Visitar a los presos

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© SAN PABLO GIOVANNI NICOLINI La misericordia libera más que cualquier pena presos V isitar a los

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Una breve reflexión sobre la obra de misericordia que se refiere a la visita a las personas que se encuentran encarceladas. Esta dolorosa realidad aúna a los presos, personas heridas por una vida que les ha llevado a transgredir las normas que regulan la convivencia civil, a los directivos y funcionarios de prisiones y a los voluntarios, que visitan y acompañan el recorrido del arrepentimiento, la recuperación y la reinserción en la sociedad de las personas recluidas. Visitar a los presos, dice el autor, es un trabajo arduo de realizar, sobre todo por las restricciones que impone la cárcel a visitantes y visitados. Pero la amistad con aquellos que están «dentro» genera la gratuidad, la esencia de Dios. El papa Francisco nos enseña que a veces estamos «fuera» solo porque hemos sido más afortunados en la vida.

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GIOVANNI NICOLINI

La misericordia libera más que cualquier pena

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Aunque en la vida nos hayamos equivocado, el Señor no se cansa de indicarnos

el camino de regreso y de encuentro con él. El amor de Jesús hacia cada uno de nosotros

es fuente de consuelo y de esperanza. Es una certeza fundamental para nosotros: ¡Nada podrá separarnos del amor de Dios!

Ni siquiera los barrotes de una cárcel. Lo único que nos puede separar de él

es nuestro pecado.

Papa Francisco a los detenidos de Poggioreale

(Nápoles, 21 de marzo de 2015)

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A modo de prólogo

Quiero dar cuenta enseguida al lector de cómo he preparado este librito dedicado a la obra de misericordia que se refi ere a la visita a los encarcelados y encarceladas (no voy a repetir estas cursivas, pero quien lea que imagine siempre, detrás de la palabra encarcelado, los rostros y las vidas diferen-tes de un hombre y de una mujer).

Esencialmente, he querido subrayar la dolorosa realidad de la cárcel, dolorosa en sí misma porque alberga personas heridas por una vida que les ha llevado a transgredir las normas que regulan la convivencia civil. Para nosotros, los discípulos de Jesús, es inevitable y, tam-bién, oportuno observar los límites y los

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defectos de una institución que ni nació, ni ha crecido de la mano de la misericor-dia evangélica. Se trata de una institución considerada necesaria, aunque haya gene-rado multitud de refl exiones y acciones de replanteamiento. Es una institución que, por el solo hecho de existir, introduce en el ejercicio de esta obra de misericordia corporal un obstáculo que las demás no soportan, pues para visitar a los presos hay que someterse a reglas mucho más rígidas que las que, en algunos casos, regulan la distribución de comida o de vestidos, la acogida de los extranjeros o la visita a los enfermos.

Además, es preciso decir que también la historia humana del cristianismo ha conocido y adoptado criterios y medi-das de administración de justicia muy cercanos, y a veces incluso más pesados, que los actualmente vigentes en nuestro Estado. Esto exige, hoy, por nuestra parte (de la que nos toca a nosotros, los cris-tianos, quiero decir) un espíritu pleno

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de mansedumbre y humildad. Una fi rme voluntad de no querer acusar, sino de querer competir y participar apasiona-damente en todo movimiento encami-nado a encontrar caminos verdaderos y buenos para ayudar a los que sufren una existencia dolorosamente tocada por la violencia de la historia. En estos capítulos el lector encontrará, pues, observaciones críticas, la confrontación con la justicia del Evangelio o las vías para dar a la cárcel esa fi nalidad que las Constituciones de los Estados le piden y le confi eren, tanto en lo que se refi ere al recorrido del arre-pentimiento y de la recuperación de las personas, como para su reinserción en la realidad común de nuestra sociedad.

En algunas páginas relato también experiencias que en cierto modo celebran y realizan la obra misericordiosa de la visita a los encarcelados. El lector descu-brirá allí la genialidad y la fantasía de los «voluntarios»: personas que tratan de hacerse próximas a quien ha sido alejado

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y aislado. De estos relatos les soy deudor. Pero debo a estos voluntarios, sobre todo, gratitud y admiración por lo que hacen. Amando el secreto de la caridad más profunda, llevan a los hermanos y her-manas residentes en la cárcel la belleza, la fantasía, la utilidad, la sonrisa y el alivio de propuestas y obras que, nacidas de su experiencia personal y comunitaria, se convierten en mano tendida y camino nuevo para quien lleva el peso y el dolor de la pena.

Sueño y rezo para que de la lectura de esas páginas puedan nacer muchas otras hermosas formas de «visitar a los encar-celados».

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Índice

Págs.

A modo de prólogo .............................. 7Del miedo... al temor (de Dios) .......... 11La cárcel como pena ............................. 17La política, la cárcel, el escándalo ....... 21¿Dónde acaba la justicia? ..................... 25Lo que nos distingue ............................ 29El Evangelio y su radical objeción ...... 33Justicia y misericordia .......................... 37Los «retenidos» y los demás ................ 41Ricos y pobres ....................................... 45Visita de los familiares y otras visitas . 49Atención morbosa ................................ 53El «hilo» conductor .............................. 57En compañía de los voluntarios ......... 61La Palabra proclamada desde la

prisión ............................................... 69Presos, es decir, pobres ........................ 73No somos Dante ................................... 76

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