Ventanal de un sexto piso, Juan Carlos Pérgolis

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    VVVEEENNNTTTAAANNNAAALLL DDDEEEUUUNNNSSSEEEXXXTTTOOOPPPIIISSSOOO

    un libro de viajes

    Juan Carlos Prgolis

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    A Nata

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    Indice

    Un pasaje de ida 5

    Mendoza y Santiago de Chile, en vuelo 8

    A Colombia: Cali y Cartagena 10

    Bogot, una ciudad entre las nubes 17

    Curazao, Jamaica y Bahamas: la presencia del mar 24

    Invierno europeo: Luxemburgo, Blgica, Francia 33

    Por el Romnico de Espaa 40

    Italia, mis races dispersas 46

    Viena, Luxemburgo y de nuevo el Caribe 49

    Otra vez Colombia 52

    Lima, la ciudad del toque de queda 59

    La selva: Iquitos y Pucallpa 63

    Un segundo regreso es un reencuentro 68

    La primavera en la Costa Este de Estados Unidos 74

    En Reykjavik la memoria repite los signos 82

    Rumbo al norte, Escandinavia 84

    Alemania, entre amigos 90

    Un nuevo regreso y una nueva vida 97

    Bogot, un lugar 100

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    Otra vez en viaje 107

    Una travesa diferente por Italia y Grecia 110

    Camino al arraigo 126

    Verona. Los amigos dan la identidad del lugar 129

    Los significados en Ankara, Capadocia y Estambul 135

    Bogot, mi lugar 151

    El inicio de algo en Quito y Guayaquil 153

    La rutina es la ruta que se repite 156

    Por Colombia en familia 158

    Un pasaje de ida y regreso 164

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    Un pasaje de ida

    En ese entonces, el nico sentido que tena para m la palabra

    baseera su connotacin militar y pas muchos aos sin entender que

    base significa cimiento, la parte ms baja, la que est en contacto con

    la tierra como la raz del rbol. Tener una base es estar en un lugar que

    es parte de la propia intimidad, es saber a dnde referirse y a dnde

    volver. El trmino viaje sugiere la idea de un regreso, como si ms tarde

    o ms temprano, a travs de un recorrido directo o con desvos, siemprehubiera un retorno a ese lugar, donde el destino final coincide con la

    seguridad emocional del punto de partida.

    Por eso, a una travesa sin retorno le damos otro nombre:

    migracin o desplazamiento, palabras que no sugieren la alegre

    aventura de un viaje. Si el itinerario de ida se hace con la certeza del

    imposible regreso, entonces lo llamamos exilio.

    Saba que tarde o temprano tendra que marcharme, aunque no

    quera pensarlo. Me fascinaba la vida en Buenos Aires, su gente, sus

    actividades infinitas y sus espacios llenos de emociones. Aunque quizs

    lo que me gustaba era mi vida con los amores y los

    afectos que se tejen a travs de los aos mientras la ciudad se va

    convirtiendo en historia, en el marco que da sentido a la existencia.

    Tambin amaba las actividades de la ciudad insomne, las charlas

    con amigos en el bar La Paz o las discusiones ideolgicas que en esos

    aos mediatizaban todas las actividades y que fueron el motivo de este

    viaje o exilio, el nombre ya no importa. Por ltimo, amaba y sigo

    amando los lugares de aquella ciudad.

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    Por eso, caminar hoy por un parque de Buenos Aires, entre losrboles enormes y sin hojas en una helada tarde con sol de invierno,

    no es para m una experiencia, sino la emocin de haber vivido otra

    emocin anterior y puedo decir lo mismo de esas noches de verano

    cuando el aire hmedo parece hervir en la Costanera del Ro de la

    Plata, entre pescadores solemnes, parejas abrazadas, olor a carne

    asada y el estruendo de los aviones que aterrizan en el vecino

    Aeroparque.

    Muy temprano en la maana, antes de que abriera el comercio,

    esperaba el 68 para ir a la Polica Federal a recoger el pasaporte que

    una semana antes haba solicitado. -Hay que tener el pasaporte vigente,

    nunca se sabe qu puede pasar, nos decamos unos a otros. Ese da me

    lo entregaban.

    En el colectivo iban muy pocos pasajeros y el conductor oa la

    radio: msica militar. -Qu es esa marcha?, le pregunt. -El golpe, los

    militares dieron golpe de Estado. Recog el pasaporte. De pronto el viaje

    fue una realidad indiscutible, ira a Colombia donde viva Pedro, un

    compaero de universidad y amigo de los aos de estudiante. -Si la

    cosa se pone peor, te vienes, me haba dicho una vez.

    Conoca Colombia porque haba estado como turista un ao antes

    y regres alucinado con la costa Caribe: Cartagena, Santa Marta, calor

    y gente afable; Tambin haba estado con Pedro en su apartamento en

    Bogot, una ciudad fra trepada a un altiplano andino; all ira a

    buscarlo.

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    Cuando me informaron que para ingresar a Colombia era

    necesario tener un pasaje de salida del pas o de vuelta al punto deorigen, escog un irreal destino a Panam. Entonces entend que el

    regreso a Argentina ya no sera posible. Esa noche llor a todos y a cada

    uno de los afectos, los amores, los lugares, las conversaciones polticas

    que quedaran resonando en los rincones del bar La Paz, los susurros

    de amor que an se enredaban en las sbanas, los gritos desaforados

    en la montaa rusa del Italpark; llor por una historia que se rompa y

    por la angustia de otra historia que comenzaba. Llor porque mi vida separta en dos, como un tren que deja vagones en una estacin y

    contina su marcha.

    Mendoza y Santiago de Chile, en vuelo

    Todo lo miraba con el detenimiento cinematogrfico de una

    cmara lenta, los aviones en la plataforma, los autobuses que sobre unhilo invisible y perfecto traan a los pasajeros de esos aviones, las

    empleadas alineadas como en un ballet detrs del mostrador de

    Aerolneas Argentinas; miraba un detalle de la forma del mostrador y mi

    mano sobre ese detalle. -Embarque por la puerta 3, o que decan y todo

    sonaba lejano, con resonancia; atrs, ms all de las puertas de vidrio

    estaban mis tas Loly y Ester que me despedan. Las volver a ver?

    quin sabe, algn da...

    El avin vol sobre el Ro de La Plata y luego por el Paran; a la

    altura de Rosario desvi hacia Crdoba, en el centro de Argentina.

    Despus de una corta escala y con el sol de frente que pona brillos de

    fuego en los bordes de las alas, se dirigi a Mendoza; all transbordara

    a la aerolnea chilena para cruzar a Santiago. Un empleado de esa

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    compaa me ayudara a embarcar para evitar las listas que los

    militares haban distribuido en los aeropuertos y dems puntos desalida del pas.

    Volbamos bajo, por mi ventanilla pasaban los viedos sin hojas,

    apenas los soportes y los alambres donde, en verano, se enredaran las

    ramas nuevas y colgaran los racimos. El avin dio un ltimo giro y

    corri por la pista envuelto en el trueno de sus motores.

    All estaba el hombre de Lan Chile, que hoy sin nombre ni figura,

    es parte de un recuerdo de terror. -Ya llegaron las listas pero no pude

    verlas, dame el pasaporte y el boleto. Esperame en la sala de embarque.

    A nuestras espaldas sonaba otro trueno, haba aterrizado el avin que

    ms tarde me llevara a Santiago. -Listo, ya te sellaron la salida, cuando

    llamen a bordo, yo subo contigo.

    En la hipnosis que produce el miedo, me dejaba llevar por el

    hombre de Lan Chile. -Ahora, vamos, dijo y me empujo el brazo. Nos

    sentamos en el primer asiento, junto a la puerta; afuera vea la fila de

    pasajeros que embarcaban; luego slo qued en el cuadro un ngulo de

    la terraza del aeropuerto y ms atrs la cola del avin que me haba

    trado de Buenos Aires, recortada contra las ltimas luces de la tarde.

    Hay problemas con el clima, cerraron Santiago, coment una azafata conel suave acento con que hablan los chilenos y todos los pasajeros

    bajamos a la cafetera. Al fin, ya de noche, cruzamos la Cordillera de los

    Andes con ms de tres horas de retraso.

    A Colombia: Cali y Cartagena

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    El vuelo transcurra entre el viento fro de las montaas y las

    turbulencias de la costa del Pacfico; atrs haba quedado el aeropuertode Pudahuel en Santiago y mucho ms all del horizonte, an de aquel

    que poda intuir el radar del avin, me esperaba Cali, caliente y alegre,

    un destino transitorio en el viaje sin retorno.

    Despus de la cena sobrevolamos Lima que brillaba como un

    collar extendido sobre el pao negro del mar; luego se desdibuj la

    costa y se apagaron las pocas luces que an se vean en tierra. Depronto, dejamos de estar en algn lugar y el avin se desliz, oscuro,

    zumbando en ese vaco que modifica el sentido de todos los lugares, el

    vaco que comienza cuando se apagan los carteles de abordo y termina

    cuando se encienden nuevamente, anunciando el aterrizaje.

    En medio de los pasajeros dormidos, la emocin me mantena

    despierto entre la ltima nostalgia y la primera expectativa, entre elrecuerdo de la pampa, la llanura infinita y el ansia de las montaas

    escondidas bajo las nubes; entre aquella ciudad-puerto, que dejaba ver

    los mstiles y las chimeneas de los barcos al final de la calle Corrientes

    y las ciudades por descubrir; entre las ciudades que en ese momento

    slo existan en mi ansiedad y la que ahora comenzaba a vivir en mis

    recuerdos.

    En la plataforma del aeropuerto de Cali, dorman varios aviones

    bajo las luces amarillas, opacadas por el revolotear de millones de

    insectos. Desembarqu con algunos pasajeros y en pocos minutos

    habamos hecho los trmites migratorios y de aduana. Pronto se

    dispersaron y qued solo; estaba en Colombia, en el silencio de un

    aeropuerto desierto. Esperara la salida del vuelo a Cartagena. -Dnde

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    hay una cafetera? -Est cerrada, abre a las seis, respondi el empleado

    que me sell el pasaporte y se sent a mi lado con intencin deconversar.

    Los ltimos meses en Argentina haban sido tiempos de terror:

    todos los das desapareca algn amigo; los diarios mostraban, en

    primera plana, los cadveres arrojados en cercanas de las ciudades;

    todos comentaban, en voz baja, las torturas en las diferentes

    instalaciones militares y noche tras noche vivamos los allanamientos,veamos a las personas que se llevaban, que nunca volveran y que

    nadie jams podra volver a mencionar. El pnico me impeda

    responder lo que me preguntaba el empleado del aeropuerto y en la

    misma charla se mezclaban los cantantes, los militares y los futbolistas

    argentinos con cuestiones propias de Cali, que no poda entender; por

    suerte amaneci y comenz la actividad en torno al avin que me

    llevara a la costa norte de Colombia, al Caribe.

    Un aterrizaje en Pereira, en medio de enormes matorrales de

    guadua, esa caa cuyas varas alcanzan varios metros de altura; luego

    Medelln y por ltimo Cartagena. Como el cansancio me venca, me dej

    llevar por el taxista a la pensin que l consider apropiada. Despus,

    otro da, pensara en mi nueva vida.

    Por la ventana del cuarto vea la calle con una palmera desflecada

    por la brisa y al fondo, un pedacito de mar; cada tanto pasaba un viejo

    y colorido autobs con una impecable fila de codos asomados por el

    vaco de las ventanas sin vidrios. La pensin estaba entre dos zonas de

    la ciudad, el centro histrico rodeado de viejas murallas y la zona

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    Una oferta de trabajo en Cartagena me permiti tramitar la

    residencia en el pas. Con el contrato en la maleta viaj a Bogot. Perono quera ms aviones. En autobs fui a Barranquilla y con una amiga,

    tambin extranjera, que viva en esa ciudad, descubrimos los rincones

    sobrevivientes de la poca de la compaa bananera y del esplendor del

    Art Deco. Destartalados hoteles con fachadas que parecan el marco

    para alguna seductora pose de Mae West; casas comerciales, sedes de

    empresas como salidas de algn dibujo de Flash Gordon, formas

    modernas y gestos futuristas en un sector olvidado en el cual cuentanlos barranquilleros- se bailaba la cumbia con rollos de billetes

    encendidos. Ms all estaban los barrios de los aos cuarenta y

    cincuenta, donde an pareca resonar el eco de las grandes orquestas

    que difundieron por el mundo la msica de la costa colombiana.

    El tren a Bogot sali de Santa Marta en medio del resoplar de

    vapores de la antigua locomotora, cruz las ridas sabanas de la costa,donde los hormigueros son ms altos que un hombre y corri cercano

    al ro Magdalena entre la ms inslita variedad de frutas tropicales.

    Despus de casi treinta horas de viaje se enfrent a la cordillera para

    trepar los 2.600 metros hasta Bogot.

    El tren suba con dificultad, balancendose a uno y otro lado de

    la estrecha va; cada metro que lograba, el aire se volva ms difano yla vegetacin menos densa. Abajo quedaba el ro Magdalena con sus

    temperaturas infernales; adelante se vean paredes rocosas, casi

    verticales, cuyas cimas se perdan entre las nubes. Ms arriba, entre

    esas brumas, nos esperaba Bogot.

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    El da se oscureci y estall una lluvia desaforada, justo en el

    momento en que el estrecho corredor por donde trepamos se abri enuna enorme extensin cuyos lmites se perdan en la cortina de agua

    que formaba telones de diferentes grises; la Sabana de Bogot nos

    recibi con una de sus habituales tormentas. Los truenos hacan vibrar

    las ventanillas del tren y el granizo amenazaba romper los vidrios. Bajo

    el diluvio, el suelo se deshaca entre charcos, montones de hielo y

    pasto color verde tierno.

    Los camareros pasaron recogiendo las botellas de cerveza

    mientras los pasajeros se abrigaban, en un principio pens que

    exageradamente, pero luego tambin yo sent el fro de la altura. El

    tren, bamboleante, atravesaba la ciudad cuando un repentino rayo de

    sol cort la tarde de lluvia y todo se encendi con una helada luz

    amarilla que ti los muros de las casas y convirti las ventanas en

    reflejos incendiados. Al fondo, los cerros que limitan la ciudadaparecan envueltos en nubes que el viento desgarraba como en una

    alucinada pintura manierista.

    Bogot me recibi con las calles encharcadas y la luz rasante del

    sol del atardecer, una escena muy comn que transforma las

    perspectivas; entonces, todo parece perder sus relieves. Un eventual

    compaero de viaje me recomend un hotel en el centro, cerca delministerio donde tendra que hacer los trmites. Entre la Bogot que

    conoc en aquel momento y la actual, hay un abismo; muy poco queda

    de aquella ciudad no muy grande, de costumbres pueblerinas.

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    Los pasajeros del tren se desparramaron rpidamente y qued

    solo en la puerta de la estacin. Una avenida repleta de automviles meseparaba de la ciudad.

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    Bogot, una ciudad entre las nubes

    Al da siguiente me levant muy temprano y sal a desayunar. El

    centro herva de actividad en la maana gris, los cerros continuaban

    envueltos en nubes y brumas que presagiaban un da lluvioso. La gente

    se vea muy abrigada y caminaba muy aprisa. No entenda la relacin

    entre esta ciudad agitada y fra y las ciudades de la costa con su eterno

    verano y sus ritmos relajados. -Si tengo que vivir en Colombia, alguna

    vez, voy a vivir aqu, pens; en un pas ecuatorial donde el clima no lo

    define la poca del ao sino la altura, escogera el invierno.

    En la costa, mucha gente me haba dado las direcciones de sus

    amigos en Bogot. -Bscalos, ellos te ayudarn, decan y efectivamente,

    poco tiempo despus ya me mova en un pequeo grupo que me recibi

    con hospitalidad y me introdujo en las costumbres locales. Con ellos

    conoc los teatros de La Candelaria, que en esos aos tenan una fuerte

    carga ideolgica y recreaban, una vez ms, aquellas conversaciones de

    las noches de Buenos Aires; tambin descubr los paseos dominicales a

    la Sabana y a tierra caliente, o a clima medio, esos lugares cercanos,

    ms bajos que Bogot.

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    Pero nadie daba razn de mi amigo Pedro que era desconocido en

    las asociaciones profesionales, en las universidades y en las direcciones

    que yo traa, incluso en la casa donde lo haba visitado aos atrs. -Tal

    vez se fue de Colombia, conclu, pero ya no me preocupaba, senta que

    estaba iniciando otra vida donde todo era nuevo.

    Buenos Aires era un recuerdo todava cercano; an no eranostalgia, pero lo sera muy pronto, apenas terminara de descubrir a

    Bogot y muriera la fascinacin que me produca lo nuevo.

    No sabra decir si realmente entenda a Bogot, sus costumbres y

    su gente o estaba inventando una ciudad que llenara mis vacosante la

    ausencia de la otra. Me mova por Bogot o por un simulacro al que le

    daba ese nombre? S que a la ciudad fingida, a la ciudad simulada se la

    vive a partir de anhelos, de lo que se espera encontrar en ella, porque

    en la expectativa est implcito el deseo, aquello que no se tiene y que

    se anhela tener.

    Bogot, encerrada entre montaas me mostraba muchas cosas,

    pero ms que sus espacios y su arquitectura me enseaba un modo de

    vida, que en esos aos era todava introvertido y recogido en el interior

    de las casas, a diferencia de Buenos Aires, que se olvida de s por mirar

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    al mundo, entre la llanura infinita y el ro sin lmites, Bogot, aislada en

    la altura debe descubrirse en su propia historia y reconocerse en las

    perspectivas que le permiten sus cerros. Si aquella ciudad invita a

    mirar el cielo, esta otra seduce con los rincones cercanos y con los

    pequeos gestos.

    Ahora, despus de vivir muchos aos en Bogot, cada vez que

    regreso a Buenos Aires creo descubrir all la fascinacin de lo nuevo y

    pienso que Bogot, desde la distancia y la diferencia me ayud a

    entenderla; otras veces intuyo que fue mi vida en la ciudad del Ro de la

    Plata la que me permiti entender a sta del altiplano andino. En mi

    ltimo viaje, cuando se apagaron las luces y al igual que aos antes, el

    avin se desliz por el vaco sin referencias ni sentido, las dos ciudades

    se mezclaron, coincidieron en una sola emocin y en una sola nostalgia.

    El fin del trmite ante el ministerio me enfrent con la realidad

    que haba tratado de evitar asumiendo el comportamiento propio de un

    turista: viva en Colombia, estaba radicado en este pas, aunque por

    muchos aos me sentira en trnsito, como si estuviera haciendo una

    escala en un aeropuerto de paso.

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    Deba volver a Cartagena, ya no tena excusas para continuar en

    Bogot, me esperaba la insercin en la vida laboral de aquella ciudad

    costera. Pero, esto significaba que ya no volvera a Buenos Aires?

    Finalmente lo entend as y la ciudad recuerdo se convirti en la ciudad

    nostalgia.

    Regres a la costa en un vuelo que sigui la ruta del ro

    Magdalena, la misma que durante ms de un siglo recorrieron los viejos

    barcos de rueda; la experiencia del viaje en tren se redujo a una hora

    en el aire, pero pude ver, desde otra perspectiva, los violentos cambios

    del paisaje, que tanto me asombraron desde la ventanilla del tren; los

    valles encerrados, casi inaccesibles entre altsimas montaas, la

    sucesin de pueblos sobre las riberas de los ros y luego el Caribe,

    enorme y azul, sobre el cual el avin describi un amplio giro para

    aterrizar en Cartagena.

    La ciudad amurallada se senta repleta de gente, de vendedores

    ambulantes, de gritos, del calor ardiente de las calles que contrastaba

    con el fresco interior de las casas; all alquil un apartamento en un

    viejo edificio cuyos corredores eran como balcones abiertos a una

    pequea plaza, a la muralla y al mar; mis amigos de Cartagena me

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    ayudaron a amoblarlo y a los pocos das estaba integrado al barrio y a

    la rutina laboral de la ciudad.

    El edificio funcionaba como una pequea comunidad que se

    extenda a otras casas de la cuadra: la del balcn con petunias, de

    Liza, una anciana alemana que haba llegado a Cartagena en vsperas

    de la Segunda Guerra Mundial; el enorme casern de anchos muros

    donde viva un grupo de muchachos de Puerto Rico y el pequeo

    apartamento de Tova, una norteamericana que con el tiempo sera una

    de mis grandes amigas. Curiosamente, la comunidad del edificio y de la

    cuadra era de extranjeros. Tortas de queso colombo alemanas, extraos

    chutneys, pastas italianas con inslitas salsas y otras maravillas. La

    comida una al grupo y en las reuniones se desgranaban y entretejan

    recuerdos y aventuras vividas en los ms lejanos rincones del planeta.

    Era el exilio entre exiliados. Afuera estaba Cartagena.

    Un da, Liza anunci su regreso a Alemania; la reclamaban su

    hija y sus nietos en Mainz y el grupo tuvo su primera fractura, luego se

    fueron algunos de los muchachos del casern; el tiempo iba mostrando

    que la opcin de la comunidad de extranjeros no era vlida, aunque las

    nostalgias de cada uno nos empujaran a ella. Pero la vida estaba

    afuera, muy cerca, all en la rutina y en las costumbres de la ciudad: en

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    el cine de los mircoles en la Base Naval, en la fiesta del sbado en una

    u otra casa, en el paseo del domingo a alguna playa cercana, en el

    trabajo cotidiano.

    Un da termin el trabajo, el contrato se haba cumplido y pronto

    se iniciara otro; esta situacin reanim al fantasma de la nostalgia con

    sus rondas de recuerdos de Buenos Aires y la evidencia del imposible

    regreso. Tendra que salir, buscara los recuerdos en Europa, entre los

    amigos que haban emigrado all, entre otros exiliados con sus libros y

    sus discos llevados desde el lejano sur y atesorados como clulas de la

    memoria.

    En un centro comercial de Bogot haba visto una propaganda de

    Loftleidir, la aerolnea de Islandia que ofreca un vuelo a bajo precio

    desde Bahamas a Luxemburgo va Air Bahamas; una extraa ruta entre

    dos lugares del mundo tan diferentes, que a nadie se le ocurrira

    relacionar jams. Esa sera mi ruta y de paso conocera algunas islas

    del Caribe en el recorrido a Nassau.

    Una agencia de Cartagena me vendi los pasajes; como parte de

    pago di el pasaje Cali - Panam, esa salida de Colombia que nunca

    haba utilizado y tambin entregu un boleto Bogot - Buenos Aires,

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    comprado con mis primeros ingresos en un momento de soledad. Mis

    pocas pertenencias quedaron dentro de una caja en casa de un amigo.

    El primer tramo del viaje sera entre Barranquilla y Curazao, en

    las Antillas Holandesas. -Yo tambin voy, dijo Elisa, mi amiga de

    Barranquilla, con quien habamos caminado entre los fantasmas del Art

    Deco en el deteriorado sector del mercado de esa ciudad.

    Se iniciaba una nueva etapa del viaje, o tal vez ste era un viaje

    dentro de otro, porque sin duda, el regreso sera a Cartagena, un lugar

    que a pesar de que intua ajeno, quera volverlo mo.

    En la cartera tena los boletos para un recorrido que en otro

    instante de mi vida hubiera considerado como un sueo imposible,

    como algo fascinante, pero en ese momento no significaba nada

    especial, nada fuera de lo comn. Slo pensaba en la inminente partida

    a otros lugares. Muchos aos despus, detrs de la actitud frentica

    que me impuls a hacer ese viaje, descubrira la necesidad de Buenos

    Aires, de su gente y de sus lugares, buscados repetidamente en mil

    gestos de otras tantas ciudades, en cada esquina y en todas las plazas,

    con la intencin de llenar el vaco de la ciudad ausente.

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    Aos ms tarde descubr que mi ciudad no es aquella del Ro de

    la Plata, aunque en ese momento contena toda mi nostalgia y

    encerraba todo mi deseo. Hoy creo que mi ciudad es la que he

    construido con partes de todas las que he habitado y que a su vez,

    habitan en m. No s cmo se llama esa, miciudad; tal vez la llamo

    Buenos Aires, otras veces digo Bogot, aunque no sea ninguna de ellas,

    ni se parezca a las otras que he conocido.

    Curazao, Jamaica y Bahamas: la presencia del mar

    El avin de ALM volaba sobre la Guajira, abajo slo se vea la

    rida tierra amarilla y el mar verde; en la delgada lnea de espuma

    blanca que los separaba, se produca cada tanto algn movimiento

    como para convencernos de que no se trataba de una escena pintada

    en el cristal de la ventanilla. Ms all del Cabo de la Vela el paisaje se

    convirti en un teln verde que pareca representar el mar, que tan

    plano y tan quieto no poda ser un mar verdadero .

    Despus de una escala en Aruba, destino turstico de la mayora

    de los pasajeros, llegamos a Curazao, la mayor de las Antillas

    Holandesas. Un autobs amarillo que cruz la isla a travs de una

    indefinida sucesin de barrios, hoteles y construcciones aisladas en

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    medio de la vegetacin, nos llev a Punda, uno de los dos sectores

    separados por la ra, que conforman Willemstad, la capital.

    Elisa y yo tenamos la misma sensacin, no sabamos qu hacer,

    ni a dnde ir en nuestra primera noche de viaje; el autobs nos haba

    dejado en la mitad de la zona comercial y deambulbamos con nuestras

    maletas entre la multitud que regresaba a sus casas, entre vitrinas muy

    iluminadas y calles repletas de gente; de pronto, por alguna de ellas

    desembocamos en el borde de la ra y all, como posando para alguna

    fotografa, estaba la pulcra fila de casas holandesas, la imagen que

    muestran los carteles tursticos.

    No entiendo, reneg Elisa, no entiendo el papiamento, pero s de

    qu estn hablando, no sabemos a dnde ir, pero no estamos

    desorientados, la ciudad parece una maqueta. Mirbamos los puentes

    que unen Punda con Otrabanda, uno de ellos, flotante y mvil, junto a

    otro moderno. Al fondo de la ra las luces de una refinera de petrleo

    parecan ser la verdadera ciudad y Punda un simulacro, tan fascinante

    que perda credibilidad. El ferry nos cruz a Otrabanda y la ciudad

    luminosa y congestionada se convirti en un barrio tranquilo y oscuro;

    all buscamos una pensin. Por la maana recorreramos la ciudad.

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    La dbil luz de la calle se filtraba entre las cortinas. Acostado de

    espaldas segua el juego de las sombras en el techo. Quera pensar en el

    viaje que se iniciaba en esta ciudad fra a pesar del clima caliente y de

    la presencia del Caribe, pero me iba ganando el sueo y el pensamiento

    se transformaba en fantasa.

    Si ahora tuviera que describir a Willemstad, hablara de las luces

    de la destilera, del resplandor anaranjado que producen en el cielo los

    fuegos de sus chimeneas, de la extraa situacin de ver pasar los

    enormes barcos petroleros entre las casas; quizs hablara de algo que

    no era ciudad aunque lo pareciera. Con seguridad no hablara de

    Punda, un lugar hermoso y ficticio, con sus incontables centros

    comerciales y sus casas holandesas que siempre parecen recin

    pintadas.

    El regreso al aeropuerto, en horas de la maana, nos mostr lo

    que no habamos visto la noche de nuestra llegada: barrios y grupos de

    viviendas entre el verde de la vegetacin exuberante, como si

    Willemstad, la ciudad, hubiera estallado en mil rincones por toda la isla

    y Punda y Otrabanda, que son el centro, aunque estn en la puerta de

    la ra, fueran slo un punto para que nuestros pasos pudieran

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    construir el territorio. Porque la ciudad sin centro no tendra principio

    ni fin, ni podramos retornar, seguros, al origen de cada recorrido.

    Un vuelo de dos horas nos llev a Kingston, la capital de Jamaica,

    otra ciudad fragmentada en gran cantidad de sectores separados por

    espacios verdes que recordaban los prados ingleses.

    Es evidente que la diferencia entre las ciudades americanas de

    colonizacin espaola y anglosajona, radica en la continuidad de sus

    espacios: mientras las primeras son compactas y centralizadas en la

    plaza principal, las segundas estn dispersas en fragmentos que se

    desparraman en grandes territorios. El ronroneo del mnibus Leyland

    me traa recuerdos de Sudfrica, nostalgias de un viaje realizado tiempo

    atrs, en condiciones muy distintas de las de ahora.

    Desde la ventana del autobs mirbamos la ciudad: barrios con

    casas de madera, grandes construcciones aisladas en medio de

    jardines, avenidas y comercios en algunos cruces. Finalmente llegamos

    al centro, una mezcla de grandes construcciones empresariales y

    tradicionales casas del Caribe ingls, todo matizado por la presencia

    ineludible del puerto, aun en aquellas callejuelas desde las cuales no se

    vean ni un mstil ni una chimenea.

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    Nos sugirieron alojarnos en un bed and breakfastde uno de los

    barrios y sentimos un gran alivio cuando nos alejamos del centro. A los

    pocos minutos de marcha la ciudad puerto qued olvidada y

    reaparecieron los barrios de casas de madera y los amplios sectores de

    caserones entre prados. En uno de estos estaba la pensin

    recomendada, un chalet no muy grande, con fachada de ladrillos e

    interiores empapelados con rayas y flores. Mrs. Alice, la propietaria,

    cordial y rigurosa, como transplantada de algn barrio londinense, se

    esmeraba en demostrar que las habitaciones ignoraban el clima de

    Jamaica: camas tendidas con cobijas de lana y alfombras en los pisos. -

    En el armario encontrarn ms cobijas, nos indic y continu

    describiendo el desayuno del da siguiente.

    Por la tarde hicimos algunos recorridos por la ciudad y ya de

    regreso a la pensin de Mrs. Alice entramos en un pequeo

    supermercado a comprar algo para improvisar la cena. Una muchacha

    del lugar nos ayud con las compras. Salimos con ella, conversando

    acerca del negocio; despus de caminar un largo rato nos sugiri que la

    acomparamos a su casa; cocinaramos y comeramos juntos, lo que

    pareca ser un excelente programa para la noche jamaiquina. La

    caminata nos internaba en el barrio, entre calles estrechas y casas de

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    madera puestas en desorden. Elisa dio la primera voz de alarma: -Yo no

    sigo, no me meto por esos callejones. A travs de un mar de excusas

    intentamos evitar el compromiso, tratbamos de despedirnos y de

    regresar. -Les dio miedo verdad?, dijo y se perdi en el laberinto.

    Nunca supe si fue una expresin de burla o de desencanto, pero me

    envolvi un silencio de desprecio que no olvidar jams.

    Una maana, despus del desayuno de Mrs. Alice iniciamos viaje

    a las playas de la costa norte. Otro Leylandnos llev hasta las afueras

    de Kingston; desde all seguiramos en auto-stophacia Spanish Town, la

    antigua ciudad de la colonizacin espaola en el centro de la isla.

    Un automvil nos condujo por un camino de montaa, que en

    algunos trechos bordea ros de agua roja en el fondo de los valles

    ardientes, entre vegetacin frondosa y oscura, casi violeta. Ahora

    recuerdo a Jamaica como una alucinacin de colores inslitos

    producidos por los minerales del terreno. Cada tanto, una explotacin

    de bauxita alteraba el paisaje con la tierra revuelta que mezclaba los

    colores y creaba cerros irreales.

    Al medioda llegamos a Spanish Town, una ciudad pequea y

    desolada a esa hora. Caminamos por su plaza vaca y visitamos el

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    Rodney Memorial, una construccin con una gran galera al frente y dos

    pabellones en los extremos, que me trajo imgenes de otros edificios

    conocidos. Las columnas, el ritmo de los balaustres y las ventanas

    largas y solemnes opacaron las palmeras y la flora exuberante, los

    colores del campo y las montaas de bauxita.

    Acostado bajo el sol ardiente, en la parte de atrs de un camin

    que nos llevaba a Ocho Ros, reviva mi adolescencia en el Colegio

    Nacional de La Plata, cuyas ventanas eran iguales -en mi recuerdo- a

    las del Memorial e idnticas las balaustradas que interrumpen el

    encuentro del edificio con el cielo. Ms all y tambin ardida por el sol

    de Jamaica, mi compaera de viaje, conversaba con alguien que

    tambin iba hacia el mar; pero yo estaba solo, muy lejos, en mi

    adolescencia en una ciudad de Argentina.

    El camin nos dej en la entrada a Ocho Ros, donde el ro

    Dunns se rompe en miles de corrientes que forman las cascadas, a

    travs de escalones y piedras, para llegar al mar. Entramos a la playa

    con el sol bajo de la tarde y nos quedamos jugando en el agua tibia

    hasta bien avanzada la noche; all dormimos, envueltos en la arena

    blanca. Con la primera luz del da volvimos al mar. Nuestra ltima

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    noche en Jamaica la pasamos en casa de Mrs. Alice, con sus cobijas y

    edredones, alfombras y paredes empapeladas.

    Un vuelo que se diriga a Londres nos dej en Nassau, capital de

    las Bahamas. Despus de media noche saldra nuestro avin hacia

    Luxemburgo y como apenas era el medioda, nos quedaban muchas

    horas para mirar la llegada y la salida de los aviones desde la terraza,

    para tomar jugos de naranja en el bar del aeropuerto y anticipar las

    expectativas del viaje por Europa.

    Despus regres varias veces a este aeropuerto; en uno de esos

    viajes pas una noche en un hotel de la ciudad, tambin dorm en

    alguna de las largas bancas de la terraza y una vspera de Navidad

    ayud a las empleadas del restaurante a cubrir las ventanas con la

    espuma de un sprayque imitaba nieve en medio del calor de Bahamas.

    -Trata de escribir Merry Christmas, me deca una de ellas. Finalmente

    qued la frase entre dos ventanas, como una obra de arte efmero, que

    borraron las rfagas de las turbinas y los remolinos de las hlices.

    La tarde fue ms larga de lo que habamos previsto, pero al fin

    oscureci y el aeropuerto revivi otra vez con sus luces encendidas;

    tambin cambi el clima y sobre el filo de la media noche aterriz

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    nuestro avin: vena del fro de Luxemburgo y all regresara con

    nosotros, apenas le desenredaran las ltimas nieblas que traa del

    Atlntico Norte.

    Esa noche so con ciudades sumergidas, con torres y murallas

    entre aguas muy verdes y una variedad infinita de sombras. Desde

    abajo vea los cascos de las embarcaciones como manchas negras

    distorsionadas, flotando ms all de las cpulas y de los edificios. El

    avin dej el cielo azul de la maana y se meti en el gris de las nubes.

    Abajo estaba Europa.

    Invierno europeo: Luxemburgo, Blgica, Francia

    Entramos por la puerta ms extraa; por ella el contraste entre el

    mundo que habamos dejado y el que nos reciba era ms notable, casi

    grotesco. En la maana gris y lluviosa de nuestro primer da en

    Europa, Luxemburgo mostraba una uniforme tonalidad; no se trataba

    de falta de colores sino de una asombrosa palidez, como si mirramos a

    travs de un velo que todo lo suaviza y lo aplana, porque en esa

    maana en Luxemburgo no haba relieves.

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    La ciudad estaba partida por un enorme caadn, cuyas laderas

    verdes remataban en torres medievales, que mil aos despus seguan

    vigilando el horizonte. A medida que descenda por alguna calle hacia el

    interior de ese quiebre, mis emociones se alejaban ms y ms del

    Caribe caliente y vital. Descubra otra vida en otro clima, en otro

    mundo. Cada tanto, algn tren cruzaba por un puente o bordeaba uno

    de los lados del caadn.

    En Luxemburgo no haba nada especial, pero todo era especial

    para m; las calles de la ciudad, los puentes, las torres medievales que

    me sugeran imgenes y hacan emerger recuerdos. Elisa regres al

    hotel y segu caminando solo, en busca de rincones que calmaran quin

    sabe que expectativa.

    Qu recordars t, Elisa? Porque s que no detallbamos los

    mismos pasos en los mismos lugares; por ejemplo, quiero hablar de un

    momento en el cual, desde un puente, descubr a un hombre que

    lavaba un automvil en el jardn delantero de una casa. Me qued

    mirndolo un buen rato, lo vea revolotear en torno al auto llevando

    trapos, baldes, una aspiradora y luego trajo una manguera. El hombre

    de all abajo, que podra ser yo mismo, me mostraba una opcin de

    vida, la cotidiana, llena con los pequeos gestos de la rutina. Miraba y

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    recordaba mi vida en Argentina, otros momentos con otro balde y otra

    manguera, delante de otro automvil.

    Guardo tan ntida y tan viva esa imagen de Luxemburgo, que

    reaparece en mi pensamiento una y otra vez, cuando descubro con

    asombro la magia de lo cotidiano. Ese da no lo supe, tampoco me di

    cuenta de que por all, por esas pequeas rutinas pasara mi vida. En

    una de nuestras caminatas por alguna ciudad, te deca que la memoria

    es ambigua, pero creo que no es as; tal vez, la ambigedad est en

    nosotros cuando tenemos que escoger entre los recuerdos.

    Fuimos a Bruselas en uno de esos trenes que veamos pasar por

    los puentes de Luxemburgo y nos alojamos en casa de unos amigos que

    vivan cerca de la calle Americaine, donde estn las casas de Victor

    Horta, el genio del Art Nouveau que cre un mundo de rizos y crespos

    para que la arquitectura, engalanada, esperara el siglo XX. Una y otra

    vez, pas por esa calle y entr a las casas, luego descubr otras obras de

    Horta en otros rincones de la ciudad, hasta ver aquellas, que ya

    iniciado el siglo se olvidaron de los rulos y de los ornamentos y hoy se

    ven trasnochadas, pero con la satisfaccin y el cansancio que quedan

    despus de una fiesta.

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    Iba y vena en el tranva 92. Mientras Elisa y sus amigos

    recordaban momentos para m desconocidos, yo descubra la Grande

    Place, las galeras Ravensteiny el lujo de las vitrinas de Avenue Louise.

    Vea a Bruselas como una ciudad triste, donde la vida oscila entre la

    calma y la falta de brillo. Curiosamente, comenzaba a recordar a

    Colombia, el entusiasmo de Bogot y el alboroto de Cartagena se

    mezclaban con mis recuerdos de Buenos Aires. Quizs all comenzaba a

    conformarse esa ciudad abstracta, mezcla de mil momentos en mil

    lugares, que es mi ciudad.

    Un da nos despedimos de Bruselas y tomamos otro tren a Pars.

    Durante el trayecto, Elisa me dijo que ira a Santiago de Compostela a

    visitar a otros amigos que vivan all. Desde all yo seguira solo,

    buscando algo que seguramente no estaba en Europa, pero que Europa

    me ayudara a encontrar all donde estuviera.

    Liliana era una amiga a quien no vea desde mis aos de

    universidad, desde antes de que comenzaran las noches de pnico en

    Argentina. Nos recibi en el pequeo apartamento que alquilaba en la

    rue Trudaine. Juntos evocamos a los amigos lejanos, ella quera saber

    de cada vida, de cada destino, pero el solo recuerdo de las

    desapariciones me electrizaba. Uno tras otro iban desfilando las

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    presencias de los que ya no estaban o estaban en el horror de la

    tortura. Me haca preguntas que yo slo poda responderle a una

    persona que como ella comparti conmigo los helados de Prsico a la

    salida de clase en La Plata o el tren de 21:32 a Buenos Aires.

    Con Liliana conoc a muchos latinoamericanos que vivan en

    Pars, rodeados de libros con las hojas arrugadas de tanto releerlos, de

    discos con ruidos y rayones por el uso en los rituales de las noches de

    nostalgia. Nadie saba hasta cundo durara el exilio. Nadie arriesgaba

    una fecha de posible regreso, aunque en el fondo, no importaba si los

    discos o los libros iban a daarse; finalmente habra otros libros y otros

    discos ms all del aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, esperando el

    retorno. Ninguno de ellos sospechaba que al llegar ese momento, varios

    aos ms tarde, algunos ya no querran regresar, otros se habran

    olvidado de los discos y otros preguntaran por ellos en una Argentina

    que los desconoca.

    Si en Bruselas se me mezclaban los recuerdos de Buenos Aires

    con los de Bogot y Cartagena, en Pars pensaba en Colombia, en las

    ansias de su gente, en el entusiasmo de una noche de cumbiamba en

    Arjona, o en un paseo a tierra calientedesde el fro bogotano, cuando el

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    paisaje revienta en veraneras florecidas en infinitos tonos de rojo y

    amarillo.

    En los rincones de Pars descubra lugares de Buenos Aires,

    aunque ahora saba que no era eso lo que me interesaba encontrar. El

    flagelo de la nostalgia me dola tanto como el recuerdo del pnico o el de

    los desaparecidos.

    Un da Lilianatuvo que viajar a Normanda, a Caen, en busca de

    unos datos que necesitaba para su trabajo de tesis en la universidad;

    fui con ella, Elisa prefiri quedarse para ver el recital de alguien del

    lejano sur que traa tangos al teatro Olympia.

    Caen me mostr que puede haber recuerdos sin nostalgia y que la

    nostalgia muchas veces es como una cortina que impide ver la realidad.

    Mientras Liliana revolva archivos y bibliotecas yo caminaba por la

    ciudad y en las esquinas me encontraba con Guillermo el Conquistador

    y sus normandos construyendo iglesias: la Trinidad para las damas,

    San Esteban para los hombres; deliraba imaginando travesas a

    Inglaterra por el tormentoso Canal de la Mancha y correras por los

    prados verdes ms all de los acantilados.

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    Tarde de lluvia en Pars, la multitud de paraguas que se

    atropellaba en la acera se converta en una mancha detrs de los

    vidrios empaados. Esperbamos a Elisa en un caf del Boulevard

    Raspail; en un instante, en el nico rincn transparente de la ventana

    se dibuj una cara. -Mir, ese es Jorge, era mi vecino, te acords?

    Estudiaba economa. Liliana corri a la puerta y lo trajo a nuestra mesa:

    nos habl de su viaje en un tour; en ese momento sus padres

    descansaban en un hotel cercano a Montparnasse, al da siguiente

    seguiran a Suiza y a Italia. -Que alegra encontrarlos aqu... cuando lo

    sepa mam... si, Marta estudia psicologa, termina en marzo... no, de

    Carlos no se supo ms... dicen que est desaparecido... La Argentina muy

    bien, como siempre viste?... A Susana la encontraron cerca al Cruce de

    Varela... si, muerta, con otros dos... ah, les cuento, que ah van a hacer un

    cruce de autopistas... como los de Estados Unidos, muy moderno y ni te

    digo el edificio del correo que se fajaron, parece de la NASA.

    Afortunadamente se fue enseguida. -Es muy fcil confundir a un

    pelotudo con un hijo de puta, concluy Liliana.

    Los ltimos das en Pars pasaron rpidamente. -Les hacemos una

    despedida, pero ustedes nos tienen que cocinar algo colombiano, nos

    dijeron los amigos. Despus de una hbrida frijolada, cuyos ingredientes

    fueron ms difciles de conseguir que de elaborar, nos acompaaron a

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    la estacin; amaneceramos en Angoulme y de all, en otro tren,

    seguiramos a Espaa.

    La larga espera para hacer el transbordo nos permiti conocer la

    gran catedral romnica. Desde el atrio mirbamos la campia, los

    prados se extendan en ondulaciones cultivadas -Qu tiene que ver esto

    con Colombia?, coment. -Y con Argentina?, respondi Elisa. De un

    autobs de turismo baj un grupo de japoneses precedidos por sus

    cmaras y sus lentes. -Vamos antes que ellos. Dentro de la iglesia

    alguien haca sonar el rgano, las notas largas no configuraban

    ninguna meloda, slo eran soplidos graves que resonaban bajo las

    cpulas.

    Por el Romnico de Espaa

    Discutimos acerca del lugar donde pasar esa noche, Elisa quera

    quedarse en Burgos, yo prefera Len, para ir desde all a Asturias. Al

    fin decidimos viajar directamente a Santiago de Compostela y yo

    regresara solo a Oviedo antes de seguir al sur.

    Los amigos de Elisa trabajaban en un hospital de Santiago, l era

    un mdico espaol, ella una colombiana, jefe de enfermeras; apenas

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    nos recogieron en la estacin preguntaron si traamos caf de Colombia.

    -No. Al otro da preguntaron si tendramos esmeraldas para vender, en

    el Hospital las pagaran muy bien. -No. -Y precolombinos? -Tampoco.

    Al da siguiente entr a la catedral por el Prtico de la Gloria,

    luego por la Puerta de Plateras; recorr las naves en uno y otro sentido,

    vi volar el botafumeiro, ese enorme inciensario echando humo y chispas

    sobre el crucero, me detuve en cada una de las capillas por detrs del

    coro y delir con peregrinaciones anteriores al forro barroco que cubri

    el edifico original. Al otro da ira a Oviedo y de all a Madrid.

    Me senta extrao viajando solo; llegu a Len muy tarde y prefer

    esperar hasta el da siguiente para ir a Asturias. Pas la noche en un

    hotel pequeo, detrs de la estacin; desde mi ventana vea la calle y

    una cerca de alambre con enredaderas, atrs haba vagones de tren y

    las farolas iluminaban crculos amarillos en el piso de tierra. Quizs

    nadie lo hubiera notado porque era un lugar insignificante, la playa de

    maniobras de la estacin.

    Creo que estas imgenes de Len, que hoy atesoro, son en

    realidad recuerdos de la estacin de trenes de Marcos Paz, el pueblo de

    mi familia, en la Provincia de Buenos Aires. Algunas veces la memoria

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    le hace trampas a la realidad y temo confundirme en el relato; otras

    como sta acepto con gusto las trampas de la memoria y le ayudo a

    hacerlas. No s si es Len con su catedral magnfica o si es Marcos Paz,

    donde slo son magnficos mis recuerdos de infancia. Tal vez los

    habitantes de la ciudad espaola ignoren la existencia del pueblo

    argentino o por lo menos no sospechen los parecidos que confunden al

    viajero, que al final del camino recuerda una nica estacin, sntesis de

    muchas otras, con cercas de alambres y enredaderas, con luces

    amarillas que iluminan crculos en el piso al lado de los vagones

    olvidados.

    Avanzaba diciembre y el fro y la lluvia se hacan sentir en

    Asturias; mojado y temblando de fro conoc Santa Mara de Naranco y

    San Miguel de Lillo, que bajo el clima espantoso se agrandaban en su

    maravillosa humildad. Recorr hrreos y otras construcciones

    coronadas con cruces en la campia de Oviedo, pero tuve que esperar

    veinte aos para que mi emocin por Asturias se encontrara con la

    cancin de Vctor Manuel y la cantramos a do en mi automvil, l

    desde el cassette, yo con la ventana abierta al fresco de la maana .

    Saba que no ira a Madrid directamente. Con una obsesin que

    apenas se estaba asomando en mi interior quise ver, como en un

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    inventario, las tres grandes cpulas del Romnico espaol. En Zamora

    camin junto al Duero, sub y baj mil pendientes; en Toro busqu la

    enorme colegiata y logr que me permitieran entrar a visitarla a una

    hora absurda. Finalmente llegu junto a la Torre del Gallo en

    Salamanca. Nunca me haba sentido tan solo, pero tan libre; comparta

    mi soledad con la arquitectura romnica en un dilogo de capiteles y

    fustes, de encuentros en los claustros y de caricias con la spera

    textura de los contrafuertes erosionados por las lluvias de casi mil

    aos.

    Contrario a lo que me ocurrira aos ms tarde en otro viaje,

    Madrid me interes muy poco; no entiendo por qu en ese momento no

    pude descubrir la magia de la Plaza Mayor, o quizs, afortunadamente

    no la descubr en ese viaje, para poder alucinarme diez aos ms tarde

    en vsperas de un 31 de diciembre.

    Sal de Madrid hacia Toledo y Granada; comenzaba a pesarme la

    soledad y senta la necesidad de comentar con alguien todo lo que vea.

    Por momentos recordaba a Colombia, los amigos de Cartagena y los de

    Bogot, -Esta noche voy a llamar a Elisa; no, mejor a Liliana, o llamo a

    Colombia. Y a Argentina? En mi mapa de emociones Buenos Aires

    apareca ms all del doble filtro de Colombia: Cartagena y Bogot,

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    porque haba otra Argentina aqu, al alcance de la mano, la que dej en

    Pars con Liliana y sus amigos, la que apareca en el Teatro Olympia y

    la que encontrara unos das ms tarde en otro teatro de Barcelona.

    Con los ojos todava iluminados por los brillos de los baldosines

    de la Alhambra, esperaba en la estacin de Granada la salida del tren

    de regreso a Madrid. El compartimento casi vaco y oscuro prometa un

    seguro descanso. Apenas comenz el viaje ca en un sueo profundo y

    despert por la maana, en las afueras de la capital. Ese mismo da

    continu a Barcelona, donde evit llamar a otros latinoamericanos

    cuyos telfonos me haban dado en Pars. No quera caer nuevamente

    en el juego de la nostalgia y prefer buscar una pensin en el Barrio

    Gtico. De pronto me di cuenta de que llevaba casi dos das sin hablar

    con nadie y pens que esa era la ventaja, nunca promocionada, del

    pasaje Eurailpass.

    Pero la soledad me golpeaba y no poda hallar un objetivo que la

    justificara. Caminaba por las Ramblas sin lograr interesarme en lo que

    vea; ni el recuerdo querido de la Sagrada Familia en la portada de un

    libro de mi padre, mezclado con la imagen verdadera, ni el viaje a la

    cercana Tahull en busca de la arquitectura romnica que haba

    colmado mis das recientes en el norte de Espaa. En un teatro se

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    presentaba un grupo chileno y en la acera gritaban Viva Chile, mierda!;

    en otro, Susana Rinaldi congregaba a mis compatriotas. Ventanal de un

    sexto piso, mi apartamento de Buenos Aires... Volvera a Pars y de all a

    Luxemburgo, tratara de cambiar la fecha del regreso. No quera estar

    solo, pero tampoco deseaba el juego de la memoria, aunque en mi

    interior pensaba que si perda la nostalgia quedara vaco, como un

    cascarn sin recuerdos.

    Afortunadamente cambi Pars por Gnova, viaj toda la noche y

    parte de la maana; en un momento en que un ruido en el vagn me

    despert, vi entre sueos el cartel de la estacin de Marsella, creo haber

    visto tambin el de Niza. Despert en Italia, ya entrando a Gnova, de

    all segu a Miln. Necesitaba respirar otro aire, escuchar otro idioma,

    ver otro paisaje.

    Italia, mis races dispersas

    Varias veces he regresado a Miln; algunas, de paso para otra

    ciudad italiana; entre 1987 y 1989 viv all largos perodos por motivos

    de trabajo y puedo decir que en cada nuevo viaje descubra algo que

    aumentaba mi fascinacin. Quizs tendra que contarlo como el

    romance entre un hombre y una ciudad, romance que naci en otra

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    pensin cercana a una estacin, esta vez, junto a los muros de Milano

    Centrale, de donde pas a las columnas del hally de all corri por los

    rincones de la ciudad; por las galeras Vittorio Emanuele, por la cpula

    de Santa Maria delle Grazie, por las calles con nombres de poetas, ms

    all de los rieles de la Ferrovia del Nordy del puente que los cruza por

    la via Pagano hacia el parque.

    Cuando dej Miln mi estado de nimo haba mejorado. Estaba

    solo pero me senta acompaado; me llenaba de alegra hablar italiano

    y recordar expresiones y dichos odos en mi infancia. Viaj a Verona,

    sin sospechar la importancia que esa ciudad tendra en mi vida a partir

    de los dos aos siguientes. Camin alrededor de la Arenay a lo largo

    del Adige; mir como turista una ciudad que despus ya no volvera a

    ver, porque mis emociones me mostraran otra Verona. Luego fui a

    Venecia que me esperaba con nieblas que la hacan an ms irreal, con

    la punta del campanileoculta en la altura y con la cpula de la Salute

    como un fantasma que aparece de improviso para borrarse

    inmediatamente.

    Una luminosa tarde en Ravena logr borrar las nieblas y el fro

    del invierno; el sol tibio que entraba por las ventanas me acompaaba

    en mi recorrido por las herencias de Bizancio. Desde lo alto de los

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    mosaicos, la fila de santos miraba indiferente, con los ojos muy abiertos

    y fijos en algn punto, quizs ms all de la historia de los ltimos mil

    aos.

    No quiero hablar de los edificios monumentales de Florencia, tal

    vez lo haga en otro momento, cuando la emocin de haber compartido

    un caf frente al Palacio Pitti o un atardecer en el Piazzale Michelangelo

    me permitan hablar de otra Florencia, la que descubr diez aos

    despus.

    Esa noche so con un cortejo fnebre que suba la cuesta hacia

    San Miniato al Monte. Alguien me deca -Es tu entierro, ve a verlo, quien

    asiste a su funeral asume fcilmente la muerte... Atrs, la vista de los

    techos de Florencia bajo el sol del medioda me inundaba de alegra. Al

    da siguiente baj solo la larga pendiente y tambin solo camin

    durante horas por la ribera del Arno.

    De Florencia fui a Siena; ya de noche entr en su plaza

    monumental iluminada y vaca y unas horas ms tarde otro tren me

    llev a Roma; el viaje llegaba a su fin y deba regresar a Luxemburgo a

    encontrame con Elisa. Colombia estaba cada da ms cerca, Argentina,

    enredada en los recuerdos de Buenos Aires y Pars se disolva entre la

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    confusin y la nostalgia. Muchas veces pensaba en Jorge, aquel antiguo

    vecino de Liliana que encontramos en el caf del Boulevard Raspail.

    Me gustaba Roma y disfrutaba de una ciudad que estaba muy

    lejos de los foros, de las termas y de los arcos. Caminaba por la

    periferia montona, con sus largas perspectivas de bloques de viviendas

    y recreaba imgenes de aquellas pelculas del neorrealismo que vea con

    mis padres en el cine de barrio; pensaba en la generacin de italianos

    que lleg a Argentina en la dcada del cincuenta y acompa mi

    infancia con sus dichos, sus gritos y su alboroto en la tierra nueva;

    pensaba que fue la misma generacin que comenz a ocupar, an

    inconclusos, estos bloques de vivienda. El tiempo corra hacia atrs;

    entre los edificios a medio construir en un terreno sin ciudad, vea el

    paso gil de Vittorio de Sica; entre gritos de obreros y materiales de

    construccin imaginaba el contoneo desafiante de Marisa Allasio.

    Viena, Luxemburgo y de nuevo el Caribe

    Un da llam a Elisa a Santiago de Compostela, pero ya haca una

    semana que haba regresado a casa de sus amigos en Bruselas. Era el

    fin de mi estada en Roma y el inicio del viaje para encontrarnos en

    Luxemburgo. Pero antes quera pasar por Viena. Mientras haca el

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    transbordo en Venecia me abrumaba la sensacin de estar desandando

    demasiado rpido los pasos que antes haba dado con cautela.

    Desde la puerta de la Sdbanhof miraba el da helado y tena la

    sensacin de estar llegando a otro mundo de alguna lejana nebulosa.

    La gente corra bajo sus paraguas. Alguien me sugiri el tranva 18,

    colorido y alegre, pintarrajeado con flores que alegraban el paisaje de

    nieve vieja, ya convertida en hielo. El 18me pase por el Ringcon sus

    palacios maravillosos; finalmente camin hasta la Michaelerplatz,

    porque en mi interior saba que este viaje a Austria era una

    peregrinacin al edificio de Adolf Loos.

    En ese momento floreci Viena y la ciudad helada y aptica dej

    ver las maravillas de 1900; ms all de Loos encontr a Otto Wagner,

    las estaciones del metro en la Karlplatz, Olbrich, el edificio de la

    Secesin rodeado de bhos solemnes y cataratas de hojas doradas. Slo

    estuve en Viena, entre un tren que me dej por la maana y otro que a

    media noche me llev a Metz y de all a Luxemburgo, al encuentro con

    Elisa y al vuelo de regreso a Bahamas. Pero ese da la Viena de Klee, de

    Loos, de la Secesin, entreabri una puerta y me mostr un mundo que

    apenas entendera muchos aos ms tarde.

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    No quera pensar en Colombia ni en Argentina, ni siquiera en el

    prximo encuentro con Elisa. Tema que me hiciera demasiadas

    preguntas sobre estos das que consideraba profundamente mos, tan

    ntimos, que a veces ni yo mismo quera reparar en ellos. Intua lo que

    cada tramo del viaje haba significado y significara en mi vida. Por la

    ventanilla del tren vea pasar los campos nevados, tan uniformes en el

    blanco infinito, que todos parecan el mismo; cada tanto atravesbamos

    alguna ciudad, Munich, Estrasburgo, pero en pocos minutos estbamos

    de nuevo rodeados por el blanco. Despus de un corto tramo en otro

    tren llegu a Luxemburgo y luego al aeropuerto de Findel. En un gran

    silln de cuero negro estaba Elisa.

    El avin de Air Bahamas vol durante un largo rato entre las

    nubes grises, luego sali al cielo azul y limpio, busc el rumbo del

    Caribe y dirigi su proa hacia el Atlntico norte.

    Un horario equivocado en una gua de trfico areo retras la

    salida de Nassau y perdimos el vuelo a Barranquilla. Esa noche

    dormimos en Miami; la compaa de aviacin nos aloj en un hotel

    cercano al aeropuerto, donde tambin se hospedaban las tripulaciones

    de varias aerolneas.

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    Fuimos a comer a un pequeo restaurante de hamburguesas, con

    los carteles de nen, las luces y los colores que en esos aos slo

    veamos en las series de televisin. El Airliners Hotelestaba junto a un

    cruce de avenidas, donde la ciudad no tena aceras ni senderos para

    peatones; all nadie caminaba, excepto nosotros en nuestro recorrido

    hacia el restaurante. Por la maana, el microbs de las tripulaciones

    nos llev al aeropuerto. Elisa se qued en Barranquilla y yo continu a

    Cartagena, donde pasaramos juntos la cercana Navidad.

    Otra vez Colombia

    Haba llovido la noche anterior y la carretera de Barranquilla a

    Cartagena brillaba entre charcos y humedades, el techo de hojas que

    por momentos cubra el camino pareca hervir bajo el sol de la maana.

    En el aire limpio y transparente todo se dibujaba con exagerada

    precisin y me resultaba imposible no detallar cada hoja, cada rama, el

    vuelo de cada pjaro. Con ojos asombrados, no daba crdito a los tonos

    de verde que vea, pensaba en el helado trayecto a Metz, en la cpula

    dorada del edificio de la Secesin con salpicaduras de nieve, recortada

    en el cielo gris de Viena; record la sensacin de mirar a travs de un

    velo y sent que se haba descorrido.

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    El reencuentro con los amigos se prolong durante varios das en

    reuniones, comidas y paseos de domingo; cada paquete de cigarrillos,

    cada caja de chocolates era motivo de interminables relatos y cada

    regalo adquira una categora de objeto mgico en el exagerado mundo

    cartagenero. Detrs de las ventanas brillaban rboles de Navidad y en

    mi vida reapareca la nieve ahora en forma de algodn, harina o

    festones. -Olvdate, estos das ni hables de eso, me respondieron cuando

    intent averiguar por mi trabajo.

    Esa noche la baha estall en millones de fuegos artificiales

    duplicados en el plano quieto del agua, se iluminaron los barcos que

    esperaban turno para entrar al puerto y retumb la msica en cientos

    de fiestas de Nochebuena. Al otro da la ciudad se despert tarde y la

    gente apenas tena fuerzas para mostrar los regalos encontrados al pie

    del rbol de Navidad y para sacar, ya muy tarde, las mecedoras a la

    acera.

    Entre Navidad y fin de ao y luego durante el mes de enero, la

    actividad de la ciudad se centr en la multitud de turistas del interior

    del pas que colmaban las playas y daban a todos los acontecimientos

    un carcter festivo que desvirtuaba la natural alegra de la gente de la

    costa; en medio del alboroto de la temporada, yo avanzaba con mi

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    trabajo, el segundo contrato, que tendra que entregar en los primeros

    das de marzo.

    Una noche llegaron Angeles y Jos Mara, los espaoles que

    cambiaron la vida del edificio. En medio de un gran alboroto

    comenzaron a bajar bultos de dos taxis; en la primera maleta que

    alguien apoy en la acera se sentaron dos nios silenciosos que

    miraban sin inters el gritero de los mayores; don Toms, el portero, no

    se atreva a participar y se limitaba a mantener despejado el paso para

    la entrada del grupo. Ocuparon un apartamento amueblado del primer

    piso y en apariencia se integraron con facilidad a la comunidad del

    edificio y de la cuadra.

    En la fiesta de despedida a Liza, en vsperas de su regreso a

    Alemania, en los paseos a las playas, en los encuentros en el barrio, en

    todas partes y en todos los momentos Jos Mara acaparaba la atencin

    y nos encantaba con sus relatos y chistes. Angeles, en cambio se

    mantena silenciosa y sonriente en su papel de la mujer de Jse al

    decir de los vecinos. Los hijos, formales y correctos no existan en

    medio de los otros nios del edificio, gritones y caprichosos, con

    quienes Jseno los dejaba jugar.

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    Un domingo de febrero fuimos a Tierra Bomba, la isla cercana, a

    la cual se poda llegar en las lanchas de los lugareos entre timbosde

    combustible, gallinas, cerdos y toda clase de alimentos. Pero algo

    ocurri ese da y el encanto de Jsese convirti en prepotencia, cada

    gesto, cada palabra, adquiri un sentido de arrogancia que hasta

    entonces no habamos notado y cuando sta dio paso a los comentarios

    despectivos, uno tras otro, mis amigos cartageneros, sin decir una sola

    palabra, comenzaron a alejarse de Jos Mara y se acercaron a Angeles,

    la mujer silenciosa que jugaba con los nios en la arena hmeda. Ese

    da descubr otro rasgo de mis amigos y entend que si en un momento

    se abrieron sin reparos, en otro pueden volverse hermticos y distantes,

    pueden desaparecer.

    Nunca supimos qu fueron a hacer a Cartagena, tal vez llegaron

    con intenciones de trabajo, aunque jams manifestaron iniciativas en

    ese sentido y hablaban de su vida en otros lugares de Amrica y Africa

    sin mencionar actividades laborales. Aunque el grupo sigui tratando

    con cordialidad a Jos Mara, no lo acept nuevamente y l acentu su

    actitud despectiva hacia nosotros; Angeles, en cambio, continu

    sonriente, silenciosa y cercana. Finalmente comenzaron a frecuentar

    otros crculos de la vida de la ciudad hasta que un da desaparecieron.

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    Varias veces yo pregunt por ellos pero nadie supo darme razn. -Se

    fueron, aj. y un movimiento de los hombros cerraba el dilogo.

    El correo era un importante sitio de encuentro en Cartagena. All,

    a primera hora de la maana se reuna la comunidad del edificio y de la

    cuadra con otros extranjeros de la ciudad. Las casillas o apartados

    postales, eran nuestro nexo con el mundo, con los recuerdos y con la

    gente que relataba hechos que ocurran en tierras cada da ms lejanas.

    Al meter la mano para retirar la correspondencia, senta que entraba en

    otra dimensin y de all traa, casi mgicamente, cartas que hablaban

    de m en relacin con otras personas que no eran Elisa, ni Antonio, ni

    Alfredo y Mary, ni Fabio y se referan a lugares que no eran Tierra

    Bomba ni Turbaco, ni Bar, ni las islas. A veces pensaba que haba

    otro, que tambin era yo y viva en forma simultnea, ms all de la

    casilla del correo.

    Carta de Argentina. Unos amigos de Buenos Aires me invitaban a

    viajar con ellos a Per. Varios aos atrs yo haba estado en Cuzco,

    Machu Picchu y tena un hermoso recuerdo de Lima, una ciudad

    amable de gente cordial. Tambin guardaba la imagen de la ciudad

    recostada contra el Pacfico y encendida de luces, que haba visto en el

    vuelo a Cali. Volvera a Per donde encontrara a mis amigos de Buenos

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    Aires, a mi gente, a mi historia; ya no sera esa Argentina nostlgica

    que encontr en Pars, sino el reencuentro con todo aquello que haba

    dejado haca menos de un ao.

    Me apresur a terminar el trabajo pendiente que deba entregar

    en Barranquilla. Aunque no haba perspectivas de nuevos contratos, no

    me preocupaba, lo pensara a mi regreso de Per. -Ojo, cuidado con

    tanta nostalgia, no te vaya a dar la plida por all, me advirti Elisa la

    noche en que nos vimos en su casa despus de haber entregado el

    trabajo. -No pierdas de vista que de todos modos, vas a regresar a

    Colombia, agreg haciendo nfasis en el necesario regreso, como si

    intuyera algo que yo sospechaba pero no quera reconocer, porque en

    mi interior, el viaje a Per sera un sondeo para intentar el regreso a

    Argentina; entonces, Cartagena sera el recuerdo de una experiencia,

    quizs, algo ms que unas vacaciones, pero del mismo modo, una

    experiencia transitoria.

    La misma agencia de viajes que me vendi los pasajes a Europa,

    organiz el viaje a Per, revolvi sus libros misteriosos y sac la tarifa

    maravillosa, a ltimo momento, de algn cajn olvidado. Ira por Cali,

    en un vuelo de Branniff y regresara por Bogot; pero entonces, en mi

    pensamiento, no tena lugar la idea del regreso.

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    Fabio me acompa al aeropuerto, -Tu no vas a volver, verdad?

    Yo trataba de explicarle que s, claro que iba a volver, acaso no haba

    vuelto de Europa?, pero l insista en averiguar a dnde me mandara la

    caja que, por segunda vez, dej a su cuidado. -Per es muy cerca, aqu al

    lado, insista yo. -Tambin es muy cerca de Argentina, respondi.

    El avin avanzaba hacia Cali como si retrocediera una pelcula;

    pasamos por Medelln y con el ltimo sol de la tarde aterrizamos en

    Pereira. Otra vez las enormes guaduas y los rboles oscuros que

    brillaban mojados bajo la luz dorada. El aeropuerto de Cali me pareci

    ms grande, congestionado de pasajeros y con mucho comercio, intent

    buscar al empleado que me acompa la primera noche pero no lo

    encontr, compr algunas artesanas para llevar a mis amigos de

    Buenos Aires que ya estaran en Lima.

    El vuelo de Branniff vena de Estados Unidos y despus de Per

    continuara a Buenos Aires. Los pasajeros eran en su mayora gente de

    negocios, algunos argentinos me recordaban a Jorge, aquel vecino de

    Liliana que encontramos en un bar de Pars, pero yo estaba encerrado

    en m mismo y no poda mirar alrededor ni abrirme al momento que

    estaba viviendo; tema la invasin de pensamientos que mantena

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    represados y que luchaban por salir a la superficie. Despus de la cena

    anunciaron que llegaramos a Lima antes de la medianoche; sin duda,

    este vuelo me pareci mucho ms corto que aquel, cuando tampoco

    quera pensar en la incertidumbre que me esperaba ms all de Cali.

    Lima, la ciudad del toque de queda

    Marta, Diana y Mario me esperaban en el aeropuerto; por algn

    motivo poltico, en esos das haba toque de queda en Lima y

    tendramos que llegar muy rpido al hotel, antes de que impidieran la

    circulacin. Yo segua encerrado en mi temor de comunicar alguna

    emocin y en el taxi slo hablamos de otros amigos de Buenos Aires;

    por fortuna en ese momento no mencionaron nuevas desapariciones o

    muertes, aunque en los das sucesivos me fui enterando. Tambin me

    preguntaban por mi vida en Colombia y sugeran, con irona, que

    estaba viviendo un bienestar econmico que en realidad distaba mucho

    de mi rutina en Cartagena, de mi trabajo y de mi modo de vida.

    Todava en esos aos, el Centro era el lugar a donde llegaban los

    turistas que visitaban Lima; an no haba comenzado la decadencia y

    apenas se insinuaba la atraccin de los nuevos sectores de Miraflores y

    San Isidro, que eran barrios residenciales con un incipiente comercio.

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    Mis amigos, que haban llegado el da anterior, estaban alojados en el

    Wilson, un tranquilo hotel del Centro, donde habamos estado con

    Marta unos aos antes, de paso para Cuzco y Machu Picchu.

    La habitacin daba a la calle y el cartel luminoso del hotel se

    prenda y se apagaba en forma intermitente dibujando y borrando

    formas caprichosas en el techo. Recordaba la habitacin de la pensin

    de Curazao con las sombras de la cortina movida por la brisa del

    Caribe, pero no poda ubicarla en el tiempo; senta que en aquella isla

    haba estado haca muchos, muchsimos aos, porque ahora estaba

    otra vez en mi ambiente, hablando de mi gente y de mis lugares, de mis

    recuerdos. Me dorm con ese pensamiento en el silencio arrullador del

    toque de queda; cuando despert entraba el tmido sol limeo por la

    ventana y nada sugera los dibujos que por la noche haba trazado el

    aviso luminoso en el techo.

    La avenida Nicols de Pirola, la Colmena, segua siendo el eje de

    todas las actividades y el paseo obligado entre las plazas San Martn y

    Dos de Mayo. En las oficinas de Aeroper en la Plaza San Martn

    tomamos la decisin: Diana y Mario iran a Cuzco, pero Marta y yo

    buscaramos un nuevo itinerario. Fuimos a la Plaza de Armas y a la

    estacin Desamparados; muchos aos antes habamos comenzado all

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    un mgico viaje por la sierra peruana, primero en el tren ms alto del

    mundo, hasta La Oroya y desde all a Cuzco, en destartalados

    autobuses que culebreaban en el barro al borde de precipicios sin

    fondo, por Ayacucho, Andahuaylas y Abancay, trepando a los picos

    helados y ridos, bajando al calor infernal de los valles. Ms all de

    Cuzco la alucinacin de Machu Picchu y por fin Puno, la ciudad del

    lago Titicaca. Recordbamos con emocin cada lugar y cada detalle de

    aquel viaje y mi pensamiento volaba entre los juncos de totora del

    Titicaca y las naranjas de Abancay. Muy lejos en el tiempo y en la

    distancia, como si me lo hubieran contado y no lo hubiera vivido,

    estaban la lluvia de Oviedo y la nieve de Viena.

    El primer da en Lima transcurri como cualquier da de paseo,

    pero por momentos la charla se cristalizaba y se producan silencios

    que no podamos llenar. Yo senta que haba temas vedados y frases

    que no deban decirse, y hubiera jurado que tambin ellos lo sentan;

    primero supuse que eran los comentarios sobre muertos y

    desaparecidos, luego pens que seran los temas cotidianos, porque yo

    no me abra fcilmente a relatar mi vida en Cartagena y la defenda

    como una nueva intimidad. Finalmente entend que el silencio separaba

    dos opciones, una de ellas era la ma y las frases que deban callarse

    eran las que se referan al futuro, incluso a acontecimientos tan

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    cercanos como el da en que tomaramos dos vuelos distintos, uno de

    regreso a Buenos Aires y otro con rumbo norte; yo ira en este ltimo.

    Lima es una ciudad que despierta afectos duraderos; tan firmes

    como la amistad que tej con algunos peruanos que ya no estn en Per

    o simplemente ya no estn, pero aparecen en mis recuerdos de Avenida

    Larco, del Ovalo del Pacfico o de una interminable noche manejando

    un auto desde Trujillo entre el mar de camiones de la carretera

    Panamericana.

    Porque los afectos de Lima, tienen que ver con la emocin que

    despiertan sus lugares: la secuencia de playas en el mar helado con

    olas enormes, entre Barranco y la Herradura, los rincones del centro

    histrico, las perspectivas imposibles de algunos patios coloniales en

    los que la forma se desvirta, el achaparrado barrio del Rimac, junto al

    ro que fertilizaba el valle en tiempos de los Incas.

    Una maana caliente y brumosa Diana y Mario viajaron a Cuzco;

    al da siguiente nosotros salimos para Iquitos, la ciudad puerto sobre el

    ro Amazonas en el corazn de la selva peruana. En menos de una

    semana estaramos de regreso para pasar juntos el ltimo da antes de

    despedirnos.

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    La selva: Iquitos y Pucallpa

    El avin procedente de Lima aterriz en el aeropuerto de Iquitos

    en medio de un torrencial aguacero. Miraba la selva y la lluvia a travs

    del mojado cristal de la ventanilla y a Marta sentada junto a m. Con

    una cierta inseguridad en mis movimientos me levant a buscar el

    pequeo maletn; como borrado por un afn que slo permite las

    imgenes imprescindibles para el relato, ya no estaba a mi lado el tercer

    ocupante del asiento; salimos por la puerta trasera del avin y el aire de

    la selva nos envolvi como una toalla caliente y mojada.

    Dejamos el maletn en un hotel cuyas habitaciones se refrescaban

    con antiguos ventiladores de techo; el edificio de los aos veinte, con

    pilastras, frontones y largas balaustradas me confunda an ms la

    identidad del lugar y al igual que aquel Memorial de Jamaica, revivan

    mis imgenes del Colegio Nacional donde estudi el bachillerato. Bajo la

    lluvia salimos a la calle, enfrente nos esperaba el ro Amazonas, enorme

    y marrn, casi rojo; ms all el verde oscuro y denso de la selva.

    Empapados recorrimos los malecones que bordean el ro; al fondo se

    vean las viviendas sobre pilotes, los palafitos de los barrios Beln y

    Venecia. A ltimo momento, cuando el da ya era casi noche, apareci

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    una lnea anaranjada sobre la selva: un ltimo destello de sol

    anunciaba un cambio del tiempo.

    Salimos muy temprano en la maana, antes que arreciara el calor

    y comenzara la lluvia del medioda. Durante el viaje ro abajo pareca no

    existir la tierra, los rboles gigantescos crecan desde el agua y la

    lancha avanzaba evitando los troncos en medio de un paisaje arcaico,

    anterior a todo lo que pudiramos conocer, algo grabado en el ancestro

    de la especie, cuando sta pisaba los pantanos bajo el sol trisico.

    Nos esperaba un hotel en medio de la selva, con cabaas y

    comedores construidos con hojas de palma; desde all, el ro se vea

    como una inmensa masa viscosa que se deslizaba lentamente

    arrastrando ramas, troncos y montones de vegetacin que parecan

    islas flotantes. Por la noche, despus de una descomunal cena de

    palmitos todo se call. El hotel y la selva se sumieron en el ms

    profundo silencio; ya no se oan las conversaciones de los turistas, ni el

    rtmico golpear de la planta elctrica, ni los radios invasores; en la total

    quietud fueron despertando uno a uno los ruidos de la selva, un grito,

    un silbido, el golpe de un fruto que cae, miles de gorgoteos.

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    Nos levantamos muy temprano para ver el nacimiento del sol rojo

    sobre la floresta inundada, para sentir su calor temprano sobre la piel y

    verlo multiplicado en los reflejos sobre el agua quieta; ya nos esperaban

    el desayuno y un nuevo paseo, esta vez por senderos de tablas bajo los

    rboles enormes que crecen entre la inundacin.

    El ltimo da recorrimos Iquitos en busca de los vestigios que

    pudieran quedar de la poca de esplendor de la explotacin del caucho;

    aqu una columna cada, all un edificio magnfico erosionado por la

    humedad y la manigua; de pronto, entre otras construcciones, una casa

    metlica diseada por Eiffel, construida en Francia y transportada a

    travs del Atlntico y de la descomunal longitud del Amazonas. Aos

    ms tarde, conocera otra obra de Eiffel, el mercado de Guayaquil en

    Ecuador, repleto de rizos y curvas del Art Nouveauque an hoy miran

    asombrados el inslito destino que los trajo a ese rincn de Amrica.

    Esa noche Aeroper mand un avin ms pequeo, que adems

    debera recoger pasajeros en Pucallpa. Nos ofrecieron un da ms en

    Iquitos o quedarnos en esa pequea ciudad junto a la laguna de

    Yarinacocha, la tierra de los indios shipibos, que elaboran esas

    magnficas cermicas pintadas con dibujos labernticos. Escogimos la

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    segunda opcin y en menos de una hora de vuelo descendamos del

    Fokkeren otro punto de la selva peruana.

    Pucallpa era un arrume de casas junto a la laguna y la pensin

    donde dormimos era apenas una ms en ese casero. Record que en

    Buenos Aires haba conocido a un estudiante de este lugar y pregunt

    por l en la pensin; al otro da, en su recin instalado consultorio,

    desayunamos papayas con azcar morena; era el nuevo mdico del

    pueblo.

    En una lancha fuimos al encuentro con los bufeos, los grandes

    delfines rosados de agua dulce que las leyendas de Yarinacocha

    identifican con mujeres que por las noches seducen a los pescadores.

    Las sirenas de la selva peruana nadaban junto a la lancha y cada tanto

    alguna hembra ajena al ensordecedor peque-peque, sonido del motor

    de gasolina que da nombre a las embarcaciones, dejaba ver su vientre

    blanco, casi femenino.

    La escala en Pucallpa retras un da nuestra llegada a Lima;

    Diana y Mario estaban en el hotel, preocupados por nuestra demora.

    Esa noche salimos a comer a un restaurante de Avenida Larco. Ya no

    tena dudas y pens que mi regreso a Colombia sera una nueva

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    despedida, otro duelo que me alejara de mi gente, mis espacios y mis

    conversaciones, pero no fue as. Diana y Mario contaban su aventura

    en Cuzco, nosotros hablbamos de la selva. No s si en ese momento

    mis amigos sintieron que haba algn tema vedado; yo no lo sent. Ellos

    anticipaban su llegada a Buenos Aires, yo tena expectativas del

    reencuentro con Bogot, la fra ciudad del altiplano que nunca haba

    podido borrar por completo de mi pensamiento.

    En el mismo corredor de embarque del aeropuerto de Lima

    estaban nuestros aviones, el mo saldra media hora antes. Juntos

    fuimos hasta las salas de embarque y all nos despedimos; en ese

    momento no sabamos que jams volveramos a vernos y que nuestras

    vidas iran por carriles divergentes.

    Un segundo regreso es un reencuentro

    El avin se meti entre nubes turbulentas y por las ventanillas

    corrieron los hilos de agua, que aos despus reconocera como el signo

    de entrada a Bogot; del otro lado de las nubes apareci, muy cerca, el

    suelo verde de la sabana. Desde el aeropuerto llam a Germn; en las

    tres horas que deba pasar esperando la combinacin a Cartagena no

    quera pensar en Per ni en Colombia ni en Argentina; senta un

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    fastidio indefinido y no quera estar a solas con mi mal humor. -Cambia

    el pasaje y te quedas el fin de semana en Bogot, dijo Germn.

    El domingo fue un da de sol brillante pero muy fro; salimos

    temprano con Germn y su familia; almorzamos en un restaurante

    cercano, una pequea construccin con fachada de piedra y un patio

    repleto de geranios y malvones, que aqu llamamos novios. En medio

    del olor a eucaliptus confrontaba mis das de Cartagena con los

    recuerdos de mi vida en Buenos Aires, pero segua confuso por lo

    ocurrido la ltima noche en Per e intentaba explicrselo a Germn. -

    Ellos estaban tal vez ms confundidos que t y seguramente entendieron

    muy poco de tu mundo, me dijo.

    Senta que mi vida estaba muy lejos de la de Marta, Diana, Mario

    y tantos otros amigos que quedaron en Buenos Aires; tambin senta

    que los viajes diarios que una vez compartimos en los trenes de la

    maana, las compras en el supermercado del barrio y las reuniones de

    amigos, con empanadas y vino de damajuana, ya no tenan significado

    en mi mundo nuevo, que tampoco era Cartagena, a la que senta como

    un lugar de paso, casi de vacaciones, como si yo tambin fuera un

    turista de los que llegan a la costa con la euforia de enero.

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    En ese momento no tena la perspectiva de un nuevo trabajo,

    pero luchaba por no sentirme en trnsito en Cartagena: insista en

    alinear libros en un estante del apartamento que alquilaba, aunque en

    su mayora eran folletos recogidos durante el viaje a Europa, compraba

    abrelatas, pelapapas, descorchadores y cuanto objeto pudiera

    sugerirme la cocina bien instalada de una vivienda estable; tambin en

    esos das comenc a juntar latas de cerveza de diferentes marcas, que

    ordenaba cuidadosamente en otro estante, porque nadie que vive el

    momento efmero del trnsito inicia una coleccin.

    Pero la decisin ya estaba tomada, me ira a vivir a Bogot, con

    las latas de cerveza y con los folletos a los que llamaba la biblioteca; all

    buscara trabajo y desarrollara mi vida sin la sensacin de lugar

    transitorio que me produca Cartagena. -Yo siempre viv aqu y nunca

    pens que estuviera de vacaciones, me dijo Fabio en tono de reproche,

    pero l no poda entender que para m, el mar y el calor eran sinnimos

    de verano, la poca de las vacaciones.

    -Entonces, no ms sueos con Buenos Aires, dijo Elisa,en uno de

    sus arrebatos de racionalidad, sin ver que me propona un imposible. -

    Vivir en Bogot te va a permitir una mayor estabilidad, concluy. Volv de

    Barranquilla con psimo humor, me agrad que Elisa me apoyara en mi

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    intencin de vivir en Bogot, pero no soportaba su actitud analtica.

    Camin desde las oficinas de la empresa de autobuses hasta el

    apartamento; cada familia reunida en las mecedoras de la acera

    escuchaba una radio grabadora flamante, recin trada de la Guajira;

    por las puertas siempre entreabiertas se vea la luz azulosa de los

    televisores. -Ninguno de ellos se siente en trnsito, pens.

    Al pasar junto a la plaza de toros, la vieja construccin en madera

    al lado de la muralla, tuve la idea de un nuevo viaje. Como en ese

    momento no tena compromisos laborales futuros, gastara parte de los

    ahorros en el viaje y llevara menos plata a Bogot, donde sera fcil

    conseguir trabajo. A cada paso encontraba nuevas excusas: otro viaje

    sera el cierre de este perodo y al regreso ya no tendra la sensacin de

    estar en trnsito, me deca. Pas frente al correo, cerrado y oscuro, -

    me habrn escrito de Argentina?, si Marta me hubiera escrito cuando

    lleg a Buenos Aires ya debera haber llegado la carta.

    A la maana siguiente, a primera hora llegu al correo y con

    muchas dudas abr el apartado postal. Como lo tema, no haba nada,

    ninguna carta que hablara del otro yo que viva simultneamente en

    esa dimensin imaginada ms all de la casilla del correo, porque

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    quizs ya no habra otro yo. Un nuevo mal humor se agregaba al del da

    anterior y todo concurra a justificar el imprevisto viaje.

    Uno de los extranjeros que a diario encontraba en el correo me

    sugiri pasar por Estados Unidos; desde Nueva York podra conseguir

    otro vuelo de Loftleidircon tarifa reducida a Luxemburgo. Tambin me

    dio algunas direcciones de sus amigos de