Universidad y gestión Cultural: caminos, encrucijadas, … · intelectuales y sobre todo a...

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1 Mesa de Cultura de Instituciones de Educación Superior de Antioquia Universidad de Antioquia - Asociación Colombiana de Universidades ASCUN- IV Encuentro Nacional de Políticas Culturales Universitarias 2012 Medellín abril 26 Ponencia Universidad y gestión Cultural: caminos, encrucijadas, retos Marta Elena Bravo. Profesora Honoraria Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín. Facultad de Ciencia Humanas y Económicas. Miembro del Comité Asesor de la sede de Medellín. Medellín, abril 26 de 2012. Participar en este IV Encuentro Nacional de Políticas Culturales Universitarias, me hace sentir en un lugar muy cercano siempre a mis intereses y afectos. Me place que casi cuarenta años después de haberse iniciado un trabajo en la Universidad Nacional sede Medellín, cuando se creó la Dirección de Extensión Cultural que me fue encargada, me inviten aún a pensar, mirar caminos recorridos, con encrucijadas (siempre me apasionan las sorpresas que se presentan en las encrucijadas), con retos emocionantes y en la perspectiva de una universidad en clave de cultura expresión que nos es tan cercana a nuestras preocupaciones intelectuales y sobre todo a nuestros sentimientosy mirar el futuro, siempre

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Mesa de Cultura de Instituciones de Educación Superior de Antioquia

Universidad de Antioquia - Asociación Colombiana de Universidades ASCUN-

IV Encuentro Nacional de Políticas Culturales Universitarias 2012

Medellín abril 26

Ponencia

Universidad y gestión Cultural: caminos, encrucijadas, retos

Marta Elena Bravo. Profesora Honoraria Universidad Nacional de Colombia – Sede Medellín. Facultad de Ciencia Humanas y Económicas. Miembro del Comité Asesor de la sede de Medellín. Medellín, abril 26 de 2012.

Participar en este IV Encuentro Nacional de Políticas Culturales Universitarias, me

hace sentir en un lugar muy cercano siempre a mis intereses y afectos. Me place

que casi cuarenta años después de haberse iniciado un trabajo en la Universidad

Nacional sede Medellín, cuando se creó la Dirección de Extensión Cultural que me

fue encargada, me inviten aún a pensar, mirar caminos recorridos, con

encrucijadas (siempre me apasionan las sorpresas que se presentan en las

encrucijadas), con retos emocionantes y en la perspectiva de una universidad en

clave de cultura —expresión que nos es tan cercana a nuestras preocupaciones

intelectuales y sobre todo a nuestros sentimientos— y mirar el futuro, siempre

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inmediato, por aquella bella expresión de ese excelente escritor italiano- lusitano

Antonio Tabucchi, fallecido recientemente: El tiempo envejece deprisa que le dio

título a uno de sus relatos.

Gracias apreciados amigos de las mesa de la Universidad de Antioquia, y de las

otras universidades presentes y ASCUN. Gracias sobre todo a mi colega

entrañable María Adelaida Jaramillo, como cabeza de este Encuentro y al equipo

de trabajo. Esta invitación es un gesto de generosidad que mucho aprecio.

Empiezo contra todo rigor expositivo con una afirmación que debería ser

conclusión: El reto de la gestión cultural en la universidad es pensarla,

trabajarla, imaginarla desde el ejercicio del pensamiento crítico y del estudio

y análisis permanente, desde la práctica sociocultural universitaria

comprometida y, sobre todo desde el asombro y ejercicio de la sensibilidad

ante el mundo, ante la expresión de la creatividad y de su apropiación

convertida en memoria cultural. Todo esto asumido como una ética, como

una estética, y una política, como concepción y actuación permanente con la

responsabilidad individual que conlleva y en continua relación con el otro. Al

mismo tiempo con una convicción profunda: la universidad representa

buena parte del alma de una sociedad y debe ser responsable en su

transcurrir histórico de dejar siempre su impronta.

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Trataré ahora de desarrollar el tema de la manera como lo he enunciado.

1 La gestión cultural universitaria como camino…

He tenido una especial predilección por lo que significa el sustantivo camino y las

palabras con él relacionadas: sendero, itinerario. Tengo que confesarles que he

sido una andariega cultural. Desde mi infancia la vida me ha puesto

generosamente en sendas culturales en diversos espacios y tiempos que a estas

alturas considero como un regalo especial. Pero no se trata ni mucho menos de

una autobiografía cultural, sería impertinente de mi parte. Se trata más bien de un

diálogo intergeneracional como aquel que resaltaba Germán Rey ayer. Por ello

quiero compartir lo que considero que puede ser importante para efectos de este

Encuentro, y que representa además una vivencia cultural universitaria muy fuerte.

Desde mis estudios en una Facultad de Filosofía y Letras, pensé en lo que

significaba la cultura en la universidad, y más precisamente la universidad como

centro de cultura. Luego como profesora de la misma facultad y especialmente

con el ingreso en 1975 a la Universidad Nacional se me planteó un reto: ¿qué

significa entonces la cultura en una institución de educación superior para que

ésta sea verdaderamente centro de cultura, de ciencia y de tecnología como

esencia de su proyecto educativo, y qué implican sus funciones de docencia,

investigación y extensión articulados éstos con esa esencia?

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No ahondaré en el tema de ciencia y tecnología. No es mi campo específico de

trabajo ni el de este Encuentro, aunque por fortuna cada vez más se están

planteando en su relación estrecha con la cultura.

La universidad como centro de cultura, fue una historia de la Universidad Nacional

sede Medellín, propuesta en un proceso de restructuración en los años 70. Vale la

pena resaltar que en ese momento hubo dos creaciones muy importantes que no

pueden mirarse aparte para entender la concepción cultural que se impulsaba: la

de la Facultad de Ciencias Humanas y la de la carrera de Artes de la Facultad de

Arquitectura, pues estuvieron estrechamente relacionadas con la configuración de

la dependencia de extensión cultural, relación académica que siempre debe estar

en una política cultural universitaria.

Permítanme que haga composición de lugar y referencia de lo que son la

Universidad de Antioquia y la Nacional en cuanto a la cultura en el proceso

nacional universitario en general, tema que siempre me interesó también como

líder estudiantil. Los años setenta fueron de una complejidad en la universidad

colombiana en general, que la llevaría a varios conflictos. El impacto de la

revolución cubana de 1959 se había sentido en los claustros universitarios. La

actividad cultural en las universidades estuvo muy marcada por el trabajo teatral

desde una perspectiva ligada a orientaciones ideológicas y políticas, asimismo la

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canción protesta; se empezó también en esa época a generar un gran interés por

los cineclubs. Otras manifestaciones culturales como los grupos corales y algunos

instrumentales, y las expresiones plásticas tuvieron importante cabida.

Hago un paréntesis para resaltar que las oficinas de extensión cultural en las dos

más grandes universidades del país, la Universidad Nacional y la de Antioquia,

existían desde hacía varios años. En la Universidad Nacional un momento de

consolidación fue en la década de los 40 cuando el maestro Gerardo Molina, quien

fuera uno de los grandes intelectuales y líderes políticos de la izquierda

colombiana, e iniciador de la Revista de la Universidad Nacional de Colombia,

como rector, sostenía sobre la función de la institución de educación superior que:

(…) Después de la función que hace referencia a la investigación, viene

otra, la propiamente relacionada con la cultura, de la cual tampoco puede

abjurar una universidad moderna. Esta tiene el deber de preparar no sólo

profesionales y sabios, sino hombres cultos, animados del deseo de

transmitir el caudal de conocimiento que han reunido. (Revista Universidad

Nacional de Colombia, 1946 citado por Darío Acevedo. Compilador de la

obra sobre Gerardo Molina Testimonio de un demócrata).

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También otro intelectual antioqueño Luis López de Mesa, quien fuera Ministro de

Educación en los años 30 y rector de la Universidad Nacional, en un texto de 1949

titulado Perspectivas culturales, decía en relación con el papel de la extensión

cultural de la universidad que debería:

(..) asumir la más alta función de extender esta gerencia de la cultura a la

nación entera y no sólo al reducido grupo de los cinco mil alumnos

universitarios que hoy atiende dicha institución.

En época anterior, años treinta, la Universidad de Antioquia había iniciado un

proyecto cultural de extensión –cuya historia está consignada en un texto

excelente publicado por Extensión Cultural en el año 2006 que lleva por título 60

años de Extensión Cultural en la Universidad– donde se contempló la creación de

la dependencia, la Revista de la Universidad de Antioquia que se publica aún con

gran éxito y la emisora que fue la primera de su género en el contexto cultural

universitario.

Para retomar el hito cronológico, en los años 80 se discutió un poco más el papel

de la cultura en la universidad. Vale la pena citar una publicación del profesor

Darío Valencia, quien fuera rector de las universidades de Antioquia y Nacional.

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Decía el profesor Valencia, ingeniero destacado y humanista por vocación, en un

texto como rector de la Universidad de Antioquia en ese entonces:

Una vida cultural rica, y el mantenimiento de procesos culturales audaces

para la comunidad, crean un escenario propicio para una fina expresión

individual y colectiva. Por eso el campus universitario, como espacio cultural

se articula y se complementa con la alta visión espiritual y académica que a

la Universidad le atañe.

En los últimas tres décadas se han creado en muchas universidades

colombianas dependencias, articuladas algunas directamente a la dirección

de la universidad, y muchas otras vinculadas a bienestar universitario.

Sobre esto ustedes en los últimos años han podido elaborar cartografías

que dan cuenta de su situación actual y de la relevancia que pueden tener

en los diferentes centros de educación superior y su articulación con la

organización administrativa y académica en la universidad y, sobre todo,

con el proyecto de una universidad moderna. Quiero señalar que el hecho

de que éste sea el IV Encuentro de Política Cultural Universitaria es una

muestra fehaciente del espacio que se ha venido ganando para la cultura en

la universidad y esto sin lugar a dudas es ya un gran logro.

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2 ….Encrucijadas…

La vida universitaria tiene un destino ineludible y apasionante: enfrentarse a

encrucijadas en su significado literal: ―lugar de donde parten diversos caminos en

distintas direcciones‖, y como consecuencia, la importancia de que en ella se

generen diversas formas de pensar, visiones distintas del mundo, debates agudos,

que al mismo tiempo que plantean complejidades teóricas, incluyen desarrollos

académicos que entre sí se van encontrando o distanciando, entrando incluso en

conflicto, y que inciden en la vida cultural, científica y tecnológica de las

instituciones.

Traigo a colación un momento especial tanto para la Universidad Nacional de

Colombia como para la universidad en general, y para la historia cultural de

Latinoamérica. A principios de los años 60 llegó a la Institución una intelectual

argentina, Marta Traba, cuyo trabajo tuvo una amplia repercusión no sólo en el

campo académico, fue incluso Directora de Divulgación Cultural de la Institución, y

su influencia trascendió los espacios universitarios. Dirigió programas

interesantísimos en la radio y en la naciente televisión colombiana, así como

también tuvo una amplia producción escrita.

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Su trabajo en realidad rebasó las fronteras de su país de origen y las de Colombia

y llegó incluso a otros países como Estados Unidos y España donde fue

reconocido.

Marta Traba en su labor cultural, fustigó sin contemplación el tradicionalismo en el

arte y la cultura en Colombia y esto tuvo un valor innegable: hizo despertar el

interés por nuevas corrientes y expresiones en el arte internacional, especialmente

en las artes plásticas y pensar a fondo nuestro discurrir cultural.

Recuerdo muy vivamente un episodio que me tocó presenciar a principios de los

años 60 en una de sus conferencias en el Aula Máxima de la Facultad de Minas

de la Universidad Nacional de Medellín (que es patrimonio nacional pues allí están

unos de los frescos más importantes del maestro Pedro Nel Gómez), cuando al

señalar estos frescos, criticó sin piedad todo este arte como tradicional, pues para

ella representaba seguir la corriente del muralismo mexicano, que definía como

muestra de un arte con un carácter más político que artístico.

Señalo la influencia de Marta Traba no sólo por el significado en la discusión

latinoamericana sobre la cultura, sino porque al ser Directora de Extensión Cultural

en la Universidad Nacional, cuestionó también la forma como se desarrollaba su

proyecto cultural. Impulsó debates que buscaban otras orientaciones a esta

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dependencia universitaria que tuvieran en cuenta las nuevas sensibilidades, los

nuevos públicos y las nuevas percepciones e intereses: ―La nueva sensibilidad es

desafiadoramente pluralista‖ afirmaba. Estoy convencida de que esto fue una

encrucijada muy enriquecedora para la universidad y la vida cultural.

Es de importancia asimismo hacer referencia a otra encrucijada muy interesante:

el desarrollo de las ciencias humanas y sociales y sus diversas disciplinas, así

como las ciencias de la comunicación, especialmente en nuestras universidades

públicas en los años sesenta y setenta. Esto mostró nuevos senderos y enriqueció

los desarrollos posteriores de dependencias de cultura en nuestras universidades.

Como Directora de Extensión Cultural en los años 70 y luego en los 80, tuve una

oportunidad única que no era muy frecuente en directores de cultura en

universidades. El carácter de ser docente –tener un cargo académico

administrativo– me permitía acercarme y participar más estrechamente de los

desarrollos sobre todo de las ciencias humanas y de las disciplinas artísticas, lo

que abría la posibilidad de proponer una política cultural no circunscrita solamente

a una dependencia de extensión y difusión cultural, sino al proyecto cultural total

de la universidad, muy en consonancia con su proyecto académico en búsqueda

de la universidad como centro de cultura.

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Asimismo considero como una gran oportunidad, que el interés por el desarrollo

de la ciencia y la investigación en la universidad colombiana a partir de los años

80 y 90 tenía un objetivo claro: la necesidad de la producción y circulación del

conocimiento en consonancia con los retos que demandaba una universidad

moderna en un contexto cada vez más exigente de internacionalización, lo que la

obligaba a tratar de ponerse a tono con avances vertiginosos que se daban en los

países desarrollados del mundo y con la construcción de una sociedad del

conocimiento. En Latinoamérica se volvió un imperativo. Por tradición e historia,

había países más avanzados como México, Argentina, Brasil, Chile. No trato de

equiparar los desarrollos científicos y tecnológicos con los de la universidad como

centro de cultura, pero percibo que esto fue encrucijada y coyuntura, y que fue una

oportunidad para que se propusiera al menos en igualdad de circunstancias, el

desarrollo a la par de la ciencia y la tecnología, también de la cultura. Por

consiguiente ésta no debería estar circunscrita a una oficina o dependencia, como

se ha reiterado ya constantemente en encuentros universitarios como éste. Una

propuesta de convergencia más que de aislamiento, en los términos que usaba

Germán Rey ayer.

Para ello era necesario salir de un proyecto de una universidad endógena que a

pesar de avances en algunas, no se confrontaba con otras experiencias culturales.

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Hubo una experiencia positiva en las universidades de Antioquia, que quizá no es

conocida o recordada por muchos. A partir de 1981, se creó una entidad que es

antecedente de las redes universitarias de cultura y también de la mesa de cultura:

la Corporación Cultural Universitaria de Antioquia que agrupó alrededor de 12

instituciones de educación superior que pensaron y trabajaron en proyectos

conjuntos que le dieron vigor al trabajo cultural universitario. Incluso organizó

como corporación, certámenes de resonancia nacional, regional y local en áreas

como música, teatro, ferias del libro, así como propició reuniones con otras

universidades del país para compartir el tema de la política cultural y la

universidad.

Un nuevo cruce de caminos muy interesante y que debe mencionarse fue la

preocupación por impulsar la participación en procesos político culturales locales,

regionales y nacionales y por organizar quizá los primeros certámenes de lo que

en ese entonces se llamó administración cultural, luego llamada gestión cultural.

Asimismo se planteó la necesidad de incentivar la investigación cultural, que se

desarrollaba obviamente más en los espacios propios de las dependencias

académicas pero que debía alimentar los proyectos culturales.

Lo llamo encrucijadas, porque implicaba salirse un poco de los caminos

tradicionales de las oficinas de extensión cultural y divulgación cultural, hacia

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horizontes más amplios que se vincularan de manera más estrecha con la realidad

cultural universitaria local, regional y nacional.

Valdría la pena investigar a fondo lo que esto generó y sobre todo, lo que logró.

Me parece que quizá está pendiente un trabajo más riguroso para mirar con

objetividad hasta donde llegó esa idea de la universidad como centro de cultura

que es su esencia, en el desarrollo de las funciones propias de la universidad:

docencia, investigación y extensión articuladas entre sí.

Hay una oportunidad enorme con este Encuentro que –con las mesas de trabajo

diseñadas por el Comité Académico, y con las experiencias de los encuentros

anteriores– seguramente darán más luces para entender también lo que ha

sucedido, o por lo menos por qué no ha sucedido en algunas regiones del país,

en términos de esa imbricación y construcción del tejido cultural universitario con

los diversos entes territoriales.

En los cruces de caminos abiertos en la universidad en consonancia con sectores

públicos, estatales y comunitarios y en el contexto de los debates internacionales

sobre las relaciones entre cultura y sobre política cultural y desarrollo, por lo

demás muy promovidos por la UNESCO, debe ser una problemática para analizar

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en forma crítica y propositiva, en el horizonte de tejer cultura, universidad y

sociedad.

En Antioquia –vuelvo a la experiencia que más conozco– fue ésta significativa a

partir de los años 80 y creo que ya se ha instalado como preocupación constante

hasta nuestros días, pues se ha participado para aportar y dar respuestas a

demandas y compromisos con las políticas culturales locales, regionales y

nacionales. Las más grandes universidades públicas del departamento, quizás por

su carácter de tal, es decir de ser públicas, en estas tres décadas, han liderado y

coordinado procesos trascendentales de políticas y planes de cultura que han

convocado a otros centros de educación que han respondido con valiosos aportes.

Así es como esa interesante encrucijada política cultural universitaria se vuelve

también camino y compromiso con la política cultural local, regional y nacional, es

decir con la cultura del país. En este sentido los planes de cultura de Antioquia y

de Medellín 1986 y 1990, y los de Antioquia en sus Diversas Voces 2006-2019 y

Medellín 2011-2020: una ciudad que se piensa y se construye desde la cultura,

han tenido la impronta universitaria que conjuga políticas culturales universitarias y

política cultural territorial.

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Pero otros senderos de la gestión cultural se abren en especial a partir de los años

90, como son la necesidad de formación en un sentido amplio y también en una

perspectiva disciplinar.

Vale la pena recordar que en buena parte del escenario latinoamericano hasta los

años 80 se hablaba más que de gestión cultural, de administración cultural o de

animación y promoción. Tuve la oportunidad de tener experiencias de formación

en los años 80 en Argentina e Inglaterra y en los 90 en Venezuela, en el Centro

Latinoamericano y del Caribe de Desarrollo Cultural (CLACDEC) con el apoyo de

la OEA, que fue pionero en la formación de este campo, con la Fundación Getulio

Vargas en Brasil.

Al compartir con colegas latinoamericanos y europeos se podía observar que por

fortuna se estaba generando un interés creciente en esta dirección. Mirando el

desarrollo tan grande que en estas dos últimas décadas se ve en Colombia y otros

países latinoamericanos, y en países como España –conocí también algo el caso

de Francia– se constata que fue una interesante coyuntura que desató unos

procesos de formación en gestión cultural y en lo que hoy ya se ha consolidado

como campo disciplinar en algunas universidades y ha desatado un interés

significativo y desarrollo en la educación no formal, educación para el trabajo y

desarrollo humano.

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Hay un momento muy especial. En los años 1993 – 1994 cuando no existía

todavía el Ministerio de Cultura, sino COLCULTURA, se convocó a un trabajo

interdisciplinar para formular un programa nacional de formación en gestión

cultural que en su última etapa tuvo el apoyo del Convenio Andrés Bello.

Programa de formación que ya estaba previsto en un plan nacional de Cultura

formulado en el gobierno de César Gaviria: Colombia: el camino de la paz, el

desarrollo y la cultura hacia el siglo XXI. Estaba al frente el Director de

COLCULTURA quien fue luego el primer ministro, Ramiro Osorio. El título que se

le dio a ese Programa de Formación en Gestión Cultural fue: Para un mundo

posible.

Pienso que ese fue el primer documento de orden nacional gubernamental que

utilizó el término de gestión cultural. Al respecto la encrucijada era bien curiosa

pues se planteó en el gobierno de César Gaviria donde el modelo de la teoría

neoliberal como marco político y económico en consonancia con las tendencias

internacionales, era el que se estaba impulsando. Ya sabemos lo que en el marco

geopolítico posterior ha pasado con estos modelos neoliberales.

La gestión cultural propuesta buscaba la ―formación de un hombre nuevo para un

mundo posible en el cual existiera la convivencia, la justicia y la democracia‖

(Instituto Colombiano de Cultura, Para un mundo posible, 1993).

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Pero quiero a hacer unas anotaciones.

Por un lado se buscaba que:

El significado que aspiramos a otorgarle a la Gestión Cultural es: gestar no

es administrar ni manipular, sino propiciar y facilitar la germinación,

gestación y comprensión de los procesos culturales; ayudar a parir, orientar

y potencializar los actos creadores y receptores de individuos, comunidades

y grupos sociales. Es la insistencia constante en que todos somos actores

históricos. (Documento Base de trabajo para el proyecto Formación en

Gestión Cultural)

Pero no debe olvidarse que en el año 1991 se había aprobado la Constitución

Política de Colombia que representó un avance significativo en la concepción de

la cultura en la construcción de la nación y en derechos culturales.

La experiencia de participar en las Comisiones Preparatorias de la Constituyente y

en talleres, reuniones y encuentros internacionales para elaboración del

documento Bases de Formación en Gestión Cultural, Para un mundo posible

mostraba por una parte que había avances en relación con la cultura en la

Constitución del 91 y con los proyectos de formación en gestión. Por otro, que el

trasfondo político nacional y económico era el neoliberalismo que se imponía en

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muchos países del mundo lo que era una situación problemática y podría decirse

que también contradictoria.

Se creó luego en el Instituto y posteriormente se continuó en el Ministerio, el

programa de Gestión Cultural en cuya cabeza estuvo con esa dedicación y

compromiso que la caracterizan, María Adelaida Jaramillo. Ella tiene un panorama

más amplio de lo que esto ha significado.

No sé si existe investigación alguna de lo que sido el balance de casi 20 años de

gestión cultural. Como profesora y coordinadora en experiencias de cursos de

educación continuada a partir de los 90, diplomados y posgrados y por

participación, con colegas aquí presentes como María Adelaida y Edgar Bolívar,

en estos procesos, tengo una conjetura, y esto es lo que he expuesto en varias

ocasiones, y es que creo que en muchos de estos programas al definir un perfil

de gestor cultural se privilegió una formación desde la razón instrumental. El

gestor cultural es un ―híbrido fértil‖ decía esta mañana Patricio Rivas y no se

puede convertir en un instrumento de una ―política instrumental‖ y valga la

redundancia.

Vale la pena contar una anécdota: al hablar de este tema en estos días con una

apreciada colega de la Universidad Nacional de Manizales, me contaba que en un

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trabajo de campo, una líder comunitaria de una comunidad afrodescediente, con

trabajo en gestión cultural, le preguntaba por qué los funcionarios de cultura

estaban hablando siempre de formular proyectos, definir matrices DOFA, de

construir indicadores, y que ella no veía dónde se quedaban las manifestaciones y

hechos culturales de las comunidades en sus propuestas.

Creo que es la universidad sobre todo la que debe reivindicar que, en las

encrucijadas que presenta el trabajo cultural, no debe olvidarse que un gestor

cultural propicia, estimula, hace circular las manifestaciones culturales y actúa de

―mediador‖ con las comunidades, sean éstas académicas o del entono social,

urbano o rural de nuestros trabajos con las instancias territoriales. Ese mediador

que profesores como Jesús Martín Barbero y otros que han transitado tanto en

este campo han definido tan acertadamente.

Para terminar este aparte debo señalar una encrucijada que en el trabajo

universitario se vuelve una oportunidad importante y es la necesidad de asumir la

gestión cultural en un contexto vertiginoso de transformaciones tecnológicas, de

culturas digitales que nos está presionando y abriendo caminos inéditos. (Los que

me conocen me dirán cómo una persona como yo, que tengo tantas limitaciones

en este campo hago afirmaciones tan contundentes. Entre paréntesis, les confieso

humildemente, que mi problema no es de comprensión sino de habilidad que a

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estas alturas de mi existencia, como nos sucede a muchos de mi generación, me

queda un poco más difícil de subsanar). Pero en esta encrucijada de las épocas

actuales y recordando a Humberto Eco, pienso que uno no puede estar entre los

apocalípticos, sí más entre los ―integrados‖, para reconocer que este momento

obliga al gestor cultural de la universidad a asumir retos con los ritmos vertiginosos

de los cambios en formas de construir conocimiento y de formular proyectos y

políticas culturales. Asumir este cruce de caminos en una oportunidad para

reorientar y aprovechar los desarrollos es una oportunidad única para una mejor y

más amplia gestión cultural.

En este diálogo intergeneracional me causa mucha admiración ver cómo los

gestores culturales, sobre todo en las universidades, se han metido de lleno en un

innovador trabajo en el contexto de la construcción de la sociedad del

conocimiento, con inteligencia y con conciencia, ―ciencia con conciencia‖ decía

esta mañana una participante en el sentido de las responsabilidades que atañen y

los horizontes que se abren al trabajo universitario.

3. …Retos…

De la gestión cultural como reto, sí, de eso quiero hablar para terminar. Descargo

a la palabra del sentido de agresividad que connota muchas veces en el lenguaje

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cotidiano, y la cargo con el sentido ―libidinal‖, perdónenme el neologismo, que es

también la confesión que una persona como yo hace sobre el trabajo de gestión

cultural, que además de su contenido intelectual conlleva una pasión, un deseo

profundo de comprometerse culturalmente con la universidad y la sociedad.

La gestión cultural universitaria es pasión intelectual y también afectiva. Por ello

debe verse y veo cada vez más con mayor interés el tema del papel de la cultura

en la universidad. Es una suerte encontrarme con colegas como ustedes que

compartimos esta pasión. El tema de la política cultural es además tema de punta

en la discusión de una universidad moderna con los tiempos y urgencia de un país

como el nuestro.

¿Pero cuáles son los retos?

Enuncio sólo algunos para concluir esta exposición.

- La gestión cultural universitaria debe ser coherente con una convicción que se

desprende del trabajo cultural: es necesario cada vez más darle la dimensión ética

- estética y política que conlleva. Una ética que nos hace asumir un compromiso y

respeto primero como individuos, con conciencia clara de la responsabilidad de

ese ―ser con el otro‖. En el contexto cultural son muchos los actores, tanto con

formación académica, y más con poca formación, todos ciudadanos culturales

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como se repite en el discurso político cultural contemporáneo. Son éstos con los

cuales, también la universidad en su función de extensión, debe propiciar diálogos

y propiciar acceso a bienes culturales.

La dimensión estética: una categoría que cada vez más adquiere mayores

connotaciones filosóficas, y dice un más allá de las expresiones artísticas, hacia el

estímulo de la sensibilidad y asombro ante el mundo social que nos rodea, que a

través de la creación y de la conmoción interior, que también debe producir el

dolor, así como la reacción que ante el conflicto y las expresiones de violencia se

suscitan. Porque es en esas transformaciones simbólicas cuando los creadores y

artistas mueven esas sensibilidades.

Se me viene a la mente en este momento, el trabajo de un egresado de esta

universidad, periodista comunicador, un verdadero artista de la fotografía, Jesús

Abad Colorado que nos entrega con su obra una estética del dolor y del conflicto,

especialmente con las víctimas y sus retratos y visiones conmovedores del

desplazamiento. Una enorme lección contra los pornógrafos de la violencia

nuestra que no han respetado el dolor de las víctimas.

Pero ser gestor universitario es también asumir una dimensión política en su

relación con lo público. Ya lo decía ayer Germán Rey: la universidad es de por sí

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un proyecto público así sea de carácter privado. Lo público nos conecta con lo

político, no como interés particular, tal y como también nos lo ha hecho entender

de una manera profunda Hanna Arendt.

Es muy pertinente resaltar cómo además en el proyecto de la gestión cultural en la

universidad, se deben conectar los saberes de construcción sistemática, saberes

académicos, con los saberes de construcción popular, en ese diálogo de saberes

que es absolutamente necesario en un proyecto cultural. Recordar la metáfora del

elefante y la oveja que tan lúcidamente evocaba también Germán Rey.

- Otro gran reto del gestor y de la gestión universitaria es meterse de lleno en una

aventura intelectual, y qué espacio más propicio para ello que el de las

instituciones de educación superior como lugar de excelencia en la convocatoria

en el ejercicio del pensar, debatir, confrontar, dudar, esa aventura intelectual que

es la duda de la cual también hablaba Patricio Rivas. Las complejidades del

trabajo cultural universitario exigen por ello que se rebase la programación

cultural, como tanto debe seguir repitiéndose en estos debates sobre gestión. Es

un adentrarse en el tema de la cultura con sus profundidades, sus diversas aristas

sobre todo en el mundo contemporáneo. El gestor cultural es un privilegiado pues

la universidades, como el entorno natural de la aventura intelectual, tienen los

―recursos culturales‖ con sus docentes investigadores, estudiantes y los otros

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miembros de la comunidad universitaria, para emprender siempre esta aventura

que no puede estar desligada de un proyecto de extensión a las comunidades que

finalmente retroalimentan también las dinámicas de la docencia y de la

investigación.

-El gestor y la gestión universitaria en Colombia en el momento actual –que lo

ejemplifica muy bien este Encuentro y que representa haber transitado caminos,

sorteando encrucijadas– están ya muy maduros al proponerse una política cultural

universitaria. El reto es siempre sustentarla, enriquecerla y convertirla más allá de

un documento que puede esclerotizarse incluso como normativo, en un hecho

político cultural que viva y se enriquezca con los vaivenes, turbulencias y las

dinámicas de la vida universitaria que tiene además ésta un movimiento continuo:

el hecho de estar compuesta la universidad ante todo por una población joven que

introduce constantemente nuevas miradas, nuevas sensibilidades, nuevas formas

de habitar territorios.

- La esencia cultural de la universidad es tradición e innovación como también nos

lo mencionaba Germán ayer. Quiero recordar a un rector universitario, Antanas

Mockus, cuya figura política puede ser discutible, pero cuyo papel frente a la

Universidad Nacional como líder académico se puso en evidencia sobre todo en

reestructuraciones que fueron trascendentales en la institución. Siempre nos

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recordó que la universidad como centro de cultura es tradición e innovación,

memoria intelectual, memoria académica es decir que no puede ser esclerótica,

memoria que por la innovación debe ser siempre resignificada.

El ejemplo de la Universidad de Antioquia es muy aleccionador porque ha

propiciado unas dinámicas culturales internas en el horizonte de la formulación de

una política cultural, y que ha querido construir con las otras instituciones de

educación superior reunidas alrededor de las mesa de cultura, un proyecto que

confronta con experiencias análogas de otras instituciones de su género en

diversas regiones del país. Esto es un asunto no sólo de importancia regional sino

nacional.

La Universidad de Antioquia ha tomado tan en serio su proyecto cultural que tuvo

la iniciativa de someterse a pares nacionales e internacionales para evaluarse

para que como departamento clave de la extensión universitaria, pudiera tener un

juicio objetivo no endogámico, mirarse a través de otros espejos. Ese ejemplo es

referente para otras instituciones, y considero que debe convertirse también en un

reto para la gestión cultural universitaria.

Los ―dolientes‖ y actores del tema de la cultura en la universidad deben tener

presencia y voz cantante permanente, y valga la pena resaltar el calificativo de

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cantante, en la discusión de una reforma universitaria. Pienso que el más grave

problema y el fracaso de la primera propuesta que planteó el Ministerio de

Educación, fue el de proponer una reforma sin alma y olvidar que la universidad

es el espíritu de la sociedad, puesto que es ante todo centro de cultura.

La política cultural es por lo tanto un imperativo del nuevo proyecto que se discute.

Fue clave haber oído ayer esa afirmación del doctor Carlos Ramírez,

representante de ASCUN.

- Pero un reto muy grande también de la gestión universitaria es que la política

cultural que se está formulando se inscriba también en el Compendio de la

Políticas Culturales nacionales. Germán Rey con ese agudo sentido del humor

que bien conozco, y que utiliza con toda la inteligencia para provocar el debate, ha

hecho referencia a ese Compendio coordinado por él, como un mamotreto. Si

bien compendio en su acepción etimológica es ―tratado breve‖, obviamente muy

lejano al libro grande y extenso que editó el Ministerio, en el lenguaje común tiene

también el sentido de ―lo que debe estar considerado‖. Las políticas culturales

universitarias deben ser un capítulo especial y estar consideradas como parte

esencial de las políticas culturales nacionales.

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- Termino este perfil del gestor cultural universitario y también de la gestión

cultural, confesándoles que necesité un contexto para preparar esta exposición.

Es un ejercicio que hago con frecuencia no sólo por mi interés en las

manifestaciones de la cultura sino como inspiración necesaria cuando me piden

hablar sobre temas culturales. Porque no puedo hablar de ellos en seco, tengo

que sumergirme muy hondo en el hecho de la creación artística. Necesito sentir la

cultura, dejarme poseer por la música, la literatura, la pintura y otras

manifestaciones culturales para esbozar algunas ideas como las que he tratado de

compartir que espero aporten de manera modesta a las inquietudes que trata de

propiciar este Encuentro.

Pienso pues que el reto del gestor cultural es no sólo estar en contacto estrecho

en la construcción de la sociedad del conocimiento, que apremia a estos tiempos

modernos y a la universidad en su misión de creación, confrontación y circulación

del conocimiento. El reto principal del gestor cultural y en general de la gestión

cultural universitaria es asumir la construcción de una “sociedad de la

sensibilidad y del ejercicio de la razón”, en la construcción de esa sabiduría,

de la que hablaba Patricio Rivas que va mucho más allá del conocimiento. Se trata

de permitir que lo humano nos toque la piel, nos penetre el cuerpo, el espíritu,

para contribuir a una sociedad en la que urge seguir impulsando un proyecto

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cultural como fundamento de su supervivencia como construcción humana, para

sentirnos humanos y ojalá demasiado humanos.

¡Muchas gracias!

Bibliografía

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de Antioquia. 1991

Bravo Marta Elena. Necesidad e importancia de una política cultural y de un Plan de Desarrollo

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