidad, que el
General distribuyó las oficinas de sus Ministerios, la
Maestranza, la Imprenta del Ejército, la Comisaría… El
campo de los españoles Fariña fue ocupado
permanentemente por 600 infantes durante toda la duración
de la Guerra.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 431
Al fin de esta, el conflicto a los Fariña les habría
arrancado su negocio, una fortuna de un cuarto de millón de
pesos, y dejado el campo raso. Sin embargo, al morir
Andrés en junio de 1850, a su hermano Antonio le quedó el
honor de haber servido con devoción a una causa noble.
Al evocar esas reminiscencias, no nos quedan dudas
de que Tomás Basáñez fue uno de los principales puntales
en la Restauración. Tampoco habría dudado él, al iniciarse
el Sitio, de cuan cercana sería la victoria. Pero así que
corrían los años sin que se la anteviera, debió pensar que el
destino le ordenaba quedarse allí para siempre.
Habría deseado tal vez levantar en el Cardal un pueblo
que le recordara los cuentos de su padre sobre la costa
cantábrica: una gran iglesia de piedra, y a su alrededor
grandes casas de tejado y balcón saliente; angosta la calleja
con adoquines; los aleros arrastrando hasta la senda
enredaderas y sombras; un vago olor a humedad o de pasto
recién recogido, huyendo de los portalones; algún escudo
nobiliario sobre un dintel labrado. Pero todo era en fin, un
verdadero ensueño vasco.
La realidad fue otra. El conjunto de ranchos de adobe
tradujo hasta en su falta de alineación, el apuro con que fue
levantado; no existía la soñada iglesia de piedra; en su lugar
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oficiaba una pequeña capillita en medio de los naranjos; y
en vez de una población tranquila y soñadora, hervía el
gentío en el campamento en el medio del relámpago rojo de
los asaltos centellando en el horizonte, y el tronar de los
cañones resonando en el eco de la historia.
Para suerte suya, que unos años después apareció el
Coronel Reyes y sopló fuerte por sobre los terrones del
rancherío, y la Restauración apareció sobre el Cardal como
si esta surgiese bajo el ademan de un mago: casitas bajas,
agrupadas como por un sentido instintivo de mutua ayuda, y
en las cuales no debía respirarse otro aire que el íntimo de
los viejos hogares de la patria madre.
Fue en esa nueva Villa de la Restauración, ya nacida
adulta por un certero decreto, con sus casitas blancas y
puertas coloradas desparramándose hasta el límite del
campo; con sus molinos junto a los trigales; en un poblado
de surcos urbanos y gente antigua, que supo Tomás Basáñez
ser el patriarca que ese pueblo esperaba.
¿Pero cómo podía ahora en la vejez, olvidarse de los
otros; de aquellos desafortunados vivientes que el 3 de
noviembre de 1832, el General Fructuoso Rivera, mediante
el pago de treinta mil pesos, les otorga concesión a José
Vilaza, Domingo Vázquez y Juan M. De Silva,
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concediéndoles derechos para que introdujesen a 700
negros, a fin de ser vendidos como esclavos? ¡Imposible!
Suerte que por un nuevo decreto del Gobierno
sitiador, emitido el 26 de octubre de 1846, el General Oribe
determinaba de forma rotunda: “Queda abolida para
siempre la esclavitud en la República”.
La ley fue dictada por el Brigadier en su cuartel del
Cerrito, y su firma fue acompañada por la de su Ministro
Bernardo Prudencio Berro. Sin embargo, el no olvidaba que
esa misma la norma había estado precedida por dos
decretos. El primero, durante la Presidencia del mismo
Oribe en 1835, cuando había prohibido el ingreso de barcos
con esclavos, y dispusiera que todos los negros fueran libres
y estuvieran bajo tutela para protegerlos hasta los 25 años
de edad:
“Desde la promulgación de la presente Ley,
entran al goce de su libertad todos aquellos
esclavos que no hayan sido emancipados de
derecho anteriormente, en virtud de la
Constitución, u otras leyes y disposiciones
anteriores y posteriores a ellas”.
Posteriormente, otra norma idéntica surgió en 1842,
cuando el entonces Presidente Suárez había abolido la
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esclavitud. Pero nuevamente, el decreto había sido más un
deseo, que una realización posible de llevar adelante. No
obstante, ya pasados cuatro años desde aquel día, esta vez
Oribe lograba libertar definitivamente la raza oprimida.
Pero como en aquel momento el Gobierno del Cerrito
no disponía de tesoro, se estableció que el valor de los
libertados se declarase como deuda de la nación. “El Estado
la pagará después de la victoria” -les dijo el General-. Si en
verdad fue así, es de creer que bajo esta forma de
disposición, los amos de los esclavos se desprendieron de
sus negros de muy mala gana.
Pero no todos. Pues frente a esa actitud, contrastó la
que don Tomás Basáñez había formalizado junto al General
Oribe. Renunció por escrito a la indemnización debida,
arrastrando tras él, a don Pedro Olave, don Joaquín
Requena, don Norberto Larravide y don Cesario Villegas y
Luna, dueño de muchos negros en su establecimiento de
Pando…
Quien en ese momento estuviese a observar esa figura
dormilona del anciano bajo la sombra de fornido árbol,
fácilmente hubiese visto la leve sonrisa que
espontáneamente se le dibujó en la comisura de los labios,
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pero seguramente no lograría descubrir el motivo que
originaba tal emoción. Su mente estaba distante…
…Una tardecita del mes de octubre de 1846, en el
caserón de la callecita del Colegio la fiesta ya llevaba horas
bajo la mancha blanca y rosada de los frutales floridos, por
eso, luego comenzaron a encenderse los farolitos de papel
que formaban alegres guirnaldas, mientras un ritmo del
candombe era arrancado de los tamboriles.
En la celebración de aquella distante tarde, el ébano
vivo de los congoleses, mozambicanos y molembos,
festejaban frenéticamente su nueva condición de seres
libres, con un candombe en agasajo y honor de su noble
amo.
Dicen que hasta el último rincón del pueblo llegó ese
día el enardecido eco de la tambora y de tamboriles, de la
marimba en el porongo, del mazacalle y de los platillos.
Cuentan que era una música enervante y triste –tiene que
serla por ser negra-, pues parecía llevar dentro un dolor de
siglos.
Había en todos ellos un explícito motivo para tamaña
alergia. Los que habían sido hasta ese día esclavos de don
Tomás, se embriagaron ante el buen amo y el grupo de
invitados que los contemplaban desde el patio, bajo la
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tienda fragante de la copa del tilo, con el rojo carlón y el
mareante vino de la libertad inesperada. Brillante era en los
oscuros rostros la blanca cimitarra de la risa negroide, cuyo
tremendo respeto de esclavo no había limado aun el tiempo.
La lozana doña Juana Illa y Viamont de Basáñez, la
determinada dueña de casa, lucía su extraordinaria
hermosura en medio de la preciosa corona de vivacidad
formada por sus hijas, en las que el timbre de la raza –
belleza y señorío-, estaba en todas bien marcado. Junto al
hidalgo señor de la casa, estaba la enjuta estampa del
General Oribe, el placentero rostro de don Carlos Anaya, el
sombrío de su pariente Villademoros, la nuca colorada del
cura Ereño.
Y como no podía dejar de ser, los ministros y otros
personajes de la Restauración también animaban el cuadro,
estando estos marginados por espectadores más humildes,
todos como embobados ante el grupo medido y lujoso de los
elegidos.
Mientras tanto, el tam-tam traía lágrimas, arrastraba
sangre. La rueda desconocía el descanso; no había una
pierna, un brazo inmóvil. Girando las cabezas, los negros
multiplicaban el palmoteo. Las ágiles manos de diorita
volvían sonoros los grandes mates con semillas secas. Los
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tambores, el rítmico zapatear, la grave alegría de los
desterrados, los saltos acrobáticos y las reverencias del
gramillero, el vino desbordado de las pipas, parecía que
hacían subir el fuego nostálgico en sus corazones, y pronto
los libertos olvidaban medio y espectadores, para entregarse
a revivir el ambiente natal.
Había benguelas, minas, y cabindas, pero todos eran,
al fin, un sólo negro, gemido echado al viento, por todos
aquellos que no podrían libertarse nunca.
Las viejas libertas, con sus anchas caderas y los
rebocitos rojos, agitábanse que ni niñas con la misma
agilidad de las muchachas nacidas en el país. Los hombres
de motosas cabezas ya con patillas grises, observando a un
lado, fumaban sus cachimbos, y emitían de vez en cuando
gritos guturales, mientras los jóvenes –verdaderas estatuas
de azabache algunos-, pitaban en chala, requebrando a las
negrillas de amplias polleras de percal y ajustada basquiña
que les marcaba los núbiles senos.
De repente, gana nuevamente sus oídos, aquella
misma voz que fragmentara el frenético ritmo de los
tambores. Era la voz de doña Mercedes Lasala que, con ojos
llenos de lágrimas, moviendo acompasadamente su gran
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abanico de carey, estaba a articularle aquella ida tarde, un
perentorio comentario:
-“Que obra la tuya, Tomás. Darles la libertad y
dejarlos a tu servicio con sueldo… Bien deben ellos
quererte de rodillas”.
Al escuchar la acotación de la digna dama, sin
necesidad de elevar la voz, le contestó el noble señor, grave,
pero sonriente:
-“Es mi deber humano, y bien cumplido, Merceditas”.
Mientras lo decía, perceptiblemente su mirada
buscaba con amor el rostro perfecto de su compañera, y las
juveniles cabezas de sus seis hijos. No buscaba
confirmación por lo dicho. Era feliz, sentía que el cielo lo
había colmado.
A todo eso, crecía el alboroto, la jarana, el ruido de
los instrumentos selváticos, pero en un descanso, pronto
surgió entre el grupo de los invitados, una morena con el
turbante de un pañuelo a cuadros, que llevaba
cuidadosamente un gran vaso de leche recién ordeñada,
espumosa y tibia. Cuanto más, acercóse de forma diligente
hasta el General Oribe, y le ofreció con gran respeto:
-“¿Lechita de la burra del señó Jefeamo?”.
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Tomólo don Manuel sin hacer cualquier remilgo, y
agradeciendo, le dijo:
-“Tu no te olvidas, Tomaza… ¿Está linda la mansa?”
-“Como el día de hoy…, mi Dios la gualde, señó”…
Con las Tablas de la Ley en la Mano
La tardecita del último día del año de 1872 aun estaba
cálida, y las ramas del formidable tilo que había en el patio
de la casona, insistían en proyectar perezosamente su fresca
sombra para proteger tan noble amo que, en su sillón de
mimbre, dormitaba ahora entre espectros de sueños añejos
de una reproducción de su vida…
…¿Donde abrevaban la justicia los pobladores del
Cardal? Gente de chacra y puestos, saladeristas, atahoneros;
pulperías de palenque, escuelita de diez niños; idilios de
reja; almas límpidas.
En el primer cuarto de siglo, aquello era campaña
pura, pero asonada en las puertas del Montevideo viejo. Era
tan solo campo surcado por cuatro arroyos con exiguos
núcleos de poblado para tanta extensión: Las Piedras,
Miguelete, Canelón Chico, Peñarol, Pantanoso, Toledo,
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Manga y Cardal. Eran jurisdicciones primitivas a las que
llamaban de “partidos”.
Un decreto de 1827 había nombrado a don Adrian
Ortiz, el Juez para mucha área y poca gente. Hasta 1835 no
se encuentra más nombre que el de éste, en una enorme
jurisdicción en la que cabía el antiguo caserío Cardal y el
restante de los partidos. Pero a partir de ese año, ya se
concreta un juzgado en el poblado de Manga, y allí
concurría ahora el vecindario del Cardal. Juan Pedro Oliver
es su primer Juez. Muchos nombres de otros jueces dignos
pasarían por allí durante los años siguientes.
Sin embargo, mismo con el Ejército Sitiador
acampado en los campos del Cerrito, hasta 1845 tampoco
había juzgado en el ya desorganizado pueblo del Cardal. No
en tanto, por avenencia del Gobierno del Cerrito, el 2 de
enero de ese año, el juez Francisco Farías firma el acta que
marcaría el nacimiento del juzgado del pueblo de la
Restauración.
A partir de ese día, dispuesto sobriamente en uno de
los ranchos del beligerante campamento, tuvo su sede el
nuevo juzgado durante tan solamente un mes, y hasta él, se
arrimaron los vecinos del Cardal en demanda de la Ley.
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¿Pensó realmente Oribe establecer en el Cerrito la
capital de su “Gobierno”, siéndole intolerable disponer para
residencia del mismo “la costa de un arroyo, o un molino de
viento?, como humorísticamente lo destacaba Florencio
Varela desde su “Comercio del Plata”. Tenemos que creer
que sí. Al menos, por el plano de del ingeniero Reyes en
1845, y por un aviso que salió en el “Defensor” en 1846,
ofreciendo manzanas en el nuevo “pueblo”, a 200
patacones, ¡y a plazos!, podíase atribuir que sí.
En ese momento inicial, un hombre de confianza de
Jefe, era quien estaba encargado de esa venta, que no
prosperó. Era don Francisco Farías, el primer Juez de Paz,
que en su instancia, supo alternar sus tares judiciales con
anotaciones de las ventas diarias en el campo recientemente
amojonado.
Una mañana se presentó a su despacho, don Felipe
Maturana, sargento mayor de caballería de línea, y Edecán
del Excelentísimo Sr. Presidente de la República,
reivindicando “en su nombre y en de los co-herederos de su
finada madre doña Josefa Durán y Pagola, las tierras del
Colorado, que decían suyas don Gregorio Quincoces”…, y
en la tarde de ese mismo día, el Juez que había recibido la
demanda dándole el trámite de práctica, anotaba en una
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libreta-registro la venta de la manzana 41, o el compromiso
por “el solar que enfrentaba a la portera de los Fariña”.
Para quien lo viese, no cabía recelo que la actividad
singular de ese hombre, y los relativos descansos de que
gozaba, le permitían ejercer la doble función. Su juzgado,
por otra parte, con el pasar del tiempo trabajaba un poco
menos cada día. Aumentaba la población y se eclipsaban los
pleitistas. Se explica. Los que en el campo sitiador
esperaron la instalación del juzgado para apagar en él su sed
de justicia sin contar mucho con la balanza “policial”,
fueron contemplados de entrada. Los pleitos, a partir de ahí,
tenían que disminuir.
Por otra parte, los demandantes del nuevo pueblo
también deponían un tanto sus pequeños rencores,
atemorizados por el trámite no siempre rápido, y por los
sellados. Porque hay que reconocer que el Cerrito usaba
sellados propios, impresos en su imprenta, y vendidos en el
Cardal, en la calle principal de la Restauración.
Pasado el primer mes, desde febrero de 1845, ya no
tenía don Francisco Farías su juzgado en el campamento
general del Cerrito. Ahora firmaba sus actas “en el paraje de
los Olivos”, en la antigua quinta de Tejada, situada en un
camino entre la Villa y el campamento. El paraje era
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pequeño, y el juzgado debió codearse con la capilla en la
que a veces el cura Ereño oficiaba sus misas, y con la
cárcel, junto al macizo de Ferreño.
Los cuatro años de su gestión judicial, Farías se lo
pasó en ese punto, una quinta de árboles pálidos y apacibles,
que tiene su salida fiscal en 1769. Pero el juzgado se iba
aproximando del poblado. Primero en el campamento,
después en los Olivos, hasta que en enero de 1849, se eligió
un nuevo juez, y el juzgado pasó directamente al centro del
pueblo. Precisamente a una de las habitaciones de la casa de
don Tomás Basáñez, en la calle del Colegio, entre los
naranjos y…
Al mediar 1849, el juez Farías le pasó finalmente su
sitial. Es de adivinar la alegría interior que sintió ese nuevo
buen juez Basáñez, cuando recién nombrado en el cargo,
obligó a Manuel Cachila a pagar a doña Florinda, no sólo
tres años de trabajos domésticos no satisfechos, sino
también cierta cantidad “para la cría del hijo que el
demandado había tenido con ella”.
Ciertamente era el mismo regocijo que sintió cuando
desestimó una querella de desalojo y cobro de pesos,
“porque tenía orden verbal del Presidente Oribe de proteger
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de todas maneras la familia de los individuos estaban en
servicio activo”.
La ley podía obligarlo, pero él encontraba siempre
manera de humanizar sus sentencias. Tuvo la intuición de
que podía ser, con las tablas de la ley en la mano, “tan justo
como inicuo”.
Si no lo fue alguna vez lo primero, nunca cayó del
todo en la verdadera iniquidad legal. Domó la ley siempre
que pudo. Así fue en el “pleito de la mula muerta”, en que si
el testimonio decisivo del pastoriador no pudo caer en la
balanza porque el muchacho tenia doce años, hizo pesar en
ella la sangre de la mula de doña Antonia, “totalmente
ultimada por el chuzazo de Gentil”.
Aunque la compasión fue el viso más definido de su
carácter, no utilizó jamás dos medidas. El desheredado
supo, sin embargo, lo que era la justicia distribuida por ese
hombre: una mano, que el pobre necesita, y la ley también,
porque a su contacto se humaniza. Y eso pasó con don
Tomás Basáñez sin desmedro de la justicia misma. Nunca
hizo pesar demasiado la piedad hasta convertir la sentencia
piadosa para el pobre, en un desequilibrio injusto para el
poderoso.
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Amigo íntimo del Dr. Capdehourat, amparó contra él
a su demandado –Petronilo Alonso. Compadre del doctor
Azarola, intercedió a favor de Mariano Pereyra en peregrino
expediente del 1851.
Detalle de la cuenta: “Por el viaje a caballo propio a la
estancia de los Burgueño, en el Mosquito, que dista 14
leguas, -cuatro patacones la legua- 56 patacones. Por la
operación del labio leporino; 34 patacones. Por permanecer
tres días en la estancia, cuidando, sangrando, aplicando
sanguijuelas al susodicho; 60 patacones”.
Modesto, en realidad el monto total. Pero la guerra
había arruinado las estancias, la época es terrible, y aunque
el Juez comprende la justicia de la demanda, intercede ante
el doctor Azarola, obteniendo para Pereyra, a quien no ha
visto nunca hasta entonces, una quita que aligera el alma del
buen juez.
Cuando dejó el juzgado en 1852, es de creer que debió
hacerlo con pena, por no haber podido doblegar siempre la
letra de la ley; por haber lastimado alguna vez la apariencia
de un derecho, o el haber sostenido, obligado, contra el
pobre, la pretensión del rico torpe, que disponiendo de “la
razón y de la piedad”, sólo ejerció la primera, porque la otra
pareció confinar con el despilfarro o con la flaqueza…
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Las Hojas del Árbol Comienzan a Caer
Todo duerme ya en la muerte y el tiempo… Apenas
puede darnos su crónica la historia, minuciosa espigadora.
Manos pulidas de los señores, encantos de damas muy
entendidas en ricas y autenticas elegancias, manos rudas de
los esclavos, humildes instrumentos de candombe, desfile
incesante de entorchados y sedas, rostros angélicos, caras
negras de expresión sumisa, poderío de don Tomás
Basáñez: casi todo ha desaparecido ahora, lenta,
oscuramente en un descenso igualitario hacia la sombra.
La memoria nada perezosa retrocede hasta un cierto
día de 1862, cuando una ignominiosa flecha comenzó a
doblar su sinecura y marcó la profunda herida que terminó
por arquear su destino: era el año en que murió su
compañera de toda la vida.
Hasta ese entonces, había sido asombrosa su actividad
y no hubo progreso local en que no se iniciara con él al
frente de los avatares.
Subdividió su feudo al llegar, y en los solares que
fueron suyos, edificóse la zona urbana del poblado. Regaló
al gobierno del Cerrito tres manzanas centrales para colegio,
iglesia y plaza. Estuvo junto a Larravide y a Fuentes, su
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consuegro, en el camino que hicieron para recorre los
ómnibus. Junto con don Norberto, también en la
construcción del ruedo español; y a don Lorenzo Cardona
en el molino de los fondos del templo. ¿Cuánto tiempo,
ya?... Ni lo recuerda el avejentado hombre.
…Sabe si, que salieron del horno suyo, los enormes
ladrillos con que se levantó la Unión; de sus saladeros, la
carne para la tropa sitiadora; y de su quinta de la Grasería,
el aceite de potro y las velas con que se alumbró durante
tanto tiempo la población naciente. Fueron suyas también
las piedras para calzar las desnudas calles del Cardal, que
desde 1866 se la arrancó Diego J. Martínez a la cantera de
Basáñez.
Un campo de varias hectáreas le servía de límite.
Campo quebrado, dejaba ver, de trecho en trecho, la piedra
de su entraña. Diego Martínez inició una rápida inspección
por las lomas del campo de don Tomás, hasta que halló a
flor de tierra la piedra que buscaba. Se la dio en concesión
al señor Castellanos para iniciar lo antes posible el acuñado
de las calles…
Sus últimos años lo ataron a su recuerdo. Hasta ese
día, don Tomás había sido un hombre como muchos,
apasionado y virtuoso. Había conocido el amor y la
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ambición; pero llegó el momento en que vio extinguirse lo
primero, y lo otro, penoso también, de ver satisfecho lo
segundo, sin sentir alegría...
…En ese derradero momento había pasado de los 65 y
su cuerpo aun se sostenía erguido, tersa la faz, apenas algún
poco de gris en las sienes. Tenía la ambición satisfecha, y
una hermosa familia crecida en la opulencia y en la ternura
hogareña. Era joven. Se sentía joven, esperanzado todavía.
Libre ya de las turbulencias pasionales, su dicha era
reposada.
Ese hombre avanzaba en la vida tan lentamente, que
sólo los que dejaban de verlo por largo tiempo, se daban
cuenta del cambio de su fisonomía. Basáñez parecía
estancado en la edad indefinida, pero lejos de la vejez.
De pronto, en una semana, fue capaz la mezquina
neumonía de arrebatarle a Juana, su adorable compañera; y
en esa semana de 1862, desapareció de golpe la ficticia
juventud de ese hombre. Ocho días fueron suficientes “para
apagar una mirada”, para que una espalda se encorve. El
viejo estaba dormitando en ese joven, y no necesitó una
enfermedad para despertarlo, bastó sólo con una desgracia
para doblarle el alma.
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Alguien ha lamentado no haber escrito la fabula del
árbol que quiso guardar sus hojas. Le fue fácil en el estío,
pero cumplido el plazo inflexible en que deben caer,
entonces, a pesar de sus esfuerzos por conservarlas, estas
huyeron en remolino, y el árbol pudo ver en el arroyo su
oscuro esqueleto, idéntico al de los otros a los cuales
hubiera no deseado asemejarse nunca.
Basta una sola tormenta para desnudar un tronco, para
envejecer un alma. Ese año, fue aquel en que don Tomás
Basáñez se convirtió en un cartujo.
Un Otro Sueño Se Apaga
Los ojos del anciano parecían estar cerrados en un
veladuerme vacilante, sin embargo, no dormía. Recuerdos
de voces lejanas retumbaban en su mente. Eran las antiguas
reuniones organizadas por sus hijos en los salones del
casaron, o en el patio de la quinta…
…Cuantas grandes damas circulaban en los diversos
cenáculos que allí eran organizados: Juana Illa y Viamont
de Basáñez, María Hines de Larravide, Teodora Lima de
Vilaró, Ana Rella de Bianqui, Clara Sierra de Díaz,
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Manuela Rama de Pijuán, Francisca del campo de Arboleya,
Bernarda Aguirre de Fernández, Paulina F. de Díaz, Felipa
A. de Segundo, Gregoria Pérez de Vila, Celmira Iriarte de
Ressing, Belarmina U. de Ribas, Dolores N. de Iriarte,
Carmen A. de Arboleya. No en tanto, otras veces allí
concurrían distintas destacadas damas del vecindario, como
doña Agustina Contucci, la esposa del General, Fátima Díaz
de Acevedo, madre de Eduardo Acevedo Díaz, y Manuela
Gómez de Visillac, madre del General José Visillac.
Seguramente que aquellos fueron días de tertulias
inolvidables. Algunas veces solían ser bailes al que asistía el
mundo social de aquel pueblo, y organizados en las casa de
uno u otro, para distraer las sílfides radiantes y hermosas
hijas de estos nobles.
Sin embargo, ese domingo que ahora merodeaba sus
recuerdos, traía a flote una selecta peña de mozos que se
habían agrupado en la quinta de don Tomás, y en ella
explayaban sus risas y conversaciones alrededor de Adolfo,
hijo del amo dueño de casa. Porque Adolfo León Basáñez
Illa acababa de recibirse de Doctor en Jurisprudencia.
Era el grupo de los graduados de 1854, y en él estaban
junto al anfitrión: Plácido Ellauri, los hermanos Eustaquio y
Domingo Gounouihou, como él, también doctores en
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jurisprudencia. Los acompañaban Idelfonso y Doroteo
García Lagos, Mariano Ferreira y José Pedro Ramírez,
todos ellos bachilleres.
-¿Quién sabe un día también no será Juez?
Seguramente un gran futuro lo espera… -pensó don Tomás
para sí, mientras se distraía con el jolgorio de los visitantes.
Al año siguiente, más precisamente el 24 de enero de
1855, Adolfo León Basáñez contraía matrimonio con
Mercedes Fuentes Méndez Caldeira, y pronto le vendrían al
matrimonio sus cachorros. No obstante, este no había sido
el primero de los hijos a casarse. El mes de julio de 1850 ya
lo había hecho Carolina, y el 3 de marzo de 1853, había sido
la vez de Rosa Felipa.
En ese entretanto posterior al casamiento, su hijo se
entretuvo, entre otras cosa, a ejercer la abogacía y en la
ayuda con la administración de los negocios de la familia,
mientras de reojo acompañaba atentamente los acalorados
vaivenes de la política de aquel entonces. Así fue hasta que
el 8 de mayo de 1858, entró por la puerta grande de la
política, y fue elegido Legislador asumiendo su lugar en la
Cámara como Diputado por Minas, en un mandato que se
extendió hasta el 14 de febrero de 1861.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 452
Las referencias y exámenes de los postreros años que
se siguieron a su época legislativa, muestran que pronto los
hechos le consignan interesantes triunfos en el ámbito
público y jurídico, pero al saber el desenlace de los
acontecimientos finales, podemos conjeturar que Adolfo se
mantuvo muy próximo de las vicisitudes políticas y de los
avatares que enfrentaba el Partido Blanco.
Consta en los anales de la historia, que el 5 de marzo
de 1870 marca el inicio de la denominada “Revolución de
las Lanzas”, una nueva sublevación desencadenada por los
Blancos contra la política del entonces Presidente Lorenzo
Batlle, y con la finalidad de obtener representación en el
Parlamento, así como para “hacer respetar las
prerrogativas del ciudadano amante del orden”. En ese
momento, Adolfo tampoco se mantuvo al margen de los
hechos.
Liderado el levantamiento por el General Timoteo
Aparicio, éste rápidamente expresa en su proclama:
“Compatriotas: después de cinco años de
persecuciones, de ostracismo, de martirios,
tomamos las armas respondiendo a vuestros
votos, inspirados por el sufrimiento de la patria”.
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El ejército revolucionario del Partido Nacional,
contaba en sus columnas con un número cercano a los 6 mil
hombres, y en sus filas estaban engajados jóvenes como
Lussich, Juan Ganzo Fernández, y Aparicio Saravia da
Rosa, -ambos con 14 años-, y el propio Coronel Adolfo
León Basáñez, entre muchos de los otros bravos que, aun
vivos, continuarían a pelear en las revoluciones posteriores
hasta la definitiva de 1904.
Dando secuencia a los hechos de ésta revolución, el
28 de mayo de 1870, Timoteo Aparicio, en el paraje
conocido como Espuelitas (Lavalleja), enfrenta a las fuerzas
del gobierno comandadas por Manuel “Manduca” Carbajal.
Este fue el primer combate de la llamada “Revolución de las
Lanzas” y fue victoria de Aparicio.
Lo que fue registrado como Revolución de las Lanzas
(1870-1872), o recordada por otros como la montonera en
que los insurrectos “blancos” dirigidos por el caudillo
Timoteo, originó destacadas batallas como: la del Paso
Severino, la del Corralito, la toma de la Fortaleza del Cerro
de Montevideo, la batalla del Sauce, la de Manantiales, la
de la Unión, y un sinfín de refriegas menores realizadas en
esos dos años.
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Pero por fin llega el día en que ambos lados deben
buscar la concordia, y el 10 de febrero de 1872, en Buenos
Aires, representantes de los desafectos suscriben la
Convención de Paz. Estaban presentes el Dr. Carlos
Tejedor, Ministro de Relaciones Exteriores de la República
Argentina; el Dr. Andrés Lamas, agente confidencial del
Gobierno uruguayo; y los doctores. Cándido Juanicó, José
Vázquez Sagastume y D. Estanislao Camino, como
comisionados de la revolución.
La misma acta es ratificada por Coronel Timoteo
Aparicio el día 22, pero al surgir diferencias, se debieron
continuar las negociaciones hasta el mes de abril de ese año,
donde ambas partes firman el documento final en que se
acuerda la paz. De manera verbal, finalmente se concedió al
Partido Blanco, cuatro Jefaturas Políticas del País.
Finalmente, el día 6 de abril de 1872 se firma lo que
convinieron llamar de la “Paz de Abril”. Por ella:
“Los Orientales renuncian a la lucha armada y
someten sus respectivas aspiraciones a la decisión
del País, consultado con arreglo a su Constitución y
a sus Leyes por medio de elecciones para la
renovación de los poderes públicos”.
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La fórmula definitiva fue suscrita por los Ministros
del gobierno uruguayo: de Guerra, Marina y Relaciones, y
de Hacienda, representados por el Dr. Emeterio Regúnega,
General Juan P. Rebollo y Dr. Ernesto Velazco,
respectivamente; por el Cónsul General argentino, Don
Jacinto Villegas en representación de su gobierno mediador;
y los comisionados de la Revolución, Coronel José G.
Palomeque y Don Estanislao Camino.
Al licenciar sus tropas, el General Timoteo Aparicio
se expresó en éstos términos:
“Vuestros sacrificios no han sido estériles.
Hemos conseguido para el país una situación
que puede llegar a ser el más completo triunfo
de nuestro programa revolucionario.
Si como lo creo firmemente, el sufragio popular
ante el cual hemos inclinado nuestras armas,
llega a ser una verdad en todo el país; si la
reconstrucción de los poderes públicos y el
tener por única base la voluntad nacional
libremente expresada en las urnas electorales
se realiza, podemos decir con orgullo que la
victoria ha sido nuestra, sean cuales fuesen los
hombres o los partidos que vayan al poder
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llevados por la práctica de las instituciones
democráticas. Finalmente los exhortó a
mostrarse “tan grandes ciudadanos en las
urnas como generosos y valientes en la pelea”.
Pobre y valiente Coronel Basáñez, uno de los
aguerridos comandantes del ejército revolucionario. Caro le
costó la satisfacción de participar en esas contiendas, y la
complacencia de sentirse un victorioso al fin de las mismas,
pero quiso el destino que en la refriega conocida como de
las Tres Cruces, ocurrida un poco antes de ser firmado el
armisticio, cayera mortalmente herido.
Sin embargo, hubo un tiempo después de la muerte de
su amada Juana, en que pudo creerse como una reacción de
ánimos, en la cual don Tomás pareció interesarse por los
triunfos de su hijo.
En su momentos, había llegado a ser un distinguido
abogado, agente fiscal, representante del Partido Blanco en
la Cámara Baja, llegando inclusive a parecerle que, en ese
ritmo, escalaría rápido muchas otras posiciones importantes
en la vida política del país, pero vino la revolución, y ahora,
el cuerpo ya rígido de su hijo estaba, ante sus ojos, siendo
enterrado con honores al día siguiente de la escaramuza…
Una Flor Blanca en el Cardal Página 457
Ahora don Tomás, ya de cuerpo y alma envejecidos
por el tiempo y otras penas, sintió que su cartujo se le
encorvó más todavía.
No hay Quejas… Sólo Resignación
El mes de febrero de 1873 continúa presentándose
cálido y húmedo, y como siempre, el anciano sigue sentado
bajo el tilo, entregándose a reminiscencias que le permiten
soñar y dialogar silenciosamente con sus queridos
fantasmas…
…Salía tan sólo para llegar hasta el templo, en cuyo
altar propio, hincaba la rodilla, aflojando el alma. Todas las
hijas habían pasado bajo esa bóveda de la catedral de San
Agustín, para salir después, radiantes, bendecida la boda
suntuosa.
Del fresco ramillete de doncellas que había poseído,
hacía muy poco tiempo (1867), que Ruperto Butler de las
Carreras había escogido a su hija Valentina, nacida en 1834;
en 1853 había sido Alfredo Pochet quien se casó con Rosa
Felipa, nacida en 1830; Carlos Beherens había desposado a
Carolina Emilia en 1850, la primera de sus hijas (nacida
Una Flor Blanca en el Cardal Página 458
1828); y por fin, Ángel Verde, en 1872 se había casado con
Juana Brígida, nacida en 1832.
Sufrió ese padre los sucesivos desgarramientos que
los casamientos provocaban, pero estos eran amortiguados
con un pedido tierno:
“que se fueran al nido nuevo, pero siempre que
se anunciara un heredero, debía regresar la
pareja al caserón antiguo”.
Luego los nietos fueron llegando al mundo en el
mismo lecho de la abuela patricia, en la pieza cuyo ventanal
se abría bajo la sombra veraniega de los parrales, oficiando
en el trance la única comadrona de pueblo; el mismo fuego
en la chimenea, siempre intacto el artesonado de duras
vigas.
Desde siempre, a don Tomás le había gustado de ver a
los de su sangre recorriendo el camino por el cual él
ciertamente no volvería más. Pero se vino la sublevación de
los comandados por Timoteo, y el doctor Basáñez,
comandante revolucionario, ya no estaba más entre los
vivos.
Desde mucho tiempo antes, se había acostumbrado a
no llevar en cuenta a Julián, que muy joven había partido
sin llegar a alcanzar el uso de la razón, pero después del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 459
maldito infortunio de 1870, le quedaba ahora, único báculo,
el hijo de su nombre de pila.
Pero Tomás Basáñez Illa se fue también, se le había
ido llevando envuelto en nieblas el espíritu. Apenas algunos
años antes, éste se había casado con Josefa Barrera Benítez.
Ahora le restaba al abuelo la infancia de Ecilda, un abuelo
que ya tenía los cachorros de Adolfo para cuidar.
Los pequeñuelos, aun los huérfanos más sagrados, no
bastan. El triste abuelo no está dispuesto a jugar con ellos, a
descender hasta su edad, a contarles cuentos, siempre los
mismos, a escuchar de sus labios incontaminados las
deliciosas confesiones.
Ahora está solo Basáñez, definitivamente solo. Ya no
conseguían los íntimos cambiar su habitual actitud:
reconcentrado y silencioso, parecía no conservar fuerzas ni
para sufrir.
Ahora sí conoce la indiferencia del alma. Ahora sí, el
antes altivo terrateniente que pudo disponer de su feudo
para regalarlo al gobierno de su partido, es en definitiva el
viejo Basáñez.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 460
Cae la Última Hoja
Así marchaba ese mismo mes de febrero en una
conclusión sin dilación. Los lazos que podrían atar al
anciano a la vida, no se mantienen a su lado todos los
momentos. En la laguna de la quinta sus ojos contemplan
ahora el tronco desnudo de sus días. Se han desprendido su
rama muchas hojas: Juana, la compañera perfecta; Adolfo,
el que debió esclarecer el respetado nombre vasco; Tomás,
escapado por la puerta de la locura.
Don Tomás ha puesto definitivamente todo el afecto
en esas sombras y ya no teme más la muerte.
En sus nostálgicos sueños bajo el tilo, lo rodea la
antigua atmosfera familiar. La casa no ha cambiado; en
tantos años nunca dejó la glicina de tirar un ramo por
encima del muro; a esta hora del atardecer, tía Maruka
siempre encendía los candelabros antes de acostumbrarse
con la novedad de la lámpara. Esa luz ayudaba a iluminar
sus queridos fantasmas del pasado.
Pero ahora ni el padre Gadea, ni el doctor
Capdehourat consiguen arrancarlo a sus pensamientos. Por
esa puerta se ha colado tantas veces el frio, tantas veces el
Una Flor Blanca en el Cardal Página 461
viento… Por ella llegó el Amor hasta su casa dichosa. Por
ella también ha de venir luego el eterno sueño…
En los momentos finales tiembla el corazón del
hombre que no está seguro de haber vivido… porque sabe
que ha sobrevivido.
Finalmente el campanario de la iglesia San Agustín,
apadrinados años antes por su gran amigo Pedro Olave,
hace redoblar intensamente los carillones con un retumbo
afligido, entristecido, quien sabe, por ansiar querer avisar a
los vecinos de la Villa de la Unión, que finalmente ese 27
de febrero de 1873, fallecía don Tomás Basáñez en la quinta
de un pueblo que supo construir.
Ese día partía hacia el nirvana, el alma de un hombre
que hacía 77 años había nacido con el albur de dejar la
marca, que si no fue con el abolengo de su apellido, al
menos supo dejar un pueblo que se convirtió eternamente en
ciudad.
Sus ojos no alcanzaron a ver, cruzando la Villa, el
penacho de humo blanco del Ferrocarril a Pando, pero igual
quedaron a su partida, sus infatigables esfuerzos a favor de
esa mejora para su comunidad.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 462
(*) Adaptación con alguna corrección e disquisición adicional,
del texto original de algunos capítulos de Aguafuertes de la
Restauración –Luis Bonavita
Una Otra Semilla del Viejo Árbol Euskaro
Los pocos bienes que aun habían quedado de
propiedad de don Tomás, luego fueron siendo vendidos por
su familia durante la década siguiente, hasta que su nombre
se restringe solamente a recordarlo en el Uruguay, como
identificación de una apacible calle que bordea el lado
derecho del Cementerio del Buceo.
Sin embargo, la misma llama entusiasta que había
venido casi un siglo antes desde aquel lejano pueblito de
Erandio, no se había apagado aun en el Uruguay, porque el
día 11 de octubre de 1891, ella vuelve a reaparecer en
escena durante un fracasado intento revolucionario del
partido blanco, que había sido perpetrado contra la
conducción del Presidente Dr. Julio Herrera y Obes.
Cuenta la historia que desde el mes de agosto del
1891, ya se venían reuniendo clandestinamente los
complotados, cuyo grupo principal lo integraban el Dr.
Duvimioso Terra, el Dr. Pantaleón Pérez, y los Sres.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 463
Ventura Gotuzzo, Antenor Pereira (diputado por
Montevideo 1899-1902), Manuel Barreto, Benito Montaldo
(diputado por Cerro Largo 1919-1923), y Juan Cruz y Costa
(diputado por Florida 1870-1873).
Las ideas de estos hombres fueron macerando en un
caldo de desconforto, hasta que cierto día, los Coroneles
Valentín Martínez, Roberto Usher y Andrés Klinger fueron
abordados por los revolucionarios, solicitándoles para que
ellos y sus comandados participasen en el complot que
estos estaban gestando. Una vez aceptada la propuesta, de
inmediato, ellos comunicaron al gobierno cuales eran los
intencionales planes del grupo revoltoso.
Julio Herrera y Obes, con el pensamiento abstraído,
les agradeció por la información, y los instruyó para que
participaran de esa maquinación y prontamente le
notificaran de todos los detalles del mismo.
Y así ocurrió hasta el día en que se llevaría a cabo la
acción, donde el Coronel Usher quedó encargado de detener
con voz de prisión, al Dr. Terra, a Ventura Gotuzzo y al Dr.
Pantaleón Pérez.
Por otro lado, ese mismo día, en la esquina de las
calles 8 de octubre y Comercio, (otros afirman que fue
frente a la confitería La Liguria), en pleno corazón del
Una Flor Blanca en el Cardal Página 464
barrio de la Unión, se había establecido el grupo armado de
los revoltosos, formado por gente de la “Sociedad de
Socorros Mutuos del Partido Nacional”, una entidad que
había sido fundada por el propio Dr. Pantaleón Pérez,
médico filántropo de gran arraigo en la zona de la Unión.
En el desarrollar de la refriega, este grupo fue atacado
casi de sorpresa por un escuadrón del batallón Nº 4 que ya
esperaba por los acontecimientos, y en el transcurso de la
violenta escaramuza, terminaron cayendo muertos los
ciudadanos nacionalistas Adiamantino Fernández, Miguel
Stella y Manuel Adhemar Cordones.
Hubo también varios heridos, en donde, entre los de
más gravedad, se encontraban: Pablo Montes de Oca, Juan
Reboledo, Rodolfo Horne, Lindero Spikerman, y Heraclio
Basáñez, un pariente de don Tomás, el mismo patriarca del
barrio-pueblo.
Posteriormente a la intentona, el Dr. Pantaleón Pérez,
ya preso en el cuartel, intentó evadirse y murió tras ser
baleado por la guardia.
Pinzando el nombre de este emparentado, apreciamos
que cinco años después de ocurrido el hecho, el mismo
muchachote que participara ardientemente en el fracasado
intento revolucionario, y para ser más exactos, el día 8 de
Una Flor Blanca en el Cardal Página 465
octubre de 1896, comparecería a la dependencia del
Registro del Estado Civil, para registrar que: “a las seis y
media de la mañana del día 30 de septiembre del mismo
año, había nacido Juan Carlos Basáñez Aguirrezabala, hijo
de Heraclio Basáñez Hijo, oriental, empleado de 28 años, y
de Ignacia Aguirrezabala, oriental de 23 años. Vivian en la
calle Cerrito nº 15”, (en el perímetro de lo que había sido el
casco del Montevideo viejo).
Consta en el registro, que los abuelos Heraclio R.
Basáñez de 49 años, y Rosa Pérez de 48 años, vivían en la
misma finca del declarante, y del lado materno, Ignacia
Echabeguren de 50 años, viuda, era domiciliada en el
Departamento de Tacuarembó.
Fueron testigos del registro: Isidro Fynn Hijo, oriental
de 28 años, domiciliado en la calle Buenos Ayres 75;
Eugenio Fazio, italiano de 26 años, domiciliado en Misiones
167 (todas calles del perímetro de la antigua Ciudadela).
Firmó el acta en el 16vo., al margen número 432 del libro,
Cipriano Martínez, Juez de Paz de la 2da sección del
Departamento de Montevideo.
Lo que nos consta en el documento, es que estos
sucesores del apellido, eran descendientes directos de
Francisco, el hermano menor de Tomás, que si no tuvo la
Una Flor Blanca en el Cardal Página 466
misma presteza de su consanguíneo en lo material, por lo
menos permitió que la rama de los Basáñez continuase a
echar raíces en los siglos subsecuentes en la tierra que don
Manuel un día supo escoger.
Ciertamente no fueron muchos, porque el recién
nacido, Juan Carlos Basáñez Aguirrezabala, fue único hijo
varón de ese último casamiento del siglo XIX, y también
tuvo él, y sus descendientes, un único hijo varón en cada
una de las generaciones postreras que llegan hasta los días
de hoy.
De él vinieron en descendencia directa: Juan Carlos
Basáñez Mannocci (1926-1988), Carlos Guillermo (1949),
Jorge Daniel (1970-2003), Guillermo Diego (1970), Rafael
(1980), y una última generación formada por Leonardo
(1999 - Erexim -RGS. BR), y Eduardo (2005 - Porto Alegre
- RGS. BR).
Igualmente, de Teresita de Jesús, una hija viuda
nacida de Juan Carlos Basáñez Mannocci, en Florianópolis,
Brasil, están sus hijos: Raúl (1982), Juan Carlos (1987) y
Víctor (2000).
Lamentamos que por la falta de documentación
comprobatoria, aun haber quedado en el tintero varios
enigmas sin desvendar, de manera que, una vez
Una Flor Blanca en el Cardal Página 467
esclarecidos, estos pudiesen enriquecer aun más al noble
don Tomás, hombre de tan distinguido apellido vasco que al
día de hoy, se restringe a la nomenclatura de una calle
montevideana, y el nombre de un club de futbol de la liga
de Montevideo (fundado en 1920), con sede social en el
famoso barrio de La Unión, el cual, por homenaje a este
ilustre fundador de la Unión, lleva el apellido en su escudo,
y los colores de la bandera vasca en su uniforme.
Saque pues el lector algunas conclusiones del
entresijo que aún falta desvendar, como:
-¿Ocurrió de tal forma la venida del patriarca
don Manuel a tierras del Plata a fines del siglo
XVIII?
¿Su unión matrimonial estuvo revestida de
alguna trama o contrariedad enigmática?
¿La fortuna atesorada por don Tomás, era
parte del espolio resultante del General Viamonte,
abuelo de Juana?
-¿Fue don Tomás un visionario inversionista
que se anticipaba a los eventos, o un simple
pancista a la sombra de los acontecimientos?
-¿Sería él, un mero servil a los intereses de
otros, y del suyo propio?
Una Flor Blanca en el Cardal Página 468
-¿Fue realmente un Juez “tan justo como
inicuo”?
-¿Sería su hermano Francisco, por haber
permanecido viviendo en la entonces Ciudadela
sitiada, un adversario político que habría actuado
en las huestes de Rivera, o del partido Colorado?
-¿La lapidación de las fortunas de todos los
mayorales del Cardal, ocurrió por imprevisión de
los mismos, o por causa de un ajuste de cuentas
por parte de los gobernantes del partido opositor
(colorados), que rigieron el país después del
armisticio de 1851?
Ciertamente estas cuestiones permanecerán en
suspenso en la mente del lector, ya que en este relato
histórico donde es necesario imaginarse el pasado,
germinarán otras encrucijadas en la que surgirá la duda, y
otros hechos pueden quedar ocultos por la evidencia de la
propia acción, donde concluyentemente se deformará la
cualidad humana, permitiendo florecer hesitaciones y
contradicciones de pensamientos.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 469
BIBLIOGRAFIA
-Aguafuertes de la Restauración y Sombras heroicas, de
Luis Bonavita; Montevideo. 1943 y 1945.
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Ferdinand Pontac (Luis Bonavita). Montevideo. 1962.
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de Hugo Baracchini y Carlos Altezor. Montevideo, 1971.
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Calabria; Montevideo. 1984.
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Urbanismo. Facultad de Arquitectura.
-Los barrios de Montevideo. 2/La Unión, de Aníbal Barrios
Pintos y Washington Reyes Abadie. Montevideo. 1991.
-La Unión, de Fernando Assunção e Iris Bombet Franco.
Cuadernos de la Fundación Banco de Boston. Serie
Montevideo. Nº 3, 1991.
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de la Unión), de Juan Carlos Lazzarino. Montevideo. Abril
de 1995.
-Villa de la Unión (grabaciones). Libretos de Juan Carlos
Lazzarino. Montevideo 1995. (Material cedido por el Dr.
Una Flor Blanca en el Cardal Página 470
Ubaldo Delorenzo Violante, junto a un completo dossier de
boletines e informes de la Comisión de Fomento de la
Unión).
-Blog Agenda Blanca
http://agendanacionalista.blogspot.com
-Blog Geneanet http://gw5.geneanet.org/index
-Biografías de los principales personajes de la historia
montevideana - Wikipédia
-Prosopografía de la emigración vasca, y libro de los linajes
T.2 – Ricardo Goldaracena.
-El Observador, de Montevideo –Crónicas de Lincoln R.
Maiztegui Casas
-“Memorias del Dr. Domingo Ordoñana”, con introducción
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-Grupo Estudios y Reconocimiento Geográfico del Uruguay
G.E.R.G.U. Luis Moresco
-Almanaque del Banco de Seguros del Estado - años
1975/76 de Aníbal Barrios Pintos
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- Los Barrios de Montevideo – La Unión – Aníbal Barrios
Pintos / Washington Abadie.
-Sitio del Foro Candombeando - Relatos de César di Candia
Una Flor Blanca en el Cardal Página 471
-Informaciones colectadas de los escritos de Ruben
Borrazás
-Post Taringa - Cissol 100
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Nombre: Carlos Guillermo Basáñez Delfante
País de origen: República Oriental del Uruguay
Fecha de nacimiento: 10 de Febrero de 1949
Ciudad: Montevideo
Nivel educacional: Cursó primer nivel escolar y secundario en
el Instituto Sagrado Corazón.
Efectuó preparatorio de Notariado en el
Instituto Nocturno de Montevideo y dio
inicio a estudios universitarios en la
Facultad de Derecho en Uruguay.
Participó de diversos cursos técnicos y
seminarios en Argentina, Brasil, México y
Estados Unidos.
Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia,
donde se retiró como Vicepresidente de
Ventas y Distribución, y posteriormente, 15
años en su propia empresa. Realizó para
Pepsico consultoría de mercadeo y
planificación en los mercados de México,
Canadá, República Checa y Polonia.
Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde
vivió en las ciudades de Río de Janeiro,
Recife y São Paulo. Actualmente mantiene
residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y
ocasionalmente permanece algunos meses
Una Flor Blanca en el Cardal Página 472
al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y
en Montevideo (Uruguay).
Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de
Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el
“Manual de Entrenamiento para
Vendedores” en 1984, confeccionó el
“Guía Práctico para Gerentes” en 3
volúmenes en el año 1989. Concibió el
“Guía Sistematizado para Administración
Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender
con Éxito” en 2006. Obras concebidas en
portugués y para uso interno de la empresa
y sus asociados.
Obras en Español: Principios Básicos del Arte de Vender –
2007
Poemas del Pensamiento – 2007
Cuentos del Cotidiano – 2007
La Tía Cora y otros Cuentos – 2008
Anécdotas de la Vida – 2008
La Vida Como Ella Es – 2008
Flashes Mundanos – 2008
Nimiedades Insólitas – 2009
Crónicas del Blog – 2009
Corazones en Conflicto – 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
II – 2009
Con un Poco de Humor - 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
III – 2009
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IV – 2009
Humor… una expresión de regocijo - 2010
Risa… Un Remedio Infalible – 2010
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V – 2010
Fobias Entre Delirios – 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
VI – 2010
Aguardando el Doctor Garrido – 2010
El Velorio de Nicanor – 2010
La Verdadera Historia de Pulgarcito - 2010
Una Flor Blanca en el Cardal Página 473
Misterios en Piedras Verdes - 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
VII – 2010
Una Flor Blanca en el Cardal - 2011
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
VIII – 2011
¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? -
2011
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
IX – 2011
Los Cuentos de Neiva, la Peluquera - 2012
El Viaje Hacia el Real de San Felipe - 2012
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
X – 2012
Logogrifos en el vagón del The Ghan -
2012
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol.
XI – 2012
El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro
Leite - 2012
El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013
Carretas del Espectro - 2013
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