VV. AA. - Cuentistas Checos Modernos

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Cuentistas checos modernos

Lengua alemana.............................................................................................................................................3 Franz Kafka Cuentos de Cuadernos en Octava..........................................................................................................3 Max Brod y Franz Kafka Ricardo y Samuel [captulo primero]....................................................................................................................................10 Gustav Meyrink Comunicacin telefnica con el mundo de los sueos.....................................................................................................................18 Gustav Meyrink El relojero................................................................................................................................................22 Rainer Maria Rilke La caja dorada.........................................................................................................................................28 Rainer Maria Rilke Serpientes de plata...................................................................................................................................31 Paul Leppin El fantasma del barrio judo....................................................................................................................34 Lengua checa...............................................................................................................................................37 Karel apek Asesinato en la granja.............................................................................................................................37 Karel apek La muerte de Arqumedes.......................................................................................................................41 Jan Neruda Eras un intil...........................................................................................................................................44 Jaroslav Seifert El ltimo cuento de Navidad en Bohemia...............................................................................................48 Bohumil Hrabal Bellezas asustadas...................................................................................................................................52 Milan Kundera Las cartas perdidas..................................................................................................................................56 Ivan Klima Los ricos suelen ser gente extraa...........................................................................................................69 Hermann Ungar Un hombre y una muchacha....................................................................................................................76

LENGUA ALEMANAFRANZ KAFKA Cuentos de Cuadernos en OctavaNOTA PRELIMINAR Entre los papeles de Kafka, se encontraron ocho pequeos cuadernos azules en octava1, de esos que en la escuela se llaman "cuadernos de deberes". Adems de reflexiones, aforismos y crticas, contienen cuentos completos o fragmentarios. Algunos de ellos son los que se presentan a continuacin. Mis dos manos iniciaron una lucha. Cerraron con un golpe el libro que lea hasta entonces y lo hicieron a un lado, para que no estorbara. Despus me hicieron un aplauso y me eligieron rbitro del encuentro. Y ya estaban con los dedos entrelazados, empujndose a lo largo del borde de la mesa, hacia la derecha, hacia la izquierda, segn la mayor presin de una o de otra. Yo no las perda de vista en ningn momento. Si son mis manos debo ser un rbitro imparcial, de otra manera cargo con los remordimientos de un fallo injusto. Pero mi tarea no es nada fcil, en la oscuridad, las dos palmas recurren a diversos trucos que no puedo dejar pasar, de manera que aplico el mentn a la mesa, y entonces ya no se me escapa nada. Desde siempre, sin nimo de perjudicar a la izquierda, prefiero a la derecha. Si la izquierda hubiera protestado, sumiso y justo como soy yo, habra por cierto abolido toda parcialidad. Pero ella, callada, colgaba a lo largo de mi costado y mientras, por ejemplo, la derecha agitaba mi sombrero en la calle, la izquierda se limitaba a tocar mi muslo intimidada. Result una mala preparacin para la lucha que se desarrolla ahora. Cmo esperas, pulso izquierdo, resistir mucho al derecho, tan poderoso? Lograr, con tus dedos de muchacha, atenazar a los otros cinco? Esta no me parece ya una lucha, sino la inevitable derrota de la izquierda. Est ya expulsada al lado izquierdo de la mesa, mientras la derecha, estrujndola, sube y baja regularmente, como un pistn. Si, ante esa situacin desesperada, no me viniese en mente que son mis propias manos las que combaten entre s y que, con un ligero movimiento, puedo separarlas, terminando as crisis y lucha, si no se me ocurriese esto, la izquierda sera arrancada de la mueca y arrojada de la mesa, y entonces, tal vez la derecha, en el regocijo desenfrenado de la victoria, como el Cerbero de las cinco cabezas, se volvera contra mi mismo rostro preocupado. En cambio, ahora yacen una sobre la otra, la derecha acaricia el dorso de la izquierda y yo, rbitro deshonesto, asiento aprobando con la cabeza. Designacin caracterstica de la industria grfica para los libros o folletos cuyo tamao es igual a la octava parte de un pliego de papel de impresin.1

Nuestras tropas lograron finalmente irrumpir en la ciudad por la puerta meridional. Mi seccin estaba estacionada en un jardn de la periferia, a la sombra de cerezos calcinados, y esperaba rdenes. Pero cuando omos la estridencia de los clarines en la puerta meridional, nada pudo detenernos. Empuamos las primeras armas que nos cayeron sobre los hombros del compaero ms prximo, aullando nuestro grito de guerra: "Kahira Kahira", galopamos en largas filas por los charcos de la ciudad. En la puerta meridional, no encontramos ya ms que cadveres y un gran humo amarillo que pesaba sobre el suelo y lo cubra todo. Pero no queramos ser slo la retaguardia y por eso nos metimos enseguida por algunos estrechos callejones laterales que hasta entonces se haban visto libres de lucha. La puerta de la primera casa vol en astillas al primer golpe de mi pica, e irrumpimos en el pasillo con tal furia que al principio chocamos entre nosotros. Un viejo nos vino al encuentro por un largo corredor vaco. Viejo extrao: tena alas. Grandes alas desplegadas, cuyos bordes externos superaban su propia estatura. Tiene alas grit a mis camaradas, y los que estbamos al frente retrocedimos un poco, todo lo que nos lo permitieron los que tenamos a la espalda. Ustedes se maravillan dijo el viejo, pero todos nosotros tenemos alas, pero no nos han servido de nada y, si pudisemos nos las arrancaramos. Por qu no huyen volando? pregunt. Huir volando de nuestra ciudad? Abandonar la patria? Nuestros muertos, nuestros dioses? El conde estaba sentado almorzando, era un tranquilo medioda de verano. Se abri la puerta, pero no fue para dejar pasar al servidor, sino a fray Pilotas. Hermano dijo el conde, y se puso de pie, vuelvo a verte, despus de tanto tiempo de no volver a verte en sueos. Una parte de la puerta vidriera, que daba a la terraza, se rompi en montn de pedazos y un pjaro, pardorojizo como una perdiz, pero ms grande y de pico largo, entr volando. Espera, lo cojo enseguida dijo el fraile, levant con una mano el borde del hbito y con la otra procur atrapar el pjaro. En eso entr el servidor con un plato lleno de bellsimas frutas, que el ave, volando a su alrededor en pequeos crculos, comenz tranquila pero fuertemente a picotear. El servidor, como paralizado, sujet con fuerza el cuenco, mirando, no particularmente asombrado, frutas, pjaro, y al fraile que segua tratando de darle caza. Se abri la otra puerta y entraron algunos habitantes del pueblo con una peticin, en la que solicitaban el libre uso de un sendero del bosque que necesitaban para atender mejor sus campos. Pero llegaron en mal momento, porque el conde era entonces un escolar, estaba sentado en un escabel y aprenda sus lecciones. El viejo conde estaba, ciertamente, muerto ya, de manera que deba haber gobernado aquel joven, pero haba sucedido de otra manera, se haba insertado una pausa en la historia y la comisin cay, por tanto, en el vaco. En qu acabar? Volver atrs? Se dar cuenta a tiempo de cmo estn las cosas? El maestro, que formaba tambin parte del grupo, se ha aparcado ya y se ocupa de la educacin del pequeo conde. Con una vara arroja de la mesa todo lo que haba, la para, como un pizarrn, con la tabla hacia adelante y le escribe con tiza el nmero 1.

Cuando el ratoncito, que en el mundo de los ratones era amado como ningn otro, cay una noche en una trampa mortal y, dando un grito agudsimo, sacrific su vida por la visin de un pedazo de tocino, todos los ratones de los alrededores fueron atrapados en sus cuevas por un temor convulsivo, y parpadeando involuntariamente se miraron entre s, unos a otros, mientras las colas barran el suelo con un celo insensato, Despus salieron, vacilantes, empujndose, atrados todos por aquel rugar de muerte. Y ah estaba tendido, aquel pequeo y querido ratoncito, el fierro sobre la nuca, las zarpitas apretadas contra el vientre, rgido el dbil cuerpecito que bien se mereca un pequeo pedazo de tocino. Los padres que estaban tambin ah contemplaban los restos de su criatura. Cuando volv a casa aquella noche, encontr un huevo enorme. Era casi tan alto como la mesa y de volumen proporcional. Oscilaba lentamente de aqu para all. Era muy raro, sujet el huevo entre las piernas y lo cort en dos cautelosamente con el cortaplumas. Ya estaba maduro para quebrarse. La cscara toda quebrada, cay al suelo y sali un pjaro parecido a una cigea an sin plumas, que bata el aire con alas demasiado cortas. "Qu quieres en nuestro mundo?", hubiera tenido ganas de preguntarle, me agach delante del ave y la mir a los ojitos que parpadeaban tmidamente. Pero se fue y se puso a saltar a lo largo de las paredes, agitando ruidosamente las alas como si le dolieran las patas. "Ayudaos los unos a los otros", pens, destap mi cena, que estaba sobre la mesa, y llam con una sea al ave, la que, ah delante insinuaba el pico entre mis escasos libros. Acudi enseguida, se acomod en una silla (se ve que ya empezaba a tomar confianza), comenz, con respiracin sibilante, a oler una tajada de salchichn que le haba puesto delante, pero se limit despus a ensartarla con el pico, para rechazarla enseguida. "Comet un error", pens. "Claro que no se sale del huevo para ponerse enseguida a comer salchichn. Hara falta la experiencia de una mujer." Y mir al animal con mucha atencin, para ver si sus deseos en cuestin de alimentacin se lean en el exterior. "Si forma parte de la familia de las cigeas", se me ocurri entonces, "le gustar seguramente el pescado. Bien, estoy dispuesto a conseguirle hasta pescado. Claro que no por nada. Mis medios no me permiten tener en casa un pjaro. De manera que si tengo que hacer tales sacrificios, exijo que me proporcione un servicio equivalente. Dado que es una cigea, que me lleve con ella a las tierras del Sur, cuando, gracias a mis pescados, sea adulta. Hace mucho tiempo que quiero ir all y no lo he hecho porque me faltaban las alas de una cigea." Tom enseguida papel y tintero, sumerg el pico del pjaro y escrib, sin que el animal opusiera la mnima resistencia, la declaracin siguiente: "Yo, el firmante, pjaro de la familia de las cigeas, me comprometo, en caso de que me alimentes con pescado, ranas y gusanos (estos dos ltimos alimentos los agrego por razones de justicia) hasta que haya echado plumas, a llevarte en el lomo a las tierras del Sur." Despus le limpi el pico y le hice examinar una segunda vez el documento antes de plegarlo y metrmelo en la cartera. Despus de lo cual, fui enseguida en busca de pescado; aquella primera vez deb pagarlo caro, pero el comerciante me prometi que en adelante me guardara siempre los pescados que se echaban a perder y una gran cantidad de lombrices, todo a bajo precio. Tal vez aquel viaje al Sur no me saliera caro. Vi con alegra que al pjaro le gustaba mucho lo que le haba llevado. Con un pequeo sonido gutural se mand un pescado tras otro, llenndose el buche rosado. Da tras da, ms que cualquier criatura humana, el pjaro hizo rpidos progresos en su desarrollo. Es cierto que el olor insoportable del pescado podrido no abandon ms mi habitacin y que no era fcil descubrir y barrer las heces del pjaro, ni el fro del invierno ni el precio

elevado del carbn permitan ventilar la habitacin como hubiera sido necesario; pero qu importaba, apenas llegada la primavera volara hacia el luminoso Sur con alas ligeras. Crecieron las alas, se cubrieron de plumas, los msculos se fortalecieron, ya era tiempo de hacer un poco de ejercicio de vuelo. Desdichadamente no haba mam cigea, y si el pjaro no hubiera demostrado tanta buena voluntad, la enseanza que poda brindarle yo tal vez no hubiera bastado. Pero sin duda se daba cuenta de que deba compensar mis carencias de maestro con una atencin extrema y l mximo esfuerzo por su parte. Comenzamos por el vuelo a vela. Yo suba, l me segua, yo saltaba con los brazos extendidos, l bajaba flotando. Ms tarde pasamos a la mesa y finalmente al ropero, y nuestros vuelos se repetan siempre, muchas veces, sistemticamente. Ayer estuve por primera vez en la oficina de suministros de la direccin. Los del turno de la noche me haban elegido hombre de confianza, y dado que la estructura y el suministro de nuestras lmparas es insuficiente, deba ir a insistir para que cesaran tales abusos. Me indicaron la oficina respectiva, golpe y entr. Un joven delicado, palidsimo, me sonri desde el otro lado de su gran escritorio. Haca muchos, demasiados gestos con la cabeza. No saba si deba sentarme: haba, s, una silla, pero pens que quizs, en mi primera visita, no era correcto sentarse enseguida, de manera que cont mi historia de pie. Fue precisamente esa actitud modesta ma, sin embargo, lo que provoc una cierta molestia al joven, ya que, para mirarme, se vio obligado a levantar la cabeza y echarla algo hacia atrs, cosa que no pareca querer hacer. Pero, por otra parte, por ms que intentaba no consegua doblar completamente el cuello, as que, mientras yo hablaba, se qued mirando a mitad de camino, oblicuamente hacia arriba, en direccin del techo, mientras yo segua su mirada. Cuando termin se levant de a poco, me palme la espalda. Ya veo, ya veo dijo, y me empuj hacia la oficina de al lado, que tena una puerta vidriera abierta de par en par que daba a un jardincito lleno de flores y arbustos. All ya nos esperaba, evidentemente, un seor de barba descuidada, pues sobre su mesa no haba el menor rastro de trabajo, mientras una breve informacin, consistente en pocas palabras susurradas por el joven, bast a aquel seor para darse cuenta de nuestras diferentes quejas. Se puso de pie inmediatamente y dijo: Entonces, mi estimado... se interrumpi, yo cre que quera saber mi nombre, de manera que estaba por abrir la boca para presentarme otra vez, pero l no me dej hablar. S, s, est bien, est bien, te conozco muy bien. Entonces, tu solicitud o la solicitud de ustedes est completamente justificada, por cierto que yo y los seores de la direccin seremos los ltimos en negarlo. Creme que el bienestar de los trabajadores lo tenemos mucho ms en cuenta que el bien de la mina. Cmo podra ser de otro modo? La mina se puede arreglar siempre, no se trata ms que de dinero, al diablo el dinero, pero si muere un hombre muere un hombre, quedan la viuda, los hijos. Dios del cielo! Es por eso que cualquier propuesta que tienda a lograr una mayor seguridad, nuevas facilidades, nuevas comodidades y nuevos lujos, la recibimos con entusiasmo. Quien nos la trae es de los nuestros. Deja entonces aqu tus sugerencias, las consideraremos atentamente, si se pudiera aportar alguna pequea esplndida innovacin lo haremos sin ms, y apenas est todo en orden les enviaremos las lmparas nuevas. Pero di esto a tus compaeros de all abajo: no nos daremos paz hasta que hayamos hecho de la galera de ustedes un saln, y ustedes morirn con zapatos de charol o nada. As que, muchos saludos! RELATO DEL ABUELO

En los tiempos del difunto prncipe Leo V era guardin del mausoleo del Friedrichspark. Claro que no lo fui inmediatamente. Todava recuerdo muy bien el da en que, de simple mandadero de la hacienda real, deb llevar por primera vez la leche por la tarde, a la guardia del mausoleo. "Oh", pens, "la guardia del mausoleo." Hay quien sepa con exactitud qu es un mausoleo? Yo fui guardin del mausoleo y debera saberlo, pero en realidad lo ignoro. Y ustedes, que escuchan mi relato, se darn cuenta al final de que aunque creyeran saber qu es un mausoleo, debern reconocer que ya no lo saben. Pero por entonces me ocupaba bien poco de saberlo, ya que me senta orgullossimo de haber sido enviado a la guardia del mausoleo. Y as me fui con mi provista de leche por los senderos neblinosos que, en medio de los prados, conducan al parque. Llegado frente a la verja dorada, me desempolv la chaqueta, me limpi los zapatos, limpi bien el exterior del balde, y despus toqu la campanilla y esper, la frente contra la verja, para ver qu pasaba. La casa del guardin pareca estar en medio de las matas, en una pequea elevacin, por una puertecita que se abri entonces se advirti brillar una luz, y una mujer viejsima vino a abrir la puerta de la verja, una vez que le dije quin era, mostrndole como prueba mi balde. Despus tuve que seguirla, pero lentamente como caminaba ella. Fue muy fastidioso, porque me tena agarrado y en el breve trayecto se par dos veces para recobrar el aliento. Arriba, un hombre gigantesco estaba sentado a horcajadas sobre una banquetita de piedra, las manos cruzadas sobre el pecho, la cabeza hacia atrs, y diriga los ojos a las matas que tena justamente delante obstruyndole toda visin. Dirig involuntariamente una mirada interrogativa a la mujer. Ese es el guardin idiota me dijo ella, no lo sabas? Sacud la cabeza, mir una vez ms, asombrado, a aquel hombrote, y especialmente su alto gorro de piel de cordero, pero despus la vieja me arrastr a la casa. En un cuartito, frente a una mesa cubierta de libros muy ordenados, estaba sentado un seor muy viejo y barbudo, en bata, el que desde bajo de la pantalla de la lmpara de pie, gir los ojos para mirarme. Pens, naturalmente, que haba equivocado el camino y me volv para salir de la habitacin, pero la vieja me bloque la salida y dijo al seor anciano: Es el nuevo chico de la leche. Ven aqu, muchacho dijo el seor,y sonri. Poco despus estaba sentado sobre una banqueta junto a su mesa y tena su cara muy cerca de la ma. Desdichadamente, la cordialidad con la que me haban recibido me haba vuelto un poco petulante. EN EL DESVN Los nios tenan un secreto. En el desvn, en un rincn bien escondido por una pila de muebles viejos acumulados a lo largo de un siglo adonde no hubiera podido llegar ya ningn adulto, Hans, el hijo del abogado, haba descubierto a un desconocido. El hombre estaba sentado en un cajn que, apoyado a lo largo, estaba contra la pared. Al ver a Hans, su cara no demostr ni miedo ni asombro, sino slo una cierta incomodidad, y contest la mirada de Hans con mirada clara. Tena, bien calado, un gran gorro redondo de piel de cordero. Espesos bigotes le sobresalan, rectos, de las mejillas. Estaba vestido con un gran abrigo marrn, sostenido por un conjunto de correas que recordaba los arreos de un caballo. Tena en el regazo un corto sable curvo de vaina forrada con seda de brillo, plido. Calzaba botas con espuelas: un pie se apoyaba sobre una botella de vino volcada, el otro, sobre el suelo, estaba un poco levantado y clavaba taln y espuelas en la tabla del suelo. Fuera! grit Hans cuando el hombre, moviendo lentamente la mano, intent atraparlo.

Corri velozmente hacia la parte menos vieja del desvn y se detuvo slo cuando sinti que le daba en la cara la ropa blanca que haban tendido all para que se secara. Pero enseguida volvi atrs. El extrao estaba sentado en su lugar, asomando el labio inferior con cierto desprecio, y no se mova. Acercndosele despacito, cautamente, en puntas de pies, Hans procur descubrir si aquella inmovilidad era un truco. Pero el extrao pareca, verdaderamente, no tener malas intenciones: estaba ah sentado totalmente relajado, al punto que hasta le oscilaba un poco la cabeza. Entonces Hans se atrevi a apartar un viejo guardafuego agujereado que lo separaba un poco del desconocido, a acercarse muchsimo y, por fin, hasta a tocarlo. Qu sucio ests dijo atnito, retirando la mano toda ennegrecida. S, polvoriento dijo el extrao, y nada ms. Tena un acento completamente inslito, Hans no entendi aquellas palabras ms que en su eco. Yo soy Hans dijo, el hijo del abogado. Y t quin eres? Ah, s? dijo el extrao. Yo tambin me llamo Hans, Hans Schlag, soy un cazador del Gran Ducado de Badn y nativo de Kassgarten sobre el Necker. Historia antigua. Eres cazador? Vas de caza? pregunt Hans. Bah, apenas eres un nio dijo el hombre. Y por qu abres tanto la boca cuando hablas? Era un defecto que sola observar tambin el abogado, pero de parte de aquel cazador que apenas se haca entender y a quien habra que aconsejarle calurosamente que abriese bien la boca, era una crtica ms bien inoportuna. Las diferencias que haba habido siempre entre Hans y su padre llegaron, despus de la muerte de la madre, a un estallido tal que Hans sali del negocio paterno, se fue al extranjero y acept, casi sin pensarlo, un pequeo empleo que se le ofreci casualmente, y rompi toda relacin con el padre, tanto por carta como por intermedio de conocidos comunes, de manera tan radical que la noticia de la muerte de l (ocurrida unos dos aos despus de su partida, por infarto cardaco) le lleg slo a travs de la carta del abogado que haca de albacea. Hans, se encontraba aquel da junto a la vidriera del comercio de telas en el que trabajaba como dependiente, y miraba a travs de la lluvia la plaza circular de aquella pequea ciudad de campaa, cuando el cartero se acerc dejando a sus espaldas la iglesia. Entreg la carta a la patrona, casi inmovilizada en la profundidad de su silln acolchado, y eternamente descontenta, y se fue. El sonido apagado de la campanilla de la puerta lleg de alguna manera a Hans que mir hacia la patrona y la vio entonces, llevarse el sobre cerqusima de la cara oscura cubierta por chales negros. En esos casos Hans tena la impresin de que, de un momento a otro, la mujer sacara la lengua y se pondra a lamer la carta como los perros en vez de leerla. La campanilla de la puerta sonaba todava dbilmente cuando la patrona le dijo: Lleg una carta para usted. No dijo Hans y no se apart de la vidriera. Usted es un tipo raro, Hans dijo la mujer, aqu est bien claro su nombre. En la carta deca, que Hans haba sido efectivamente nombrado heredero universal, pero que la herencia estaba gravada de tal manera por deudas y obligaciones que para l, como se adverta despus de una estimacin sumaria, quedaba poco ms que la casa paterna. Lo que no era mucho: una vieja, sencilla construccin de una planta, pero a la que Hans estaba muy ligado; por otra parte, despus de la muerte del padre, ya no haba nada que lo ligara al extranjero, mientras que el despacho de las cuestiones inherentes a la sucesin exiga urgentemente su presencia, de manera que se deslig enseguida de sus compromisos, cosa nada difcil, y volvi a su casa.

Era una noche de diciembre, tarde, con la nieve as de alta, cuando Hans detuvo el carruaje frente a la casa de sus padres. El portero, que lo esperaba, se adelant apoyado por la hija: era un viejo vacilante que haba servido tambin al abuelo de Hans. Hubo un intercambio de saludos, si bien no muy cordiales porque Hans haba visto siempre en el portero solamente un necio tirano de sus aos infantiles, y el porte humilde con el que se le acercaba entonces el viejo lo incomodaba. Sin embargo, dijo a la hija, que lo segua por la escalera empinada y estrecha con el equipaje, que el salario de su padre aparte del legado que le esperaba de acuerdo con el testamento, seguira siendo el mismo. La hija se lo agradeci con lgrimas en los ojos y confes que esas palabras borraban la preocupacin principal de su padre, la que desde la muerte del amo en adelante no lo haba dejado casi dormir. Aquel agradecimiento hizo comprender por primera vez a Hans las molestias que haban surgido para l y seguiran surgiendo a causa de esa herencia. As que pens con ms placer en el momento en que estara solo en su antigua habitacin y, saborendolo de antemano, acarici al gato que, primer recuerdo agradable de los viejos tiempos, se haba deslizado silenciosamente junto a l con todo su cuerpo. Pero no condujeron a Hans a su habitacin de antes, la que, segn las instrucciones que transmitiera por carta, deba recibir, sino al dormitorio de su padre. Pregunt el porqu. La muchacha, todava respirando agitada por el peso de las valijas estaba frente a l, en aquellos dos aos se haba vuelto grande y fuerte, y su mirada era inslitamente transparente. Se disculp por lo sucedido. En la habitacin de Hans viva el to. Theodor y no se haba querido molestarlo, anciano como era, tanto ms que la otra habitacin era ms grande y ms cmoda. La noticia de que el to Theodor estaba en la casa result completamente nueva para Hans.

MAX BROD Y FRANZ KAFKA Ricardo y Samuel [captulo primero]NOTA PRELIMINAR En 1911, Brod y Kafka se proponen escribir una novela a cuatro manos. Del proyecto frustrado, tan slo se lleg a escribir (o bien slo ha llegado hasta nosotros) un primer captulo, publicado en 1912 en Herderblttern (Praga); anteceda a este primer captulo la siguiente declaracin de intenciones: Bajo el ttulo Ricardo y Samuel Un breve viaje a travs de las regiones de Europa central, se incluirn en un corto volumen los diarios de viaje paralelos de dos amigos de diferente carcter. Samuel es un joven de mundo, muy seriamente decidido a obtener slidos conocimientos de Gran Estilo y un juicio correcto sobre todas las cuestiones de la vida y del arte, sin volverse, sin embargo, ni pedante ni estril. Ricardo no tiene ninguna esfera definida de intereses, se deja llevar por imprevisibles sentimientos y, ms an, por sus debilidades; pero dentro de su reducida y arbitraria esfera demuestra tanta intensidad e inocente independencia que en ningn momento llega a ser francamente risible. En cuanto a profesin, Samuel es secretario de una sociedad artstica; Ricardo, empleado de Banco. Samuel dispone de medios, slo trabaja porque no soporta una vida ociosa; Ricardo, en cambio, debe vivir de su trabajo, por otra parte impecable y muy apreciado por sus superiores. Aunque compaeros de colegio, el viaje aqu descrito es la primera ocasin en que se encuentran juntos durante un lapso considerable. Se aprecian bastante, aunque se consideran mutuamente incomprensibles. Esta atraccin y esta repulsin se manifiestan de diversas maneras. Se describir cmo esta relacin se convierte primero en una fervorosa intimidad, y luego, despus de muchos incidentes en el peligroso ambiente de Miln y de Pars, se transforma en una tranquila y slida comprensin varonil. El viaje termina cuando ambos amigos deciden cooperar con sus respectivos talentos en una nueva y original empresa artstica. Presentar los muchos matices posibles de una amistad entre dos hombres, y al mismo tiempo mostrar los pases recorridos bajo una doble luz y ngulo diferentes, con una frescura y un significado a menudo injustamente reservados a la descripcin de pases exticos, tal es el propsito de este libro. EL PRIMER VIAJE LARGO EN TREN (PRAGAZURICH)

SAMUEL: Partida 26, vin, 1911; medioda, 13 horas 2 minutos. RICARDO: Al ver a Samuel, que hace una breve anotacin en su calendario habitual de bolsillo, se me ocurre nuevamente la vieja y hermosa idea de que cada uno de nosotros lleve un diario de este viaje. Se la comunico. Primero disiente, luego consiente, da razones para ambas actividades; las entiendo en ambos casos slo superficialmente, pero no importa; basta que llevemos los diarios en cuestin. Ahora vuelve a rerse de mi cuaderno de apuntes, forrado con tela de hilo negra, nuevo, demasiado grande, cuadrado y que ms bien parece un cuaderno de deberes escolares. Preveo que ser difcil y en todo caso incmodo llevar este cuaderno en el bolsillo durante todo el viaje. Pero de todos modos puedo comprarme uno ms prctico en Zurich. Samuel tiene tambin una estilogrfica. Se la pedir de vez en cuando. SAMUEL: En una estacin, justo frente a nuestra ventanilla, un vagn lleno de campesinas. Sobre el regazo de una que re, otra duerme. Se despierta, nos hace un gesto, sugestivamente, en su semisueo: Vengan. Como si se burlara de nosotros porque no podemos ir. En el compartimiento contiguo, una mujer morena, heroica, completamente inmvil. Con la cabeza muy erguida, mira todo el tiempo por la ventanilla. Sibila deifica. RICARDO: Pero lo que no me gusta es su manera de saludar a las campesinas, confianzuda, falsamente galante, casi versallesca. Ahora el tren se pone en movimiento, Samuel se queda solo con su sonrisa demasiado amplia y los saludos de su gorra. Exagerar? Samuel me lee su primera anotacin, me produce una gran impresin. Deb prestar ms atencin a las campesinas. El guarda pregunta, bastante vagamente, como si se dirigiera a personas que han recorrido a menudo esta lnea ferroviaria, si alguien quiere tomar caf en Pilsen. Si uno acepta, coloca en la ventanilla una tarjetita verde por cada caf, como hacan antes en Misdroy, cuando no haba muelle de desembarco y los vapores izaban banderines desde lejos para anunciar el nmero de botes que se necesitaran para desembarcar a los pasajeros. Samuel no conoce Misdroy. Lstima que no fui nunca con l. Aquella vez era muy hermoso. Esta vez tambin ser maravilloso. El viaje es demasiado veloz, se termina demasiado pronto; los deseos que tengo ahora de hacer viajes largos! Qu comparacin anticuada la anterior, porque ya hace cinco aos que existe el muelle de Misdroy! Caf en Pilsen, en el andn. No es obligatorio tomarlo, aunque se tenga tarjeta, y tambin lo sirven sin ella. SAMUEL: Desde el andn vemos a una muchacha desconocida que mira por la ventanilla de nuestro compartimiento, ms tarde Dora Lippert. Bonita, de nariz ancha, poco escote en una blusa blanca de encaje. Cuando el viaje prosigue, primer incidente que nos hace amigos: su vasto sombrero, en un forro de papel, vuela suavemente desde el portaequipaje y se posa en mi cabeza. Descubrimos que es hija de un oficial transferido a Innsbruck y que viaja para visitar a sus padres, a quienes no ha visto desde hace mucho tiempo. Trabaja en una oficina tcnica de Pilsen, todo el da; tiene poco que hacer, pero le gusta; est muy contenta con su vida. En la oficina la llaman nuestro pollito mimado, nuestra golondrinita. Es la ms joven; los dems son hombres. Oh, es muy divertida la oficina! Truecan los sombreros en los guardarropas, clavan los bollitos del desayuno en el escritorio o le pegan con cola a alguien el lapicero sobre la carpeta. Tambin nosotros tenemos ocasin de compartir una de esas divinas bromas. En efecto, la joven enva una tarjeta postal a sus compaeros de oficina, donde les dice: Por desgracia, lo que me haban predicho ha ocurrido. Sub a un vagn equivocado y ahora me encuentro en Zurich. Cariosos saludos. Debemos enviar esa tarjeta desde Zurich. Espera que seamos hombres de honor y que no agreguemos nada por nuestra cuenta. En la oficina, naturalmente, se preocuparn, telegrafiarn, Dios sabe lo que harn. Es wagneriana, no se pierde ninguna representacin de peras de Wagner

(tendran que haber visto a la Kuz el otro da en Isolda); justamente est leyendo la correspondencia de Wagner con la Wesendonck, se lleva el libro con ella a Innsbruck; un seor, naturalmente el que le toca todas las partituras para piano, se lo ha prestado. Ella, por desgracia, tiene poco talento para el piano; ya nos dimos cuenta cuando nos tarare algunos leitmotiv. Colecciona el papel plateado de los chocolates y hace con l una gran bola que lleva consigo, adems. Esta bola est destinada a una amiga con propsitos ulteriores desconocidos. Tambin junta vitolas de cigarros, seguramente destinadas al adorno de una bandeja. La aparicin del primer guarda bvaro la induce a expresarnos con brevedad y gran dogmatismo sus opiniones sobre los militares austriacos y los militares en general, bastante contradictorias y ambiguas para la hija de un oficial. En efecto, no slo considera flojos a los militares austriacos, sino tambin a los alemanes y a todo militar en general. Pero no corre a la ventana de la oficina cuando pasa una banda militar? Tampoco, porque no son verdaderos mili' tares. S, su hermano menor es diferente. Siempre bailando en el casino de oficiales de Innsbruck. Pero a ella no le impresionan los uniformes, y los oficiales menos. Evidentemente, el seor que le presta las partituras tiene en parte la culpa de esto; pero tambin la tienen nuestros paseos de ida y vuelta por el andn de la estacin de Furth, porque le parece tan refrescante pasear despus del viaje en tren y se acaricia las caderas con la palma de las manos. Ricardo defiende al ejrcito, pero muy seriamente. Sus expresiones favoritas: divino con cero cinco de aceleracin sacar volando listo flojo. RICARDO: Dora L. tiene mejillas redondas, con abundante vello rubio; pero tan desangradas que habra que hundir largo tiempo los dedos en ellas para conseguir enrojecerlas un poco. Su cors est mal hecho, el borde superior forma arrugas en la blusa; hay que volver los ojos hacia otra parte. Me alegro de estar sentado frente a ella y no a su lado, porque no puedo hablar con alguien que est sentado a mi lado. Samuel, por ejemplo, prefiere sentarse a mi lado; tambin le gusta sentarse al lado de Dora. Yo, en cambio, me siento como torturado cuando alguien se sienta a mi lado. Despus de todo, uno no tiene la mirada preparada para ver al interlocutor; es necesario primeramente volver los ojos. Sin embargo, especialmente cuando el tren se mueve, el hecho de estar sentado frente a Dora y Samuel me obliga de vez en cuando a perder parte de su conversacin; no se puede gozar de todas las ventajas a la vez. En cambio, ya los he visto quedarse callados, apenas un instante, naturalmente; por supuesto, no por mi culpa. La admiro; es tan musical. Samuel, en cambio, parece sonrer irnicamente cuando ella entona algo en voz baja. Tal vez no lo haga muy correctamente; pero de todos modos, no es admirable que una muchacha que vive sola en una gran ciudad se interese tan profundamente por la msica? Ha alquilado un piano y se lo ha llevado a su cuarto, que tambin es alquilado. Hay que imaginarse una transaccin tan complicada como el transporte de un piano (pianoforte!), que a veces representa dolores de cabeza para una familia entera, y esta frgil muchacha. Cunta independencia y resolucin implica ese simple hecho! Le pregunto cmo vive. Vive con dos amigas; por la noche, una de ellas compra la cena en un almacn; se divierten mucho juntas y se ren bastante. Mientras escucho, me doy cuenta de pronto que todo esto ocurre a la luz del petrleo, lo que me parece notable, pero no digo nada. Evidentemente, poco le importa la falta de luz, porque con una energa como la suya seguramente podra obtener de la duea de casa mejor iluminacin, si alguna vez se le antojara. Como al correr de la conversacin tiene que mostrarnos todo lo que lleva en su valija, vemos tambin una botella de remedio, con algo horrible y amarillo en su

interior. Entonces nos enteramos de que no est muy bien de salud, que estuvo enferma mucho tiempo. Y despus sigui siempre bastante dbil. En aquella circunstancia, el mismo jefe le aconsej (son todos tan atentos con ella) que slo trabajara medio da en la oficina. Ahora est mejor, pero todava tiene que tomar este especfico, a base de hierro. Yo le advierto que convendra tirarlo por la ventanilla. Ella est de acuerdo inmediatamente conmigo (el lquido tiene un gusto espantoso), pero no puedo conseguir que me tome en serio, por ms que yo, inclinndome hacia ella ms que nunca, le explico mis convicciones bastante claras sobre la necesidad de un tratamiento natural para el organismo humano, y todo con la honesta intencin de serle til o por lo menos de salvar de un peligro a esta jovencita sin experiencia, y es as que por lo menos durante un instante me siento como una especie de feliz providencia para ella. Como no cesa de rer, me callo. Tambin me desagrada que Samuel, durante toda mi disquisicin, menee la cabeza. Ya lo conozco. Cree en los mdicos y considera ridculo todo tratamiento natural. Lo comprendo muy bien; no ha necesitado nunca del mdico y, por lo tanto, no se ha puesto nunca a pensar seriamente en el asunto; por ejemplo, no puede ponerse en el lugar de alguien que tenga que beber ese asqueroso especfico. Si yo hubiera estado a solas con la joven, la habra convencido pronto. Porque si no tengo razn en estas cosas, no la tengo en nada. Desde el primer momento supe perfectamente cul era el origen de su anemia. La oficina. Se puede tomar en broma, como cualquier otra cosa en el mundo, la vida de oficina (y esta joven la toma honestamente en broma, est completamente ilusionada); pero no su esencia, sus desdichadas consecuencias. Yo s por experiencia lo que digo. Imagnese entonces lo que ser una muchacha sentada ante su escritorio, ni siquiera sus faldas estn hechas para eso, cmo habrn de deformarse, frotndose todo el tiempo, durante horas, sobre un duro asiento de madera. Y de igual modo, esas redondas nalgas estarn oprimidas, y tambin el pecho contra el borde del escritorio. Exagero? Sin embargo, una muchacha en un escritorio me parece siempre un espectculo deprimente. Samuel ha llegado ya a una gran intimidad con ella. Hasta la ha inducido, lo que a m no se me habra ocurrido jams, a venir con nosotros al vagncomedor. Entramos en dicho vagn, entre pasajeros desconocidos, con un aire increble de intimidad. Es de notar que para fortificar una amistad basta con buscar un nuevo ambiente. Esta vez me siento al lado de ella; bebemos vino; nuestros brazos se tocan; nuestro espritu comn de vacacionistas nos convierte realmente en una familia. Samuel, a pesar de su viva resistencia, multiplicada por la lluvia torrencial, la ha obligado a aceptar que aprovechemos la media hora de parada en Munich para dar un paseo en automvil. Mientras l va a tomar un taxmetro, ella me dice bajo las arcadas de la estacin, apretndome el brazo: Por favor, suspendan este paseo; no puedo acompaarlos. No cabe la menor duda. Se lo digo a usted, porque confo en usted. Con su amigo no se puede hablar. Es tan loco! Subimos al automvil; para m todo esto es bastante desagradable, me recuerda mucho una pelcula llamada La esclava blanca, donde la inocente herona es introducida, como sta, en un automvil por unos desconocidos, a la salida de una estacin, en la oscuridad, y luego raptada. Samuel, en cambio, est ele buen humor. Como la estructura del automvil nos impide la visin, de cada edificio slo vemos, con esfuerzo, la planta baja. Es de noche. Perspectiva de stano. Samuel, en cambio, deduce fantsticas informaciones sobre la altura de los castillos y las iglesias. Como Dora en su oscuro rincn permanece en su mutismo, y me temo mucho una escena de lgrimas, Samuel termina por desanimarse y le pregunta, a mi entender demasiado convencionalmente: Cmo? Supongo que no estar enojada conmigo, seorita! La he disgustado en algo?, y as sucesivamente. Ella replica: Ya que estoy aqu, no quiero estropearles la diversin. Pero no hubieran debido obligarme.

Cuando digo no, no me faltan razones. No deba acompaarlos. Por qu?, pregunta l. No puedo decrselo. Usted mismo tendra que comprender que no est bien para una joven pasearse as, de noche, con dos seores. Pero no es slo eso. Considere que estoy comprometida... Adivinamos, cada uno por nuestra cuenta, con silencioso respeto, que esto tiene algo que ver con el seor wagneriano. Bueno, yo no tengo que reprocharme nada, pero de todos modos trato de animarla. Tambin Samuel, que hasta la trat con un poco de condescendencia, parece arrepentido, y se reduce a hablar solamente del viaje. El chfer, a pedido nuestro, proclama los nombres de las invisibles maravillas que nos rodean. Los neumticos rumorean sobre el asfalto mojado, como un aparato cinematogrfico. Nuevamente La esclava blanca. Esas calles vacas, largas, mojadas, negras. Lo ms visible son las grandes ventanas sin cortinas del restaurante Cuatro Aos, que ya conocamos como el lugar ms elegante de Munich. Reverencia de un criado de librea ante una mesa llena de gente. Al pasar por un monumento, que tenemos la luminosa idea de anunciar como el famoso monumento a Wagner, Dora demuestra algn inters. Se nos concede detenernos un poco junto al Monumento a la Libertad, con sus fuentes que manan bajo la lluvia. Un puente sobre el ro Isar, apenas adivinado. Hermosas mansiones seoriales a lo largo del Jardn Ingls. Ludwigstrasse, la iglesia de los Teatinos, Feldherrnhulle, la cervecera Pschorr. No s lo que me ocurre; no reconozco nada, aunque ya estuve varias veces en Munich. La puerta de Sendlinger. La estacin, a la que yo deseaba ansiosamente (sobre todo por Dora) llegar a tiempo. Es as que como un resorte perfectamente calculado hemos atravesado zumbando la ciudad en veinte minutos justos, por el taxmetro. Escoltamos a nuestra Dora, como si furamos sus parientes de Munich, hasta un vagn rpido a Innsbruck, donde una seora vestida de negro, ms temible que nosotros, le ofrece su proteccin para la noche. Slo ahora comprendo que se nos puede confiar tranquilamente a una muchacha. SAMUEL: El asunto de Dora ha sido un completo fracaso. Ms avanzaba, peor se volva. Yo tena la intencin de interrumpir el viaje en Munich y pasar all la noche. Hasta la cena, ms o menos a la altura de Regensburg, me pareci que no habra inconveniente. Trat de poner al tanto a Ricardo, mediante un par de palabras que le escrib en una tarjeta. Parece no haberlas ledo; slo pens en esconder la tarjeta. Despus de todo, no me importa nada, la inspida mujercita no vala mucho. Pero Ricardo hizo grandes aspavientos, con sus ceremoniosos consejos y sus galanteras. Eso la incit a multiplicar sus estpidos coqueteos, que especialmente en el automvil me parecieron insoportables. Al despedirse, como era de esperar, se volvi ridculamente sentimental; Ricardo, que naturalmente le llevaba la maleta, se comport como si ella le hubiera otorgado inmerecidos favores; me invadi una penosa sensacin. Para decirlo en pocas palabras: las mujeres que viajan solas o que de cualquier modo desean ser consideradas independientes no deben recaer en la habitual y hoy tal vez anticuada debilidad de la coquetera, atrayendo de pronto y de pronto repeliendo, y tratando de obtener alguna ventaja en la confusin subsiguiente. Esa actitud es fcil de desenmascarar, y uno se alegra pronto de hacerse repeler mucho ms lejos de lo que ella probablemente hubiera querido. Entramos en el compartimiento, donde para sobresalto de Ricardo habamos abandonado nuestro equipaje. Ricardo hace sus habituales preparativos para dormir, enrolla su manta como almohada y deja colgar su abrigo como un baldaqun sobre su cara. Me gusta comprobar que, por lo menos cuando se trata de su sueo, no le importa nada de los dems; por ejemplo, apaga la luz sin preguntarme nada, aunque sabe que yo no puedo dormir en el tren. Se tiende sobre su asiento, como si tuviera ms derecho

sobre l que los dems viajeros. Se duerme inmediatamente, como un santo. Y, sin embargo, el individuo se queja todo el tiempo de su insomnio. Adems de nosotros, viajan en el compartimiento dos jvenes franceses (estudiantes de Ginebra). Uno de ellos, de pelo negro, re todo el tiempo, aun del hecho de que Ricardo no le deje lugar para sentarse (tan estirado est); luego, aprovechando un instante en que Ricardo se levanta y pide a los presentes que no fumen tanto, recupera una parte del lecho de Ricardo. Estas pequeas disputas entre personas de distinto idioma son mudas y, por lo tanto, mucho ms intrascendentes, sin disculpas y sin reproches. Los franceses tratan de acortar la noche pasndose mutuamente una lata de bizcochos o liando cigarrillos o saliendo a cada instante al corredor, llamndose, volviendo a entrar. En Lindau (ellos dicen Lend), se ren alegremente del guarda austriaco, y bastante fuerte, teniendo en cuenta la hora avanzada. Los guardas de un pas extranjero parecen irresistiblemente cmicos, como nos pareci el bvaro de Furth, con su enorme maleta roja que le golpeaba los tobillos. Una larga y persistente visin del lago de Constanza, terso e iluminado por las luces del tren, hasta las lejanas luces de la orilla opuesta, oscura y neblinosa. Un antiguo poema escolar acude a mi memoria: El jinete sobre el lago de Constanza. Paso un buen rato tratando de recordarlo. Entran tres suizos, a empujones. Uno de ellos fuma. Otro, que permanece despus que los dos primeros descienden, es al principio inexistente, pero por la maana adquiere forma. Ha puesto fin a las disputas entre Ricardo y el francs moreno, decidiendo que ninguno de los dos tiene razn, y sentndose rgidamente entre ambos durante todo el resto de la noche, con el bastn de montaa entre las piernas. Ricardo demuestra que tambin puede dormir sentado. Suiza me asombra porque sus casas se elevan aisladas, con un aspecto por lo tanto de slida y enftica independencia, en todas las pequeas ciudades y pueblitos de la lnea ferroviaria. En St. Gall no estn agrupadas en calles. Tal vez sea una prueba del buen individualismo germano, alentado por las desigualdades del terreno. Las casas, con sus persianas verde oscuro y mucho verde en los aleros y las barandas, parecen ms bien mansiones particulares. Y, sin embargo, albergan una firma comercial, slo una, porque la familia y el negocio parecen inseparables. Esta idea de instalar negocios en las casas particulares me recuerda bastante la novela de R. Walsers El ayudante. Hoy es domingo, 27 de agosto; son las cinco de la maana. Todas las ventanas estn todava cerradas; todo duerme. Constantemente tenemos la sensacin de que nosotros, encerrados en este tren, estamos respirando el nico aire malsano en muchos kilmetros a la redonda, mientras el paisaje se desarrolla y se revela de una manera natural, que slo puede ser observado correctamente desde un tren nocturno, a la luz de una lmpara constantemente encendida. Al principio, las oscuras montaas lo comprimen como un valle extraordinariamente angosto entre ellas y el tren; ms tarde, la niebla matutina lo ilumina blancamente, como a travs de pantallas de iluminacin indirecta; las praderas aparecen paulatinamente frescas, como si nunca las hubieran tocado; verdes de savia, lo que me asombra mucho en este ao de sequa; finalmente, el sol que asciende hace palidecer el pasto en una lenta transformacin. Los rboles, con pesadas y grandes estalactitas, que descienden a lo largo del tronco, hasta el mismo pie del rbol. Formas como stas se ven a menudo en los cuadros de los pintores suizos; hasta ahora yo las haba credo una estilizacin. Una madre con sus criaturas inicia el paseo dominical por el ntido camino. Esto me recuerda a Gottfried Keller, que fue criado por su madre. En todos los campos de pastoreo, las cercas divisorias ms cuidadas del mundo; muchas estn hechas de maderos grises, afilados en la punta como lpices; a menudo esos troncos estn partidos en dos. As partamos, cuando nios, los lpices, para

obtener el grafito. Cercas como stas no he visto nunca. De este modo, cada pas nos ofrece algo nuevo en su vida diaria, y, llevado por el placer de estas impresiones, uno debe cuidarse de no pasar por alto lo extraordinario. RICARDO: Suiza, en las horas matutinas, abandonada a s misma. Samuel me despierta, ostensiblemente para mostrarme un puente notable, que ya ha desaparecido, antes que yo me asome, y mediante esta accin directa se proporciona a s mismo quiz la primera fuerte impresin de Suiza. Al principio, durante demasiado tiempo, la veo desde un crepsculo interior como un crepsculo exterior. Esta noche dorm desacostumbradamente bien, como casi siempre en un tren. Mis noches de tren son francamente una labor minuciosa. Me acuesto, la cabeza en ltimo trmino; como preliminar pruebo brevemente diversas posiciones, me aslo de todos los que me rodean, por ms que miren desde todos los ngulos, cubrindome la cara con el abrigo o con mi gorra de viaje, y poco a poco me deslizo hacia el sueo, gracias al placer inicial que la adopcin de una nueva posicin me proporciona. Al principio, naturalmente, la oscuridad es una buena ayuda, pero ms tarde se vuelve casi superflua. La conversacin tambin puede proseguir, aunque la imagen de un durmiente decidido es una advertencia que aun el charlatn ms lejano no puede pasar por alto. Porque no existe lugar donde se sienten ms cerca una de otra las formas ms opuestas de vida; una proximidad directa y sorprendente, y, como consecuencia de su mutua y continua contemplacin, en muy breve lapso comienzan a influirse mutuamente. Y, aunque un durmiente no induzca a los dems al sueo, lo obliga a hacer menos ruido o fomenta su capacidad de meditacin hasta el punto de fumar un cigarrillo, como por desgracia ocurre en este viaje, donde en medio de la pura atmsfera de mis tranquilos sueos tuve que inhalar nubes de humo de cigarrillo. Me explico de la manera siguiente esta facilidad ma para dormir en los trenes: que mi nerviosidad, originada por el exceso de trabajo, no me deja generalmente dormir por el estrpito que provoca en mi interior, tan exacerbado de noche por todos los ruidos casuales de la vasta casa de departamentos y de la calle, del rodar de todos los vehculos que se aproximan, todos los apostrofes de los ebrios, todos los pasos que suben la escalera, hasta el punto que mi irritacin llega muchas veces a culpar injustamente a todos estos ruidos exteriores; en cambio, en el tren, la homogeneidad de los ruidos, el juego de los elsticos del vagn, el roce de las ruedas, el choque de los extremos de los rieles, la vibracin de toda la estructura de madera, de vidrio y de hierro, crea una especie de nivel como de completa tranquilidad, que me permite dormir con toda la apariencia de un hombre sano. Esta apariencia, naturalmente, no resiste, por ejemplo, un estridente silbido de la locomotora, o una disminucin del ritmo de las ruedas, o ms claramente la sensacin de entrar en una estacin, que se transmite a travs de mi entero sueo como a travs de todo el tren, hasta despertarme. Entonces oigo sin asombrarme el anuncio de los nombres de lugares por donde no me imagin nunca que pasara, como ahora Lindau, Constanza, creo que tambin Romanshorn, y me proporcionan menos placer que si slo hubiera soado con ellos; ms an, slo me molestan. Si me despiertan cuando el tren est en movimiento, mi despertar es ms violento, porque est contra toda la naturaleza del sueo ferroviario. Abro los ojos y dirijo la mirada hacia la ventanilla, no veo gran cosa, y lo que veo es aprehendido con las perezosas facultades de un soador. Sin embargo, poda jurar que en algn lugar de Wrttemberg, como si hubiera conocido ntimamente Wrttemberg, a eso de las dos de la madrugada, vi a un hombre asomado sobre la baranda de la terraza de su casa de campo. Detrs de l se vea la puerta entreabierta de su despacho iluminado, como si slo hubiera salido para refrescarse las ideas antes de acostarse... En la estacin de Lindau y en las cercanas, tanto al entrar como al salir, o cantidad de cantos en la noche, y aunque es fcil en un

viaje como ste, durante la noche del sbado al domingo, recoger largos trechos de abundante vida nocturna, que apenas perturba levemente el sueo, esto hace que nuestro sueo parezca ms profundo y la perturbacin exterior mucho ms ruidosa. Los guardas, adems, a quienes vi a menudo pasar corriendo frente a mi oscura ventanilla y que no pretendan despertar a nadie, sino cumplir con su deber, gritaban en el vaco de la estacin, con exceso de voz, una slaba del nombre del lugar junto a nuestro compartimiento y las dems en los otros. Mis compaeros de viaje se sentan impelidos a reconstruir el nombre o se levantaban para volver a limpiar, como siempre, la ventanilla y leer directamente el nombre en cuestin; pero pronto volva a caer mi cabeza sobre la madera. , De todos modos, cuando uno tiene la suerte de poder dormir tan bien como yo en los trenes Samuel se pasa toda la noche sentado, con los ojos abiertos, segn l, no se le debera despertar hasta que llegue a su punto de destino, en vez de obligarlo a interrumpir de pronto su sueo, con la cara grasienta, el cuerpo sudado, el pelo aplastado en todas direcciones, con una vestimenta y una ropa interior que ya han soportado veinticuatro horas de ferrocarril sin ser lavadas ni aireadas, acurrucado en un rincn del compartimiento y forzado a seguir viaje en esas condiciones. Si uno tuviera suficiente energa, suprimira el sueo; pero, en cambio, uno se reduce a envidiar secretamente a las personas que como Samuel, tal vez slo durmieron intermitentemente, pero que por eso mismo pudieron prestarse ms atencin a s mismos; que han gozado de plena conciencia durante casi todo el viaje y que han mantenido su entendimiento claro e impoluto a travs de todas las opresiones del sueo, a las que tambin ellos se vieron quiz expuestos. En efecto, durante toda la maana me sent a merced de Samuel. Estbamos de pie junto a la ventanilla; yo slo por complacerlo; l me mostraba lo que poda verse de Suiza, me contaba lo que no haba visto durante el sueo, y yo asenta y me asombraba tal como l lo deseaba. Es una suerte, sin embargo, que l o no entienda esos estados mos, o no los advierta, porque justamente en esos momentos se muestra ms amable conmigo que cuando ms me lo merezco. Pero yo slo pensaba, con toda seriedad, en la Lippert. Slo puedo formarme una opinin verdadera sobre una persona que he conocido hace poco, especialmente si es una mujer, con mucha dificultad. En efecto, mientras la amistad est en vas de formacin, prefiero observarme a m mismo, lo que me da bastante que hacer, y es as que slo advierto una parte ridculamente pequea de todo lo que durante dicho perodo vagamente sent e inmediatamente perd. En el recuerdo, en cambio, estas amistades adquieren vastos y adorables aspectos, ya que all estn calladas, slo se ocupan de sus propios asuntos, y gracias a su completo olvido de nuestra presencia demuestran su indiferencia hacia nuestra amistad. Pero tambin haba otro motivo que me haca aorar a Dora, la muchacha ms reciente en mi memoria. Esta maana Samuel no me serva. Acepta como amigo hacer un viaje conmigo, pero esto no significa gran cosa. Esto slo quiere decir que tendr a mi lado durante todos los das de este viaje a un hombre completamente vestido, cuyo cuerpo slo podr ver durante el bao, sin tener, por otra parte, el ms mnimo deseo de ese espectculo. Samuel, seguramente, me permitira apoyar la cabeza sobre su pecho, si yo quisiera llorar sobre l, pero realmente, al ver su rostro masculino, su mvil barba puntiaguda, su boca que de pronto se cierra con firmeza no necesito seguir, cmo podran acudirme a los ojos las lgrimas liberadoras?

GUSTAV MEYRINK Comunicacin telefnica con el mundo de los sueosDesde que somos chicos se nos inculca la idea de no dar crdito alguno a los sueos; es curioso que a lo largo de tiempo permanezcamos ciegos y sordos ante los mensajes provenientes de un pas que, como sabemos de antemano, consta de pantanos y manglares cenagosos. Y esto no es todo: las imgenes con las cuales nuestro aguzado instinto es decir, nosotros mismos habla, se vuelven absurdas y engaosas, porque desde chicos las hemos tenido por fantasmagricas, o bien como un mosaico formado por los fragmentos de recuerdos vividos durante la vigilia. Existe un mtodo muy sencillo de poner a prueba el asunto, suponer que los sueos dicen la verdad. Paracelso fue quien probablemente descubri el misterio, que consiste en escribir con mucho cuidado los sueos, como si fuera un diario nocturno en lugar de uno vespertino, que la mayora de las veces resulta harto aburrido. Las consecuencias las he experimentado sobre m mismo, y stas son: pasado un tiempo prudencial, segn la conducta del individuo, se establece una comunicacin telefnica con la "otra" regin; los sueos adquieren entonces ms vida, color e inters. Se requiere bastante tiempo y paciencia, hasta que el vocero del sueo se convence de que no ser objeto de burla. Es muy sensible, como un intimo amigo, o mejor dicho como la conciencia de cada cual. Existen mltiples historias, segn las cuales los sueos han predicho esto o aquello, por ejemplo una muerte violenta; se trata de algo as como una profeca inevitable, pues quien ha sido avisado busca intilmente obtener los medios para escapar. Segn la crnica familiar del conde de Bohemia, de nombre Rosenberg, ste cuenta cmo un da, en tiempos de Waliensteins, la condesa so que su joven hijo sera mordido y muerto por un len. Das despus, preparndose una cacera por los alrededores, la condesa, con clsica lgica femenina, prohibi a su hijo tomar parte en ella. Es evidente que en los bosques de Bohemia no hay leones, pero supongo que la condesa contestara: "No importa, de cualquier forma puede ser mordido". De modo que encerr al joven en el patio del castillo. El muchacho, furioso, iba de un lado a otro del patio cuando vio en una esquina de la muralla un lienzo, con la figura de un len, que cubra una abertura para disparar ballestas. "Por culpa de esa bestia estpida no he podido ir de caza!", exclam el joven, dando un puetazo a la tela. De la garganta del animal sali entonces una punta de cristal que, clavndosela en la mano, le condujo a la muerte. Es comprensible que hechos tales hagan pensar a los hombres que no se puede escapar del destino, incluso sabiendo de antemano las circunstancias que lo rodean. No me importa reconocerlo, la teora de la prefijacin del destino es cierta. Este hecho, por ms doloroso que sea, no significa adoptar la actitud del avestruz: taparse los ojos ante el peligro. La idea de que una divinidad juega con nosotros, pretextando que lo hace por nosotros como disculpa, es todava menos consoladora. Si creemos en el Fatum tenemos al menos una posible salida por el sitio ms dbil de la red. Reflexionando sobre el hecho, surge esta pregunta: Quin depende del Fatum? Quin es ste, en el profundo sentido de la palabra? Existe alguien que se haya planteado

seriamente esta pregunta? 0 bien, actuando en consecuencia, hay alguien a quien el Fatum le haya ayudado a plantearse esta pregunta? Entonces surge a nuestros pies esta contestacin: T mismo eres el Fatum! Yo? Quin soy yo? Respuesta: Sin duda no eres el que va de un lado a otro, atrapado en la red de las causas y los efectos. Eres una sombra carente de libertad que desgraciadamente imagina ser el misterioso ser que forma la sombra; si logras encontrarla en el profundo abismo donde se generan las cosas, podrs ser libre, podrs quitar los goznes a tu estrella y sealarle el camino que te apetezca. Volvamos al ejemplo de la condesa Rosenberg, quin era aquella voz que le anunci: "Tu hijo ser mordido por un len"?. Un misterioso y vocinglero pajarraco de la muerte, que no tena nada mejor que anunciarle: "Esto suceder y no hay escapatoria posible". Fue la condesa quien coloc su propio sello en el pjaro de la muerte; ste slo quera prevenirla, pero la condesa, aunque tena odos, no poda or. Si hubiera sabido el camino que conduce a la fuente de todas las cosas, el pas ilimitado de los sueos verdaderos, no se hubiera dejado arrastrar al pantano de los fuegos fatuos. Qu error cometi? Tratar de explicarlo por medio de un suceso en el cual tom parte: Era otoo de 1921; en aquel tiempo el canto de sirenas que deca "Traed el oro al Banco de la Nacin" ya haba dejado de sonar, no porque el Banco de la Nacin estuviera cansado de recibir ingresos, sino porque el oro del pas slo se utilizaba para empastar los dientes. De modo que, siguiendo mi sentido comn, compr por medio de un viejo papel de Bolsa un automvil tambin viejo. Los vendedores juraron que no tena grietas y roturas, pues aquellas haban sido cubiertas con grafito (las del coche, naturalmente, ya que las de las conciencias estaban cubiertas por la promesa de las palabras). El artefacto tena un aspecto lamentable; como es natural, estaba libre de impuestos. Me aseguraron que el motor se conservaba en buen estado. De modo que, por el momento, decid guardar el coche en un garaje, para hacerle colocar despus, en Garmisch, una carrocera nueva. El da de la reparacin se aproxim y mi mujer so lo siguiente: En el coche viajbamos cuatro personas: ella iba a la derecha del asiento posterior, a su lado nuestro hijo. Delante iba yo, conduciendo el vehculo, y sentada junto a m, a mi izquierda, mi hija. Todo pareca ir bien; giramos y entramos en una especie de avenida que se extenda por un paisaje de colinas; al lado de la carretera haba un profundo precipicio; de pronto, el coche se acerc a la derecha y cay en el abismo. Mi mujer y mis hijos resultaron heridos de gravedad; en cuanto a m, result muerto! Despus de esto no saba qu hacer con el coche: regalarlo? No pareca oportuno, dado su lamentable estado. El sueo de mi mujer se repiti! Una vez, dos veces... toda la semana! El asunto me tena tan preocupado que pens en destruir el auto y llevarlo a un desguace. Pens en el caso de la condesa Rosenberg, y decid hacer otra prueba. Antes de dormirme, intent llegar al sueo profundo, a la incgnita. Qu debo hacer para escapar al Fatum? Durante mucho tiempo no recib respuesta alguna, pero insist una y otra vez. Un da despert con la "conciencia" clara; no puedo explicarlo de otro modo: "Oculta la imagen que ha soado tu mujer!" Ese fue aproximadamente el consejo que grab en mi interior el "enmascarado". Mi mujer haba soado que iba a la derecha del asiento trasero; yo iba al volante, a la derecha. Efectu la siguiente distribucin: mi mujer se sentara a la izquierda; a su

lado, mi hija, y despus mi hijo; yo me sentara delante y a la izquierda, pero al volante... quin? Llam por telfono a un conocido mo, comerciante en automviles, llamado W. Tendra la amabilidad de llevarnos a Garmisch, conduciendo usted el automvil? Con mucho gusto respondi, y fijamos el da. Luego llam al mecnico del garaje donde estaba el coche, dicindole que verificara otra vez todos los detalles, especialmente las ruedas de la derecha (supona que all haba algn defecto, pues mi mujer so que el auto se haba precipitado a la derecha). Llegado el da fijado, me despert muy de maana, preso de grandes remordimientos. Vas a poner al seor W. en peligro de muerte! Me comuniqu con l, pero no llegu a decir nada, pues me interrumpi con estas palabras: Me alegro que me haya llamado usted, pues hoy no puedo llevarles a Garmisch, me ha salido un fornculo en el cuello y me encuentro muy molesto! Significara esto que el Fatum se sirve de un fornculo para rompernos el cuello a nosotros cuatro? Llam a Garmisch: el jefe del taller se puso al habla. Por favor, seor X, mndeme usted un chfer! Por qu? No me atrevo a conducir el coche: temo que quiz tenga un defecto. Pregunte usted, a su mecnico, por favor, si est dispuesto a llevar el coche. Al poco lleg la respuesta. Dice que est dispuesto. Fui al garaje. Han examinado todo? S todo est en orden. Por favor, le ruego que examine en mi presencia las ruedas de la derecha. El mecnico se encogi de hombros sonriendo y obedeci de mala gana. Qu es esto? exclam de repente. No entiendo cmo antes se me pudo haber pasado! Las conexiones del eje posterior estn rotas. Sospecho que han tapado las roturas con grafito! Es posible que durante el viaje se salgan las ruedas? No, de ningn modo; puede ocurrir que, de pronto, queden bloqueadas; si el coche va muy de prisa, puede resbalar y volcarse. Existe algn peligro yendo despacio? As es poco probable que ocurra. En ese momento lleg el chfer de Garmisch. Le inform del defecto del coche, y despus de un detallado dilogo se declar dispuesto a ir con nosotros de retorno. Subimos al coche, colocndonos en la forma mencionada; yo me sent a la izquierda del conductor. El coche se puso en marcha enseguida. A las dos horas, cuando pasbamos por Weilheim, mi mujer, dndome unos golpecitos en la espalda, me indic un precipicio que empezaba a verse ante nosotros. All! Es un lugar exactamente igual a mi sueo! Vaya usted lo ms despacio posible! grit al chfer No pase de los diez kilmetros por hora! El hombre se ri burlonamente. Haga usted lo que le digo! orden El coche comenz a derrapar. Oye usted eso? pregunt de repente el conductor Ahora! Otra vez!, en la parte trasera...

En ese momento el auto bascul como un caballo al que le hubieran cortado los tendones de las patas traseras. Con un movimiento rpido, el hombre accion los frenos. El coche se detuvo; un poco ms de velocidad y hubiramos cado al precipicio que se encontraba a la derecha. Despus del examen correspondiente, result que la rueda no se haba salido de su eje, sino que la llanta haba saltado. Era ese tipo de llanta denominada "prncipe real". Como consecuencia del accidente, algunos rayos se desencajaron. Ms les valiera a los prncipes reales gobernar y no inventar maldijo el chfer. En todo caso el Fatum haba sido derrotado! Tan slo con tomar algunas medidas especiales y casi infantiles. Un fatalista dira: Estaba escrito en las estrellas que no caeras en el precipicio. El astrlogo dira: No, ha sido una prueba para demostrar que el hombre, utilizando su inteligencia, puede ser dueo y seor de su destino. A mi parecer, ninguno de ambos tiene razn: la salvacin proviene de la fuente que surge del sueo profundo. El escuchar su murmullo bast para que la red del Fatum encontrara los agujeros de la falla en su red.

GUSTAV MEYRINK El relojeroEsto?, arreglarlo?, hacer que marche otra vez?, pregunt asombrado el anticuario, empujando sus gafas hasta la frente y mirndome perplejo. Por qu quiere usted ponerle en marcha? Si slo tiene una manilla!... y la esfera carece de cifras!, agreg observando cuidadosamente el reloj a la viva luz de una lmpara, en lugar de las horas slo tiene rostros florales, cabezas de animales y de diablos. Empez a contar; despus alz su rostro con un interrogante en su mirada: Catorce? El da se divide en doce horas! En mi vida he visto una obra ms extraa. Le dar un consejo: djelo como est. Doce horas al da son ya bastante difciles de soportar. Quin se tomara hoy el trabajo de descifrar la hora segn este sistema numrico? Slo un loco. No quise decir que toda mi vida haba sido yo ese loco, que nunca haba posedo otro reloj, y que quizs por eso haba venido demasiado pronto, y guard silencio. De ello dedujo el anticuario que mi deseo de ver al reloj funcionando de nuevo segua imperturbable; sacudi la cabeza, tom un cuchillito de marfil y abri cuidadosamente la caja guarnecida de piedras preciosas y donde de pie sobre una cudriga se vea una criatura fantstica pintada en esmalte: un hombre con pechos de mujer, dos serpientes a modo de piernas; su cabeza era la de un gallo. En la mano derecha llevaba el sol y en la izquierda un ltigo. Seguramente se trata de un antiguo recuerdo de familia, adivin el anticuario. No dijo usted antes que se haba parado esta noche? A las dos? Esta pequea cabeza de bfalo roja con dos cuernos indica seguramente la segunda hora. No recordaba haber dicho algo semejante, pero, en efecto, el reloj se haba parado la noche pasada a las dos. Es posible que hubiera hablado de ello, pero yo no poda recordar nada: me senta an muy afectado, pues a esa misma hora haba sufrido un grave ataque de corazn y cre que me mora. En un estado de semi-inconsciencia vacilante me haba aferrado a un pensamiento: si se parara o no el reloj. Mis sentidos, ya oscurecidos, me hicieron sin duda confundir el corazn y el reloj asocindolos a una misma idea. Quiz los moribundos piensen de modo parecido. Quiz por eso es tan frecuente que los relojes se paren cuando sus dueos mueren? Desconocemos la fuerza mgica que un pensamiento puede llevar consigo. Es curioso, dijo el anticuario despus de un rato; mantena la lupa bajo la lmpara, de modo que un foco de luz cegadora incida sobre el reloj, y me indicaba unas letras que estaban grabadas en la cara interna de la tapa dorada. Entonces le: Summa Scientia Nihil Scire. Es curioso, repiti el anticuario, este reloj es la obra de un loco. Ha sido hecho en nuestra ciudad. No creo equivocarme. Existen muy pocos ejemplares de stos. Nunca haba pensado que pudieran funcionar realmente. Cre que eran slo el pasatiempo de un loco, que tena el pequeo capricho de escribir su divisa en todos sus relojes: "La mayor sabidura nada es". No entend bien lo que quera decir. Quin poda ser ese loco al que se refera? El reloj era muy antiguo, proceda de mi abuelo, pero lo que el anticuario acababa de decir que sonaba como si el "loco" cuyas manos haban construido el reloj viviera todava.

Antes de que pudiera formular la pregunta apareci en mi imaginacin con ms claridad y nitidez que si atravesara la habitacin un hombre que avanzaba en medio de un paisaje invernal, la figura alta y delgada de un anciano, iba sin sombrero, su pelo tupido y blanco como la nieve ondeaba en el viento y su cabeza contrastando con su elevada figura pareca pequea, su rostro sin barba y de rasgos agudamente recortados, los ojos negros y muy juntos, como los de un pjaro de presa. Vistiendo un descolorido abrigo largo de terciopelo rado, como los que llevaban en su tiempo los patricios de Nremberg, caminaba por aquellos parajes. Exactamente, murmur el anticuario asintiendo con aire distrado, exactamente: el loco. Por qu ha dicho exactamente?, pens. Por casualidad, aad inmediatamente; slo son palabras vacas. Si yo no he abierto la boca! Como sucede con frecuencia, ha usado ese "exactamente" para subrayar una frase que acababa de pronunciar; no se refiere en modo alguno a la imagen del anciano que yo estaba recordando; no tiene relacin alguna en mi memoria, para despertar hoy, irrumpiendo con a la escuela, tena que pasar siempre por un muro largo y desolado que rodeaba un parque de olmos. Da a da, durante aos incluso, mis pasos se iban haciendo ms rpidos a medida que recorra el muro, pues siempre me invada una incierta sensacin de temor. Posiblemente hoy ya no lo recuerdo porque me imaginaba (o tal vez lo haba odo decir) que all viva un loco, un relojero que aseguraba que los relojes eran seres vivientes... o me equivocaba? Si hubiera sido un recuerdo de algn suceso de mis tiempos escolares, cmo es posible que una sensacin mil veces vivida haya dormitado en mi memoria, para despertar hoy irrumpiendo con tal vehemencia...? Evidentemente, haban transcurrido cuarenta aos desde aquello; pero era sta una razn suficiente? Quiz lo haya vivido en el tiempo en que mi reloj seala una hora que no es la acostumbrada, exclam en tono divertido. El anticuario se qued mirndome extraado al no entender el sentido de mis palabras. Continu cavilando y llegu a una conclusin: el muro que rodea el parque debe existir todava. Quin se hubiera atrevido a demolerlo? Entonces corra ya el rumor de que eran las murallas bsicas de una iglesia que debera ser terminada en el futuro. Nadie destruye una cosa as! Vivira an el relojero? Seguramente l podra arreglar mi reloj, al que yo tanto amaba. Si supiera al menos cundo y dnde le vi! No poda haber sido recientemente, pues estbamos en verano y segn la visin que tuve, su imagen apareca en medio de un paisaje invernal. Estaba tan inmerso en mis pensamientos que no poda seguir las largas explicaciones que, de repente, haba iniciado el anticuario. Slo de vez en cuando, perciba algunas frases deslavazadas que llegando a m en un murmullo enmudecan despus como un romper de olas en la playa; en las pausas senta zumbar mis odos y hervir la sangre como todo hombre viejo cuando escucha atentamente; slo el ruido del trajn cotidiano le hace olvidarlo; es un zumbido lejano implacable y amenazante: el aleteo del buitre que remontndose desde los abismos del tiempo se va acercando lentamente y cuyo nombre es muerte... No saba a ciencia cierta si el que me hablaba era el hombre que tena el reloj en la mano o ese ser que hay en m, y que a veces despierta en un corazn solitario cuando alguien se acerca al armario que contiene los recuerdos olvidados para cuidar, como secreto guardin solcito, de que estos recuerdos no mueran. En ocasiones me sorprenda a m mismo corroborando algo que deca el anticuario y luego pensaba: ha expresado alguna idea que me era conocida; pero cuando trataba de reflexionar sobre ella no me era posible sacarla del pasado y percibirla intelectualmente.

No: las ideas permanecan rgidas como figuras sin vida; el sonido de las palabras se extingua antes que el odo pudiera transmitir su mensaje a la mente. No comprenda ya su sentido. Pasando del reino temporal al reino espacial, parecan rodearme como mscaras muertas. Si el reloj funcionara de nuevo, dije exteriorizando el martirio de mis reflexiones e interrumpiendo con ello el discurso del comerciante. Lo haba dicho refirindome a mi corazn, pues senta que quera olvidarse de latir y me aterrorizaba la idea de que la manecilla de mi vida pudiera pararse de repente ante una flor fantstica, un animal o un demonio, como de hecho se haba parado el reloj ante la cifra que indicaba las catorce horas. As yo quedara expulsado para siempre a la eternidad de un tiempo ya transcurrido. El anticuario me devolvi el reloj; seguramente crey que me haba referido a ste. Mientras recorra desiertas callejuelas nocturnas, cruzaba plazas adormecidas y pasaba por casas soolientas iluminadas por farolas centelleantes, hube de pensar por la seguridad con que avanzaba que el anticuario me haba indicado donde viva el relojero sin nombre, y donde estaba el muro que rodeaba el parque de olmos. No fue l quien me dijo que slo el viejo poda curar a mi reloj enfermo? Quin sino l poda haberme dado tal seguridad! Tambin debi describirme sin que yo fuera consciente de ello el camino que conduca a su casa, pues mis pies parecan conocerlo exactamente: ellos me llevaron a las afueras de la ciudad hacindome recorrer una calle blanca que atravesando olorosas praderas estivales pareca conducir a la infinitud. Pegadas a mis talones me seguan dos negras serpientes, que atradas por la clara luz de la luna haban salido de la tierra. Quiz fueran ellas las que me sugeran aquellos pensamientos envenenados: no le encontrars, hace cien aos que muri. Para escapar de ellas torc rpidamente a la izquierda, adentrndome en un sendero; entonces apareci mi sombra surgiendo asimismo del suelo y las devor. Ha acudido para guiarme, pens, y sent un profundo alivio al verla caminar segura, sin vacilar un instante; continuamente la miraba sintindome feliz al no tener que cuidarme del camino. Poco a poco fue acudiendo a mi mente aquella extraa sensacin indescriptible que haba tenido en mi niez cuando, jugando conmigo mismo, cerraba los ojos y caminaba con paso seguro sin preocuparme de una posible cada: es como si el cuerpo escapara de todo temor terreno, como un jubiloso grito interior, como un reencuentro con el yo inmortal que exclama: ahora no me puede ocurrir nada! Entonces apareci el enemigo hereditario que el hombre lleva en s: la fra y lcida razn y con ella la ltima duda de que quiz no encontrara a aquel que buscaba. Despus de caminar largo rato mi sombra se desliz rpidamente en una zanja que haba a lo largo de la calle y desapareci, dejndome solo; entonces supe que haba llegado a la meta. En caso contrario no me hubiera abandonado! Con el reloj en la mano me encontr de repente en la estancia del hombre que yo lo saba a ciencia cierta era el nico que poda hacerlo funcionar de nuevo. Sentado ante una pequea mesa de arce contemplaba inmvil a travs de una lupa fijada a su frente por una correa un objeto diminuto y brillante que yaca sobre la mesa de clara madera veteada. En la blanca pared que se encontraba a sus espaldas haba una inscripcin con letras en forma de arabescos y ordenadas en crculo como si fueran las cifras de un gran reloj: Summa Scientia Nihil Scire. Respir profundamente: aqu estoy a salvo! Este exorcismo alejaba de m la odiada e imperiosa necesidad de pensar, aquellas cavilaciones apremiantes: Cmo has entrado? A travs del muro? Por el parque?

En un estante cubierto de terciopelo rojo aparecen en gran nmero quiz lleguen al centenar toda clase de relojes: esmaltados en azul, en verde, en amarillo; decorados con joyas o grabados, unos reducidos al esqueleto, otros lisos y con entalladuras, algunos aplastados o en forma de huevo. Aunque no se los oye su tic-tac es demasiado dbil, el aire que los rodea se presiente cargado de vida; como si all estuviese enclavado un reino de enanos en afanoso trajn. Sobre un basamento hay una pequea roca de feldespato carnoso, de la que surgen formadas por piedras de bisutera flores multicolores; entre ellas, un esqueleto humano con su correspondiente guadaa, que espera con aire inocente el momento de segarlas. Se trata de un relojito de la muerte de estilo romntico-medieval. Cuando comienza la siega, golpea con su guadaa el fino cristal de la campana, que, como una pompa de jabn o como el sombrero de una gran seta de fbula, est a su lado. La esfera, situada en la parte inferior, parece la entrada de una cueva donde las dentadas ruedas permanecen inmviles. De las paredes llegando hasta el techo cuelgan relojes y ms relojes: antiguos, con orgullosas caras costosamente enriquecidas; en actitud descuidada, dejan oscilar su pndulo proclamando, en un bajo profundo, su majestuoso tic-tac. En la esquina, de pie en su fanal de cristal, una blancanieves hace como si durmiera; pero un leve palpitar rtmico indica que nada escapa a su mirada. Otras nerviosas damitas de estilo rococ el orificio de la llave bellamente decorado aparecen sobrecargadas de adornos compitiendo hasta faltarles la respiracin por acelerar el ritmo de los segundos. Los diminutos pajes que las acompaan se apresuran emitiendo risitas sofocadas: zic-zic-zic. Otros, formados en larga fila y cubiertos de hierro, plata y oro, como caballeros armados, parecen borrachos que dormitan emitiendo ronquidos de vez en cuando y haciendo sonar sus cadenas como si al despertar de su embriaguez fueran a luchar con el mismsimo Cronos. En una cornisa, un leador con pantalones tallados en caoba, y nariz de cobre reluciente, mueve la sierra sin cesar, desmenuzando el tiempo en partculas de serrn... Las palabras del viejo me sacaron de mi ensimismamiento: Todos han estado enfermos; yo les he devuelto la salud. Le haba olvidado, hasta el punto de que al principio cre que su voz era el sonido de uno de los relojes. La lupa que haba empujado hacia arriba apareca en medio de su frente como el tercer ojo de Schiva y en su interior reluca una chispa: reflejo de la lmpara del techo. Asinti con la cabeza y me mir con tal fuerza que mis ojos quedaron fijos en los suyos: S, han estado enfermos; han credo que podan cambiar su destino yendo ms de prisa o ms despacio. Han perdido su dicha cayendo en el error de que podan ser los dueos del tiempo. Librndolos de esta quimera, he devuelto la tranquilidad a sus vidas. Algunos como t saliendo, en sueos, de la ciudad en las noches de luna encuentran el camino hacia m y trayndome su reloj me piden, entre quejas y ruegos, que le sane; pero a la maana siguiente lo han olvidado todo, incluso mi medicina. Slo aquellos que comprenden mi lema, seal a sus espaldas, refirindose a la frase escrita en la pared, slo esos dejan sus relojes aqu, bajo mi tutela. Algo comenz a clarear en m mente: el lema debe encerrar algn misterio. Quise preguntar, pero el anciano levant la mano en actitud amenazante: No hay que desear saber; la sabidura viviente viene por s sola! La frase tiene veinticinco letras; son como las cifras de un gran reloj invisible que seala una hora ms que los relojes de los mortales de cuyo ciclo no hay escape posible; por eso los "cuerdos" se burlan diciendo: Mira se! Qu loco! Se burlan y no se dan cuenta del aviso: "No te dejes atrapar por el

ciclo del tiempo". Se dejan guiar por la prfida manilla del "entendimiento", que prometindoles eternamente nuevas horas, slo les trae viejos desengaos. El viejo guard silencio. Con una muda splica le entregu mi reloj muerto. Lo tom en su bella mano blanca y delgada y cuando, abrindolo, ech una mirada a su interior, sonri casi imperceptiblemente. Con una aguja roz cuidadosamente la maquinaria de ruedas y tom de nuevo la lupa. Sent que un ojo experto examinaba mi corazn. Pensativamente contempl su rostro tranquilo. Por qu me pregunt le temera yo tanto cuando era nio. De repente me invadi un espanto sobrecogedor: ste, en quien espero y confo, no es un ser verdadero. De un momento a otro va a desaparecer! No, gracias a Dios: era solamente la luz de la lmpara que haba vacilado para engaar as a mis ojos. Y fijando de nuevo mi vista en l, segu cavilando: Le he visto hoy por primera vez? No puede ser! Nos conocemos desde... Entonces, vino a m el recuerdo, penetrndome con la claridad del rayo: nunca haba caminado siendo escolar a lo largo de un muro blanco; nunca haba temido que detrs de ste habitase un relojero loco; haba sido la palabra loco para m vaca e incomprensible la que en mi niez me haba asustado cuando se me amenazaba con convertirme en eso si no entraba pronto en razn. Pero el anciano que estaba ante m, quin era? Tena la impresin de que tambin esto lo saba: Una imagen, no un hombre! Qu otra cosa iba a ser! Una imagen que, como una sombra incipiente, creca secretamente en mi alma; un grano de semilla que haba arraigado en m, al comienzo de mi vida, cuando en la camita blanca mi mano en la de aquella vieja niera escuchaba medio en sueos aquellas palabras montonas... que decan... si, cmo decan...? Sent en la garganta una sensacin de amargura, una tristeza abrasadora: Todo lo que me rodeaba no era ms que apariencia fugaz! Quiz dentro de un minuto despierte de mi sonambulsmo: me encontrar ah fuera a la luz de la luna y tendr que volver a casa, junto a los seres vivientes posedos de entendimiento. Muertos en la ciudad! En seguida, en seguida termino, o la voz tranquilizadora del relojero, pero no me sirvi de consuelo, pues la fe que en mi pecho albergara se haba extinguido. Cmo decan aquellas palabras de la niera? Necesitaba, quera saberlo a toda costa... Poco a poco fueron acudiendo a mi memoria slaba tras slaba: Si tu corazn se te para en el pecho, no tienes ms que llevrselo; a todo reloj capaz es l de poner de nuevo en marcha. Tena razn, dijo el relojero distradamente mientras su mano soltaba la aguja; y en aquel instante se deshicieron mis sombros pensamientos. Se levant y puso el reloj en estrecho contacto con mi odo; escuch: marchaba regularmente, en concordancia con los latidos de mi corazn. Quise darle las gracias, pero no encontr las palabras; me senta ahogado de alegra y de vergenza por haber dudado de l. No te aflijas, me consol, no ha sido culpa tuya. He sacado una ruedecita y la he vuelto a colocar. Estos relojes son muy delicados; a veces no pueden con la segunda hora. Aqu lo tienes! Tmalo de nuevo, pero no digas a nadie que funciona! Se burlaran de ti e intentaran hacerte dao. Desde la juventud lo has llevado contigo y has credo en las horas que marca: catorce en lugar de la una de la madrugada, siete en lugar de seis, domingo en lugar de da laboral, imgenes en lugar de cifras muertas. Sigue sindole fiel, pero no lo digas a nadie! Nada hay ms estpido que un mrtir que se jacta de serlo! Llvalo oculto en tu corazn y en el bolsillo lleva uno de esos

relojes burgueses, oficialmente regulados, con su esfera blanca y negra, para que puedas ver siempre qu hora es para los otros. Y nunca te dejes envenenar por el hedor pestilente de la segunda hora. Como sus once hermanas, est muriendo. La invade un fulgor rojo prometedor como la aurora. Rpidamente se tornar roja como la llama y la sangre. Los viejos pueblos del Este la llaman la hora de los bueyes. Pasan los siglos y ella contina apaciblemente: el buey ara. Pero sbitamente en la noche los bueyes se convierten en bfalos rugientes, el demonio los acucia con sus cuernos y pisotean los campos en una ira ciega y salvaje; luego aprenden de nuevo a cultivar los campos; el reloj burgus se pone de nuevo en marcha, pero sus manecillas no marcan el tiempo en su trayectoria circular del animal humano. Todas sus horas traman algn propsito cada una con su ideal propio, pero el mundo se ver invadido por un monstruo. Tu reloj se ha parado a las dos; la hora de la destruccin. Pero ha tenido la benevolencia de seguir; otros se mueren en ella y se pierden en el reino de la muerte. El ha encontrado el camino hacia aquel de cuyas manos sali. Piensa en esto! Si lo ha logrado es porque t le has amado y cuidado toda una vida; nunca te has enojado con l, aunque su tiempo no coincide con el de la tierra. Acompandome hasta la puerta me tendi la mano al despedirse y dijo: Hace un momento dudaste si yo viva o no. Creme: soy ms viviente que t mismo. Ahora conoces exactamente el camino que te lleva a m. Pronto nos veremos; quiz pueda ensearte a curar relojes enfermos. Entonces seal el lema escrito en la pared tal vez esa frase se realice en ti: Nihil scire omnia posse No saber nada es poderlo todo.

RAINER MARIA RILKE La caja doradaEra primavera... El sol rea feliz en el cielo transparente y azul oscuro, pero sus rayos rara vez se extraviaban en la planta intermedia de aquella casa del estrecho callejn. Cuando algn resplandor se colaba, saltando por los pequeos cristales, y arrojando rpidos crculos sobre la encalada pared trasera de la modesta habitacin, lo haca con toda seguridad de forma indirecta, rebotado por alguna ventana de la alta casa de enfrente. Pero tanto ms se alegraba el pequeo que, un da tras otro, jugueteaba frente a la ventana del piso intermedio con el alegre ajetreo de las manchas luminosas que se estremecan en la pared, tras la que saltaba tratando de cogerlas, rindose con toda su alma, de forma que incluso en el triste rostro de su madrecita apareca un reflejo de sonrisa. Era viuda desde haca apenas un ao. Con la muerte de su querido esposo se haba desmoronado tambin el moderado bienestar que l haba fundado con su trabajo. Tuvo que cambiar su espaciosa vivienda por aquella habitacin, y aumentar con el esfuerzo de sus manos los pocos groschen antes ahorrados, para no tener que privarse... y, sobre todo, para no privar de lo ms necesario a su hijo, el pequeo Willy de cinco aos. A nadie poda extraar que aquel nio fuera ahora su nico consuelo! En aquel momento levant sus cansados ojos del trabajo y contempl con mirada cariosa y profunda al pequeo, que, con el rostro apoyado en su carnosa manita, se apoyaba en la ventana... Aquel da no era el juego del sol lo que le ocupaba con tanta intensidad que ni siquiera prestaba atencin al caballito cado en el alfizar... Aquel da pasaba fuera algo inslito. En la casa de enfrente haba quedado vaca una tienda. Un comerciante en paos haba trasladado su negocio a otra parte, y desde entonces la tienda haba sido fregada y adecentada, y, con gran alegra del chico, le haban quitado las tablas que cubran los dos escaparates por la noche y los domingos y las haban pintado primero de un amarillo sucio y finalmente de un negro intenso mucho ms hermoso... Si el inters de Willy ya se haba despertado, ahora su embeleso no tena lmites, ya que, tras los relucientes cristales de enfrente aparecan cajas grandes y pequeas, doradas y plateadas, todas de seis aristas, no muy altas y tanto largas como cortas... Y ahora que los hombres suban al escaparate una cajita dorada muy pequea sobre la que se arrodillaban dos angelitos preciosos, preciossimos... no pudo evitar aplaudir. Madre, madre... mira, mira! Qu es eso? Esa cajita pequea y encantadora con dos angelitos encima? Y no dej de asombrarse cuando su madre, que se haba puesto en pie, ni siquiera esboz una sonrisa al ver la bonita cajita reluciente. No, incluso apareci una lgrima bajo el enrojecido borde de sus prpados. Qu es? repiti vacilante y en tono apocado el nio. Sabes, Willy? dijo seriamente la madre llevndose ligeramente el pauelo a los ojos. Ah, en esos arcones, est la gente, los seres humanos que Dios se lleva otra vez de la tierra... Grandes y pequeos. Ah dentro? susurr el nio, mientras sus ojos se dirigan con agrado an al escaparate... S continu la madre, tambin a pap, en uno de esos arcones...

Pero la interrumpi el pequeo, cuyos pensamientos se haban quedado en la primera explicacin, por qu se lleva Dios tambin a los pequeos? Deben de haber sido muy buenos para ir a parar tan pronto a esas bonitas cajas y luego al cielo como angelitos. No es cierto? La madre abraz a su hijo intensa y cariosamente. Se arrodill y cerr con un largo beso sus frescos labios... El pequeo no hizo ms preguntas... Se volvi otra vez rpidamente hacia la ventana y mir los grandes escaparates. En su rostro brill una sonrisa feliz y complacida... La madre, sin embargo, estaba otra vez inclinada sobre su labor. De pronto levant la vista. Las lgrimas rodaron por sus plidas mejillas. Baj la tela, junt las manos y habl suavemente con voz temblorosa: Dios mo, consrvamelo!... Una noche de septiembre, oscura y sin estrellas... En la habitacin de la planta intermedia reinaba el silencio. Slo se oan el tictac del reloj de pared y los gemidos del nio, que, sacudido por la fiebre, se revolva en su pequea camita. La madre se inclin sobre el pobre Willy... El resplandor rojizo de la cansada lmpara de noche pas rpidamente sobre su rostro demacrado. Willy! Mi nio, corazn... Quieres algo? slo sonidos confusos e inconexos , Te duele algo? ninguna respuesta. Dios, Dios mo, cmo pudo suceder? de forma rpida y confusa, todo pasaba por la memoria de la atormentada mujer. S, aquel atardecer. Des