Vivir

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¡Vivir! entra claramente en el género popularmente conocido como "distopia", pues nos muestra "las ultimas consecuencias" a las que llevan los principios del colectivismo. Narra la vida cotidiana en una sociedad futura que ha abrazado esta ideología hasta el extremo de haber erradicado totalmente no ya el respeto al individuo sino el propio concepto de individualidad.

Transcript of Vivir

¡Vivir! es una novela corta quepresenta en términos altamentesimbólicos la lucha de unindividualista contra una sociedaddel futuro en la cual el colectivismoha triunfado. Se trata de unadistopía en la que el concepto deindividualidad ha desaparecido (porejemplo el pronombre «yo» ha sidoeliminado del lenguaje) y en la quese aprecian numerosas similitudescon la novela Nosotros (1921), deYevgeni Zamiatin, pero tambiénnotables diferencias en el tono (serioen Rand, satírico en Zamiatin) y en

el discurrir de la historia.

Los temas que constituyen el núcleode ¡Vivir! serían desarrollados enposteriores obras extensas deRand, como El manantial y Larebelión de Atlas.

Ayn Rand

¡Vivir!

ePub r1.1Bacha15 06.03.14

Título original: AnthemAyn Rand, 1938Traducción: Adelaida Loukota

Editor digital: Bacha15ePub base r1.0

Capítulo 1

Escribir estas cosas es un pecado. Es unpecado pensar palabras que nadie máspiensa y escribirlas en un papel que losotros no han de ver. Es bajo y perverso.Es como si habláramos solos, paranuestros oídos únicamente. Y sabemosmuy bien que no existe mayortransgresión que el obrar y pensar solos.Hemos infringido las leyes. Las leyesque dicen que los hombres no debenescribir a menos que el Consejo de lasVocaciones se los demande. ¡Qué nosperdonen!

Pero ésta no es nuestra única culpa.Hemos cometido un delito más grave, undelito que no tiene nombre. No sabemosqué castigo nos espera si nos descubren,porque ninguno de los hombres lo hacometido nunca y no hay leyes que lotengan previsto.

Está oscuro aquí. La llama de la velaestá quieta en el aire. Nada se mueve eneste túnel, excepto nuestra mano sobre elpapel. Estamos solos, aquí bajo latierra. Es una palabra temible, solos.Las leyes dicen que ninguno entre loshombres debe esta solo, siempre y entodo momento, porque ésta es la máximatransgresión y la raíz de todos los males.

Pero hemos quebrantado muchas leyes.Y ahora, aquí, está sólo nuestro únicocuerpo, y es extraño ver solamente dospiernas extendidas en el suelo, y en lapared la sombra de una sola cabeza.

Los muros tienen grietas y el agua sedesliza sobre ellos en pequeños hilossilenciosos, negros y brillantes como lasangre. Robamos una vela en ladespensa de la Casa de los Barrenderos.Si nos descubren nos condenarán a diezaños en el Palacio de la DetenciónCorreccional. Pero esto no importa.Importa sólo que la luz es preciosa y queno debemos desperdiciarla paraescribir, cuando nos hace falta para el

trabajo que es nuestro delito.Nada importa excepto el trabajo,

nuestro secreto, maligno, preciosotrabajo. Aún así, tenemos que escribir,porque —¡que el Consejo tenga piedadde nosotros!— deseamos hablar por unavez a oídos que no sean los nuestros.

Nuestro nombre es Igualdad 7-2521,como está escrito en el brazalete dehierro que cada uno de los hombreslleva en la muñeca izquierda con susnombres en él. Tenemos veintiún años.Nuestra estatura es de un metro noventa,y esto es una carga porque no haymuchos hombres que midan un metronoventa de altura. Los Maestros y los

Jefes siempre apuntan a nosotros con elceño fruncido y dicen: «Hay algomaligno en sus huesos, Igualdad 7-2521,porque su cuerpo ha crecido más que losde sus hermanos». Pero nosotros nopodemos cambiar nuestros huesos onuestro cuerpo.

Nacimos con una maldición. Quesiempre nos arrastra hacia pensamientosprohibidos. Que siempre nos hace sentirdeseos que los hombres no debenexperimentar. Sabemos que somosmalvados, pero no tenemos voluntad nila fuerza para resistir. Nos asombra, esnuestro miedo secreto, que sabemos y nooponemos resistencia.

Tratamos de ser como nuestroshermanos, porque todos los hombresdebemos ser iguales.

Sobre el portal del Palacio delConsejo Mundial hay palabras grabadasen el mármol, las cuales nos repetimoscada vez que nos asalta la tentación:

«Somos uno en todos y todos enuno.

No hay hombres, solamente elgran NOSOTROS,

Uno, indivisible y parasiempre».

Nos repetimos esto, pero no nos

sirve de ayuda.Estas palabras fueron esculpidas

hace mucho tiempo. Hay un musgo verdeen las muescas de las letras y rayasamarillentas en el mármol, que vienende más años de los que los hombrespueden contar. Y estas palabras sonverdad, porque están escritas en elPalacio del Consejo Mundial, y elConsejo mundial es el cuerpo de toda laverdad. Así ha sido desde el GranRenacimiento, y desde tiempo lejano einmemorable.

Pero no debemos hablar nunca delos tiempos que precedieron al GranRenacimiento, pues de hacerlo

sufriríamos condena de tres años en elPalacio de Detención Correccional. Esalgo que sólo Los Viejos murmuran porla noche, en la Casa de los Inútiles.Ellos susurran cosas extrañas einconcebibles sobre torres que seerguían hasta el cielo, en aquellosTiempos Innombrables; hablan devagones que se movían sin caballos, yde luces que ardían sin llama. Peroaquellos tiempos eran malignos. Yaquellos tiempos pasaron cuando loshombres vieron la Gran Verdad, que esésta: todos los hombres son uno y no haymás voluntad que la de todos loshombres unidos.

Todos los hombres son buenos ysabios. Sólo nosotros, Igualdad 7-2521,sólo nosotros nacimos con unamaldición. Si miramos a nuestro pasado,vemos que siempre ha sido así y queesto nos ha llevado poco a poco a laúltima, suprema transgresión, a nuestrodelito de los delitos escondido aquí bajotierra.

Recordamos la Casa de los Niños,donde vivimos hasta los cinco años,junto a todos los demás hijos de laCiudad, nacidos en el mismo año. Losdormitorios eran blancos y limpiosdesnudos de todo excepto las ciencamas. Nosotros éramos como nuestros

hermanos entonces, con una excepción:peleábamos con ellos. Pocas ofensashay más graves que el pelear connuestros hermanos, a cualquier edad ypor cualquier motivo. El Consejo de laCasa nos lo dijo, y entre todos los niñosde aquel año nosotros fuimos a los quenos encerraron en el sótano con másfrecuencia.

Cuando cumplimos cinco años nosmandaron a la Casa de los Estudiantes,donde hay diez tutores para nuestrosdiez años de enseñanzas. Los hombresdeben estudiar hasta los quince años.Luego van a trabajar. En la Casa de losEstudiantes nos levantábamos cuando la

gran campana tocaba en la torre y nosacostábamos cuando tocaba de nuevo.Antes de desnudarnos, de pie en el grandormitorio, levantábamos el brazoderecho y decíamos todos juntos con lostres maestros jefes de la estancia:

«Nosotros no somos nada. Lahumanidad lo es todo. Nuestroshermanos nos permiten vivirnuestras vidas. Existimos por ellos,al lado de ellos y para ellos que sonel Estado. Amén».

Luego dormíamos. Los dormitorioseran blancos y limpios y desnudos de

todo excepto las cien camas.Nosotros, Igualdad 7-2521, no

fuimos felices en esos años en la Casade los Estudiantes.

Y no es porque aprender fuera difícilpara nosotros. Al contrario, erademasiado fácil. Es un gran pecadonacer con una mente demasiado rápida.No está bien ser distinto de nuestroshermanos, es maligno ser superior aellos. Los Maestros nos lo decían yfruncían el ceño al mirarnos.

Luchamos contra esta maldición.Tratábamos de olvidar las lecciones,pero las recordábamos siempre.Intentamos no comprender lo que

explicaban los Maestros, pero loentendíamos siempre, aun antes queellos lo dijeran. Mirábamos a Unión 5-3992, que era un muchacho pálido ypoco listo, y procurábamos hablar yactuar como ellos, para poder seriguales, pero de alguna manera losMaestros se daban cuenta de que no eraasí. Y nos azotaban con más frecuenciaque a los otros.

Los Maestros eran justos, porquehabían sido designados por losConsejos, y los Consejos son la voz dela justicia, porque son la voz de todoslos hombres. Y si alguna vez, en lasecreta oscuridad de nuestro corazón,

añoramos lo que nos ocurrió al cumplirlos quince años, sabemos que la culpafue nuestra. Habíamos violado la ley porno haber escuchado las palabras denuestros Maestros. Ellos nos habíandicho:

«No se atrevan a elegir en su menteel trabajo a que desearían hacer al dejarla Casa de los Estudiantes. Harán lo queles mande el Consejo de las Vocaciones.Porque el Consejo de las Vocacionessabe, en su gran sabiduría, dónde sonnecesitados por sus hermanos, muchomejor de lo que ustedes pueden saberloen sus indignas e insignificantes mentes.Y si no son necesitados por sus

hermanos, no hay razón para que suscuerpos estorben en la tierra».

Nosotros aprendimos bien esto, enlos años de nuestra niñez, pero nuestramaldición quebró nuestra voluntad.Nosotros éramos culpables y loconfesamos aquí: nosotros éramosculpables de la gran Transgresión de laPreferencia. Preferíamos algún trabajo yalgunas lecciones sobre otras. Nosotrosno prestamos atención a la historia detodos los Consejos electos desde elGran Renacimiento. Pero amábamos laCiencia de las Cosas. Queríamos saber.Queríamos saber sobre todas las cosasque componen la tierra a nuestro

alrededor.Preguntamos tantas cosas que los

Maestros nos lo prohibieron.Pensamos que hay misterios en el

cielo y debajo del agua y en las plantasque crecen. Pero el Consejo de losEstudiosos dijo que no existen misterios,y él lo sabe todo. Y aprendimos muchascosas de nuestros Maestros. Aprendimosque la tierra es plana y que el sol davueltas a su alrededor ocasionando eldía y la noche. Aprendimos el nombrede todos los vientos que soplan sobre elmar y empujan las velas de nuestrosnavíos. Aprendimos a sacar sangre a loshombres para curar todas sus

enfermedades.Amábamos la Ciencia de las Cosas.

Y en la oscuridad, en la hora secreta,cuando nos despertábamos de noche yno había hermanos a nuestro alrededor,sino sólo sus blancas formas en lascamas y su pesada respiración,cerrábamos los ojos, apretábamos loslabios y casi no respirábamos para nodejar a nuestros hermanos vernos, oírnoso adivinar, pensábamos que deseábamosser enviados a la Casa de los Estudiososcuando llegara el momento.

Todos los grandes inventosmodernos salen de la Casa de losEstudiosos, como el más reciente,

descubrieron, hace apenas un siglo,cómo fabricar velas con cera y uncordelito; además, cómo hacer vidrio,para colocarlo en nuestras ventanas yprotegernos de la lluvia.

Y para hallar estas cosas losEstudiosos deben escudriñar la tierra yaprender de los ríos, de las arenas, delos vientos y de las rocas. Y si nosotroshubiéramos ido a la Casa de losEstudiantes, también habríamos podidoaprender. Podríamos haberlespreguntado a las cosas, porque las cosasno prohíben las preguntas.

Y las preguntas no nos concedenreposo. No sabemos por qué nuestra

maldición nos hace buscar no sabemosqué, siempre, siempre. Pero no podemosresistirnos. Murmuran a nuestro oídoque existen cosas grandiosas en estemundo y que podríamos conocerlas sólocon intentarlo y que debemosconocerlas. Nos preguntamos por quédebemos saber, pero no hay respuestapara nosotros. Debemos saber lo quedebemos saber.

Por eso deseábamos que se nosenviara a la Casa de los Estudiosos. Lodeseábamos de tal modo que las manosnos temblaban por la noche bajo lasmantas y nos mordíamos el brazo paracalmar ese otro sufrimiento que no

podíamos soportar. Estaba mal hecho ypor la mañana no nos atrevíamos a mirara nuestros hermanos a la cara. Porquelos hombres no deben desear nada parasí mismos. Y fuimos castigados cuandoel Consejo de las Vocaciones nos dionuestros Mandatos de Vida que imponena los que tienen quince años su oficiopara el resto de su existencia.

El Consejo de las Vocaciones llegóel primer día de primavera y se sentó enla gran sala, y nosotros, de quince años,y todos los Maestros nos trasladamos ala gran sala. El Consejo de lasVocaciones estaba sentado en una altacátedra y decía sólo dos palabras a cada

estudiante. Llamaban por su nombre alos estudiantes, y cuando llegaban anteellos uno detrás de otro, el Consejodecía: «Carpintero» o «Médico» o«Cocinero» o «Jefe» y cada estudiantedecía: «Hágase la voluntad de nuestroshermanos».

Si el Consejo había dicho«Carpintero» o «Cocinero» losestudiantes destinados a tal oficio ibanal trabajo y no tenían que estudiar más.Si el Consejo había dicho «Jefe»entonces los estudiantes iban a la Casade los Jefes, que es la más alta de laciudad porque tiene tres pisos. Y allíestudian durante varios años para poder

llegar a ser candidatos para ser elegidosen el Consejo de la Ciudad, en elConsejo de Estado y en el Consejo delMundo, con el voto libre y universal detodos los hombres. Pero nosotros nodeseábamos ser Jefe, aunque esto sea ungran honor. Deseábamos ser unEstudioso.

Esperábamos nuestro turno en lagran sala cuando escuchamos la Consejode las Vocaciones pronunciar nuestronombre: «Igualdad 7-2521». Bajamospor el pasillo hacia la cátedra; nuestraspiernas no temblaban y nuestros ojosmiraban fijamente al Consejo. ElConsejo estaba compuesto por cinco

miembros, tres de sexo masculino y dosdel femenino. Sus cabellos eran blancos,los rostros agrietados como el barro deun árido lecho de río. Eran viejos.

Parecían más viejos de lo quepueden serlo los hombres, parecíanviejos como el mármol del Templo delConsejo del Mundo. Estaban sentadosdelante de nosotros y no se movían.

Y nosotros no veíamos moverse niun pliegue de sus togas por efecto de larespiración. Pero nos dimos cuenta deque estaban vivos porque un dedo delmás viejo se levantó para volver a caeren seguida. Aquello era lo único que semovía, porque los labios el más viejo no

se despegaron cuando dijeron:«Barrendero».

Notamos un tirón de los tendones delcuello mientras nuestra cabeza selevantaba para mirar a la cara a los delConsejo, y experimentamos unasensación de felicidad. Reconocíamoshaber sido culpables, pero ahorateníamos medios de remediarlo.Aceptaríamos el Mandato de Vida detodo corazón, trabajaríamos paranuestros hermanos, alegres y de buenagana, y borraríamos nuestro pecadocontra ellos, que ellos ignoraban, peronosotros conocíamos perfectamente. Ynos sentíamos felices y orgullosos de

nosotros y de nuestra victoria sobrenosotros mismos. De modo quelevantamos el brazo y hablamos, ynuestra voz fue la más clara y firme quese oyó aquel día en la sala.

Dijimos:«Hágase la voluntad de nuestros

hermanos».Y fijamos la mirada en los ojos de

los Consejeros, pero sus ojos eran comofríos botones de vidrio azul.

Fuimos a la Casa de losBarrenderos. Es una casa gris en unacalle estrecha. Hay un reloj de sol en elpatio y por él el Consejo de la Casapuede decir las horas del día y sabe

cuando debe tocar la campana. Cuandoésta toca salimos todos de la cama; elcielo tiene un color verde y frío ennuestras ventanas que miran hacia eleste. La sombra del reloj solar marcamedia hora mientras nos vestimos ydesayunamos en el comedor que tienecinco mesas largas con veinte platos deloza y veinte tazas de loza en cada una.Luego vamos al trabajo por las calles dela Ciudad, con nuestras escobas ynuestros rastrillos. Después de cincohoras, cuando el sol ya está alto,regresamos a la Casa y comemos lacomida del mediodía, para lo cualdisponemos de media hora. Luego

volvemos al trabajo. Después de cincohoras, las sombras son azules en lasaceras y el cielo es azul con unabrillante profundidad que no emana luz.Regresamos y tenemos una cena quedura una hora. Luego suena la campana ymarchamos en fila hacia uno de losSalones de la Ciudad, para una ReuniónSocial. Otras filas de hombres arribande las Casas de diferentes Oficios. Lasvelas están encendidas y los Consejosde las distintas Casas se colocan en unpúlpito y nos hablan de nuestros deberesy nuestros hermanos. Después Jefesvisitantes suben al púlpito y nos leen losdiscursos que fueron pronunciados ese

día en el Consejo de la Ciudad, porqueel Consejo de la Ciudad representa atodos los hombres y todo lo que loshombres deben saber. Luego cantamoslos Himnos. El Himno de la Fraternidad,el Himno de la Igualdad, el Himno delEspíritu de la Colectividad. El cielo esde un púrpura intenso cuando volvemosa la Casa. Entonces la campana suena ycaminamos en una fila recta hacia elTeatro de la Ciudad para tener tres horasde Recreo Social. Se representa unaobra en la que intervienen dos grandescoros de la Casa de los Actores, quehablan y contestan todos juntos convoces potentes. Las obras son sobre el

trabajo y lo bueno que es. Volvemos a laCasa en fila. El cielo es como un negrocedazo horadado por gotas plateadas ytrémulas a punto de caerse. Lasmariposas nocturnas chocan contra losfaroles de las calles. Nos acostamos ydormimos hasta que vuelve a sonar lacampana. Los dormitorios son blancos ylimpios y desnudos de todo, excepto lascien camas.

Así vivimos durante cuatro años,hasta que hace dos primaveras empezónuestro crimen.

Así viven los hombres hasta loscuarenta años. A esa edad sus cuerposestán encogidos como hongos secos y

les duelen los huesos. A los cuarenta seles manda a la Casa de los Inútilesdonde viven los Viejos. Los Viejos notrabajan porque el Estado se encarga deellos; se sientan al sol en verano, juntoal fuego en invierno. No hablan muchoporque están cansados y sus ojos sonlacrimosos. Los viejos saben que han demorir pronto. Cuando ocurre un milagroy algunos viven hasta los cuarenta ycinco años, se les llama Ancianos, y losniños les miran asombrados al pasar pordelante de la Casa de los Inútiles. Estadebe ser nuestra vida y la de nuestroshermanos y la de los hermanos que nosprecedieron.

Así debía haber sido nuestra vida, sino hubiésemos cometido el gran delitoque ha cambiado todo para nosotros. Yfue nuestra maldición la que nos empujóa esto. Habíamos sido un buenBarrendero como todos los demás, salvopor nuestro maldito deseo de saber.Mirábamos demasiado tiempo lasestrellas en la noche, los árboles y latierra bajo nuestros pies.

Y cuando limpiábamos el patio de laCasa de los Estudiosos, recogíamos lasampollas de vidrio y los pedazos dehierro y los huesos disecados entre losdesechos que ellos habían tirado.Deseábamos guardar aquellos objetos y

estudiarlos, pero no teníamos sitiodonde esconderlos. Por cuya razón losllevábamos al Lugar de los Desechos dela Ciudad, y allí hicimos el grandescubrimiento.

Era un día de la penúltimaprimavera. Nosotros, los Barrenderos,trabajábamos en grupos de a tres, yestábamos con Unión 5-3392, los deescasa inteligencia, y, con Internacional4-8818. Unión 5-3992 están enfermos ya veces tienen convulsiones, la boca seles llena de espuma y sus ojos se ponenen blanco. Pero Internacional 4-8818son distintos. Son altos, jóvenes yfuertes, sus ojos son parecidos a las

luciérnagas, porque hay risa en ellos. Nopodemos mirar a Internacional 4-8818sin sonreírnos nosotros también. Porello no eran bien vistos en la Casa delos Estudiantes, puesto que no escorrecto sonreír sin razón. Además, noeran bien vistos porque recogíanpedazos de carbón y hacían dibujos enlas paredes, y eran dibujos que hacíanreír a los hombres. Pero sólo nuestroshermanos de la Casa de los Artistastienen permiso para dibujar, así queInternacional 4-8818 fueron enviados ala Casa de los Barrenderos comonosotros.

Internacional 4-8818 y nosotros

éramos amigos. Es maligno decir esto,porque es una Transgresión, la granTransgresión de la Preferencia, la deamar a una persona más que a otras,porque debemos amar a todos loshombres y todos los hombres sonnuestros amigos. Por ello Internacional4-8818 y nosotros no habíamos habladonunca de esto. Pero lo sabíamos.

Lo comprendíamos cuando nosmirábamos a los ojos. Y cuando nosmirábamos así, sin hablar,comprendíamos también esas cosas,cosas raras que no pueden expresarsecon palabras y que nos asustaban.

Así, pues, en aquel día de la

penúltima primavera, Unión 5-3992sufrieron un ataque de convulsiones enla periferia del Ciudad, cercad el Teatrode la Ciudad. Los dejamos tendidos a lasombra de la tienda del Teatro y nosfuimos a acabar nuestro trabajo conInternacional 4-8818. Llegamos juntos algran barranco detrás del Teatro. Allí nohay más que árboles y matorrales. Seextiende hasta los pies de las montañas.Detrás de él hay un llano, y más atrásyace el Bosque Inexplorado, en la quelos hombres no deben pensar.

Estábamos recogiendo los papeles ylos trapos que el viento había llevadohasta allí desde el Teatro, cuando vimos

una barra de hierro que salía de latierra, entre la broza. Estaba vieja yoxidada por las muchas lluvias. Tiramosde ella con todas nuestras fuerzas, perono conseguimos moverla. Entoncesllamamos a Internacional 4-8818 yjuntos cavamos la tierra alrededor de labarra.

De pronto la tierra cedió antenosotros, y vimos una reja de metalsobre un orificio negro.

Internacional 4-8818 retrocedieron.Pero nosotros jalamos la reja y éstacedió. Y entonces vimos una serie dearos de hierro como peldaños queconducían a una oscuridad sin fondo.

«Debemos bajar», dijimos aInternacional 4-8818.

«Está prohibido», nos contestó.Dijimos: «El Consejo no sabe nada

de este agujero, de manera que no puedeestar prohibido».

Ellos respondieron: «Puesto que elConsejo no sabe de este agujero, nopude haber ninguna ley que permitaentrar en él. Y todo cuanto no estápermitido por la ley está prohibido».

Pero nosotros dijimos: «De todosmodos iremos».

Estaban asustados, pero se quedaronobservándonos mientras descendíamos.

Nos agarramos de los aros de hierro

con las manos y con los pies. Nopodíamos ver nada debajo de nosotros.Arriba de nosotros el orificio abiertosobre el cielo se tornaba cada vez máspequeño hasta que tuvo el tamaño de unbotón. Sin embargo, seguimos bajando.Luego nuestros pies tocaron el suelo.Nos restregamos los ojos porque noveíamos nada. Después nuestros ojos seacostumbraron a la oscuridad, pero nopodíamos creer lo que veíamos.

Ningún hombre de los que nosotrosconocíamos podía haber construidoaquel lugar y ni siquiera los hombresconocidos por nuestros hermanos quehabían vivido antes que nosotros; y sin

embargo, había sido construido porhombres. Era un gran túnel. Sus paredeseran duras y lisas al tacto, parecían depiedra, pero no era piedra. En el suelohabía dos tiras largas de hierro, pero noera hierro, se sentía liso y frío como elvidrio. Nos arrodillamos y avanzamosarrastrándonos, nuestras manos seguíanla raya de hierro para ver a dónde nosllevaba. Pero delante de nosotros nohabía sino una noche cerrada. Sólo lastiras de hierro relucían rectas y blancas,llamándonos a seguirlas. Pero nopodíamos seguirlos porque perdíamoshasta el último tenue resplandor de luzdetrás de nosotros. Dimos la vuelta y

nos deslizamos hacia atrás con la manosobre la tira de hierro. Y el corazón noslatía en las yemas de los dedos con unalocura absurda. Y entoncescomprendimos.

Comprendimos de que aquel lugarera obra de los Tiempos Innombrables.Así, pues, era verdad, y aquellosTiempos habían existido, y todas lasmaravillas de aquellos Tiempostambién. Hace cientos y cientos de añoslos hombres conocían los extrañossecretos que nosotros hemos perdido. Ypensábamos: «Éste es un lugarabominable. Los que tocan las cosas delos Tiempos Innombrables están

condenados». Pero nuestra mano queapretaba el rastro mientras nosdeslizábamos, sujetaba el hierro como sino quisiera dejarlo, cual si la piel de lamano estuviese sedienta e invocara delmetal algún fluido secreto emanante desu frialdad. Y nuestra mano obraba asísin que nosotros lo quisiéramos.

Volvimos a la superficie de la tierra.Internacional 4-8818 nos miraron ydieron un paso atrás.

«Igualdad 7-2521», dijeron, «surostro está blanco».

Mas nosotros no pudimos hablar ynos quedamos inmóviles, mirándolos.

Ellos retrocedieron, como si no se

atreviesen a tocarnos. Luego sonrieron,pero su sonrisa no era de alegría, estabaperdida y suplicante. Nosotros todavíano podíamos hablar. Ellos dijeron:

«Reportaremos nuestrodescubrimiento al Consejo de la Ciudady ambos seremos recompensados».

Y entonces hablamos nosotros.Nuestra voz era dura y despiadada.Dijimos:

«No reportaremos nuestrodescubrimiento al Consejo de la Ciudad.No se lo reportaremos a nadie».

Ellos levantaron sus manos y secubrieron los oídos, porque nuncahabían escuchado palabras como éstas.

«Internacional 4-8818»,preguntamos, «¿nos denunciarás alConsejo y verás cómo nos azotan hastala muerte?».

Ellos se irguieron de pronto ycontestaron:

«Antes moriremos».«En ese caso», dijimos, «guarden

silencio. Este lugar es nuestro. Nospertenece a nosotros, Igualdad 7-2521, ya ninguno de los hombres en la tierra. Ysi tuviéramos que cederlo daríamos conél nuestra vida también».

Entonces vimos entonces que losojos de Internacional 4-8818 brillabanllenos de lágrimas que no se atrevían a

caer, ellos susurraron, y su voz temblabade tal suerte que las palabras perdían suforma:

«La voluntad del Consejo está sobretodas las cosas porque es la voluntad denuestros hermanos que es sagrada. Perosi ustedes los quieren así, losobedeceremos. Preferimos ser maloscon ustedes que buenos con todosnuestros hermanos. Que el Consejo seapiade de nuestros dos corazones».

Luego regresamos juntos a la Casade los Barrenderos. Y caminamos ensilencio.

Así ocurre que cada noche, cuandolas estrellas están más altas y los

Barrenderos se sientan en el Teatro de laCiudad, nosotros, Igualdad 7-2521, nosescapamos en silencio y echamos acorrer en la oscuridad hasta nuestrorefugio. Es fácil salir del Teatro; cuandose apagan las velas y los actores salen aescena, no hay ojos que puedan vernoscuando nos deslizamos debajo de lassillas y la lona de la carpa. Después esfácil moverse en las tinieblas ycolocarse en fila junto a Internacional 4-8818, cuando todos salen del Teatro. Lascalles están a oscuras y no haytranseúntes porque nadie puede recorrerla Ciudad si no tienen una misión quecumplir. Cada noche corremos hacia el

barranco y quitamos las piedras quehemos amontonado sobre la reja dehierro para ocultarla de los ojos de loshombres. Cada noche, por tres horas,estamos bajo tierra, solos.

Hemos robado velas de la Casa delos Barrenderos, hemos robadopedernales, cuchillos y papel, y loshemos traído a este refugio. Hemosrobado tubos de ensayo y polvos yácidos de la Casa de los Estudiosos.Ahora nos sentamos en el túnel todas lasnoches durante tres horas y estudiamos.Fundimos metales, mezclamos ácidos yabrimos los cuerpos de los animales queencontramos en el Basurero de la

Ciudad. Hemos construido un horno conlos ladrillos que hemos recogido por lascalles. Quemamos la madera queencontramos en el barranco. El fuegohace guiños en el horno y sombrasazules danzan por las paredes, y no hayruido de hombres que nos distraiga.

Hemos robado algunos manuscritos.Ésta es una ofensa grave. Losmanuscritos son preciosos porquenuestros hermanos de la Casa de losEscribanos tardan un año en copiar unsolo escrito con su letra clara y precisa.Los manuscritos son raros y se guardanen la Casa de los Estudiosos. Así, pues,nos sentamos debajo de la tierra y

leemos los escritos robados.Han transcurrido dos años desde que

descubrimos este lugar. Y en estos dosaños hemos aprendido más que en losdiez años de la Casa de los Estudiantes.

Hemos aprendido cosas que nofiguran en los escritos, hemosdescubierto secretos acerca de loscuales los Estudiosos no saben nada.Hemos llegado a entender que es mucholo desconocido y lo ignorado, y quemuchas vidas no podrían conducirnos alfinal de nuestras investigaciones. Nodeseamos nada, salvo estar solos yaprender, y sentir que cada día nuestramirada se torna más aguda que la del

águila y más clara que el cristal de roca.Los caminos del mal son extraños.

Fingimos ante nuestros hermanos.Desafiamos la voluntad ante nuestroshermanos. Desafiamos la voluntad denuestros Consejos. Nosotros solos, entrelos miles que pueblan la tierra, nosotrossolos en este momento, hacemos untrabajo que no tiene otro propósito quenuestro deseo de hacerlo. La maldad denuestro crimen no puede ser juzgado porla mente humana. La naturaleza denuestro castigo, si la culpa llega adescubrirse, no puede ser decretada porun corazón humano. Nunca, ni siquieraen la memoria de los más Ancianos

entre los Ancianos, hay hombres quehayan hecho lo que nosotros hacemos.

Sin embargo, no sentimos vergüenzani arrepentimiento. Nos decimos quesomos delincuentes y traidores, mas nosentimos ningún peso sobre nuestroespíritu, ningún temor en nuestrocorazón. Nos parece que nuestro espírituestá limpio como un lago al que ningúnojo turba, excepto el del sol. Y ennuestro corazón —¡qué extraños son loscaminos del mal!— en nuestro corazónésta es la primera sensación de paz quehemos experimentado en veinte años.

Capítulo 2

Libertad 5-3000… Libertad cinco-tresmil… Libertad 5-3000…

Deseamos escribir este nombre.Deseamos pronunciarlo, pero no nosatrevemos a decirlo en voz alta. Loshombres tienen prohibido fijarse en lasmujeres y las mujeres tienen prohibidofijarse en los hombres. Pero nosotrospensamos en una sobre todas lasmujeres, ellas cuyo nombre es Libertad5-3000, y no pensamos en otras.

Las mujeres asignadas para elcultivo de la tierra viven en la Casa de

los Campesinos, más allá de la Ciudad.Donde ésta termina hay una grancarretera que va serpenteando hacia elNorte y nosotros, los Barrenderos,hemos de tenerla limpia hasta la primerapiedra miliar.

Hay un seto a lo largo del camino, yal otro lado se extienden los campos.Los campos son pardos y están arados, yse abren como un gran abanico antenosotros, con sus surcos recogidos enuna mano invisible detrás del horizonte.Se ramifican desde allí y,ensanchándose, vienen hacia nosotrosnegros surcos, relucientes de verdes ydelgadas espigas. Las mujeres trabajan

en los campos y sus blancas túnicas alviento semejan alas de gaviota volandosobre el suelo negro.

Allí vimos a Libertad 5-3000caminando a lo largo de los surcos, sucuerpo era derecho y delgado como lahoja de una espada. Sus ojos eranoscuros, profundos y brillantes, no habíamiedo en ellos, ni gentileza ni culpa. Suscabellos eran dorados como el sol,ondeaban al viento relucientes ysalvajes, como si desafiaran a loshombres a controlarlos. Lanzaban lasemilla con las manos como si sedignaran a derramar un don, y la tierrafuera unos mendigos a sus pies.

Nos quedamos inmóviles; porprimera vez conocimos el miedo y lapena. Y nos quedamos inmóviles para nodispersar aquella pena más preciosa queel placer.

Luego oímos una voz de las otrasque la llamaban «Libertad 5-3000», yellas se volvieron y caminaron devuelta. Así supimos su nombre y nosquedamos mirándolas mientras sealejaban, hasta que su blanca túnicadesapareció en la niebla azul.

Al día siguiente, al llegar a lacarretera del Norte, fijamos la vista enLibertad 5-3000 en el campo. Y cadadía, desde entonces, conocimos el

sufrimiento de la espera, y nuestrocuerpo padeció esperando esta hora enla carretera del Norte. Y allí miramoscada día a Libertad 5-3000. Nosabíamos si ellas también nos miraban,pero pensamos que sí.

Un día ellas llegaron hasta el seto yse volvieron hacia nosotros. Voltearoncomo en un torbellino y el movimientode su cuerpo se detuvo en seguida cualsi hubiese recibido un latigazo, tanrápidamente como había empezado. Sequedaron inmóviles como la piedra ynos vieron fijamente. No había unasonrisa en su rostro, tampocobienvenida. Su semblante estaba tenso y

sus ojos oscuros. Entonces giraronvelozmente y se alejaron de nosotros.

Pero al día siguiente, cuandollegamos a la carretera, nos sonrieron.Sonrieron por nosotros y para nosotros.Y nosotros contestamos a su sonrisa. Sucabeza se dobló hacia atrás, sus brazoscayeron inertes, cual si sus brazos y sublanco y delgado cuello sintiesen depronto una gran fatiga. No nos miraba anosotros, sino al cielo. Luego nos mirópor encima del hombro y sentimos comosi una mano hubiese tocado nuestrocuerpo, resbalando suavemente denuestros labios a nuestros pies.

Cada mañana, desde entonces, cada

mañana, Nos saludamos mutuamente conla mirada.

No nos atrevíamos a hablar. Es unagrave transgresión hablar a los hombresde otros Oficios, excepto en grupos enlas Reuniones Sociales. Un día, cuandoestábamos parados junto al seto,levantamos la mano a la altura de lafrente y la movimos lentamente, con lapalma hacia abajo, en dirección aLibertad 5-3000. Si los otros noshubiesen visto no habrían comprendidonada, ya que parecía que nos hacíamospantalla con la mano contra el sol. PeroLibertad 5-3000 nos comprendió.Levantaron la mano a la altura de la

frente y repitieron nuestro gesto. De estemodo, cada día, saludamos a Libertad 5-3000 y ellas contestaron, y nadie tuvosospechas de nada.

No nos extraña nuestro nuevopecado. Es nuestra segunda Transgresiónde Preferencia, porque no pensamos entodos nuestros hermanos, comodeberíamos, sino solamente en uno, cuyonombre es Libertad 5-3000. No sabemospor qué pensamos en ellas. No sabemospor qué, cuando pensamos en ellas,sentimos repentinamente que la tierra eshermosa y que la vida no es una carga.

Ya no pensamos en ellas comoLibertad 5-3000. Les dimos un nombre

en nuestros pensamientos. Las llamamosla Dorada. Pero es un pecado dar a loshombres nombres que los distinguen delos demás. No obstante, las llamamos laDorada, porque ellas no son como losdemás. La Dorada no son como losdemás.

Y hacemos caso omiso de la ley quedice que los hombres no deben pensaren las mujeres, salvo en la Época deReproducción. Es la época de cadaprimavera cuando todos los hombresmayores de veinte años y las mujeresmayores de dieciocho, son enviados poruna noche al Palacio de Reproducciónde la Ciudad. Y cada uno de los

hombres tienen una de las mujeres queles ha asignado el Consejo Eugenésico.Los niños nacen en invierno, pero lasmujeres jamás ven a sus hijos y éstos noconocen jamás a sus padres. Nos hanenviado dos veces al Palacio deReproducción, pero es una cosa fea yvergonzosa en la que no nos gustapensar.

Hemos quebrantado muchas leyes yhoy quebrantamos una más. Hoy lehablamos a la Dorada.

Las otras mujeres estaban lejos, enel campo, cuando nos paramos junto alseto al lado del camino. La Doradaestaban arrodilladas solas en el arroyo

que corre por el campo. Y las gotas quecaían de sus manos, cuando llevaban elagua a sus labios, parecían chispasllameantes al sol. Entonces la Doradanos vieron y no se movieron, sequedaron arrodilladas observándonos,mientras unos círculos de luz producidospor el sol sobre el agua del arroyo,jugaban sobre la túnica blanca. Una gotareluciente cayó de un dedo que habíaquedado rígidamente levantado.

Entonces la Dorada se incorporarony se acercaron al seto cual si hubiesenleído una orden en nuestros ojos. Losotros dos Barrenderos de nuestro grupoestaban unos cien pasos más abajo, en la

carretera. Y pensamos que Internacional4-8818 no nos denunciarían y que Unión5-3992 no entenderían nada. Así quemiramos fijamente a la Dorada y vimosla sombra de sus pestañas sobre susblancas mejillas y el suave centelleo delsol sobre sus labios.

Y dijimos:«Son hermosas, Libertad 5-3000».Sus facciones no se alteraron, no

desvió la mirada. Sólo que sus ojospoco a poco se tornaron más grandes, yen ellos había un aire de triunfo, pero node triunfo sobre nosotros, sino sobrealgo que no podíamos adivinar.

Luego ellas preguntaron:

«¿Cómo se llaman?».«Igualdad 7-2521», contestamos.«Ustedes no son uno de nuestros

hermanos, Igualdad 7-2521, y nodeseamos que lo sean».

No podemos decir qué querían decir,porque no hay palabras para expresar talsignificado, pero lo comprendimos enseguida.

«No», contestamos, «y ustedestampoco son una de nuestras hermanas».

«¿Si nos vieran en medio de ungrupo de mujeres, nos mirarían?».

«Las miraríamos, Libertad 5-3000,aunque estuvieran en medio de todas lasmujeres del mundo».

Luego ellas preguntaron:«¿Mandan a los barrenderos a

distintos distritos de la Ciudad otrabajan siempre en los mismoslugares?».

«Trabajan siempre en los mismoslugares», contestamos, «y nadie nosquitará esta carretera».

«Sus ojos», dijeron, «no son comolos de los otros hombres».

Y de repente, sin razón, unpensamiento que nos cruzó por la mentenos hizo sentir frío en el estómago.

«¿Cuántos años tienen?»,preguntamos.

Ellas comprendieron y bajaron la

mirada por primera vez.«Diecisiete», susurraron.Suspiramos, como nos hubieran

quitado un peso de encima, porquehabíamos pensado sin motivo en elPalacio de Reproducción. Y pensamosque no permitiríamos que enviaran a LaDorada al Palacio. No sabíamos cómohabríamos podido impedirlo, cómohabríamos podido eludir la voluntad delos Consejos, pero comprendimos queno lo permitiríamos. No sabíamos cómose nos ocurrió pensar en ello, porqueestos feos eventos no tenían ningunarelación con nosotros y con la Dorada.¿Qué relación podían tener?

No obstante, sin motivo, mientraspermanecíamos allí junto al seto,notamos que nuestros labios se contraíanduramente por un odio repentino, unodio hacia todos nuestros hermanos. Yla Dorada nos miró y sonrió lentamente,y en su sonrisa había una tristeza quenotamos por primera vez. Pensamos quecon la sabiduría propia de las mujeres laDorada había comprendido más de loque podíamos comprender nosotrosmismos.

Tres hermanas aparecieron en elcampo, venían en dirección a lacarretera, y la Dorada se alejaron denosotros. Tomaron su bolsa de semillas,

y las lanzaron en los surcos al tiempoque se alejaban, pero las semillas caíandesordenadamente, porque la mano de laDorada temblaba.

Mientras caminábamos de vuelta a laCasa de los Barrenderos, sentimos lanecesidad de cantar, sin razón alguna.Nos reprendieron esa noche en elcomedor, porque empezamos a cantar envoz alta una canción que no habíamosoído nunca. No se debe cantar sinmotivo, se debe cantar solamentedurante las Reuniones Sociales.

«Cantamos porque somos felices»,le contestamos a uno de los miembrosdel Consejo de la Casa que nos

reprendió.«Por supuesto que son felices», nos

respondieron. «¿De qué otra formapueden ser los hombres que viven parasus hermanos?».

Y ahora, sentados en nuestro refugio,pensamos en aquellas palabras. Es unacosa prohibida no ser felices. Porque,según nos han explicado, los hombresson libres y la tierra les pertenece; todaslas cosas de la tierra están destinadas atodos los hombres, y la voluntad detodos los hombres reunidos es buenapara con todos; por ello todos loshombres deben ser felices.

Por la noche, cuando nos

desvestimos en el en el gran dormitorio,miramos a nuestros hermanos ydudamos. Tienen las cabezas gachas, susojos no tienen brillo y jamás miran a losojos de los demás. Los hombros denuestros hermanos están encorvados, susmúsculos están tensos, como si suscuerpos se estuvieran encogiendo,deseando encogerse hasta desaparecer.Una palabra acude a nuestra mentemientras miramos a nuestros hermanos, yesa palabra es miedo.

El miedo flota en el aire de losdormitorios y en las calles. El miedoanda por la Ciudad, un miedo sinnombre ni forma. Todos lo sienten y

nadie se atreve a hablar.Nosotros también lo sentimos

cuando estamos en la Casa de losBarrenderos. Pero aquí, en nuestro túnel,ya no lo sentimos. El aire es puro bajotierra. No hay olor a hombres aquí.

Y estas tres horas aquí nos danfuerza para las horas en la superficie.

Nuestro cuerpo nos traiciona, porqueel Consejo de Casa nos observarecelosamente. No está bien serdemasiado felices, ni sentir alegríaporque nuestro cuerpo vive. Porquenosotros no significamos nada, y nodebe importarnos si vivimos o morimos,esto depende de la voluntad de nuestros

hermanos. Pero nosotros, Igualdad 7-2521, estamos felices por estar vivos. Siesto es un pecado, entonces no deseamosla virtud.

Sin embargo, nuestros hermanos noson como nosotros. No todo está bienpara nuestros hermanos. EstánFraternidad 2-5503, un muchachocallado, con ojos inteligentes y buenos,que llora de repente, sin motivo, enpleno día y en plena noche, y su cuerpoes sacudido por sollozos que no puedenexplicar. Están Solidaridad 9-6347, queson vivaces y alegres durante el día,pero que gritan cuando duermen:«¡Ayúdennos! ¡Ayúdennos!

¡Ayúdennos!», en medio de la noche, conuna voz que nos hiela la sangre, pero losmédicos no pueden curar a Solidaridad9-6347.

Y cuando nos desnudamos por lanoche, a la débil luz de las velas,nuestros hermanos callan porque no osanexpresar sus pensamientos. Porquedebemos estar de acuerdo con todos losdemás, y nadie puede saber si suspensamientos son los de todos, así quetemen hablar. Y se alegran cuando seapagan las velas. Mas nosotros,Igualdad 7-2521, miramos el cielo através de la ventana. Hay paz en elcielo, y nitidez y dignidad. Y más allá de

la Ciudad está el llano, y más allá deéste, negra contra el cielo negro, está elBosque Inexplorado.

No deseamos mirar al BosqueInexplorado, no deseamos pensar en él,pero nuestros ojos vuelven siempre aaquel parche negro contra el cielo. Loshombres no entran nunca en el BosqueInexplorado, porque no es posibleexplorarlo y no posee senderos que nosguíen entre esos antiguos árboles que seyerguen como guardianes de temiblessecretos. Se murmura que una vez o dosen cien años uno entre los hombres de laCiudad escapó solo y se escondió en elBosque Inexplorado sin razón. Estos

hombres no volvieron. Perecieron por elhambre o bajo las garras de las fierasque infestan el bosque. Pero nuestrosConsejeros dicen que se trata sólo deuna leyenda. Hemos oído decir que haymuchos Bosques Innombrables sobre latierra, entre las Ciudades. Se murmuraque surgieron sobre las ruinas demuchas ciudades de los TiemposInnombrables. Los árboles devoraronlas ruinas, los huesos debajo de lasruinas, y todas las cosas que perecieron.

Mientras miramos el BosqueInexplorado, lejano en la noche,pensamos en los secretos de losTiempos Innombrables. Nos

preguntamos cómo se perdieron esossecretos para el mundo. Hemos oído lasleyendas de las grandes batallas en lasque muchos hombres pelearon para unbando y muy pocos para el otro. Estospocos eran los Malvados y fueronvencidos.

Entonces grandes incendios sedesataron sobre la tierra, y aquellosincendios quemaron a los Malvados. Yel incendio que fue llamado el Alba delGran Renacimiento, fue el Incendio delos Libros, en el que todos los escritosde los Malvados fueron destruidos, ycon ellos todas sus palabras. Enormeshogueras se elevaron en las plazas de

las Ciudades durante tres meses. Luegoadvino el Gran Renacimiento.

Las palabras de los Malvados… laspalabras de los TiemposInnombrables… ¿qué palabras hemosperdido?

¡Qué el Consejo tenga piedad denosotros! No queríamos escribir estapregunta, y no sabíamos siquiera lo quehacíamos hasta que la vimos escrita. Nodebemos hacer esta pregunta y nodebemos pensar en ella. No debemosatraer la muerte sobre nosotros.

Sin embargo… sin embargo…Hay una palabra, una palabra sola

que no figura en el lenguaje de los

hombres, pero que figuró alguna vez.Ésta es la Palabra Inexpresable, que loshombres no deben pronunciar niescuchar. Pero a veces, y esto esextraño, a veces, en algún lugar, unoentre los hombres encuentra aquellaPalabra. Ellos la encuentra entrefragmentos de viejos manuscritos, ograbados en pedazos de piedrasantiguas. Pero si la pronuncian estáncondenados a muerte. Hay un solo delitoen este mundo que se castiga con lamuerte, el de decir la PalabraInexpresable.

Vimos a uno de estos hombres serquemado en la plaza de la Ciudad. Y fue

un espectáculo que quedó grabado ennuestra mente a través de los años, y nosatormenta, nos sigue, no nos concededescanso. Éramos niños entonces,teníamos diez años. Y estábamos en lagran plaza con todos los niños y todoslos hombres de la Ciudad, enviados allípara asistir a la hoguera. Llevaron alTransgresor a la Plaza hasta el lugar delsuplicio. Le habían arrancando la lenguapara que no pudiera hablar. ElTransgresor era joven y alto. Teníacabellos dorados y ojos azules como lamañana. Caminaron hasta la hoguera ysus pasos no temblaron. Y de todosaquellos rostros de la plaza, de todos

aquellos rostros que gritaban y lelanzaban maldiciones, el suyo era elrostro más sereno y más feliz.

Cuando las cadenas sujetaron sucuerpo al poste y dieron fuego a la pajade la hoguera, el Transgresor miró a laCiudad. Un hilillo de sangre caía de lacomisura de su boca, pero sus labiossonreían. Y un pensamiento monstruosopasó por nuestra mente, un pensamientoque no nos ha vuelto a abandonar nuncamás. Habíamos oído hablar de losSantos. Hay Santos del Trabajo, Santosde los Consejos y Santos del GranRenacimiento. Pero jamás habíamosvisto un Santo o una imagen suya. Y

pensamos entonces, mientras estábamosen la plaza, que la imagen del Santofuese aquel rostro que veíamos entrellamas, el rostro del Transgresor de laPalabra Inexpresable.

Cuando las llamas se levantaron,ocurrió algo que sólo nosotros vimos,pues de lo contrario no viviríamos hoy.Acaso fuera solamente una ilusión. Masnos pareció que los ojos del Transgresornos había elegido entre la muchedumbrey nos miraban fijamente. No había penaen aquellos ojos y ni siquiera un reflejode la agonía de su cuerpo. Había sólofelicidad, y orgullo, un orgullo mássanto de lo que puede ser el orgullo

humano. Y nos pareció que aquellosojos intentaban decirnos algo a través delas llamas, enviarnos una palabra sinsonido. Y nos pareció que aquellos ojosnos rogasen recoger aquella palabra yno dejarla escapar ni de nosotros ni dela tierra. Pero las llamas alumbraron yno pudimos adivinar la palabra…

¿Cuál era —aunque tuvieran quequemarnos por ella como al Santo en lahoguera—, la Palabra Inexpresable?

Capítulo 3

Nosotros, Igualdad 7-2521, descubrimosun nuevo poder de la naturaleza. Lahemos descubierto solos y lo sabemosnosotros solos.

Está dicho. Ahora que nos azoten, sies preciso. El Consejo de los Estudiososha dicho que todos conocemos las cosasque existen y que, por consiguiente, lascosas que no conocemos no existen.Pero nosotros creemos que el Consejode los Estudiosos está ciego.

Los secretos de esta tierra no estánpara ser vistos por todos, sino

únicamente por los que procuramosdesentrañarlos. Nosotros lo sabemos,porque hemos descubierto un secretodesconocido por nuestros hermanos.

No sabemos lo qué es esta fuerza nide qué proviene. Pero conocemos sunaturaleza, la hemos observado y hemostrabajado con ella. La vimos porprimera vez hace dos años.

Una noche estábamos abriendo elcuerpo de una rana muerta cuando vimosque una de sus patas se movía. Algúnpoder ignorado por los hombres la hacíamoverse. No podíamos comprenderlo.Después de muchos experimentos, dimoscon la respuesta. La rana estaba colgada

de un hilo de cobre, y fue el metal denuestro cuchillo el que mandó un extrañopoder al cobre por conducto de lahumedad salada del cuerpo de la rana.Metimos un pedazo de cobre y otro dezinc en un frasco con agua salada,acercamos a ellos un alambre y ahí,debajo de nuestros dedos, ocurrió unmilagro que no había ocurrido antes, unnuevo milagro, un nuevo poder.

Este descubrimiento nos atormentó.Volvimos a ocuparnos de él a cadamomento con preferencia sobre losdemás estudios. Trabajamos en él, loexperimentamos de mil maneras, más delas que podemos describir, y a cada

paso se nos revelaba un nuevo milagro.Y comprendimos que habíamosdescubierto la fuerza más grande de estemundo, porque desafía a todas las leyesconocidas por los hombres. Hace moverla aguja y le hace dar vueltas en labrújula que robamos en la Casa de losEstudiosos. Nos enseñaron, cuandoéramos niños, que la aguja imantadaseñala el Norte y que ésta es una ley dela tierra que no puede variar y, sinembargo, nuestra nueva fuerza desafía aesta ley de la tierra y a todas las leyesdel cielo. Hemos descubierto lo queproduce el rayo, y los hombres no hanconocido nunca las leyes del rayo.

Durante las tempestades, levantamos unaalta asta de hierro junto a nuestro refugioy la observamos desde abajo. Vimos losrayos golpearla varias veces. Y ahorasabemos que el metal atrae el poder delcielo, y que se puede hacer de modo queel metal lo rechace.

Hemos construido máquinas extrañascon nuestro descubrimiento. Usamospara hilos de cobre hallados aquí, bajotierra. Habíamos recorrido la galeríailuminándola con una vela quellevábamos en la mano. No pudimos irmás de media milla porque tierra y laspiedras caídas limitaban sus dosextremos, recogimos todo canto pudimos

hallar, y lo llevamos al lugar dondetrabajábamos. Encontramos extrañascajas con barritas de metal dentro, conmuchas cuerdas y trozos y rollos dealambre. Encontramos hilos de cobreque iban hasta unas extrañas y pequeñasbolas de vidrio sobre la pared; en éstashabía hilos de hierro más delgados quelas telarañas.

Estas cosas nos ayudaron en nuestrotrabajo. No las comprendemos, peropensamos que los hombres de losTiempos Innombrables debían conocerel poder del cielo, y que estas cosasdebían tener alguna conexión con talpoder. No lo sabemos, pero debemos

aprender. No podemos detenernos ahora,aun cuando nos asusta estar solos ennuestro conocimiento.

Ningún hombre puede poseer él solomás sabiduría que los muchosEstudiosos elegidos por todos loshombres, por sus conocimientos. Y sinembargo, nosotros podemos. Hemosluchado mucho antes de decirlo y ahoraya lo hemos dicho. No nos importa.Olvidamos todos los hombres, todas laspreguntas, todo excepto nuestros metalesy nuestros alambres.

¡Nos queda todavía tanto poraprender! ¡Ante nosotros se abre uncamino muy largo, y qué nos importa si

hemos de recorrerlo solos!

Capítulo 4

Transcurrieron muchos días antes depoder hablar de nuevo con la Dorada.Pero llegó el día en que el cielo se tornóblanco, como si el sol hubiese hechoexplosión y esparcido sus llamas en elaire, y los campos estaban silenciosos,sin aliento, y el polvo de los caminosera blanco en la luz cegadora. Lasmujeres en los campos estaban cansadasy realizaban su trabajo lentamente.Estaban lejos de la carretera cuandollegamos. Pero la Dorada estaban solas,junto al seto, aguardando. Nos paramos

y las miramos a los ojos, tan altivos ydesdeñosos cuando miraban al mundo,tornarse dulces y humildes cual sideseasen obedecer cada palabra nuestra.

Dijimos:«Les hemos dado un nombre en

nuestros pensamientos, Libertad 5-3000».

«¿Qué nombre?», preguntaron.«La Dorada».«Nosotros tampoco los llamamos

Igualdad 7-2521 cuando pensamos enustedes».

«¿Qué nombre nos pusieron?».Nos miraron a los ojos y

mantuvieron erguida la cabeza y

repusieron:«El Inconquistable».No pudimos hablar durante largo

rato, luego dijimos:«Estos pensamientos están

prohibidos, Dorada».«Pero ustedes tienen esos

pensamientos y quieren que nosotros lostengamos».

Las miramos a los ojos y no pudimosmentir.

«Sí», susurramos, y ellas sonrieron,luego añadimos: «Nuestra querida, nonos obedezcas».

Retrocedieron y sus ojos estabanmuy abiertos y fijos.

«Digan esas palabras de nuevo»,murmuraron.

«¿Qué palabras?», preguntamos.Mas ellas no contestaron ycomprendimos.

«Nuestra querida», susurramos.Nunca los hombres habían dicho

esto a las mujeres.La cabeza de la Dorada se inclinó

lentamente la cabeza y se quedó inmóvil,los brazos caídos a lo largo del cuerpo,las palmas de las manos vueltas hacianosotros, igual que si su cuerpodesfalleciera, subyugado, a la voluntadde nuestros ojos. Y no pudimos hablar.

Luego ellas levantaron la cabeza, y

hablaron con sencillez y gentileza, comosi deseasen hacernos olvidar unaansiedad enteramente suya.

«Hace un día caluroso», dijeron, «yhan trabajado durante muchas horas ydeben estar cansados».

«No», contestamos.«Es más fresco en los campos»,

dijeron, «y hay agua para beber. ¿Tienensed?».

«Sí», contestamos, «pero nopodemos pasar al otro lado del seto».

«Podemos traerles agua», dijeron.Entonces se arrodillaron al lado del

riachuelo, cogieron agua en sus dosmanos y nos la acercaron a los labios.

No sabemos si bebimos aquellaagua. Nos dimos cuenta, repentinamente,de que las manos estaban vacías, queaún teníamos los labios en ellas y que nose retiraban.

Levantamos la cabeza yretrocedimos. Porque no entendíamosqué nos hizo hacer esto y temíamoscomprenderlo.

La Dorada también retrocedieron yse miraron las manos, asombradas.Luego, lentamente, se alejaron, aunquenadie se acercaba, andando hacia atráscomo si no pudiesen darnos la espalda,con los brazos tendidos como si nopudiesen bajar las manos.

Capítulo 5

Nosotros lo hicimos. Nosotros locreamos. Lo trajimos de la noche de lostiempos. Nosotros solos. Nuestrasmanos. Nuestra mente. Nosotros solos.

No sabemos qué estamos diciendo.Nuestra mente vacila. Miramos la luzque creamos. Debemos ser perdonadospor cualquier cosa que digamos estanoche…

Esta noche, después de más días deintentos de los que podemos contar,terminamos de construir un extrañoartefacto, de los Tiempos Innombrables,

una caja de cristal para dar al poder delcielo una fuerza mayor de la quepudimos conseguir hasta entonces. Ycuando acercamos los cables a esta cajay cerramos la corriente, ¡el hiloresplandeció! Se animó, se tornó de uncolor rojo, y un círculo de luz blanca sedifundió ante nosotros, sobre la piedra.

Nos quedamos inmóviles, luego nosllevamos las manos a la cabeza,conteniendo la respiración. Nopodíamos darnos cuenta de lo quehabíamos creado. No habíamos tocadoninguna piedra de chispa, no habíamosencendido ningún fuego. Y, sin embargo,ahí había luz, una luz que salía del

corazón del metal.Apagamos la vela. La oscuridad nos

devoró. No quedaba nada a nuestroalrededor, nada salvo la noche y unpequeño alambre con una llama en él,como una grieta en el muro de unaprisión. Acercamos las manos al hilo, yvimos nuestros dedos a la luz roja. Nopodíamos ver ni sentir nuestro cuerpo, yen aquel momento no existía más quenuestras dos manos en un hilo queresplandecía sobre un negro abismo.

Luego pensamos en el significado deaquéllos que yacía frente a nosotros.Podríamos iluminar nuestro túnel, y laCiudad, y todas las Ciudades del mundo

con un poco de metal y unos hilos.Podríamos dar a nuestros hermanos unanueva luz, más clara, más fuerte que laconocida. Sería posible someter elpoder del cielo a la voluntad humana.No hay límites a sus secretos y su poder,y todo eso puede estar a nuestro alcancesi elegimos preguntar.

Entonces supimos lo que debíamoshacer. Nuestro descubrimiento esdemasiado grande para que perdamosnuestro tiempo barriendo las calles. Nopodemos quedarnos con nuestro secreto,ni enterrarlo bajo tierra. Debemosllevárselo a todos los hombres.Necesitamos todo nuestro tiempo,

necesitamos las salas de trabajo de laCasa de los Estudiosos, queremos quenuestros hermanos Estudiosos nosayuden y unir su sabiduría a la nuestra.Hay mucho trabajo por delante, paratodos los Estudiosos del mundo.

Dentro de un mes el ConsejoMundial de los Estudiosos se reunirá ennuestra Ciudad. Es un gran Consejo parael cual son elegidos los más sabios detodos los países y que se reúne una vezal año en las distintas ciudades de latierra. Iremos a este Consejo y lepresentaremos, como un regalo, la cajade cristal que contiene el poder delcielo. Debemos confesarles todo. Ellos

verán, comprenderán y nos perdonarán.Porque nuestro regalo es más grande quenuestra transgresión. Se lo explicarán alConsejo de las Vocaciones y ellos nosasignarán a la Casa de los Estudiosos.Esto no ha ocurrido nunca antes deahora, pero tampoco les han ofrecido unregalo como el nuestro.

Tenemos que esperar. Tenemos quevigilar nuestro refugio como nunca lohemos vigilado antes. Porque nadie queno sean los Estudiosos debe conocernuestro secreto, no lo comprenderían yno nos creerían. No verían más quenuestro crimen de trabajar solos, ydestruirían nuestra luz y a nosotros. No

nos importa nuestro cuerpo, pero nuestraLuz es…

Sí, nos importa. Por primera vez nospreocupamos por nuestro cuerpo.Porque este alambre es una parte denuestro cuerpo, como una vena sacadade nosotros, brillante por nuestra sangre.Estamos orgullosos de este hilo metálicoy de nuestras manos que lo han hecho.¿O existe una línea para dividir las doscosas?

Alargamos los brazos. Por primeravez nos damos cuenta de cuán fuertesson nuestros brazos. Y un extrañopensamiento cruza raudo por nuestramente: nos preguntamos, por primera

vez en nuestra vida, cómo lucimos. Loshombres no ven nunca su propio rostro yno preguntan nunca por él a sushermanos porque es maligno interesarsepor sus propias facciones o cuerpos.Mas esta noche, por una razón que nosabemos explicarnos, desearíamos quenos fuera posible conocer nuestroaspecto.

Capítulo 6

No hemos escrito desde hace treintadías. Porque desde hace treinta días nohemos venido aquí, a nuestro túnel. Noshan descubierto.

Ocurrió la noche en que escribimospor última vez. Olvidamos, aquellanoche, observar la arena del cristal quenos dice cuándo han transcurrido las treshoras y es tiempo de volver al Teatro dela Ciudad. Cuando lo recordamos, todala arena había pasado.

Fuimos corriendo al Teatro. Pero laenorme tienda se levantaba gris y

silenciosa en el cielo.Las calles de la Ciudad se extendían

ante nosotros oscuras, anchas ydesiertas. Si hubiésemos vuelto aescondernos a nuestro túnel, nos habríandescubierto con nuestra luz. Así quecaminamos a la Casa de losBarrenderos.

Cuando el Consejo de la Casa nosinterrogaron, miramos las caras delConsejo, pero en ellas no habíacuriosidad, ni ira, ni piedad. Así quecuando el más viejo de ellos nospreguntó: «¿Dónde han estado?»pensamos en nuestra caja de cristal, ennuestra luz y olvidamos todo lo demás.

Contestamos:«No se los diremos».El más viejo no nos preguntó nada

más. Ellos se dirigieron a los dos másjóvenes, y les dijeron, y su voz tenía untono aburrido.

«Lleven a sus hermanos Igualdad 7-2521 al Palacio de la DetenciónCorreccional. Azótenlos hasta que digandónde estuvieron».

Nos llevaron al Cuarto de Piedra,debajo del Palacio de la DetenciónCorreccional. Este cuarto no tieneventanas y está vacío, salvo por un postede hierro. Dos hombres estaban junto alposte, vestidos únicamente con un

delantal de cuero y una capucha decuero sobre el rostro. Los que noshabían llevado hasta allí se fueron y nosdejaron con los dos Jueces que estabanen un rincón del cuarto. Los Jueces eranpequeños, delgados, grises yencorvados. Le dieron una señal a losdos encapuchados.

Ellos nos arrancaron la ropa, nostiraron al suelo de rodillas y nos ataronlas manos al poste de hierro.

El primer latigazo nos hizo sentircomo si nuestra espina se hubierapartido en dos. El segundo latigazodetuvo al primero y por un segundo nosentimos nada, el dolor se atoró en

nuestra garganta y el fuego corrió pornuestros pulmones sin aire. Pero nolloramos.

El látigo silbaba como el viento.Intentamos contar los golpes, peroperdimos la cuenta. Sabíamos que losgolpes caían en nuestra espalda. Pero yano sentíamos nada. Una parrilla enllamas danzaba frente a nuestros ojos, yno pensamos en nada más que en esaparrilla, una parrilla, una parrilla concuadrados rojos, y entonces supimos queestábamos viendo los cuadros de laparrilla de hierro de la puerta, y tambiénestaban los cuadrados de piedra de lasparedes y los cuadrados que el látigo

estaba cortando en nuestra espalda,cruzándose y volviéndose a cruzar ennuestra carne.

Luego vimos un puño ante nosotros.Nos pegó en la barbilla y vimos la rojaespuma de nuestra boca sobre los dedossecos, y el Juez preguntó:

«¿Dónde han estado?».Pero nosotros volvimos la cabeza, la

escondimos entre las manos atadas y nosmordimos los labios.

El látigo silbó de nuevo. Nospreguntamos quién estaría tirandotrocitos de carbón ardiendo sobre elsuelo, porque veíamos relucir pequeñasgotas rojas sobre las piedras a nuestro

alrededor.Luego ya no supimos nada, excepto

dos voces que gruñían continuamente,una después de otra, si bien sabíamosque hablaban a distancia de variosminutos una de otra:

«¿Dónde han estado dónde hanestado dónde han estado dónde hanestado dónde han estado dónde hanestado?…».

Y nuestros labios se movían, pero elsonido se nos quedaba en la garganta yaquel sonido decía solamente:

«La luz… La luz… La luz…».Luego ya no supimos nada.Abrimos los ojos, yacíamos boca

abajo sobre el suelo de ladrillo de unacelda. Vimos dos manos abandonadaslejos de nosotros, sobre los ladrillos,las movimos y comprendimos que erannuestras propias manos. Pero nopodíamos mover nuestro cuerpo.Entonces sonreímos porque pensamos enla luz y en que no la habíamostraicionado.

Yacimos en nuestra celda durantemuchos días. La puerta se abría dosveces al día, una vez para los hombresque nos traían pan y agua, y otra vezpara los Jueces. Muchos Jueces vinierona nuestra celda, primero los máshumildes, después los más honrados.

Se pararon ante nosotros con sustogas y nos preguntaron:

«¿Están dispuestos a hablar?».Negamos con la cabeza, mientras

yacíamos sobre el suelo ante ellos. Yentonces se fueron.

Contamos cada día y cada nocheconforme pasaban. Entonces, esta noche,supimos que debíamos escapar. Porquemañana se reunirá el Consejo Mundialde los Estudiosos en nuestra Ciudad.

Fue fácil huir del Palacio de laDetención Correccional. Las cerradurasde las puertas de las celdas son viejas yno hay guardias. No hay razón para tenerguardias porque los hombres no han

desafiado jamás a los Consejos hasta elpunto de huir del lugar a que se les hadestinado. Nuestro cuerpo está sano yrecobramos las fuerzas rápidamente.Empujamos la puerta y ésta cedió. Nosdeslizamos por los lóbregos pasillos ypor las calles oscuras y luego bajamoshasta nuestro túnel.

Encendimos la vela y vimos quenuestro lugar no había sido descubierto,y que nada había sido tocado. Y nuestracaja de cristal estaba delante denosotros, sobre la estufa fría, como lahabíamos dejado. ¡Qué importaban lascicatrices sobre nuestra espalda!

Mañana, a plena luz del día,

tomaremos nuestra caja, dejaremosabierto nuestro túnel, y caminaremos porlas calles hasta la Casa de losEstudiosos. Pondremos delante de ellosel regalo más grande que jamás se hayaofrecido a los hombres. Les diremos laverdad.

Les entregaremos, como nuestraconfesión, estas páginas que hemosescrito. Uniremos nuestras manos a lasde ellos, y trabajaremos juntos, con elpoder del cielo, por la gloria de lahumanidad. ¡Que nuestra bendicióndescienda sobre nuestros hermanos!Mañana nos tomarán de vuelta y noseremos desterrados nunca más. Mañana

seremos uno de ustedes de nuevo.Mañana…

Capítulo 7

Hay mucha oscuridad aquí en el bosque.Las ramas se mecen sobre nuestracabeza, negras contra el cielo dorado. Elmusgo es blando y tibio. Dormiremossobre este musgo durante muchasnoches, hasta que lleguen las fieras adestrozar nuestro cuerpo. No tenemosmás cama que el musgo, ni más porvenirque las fieras.

Somos viejos ahora, aunque éramosjóvenes esta mañana cuando llevábamosnuestra caja de cristal a través de lascalles de la Ciudad hasta la Casa de los

Estudiosos. Ningún hombre nos detuvo,porque no había nadie cerca del Palaciode la Detención Correccional, y losotros no sabían nada. Nadie nos detuvoen la puerta. Caminamos por los pasillosvacíos y llegamos a la gran sala dondeel Consejo Mundial de los Estudiososcelebraba su solemne reunión.

No vimos nada al entrar, salvo elcielo azul y brillante a través de losgrandes ventanales.

Luego vimos a los Estudiosossentados alrededor de una larga mesa;eran como nubes sin forma amontonadassobre el vasto cielo. Ahí estaban loshombres cuyos famosos nombres

conocíamos y otros llegados de tierraslejanas, cuyos nombres ignorábamos.Vimos un gran cuadro en la pared, sobresus cabezas, que representaba a losveinte hombres ilustres que inventaronlas candelas.

Todas las cabezas del Consejo sevolvieron hacia nosotros cuandoentramos. Esos grandes y sabioshombres no supieron que pensar denosotros, y nos miraron con asombro ycuriosidad, como si fuéramos unmilagro. Es cierto que nuestra túnicaestaba rota y llena de manchas oscurasque habían sido sangre. Levantamos elbrazo derecho y dijimos:

«¡Nuestros saludos para ustedes,nuestros honorables hermanos delConsejo Mundial de los Estudiosos!».

Entonces Colectividad 0-0009, losmás viejos y sabios del Consejo,hablaron y preguntaron:

«¿Quiénes son ustedes, hermanosnuestros? Porque no se ven comoEstudiosos».

«Nuestro nombre es Igualdad 7-2521», contestamos, «y somos unBarrendero de esta Ciudad».

Luego pareció como si un vientohuracanado hubiera golpeado el salón,todos los Estudiosos hablaron al mismotiempo, y estaban enojados y asustados.

«¡Un Barrendero! ¡Un Barrenderocaminando frente al Consejo Mundial delos Estudiosos! ¡Es inconcebible! ¡Estáen contra de todas las reglas y de todaslas leyes!».

Pero nosotros sabíamos comodetenerlos.

«¡Hermanos nuestros!» dijimos.«Nosotros no importamos, tampoconuestra transgresión».

Son sólo nuestros hermanos hombreslos que importan. No nos prestenatención, porque no somos nadie, peroescuchen nuestras palabras, porque lestraemos un regalo que jamás le han dadoa los hombres. Escúchennos, porque

tenemos el porvenir de la humanidad ennuestras manos».

Entonces ellos escucharon.Colocamos la caja de cristal delante

de ellos. Hablamos de ella, de nuestraslargas investigaciones, de nuestro túnely de nuestra fuga del Palacio deDetención Correccional. No se movíauna mano en el salón mientrashablábamos, ni un ojo se movía. Luegoconectamos los cables a la caja y todosse inclinaron hacia delante, atentos paraobservarla. Nos quedamos inmóviles,con los ojos fijos en los cables. Ylentamente, lentamente, como un flujo desangre, una llama roja tembló en el hilo.

Luego el alambre brilló.Pero el terror se apoderó de los

hombres del Consejo. Se pusieron en piede un salto, se alejaron corriendo de lamesa y se apretaron contra la pared,amontonados, buscando el calor delcuerpo del vecino para darse valor.

Nosotros los miramos y sonreímos,diciendo.

«No teman, hermanos. Hay un granpoder en estos alambres, pero estepoder está dominado. Es de ustedes, selos regalamos».

Ellos seguían sin moverse.«!Les damos el poder del cielo!»,

gritamos. «¡Les damos la llave de la

tierra! Tómenla y déjennos ser uno deustedes, el más humilde entre ustedes.Trabajemos juntos y dominemos estepoder, y hacer más fácil el trabajo de loshombres. Déjennos tirar las candelas ylas antorchas. Déjennos inundar de luzlas ciudades. Déjennos traerle una nuevaluz a los hombres».

Pero ellos nos miraron y de prontotuvimos miedo. Porque sus ojos eranfirmes, pequeños y perversos.

«¡Hermanos!», gritamos. «¿Notienen algo que decirnos?».

Entonces Colectividad 0-0009 seacercó a la mesa y los demás lesiguieron.

«Sí», dijeron Colectividad 0-0009,«tenemos muchas cosas que decirles».

El sonido de sus voces trajeronsilencio al salón y al latido de nuestrocorazón.

«Sí», dijeron Colectividad 0-0009,«tenemos mucho que decirles a unosdelincuentes que han quebrantado lasleyes y que se jactan de su infamia!¿Cómo se atreven a creer que su mentepuede poseer más sabiduría que la desus hermanos?».

Y si el Consejo ha decretado quedeben ser un Barrendero, ¿cómo seatreven a pensar que podrían ser másútiles a los hombres que barriendo las

calles?».«¿Cómo se atreven?, limpiadores de

alcantarillas», dijo Fraternidad 9-3452,«¿a considerarse solos y con lospensamientos de uno en lugar de los demuchos?».

«Deben morir quemados», dijeronIgualdad 4-6998.

«No, deben azotarles», dijeronUnanimidad 7-3304, «hasta que noquede nada bajo el látigo».

«No», dijeron Colectividad 0-2009,«nosotros no podemos decidir sobreesto, hermanos. Jamás se había cometidosemejante delito, y no podemos juzgarlonosotros. Ni siquiera uno de nuestros

Consejos menores. Debemos entregarleesta criatura al Consejo Mundial y dejarque se cumpla su voluntad».

Los miramos e imploramos:«¡Hermanos! Tienen razón. Dejen

que la voluntad del consejo se cumplasobre nuestro cuerpo. No nos importa.¿Pero la luz? ¿Qué harán con la luz?».

Colectividad 0-0009 nos miraron ysonrieron.

«¿Piensan que han encontrado unnuevo poder?», dijeron Colectividad 0-0009. «¿Piensan que todos sus hermanoslo piensan?».

«No», contestamos.«Lo que no es pensado por todos los

hombres no puede ser verdad», dijoColectividad 0-0009.

«¿Ha trabajado en esto solos?»,preguntaron Internacional 1-5537.

«Sí», repusimos.«Lo que no se hace colectivamente

no puede ser bueno», dijeronInternacional 1-5537.

«Muchos hombres en la Casa de losEstudiosos tuvieron extrañas ideas en elpasado», dijeron Solidaridad 8-1164,«pero cuando la mayoría de sushermanos Estudiosos votó contra ellas,abandonaron tales ideas, como debenhacerlo todos los hombres».

«Esta caja es inútil», dijeron

Alianza 6-7349.«Si es lo que ustedes dicen», dijeron

Armonía 9-2642, «será la ruina delDepartamento de Candelas. La Candelaes un gran don para la humanidad y estáaprobada por todos. Por consiguiente,no puede se destruida por la voluntad deuno solo».

«Esto echaría por tierra los planesdel Consejo Mundial», dijeronUnanimidad 2-9913, «y sin los Planesdel Consejo Mundial el sol no puedesalir. Tomo cincuenta años asegurar laaprobación de todos los Consejos parala Candela, y para rehacer los Planescon el fin de sustituir las antorchas por

candelas. Esto ocupó a miles y miles dehombres que trabajan en gran número deestados. No podemos alterar los Planestan pronto».

«Y si esto hiciera más fácil eltrabajo de los hombres», dijo Semejanza5-0306, «sería un gran mal para loshombres, porque su existencia no tieneotra razón de ser que la de trabajar parasus hermanos».

Colectividad 0-0009 se levantaron yseñalaron la caja.

«Esta cosa», dijeron, «debe serdestruida».

Y los demás gritaron:«Debe ser destruida».

Entonces nos lanzamos sobre lamesa.

Tomamos nuestra caja, rechazamos atodos y corrimos a la ventana. Volvimosla cabeza, los miramos por última vez yuna ira más que humana nos ahogó lavoz en la garganta:

«¡Idiotas!», gritamos. «¡Idiotas! ¡Milveces idiotas!».

Rompimos el cristal de la ventanacon el puño y nos lanzamos fuera entreuna lluvia de vidrios rotos.

Caímos, pero nuestras manos nodejaron caer la caja. Entonces corrimos.Corrimos ciegamente, y hombres y casaspasaban a nuestro lado como un torrente

sin forma. Y la calle no nos parecíaplana frente a nosotros, sino como siestuviera volteándose para encontrarnos,y esperábamos que la tierra se levantaray nos golpeara en la cara. Corríamos.No sabíamos a donde íbamos. Sólosabíamos que debíamos correr, correrhasta el fin del mundo, hasta el fin denuestros días.

Repentinamente nos dimos cuenta deque yacíamos sobre una tierra blanda ynos habíamos detenido. Árboles másaltos que todos cuantos habíamos vistohasta entonces se levantaban encima denosotros en un silencio profundo.Entonces comprendimos. Estábamos en

el Bosque Inexplorado. No habíamospensado venir aquí, pero nuestraspiernas habían traído nuestra sabiduría,nuestras piernas nos habían traído alBosque Inexplorado contra nuestravoluntad.

La caja de cristal estaba a nuestrolado. Nos acercamos a ella,arrastrándonos, con la cara entre lasmanos y nos quedamos quietos.

Estuvimos así largo rato. Luego noslevantamos, tomamos nuestra caja ycaminamos en el bosque.

No importaba adonde íbamos.Sabíamos que los hombres no noshabrían seguido, porque ellos no entran

nunca en el Bosque Inexplorado. Noteníamos nada que temer de ellos. Elbosque se ocupa de sus propiasvíctimas. Esto tampoco nos asustaba.Sólo queríamos ir lejos de la Ciudad yde la atmósfera de la Ciudad. Así quecaminamos, con la caja en los brazos ycorazón vacío.

Estamos condenados. Los días queaún quedan por vivir tendremos quevivirlos solos. Y hemos oído hablar dela corrupción que se encuentra en lasoledad. Nos hemos separado de laverdad que son nuestros hermanos, y nohay camino de vuelta ni redención.

Sabemos estas cosas, pero no nos

importan. No nos preocupa nada en latierra. Estamos cansados.

Sólo la caja de vidrio en nuestrasmanos es como un corazón vivo que nosda fuerza. Nos hemos engañado anosotros mismos. No construimos estacaja para el bien de nuestros hermanos.La construimos por ella misma. Paranosotros está por encima de nuestroshermanos, y su verdad superior a la deellos. ¿Por qué pensar en ello? No nosquedan muchos días de vida.Caminamos hacia los colmillos que nosesperan en algún lugar entre los grandesy silenciosos árboles. No dejamos nadapor lo que nos arrepintamos.

De pronto una sensación de pena nosgolpeó, la primera y la única. Pensamosen la Dorada.

Pensamos en la Dorada que novolveremos a ver. Luego la pena pasó.Es mejor así. Somos uno de losCondenados. Es mejor si la Doradaolvida nuestro nombre y el cuerpo quellevaba aquel nombre.

Capítulo 8

Ha sido un día lleno de maravillas, éste,nuestro primer día en el bosque.

Nos despertamos cuando un rayo deluz cayó sobre nuestra cara. Sentimos elimpulso de ponernos en pie de un salto,como lo habíamos hecho cada mañanade nuestra vida, pero recordamos depronto que no había sonado unacampana, y que no había ningunacampana en los alrededores. Seguimosacostados sobre nuestra espalda,estiramos los brazos y miramos al cielo.Los bordes de las hojas tenían un color

de plata fundida que temblaba, seencrespaba y relucía como un río verdey de fuego que ondeaba sobre nosotros.

No deseábamos movernos.Pensamos, de pronto, que podríamosquedarnos así todo el tiempo que se nosantojara, y al pensarlo reímos en vozalta. Podíamos también levantarnos, ocorrer o saltar a nuestro gusto, o caer denuevo. Pensábamos que todas estasideas no tenían sentido, pero antes dedarnos cuenta, nuestro cuerpo se habíalevantado de un brinco. Los brazos seestiraron por voluntad propia, y nuestrocuerpo empezó a dar vueltas y másvueltas hasta que levantó un aire que

hizo mover las hojas de los arbustos.Luego nuestras manos se agarraron a unarama e hicieron que nuestro cuerpo secolumpiase del árbol, sin más razón quecomprobar la fuerza de nuestro cuerpo.La rama se quebró con nuestro peso ycaímos sobre el musgo blando como unaalmohada. Entonces nuestro cuerpo,perdiendo el apoyo, rodó sobre elmusgo mientras las hojas secas seenganchaban a nuestra túnica, a nuestroscabellos y a nuestro rostro. Y notamos,de repente, que estábamos riendo,riendo a carcajadas, riendo como si nopudiéramos hacer otra cosa que reír.

Tomamos nuestra caja y nos

adentramos en el bosque. Anduvimosabriéndonos camino entre las ramas,como si estuviéramos nadando en un marde hojas, con los arbustos como olassubiendo y bajando a nuestro alrededor,lanzando su verde rocío hasta las copasde los árboles. Los árboles nosinvitaban a seguir adelante. Parecía queel bosque nos diera la bienvenida.Seguimos adelante sin preocupaciones,sin temores, sin nada más que sentirsalvo el canto de nuestro cuerpo.

Nos detuvimos cuando sentimoshambre. Vimos pájaros sobre las ramasde los árboles y otros que volaban muycerca de nosotros. Recogimos una

piedra y la lanzamos. El pájaro cayó anuestros pies. Encendimos un fuego, loasamos y nos lo comimos y ningunacomida había tenido mejor sabor paranosotros. Y pensamos queencontrábamos una gran satisfacción enel alimento que conseguimos connuestras propias manos. Y deseamostener hambre de nuevo, pronto, parapoder volver a sentir este nuevo yextraño orgullo al comer.

Luego reanudamos la marcha. Yllegamos a un río que se deslizaba comouna tira de cristal entre los árboles.Estaba tan quieto que no vimos el agua,sino sólo una hendidura en la tierra, en

la que los árboles estaban boca abajo, yel cielo yacía al fondo. Nosarrodillamos cerca de la corriente y nosinclinamos para beber. Entonces nosdetuvimos. Porque sobre el azul delcielo debajo de nosotros, vimos, porprimera vez, nuestro rostro.

Nos quedamos inmóviles, sentados,conteniendo la respiración. Porquenuestro rostro y nuestro cuerpo eranhermosos. Nuestra cara no era como lade nuestros hermanos a los que nos dabavergüenza mirar. Nuestro cuerpo no eracomo el de nuestros hermanos porquenuestros miembros eran rectos, recios yfuertes. Pensamos que podíamos confiar

en ese ser que nos miraba desde el río, yque nada teníamos que temer de él.

Caminamos hasta que el sol seocultó. Cuando las sombras se reunieronentre los árboles, nos detuvimos en unagujero entre las raíces, dondedormiríamos esa noche. Y, de pronto,por primera vez en el día, recordamosque somos los Condenados. Lorecordamos y reímos.

Escribimos en el papel quehabíamos escondido en nuestra túnicajunto con las páginas escritas que lesllevamos al Consejo Mundial de losEstudiosos, pero que no les dimos.Tenemos mucho que decirnos a nosotros

mismos, y esperamos encontrar laspalabras para decir estas cosas en lospróximos días. Ahora no podemoshablar, porque no podemos comprender.

Capítulo 9

No hemos escrito durante muchos días.No deseábamos hablar. Porque nonecesitábamos palabras para recordar loque nos había pasado.

Al segundo día de estar en el bosqueoímos unos pasos detrás de nosotros.Nos escondimos entre los arbustos yesperamos. Los pasos se acercaron. Yentonces vimos la punta de una túnicablanca entre los árboles y un rayo deoro.

Saltamos, corrimos a ellas y nosquedamos viendo a la Dorada. Ellas nos

vieron, y sus manos se apretaron enpuños y los puños le estiraron los brazoshacia abajo como si fueran cuerdas, cualsi quisieran que sus brazos lassostuvieran mientras su cuerpo setambaleaba.

No nos atrevimos a acercarnos. Lespreguntamos, y nuestra voz tembló:

«¿Cómo llegaron hasta aquí,Dorada?».

Pero ellas sólo susurraron:«Los encontramos…».«¿Cómo es que están aquí en el

bosque?», preguntamos.Entonces ellas levantaron la cabeza

y había un gran orgullo en su voz;

contestaron:«Los seguimos».«Oímos que se habían ido al Bosque

Inexplorado, ya que toda la Ciudadhabla de ello. Así que en la noche deldía en que lo supimos, escapamos de laCasa de los Campesinos. Encontramoslas marcas de sus pies en el suelo por elque ninguno de los hombres camina.

Las seguimos, llegamos a el bosque,y recorrimos los senderos donde lasramas estaban rotas por el paso de sucuerpo.

Su túnica estaba rota y las ramashabían cortado la piel de sus brazos,pero hablaban como si no lo notaran,

como si no tuvieran cansancio o temor».«Los seguimos», dijeron, «y los

seguiremos dondequiera que vayan. Sialgún peligro los amenaza, nosotrostambién lo afrontaremos. Si llega lamuerte, moriremos con ustedes.

Ustedes están condenados y nosotrosdeseamos compartir su condena».

Levantaron la vista hacia nosotros,su voz era baja, había un tono deamargura y triunfo en ella:

«Sus ojos son como llamas, en losde nuestros hermanos no hay fuego oesperanza. Su boca está cortada degranito, la de nuestros hermanos essuave y humilde. Su cabeza es altiva, la

de nuestros hermanos se encorva.Ustedes caminan, nuestros hermanos searrastran. Deseamos estar condenadascon ustedes, lo preferimos a estarbendecidas con todos nuestroshermanos. Hagan lo que quieran connosotros, pero no nos alejen de su lado».

Se arrodillaron e inclinaron su rubiacabeza ante nosotros.

Nunca pensamos lo que hicimos enaquel momento. Nos inclinamos paralevantar a la Dorada, cuando nuestrasmanos tocaron su cuerpo, fue como sinos atacara la locura. Tomamos sucuerpo y presionamos nuestros labioscontra los suyos. La Dorada respiró y en

su aliento hubo una especie de gemido,entonces sus brazos se apretaron contranosotros.

Nos quedamos juntos por un largorato. Y nos aterrorizaba pensar quehabíamos vivido veintiún años sin saberque los hombres pueden conocer ladicha.

Entonces dijimos:«Querida nuestra. No tengan miedo

del bosque. No hay peligro en lasoledad. No necesitamos a nuestroshermanos. Déjanos olvidar su bondad ynuestra maldad, déjanos olvidar todo,salvo que estamos juntos y que hay dichaentre nosotros. Dennos su mano. Miren

hacia delante. Es nuestro mundo,Dorada, un mundo extraño ydesconocido, pero nuestro».

Luego caminamos por el bosque, consu mano entre la nuestra.

Aquella noche supimos que sostenerel cuerpo de una mujer entre nuestrosbrazos no es una cosa fea ni vergonzosa,sino el éxtasis otorgado a la razahumana.

Hemos caminado durante muchosdías. El bosque no tiene fin, y nosotrosno buscamos ningún fin. Cada díaañadido a la cadena de los días que nosseparan de la Ciudad es como una nuevabendición.

Hicimos un arco y muchas flechas.Podemos matar más aves de las quenecesitamos para nuestro sustento;encontramos agua y frutas en el bosque.Por la noche, elegimos un claro entre losárboles y encendemos un anillo defogatas a nuestro alrededor. Dormimosen el centro de este círculo y las fierasno se atreven a atacarnos. Vemos susojos, verdes y amarillos como carbonesresplandecientes, mirándonos entre lasramas de los árboles. El fuego ardecomo una corona de llena de joyas anuestro alrededor, y el humo se quedaquieto en el aire en columnas que setornan azules a la luz de la luna.

Dormimos juntos en el centro delcírculo; los brazos de la Dorada rodeannuestro cuerpo, su cabeza descansasobre nuestro pecho.

Algún día nos detendremos yconstruiremos una casa, cuando estemoslo suficientemente lejos. Pero notenemos que apresurarnos. Los díasfrente a nosotros no tienen fin, como elbosque.

No podemos comprender esta nuevavida que hemos encontrado, pero todonos parece simple y claro. Cuando nosllegan preguntas que debemosresponder, caminamos más de prisa,entonces nos volvemos a mirar a la

Dorada que nos sigue. La sombra de lashojas cae sobres sus brazos mientrasaparta las ramas, pero sus hombros estániluminados por el sol. La piel de susbrazos es azul como la niebla, pero sushombros son blancos y brillantes, comosi la luz en lugar de descender de arriba,surgiese de su interior. Nos fijamos enuna hojita caída sobre sus hombros, quedescansa en la curva de su cuello y enella centellea una gota de rocío. Ellas seacercan a nosotros, luego se detienen,riendo, saben lo que pensamos, yesperan obedientes, sin preguntar nada,hasta que nos place proseguir el camino.

Seguimos adelante y bendecimos la

tierra bajo nuestros pies. Peto laspreguntas nos atormentan nuevamente,mientras avanzamos en silencio. ¿Si loque hemos hallado es la corrupción dela soledad, qué otra cosa pueden desearlos hombres que no sea la corrupción?

¿Si éste es el gran mal de estarsolos, entonces, qué es el bien y qué esel mal?

Todo lo que procede de muchos esbueno. Todo cuanto procede de uno soloes malo. Esto es lo que nos hanenseñado desde nuestro primer día devida. Hemos quebrantado la ley, peronunca lo dudamos. Ahora, mientrascaminamos por el bosque, aprendemos a

dudar.No hay vida para los hombres,

excepto en el trabajo útil para el bien detodos sus hermanos.

Pero nosotros no vivíamos cuandotrabajábamos para nuestros hermanos,sólo estábamos cansados. No hay dichapara los hombres, excepto la compartidacon sus hermanos. Pero las dos únicascosas que nos han dado dicha fue elpoder creado con nuestros cables y laDorada. Y ambas dichas nos pertenecena nosotros solos, vienen solo denosotros, no tienen relación con nuestroshermanos en ninguna forma. Entoncesnos preguntamos.

Hay una especie de error, un erroraterrorizante, en el pensamiento de loshombres. ¿Cuál es este error? No losabemos, el conocimiento lucha dentrode nosotros, lucha para nacer.

Hoy la Dorada se pararonrepentinamente y dijeron:

«Los amamos».Pero en seguida fruncieron las cejas,

movieron la cabeza y nos miraronafligidas.

«No», susurraron, «esto no es lo quequeríamos decir».

Estaban en silencio, entonceshablaron despacio y sus palabras eranimperfectas, como las de un niño que

aprende a hablar por primera vez:«Nosotros somos una… sola… y

única… y los amamos a ustedes que sonuno… solo… y único».

Nos miramos a los ojos ycomprendimos que el soplo de unmilagro nos había rozado, y habíavolado lejos, dejándonos con unaincertidumbre vaga.

Y nos sentíamos atormentados,atormentados por una palabra que noconseguíamos descubrir.

Capítulo 10

Estamos sentados a una mesa yescribimos estos renglones sobre unpapel hecho hace miles de años. La luzes débil y no podemos ver a la Dorada,sólo un rizo dorado sobre la almohadade una cama antigua. Ésta es nuestracasa.

Llegamos a ella hoy, al amanecer.Cruzamos una cadena de montañasdurante muchos días. El bosque subíaentre los peñascos y a dondequiera quecaminábamos veíamos una barrera congrandes picos de roca al este, al oeste,

al norte y al sur, hasta donde alcanzabanuestra mirada. Las cumbres eran rojo ycafé, con franjas verdes de bosque comovenas sobre ellas y con vapores azulesque parecían velos en sus cabezas. Nohabíamos oído hablar nunca de estasmontañas ni las habíamos vistoseñaladas en los mapas. El BosqueInexplorado las había protegido de lasCiudades y de los hombres de lasCiudades.

Trepamos por senderos en los quelas cabras salvajes no se hubieranatrevido a poner pie.

Piedras rodaban bajo nuestros pies ylas oímos rebotar contra las rocas de

abajo una y otra vez, y siempre másabajo, y las montañas resonaban comobóvedas a cada golpe y aun mucho ratodespués de haber cesado el ruido. Peronosotros seguíamos adelante porquesabíamos que nadie podría seguirnos oalcanzarnos allí.

Esta mañana, al amanecer, vimos unallama blanca entre los árboles, arriba,sobre una empinada cuesta antenosotros. Pensamos que se trataba de unincendio y nos detuvimos.

Pero la llama no se movía, aunqueondulaba como metal líquido. Y ahí,ante nosotros, sobre una cumbreespaciosa, con las montañas que se

levantaban detrás de ella, había una casacomo no habíamos visto otra igual, yaquel resplandor era producido por elsol sobre el cristal de sus ventanas.

La casa tenía dos plantas y unextraño techo, plano como un piso.Había más ventanas que muros en lasparedes, y las ventanas eran rectas enlos ángulos y no alcanzábamos acomprender cómo podía sostenerse lacasa de esa manera. Los muros eranduros y lisos, de esa piedra que noparecía piedra que habíamos visto ennuestro túnel.

Ambos comprendidos sindecírnoslo: esta casa había quedado

desde los Tiempos Innombrables. Losárboles la habían protegido contra eltiempo y las estaciones, y contra loshombres que son menos piadosos que eltiempo y las estaciones. Miramos a laDorada y preguntamos:

«¿Tienen miedo?».Ellas movieron la cabeza

negativamente la cabeza. Caminamos ala puerta, la abrimos y entramos en lacasa de los Tiempos Innombrables.

Necesitaremos todos los días y losaños que aún nos quedan por vivir paraver, aprender y comprender las cosasque hay en esta casa. Hoy, sólo podemosmirar y procurar creer en nuestros ojos.

Apartamos las pesadas cortinas de lasventanas y vimos que las habitacioneseran pequeñas; al parecer no habríanpodido estar aquí más de una docena dehombres.

Y pensamos que era muy raro que lehubieran permitido a los hombresconstruir una casa sólo para docepersonas.

Jamás habíamos visto habitacionestan llenas de luz. Los rayos del solbailaban con colores, colores y máscolores de los que nos parecíanposibles, nosotros que sólo habíamosvisto casas blancas, grises o cafés.Había grandes piezas de cristal sobre

las paredes, pero no era cristal porqueen su superficie reluciente veíamosnuestros cuerpos y las cosas que estabandetrás de nosotros, como pasó connuestra cara en el lago. Había cosasextrañas que no habíamos visto nunca ycuyo uso ignorábamos. Y había globosde cristal en todos lados, en cada cuarto,globos de cristal sellados con telarañasde alambre dentro, como las quehabíamos visto en nuestro túnel.

Encontramos el dormitorio y nosquedamos en el umbral. Porque era uncuarto pequeño que contenía dos camas.No encontramos más camas en la casa, ycomprendimos que allí habían vivido

dos personas solamente. Esto nosparecía incomprensible. ¿Qué tipo demundo tenían los hombres de losTiempos Innombrables?

Encontramos ropa y la Doradacontuvo la respiración al mirarla.Porque no eran túnicas blancas o togasblancas; eran piezas de todos loscolores, no había dos iguales. Algunasse convirtieron en polvo en cuanto lostocamos, pero otras eran de tela máspesada y se sintieron suaves y nuevasentre nuestros dedos.

Encontramos una habitación con lasparedes cubiertas de estanterías quecontenían hileras de manuscritos, desde

el suelo hasta el techo. Nunca habíamosvisto tantos juntos y tampoco de unaforma tan extraña. No estaban blandos nienrollados, sino cubiertos con tapas depiel y tela, y las letras de las páginaseran tan pequeñas y estaban tan juntasque nos asombramos de que los hombrespudieran escribir así a mano. Hojeamosalgunas páginas y vimos que estabanescritas en nuestro idioma, perotropezamos con muchas palabras que nopodíamos comprender. Mañanaempezaremos a leer estos manuscritos.

Cuando vimos todos los cuartos dela casa, miramos a la Dorada y ambossabíamos lo que estábamos pensando.

«Nunca dejaremos este lugar»,dijimos, «ni dejaremos que nos loquiten». Éste es nuestra hogar y el finalde nuestro viaje. Ésta es su casa,Dorada, y la nuestra y no pertenece anadie más por grande que sea la tierra.Nosotros no la compartiremos con otros,como tampoco compartimos con otrosnuestra dicha, nuestro amor, nuestrahambre. Y así será hasta el final denuestros días».

«Su voluntad se cumplirá», dijeron.Salimos a recoger leña para el gran

hogar de nuestra casa. Trajimos agua deun río que corre entre los árboles bajonuestras ventanas. Matamos una cabra

montesa y trajimos la carne paracocinarla en una extraña vasija de cobreque encontramos en un lugar lleno decosas maravillosas que debió ser lacocina de la casa.

Hicimos todo esto solos, porqueninguna palabra nuestra pudo arrancar ala Dorada del gran cristal que no eracristal. Se quedaron ante él y miraban ymiraban su propio cuerpo.

Cuando el sol se hundió entre lasmontañas, la Dorada quedó dormida enel suelo, rodeada de joyas, botellas decristal y flores de seda. Levantamos a laDorada en nuestros brazos y la llevamosa la cama, su cabeza caía suavemente

sobre nuestro hombro. Encendimos unavela y trajimos papel del cuarto de losmanuscritos, nos sentamos junto a laventana, porque sabíamos que nopodríamos dormir esta noche.

Ahora miramos la tierra y el cielo.Esta franja de roca, los picos y la luz dela luna son como la imagen de un mundolisto para nacer, un mundo que espera.Parece esperar de nosotros un signo, unachispa, una primera orden. No sabemosqué palabra hemos de pronunciar, ni quégran gesto espera esta tierra de nosotros.Sabemos que espera. Debemos darle unameta, debemos darle significado a todoeste espacio de roca y cielo que

resplandece.Miramos hacia delante, le rogamos a

nuestro corazón la guía para responderlea esa voz que no ha sido pronunciada,pero que hemos escuchado. Miramosnuestras manos. Vemos el polvo desiglos, el polvo que oculta los grandessecretos y quizás los grandes males. Sinembargo, no suscita miedo en nuestrocorazón, sino sólo piedad y silenciosareverencia.

¡Qué nos sea revelado elconocimiento! ¿Cuál es el secreto quenuestro corazón parece haber entendidopero que no quiere revelarnos aunqueparezca intentar decírnoslo con sus

latidos?

Capítulo 11

Yo soy. Yo pienso. Yo lo haré.Mis manos. Mi espíritu. Mi cielo.

Mi bosque. Esta tierra es mía.¿Qué debo decir además de esto?

Éstas son las palabras. Ésta es larespuesta.

Estoy aquí, en la cumbre de lamontaña. Levanto la cabeza y alargo losbrazos. Este mi cuerpo y este miespíritu, éste es el fin de mi búsqueda.Deseaba conocer el significado de lascosas. Yo soy el significado. Deseabaencontrar justificación para ser, y no

palabras de sanción por ser. Yo soy lajustificación y la sanción.

Son mis ojos los que ven, y lamirada de mis ojos confiere belleza a latierra. Son mis oídos los que escuchan, ymi capacidad de escuchar le da músicaal mundo. Es mi mente la que piensa, yel juicio de mi mente es la única luz quepuede encontrar la verdad. Es mivoluntad la que elige y la elección de mivoluntad es el único edicto que deborespetar.

Me dieron muchas palabras, algunasson sabias, otras son falsas, pero sólotres son sagradas: «¡Yo lo haré!».

En cualquier camino que tome, la

estrella guía está en mi interior; laestrella guía y la brújula que apunta ladirección. Apuntan en una dirección.Apuntan hacia mí.

No sé si esta tierra en la que estoyparado es el corazón del universo o sisólo es una partícula de polvo perdidoen la eternidad. No lo sé ni mepreocupa. Lo que sé es que la felicidades posible para mí en la tierra. Y mifelicidad no necesita un fin superiorpara ser posible.

Mi felicidad no es un medio paraningún fin. Ella es el fin. Ella es la meta.Ella es su propio propósito.

Tampoco yo soy el medio para

ningún fin que cualquier otro quieracumplir. No soy una herramienta paraser usada. No soy un sirviente para susnecesidades. No soy una cura para susheridas. No soy una pieza de sacrificiopara sus altares.

¡Yo soy un hombre. Este milagro deser yo es mío para poseerlo yconservarlo, mío para cuidarlo, y míopara usarlo, mío para arrodillarme anteél!

No cedo mis tesoros ni loscomparto. La riqueza de mi alma nodebe ser recogida en pedazos de cobre yesparcida al viento como limosna paralos pobres de espíritu. Yo guardo mis

tesoros: mis pensamientos, mi voluntady mi libertad. Y el más grande es milibertad.

No le debo nada a mis hermanos,ellos tampoco tiene ninguna deuda paraconmigo. No le pido a nadie que vivapara mí, ni yo vivo para nadie. No deseoel alma de ningún hombre, no quiero quenadie desee la mía.

No soy ni amigo ni enemigo de mishermanos, soy tan sólo como cada unode ellos puede merecerme. Y para lograrmi amor, mis hermanos han de haceralgo más que haber nacido.

Yo no concedo mi amor sin razón, nial primero que pasa y me lo pide. Honro

a los hombres concediéndoles mi amor.Pero el honor es algo que debe serganado.

Podré escoger amigos entre loshombres, pero no dueños ni esclavos. Yelegiré solamente los que me gusten, yles honraré, les amaré y respetaré, perono les obedeceré sus órdenes.

Uniremos nuestras manos cuando lodeseemos e iremos solos cuando nosparezca preferible. Porque en templo desu espíritu, cada hombre está solo.Dejemos que cada hombre mantenga sutemplo intacto e inmaculado. Y entonces,que una sus manos a las de los otros siasí lo desea, pero solamente afuera de

ese lugar sagrado.La palabra «nosotros» no debe ser

pronunciada, salvo por la elección decada uno y después de pensarlo dosveces. Esta palabra nunca debe serpuesta primero en el alma de loshombres, porque se convierte en unmonstruo, en la raíz de todos los malesen la tierra, la raíz de la tortura de loshombres por los hombres y es unamentira impronunciable.

La palabra «nosotros» fue como calque se coló entre los hombres, que losendureció como la piedra, y destruyótodo dentro de ellos, y todo lo que erablanco y lo que era negro se ha perdido

por igual en una forma gris. Ésta es lapalabra con la que lo depravado roba lavirtud a lo bueno, por la que lo débil leroba la voluntad a la fuerza, por la quelos tontos le roban la sabiduría a lossabios.

¿Qué sería de mi dicha, si todas lasmanos, incluso las más inmundas,pudieran aferrarla?

¿Qué sería de mi sabiduría, si hastalos tontos pudieran influir sobre mí?¿Qué sería mi libertad si todas lascriaturas, aun las más viles e impotentes,fueran mis dueños? ¿Qué sería mi vida,si tuviera que inclinarme, aprobar yobedecer?

Pero yo ya acabé con este credo decorrupción.

Yo acabé con el monstruo del«nosotros», la palabra de servidumbre,de saqueo, de miseria, mentira yvergüenza.

Y ahora contemplo el rostro de dios,y levanto a este dios sobre la tierra, estedios que los hombres han deseado desdeque existen, este dios que les dará ladicha, la paz y el orgullo.

Este dios, esta sola palabra: «Yo».

Capítulo 12

Sucedió que cuando estaba leyendo elprimero de los libros que encontré en micasa encontré la palabra «Yo». Y cuandoentendí esta palabra, el libro se me cayóde las manos, y yo también caí al suelo ylloré, yo que nunca conocí las lágrimas.Lloré por mi liberación y de compasiónhacia todos los hombres.

Entendí la bendición en todo aquelloque yo había llamado mi maldición.Entendí por qué lo mejor en mí habíansido mis pecados y mis transgresiones; ypor qué nunca me sentí culpable por mis

pecados. Entendí que siglos de cadenasy de látigos no pueden acabar con estaverdad en el cuerpo del hombre.

Leí muchos libros, durante muchosdías, luego llamé a la Dorada y le dijelo que había leído y aprendido. Me miróy sus primeras palabras fueron:

«Yo te amo».Entonces dije:«Querida mía, no es bueno para los

hombres no tener un nombre. Hubo untiempo en que cada uno de los hombrestenía un nombre que le distinguía de losdemás. Debemos elegir nuestrosnombres. Leí sobre un hombre que vivióhace miles de años, y de todos los

hombres de este libro, es el suyo el quequiero llevar. Él tomó la luz de losdioses y la llevó a los hombres, y leenseñó a los hombres a ser dioses. Ysufrió por tal hazaña como deben sufrirtodos los portadores de luz. Su nombreera Prometeo».

«Ese será tu nombre», dijo laDorada.

«Y he leído de una diosa», dije,«que era la madre de la tierra y de todoslos dioses. Su nombre era Gea. Ese éstetu nombre, Dorada mía, porque nosotroshemos de construir un nuevo mundo y túhas de ser la madre de una nueva castade dioses».

«Ese será mi nombre», dijo laDorada.

Ahora miro adelante. Mi futuro estáclaro ante mí. El Santo de la hoguera vioel futuro cuando me escogió comoheredero, como heredero de todos lossantos y todos los mártires que leprecedieron y que perecieron por lamisma causa, por la misma palabra,cualquiera que fuese el nombre dado asu causa y a su verdad.

Viviré aquí, en mi propia casa.Tomaré mi comida de la tierra por eltrabajo de mis propias manos.Aprenderé los secretos de todos mislibros. A través de los años por venir,

reconstruiré los logros del pasado, yabriré el camino para llevar más lejosesos logros abiertos para mí, perocerrados para mis hermanos, porque susmentes están trabadas por las cadenasmantenidas por los más débiles y por losmás ignorantes que ellos.

Aprendí que el poder del cielo eraconocido por los hombres hace muchotiempo; ellos lo llamaban Electricidad.Era el poder que movía sus mejoresinventos. Iluminaba esta casa con la luzque difundían esos globos de cristal enlas paredes. Encontré la máquina queproducía la luz. Aprenderé el modo dearreglarla y hacer que trabaje de nuevo.

Aprenderé a usar los cables queconducen este poder. Entoncesconstruiré una barrera de cablesalrededor de mi casa y a través de lossenderos que conducen a ella. Unabarrera sutil como una telaraña y másimpenetrable que un muro de granito.Una barrera que mis hermanos no seráncapaces de atravesar. Porque ellos notienen nada con que pelear conmigo,salvo la fuerza bruta de sus números. Yotengo una mente.

Luego, aquí en la cumbre de lamontaña, con el mundo debajo de mí ynada por encima excepto del sol, vivirémi verdad. Gea lleva en su seno a mi

hijo. Él será criado para decir «Yo» yafrontar el orgullo de ello. Le enseñaré air derecho y con sus propios pies, leenseñaré el respeto hacia su propioespíritu.

Cuando haya leído todos los libros yhaya aprendido mi nuevo camino,cuando mi casa esté preparada, y mitierra cultivada, iré secretamente, y porúltima vez, a la Ciudad maldita donde henacido. Llamaré a mi amigo que no tienemás nombre que Internacional 4-8818, ya todos los que se le parecen, aFraternidad 2-5503 que llora sin motivo,a Solidaridad 9-6347 que pide auxilioen la noche, y a pocos más. Llamaré a

mi lado a todos los hombres y mujerescuyo espíritu no haya sido ahogado enellos y que sufren bajo el yugo de sushermanos.

Ellos me seguirán y yo los conduciréa mi fortaleza. Y aquí, en esta soledaddesconocida, yo junto a ellos, misamigos, mis compañeros en la tarea deconstrucción, escribiremos el primercapítulo de la nueva historia del hombre.

Esto es cuanto tengo delante. Ymientras estoy aquí en el umbral de lagloria, miro por última vez hacia atrás.Miro la historia de los hombres que heaprendido en los libros y me quedoasombrado. Es una larga historia y el

que la dictaba era el espíritu de lalibertad humana.

Pero ¿qué es la libertad? ¿Libertadde qué? No hay nada que puedaarrebatar la libertad a un hombre que nosean otros hombres. De modo que, quepara ser libre, un hombre debe liberarsede sus hermanos. Ésta es la Libertad.Ésta y sólo ésta.

En un principio el hombre fueesclavizado por los dioses. Pero élrompió las cadenas. Entonces fueesclavizado por los reyes y por lasmuchedumbres que se inclinaban antelos reyes.

Mas él rompió aquellas cadenas.

Fue esclavizado por su nacimiento, porsu gente. Mas él rompió aquellascadenas. Él declaró a todos sushermanos que el hombre tiene derechosque ni dios, los reyes o los otroshombres pueden arrebatarle.

Él se quedó en el umbral de lalibertad por la que tanta sangre sederramó en los siglos que le habíanprecedido.

Pero entonces se rindió, perdió loque había ganado y cayó más abajo quesu salvaje comienzo.

¿Qué hizo que esto pasara? ¿Quédesastre tomó la razón y la llevó lejosde los hombres?

¿Qué látigo les hizo arrodillarsevergonzosa y sumisamente? Laadoración a la palabra «nosotros».

Cuando los hombres aceptaron esaadoración, la estructura de los sigloscayó hecha polvo a sus pies, aquellaestructura cuyas semillas nacieron cadauna del pensamiento de un hombredistinto, cada cual en su tiempo, a travésde los siglos, de la profundidad de unespíritu que existía sólo para sí mismo.Los hombres que sobrevivieron —losque desearon obedecer, los quedeseaban vivir para los otros, desde elmomento que no tenían otra cosa que losreivindicara—, aquellos hombres no

pudieron ni continuar ni conservar loque había recibido, hicieron que toda laciencia, toda la sabiduría perecieransobre la tierra. De este modo loshombres, aquellos hombres que notenían nada que ofrecer excepto su grannúmero, perdieron las torres de acero, ylos barcos voladores y los potentes hilosque no habían creado y que no podíanconservar. Quizás luego nacieronhombres cuyo talento y valor hubieranpodido encontrar de nuevo las cosasperdidas; quizás estos hombres sepresentaron ante el Consejo de losEstudiosos. Se les contestó como se mecontestó a mí, y por las mismas razones.

Todavía me pregunto cómo fueposible, en aquellos tristes días detransición, hace tanto tiempo, que loshombres no vieran hacia dónde sedirigían, y siguieron adelante débiles yciegos, hacia su destino. Me asombra,porque es difícil para mí concebir cómohombres que conocían la palabra «Yo»,pudieron abandonarla sin saber lo quehabían perdido. Pero ésta ha sido lahistoria, porque yo he vivido en laCiudad de los malditos, y sé del horrorque los hombres permitieron que seesparciera sobre ellos.

Tal vez, en aquellos días, había entreellos unos cuantos hombres, algunos

pocos de claro entendimiento, algunosde alma y mirada clara, que se negabana entregar el mundo. ¡Qué agonía debióde ser comprender lo que se les veníaencima y sin poder evitarlo! Quizásgritaron en señal de protesta y dealarma. Y ellos, esos pocos, pelearonuna batalla sin esperanza, y perecieroncon sus banderas empapadas en supropia sangre. Y prefirieron morir,porque sabían. A ellos envío mi saludo ymi piedad a través de los siglos.

Suya es la bandera en mi mano. Yquisiera poder decirles que ladesesperación de sus corazones nodebió ser completa, ni su noche sin

esperanza. Porque la batalla queperdieron no puede perderse jamás.Aquello por cuya salvación murieron nopuede perecer. A través de toda laoscuridad, a través de toda la vergüenzade que son capaces los hombres, aunquesea durante siglos y siglos, el espíritudel hombre permanecerá vivo sobre latierra. Puede dormitar, pero sedespertará. Puede estar atado concadena, pero se liberará. Y el hombreseguirá adelante. El hombre, no loshombres.

Aquí, en esta montaña, yo, mis hijosy mis amigos escogidos, construiremosnuestro país y nuestro fuerte. Y éste se

transformará en corazón de la tierra,perdido y oculto en los primerosmomentos, pero que latiendo, latiendo,latiendo más fuerte cada día. Y lanoticia llegará a todos los rincones de latierra. Y los caminos del mundo seráncomo venas que llevarán la sangre mejora mi puerta. Y todos mis hermanos, y losConsejos de mis hermanos oirán hablarde ello, pero nada podrán contra mí. Yllegará el día en que quebraré lascadenas de la tierra, arrasaré lasciudades de los esclavos y mi hogar seconvertirá en la capital de un mundodonde cada hombre será libre de existirpara sí mismo.

Por la llegada de ese día lucharé Yo,mis hijos y mis amigos. Por la libertaddel hombre. Por sus derechos. Por suhonor.

Y aquí, en el portal de mi fortaleza,grabaré en piedra la palabra que ha deser nuestra antorcha y nuestra bandera.La palabra no morirá, aunqueperezcamos todos en la batalla. Lapalabra que no puede morir sobre estatierra, porque es su corazón, su espírituy su gloria.

La palabra sagrada:

EGO

AYN RAND. Seudónimo de AlisaZinóvievna Rosenbaum (SanPetersburgo, Imperio ruso, 2 de febrerode 1905 – Nueva York, Estados Unidos,6 de marzo de 1982), filósofa y escritoraestadounidense de origen ruso,ampliamente conocida por haber escrito

El manantial y La rebelión de Atlas, ypor haber desarrollado un sistemafilosófico al que denominó«objetivismo».

Rand defendía el egoísmo racional,el individualismo, y el capitalismolaissez faire, argumentando que es elúnico sistema económico que le permiteal ser humano vivir como ser humano, esdecir, haciendo uso de su facultad derazonar y de elegir. En consecuencia,rechazaba absolutamente el socialismo,el altruismo y la religión.

Entre sus principios sostenía que elhombre debe elegir sus valores y susacciones mediante la razón, que cada

individuo tiene derecho a existir por símismo, sin sacrificarse por los demás nisacrificando a otros para sí, y que nadietiene derecho a obtener valoresprovenientes de otros recurriendo a lafuerza física ni a la coerción.

Teniendo la convicción de que losgobiernos tienen una función legítimapero limitada, a Ayn Rand no se lepuede confundir con una anarquista,pudiendo en cambio ser consideradaliberal y minarquista, pese a que ellanunca usó este último término parareferirse a sí misma.

Interesada en el cine y en especial enlos guiones, estudió en el Instituto

Estatal de Artes Cinematográficas, y, en1925, con motivo de una visita familiar,marchó a Estados Unidos, de dondenunca volvería, adquiriendo estanacionalidad en 1931. Consiguiótrabajos esporádicos en Hollywoodcomo guionista e incluso intérprete, y yadesde entonces, continuó con su carreraliteraria y filosófica. Sus libros siguenvendiéndose por millares en EstadosUnidos y otros países del mundo.