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Volumen Ilustraciones de Helguera y Hernández Norma Muñoz Ledo

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Volumen

Ilustraciones de Helgueray Hernández

Norma Muñoz Ledo

Los habitantes y las narradoras de este libro queremos dedicárselo a la entidad viva más grande

que conocemos, la que nos sustenta, la mera mera jefecita. Todo lo que somos está hecho de ti, Madre

Tierra, mujer cósmica y de polvo y carne: Gaia, Tonantzin, Guadalupe, Pachamama, Miriam,

Freyja, Danu, Mahimata, Afrodita, Lourdes, Ishtar, Artemisa, Cibeles, Magdalena, Ymai, Durga, Maya,

Ixchel, Shakti, Rhea, Fátima, Isis, Pele, Maka Inay mil nombres más...

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PREFACIO

Aquella tarde lluviosa del 17 de mayo de 2006 me encaminé a una cafetería en Coyoacán. Iba a encontrarme con un ami-

go editor, Ulises Primo Verdad, a quien había conocido en un viaje por Chiapas. Cuando llegué, ahí estaba él, sonriente como siempre. Llevaba varios años viviendo en México y ahora combi-naba su acento colombiano con palabras chilangas.

—¿Te acuerdas de ese viaje? —me preguntó de repente.—Claro que sí, ¿cómo olvidarlo? —contesté.—Pero… ¿recuerdas ese día, cuando la pierna rota de Laura?—¡Sí, sí! —exclamé, sorprendida por su interés en ese in-

cidente.—Y esa noche… —suspiró, ahogando su mirada verdeazul

en su taza de café. Yo intuía lo que estaba recordando, pero no quise interrumpir su cosecha de memorias. Sí: cómo olvidar aquel viaje.

En diciembre de 2002 hice un viaje ecoturístico en grupo, que recorría amplias zonas del estado de Chiapas, una parte a pie y otra a caballo. El conjunto era variopinto: había algunos mexicanos, entre ellos una guapa señora, Laura, que viajaba con su esposo y su hijo de quince años, Gabriel, con quien se la vivía discutiendo. Gabriel me cayó bien a lo largo del viaje. No sólo

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resistía los continuos embates de su mamá sino que se atrevía a pensar distinto a ella... a pesar de que esto sólo le acarreaba más gritos. Había también alemanes, franceses y colombianos.

Después de unos días de convivencia se formaron peque-ños grupos de gente afín. El mío lo integraban dos cincuentones muy divertidos que viajaban solos: un tipo afable y simpático, Miguel Ángel, y un médico homeópata, Rafael, y una familia colombiana: Ulises, su esposa Luz Marina y su hijo de doce años, Emilio. Ulises resultó ser editor en su país.

Un día, a mitad del viaje, caminábamos bajo el sol al lado de una antigua vía de ferrocarril. De pronto, Laura comenzó una discusión con Gabriel por los zapatos que él había escogido ponerse esa mañana y que, a juicio de ella, no eran adecuados. Gabriel decidió no hacerle caso a su mamá, quien optó por su-bir el volumen de sus gritos. En eso escuchamos un alarido que no fue de enojo, sino de dolor: Laura se había tropezado —iba caminando dentro de las vías— y se lastimó. Intentó ponerse de pie, pero le era imposible apoyar la pierna. Llorando, se so-baba la espinilla, donde todos pudimos ver que tenía un hueso fuera de lugar. A todos nos quedó claro que ese tramo del pa-seo no sería agradable para nadie, pues Laura no podría seguir caminando, tendríamos que ayudarla, y al llegar a la población más cercana sería necesario conseguir hospital, doctor, etcétera.

Miguel Ángel se hincó junto a ella; le dijo que iba a revi-sarla porque sabía de esas cosas, pero Laura no quería que nadie la tocara. Con muchos trabajos su esposo logró convencerla. Miguel Ángel le sujetó firmemente la pierna por la pantorrilla y pasó la mano derecha sobre la zona afectada, de arriba a abajo, varias veces. Laura gritaba. Cuando Miguel Ángel la soltó, su pierna estaba bien. Aunque todavía tenía un moretón y un ras-pón, el hueso estaba en su lugar.

—¡Párate! —le ordenó Miguel Ángel. Laura se puso de pie con cara de espanto, ayudada por su esposo.

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—¡Estoy bien! —gritó al apoyar la pierna en el suelo—, ¡ya no me duele nada!

Todos estábamos con los ojos redondos, mirando a los protagonistas de la extraña escena. El guía se quitó el sombrero y le hizo una reverencia a Miguel Ángel, quien se quitó el suyo y le dio un sombrerazo:

—¡No sea payaso! —le dijo enojado. Nos dio risa y con eso se rompió nuestro trance de asom-

bro. Luego continuamos nuestro camino en silencio. Esa noche, en la cena, nos sentamos a la mesa el grupo de

siempre. Emilio, el hijo de Ulises y Luz Marina, sacó un libro y se puso a leerlo. El título era Matemágicas. Sonreí, porque yo lo había escrito. Él estaba leyendo la parte donde se describe a varios seres fantásticos de México: duendes, la Xtabay, el uay chivo, el señor Escolopendra. Me dijo que esos seres le encan-taban y me preguntó si de verdad existían, si yo los había visto. Le contesté que nunca los había visto y que más bien me inte-resaba la tradición oral que conservaba sus historias. Rafael y Miguel Ángel intervinieron en la plática para narrar sus propias experiencias. Lo mejor fue cuando Miguel Ángel contó que en su casa había un duende como del tamaño de un carrete de hilo; era muy difícil mirarlo de frente, pero en el campo de la visión periférica se le podía ver corriendo como un ratón. Comentó que era toda una molestia, pues le escondía sus cosas cuando más las necesitaba. Ulises declaró que, aunque las historias so-bre esos seres le parecían muy interesantes, él era un escéptico absoluto. Se armó la discusión hasta la madrugada. Fue una de esas noches que dejan huella.

Con esfuerzo, Ulises dejó de ver su taza de café y me miró directamente a los ojos.

—Hay una persona a la que te encantaría conocer, pues se interesa por los mismos seres que aparecen en Matemágicas.

—¿En serio? ¿Quién?

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—Bueno… no la conozco en persona, sólo por carta —con-testó—. Me ha enviado algunos manuscritos para ver si podía publicarlos. Ella ha estado viajando por México, recopilando historias sobre esos seres.

—¿Qué tipo de historias? —quise saber.—Crónicas testimoniales.—¡¿Crónicas testimoniales sobre seres fantásticos?! ¿De

verdad? ¡Vaya! —exclamé, interesada y contenta. Ulises me miró extrañado.

—Ni siquiera las has leído y ya te lo creíste —se rio.—¿Cómo se llama esa persona? —quise saber.—Alethia Ventura.En eso quedó la conversación, y él no volvió a mencionar a

Alethia hasta tres años después, en 2009, que regresamos a ese mismo café coyoacanense. Íbamos a despedirnos, pues después de nueve años viviendo en México, Ulises regresaba a su país. Cuando llegué había una caja de cartón sobre la mesa.

—¿Te acuerdas de Alethia Ventura, la persona que te conté? —me preguntó sin preámbulos.

—Sí… —Bueno: hace meses que no sé nada de ella. No sé qué le

pasó, todo es bastante extraño. Aquí tengo todo el material que me envió a lo largo de varios años, además de las cartas que nos escribimos.

—¿Y entonces? —pregunté, adivinando sus intenciones.— El material es interesante. Creo que vale la pena armar

algo con él y publicarlo, pero yo ya no podré. Quizá tú quieras hacerlo.

Ulises tomó la caja con ambas manos y la empujó suave-mente hacia mí. Antes de soltarla la miró con cierta nostalgia y suspiró. Se veía incómodo.

—¿Qué te pasa? —quise saber. Ulises inhaló profunda-mente.

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—Tú sabes que siempre he sido muy escéptico de todas las cosas sobrenaturales, pero en este material hay algo especial. Desde la primera entrega que me hizo Alethia han pasado seis años. Cada vez que recibía y leía esos textos sentía algo extraño, como si me metiera en un mundo que no era el mío, aunque sé perfectamente que estoy aquí y ahora... Era como si leyera algo que es verdadero en un sentido inasible... una mezcla de ficción y realidad que no puedo definir... ¿Te acuerdas del día de la pierna rota de Laura?

Asentí en silencio y él continuó: —Yo pensé que Laura exageraba y Miguel Ángel era simple-

mente un tipo con autoridad que la hizo sobreponerse. Ahora reconozco que yo, como todos los demás, vi ese hueso mal y luego lo vi bien. Leer estas historias y conocer a Alethia me hizo comprender que ese día en verdad pasó algo... —Ulises se revol-vía en su asiento, con la palabra en la punta de la lengua, sin poder soltarla, hasta que lo logró y terminó la frase—: algo so-brenatural, por así decirlo.

Los dos mirábamos la caja expectantes, como si cientos de seres fueran a salir brincando de ella en cualquier momento. Nos despedimos con una mezcla de afecto y nostalgia antici-pada. Se fue sin mirar atrás y me di cuenta de que, de algún modo, se sentía aliviado de dejar el material de Alethia en mis manos. Me puse de pie y ahí mismo, en el café, destapé la caja. El corazón me latía desbocado y yo temblaba. Lo primero que en-contré fue el sobre con las cartas. Abajo de ellas había cientos de hojas escritas a máquina; muchas tenían dibujos y anotaciones. La caja pesaba mucho, así que un mesero me ayudó a llevarla a mi coche. Al llegar a mi casa, comencé a leer el material. Esa noche no pegué el ojo.

Desperté en la madrugada, en el sillón de mi sala, con las hojas que había leído a mi alrededor. Me invadió la sensación de tener sobre mí decenas de miradas etéreas, observándome

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desde algún lugar indefinido. Me sobresalté y la sensación se disipó de inmediato… aunque tengo que admitirlo: regresó mu-chas veces en las semanas y meses que siguieron, mientras or-denaba los escritos que Alethia le había enviado a Ulises. Me gustó su método de trabajo: recorriendo el país, entrevistando a la gente, sin expectativas ni dudas, simplemente aceptando las historias que le contaban. La mayor parte del material se componía de crónicas, aunque frecuentemente enriquecía sus hallazgos con lecturas de los cronistas clásicos: Sahagún, Ren-dón, Mediz Bolio, De Valle Arizpe, Peniche Barrera. A pesar de que el contenido de este libro no está comprobado por la cien-cia, su método de investigación fue ordenado, meticuloso: cer-cano al método científico.

Como el material es muy abundante, he divido las indaga-ciones de Alethia por el universo sobrenatural de México, lo que ella llama el mundo sutil, en dos volúmenes. Éste es el primero, integrado por los duendes, los lugares encantados, la Muerte y los animales sobrenaturales.

Norma Muñoz Ledo

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Ulises Primo VerdadEditor

9 de agosto de 2003, Paso de Ovejas, Veracruz.

Estimado editor:

Seguramente se sorprenderá cuando el servicio de mensajería le entregue este paquete. Es probable que estos documentos le causen desconcierto y le parezcan increíbles, pero tenga usted la seguridad de que todo en ellos es verdad. Desde hace dos años me he dedicado a reunir información

sobre los duendes de México y algunos otros seres y fenómenos que pueden encontrarse en nuestro territorio. La investigación ha sido tan apasionante que apenas he tenido tiempo para ordenar una primera parte, que es la que ahora le envío. Por eso recurro a un editor, para que me ayude a darle forma al material, terminar de organizarlo y, sobre todo, darlo a la luz.Se ha agudizado mi necesidad de dar un cauce a estos

descubrimientos porque me siento observada. Tengo la sensación permanente de estar acompañada por una mirada que me vigila, incluso cuando duermo. Esto es de lo más inquietante. Quisiera sacudirme esa presencia, que quizá yo misma he invocado, pero no sé si pueda. Creo que, aunque se aleje por un tiempo, no piensa dejarme sola. Me he acercado demasiado a una frontera que, una vez que se roza, comienza a apropiarse de uno.Todo empezó en agosto de 2001, cuando fui a la Estación

de Biología Tropical de la Reserva de la Biosfera Los Tuxtlas, en Veracruz. Hacía unos meses había terminado la carrera de Comunicación, con una especialidad en periodismo científico. Estaba feliz, pues una bióloga me había ofrecido mi primer trabajo:

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ayudarle con la redacción de un artículo sobre las ranas arbóreas de esa región veracruzana. El resto de su equipo y yo viajamos con ella a la reserva para conocer su hábitat y tomar fotos.En Los Tuxtlas comprendí que la Naturaleza tiene una

dimensión sutil que la mayoría de los seres humanos desconoce. En ese viaje quedé completamente atrapada por ella y desde ese momento le dediqué todo mi interés. ¿Ha estado alguna vez en la selva? Ahí, la soberbia urbana se hace añicos en unas horas. Llegué limpia, seca, perfumada. Pero en ese lugar la fuerza

de la Naturaleza es inmensa y está muy presente: si uno no nació ahí, se siente inadecuado y en desventaja. Ella obliga al visitante a contemplarla con respeto.El calor del verano sofoca y nunca cede. Cuesta

acostumbrarse a la humedad constante; uno está permanentemente húmedo: brazos, cuello, cara… Como si el relente selvático no bastara, la tenaz presencia de la lluvia me recordó por qué en inglés esos lugares se llaman rainforests, “bosques de lluvia”. En la selva comprendí al agua, pues ahí fluye sin cesar en todos sus estados, en todas sus formas, y en el ambiente se perciben los aromas de sus infinitas variedades: a tierra mojada, a madera que se pudre, a vapor, a hongos. A quien quiera entenderla, la Madre Naturaleza le exige ser capaz de correr, gotear, derramarse… Fluir, como el agua. De hecho fue el agua la que me llevó a mi primer encuentro con lo sobrenatural.A los dos días de haber llegado a la reserva, el equipo de

biólogos, el fotógrafo y yo nos dispusimos a salir de noche para buscar a las ranas arbóreas, animales de hábitos nocturnos. La selva me intimidaba, y más al anochecer, cuando el negro adquiere su verdadero significado y todo se llena de una oscuridad impenetrable. Sin embargo, si quería hacer mi trabajo tenía que ir con ellos, sin importar el temor que me causara adentrarme en esa masa de tinieblas espesas.

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Salimos a las ocho de la noche. Caminábamos en fila india, cada uno con una linterna y en silencio: primero uno de los biólogos, luego el fotógrafo, después yo, enseguida Eva (la bióloga que me contrató) y al final otra bióloga. Sin ninguna vergüenza les había rogado que no me dejaran hasta atrás. Aceptaron, sonriendo con aire condescendiente ante mi recelo. Nuestro andar sigiloso iba acompañado por un concierto de bichos nocturnos —la selva es terriblemente ruidosa—: insectos de todos tamaños; especies que emiten sonidos de diferentes tonos, timbres y patrones para distinguirse entre sí. Como voz de fondo se oían todos los cantos que uno pueda imaginar de sapos y ranas, y para aderezar el asunto estaban los monos aulladores, que de día aúllan, sí, pero de noche los sonidos de sus profundas gargantas se convierten en rugidos. Eso me hacía sentir que en los árboles había felinos gigantes que nos caerían encima en cualquier momento. Llevábamos una hora de caminata en medio de este

concierto y empezó a llover. Cuando la lluvia llega a la selva se convierte en protagonista de la escena junto con varias sensaciones: las gotas golpeteando monótonamente contra cientos de miles de hojas, las ocasionales ráfagas de viento que balancean las copas, y la presencia del agua: copiosa, plena, impetuosa. Buscar refugio no tenía sentido: lo mejor era fluir con el agua, aceptarla, entregarse a ella. Tenía que concentrarme mucho para seguir al contingente. Entre la tormenta distinguí cómo un biólogo se agachaba un par de veces a recoger algo que de inmediato metía en un costal de lona. Luego supe que eran un par de boas constrictoras. La lluvia duró más de tres horas y, aunque no nos detuvimos,

aminoramos la marcha por la escasa visibilidad. De pronto la tormenta cesó, y entonces ocurrió uno de los sucesos más extraños que me han pasado en la vida: tras dos días con sus noches en

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la selva me había acostumbrado al ruido incesante que producen sus innumerables habitantes, pero en aquel momento después de la tormenta, súbitamente todo quedó en silencio. Fue tan sobrecogedor que hasta los biólogos se detuvieron. Nos miramos con extrañeza, y en eso sonó algo totalmente distinto a todo lo que hubiéramos oído antes. Era un canto repetitivo y regular, como si todos los seres vivos que pululan en la selva se hubieran puesto de acuerdo para cantar la misma melodía. Eran apenas unos cuantos tonos entonados coordinadamente por un coro de miles de voces profundas. El canto nos rodeaba, nos envolvía; por momentos parecía como si surgiera a pocos centímetros de nosotros. Estábamos inmersos en él y no sabíamos de dónde provenía. La única novata en la selva era yo, así que busqué la mirada de mis compañeros para saber si eso era normal, pero al parecer no. El más asustado era el fotógrafo, aunque también los biólogos estaban desconcertados. En eso Eva, la única tranquila, dijo: “Esto no es natural”. Pregunté que entonces qué era, pero no me respondió.El coro prosiguió con su monótona melodía durante

unos veinte minutos. Nosotros nos mirábamos unos a otros sin decidirnos a reanudar la marcha. El fotógrafo estaba pálido y hacía un esfuerzo sobrehumano por guardar la compostura. Se veía que quería salir corriendo, pero eso no parecía buena idea. El sonido venía de todos lados, y no sabíamos con qué podríamos toparnos si tratábamos de huir. Entonces decidí dejarme llevar por el sonido, tal como me había dejado llevar por el agua. Cerré los ojos y me entregué a su misterio. Después fue cesando suavemente, como si se fundiera con los ruidos habituales de la selva, que momentos después volvieron a cobrar fuerza. Nunca supimos de dónde provino aquel concierto de voces ni qué lo había causado. Nuestra líder nos invitó a reanudar la marcha. El resto del

camino lo hice un tanto mecánicamente. No sabíamos qué habitaba

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en la selva además de la fauna conocida, pero el espíritu científico de mis compañeros era sólido y no se dejaban amedrentar, con excepción del fotógrafo. Finalmente en la laguna Zacatal encontramos algunas ranas arbóreas. Las estuvimos observando y fotografiando, pero el canto que acabábamos de escuchar no se iba de mi cabeza. Emprendimos el regreso a las 2:45 de la madrugada. En algún

momento llegamos a un claro donde el dosel de los árboles había creado un espacio, un mirador para ver el cielo. A través de él pudimos ver la más perfecta escena de un trozo de la Vía Láctea, como un parche de cielo profundamente negro y estrellado en medio de las copas de los árboles. En ese momento me sentí parte de la selva, de la intrincada diversidad de seres, especies, tamaños, texturas y naturalezas que conviven en un mismo espacio. Me di cuenta de que estaba unida a un gigantesco organismo donde cada ser vibraba en su propia dimensión y a su propio ritmo, desde el más diminuto y microscópico hasta las parsimoniosas biomasas de las caobas gigantes. El conjunto entero respiraba en sincronía; largas inhalaciones se combinaban con sutiles suspiros y todos concordaban en un solo pulso. Sentí un deseo irrefrenable por acompasarme con la respiración de la Naturaleza y percibir su esencia… Si yo hablase el lenguaje de las voces que cantaban habría comprendido lo que nos decían.Al día siguiente salió a relucir el tema.—¿Habrán sido los duendes? —preguntó Eva, más para sí

misma que para los demás, aunque vio que yo le devolvía una mirada de curiosidad, y añadió—: Dicen que por aquí hay muchos; se les llama chaneques. En ocasiones las certezas se expresan como una especie de

mínima descarga eléctrica que permite comprender en instantes un fragmento de misterio. Eso sentí yo en aquel momento. Nos

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absorbe la voracidad por conocer y entender lo que nos entregan nuestros cinco sentidos; sin embargo, en el universo hay mucho más que lo que podemos percibir a través de la vista o el oído. La física sostiene que todo lo que existe en el cosmos tiene un contrario. Y sí, estoy convencida: la Naturaleza cuantificable y medible que constantemente es nuestro objeto de estudio tiene un contrario —¿o quizá un complemento?— sutil y no siempre observable a simple vista: algo que excede sus propios términos, tal como los conocemos. Eso es lo Sobrenatural.Le pregunté a Eva si ella sabía con quién podría hablar sobre

los chaneques. Frunció las cejas, sorprendida de que eso pudiera interesarme.

—Sí, hay alguien: Dolores Nava, en una comunidad que se llama Rincón de Capulapa, en Huatusco. Búscala. Ella sabe de duendes. Firmemente decidida a saciar de inmediato esa curiosidad

que me carcomía, me despedí de Eva y del resto del equipo. Conseguí un aventón, primero a Zentla y luego a Huatusco, y de ahí logré llegar a la comunidad Rincón de Capulapa, donde no fue difícil encontrar a Dolores. Ella me narró la experiencia que tuvo con unos chaneques cuando era niña, y luego sugirió que fuera con su comadre, Cecilia Méndez, en Coscomatepec. Y así, unas personas me remitieron a otras y fueron surgiendo seres, lugares, relatos presenciales. La información que he recabado a lo largo de este tiempo se

compone de narraciones testimoniales de personas que, sin deberla ni temerla, han tenido encuentros de todo tipo con el llamado mundo sutil, y aceptan hablar de ello. Me parece importante que se conozca esta información.

Dicen que México es el quinto país en riqueza de biodiversidad… Pero esta afirmación deja de lado la infinita variedad de vida sobrenatural que también comparte con nosotros este territorio.

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Señor editor, me gustaría mucho saber qué piensa sobre este material, y si coincide conmigo en que valdría la pena dar a conocer al público el resultado de las investigaciones en las que sigo inmersa (le dejo mi correo electrónico para que sea fácil contactarme, ya que no suelo permanecer mucho tiempo en un mismo lugar: [email protected]). Por otro lado, si estos documentos y sus revelaciones no son de su interés, a lo mejor podría ayudarme a dar con alguna otra editorial que sí estuviera abierta a su publicación. Muchas gracias por su tiempo. Quedo en espera de su

amable respuesta y le envío un cordial saludo.

A. Ventura

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Duendes

Pocos temas de conversación resultan tan fascinantes como las anécdotas de duendes. Basta que alguien cuente una his-

toria donde aparezcan para que se haga el silencio y los oídos permanezcan atentos al narrador que refiere cómo un duende le trastornaba la vida. Y lo más probable es que sus palabras se conviertan en el detonador para que alguien cuente otra histo-ria, protagonizada por un nuevo duende.

Los relatos que aquí se presentan no son leyendas, sino crónicas donde los narradores pueden ser tan protagonistas como los duendes mismos.

En otras culturas del mundo también existe un registro oral de seres pequeños —su estatura fluctúa entre 1.5 centíme-tros y 1.20 metros— que no son humanos, pero cuya inteligencia y aspecto físico —a veces bello, a veces espantoso— son muy pa-recidos a los nuestros.

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El origen de los duendes

El origen de los duendes es controvertido. Hay dos grandes ex-plicaciones: la primera, defendida a capa y espada por expertos de la talla de Jorge Luis Borges, los relaciona con el cristianismo y afirma que son una especie de “ángeles caídos”.

En Veracruz, por ejemplo, los seguidores de esta corriente afirman que Dios le pidió a Eva que llevara a todos sus hijos para bendecirlos; ella los mandó llamar, pero cuando vio que aún no llegaban todos y ya tenía una plaza llena, se avergonzó por tener tantos. Dios le preguntó si ésos eran todos sus reto-ños; ella mintió y le dijo que sí. Dios bendijo a los presentes; los demás se quedaron olvidados en el monte. Con el tiempo transformaron su aspecto y gestaron un gran resentimiento. Ésos son los duendes y por eso hacen maldades.

La otra corriente explica el surgimiento de los duendes —y en general de todos los seres sobrenaturales— a partir del origen de la vida en la Tierra, cuando las fuerzas de la Naturaleza actua-ron de manera armoniosa para formar el mundo que conocemos. Desde entonces, por todas las regiones se esparcieron seres que se fundieron indisolublemente con la Madre Tierra. Según esta postura, la existencia de los duendes es anterior a la especie hu-mana. También se piensa que su evolución ha sido mínima, y no se han encontrado restos fósiles que muestren transformaciones.

Aunque los investigadores han fracasado en sus intentos por reunir pruebas físicas que demuestren la existencia de tales seres, su presencia se registra en la cultura popular de casi to-das las regiones del planeta. Aparecen en los textos mitológicos escandinavos, están presentes en el folclore americano desde Canadá hasta la Tierra del Fuego, y en Las mil y una noches se habla de los yinns —o genios— como espíritus de la tierra.

Se piensa que los duendes tenían una buena relación con los humanos al principio de los tiempos, cuando aún nos

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reconocíamos como parte de la Naturaleza. Sin embargo, la codicia y el materialismo provocaron el enfriamiento de las re-laciones. Cuando nos convertimos en saqueadores de la Madre Tierra, la legión sobrenatural decidió romper definitivamente con nosotros. Donde había amistad y colaboración aparecieron el odio y el deseo de perjudicar. Ellos, que se posan con suavidad sobre el planeta sin alterarlo, no pueden comprender nuestro afán destructor. Por eso consideran que los humanos, en su enorme mayoría, son seres indeseables cuya presencia no es grata y a los cuales hay que causar todas las molestias posibles.

Así, optaron por alejarse de los centros de desarrollo hu-mano, aislándose en regiones remotas: bosques, selvas, desiertos y montañas de difícil acceso, conservando el contacto amistoso con las personas que mostraran respeto no sólo por la Natura-leza, sino también por el mundo sutil donde ellos se mueven. Fue entonces cuando su carácter de guardianes de la flora y la fauna cobró más fuerza. Sin embargo, el crecimiento demo-gráfico, la búsqueda de recursos naturales para su explotación e incluso el llamado ecoturismo han hecho que nos acerquemos cada vez más a sus territorios.

En este capítulo se presentan los diferentes tipos de duen-des de México. Gracias a la información proporcionada por testigos y los datos recabados por investigadores ha sido posi-ble ofrecer al lector una descripción completa de los duendes con sus características, localización y modus operandi.

Uno nunca sabe cuándo puede tener un encuentro con ellos. Conviene estar prevenidos y conocer las opciones que te-nemos: el saber y el cuidado siempre pueden salvarnos.

Los seres sobrenaturales tienen diferentes intenciones con los humanos. Unos son benignos, otros malignos, y algunos simplemente indiferentes. Para conocer sus intenciones, los ex-pertos recomiendan una pregunta crucial: “Desde la verdad de mi corazón, te pregunto: ¿cuáles son tus intenciones hacia mí?”.

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Aunque no se sabe cuál es su origen, se especula que formaba parte del código que regía las relaciones entre los seres huma-nos y los sobrenaturales en tiempos remotos, y aún funciona como mandato de sinceridad: cuando se le interroga con esas palabras, cualquier ser debe contestar con la verdad.

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Características de los duendes de México

• Lamayoríatienenalmenosunpoderqueseidentificacon

algunafuerzadelaNaturaleza.

• Puedenapoderarsedelespíritudeunapersona,queen

consecuenciasequedaconlamiradaperdida,comosi“no

estuvieraenella”.

• Suelenvivirenladimensiónsutil,queesinvisibleparala

granmayoríadenosotros,exceptoparalosniñosmenores

detresaños,algunosadultosyciertosanimales.Sinem-

bargo,losduendestienenelpoderdehacersevisiblesen

nuestradimensiónytambiénpuedenelegirsisonvistospor

unamultitudoporunasolapersona.

• Muchospuedencambiardetamañoyforma,adoptandoas-

pectostantohermososcomohorribles.

• Conexcepcióndelosaluxes,cuyosurgimientosíseconoce,

elcicloreproductivodelosduendessiguesiendounmisterio.

• Lamayoríasondesexomasculino.EnMéxicosólosesabe

delaexistenciadeduendesdelsexofemeninoenelgrupo

delosla’as.

• Salvolosaluxes,quevivencomocincuentaaños,losduen-

dessuelenvivirmuchomásqueloshumanos,sibiennoson

inmortales.

• Noposeenunalmainmortal.

• Funcionanaunafrecuenciavibratoriamuchomásaltaquela

humanay,curiosamente,compartenestacaracterísticacon

algunosmeteoritos.

• Apesardesuaspectopequeñoydelgaducho,poseenuna

fuerzasobrehumana.

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• Hablanunidiomaqueloshumanosnoentienden,aunqueal-

gunospuedenhablarcomonosotrosyotrosnohablannada.

• Nosondemasiadointeligentes.Siunoesastutopuedeen-

gañarlos;sinembargo,nodebemosperderdevistaque

muchostienengrandespoderesypodríancausarnospro-

blemassisedancuentadelengaño.

• Apesardenosermuybrillantes,tienenmuybuenamemoria.

• IndependientementedelperfectorespetoquetienenalaNa-

turaleza,carecendeconcienciaynodistinguenmoralmente

elbiendelmal.Paraellos,lamoralenelsentidohumanono

existe.Algunostienensentimientospositivoshacialasper-

sonas,conlocuallleganacomprender,aunqueseaenun

momentofugaz,quealgunasdesusaccionesnosdesagra-

dan,yquizáusenestoparaexigirofrendasotratosespe-

cialesacambiodenocausarmolestias.Aunasí,nohayuna

garantíadequeseportensiemprebien:selespuedenocu-

rrirmuchasideasysonextremadamentesusceptibles.Salvo

rarasexcepciones,semuestranhostileshacialoshumanosy

soncapacesdehacercosasquenoscausenverdaderodaño.

• Algunosdeellospuedentraspasarparedesdeadobeymu-

rosderoca.

• Suelenensañarsemolestandoamujeressolasoaloshombres

quevanporloscaminosdelmontepasadosdealcohol.Alos

niñospequeñoslosconsiderancompañerosdejuegos.

• Losdiferentestiposdeduendesseparecen,tantoensuves-

tidocomoensuaspectofísico,alospobladoresdelaregión

dondeviven.

• Tienenelpoderdelasugestión,delhechizo,tambiéncono-

cidocomoglamour,quepodríadefinirsecomounestadode

sumisiónhipnótica conelcualdominannuestravoluntady

sentimientossientramosensucampodeacción.

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• Ensucompañía,bajoelinflujodesuhechizooenlosluga-

resdondeellosviven,eltiempopuedetranscurrirmucho

másrápido.

• Debeevitarseentrarensusáreasdeinfluencia.Loscírculos

marcadosconpiedrasqueavecesseencuentranenterreno

llanooenelmontesonunacostumbredelosduendesen

todoelmundo.Aunquenosesabequésignifican,secreeque

sirvenparaseñalarsussitiosceremoniales.Estoscírculos

estáncargadosdeglamour.Igualmente,cuandoselesoye,

unodebeevitaracercarsealsonido.Inclusosiunovedelejos

uncorrodeduendesbailandoojugando,lomásrecomenda-

bleeshuirvelozmenteendirecciónopuesta,puesbastacon

ponerleatenciónaungrupodeduendesparacaerinmedia-

tamentebajosuhechizo.

• Supresenciasuelecausarparálisisynoesposiblecorrerni

gritar.Sequedauno“inválidodelaquijada”,comodicenen

Yucatán.

• Muchasveces,laaparicióndeestosseresvieneacompa-

ñadadeunoloraazufre.Estosedebeaquealpasarde

sudimensiónalanuestraseproducenrocesenlamateria,

queocasionaneldesprendimientodepartículassulfurosas.

Esunfenómenosimilaralqueocurreconlosmeteoritos

cuandoentranenlaatmósferaterrestreyseincendian.

• Losobjetosdevalorenelmundosutilcambianalpasara

nuestrarealidadfísica.Porejemplo:elorodelosduendes

sevuelvecarbónennuestradimensión.Susanimalestam-

biénsuelencambiardeformaennuestromundo.Engene-

ral,nuncadebecomerseunanimalounalimentoofrecido

porunduende.

• Unacasainfestadadeduendessiempreesalgoindeseable,

puescausantodotipodeinconvenientesasushabitantes.

Supernaturalia 1.indb 29 2/5/15 8:11 AM

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• Losremediosparamantenerlosarayasonvariables;nor-

malmentedependendeltipodeduendeylascostumbres

locales;sinembargo,sehabladecuatroremediosqueson

utilizadosdeunauotraformaentodoslosestadosendonde

supresenciaescotidiana.1)Sisepiensaquehayduendes

rondandounacasadondehayniños,seaconsejadejardul-

cesenlasventanasporlasnoches.Aldíasiguientepuede

constatarsequeloscarameloshandesaparecido(secree

quelosduendesseentretienenconlosdulcesyseolvidan

delosniños).2)Enmuchossitiossesugieretirarseungas,

mientrasmássonoromejor.Aquíelriesgoesque,comono

todomundopuedeveralosduendes,sidecimosqueelgas

fueparaespantaraunduendeprobablementenostildarán

decochinosydelocos.3)Gritarlesgroserías.Éstenoestan

recomendableporquealagranmayoríadelosduendesno

lescausaningúnefecto.4)Elcuartoremediotienequever

conaspectosreligiosos.Larelacióndelosduendesconla

religiónesambiguaydifícildedefinir.Algunosduendesdes-

aparecencuandoselesenseñaunrosario,selesarrojaagua

bendita,serezaenvozalta,sehacelaseñaldelacruzose

invocaalaVirgen,losarcángelesoalgúnsanto.Lomaloes

quealahoradelahoranosesabesivaaservirdealgo,pues

amuchosduendesnadadeestolesafecta.Esposibleque

noseatantolaoración,lainvocaciónoelobjetoreligiosolo

quelosaleja,sinolaserenidaddeespírituylapresenciade

ánimoqueunapersonaadquierecuandorecurrealodivino.

“SiDiosconmigo,¿quiéncontramí?”,decíavalientemente

unhombredeHuatusco,Veracruz,cadavezqueunchane-

quelehacíamaldades,yelduendedejabademolestarlo.Sin

embargo,sesabedemuchosotroscasosendondelasinvo-

cacionesyoracionesnosirvierondenada.

Supernaturalia 1.indb 30 2/5/15 8:11 AM

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AhuaquesLocalización: Morelos

Los ahuaques controlan los temporales y los rayos. Las tormen-tas eléctricas son una fiesta para ellos: no en balde, Morelos es el estado con mayor número de descargas eléctricas en temporada de lluvias. Les disgusta encontrarse con los humanos; cuando esto ocurre, hacen que se pierdan y les envían rayos para asus-tarlos o terminar con sus vidas.

Quienes los han visto informan que miden sesenta centí-metros y su cara es la de un anciano de mirada maliciosa. Sus ojos son muy grandes en relación con el rostro, y nunca par-padean. Visten trajes de charro bordados con hilo de oro. Su voz parece llanto: unos ahuaques platicando suenan a bebés llorando. Cuando hay tormenta, este duende atrae los rayos y se muere de risa, porque no le hacen nada. De ahí brinca a otro sitio, donde caerá otro rayo. En caso de encontrarse con uno de ellos —peor si se está en medio de una tempestad— es necesario huir y esperar que al ahuaque no se le ocurra enviar un rayo en nuestra contra.

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AluxesLocalización: región maya (en particular

Campeche, Quintana Roo y Yucatán)

La palabra alux proviene de la voz maya ah lax kato’ob, que sig-nifica “pequeño diablo”. Después de los chaneques, los aluxes son el grupo de duendes más grande de México. En la península de Yucatán hay innumerables referencias a estos seres. Aun en ciudades turísticas, como Cancún o Playa del Carmen, los habi-tantes están acostumbrados a su presencia y travesuras. Si bien su naturaleza es tan fastidiosa como la de cualquier duende, los aluxes son amigables con los humanos porque fueron creados para ayudarlos.

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El surgimiento de los aluxes está relacionado con el maíz. Cada vez que los antiguos mayas lo sembraban, imploraban a sus deidades que cuidaran la milpa para obtener una buena co-secha, a lo que los dioses accedían de buen grado. Sin embargo, un buen día los dioses consideraron que este trabajo no era digno de ellos y convocaron a los h’menes —los sacerdotes ma-yas— para ordenarles que, con el barro de los cenotes y a través de un cuidadoso ritual, crearan unos seres pequeños con pode-res sobrenaturales, aunque no tan poderosos como los dioses, que se encargaran de cuidar las milpas.

Este secreto se ha transmitido por generaciones en las fa-milias de los h’menes, que son los únicos que pueden dar forma y vida a los aluxes, y todavía lo hacen cuando se les solicita. Es un ritual complicado; debe llevarse a cabo de una manera muy precisa y a lo largo de siete semanas. No es raro que los prime-ros intentos fracasen, pues cualquier error provocaría que el alux quedara incompleto. De hecho, en las zonas rurales de la península de Yucatán no es raro encontrar aluxes de barro que no tienen poderes. Esos hallazgos son indicio de que en algún momento en ese lugar se llevó a cabo el ritual.

Para cuidar la milpa, los aluxes exigen alimento. Son extre-madamente golosos: tienen debilidad por el pozol, una bebida de maíz y cacao, y también les gusta el sacá. La miel de abeja es un deleite gourmet. Incumplir sus exigencias alimenticias tiene consecuencias graves: cuando están hambrientos son capaces de destruir la milpa, armar escándalos nocturnos, robar las se-millas que se siembran en el día o pisotear las matas jóvenes.

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El ritual para crear un alux

El investigador Alejandro Kato, establecido en Playa del Car-

men, explica que para crear un alux se necesita mucha fe de

los participantes: tanto del sacerdote o h’men como de la

persona que se lo solicita. El sacerdote realiza los ritos en

un lugar especial y debe calcular cuándo comenzar, pues la

creación de un alux requiere siete semanas y debe culmi-

nar con una ceremonia bajo la luna llena. Antes de iniciar, el

h’men elige una caverna, de la cual obtiene el barro virgen

que sirve para darle forma al duende. Debe ir cada semana a

la caverna por barro nuevo y combinarlo con fragmentos de

animales y plantas. El resto del tiempo se dedica a orar para

que los componentes de la mezcla se aglutinen, se sequen y

se consiga que animales y plantas le cedan una parte de su

naturaleza al nuevo ser.

Durante la primera semana, el h’men amasa barro vir-

gen con agua de lluvia y lo mezcla con la sangre y las patas

molidas de una lagartija. Con esto da forma a los pies y pier-

nas del alux. Después lo cubre con piel de venado. Así, sus

pasos serán tan silenciosos y rápidos como los de una lagar-

tija y tan fuertes y ágiles como los del venado.

Supernaturalia 1.indb 34 2/5/15 8:11 AM

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La segunda semana, el solicitante debe llevarle algu-

nas mazorcas tiernas de la milpa que estará al cuidado del

alux (si hay otros cultivos, también debe llevarlos), pero hay

que tener mucho cuidado: si las mazorcas son de otra milpa,

el alux se confundirá y probablemente no cumplirá con su

trabajo. Tampoco se preocupará por cuidar el campo si los

elotes son viejos. El h’men desgrana el maíz y lo mezcla con

barro virgen para hacer la parte baja del abdomen. Así, el alux

quedará satisfecho con alimentos preparados con este grano.

La tercera semana, el h’men envía a un cazador para

que traiga los corazones de un jaguar y una paloma de monte,

para mezclar su sangre con barro recién traído de la caverna.

Con esta mezcla se hace la parte superior del abdomen, la

que corresponde al corazón. Así el alux será temerario y va-

liente como un jaguar, y noble y tranquilo como una paloma.

La cuarta semana, el h’men envía al cazador para cap-

turar algunos monos, cuya sangre se mezcla con barro para

formar los brazos y las manos del alux, que después se cu-

bren con piel de lagarto para darles la agilidad y ligereza de

los monos, y la fuerza y firmeza del reptil.

La quinta semana, el cazador debe traer los picos,

hocicos, ojos, orejas y narices de la mayor diversidad de ani-

males. Estas partes también se muelen y se mezclan con

barro nuevo: con él se moldean el cuello y la cabeza del alux.

Así, el duende no sólo entenderá e imitará el sonido de los

animales del monte —y con eso podrá ahuyentar y confun-

dir a los enemigos de la milpa—, sino que tendrá la agudeza

de sentidos de los animales y podrá detectar a los intrusos.

La sexta semana se prepara un gran fuego con la ma-

dera de diferentes árboles, en el que se cocerá el alux ya

terminado. Todas sus partes quedarán unidas para siempre.

Supernaturalia 1.indb 35 2/5/15 8:11 AM

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Este fuego debe permanecer encendido siete días, hasta el

plenilunio. La séptima semana, que coincide con la luna llena,

se lleva a cabo la ceremonia más importante, pues en ella

los dioses le dan vida al alux. A esta ceremonia debe asistir

la familia del dueño del sembradío. Las mujeres preparan la

comida mientras los hombres se sientan en semicírculo en

torno al dueño y escuchan al h’men dar consejos sobre el

cuidado del alux.

Después los hombres oran a los dioses para que le

otorguen al duende el regalo de la vida. El alux permanece

frente a ellos, envuelto en una tela blanquísima, hecha a

mano especialmente para la ocasión. Tras varias horas de

rezos, si el ritual se ha llevado a cabo adecuadamente y los

dioses así lo desean, se concede vida al alux y, sólo en este

momento, su dueño y toda su familia podrán verlo. De ahí

en adelante, el duende sólo se dejará ver por las personas

que él elija.

Durante los escasos minutos en los que el alux es visi-

ble, cada miembro de la familia debe decir su nombre para

que el duende lo reconozca y nunca lo moleste. Después de

esto, el alux desaparecerá y dejará la tela blanca atrás. A

partir de ese momento será el guardián del sembradío y exi-

girá como único pago que se le den alimentos hechos a base

de maíz y se le trate con respeto.

La segunda exigencia obliga a su dueño a darle un buen

trato y tenerle paciencia. A diferencia de otros duendes que

parecen no inmutarse ante los insultos de los humanos, los

aluxes son muy susceptibles: la mirada de horror de algunas

personas los daña irremediablemente, pues el miedo llena

sus corazones de angustia y tristeza. Ellos consideran esto

una especie de “mal de ojo”, y su cuerpo se torna rígido con

Supernaturalia 1.indb 36 2/5/15 8:11 AM

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gran rapidez: al cabo de unos días de la mirada, el duende

se petrifica en una gruta, como si fuera una estalagmita. Las

groserías hacen enojar a los aluxes, que reaccionan de ma-

nera muy violenta enviando malos vientos que pueden causar

fiebres muy altas, y en casos graves la muerte de su agresor,

sin importar que se trate de su dueño o alguien de su familia.

Sin embargo, un alux bien tratado y mejor alimentado

cuidará el sembradío con celo y fiereza, y si se le pide a través

de una ceremonia especial, es capaz de secuestrar a uno de

los chaakob —los encargados de las lluvias— para ponerlo a

trabajar en favor de su dueño. También alejará las plagas y

a los humanos que merodeen la milpa. Cuando los aluxes es-

tán contentos con su dueño, le hacen regalos; les gusta sobre

todo obsequiar venados. Pero hay que tener cuidado, pues

no son reales: suelen ser ratones o víboras que los duendes

convierten en venados con su magia. No es recomendable

comer una presa ofrecida por un alux, por hermosa que sea:

es carne encantada y hace daño. Sin embargo, sus regalos

siempre se deben aceptar y agradecer con amabilidad.

Antes de crear un alux hay que tener muy en cuenta

que, si bien pueden tener una relación armoniosa con sus

dueños y ser buenos guardianes, son duendes, y nunca

cambiarán su naturaleza fastidiosa. Si se llevan bien con su

patrón, se limitarán a hacerle travesuras ligeras, como cam-

biar las cosas de lugar. Sin embargo, algunos pueden ser

muy molestos y demasiado traviesos —esto se debe a un

exceso de partes de mono en la mezcla con la que los hicie-

ron—, por lo que sus dueños pueden perder la paciencia. Esto

es grave, pues si se dan cuenta de que su dueño comienza a

cansarse de ellos, se enojarán irremediablemente. También

se sabe de aluxes que, al cumplir cincuenta años, se vuelven

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irrespetuosos y coscolinos, y coquetean con la esposa de su

dueño o con sus hijas o nietas.

En casos extremos, cuando la situación se vuelve in-

tolerable, es necesario matar al duende, pero es un acto

sumamente riesgoso; sólo debe llevarse a cabo si no hay

otra salida y hay que ser muy discretos, pues si el alux se

entera del plan puede provocar la muerte de su atacante.

Para matarlos es necesario aprovechar sus debilidades: su

dueño debe encargarle la milpa con especial celo —orden

que él cumplirá con entusiasmo— y ofrecerle una abundante

comida. Al hacer esto, el patrón debe evitar ser empalagoso,

pues el alux podría sospechar que algo está pasando.

Mientras el duende está ocupado, su dueño debe cons-

truir una casita con piedras, de preferencia lejos del lugar

donde le dejan la comida. Los aluxes tienen debilidad por

estas casitas y se sienten muy importantes cuando su patrón

les hace una. Sin embargo, la casita será una trampa, pues

las piedras no estarán pegadas y, al menor roce, se vendrá

abajo. El dueño debe pretender que construye la casita con

esmero y cuidado. Si alguien pasa por ahí y le pregunta qué

está haciendo, debe contestar: “Aquí, haciendo una casita

para mi alux”; de ninguna manera debe decir la verdad. Una

vez terminada la construcción, tiene que hablarle al duende

y decirle que le construyó una casa. El duende no resistirá la

tentación de ir; cuando esté adentro, la construcción se caerá

y él morirá aplastado.

Casi todos los reportes de dueños de aluxes proble-

máticos coinciden: pocas horas después de que se les dijo

que fueran a conocer la casa, ésta se encuentra derrum-

bada y adentro pueden verse los trozos de barro de lo que

fue el alux.

Supernaturalia 1.indb 38 2/5/15 8:11 AM

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Características de los aluxes

• Los aluxes tienen una naturaleza dual, dado su origen tanto

humano (los h’menes que los crean) como divino (los dioses

que les otorgan la vida). Por esta razón pueden afectarlos

algunos elementos del mundo físico, como la luz del sol o

los objetos pesados que pueden aplastarlos, aunque también

tienen poderes.

• Si por más de un milenio cientos de familias mayas han

solicitado a los h’menes la creación de estos duendes, se

comprenderá que la posibilidad de llevar a cabo un censo de

la población de aluxes es absurda.

• Como la composición del barro con el que se crea un alux

no es homogénea, hay diferencias en su carácter, poderes y

longevidad. Algunos —quizá porque entre sus componentes

predominó la materia prima de tortuga o de lagarto— viven

muchísimos años y otros menos.

• Los aluxes, a diferencia de otros duendes, no son intrínse-

camente malévolos, pero algunas cosas los hacen enfurecer.

Recordemos que se crean para cuidar un terreno, de ahí su

fuerte sentido de territorialidad. La mayoría de los proble-

mas que enfrentan los pobladores de la península de Yucatán

ocurren cuando se invaden territorios de aluxes.

• Aunque pueden tener una buena relación con su dueño,

prefieren vivir alejados de los humanos, en lugares oscu-

ros como ruinas, cenotes, cuevas o cavernas. Se sabe de

algunos que son felices en la troje, pues así cuidan todo

el tiempo el maíz que les fue encomendado. Su predilec-

ción por la oscuridad se debe a que la exposición directa a

la luz solar puede matarlos, pues el sol no participó en su

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creación. Cuando salen a caminar entre la milpa para vigi-

larla, se protegen de los rayos solares cubriéndose con las

sombras de la maleza.

• Los aluxes cambian la percepción de los sentidos humanos.

Sus víctimas favoritas son los cazadores que no les piden

permiso para adentrarse en los terrenos que cuidan. Las

consecuencias de este descuido son mortales, pues le hacen

creer al cazador que tiene en la mira a un venado, cuando en

realidad es otro cazador. Los jueces saben que ésta es una

jugarreta de los duendes, pero hasta ahora no se ha logrado

que comparezcan para declararse culpables por la muerte

de ningún hombre.

• En teoría, un alux es heredable. Cuando su dueño sabe que

su muerte está cercana, debe elegir un heredero e ir a la

milpa con él. Ahí le dirá al alux que, cuando él muera, esa

persona será su nuevo patrón. La dificultad estriba en que

tiene que ser pocos días antes de la muerte, pues de otro

modo el alux olvidará la indicación.

• Si el dueño muere sin avisarle quién será su nuevo propie-

tario, el duende queda libre y se irá a vivir a la caverna de

donde procede el barro con el que fue hecho, aunque tam-

bién puede retirarse a cualquier cenote, gruta o ruina que

sea de su agrado. Dado que es muy difícil saber con antici-

pación la fecha en la que uno morirá, la gran mayoría de los

aluxes quedan libres.

• Entre los aluxes y los h’menes existe un vínculo especial.

Mientras el común de los mortales sólo pueden hablarles a

los aluxes, algunos sacerdotes son capaces de dialogar con

ellos y verlos. Hay quien afirma que cuando los aluxes se

roban a un niño, se lo llevan a su casa y lo regresan mu-

chos años después, convertido en h’men. Cuando se tiene

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que arreglar un problema con aluxes, se necesita la presen-

cia de un h’men.

• Los aluxes pueden ser vistos de diferentes maneras en nues-

tra dimensión y en la sutil: después de mucho tiempo de no

estar activos o cuando no reciben alimentos por un periodo

prolongado, pueden regresar a su forma primitiva de muñe-

cos de barro. Eso no significa que estén muertos, pues su es-

píritu está vivo. Por eso, cuando alguien encuentra un alux de

barro tiene tres opciones: darle ofrendas esperando obtener

su ayuda, ignorarlo (cosa que a él no le gustará y comenza-

rá a causar molestias) o romperlo, con lo cual la persona se

libera de sus exigencias. En la región maya nadie rompe un

alux de barro adrede, pues aunque no se tienen reportes

de que pueda tener consecuencias negativas, nunca se sabe

lo que puede pasar.

• Cuando está alerta y en activo, el alux es invisible para la

mayoría de los humanos, excepto para los niños menores

de tres años, algunos adultos sensibles o cuando él decide

hacerse visible. Quienes los han visto dicen que usan som-

brero y alpargatas. También hay quien asegura que algunos

h’menes les hacen un perrito para que los ayude a cuidar la

milpa. Tienen apariencia de niño, aunque algunos tienen un

gesto poco amigable, quizá porque los h’menes que los hi-

cieron consideraron conveniente que el encargado de cuidar

la milpa tuviera una expresión hostil.

• Cuando la vida de un alux declina, se retira al cenote del que

se obtuvo el barro con el que fue hecho y ahí se petrifica.

Por eso no es raro ver formas pétreas de aluxes en cenotes,

cuevas y grutas.

• Los aluxes miden entre treinta y cincuenta centímetros y

tienen facciones infantiles: por eso los niños que los ven se

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ríen con ellos. A los aluxes, como a todos los duendes, les

gusta mucho jugar con los niños pequeños; los menores de

tres años son sus predilectos. En la región maya, cuando un

niño dice que ve “un nene” o que está jugando con otros pe-

queños que nadie ve, la gente sabe que se trata de aluxes.

Casi siempre el juego es inocente, pero a veces les apetece

llevarse a los niños. Se ha sabido de algunos que raptan a

los menores para exigir atención para sí mismos. Cuando

se sospeche que un niño anda en compañía de aluxes, hay

que tener cuidado.

• Si un niño o niña desaparece, se tiene que buscar la ayuda

de un h’men para que lleve a cabo una ceremonia en el lugar

donde se vio al menor por última vez y solicite a los aluxes

que lo devuelvan. Esto no ocurrirá fácilmente: una vez que

se llevan a un niño cuesta mucho trabajo que lo regresen.

Los padres que han pasado por esa angustia y han logrado

que los aluxes devuelvan a su hijo afirman que han regre-

sado a casa muy limpios y peinados, y a veces con regalos

para su familia.

• Los aluxes se ríen a carcajadas, pero cuando se asustan ar-

man tremendo jaleo y emiten ruidos extraños, una mezcla

de gritos de mono, gruñidos de jaguar y graznidos de ave.

• Les encantan las fogatas. Después de jugar en el agua de

los cenotes se enfrían mucho y se acercan a las fogatas para

calentarse. A manera de obsequio, algunas personas pren-

den hogueras y se alejan. Al rato puede oírseles cantando y

jugando alrededor del fuego. Además, como fueron hornea-

dos, pueden tocar el fuego y no se dañan.

• Una de sus travesuras favoritas es tirar piedras: son tan ca-

paces de tirar guijarros en forma de cascada como de lanzar

piedras grandes con la fuerza de una bala de cañón.

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• Les gusta molestar con el ruido de sus pisadas. Huyen cuan-

do ven que una persona sale a ver quién provoca el sonido,

pero regresan dispuestos a armar más alboroto.

• Mientras son los guardianes de un plantío, no dejan que na-

die se acerque, ni siquiera para pasar por ahí. Se valen de

diferentes medios. A veces arrojan piedras o hacen unos

ruidos extraños. Si esto no funciona, recurren a uno de sus

poderes más aborrecidos: convocar a los malos vientos. Si

el alux lo ordena, el mal viento desciende sobre los intru-

sos, obligándolos a retirarse y causándoles enfermedades.

Existen aires de milpa, aires de casa o aires de piedra, de-

pendiendo del lugar donde la víctima los reciba. El mal aire

hace que la víctima se sienta muy mal, con fiebre y dolores

en todo el cuerpo. Para sanarlo hay que acudir de inmediato

con un h’men.

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