Victoria Cardona - Curso para padres

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CURSO PARA PADRES Victoria Cardona, educadora familiar Cortesía de www.e-cristians.net para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL http://www.mercaba.org/FICHAS/e-cristians/Cursos/ CARTEL_CURSOS.htm Tema I Introducción y presentación del temario Tema II Conocimiento y aceptación de los hijos 2-1 conocimiento del carácter de los hijos (I) 2-2 conocimiento del carácter de los hijos (II) 2-3 comunicación entre padres e hijos (I) 2-4 comunicación entre padres e hijos (II) 2-5 aceptación, amor y valoración, base de la autoestima personal Tema III Educación para el Amor 3-1 amor y matrimonio 3-2 el amor y las obras 3-3 fidelidad-felicidad

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CURSO PARA PADRES  

Victoria Cardona,

educadora familiar

Cortesía de www.e-cristians.net para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

http://www.mercaba.org/FICHAS/e-cristians/Cursos/CARTEL_CURSOS.htm

Tema IIntroducción y presentación del temario

Tema IIConocimiento y aceptación de los hijos

  2-1 conocimiento del carácter de los hijos (I)

  2-2 conocimiento del carácter de los hijos (II)

  2-3 comunicación entre padres e hijos (I)

  2-4 comunicación entre padres e hijos (II)

  2-5aceptación, amor y valoración, base de la

autoestima personal

Tema IIIEducación para el Amor

  3-1 amor y matrimonio

  3-2 el amor y las obras

  3-3 fidelidad-felicidad

Tema IVAutoridad y Libertad

  4-1 educación de la voluntad

  4-2 colaborar en el hogar

  4-3 el valor de la responsabilidad

  4-4 defectos de la autoridad

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  4-5 educación en la libertad

  4-6 respeto y tolerancia

Tema VJóvenes y medios de comunicación

  5-1 televisión y familia

  5-2 los contenidos de la televisión

  5-3 responsabilidad en el uso de Internet

Tema VILos estudios de los hijos

  6-1los padres y el estudio

  6-2 el rendimiento escolar

  6-3 relaciones familia-escuela

Tema VIILa familia, escuela de valores

  7-1 valores educativos

  7-2 laboriosidad, reflexión y orden

  7-3 obediencia y alegría

  7-4 comportamiento, civismo y solidaridad

  7-5 fortaleza y generosidad

  7-6 amistad y lealtad

  7-7 bondad y sensibilidad

Tema VIIIEducación en la fe

  8-1 la familia transmisora de la fe

  8-2 Dios, en la vida de nuestros hijos

  8-3 Jesucristo, nuestro modelo

  8-4 Madre de Dios, Madre nuestra

Tema IXEl tiempo libre de los hijos

  9-1 tiempo de vacaciones

  9-2 el valor de los sentimientos

  9-3 adolescencia y alegría

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Tema I

Introducción y presentación del temario

Iniciamos hoy la publicación inédita de un Cuso de formación para padres, que se extenderá durante las próximas semanas y que aborda cuestiones tan importantes como la comunicación, la relación y la educación de los hijos.

Victoria Cardona, educadora familiar, es su autora. La inquietud en el campo de la educación la llevó a adentrarse muy pronto en estas aguas, en las que todavía continúa inmersa. La amplia formación académica en el mundo de la educación y la pedagogía la ha aplicado, primordialmente, en dos ámbitos: la política - ha sido consejera municipal, primero de educación y después de sanidad, por el distrito barcelonés de Sarrià-Sant Gervasi - y la propia vida personal, ya que es madre de seis hijos y abuela. Mujer activa, vital y vitalista practica la vocación de dar a conocer y difundir todo aquello que ha sintetizado personal y profesionalmente.

Destacar en este sentido que actualmente colabora con la Fundación Pro Vida, imparte actividades formativas para transmitir valores humanos a las adolescentes en el Club Juvenil Hogar, es moderadora de las sesiones de Cursos para padres de la asociación familiar FERT y tiene también una larga trayectoria de participaciones en radio y televisión. Hoy en día se la puede escuchar en Radio Estel, donde habla de temas educativos y comenta mensualmente el Evangelio.

Introducción al Curso

Empezamos este Curso de Formación para Padres con unos comentarios generales sobre educación. Lo más importante será recordar que los hijos se educan, sobre todo, por nuestra actitud y por nuestro testimonio. Seguramente no nos damos cuenta pero, cuando realmente lo hacemos bien, es cuando conociendo nuestras limitaciones, nos esforzamos por mejorar luchando contra nuestros defectos con serenidad y optimismo. También, cuando padre y madre procuramos mantener vivo nuestro amor.

Dice un autor francés: "Todo amor nace inocente, frágil, débil, vulnerable, es nuestra fidelidad la que tiene que protegerlo y llevarlo a cuestas como a un niño". Esta fidelidad será un compromiso que nos llevará a la felicidad. El amor está en la generosidad y el olvido personal, ponerse entre paréntesis para hacer feliz al otro. Por ello, cuidar los detalles de afecto, de comprensión, de pasar por alto cosas que nos molestan, no acumular reproches, etc..., es demostrar con obras nuestro amor y es una buena base para dar ejemplo de amor a nuestros hijos.

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Sería loable crear un buen clima de confianza donde la comunicación estuviera presente. Muchos problemas familiares provienen de la falta de comunicación. Saber escuchar. Saber dialogar. Saber preguntar. Saber esperar y dedicar tiempo a la vida de familia ayudan a mantener al día el amor matrimonial y también la amistad con los hijos.

Toda persona quiere sentirse aceptada, valorada y querida. Daremos seguridad a nuestros hijos si valoramos todo lo que hacen bien. Si somos comprensivos con sus cambios de humor; en la adolescencia, por ejemplo, les enseñaremos a aceptarse, base de la autoestima personal.

Reflexionaremos en estos comentarios sobre los temas más importantes para que los hijos alcancen una personalidad madura. De la misma manera que el objetivo de la educación es la madurez humana y espiritual, la finalidad de la educación afectiva es la madurez en el amor.

También animar a la responsabilidad personal mediante el ejercicio de la autoridad, fundamentada en el prestigio personal y el espíritu de servicio de los padres, hará que los hijos aprendan a ser libres con la libertad que libera defectos, fruto del esfuerzo personal.

Ocuparse de desarrollar la vida sobrenatural de los hijos para que crezcan hace armónicamente que recordemos las palabras del Concilio Vaticano II: "Los padres, tanto con la palabra como con el ejemplo, tienen que ser para sus hijos los primeros educadores de la fe".

En un mundo donde cualquier "famoso" puede decirnos la tontería más grande, nos ocuparemos de educar la sensibilidad. Tenemos mucho por contemplar, desde la obra de la Creación a tantas manifestaciones artísticas, donde aprenderán a ser personas más cultivadas.

No podemos olvidar la influencia del ambiente social en la juventud y estudiaremos la forma de contrarrestar todos los ''ismos ' - materialismo, consumismo, relativismo, individualismo, etc. - y buscaremos formas prácticas para fortalecer nuestra tarea educadora. También valoraremos el estudio.

Profundizaremos en el papel de los abuelos, con mucho relieve en los tiempos actuales, y recordaremos que la familia es la escuela de valores donde se forman por contagio todos los que la integran.

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Tema II

Conocimiento y aceptación de los hijos

Para saber educar es necesario el conocimiento propio y el conocimiento de los hijos. Todos tenemos cualidades y defectos, también reaccionamos de forma distinta según con quien tratamos. Ya en Grecia se leía en el templo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Saber conocer es indispensable como también lo es una actitud positiva para rectificar.

Dice Yela: “Es a partir del conocimiento de nuestras propias limitaciones, de la aceptación de las que son ineludibles y del esfuerzo para superarlas de donde irradia la labor del educador”. Nos encontramos, pues, con tres elementos importantes para el tema que tratamos: conocimiento, aceptación y mejora personal, que deberíamos aplicar a nosotros y a nuestros hijos.

El conocimiento del carácter de cada hijo y su desarrollo, según su edad y sus etapas de evolución, son imprescindibles a la hora de extraer al máximo las posibilidades de cada uno. Todos son diferentes y los tenemos que tratar de forma distinta. A un hijo tímido, por ejemplo, no podemos decirle “no te sale la palabra de la boca”, ni a un despilfarrador le diremos: “eres generoso”.

Hemos de fijarnos en los valores esenciales de la persona, lo que es, más que fijarnos sólo en lo que tiene. Un ejemplo: las calificaciones escolares. Si procuramos valorar más el esfuerzo que las notas, obtendremos de nuestros hijos mejores resultados.

Es necesario crear un clima de confianza para favorecer la comunicación. Si aprendemos a escuchar, a observar, a dialogar haciendo preguntas oportunas, conoceremos mejor a nuestros hijos y seremos capaces de comprenderles. Para todo ello conviene dedicar tiempo.

Para aceptar hemos de comprender y la comprensión exige la capacidad de entrar en el otro, nos relacionamos con lo más específico de nuestro hijo, es decir, con su intimidad, que conviene respetar.

Para mantener unas buenas relaciones familiares hemos de considerar a nuestros hijos personas únicas, irrepetibles, con posibilidades y limitaciones. Nuestra aceptación será permanente, incondicional y total. Al aceptar plenamente a nuestro hijo, sabrá que es querido y valorado, base de su auto estima personal.

La serenidad y el equilibrio son consecuencia de la aceptación. Esto quiere decir actuar independientemente de nuestro estado de ánimo. Nuestro testimonio de cariño constante, paciente y realista será lo

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más positivo para que nuestros hijos adquieran una personalidad madura y estarán motivados para mejorar personalmente.

Conocimiento del carácter de los hijos (I)

 

Introducción

Empezamos hoy la ampliación del Curso de Formación para Padres que concluimos el pasado 11 de octubre. El objetivo de esta nueva etapa es profundizar en los diferentes temas tratados anteriormente, y pretendemos dotar a los padres de una herramienta útil que los ayude en la educación y formación de los hijos, así como en las relaciones y la comunicación dentro del ámbito familiar.

El tema con que iniciamos este nuevo curso hace referencia al conocimiento y aceptación de los hijos. Se estructura en 4 artículos:

1. Conocimiento del carácter de los hijos (I) 2. Conocimiento del carácter de los hijos (II)

3. Comunicación entre padres e hijos

4. Aceptación, estimación y valoración, base de la autoestima personal

Conocimiento del carácter de los hijos (I)

Para saber educar, es necesario el conocimiento de cada uno de nuestros hijos. También, el propio conocimiento nos es de gran ayuda. Ya Sócrates decía: ''Conócete a ti mismo''. Del conocimiento propio, de la aceptación de nuestras limitaciones y del esfuerzo que hacemos para crecer en virtudes, nace la fuerza para educar. No olvidemos nunca que educamos por ósmosis y por contagio. No podemos hablar de mejora si nosotros mismos no nos damos prisa en rectificar cuando nos equivocamos, o no tenemos paciencia con nuestros defectos. Haciendo referencia a la educación de nuestros hijos, es importante observar cómo reaccionan para comprender muchas de sus maneras de actuar. Para saber observar, tenemos que ofrecer mucho de nuestro tiempo al negocio más importante de nuestra vida: la educación de los hijos. Se trata de que sean responsables y se desarrollen correctamente, con seguridad y con la autoestima necesaria para afrontar todas las circunstancias de su vida de forma positiva.

Dedicando tiempo y con observación y serenidad, no hablaremos a todos de la misma manera, ya que consideraremos que son personas únicas, irrepetibles y, por tanto, desiguales. Es una equivocación creer que los padres tienen que educar a todos los hijos de la misma manera. Por eso, hoy reflexionaremos sobre algunas particularidades del carácter que nos sirvan de pauta para mejorar nuestra actuación,

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para conocer mejor y comprender mejor a estos hijos. Es una herramienta de la psicología que se tiene que utilizar convenientemente, con sentido común, teniendo en cuenta que es sólo un apoyo, ya que lo fundamental para conocer es amar a cada hijo como es y extraer al máximo sus posibilidades.

Los tres rasgos característicos del carácter son, según Le Senne: la resonancia, la emotividad y la actividad. La resonancia es la repercusión que las impresiones tienen sobre el ánimo de cada persona. Hay personas que reaccionan más impulsivamente. En ellas las impresiones tienen un efecto inmediato y las olvidan al momento: las llamamos primarias. Y en los que reaccionan de una manera más reflexiva, las impresiones perduran en su conciencia e influyen en su conducta, incluso cuando ha pasado mucho tiempo: las llamamos secundarias. Por ejemplo, si a una persona primaria le dan un pisotón en el autobús, su reacción será de protesta pero, antes de llegar al final de su trayecto, ya lo habrá olvidado. Una persona secundaria, en cambio, con el mismo pisotón, no dirá nada, pero el disgusto le durará un rato después de pasarle este hecho. De una manera sencilla, aquí tenemos la diferencia. Igualmente, ante una ofensa recibida, el que es primario olvidará fácilmente, pero no así el que es secundario, que vive más del pasado.

Con respecto a la emotividad, si miramos la fotografía que encabeza el artículo, vemos que tenemos un niño emotivo. El emotivo se conmueve por todo, aunque a veces no se note. Tiene cambios de humor, inquietud, impresionabilidad. En una familia, viendo todos la misma película y con la forma de reaccionar ante una escena, captaremos quién es el más emotivo. El no emotivo, ya lo dice la misma palabra, no se conmueve fácilmente. Se muestra normalmente tranquilo y de humor poco variable.

La actividad es lo más difícil de averiguar. Podríamos confundirla con el movimiento continuo de las personas impulsivas o nerviosas. Puede decirse que el activo tiene que obrar constantemente, que incluso en el tiempo libre busca situaciones para actuar; mientras que el inactivo es una persona que actúa poco, y cuando lo hace es, especialmente, por afán de superación, por amor, por obligación o por cumplimiento del deber, aunque puede estar sin actuar mientras deja correr la imaginación o descansar sin hacer nada. El activo lo hace por el placer de actuar. El inactivo no tiene esta inclinación.

Éstos son los rasgos principales del carácter. Servirán para identificar la manera de ser y, sobre todo, para comprender no sólo a nuestros hijos sino también a nuestra familia y a las personas con las que nos relacionamos. También para aceptarnos a nosotros mismos. Nunca colocaremos ninguna ''etiqueta'' a nadie porque todo es susceptible de mejora. Todas las personas tenemos capacidad para mejorar y rectificar, si estamos oportunamente motivadas.

Conocimiento del carácter de los hijos (II)

 

Los tres factores del carácter (mencionados en el artículo anterior): emotividad o no emotividad; actividad o

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inactividad y la resonancia: primaria y secundaria, no definen una personalidad, pero ayudan a su configuración. Transcribo de un libro sobre caracterología: ''el caracterólogo trata de comprender el conjunto de una personalidad. Considera que la influencia de la herencia, de las circunstancias y de la libertad, hacen de cada individuo una persona única. No se trata, por lo tanto, de reducir a la persona a un esquema prefabricado''. Por eso, no puede colocarse ningún cartel a los hijos, ya que el carácter va evolucionando y cambiando con el tiempo. Influyen: el ambiente familiar, el entorno y la educación de la voluntad, que son elementos estimulantes para mejorar. Tampoco podemos ''etiquetar'', porque siempre hay grados de diferencia de un individuo a otro en los factores mencionados. Sin embargo, con un mejor conocimiento del comportamiento y reacciones del hijo, tendremos al alcance más formas de tratarlo. También la carencia de tiempo para la observación sería una dificultad para una correcta actitud para educar bien. Si tenemos un hijo emotivo, inactivo y primario, por ejemplo, lo motivaremos a través del corazón, porque nos ama y quiere gustarnos. Estaremos a su lado señalándole objetivos nuevos, para enseñarle a pensar y a reflexionar. Si es secundario, y tiene tendencia al rencor, le motivaremos para que sepa perdonar y olvidar.

Normalmente en todos los tipos de carácter, es de gran ayuda saber animar a los hijos y también valorar la sociabilidad, para que no se centre exclusivamente en él mismo. El deporte y el excursionismo, en el que no es deportista, así como otras actividades que se hacen en grupo, serán muy beneficiosas para la convivencia con los demás. Tenemos un abanico de posibilidades para desarrollar su personalidad, que los padres tenemos que ir descubriendo. Todos estos apuntes sobre caracterología pueden servir de información.

Tendremos que observar todas las reacciones de nuestros hijos, pero parece especialmente importante la resonancia, para distinguir si son primarios o secundarios. Si quiere profundizarse puede hacerse con buenos tratados de caracterología, pero siempre evitando el riesgo de obsesionarse, y de confundir a nuestro hijo con un personaje de test, ya que nunca hay un tipo exacto, y los rasgos mencionados pueden estar en la individualidad de cada uno con más o menos intensidad. Expresamente no estudiaremos en este artículo los ocho tipos de carácter que provienen de combinar los tres factores que hemos indicado. Mi intención es animar a reflexionar sobre cómo somos cada uno de nosotros, cómo son nuestros hijos y las otras personas y, así, llegar a un conocimiento más profundo y a una comprensión de nosotros mismos y de los nuestros, que nos ayude a aceptarnos y a aceptarlos. Conocer es indispensable, como también lo es una actitud de rectificar cuando haga falta.

Para concluir tenemos que destacar que ningún carácter es mejor ni peor. No hay ninguno malo por él mismo. La adquisición de hábitos buenos servirá para vencer cualquier rasgo psicológico negativo. El conocimiento personal y el conocimiento de nuestros hijos, con todos los elementos posibles al alcance, son una ayuda para tener objetivos concretos de mejora y la comprensión adecuada para pasar por alto formas de ser que no resultan agradables. Siempre hemos de animar, reconociendo que nosotros mismos también tenemos carencias, que pueden ser susceptibles de corrección, de mejora personal y de dar testimonio a los hijos, que se reflejan en los progenitores. Recordamos la frase de Yela: ''Es a partir del conocimiento de nuestras limitaciones, de la aceptación de las que son ineludibles y del esfuerzo para superarlas, desde donde irradia la tarea del educador''.

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Comunicación entre padres e hijos (I)

La mayoría de problemas del día a día de la convivencia familiar se resolverían, si nos esforzáramos por tener una buena comunicación con nuestros hijos. Hay muchas formas de hacerlo. Se puede hacer con un gesto, se puede hacer con una mirada de complicidad, se puede hacer con la palabra, escuchando música, leyendo, haciendo deporte...También nos podemos comunicar silenciosamente. Sólo contemplando unos padres junto a la cama de un hijo enfermo, mimándolo o dándole la mano vemos el máximo de comunicación. El silencio se hace necesario por el reposo de su hijo, pero la comunicación no falta.

Ya se ve que para comunicarse no se necesitan palabras, sino que se necesita afecto y que haya un clima de confianza y, ¿como conseguimos este clima?.. Podemos reflexionarlo, puesto que se hace muy difícil recibir la confianza de nuestros hijos si no hacemos un esfuerzo para ser acogedores y estar tranquilos y de buen humor a la hora de comunicarnos. Es imprescindible comprender a nuestros hijos; saber intuir qué les preocupa, qué nos quieren decir o qué necesitan. La base de la comunicación, es amar, interesarse por sus cosas y ayudar a que ellos solos vayan resolviendo sus dificultades. Cuando hay confianza se actúa con calma, no se improvisa y se da paz.

Hay muchas virtudes que pueden ser útiles para ayudar a la comunicación, con el clima de confianza adecuado, que favorece el diálogo, base de la comunicación, pero yo destacaría dos: la sinceridad y la discreción.

1. La palabra sinceridad deriva del latino ''sine cera'' (sin cera) refiriéndose a los ungüentos que utilizaban las mujeres romanas para disimular sus arrugas. Pues bien, para vivir la sinceridad tenemos que recordar a San Pablo que nos dice ''sea el vuestro sí, sí y el vuestro no, no.'' Sinceridad es decir siempre con claridad lo que se hace, lo que se piensa, lo que se vive. Nuestros hijos tienen que ver que nosotros somos sinceros siempre. Por esto debemos reflexionar y preguntarnos: ¿Cuántas veces hemos dejado incompleta una promesa o una reprimenda que habíamos anunciado a nuestros hijos?... ¿Cuántas veces nos han telefoneado y, por comodidad, hemos hecho decir que no estábamos en casa?... ¿Cuántas veces hemos asustado a los pequeños diciendo '' que viene el hombre del saco'' y lógicamente aún lo esperan?...O otras medias verdades, que no dejan de ser mentiras que malogran la confianza.

2.   Nuestra sinceridad tiene que ser ejemplar, la verdad tiene que ser objetiva, clara. Por ejemplo, si nos equivoquemos, pedimos perdón y lo reconocemos; esto es más educativo para el hijo que muchos sermones y consejos repetitivos. A veces los hijos no son lo suficiente sinceros con nosotros por no quedar mal o porque tienen miedo de que tengamos una reacción desmesuradamente enfadada con lo que nos dicen.

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Sobre todo en la adolescencia tenemos que ser pacientes y estar preparados para que nos expliquen lo más impensable sin perder los nervios. Lo que es más importante siempre es que los hijos nos digan la verdad, aunque del susto recibido nos quedáramos sin aliento. Con todos los datos reales del problema, no nos equivocaremos a la hora de buscar soluciones juntos y reforzaremos la confianza mutua.

3. La discreción; hoy, más que nunca, se hace evidente que los padres debemos profundizar en esta virtud, que no es frecuente en el ambiente actual. En el Diccionario General de la Lengua Catalana de Pompeu Fabra, encontramos esta definición de discreción: ''reserva en las acciones y en las palabras, reserva del que no hace sino aquello que conviene hecer, de quien no dice sino aquello que conviene decir, que sabe callar aquello que le ha estado confiado.''

Muchos hijos se quejan de que los padres, o bien para vanagloriarse, o bien para quejarse explican las confidencias que ellos les han hecho. Ya se ve que este sería un defecto que influiría en la confianza que nos habrían dado los hijos; nada más y nada menos sería ''ventilar'' sus emociones; tampoco los hijos entienden las ironías ni bromas sobre sus ''cosas'', por lo tanto no conviene decir lo que nos confían y tenemos que considerar que para ellos aquello es muy importante, aunque a los mayores nos pareciera de poco valor.

Con la virtud de la discreción nace el discernimiento, para saber cuando es prudente preguntar, o cuando hace falta esperar para hacerlo, puesto que hace falta respetar la intimidad del hijo y tener paciencia para recibir la confidencia. También distinguir el momento en que es conveniente dar el consejo oportuno. Pienso que cuando un niño pequeño tiene una pataleta, ¿verdad que es muy difícil corregirlo sí nos ponemos a gritar como él y perdemos los nervios? Con los hijos mayores tenemos que hacer lo mismo, es sencillamente pasar por alto el momento de ofuscación y buscar el tiempo para dialogar con calma y serenidad. Una persona discreta no impone, no coacciona sino que observa y ayuda a mejorar reconociendo que ella también tiene defectos; por lo tanto, no se sobresalta por nada, y, con esta comprensión anima a su hijo a la sinceridad.

Para concluir, podríamos decir que el objetivo de procurar fijarnos en la sinceridad y la discreción, es ayudar a que haya el clima de confianza adecuada que haga de los padres buenos amigos de los hijos, a quienes los hijos pueden explicar sus ideales, sus problemas, sus alegrías. Empecemos a interesarnos por lo que les preocupa de bien pequeños y así fundamentaremos la franqueza del mañana.

Como que la comunicación es la base de unas buenas relaciones familiares en el próximo capítulo profundizaremos en como hemos de escuchar, en como mantener un buen diálogo y en algunos errores frecuentes que pueden malograr la comunicación entre padres y hijos. Expresamente ilustro siempre estos temas con fotografías con niños pequeños puesto que creo que los padres que se interesan por los hijos menudos, también serán capaces de comprender los cambios de humor y las inquietudes de los hijos adolescentes.

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Comunicación entre padres e hijos (II)

En el capítulo anterior hemos reflexionado sobre dos virtudes fundamentales, la sinceridad y la discreción; ahora estudiaremos la mejor manera de llegar a un buen diálogo, que es la base de una buena convivencia entre padres e hijos.

Es evidente, que para que haya un buen diálogo hay que saber escuchar y, como siempre, no olvidar que debemos dedicar tiempo. Es importante la actitud de pensar que nosotros, los padres, no siempre tenemos toda la razón y que escuchando aprenderemos y conoceremos con profundidad a nuestros hijos, que no nos abrirán su corazón si somos dogmáticos, rígidos y poco flexibles. Ya se ve que, para que haya buena comunicación, es muy importante ir con la sencillez de quién quiere ayudar, nunca imponer.

Podemos caer en el defecto de pensar que ya sabemos lo que nos dirán. Saber ya la respuesta porqué creemos que nuestro hijo es de una determinada manera y no dar posibilidades a nuestro hijo o hija de expresarse ampliamente y totalmente. Si no los dejamos explicarse del todo no les damos la oportunidad de mejorar, puesto que nos faltará la información completa y no sabremos que hacer para aconsejar.

Enumeraremos algunas cualidades convenientes para llegar a establecer un buen diálogo, teniendo en cuenta que la primera de todas será responder a todas las preguntas que nos hagan.

1. No interrumpir y tener mucha paciencia; esto vale por todas las edades, desde el hijo o hija pequeño que casi no sabe hablar, pero nos quiere pedir algo, hasta el adolescente que nos quiere explicar un problema o una alegría y lo hace de una forma acalorada. Por ejemplo, nos están explicando una cosa y nosotros nos preocupamos de la forma gramatical que están empleando, más que del contenido y de los sentimientos del hijo; mal haríamos sí corrigiéramos la gramática a media explicación porque quizás "cortaríamos" la espontaneidad.

2. Mirar a los ojos de nuestro hijo y aprobar afirmativamente con el gesto para animar y demostrar que nos interesa lo que nos dice; con la mirada de los padres se puede demostrar interés y afecto y descubrir, en la de los hijos, todo su estado d'ánimo.

3. Saber preguntar. Conviene hacer una pregunta de manera positiva para asegurarnos de que nos enteramos y entendemos lo que nos dicen; también sirve preguntar para captar el nivel que tienen de entendimiento del tema que sea, y por lo tanto, adelantar informaciones sobre sexualidad, diversiones, adicciones, etc..., aprovechando momentos de ocio y tranquilidad para tener estas conversaciones y dar criterio.

4. No mirar el reloj. Para los hijos es muy importante que demostremos un interés real por sus cosas; tenemos buenos momentos para comunicarnos sí los sabemos aprovechar aunque la experiencia nos diga, que el "momento" del hijo quizás no coincide con el nuestro. Aquí sí que hay la prueba de amor real: dejar las cosas propias por el bien del hijo, que nos necesita. Escribe André Frossard esta frase que

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nos puede hacer reflexionar: "Miramos por la ventana el bullicio la calle y nos olvidamos de alguien que está a nuestro lado y necesita nuestra compañía".

La auténtica comunicación se fundamenta en cosas pequeñas de esfuerzo personal: no mirar un programa de televisión, saber "apartar" el periódico, no hacer una salida por la noche para estar con los hijos... De cara al futuro son más rentables estas renuncias para que siempre nuestros hijos nos digan la verdad con claridad y en la familia se viva el clima de confianza adecuado, que produce serenidad; nunca debe agotarse la paciencia y la ilusión para saber escuchar.

Como que vienen las fiestas de Navidad, podemos aprovecharlas para llevar a término estos consejos sobre comunicación, con más intensidad, puesto que nuestros hijos tienen vacaciones y están más receptivos por todo lo que reciben en el hogar; también, el carácter cristiano de estos días, invita a la paz, a la esperanza y a la alegría que se vive en familia.

Aceptación, amor y valoración, base de la autoestima personal

Al iniciar este artículo sobre la autoestima, desearía que entendiéramos con toda la responsabilidad de buenos padres una gran verdad que es de sentido común: los niños y niñas de bien pequeños empiezan a apreciarse según la actitud que tengamos hacia ellos, puesto que el contacto principal lo tienen con nosotros. Ellos se ven a través nuestro y tienen de ellos la viva imagen que les damos nosotros. Tampoco saben lo que está bien o mal y lo aprenden según nuestro comportamiento y el de los otros familiares del entorno. Somos realmente su espejo, y según la seguridad que les damos, se sabrán autovalorar y tener o no tener confianza en ellos mismos. Si riñéramos siempre a nuestros hijos, si encontráramos que todo lo hacen mal, si a menudo estuviéramos alterados y enfadados cuando estamos en casa y no reflejáramos la alegría de disfrutar de su presencia, sería fácil que los hijos, al encontrarse poco agradables para sus padres, perdieran autoestima; y al perderla, no serian capaces de enfrentarse a los retos que les surgirán a lo largo de su vida. Por lo tanto, para fomentar su autoestima tenemos que recordar que toda persona, y especialmente nuestros hijos al llegar a este mundo, tienen que saberse aceptados, amados y valorados.

Queremos favorecer la autoestima de los hijos, porque sabemos que si la tienen, pueden ir tranquilos por la vida y superar todas las dificultades que se les presenten. Desde luego que nuestra actitud tiene que ser positiva, y al hablar, actuar, informar y motivar nuestros hijos transmitir nuestra comprensión. Enumeraremos los tres factores que influyen en esta manera de hacer:

1. Aceptación total, incondicional y permanente: Nuestro hijo es una persona única y irrepetible. Él tiene cualidades y defectos, pero tenemos que estar

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convencidos de que lo más importante es que capte el afán de superación y la ilusión de cubrir pequeños objetivos de mejora personal. Las cualidades son agradables de descubrir, los defectos pueden hacer perder la paz a muchos padres, pero se pueden llegar a corregir con paciencia, porque aceptamos totalmente la forma de ser del hijo, incondicionalmente y por siempre. La serenidad y la estabilidad son consecuencia de la aceptación y, esto quiere decir, actuar independientemente de nuestro estado de ánimo. También en circunstancias de más dificultades, como serían las de tener hijos discapacitados tendremos que crear la aceptación plena no sólo de los padres si no también de los hermanos y familiares, con la convicción de que repercutirán todos los esfuerzos en bien de la familia.

2. Amor: Nuestro testigo de amor constante y realista será la mejor ayuda para que nuestros hijos logren una personalidad madura y estén motivados para rectificar cuando se equivoquen. Al amar siempre deberemos corregir la cosa mal hecha, ya que al avisar damos la posibilidad de rectificar y, en todo caso, siempre deberemos censurar lo que está mal hecho, nunca la persona. Dice San Pablo en la Epístola a los Colosenses: ''Padres, no importunéis a vuestros hijos, para que no se desalienten''. El amor es la base de la familia y la mejor escuela para aprender a darse y a recibir y nuestro hijo o hija es un don, un obsequio a quien hace falta entregarle toda nuestra vida con generosidad, afecto y agradecimiento.

 

3. Valoración: Elogiar el esfuerzo de nuestro hijo, siempre es más motivador para él, que hacerle constantemente recriminaciones. Ciertamente que a veces, ante las desobediencias o las malas respuestas, podemos perder las formas, pero los mayores debemos tener la voluntad de animar aunque estemos cansados o preocupados; por esto, en caso de perder los nervios, lo mejor es observar, pensar y cuando estemos más tranquilos decir, por ejemplo: ''esto está bien, pero puedes hacerlo mejor''. Durante el tiempo que estamos con los hijos siempre tenemos ocasiones para valorar su esfuerzo, no pedirle más de lo que puede hacer y ayudarlo a mejorar viendo la vida con un sentido deportivo. Tenemos que procurar que aprenda a aceptarse y que con optimismo supere sus dificultades. De esta manera, conseguiremos que nuestro hijo sepa que le amamos por lo que es él y será capaz de desarrollar al máximo todas sus capacitados personales. Tenemos que decir lo que está bien, sin darle ningún calificativo a él. Como dice el pedagogo Oliveros F. Otero: ''Se tiene que censurar la tarea, no la persona, se tiene que alabar la tarea, no la persona''. Nuestra actitud positiva, comprensiva y motivadora incrementará la seguridad de nuestros hijos y hijas.

Tema III

Educación para el amor

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Hace falta preguntarse, en primer lugar, qué es el amor. El amor es entrega, comunicación y donación de la persona, plena y definitiva. En el matrimonio esta donación es absoluta, con fidelidad perseverante, que se consigue cada dia con una alegre constancia.

Nos encontramos hoy con un reduccionismo de valores, en el que el amor es el más maltratado. El hedonismo o búsqueda del placer, y el materialismo, que valora sólo la utilidad. El amor se reduce sólo a placer sexual. La sexualidad en el individuo, no se puede reducir al hecho biológico e instintivo como en el animal, sino que se integra en la persona como ser constituido de cuerpo y alma. Ir por el mundo contra la naturaleza, viviendo como si se fuese un animal, no es fácil cuando se es persona. A la larga siempre se acaba mal: frustaciones, neurosis, sexomanias o drogadicción.

También se reduce el amor a sentimiento. "Ya no siento nada, se ha terminado mi matrimonio", escuchamos a menudo. ¿Podríamos decir que unos padres no aman a su hijo porque "no sienten" una gran emoción al consolar al pequeño que llora por la noche?. Hemos de educar la voluntad de nuestros hijos de pequeños, creando hábitos con horarios, y de adolescentes, fomentando las virtudes de la fortaleza y de la sobriedad para aprender a valorar el amor auténtico y ser felices.

Tenemos dos facultades: la inteligencia, que nos hace conocer la verdad, y la voluntad, que permite querer libremente aquello que la inteligencia nos presenta como bueno. Amamos con estas dos facultades, si bien para vivir el amor matrimonial seremos, en palabras del Evangelio, "dos en una sola carne", abiertos al gran don de la vida, cooperadores de Dios. El hijo es la síntesis del amor del padre y de la madre.

Leeemos en la Encíclica Humanae Vitae:

"Es el amor, en primer lugar, plenamente humano, es decir, al mismo tiempo sensible y espiritual .No es pues simple manifestación de instinto y de sentimiento, sino también, y principalmente, acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer en las alegrias y dolores de la vida cotidiana, de modo que los esposos lleguen a ser un solo corazón y una sola alma, y alcancen juntos su perfección humana".

Los padres somos los responsables de dar información sexual a nuestros hijos de forma gradual, individual, clara, positiva y respetuosa. Siempre estaremos atentos a las influencias recibidas sobre sexualidad en el ambiente que frecuentan, para clarificar las que sean erróneas. En este aspecto de la educación es mejor adelantarse en las explicaciones que llegar tarde.

El testimonio de nuestro matrimonio y la fidelidad con que cuidemos nuestro amor es la mejor manera de transmitir, por contagio, que es el amor.

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La finalidad de la educación afectiva es la educación para el amor. El egoismo es el peor enemigo del amor auténtico. El olvido personal, para hacer feliz al cónyuge y la generosidad, son los valores que transmitimos los padres y que motivan a saber amar.

Por tanto, todo lo que sea dar oportunidades a los hijos para pensar en los demás; no centrarse en ellos, ilusionarles en grandes ideales (podrían ser bibliotecas ambulantes, pero sin ideales no serían nada); tener dominio personal (que no es represión); incrementar las virtudes humanas: sinceridad, fortaleza, sobriedad, etc... Todo esto será educar para el amor.Pués en el amor se es feliz cuando se va a dar y no a buscar.

Vienen bien aquí para terminar aquellos versos de Antonio Machado:

"Moneda que está en la mano quizás se deba guardar,la monedita del ama se pierde si no se da"

Amor y matrimonio

Introducción

Iniciamos la ampliación del tema "Educación para el amor". Se desarrolla en tres artículos:

1. Amor y matrimonio 2. El amor y las obras

3. Fidelidad, felicidad

4.

Amor y matrimonio

Se habla mucho de amor, incluso a veces se tiene la sensación de que se hace de una manera confusa, reduciéndolo a sentimiento o a placer. Reducir a placer es inhumano, puesto que la persona es cuerpo y alma; vivir como sí se fuera un animal no es fácil cuando se es persona; ir contra la naturaleza es un pasaporte para las neurosis, frustraciones, pasotismo... Reducir a sentimiento, dependiendo del estado de ánimo, de las emociones, "ya no siento nada, por lo tanto se ha acabado", cuando realmente el amor tiene dimensiones más trascendentes donde la voluntad de amar es la base. Para demostrar el amor se debe entregar el corazón, cabeza y cuerpo con toda la fuerza y el sentimiento. También hay una gran diferencia entre el enamoramiento, que todo lo idealiza y fácilmente se cae del pedestal, y el amor auténtico que se va reforzando con los años, mediante la comprensión hacia el otro, la

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comunicación, el proyecto de vida en común, saber afrontar dificultades juntos... El amor se hace más fuerte con el tiempo, y la felicidad se encuentra en lo que los esposos hayan querido construir cada día.

Nunca como hoy se ha atacado tanto a la grandeza del matrimonio: el cine, los comentarios irónicos en los medios de comunicación, el ridiculizar las relaciones matrimoniales o la fidelidad, equiparar otras relaciones a las matrimoniales, como cuando se habla del "amor homosexual" o de "hacer el amor". Haciendo referencia al cine todavía tienen vigencia películas como "Casablanca", "Que bello es vivir", "La vida se bella", etc..., pero muchas otras han ido dando unos mensajes, que no se han caracterizado precisamente por el respeto a la dignidad de la persona. Es por esto, que tiene mucha importancia la formación prematrimonial, porque los novios puedan actuar con libertad y conocimiento, y también comunicarse y hablar con sinceridad, sobre todo lo que piensan llevar a término en la vida en común, antes de contraer este Sacramento.

Dice Teresa de Calcuta que "amar es no parar." La felicidad aparece con más fuerza cuando se va a dar y no a buscar. En el matrimonio el amor es entrega y donación generosa a la persona que se ama: el olvido personal, pasar por alto pequeñas limitaciones del cónyuge, perdonar, ponerse el amor propio en el bolsillo, etc. ayudan a vivir un matrimonio con paz y serenidad, con alegría y buen humor. Ya Aristóteles afirmaba que "amar es querer el bien del otro", de aquí se desprende que la base del amor estará en actos de donación personal, y la entrega llena y total a la persona libremente escogida para compartir la vida. La felicidad no se puede confundir con el placer inmediato, sino que se consigue con la voluntad de amar y disfrutar de la existencia de la persona amada.

La familia, que es el núcleo de la sociedad, empieza con tres elementos: hombre, mujer y un amor seguro. Los que escogen el camino del matrimonio, bendecido por Dios, encuentran un motivo de perfección humana y de vivir con plenitud su vocación cristiana. Pablo VI, en uno de los apartados de la "Humanae vitae" enumera las condiciones del amor conyugal:

1. Amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo.

2. Amor total, que lleva los esposos a compartirlo todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas.

3. Amor fiel y exclusivo: en la enfermedad o en la salud, hasta que la muerte los separe.

4. Amor fecundo, que se prolonga en el hijo, fruto y corona del matrimonio.

Seguramente, si profundizamos en los elementos enumerados, encontraremos la autenticidad del amor y nos esforzaremos por concretar en cosas cotidianas la vida matrimonial y la convivencia mutua por saber dar y también recibir, por compartirlo todo. La paz y la serenidad de nuestro matrimonio será la consecuencia de nuestra actitud positiva y de la mejora personal por hacer feliz al otro.

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No es mi intención ser negativa en este artículo, pero sí que desde mi experiencia, he visto algunos matrimonios que se han roto por ideas que los han hecho iniciar su vida en común con conceptos equivocados, como por ejemplo: "no queremos tener hijos, porque primero queremos disfrutar de la vida"..., "los hijos nos sacarán tiempo para nuestra intimidad", etc.., no han fundamentado su matrimonio en el amor y podríamos decir que el suyo ha estado el de dos egoísmos compartidos y esto les ha provocado la ruptura del que han iniciado, aparte de otras actitudes equivocadas. El hijo siempre es un don, una participación del poder creador de Dios, nunca una carga, si bien su venida ha de estar regida por la responsabilidad, fruto de la plegaria, sopesando las circunstancias concretas a la luz de la voluntad de Dios. La generosidad deberá impregnar las decisiones que se tomen y la confianza en la providencia de Dios Padre "que tiene contados todos los cabellos de nuestro cabeza"..., será la que iluminará el entendimiento para entender la llegada al mundo de cada vida.

En el próximo capítulo enumeraremos actos en que se puede basar el verdadero amor por conseguir un matrimonio feliz.

El amor y las obras

Dice un dicho castellano que "obras son amores y no buenas razones". Y es bien cierto que con las palabras basta para demostrar el amor, sino que se tiene que demostrar con hechos. Recuerdo la anécdota, quizás exagerada, de aquel chico, exultante, que escribía a su enamorada: "Para venir a verte pisaría cuchillos afilados, para venir a verte atravesaría mares de fuego, para venir a verte subiría al firmamento a robar estrellas. P.D. El sábado, si llueve, no te vendré a ver."

El amor se tiene que fundamentar en actos que hagan lograr a los esposos una vida llena y feliz. Como siempre, el diálogo y la comunicación serán primordiales para ponerse de acuerdo en la manera de compartir las tareas del hogar y la organización de las cosas materiales, porque el orden es necesario para la paz familiar, como también lo es la humildad para saber pedir ayuda, tanto el esposo como la mujer, cuando uno de los dos se tenga que apoyar más en el otro. Si no se hace así, es fácil caer en el victimismo, como aquella buena madre que se paseaba por el pasillo de su casa diciendo "¡pobrecita de mí, cuanto padezco y que poco me quejo!".

Por la felicidad del matrimonio se hace necesario vivir con constancia una serie de cosas pequeñas que hacen más amable la convivencia, que mantienen la ilusión de los primeros tiempos y que son formas concretas de demostrar el amor. Provienen de saber amar, y para amar, se tiene que saber perdonar y saber agradecer. Estas pequeñas cosas pueden parecer muy sencillas pero, cuando no se viven, es que quizás hay algo que no funciona en el matrimonio; enumeraremos algunas:

1. La llegada a casa: Siempre tiene que haber alegría, y buen humor. El cansancio y las preocupaciones del trabajo se deben dejar en el lugar de trabajo profesional. El hogar siempre tiene que ser el espacio de reposo, de tranquilidad y de

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diálogo. Por esto, hay que saber escuchar todo, sin prisas, dedicando tiempo a la familia, puesto que es el "negocio" más importante.

2. No acumular reproches: Saber perdonar y olvidar. Hay muchos agravios que no se hacen con mala intención, pero que dependen de la sensibilidad con que uno de los dos los recibe o del cansancio, o de un impulso inoportuno. Por esto, lo mejor que podemos hacer cuando estamos enojados es callar, aunque, en el momento adecuado, convendrá hablar. Si se hace con serenidad mejorará la relación de los esposos.

3. Saber hacer las paces: Nunca debemos estar sin dialogar horas y, desde luego, irse a dormir enfadado con el otro. La base del amor está en la comprensión y el respeto por la forma de ser de cada persona. No es bueno pensar que uno siempre tiene la razón, por lo tanto es mejor dejar de banda el amor propio y aproximarse al otro con tanta ternura, que nunca se sienta humillado.

4. Saber sorprender: Un obsequio fuera del santo o aniversario, una salida improvisada, una excursión... y otros manifestaciones que la creatividad y la imaginación nos sugieran; la cosa más importante será romper la rutina.

5. No asustarse si vienen problemas: es normal que hayan contrariedades en la convivencia; estas siempre son superables cuando se prevén y cuando se afrontan con una actitud positiva. Me gusta aquella frase de San Juan de la Cruz: "Pon amor dónde no hay amor, y encontrarás amor." El matrimonio siempre sale reforzado cuando se lucha por superar las dificultades; este camino lo hacen tres: hombre, mujer y Dios, que siempre está presente en este andar.

6. No discutir delante de los hijos: Si tenemos puntos de vista diferentes los debemos comentar con tranquilidad, sin ser esclavos de los nervios y nunca hacerlo delante de los hijos. Estos no tienen que sentir ninguna discusión, puesto que se pondrían a favor del uno o del otro y dañaríamos su afectividad. Saber disculpar y desviar la conversación si vemos que se hace en su presencia, para que ninguno de los esposos quede desprestigiado.

Amar es un arte y una tarea que se ha de ir aprendiendo, para hacerse la vida amable siempre, aunque pasen los años y haya los cansancios propios del paso del tiempo. Toda la vida, por complacer los que conviven con nosotros, tendrá que ser un esfuerzo por la mejora personal. Cuando hay amor y voluntad de amar, es fácil el olvido de uno mismo por llegar a la plenitud y felicidad conyugal.

Cada matrimonio tiene su manera de hacer; estos son sólo unos pensamientos para la reflexión personal. Lo que sí se puede asegurar, es que el amor se debe velar y proteger.

Fidelidad-felicidad

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Todos buscamos la felicidad, pero nos equivocamos cuando queremos resultados inmediatos, confundiendo un momento de placer con el gozo auténtico. El amor es dinámico, no estático; la fidelidad, para proteger este amor, y la lealtad hacia la persona con quien nos hemos comprometido, nos llevará la verdadera felicidad.

Recordemos alguna de las frases del día de la ceremonia nupcial: ''Lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe''. ''Recibe este anillo, signo de mi amor y fidelidad''. ''Hasta que la muerte nos separe''. Y sobre todo el sí, el consentimiento libre y responsable, que comporta un compromiso a la palabra dada.

Cuando la unión matrimonial es considerada indisoluble por quienes contraen el matrimonio, hay un afán constante por velar el proyecto de vida en común, que se ha iniciado en aquel momento, aunque puedan surgir las dificultades propias de la convivencia. Son felices en esta aventura del amor, aquellos que no regatean tiempo ni esfuerzos para lograr los retos, que fortalezcan la estimación mutua. A los que piensan dejarlo si no ''funciona'', les queda menguada la promesa del uno hacia el otro; no ha habido un compromiso serio y no tienen fortaleza para solucionar los estorbos que encuentran en su camino. Sobre este aspecto encontraremos mucha materia en el libro ''En pareja, los secretos del amor y el desamor'' del psiquiatra Paulino Castells. También nos dice Joan Pau II: ''Quién no se determina a amar para siempre jamás, es imposible que ame tan sólo un día''.

¿Por qué entran en crisis tantas parejas actualmente? Nos lo contesta el psiquiatra Joan Carles Pescador: ''La estabilidad conyugal está en crisis, porque la persona, la familia y la sociedad también lo están. La causa de esta crisis es el vacío en el concepto del amor y de la libertad. Su contenido ha sido trivializado y sustituido por el placer y la ausencia de compromisos, con rechazo a todo lo que supone represión de los impulsos personales y de las ansias de independencia''. La responsabilidad y la madurez personal incluyen la fidelidad al compromiso, aun cuando las circunstancias pudieran cambiar en el decurso del tiempo.

Victor Frankl escribe: ''Las personas pueden tener bastante con vivir, pero con frecuencia, no tienen ninguna cosa por la cual vivir''. Esto se puede aplicar a la donación generosa; se trata de vivir por el marido o por la mujer, por lograr la plenitud y perfeccionamiento de los esposos. No arriesgarse a amar, es renunciar a las alegrías, compensaciones y retribuciones que da el amor, y a que la vida tenga sentido. Cuando se va a dar, más que a recibir, con olvido personal, para hacer feliz al cónyuge, esta donación amorosa siempre produce la verdadera felicidad.

La fidelidad también comporta vivir el pudor y la modestia, de forma que toda la persona sólo sea para su cónyuge. El pudor es, según Jacinto Choza, ''hábito y tendencia a mantener la posesión de la propia intimidad, desde la instancia más radical de la persona (el yo), y a mantener esta intimidad en el estado de la máxima perfección posible, para hacer una entrega que trasciende a la soledad y auto perfecciona al sujeto''. Por sus relaciones sociales o profesionales, el hombre y la mujer se pueden encontrar en ocasiones, en que habrán de recordar a quién han entregado su corazón para siempre jamás, y también, tener la valentía suficiente, para no asistir a sitios o frecuentar ambientes nocivos, para salvaguardar sus compromisos matrimoniales. Muchas veces, con imaginación y sentido común, se pueden hacer cambiar costumbres o modas, que pueden afectar la fidelidad. Sé de una mujer joven casada,

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que organizaba salidas con los compañeros de profesión con sus familias, en lugar de las salidas nocturnas que se hacían habitualmente. Se lo pasaban mejor todos, y con su actitud, colaboró en una amistad sincera y en evitar posibles oportunidades que desvirtuaran la pureza del amor. No se trata de hacer cosas extrañas, sino de vivir con naturalidad los detalles pequeños que ayudan a mantener la pulcritud de corazón.

 

La felicidad en el matrimonio no se obtiene de una manera mecánica y rápida, como si pulsáramos la tecla del ordenador. Puede haber momentos de cansancios o de no ''sentir'' grandes emociones, no por esto se acaba el amor, que no lo podemos reducir sólo a sentimiento. Amar conlleva la voluntad de querer libremente lo que la inteligencia nos ha presentado como un bien. La confianza mutua es, también, importante para vivir la fidelidad y ser feliz. Confiar es pensar siempre bien de la persona amada. Nos dice Sant Pablo: '' El amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo padece''. La desconfianza, los reproches, los celos... son malos compañeros de la fidelidad y de la felicidad. El amor se fortalecerá con la ayuda mutua en las realidades diarias, en el espíritu de servicio y con la comprensión.

Querría finalizar estas breves reflexiones con unas palabras del Cardenal Carlo M. Martini, arzobispo de Milán, de una Carta a los padres del año 2002: ''El rostro de dos personas que se aman revela algo del misterio de Dios. Querría, por lo tanto, invitaros a custodiar la belleza de vuestro amor y a perseverar en vuestra vocación: de aquí deriva toda una concepción de la vida que alienta la fidelidad, permite superar las pruebas, las decepciones, ayuda a considerar las eventuales crisis sin considerarlas irremediables''.

Tema IV

Autoridad y libertad

Uno de los grandes objetivos en la educación de nuestros hijos es la educación en la libertad. Una libertad entendida para conseguir hacer el bien. Para educar a nuestros hijos en la libertad, los padres, hemos de esforzarnos en mejorar personalmente y ayudar a mejorar a los hijos.

Dice el profesor Yela:

''El hombre puede educarse porque es libre y puede ser libre porque se educa, solo se educa al hombre liberándolo, sólo se libera educándole''.

Educar en la libertad es fomentar más autonomía y más responsabilidad en quien se educa. Respecto a la autonomía es importante conseguir: Que tengan iniciativas. Que sepan elegir. Que sean consecuentes. Recuerdo la anécdota de aquel niño pequeño a quien preguntaban la definición de jersey y contestaba: ''prenda que nos ponemos cuando la

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abuelita tiene frío''. También es bueno que por decidir corran el riesgo de equivocarse, ya que ''la experiencia es la madre de la ciencia''.

Respecto a la responsabilidad apoyarse en: Encargos, adecuados a su edad y carácter. Administración de dinero para gastos personales. Puntualidad en los horarios establecidos en el hogar: hora de levantarse o ir a dormir, tiempo para el estudio, para el descanso, para las aficiones, para el tiempo libre, etc...

Para desarrollar la libertad de los hijos, los padres hemos de llevar a término una autoridad valiente y prudente. Esta autoridad ha de estar sujeta al espíritu de servicio y avalada por el prestigio personal. No podemos decir, por ejemplo: ''Tengo ganas de acertar una quiniela para no pegar golpe''. Y exigir que nuestros hijos estudien.

Dice Oliveros Fernandez de Otero:

''Los padres con autoridad-sevicio y autoridad-prestigio son comprensivos pero sobre todo son contagiosos, saben estimular por su manera de hacer''.

Los padres hemos de tener autoridad, también, para ayudar a educar la voluntad de los hijos para que aprendan a hacer buenas obras. La obediencia del hijo se ha de alcanzar no por autoritarismo ni por sobreproteccionismo sino por amor. Por esto, la flexibilidad, ser capaces de rectificar, de cambiar de opinión, conocer el por qué del comportamiento del hijo en un momento determinado y valorar lo que es importante siempre, permanentemente, o aquello que solo es importante temporalmente, nos ayudará a la comprensión y a vivir un clima positivo y de confianza que facilitará el ejercicio de una buena autoridad.

Educar la libertad de nuestros hijos será conocer sus posibilidades reales, enseñar a observar y razonar, nunca imponer, sino que entiendan cual es la conducta adecuada en cada momento. Todo esto dando testimonio, ya que los padres somos el espejo de convicciones firmes para ayudar a la responsabilidad personal y a la felicidad de los hijos, que con su entendimiento, reconocerán lo que es bueno y con su voluntad lo llevarán a buen término.

Educación de la voluntad

La palabra educación viene del latino "educere", que quiere decir sacar, extraer. La palabra autoridad viene de "augere", que quiere decir aumentar. Vemos la estrecha relación que existe entre estos dos vocablos. Padres y madres queremos que nuestros hijos e hijas sean autónomos y responsables. Por eso es por lo que tenemos que incrementar sus posibilidades educando su voluntad y motivando su esfuerzo. Es a partir de los 4 años cuando los niños reconocen lo que está bien y lo que está mal y cuando tienen uso de razón son capaces de razonarlo. Reflexionamos en este

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contexto, si somos capaces de hacer distinguir lo que está bien de lo que está mal y si los progenitores y los familiares del hijo o hija que se quiere educar son un referente adecuado, proporcionando pautas y modelos de actuaciones coherentes con los valores que se quieran transmitir.

Para educar la voluntad tenemos que apoyarnos en la creación d'hábitos y en las motivaciones:

1.- Creación de hábitos:

Es en la primera infancia cuando se han de inculcar los hábitos y, así, de una manera habitual, los hijos van haciendo aprendizaje del esfuerzo. Lógicamente cada familia tiene su estilo de vida y sus circunstancias, si bien deberá haber unas reglas de juego en el hogar para hacerse obedecer y hacer más agradable la convivencia de todos. La costumbre de cumplir lo que está establecido en la misma hora es necesaria, si bien, alguna vez, se podrá tener la flexibilidad de hacer algún cambio. Pero siempre por unas circunstancias extraordinarias y, como que los niños viven el momento, es aconsejable ser previsor y avisarlos con tiempo.

El orden es fundamental en la educación. Tener unos horarios para levantarse y para ir a dormir, para la hora de la comida, para el tiempo de ocio, para el estudio, para recoger los juguetes... Es conveniente organizarse, teniendo en cuenta las posibilidades y limitaciones del matrimonio, no se diera el caso de que por demasiado perfeccionismo nos equivocáramos a la hora de marcarnos objetivos para conseguir. Por esto, es evidente que se tiene que prever el horario del día de fiesta y el horario del día de trabajo, hablando los dos cónyuges y poniéndose de acuerdo por repartirse las tareas. La experiencia nos demuestra que muchas veces recae todo sobre la madre, defecto que hay que evitar. El orden de un hogar no será el de un museo, ni de un cementerio, puesto que cuando hay vida hay movimiento, más bien será el orden de un obrador, donde el amor de los padres hacia los hijos marcará los límites de lo que se han propuesto. La voluntad de los hijos se fortalecerá, si la van ejercitando, con el cumplimiento de sus obligaciones diarias.

2.- Las motivaciones:

Nuestros hijos e hijas tienen que tener el deseo de cumplir aquello que piden los padres y que los ayudará a hacerse responsables. Se por esto que una actitud positiva anima a la obediencia y a hacer las normas establecidas con más ilusión. En este tema, conviene recordar que la autoestima de cada cual es necesaria para obedecer con más prontitud. Tenemos que tener unos objetivos claros de la formación que queremos dar a los niños y adolescentes y de los valores que queremos transmitir. Los retos que queremos que logren han de estar a su alcance para poder valorar el esfuerzo puesto que, sí pidiéramos más que sus posibilidades, les causaríamos una constante frustración que los dejaría sin motivación para llevar a término aquello que tienen que hacer. Por esto, se debe de conocer con profundidad a cada hijo o hija y pactar, dialogar, para llegar a acuerdos.

Los elementos por parte de la familia que contribuyen a incrementar la motivación de los niños y adolescentes son, entre otros, la confianza, el buen humor, la alegría, la

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paciencia, la generosidad. Como siempre se trata de ser un buen referente para los hijos y de esforzarnos para que los valores sean transmitidos por el testigo personal.

A menudo nos encontramos con que les cuesta el cumplimiento del deber, puesto que no tienen el deseo o las ganas de esforzarse, por esto es conveniente hacer ver que lo qué se pide es algo que les producirá un bien. La voluntad actúa cuando la inteligencia hace ver que aquello que se propone es bueno. Al dar órdenes, los padres y madres, lo tienen que hacer de una manera positiva. Por ejemplo, si decimos a un niño: "no hagas ruido, no juegues con esto, que molestas", la orden es negativa y sólo conseguiremos disgustarlo: Si decimos "¿Que otro juguete quieres? mira, quizás con este haremos menos ruido, el hermanito pequeño no se despertará y así la madre estará contenta..." La motivación del pequeño ha sido doble: por una parte, lo ha hecho por amor a su madre y, por otra, ha hecho un bién a su hermano. Ni que decir tiene que lo mismo con una otra escena, por un adolescente, se presentaría con una actitud más participativa y de sugerencia.

La educación de la voluntad de nuestros hijos tiene la finalidad de que se esfuercen en entresacar el bien con autonomía y libertad, conociendo sus calidades y defectos, por ser felices y que se acostumbren a establecer compromisos.

Escribe el Catedrático de Psiquiatría Enrique Rojas: "Voluntad es entresacar. Y entresacar es anunciar y renunciar... Querer, es determinación. Y por esto, necesita el apoyo de una voluntad firme, atemperada en la lucha y el esfuerzo."

 

En estos tiempos que vivimos, debemos mostrar afecto y dedicación para conseguir niños con pautas de orden y, también, jóvenes con fortaleza, ilusionados en grandes ideales, para cumplir con su deber y no dejarse llevar por el capricho ni por las sensaciones del momento.

Colaborar en el hogar

En el capítulo anterior reflexionábamos sobre la educación de la voluntad, creando hábitos y motivando a nuestros hijos y hijas para aprender a hacer el bien fortaleciendo su responsabilidad, hoy estudiaremos la forma práctica de llevarlo a cabo con una gran herramienta educativa: los encargos. Hemos ilustrado la página con la fotografía de una criatura que está dispuesta a barrer toda la broza que encuentre en su camino, para demostrar que de bien pequeños pueden empezar a colaborar en las tareas del hogar.

El hogar es de toda la familia, si bien el padre y la madre son los que deben organizar el buen funcionamiento del mismo, conseguir una buena convivencia y

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también que los que lo forman, los hijos y hijas, sean personas íntegros, capaces de saber convivir con los otros.

En casa tenemos a nuestro alcance muchas posibilitados para hacer colaborar a los nuestros, desde cosas materiales para contribuir al buen orden de la casa como podrían ser ir a comprar alimentos, recoger la cocina, asear los armarios, etc., hasta cosas que contribuyen más a la sensibilidad, como ocuparse de jugar con un hermano pequeño, explicar cuentos, hacer compañía a un abuelo enfermo... Todo, siempre, para mejorar a nuestro hijo y hija y para que aprenda el valor de la generosidad.

Es muy importante a la hora de repartir los encargos, el conocimiento de cada cual y su edad y carácter. Debemos observar como es este hijo o hija y sus posibilidades; el encargo tiene una función educativa, por lo tanto tiene que ser adecuado a su individualidad; se trata de saber qué hará bien hecho, para poderle valorar o lo que le hará un bien para aumentar sus capacidades. Tener una responsabilidad en el hogar, es siempre un medio para crecer en la responsabilidad personal y para que los hijos y hijas pequeños y grandes, comprueben que la verdadera felicidad está en hacer la vida agradable a los otros.

Todos sabemos por propia experiencia que padres y madres hacemos más deprisa lo que hemos encargado pero también es uno hecho, que para educar hay que tener paciencia y saber esperar. Los resultados nunca son inmediatos, pero seguramente tendremos muchas ocasiones para valorar el esfuerzo hecho, cuando se ocupan de lo que les hemos pedido, y también la madurez de los progenitores al hacer el seguimiento de que aquello se cumpla, sin impacientarse. Por ejemplo: ''tú puedes hacerlo, estoy seguro'', ''te felicito por lo que has hecho'', ''¡que alegría me has dado!'', '' si me necesitas dímelo''. Este estilo de frases ayudan a crear autoaprecio y que todos tengan una actitud positiva que fomente una buena disposición para obedecer.

Para estimular la iniciativa y la ilusión, es muy práctico reunirse para hacer el reparto de tareas, y que quede escrito en un cartel, a quien se adjudica cada cosa. Mensualmente se tendrá que revisar y hacer los cambios oportunos. Por ejemplo, el encargo de recoger la cocina, no es igual que el de tomar nota de quién telefonea, o el de programar la televisión para los niños; por lo tanto, se debe hacer de suerte que todos vayan cambiando y que no les resulte arduo.

Aparte de la tarea que se acuerda, se da por supuesto: el cuidado de las cosas personales. De bien pequeños deben recoger sus juguetes, si es necesario, con la ayuda de un mayor, y más adelante hacerse la cama y otras responsabilidades. No olvidemos que uno de los grandes valores que transmite la familia es ayudar a los suyos a ser agradecidos, por esto, el agradecimiento que demostramos en ser ayudados es fundamental a la hora de transmitir este valor. Tenemos que saber dar pero también tenemos que saber recibir. Si padres y madres se acostumbran a recibir ayuda, podrán dar las gracias y no se quejarán de la poca participación familiar.

Expresamente no ponemos en este artículo una lista de encargos que se pueden llevar a término, puesto que cada familia tiene su estilo, sus circunstancias y sus necesidades, después de un buen diálogo se les puede hacer participar en unas cuántas tareas, y así, se animarán a ser más responsables, a esforzarse para mejorar

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personalmente, a acabar el trabajo encargado y, sobre todo, a saberse útiles y valorados en el hogar.

El valor de la responsabilidad

Toda educación tiene que tener por objetivo formar personas honestas, con convicciones profundas, fundamentadas en valores. La responsabilidad personal es muy importante para todos, pequeños y grandes. La fuerza del educador está en su manera de hacer, en el optimismo con que afronta las dificultades, en la madurez con que toma las decisiones, en no detenerse nunca para llegar a su mejora humana y, sobre todo, en la respuesta que da a sus deberes familiares, profesionales y sociales. Una característica de esta responsabilidad es asumir los actos que uno hace sin cargar, si se equivoca, las culpas a los otros. Se trata de conseguir de los hijos y de las hijas, para ayudar a la responsabilidad, que sepan que tienen que hacer y como lo tienen que hacer, en cada momento de su vida en casa, en la escuela, con los amigos, sin buscar excusas y enfrentándose a las consecuencias de sus actos.

La autonomía que los niños van logrando es necesaria para llegar a ser responsables. Por esto, se debe empezar a incentivar desde bien pequeños; un primer paso sería dejar que tomen unas cucharadas de comida a solas, que elijan la ropa para vestirse de mayores, otro ejemplo, el cumplimiento de los encargos tal y como hemos reflexionado en el artículo anterior. Todo con la intención de que sepa decidir y que tenga iniciativas. También porqué con los errores, aprenderá a rectificar. Dice el dicho castellano: ''Nadie escarmienta en cabeza ajena.''

Otro elemento por considerar como un valor educativo, en el tema que tratamos, es la administración del dinero. ¿Qué tenemos que hacer para que comprendan que las cosas cuestan y que los dineros se han de saber administrar? Es probable que a 7 o 8 años hayan comprado algo para nosotros, o bien por ellos mismos: lápices, golosinas, un juguete... Parece interesante que más o menos a esta edad, o como máximo a los 10 o 11 años tengan asignada una cantidad periódica y fija para estos pequeños gastos. Puede que padres y madres, piensen que ya compran todo lo que necesitan, pero, en este tema, no se trata de suplir, sino de que se aprenda el coste de las cosas materiales, para no ser malgastadores y con el ahorro animar a la generosidad hacia los otros. Cabe decir que para enseñar a organizarse no se puede dar dinero cuando se acaba la cantidad establecida y que esta ''paga'' debe estar relacionada con la edad, y una vez acordados los gastos habituales que tienen. Un punto relacionado con el dinero sería, también, hacer participar a los jóvenes en la elaboración del presupuesto familiar, es de utilidad para acostumbrarlos a la realidad económica familiar y no vivir inmersos en la sociedad consumista que anima a gastar más, cuando se debería fomentar en el ámbito familiar, que se gaste mejor y con inteligencia.

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Al dar responsabilidades a los hijos, sea con encargos que faciliten pensar en los otros y ser útiles, como la niña de la fotografía que contempla y acompaña a su hermanito acabado de nacer, o sea con la administración de pequeñas cantidades de dinero, vamos cooperando a aumentar su independencia y su seguridad.

Un clima de confianza, dentro de la familia, es un apoyo para tener responsabilidad, se hacen las tareas con más ilusión y se aprenden en el hogar otros valores como la sinceridad, la generosidad o la fortaleza, siempre y cuando padres y madres hagan los posible para conocer las capacidades de cada uno de los suyos y se marquen retos asequibles a cada cual. Este ambiente positivo es vivir siempre con amabilidad para todos. Dice San Francisco de Sales: ''Puede hacerse comprender la verdad y amonestar, siempre y cuando se haga con dulzura''. Por lo tanto, hijos y hijas serán responsables si sus progenitores, los comprenden y saben razonarles conductas adecuadas, cuando están ofuscados. Es bueno, también, que vean que cuando los mayores no están acertados, saben pedir perdón. Como siempre, la naturalidad y sencillez, son virtudes pequeñas que motivan al esfuerzo personal para ser mejores y vivir la responsabilidad con todo el compromiso que comporta.

Defectos de la autoridad

En anteriores artículos hemos escrito sobre la autoridad fundamentada en el espíritu de servicio por parte de los progenitores. Una autoridad avalada por el prestigio personal, entendida como un acto de mejora personal desprendido de la propia aceptación y del conocimiento propio, para educar en la responsabilidad y libertad a los niños y jóvenes (ilustramos estos pensamientos con dos hermanos que están contentos de como los tratan sus padres). Si no se vive esta autoridad, surgen unos defectos que enumeraremos a continuación y que deberemos hacer lo posible para evitarlos:

1. Proyectarse en los hijos: A veces puede suceder que proyectamos en los hijos nuestras debilidades, limitaciones o frustraciones. Por ejemplo, es bastante corriente que sí uno no ha triunfado profesionalmente en una carrera, o no ha podido estudiar una materia determinada, se desea que no se repita esta experiencia, sin contar con la peculiar manera de ser de cada cual y se obliga a cambiar de opción al hijo o a la hija. También puede suceder respecto al carácter, sin tener en cuenta que todos somos diferentes. La conclusión a que llegaríamos es que no se puede programar su vida, se debe educar su libertad, con respeto por su individualidad y descubriendo sus particulares posibilidades.

2. Sobreproteccionismo: Consiste en un concepto exagerado del amor que no permite que el hijo o la hija tenga la posibilidad de equivocarse, ni de hacer algo por propia iniciativa. La protección se hace necesaria cuando hay un peligro real para el niño o niña, entonces tenemos la obligación de atender sus necesidades. Pero esto no se puede confundir con intervenir continuamente en sus decisiones. De lo que se trata

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es que tengan la oportunidad de conocer por si mismos el riesgo de la libertad y que encuentren las soluciones adecuadas después de un fracaso. El mal resultado educativo de esta sobreprotección es la baja autoestima y la falta de seguridad de niños y niñas que esperan que todos los problemas se los den resueltos.

3. El autoritarismo: Lo llevan a cabo aquellos padres y madres que tienen miedo de perder el control de todo y utilizan órdenes, gritos o amenazas para obligar a hacer algo. La señal de esta manera de hacer es la arbitrariedad, se ordena cualquiera cosa, sin reflexionar antes si era conveniente y sin explicar las razones de la orden que se da. Todo es por imposición. Su autoridad es la ley del más fuerte, frases como: ..."porque te lo mando yo, o porque soy tu padre o tu madre"..; es un abuso de poder y la máxima anulación de la personalidad del hijo o hija. Sólo consiguen el desconcierto de los niños o la desobediencia de los jóvenes. El mensaje que transmiten es de poca comprensión hacia las necesidades y sentimientos de los suyos: por lo tanto, el resultado educativo es forjar personas con timidez o con una gran rebeldía.

 

4. La rigidez: Esta actitud conlleva ser incapaces de rectificar, de cambiar de opinión; no se está dispuesto a escuchar ni a enterarse del porqué de una actuación determinada. Se cree que siempre se tiene la razón, sin respetar el hijo o hija. La base de la buena comunicación es la confianza donde hay diálogo. Se aprende de los otros siempre, puesto que hijos e hijas pueden tener ideas diferentes a las de sus progenitores y, no por esto, dejar de ser buenas. El contrario de la rigidez es la flexibilidad para saber valorar lo que es importante permanentemente, o bien aquello que sólo lo es temporalmente.

Es primordial para vivir la autoridad verdadera, una aceptación profunda de cada hijo e hija y la ilusión por aumentar sus capacidades, todo con una exigencia comprensiva hacia su personalidad. Los topes y las normas del ámbito familiar deberán ser presentados con serenidad y paciencia.

Educación en la libertad

"En el atardecer de tu vida se te examinará en el amor". Con esta frase de San Juan de la Cruz iniciamos este artículo, puesto que la libertad hace estancia en el corazón, en el amor tiene sus raíces y la viven las personas que dándose generosamente, van eliminando el egoísmo de su vida.

Cuando se pregunta a padres o madres qué desean para sus niños, normalmente, su respuesta más frecuente es: "que sean felices". También observamos que cada uno tiene una idea diferente de la felicidad, dependiendo de su escala de valores. Ciertamente, el respeto por las opiniones de todos es fundamental, pero no se puede

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confundir buscar la felicidad en lo que puede dar un placer en unas circunstancias determinadas, y que pronto se puede desvanecer, con el gozo permanente de la persona, que procura hacer el bien. La libertad, condición indispensable para ser feliz, debería situarse en el contexto de la liberación de todo aquello que nos hace esclavos de nuestras limitaciones.

La libertad es el gran don de las personas y podríamos asegurar que todas las formas de opresión o de dominio conllevan infelicidad, precisamente porque queda menguada su libertad. En los artículos anteriores hemos estudiado el sobreproteccionismo, el autoritarismo y la rigidez como formas negativas que ahogaban la iniciativa, la autonomía, la capacidad de escoger y de decidir que son necesarias para saberse libres. También la educación de la voluntad y la colaboración en las tareas del hogar, como un referente de la responsabilidad personal. Todos los artículos anteriores de la ampliación de "autoridad y libertad", confluyen en este.

Reflexionamos si valoramos la libertad como una conquista. Por eso es por lo que no se puede decir nunca: "ya lo he conseguido", sino: "lo intentaré más". La libertad es una condición de estar dispuesto continuamente a la mejora personal y esto comporta esfuerzo y lucha, para que la razón haga ver lo que está bien y la voluntad lo lleve a cabo. La libertad comporta una actividad constante para resolver las dificultades internas de la propia personalidad o las externas del ambiente. Esta conquista la ampliaremos en dos puntos:

1. Liberarse de... Hace falta recordar que el contrario de la libertad es la esclavitud. Por lo tanto deberemos enfocar la libertad como una liberación de las limitaciones que nos privan de la autonomía. A este respeto dice Chesterton que "el peor enemigo del hombre es él mismo". Para educar en la libertad, padres y madres deberán dar testigo de esta cualidad con su actitud de esfuerzo diario para vivirla mejor, procurando el dominio personal y el darse a los otros. Y se debe entender la libertad como un reto para liberarse de los defectos que disminuyen la responsabilidad personal, con afán de superación. Es en este sentido como debemos entender la libertad: tras la propia aceptación y conocimiento propio, esforzarse y ser coherentes con lo que decimos y como actuamos, así hijos e hijas tendrán un ejemplo a imitar. Dice San Agustín: "No te conformes nunca con lo que eres si quieres llegar a lo que todavía no eres. Porque allí dónde te consideres satisfecho, allí te pararás. Si dijeras ya tengo lo suficiente, morirías" (Sermón 169)

2. No a la mediocridad: Enseñar a vivir la libertad a los hijos será ampliar sus horizontes; será, en los niños, ayudar a fortalecer su voluntad; será, en los adolescentes, animarlos a vivir grandes ideales que fomenten su generosidad, a participar en organizaciones que se solidaricen con los más necesitados; no permitir que se pierda el tiempo y que se desarrollen armoniosamente todas sus capacidades. Es evidente que todo lo que sea dar buena formación, evitando formas recreativas frívolas o superficiales, será un bien para su educación. Muchas veces, las presiones del ambiente dónde los jóvenes se mueven dificultan actuaciones loables que resolverían muchos problemas de la sociedad actual. Pensamos sí nos ocupamos en saber que amigos tienen, qué les preocupa... etc. Los progenitores deberemos proponer ideas que los eleven. Recordamos aquella frase: "No vueles como un ave de

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corral, si puedes volar como una águila". Está bien que cumplan sus deberes y es necesario que así sea, pero no es lo mismo motivar al hijo o hija para que saque las mejores calificaciones de la clase, para ser el mejor, que motivarlo para que tenga más elementos para vivir por los demás. Es un ejemplo que se puede aplicar en todo. No está de moda hablar de espíritu de servicio hacia los demás, pero la verdad es que la vida de los jóvenes se enriquece con esta finalidad. El egoísmo es el gran enemigo de la libertad. Los progenitores tienen que procurar despertar en los hijos y hijas la magnanimidad o la capacidad de hacer grandes actos, no conformarse y tener ánimo para llevar a cabo grandes empresas. Por esto es educativo empezar proponiendo pequeños retos para, más adelante, lograr los más elevados.

Para concluir: reflexionar que es más libre aquel que más ama. Los conflictos aparecen cuando se enfría el amor. Tenemos que considerar la libertad como autodominio para darse en el amor. Tengamos el objetivo en el ámbito familiar de educar a nuestros niños y jóvenes en la libertad, para que sean consecuentes con las opciones que han decidido escoger, con autodominio y con un gran corazón para amar.

Respeto y tolerancia

Educar en el respeto y la tolerancia es un complemento de la educación de la libertad. Vivir estos valores es amar la dignidad de la persona i respetar su intimidad. También, porque no podríamos entender la libertad si no la contempláramos como una apertura hacia los otros. Hoy se habla mucho de estos temas, pero pocas veces se viven bien. No hay mas que ver cuando se reúnen unas cuantas persones...¡que pocas escuchan!..., mas bien cada uno dice lo suyo sin dejar intervenir a nadie y se constata que todos y todas hablan a la vez. Un ejemplo: la palabra respeto se utiliza a menudo en los debates de la televisión, pero solo sirve para seguir dominando a los demás. Parece que el más fuerte es quién grita mas.

No hace mucho, me encontré en una escuela a una maestra preocupada por un niño inmigrante que era menospreciado en el aula y una madre, con toda sinceridad, comentó que a ella tampoco le gustaba ese niño. Con su actitud negativa hacía que su hijo no se acercara al niño. Ya quedaba todo explicado, si bien su sinceridad dio pie a otras aportaciones que podían hacer que cambiara de opinión. Debemos procurar, ante nuestros pequeños y nuestros adolescentes, no hacer nunca ningún comentario negativo de nadie y saber acoger a los que son de diferente cultura o raza.

Destacaremos a continuación defectos que pueden entorpecer el respecte y la tolerancia:

1. El amor propio: El primer enemigo lo tenemos dentro de nosotros mismos: es el amor propio, que siempre es un mal consejero. Nos hace creer que

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siempre tenemos la razón y nos cuesta aceptar que los demás no piensen lo que pensamos nosotros. En educación esto es un problema, ya que hay que admitir en los demás una manera de pensar y de obrar diferente de la nuestra. Hay muchas materias opinables y no debemos ser rígidos al defender nuestras ideas, ya que una actitud abierta hacia las de nuestros jóvenes será la llave para una bona tolerancia.

 

2. Confundir la tolerancia con el relativismo: Esta actitud, que se traduce en frases como: "la mayoría piensa", "se dice", "todo es bueno", "los tiempos han cambiado", "todos lo hacen", etc., es bastante grave. Es de Santo Tomás la frase: "Donde no hay distinción hay confusión", Por esto, en la familia, hijos e hijas deben de encontrar pautas y orientaciones sobre la verdad, la formación de la conciencia y la rectitud en las intenciones.

 

3. La falta de confianza: Muchos conflictos de convivencia surgen por la falta de diálogo, base de la comunicación. Sin diálogo, no tendríamos capacidad para comprender, ni elementos de juicio, ni saber que piensan nuestros hijos e hijas acerca de temas importantes como la vida, la sexualidad o el ambiente que se pueden encontrar en la escuela y en la calle. Si no se explican, por miedo a nuestra rigidez, no podremos dar nuestra opinión sobre lo que es mas conveniente, ya que no sabremos que solución sugerir.

 

4. Actitud negativa: Tenemos que ser positivos para actuar con serenidad y ocuparnos con tranquilidad de temas que preocupan a los hijos, especialmente en la adolescencia. Después de una conversación se pueden entender muchos conceptos equivocados y siempre se pueden encontrar puntos en los que se está de acuerdo para conseguir el acercamiento con el hijo o hija. La verdad lucirá mejor siempre que sea defendida con amabilidad, constancia y sin violencia.

Queremos que nuestros hijos e hijas sean comprensivos y personas sociables. El termómetro de su tolerancia y respeto será la comprensión que tengan con el punto de vista de los familiares, amigos y conocidos. Que nunca hagan agravios a nadie. Todo el mundo tiene la posibilidad de cambiar si es bien tratado. Por esto, se dice lo que no esta bien, pero con gran amor hacia la persona que ha actuado mal. Si los padres y madres tienen respeto por la intimidad de sus hijos y tolerancia, sin dramatizar, sin enfrentarse, conseguirán de ellos y de ellas que reconozcan sus dificultades personales y que pidan el consejo oportuno. El Santo Padre Juan Pablo II, nos lo recomienda con esta frase: "Las ideas se proponen, no se imponen". Es para reflexionar.

Tema V

Jóvenes y medios de comunicación

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Los medios de comunicación: radio, prensa i televisión, son sobre todo transmisores de la información. Y no podemos negar que, nunca como hoy, hemos recibido con mayor velocidad lo que pasa en todo el mundo. También con Internet se ha ampliado esta información. Todos juntos son portadores de cultura y también ayudan al entretenimiento.

Quizá convendría reflexionar si actualmente estos medios orientan de una manera clara, verdadera y objetiva y ayudan al perfeccionamiento de la persona o, por el contrario, los mensajes que nos llegan, no construyen, sino que transmiten una idea degradada del hombre y de su dignidad. Pensemos en la TV, ya que estadísticamente está demostrado que nuestros hijos pasan o, quisieran pasar, muchas horas viéndola.

El contenido de los mensajes está normalmente animado por una ideología hedonista, en la cual, la única norma de conducta es buscar solamente el placer. El hombre se ha de mover exclusivamente por aquellas cosas que le resulten agradables y útiles. Por impusos primarios: comer, afirmación personal, sexo. El ideal es el confort, medida de la felicidad, y un excesivo sentimentalismo que se aplican a la vida diaria como si fuesen lo mejor.

La publicidad nos presenta continuamente elementos y situaciones, en que el consumo es casi una obligación. Consumir es un verbo con un contenido tan grande de competitividad, que lleva a muchos a tener deseos desmesurados y, en muchas ocasiones, desproporcionados a la propia situación económica.

En algunos espacio se crea confusión cuando se pone al mismo nivel: la verdad y la mentira; lo que es anormal como si fuera anormal. También cuando se enaltece la pornografía y la violencia.

Ante este panorama los padres hemos de buscar soluciones por la influencia negativa que pueden recibir nuestros hijos. Por tanto, conviene dar criterio con el fin de educar su capacidad crítica y enseñarles a distinguir y a elegir.

Hay que dar un tiempo de calidad a nuestros hijos, con cantidad de horas. Es importante saber qué piensan y qué les influye más. Discernir y observar. Así, por ejemplo, viendo juntos películas o programas de entretenimiento, haciendo comentarios y preguntas, con-seguiremos un clima de confianza que favorecerá el conocimiento y la comunicación. Los adolescentes, que por su edad son muy impresionables, también son muy idealistas, por lo tanto, no nos costará mucho que entiendan la prioridad de la persona sobre las cosas; de la ética sobre la ciencia; del espíritu sobre la materia.

Como usuarios y receptores de los "mass media", hemos de hacer sentir nuestra voz para que lo que se ofrezca sea realmente un elemento de cultura y ayude a la mejora personal. Enseñar a nuestros hijos a pulsar el botón, sabiendo escoger lo más conveniente. También, los padres

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buscaremos con imaginación otras alternativas para ocuparles el tiempo libre, que sean más educativas y, a la vez, nos ayuden a conocer más a nuestros hijos, a divertirnos y a pasarlo bien juntos.

Los contenidos de la televisión

Una familia que desea transmitir una educación en valores a sus hijos tiene que tener verdadero cuidado con los contenidos de la televisión. Por esto, recordamos que no se ve televisión sino que se ven programas, previamente escogidos. Y también que las imágenes quedan profundamente grabadas y que influyen en nuestros hijos e hijas con mucha fuerza. Es aconsejable pactar con ellos o ellas el horario y la cantidad de tiempo que es conveniente dedicar. Hay que prever los programas que se verán.

El gran reto de los padres y madres de hoy es conseguir convertir al espectador, no en un simple consumidor de productos televisivos, sino en un usuario; un usuario con capacidad crítica. Conviene dar criterio y aconsejar la necesidad de no ver según que programas: programas que tratan de violencia, de pornografía, los llamados ''basura'', que presentan modelos de personas con ciertos desequilibrios que no son ejemplares para nuestros niños o jóvenes. Es preocupante que las franjas horarias de la programación infantil hayan ido desapareciendo de la programación. Los impactos de violencia que se reciben son cada vez más frecuentes. Según estudios realizados a España, niños de 5 a 10 años consumen, al largo de un año 2.000 actos violentos. ¿Podríamos influir, en la supresión de según que programas y que los dirigentes de las televisiones públicas y privadas recordaran que la programación debería ayudar al perfeccionamiento de la persona y a su dignidad, informando, entreteniendo y educando en valores humanos?...

 

Los mensajes que nos llegan están normalmente impregnados de hedonismo, dónde sólo se busca la satisfacción inmediata, y de materialismo, dónde sólo se valora la utilidad y el confort como medida de felicidad. Este fenómeno repercute en nuestra juventud, sutilmente manipulada y conducida en algunos casos (quizás por carencia de formación y de educación en valores humanos y espirituales) a ser víctimas del alcohol, de la droga y de otras dependencias malsanas para buscar un placer inmediato. Todo puede conducir a un deseo desenfrenado para conseguir más cosas materiales. Con palabras del Santo Padre Juan Pablo II: ''con un estilo de vida orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un deleite que se propone como fin él mismo''. Estos mensajes también los encontramos en la publicidad, especialmente dedicada a la juventud, más vulnerable y con dificultad para saber distinguir.

Nos encontramos también por desgracia con una televisión con poco nivel cultural, que no fomenta la sensibilidad por la belleza, para hacer el bien, para amar la verdad, por la reflexión, ni por la contemplación de hechos que animen a llevar a término actos de generosidad a nuestros adolescentes, cargados de grandes ideales

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en su corazón. Las programaciones dedican muchas horas a la prensa del corazón, a hacer famosas personas con vidas poco edificantes y a debates, con temas frívolos y sin ningún contenido trascendente. Lo que priva actualmente es, muchas veces, la vulgaridad y la carencia de respeto entre los participantes, y pobreza en el lenguaje. También hay escenas que afectan la sensibilidad de nuestros hijos y hijas. El problema grave sería que se acostumbraran a verlas sin que los impresionaran. Debemos de estar dispuestos en este espacio de la educación de nuestros hijos, buscando otras alternativas divertidas e instructivas a la vez y adhiriéndonos a campañas de protesta, que busquen la mejora de la programación de las televisiones.

Responsabilidad en el uso de Internet

Tenemos en nuestras manos una gran herramienta educativa, pero que debemos saber utilizar. Reflexionaremos sobre este tema que es tan presente en la vida de nuestros niños y jóvenes. Debemos conseguir el uso responsable de Internet y, como siempre, deberemos acompañar y formar a los hijos e hijas de tal modo que puedan navegar por la red, con total tranquilidad, sin interferencias que malogren su formación humana integral.

Se hace imprescindible, por lo tanto, aprender unas nociones de informática y así podremos dar criterios sobre que páginas son interesantes para el entretenimiento, la cultura, la mejora personal... y evitar los contenidos nocivos como por ejemplo violencia, droga, racismo, etc. Sugerimos visitar www.optenet.com; para información más amplia del uso de herramientas de prevención: www.internetsegura.net; y para consultas el correo electrónico: [email protected].

Detallaremos a continuación unos aspectos sencillos pero aconsejables, para llevarlos a término dentro del ámbito familiar:

1. Colocar el ordenador en un espacio de paso: según estudios realizados, un 50 por ciento de usuarios entre 8 y 14 años se conectan a Internet. Siempre es más fácil recibir el apoyo de un adulto si un niño está situado en una zona común de la vivienda, y no a solas en su dormitorio, porque fácilmente pueden introducirse en la web visitada por nuestros hijos y hijas contenidos no deseables.

 

2. La conveniencia de establecer y pactar horarios para navegar por Internet: como en el uso de la televisión y para ir creando hábitos de orden, puesto que el uso indiscriminado de este medio podría resultar poco pedagógico, y en algun caso provocar "adicción". En cambio, con moderación y buscando webs adecuadas, ya sea para hacer un trabajo escolar, o para obtener una información, es un medio bastante provechoso y pedagógico para nuestros niños y adolescentes.

 

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3. Proporcionar estrategias para enseñar a navegar por la red: Debemos saber que los jóvenes están muy interesados en los chats, especialmente las chicas. Se debe insistir a nuestros hijos o hijas del riesgo que podrían correr en dar sus señas personales (seria como dar las llaves de casa a un desconocido), y en que no deben citarse nunca con nadie para hacer una nueva amistad.

 

4. Crear un clima de confianza: Podemos tener la ayuda de "filtros" (consultar las webs indicadas más arriba), para evitar los mensajes nocivos de Internet. Pero, para conocer las aficiones de nuestros hijos o hijas, lo mejor es saber que les gusta y que buscan. Debemos escucharlos. Si no nos explican que les interesa no les podremos asesorar. También es conveniente animarlos a que nos pregunten cuando algo les sorprenda.

Tenemos que dar la suficiente formación e información para que nuestros hijos e hijas sepan hacer un uso responsable de Internet. Cuando están conectados en el propio hogar es más fácil tener idea de por donde navegan, en cambio lo ignoramos cuando lo hacen con los amigos o conocidos. Se ha hecho popular la frase "enseñar a navegar sin hundirse", y esto es lo que debemos intentar como buenos padres, conociendo el ambiente que frecuentan los nuestros y proporcionando los medios necesarios para fortalecer su espíritu responsable. Estas nuevas tecnologías, bien orientadas, tienen grandes posibilidades para el crecimiento personal y para fomentar una curiosidad positiva de nuestros hijos. Internet ofrece una ventana abierta al mundo para la búsqueda y el conocimiento pero, como todo, requiere la atención de los padres y madres para instruir y orientar la manera de aprovecharla.

Tema VI

Los estudios de los hijos

Al hablar del estudio hemos de considerar que éste es para tener mas formación y desarrollar habilidades de pensamiento. No lo podemos reducir a tener mas instrucción o conocimientos sino que es una base para realizar un trabajo bien hecho cuando uno sea adulto. Nuestro hijo o hija será más culto en la medida en que sea capaz de estructurar su saber y tenga ideas propias, fruto de su reflexión. Lo describe en pocas palabras R. Titone: "La cultura no es saber acumulado, sino saber asimilado".

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Lógicamente los padres somos los primeros responsables del estudio de nuestros hijos. El centro educativo da una ayuda complementaria, pero tan importante, que conocer el ideario de la escuela y el diálogo familia-colegio ocupan un lugar preferente. Conocer si nuestro hijo tiene baja capacidad intelectual, problemas de lenguaje o es perezoso, nos ayudará a mejorar nuestra tarea educativa. Tenemos casi un 30 por ciento de fracaso escolar en nuestro país, por tanto nos centraremos en algunos puntos importantes para el estudio:

1.- Nuestro hijo o hija ha de tener voluntad para estudiar. Crear hábitos y motivaciones para conseguirlo será lo mejor. Los horarios son fundamentales. El ambiente familiar de calma y serenidad influyen favorablemente. No podemos los padres obsesionarnos con las calificaciones. No podemos estar sólo preocupados por las "notas", sino valorar el esfuerzo personal más que los resultados. Todos conocemos padres, con pocos estudios, pero que interesados por los trabajos escolares consiguen que sus hijos aprendan. Dice A. Le Gall: "El alumno debe encontrar siempre en su familia, no una vigilancia exigente y que repare en todo lo correspondiente al trabajo escolar, sino un ambiente optimista y atento que anima y vigila al mismo tiempo".

2.- Procurar un espacio adecuado, con buena iluminación y sin ruidos para facilitar la concentración. Se trata de controlar la imaginación para que entienda lo que ha de estudiar. Así sabrá hacer un resumen y tener capacidad de síntesis para retener toda la materia que debe aprenderse. Escribe W. A. Kelly: "El estudio es el esfuerzo que pone el entendimiento, aplicándolo a conocer alguna cosa y, en especial, trabajo empleado en aprender alguna ciencia o arte".

3.- Saber memorizar. En este aspecto los padres, sean del nivel cultural que sean, pueden colaborar preguntando la materia que se ha de aprender. Hemos de ayudar a reflexionar. No es lo mismo, por ejemplo, saber un poema de memoria, que recordarlo y extraer conclusiones sobre su significado.

4.- Todo lo que sea fomentar el espíritu de laboriosidad en nuestros hijos con nuestro testimonio será la mejor herramienta para adquirir responsabilidad en el estudio. Dando ejemplo de orden en nuestro trabajo y de curiosidad por la cultura y los hechos sociales, nuestros hijos nos imitarán. Para finalizar, recordar que la elección de un centro educativo, que tenga el ideario adecuado a los valores que queremos transmitir en nuestra familia es primordial. A este respecto, transcribo un punto del ideario de un centro: "En nuestro centro educativo se cultivan las habilidades de pensamiento y de reflexión para que los alumnos sean más rigurosos en su trabajo, más críticos en su pensamiento y más justos en sus juicios".

Los padres y el estudio

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Empezamos el curso escolar con la ampliación del tema Los estudios de los hijos y lo desarrollaremos con los siguientes artículos:

 

1.- Los padres y el estudio

2.- El rendimiento escolar

3.- Relaciones familia-escuela

 

Después de este tiempo de vacaciones nos encontramos con el inicio del curso escolar, que supone para nuestros hijos e hijas un cambio de hábitos y de costumbres. Este cambio requiere por parte de los progenitores una reflexión para ayudar a hacer esta nueva etapa más amable y motivar el esfuerzo que comporta en los niños. No se puede olvidar que, en la mayoría de las familias, los niños han estado más acompañados por sus padres y madres, que han estado más descansados que en épocas de trabajo; por lo tanto, con más oportunidades para dedicarles muchos ratos de sus vacaciones. Vi el esfuerzo que supone el primer día de escuela en los informativos de una cadena televisiva, reflejado en una niña de 4 a 5 años, que al preguntarle como le iba sólo contestó "no quiero hablar" con un gesto muy significativo de rechazo. También es cierto que había otros niños que estaban ilusionados por reencontrarse con sus compañeros, pero para estos hijos o hijas preocupados por volver a la escuela, destacaremos a continuación algunos aspectos interesantes para conseguir una integración tranquila y feliz en las tareas escolares.

1.- Actitud positiva: Como que para muchos padres y madres coincide el periodo del regreso al trabajo con el inicio del curso escolar, es necesario no hacer ningún comentario negativo, ni quejarse por haber acabado las vacaciones. Los hijos tienen que notar que para los mayores trabajar nunca es una carga, sino un medio para ser útiles y hacer un servicio a los otros. Demostrar, con alegría y comentarios adecuados, la gran suerte que tienen de poder aprender, de relacionarse con otros niños, de reencontrarse con los amigos y los profesores, de tener un material escolar. También valorar que pueden acceder a estudiar, que no todo el mundo lo puede hacer con tanta facilidad. Hace poco, leía a la prensa que en el Nepal hay niños y niñas que tienen que andar dos horas de ida y dos de vuelta para recibir sólo dos de clase. También es una realidad que en algunos países las criaturas, especialmente las niñas, de bien pequeñas tienen que trabajar sin poder ir a la escuela.

 

2.- Vivir el orden: Es muy importante desde los primeros días crear hábitos que deberán de mantenerse todo el curso. Para hacerlo, se necesita la presencia del padre

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o de la madre, y si esto no es posible, de una persona capacitada para seguir las orientaciones adecuadas. Al llegar a casa, tenemos que pensar que opciones tenemos para ir organizando el tiempo libre: preparar la merienda, jugar o ayudar a hacer los deberes, buscando un sitio tranquilo y sin ruidos, para facilitar la concentración. Si fuera oportuno, algún día ver juntos un programa de televisión: un concurso, por ejemplo, que ayude a tener más vocabulario para expresarse mejor y que sean los padres que lo escojan, puesto que por la tarde proliferan muchos espacios que pueden provocar desorientación, aparte de la grande pérdida de tiempo que significan para toda la familia. Desde los primeros días de estos cambios, saber orientar y programar lectura, juego, música y actividades diferentes que ayuden a recuperar fuerzas y que las criaturas o los jóvenes lo pasen bien.

3.- Proponerse padre y madre, estar más tiempo con los hijos: Pensar con toda sinceridad con uno mismo, si alguna vez no se retrasa el regreso al hogar por comodidad, por desorden, o por pérdidas de tiempo durante el día. Sé de empresas, todavía pocas, que valoran mucho el trabajo de una madre de familia numerosa por su capacidad organizativa y actitud positiva para resolver problemas, y también, porque se preocupa por dedicar a sus hijos un tiempo de calidad cuando vuelven de la escuela. No es lo mismo para un niño abrir la puerta con la llave, entrar a solas a casa y hacer lo que le complace sin límites, que otro al que espera el padre o la madre para acompañarlo en las actividades extra-escolares. Para un niño pequeño es muy importante explicar qué le ha pasado el tiempo que ha estado fuera de casa. Así, se encuentra acogido y escuchado y con sus necesidades afectivas cubiertas; se trata de que nos lo confíen todo, cuando ellos o ellas quieran, no cuando vaya bien a los padres.

4.- La lectura: No insistiremos nunca lo suficiente en ayudar a crear curiosidad por la lectura, buscando libros adecuados para cada edad, leyendo cuentos cuando son pequeños y estimulándolos a que lo hagan ellos cuando sean mayores. Me quedó grabada la imagen del interés que tenían dos pequeños por su hermana mayor de 8 años. La madre le dijo que preparara el trabajo que le habían dado en la escuela sobre destacar unos puntos de un cuento. Alrededor de la mesa del comedor, los hermanos de 6 y 4 años escuchaban emocionados la lectura que hacía la niña de 8 años, expresando luego su opinión. Y es que la lectura ayuda a pensar y a asimilar el saber, que es el objetivo primordial del estudio. Hemos ilustrado este tema con la fotografía de un niño con un libro en las manos, seguro que este niño imita lo que ha visto en su casa. Como siempre, el ejemplo es el mejor educador.

Tenemos al alcance un nuevo curso, un nuevo periodo del año como las libretas en blanco de muchos escolares. Es en el hogar donde podemos llenar estas páginas de un ambiente optimista y cálido, que anime y a la vez estimule al estudio, y a ir con ilusión al centro educativo. Desde esta página de E-Cristians procuraré seguir ofreciéndoos temas con sentido práctico, que podréis llevar a término con facilidad, y tengo la esperanza de que os serán de utilidad para vuestra mejora personal y la de vuestros hijos.

El rendimiento escolar

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Es natural que deseemos para nuestros hijos un buen rendimiento escolar, mediante el estudio, el objetivo del cual es preparación para la vida, desarrollo de habilidades del pensamiento, cultura personal, con ideas propias que son fruto de estructurar lo que se ha aprendido o sabiduría. Es por esto que reflexionaremos sobre algunos aspectos prácticos para intentar no cometer errores, que puedan conducir al fracaso escolar, con el peligro de malograr las posibilidades de aprender de los niños y jóvenes.

1. Estimular la voluntad por el estudio: Se ha visto, últimamente, la necesidad de incluir en las escuelas ayudas de conferencias de formación para padres, sobre la necesidad de educar la voluntad de los niños mediante la creación de hábitos. Quizás se había hecho evidente un cambio en la educación: del autoritarismo y la rigidez se ha pasado a la ausencia de límites, a la comodidad y a la condescendencia en el dejar hacer. Por lo tanto, conviene buscar un término medio: vivir los horarios para el estudio y la disciplina y, padres y educadores, establecer unas pautas que se tienen que hacer cumplir con la suficiente ascendencia moral, consecuencia del prestigio y del testimonio personal de los que tienen la responsabilidad de enseñar.

 

2. Valorar el esfuerzo, más que las calificaciones: En un mundo dónde sólo se valora la eficacia y sobre todo los resultados, los padres tenemos el riesgo de hacer lo mismo con las calificaciones de los niños. Ahora, que pasaremos del ''progresa adecuadamente'' a las clásicas notas, deberemos de vigilar, todavía con más intensidad, para no obsesionarnos con las calificaciones, sino valorar el esfuerzo que hace nuestro hijo o hija. Es evidente que, si sólo nos alegráramos por las buenas notas, podríamos dejar de lado aquel pequeño que, con más dificultad para el aprendizaje, necesita más tiempo para aprender y, por lo tanto, más atención por parte de profesores y familia. También podría resultar, que un hijo o hija con más facilidad para estudiar, resultara un perezoso.

3. Estudiando se aprende a estudiar. Enseñar a estudiar y hacer que las criaturas y jóvenes tengan curiosidad intelectual y una instrucción o unos conocimientos, no para saberlo todo como una enciclopedia, sino para adquirir una cultura propia de la persona que piensa, reflexiona, asimila y se prepara para la vida. El objetivo no será que nuestros jóvenes sean las personas más brillantes en las profesiones que a nosotros nos gustarían, sino que la instrucción que hayan asimilado sea el fundamento para el puesto de trabajo que ocuparán el día de mañana, y que el trabajo es el medio para la mejora personal y un servicio a la sociedad. Me parece que es bueno, por ejemplo, explicar a los jóvenes que deben integrarse en el mundo laboral que el día en que les ofrezcan un trabajo digan que sí, y al día siguiente lo aprendan a hacer. Es mejor no rehusar a nada cuando uno empieza una vida de trabajo, tanto por la experiencia como por el aprendizaje que supone.

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4. Facilitar la concentración: procurar un espacio en el hogar adecuado para el estudio de nuestros hijos e hijas. Sin música, sin ruidos, con buena iluminación. Cada hijo es diferente, por lo tanto tenemos que conocer quien se concentra durante más rato o más deprisa, o quien necesita descansar del estudio más a menudo y volver a empezar. Debemos de ayudar a que controlen la imaginación, no los podemos interrumpir en cada momento, para no dispersarlos, y lo que sí podemos hacer es preguntarles cuando hayan finalizado el tiempo de estudio; de esta forma podemos saber sí han aprendido a resumir y sintetizar y si han reflexionado sobre lo que han estudiado.

Tema VII

La familia, escuela de valores

La familia, núcleo de la sociedad, es escuela de valores donde se educan, por contagio, todos los que la integran. Es en la familia donde se crean vínculos afectivos, donde se quiere a cada uno por lo que es, con cualidades y defectos. Nuestra familia es el espacio de la intimidad. Somos conocidos totalmente, no necesitamos de ningún "curriculum" para que nos aprecien. Esto influye para que sea el ámbito propicio, donde, gracias a la convivencia, se aprendan unos valores que perduran siempre. Todos los padres queremos que nuestros hijos sean felices. Los hijos lo serán en la medida que vean que sus padres lo son. La mejor referencia es la vida de los padres. Reflexionaremos sobre algunos puntos que son primordiales para la vida cotidiana.

El primer gran valor que deberán aprender será saber amar porque, cuando hemos aprendido a amar, lo hemos aprendido todo. Amar conlleva muchos valores: olvido personal, generosidad, fortaleza, flexibilidad, comprensión, etc. Teresa de Calcuta nos recuerda que "amar es no parar". Podemos hacerle caso y repartir afecto a todos los de la familia. El afecto da seguridad y la seguridad da autoestima y, con autoestima, es mas fácil interiorizar los valores que los progenitores quieren transmitir.

También saber perdonar de todo corazón, no acumulando reproches. Pasar por alto cambios de humor. No recordar continuamente los agravios recibidos. Enseñar a perdonar es colaborar a la paz. El rencor y la venganza sólo ayudan a destruir. El perdón es un punto esencial para ayudar a vivir la solidaridad y el respeto por los demás. El matrimonio que sabe olvidar, que deja el amor propio en el bolsillo y no se enoja, enseña a perdonar a sus hijos. Un ambiente de serenidad, de no criticar a nadie, de saber disculpar, es de gran ayuda para la integración social de los hijos.

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Los padres somos el espejo de convicciones donde se reflejan nuestros hijos. Por esto hemos de ser coherentes con lo que decimos y hacemos. Jesús Urteaga en su libro Dios y la familia, nos dice: "Espero mucho más de padres mudos y santos, que no de predicadores y sermoneadores que no hacen lo que dicen". Repetir demasiado los consejos puede resultar aburrido y poco motivador para los hijos. El testimonio es la clave para la transmisión de valores. Estos valores se transforman en virtudes por el esfuerzo personal y la gracia que se recibe de Dios.

De bien pequeños, y también después del uso de razón, aprenden los niños del modelo que presentan sus padres y aprenden a distinguir, cuando hay orden, lo que es correcto. Por parte de los padres es primordial la creación de hábitos. Los hábitos buenos conducirán a las virtudes, así como los malos conducirían a los vicios. "El orden exterior ayuda a construir el orden interior", escribe Juan Valls Julià en su libro El desarrollo total del niño. Es también cierto que, para una familia cristiana, el orden ideal será hacer vivir las virtudes humanas teniendo siempre presente a Dios.

Finalmente, valorar el trabajo. El trabajo bien hecho conlleva una serie de virtudes: humildad, espíritu de servicio hacia los demás, prudencia, constancia, lealtad, laboriosidad, etc.

Los padres somos los protagonistas de estas breves reflexiones. Cada familia tiene su estilo y se planteará qué valores quiere transmitir. Estos se irán contagiando por osmosis si nos esforzamos en vivir con alegría y constancia las cosas pequeñas sin quejarnos. No se trata de hacer cosas grandes, sino de actuar empezando por nosotros mismos. Por último, dar gracias por todo y a todos para enseñar a los hijos el agradecimiento. Todo con paciencia se puede llevar a buen término. Recordemos al poeta Rabindranath Tagore: "No es el martillo el que deja perfectas las piedras, sino el agua con su danza y canción".

Valores educativos

El tema La familia, escuela de valores, se ampliará con los siguientes artículos:

1.- Valores educativos

2.- Laboriosidad, reflexión y orden

3.- Obediencia y alegría

4.- Comportamiento, civismo y solidaridad

5.- Fortaleza y generosidad

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6.- Amistad y lealtad

7.- Bondad y sensibilidad

El fenómeno de los cambios espectaculares del significado de los valores, en el mundo actual, debido a las ideologías que influyen en nuestra sociedad, que propugnan un individualismo y un materialismo que producen, con mucha persistencia, una influencia negativa en nuestros hijos. Hoy más que nunca, con ánimo y de forma positiva, debemos insistir en la necesidad de formar en valores auténticos a los niños y a los jóvenes. Somos conocedores de la realidad actual, si bien tenemos la esperanza de que la familia sea portadora de valores que perduran en la conciencia de las personas. Es por esto que el tema de los valores educativos tiene hoy en día una prioridad en el espacio familiar. Se trata de que los hijos integren en su existencia los modelos asumidos por la convivencia y adquieran una visión de trascendencia por un futuro más humanizado.

Iniciaremos estas reflexiones sobre los valores que se transmiten a través de la familia, de la escuela, y otros ambientes en que nuestros hijos e hijas se relacionan, especialmente los amigos. En artículos anteriores, de este Curso de ''Formación para padres'', algunos importantes ya han quedado indicados: el valor de la responsabilidad, la sinceridad, la discreción, el respeto, la tolerancia, etc... De hecho todos los valores están entrelazados; no sería coherente decir: ''ahora vivo la sinceridad, después diré una mentira''; la persona que vive la sinceridad, se esforzará por decir siempre la verdad y seguramente lo hará con discreción, prudencia y caridad. Las personas no son como un mueble de cajones que se abren y después, una vez cerrados no se vuelven a abrir, sino que los valores conforman toda la vida como una unidad.

Un valor es una cualidad, algo valioso, que siempre perfecciona a la persona que lo posee; de valores materiales o técnicos no hablaremos, lo haremos de los que ayuden a la educación personal. Lo que deseamos los padres es que hijos e hijas aprendan el primer valor: saber amar. En nuestros días, con los contravalores y de la manera que se ensalza la violencia, la pornografía, el buscar el placer, podría confundir-se amar con ambicionar la propia comodidad, el egoísmo, el capricho. La felicidad, que proporciona hacer el bien, podría ser mal interpretada y buscarla en el dinero, el dominio o la satisfacción inmediata, cuando esta tiene que ser consecuencia de la bondad de la persona generosa.

Procuraremos profundizar y hacer reflexionar a padres y madres sobre la importancia de enseñar a vivir la comprensión, aprendiendo a perdonar y olvidar agravios, para conseguir una convivencia vivida con gozo y serenidad. Se puede asegurar que la jerarquía de valores la tenemos que encontrar en esta frase, que oí hace muchos años: ''En primer lugar buscar a Dios, en segundo lugar servir a los demás, y por último, pensar poco en un mismo.'' Sería un resumen de todo lo que iremos diciendo a lo largo de estas consideraciones, que meditadas por cada cual según sus circunstancias particulares, llegará a la conclusión de lo que quiere legar a sus hijos.

Laboriosidad, reflexión y orden

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Al iniciar este artículo, recordaba el cuento de la tortuga y la liebre, el trabajo que hacen las hormigas y también en las celdas que construyen las abejas. Tampoco me parece extraño, ya que en el hogar de mis padres, como también pasaba a la mayoría de quienes desconocíamos la televisión de pequeños, escuchábamos fábulas en las que nuestros progenitores añadían el modelo práctico que hacía falta seguir en el caso y en la situación concreta en que, de niños, nos encontraban para aprender el valor del trabajo. Era lo que ahora llaman "la moralina", que se aceptaba con agradecimiento y confianza. De todo esto surgía, entre otros valores, el de la laboriosidad. De hecho uno no podía parar, y la expresión aburrimiento estaba excluida de la mayoría de familias. Quizás influía que la comunicación verbal se hacía más evidente, por no haber empezado todavía la invasión de la televisión. También recuerdo rogar a menudo a Dios para tener siempre trabajo. Sin pensar en el dinero. Se entendía el trabajo como una bendición del cielo porque, ciertamente, este trabajo era necesario para cubrir las necesidades básicas de la vivienda, alimentación, escuela, cultura... Y además, se comprendía que era una cosa buena. Trabajar para hacerse rico no se contemplaba nunca, y creo que, a muchos de mi generación, les pasó una cosa parecida a lo que acabo de explicar. Al parecer, la "moda" actual es ganar mucho trabajando poco. Aceptad un consejo práctico: procuremos no hacer nunca comentarios de los amigos o conocidos delante de los hijos e hijas valorando como un bien el hecho de tener muchos medios materiales; comentemos, más bien, quienes son y que hacen en bien de los demás.

Se dice que el tiempo es oro y realmente es un tesoro. Por esto, debemos educar a nuestros hijos para que no lo malogren y para que lo aprovechen al máximo, con orden y previa reflexión sobre aquello que tienen que hacer. Para dar testimonio, nosotros los padres debemos prever todas las tareas y planificarlas en la agenda; así tenemos la cabeza más centrada en lo que estamos haciendo y olvidamos los temas pendientes. Ya nos ocuparemos en su momento. Los cambios de esta sociedad, más tecnificada, exigen enseñar a la familia a reflexionar para organizarse. Dice el psiquiatra Aquilino Polaino: "Se trata de afrontar los problemas surgidos en muchos niños y jóvenes por haber reducido la razón humana a cálculo, a la vez que la imagen ha sustituido a la lectura y la reflexión". Es de ahí que, con paciencia y tenacidad, enseñaremos a los niños y jóvenes a pensar, a ser aplicados en el momento de hacer los deberes de la escuela o los encargos del hogar, a ser constantes y a actuar con diligencia para acabar lo que se ha empezado. Vienen bien las palabras del poeta Antonio Machado: "Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hecho de hacerlas". No es laborioso aquel hijo que empieza muchas actividades y continuamente está en movimiento, sino el que prevé lo que tiene que hacer y lo lleva a cabo con constancia.

Hemos empezado hablando de animalitos, y por esto os recomiendo, si os parece, leer con los hijos pequeños la fábula de la tortuga y la liebre, estudiar la vida de las abejas y, por ejemplo, ver juntos la película Bichos de Pixar Disney. Desde luego, también se puede recurrir a otros muchos cuentos que tengamos a mano, que les hagan entender la importancia de no ser perezosos. Se trata de irles inculcando los valores de la reflexión y del orden y fomentar la perseverancia, el trabajo bien acabado y la previsión. Pensemos un poco para aplicarlo a la vida personal y analizar como vivimos estos aspectos, para saber si los transmitimos con la fuerza conveniente

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a nuestros hijos e hijas. Todas estas consideraciones son para irlas haciendo escalonadamente, según la edad de los hijos. Cuando llegan al uso de la razón, va muy bien hacer unas cuantas preguntas para educar la reflexión: ¿Por qué has decidido dejar los deberes y ver la televisión? ¿Por que te gusta este libro? ¿Por qué quieres ver esta película? ¿Te has informado del argumento, de los actores? ¿Hagamos un horario para anotar aquello que tenemos que hacer? ¿Que piensas hacer, con este dinero que te han regalado los abuelos? ¿Puedes acabar este trabajo con más diligencia? ¿Tendrás tiempo para visitar un familiar enfermo, participar en una tarea de voluntarios...? Procuraremos establecer unas pautas para lograr los valores de la laboriosidad, la reflexión y el orden. Haría mucha pena que, por no haber sido atentos a la tarea de fomentar el aprovechamiento del tiempo, nuestros jóvenes buscaran la felicidad en la fugacidad del placer o del consumo, sin disfrutar del gozo del trabajo realizado con esfuerzo.

Obediencia y alegría

Me parece que la obediencia siempre está impulsada por el amor. Por eso es por lo que, padres y madres, tenemos que hacerla agradable y entendedora a través de la confianza. Esta confianza está basada en el afecto, que facilita al niño obedecer. Destacaremos unos puntos para reflexionar, viviéndolos también nosotros mismos, que no nos pase como aquella pequeña que, preocupada porque su madre le decía que regalara un juguete, le preguntó: ¿y tú que das?, así la madre aprendió a pensar y preocuparse por ser un modelo para su hija, entregando ella también algo.

1. Actitud positiva: La alegría y el buen humor juegan un papel muy importante en los sentimientos de los pequeños, incluso en los de las personas grandes. Nada de desaliento ni de órdenes negativas. Quienes tenemos el deber de educar, debemos dar las instrucciones necesarias y claras para hacernos obedecer, con la comprensión de que los niños o jóvenes tienen que hacer un esfuerzo y con la paciencia de que los resultados nunca son inmediatos. Cuando hablamos de obediencia nunca podemos pensar en formas violentas de autoritarismo, que seria fruto de querer dominar, ni de sobreproteccionismo o de imposición que anularían la voluntad del niño. No es buena una obediencia de esclavo.

2. Influencia del ambiente: Actualmente se confunde la comodidad y el egoísmo con la realización personal, cuando precisamente el espíritu de generosidad hacia los demás es lo que comporta más gozo. Se vive la verdadera libertad cuándo, dejando el amor propio, escuchamos lo que nos proponen y cambiamos de opinión y de forma de actuar. Seguro que cuando nos lo dicen con prudencia y con aprecio, no se hace ningún rechazo. No son los hijos y hijas los únicos que han de obedecer, sino también la mujer al marido y el marido a la mujer, y también ponderar consejos que nos

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lleguen de otros entornos. La convivencia se hace agradable cuando sabemos ceder en las preferencias personales y sabemos entregar el propio juicio. Dice el pedagogo Otto Dür: "La persona imbuida del propio "yo", encuentra una gran dificultad en obedecer". Por esto, es recomendable en el ámbito familiar habituarse a utilizar en el lenguaje el "nosotros."

3. Comunicación: Quien debe obedecer ha de amoldarse al criterio del otro, pero para hacerlo, necesita ejercitar su libertad, preguntar, pedir más información, tener iniciativas. Si hay una comunicación real entre quien dirige y quien debe obedecer todo es más efectivo. La palabra obediencia proviene etimológicamente de ob-audire: "escuchar con atención". Esto es aplicable, además de las relaciones familiares, a las laborales y a las sociales, para hacer el trabajo más productivo y para saber convivir con armonía. Sobre todo se trata de no formar personas rebeldes y contestatarias, que sólo saben ver la parte negativa de la vida, quejándose y no buscando nunca soluciones, limitándose a criticarlo todo y a querer hacer valer sólo sus ideas, sin respeto hacia la opinión de los demás. Se trata de comprender el mensaje dado y asimilarlo e integrarlo como propio.

Se acerca la Navidad, el Niño nos da ejemplo de obediencia a su Padre Dios, y está sujeto a José y Maria, se hace un Niño, para demostrarnos la humildad, la docilidad y el desprendimiento total. Que estas fiestas nos hagan reflexionar en el Misterio, aplicando las enseñanzas del pesebre a nuestra vida personal y familiar con el espíritu de servicio de la Navidad.

Nos volveremos a reencontrar en estas páginas después de este periodo navideño Os deseo de todo corazón una Santa Navidad para todos y todas, con el propósito de vivir estos días con fe, esperanza, que comporta alegría, y amor hacia los demás. Una contemplación sobre la familia de Nazaret nos puede hacer entender el valor de la obediencia y la alegría para vivirlas en nuestros hogares, dónde el capricho y los impulsos inmediatos sean dominados, para amar generosamente a quienes conviven con nosotros.

Comportamiento: civismo y solidaridad

Educar a los hijos en los buenos modales y en la urbanidad es colaborar en enseñar a vivir el respeto y en pensar en la vida de los demás. Y también, tanto en el hogar como en sociedad, contribuyen a hacer la vida agradable y a crear un clima cálido y afectuoso.

 

Se destaca como un mal de nuestros tiempo el individualismo y la propia realización personal, dos hitos para

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conseguir la felicidad, y no es demasiado lejana la frase: "yo hago siempre lo que me da la gana" para demostrar que se ha llegado a la máxima aspiración. También se puede ridiculizar a la persona que sabe respetar, diciendo de ella que es una reprimida, cuando sabe callar para no importunar a los de su alrededor. La dignidad de la persona está, más bien, en vivir para los demás, aunque esto degenerara en una cierta pérdida de valoración que quedaría compensada por su gozo profundo de saber amar. Es uno mismo quien debe evaluarse y tener una jerarquía de valores, que le indiquen que camino escoge.

 

Acostumbrar a las criaturas a estar por los detalles pequeños para hacer la vida más placentera a los demás es aprender a convivir en paz. No es necesario tener demasiadas normas de urbanidad escritas en un libro, sino que padres y madres tienen que dar testimonio. En este tema del comportamiento, si que queda grabada la imagen que se da en casa.

Hace poco, mientras esperaba mi turno para comprar en una tienda, un pequeño de tres años reclamaba a su madre la golosina que le había comprado. Ella, serenamente, le contestó: por favor, y el niño lo repitió y recibió la golosina, también con el recordatorio de dar las gracias y tirar el papel de envolver en la papelera.

Otro día, yendo en autobús, subió un anciano, haciendo un gesto de contrariedad puesto que todos los asientos estaban ocupados. De la parte de detrás se levantó una niña de unos 12 años y, con una sonrisa, sentó materialmente al hombre en el asiento que ella ocupaba.

Andando por la calle de mi barrio vi la siguiente escena: una chica muy bien arreglada estaba sentada en un banco de la calle, dando conversación a un mendigo, de aquellos que van recogiendo con un carrito todas los desechos aprovechables que encuentran.

Tres ejemplos vividos a los que podríamos, cada uno de nosotros, añadir otros; cosas pequeñas de la vida diaria que ayudan a vivir el civismo y la solidaridad.

En una entrevista a Núria Gispert, Presidenta de Cáritas, se le preguntaba sobre el civismo. Una de las respuestas que daba haciendo referencia a los medios de comunicación, decía que "eran responsables del lenguaje pobre de los niños, que repiten lo que aprenden a la televisión". ¿Estamos atentos en la familia de tener cuidado de las palabras que utilizamos y de qué programas ven nuestros hijos?

El comisario de la Exposición "Buenas prácticas urbanas" del Foro 2004, Nicholas You, en una reciente entrevista publicada, explicaba la iniciativa de la ciudad de San Andrés (Brasil): "La ciudad decidió convocar a los jóvenes 'grafistas', organizando concursos, y a los ganadores se les hacen encargos oficiales. La ciudad se aprovecha de su arte y a la vez canaliza sus intereses en formación, diseño, oficios...".

Para concluir: ¿somos realmente transmisores de valores que animan al buen comportamiento en el ámbito familiar y en el ámbito social? Dejamos escritos unos

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cuántos puntos para reflexionar como vivimos estos puntos, pensando en la educación, en "el saber estar" de los chiquillos y jóvenes.

Promover el buen gusto y la sensibilidad por las cosas bonitas.

Evitar ver programas de televisión de violencia, de tele basura o de lenguaje grosero.

Moderación en las comidas, procurar conversar en la mesa escuchando las opiniones de los demás.

Aspecto personal agradable, sin estar a la última moda, pero pulcro. - Canalizar la rebelión de los adolescentes, procurando lugares de tiempo de ocio adecuados.

Puntualidad para no hacer perder el tiempo a quienes nos están esperando.

Escuchar música con el tono adecuado.

Civismo en la calle: hacer servir contenedores, papeleras, no ensuciar.

Deferencias con las personas mayores, inmigrantes, etc.

 

Cada cual tiene a su alcance muchas otras prioridades, estas son las mínimas para convivir con cortesía y respeto.

Fortaleza y generosidad

La fortaleza es una virtud necesaria para llevar a término la generosidad, propia de un alma noble por naturaleza. Quien es generoso siempre genera alegría. Esta afirmación tan contundente, está garantizada por el mismo amor. Amar siempre es fruto del olvido personal para hacer el bien a los que tenemos más cerca de nosotros. La generosidad siempre ayuda a la mejora individual y, con el propio testimonio, a la perfección humana de nuestros hijos. Enseñar a dar, aunque sea jugando: "ahora te toca a tú tener este juguete", "ahora me toca a mí"...de esta manera sencilla deberíamos conseguir una relación fundamentada en el afecto dónde el dar y el recibir sea recíproco y se palpe cómo algo bueno.

Enseñar a hijos e hijas a ser generosos es tarea especialmente adecuada entre seis y doce años, puesto que en estas edades se encuentran más bien dispuestos a colaborar, a hacer encargos y a ayudar a su familia. Pero es de bien pequeños, como demuestra la fotografía de la izquierda que ilustra este artículo, cuando se manifiesta el sentimiento de propiedad que pueden tener, además de su tendencia al egoísmo, como queda bien reflejado con los llantos de este niño a quien han quitado su pala y con la tranquilidad con que los demás juegan.

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Educar es un arte que requiere observación y comprensión para ir formando a las criaturas en la generosidad, que no les genera ninguna frustración sino alegría. A la vez que animamos en este valor, se ejercita la fortaleza, tan necesaria para vivir con responsabilidad en una sociedad impregnada de materialismo y de consumismo, donde actuar impulsivamente para complacer el propio "ego" es más habitual de lo que sería deseable. Es por este motivo que para formar criaturas y jóvenes fuertes, resistentes a las dificultades que irán encontrando a lo largo de su vida, hace falta ayudarles a controlar sus impulsos, con firmeza y, prioritariamente, que no tengan inmediatamente lo que piden. Todo se puede gratificar, pero se debe aprender a tener paciencia y esto se asimila en la familia.

¿Y que se puede hacer ante una situación como la de los cuatro hermanos que vemos en la fotografía comentada?

La solución es tener una actitud serena, observar que ha pasado, preguntar, sin regañar, para saber por que le han quitado la pala, comprender la edad del de 2 años, que es de autoafirmación, de responder con llantos, y motivar a los tres mayores que le devuelvan el juguete. Parece que esto se ha conseguido como vemos en la siguiente ilustración, la de la derecha, si bien todavía se ve la mejilla del pequeño húmeda por una lágrima. Todos han aprendido: los padres a no dramatizar, los niños a ceder. Seguro que si tuviéramos la continuación de la historia nos encontraríamos con que la pala pasaría a manos de los mayores, otra vez, sin ninguna resistencia, y todos jugarían juntos.

Finalmente reflexionemos si vivimos en casa los siguientes puntos:

1. Demostrar que el espíritu de servicio hacia los demás es una fuente de compensaciones profundas, que nada puede sustituirlas. Fomentar el saber compartir la vida con los padres, con los compañeros, con los abuelos, con los enfermos, con los que tienen menos posibilidades de todas clases, físicas o materiales.

2. Que demuestren su fortaleza en sus responsabilidades, desde retrasar el tomar una golosina hasta después de la comida principal, cuando son pequeños, a ser austeros en las comidas, sobrios en los gastos, en las diversiones, que tengan la seguridad de que en las cosas pequeñas encontrarán muchos motivos para esforzarse y ser felices.

3. Procurar la convivencia con otros niños y niñas, fuera de las horas de escuela, especialmente si sólo se tienen uno o dos hijos. Saber razonar, sin imponer, el porque de ceder las propias cosas. Llegar al corazón de los nuestros para aprender a vivir el desprendimiento de los bienes materiales.

Amistad y Lealtad

 

¿Qué es la amistad?

 

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La amistad es un gran valor que ayuda a la persona, ser sociable por naturaleza, a comunicarse y a perfeccionarse en compañía de sus amigos. Es una relación de reciprocidad donde especialmente la confianza juega un papel importante. Es un valor que ayuda a ser mejor y desde este nivel lo reflexionaremos. En el hogar, nuestros hijos e hijas encontrarán el modelo para vivir sin estar aislados y para aprender a crecer y a madurar personalmente. La amistad es un compartir afectos, anima a darse y a dar, a recibir y a comprender al otro, no por pura simpatía, sino por el conocimiento que se fomenta con el trato.

 

Aspectos importantes para vivir en familia

 

Que entre padres e hijos se consiga una verdadera amistad para hablar todos los temas, procurando no ser dogmáticos y saber preguntar con delicadeza, sin herir la sensibilidad. Confiar siempre en lo que dicen y creer todo lo que nos explican. Saber corregir con suavidad, pero con la sinceridad que crea el vínculo afectivo de la relación padres-hijos. Aprovechar momentos de descanso para disfrutar juntos de las aficiones de los hijos.

Que en la familia no se haga nunca ninguna crítica, ni juicio, ni murmuración de nadie. Recuerdo haber leído "el triple filtro" de Sócrates cuando le querían explicar algo de un conocido. Él preguntaba si reunía estos tres aspectos: la Verdad, la Bondad, y la Utilidad; si estas tres premisas no se encontraban, respondía al que quería explicar algo de otro: "si lo que me quieres decir no sabes si es verdad, si es bueno o incluso útil, ¿por qué me lo quieres decir?"

Que se enseñe con el ejemplo como se acoge siempre a quien viene a casa: con amabilidad, con respeto. Que siempre estén abiertas las puertas del hogar de los padres para recibir los amigos y amigas de los hijos, aunque este hecho represente un trabajo añadido. En la adolescencia se debe tener mucho cuidado en saber quienes son los del grupo de nuestro hijo, por ser una edad muy influenciable. Por esto, es aconsejable organizar actividades para conocer con quienes comparten amistad (profundizaré este tema en la ampliación del "tiempo libre").

Que vean que sabemos perdonar si nos hemos sentido ofendidos. Agradecidos si nos han hecho un favor. Dispuestos a ayudar si alguien nos necesita. Que nunca utilizamos la amistad para recibir ningún privilegio. Que se dé ejemplo de desinterés, sino no seria amistad.

Consejos a los jóvenes para conservar a los amigos

 

La lealtad es un elemento necesario para tener una amistad duradera y estable con una persona; un amigo es un tesoro, que se tendrá que cuidar y proteger. En el ámbito de la lealtad, se deben de considerar muy importantes: la defensa del buen nombre del amigo o de la amiga, la discreción para guardar las confidencias y el respeto para velar por su intimidad.

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Comprender las ideas y los sentimientos de los demás. Se podrán tener amigos o amigas que no piensen igual que uno, pero cuando hay un afecto sincero se aceptan, si bien se hace un intercambio de pensamientos que animan a la mejora personal por las dos partes.

Saber seleccionar a los amigos por su comportamiento. Un amigo que traiciona, explicando a los demás nuestros sentimientos, un amigo que busca la complicidad de compartir marihuana o alcohol, por ejemplo, no tiene las características del buen amigo, que normalmente se encuentra por intereses comunes de estudios, de deporte, de escuela y que comporta el requisito de la amistad: procurar el bien del otro.

Tener la honestidad de saber guardar un secreto. La amistad siempre está basada en la confianza, que no se puede traicionar.

Saber estar siempre junto a los amigos y amigas cuando lo necesitan.

Podemos hacer una lista de cualidades entre las que no pueden faltar la generosidad, la humildad, la amabilidad, la puntualidad, la cortesía... pero lo que interesa es preservar la amistad de contactos que la malogren.

Dice Aristóteles: "Algunos creen que para ser amigos es suficiente querer, como si para estar sano, solo hiciera falta desear la salud".

Sensibilidad y bondad

 

"Queridos Reyes de Oriente:

Espero que el próximo año todos los niños tengan comida y por Navidades todos puedan comer un trozo de turrón. Que no haya más guerras en Irak y en otros lugares. Que no haya más accidentes en las carreteras ni en las autopistas. Espero que el nuevo gobierno sea amable y generoso con todos. También espero que la gente del barrio que pasea sus perros recoja las cacas. Esta Navidad espero no enfadarme con mi hermano, ni tampoco gritar a mi hermana pequeña, obedecer a la primera a mis padres y a todos".

Podríamos comentar que esta carta, ganadora de un premio infantil, escrita por Anna (que ilustra sonriendo este artículo), niña de buen corazón a quien su padre, su madre y el entorno familiar le han enseñado a tener sentimientos de compasión y ternura hacia los demás. La carta a los Reyes nos sirve para encontrar unos elementos necesarios propios de la bondad:

1.-Compasión, actitud que le hace tomar parte en el sufrimiento de los demás: guerras, problemas de hambre.

2.-Preocupación por el civismo de su barrio y por los accidentes de tránsito.

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3.-Sensibilidad social deseando amabilidad y generosidad a los gobernantes.

4.-Amor, con propósitos de mejora personal, hacia sus hermanos, padres y "todos".

Procuramos educar en la bondad y sus consecuencias: misericordia y sensibilidad social, olvido personal en el entorno familiar y en el entorno social. Esto lo conseguiremos si tratamos bien los sentimientos de nuestros hijos e hijas, respetando siempre su intimidad. Es importante ayudarles al conocimiento propio, por ejemplo, al preguntar como se encuentran les cuesta expresarse, nos responden "bien, regular, fatal"..., enseñarles a verbalizar lo que sienten, dedicando tiempo y ganándose su confianza, así aprenderán a comunicarse mejor y por parte de los padres aumentará la comprensión hacia ellos. Es de Susanna Tamara esta frase: "Nuestro corazón es como la tierra, que tiene una parte de luz y otra de sombras. Adentrarnos para conocerlo bien es muy difícil, muy doloroso, puesto que siempre cuesta aceptar que una parte de nosotros está en la sombra".

Es propio de nuestro tiempo, confundir el ser sensible con el ser flojo, y también con el sentimentalismo. Más vale educar en la responsabilidad a los nuestros, aunque ellos tengan más conflictos para querer mejorar lo que no está bien. Se puede ser fuerte aunque se padezca, y más si es por magnanimidad y solidaridad hacia todo el mundo. No tenemos que perder ocasión por hacer tener la sensibilidad y bondad por aligerar, según la capacidad de cada cual, las calamidades que existen al mundo. Que tengan al alcance actividades como la lectura, la pintura, la música, el arte, la contemplación de la naturaleza, que favorezcan la contemplación de la belleza, así serán más capaces de promover la capacidad de hacer el bien. A este respeto, decía el estadista irlandés Edmund Burke: "Lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada".

Otro tema de reflexión para los progenitores: El subjetivismo, que es un defecto, puesto que hace confundir lo que es malo dándolo por bueno según las necesidades individuales. Se llama "esto me conviene", es bueno, por lo tanto, "esto lo hace la mayoría" pues es bueno. No olvidemos a Hitler, no tenía remordimientos por matar a los judíos. Es para pensar en ello.

Con el ambiente que se respira podría ser que los jóvenes eligieran para modelo de su vida cualquiera que estuviera de "moda", con muy pocos valores morales. Por lo tanto, debemos de estar atentos a los programas de televisión denominados "tele-basura", donde se vende la intimidad por dinero. Y si estas imágenes las ven los niños o los jóvenes pueden herir su sensibilidad y deseducar lo que hemos enseñado en el hogar. Hoy es la época de la imagen, por lo tanto, primero tienen que ver nuestro testimonio, y en segundo lugar programar películas que ensalcen valores educativos, como los mencionados en anteriores capítulos. El bien siempre es difusivo, la persona buena y sensible atrae.

 

Finalizamos el artículo con una frase de Shakespeare: "Vigila el mal incipiente antes de que no tenga tiempo de madurar".

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Tema VIII

Educación en la fe

Los padres somos los primeros responsables de la educación en la fe de los hijos. No sólo debemos ocuparnos de darles la vida sino de hacer crecer en ellos la vida sobrenatural. La ayuda del Espíritu Santo a través de la gracia del sacramento del Matrimonio no nos faltará. La Iglesia aconseja que se reciba el Bautismo en las primeras semanas del nacimiento. Lógicamente, los padres no retrasarán este Sacramento, que borra el pecado original, nos hace hijos de Dios y nos abre las puertas del cielo, al igual que no retrasarán el alimento que les ayuda a crecer día a día.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, en el punto nº 1814, leemos: “La fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios y en todo aquello que Él nos ha dicho y revelado y que la Santa Iglesia nos propone creer, porque Dios es la misma verdad”. La gracia sobrenatural, las virtudes y los dones del Espíritu Santo que el niño ha recibido en el Bautismo requieren una dinámica especial que hay que ir desarrollando desde el primer momento de su llegada al mundo.

En lo que se refiere a la transmisión de la fe, hemos de valorar la actitud de los padres respecto de su fe. La fe hay que vivirla. Si el sentido de nuestra vida es trascendental, si nuestro deseo es la identificación total con Cristo, amando la voluntad de Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida ordinaria, los hijos captarán esta realidad porque les daremos testimonio.

Ser cristiano significa ser discípulo de Cristo. Para serlo conviene conocerle, amarle e imitarle. Es en la familia, “iglesia doméstica”, donde se aprende todo esto, con la ayuda de Dios. En la forma de vivir todas las circunstancias ordinarias los hijos ven como reaccionan sus padres. Surge la primera lección para que nuestros hijos vivan de la fe: saberse hijos de Dios. Y esto lo aprenderán según vean en sus progenitores una conducta impregnada de confianza en Dios. En los primeros años de vida, es importante que los pequeños descubran que Dios está presente en el hogar. Antes del uso de razón, pueden distinguir lo que está bien y lo que está mal y, por tanto, lo que agrada o desagrada a sus padres y a Dios. “En el

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pensamiento de la Iglesia, un hogar verdaderamente cristiano es el ambiente en que se nutre, crece y se desarrolla la fe de los niños y donde aprenden a hacerse no solamente hombres, sino también hijos de Dios”. Son palabras del Papa Juan XXIII.

Para acrecentar la fe de nuestros hijos, es bueno que vivan unas prácticas de piedad. Éstas serán adecuadas a su edad. Todas las devociones deben mover al amor de Dios, nunca al miedo o temor. Cada familia tendrá las suyas, pero conviene que eleven el corazón a Dios: amor a la Santísima Virgen, oraciones al levantarse o acostarse, bendición de los alimentos, devoción al Ángel Custodio, etc. También debemos explicar el significado de lo que se reza y preparar con la debida formación la recepción de los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. La contemplación de la naturaleza, viendo la grandeza y magnificencia de Dios, fomentará el agradecimiento y la sensibilidad por las obras del Creador.

Entendería mucho de amor a la Virgen María aquella chiquilla de siete años: la madre dice a su hija que mientras van en coche pondrá un “casete” con el Rosario. La niña no quiere. Su madre no lo fuerza y cede a su petición. Al poco tiempo le pide: “mamá, pon el Rosario porque creo que es la música que más le gusta a la Virgen”.

En todas las etapas de la vida de nuestros hijos, lo mejor será vivir de fe. La fe deberá impregnar nuestra vida de coherencia en el pensar, en el actuar y en la caridad y afecto que tenemos hacia los demás. Lo más importante es el ejemplo. Un buen consejo práctico: “hablar más a Dios de nuestros hijos que de Dios a nuestros hijos”.

La familia, transmisora de la fe

Ampliaremos este tema en los siguientes artículos:

1.- La familia transmisora de la fe.

2.- Dios, en la vida de nuestros hijos.

3.- Jesucristo, el modelo.

4.- La Virgen María.

5.- La Iglesia

5.- Los Sacramentos.

Hace un tiempo, (cuándo los niños recibían la primera comunión a los siete años), escuché en una clase de catequesis que el sacerdote preguntaba: "¿Como vemos a

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Dios?", y la respuesta de un niño de esta edad que decía: "por la luz de la fe". Respuesta realmente iluminada por el Espíritu Santo y dicha con la sencillez propia de los niños ("Si no os volvéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos"). Supuse que este niño había recibido una formación por parte de los padres y una tarea bien hecha de catequesis. Los niños son como esponjas que lo absorben todo, y reconocí, al ser amiga del padre y de la madre del niño, que es en la familia donde se transmite la fe recibida y donde se procuraba iniciar progresivamente al hijo en las verdades de la fe.

La familia es comunión de personas, ha dicho el Santo Padre. Por ella, "la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el Bautizo y la educación en la fe es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia". (Juan Pablo II, Exhortación Familiaris Consortio, 15).

Estas palabras de Juan Pablo II deben alentarnos a valorar cada niño como el don más valioso que se tiene, con la posibilidad de ayudarlo a ser una persona responsable, ocupada en mejorar su sociedad, mediante su compromiso de hacer el bien. ¿Que esto comporta dedicar tiempo, observar, dialogar, comprender...? Sólo hay una respuesta: es la mejor joya que tenemos entre manos y se merece todo nuestro corazón y mente para irla puliendo. Si sólo nos ocupáramos de la educación humana quedaría menguada su persona, compuesta de cuerpo y alma. Por lo tanto, los progenitores cristianos deben hacer que el recién nacido reciba el Sacramento del Bautismo con la mayor brevedad posible, puesto que este Sacramento borra el pecado original, los hace hijos de Dios y les abre las puertas del cielo. La gracia sobrenatural, las virtudes y los dones del Espíritu Santo que el niño y la niña habrán recibido en el Bautismo requieren a la vez, por parte de los padres, una dinámica especial que deberá irse desarrollando desde el primer momento de su venida al mundo.

Y, ¿como incrementar la fe? Posiblemente con dos actitudes:

1.- Testimonial. "Iglesia doméstica" es denominada la familia según el Concilio Vaticano II, y es en el hogar donde se aprende a amar, conocer e imitar a Cristo. En los capítulos anteriores hemos hablado de valores humanos que son la base para adquirir las virtudes sobrenaturales. Es en la familia cristiana dónde se nutre la fe de los niños, donde se aprende la caridad con el prójimo y a amarlo por Amor a Dios. Es dónde se imita el comportamiento de los padres. El testimonio de vida de fe, conformando la palabra y las obras con lo que enseña la Iglesia, que recoge todo lo que Dios nos ha revelado, es lo que anima a los hijos a vivir de fe.

2.- Coherente con el compromiso de la recepción del sacramento del Matrimonio. Al recibirlo, se pregunta a los novios: "¿Estáis dispuestos a acoger a los hijos que Dios quiera concederos y educarlos según la ley de Cristo y de la Iglesia?". La fuerza de la gracia del Sacramento del Matrimonio no dejará nunca de fortalecer el amor de los cónyuges y para educar los hijos en la fe. Tenemos que mirar el futuro con la esperanza de que, con palabras de Juan Pablo II: "El futuro de la humanidad se forja en la familia". Se debe enseñar a los hijos e hijas a rogar, a alzar su corazón a Dios, iniciándolos de pequeños. Por ellos mismos, con la oración, irán descubriendo la

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verdad que los ayudará a tener una actitud cristiana desde los primeros años de su vida, llena de confianza en Dios. Sencillamente, tendrán la llave para la felicidad.

Dios, en la vida de nuestros hijos

Recuerdo una experiencia que me impresionó y que me explicó una joven que cuidaba tres niños de 8, 5 y 2 años. Al niño de 5 años, con un falso movimiento, en la cocina, le cayó un bote d'agua hirviendo encima, especialmente en la cara. Lloraba mucho y decía: "no veo". Cuándo los padres llevaron al accidentado al hospital para curarle las quemaduras, la niñera se quedó muy triste comentando que, si el niño se quedaba ciego, seria por culpa suya. El hijo de 8 años se acercó a ella y le dijo: "No llores, no es culpa tuya ni de nadie, sólo sucede lo que Dios permite". Al volver a casa con el pequeño curado, esta chica lo explicó a la madre, que reconoció en las palabras de su hijo una dulce caridad para tranquilizar a la niñera y una gran confianza en su Padre Dios. También comprendió que las palabras de su hijo eran el resultado de lo que tanto ella como su marido habían querido transmitir: amar la voluntad de Dios, vivir el "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo" de la oración que Cristo enseñó, el Padrenuestro. Y es que la gran lección para transmitir a la familia es la de confianza absoluta en Dios, Padre bueno que vela por las necesidades de sus hijos.

Esta anécdota vivida nos demuestra que, como siempre, la mejor educación es el ejemplo de los progenitores. Cuando se tiene alguna dificultad, alguna contrariedad, algún dolor, los niños ven perfectamente como se supera, como se afronta o como se llora, pero siempre refiriéndolo todo a Dios. Muchas vocaciones en el sacerdocio, muchas buenas obras que se hacen, la visión sobrenatural para encajar con fortaleza cristiana los embates que procura la vida son debidas, en buena medida, al testimonio recibido en el ámbito familiar. Los primeros años de vida de los niños son importantes para descubrir que Dios está presente en el hogar. Antes del uso de razón, los niños pueden distinguir lo que está bien de lo que está mal y, por lo tanto, lo que complace o no a sus padres y a Dios. "En el pensamiento de la Iglesia, un hogar verdaderamente cristiano es el ambiente en que se nutre, crece y se desarrolla la fe de los niños y dónde aprenden a hacerse, no únicamente hombres, sino también hijos de Dios". Son palabras del Beato Papa Joan XIII.

La parábola del hijo pródigo, así como otras narraciones del Evangelio, puede hacer descubrir a los niños y jóvenes la bondad de un Padre lleno de misericordia: "...todavía estaba lejos, que su padre lo vio y se conmovió, corrió a echársele al cuello y lo besó". Sólo en este pequeño pasaje, viendo que el padre no espera que el hijo llegue a él, sino que se adelanta a buscarlo, y haciendo la plegaria del Padrenuestro despacio y bien explicado, se puede hacer germinar en el alma de los hijos y hijas la seguridad de que Dios siempre está a su lado, que perdona y aprecia y enseña a perdonar y a amar.

No hace falta olvidar que, muchas veces al día, padre y madre, junto con sus hijos, deberán alzar su corazón a Dios para darle gracias: por el nacimiento de un hermano, por los alimentos recibidos, plegaria antes de ir a dormir y al levantarse, pedir

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perdón por una maldad, ver la grandeza de Dios en la contemplación de la naturaleza y todas aquellas otras oportunidades que deben aprovecharse para ir educando a los suyos en el amor a Dios. Pablo VI observaba que: "el hombre contemporáneo escucha más de buena gana a los testimonios que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testimonios".

Jesucristo, nuestro modelo

En el número 520 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: "Durante toda su vida, Jesús se presentó como nuestro modelo. Es "el hombre perfecto", que nos invita a ser discípulos suyos y a seguirlo. Con su descendimiento nos da un ejemplo a imitar, con su plegaria nos mueve a rogar, con su pobreza nos llama a aceptar libremente el desprendimiento y las persecuciones". Este punto del Catecismo es todo un programa de catequesis para los progenitores, procurando dar a sus hijos e hijas un modelo que dé sentido a su vida, para lograr la felicidad. Esta felicidad dependerá más del conocimiento de Cristo y la manera de actuar de Nuestro Señor que siempre habla de amar, que de confundir la felicidad con el bienestar y las cosas materiales. Seguir al Maestro, ser austeros, humildes, rogar... es todo un programa.

Lo que deseamos, pues, todos los padres y madres cristianos es que los hijos aprendan de la vida de Jesús. Es por esto que la verdadera pedagogía cristiana de los progenitores se basará en la aplicación del Evangelio a su vida personal para poder transmitir, con nuestro testimonio, la vida de Cristo.

Joan Pablo II, en el IV Encuentro Mundial de las Familias del 25 de enero de 2003 en Filipinas, les daba esta consigna: "¡con la ayuda de Dios hacéis del Evangelio la regla fundamental de vuestra familia y de vuestra familia una página del Evangelio escrita para vuestros tiempos!" Encontramos muchos pasajes del Evangelio en que Jesús pide a sus apóstoles que aprendan de los niños. Esto puede ayudar a las criaturas a comprender que Él es su mejor Amigo, que cuando andaba por los caminos de Palestina ya los recordaba y hablaba de copiar la sencillez de los pequeños a aquellos discípulos desbordados por su trabajo: "dejad que los niños se acerquen a mí".

Cada familia, según su estilo y en el momento adecuado, puede encontrar algún versículo del Evangelio sobre momentos de la vida de Jesús, frases, plegarias, Sermón de la Montaña, conversaciones con los apóstoles y discípulos, etc., sobre los cuales se puede reflexionar para encontrar el momento de explicarlo con sensibilidad y claridad, según la capacidad de comprensión y edad del hijo o hija. Es bueno aprovechar los tiempos litúrgicos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua de Resurrección. Siempre quedarán, en lo más profundo de su alma, las exposiciones de los padres y la coherencia de la vida cristiana, es decir, actuar de acuerdo con lo que se ha hablado. Damos a continuación unos valores que se pueden aprender de la vida del Hijo de Dios, para aplicarlos de forma concreta a las circunstancias de los niños y jóvenes:

 

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Pobreza y desprendimiento en el establo, donde nace Jesús: "...y dió luz a un hijo primogénito, le enfajó y le reclinó en un pesebre, por no tener sitio en la posada".

Obediencia, vida de niño en Natzaret: "les estaba sujeto".

Estudio y responsabilidad, adoctrinando a los maestros de la ley: "todos los que lo escuchaban se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas".

Laboriosidad: después de treinta años de vida oculta: "¿no es este el hijo del carpintero?".

Misericordia: curaciones de enfermos, comprensión y siempre, hasta el último momento en la Cruz, su perdón.

Amistad: Lázaro, Marta, María, Nicodemo, José de Arimatea, Zaqueo, los apóstoles, discípulos, etc.

Alegría: "Si observáis mis mandatos os mantendréis en el amor que os tengo… Os he dicho todo esto porque tengáis la alegría que yo tengo, una alegría plena".

Amor: "un mandato os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado".

Generosidad y sacrificio: La Pasión y Crucifixión. Mensaje de las Bienaventuranzas.

Hace falta recordar que hoy los niños y jóvenes reciben muchas imágenes que pueden ser para la familia una herramienta de comunicación para que aprendan a afrontar las dificultades, siguiendo el modelo de Cristo: aprovechar los acontecimientos adversos y las circunstancias difíciles: imágenes de guerra que se ven en los medios de comunicación, terremotos, inundaciones, pérdidas por muerte de personas conocidas, enfermedades, etc., porque nuestros hijos e hijas rueguen y así, los que padecen, se encuentren acompañados por su oración y compañía. Fomentamos de esta manera que alcen su corazón delante del dolor, la unión con Jesús que padeció en la Cruz por nosotros, y la sensibilidad para amar a los que padecen.

Joan Pablo II, nos decía al iniciar su Pontificado: "No tengáis miedo". Si animamos con la palabra y con las obras a los hijos e hijas a seguir y a identificarse con Jesús, los cristianos seremos capaces de remover el mundo. Deseamos que sean "sal y luz", que siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor den testigo y pregonen la buena nueva de Aquel que es "el camino, la verdad y la vida".

Madre de Dios, Madre nuestra

Tengo el gozo de finalizar esta etapa pensando en la Virgen María, Madre nuestra, a quien de bien pequeña me inculcaron tenerle una particular devoción. Por

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eso es por lo que abro mi corazón para hablaros de una anécdota personal, cosa que no había hecho hasta hoy.

Mi tercera nieta tiene cinco años, vive en Zaragoza y es la tercera de cuatro hermanos. Quiero explicar una conversación bonita de un rato pasado con su compañía. 

¿No os pasa también a vosotros que con los nietos se establece una amistad muy especial, sobre todo cuando tienen esta edad? Clara siempre está contenta y con ganas de complacer y de hablar mucho. Tiene un temperamento muy abierto, al cual se añade una gran expresividad y una vocalización muy buena. A menudo lee cuentos en voz alta y yo la escucho medio emocionada, ¡pasión de abuela!, ya que lo hace muy bien. A veces, me pregunta: ''¿Que te duermes, abuela, como yo cuándo tú me explicas un cuento antes de ir a dormir?''...

Una mañana, me decía con mucha alegría y con una profunda convicción: ''¿Sabes abuela?, yo tengo dos madres: La madre de Dios y mi madre''. (La Clara, tiene su madre que es aragonesa y cuando dice ''madre'', alarga el sonido de la ''r'', de una forma muy peculiar y muy contundente). Ante esta confidencia y con la seguridad con que me lo decía, le contesté que siempre iría segura por la vida con la protección maternal de Santa María. Inmediatamente, me recitó la siguiente oración, que recuerda el Acordaos, atribuido a San Bernardo:

 

Virgen de todos los niños,que estás en el cielo rogando por mí,cuantas veces me vea en peligroa Ti, Madre Santa, recurriré

 

Entonces desapareció de pronto de la sala de estar donde dialogábamos y, ''como un cohete'', me trajo un cuadro de la Virgen María de su habitación, que había descolgado de la pared para enseñármelo. Yo le aconsejé que siempre y cuando la veía le dijera: ''guapa'', ''te amo'', ''preciosa''...y que lo volviera a colocar en su lugar, en su dormitorio. Después se puso a pintar y me dio un dibujo. Le di las gracias y lo guardé. Al mirarlo al llegar a Barcelona vi que había dibujado una niña con corona. En el reverso de la hoja había escrito: ''María guapa''.

Os tengo que decir que me pareció que, por culpa de mi precipitación, perdí una oportunidad de seguir profundizando con la niña, sobre el amor a Maria.

Sencillez, amor demostrado con espontaneidad, se desprende de este relato de Clara. La devoción a la Virgen María ¿no os parece que la hemos de ir enseñando a nuestros niños y niñas, para que le demuestren su afecto con varias manifestaciones de piedad?:

Oraciones vocales dichas despacio y explicando los padres el significado como Ave Maria, Salve.

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Rezo del Rosario, que como dice Juan Pablo II nos trae a la contemplación ''del rostro de Cristo'', a través de Santa María, si ponderamos los misterios de la vida de María, unida siempre a su Hijo.

Las letanías del Santo Rosario que son jaculatorias enviadas a Ella y que podemos hacer servir a menudo para invocar su ayuda.

El mes de mayo con detalles, como recoger unas flores para traerlas a una capilla dedicada a Ella. Visitar a un enfermo. Hacer un deber de la Escuela con más atención. Los niños y jóvenes tendrían que percibir, por lo que vivimos, que es el mes que la Iglesia le dedica.

 

¿Por qué no hablamos mucho a los niños y niñas de la generosidad de María que siempre estuvo pendiente de las necesidades de los demás?:

Visita a su prima Santa Isabel. Ocuparse de Jesús y de San José en Nazareth.

Bodas de Canán, procurar que no faltara vino.

Ayuda a los discípulos de Jesús.

Corredentora de toda la humanidad y con fortaleza amorosa junto a la Cruz.

 

Antes de morir en el Calvario, Jesús nos dio a su Madre, ''Aquí tienes a tu Madre'', le dijo a su discípulo predilecto. Es propio de los buenos hijos amar a su madre. La Virgen María tiene que ser para los que queremos ser seguidores de Cristo refugio firme. Nos ponemos bajo el amparo de tan buena Madre. También nos acercamos a Ella con confianza rogando que interceda por nuestros jóvenes y niños. Podemos asegurar que el título de más alta dignidad es el de ser la Virgen María, Madre de Jesús, gracias a si SI, en el momento de la Anunciación.

Le pedimos a la Reina de las Familias y Reina de la Paz que se instale en nuestro hogar y nos mantenga siempre unidos. Que vele por nuestros familiares, por los amigos y por los conocidos. Con palabras recientes de Juan Pablo II: ''que la Virgen María sea una ayuda para todos los cristianos y para toda la humanidad''.

Tema IX

El tiempo libre de los hijos

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Hemos de considerar el tiempo libre de nuestros hijos como tiempo de ocio con tres funciones bien determinadas: tiempo de descanso, de diversión y de desarrollo de la personalidad.

1. Tiempo de descanso: El ocio de nuestros hijos debe ser considerado reparador de fuerzas, de descanso del estudio, así como para los adultos sería un descanso del trabajo. Leemos en el Génesis: "y el séptimo día Dios contempló la obra que había hecho y descansó de todas las obras que había acabado". Vemos en este texto la contemplación de Dios por la obra realizada. Aprendemos un aspecto importante del ocio, actividad relacionada con el espíritu, que se opone radicalmente al negocio (negación del ocio) y que no busca ningún provecho material.

2. Tiempo de diversión: Es necesario tener actividades diferentes de las obligaciones escolares. Han de ser libremente elegidas y han de distraer del estudio. Podríamos casi asegurar que estas aficiones, que habitualmente se inician de pequeños, sirven en la adolescencia para no caer en la "movida nocturna", que tantas preocupaciones comporta a los padres. Divertirse y relacionarse con jóvenes con intereses comunes altruistas o deportivos, por ejemplo, ayuda a evitar las ocasiones del alcohol o la droga.

3. Desarrollo de la personalidad: Al ser el ocio de nuestros hijos fruto de la actividad que ellos han querido escoger (nunca debe ser impuesta), podrán ejercitar su iniciativa, creatividad, inventiva e imaginación. En las actividades en grupo, como excursiones, campamentos, juegos, etc., podrán fomentar la amistad, la lealtad, el compañerismo. En la adolescencia, edad de los grandes ideales, vivirán la generosidad y la solidaridad con actividades asistenciales de ayuda a los más necesitados, para vivir la felicidad de compartir, haciendo un servicio a los demás.

Un club o un lugar de ocio, para ser idóneo, tendrá que cumplir las funciones enunciadas anteriormente, con monitores o monitoras preparados para llevar a término esta labor educativa, pero siempre de acuerdo con los padres, para encontrar la actividad que sea más adecuada al carácter y temperamento de los hijos. Todo tendrá que ser presentado de forma lúdica, si bien cuidando los aspectos individuales, culturales y sociales. Los espacios de actividades extraescolares, para que sean ideales, tenderán a incrementar los valores humanos enumerados en el punto 3. Decidir el lugar que elegimos de colonias o campamentos deberá ser motivo de reflexión, por ser un elemento educativo importante.

Hace poco se argumentaba en un artículo el exceso de televisión que visionan los niños, o la adicción que llegan a tener por los videojuegos. Creo que, con mesura, pueden ser convenientes, siempre que se revisen los contenidos de lo que ven o qué juegos practican. El tiempo libre es también un tiempo de formación, por esto se ha de procurar que todo él sirva para educar la sensibilidad y que los contenidos de lo que ven tengan un carácter estético y artístico. Nunca la violencia o la falta de buen gusto son educativos. En el hogar tenemos a nuestro alcance actividades como la

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música, de la que Cervantes decía que "es capaz de componer los ánimos descompuestos", o bien la lectura. Conozco unos padres de familia numerosa que han organizado una biblioteca con títulos adecuados para todas las edades. Cada hijo tiene un carné que, convenientemente sellado, le da derecho a escoger un libro. Los pequeños están motivados por la seriedad y los mayores lo utilizan porque les hace gracia.

Podemos preguntarnos si nos sabemos divertir con nuestros hijos. Si aprovechamos los días festivos para comunicarnos haciendo una actividad juntos: deporte, excursiones, trabajos manuales, visitas a museos o galerías de arte, y podemos preguntarnos también qué club o lugar de ocio hemos de elegir para el tiempo libre, que ha de ayudar a nuestros hijos a ser más felices en el ocio.

Tiempo de vacaciones

El verano está ya a la vuelta de la esquina. Es una oportunidad magnífica para disfrutar y ocuparnos personalmente de cada uno de nuestros hijos. Es el tiempo ideal para descansar y reponer fuerzas, para desconectar de las tareas habituales y olvidar algunas preocupaciones cotidianas no exentas de prisas y de cansancios. No es necesario ya buscar tiempo de debajo de las piedras para compaginar trabajo y familia. Es la etapa del cambio de actividad y de los buenos momentos con la familia.

También los pequeños y adolescentes necesitan tener actividades diferentes de las obligaciones escolares. Quizá hay algunos que no han superado el curso, o lo han hecho a trompicones. No es el momento de recordarlo continuamente sino de proponer un horario flexible y acordado para enfocar la recuperación de las asignaturas. Creo que el peor castigo ya lo han recibido según sus calificaciones. Durante las vacaciones de verano, nuestros hijos necesitan distraerse, pasarlo bien y relacionarse con los amigos. Es el momento idóneo para que desarrollen su faceta social, tan importante y necesaria para el desarrollo integral de la persona. En el aspecto individual, deberemos fomentar su iniciativa, creatividad, inventiva e imaginación. Todo menos quedarse ''tragando tele'' en el sofá.

Estaba preparando este artículo cuando ha venido a caer en mis manos un folleto con información de ''Verano diferente''. Se trata de un plan promovido por el Fert (Asociación Familiar a la que he dedicado parte de mi vida como orientadora familiar). ¡Es perfecto! Toda la familia del 1 al 10 de agosto en La Molina, con actividades deportivas y recreativas para padres y niños: ráfting, senderismo, piscina, fútbol.

¿Os imagináis lo que puede ser pasar unos días en un hotel del Pirineo catalán con familias que comparten la ilusión de pasar un verano divertido y formativo? ¿Y la tranquilidad de no preocuparse de si el hijo mas pequeño monta barullo, porque entre

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todos se comparten las travesuras y estamos rodeados de chiquitines? Para el matrimonio: un tiempo de orientación familiar al día para revitalizarse y obtener pistas para la educación de los hijos. Para los adolescentes: deportes de aventura, excursiones, alguna que otra fiesta...

Si deseáis más información o estáis interesados en apuntaros, os doy el e-mail de mis amigos Pilar y Fernando, que con mucho gusto os ampliarán y explicarán lo que queráis saber: [email protected]

Así pues, a aprovechar estas vacaciones. A derrochar cariño, escuchar, divertirse juntos. Es la hora de poner toda la carne en el asador para que nuestro mejor negocio vaya viento en popa: la familia. Nos volveremos a reencontrar en ''Formación para Padres'', con distintos títulos educativos. Deseo a mis lectores que puedan poner en práctica lo asimilado durante estos últimos meses. Eso sí, siempre con optimismo y buen humor.

¡¡¡Feliz verano!!!

El valor de los sentimientos

Lewis Terman, investigador de la Universidad de Stanford, inventó los famosos tests de inteligencia. Se media esta inteligencia para saber el coeficiente intelectual del niño. El resultado de una serie de pruebas y comparándolo con otros niños del mismo grupo y de la misma edad daba la llave para saber el nivel del coeficiente (C.I). En este aspecto recuerdo que muchos padres de mi generación estábamos pendientes de saber el número de coeficiente intelectual de nuestro hijo o hija y quizás tuvimos un poco de decepción cuando, según los estudios realizados, nos enteramos que no era tan importante como tener un buen coeficiente emocional. (C.E.) Luego respiramos aliviados y nos quedó la tranquilidad de saber que los habíamos amado, valorado y aceptado y la esperanza de que aún estuviéramos a tiempo de que fueran felices.

Los psicólogos Slovey y Mayer nos definen la inteligencia emocional como la capacidad de controlar y regular los sentimientos de uno mismo y de los demás, utilizándolos como guía de pensamiento y de acción. En artículos anteriores del "Curso de Formación para padres" como por ejemplo: "Aceptación, amor y valoración, base de la autoestima personal" o bien el que hace referencia a "La educación de la voluntad" encontraremos algunas pautas de inteligencia emocional.

La educación de los sentimientos incluye las capacidades del conocimiento propio, autocontrol, equilibrio emocional, saber relacionarse bien con los demás desarrollando la empatia, para reconocer y comprender los sentimientos de los demás y confiar en ellos; también el optimismo y el agradecimiento.

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He escuchado a muchos padres angustiados por sus hijos adolescentes que frecuentan locales con el riesgo de droga, alcohol, pornografía. He leído que en Estados Unidos algunas de les familias con hijos conflictivos son internados por 40.000 dólares al año al Sur de Jamaica, con vistas al Caribe, en un centro al que llaman de modificación del comportamiento, que se encarga de enderezarlos durante 3 años casi en régimen carcelario para enseñarlos a convivir. Veo que muchos adolescentes son víctimas de agravios por parte de sus compañeros de escuela. Es un acoso nombrado "bullying". Parece ser que tanto las víctimas como los agresores necesitaran de terapias para mejorar sus actitudes, y muchas son concernientes a no haber enseñado a relacionarse interpersonal mente. Son tiempos de velar por nuestros pequeños y nuestros adolescentes y enseñarles a comprenderse.

Daniel Goleman en su best-seller "Inteligencia emocional" nos describe el programa dirigido por el psicólogo Eric Shaps en Oakland, California, en escuelas para niños de 10 años. Puede ayudar a mejorar los conflictos de los escolares. Ya sabes que el maestro tiene una importancia relevante en la formación de nuestros hijos. Nos lo explica así:

El maestro muestra los colores del semáforo a los alumnos con el siguiente cartel escrito:

" Luz roja. Para, serénate y piensa antes de actuar.

" Luz amarilla. Expresa el problema y explícalo tal como lo sientes. Proponte un objetivo positivo. Piensa en varias soluciones. Piensa también en sus consecuencias.

" Luz verde. Sigue adelante y trata de de llevar a término el mejor plan.

La experiencia ha demostrado que estos tipos de consejos por parte del adulto, en este caso el profesor, ayudan al control del niño enojado y en la etapa adolescente puede afrontar mejor sus problemas. Pienso que nos puede servir también a los mayores en caso de enfado. En nuestro hogar puede ser, también, una forma simpática de aviso cuando tenemos peleas entre hermanos o bien cuando nuestros hijos demuestran una irritación exagerada.

Enumeraremos algunos puntos interesantes sobre este tema:

1.- Que la primera infancia es fundamental para los sentimientos de los pequeños. Que hemos de demostrar con caricias, miradas, abrazos y palabras que nos agrada que sea el nuestro hijo nuestra hija. Y que la relación de la madre con su pequeño recién nacido ocupa un papel primordial. Es importante también que el padre se vaya incorporando al cambio de pañales, baños y por supuesto que también acaricie y abrace mucho a su hijo.

2.- Que en su etapa adolescente seguiremos demostrándole que estamos muy contentos de tenerlo y le demostraremos este afecto con el gesto de un abrazo o un beso aunque nos pareciera que no le hace ninguna gracia. Debemos reforzar también el diálogo. Marcar límites para horarios de salidas de noche, navegación por Internet y revisar gastos de móvil. "Vigilar el mal incipiente antes que no tenga tiempo de madurar", según William Shakespeare.

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3.- Tener ingenio e imaginación para divertirse con ellos. Fomentar las actitudes positivas y el optimismo.

5.- Estar pendiente de cualquier síntoma extraordinario en su comportamiento como terrores nocturnos, aislamiento o agresividad, para detectar si hay alguna anomalía en les sus relaciones con los demás compañeros del colegio y comentarlo en las tutorías.

Y para finalizar una breve reflexión con esta frase de Aristóteles:

"Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo".

Adolescencia y alegría

La fotografía que ilustra este tema, a muchos padres y madres nos arranca una sonrisa y también nos conmueve la alegría de estas criaturas que nos demuestran dos cosas: por un lado que entre estas niñas hay una buena relación de compañerismo y por el otro que las tenemos en la edad de oro; queremos expresar que es aquella edad de pocos cambios de humor, de aceptación de las pautas establecidas en el hogar, de tranquilidad i de buena armonía. Seria la edad ideal para preparar la adolescencia, un tiempo de rebeldía, que siempre ha existido, pero que hoy por el contexto social en que vivimos se hace más evidente, ya que las normas existentes en familia se ven perjudicadas por estilos de vida, no habituales, pero si ensalzados en algunos canales de televisión. Nuestro buen humor y alegría serán efectivos para educar a nuestros adolescentes.

Hace años nuestros pequeños y jóvenes podían irse educando por su entorno social. Era, en frase de José Antonio Marina, que escuché hace poco en un debate en televisión, ''como dejarse llevar, surfeando por las olas''. No era necesario que los padres anduvieran preocupados ya que el ambiente les era favorable en la transmisión de valores. Hoy, en primer lugar los padres y en segundo lugar la escuela, somos los auténticos protagonistas de la educación de chiquillos y de adolescentes que deben educar por contagio. El ambiente, a veces hedonista y materialista, que influye en algunos jóvenes podría estropear - en el caso de no estar atentos - muchos de nuestros esfuerzos y aportar modelos inconvenientes para su formación.

Destaquemos a continuación algunas sugerencias para ayudar a padres y madres en la etapa adolescente de los hijos:

1. Seguir manteniendo la exigencia y los límites que hemos marcado según nuestros objetivos educativos. Es importante mantener el mismo criterio para el cumplimiento de los horarios establecidos tanto para los que hacen referencia a la hora de llegada a casa como para el tiempo de estudio, de televisión, de internet o de ocio.

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2. Orientar su capacidad crítica para saber distinguir lo que le conviene. Presentarle modelos con ideales. Es aconsejable hacerlo a través de películas o lecturas que fomenten el valor de la generosidad.

3. Procurar que tengan alguna afición de tipo deportivo, como básquet, fútbol o esquí, que les sirva de reparador de fuerzas y fomente encontrar amigos o amigas con inclinaciones saludables.

4. Ofrecerles todo nuestro tiempo para esperar con paciencia que nos hagan sus confidencias. Si solo nos dedicáramos a preguntar, sin escuchar lo que les preocupa, les parecería - con toda la razón del mundo - que están espiados en lugar de amados.

5. Dar soluciones a sus problemas pero, si en alguna ocasión se equivocan, alegrarnos por la experiencia recibida y aprovechar para enseñar que cada uno es responsable de sus actos y no debemos dar nunca la culpa a los demás.

Y, ¿qué podemos hacer cuando no sabemos como resolver alguna dificultad? Una respuesta la podemos encontrar en apartarse un poco del problema, estudiarlo de lejos y afrontarlo con buen animo y, sobre todo, cuando no podemos remediarlo solos, saber pedir ayuda a personas de nuestra confianza, primero y por supuesto al cónyuge, al tutor o tutora, que conoce bien a nuestro hijo y su comportamiento en la escuela, y si con estos medios aún no lo hemos podido aclarar, pedir consejo a orientadores familiares o médicos.

Es cuestión, ante todas las circunstancias seguir adelante y con buena cara. Conviene tener una actitud positiva y alegre para actuar con serenidad. En la etapa adolescente de nuestros hijos es importante confiar y no pensar mal. Nos abrirán su corazón cuando quieran, siempre que vean que nos fiamos de ellos. Entonces será el momento del encuentro y la verdad del padre y de la madre lucirá mejor si es defendida con paciencia, comprensión y coherencia. Esta verdad la hemos de hacer compatible con la valentía para tener sinceridad y hablar de lo que creamos necesario; también par saber dejar tiempo para la reflexión de los jóvenes.

Y recordemos a Séneca: ''Sea esta la regla de la nuestra vida, decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma que la palabra esté de acuerdo con los hechos''.

La empatía (I)

Todo ser humano necesita tejer a su alrededor relaciones humanas satisfactorias, tanto las familiares como las ajenas a este ámbito. El bienestar emocional depende, en buena medida de la capacidad que se tenga por conseguir este objetivo. Es

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seguramente la comprensión de los sentimientos de los demás la llave por una convivencia satisfactoria, a parte, desde luego, del conocimiento de la propia manera de ser, que incluye calidades y limitaciones. Toda esta comprensión no depende de la simpatía, que nace muchas veces espontáneamente, sino de lo que denominamos empatía.

La empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los sentimientos y actitudes de las personas, así como las circunstancias que los afectan en un momento determinado. Ciertamente que, cuando calzamos los zapatos de los demás y andamos juntos un rato estamos siendo empáticos. Gandhi nos lo recordaba cuando decía: "las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo se acabarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista". ¿No se comprenderían mejor las alegrías y preocupaciones de los familiares y amigos y estaríamos más capacitados para animar y ayudar? Es cierto, también, que al salir de nuestro egoísmo por estar por los otros disfrutamos de una gran felicidad.

Recuerdo una amiga mía que me explicaba que a medio hablar de un conflicto que tenía con su madre le había dicho (seguro que con muy buena voluntad): "no te preocupes, con el tiempo esto se arregla". El caso es que aquella joven no se había notado nada comprendida ni escuchada completamente, necesitaba de la empatía y del conocimiento de su madre de la totalidad de su problema, para estudiarlo más a fondo y buscar soluciones juntas. Esto parece la situación de aquel pobre enfermo que a punto de ir al quirófano, por una operación de riesgo, se le dice con cara alegre (también con muy buena voluntad) "todo se resolverá inmediatamente", cuando esta esperando una persona que le haga lado con serenidad y cariño y que comprenda su sufrimiento.

Podría ser habitual que no supusiera ningún problema expresar lo que sentimos o queremos o tratar las discrepancias, incluidos los conflictos, cuando el interlocutor es un amigo o un compañero de trabajo, en el caso de que haya una buena sintonía, pero se puede hacer más complicado con algún familiar. A menudo querríamos resolver el problema y nos preguntamos el por qué de aquella situación: "¿por qué no puedo comunicarme con este hijo?", o bien "cuando le aviso de algo, ¿por qué no me deja hablar?". La solución la encontraremos reflexionando para saber que es lo que realmente necesita en aquel momento.

Aun así todos tenemos carencias para encontrar el momento ideal por reencontrar la confianza y supone un esfuerzo que da buenos resultados, si nos fijamos en la empatía que es, sin duda, una habilidad que nos ayuda a leer emocionalmente al más próximo. Sería deseable y casi parece natural que entre familiares no hubiera problemas de convivencia. Los vínculos que dan el calor familiar hacen que haya una notable intimidad que no se encuentra en otros entornos. Por eso cuando encontramos que tenemos la sensación de mala relación con algún familiar, el dolor es más fuerte; incluso nos puede afectar la salud.

John Cacioppo, profesor de Psicología de Chicago nos dice: "Las relaciones más importantes en nuestras vidas y las que más incidencias parece que tienen sobre la salud son las que mantenemos con las personas que convivimos cotidianamente".

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Animémonos, pues, a mantener una actitud empática que nos proporcionará paz y armonía en el ámbito familiar y social.

La empatía (II)

Pienso que los que leáis este artículo y, viendo la fotografía que lo ilustra, pensareis que estos dos hermanos desarrollan sentimientos variados sobre los cuales, cada uno de nosotros podemos reflexionar. Yo los conozco bien. La niña tiene 9 años y es la mayor de cuatro hermanos. El niño es el pequeño y se sabe muy querido por su hermana. Los hermanos son el mejor regalo para conseguir que aprendan a comunicarse entre ellos y el complemento más valioso para su educación emocional.

Cuando un crío aun no sabe hablar, sus hermanos van entendiendo y distinguiendo lo que necesita. Es una intuición que va creciendo y que aplicarán en el trato de familiares, compañeros de su colegio y amigos.

Cuando profundizamos más en la empatía - yo la primera, puesto que al escribir lo reflexiono -, podremos mejorar la comunicación con los hijos y con todo el mundo de nuestro entorno. Tenemos la gran solución y el núcleo de una buena convivencia. Hemos de reconocer que cuando vamos acelerados por el trabajo tenemos menos posibilidades de vivir la empatía; podría ser que al pensar demasiado en las propias ocupaciones, dejáramos de lado los que primero nos necesitan. "Miramos por la ventana el ruido de la calle y nos olvidamos de alguien que está a nuestro lado y necesita nuestra compañía", nos recuerda el filósofo André Frossard.

Ante todo no podemos olvidar, que desde la vertiente de persistir en el esfuerzo por comprender a los demás, hace falta no estar pendientes de nuestro estado de ánimo sino del de los que nos rodean, en este caso, y en primer lugar el de nuestros hijos. La realidad es que si esperáramos a tener buen humor para ser empáticos, nos costaría encontrar el momento para tener una actitud de disponibilidad que reclama el tema que tratamos. Llegamos a la conclusión, después de probar toda clase de "recetas" educativas que, dedicar tiempo y saber escuchar son las llaves de esta cualidad.

Me parece interesante, en el tema que tratamos, reflexionar en que puede perjudicar la empatía el hecho de que, en alguna ocasión podemos encontrarnos con hijos nuestros que tienen una extremada timidez y nos cuesta entender que les pasa. Es la timidez, como un miedo a demostrar cómo se es, inquietarse preocupándose que podrán decir de ellos o como les juzgaran los demás. Y para estos hijos según como sea la mirada de padres o profesores ante sus actuaciones les puede resultar verdaderamente amenazadora. No pretendo dar la culpa a los padres pero si que, con la intención de poner remedio, me parece que esta timidez puede venir de haberles dado más responsabilidades de las que podían asumir y que no eran adecuadas a su edad ni temperamento y esto habría propiciado el quedar decepcionados por no poderlas cumplir. O bien por una sobreprotecció excesiva que no los haya dejado tener iniciativas para poder valorar lo que han hecho, evidentemente de manera positiva.

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Todas las dificultades de nuestros hijos las podemos mejorar con la empatía hacia ellos. Tenemos que tomar la resolución de tener una buena disposición para sentir lo que ellos sienten. Los ejemplos anteriores de pedir más de las responsabilidades que puedan asumir o bien de la sobreprotección se acentúan cuando nos encontramos con niños muy vergonzosos que lo son por temperamento, y de forma innata tienden a la timidez, pero pueden aprender pronto a superarla, como sugeriremos en el siguiente párrafo.

Tienen los hijos un ámbito adecuado para sobreponerse a esta vergüenza: es la escuela y la tenemos que saber potenciar. Por ejemplo, si tienen de recitar una lección en público o participar en el aula oralmente delante del profesor y varios compañeros, poco a poco, aprenderán que no los ha pasado nada, que lo pueden hacer bien, y con esta experiencia irán cogiendo confianza y llegar a ser personas seguras.

Es importante que los niños y los adolescentes vayan, también, solucionando todos los problemas cotidianos y ordinarios de conflictos que tengan en el hogar y en la escuela, sin una intervención directa de los padres, a no ser que viéramos que fuera necesaria por tratarse de conflictos extraordinarios.

Es también una buena ayuda que tenga alguna actividad de tiempo libre, que les guste, para conocer más niños y relacionarse. Al mismo tiempo enseñarle a compartir, invitando amigos a casa y hacer que se interese por las cosas de los demás, especialmente si no tiene muchos hermanos. Todas las formas de sociabilidad ayudan a pequeños y a adultos a llevar a la práctica la empatía. Y desde luego recibir siempre a los hijos, principalmente a la vuelta del colegio, con una actitud alegre y sonriente por facilitar su confidencia y a la vez ejercitar todos los sentidos para adivinar y entender que les sucede.

Tema X

El papel de los abuelos

Ante la importancia que hoy, con la integración de la mujer en la vida laboral, tienen los abuelos en la educación de los hijos, reflexionaremos sobre unas actitudes necesarias para sacar adelante esta realidad que a muchos abuelos nos toca asumir. El desarrollo de este tema es también el fruto de mi experiencia personal y de la de otros abuelos.

Este verano, leíamos en la prensa una noticia impresionante: unos abuelos salvaban en un accidente ferroviario a sus dos nietos de 6 y 8 años.

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Ellos dieron su vida al proteger con sus cuerpos los de los pequeños. A mí me recordó aquella frase del Evangelio: "No hay amor más grande que el de aquél que da su vida por sus amigos", y pensé en tantos otros abuelos que también la dan minuto a minuto, día a día, para que los hijos de sus hijos reciban ternura y afecto ante las ausencias necesarias de los progenitores. Seguramente, los abuelos, que murieron con tanta generosidad, también habían dedicado mucho de su tiempo a aquellos pequeños. Aquel gesto no era fruto de un impulso sino del cariño real para con Abdelaziz y Aceitar, nombre de los supervivientes de este hecho real.

Hoy se habla mucho desde el punto de vista médico del "síndrome de la abuela esclava". La abuela que sólo procura por los hijos, que no se atreve a decir que está agotada por el exceso de responsabilidades en que se encuentra inmersa, y que no se queja porque tiene miedo de no ser útil. Finalmente, con esta situación acaba enfermando. Es posible que eso suceda porque las abuelas siguen teniendo el mismo espíritu maternal de cuándo eran madres (se dice que son dos veces madres) y creen que tienen más conocimientos que sus hijos. En cambio, debido a la edad, les cuesta más recuperarse del esfuerzo físico También, en algunas ocasiones, el abuelo puede ser el gran ausente en esta tarea, ya que, debido a defectos de otras épocas, ha dejado todo el referente del hogar a su mujer y se inhibe totalmente de ayudar.

A la hora de hablar de ayudas, es mejor utilizar la palabra compartir. Compartir a los hijos. Compartir a los nietos. Por lo tanto, compartir el trabajo, compartir las aficiones, compartir los buenos momentos y los no tan buenos, compartir lo que se tiene y la experiencia. Cuando uno sabe pedir complace al otro porque puede compartir. Las abuelas han de saber pedir ayuda a tiempo, antes de que por agotamiento no puedan hacer nada más. Y los hijos jóvenes, que necesitan de la abuela, tienen que estar más atentos al peligro de quedarse sin ella. Los hombres tienen que comprender que encontrarán mucha satisfacción cuidando a sus nietos. Todos los que lo hacen disfrutan de este gran don que es entregarse, sin prisas, sobre todo si se ha llegado a la jubilación laboral.

Para transmitir serenidad y paz al matrimonio joven, tienen que ser muy prudentes y no interferir en sus relaciones. La autonomía y la independencia de los hijos casados tiene que valorarse mucho, así como los objetivos educativos que tengan para sus hijos tienen que respetarse, ya que la responsabilidad es de ellos y no de los abuelos. Este hecho no excluye que cuando los nietos estén en casa de los abuelos tengan que seguir el orden material que sea costumbre en la casa de los mayores. En este tema, para no tener problemas generacionales, tiene que mantenerse una buena comunicación entre abuelos e hijos, sabiendo pasar por alto pequeñas banalidades, distinguiendo lo que es esencial de lo que es accesorio.

El hábitat natural de la persona es su familia. Por eso, se hace patente que allí dónde prioritariamente la gente mayor se puede encontrar realizada es con los suyos. No puede centrarse en ella misma, ni hablar siempre de que las cosas han cambiado demasiado, sino que tiene que adaptarse con

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flexibilidad a estos cambios. Todos hemos visto la afinidad que hay, en muchas ocasiones, entre un adolescente -la edad de más inseguridad- y sus abuelos. Ver cada día la felicidad de los abuelos, que midiendo sus fuerzas son capaces de dar toda su sabiduría y ternura a los pequeños que van llegando a este mundo da mucha alegría. Para llevar a término todo lo que hemos reflexionado hay que tener una actitud positiva, para resolver problemas sin susceptibilidades, y una actitud participativa para saber dar y recibir. No fuera el caso que estuviéramos paseándonos por casa diciendo: "pobrecita de mí, cómo sufro y lo poco que me quejo".

A modo de conclusión

Con este artículo cerramos el temario de lo que ha sido el Curso para padres que hemos publicado a lo largo de las últimas semanas. Ya estoy trabajando en los próximos temas para desarrollar y que profundizarán en algunos aspectos tratados en este curso básico. Hasta entonces, reciban todo mi afecto.

Victoria Cardona