URBANISMO A LA MEXICANA · a la Secretaría de Educación de facultades legales de alcance...

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1 UNIVERSIDAD CRISTÓBAL COLÓN MAESTRÍA EN GESTIÓN URBANA Y MEDIO AMBIENTE HISTORIA Y TEORÍA DE LA CIUDAD II DR. FERNANDO N. WINFIELD REYES Casa Familia Puente, Calle Ibsen No. 7, Polanco Reforma, Arq. Francisco Serrano, 1939 URBANISMO A LA MEXICANA Luis Guardado Sánchez Mayo 2014

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UNIVERSIDAD CRISTÓBAL COLÓN

MAESTRÍA EN GESTIÓN URBANA Y MEDIO AMBIENTE

HISTORIA Y TEORÍA DE LA CIUDAD II

DR. FERNANDO N. WINFIELD REYES

Casa Familia Puente, Calle Ibsen No. 7, Polanco Reforma, Arq. Francisco Serrano, 1939

URBANISMO A LA MEXICANA

Luis Guardado Sánchez

Mayo 2014

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URBANISMO A LA MEXICANA

Arq. Luis Guardado Sánchez

El objetivo del presente documento es explorar las características de lo denominado

“mexicano” en el arte, la arquitectura y el urbanismo del país, a través de aproximaciones a

los movimientos nacionalistas posrevolucionarios, sus manifestaciones artísticas y

arquitectónicas, el impacto de éstas en el urbanismo y su persistencia en los imaginarios

identitarios de principios del siglo XXI.

Definición de Nacionalismo. Idea de lo Mexicano.

Según Mauricio Tenorio Trillo, desde la década de los 1880 hasta la de los 1920, en México

se consolidó una estructura nacionalista, obtenida tras un largo proceso de ensayo y error

iniciado desde el siglo XVIII. El desarrollo de una imagen mexicana en los tiempos modernos

incluía una piedra angular histórica (esto es, el pasado indígena con una estructura

fundamental épico-mítica), una definición racial (criolla o mestiza), propiedades naturales

excepcionales (la belleza de la tierra, la “bendición” de su diversidad otorgada a los

mexicanos y la productividad de la misma), una posición económica (la protección de una

nueva clase burguesa industrial, la captación de inversión extranjera, la inmigración de mano

de obra especializada, la necesidad del reconocimiento internacional) y la búsqueda de una

cultura cosmopolita. Estos aspectos no eran más que una expresión particular del fenómeno

global del nacionalismo moderno.

El nacionalismo moderno surge como una voluntad que remodela las materias primas que se

ha apropiado: tradiciones y costumbres, ideas sociales y científicas, e historia. El

nacionalismo, naturalmente, se relaciona tanto con la patria, entendida como sentimiento de

pertenencia y apego a un sitio, a tradiciones o a una cultura particular, como con el Estado,

pero puede diferir de ambos. Y aunque el retrato de una nación moderna siempre la presente

como homogénea, natural, dominante y civilizada, una nación moderna es una expresión

particular del continuum de interacciones de los componentes principales del nacionalismo

moderno: el juego dinámico entre tradición y modernidad, entre tendencias occidentales y no

occidentales, entre intereses o expresiones populares y elitistas. Los parámetros universales

están dictados, por supuesto, por el modelo dominante de nación moderna que está presente

en la Historia Occidental desde la Ilustración (Tenorio Trillo, 1995).

Una de las invenciones más logradas de la ideología que se construyó en el Porfiriato fue la

definición del mestizo como la síntesis de lo mexicano. Aduciendo las teorías evolucionistas

de Charles Darwin, Auguste Comte y Herbert Spencer, los intelectuales y científicos

porfiristas construyeron la figura del mestizo como epítome de la mezcla étnica y social de

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los pueblos asentados en el territorio. Uno de los primeros en dar sustento a estas

concepciones fue Vicente Riva Palacio. En la “Historia del Virreinato 1521-1807” que

escribe para “México a través de los siglos”, enciclopedia sobre México publicada en 1884,

afirmaba que las inevitables mezclas entre los “indios” y los españoles, agudizándose más y

más, llegarían a formar, en el transcurso de uno o dos siglos, el verdadero mexicano, el

mexicano del porvenir, “tan diverso del español y del indio, como el italiano del alemán”

(Florescano, 2002).

Para Riva Palacio no había duda de que los mestizos eran el germen poderoso de un pueblo

nuevo sobre la tierra que, acumulando virtudes y vicios de las razas diversas a quienes debían

su origen, y multiplicándose con el transcurso de los años, llegarían a adquirir el indisputable

derecho de su autonomía, formando una nueva nacionalidad en aquel territorio que tantas

razas se habían arrebatado unas a las otras, y que por su posición geográfica y por sus

elementos naturales, estaba destinado a ser el asiento de una nación importante en el

continente americano.

Es quizá José Vasconcelos quien mejor define el proyecto ideológico del nacionalismo post

revolucionario. Vasconcelos habrá de sumarse a las fuerzas villistas para después exiliarse

en Estados Unidos, y volver para ocupar cargos importantes en el gobierno de Álvaro

Obregón. Su presencia en la vida nacional es fundamental, tanto para entender el rumbo que

tomarían las políticas educativas en México, como también para comprender la vaguedad

constante que envuelve a la construcción del discurso nacionalista en nuestro país.

El pensamiento vasconcelista, marcado por un “idealismo Romántico” centra también su

discurso en el mestizo como portador de todo lo mexicano; veía en “la supremacía burguesa

y en el darwinismo social” fieles representantes del sistema industrial norteamericano, y que

simplemente existían para dar justificación a la “fuente del capitalismo industrial y del

imperialismo económico”. Por su parte, abogaba por lo que llamó el “socialismo científico”,

donde “los frutos de la industria serían compartidos por la sociedad entera”. Para él, se

despuntaba una nueva era en que Hispanoamérica sería el centro, y donde la raza escogida,

era el mestizo. Vasconcelos descartó las teorías de Herbert Spencer sobre la degeneración de

las sociedades híbridas, tachándolas de mentiras imperialistas, y proclamó al mestizo primera

gran raza de la humanidad, formadora de una síntesis universal, mezcla última de los pueblos

de Europa, África, Asia y América. Más que justificar de manera evolucionista el ascenso

del mestizaje, Vasconcelos considera que es un tema de justicia social, casi divina. Sin

embargo, igual que los positivistas que lo precedieron, descartaba ambos componentes de

ese mestizaje, lo indígena y lo europeo, y elevaba a la raza mestiza, confiriéndole siempre

una mayor importancia a la herencia europea dentro de esta “nueva raza” (O’Farril, 2010).

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La idea del progreso a partir de la educación no es privativa de Vasconcelos. Hay

antecedentes en las obras de Gabino Barreda y de Justo Sierra desde la época del porfiriato,

donde se le daba un lugar privilegiado a la educación como un motor fundamental del

desarrollo del país. Bajo la responsabilidad que le imponen sus cargos, Vasconcelos imagina

un proyecto titánico, imbuido de un aliento nacionalista que, al unirse con el anhelo

revolucionario, impulsa un movimiento cultural cargado de generosidad y grandeza. Se

propone arrancar a la población de la barbarie que la hacía manipulable y explotable por

tiranos y hacendados, y de la cultura de la estupidez sumisa de las clases “provincianamente

cultas”. Bajo la sensación de que la Revolución era un parte aguas entre un pasado opresivo

y un futuro abierto, encendió la idea de que la sociedad era susceptible de regeneración y de

producir un hombre nuevo.

José Vasconcelos con

Aarón Sáenz, Vicente

Lombardo Toledano,

Álvaro Obregón, Alberto

J. Pani y Antonio Caso,

entre otros, durante la

inauguración de la Sala

de Discusiones Libres en

el ex convento de San

Pedro y San Pablo

Recuperado de:

http://www.Revistadela

universidad.unam.mx/

7910/images/

79garciadiego2.jpg

Con el total apoyo del presidente Álvaro Obregón, que puso a su disposición un soporte

financiero firme para abarcar hasta el punto más recóndito de la nación, se esforzó en dotar

a la Secretaría de Educación de facultades legales de alcance nacional: a finales de 1920

propuso al Congreso restaurar el ministerio suprimido por Carranza en 1917 y darle rango de

Secretaría de Educación Pública federal. El proyecto vasconcelista contenía dos programas

importantes: primero, el desarrollo de cuatro tipos de escuelas: “la escuela rural, la misión

cultural, la escuela indígena y la escuela de capacitación para maestros rurales”; segundo, un

fuerte impulso al trabajo editorial con el objeto de eliminar el analfabetismo, y propiciar un

sentido de identidad nacional en la población. Tales proyectos fueron los primeros de su tipo

en la historia de la educación en México y estaban muy ligados a la idea de la formación de

la nación mediante la prensa escrita.

Por otro lado, Vasconcelos idea un proyecto cultural que acompañó el proceso educativo y

que quedaría en manos de la plástica, principalmente de la pintura. En el momento en que

toma posesión de la Secretaría, convoca a varios artistas a sumarse en el esfuerzo por educar

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a las masas de manera visual, pero a la vez, por cimentar los preceptos de lo que se conocerá

por lo nacional, partiendo de los símbolos patrios, de los personajes principales de su

formación, los próceres, los intelectuales; a la vez, de la construcción de tipologías a partir

del arte del mexicano común, de su estética y de sus simbologías populares. Se sumarán a él,

en la Secretaría, algunos de sus compañeros del Ateneo de la Juventud, como Pedro

Henríquez Ureña, Vicente Lombardo Toledano, Daniel Cosío Villegas y Antonio Caso; los

escritores Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, Enrique González Rojo; los pintores, Diego

Rivera, Jorge Enciso, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Fermín Revueltas,

Carlos Mérida, entre otros; los músicos Julián Carrillo y Joaquín Beristaín; y demás

licenciados, profesores, antropólogos, y arquitectos.

Lo cierto es que su visión para con los pueblos indígenas era exactamente igual a la de

muchos pensadores de la época, herencia del pasado liberal occidental. El mundo indígena

vivía en el atraso “debido a su propia voluntad” de no integrarse, y había que modernizarlo,

castellanizarlo. Para unificar a todo el país, en esa misma línea mestiza, había que eliminar

por completo todo aquello que fuera contrario al objetivo; por supuesto, la absorción de las

comunidades indígenas a partir de la educación y de la enseñanza de unos contenidos patrios

específicos, buscaba desintegrar creencias y tradiciones contrarias al sentido de las

necesidades del nuevo país, y del nuevo mexicano. Habría que reforzar algunos elementos

prehispánicos, otros pocos coloniales, y por supuesto, algunos hispanos, pero sólo aquellos

que pudieran adecuarse al nuevo modelo nacional. Después de todo, resulta muy conveniente

en el desarrollo de naciones modernas la cohesión que parte de conceptos universales, y un

sistema de educación pública es una condición para construir una nación, según las teorías

modernas del nacionalismo

Lo mexicano al final del siglo XX. Tradición y Modernidad

A partir del trabajo de los muralistas y los arquitectos modernos, el simbolismo empleado

por la Integración plástica, totalmente inspirado en el universo mestizo vasconcelista, se

incorporó al imaginario de lo “mexicano”, sin mucha resistencia. Durante las décadas de los

1940 y 1950, los edificios públicos se acompañaron de fachadas decoradas en mosaicos de

pétreos nacionales formando composiciones donde pasado y presente compartían la vigilia

ante una ciudad que crecía paulatinamente.

Un claro ejemplo de la mezcla de tradición y modernidad presente en la identidad nacional

sucedió durante la década de los 1960, con la organización de los XIX Juegos Olímpicos

México 68. En 1963 el Comité Olímpico Internacional anunció que México sería sede de la

olimpiada; sería el primer país de habla hispana y primero también del “tercer mundo”, en

organizar una olimpiada que, a excepción de las de St. Louis en 1904, Los Ángeles en 1932,

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Melbourne en 1956 o Tokio en 1964, siempre se habían llevado a cabo en Europa. Pero

además, lo hizo en plena Guerra Fría, y en un contexto de gran tensión internacional. Su

altitud de más 2,200 metros sobre el nivel del mar, y lo que esto implicaba para los

deportistas, era el corolario del escepticismo total. México, estaba claro, tenía que demostrar

al mundo que era un país plenamente “moderno” y capaz de llevar a cabo un evento

internacional de tal envergadura.

Para realizar el diseño de la olimpíada mexicana, se creó el programa de Identidad del Comité

Olímpico Mexicano (COM), dirigido por el Arq. Pedro Ramírez Vázquez, presidente del

Comité Organizador de los Juegos Olímpicos. El diseño urbano corrió a cargo del arquitecto

mexicano Eduardo Terrazas; el diseño gráfico fue realizado por el estadounidense Lance

Wyman. El principal objetivo del diseño olímpico era mostrar las tradiciones, riqueza,

diversidad y pluralidad cultural del país anfitrión; para ello, Wyman recurrió a dos temáticas

fundamentales: la artesanía huichola, lo tradicional, y la tipografía kinética del op art (optical

art), lo moderno.

Glifos de identificación para los XIX

Juegos Olímpicos México 68

Recuperado de https://moisesmansur

.files.wordpress.com/2012/08/

mexico68_10.jpg

Todo el concepto gráfico que se empleó fue ingeniosamente plasmado en símbolos gráficos

y pictogramas, bajo el eslogan "Todo es posible en la paz". Cada estadio, souvenir y equipo

perteneciente a los juegos empleaba el logotipo y colores oficiales y la paloma de la paz. La

identidad mexicana moderna se dirigió al público nacional e internacional empleando una

gramática visual comprensible. En sustitución a la representación tradicional del deportista

en acción, los pictogramas que indicaban los deportes y las instalaciones de los distintos

encuentros, mostraban un objeto o medio con los que se realiza cada deporte o actividad

cultural. Cada pictograma se inspiró en el sistema de comunicación prehispánico constituido

por glifos enmarcados en cuadrados con bordes redondeados.

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Otros ejemplos de la mezcla tradición-modernidad se manifestaron en algunos de los hoteles

más exclusivos, y en el flamante sistema de transporte colectivo de la Ciudad de México. El

recientemente terminado Hotel Camino Real albergó a los dignatarios durante los Juegos

Olímpicos. Independientemente de las formas y colores regionalistas que Ricardo Legorreta

empleara en el edificio, el logotipo del Camino Real se basó en formas prehispánicas

encontradas en Tula, y se fue aplicado tanto en la escultura monumental como en los detalles

de los uniformes del personal. El siguiente año comenzó la construcción del que habría de

ser el hotel más alto en Latinoamérica, el Hotel El Presidente Chapultepec, en Polanco. La

imagen de este edificio, grabado en sus muros de concreto aparente, es el del chapulín que

da nombre al histórico cerro.

Diseños de Lance Wyman Ltd. para el Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México, 1970

Recuperado de http://www.lancewyman.com/

El metro de la Ciudad de México abrió en 1969. En la concepción de su imagen gráfica fue

utilizado el Zócalo, como centro simbólico de la ciudad: El logotipo del Metro fue diseñado

al cortar las tres líneas de la m minúscula dentro de un cuadrado, representando la manera en

que las líneas del metro cortan a la ciudad. El logo está rellenado en naranja, el color de los

trenes. Cada una de las estaciones del Metro de la Ciudad de México se identifica por un

nombre y un código de color. Los íconos, igualmente en forma de glifos mayas, fueron

diseñados para representar un aspecto importante del barrio donde se localiza la estación, una

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referencia a la historia, un hito importante o una actividad en el área de la estación, y permiten

reconocer el recorrido dentro de los mapas del sistema. En todas sus posteriores

ampliaciones, incluida la polémica línea 12, el sistema continúa en uso, contando con 195

estaciones, cada una con su glifo identificador

La arquitectura nacionalista. Neo “esto”, neo “lo otro” y una pizca de kitsch.

La terminación del movimiento revolucionario significó el inicio de una época de producción

constructiva intensa, que no se caracterizaría por ninguna morfología arquitectónica

específica, sino por la pluralidad de formas, materiales, colores y ornamentos, los cuales

resultaron de influencias provenientes de Europa y Estados Unidos, además de alguna otra

con la que se pretendió la recuperación del pasado arquitectónico. Algunas de estas

novedosas arquitecturas comenzaron a ser utilizadas en determinadas colonias de reciente

creación (Condesa, Chapultepec Heights, Polanco, etc.), dándoles una cierta imagen de

exclusividad, aunque, en muy poco tiempo, aparecieron también por diversos rumbos de la

ciudad (Ayala, 1996).

Vista aérea del fraccionamiento Polanco- Reforma. Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/

Las nuevas tendencias sirvieron para los edificios construidos por los gobiernos post

Revolucionarios. En estos inmuebles, donde la carga simbólica era muy importante, se

adoptaron – en oposición al afrancesamiento del Porfiriato- formas que buscaban ser

representativas de la mexicanidad. Las correspondientes a la arquitectura mesoamericana del

pasado, como el neoindigenista basado en los paneles pétreos de Mitla, o el neomaya de

Amábilis, sustituyendo arcos mayas en fachadas neoclásicas, al no resultar prácticas, fueron

escasamente empleadas, por lo que se optó, principalmente, por las de corte virreinal. Esta

corriente nacionalista, el neocolonial, basada en la utilización de elementos expresivos, y en

ocasiones hasta espaciales, de las arquitecturas de los siglos XVII y XVIII, tuvo efecto en

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algunos edificios de departamentos, tales como el edificio Gaona (1922), de Ángel Torres

Torrija.

Pese a que las formas neocoloniales remitían a arquitecturas de épocas pasadas, los edificios

resultaban modernos en el interior debido a su distribución espacial y a la existencia de redes

internas de agua y electricidad, llegando a haber algunos, principalmente de oficinas, que

fueron dotados de ascensores. Asimismo, las técnicas constructivas y los materiales

utilizados en su edificación y acabados interiores eran los usuales en la época. Los materiales

pétreos o azulejos solamente servían para elaborar ornamentos y ciertos detalles de las

fachadas, lo demás se hacía con un nuevo y revolucionario material: el cemento gris.

Este material permitía la elaboración de piedras artificiales, a un costo menor que el material

natural, e incluso, permitía moldearse. Esta cualidad hizo posible la elaboración de múltiples

obras, no carentes de calidad artística, tanto en el nivel urbano de grandes edificios públicos,

como en el de la casa misma. De esta manera, muchas construcciones relativamente

económicas pudieron ser dotadas de ornamentos a bajo costo, por tratarse de elementos

modelados y producidos en serie.

Portada de la casa Urbina Flores. Recuperado de

http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/

La influencia de la arquitectura

habitacional estadounidense comienza a

manifestarse en la ciudad precisamente al

finalizar la lucha revolucionaria. Es en

las colonias Chapultepec Heights (Lomas

de Chapultepec) y Polanco, donde

comienza a edificarse una nueva

modalidad habitacional, que por haberse

originado en el estado de California

recibe el nombre de colonial

californiano. Toma como punto de

partida a la herencia española de ese

antiguo territorio mexicano, los cascos de

haciendas y las antiguas misiones jesuitas

y franciscanas. Se reproducen en ella

muros estucados, con escasos vanos,

ornamentos profusamente labrados en

piedra de cantera alrededor de las

portadas y tejados de barro.

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En el esquema en planta, el patio central ha sido cubierto, perdiendo así su función como

centro vital de la casa, y se transforma en un amplio vestíbulo. Al dejar de existir el patio,

por donde la casa tradicionalmente recibía luz y ventilación, se abren ventanas en el perímetro

del edificio, que ya se centraba en medio del lote desde las arquitecturas eclécticas de la

colonia Juárez. Se han perdido las cualidades espaciales de la casa española y la imagen solo

se mantenía en términos formales. Esta arquitectura tuvo una gran acogida entre muy

diversos sectores de la sociedad mexicana, no solo de la Ciudad de México, sino también del

resto del país, y se convirtió en sinónimo de comodidad y buen gusto.

Casa Slim Helú, 1941. Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/

Casa californiana de Soledad Orozco de Ávila Camacho, 1946. Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/

Tan novedosa tendencia pronto se extendió por toda la ciudad y en muchas de las nuevas

colonias se pusieron en venta casas de estilo californiano. Distintos sectores de la sociedad

optaron por ella y tuvo desde ejemplos muy elaborados hasta versiones más bien modestas,

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en las cuales el sello del estilo apenas se manifiesta en alguna cornisa, una ventana o en unas

cuantas tejas de barro sobre el volado que cubre la puerta de entrada (Casa Puente en portada),

única alusión a los tejados, mismos que en realidad fueron introducidos, por lo menos en el

paisaje de la ciudad de México, por esta arquitectura.

La casa californiana ha sido una de las modalidades habitacionales contemporáneas de mayor

trascendencia, no solo por el impacto en el paisaje de la ciudad, sino por la innovadora

propuesta espacial que simplificó la compartimentación centralizada en el patio de la casa

tradicional mexicana. La articulación y fusión entre los diversos espacios domésticos,

tuvieron en esta arquitectura sus primeros ejemplos. Curiosamente, es la casa de estilo

californiano, y no la neocolonial, la que se reconoce como de “estilo colonial mexicano”, o

mexicano simplemente, en el imaginario popular; de nuevo, la mezcla de la tradición y la

modernidad.

El problema de la vivienda en la segunda mitad del siglo XX

Alrededor de los años setenta la modalidad multifamiliar, desarrollada por los arquitectos

funcionalistas durante los años 50, comienza a mostrar sus deficiencias tanto a nivel

arquitectónico como urbano. Los multifamiliares no lograron satisfacer el problema

habitacional, ya que no se trata en realidad de una solución arquitectónica ni constructiva,

sino más bien una solución económica y de política populista. Las reducidas dimensiones y

la rigidez de los espacios hacían altamente insatisfactorias estas casas; la estructura y el gran

tamaño de los edificios imposibilitaban la ampliación o la personalización de la vivienda y

las monumentales escalas de los edificios colectivos no favorecían la apropiación por parte

de los usuarios.

Edificio en Rincón del Bosque No. 2, de Mario Pani, 1946 y Platón No. 445, de Vladimir Kaspé, 1958.

Recuperado de http://polancoayeryhoy.blogspot.mx/

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Solo se pretendía resolver el problema cuantitativo y la calidad de vida de los moradores era

deficiente. Adicionalmente, se le reprocha a esta arquitectura haber hecho tabula rasa con el

pasado, ya que en su nombre se demolió parte de la historia urbana y arquitectónica (como

el Estadio Nacional, para dar paso al Centro Urbano Benito Juárez, en la Roma); de igual

manera, en su diseño frecuentemente se omitió considerar las formas de vida y la cultura

tradicional. Sin embargo, ante la falta de mejores opciones de diseño se continuó con la

edificación de este tipo de conjuntos habitacionales ampliando el número de prototipos,

llegando a incluir casas solas, idénticas entre sí, a las que los usuarios de inmediato

transformaban para diferenciarlas de las vecinas.

Aunque todas esas deficiencias fueron ampliamente reconocidas durante los años setenta, el

modelo habitacional en serie no solo continuó siendo empleado por los organismos

gubernamentales encargados de la vivienda, sino que fue adoptado también por particulares

y organizaciones sociales constructoras. Sus escalas eran menores y carecían de servicios

públicos propios, por lo que sus usuarios debían que hacer uso del equipamiento destinado

al resto de la ciudad.

Desarrollos GEO y URBI, ésta última es vivienda de interés social con reminiscencias coloniales californianas. Recuperadas de

http://circulodeestudios-centrohistorico.blogspot.mx/ y http://images01.olx-st.com/ui/3/51/24/55764724_1.jpg

Una modalidad que se adoptó para garantizar la seguridad individual y colectiva de un grupo

restringido consistió en apoderarse de las calles de la ciudad, apropiación que en ocasiones

llega a abarcar colonias completas. Esta forma de proteger los bienes o la tranquilidad de un

lugar, que atenta contra el sentido público fundamental para un espacio urbano, fue, y ha

sido, tolerada por las autoridades en las principales ciudades del país. Así, muchas calles son

despojadas de su función pública mediante la colocación de rejas, plumas, bolardos y otros

obstáculos que no solo impiden el paso de vehículos, sino también de personas. Los accesos

son resguardados por vigilantes quienes exigen identificación para permitir el paso a esas

vías privatizadas.

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El Urbanismo mexicano. Características.

La estructura de las ciudades mexicanas actuales es resultado de las transformaciones que se

iniciaron desde el siglo XX, en el contexto de la Modernidad, desde el urbanismo ilustrado

del siglo XVIII hasta lo proyectos estatales de los años 50, 60 y 70. Durante estas décadas,

México se convirtió en una nación eminentemente urbana, y sus ciudades experimentaron un

crecimiento explosivo, provocando segregación, monotonía y contaminación.

Si bien no es posible acotar la definición de un modelo único de ciudad mexicana, si es

factible delimitar una diferencia entre los espacios urbanos tradicionales, surgidos de la

fusión de los dos orígenes que definen la cultura mestiza nacional, y los espacios

contemporáneos generados a partir de la transformación radical de esta “ciudad tradicional”

a lo largo del siglo XX, entendiendo por ciudad tradicional el conjunto de espacios urbanos

heredados del período colonial, incluyendo los primeros ensanches del siglo XIX, y que en

la mayoría de las localidades corresponden a lo genéricamente conocido como centro

histórico (Quiroz, 2008).

Como ya se mencionó anteriormente, la exaltación del pasado prehispánico representa solo

una de las facetas del discurso nacionalista posrevolucionario. En los espacios urbanos

actuales es muy difícil rastrear los antecedentes indígenas, ya que son excepcionales los

restos de este periodo que se han ·conservado sin profundas modificaciones dentro de la

estructura de las ciudades contemporáneas. Más allá de las disertaciones arquitectónicas que

buscan trasladar algunos elementos de la ciudad mesoamericana a la ciudad contemporánea,

la influencia de lo prehispánico podría manifestarse sobre todo en las pequeñas poblaciones

rurales, con una alta capacidad de integración al paisaje y la práctica de ciertos principios de

diseño ecológicos que caracterizan la arquitectura vernácula, incorporados al discurso

ambientalista tan de moda en el ámbito internacional. La población indígena que ha migrado

a ciudades como México, Toluca, Puebla o Mérida, en ocasiones puede adecuar su cultura al

contexto urbano. Así, en los barrios populares es posible detectar rastros de la vivienda

campesina, y reconocer formas de organización basadas en el trabajo colectivo, propio de las

comunidades rurales. La herencia indígena se encuentra más bien en los rostros, en el paisaje

y en la toponimia; se trata de una herencia discreta pero profunda.

Por otra parte y, por lo menos en cuanto al Urbanismo se refiere, la herencia española es en

sí misma mestiza, mezcla de lo visigótico romanizado identificado en el siglo XV como

Castellano, y lo mudéjar (árabe ibérico), con un leve toque de humanismo renacentista. La

cultura urbana que había iniciado con la fundación de colonias romanas, alcanzó un auge

excepcional en la época de la invasión musulmana, principalmente en ciudades como Sevilla,

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Córdoba o Toledo. Tras la reconquista del reino de Granada en 1492, mismo año del

descubrimiento de América, se inició un proceso de repoblamiento y homogeneización de

los territorios reincorporados a la corona, durante el cual se establecieron políticas que

habrían de repetirse en las colonias americanas: la fundación de ciudades como base para el

control del territorio ocupado, la concesión de tierras y mano de obra a los conquistadores,

los movimientos masivos de población, la concentración de población indígena en puntos

predeterminados y la destrucción de templos paganos.

Así, la ciudad novohispana fue resultado del enfrentamiento entre dos formas y concepciones

del espacio urbano: la indígena y la europea. El modelo importado e impuesto por la fuerza

tuvo que adecuarse a las condiciones físicas y culturales particulares del nuevo territorio y

de sus habitantes. Las autoridades coloniales separaron a la población indígena de la blanca

mediante la definición de una ciudad trazada para los conquistadores y sus familias, rodeada

de barrios destinados a indígenas, desplazados del centro de su ciudad y concentrados en las

nuevas fundaciones. EI resultado espacial fue una ciudad central con calles rectas, plazas

regulares y construcciones de piedra para la población europea, rodeada de una periferia

desordenada, sin servicios y con viviendas construidas con materiales precarios, habitada por

indígenas. Los eventos que se realizaban en los espacios públicos de la ciudad virreinal, como

procesiones, desfiles, corridas de toros, autos de fe y fiestas religiosas, favorecían el

encuentro de los diferentes grupos que integraban la sociedad. Con el paso del tiempo, al

extenderse la ciudad mestiza, el carácter indígena de algunos barrios periféricos se perdió,

aunque siempre se mantuvo una clara distinción entre el centro consolidado y los arrabales

marginados.

La traza colonial, con pocas modificaciones en su estructura espacial, fue el punto de partida

para la expansión de las ciudades a partir del siglo XIX. Los primeros fraccionamientos

respetaron la retícula e incluso en ciertos casos se llegó a corregir el trazo por medio de la

alineación de las nuevas construcciones y la apertura de nuevas calles que continuaban el

esquema del damero. Las Leyes de Reforma, destinadas a garantizar la modernización del

país en el marco de una economía de libre mercado, incluían la Ley de Desamortización de

Bienes del Clero mediante la cual se obligaba a la Iglesia a incorporar todas sus propiedades

al mercado inmobiliario, lo que influyó en la transformación de la estructura e imagen de la

ciudad colonial. La demolición de numerosos conventos e iglesias o su reciclaje como

escuelas, bibliotecas y cuarteles, así como la apertura de nuevas calles en medio de la traza

colonial, dieron paso a la construcción de los primeros edificios "modernos": tiendas

departamentales, teatros y oficinas públicas. Como resultado de la venta de las propiedades

del clero surgieron también las primeras colonias en la periferia de la ciudad.

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EI Segundo Imperio (1863-67) significo una apertura a la influencia del urbanismo y la

arquitectura académica europea. Inspirado en los bulevares parisinos, el emperador

Maximiliano trazó en la Ciudad de México el Paseo de la Emperatriz, y por primera vez

rompió con la traza colonial. Este paseo sirvió de modelo para otras avenidas que se

construyeron en varias ciudades de provincia, a lo largo de las cuales se organizó la expansión

urbana posterior. En esta misma época muchas plazas de origen colonial se transformaron en

jardines, siguiendo el modelo francés, se instalaron kioscos, bancas y fuentes, con lo que

adquirió el aspecto y las funciones que todavía hoy caracterizan a estos espacios

tradicionales. Paralelamente, se multiplico la construcción de mercados cerrados en

sustitución de los tianguis al aire libre. Con respecto a la imagen urbana, las calles de mayor

prestigio vieron surgir comercios exclusivos, casas de importación, oficinas, cafés y los

primeros cines, y adquirieron una apariencia europea o norteamericana que contrastaba con

la marginación de la mayoría de la población. EI crecimiento urbano favoreció la formación

de nuevas colonias divididas en dos categorías: las de tipo residencial y las populares

destinadas a la población trabajadora. La segregación socioespacial se mantuvo en este

modelo urbano.

La estructura de la ciudad mexicana contemporánea responde a un modelo con base en la

mezcla de zonas residenciales y populares en cada uno de los sectores básicos de su

estructura. Es decir, en la zona central se reconoce una zona popular en donde prolifera el

comercio ambulante y vivienda pauperizada, y una zona en donde se concentran las funciones

de gobierno y el comercio suntuario. La misma duplicidad se encuentra en la periferia en

donde colindan fraccionamientos exclusivos con asentamientos precarios. Adicionalmente,

presenta ejes comerciales jerarquizados que funcionan como centros lineales y una

distribución en franjas de usos industriales alrededor de ejes de circulación primaria,

generalmente contiguos a zonas populares. De forma paralela, dentro de la ciudad mexicana

contemporánea se reconocen dos tipos de espacios: los que han sido proyectados y los que

han surgido de manera informal como resultado de las necesidades de la población. La

coexistencia de estos dos modelos de ciudad implica un enfrentamiento de diferentes

ideologías, estilos de vida y formas de utilizar el espacio urbano (Quiroz, 2013).

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A continuación se resume la distribución de los elementos más representativos de la ciudad

tradicional mexicana:

Rasgos de origen indígena Rasgos comunes Rasgos de origen español

La mayoría de las ciudades o

centros ceremoniales del Clásico

tienen un antecedente en el

Preclásico, es decir, su historia se

prolonga varios siglos.

Se reconoce un proceso cíclico de

auge, desocupación o abandono de

centros ceremoniales, acompañado

de migración y dispersión de la

población.

Durante el Posclásico, previamente

a la Conquista, prolifera un modelo

de ciudad fortificada, tipo

acrópolis.

En el altiplano central destaca un

modelo de ciudad de mayor

densidad (como Teotihuacán y

Tenochtitlan), con un gran recinto

ceremonial, arquitectura

monumental, grandes espacios

para el intercambio comercial,

calzadas rituales y barrios

especializados.

En el área maya la densidad de los

centros urbanos es menor.

Predomina el modelo de centro

ceremonial con una extensa

periferia de baja densidad poblada

por campesinos.

EI mercado al aire libre y el uso

intensivo del espacio público

forman parte tanto de la tradición

mesoamericana como

mediterránea.

Existe un sentido de privacidad en

el interior de la casa y su

organización en torno de patios,

tanto en las ciudades medievales

como en la organización de los

barrios residenciales de

Teotihuacán.

La organización de la ciudad en

barrios por origen, familia o

actividad económica, cuyos

miembros mantenían un código de

convivencia basado en el beneficio

recíproco.

La segmentación del espacio

urbano, la marcada separación

entre la clase gobernante residente

en los centros ceremoniales y la

masa de campesinos y artesanos,

situación que se repite en la ciudad

colonial.

La preponderancia en el paisaje

urbano, tanto en altura como en

volumen, de edificios religiosos,

es decir, basamentos piramidales e

iglesias que dominaron el perfil de

las ciudades precolombinas y

coloniales.

La organización del territorio a

partir de centros urbanos que

controlan una comarca.

La formación de un gobierno

municipal (ayuntamiento) que se

beneficia de los privilegios

(tierras y mano de obra)

concedidos por el rey a los nuevos

pobladores.

La fundación de nuevos centros

de población siguiendo un trazo

de retícula regular.

La imposición de la cultura

cristiana mediante la segregación

espacial de la población

conquistada. En la arquitectura

esta imposición se refleja en la

demolición o sustitución de

mezquitas por templos católicos.

Organización de la vida urbana

cuyo corazón físico y espiritual de

la ciudad era la catedral.

La delimitación del espacio

urbano mediante un cerco de

murallas.

La traza de las principales

ciudades estaba formada por

calles angostas y sinuosas, en

contraste con las retículas

regulares de las fundaciones

romanas originales.

Densidad constructiva

caracterizada por edificios de dos

o más niveles en donde

combinando la vivienda con los

talleres artesanales.

Núcleo comercial en torno de la

plaza del mercado. En la ciudad

musulmana predominaba el barrio

comercial, tipo bazar o zoco.

Aportaciones del urbanismo ilustrado a la ciudad tradicional

La plaza ajardinada

El paseo o alameda.

17

Conclusiones

El fraccionamiento “Rincón Mexicano” representa uno de los primeros desarrollos de

vivienda en serie realizada para una organización de profesionistas de clase media de la

Ciudad de Veracruz. Ocupado a partir de 1977 por profesores del Instituto Tecnológico

Regional de Veracruz, consta de 170 viviendas de dos niveles en aproximadamente 26,500

m2 de superficie (densidad de 64 viviendas por hectárea). Se ubica en las coordenadas 19°12'10"N 96°9'43"W.

Vista aérea del desarrollo “Rincón Mexicano”. Fuente: Googlemaps.

Presenta una estructura en damero, con manzanas rectangulares con orientación noroeste

sureste, y una plazoleta minúscula a manera de un kiosco al centro del conjunto. Es un

fraccionamiento con los espacios privatizados, con acceso controlado por la organización

vecinal. El acceso es por una esquina, como en los espacios abiertos de Teotihuacán; el

elemento de acceso presenta muros de tabique aparente (hoy pintados en blanco) con un perfil

ascendente de origen neocolonial.

Acceso y Glorieta central. Archivo personal.

18

Las viviendas ya han sido modificadas por los frentes, pero fueron desarrolladas con un

modelo único. Con rimbombantes nombres, muy mexicanos, tales como: Paseo de las jícaras,

Paseo de los sarapes, Paseo de las carretas, Paseo de los comales y Paseo de las macetas, se

refuerza en el imaginario local la identidad mexicana del desarrollo.

En términos espaciales la ciudad tradicional mexicana se caracteriza por una traza ortogonal,

la existencia de una plaza central (plaza de armas o zócalo) rodeada por la catedral o

parroquia, la sede del gobierno y los portales comerciales; el paisaje dominado por las torres

de las iglesias, los rincones pintorescos enmarcados por portales, los paramentos alineados

al eje de la calle y una tipología arquitectónica homogénea con algunas variantes locales.

Fuera de la ciudad tradicional se extiende la ciudad del siglo XX con sus colonias populares,

zonas industriales, fraccionamientos residenciales, centros comerciales y unidades

habitacionales, espacios de la modernidad que no corresponden con el modelo urbano

histórico descrito.

El trazo reticular se utiliza aún en asentamientos de fundación reciente, atendiendo a las

mismas razones prácticas que tuvieron los colonizadores del siglo XVI, sin embargo también

se reconocen variantes con deformaciones de la retícula resultado de adecuaciones al terreno.

La excepción de la regla, son las ciudades mineras, cuya traza irregular responde al relieve

del sitio, mientras que la ausencia de una plaza central es resultado de su origen informal,

como campamentos de las minas. A pesar de dicha excepción, ciudades como Taxco, San

Miguel de Allende, San Cristóbal de las Casas, Pátzcuaro o Guanajuato cumplen en el

imaginario colectivo con todas las cualidades de una ciudad tradicional; de hecho, son

destinos ampliamente reconocidos por el turismo nacional e internacional y, gracias a

exitosas campañas publicitarias, se han convertido en parte fundamental de la imagen urbana

de lo mexicano.

En cuanto a las aportaciones del siglo XIX a la definición de ciudad tradicional, en la mayoría

de los casos se encuentran plazas ajardinadas, excepto en la de la capital, tan usada para la

vida política del país, y en algunas ciudades del norte del país, mientras que el paseo o la

alameda se observan en las localidades que gozaron de mayor importancia en esa época.

Estos espacios abiertos de la ciudad tradicional constituyen el escenario privilegiado para las

muy diversas manifestaciones de la cultura popular mexicana, y dan lugar a una estrecha

relación entre el folklore, el imaginario colectivo y la identidad nacional.

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