Valor Ético Del Trabajo

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    Valor ético del trabajo

    Por Mario de Almeida y María Alba Aiello de Almeida

    El orden socio-ético del trabajo humano

    El hombre por mandato bíblico está destinado a dominar la tierra en la másamplia de las acepciones pero, a su vez, por su indigencia, con derecho a poseer los

     bienes necesarios para satisfacer sus necesidades humanas.

    Este derecho-exigencia de dominación traduce en el accionar del hombre sus tresdimensiones fundamentales. Siendo naturalmente indigente necesita servirse de lascosas de la tierra para cubrir sus carencias más elementales; y cuando éstas son decarácter afectivo, cultural o espiritual, se ve movido a relacionarse con sus semejantes.

    De la manera que se relacione, entonces, con el mundo material y con los demáshombres, surgirán sus posibilidades de autorrealización o fracaso, abriéndole el caminoa su tercera dimensión trascendente, aquella que lo acerca a Dios.

    Es por ello, que la grandeza de su labor, la grandeza del trabajo humano reside, justamente, en el reconocimiento del mismo como medio de cooperación con el Creadoren la perfección de la Creación.

    Esta es una obra que el hombre ha recibido inconclusa y, para perfeccionarla yusar de ella debe transformarla. La transformación realizada a cualquiera de los nivelesde especialización, desde los más simples hasta los más complejos es, precisamente, eltrabajo.

    En tanto y en cuanto este trabajo sea motivo y medio para la autorrealización dequien lo ejecuta podremos decir que el trabajador es un creador, porque ha colaboradocon la perfección de la naturaleza que le fuera entregada por Dios.

    “Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, le ha dado también el modo deacabar de alguna manera su obra; ya sea el artista o artesano, patrono, obrero o

    campesino, todo trabajador es un creador.” (Populorum Progresión, Nº 27).

    La naturaleza humana, fuente unificadora de un comportamiento especifico,cuando supera, libre y conscientemente el mundo material, adquiere una dimensiónética.

    “El trabajo entendido como proceso mediante el cual el hombre y el génerohumano someten la tierra, corresponde a este concepto fundamental de la Biblia sólocuando al mismo tiempo, en todo este proceso, el hombre se manifiesta y confirmacomo el que “domina” (Laborem Excercens, 6-3)

    El trabajo, además de crear bienes, producir servicios y crear técnicas para lasatisfacción de las necesidades de quien lo realiza y de su prójimo, hace crecer a aquel

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    como persona, dimensión ésta que “condiciona la misma esencia ética del trabajo” (L.E.6-3); cuestión esencial y fundamental de la doctrina social de la Iglesia sobre el trabajo.

    Como hemos visto, el trabajo relaciona al hombre con la naturaleza que le hasido ofrecida por Dios para que a través de su dominio y transformación, se realice a“imagen y semejanza de Dios”.

    El hombre que trabaja aprovecha los adelantos técnicos, científicos yconocimientos de sus predecesores, herencia que le permite vincularse a un pasadocomún; para transformarlos y mejorarlos en provecho de su prójimo y las generaciones

     posteriores.

    En el trabajo, a pesar del trabajo y gracias al trabajo el hombre se dignifica por

    ser dueño y artífice de sí mismo y de sus propias acciones, a diferencia de las demáscriaturas.

    Si bien es cierto que las viejas concepciones que consideraban al trabajadorcomo una mera mercancía, han sido superadas en forma casi uniforme por la doctrina yla legislación, por influencia de corrientes ius-filosóficas más humanas y, por ende, máscristianas; también lo es que aún la realidad cotidiana nos muestra sutiles formas deexplotación que denigran al trabajador, sometiéndolo a servidumbres o sistemas deesclavitud disimulada.

    Es así que se “ha estado mucho más atento a los problemas vitales del salario yde la producción que no a los ideales; y entre estos especialmente a que el hombre es elcentro en todo el proceso de desarrollo económico y a todos los valores de que él essujeto y portador, como la libertad, la responsabilidad, la participación. No se trata deinfravalorar el esfuerzo para liberar al hombre de situaciones concretas de vida indignasde un ser inteligente y libre, sino solo de subrayar que frecuentemente se ha mirado másal efecto que a la causa de los males, buscando además caminos de solución quemiraban solo a las exigencias materiales, aun cuando legítimas, de la vida”.

    “E incluso hoy, aún notando un profundo desarrollo en las relaciones entrecapital y trabajo, se debe constatar que sigue predominando la misma lógica

     productivista y de poder, agravada por una insistencia de búsqueda de mercado que crealas necesidades y aumenta cada vez mas el consumismo.” (Trabajo y Capital, Mons.Fernando Charrier / L’Osservatore Romano, 25-10-81, p. 9)

    Por ello, la estructura actual prepara al hombre para producir bienes y serviciosdurante la jornada de trabajo a veces razonable y otras excesivamente agobiadora por suduración o intensidad; y luego, lo condiciona para consumirlos durante el tiempo libre,creando necesidades con el objeto de mantener la dinámica del proceso productivo.

    Con lo cual se despoja al hombre de su libertad y voluntad, poniéndolo alservicio de la economía y no está al servicio de aquél.

    Esto no es sino “la afirmación de un materialismo práctico que incluye, directa oindirectamente, la convicción de la primacía y de la superioridad de lo que es material”.

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     “La mentalidad economicista está ampliamente difundida. No está solo presente

    en la relación de trabajo -piénsese, sin embargo, en el absurdo de querer monetizarincluso la salud y la vida, por lo que a un trabajo peligroso o nocivo se responde no conuna organización del trabajo que salvaguarda al hombre, sino solo con un salario maselevado-, sino también en las relaciones mas amplias de la sociedad y de las nacionesentre sí. Normalmente se abdica incluso a los derechos más sacrosantos, con tal deobtener algo más en el nivel del dinero y de la riqueza. Se va instaurando una sociedaddel tener que suplanta a la sociedad del ser, según las expresiones de los sociólogosmodernos” (Trabajo y Capital, p.10)

    Evaluación de la organización social del trabajo

    El valor ético del trabajo, tal como lo hemos considerado, constituye el criteriofundamental para evaluar la organización social del trabajo; para juzgarla, no en cuanto

     productora o técnicamente eficiente, sino, en cuanto capaz de humanizar al hombre.

    El Papa Juan Pablo II en su Encíclica Laborem Excercens (Conf.12), destaca enel orden axiológico, el viejo principio enseñado tantas veces por la iglesia de que eltrabajo es prioritario frente al capital.

    Y ello es así, por ser el único que posee dignidad, ante los demás factores de la producción que solo tienen precio.

    Este axioma se plasma en nuestra ley de contrato de trabajo que proclama comoobjeto principal de aquél la “actividad productiva y creadora del hombre en sí” y sólodespués, relegándola a un segundo plano, considera su aspecto patrimonial yobligacional.

    Toda estructura u organización social que desconozca esta evidencia es injusta y, por lógica consecuencia, no cristiana.

    Cuando el trabajo se ejecuta bajo la dependencia de otra persona que tiene lafacultad de dirigirlo y a la que la sociedad le reconoce el derecho de apropiarse del fruto

    del esfuerzo de aquél, mediante el pago de una remuneración se produce un conflictoque ha sido denominado “cuestión social”.

    En la actualidad y desde hace largos años, la cuestión se plantea como una suertede contraposición entre capital y trabajo; identificándose el primero con los intereses dequien dirige y el segundo con quien presta su esfuerzo personal en beneficio ajeno.

    Es así como la Encíclica de Juan Pablo II, al igual que sus predecesores, recalcala fuente de controversia y marca con claridad la situación concreta que “ha encontradosu expresión en el conflicto ideológico entre liberalismo, entendido como ideología delcapitalismo, y el marxismo, entendido como ideología del socialismo científico y del

    comunismo.” (L.E.11)

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      Esta contraposición entre el mundo del capital y el mundo del trabajo exige unaurgente revisión que permita dar al conflicto una solución cristiana, salvaguardando la

    dignidad de la persona que es sujeto del trabajo.

    La solución que nos proponen los documentos pontificios retoma el principio yaenunciado que proclama “la prioridad del trabajo frente al capital”.

    “Este principio se refiere directamente al proceso mismo de producción, respectoal cual el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo elconjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o causa instrumental”(L.E. 12).

    Esta verdad se deduce de toda la experiencia histórica del hombre.

    En efecto, si en el ámbito del concepto “capital” incluimos “además de losrecursos de la naturaleza puestos a disposición del hombre, también el conjunto demedios con los cuales el hombre se apropia de ellos, transformándolos según susnecesidades (y de este modo, en algún sentido, “humanizándolos”), entonces se debeconstatar aquí que el conjunto de medios es fruto del patrimonio histórico del trabajohumano” (L.E., 12).

    Es aquí donde se destaca la primacía del hombre respecto de los medios de producción que son, solamente, un conjunto de cosas; mientras que el hombre, comosujeto del trabajo e independientemente del trabajo que realiza, “él solo es una persona”.

    Aquel principio, pues, de otorgar prioridad al trabajo respecto del capital, paraque aquél se sirva de éste, en orden a la realización del bien individual-personal, tantocomo del bien común general, es un postulado que pertenece al orden de la moral social.

    Desde este punto de vista tiene importancia clave “tanto en un sistema basadosobre el principio de la propiedad privada de los medios de producción, como en elsistema en que se haya limitado, incluso radicalmente, la propiedad privada de estosmedios” (L.E., 15).

    “Cuando el hombre trabaja, sirviéndose del conjunto de los medios de producción, desea a la vez que los frutos de este trabajo estén a su servicio y al de losdemás y en el proceso mismo del trabajo tenga la posibilidad de aparecer comoresponsable y coartífice en el puesto de trabajo al cual está dedicado” (LE 15).

    Sólo así, tendrá el marco referencial necesario para realizarse como persona ysaberse “sujeto” de la relación laboral.

    La organización social del trabajo será apta, pues, si permite la humanización delhombre; para lo cual, debe posibilitarle su realización como persona por medio de una

     política laboral correcta, desde el punto de vista ético.

    Tal política será correcta cuando los derechos objetivos del hombre del trabajosean plenamente respetados.

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     Tales derechos inalienables de la persona del trabajador, en cuanto persona

    humana, constituyen el elemento clave de todo el orden social.

     No podremos afirmar válidamente que un sistema u organización social es justo,si estamos enfrentados a una realidad de desempleo que pone a quien posee capacidad

     para trabajar, ante la frustración de no encontrar los medios que le posibiliten cumplir elderecho-deber del mandato bíblico.

    Cuando la organización social no brinda a los hombres oportunidad de trabajar;cuando la planificación global de la sociedad no prevé la creación de nuevas fuentes detrabajo, el “desocupado” ve frustrada su disponibilidad de asumir la propiaresponsabilidad, para el desarrollo económico y social de la comunidad y proveer a la

    subsistencia y crecimiento propio y de su familia.

    Es así que el paro y la inseguridad del puesto de trabajo –especialmente cuandose prolongan en el tiempo y afectan a toda una región- tienen efectos serios sobre ladignidad y la vida personal del individuo y dan lugar a una serie de problemas sociales.

    Su santidad Pablo VI recordaba en la Carta Apostólica Octogésima Adveniensque “todo hombre tiene derecho al trabajo, a la posibilidad de desarrollar sus cualidadesy su personalidad en el ejercicio de su profesión, a una remuneración equitativa que

     permita a él y a su familia llevar una vida digna en el plano material, social, cultural,espiritual…”.

    Al considerar, pues, que el trabajo en cuanto esfuerzo humano es el ejercicio dela propia actividad, orientado a la adquisición de las cosas necesarias para la vida,reconocemos en él dos cualidades: “es personal, porque la fuerza con que se trabaja esinherente a la persona; es necesario, porque del fruto de su trabajo necesita el hombre

     para vivir” (Mensaje del Comité Permanente del Episcopado de Chile, L’OsservatoreRomano, 21-6-81, p.9).

    “Y sustentar la vida es un deber y faltar a ese deber es un crimen. De allí nace elderecho de procurarse las cosas necesarias para sustentar la vida, y estas no las hallan

    los pobres sino ganando un jornal en su trabajo” (ib.)Para ello, la única vía posible es pagar un salario suficiente para el sustento del

    obrero. “Si el obrero como obligado por la necesidad aceptase una condición mas dura,eso sería hacerle violencia y contra esta violencia, reclama la justicia” (ib.)

    “De aquí que, precisamente el salario justo se convierta en todo caso en laverificación concreta de la justicia de todo sistema socio-económico y, de todos modos,de su justo funcionamiento” (L.E., 19).

    En ejercicio de los derechos inalienables que posee como trabajador, el hombre

    tiene también derecho de asociarse con sus pares para la defensa de sus intereses vitalesfrente a los empresarios y a los propietarios de los medios de producción.

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      Los sindicatos son, entonces, “un exponente de la lucha por la justicia social, porlos justos derechos de los hombres de trabajo”, es decir que “la unión de los hombres

     para asegurarse los derechos que le corresponden, nacida de la necesidad del trabajo,sigue siendo un factor constructivo de orden social y de solidaridad, del que no es posible prescindir” (L.E., 20).

    El gobernante, el hombre de empresa, el dirigente gremial y todos aquellos que por su rol específico colaboran en la organización social tienen la obligación de poneren práctica una política laboral correcta, que permita una justa organización social deltrabajo.

    Si no lo hacen, serán responsables ante sus hermanos y juzgados por Dios.

    Análisis axiológico de las condiciones y medio ambiente del trabajo

    En el orden de preocupaciones señaladas, ocupan un lugar preponderanteaquellas que se relacionan con las condiciones y medio ambiente de trabajo, dado quesiendo el hombre sujeto del trabajo, a su persona y dignidad deben estar directamentereferidas las expectativas de cómo, dónde y con qué medios desarrolla su prestaciónlaboral.

    El hombre, a través de su voluntad, se diferencia de los otros seres en el plano dela acción, ya que por aquella se convierte en dueño de su marcha hacia su fin.

    Al mismo tiempo, su libertad le permite advertir la desproporción manifiestaentre los bienes limitados que lo atraen y el campo que se abre ante él, al que tieneacceso por su pensamiento.

    De ello inferimos que la dignidad eminente de la persona humana, es debida a laautonomía e independencia en la prosecución de su destino.

    Como lógica consecuencia, la interferencia de cualquiera de estos aspectosconcluiría en una conculcación de aquella dignidad.

    El equilibrio de su triple dimensión lo encuentra el hombre en la medida queorienta sus relaciones del primer y segundo nivel en orden a su fin trascendente. Talorientación sólo tiene una conclusión lógica: la subordinación a sí, de los elementos dela naturaleza; al par que establezca relaciones de coordinación y solidaridad con sussemejantes.

    Esas relaciones que implican la exclusiva e íntima relación consigo mismo, sólo podrán ser camino a su destino trascendente, en la medida en que el hombre puedadisponer de si con autonomía e independencia.

    Ante esto, la pregunta nos asalta casi acusadoramente: ¿es que en el ámbito de

    su actividad laboral, no padece el hombre nítidas interferencias en el desarrollo de lascondiciones imprescindibles para su autorrealización y búsqueda de la personal perfección?

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     Y como la respuesta es afirmativa, nos vemos obligados a sostener que una

    importante perspectiva ética del trabajo, es la que se refiere a sus condiciones de proceso humanizador.

    En este aspecto no nos referimos solamente a las condiciones inhumanas en quese desarrollaba la actividad subordinada en los albores de la revolución industrial, -talescomo extensas jornadas, injustas retribuciones, insalubridad-; sino también a las formasmas modernas de deshumanización, tales como la excesiva división y especialización, lamecanización, la inseguridad, entre otras; las cuales coexisten en algunos casos, conaquellas antiguas formas de explotación de los primeros tiempos del maquinismo.

    Quizás sea prudente insistir que en tanto y en cuanto no se reconozca la primacía

    axiológica del trabajo, frente a cualquier otra realidad económica, incluida la propiedad,no podremos hablar de un comportamiento ético en aquel ámbito y no lograremosinstrumentar las condiciones favorables para el desarrollo humano de quienes trabajan.

    Ya lo sostuvo el Concilio Vaticano II: “La actividad económica es de ordinariofruto del trabajo asociado de los hombres; por ello es injusto e inhumano organizarlo yregularlo con daño de algunos trabajadores. Es, sin embargo, demasiado frecuentetambién hoy día que los trabajadores resulten en cierto sentido esclavos de su propiotrabajo. Lo cual de ningún modo está justificado por las llamadas leyes económicas. Elconjunto del proceso de la producción debe, pues, ajustarse a las necesidades de la

     persona y a la manera de vida de cada uno en particular, de su vida familiar, principalmente por lo que toca a las madres de familia, teniendo siempre en cuenta elsexo y la edad. Ofrézcase, además, a los trabajadores la posibilidad de desarrollar suscualidades y su personalidad en el ámbito mismo del trabajo. Aplicar, con la debidaresponsabilidad, a este trabajo su tiempo y sus fuerzas, disfruten todos de un tiempo dereposo y descanso suficiente que les permita cultivar la vida familiar, cultural, social yreligiosa. Más aún, tengan la posibilidad de desarrollar libremente las energías y lascualidades que tal vez en su trabajo profesional apenas pueden cultivar” (Ética Social yPolítica, Marciano Vidal y Pedro R. Santillán, Ed. Paulinas 1981, p. 142).

    Consideramos oportuno destacar que esta preocupación por la dimensión ética

    del trabajo, por el hecho de que quien lo realiza es una persona, ha animado no sólo a laDoctrina Social de la Iglesia, sino a aquellos hombres inquietos por los derechosinalienables del trabajador, hombres a quienes su profunda intuición y calidad científicaha colocado entre los maestros del Derecho del Trabajo.

     Nos referimos concretamente, a Alejandro Unsain, quien en su obra titulada“Legislación del Trabajo” apunta textualmente: “Si la legislación que universalmente seestá elaborando ha de dar los resultados que a justo título de ella se esperan, deberácontemplar el doble aspecto, material y espiritual, que el programa encierra. Decir quela cuestión obrera es simple cuestión de estómago, equivale a ignorarla. Agregar que lasreivindicaciones son de orden puramente material, significa empeñarse en no ver, en los

    movimientos obreros, otra cosa que un pedido de mayor salario y de menor jornada. Allado y aún por encima de estas preocupaciones… hay un elemento moral y cuyainfluencia nos parece capital, aún cuando ella no sea reconocida por todos. El trabajador

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    no reclama únicamente una mejor paga y mejores condiciones de trabajo, pues quiere noser considerado una especie de simple prolongación animada de la máquina, como un

    rodaje cualquiera de la maquinaria de la usina. Desea ardientemente ser tratado comohombre y, por decirlo así, como un colaborador inteligente y libre” (p. 15, Ed. ValerioAbeledo, 1926).

    Así se expresaba Unsain en 1926.

    En 1981, S.S. Juan Pablo II, demostró idéntica inquietud al afirmar que no es posible admitir que por las puertas de la fábrica salga la materia prima ennoblecida y elhombre degradado.

    En su extraordinaria Encíclica Laborem Exercens, sostuvo que, a fin de evitar

    esa antinomia, surge la “obligación moral de unir la laboriosidad como virtud con elorden social del trabajo, que permitirá al hombre hacerse más hombre” en el trabajo, yno degradarse a causa del trabajo, perjudicando no sólo sus fuerzas físicas (lo cual, almenos hasta cierto punto es inevitable) sino, sobre todo, menoscabando su propiadignidad y subjetividad” (LE, 9).

    Si con su trabajo el hombre produce bienes y presta servicios para la satisfacciónde las necesidades propias y ajenas y a través de él enriquece lo que se denominasistema de provisiones; el grupo al que pertenece debe reconocerle el derecho a

     participar de aquellos.

    Pero la actividad que permite aumentar los bienes y servicios con los que cuentala comunidad para elevar su nivel de vida, no puede impedir que quien la ejecute,desarrolle su vocación y alcance su fin trascendente.

    Para lo cual el medio ambiente del trabajo debe proporcionar los elementos quegaranticen la seguridad de quien ejecuta la tarea y en los lugares en que se realiza laactividad, condiciones de salubridad que no importen un riesgo a la persona humana.

    Es por eso que sin que signifique desconocer que en la actualidad, no es posiblehablar de las condiciones de trabajo sin dejar de referirse a la jornada, la remuneración,

    los descansos, las pausas de la actividad y hasta la vivienda y demás aspectos que permitan vivir con dignidad; insistimos que el cumplimiento de las normas de higiene yseguridad del trabajo y de las medidas que la ciencia y la técnica indiquen comonecesarias para tutelar la integridad psicofísica del trabajador, constituyen también unaexigencia ética de primer nivel.

    El deber ético incumplido, ya sea por acción inversa o por omisión, acarrea laconsiguiente responsabilidad moral del autor; sin perjuicio, obviamente, de la civil o

     penal que impongan las leyes positivas que el hombre mismo elabora a la luz de tales principios, con miras a regular la sana convivencia.

    Y es en orden a la responsabilidad que es menester identificar quiénes son lossujetos, toda vez que solo los hombre son “responsables”, por cuanto su libertad y suvoluntad los hace capaces de ejercer opciones y, por ende, de dar respuesta.

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     La responsabilidad moral, pues, por la correcta elección de las medidas que

    generen condiciones de trabajo y medio ambiente aptas para la protección del trabajadory de su dignidad, cabe en primer término a los empleadores.

     No cabe duda que son ellos, gracias a la facultad natural y legal de organizacióny dirección, tanto del personal como de los factores de producción, quienes debenarbitrar los medios idóneos, ya para prevenir infortunios y riesgos laborales; como para

     proveer la libre realización del hombre de trabajo.

    La legislación vigente, sin dejar duda alguna, impone a los empleadores laobligación de “adoptar las medidas legalmente previstas para prevenir eficazmente losriesgos de trabajo”. Responsabilidad de la que no quedan eximidas las “asociaciones de

    riesgo de trabajo”. Además ambos -empleadores y ART- deben incorporar un plan demejoramiento de las condiciones de higiene y seguridad que permita al trabajadordesarrollar su actividad laboral en un ambiente saludable y agradable.

    También, pero no con menor responsabilidad moral, quedan los integrantes delos servicios de higiene y seguridad del trabajo, tanto internos como externos, a quienesse haya encomendado la función de asesorar al empleador sobre las medidas queobjetivamente sea necesario adoptar en cada caso concreto, de acuerdo a lo que laciencia, la experiencia y la técnica aconsejen.

    De igual modo, los funcionarios que integran el organismo estatal de aplicación,a través de cuya gestión deben implementarse ciertas medidas o debe imponerse ycontrolarse el cumplimiento de las mismas.

    Sin embargo, aquél a quien se trata de proteger en su integridad psicofísica,como en sus posibilidades de desarrollo integral en el ámbito del trabajo –es decir, eltrabajador- no queda exento de responsabilidad.

    Ya individualmente, ya a través de sus respectivas asociaciones gremiales, eltrabajador tiene el deber moral de colaborar en el logro de las condiciones óptimas quecontribuyan a su propio enriquecimiento y el de sus pares: ya acatando las órdenes que

    se le impartan con respecto a las medidas de higiene y seguridad del trabajo, yaexigiendo su cumplimiento.

    La indiferencia por estos problemas revela la incomprensión de la dimensiónética del trabajo y el desconocimiento de las razones que justifican el deber de todohombre de trabajar.

    Son estas, justamente, las que queremos remarcar a modo de conclusión: eltrabajo es el medio para sostener la familia; en él se realiza el perfeccionamiento

     personal; el trabajo cumple un servicio social (Ética Social y Política…, p. 140).

    Las actitudes éticas que necesitamos ante la problemática del hombre en elámbito del trabajo, han de ser vividas, pues, “no desde el interés de la pura

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    contemplación (análisis cognoscitivo, ortodoxia moral) sino desde la urgenciainaplazable de la acción transformadora de la realidad” (Vidal, ob. cit, p. 131).

    En la medida que comprendamos que la justicia es el proceso activo de preveniry reparar todo lo que lesione injustificadamente algún aspecto de la existencia humana,veremos luz en el camino que nos impulse a esa impostergable acción transformadorade la realidad que oprime y niega al hombre su posibilidad de ser cada día más hombre.