Wells, Herbert George - Un Sueño de Armageddon

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Un sueño de Armageddon Un sueño de Armageddon H. G. Wells

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PGINA Un sueo de Armageddon H. G. Wells

Un sueo de Armageddon

H. G. Wells

E

l hombre plido entr en mi compartimiento en la estacin de Rugby; desde la ventanilla lo haba visto avanzar lentamente, a pesar de la prisa del mozo de equipajes, y me llam la atencin su aire de enfermo. Cuando tom sitio frente a mi, dej escapar un suspiro e insinu un ademn para arreglar sobre sus rodillas la manta de viaje; pero, como si el esfuerzo fuera excesivo, qued inmvil, con los ojos extticos, y, acaso consciente de que lo observaba, tendi trabajosamente la mano haca un peridico y me mir con disimulo. Algo avergonzado de mi indiscrecin, fing tambin enfrascarme en la lectura, de la cual, con gran sorpresa, me sac su voz.

-Qu se le ofrece?

-Me permite ese libro un instante? -dijo, indicndome con su ndice esqueltico el volumen que yo lea-. Trata de los sueos, no es verdad?

-Si, seor -respond mostrndole para que pudiera leer el nombre del autor-: Forthnum-Roscoe, y el titulo: "Los estados del sueo", inscritos en letras gruesas sobre la cubierta. El enfermo permaneci un segundo silencioso, como si le costara trabajo encontrar las palabras, y al fin dijo:

-S, s; ya veo... Poca cosa va a aprender usted. De primera intencin no comprend lo que quera decirme. -En el fondo, no saben nada -aadi.

Y mientras yo miraba atentamente su fisonoma, concret su idea:

-Hay sueos de sueos... Como no acostumbro a fomentar tal gnero de insinuaciones, call; pero l, casi enseguida, me pregunt:

-No suea usted alguna vez? Pero no sueos comunes de esos que se olvidan, sino sueos claros, persistentes.

-Sueo muy poco -le dije-; y no creo que ms de tres o cuatro veces al ao tenga uno de esos sueos que valen la pena.

-Ah! -suspir; y de nuevo durante unos segundos permaneci en silencio, como s recogiera sus ideas dispersas; enseguida, volvi a interrogarme:

-Y esos sueos no se mezclan a menudo al conjunto de sus recuerdos, como si fuesen hechos reales? No le ha ocurrido nunca dudar ante uno de esos recuerdos, si era el de una realidad o el de una quimera? -Casi nunca -repuse sonriendo-. Tal vez durante un segundo haya sufrido una confusin, una alucinacin, pero la memoria no tarda en deslindar los campos, ayudada por la lucidez. Creo que a todo el mundo le pasar igual.

-No habla de eso el autor de este libro? -Dice que algunas veces sucede, y da de ello las explicaciones comunes: intensidad de impresin, etctera, para deducir que no es frecuente tal fenmeno. Conoce usted las diversas teoras acerca de los sueos?

-Casi ninguna, pero estoy seguro de que son falsas. Su mano aguda juguete un instante con el cordn de la cortinilla, y cuando me dispona a reanudar la lectura, cosa que pareci precipitar sus palabras siguientes, se inclin casi hasta tocarme y me dijo:

-Y no se refiere ese libro a sueos consecutivos, que se desarrollan durante varias noches, como una historia perfectamente lgica dividida en captulos?

-Tal vez hable en las ltimas pginas. Casi todos los autores de obras relativas a los trastornos cerebrales se ocupan de eso.

-Dice usted trastornos cerebrales? Si, debe tratarse de un trastorno; no se me haba ocurrido clasificarlo as. Pero lo que quiero preguntarle -aadi, contemplando sus falanges descarnadas- es si en realidad esa hilacin de episodios de una misma historia puede considerarse como un sueo. No pudiera ser que no lo fuese?

Yo habra opuesto un silencio corts a su manifiesto deseo de confidencias, si Ia ansiedad latente en todo su ser no me hubiera causado un inters mezclado con piedad. Todavia ahora recuerdo sus pupilas casi apagadas entre los prpados muy plidos... Cmo resistir a una de esas elocuentes miradas de splica?

-No es que yo trate de discutir por mero capricho -dijo-. Es que a mi me ha sucedido eso y sufro an.

-Suea usted?

-Si a eso se llama soar, si... Noche tras noche, con precisin tan terrible de contornos, que a su lado esto

-y seal con su ndice agudo el paisaje que desfilaba por la ventanilla- me parece irreal. A veces, en los primeros momentos del despertar, me cuesta trabajo acordarme de quin soy y de mi profesin; ya ve usted si ese sueo acaparar todo mi ser. Y, despus de un silencio, susurr:

-En este mismo momento... Mi pregunta surgi antes de que completara la frase:

-Y su sueo es siempre el mismo?

-SI, pero ha acabado ya.

-Cmo es eso?

-Porque estoy muerto.

-Muerto?

-Deshecho, si; muerto, y muerto tambin cuanto de mi ser tom la obstinada pesadilla. Muerto para siempre! ... Suponga usted que he soado que era otro hombre y que viva en otra comarca y en otra poca... Durante muchas noches, apenas me dorma, despertaba en esa poca y en esa comarca, para vivir nuevos episodios de mi nueva existencia... Hasta que lleg el episodio final.

-En el que, segn usted, muri.

-S

-Y despus?

-Despus nada. Gracias a Dios, ha sido el fin del sueo.

Me era forzoso escuchar el relato de su alucinacin y me resign. Despus de todo, en qu mejor iba a entretener la hora que me quedaba de viaje? La noche cala rpidamente, y or al viajero era en suma algo muy semejante a leer el no muy divertido libro de Forthnum-Roscoe. Para estimularle, le pregunt:

-De modo que viva usted en una poca diferente a la nuestra?

-SI, seor.

-En una poca pasada, claro.

-No, venidera... Futura, si.

-En el ao tres mil por ejemplo -dije, esforzndome para no sonrer.

Y l, sin inmutarse, continu:

-No s en qu ao; lo saba durante el sueo; pero, despierto, no lo pude jams recordar. Hay en mi sue una multitud de cosas que he olvidado, aun cuando las sabia al detalle en la otra vida, es decir, cuando estaba dormido. Recuerdo, sin embargo, que los aos tenan un nombre distinto del que tienen hoy... Cmo se llamaban? -gimi, ponindose la mano en la frente para retener un recuerdo fugitivo-. Ya no lo s... ya no lo s! ...

Me mir sonriendo tristemente y su silencio dur ms que las otras veces, hacindome temer un cambio en su propsito confidencial. Aun cuando por lo comn me fastidian quienes gustan de contar sus sueos, en esta ocasin me animaba un sentimiento diferente, y yo mismo volv a estimularle:

-Cmo comenz?

-Fue muy claro desde el principio... Como si me hubiera despertado de pronto en medio de la nueva vida; y una de las cosas ms extraas es que durante toda la duracin del sueo ni una sola vez me acord de mi existencia real, de la que vivo en este mundo y en esta poca, como si la vida soada se hubiera bastado a si misma por completo. Es posible que... Pero voy a decirle cmo tom posesin de mi falso ser

-si es que era falso-, segn he podido recordar tras largos esfuerzos de memoria. El recuerdo est totalmente en sombra hasta el instante en que me veo de sbito sentado en una especie de gruta, frente al mar. Dijrase que hubiera estado dormido hasta ese momento; y al despertar en, plena lucidez, es decir, al soar, mi primer hecho fue volver la cabeza, sorprendido de que mi compaera hubiese dejado de abanicarme.

-Estaba usted con una mujer?

-Joven y hermosa, si... No me Interrumpa, para que no pierda el hilo de la narracin.

Y detenindose bruscamente, con viva inquietud en la voz, dijo:

-Usted no creer que estoy loco, verdad?

-No, seor; por qu? Cunteme el sueo sin ninguna preocupacin.

-Le deca que me despert porque la joven haba dejado de abanicarme, y que al despertar no tuve esa sorpresa que conturba cuando uno se despierta en un lugar extrao. Sin duda yo conoca ya aquello, aunque nada recuerde de cuanto precedi a ese instante. Todas mis nociones, todos mis recuerdos de esta vida del siglo XX se desvanecieron por completo al verme en la gruta, cerca de la deliciosa mujer... ; si; sin duda yo conoca perfectamente el pasado y desconoca en absoluto mi actual nombre de Cooper, pues inmediatamente record que me llamaba Hedon... Y le aseguro que, aunque ahora olvido muchas cosas, entonces las sabia como puede usted saber los detalles ms ftiles de su existencia. Era, en suma, una vida absolutamente real, normal... Me entiende? De nuevo pareci titubear, y mirndome con gesto suplicante, susurr:

-No le parecer todo esto un cmulo de tonteras?

-De ningn modo; dgame cmo era la gruta.

-Es que no era propiamente una gruta, aunque no encuentro otra palabra para designarla. Recuerdo que estaba junto a unos rboles frondosos, orientada al medioda y abierta al mar. Como ya le he dicho, despert tendido sobre un lecho de metal cubierto de rayados y leves cojines: ella, acodada sobre el barandal miraba al mar; enseguida percib su cuello lechoso, el vello ligero de la nuca donde nacen los escalofros, sus hombros dorados por el sol, y el resto del armonioso cuerpo baado en fresca penumbra. Su vestido... -cmo podr describrselo?- era amplio y flotante, pero indicando las curvas perfectas del cuerpo... Y al abrir los ojos y verla, mi primer pensamiento fue el de comprender su belleza y desearla como si no la hubiera visto nunca. Entonces suspiro abri mis labios y ella dirigi hacia m su mirada.

Torn a interrumpirse para avivar la evocacin, y continu:

-He vvido cincuenta aos en este mundo y he tenido madre, hermanas, amigas, mujer, hijas... Pues bien: le aseguro que el rostro de la mujer de mi sueo se me aparece an mucho ms real y hermoso que cuantos he visto. Me basta el ms leve esfuerzo de memoria para en todos sus detalles; podra dibujarla o pintarla. despus de todo... Otra vez se detuvo, sin que yo me atreviese a turbar silencio. Su voz era tristsimo cuando prosigui:

-Una cara de ensueo, de ensueo, s... Qu hermosa era! Y no crea usted que tenia nada de esa belleza inmvil de las santas, ni de la provocativa de las pasiones, no; irradibase de su cara una claridad serenamente placentera; sus labios suavsimos parecan hechos para sonrisa y sus ojos eran hondos, serios y grises. Cada una de sus actitudes tenia la perfeccin total de la gracia, junto a ella, como ante un espejo prodigioso, las cosas parecan mas gratas y atractivas.

Todava se detuvo una tercera vez y baj la frente, permaneciendo algunos instantes as dejndome ver slo su cabeza torturada; pero de pronto la alz y, convencido de mi inters, continu, sin esforzarse ya en disimular su fe absoluta en la realidad espiritual y tangible cuanto me contaba.

-Usted comprender -dijo- que renunciase por una mujer as a todas mis ambiciones y designios. Junto a aquella sonrisa, junto a aquellos ojos, el trabajo de tanto tiempo y la victoria lograda me parecan cosas desdeables. En la capital de los pueblos del Norte haba sido yo un hombre poderoso, rico en toda clase de dones: reputacin, dominio, tesoros... Y, sin embargo, ni siquiera por la virtud embellecedora del recuerdo, nada de cuanto acababa de renunciar me pareca comparable a una sola de sus miradas... Haba venido a aquel paraje con ella, dejando todos mis bienes a merced de la ambicin y expuestos a la ruina, atento slo a emplear el tiempo que me quedaba por vivir en adorarla. Desde que su amor prendi en m, sin saber siquiera si ella podra corresponderlo, toda mi vida anterior me pareci vaca y estril polvo, ceniza! ... Y pas das terribles, noche de insomnio saturado de un deseo imperativo y cobarde que se estrellaba contra el pudor y el temor de anhelar, una fruta prohibida e imposible. . . No, no puedo describirle el efecto de aquel incendio moral, que tan pronto era alta llama como mortecino fulgor, ni las etapas de mi pasin antes de lograr su primera victoria. Slo puedo decir que una sonrisa y unos ojos haban transformado mi vida y que para seguirla me encog de hombros ante los gritos de millones y millones de hombres que slo confiaban en m para conjurar la crisis terrible que se avecinaba.

-Pero, a quines abandon? A quines desoy?

-A los pueblos del Norte... En el sueo, si es que se trata de un sueo, yo era uno de esos seres casi divinos en torno a los cuales, segn se ha visto en otras pocas de la Historia, aun cuando con mucha menos intensidad, los hombres se agrupan llenos de confianza y de obediencia. Millones de hombres que ni siquiera me haban visto estaban dispuestos a realizar al menor gesto mo proezas y abnegaciones. Desde hacia aos ocupaba ese puesto magnfico y tremendo, y jugaba al juego monstruoso de la poltica, triunfante de intrigas, de traiciones con la mente siempre hervorosa, el brazo presto y la boca trmula de elocuencia... Era un vasto mundo sobre cuyas marejadas dominaba mi dictadura por el justo temor de todos a esa amalgama de bastardas ambiciones, malvadas hipocresas y estpido sentimentalismo, que durante aos y aos haba mantenido bajo la aparente tranquilidad del mundo, las pasiones engendradoras de medios de destruccin que al fin y al cabo haban de conducir a un cclico desastre... Pero, claro est, no puedo pretender que usted comprenda por tan someras palabras la complejidad de las dificultades polticas del ao... no se cuantos: uno de los ltimos, sin duda, del siglo cuarenta o cincuenta... Lo que s le afirmo es que ni un solo detalle de esa complejidad permaneca para m obscuro, y que al despertar en la nueva vida, junto a la mujer maravillosa reina de mi destino, como si acabara de soar con las circunstancias terribles de las cuales tena la clave, vestigios del sueo persistieron an en mi espritu, y me frot los ojos y agradec una vez ms al cielo el haberme inspirado la decisin de abandonar las realidades srdidas y tremendas para refugiarme en aquel paisaje de sosiego, donde el sol y la amada sonrisa acaricibanme igualmente... Me incorpor para apoyarme sobre un brazo y permanec varios instantes contemplando la inmensidad del mar, ante la cual no se empequeeca la inmensidad de los ojos grises queridos; y otra vez el jbilo de haberme librado de las locuras, tumultos y violencias antes de que fuera demasiado tarde, me posey. Esto si que es vivir! -me deca a m mismo-. Vivir es gozar del amor y de la belleza; y el deseo y la alegra valen ms que toda siniestra lucha, aun cuando sea entablada por fines gigantescos... En el fondo de mi ser me reprochaba el haber malgastado la vida en ejercer la dictadura, en vez de consagrarla al amor... El haber vivido hasta entonces una existencia dura y austera me impidi dilapidar mi energa vital con mujeres vanas e indignas, y por eso toda la ternura, toda la energa acumulada, brotaron en floracin pujante y, con slo un gesto, aquella mujer pudo hacerme romper las cadenas del deber y de la vanidad para marcharme lejos, a vivir slo para su amor. . Como si no pudiera orme, musit, mirndola, estas frases salidas frvidamente de mi alma: "T vales ms que cuanto dejo, ms que todo el mundo, amor mo; eres para mi ms preciosa que el orgullo y las lisonjas del universo entero; tu amor es el supremo don que puede ofrecerme la vida".

-Ven a ver -murmur entonces ella... Y aun ahora vibra en mis odos la msica aquietadora de su voz.

-Ven a ver cmo enciende el sol las nubes al salir tras el monte Solaro.

Recuerdo que de un salto gil dej el lecho y me acerqu a la balconada. Ella pas uno de sus brazos sobre mis hombros, y con el otro me indic el roquedal, que poco a poco iba dejando de ser sombro para tornarse malva y rosado; pero antes vi que los reflejos de la aurora acariciaban sus mejillas y su cuello, como si alumbrarlo fuera su primordial misin... Fue un espectculo inolvidable, imposible de describir! ... La balconada se abra frente a Capri...

-He estado en Capri -le dije-. Y he subido al monte Solaro y bebido el vero Capri en su cima.

-Ah! --- exclam; l-. Entonces podr usted aclararme algunas cosas, y decirme si era verdaderamente en Capri donde se desarrollaba la escena, pues en esta "existencia yo no he ido a Capri nunca... Voy a tratar de completar la descripcin, ver. estbamos en una salita situada junto a una porcin de otras iguales, todas soleadas y frescas, edificadas sobre un promontorio que dominaba el mar. La isla entera formaba un enorme hotel de complejidad insuperable, y en torno de la orilla percibamos kilmetros y kilmetros de "chalets", con sus plataformas flotantes para el servicio areo. Era lo que se llamaba una ciudad de placer, no comparable a ningn otro lugar de cuantos se dedican hoy al recreo. Nuestro departamento se hallaba casi a la extremidad del cabo, de modo que la vista dilatbase al Este y al Oeste. A la derecha ergua un muralln de mil pies de altura su fra masa gris que el sol orlaba a veces de oro, y ms all la isla de las Sirenas y la costa del continente iban a perderse en la bruma. A la izquierda, divisbamos muy cercana una playa minscula, obscura por las sombras del inmenso acantilado tras el cual el Monte Solaro se alzaba como un monarca coronado de lumbre; y sobre l, la luna, casi borrada, pareca el postrer ornamento del cielo occidental. Ante nosotros, en lontananza, los celajes tomaban tonos nacarados, recorriendo una gama infinita y maravillosa. Al Este, los perfiles claros de las barcas parecan querer confundirse con el gris del mar, mientras al otro lado las barcas semejaban oro vibrante y las velas llamas. Una roca enorme, como rota en su esfuerzo de penetrar en el mar, mostraba una grieta formidable que dejaba paso a las aguas y a la luz; y bajo esa arquera, donde las olas remansbanse en leves espumas, apareci de pronto una barca movida por remeros fornidos.

-Conozco perfectamente la roca -le dije-y hasta he estado a punto de ahogarme bajo esa brecha. En realidad, no es una sola roca, sino dos, y las llaman I Faragioni.

-1 Faraglioni? SI, se era el nombre que tena. Hasta me parece recordar una historia que ... Pero, no, no -dijo, despus de comprimirse la frente con la mano-, la he olvidado.

-Aqu tiene usted todo cuanto recuerdo -continu- de mi primer sueo: la gruta fresca y umbrosa con su balconada sobre el mar, la atmsfera lmpida, el cielo claro y hondo, y mi compaera con sus brazos de nieve y su tnica amplia bajo la cual la gracia de ningn movimiento se perda... Recuerdo que nos sentamos juntos y empezamos a hablar en voz muy queda, no por temor, sino porque el amor era en nosotros un sentimiento tan nuevo que no nos atrevamos casi a expresarlo... Cuando nos sentimos desfallecidos por la necesidad de alimento, salimos de la gruta, y por un extrao camino de pavimento mvil, llegamos a un comedor vastsimo, en cuyo centro mezclaba una fuente su canto con los de una orquesta invisible. Era una estancia luminosa, alegre, incomparable, con su vena desgajada de agua entre el acariciador murmullo de los violoncelos y violines. Nos sentamos, y sin dejar de sonrernos reparamos las fuerzas, mientras yo trataba de evitar la mirada de un hombre que desde una mesa prxima me observaba insistentemente.

"Al terminar nos dirigimos a la sala de baile, de la cual slo podr decirle que era ms grande que ninguno de los edificios de hoy, y que en una de sus paredes se vea la antigua puerta de Capri, engastada corno una joya. De las columnas escapbanse de tiempo en tiempo en rtmico tropel, cuadrillas de danzarines casi ingrvidos y en torno del inmenso circulo reservado al baile, erguanse maravillosas estatuas, dragones de quimera, altas y complicadas figuras sosteniendo maravillosas lmparas que inundaban el recinto de luz artificial superior en pureza a la del sol... A nuestro paso, la multitud se iba abriendo: de un polo al otro del mundo conociese mi fisonoma, y el hecho de haber renunciado a todos los poderes, a todos los orgullos y triunfos posibles para venir a aquel edn de reposo junto a la mujer elegida, acrecentaba el inters. Ella, sobre todo, atraa las miradas, aun cuando la historia de nuestro amor y las condiciones que me haba impuesto para otorgrmelo eran desconocidas. Y ninguno dejaba de comprender que yo era feliz, a pesar del deshonor de trnsfuga que pesaba sobre mi nombre. El aire estaba saturado de msica, de perfumes suaves, de melodiosos ritmos. Millares de vivas y perfectas estatuas bailaban en la sala o iban y venan por los corredores, tendindose a veces para reposar en los sofs que abran sus brazos amicales en la penumbra; todos llevaban vestidos amplios, policromos, e iban coronados de rosas. En el crculo central, bajo las blancas efigies de los dioses, parejas innumerables bailaban, y el cortejo de alegra y juventud formaba un ro humano. Nosotros bailarnos tambin, pero no los vulgares y montonos bailes de hoy, sino otras danzas a veces ms giles, a veces ms reposadas, exentas de todo bajo sensualismo. Todava ahora veo a mi compaera bailando con gozo tranquilo; la veo mirndome con sus ojos serios, sin alterar durante el baile, ni siquiera con un gesto, la dignidad grave del rostro.

De tiempo en tiempo sus ojos y su boca me acariciaban con una sonrisa muelle, con una mirada profunda... La msica, tambin muy distinta de la nuestra, era infinitamente ms rica, ms variada... No encuentro palabras para expresar su penetrante hechizo. "Cuando concluimos de bailar, un hombre avanz hacia mi y me dijo que tena que hablarme. Era alto, enjuto, de aire resuelto, sobriamente vestido en comparacin a los dems, y su cara me record al punto que ms de una vez, mientras comamos, lo haba sorprendido mirndome con insistencia, y tambin en el baile, hasta hacerme necesarios dos o tres gestos bruscos para esquivar sus ojos.

Cuando nos sentamos a reposar mientras los dems danzarines tejan an sus vaivenes felices, el hombre vino directamente hacia m, me puso la diestra en el hombro, y me pidi que me apartara dos minutos para orle; yo le respond:

-Puede decirme lo que guste aqu mismo; no tengo secretos para mi compaera.

Y como arguyese que lo que haba de hablarme careca de todo inters para una mujer, repuse:

-Y est seguro de que lo tiene para mi? Le dirigi una mirada a mi elegida, como si quisiera buscar en ella apoyo, y luego, bruscamente, me pregunt si conoca ya la belicosa declaracin hecha por Evesham, mi segundo sucesor en la dictadura de la gran confederacin de pueblos del Norte: hombre impetuoso, duro, imprudente, a quien slo yo habla podido dominar. Segn el emisario,,al abandonar a mis sbditos, stos se haban mostrado ms doloridos y temerosos de que Evesham quedase a la cabeza del gobierno que de mi abandono mismo. As que, a pesar de mi negativa, las palabras de aquel hombre despertaron un instante mi inters hacia aquella vida renunciada en aras del amor, y le dije:

-Nada s, ni nada me importa saber... Qu es lo que Evesham ha declarado?

El emisario habl entonces, y confieso que qued aterrado ante la temeraria locura de Evesham, que tan irreflexivamente lanzaba palabras amenazadoras capaces de desencadenar el monstruo terrible de la guerra. Aprovechndose de mi estupor, no slo me resumi el imprudente discurso, sino que pidi consejo y hasta dijo que mi presencia en la asamblea de los pueblos del Norte era precisa y sera acogida como la de un dios. Mientras hablaba, los ojos de mi compaera iban escrutadores tan pronto al rostro enjuto del mensajero como al mo.

Por un momento las dotes de tctico y organizador ocuparon el primer plano de mi ser; me vea de regreso y meda el dramtico efecto producido por mi retorno... Todas las frases de aquel hombre patentizaban el desorden de mi partido, pero no su desintegracin ni su debilidad. Mi ausencia temporal no habra hecho otra cosa que robustecer mi prestigio, y una palabra ma sera orden obedecida con toda el alma. Durante varios minutos, usted lo comprender, esta oleada de orgullo y esos grmenes de proyectos ocuparon del todo mi ser; pero en cuanto me acord de mi hermosa y sumisa elegida, la serenidad y el renunciamiento volvieron a llenar mi ser. Nuestras relaciones, por imperativas particularidades, la imposibilitaban de venir conmigo al Norte; as que, para arrancar a Evesham las riendas demasiado tensas del poder, era imprescindible renunciar a ella, ya que dejarla all y partir, equivala a una ausencia indefinida. El hombre enjuto no ignoraba esto; sabia igual que ella y que yo que mis primeros pasos hacia el deber haban de cruzar la separacin y el abandono. Al solo contacto de este pensamiento mi ensueo de regresar al Norte se derrumb; y volvindome hoscamente hacia el enviado, acaso en el mismo instante en que se, jactaba de haberme persuadido, le dije:

-Qu tengo que ver yo con todas esas historias? Nada de eso me importa ya; y no creern que si hu fue para gustar el placer pueril de hacerme indispensable.

-No -respondi-, pero...

-Por qu no me dejan en paz? Mi vida pblica acab para siempre y solo soy un particular que cree tener derecho a ser libre.

-Sin duda -dijo-. Pero, ha reflexionado en la trascendencia del discurso de Evesham, en los rumores crecientes de guerra y en la posibilidad de agresiones que la desencadenen?

-No -repuse, levantndome para dar por terminada la entrevista-. Nada he odo, ni nada quiero or. Antes de decidirme pes en mi balanza moral todas las posibilidades... y aqu estoy! Pareci titubear acerca de la eficacia de insistir, y elevando sus ojos en mi compaera, susurr, como si se hablara a si mismo:

-Su negativa es la guerra... la terrible guerra! ... No hay remedio! ...

Nos volvi la espalda y se alej lentamente, con la cabeza hundida entre los hombros, dejndome envuelto en el torbellino de ideas que su presencia y sus palabras hablan suscitado. La voz dulce de mi compaera me sac de mi ensimismamiento:

-Amor mo -murmur-, es cierto que tienen tanta necesidad de ti? ... Tambin yo la tengo! Volv los ojos hacia ella y, al ver el dolor en su cara, todo el equilibrio de mi ser se derrumb y le dije:

-Me necesitan para realizar lo que no se atreven a realizar por si mismos! ... Si no tienen confianza en Evesham, que lo destituyan y nombren a otro; all ellos. Me mir hondamente cual si luchara contra su propia indecisin, y dijo luego:

-Pero, y la guerra? Al pronunciar estas palabras, manifestse en el rostro querido una duda de ella misma y de mi, que haba ido esbozndose como una sombra desde la primera palabra de la revelacin que deba, segn el hombre enjuto, separarnos para siempre. Y como mi alma, ms fuerte y madura que la suya, poda inclinarla por la persuasin y por el amor hacia todas las convicciones, susurre a su odo:

-Amor mo, amor mo nico, no te atormentes en vano: la guerra no estallar, te lo aseguro... La edad de las guerras pas... Fa en m y no olvides que nadie tiene poder bastante para apartarme de tus brazos y traicionar la causa de nuestro cario. Yo era libre de elegir y te eleg, y dej todo el resto del mundo, bien lo sabes...

-Pero la guerra. -repiti.

Me sent junto a ella, le enlac el talle y oprim dulcemente su mano mientras me esforzaba en ahuyentar de su alma las dudas y en sustituirlas por imgenes y pensamientos risueos. Le ment y conclu por engaarme yo mismo aprovechando que el anhelo supremo de nuestras almas era querernos y olvidar el temor. Poca despus cayeron las sombras y emprendimos el camino hacia la playa del Lobo Marino donde acostumbrbamos a baarnos todos los das. Nadbamos y jugbamos persiguindonos en el agua salitroso y vivificante donde me senta ms gil y fuerte que ningn mortal. Al salir corretebamos mojados an uno en pos del otro por la playa, y despus, ya secos y vestidos, nos tendamos al sol. Ella apoy aquella tarde sobre sus rodillas mi cabeza, y bajo la dulzura acariciadora de sus manos mis pensamientos se calmaron y me adormec... De pronto, con la brusquedad de una cuerda de violn que saltase, me despert; pero no de mi adormecimiento delicioso, sino de mi sueo real... y me encontr sobre mi cama en Liverpool, en esta vida fea de hoy. Durante un instante me negu a creer que aquellos hechos tan vivos fuesen irrealidades soadas; a pesar de todas las cosas tangibles, no poda admitir que las imgenes aun vivsimas en mi memoria fueran menos verdaderas. Me levant, me ba, me vest automticamente, y mientras me afeitaba no ces de preguntarme por qu quera exigrseme que abandonase a la mujer querida para volver a ocuparme de apartar del precipicio a los hombres del Norte, dejando el sol y el sosiego por el clima spero y la horrible vida turbulenta. Que importaba que Evesham enyugase el mundo al carro de Marte? Si yo era un hombre con corazn humano saturado de Amor, por qu haba de aceptar aquel papel de deidad responsable que se obstinaba el mundo en repartirme?

"No es se, se lo aseguro a usted, el modo con que yo considero los asuntos de esta vida, mis verdaderos asuntos, pues he de decirle que soy procurador... La visin haba sido tan real, tan diferente a las visiones de los, sueos, que por mucho que viva no olvidar siquiera un detalle: la ornamentacin del forro de un libro colocado sobre la mquina de coser de mi esposa, me recordaban con exactitud perfecta la lnea dorada que bordeaba el sof donde me sent a hablar con el mensajero de los pueblos del Norte... Ha odo usted alguna vez hablar de sueos semejantes?

-No -le dije, despus de reflexionar que, en efecto, jams haba odo hablar de un ensueo parecido. Y aad-: rara vez presentan los sueos tales caracteres.

-Pues cada una de las fases del mo - dijo- tiene detalles semejantes.

Como le he dicho, soy procurador en Liverpool y ms de una vez se me ocurre suponer lo que pensaran mis clientes si les revelara de pronto que estoy enamorado de una mujer que nacer dentro de doscientos o trescientos aos, y preocupadsimo por la poltica de los tataranietos de mis bisnietos... El da siguiente al de mi primer sueo deba firmar un contrato de construccin valedero por noventa y nueve aos, para obligar a un constructor presuroso y audaz con quien tuve una controversia borrascosa; me acost de mal humor y no so, ni tampoco a la noche siguiente-al menos no recuerdo nada-. Y cuando mis impresiones de realidad intensa comenzaban a debilitarse Y las cotidianas realidades parecan decirme: "Ha sido una quimera, slo una quimera", el sueo se volvi a repetir, a proseguir. "Fue la noche del cuarto da y estoy seguro de que esos cuatro das transcurrieron tambin en la sucesin de episodios del sueo... Los acontecimientos se hablan precipitado en el Norte, y la fatdica sombra nublaba nuestra dicha para no disiparse ms. Como sntesis de mis reflexiones, esta pregunta me suba frecuentemente a los labios: Por qu he de ir a pasar el resto de mis das en el tumulto, las dificultades, las inventivas y el perpetuo descontento, slo por ahorrar a millones de gentes que no conozco, y a muchas de las cuales despreciara si conociese, las angustias de la guerra y la tirana? Adems, poda fracasar en mi gestin, estrellarme contra las ambiciones bastardas y los egosmos. . . ;Por qu no haba de poder vivir como un hombre? De estas meditaciones me sac el claro sonido de la voz de mi compaera y alc los ojos... Habamos escalado juntos el monte Solaro y mirbamos hacia el Golfo, anegado en la clara luz de la tarde. En la distancia, a la derecha, Ischia envolvase en brumas doradas entre el ciclo y el mar, y la blancura deslumbrante de Npoles, agazapado bajo el Vesubio empenachado de humo, resplandeca a los lejos. Las ruinas de la torre de la Annunziata y de Castellamare brillaban muy prximas.

-Claro que usted ha estado en Capri -le interrump.

-En esta vida, no; slo en el sueo... Al travs del Golfo, ms all de Sorrento, los palacios flotantes de la ciudad del placer mecanse combando y estirando alternativamente las cadenas de sus anclas; y hacia el Norte venan a posarse sobre las grandes plataformas los aeroplanos que traan de todos los sitios a los buscadores de gozo... Nuestra vista, habituada ya al esplendor del panorama, no se habra de seguro, detenido tanto en los detalles a no ser por un accidente extrao que vino a turbar la belleza del espectculo: cinco aeroplanos de guerra de los que durante mucho tiempo haban permanecido relegados en los arsenales de las bocas del Rhin, maniobraban a mucha altura. Evesham haba, ante el estupor universal, movilizado imprudentemente y enviado los pjaros guerreros como agoreras aves de rapia sobre todos los parajes de ventura. Era el eterno y necio juego diplomtico de la bravata, y aun cuando yo conoca a mi sucesor, no pude menos de sorprenderme. Evesham era uno de esos hombres enrgicos y estpidos hasta lo increble, que parecen de tiempo en tiempo enviados por el cielo para precipitar los desastres. Su energa poda al pronto confundirse con el genio; mas puesta al servicio de un cerebro sin inventiva, dotado slo de una voluntad contumaz, amplia e inepta, conclua por fiarlo todo a esa cosa idiota que se llama la suerte ... "Recuerdo que estbamos de pie, atentos a las espirales que describa la escuadrilla all lejos y que, pensando en la significacin del espectculo, prev con clarividencia perfecta el triste desenvolvimiento de los sucesos. Y, sin embargo, todava en aquella hora no era demasiado tarde; yo habra podido, con slo retornar y quitarle las riendas del poder, salvar al mundo. Los pueblos del Norte me habran seguido como tantas veces, exigindome slo el respeto a sus convicciones morales, es decir, el abandono de la pobre mujer hermosa y dbil para quien yo era todo en la vida; y los Estados del Sur y del Este habran tambin confiado en mi arbitraje mejor que en el de ninguno de sus hombres. Al pensar esto surga en m la conviccin de que me bastara exponerle la trascendencia de mi abandono para que ella me dejara partir, no por desamor sino por generosidad... Pero yo no quera partir: toda mi voluntad estaba en el opuesto designio; haca muy poco que me vea libre del fardo de responsabilidades; era un renegado reciente del deber, y la conciencia de cuanto ese deber exiga no bastaba para vencer mis decisiones: quera vivir, gozar de los placeres, sentir junto a mi dicha la felicidad maravillosa de mi amada... Pero aun cuando el concepto de esas obligaciones desodas no pudiera arrancarme de sus brazos, consegua entristecerme el nimo, cerrarme la boca y poner un surco de preocupacin en mi frente. Desde la llegada del mensajero, los das haban perdido para mi la mitad de su hechizo, y meditaciones sombras, semejantes a una anticipacin de las noches, entenebrecan mi jbilo. Mientras observaba el vuelo de los aeroplanos de Evesham, la elegida estaba junto a mi, espindome, adivinando mis torturas: sus ojos interrogaban a los mos y buscaban en el menor rasgo de mi rostro un camino para entrar hasta el fondo del alma.

Los ltimos celajes del crepsculo borrbanse en el cielo, y penumbras grises dulcificaban la ansiosa gravedad de su rostro. No, no era su voluntad la que me retena. al menor esfuerzo por mi parte me habra consentido partir sin reproches, sin lgrimas, ni una splica. En este punto de mi meditacin sent ms agudamente su presencia y volvindome hacia ella le propuse descender corriendo la pendiente de la montaa. Tena necesidad de accin, de movimiento, y ech a correr delante de ella, retndola a seguirme. "No, no -me dijo, como si mi proposicin le hubiese parecido inoportuna. "Pero yo estaba dispuesto a disipar la niebla de nuestros espritus, y seguro de que nadie puede permanecer sombro despus de una carrera jadeante, la incit de nuevo. Tropez, y de un salto acud a tiempo de sostenerla por el talle. Esquivamos a dos hombres, que se volvieron, extraados de mi conducta y que, tal vez, me conocieron. Estaramos a mitad de camino cuando un tumulto estall en el aire y nos detuvimos para mirar: de Este a Oeste los aeroplanos de guerra pasaban en formacin.

Al llegar aqu, el viajero volvi a titubear, como si tratase de hallar palabras para describir los aviones. Mi impaciencia lo interrumpi:

-Cmo eran esos aeroplanos?

-Jams haban combatido, como pasa con los acorazados de hoy, y nadie saba el limite de su mortfera potencia puesta al servicio de hombres vidos de exterminio. Eran grandes mquinas en forma de lanza cuyo mango hubiese sido reemplazado por un propulsor.

-Y eran de acero?

-No, de acero no.

-De aluminio?

-Tampoco... De una aleacin frecuentsima entonces como puede serlo hoy el cine, que se llamaba... Cmo se llamaba? ... Se llamaba... No me acuerdo, no me puedo acordar.

-Pero llevan artillera?

-Slo cajoncitos con proyectiles de una fuerza explosiva inmensa, colocados detrs, pues la aguja de la lanza slo deba emplearse para los abordajes. Esta era al menos la teora; pero como se careca de datos empricos, no poda conocerse exactamente su alcance destructor. Mientras la hora terrible llegaba, los tripulantes deban advertir su ansiedad y olvidar los horrores de la batalla en aquellos vuelos giles y raudos de golondrinas... Y esos aeroplanos que as ensombrecan nuestro cielo, slo constituan parte mnima de los aparatos mortferos inventados durante el largo lapso de paz.

Haba mquinas de todas clases, cada da ms malignamente perfeccionadas; artefactos infernales, satnicos, que nunca haban sido probados; caones enormes, explosivos terribles, maquinarias complicadas para crear el dolor y la muerte... Usted conocer ya hoy la mana absurda que mueve a hombres de verdadero ingenio a invertirlo en idear tales abortos: gentes que construyen, como los castores fabrican su paredn en medio de la corriente: sin preocuparse de los cauces que cambian y de las comarcas que inundan. "Mientras descendamos hacia el hotel por la larga y sinuosa escalera, prev la sinttica anticipacin de los sucesos; comprend que el violento y estpido Evesham haba hecho la guerra inevitable, e imagin las condiciones nuevas en que los combates se iban a encender. Y a pesar de saber que mi sacrificio era la postrera probabilidad de paz, no pude encontrar la energa necesaria para partir." Se detuvo y suspir; su voz, al continuar, tena el tono humilde y trmulo de los que confiesan una culpa.

-Era mi ltima carta, la ltima carta del mundo ... Para no entrar en el hotel hasta que el cielo estuviese tachonado de estrellas, paseamos sobre la elevada terraza, y mi compaera me aconsej muchas veces que fuera adonde me llamaba el deber.

"-Amigo mo -decame, con su suave rostro anhelosamente vuelto hacia mi-, quedarte aqu es morir...

La vida que vives a mi lado es igual a la muerte. Vuelve a los tuyos, slvalos, cumple tu destino. "Y abandonndose entre mis brazos, repiti muchas veces entre sollozos:

-Vete, vete!

"Luego call de pronto, y al mirar la expresin de su cara comprend a pesar de su mutismo lo que acababa de pensar. Era uno de esos raros momentos en que se ve al travs de todos los obstculos fsicos... Y antes de que se atreviese a expresar con palabras su pensamiento, protest angustiado, desesperado:

-No! ...

-Por qu no? -me pregunt, atnita, al orme responder a su idea.

-Es intil! Nada me inducir a dejarte y a partir; escog de una vez para siempre y opt por el amor. Pase lo que pase me quedar a tu lado y vivir contigo, slo para ti, aun cuando el mundo desaparezca.

Y esta decisin, yelo bien, no cambiara aunque t murieras... Lo oyes?

-Ni aunque yo muriera? -murmur.

-No, porque yo no te sobrevivira ni un minuto.

"Y antes de que pudiera argirme, me exalt en una de esas improvisaciones elocuentes que slo dicta la pasin -adems, yo era un gran orador entonces- y divinic el amor y ennoblec nuestro acto hasta asegurar que me deban coronar de rosas ms meritorias que laureles, por haberme atrevido a desertar de una existencia dura, malsana, para refugiarme en la vida luminosa y sencilla del amor. Todos los recursos de mi dialctica fueron utilizados para manchar de odiosas sombras la vida poltica y convencerla y casi convencerme de que el deber estaba para nosotros en el placer. Mi amiga, apoyada en mi, se embriagaba con mis palabras, persuadida ya de que aquella existencia tan dulce era una obligacin cumplida a pesar de las tentaciones. Y cuando en una sublime hiprbole le describ el universal desastre, para hacer de l un glorioso marco a nuestro amor, y nos pint paseando muy juntos bajo el cielo serpeado de fulgores, envueltos en la ilusin esplndida de nuestro cario entre todas las potencias homicidas de los hombres caines, no tuvo ya palabras para recordarme que la ltima probabilidad de salvar al mundo estaba pasando mientras la adormeca con frases clidas y engaosas... Los jefes de los pueblos del Este y el Sur haban concertado sus resoluciones y opuesto a las fanfarronadas de Evesham una respuesta enrgica, tras la cual vease la resolucin firme de todo un hemisferio. Desde Asia a Amrica, al travs de todos los mares meridionales, la atmsfera vibraba de rdenes. "Preparaos, preparaos!": sta era la palabra; y aun cuando nadie de aquella generacin poda saber con exactitud su equivalencia guerrera, creyendo quiz que se trataba simplemente de otro espectculo grandioso del que fueran protagonistas los uniformes, las aclamaciones triunfales, las banderas y las msicas, aprestbanse a obedecer el aviso. Y lo mismo que sucede hoy, reciban la guerra, sonrientes y entusiastas, millones de seres, de los cuales muchos sacaban sus recursos alimenticios de regiones separadas por docenas de millones de kilmetros de sus tierras.

"El viajero de rostro plido se detuvo y, con mirada furtiva, pude verle contemplar fijamente el techo del vagn. Una estacin minscula, una hilera de vagones de mercancas, un poste de seales, los jardincillos de un casero campestre aparecieron y desaparecieron en el marco de la ventanilla; y tras el frreo y trmulo trepidar de un puente, el tren volvi a tomar su ritmo sosegado, adormecedor.

-Luego de esto -dijo, algunos segundos despus- he soado a menudo. Durante tres semanas la continuacin de ese sueo fue toda mi vida, pues pasaba los das esperndolo, desendolo. Muchas noches sufr el dolorossimo tormento de no poder soar, y en medio de la inconsciencia del reposo, daba vueltas y vueltas en la cama, sin perder del todo la conciencia de que no haba logrado salir de esta maldita vida del siglo XX... Con lucidez abstracta perciba que all deban estarse desarrollando sucesos de consecuencias incalculables y terribles... Viva nicamente, verdaderamente, durante las noches: los das adquirieron para m la deslavazada encadenacin de los sueos, de los sueos borrosos y vulgares... Comprende? Se detuvo an a reflexionar; pero, sin que tuviese yo necesidad de espolearlo, continu:

-Me sera ms fcil contarle hasta los ms menudos pormenores de mi sueo que decirle ni una de las cosas que hice durante aquellos das. Mi memoria pareca replegarse hacia las noches, y de das enteros apenas me quedan esfumadas imgenes: el son de una voz, la sorpresa de un cliente al orme divagar, el color del forro de un libro ... Se inclin hacia atrs y se oprimi con ambas manos los ojos, como si quisiera avivar las remembranzas. As permaneci largo rato, en silencio.

-Y qu pas? -le pregunt cuando no pude con- tenerme ms.

-La guerra estall como un huracn -dijo, horrorizado, como si rememorara espectculos indescriptibles.

-Y entonces? -insist.

-Fue espantoso... El menor detalle inverosmil me habra hecho creer que se trataba de una pesadilla... Pero no, todo era real, de una realidad indudable. Volvi a callar, y esta vez call tanto tiempo que sent el temor de no saber el final del sueo; pero, de pronto, surgi de nuevo su voz, un poco ms apagada:

-Qu nos quedaba hacer sino huir? Nadie haba previsto que el horror de la guerra llegase hasta Capri, lugar de delicias destinado a servir de merecido paraso al mundo. Dos das despus, toda la isla gritaba y brillaba belicosamente: las mujeres y casi todos los hombres lucan insignias -la insignia de Evesham-; las msicas, antes voluptuosas, se contraan rtmicamente en himnos guerreros; en las vastas salas de baile ejercitbanse los nuevos soldados; y rumores, fragmentos de noticias acerca de combates lejanos, se cruzaban y deformaban... No, yo no haba sabido prever, no haba supuesto tal ardor en gentes habituadas a gozar de la vida. La violencia triunfaba de todo y despertaba secretos instintos. En cuanto a mi, permaneca libre del contagio... Senta la responsabilidad de haber podido apagar la mecha que iba a encender el polvorn del mundo; pero mi hora haba pasado y ya no era nadie, nadie; el ms alocado adolescente adornado con una escarapela significaba ms que yo. La multitud nos echaba de todas partes, vociferando en nuestros odos el himno maldito de la guerra. Una mujer reproch a mi compaera el no llevar insignias, y hubimos de volver a nuestro retiro adoloridos de los empujones, humillados por los insultos: ella plida y muda, yo trmulo de rabia. Toda mi serenidad me abandonaba, y de seguro habra cometido la injusticia de disputar con ella si hubiera visto o credo ver en sus ojos la ms mnima chispa de acusacin... En el ir y venir de mis paseos, vea hacia el Sur, sobre el mar, un enorme fulgor que tan pronto desapareca como reapareca.

"-Es preciso partir -le dije-.

He elegido de una vez para siempre y no estoy dispuesto a participar de esta inmensa locura. Aqu ya no hay refugio para nuestro amor, amiga ma. Huyamos.

"Y huirnos al da siguiente de la guerra, que ya invada el mundo... Todo lo dems fue la fuga, la tremenda y lamentable fuga. . . " Se detuvo a meditar, con aire sombro, y yo, impaciente, le pregunt:

-Cunto tiempo dur?

No pareci orme, y para sacarlo de su ensimismamiento, insist:

-Cuntos das?

Su cara haba empalidecido an ms, hundindosele los ojos y crispndosele las manos. Pareca no prestar atencin a mi curiosidad, y antes de obtener respuesta hube de multiplicar las interrogaciones:

-Hacia qu sitio huyeron?

-Cundo?

-Cundo abandonaron Capri?

-Hacia el Sudoeste -respondi al cabo, despus de lanzarme una mirada rpida-. Partimos en una barca, por la noche.

-Supuse que habran huido en aeroplano.

-Todos haban sido requisados para la guerra. Ces en este punto de interrogarle, y pronto entabl consigo mismo una discusin que equivala para mi a or el resto del relato.

-Por qu era eso posible? -susurr-.

Si esos combates, esas carniceras, esos horrores constituyen la verdadera vida, por qu sentir el anhelo de la alegra y la belleza? Si no hay en el mundo refugio seguro para la paz, y si todos nuestros sueos de reposo no son sino locura o cobarda, por qu nos mecen y nos dominan las ansias de dicha tranquila sin mezcla de sangre? Oh!, no era miedo ni innoble apetito de sensualidad lo que nos hacia repudiar la accin: era el amor, que haba tomado para mi la luz maravillosa de sus ojos y la forma perfecta de su belleza, obligndome a seguirla y a desor, por escuchar la suya, todas las dems voces.. . Y de pronto, en vez del amor, veamos en torno el fragor de la guerra y el espanto de la muerte. Siguiendo una inspiracin repentina, le dije:

-Despus de todo, no sufra usted as... Es slo un sueo y no puede ser ms que un sueo.

-Un sueo! -repuso exaltndose-. Un sueo?

Por primera vez se anim, y sus mejillas se colorearon. Alz las manos, en signo de sorpresa, y las dej caer abiertas sobre sus piernas, hablando en seguida sin mirarme, como si hablara slo para si:

-Somos slo fantasmas, acaso menos que fantasmas, y nuestros deseos, semejantes a nubes invisibles arrastradas por el viento, nos impelen. Pasan los das, sobrevienen los hechos y nos arrastran como arrastra el tren la huella fugitiva que sus rojas lucecitas trazan en la sombra... Todo es sueo, si; pero hay una cosa real, indudable y eterna: y esta verdad, eje de mi vida, junto a la cual todo lo dems parece vano, es que durante ese sueo am a la mujer elegida con un amor inmenso, y que en mi infortunio tuve el consuelo de morir al mismo tiempo que ella... Dice usted que un sueo... Cmo podra ser un sueo, cuando una vida ms viva que sta, saturada de inextinguible dolor, parece haber borrado en m la importancia de cuanto ahora toco y veo? ... Hasta el mismo instante en que la mataron tuve la esperanza de escapar; durante toda la noche y el medioda que dur nuestro viaje desde Capri a Salerno, hablamos de esa esperanza, convencidos de poder volver a la placentera existencia exenta de conflictos, lejos de las bastardas pasiones y de la absurda esclavitud y libertinaje del mundo.

Estbamos inflamados de entusiasmo, como si nuestro amor fuera una misin augusta; y cuando desde la popa de la barca contemplamos a los lejos el magnfico promontorio de Capri, ya mancillado de cicatrices

-que tal parecan los emplazamientos de caones y dems preparativos blicos que iban a trocarla de paraso en fortaleza-, no pudimos concebir an la inminencia y extensin del desastre. Nubarrones de humo y de polvo manchaban el espacio, y le confieso que todo aquel trueque funesto del paisaje, en vez de producirme aterrorizado mutismo multiplicaba mi elocuencia. El promontorio erguase a nuestra espalda, soberbio a pesar de sus transformaciones, con sus ventanales, sus arcadas, sus caminos que partiendo de la playa iban casi hasta la cima, a travs de anchas terrazas plantadas de viedos, de boscajes de limoneros y naranjos, de macizos de cactos y de almendros en flor.

Por la galera construida bajo la Piccola Marina salan tambin otras barcas; y cuando traspusimos el cabo, pudimos ver que un verdadero rosario de fugitivos nos segua. Al contemplar las mviles manchitas que parecan proyectadas por los acantilados sobre el mar, dije a m compaera:

"-Mira cmo el amor y la razn huyen de la locura belicosa.

"Poco despus distinguimos una escuadra area hacia el Sur, pero no le prestamos atencin. Primeramente, slo vimos infinidad de puntos azules que de sbito cambiaron de camino y al pasar por una zona del sol slo fueron ya para nuestra vista algo as corno un espolvoreo luminoso. Avanzaban tan pronto elevndose como descendiendo, ms cerca cada vez, como un fantstico vuelo de gaviotas, cuervos o grandes aves migratorias; Y evolucionaban con maravillosa uniformidad, cubriendo mayor extensin de firmamento segn se aproximaban. El ala septentrional agrupse de pronto en forma de flecha dirigida hacia el sol, y luego, por un movimiento rapidsimo, deriv hacia el Este, alejndose hasta desaparecer en la bruma. Casi en seguida percibimos en el lado opuesto los aeroplanos de guerra de Evesham tendiendo sus alas enormes sobre Npoles... Y todos estos tanteos homicidas parecan no interesarnos ms que las caprichosas espirales de una bandada de pjaros. Ni siquiera el ronco rugir distante de los caones nos inmut. Cada da, cada noche mejor dicho, en cada sueo, busqu con mi compaera, unidos por una exaltacin vital, refugio donde poder gozar nuestro amor; pero la huida fue cada vez ms ardua y la fatiga, las privaciones y los sufrimientos nos pusieron... Medio muertos de hambre, sucios, horrorizados por el espectculo de la matanza y por la loca fuga de los campesinos, sobre quienes tambin haba pasado la rfaga roja de la guerra, no renuncibamos an a salvarnos; la vista de cada atrocidad nos reafirmaba en el deseo de huir, de preservar nuestro amor del ebrio encono de los hombres. "Ah, qu paciencia y valor supo desplegar ella que nunca haba sufrido el cansancio y las privaciones! Tuvo coraje para resistir y para reanimarme en los desfallecimientos; errbamos de aqu para all, en comarcas asoladas por los ejrcitos desangrados y enfurecidos en los combates; y no nos quedaba otro recurso que ir a pie, solos, pues no quisimos juntarnos a ningn grupo de fugitivos. Unos haban logrado escapar y otros se fundan en el torrente de la poblacin agrcola, inmenso y sumiso rebao arremolinado en los caminos; otros, sin energa ya, se entregaban a la soldadesca para ser reexpedidos hacia el Norte u obligados a alistarse en los ejrcitos... Faltos de recursos para pagar nuestro pasaje y temeroso de que mi amada cayese en manos de cualquier horda indisciplinada, despus de desembarcar en Salerno y de haber sido rechazados hasta Cava, tratamos de llegar a Tarento por un desfiladero del monte Alburno; pero la falta de alimento nos hizo volver sobre nuestros pasos hacia las cinagas de Poestum, en cuya soledad erguanse los grandes templos antiguos. La ilusin de salvarnos inspirme la idea de que all seria fcil hallar embarcacin para aventurarnos en el mar otra vez; la batalla nos sorprendi antes de lograrlo. Una especie de incomprensible ceguera me ofuscaba: deb prever que estbamos cercados, que la vasta red de aquella gigantesca guerra nos iba aprisionando en sus mallas... Varias veces habamos visto a los reclutas trados del Norte maniobrar en las planicies, y desde lo alto de las montaas habamos percibido, a lo lejos, el transporte de municiones y el emplazamiento de bateras. En cierta ocasin cremos que disparaban contra nosotros tomndonos por espas tal vez, y sentimos cerca el agudo silbido de las balas; y otras hubimos de escondernos en los bosques para librarnos de la mortfera lluvia que cala de los aeroplanos. Ah, pero aquellas pasadas noches de fuga y de zozobras no eran comparables con el horror ltimo! Ahora estbamos en un ancho espacio desierto, rocoso y desolado, apenas verdecillo de espinosos arbustos, junto a uno de los grandes templos de Poestum, desde el cual slo se perciba, muy lejos, la fronda de algn eucalipto.

An me parece ver la escena: mi compaera, sentada ante un arbusto, trataba de sobreponerse a su infinito decaimiento, y yo permaneca en pie, esforzndome en calcular a qu distancia iba a librarse la batalla. Los dos ejrcitos combatan con armas nuevas y terribles, de potencia desconocida an: caones cuyo proyectil alcanzaba mucho ms que la vista, aeroplanos que... ah!, quin poda prever su alcance? ... Saba que estbamos entre los dos ejrcitos cada instante ms prximos, y conoca el riesgo implcito en el acto de detenernos, aun cuando fuera para el ms imprescindible reposo. Pero, aunque estos temores presentbanse a mi conciencia, mi voluntad obstinbase en relegarlos a segundo trmino, como si no nos interesasen perentoriamente. Por encima de todo pensaba en mi dulce compaera, y una desesperacin infinita me invadi cuando por primera vez la o confesar nuestra derrota y llorar con lgrimas dbiles de mujer.

Detrs de mi oa sus sollozos, y no quise volverme, pues comprenda su necesidad de dejar escapar el llanto tan largo tiempo retenido por no hacerme sufrir, y me deca: "Ese llanto sosegar su nimo y le permitir resistir las nuevas penalidades". Ay, no tenia el menor presentimiento de lo que iba a ocurrirnos... An me parece verla sentada, con la esplndida cabellera suelta sobre los hombros, las mejillas plidas y hundidas y la voz contrita, al gemir.

-Deb dejarte marchar! ... Deb resignarme a separarnos! "

-No; ni siquiera ahora me arrepiento de haberme negado a obedecerte -le respond-.

He hecho lo que deba e ir hasta el fin sin volver la cabeza. "En este instante, algo silb encima de nosotros y, tras un estampido formidable, o caer en torno, una lluvia de proyectiles, que desconcharon las piedras e hicieron saltar pedazos de la vetusta construccin." Se llev la mano a la garganta y pas varias veces la lengua por sus labios para humedecerlos.

-Al ruido -sigui- me volv y la vi levantarse y dar varios- pasos rgidos, como si un gran obstculo se opusiera a su anhelo de acercarse a mi... Una bala acababa de atravesarle el corazn. El viajero, plido, se detuvo y me mir con mirada fija, tenaz, mientras yo era vctima de ese desasosiego que se suele apoderar de los ingleses cuando nos cuentan algo extraordinario. Durante un instante sostuve su mirada y luego la desvi hacia la ventanilla. Varios minutos permanecimos as, callados; y cuando al fin volv a poner la vista en l, lo vi apoyado en el respaldo de su asiento, con los brazos cruzados y el ndice entre los dientes, como si quisiera por medio del dolor de la mordedura adquirir conciencia de si mismo. De pronto, continu: -La tom en mis brazos y la llev hacia los templos sin saber por qu; sin duda a causa de su antigedad me parecieron santificados y dignos de cobijar sus despojos... Mi pobre amiga debi morir instantneamente, y, sin embargo, durante todo el trayecto le habl como si estuviera viva, corno si pudiera escuchar mis splicas... Como se interrumpi otra vez, con silencio ensimismado, le dije:

-Conozco tambin esos templos -pues sus palabras acababan de evocar en mi memoria las columnatas tranquilas y soleadas de Poestum.

-Me dirig hacia el ms obscuro, que es el ms grande -prosigui sin casi orme- y me sent junto a uno de los pilares y la coloqu sobre mis rodillas, sin poder ya decirle nada; el caudal de mis palabras habase agotado en el primer flujo. Al cabo de un rato los lagartos empezaron a salir de las grietas, como si nada inslito ocurriese. El sol estaba muy alto, ni siquiera las sombras de los grandes rboles salan de su inmovilidad, a pesar de los frecuentes estrpitos que se sucedan en el espacio. Recuerdo que los aeroplanos maniobraban hacia el sur y que la batalla se fue poco a poco alejando.

Un avin herido se detuvo y cay dando vueltas; su cada apenas atrajo mi inters; no me lo habra inspirado mayor una gaviota. Desde donde estaba vea la forma negra, acariciada por la intranquilidad azul de las olas... Tres o cuatro veces estallaron proyectiles sobre la arena, y a cada detonacin los lagartos desaparecan entre las rendijas, para salir poco despus. Fuera de esto ninguna destruccin caus el combate en torno Mo, y slo una bala extraviada ara una piedra no lejos del pilar donde me cobijaba, dejando en ella una raya brillante. Despus, a medida que las sombras crepusculares sobrevinieron, el silencio creci; y, cosa curiosa -dijo, con el tono de quien anuncia una observacin balad-, yo no pensaba, no tena siquiera un pensamiento permaneca sentado con el cadver en los brazos, en medio de las ruinas, envuelto en una especie de letargia en que toda mi vida sentimental y espiritual se hallaba suspensa... Y el da que sucedi en la realidad de esta vida ma y de usted a aquella noche del futuro terrible que para mi ha sido ya presente, no me acuerdo de haberme despertado ni de haberme vestido: recuerdo slo que me vi de repente sentado ante mi mesa de despacho, frente a un montn de cartas abiertas, sorprendido del absurdo de encontrarme all, cuando en realidad mi verdadero yo estaba sentado junto al templo, aturdido, idiotizado, aterrado, con mi querida muerta sobre las rodillas... Le las cartas maquinalmente y no conservo en la memoria ni una sola huella de lo que decan. A estas palabras sigui un largo silencio. De pronto not que descendamos la cuesta entre la estacin de Chalk Farm y la de Euston, y me sorprend de la rapidez del viaje. Volvindome hacia el plido viajero, le interrogu:

-Y despus de la muerte de ella, volvi usted a soar?

Pareci realizar un penoso esfuerzo y, con la voz casi apagada, concluy:

-Si, una vez an; durante algunos momentos slo... Me pareci salir de un largo letargo de apata. Estaba sentado ya en otra posicin, y el cuerpo de la muerta, en lugar de gravitar sobre mis rodillas, reposaba sobre una piedra junto a m...Mas ya no era su cuerpo bello y armonioso, sino un cuerpo descarnado, desfigurado, como si en tan poco tiempo hubiera perdido sus atributos de hermosura. Recuerdo sin exactitud alguna que o un tumulto de voces... Si, creo que si; y comprend con claridad dolorida que gentes extraas iban a inferirme el supremo ultraje de profanar aquellos lugares consagrados para mi por la muerte. Me levant, y atravesando el templo, vi a lo lejos un hombre de cara olivcea, vestido con uniforme blanco muy sucio y bordado de azul, a quien seguan otros que escalaron el milenario muro de la ciudadela para penetrar, arma en mano, escrutando hostiles la soledad. Ms lejos, vi otro grupo, y luego otros, desplegndose para rodear el recinto. El hombre a quien primero percibiera dio una orden, y los soldados, trasponiendo la muralla, dirigironse hacia el templo, agazapados entre los altos matorrales. El jefe, que vena delante, se detuvo al verme. Y cuando sal de la indiferente curiosidad, aguijado por el temor de que quisieran penetrar en el templo, mis primeras palabras fueron para atajarlos.

"-No entris aqu -grit-, que es un lugar sagrado! Si yo permanezco es porque estoy con una muerta.

"Me mir, estupefacto, y empez a interrogarme en lengua desconocida. Sin comprenderle, reiter mi exhortacin y volvi a responderme en tono inquisitivo, con las mismas frases obscuras. Entonces me cruc de brazos, erguido ante l; pero, desdendome, dirigi una frase breve a sus soldados y volvieron a ponerse en marcha. Convencido de que no me entenda, le indiqu por gestos que se detuviesen, pero continu acercndose con la espada desnuda; y aun cuando le repet una y otra vez: "No entris en estos templos, donde quiero estar solo con mi muerta!", continu avanzando y no tard en ver a pocos pasos su cara estrecha, sus ojos acerados, su negro bigote sobre el labio hendido por una cicatriz, y la barba descuidada y polvorienta que comunicaba a su rostro cierta ferocidad sucia. Mientras se acercaba, no cesaba de gritarme, de preguntarme tal vez; ahora comprendo que tambin l estaba inquieto, pero entonces no me di cuenta. Y corno yo trataba en vano de explicarle la causa de mi permanencia all, debi cansarse y resolverse, pues su voz adquiri de repente un tono imperativo y me indic con el ademn que quera libre paso. Entonces me abalanc hacia l, y forceje, mientras le gritaba:

-Insensato! ... Es que no comprendes que est muerta... muerta?

"Ante mi ataque, la expresin de su cara cambi y, retrocediendo, se puso a mirarme con ojos perversos, en el fondo de los cuales vi encenderse dos chispas de decisin cruel: y antes de que yo pudiera intentar nada, retrocedi otro paso, para tomar impulso, y se lanz contra mi con la espada tendida..."

El viajero se interrumpi y entonces me di cuenta de que el ritmo de la marcha del tren haba cambiado: chirriaron los frenos y el vagn oscil bruscamente: El mundo actual afirmaba con torpe estrpito su realidad irrebatible... A travs de los vidrios humosos, los enormes globos elctricos vertan desde los altos mstiles su claridad opalina; largos trenes vacos desfilaban junto al nuestro; luego, pas un puesto de seales, rasgando la sombra con sus constelaciones rojas y verdes; y muy cerca, envuelto en la penumbra crepuscular, Londres nos esperaba con su vasto murmullo... Y volv la vista hacia el rostro demacrado de mi compaero de viaje, que prosigui:

-Me traspas con su arma el corazn, y le aseguro que en vez de miedo y de dolor experiment simple sorpresa al sentir el acero traspasar mi carne. No me hizo ningn dao, se lo aseguro... Ninguno. Las luces amarillentas del andn empezaron a desfilar junto a nosotros, primero rpidas, despus lentamente, hasta que nos detuvimos tras una sacudida; vagas formas humanas tendieron las caras y los brazos hacia el tren.

-Euston! -grit una voz.

-Dice usted que no le doli nada? ... No comprendo.

-S, no experiment dolor alguno, ni siquiera el de una picadura. Primero, me domin una sensacin de estupor; despus, fueron rodeando mi ser sombras cada vez ms profundas, entre las cuales el rostro brutal y rencoroso de mi asesino pareci retroceder hasta desvanecerse.

-Euston, Euston! -volvieron a gritar varias voces.

La portezuela del vagn se abri dando paso al ensordecedor tumulto, y un mozo entr a ofrecer sus servicios. El ruido de las portezuelas al cerrarse violentamente, el patear de los caballos, las voces y, en- volvindolo todo, el confuso y lejano rumor de la ciudad, casi me ensordecan. Un automvil con los focos encendidos, pase su claridad a lo largo del andn. Sin ver nada, el hombre plido dijo an:

-Al desaparecer la cara rencorosa y brutal, fue como un diluvio de tinieblas, que lo sumergi todo... Todo!

-Tienen equipaje los seores? -Pregunt otro mozo.

Y sin responderle, como si no hubiera para mi en toda la estacin otra persona que el compaero de viaje, de nuevo ensimismado y silencioso, pregunt:

-Y ese fu el fin?

Mi pregunta pareci turbarle, call todava unos segundos y luego, en voz apenas perceptible, dijo:

-No.

-Que no?

-Pude arrastrarme hasta el cuerpo querido, que estaba del otro lado del templo; y entonces...

-Entonces, qu?

-Ah, entonces!, qu horrible pesadilla, Dios mo! ... Pjaros inmensos que chocan y se despedazan....

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