VIERNES 8 DE MAYO DE 2020 El primer perro del mundo

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GRACIELA PÉREZ AGUILAR uentan las abuelas del pueblo kato que un día el gran dios Nagaicho quiso crear el mundo. Para eso llevó con él a un perro. Primero, el dios formó la Tierra y después puso cuatro inmensas columnas para sostener el cielo. Más tarde, hizo a un hombre y a una mujer con la tierra, que todavía estaba blanda y caliente. El perro movió la cola al ver cómo cobraban vida. Luego, Nagaicho creó el sol resplandeciente y la luna fría, el océano inmenso y los árboles verdes que se hamacaban en el viento. El perro hizo pis por primera vez en el tronco de un nogal de altas ramas. A continuación, el dios creó osos y ciervos, coyotes, venados, serpientes y muchos otros animales. —Hace falta agua dulce para todas estas criaturas –le dijo el dios al perro. Entonces, Nagaicho arrastró sus grandes pies por la tierra y dejó unos surcos enormes. Luego metió sus dedos inmensos en las rocas. De allí brotaron manantiales que corrieron por los surcos, formando ríos cristalinos. —Prueba si el agua es pura – le ordenó al perro. Y éste bebió con rápidos lengüetazos. Después, el mismísimo dios disfrutó del líquido transparente. Más tarde, todos los demás animales y también los seres humanos se acercaron a las orillas para beber y bañarse. —Tenías razón, el agua es buena –le dijo Nagaicho al perro–. Mira cómo todos la beben. Luego, el dios apiló piedras para formar lagos artificiales y estanques donde puso peces, tortugas y anguilas. Muy pronto crecieron las flores y las frutas en esta tierra nueva que se llenaba de vida. Una vez terminada su tarea, Nagaicho le dijo al perro: —Camina El primer perro del mundo (Leyenda del pueblo kato) C VIERNES 8 DE MAYO DE 2020 conmigo. Veamos cómo ha quedado todo. Los dos anduvieron por altas montañas y llanuras donde crecían los tréboles y el pasto verde. A su paso saltaban las langostas y corrían las liebres. Los seres humanos comenzaban a construir sus primeras chozas y los saludaban al verlos. —Lo hicimos bien –le dijo el dios al perro–. Ya podemos descansar. Así fue cómo los dos regresaron a su casa, en el lejano Norte de la Tierra y durmieron con un sueño profundo. Cuando las abuelas kato terminan de contar esta historia, siempre hay algún nieto que pregunta: —¿Entonces, Nagaicho creó todo menos el perro? —Así es –dicen las abuelas–. El perro ya estaba desde antes…

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GRACIELA PÉREZ AGUILAR

uentan las abuelas del pueblo kato que un día el gran dios Nagaicho quiso crear el mundo. Para eso llevó con él a un perro.

Primero, el dios formó la Tierra y después puso cuatro inmensas

columnas para sostener el cielo. Más tarde, hizo a un hombre y a una mujer con la tierra, que todavía estaba blanda y caliente. El perro movió la cola al ver cómo cobraban vida.

Luego, Nagaicho creó el sol resplandeciente y la luna fría, el océano inmenso y los árboles verdes que se hamacaban en el viento. El perro hizo pis por primera vez en el tronco de un nogal de altas ramas.

A continuación, el dios creó osos y ciervos, coyotes, venados, serpientes y muchos otros animales.

—Hace falta agua dulce para todas estas criaturas –le dijo el dios al perro.

Entonces, Nagaicho arrastró sus grandes pies por la tierra y dejó unos surcos enormes. Luego metió sus dedos inmensos en las rocas. De allí brotaron manantiales que corrieron por los surcos, formando ríos cristalinos.

—Prueba si el agua es pura –le ordenó al perro. Y éste bebió con rápidos lengüetazos. Después, el mismísimo dios disfrutó del líquido transparente.

Más tarde, todos los demás animales y también los seres humanos se acercaron a las orillas para beber y bañarse.

—Tenías razón, el agua es buena –le dijo Nagaicho al perro–. Mira cómo todos la beben.

Luego, el dios apiló piedras para formar lagos artificiales y estanques donde puso peces, tortugas y anguilas.

Muy pronto crecieron las flores y las frutas en esta tierra nueva que se llenaba de vida.

Una vez terminada su tarea, Nagaicho le dijo al perro: —Camina

El primer perro del mundo (Leyenda del pueblo kato)

C

VIERNES 8 DE MAYO DE 2020

conmigo. Veamos cómo ha quedado todo.Los dos anduvieron por altas montañas y llanuras

donde crecían los tréboles y el pasto verde. A su paso saltaban las langostas y corrían las liebres. Los seres humanos comenzaban a construir sus primeras chozas y los saludaban al verlos.

—Lo hicimos bien –le dijo el dios al perro–. Ya podemos descansar.

Así fue cómo los dos regresaron a su casa, en el lejano Norte de la Tierra y durmieron con un sueño profundo.

Cuando las abuelas kato terminan de contar esta historia, siempre hay algún nieto que pregunta: —¿Entonces, Nagaicho creó todo menos el perro?

—Así es –dicen las abuelas–. El perro ya estaba desde antes…

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2|Cuentos para leer en la casa VIERNES 8 DE MAYO DE 2020 VIERNES 8 DE MAYO DE 2020 Cuentos para leer en la casa|3w w w . c i u d a d c c s . i n f o

CLARICE LISPECTOR(UCRANIA-BRASIL, 1920-1977)

lla era gorda, baja, pecosa y de pelo excesiva-mente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos planas. Como si no fuera suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le ha-

bría gustado tener: un papá dueño de una librería.No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos; in-

cluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato, por lo menos nos entregaba una postal de la tienda del papá. Para colmo, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad en don-de vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísimas palabras como “fecha natalicia” y “recuerdos”.

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Có-mo nos debía de odiar esa niña a nosotras, que éramos imper-donablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Con-migo ejercitó su sadismo con una serena ferocidad. En mi an-siedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como, por casualidad, me informó de

que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me

dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía,

nadaba lentamente en un mar sua-ve, las olas me transportaban

de un lado a otro.Literalmente corriendo, al

día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, co-

mo yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día si-

guiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la espe-

ranza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la ca-

lle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa

vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida en-

tera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí

una sola vez.Pero las cosas no fueron tan sen-

cillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el cora-

zón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro

no se hallaba aún en su poder, que volviera al día

La felicidad clandestina

Una de dosEl grillo maestro

Squonk(Lacrimacorpus dissolvens)

E siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el trans-curso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiem-po? No lo sé. Ella sabía que, mien-tras la hiel no se escurriese por com-pleto de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer su-frir necesitara desesperadamente que yo su-fra.

¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: “Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña”. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apare-ció la mamá. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidia-na de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de pa-labras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, esa mamá buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: “¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!”.

Y lo peor para esa mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos observaba en silencio: la potencia de perversi-dad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta,

exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue en-tonces cuando, recobrándose al fin, firme y sere-na le ordenó a su hija: “Vas a prestar ahora mis-mo ese libro”. Y a mí: “Y tú te quedas con el li-bro todo el tiempo que quieras”. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubieran rega-

lado el libro: “El tiempo que quieras” es to-do lo que una persona, grande o pequeña,

puede tener la osadía de querer.¿Cómo contar lo que siguió? Yo esta-

ba atontada y fue así como recibí el li-bro en la mano. Creo que no dije na-da. Tomé el libro. No, no partí brin-cando como siempre. Me fui cami-

nando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretán-

dolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el

corazón pensativo.Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía,

únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a co-mer pan con mantequilla, fingí no saber en dónde había guar-dado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Crea-ba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el ai-re… Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el li-bro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.

Felicidade clandestina, 1971.Cuentos reunidos, trad. Marcelo Cohen, Madrid, Alfaguara, 2002, págs. 253-256.

JUAN JOSÉ ARREOLA

o también he luchado con el ángel. Desdichada-mente para mí, el ángel era un personaje fuer-te, maduro y repulsivo, con bata de boxeador. Poco antes habíamos estado vomitando, cada uno por su lado, en el cuarto de baño. Porque el banquete, más bien la juerga, fue de lo peor. En casa me esperaba la familia: un pasado remoto.

Inmediatamente después de su proposición, el hombre co-menzó a estrangularme de modo decisivo. La lucha, más bien la defensa, se desarrolló para mí como un rápido y múltiple análisis reflexivo. Calculé en un instante todas las posibilida-des de pérdida y salvación, apostando a vida o sueño, dividién-dome entre ceder y morir, aplazando el resultado de aquella operación metafísica y muscular. Me desaté por fin de la pesa-dilla como el ilusionista que deshace sus ligaduras de momia y sale del cofre blindado. Pero llevo todavía en el cuello las huellas mortales que me dejaron las manos de mi rival. Y en la conciencia, la certidumbre de que sólo disfruto una tregua, el remordimiento de haber ganado un episodio banal en la ba-talla irremisiblemente perdida.

llá, en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el director de la escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era

la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.

Al escuchar aquello, el director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la escuela todo siguiera como en sus tiempos.

WILLIAM T. COX

La zona del Squonk es muy limitada. Fuera de Pennsylvania, pocas personas han oído hablar de él, aunque se dice que es bastante común en los cicutales de aquel estado. El Squonk es muy hosco y

generalmente viaja a la hora del crepúsculo. La piel, que está cubierta de verrugas y lunares, no le calza bien; los mejores jueces declaran que es el más desdichado de todos los animales. Rastrearlo es fácil, porque llora continuamente y deja una huella de lágrimas. Cuando lo acorralan y no puede huir, o cuando lo sorprenden y lo asustan, se disuelve en lágrimas. Los cazadores de Squonks tienen más éxito en las noches de frío y de luna, cuando las lágrimas caen despacio y al animal no le gusta moverse; su llanto se oye bajo las ramas de los oscuros arbustos de cicuta.

«El señor J. P. Wentling, antes de Pennsylvania y ahora establecido en St. Anthony Park, Minnesota, tuvo una triste experiencia con un Squonk cerca de Monte Alto. Había remedado el llanto del Squonk y lo había inducido a meterse en una bolsa, que llevaba a su casa, cuando de pronto el peso se aligeró y el llanto cesó. Wentling abrió la bolsa; sólo quedaban lágrimas y burbujas.»

William T. Cox.Fearsome Creatures of the LumberwoodsWashington, 1910

Citado por Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero en el Manual de Zoología Fantástica (1957)

YA

siguiente. Poco me imaginaba

una tortura china. Como, por casualidad, me informó de que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me

dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía,

nadaba lentamente en un mar sua-ve, las olas me transportaban

de un lado a otro.Literalmente corriendo, al

día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, co-

mo yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día si-

guiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la espe-

ranza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la ca-

lle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa

vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida en-

tera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí

una sola vez.Pero las cosas no fueron tan sen-

cillas. El plan secreto de la hija

zón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro

AUGUSTO MONTERROSO

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DIRECTORA MERCEDES CHACÍN COORDINADORA TERESA OVALLES MÁRQUEZ ASESORA EDITORIAL LAURA ANTILLANO ASESOR EDITORIAL LUIS ALVIS C. ILUSTRADORES MALÚ RENGIFO / PABLO GARCÍA SANOJA DISEÑO GRÁFICO FREDDY LA ROSA

w w w . c i u d a d c c s . i n f o4|Cuentos para leer en la casa VIERNES 8 DE MAYO DE 2020 w w w . c i u d a d c c s . i n f o DE MAYO DE 2020

EDUARDO GALEANO

uando era el tiempo muy niño todavía, no había en el mundo bicho más feo que el murciélago. El murciélago subió al cielo en busca de Dios. Le dijo: Estoy harto de ser horroroso. Dame plumas de colores. No. Le dijo: Dame plumas, por favor,

que me muero de frío. A Dios no le había sobrado ninguna pluma. Cada ave te dará una –decidió–. Así obtuvo el murciélago la pluma blanca de la paloma y la verde del papagayo. La tornasolada pluma del colibrí y la rosada del flamenco, la roja del penacho del cardenal y la pluma azul de la espalda del martín pescador, la pluma de arcilla del ala de águila y la pluma del sol que arde en el pecho del tucán. El murciélago, frondoso de colores y suavidades, paseaba entre la tierra y las nubes. Por donde iba, quedaba alegre el aire y las aves mudas de admiración. Dicen los pueblos zapotecas que el arco iris nació del eco de su vuelo. La vanidad le hinchó el

egún los chinos, el Gallo Celestial es un ave de plumaje de oro, que canta tres veces al día. La primera, cuan-do el sol toma su ba-ño matinal en los con-

fines del océano; la segunda, cuando el sol está en el cénit; la última, cuando se hunde en

El murciélago

El Gallo Celestial

C pecho. Miraba con desdén y comentaba ofendiendo. Se reunieron las aves. Juntas volaron hacia Dios. El murciélago se burla de nosotras –se quejaron– y, además, sentimos frío por las plumas que nos faltan. Al día siguiente, cuando el murciélago agitó las alas en pleno vuelo, quedó súbitamente desnudo. Una lluvia de plumas cayó sobre la tierra. Él anda buscándolas todavía. Ciego y feo, enemigo de la luz, vive escondido en las cuevas. Sale a perseguir las plumas perdidas cuando ha caído la noche; y vuela muy veloz, sin detenerse nunca, porque le da vergüenza que lo vean.

JORGE LUIS BORGES Y MARGARITA GUERREROManual de Zoología Fantástica (1957)

el poniente. El primer canto sacude los cielos y des-pierta a la humanidad. El Gallo Celestial es ante-pasado del Yang, principio masculino del univer-so. Está provisto de tres patas y anida en el árbol Fu-sang, cuya altura se mide por centenares de mi-llas y que crece en la región de la aurora. La voz del Gallo Celestial es muy fuerte; su porte, majestuoso. Pone huevos de los que salen pichones con crestas rojas que contestan a su canto cada mañana. Todos los gallos de la tierra descienden del Gallo Celestial, que se llama también el Ave del Alba.