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Autor:Santiago Gonzalo Til.

Edición:Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza”.

Maquetación y Diseño:Copistería Lorente (976 467 980)

Ilustración de la portada:Jaime Gonzalo.

Imprime:Imprenta Germinal (976 291 304)

Depósito Legal:Z 1717-2013

ISBN:978-84-616-1713-5

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XXVII Premio Los Sitios de Zaragoza

ESMERALDAS Y CENIZAEl expolio del Pilar

Juicio al Roland de l´Armée: El mariscal Lannes.

Santiago Gonzalo Til

Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza”

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PRÓLOGO

La reciente conmemoración del Bicentenario de la Liberación de Zaragoza nos ha permitido revisar los años de la ocupación francesa y ha despertado un creciente interés por los personajes y sucesos que tuvieron relevancia como consecuencia de los Sitios.

Precisamente el mariscal Lannes, que consiguió la victoria para el Emperador y que caería mortalmente herido poco después, es un buen ejemplo de personaje histórico glorificado por unos y denostado por otros, que va a ser examinado con lupa en este libro para abrirnos a una visión más profunda de una figura tan importante en relación con los Sitios de Zaragoza. El autor ha realizado una concienzuda investigación que llega a sorprendernos por la rotundidad de los datos aportados. Con este libro nos adentrarnos en un mundo oculto, inundado por las cenizas de una Zaragoza humeante, un mundo turbio y oscuro que se ilumina tímidamente por el brillo del oro y unas misteriosas piedras preciosas. El estudio meticuloso y casi detectivesco nos muestra nuevos aspectos que nos harán replantearnos algunos hechos míticos como el famoso expolio del Pilar, el anticlericalismo francés o la devoción patriótica.

Perseverando en nuestro afán de fomentar el estudio y divulgación del tema de los Sitios de Zaragoza, publicamos este magnífico trabajo de investigación de Santiago Gonzalo Til, que fue galardonado con el XXVII Premio de los Sitios. Este premio de investigación que se convoca anualmente (desde hace más de 25 años) nos ha ayudado a profundizar en el conocimiento de esta época, de los acontecimientos que se vivieron y de sus protagonistas. En estos últimos años, gracias a la colaboración del Ayuntamiento de Zaragoza y de la Diputación Provincial por medio de la Institución Fernando el Católico, se ha podido continuar tan interesante labor divulgativa con la publicación de esta colección de libros. Que también queda expuesta permanentemente por Internet para su descarga gratuita, a disposición de toda la sociedad para que sea receptora y beneficiaria del legado de nuestra historia.

Santiago Gonzalo Til es un gran experto e investigador sobre los Sitios. Fue presidente de esta Asociación y ha sido un gran impulsor de iniciativas relacionadas con este capítulo tan importante de nuestra historia, como la famosa Ruta de los Sitios.

Esmeraldas y cenizas es un libro de contrastes y de claroscuros que nos invita a mirar los hechos históricos desde una óptica diferente. Nuevos interrogantes se abren ante nosotros y nos obligan a reflexionar. Estoy seguro que disfrutarán con esta lectura.

Gonzalo Aguado Aguarón Presidente de la Asociación Cultural

“Los Sitios de Zaragoza”

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Dedico muy especialmente este libro a Ester, la archivera del Pilar, a quien debo el hallazgo de tan importante documento.

Y cómo no, a todas aquellas personas que para sacarlo adelante han conjugado el “factor tiempo”, bien dedicándolo, obsequiándolo u olvidándolo.

A todos, gracias.

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ÍNDICE

PREÁMBULO QUE ES INTENCIÓN 13

A . EL OJO GRIS DEL HURACÁN 17

A.1. La visión del Emperador ..........................................................................................17A.1.1. España, coto de caza de Napoleón ..........................................................17A.1.2. La realidad: unas de cal y otras de arena ................................................19A.1.3. ¡POR FIN Zaragoza, llena de brigands (bandoleros) ha caído! ...........21

A.2. La visión del combatiente .......................................................................................22A.2.1. Soldado, general y Emperador. Vencedores y vencidos ......................22A.2.2. Gestionando la escasez .............................................................................24A.2.3. Nubarrones .................................................................................................26

A.3. Llega la tormenta ........................................................................................................29A.3.1. Qué teme Zaragoza ...................................................................................29A.3.2.Descubrimientos y certeza ........................................................................30

A.4. El Tesoro del Pilar .....................................................................................................31A.4.1. Sucesión de hechos e inquietudes ...........................................................31A.4.2. Preparativos de Embarque ....................................................................... 33A.4.3. Otras inquietudes ......................................................................................37A.4.4. Viajes por el Ebro a Tortosa .....................................................................39

A.5. Zaragoza capitula: los franceses en el interior de la ciudad .................................41A.5.1. El fin de la incertidumbre .........................................................................41A.5.2. No sólo alhajas ...........................................................................................45A.5.3. Al acecho: El capiller del Pilar .................................................................49A.5.4. Exigencias de los conquistadores ............................................................51A.5.5. Lección de Gramática: las reparaciones de guerra ................................74A.5.6. Informes españoles. Informes franceses .................................................75A.5.7. Las Actas, garantes de toda vicisitud .......................................................80A.5.8. ¿Sólo los franceses? ....................................................................................86

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B. PÚLPITOS Y AFRANCESADOS: POSIBLE DIMENSIÓN SACRÍLEGA DEL EXPOLIO 89

B. 1. El espíritu religioso en la Zaragoza de 1808 .........................................................89B.1.1. Religión santa, religión de nuestros padres ............................................90B.1.2. Politización del culto, clericalización de la política ...............................92B. 1.3. El poder del púlpito: patrióticos versus afrancesados ..........................96

B.1.3a . Los servidores patrióticos ................................................................96B.1.3b . Los servidores afrancesados ............................................................99

B.2. La religión y sus ministros serán respetados: la opinión del francés ................107B.2.1. Prejuicios ante Europa .............................................................................107B.2.2. Anticlericalismo a la francesa. Los clérigos como poder fáctico .......111B.2.3. Palafox y Boggiero, dos figuras calumniadas .......................................114

2.3.a. El Padre Basilio Boggiero, escolapio ................................................1142.3.b. Palafox, el comparsa ...........................................................................117

B.3. La Religión: un arma más al servicio de Napoleón .............................................119B.3.1. La intolerancia ..........................................................................................119B.3.2. Le pouvoir c’est moi .................................................................................120B.3.3. Contrasentidos .........................................................................................126

C. EL EXPOLIO INSTITUCIONAL 131

C.1. El rodillo de la guerra .............................................................................................131C.2. A río revuelto… .......................................................................................................134C. 3. El descaro al descubierto: La carta de Alfredo, a tres reales de vellón ............137

D. FORTUNA 139

D.1. De héroe local a favorito del Emperador .............................................................140D.1.1. La imposible evolución natural .............................................................140D.1.2. Los inventarios imperiales ......................................................................141D.1.3. Paralelismo entre prestigio militar y fortuna .......................................145

D.2. El affaire Lisboa .......................................................................................................147D.2.1. La Guardia Consular versus Lannes ......................................................148D.2.2. Lannes en Lisboa .....................................................................................151D.2.3. Exito total: el encanto de la mariscala ...................................................152D.2.4. Vuelta al calor de Napoleón ...................................................................154

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E. EL AMADO DEL EMPERADOR: 157

E.1. El martillo de Thor ..................................................................................................157E.1.1.La caída del caballo ...................................................................................158E.1.2.Los motivos del Emperador .....................................................................159

E.2. La difícil veracidad de una impresión ...................................................................160E.2.1. El accidente: el mariscal Lannes resulta herido ...................................161E.2.2. El encuentro con el Emperador ..............................................................163E2.3. Amputación de una pierna o de las dos .................................................164

F. DIGNAS DAMAS PARA TAN DIGNOS GUERREROS ............................ 175

F.1. El Pain de Sucre: prueba de amor de la Condesa de Lefebvre-Desnouettes .....176

F. 2. La difícil dignidad de la Duquesa de Montebello ...............................................178F.2.1. Retrato de familia ......................................................................................178F.2.2. La mujer más bella de Francia ................................................................190F.2.3. El gigante rendido .....................................................................................181F.2.3. La dignidad reconocida ...........................................................................184F.2.4. Y sin embargo… claroscuros ..................................................................186

F.3. Ni son todos los que están… ..................................................................................188F.3.1. Y sin embargo se mueve ..........................................................................188F.3.2. Renovarse o morir ....................................................................................191F.3.3. El camino hacia Montmartre ..................................................................193F.3.4. Sorpresa ......................................................................................................193

F.4. Inesperado desempate .............................................................................................194

G . LA PERSONALIDAD DE LOS LANNES 195

G.1. La fuerza de los genes .............................................................................................195

G.2. La personalidad del mariscal: turbulencias y calmas .........................................197G.2.1. Titán en la batalla, torpe en el salón .....................................................197G.2.2. La venganza es un plato que ha de servirse frío ..................................197 G.2.3. Al parecer la ira es contagiosa ...............................................................200G.2.4. Contrasentidos .........................................................................................202G.2.5. Cicatrices: aquellos barros trajeron estos lodos ..................................203

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G.3. Análisis grafológico ................................................................................................ 205G.3.1. A la búsqueda de una herramienta ....................................................... 205G.3.2. Trío de ases: Soult, Mortier, Lannes ...................................................... 206G.3.3. La evolución relativa del mariscal ......................................................... 211

H. LA MUERTE: NAPOLEÓN QUISO HONRAR A SU HÉROE 213

H.1. Malgré tout, el héroe ha muerto ........................................................................... 213H.1.1. Un mínimo análisis ................................................................................. 213H.1.2. Certificación ............................................................................................. 215H.1.3. El embalsamamiento ............................................................................... 217

H.2. Condolencias del Emperador ................................................................................ 218H.2.1. De puño y letra ........................................................................................ 218H.2.2. El juramento de la duquesa de Montebello .......................................... 219H.2.3. La valentía de la marechala .................................................................... 220

H.3. Honras fúnebres ...................................................................................................... 222H.3.1. El traslado del féretro: cronología ......................................................... 222 H.3.2. Las exequias ............................................................................................. 223

I . CONCLUSIONES ... y algo más 231

J . BIBLIOGRAFÍA 235

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PREÁMBULO QUE ES INTENCIÓN

He aquí un hecho, amigo Félix, que da a conocer el grado de firmeza y exaltación de los españoles. Un joven a quien hicimos prisionero en una casa, aun estando rodeado de cadáveres, con aire fiero que no tenía nada de súplica, pidió a un oficial sin temor a morir cosido a bayonetazos, que obligara a uno de nuestros soldados a devolverle el capote que le había arrebatado. Y amenazó con recurrir en queja al general si no se atendía su demanda.

Daudevard de Ferussac

23 de febrero de 1809, en el Arrabal

Esta curiosa anécdota, insignificante en el conjunto de todo lo sucedido pero reveladora en grado sumo, muestra a la vez dos cosas. La primera, la fuerza que posee la dignidad, que no es sólo coraje, es algo más profundo. La segunda, que la mirada del francés también es profunda. Daudevard de Ferussac es sin duda uno de los observadores más cultos y más perspicaces de cuantos anduvieron por nuestras trincheras. Y si analizamos un momento la escena vemos que en ella se conjugan diferentes aspectos: valor, honor, sensibilidad, y todos mostrados ante algo aparentemente menor, una simple apropiación pero que es injusta, y que el hecho de ser llevada a cabo por un vencedor, ni la hace justa ni la hace indiferente. Ni pasa desapercibida, pues en el tono admirativo del francés se ve reproche. Y también honor y también sensibilidad. Pues bien, estos podrían ser los puntos cardinales en los que se van a apoyar nuestras reflexiones. Más uno. La religiosidad, el punto de vista espiritual, que por una parte proporciona a la resistencia auténticos tintes de guerra santa. Pero por otra y mirando al invasor, suscita sensaciones insospechadas. Resulta curiosa la influencia que las cosas divinas tienen todavía en sus comportamientos, aunque sólo sean restos de antigua educación, pero sin que la componente sacrílega que sin duda conllevan muchas de sus “hazañas” les turbe lo más mínimo.

Entrando ya en materia, cuando el conocido hispanista británico Charles Esdaile declaró con ocasión del II Congreso sobre la Guerra de la Independencia (2001) en pleno corazón de Zaragoza, que “si tenía que decir que Palafox no fue un genial estratega, lo haría sin vacilar”, en

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aquel momento se conmovieron algunas columnas. Herederos de una aceptación de las cosas relativamente monocorde, la larga sequía padecida en cuanto a actualización documental, perpetuaba una visión demasiado simplista. En este momento eso no es así, pues los aires del Bicentenario han propiciado abundante bibliografía. Que entre otras cosas hace ver por cierto, que no siempre los acontecimientos –no digamos las interpretaciones- presentan un único punto de vista. Que los documentos pueden adolecer de matices, es evidente. Pero los hechos, que como tales deberían resultar incontrovertibles, quizá no lo sean tanto si atendemos a la intencionalidad que subyace en los distintos observadores. Así, aun las preguntas más sencillas tendrán seguramente respuestas nada sencillas, si no queremos caer en descalificaciones maniqueas.¿Fueron los afrancesados verdaderos traidores a España? Por cierto ¿a qué España, a la de 1807, a la de Cádiz, a la del absolutismo? ¿La Constitución de 1812 hubiera sido tan fácil –otra cosa es que luego fuera silenciada– sin la invasión del francés?

¿Sobrevivir es colaborar? ¿Todo el mundo debe tener obligatoriamente madera de héroe?. ¿No hay también un Dios para los débiles?

¿Zaragoza sufrió más de lo previsto? ¿El ocupante pisoteó derechos fundamentales? ¿Son aceptables –usuales al menos sí lo eran– ciertos derechos de conquista? ¿Las manos de los franceses eran por definición, negras, y las de los españoles, también por definición, blancas e inmaculadas?

Matices.

Hemos hablado de Charles Esdaile y de Palafox. Hablemos ahora de Lannes, el favorito de Napoleón, y de Ronald Zins, uno de los mayores especialistas en la figura del mariscal. Cuando en el seno del Congreso celebrado en Lectoure, patria chica del conquistador de Zaragoza, con ocasión del bicentenario de su muerte1, este reconocido estudioso afirmó en su “nouvelle visión de la personnalité du maréchal Lannes” que el expolio del tesoro de Nôtre-Dame du Pilar, a la luz de nuevos estudios, no fue cosa de franceses sino que fue perpetrado por oficiales españoles2, no cabe duda que si alguna columna quedaba por estremecerse, lo hizo entonces, y nunca mejor dicho tratándose del Pilar.

Oficiales españoles.

El conocido historiador Sabino Delgado3 defiende que uno de los propósitos de la Historia es “descubrir porciones desconocidas, olvidadas o tergiversadas”. Porciones que, como defiende Herminio Lafoz, pueden irse apilando hasta constituir un conjunto de piezas “con el propósito de mostrarlas como tales, sin unirlas con cemento alguno”4, invitando así al posterior estudioso a su propia interpretación si quiere acabar formulando conclusiones, que de ese modo también serán propias. O bien –y el académico Estella Zalaya es un buen exponente de esta otra opinión– la misión de un investigador “no ha de reducirse a consignar hechos

1. Colloque Jean Lannes, un illustre de Lectoure (avril 2009), SAHG (Société Archéologique et Historique du Gers)/Association « Mémoire du Marechal Lannes », LECTOURE (Francia).

2. ZINS (2010) Actas del Congreso, p.472.3. DELGADO (1979), p. 164. LAFOZ (2005) p. 10

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y transcribir documentos; sino que ha de ex tenderse también a comentarlos e interpretarlos serenamente, con sujeción a las leyes de una hermenéutica racional5.”

Si atendemos a la definición de tesis que da la Real Academia, como algo concluyente que se avala o defiende con razonamientos, en el caso que nos ocupa, la depredación de Zaragoza, establecer tal cosa va a ser difícil. Resultará más razonable aceptar el regalo del reverendo Hugh Coolins en su despedida bovaryniana al turbado profesor Shaughnessy:

La duda.

A lo largo del presente estudio encontraremos hechos que hablan por sí solos, y otros que, o bien callan o están sometidos a la más subjetiva interpretación. Permitámonos por un momento lenguaje futbolístico, como ya hiciera el profesor don José Antonio Armillas en feliz conferencia en aires del Bicentenario, sobre el Conde de Aranda, al medir sus aciertos o desaciertos elevándolos a un imaginario marcador balompédico. Aquí se trataría de ofrecer pautas para desequilibrar el partido, expolio sí, expolio no, en un sentido o en otro, si es que es posible. Teniendo en cuenta, en definitiva, que el penalti final en el último minuto estará en la bota del protagonista de los hechos, el mariscal Jean Lannes, conquistador de Zaragoza. Presentemos pues el mosaico de manera abierta en primer lugar, y esperemos el arbitrio de los hechos en segundo lugar, para tratar de llegar a conclusiones. Que no desmerezcan en todo caso la máxima socrática: “que cada uno sea tenido por justo en la medida en que su corazón haga lo que corresponde a la razón.”

5. ESTELLA ZALAYA (1937) p. 5

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A. EL OJO GRIS DEL HURACÁN

A.1. La visión del Emperador

A.1.1. España, coto de caza de Napoleón

Sorprendentemente va a ser uno de los personajes más denostados del Consulado y del Imperio, Joseph Fouché, Ministre de la Police, quien nos descubra algunas de las opiniones más lúcidas sobre determinadas situaciones que irán presentándose a lo largo del presente texto. Fouché, a quien la docta pluma de su compatriota Hervé Plenel califica de cínico experto en la artimaña y el complot6, pero cuya ambigua omnipresencia le hace conocedor como nadie de los hilos de la Historia oculta, será quien nos refiera en sus Memorias un diálogo con Napoleón de lo más revelador :

“Se inicia así –dice Fouché– el memorable año de 1808, principio de una nueva era en la que comienza a palidecer la estrella de Napoleón. Pude conocer finalmente las confidenciales intenciones subyacentes en el tratado secreto de Fontainebleau y la invasión de Portugal. Napoleón me confió que los Borbones de España y la Casa de Braganza iban a dejar de reinar. Pasad por Portugal, le dije, que es en definitiva una colonia inglesa, pero en cuanto a España, preveníos; los Borbones son y serán siempre en la medida en que vos lo deseéis, vuestros humildes prefectos. Pero ¿no os engañaréis sin embargo, en cuanto a las disposiciones sobre el pueblo de la Península? Tened cuidado, tenéis allí muchos seguidores, es cierto, pero es porque os ven poderoso y fuerte, como un gran amigo y aliado. Si actuáis sin ninguna razón en contra de la casa reinante, si aprovecháis sus disensiones internas, volveréis a repetir la fábula de la ostra y los consejeros y tendréis en contra vuestra a la mayoría de la población. Y no debéis pasar por alto que el español no es un pueblo flemático como el alemán. Se

6. PLENEL (1993), Prólogo a la reedición del FOUCHÉ, Mémoires.

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apega a su fe, a su gobierno, a sus viejas costumbres. No juzguéis a toda la nación por determinadas luces fugaces en ciertas capas sociales, que aquí como en todas partes, son corruptas y antipatrióticas. Tened cuidado de no convertir una vez más un reino vasallo, en una nueva Vendée7.

¿Qué queréis decir? -me replicó el Emperador- todo el que es razonable en España desprecia al gobierno y al Príncipe de la Paz, verdadero amo de palacio, una abominación sin pizca de honra que me abrirá las puertas de España. En cuanto a esa chusma de la que habláis, que sigue aún bajo la influencia de monjes y sacerdotes, una andanada de cañonazos bastará para dispersarlos. Vos habéis visto el poderío militar prusiano, heredero directo de Federico el Grande, caer ante mis ejércitos como un castillo de naipes. Pues bien, veréis a España comer de mi mano, y además aplaudiendo felices. Aquello será una fiesta. He decidido instaurar en mi propia dinastía los planes de familia de Luis XIV y unir España a los destinos de Francia. Quiero aprovechar esta oportunidad única que me depara la fortuna, de regenerar esa nación, apartarla de Inglaterra y unirla estrechamente a mis propósitos. Recordad que el sol nunca se pone en el inmenso legado de Carlos V, y que tendré un Imperio de dos Mundos8.

No cabe duda que Napoleón se las prometía muy felices. Y en efecto, ejercía su entusiasmo. En carta enviada desde Valladolid a su hermano José, de fecha 10 de enero de 1809, insiste en sus opiniones :

Valladolid, 10 enero 1809

A Joseph Napoleón, rey de España, en Madrid

Reenviadme a Valladolid al duque de Dantzig [el mariscal Lefebvre], que ya no va a mandar el 4º Cuerpo. [...] Así tal fuerza quedará en vuestra mano. Está compuesto por la división Sebastiani, con cuatro regimientos o dieciséis batallones, casi 12.000 hombres; En León hay 3.000 más, y en Bayona, procedentes de París, otros 4.000 hombres. Conservaréis en Madrid esta magnífica división, formada por nuestros mejores regimientos, para protección de la ciudad y de vuestra persona. [...] El mariscal Lannes partió hoy para Zaragoza.

[...] Os ordené ya, creo, formar un regimiento español. Tenéis un coronel de Murcia que es un hombre muy valiente; y tenéis oficiales seguros, así que podéis formar el regimiento. Al menos servirá como policía [...] No estoy contento con la policía de Madrid, Belliard es demasiado débil. Con los españoles es preciso ser severo. He hecho arrestar aquí a quince de los peores y los he hecho fusilar. Haced arrestar en Madrid a una treintena. […] Cuando se trata con amabilidad a esta gentuza se cree invencible, pero cuando se ahorca a unos pocos, deja de gustarles el juego y se vuelven humildes y sumisos. Como debe ser.9

7. Referencia a los sucesos ocurridos en La Vendée, una sangrienta insurrección que asoló el occidente de la Francia revolucionaria entre los años 1793 y 1796, con episodios de inusitada crueldad como las matanzas de Noir-moutier o Machecoul, y que acabó cobrándose más de 200.000 víctimas.

8. FOUCHÉ (1993), Mémoires, p. 184.9. NAPOLÉON, Correspondance… , name 10-14 Janvier 1809, sd. 9º.

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Palabra de Emperador.

Y estilo imperial. No puede interpretarse de otro modo la carta –verdadero rapapolvo– dirigida a su hermano el 21 de febrero de 1809, fecha precisamente de la capitulación de Zaragoza. Aunque jornada trágicamente significativa para los zaragozanos, a Napoleón como es natural, no le ha llegado todavía la noticia de la caída de la ciudad.

Paris, 21 febrero 1809

A Joseph Napoléon, rey de España, en Madrid

Mi querido hermano […] Veo apenado que habéis expulsado al comisario general de policía de Madrid […] Y veo con extrema sorpresa la razón que me dais: que la Constitución le prohíbe… Hacedme saber si la Constitución permite que el rey de España esté al mando de 300.000 franceses. Si la Constitución permite que el gobernador de Madrid sea francés y que la guarnición sea francesa. Si la Constitución dice que en Zaragoza se hagan saltar las casas una detrás de otra. Os confieso que encuentro este punto de vista estrecho y entristecedor. No es momento para bromas y sentimentalismos, sino para una visión fría y acorde a vuestra posición.

El regimiento que se formó en León, ha desertado con armas y bagajes. Y ocurrirá con otros. Hasta se asesina en las calles de Madrid. Si se hubiese establecido [en la ciudad] un comisario de policía a la manera francesa, esto no hubiera sucedido nunca. No os haréis con España sino con firmeza y energía. Estos aires de clemencia y de bondad no os conducirán a nada. Se os aplaudirá en tanto mis ejércitos resulten victoriosos, pero se os dará la espalda cuando sean vencidos.

Los miembros del consejo de Castilla que habéis liberado se han unido a los rebeldes. Deberíais conocer mejor a la nación española, con tanto tiempo como lleváis allí y con todo lo que habéis visto. En cuanto a la policía, emplead cualesquiera individuos mientras os sean útiles, y acostumbraos a reservar vuestra autoridad como rey para lo importante y no la desgastéis en menudencias.10.

Verdaderamente es asombrosa la impudicia con la que se expresaba Napoleón en sus cartas. Sin paño caliente alguno. Y no lo es menos la penosa opinión que tenía de los españoles. No podía estar más equivocado, como el tiempo acabaría demostrando.

A.1.2. La realidad: unas de cal y otras de arena

Pese a su estilo fanfarrón, Bonaparte sabe que no es exactamente un buen momento para él. Y su aparente seguridad -él no se tiene por jugador de ajedrez, sino de póker-11. Esconde en

10. NAPOLÉON, Correspondance… , op.cit. Février 1809, 15-28, sd. 29º.11. TULARD, Jean (1987). Dictionnaire Napoléon: Napoléon Bonaparte, 2. L’Homme, Ed. Fayard, PARIS.

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realidad una profunda preocupación. Las cosas no le están saliendo como pensaba. Cuando se firmó la Paz de Amiens en 1802, con la que se llegó incluso a una frágil entente con Inglaterra, Francia conoció un período de sosiego. Y esperanzada llegó a pedir a su entonces Cónsul Bonaparte, que dejase de estirar más el brazo que la manga. Napoleón sin embargo desoyó la petición y volvió a arriesgar. La nueva declaración de guerra a Inglaterra en 1803 puso otra vez el rodillo en marcha. Y aunque los reveses, incluido el desastre de Trafalgar, pudieron ser indultados por los soles de Austerliz, esos fulgores de 1805 ya no iluminan la Europa de 1808. El pretendido estrangulamiento a Inglaterra por el estrecho bloqueo que él llama sistema continental (la invasión por mar se esfumó por arte de magia de Nelson), le exige asentarse bien en la Península. Y España le está saliendo impacientemente esquiva. Necesita cuanto antes un golpe de efecto.

Carta de 1 de enero de 1809 a su hermano José, desde Benavente. Una de cal:

A Joseph Napoleón, rey de España, en La Florida.

Mi querido hermano : [...] Las ingleses han abandonado 1.500 vivacs y 4.000 mantas, todo su ron, una inmensa cantidad de carretas en el camino y muchos rezagados. No se han ido aún. Los perseguimos estrechamente.

[...] Se ha tomado a la bayoneta el Monte Torrero de Zaragoza, y las operaciones de asedio continúan con toda rapidez.

Otra de cal, desde Astorga, al día siguiente, 2 de enero de 1809.

A Joseph Napoleón, rey de España, en La Florida

[...] El mariscal Bessières está ya cerca de Villafranca. Ha cogido 2.000 prisioneros españoles y 500 ingleses; ha quemado una gran cantidad de suministros y almacenes. Se ha encontrado en las cunetas más de 800 caballos muertos y abundantes municiones y equipajes. Están totalmente aterrorizados. [...] En cuanto a La Romana, su ejército está casi destruido; ayer fueron capturados 2.000 hombres en León y otros 2.000 aquí. Están sin recursos y sin víveres desde hace quince días, y casi desnudos.

[...] El 22 [de diciembre] ha caído la posición del Monte Torrero que domina Zaragoza, y se han hecho1.000 prisioneros.

Sin embargo las hay de arena. Veamos una, francamente significativa, y es cómo Napoleón, en la soledad de su alcoba, ve el año que acaba de empezar, 1809, que augura difícil y sobre todo muy largo.

Benavente, 6 de enero 1809

A Joseph Napoleón, rey de España, en La Florida

Mi querido hermano, os agradezco lo que me decís respecto al año nuevo. No espero que Europa quede pacificada este año. Lo espero tan poco que ayer firmé un decreto para el reclutamiento de otros 100.000 hombres.

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[...] Sí espero que quede pronto pacificada Galicia y que los británicos abandonen este país. Zaragoza no puede tardar en caer12.

A.1.3. ¡POR FIN Zaragoza, llena de brigands (bandoleros) ha caído!

Resulta ciertamente sorprendente para el gusto de la época, la absoluta falta de circunloquios en el estilo epistolar de Napoleón. Cuando escribe él mismo podría ser comprensible por ahorro de tiempo y de esfuerzo. Pero veremos más adelante que cuando le dicta a Las Cases en Santa Elena, emplea también ese estilo seco, verdaderos escopetazos. Debemos deducir entonces que ése era su modo de dirigirse al mundo, como buen artillero, directo y sin florituras. Seguramente su hermano José hubiera agradecido de vez en cuando alguna. Porque como vamos a ver a continuación, hasta cuando tiene motivos para estar feliz, su ausencia de mano izquierda es proverbial. En todo caso, seguro que al rey de España le consoló ver que tampoco prodigaba precisamente alabanzas a los otros generales.

Paris, 4 de marzo de 1809 [es decir, con Zaragoza ya en poder de los franceses desde el pasado 21 de febrero]

A Joseph Napoleón, rey de España, en Madrid

Hermano mío, he recibido vuestra carta del 22 de febrero. Os equivocasteis al enviar refuerzos a Zaragoza, era suficiente con las tropas que allí había; era más necesario enviar minadores y zapadores. Los generales piden siempre, así son las cosas. No consigo que ningún general entienda eso. Cuando le das a uno una función sólo piensa en esa función, y cuanta más gente tiene, con más seguridad la hace. Si lo que piden no es lógico, es un error atender su petición.

Hemos hablado de estilo epistolar seco. Que como vemos emplea igual con todo el mundo, con la familia y con los que no lo son, sean ministros, reyes o generales. Pero eso sí, al referirse a Zaragoza, añade gratuitamente un macabro cálculo, frialdad y crueldad, como veremos en su carta al general Clarke:

Paris, 6 de marzo de 1809

Al general Clarke, conde d’Hunebourg, ministro de la guerra, en Paris

Están viniendo 12.000 presos de Zaragoza. Mueren de 3 a 400 por día, así que podemos calcular que no llegarán a Francia más de 6.000. Mi intención es que los oficiales sean separados y enviados a la costa norte. En cuanto a los soldados, enviaréis 4.000 a Niort, donde se les empleará en el desecado de las marismas de esa zona. Serán repartidos de la siguiente manera: 1.000 en Niort, 1.000 en Saintes, 1.000 en La Rochelle y 1.000 en Rochefort.

12. NAPOLÉON, Correspondance… , op. cit. 1-9, Janvier 1890.

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Dichos prisioneros estarán a las órdenes del general Dufour, quien los hará custodiar por la brigada que está reuniendo en este momento. El quinto millar será enviado a Dauphiné, donde será utilizado en los trabajos de desecación ordenados en esa comarca. Por último, el sexto millar será conducido a Cotentin, donde trabajará igualmente en el secado de pantanos.

Recomendaréis un régimen severo, y que se tomen medidas para hacer trabajar a estos individuos de grado o por fuerza. La mayor parte son fanáticos que no merecen ningún miramiento. Comenzad por dar la orden hoy mismo al duque de Valmy y al general Dufour, y después concertad a vuestra conveniencia con el ministro del interior.

Rambouillet, 11 de marzo 1809

A Joseph Napoleón, rey de España

He leído un artículo en la Gaceta de Madrid que informa de la toma de Zaragoza. En él se elogia a los brigands [repetimos, bandoleros] que defendieron la ciudad, sin duda para alentar a los de Valencia y Sevilla. ¡Lo que hay que ver en política! Porque desde luego no hay un francés que no sienta el mayor desprecio por los que han defendido Zaragoza.

Quienes permiten semejantes comentarios nos hacen más daño que los propios insurgentes. Estoy seguro que O’Farill no lo ha hecho con mala intención, pero ya he tenido ocasión de observarle parecidas inconveniencias en una proclama en la que habló de Sagunto, Numancia, etcétera13.

A.2. La visión del combatiente

A.2.1. Soldado, general y Emperador. Vencedores y vencidos

El estudio de las confrontaciones bélicas suele prestar poca atención a la dimensión humana de los protagonistas de la guerra, los combatientes, reducidos por lo general a entes abstractos, apenas una cifra en la mayoría de los casos, o estereotipados personajes “heroicos”, refractarios a toda penalidad y siempre al margen de la realidad del día a día.

Sin embargo, antes que números en una estadística o héroes coyunturales en un episodio, aquellos soldados son hombres, con necesidades naturales absolutamente elementales: deben comer, beber, protegerse del frío o del calor, calzarse, etcétera. Ser armados, instruidos, organizados, mandados, curados en caso necesario… Y de todo ello depende en principio,

13. NAPOLEÓN, Correspondencia… op. cit, años 1808 y siguientes.

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su capacidad para combatir. Difícilmente podremos entender el desarrollo y el desenlace de ninguna campaña sin considerar tales factores14.

Por otra parte, ante tales aspectos materiales aún habría que hacer una consideración anterior, y es el punto de vista según se sea vencedor o vencido. Puesto que vamos a hablar de expolio, miremos primero al vencedor.

Por si no fuera suficiente la propia concepción brutal y primitiva de que el pillaje es connatural a la guerra, los soldados del imperio, aun tratándose de hijos de la Ilustración, tenían doble patente de corso adicional: la convicción de Napoleón de que la guerra debe vivir de la guerra, y lo que es más, su bendición, “las ciudades deben ser saqueadas, es el derecho del combatiente.”15. Esa fue la explícita respuesta dada a su propio hermano José I cuando éste se quejó del comportamiento y las atrocidades de sus generales, especialmente en Andalucía, actuando como verdaderos virreyes y por supuesto puenteando su autoridad, pero sobre todo como sátrapas crueles y codiciosos. Son muchos los nombres: Caulaincourt, Duhesme, Sebastiani, Dupont, Lechi… De todos ellos emitió el severo juicio de que “más que generales parecían capitanes de bandoleros, pues se apropiaban de cuanto encontraban por donde quiera que fuesen”. A lo que Napoleón le contestó, sin pensar siquiera en recriminarles nada ni tomar medida alguna, “Esos generales hacen bien. El saqueo es el derecho de la guerra.”16

Napoleón es un hombre práctico. La justicia es secundaria, lo importante es que el mecanismo funcione. Él maneja una maquinaria de guerra, y sus engranajes han de estar lubricados. Al menos cuando estás frente a 160 cañones austríacos apuntándote, como los del archiduque Carlos en Essling. El soldado que aferrado a su bayoneta ve clarear filas a su izquierda y a su derecha, debe saber que detrás de esa muralla enemiga, si la consigue perforar, está Viena. Con todas sus promesas. Así tal vez continúe avanzando. Y en eso son iguales soldados y generales. Napoleón lo sabe y lo alienta. Otra cosa muy distinta es el after the battle. En la quietud de las largas tardes de confidencia en Santa Elena, el conde Las Cases le oye pronunciarse con otro espíritu sobre sus bravos guerreros: Brune bautizado como “el depredador intrépido” o Massena, “tan acostumbrado ya, que no podía evitar saquear “. Qué decir de Víctor, cuyo título, duque de Belluno, se prestaba a que sus soldados le diesen el fácil apodo de Bella-Luna, pero también Arrambla-Sol, porque nada de lo que brillase escapaba a su codicia. O también Soult “le plus pillard d’entre eux”, el mayor ladrón entre todos, la mano más larga de Europa.

Todos, sin embargo, no encajaban en el mismo patrón: Moncey, “un hombre honesto”, Suchet, “que cada vez más consigue soprenderme”, MacDonald, “de profunda lealtad”, Jourdan, , “un verdadero patriota”, Sérurier “de gran moralidad, sabiduría y fidelidad”…y así tantos otros.

También de sus talentos militares vertía opiniones, a veces haciendo doblete. De Bessières, por citar un ejemplo, podía decir a un tiempo: “era de una bravura serena, tranquilo en medio del fuego, prudente y circunspecto”, como añadir “este buen hombre que se mordía las uñas, era un ganso del que yo hice un águila ...”. Similar comentario sobre Lannes, que no por ser el

14. DE DIEGO (2010), p. 224. 15. NAPOLEÓN, Máximas de la guerra, Colección Cisneros, Madrid (1944) recogido en

MARTÍNEZ FERRER, (1989), p. 269.16. FERNÁNDEZ PARDO (2007), p. 94.

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Roland del ejército, se libra: “lo cogí pigmeo y lo he devuelto gigante”. En otro sentido, Ney, “el valiente entre los valientes, aunque ahí se acababan todas sus virtudes”. Ni su cuñado Murat se va de vacío: “un hombre sin cabeza”17.

Hablábamos antes de la maquinaria de guerra de Napoleón. Quizá convendría echar una ojeada a las cifras que tal aparato trituró entre sus engranajes, sólo en España. Toda la campaña española, la guerra peninsular, movió por nuestro suelo alrededor de 200 generales y 18 mariscales. Pues bien, según Georges Six, autor del Diccionario biográfico de generales y almirantes…18 en España murieron 44 generales (32 de brigada y 12 de división) y de ellos 37 lo fueron en combate y el resto por enfermedad o accidentes diversos. Mirándolos globalmente, suponen casi un 16 % de todos los generales muertos entre 1792 y 1815, en todas las guerras del Imperio, 289 en total. Un 16 % en España es un porcentaje muy elevado. Y aún es mayor si miramos la tropa en su conjunto. De los 900.000 soldados que se estima que Francia perdió en el intervalo mencionado, más de 200.000 lo fueron en España, tanto en el campo de batalla, como por epidemias o posteriormente en hospitales19.

No es de extrañar que Napoleón permitiese estímulos.

Pero una cosa es la sangre y otra muy distinta el dinero. Con respecto a las consideraciones económicas, tenemos también muchos ejemplos de la particular idea de Napoleón. Por citar uno, cuando ya estaban en marcha “los asuntos de España”, en carta de 28 de mayo de 1808, le sugiere a Murat, Gran Duque de Berg, teniente general del reino de España en Madrid, una curiosa operación financiera:

“Voy a mostraros una forma de disponer de 4 millones en el acto: ¿recordáis las joyas de la corona de Francia que fueron robadas al comienzo de la revolución? […] El diamante Sancy y varios otros fueron comprados y pasados a España. Tengo el derecho de retomarlos, pero quiero recomprarlos por un precio justo y equitativo. Encargádselo a Laforest. Pagaré por ellos 4 millones, los verteré de inmediato al depósito al Tesoro español y gestionando el conjunto, obtendré en seguida 6 millones, o si lo preferís, 24 millones de reales. […] Así el Tesoro de España no se resiente y yo cumplo mi gran deseo de recuperar lo que pertenecía a la corona de Francia 20”.

A.2.2. Gestionando la escasez

No siempre las águilas imperiales batían sus alas al son de pífanos. En muchos momentos sucedía justamente lo contrario. Recordemos el testimonio de los soldados polacos en el segundo asedio a Zaragoza, en el crudo diciembre de 1809: “el frío era tan intenso que apenas

17. NAPOLEÓN, Maréchaux d’Empire : Jugements… Cercle H et F, ap. c , pp. 4 y ss. JUICIOS DE NAPOLÉON (1828), Libro IX, pp. 93-129, alfabéticamente..

18. SIX, Georges (1934), Dictionnaire biographique des généraux et amiraux français de la révolution et de l’Empire, Georges Saffroy Éditeur, PARIS, cit. en MALYE (2007), pp. 235 y ss.

19. THIÉBAULT y MARBOT, Mémoires… cit. en MALYE, pp. 232-233.20. NAPOLEON, Correspondencia, op. cit., mayo 1808.

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podíamos sostener las riendas de agarrotados que teníamos los dedos. Y para reponer fuerzas, una sopa con tomillo y otros abrojos recogidos […] nuestro principal problema era el hambre […] bendito el asado de burro que teníamos los oficiales.21”.

Según datos del Censo de Frutos y Manufacturas de España22, en 1799, por cuestiones climatológicas y similares, la media de trigo disponible por habitante y año apenas superaba los 100 kg. Esto equivaldría aproximadamente al 40 por 100 del consumo de un varón adulto que, en teoría, rondaba los 250 kg anuales, ya que el pan constituía la base de su sustento.

Imaginemos ahora lo que supone añadir a una situación ya precaria, el esfuerzo de guerra: disminución de mano de obra, reducción de “fuerza mecánica” por las requisas de caballos y otros animales de tiro, destrucción de siembras, inhabilitación de vastas extensiones por causas no sólo logísticas, sino incluso estratégicas. Etcétera.

En cuanto a la ganadería, si ya antes de la guerra era manifiesta la dificultad para conseguir carne, tocino y otros alimentos, al iniciarse la contienda la situación se tornó dramática dado el enorme sacrificio de animales que sobrevino en pocos meses para el abastecimiento de las tropas.

En tales circunstancias, y conforme va prolongándose en el tiempo la anomalía social severa, la supervivencia tanto de los combatientes como del conjunto de la población se convierte en un auténtico desafío. Y el hambre acarrea injusticia por parte del poderoso, y la injusticia, odio, y el odio crueldad. En escalada imparable.

Tengamos en cuenta que a principios de noviembre de 1808 la cifra de soldados franceses de ocupación rondaba los 300.000, el triple de aquellos 100.000 de mayo. Y en 1811 llegó a superar los 350.000. Según los datos de estadística antes comentados, satisfacer la dieta diaria de semejante contingente, con el trigo como base, exigiría 2.000.000 de fanegas/año. Puesto que los excedentes de ambas Castillas, León y Extremadura (datos de 1799), apenas superaban las 800.000 fanegas, es evidente lo difícil que resultaba cuadrar las cuentas.

Unos ejemplos: en julio de 1808 los hombres de Bessières estuvieron dos semanas sin recibir ni una sola ración.

Las tropas de José I, tras su retirada al otro lado del Ebro en agosto del mismo año (derrota de Bailén, levantamiento del asedio de Zaragoza…) carecían por completo de stock de abastecimiento, situación que se mantuvo todo el otoño.

El Ejército de Soult, a su entrada en Galicia, esquilmadas las requisas, tuvo que sobrevivir desenterrando patatas y complementándose con bellotas y similares

Solamente los hombres de Wellington, y de rebote sus aliados portugueses, abastecidos desde las Islas, lograron niveles aceptables. Además pagaban a los proveedores, y eso siempre estimula la consecución de productos frescos.

Y lo mismo podría decirse del vestido y calzado. El propio Napoleón recriminó en abundantes ocasiones la poca fiabilidad de los mantenedores de repuestos en los acantonamientos de

21. FIJALKOWSKI (1997), pp. 85 y ss.22. DE DIEGO (2010), pp. 228 y ss.

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Bayona. Y en concreto en este último aspecto, el equipamiento, aún fue más difícil la situación para las tropas españolas, organizadas sobre la marcha, con absoluta falta de medios y careciendo prácticamente de todo. En algunos contados casos llegaron uniformes y calzado de Inglaterra, pero era normalmente la autoconfección la principal fuente de suministro, con lo que llegaron a darse situaciones deplorables23.

A.2.3. Nubarrones

Desde aquellos inocentes gestos iniciales, como pudo ser la solicitud por parte del Gran Duque de Berg, mariscal Murat, de que en aras de la amistad le fuese devuelta a Napoleón la espada del rey Francisco I rendida en Pavía, hasta el brutal saqueo de Granada apenas unos meses después, los franceses fueron desencadenando actos cada vez más violentos, que siempre recaían sobre la población civil. Sin que se pretenda un inventario -otros lo han hecho24 - la secuencia es variada.

Por citar algunos ejemplos, el saqueo de Cuenca, ciudad que no ofreció resistencia, tomada a sangre y fuego por el general Caulaincourt, entrando a las casas primero, a las iglesias después, para terminar con la catedral, de la que se llevó los restos de una grandiosa custodia procesional labrada por el afamado Becerril.

Poco tiempo después y al no encontrar nada, por no haberse repuesto aún de la esquilma anterior, Víctor incendió la ciudad.

Todavía sufriría Cuenca una tercera agresión por el general Lahonssaie, que acabó calcinando San Francisco, el Hospital de Santiago, el edificio de la Inquisición y finalmente volando el castillo25.

Otro tanto sucedió en Córdoba. Dupont, enfurecido por una pequeña escaramuza en las afueras y aunque la población, para evitar conflictos, se había encerrado en sus casas, las allanó a cañonazos permitiendo enseñorearse del lugar a las embravecidas tropas, mientras él aliviaba de las arcas públicas diez millones de reales.26.Tras arrasar la catedral, la mezquita y varios conventos, el Carmen, San Juan de Dios, religiosos Terceros de San Francisco… todo lo que se pudo encontrar de valor, vasos sagrados, plata y oro de las sacristías y altares, y también en casas particulares, especialmente cuberterías, acabó en las mochilas de los soldados, con el beneplácito de Dupont, que así compensaba las penalidades y la escasa paga.

Como un siniestro prolegómeno de lo que al final de su reinado le ocurriría al propio José Bonaparte, con su famoso tren de mil quinientos carruajes y el consiguiente entorpecimiento de la marcha, también el acarreo del botín de Córdoba en una variopinta amalgama de carros y fardos, gravitó en la movilidad de los soldados y en definitiva en el resultado de Bailén,

23. DE DIEGO, p. 236.24. FERNÁNDEZ PARDO (2007), op. cit., pp. 107 y ss.25. TRIFON MUÑOZ Y SOLIVA (1860), pp. 491-495.26. TORENO (1839), vol. I, pp. 182-183.

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según opinión del propio general Savary, duque de Rovigo27. Eso sin contar por otra parte, con el deseo de venganza de los andaluces.

A este tenor, y por lo que tiene de “inventario” de atrocidades y de desfachatez, traigamos aquí la contextación dada por Don Tomás de Morla, Gobernador de Cádiz, al general Dupont, que esperaba allí su repatriación tras la derrota de Bailén:

“14 de agosto de 1808

Excelentísimo Señor General Dupont.

Con suma sorpresa he recibido la de V.E. de ayer, por la que me reclama los equipajes, dinero, alhajas, caballos y demás, pertenecientes a V.E. y generales que le acompañaban, que el populacho del Puerto de Santa María acababa de destrozar y saquear “invocando los principios de honor y de probidad” para la restitución de esta propiedad vuestra. Los horribles excesos –continuaba V.E– de este populacho me han hecho gemir, zeloso que soy de la gloria española.

Sin duda me ha sido sensible su conducta; pero no porque su acción haya sido torpe [la del populacho en cuestión] sino porque haya desconfiado de su gobierno y magistrados; porque se han administrado la justicia por su mano, porque podría suceder que, enfurecido, se propasase a ejercer el vil y horroroso empleo de verdugo; se manchase con la sangre del rendido y desarmado, y eclipsase así la gloria de sus compatriotas [de Bailén] vertiendo la sangre que ellos habían perdonado en el campo de Marte. Tales son las verdaderas causas de mi agitación y sensibilidad […] ello me movió a mandar un regimiento al Puerto para evitar alborotos […] a escribir a V.E. que solo su conducta prudente y su sumisión podrían salvarlo de la indignación del pueblo.

Pero jamás fue mi intención, y menos de la suprema Junta, que V.E. y su ejército sacasen de España el fruto de su rapacidad, crueldad e irreligiosidad. ¿Y cómo se le pudo ocurrir a V.E.? ¡Qué! ¿Nos tiene en el concepto de estúpidos insensibles?¿Puede una capitulación que sólo habla de la seguridad de los equipajes, darle la propiedad de los tesoros que con asesinatos, profanaciones de cuanto hay sagrado, crueldades, violencias, ha acumulado su ejército en Córdoba y otras ciudades?¿Hay razón, derecho, ni principio que prescriba que se debe guardar fe, ni aun humanidad a un ejército que ha entrado en un reino aliado y amigo so pretextos capciosos y falaces [viene ahora una descripción del atropello de la familia real, prisión y abdicaciones de Bayona…] y que se ha creído autorizado a saquear sus palacios y pueblos; y que [cuando] éstos no acceden a tan inicuo proceder profanan sus templos y los saquean, asesinan a sus ministros, violan a las vírgenes, estupran a su placer bárbaro y cargan y se apoderan de cuanto pueden transportar, y destruir lo que no?¿Es posible que estos tales tengan la audacia, cuando se les priva de estos que para ellos debían ser horrorosos frutos de su iniquidad, reclamar los principios de honor y probidad?

Mi natural moderación me había hecho escribir hasta ahora a V.E. con cierta atención, mas no he podido dejar de hacer un ligero bosquejo de su conducta a vista de sus

27. DUC DE ROVIGO (1828), pp. 262 y ss..

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extraordinarias demandas, que vienen a ser equivalentes a esta proposición: Saquee V.E. los templos y vecindario de Cádiz, para resarcirme de lo que el populacho de Puerto me ha tomado, y que yo había con toda atrocidad, violencia y torpeza, quitado en Córdoba.

Deponga V.E, semejantes ilusiones, y conténtese con que la nación española, por su noble carácter se abstenga de hacer, como dejo dicho, el vil oficio de verdugo.28

Desgraciadamente y por el momento, Bailén sólo hubo uno. Pero acarreadores de lo ajeno, aunque en diferente escala si es que la cantidad cuenta, los hubo y numerosos.

De los más calculadores, el general Sébastiani, que hizo triplete. Saqueó primeramente Málaga, apropiándose de un fondo de doce millones de reales. A continuación se dirigió a Murcia, donde conminó al Cabildo a entregar todos sus fondos en el término de dos horas, e impuso al Ayuntamiento una multa de cien mil duros por no haberle recibido con salvas y repique general de campanas. Después lanzó a sus tropas hacia la plata y alhajas de los conventos y consintió el expolio de cuantas casas de principales se pudo. Granada fue la tercera etapa. Saqueó los templos de todo cuanto hubiera de plata y oro, alhajas y pinturas. En ocasiones, y en bárbara demostración de lo que de verdad importaba, se aplastaban los vasos sagrados hasta laminarlos para ahorrar espacio y así poder luego encajonar más cómodamente el botín. Se hizo regalar del Cabildo una custodia de oro valorada en siete millones de reales, y del Consejo un magnífico bagaje de cubiertos de plata y grandes sumas de dinero “exigidas con violencia y a veces con crueldad”. Con todo ello y las alhajas robadas en las iglesias, convenientemente encajonadas, organizó un convoy bien escoltado que dirigió a París a casa de su esposa.29

En Burgos, el general vizconde D’Armagnac, dado su particular interés por la pintura y como recompensa por haber impedido el pillaje de la catedral, exigió al Cabildo La Magdalena (atribuida a Leonardo da Vinci) guardada en la capilla del condestable. Justo es decir, y al contrario de que lo que más adelante veremos en Zaragoza, el planeado pillaje de la catedral no hubiera sido posible pues las alhajas habían sido escondidas fuera de Burgos. No obstante se resarció bien de su frustración pues se llevó también las tablas de San Jerónimo de la escuela de Durero. Y ya puestos, y en el colmo de la desvergüenza, llegó a apropiarse de la cartuja entera de Miraflores, a la que –por puro disimulo– había tasado en un precio irrisorio.

Como ladrones de tumbas faraónicas, ni los sepulcros se respetaban. En Granada se profanó el de Gonzalo de Córdoba, en Cardeña los del Cid y Doña Jimena…

En Valladolid, Kellerman, amo y señor de una vasta región, fue el gran expoliador de veintidós conventos, confiscando toda la plata en la región que pasaba por tener los tesoros más finos de platería de España. Tuvo buen cuidado de apartar las alhajas con piedras preciosas “cuya hechura importaba más que los metales”

En Soria fueron las tropas de Ney quienes devastaron la capital y los pueblos, cuyos habitantes, refugiados en las colinas cercanas oían el ruido del expolio.

Aún se podía llegar a más en este particular museo del atropello sistemático: en Medina

28. CABALLERO Y MORGAZ (1832), pp. 324-327.29. GARCÍA DEL MORAL (1908), p. 212.

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de Rio Seco se llegó al horror de las profanaciones a personas, asaltando a monjas aun las más ancianas, y después a la población, obligando a mirar a padres y maridos. Y para postre el fuego.30

Y en esa misma línea, la descripción de Toreno de lo sucedido tras la batalla de Uclés, helaría los nervios del más templado31: Ganado que hubieron la batalla, entraron los franceses en Uclés y cometieron con los vecinos inauditas crueldades. Atormentaron a muchos para averiguar si habían ocultado alhajas; robaron las que pudieron descubrir, y aparejando con albardas y aguaderas a manera de acémilas a algunos conventuales y sujetos distinguidos del pueblo, cargaron en sus hombros muebles y efectos inútiles para quemarlos después con grande algazara en los altos del alcázar. No contentos con tan duro e innoble entretenimiento, remataron tan extraña fiesta con un acto de la más insigne barbarie. Fue, ¡cáese la pluma de la mano! Que cogiendo a 69 habitantes de los principales, y a monjas y a clérigos, y a los conventuales Parada, Cánova y Mejía […] atraillados y escarnecidos los degollaron con horrorosa inhumanidad […] Sordos ya a la compasión los feroces soldados, desoyeron los ayes y clamores de más de 300 mugeres, de las que acorraladas y de monton abusaron con exquisita violencia. Prosiguieron los mismos escándalos en el campamento y solo el cansancio, no los gefes, puso término al horroroso desenfreno.

No es de extrañar que con semejantes preámbulos, Zaragoza se preparase para lo peor.

Pongamos para terminar algún contrapunto, el testimonio del coronel De Naylies, que dice de sus propias tropas: “los mismos que debían dar el ejemplo de suprimir el bandidaje, fueron los primeros en envilecerse y en deshonrar el carácter nacional.” 32

A.3.Llega la tormenta

A.3.1. Qué teme Zaragoza

Tanto en los preliminares del Primer Sitio como en los del Segundo, los paisanos que van llegando en goteo incesante a refugiarse tras la presumible mayor seguridad de la ciudad, son los que traen noticias del pillaje que por los campos y aldeas van efectuando los soldados napoleónicos en su aproximación a Zaragoza.

Los refugiados de Alcañiz por ejemplo, a donde los franceses han destacado tropas escogidas incluida caballería, al mando del general Wathier, para cortar el paso a posibles refuerzos de Valencia. Al no recibir las cortesías previstas por parte de los habitantes, las huestes de Wathier tomaron la villa al asalto y se entregaron al más absoluto pillaje, que duró todo el tiempo de su acantonamiento, es decir más de un mes.

30. FERNÁNDEZ PARDO, op. cit. pp. 107 y ss.31. TORENO, vol. II, p. 342.32. DE NAYLIES (1835), 2ª ed., p. 284.

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Cuenta el sargento Wojciechowski de la Legión del Vístula: “Persiguiendo al general Castaños el 23 de noviembre derrotamos a su retaguardia y entramos en Calatayud […] se habían colocado centinelas y prohibido los abusos. Pero con la llegada de la infantería francesa el orden desapareció. Tanto las casas como las iglesias fueron abiertas y saqueadas. Los soldados vestidos con las vestiduras litúrgicas, llevaban por las calles los recipientes de la misa llenos de vino, cantando desvergonzadamente. Y de este modo la nación española estaba justificada por su venganza jurada contra los franceses. A falta de las fuerzas suficientes para pelear en campo abierto asesinaba a sus víctimas, tanto culpables como inocentes, apoyándose en la guerrilla, en las emboscadas, tratándolos de forma inhumana. Cortaron orejas, narices, sacaron ojos, arrancaron intestinos. A pesar de estas crueldades, las cuales no pudo aprobar nadie, se debe decir que los franceses merecieron todo aquello debido a su impiedad, libertinaje y atrocidades.33”.

A.3.2.Descubrimientos y certeza

Que en la mente de cuantos asediaban Zaragoza, tanto oficiales como soldados, estaba el “cuantioso tesoro” del Pilar, era evidente. Todo el mundo había oído hablar de él. El mismo Daudevard de Ferussac nos lo cuenta34: “Existía gran impaciencia por entrar en la ciudad. Los soldados ardían en deseos de atacar. De antemano se repartían los tesoros de N.S. del Pilar”. Y no es para menos si habían bebido de las mismas fuentes que Lejeune, pues él en sus memorias, describiendo la Santa Capilla en la que “detrás de una hermosa verja de plata sobredorada y enriquecida de pedrería vemos la pequeña imagen de Nuestra Señora, colocada sobre un Pilar o tronco de columna de donde toma su nombre” termina diciendo. “El tesoro, que nosotros no hemos podido ver, se dice que es sorprendente y su fama ha corrido por todo el orbe cristiano35-1”. Casi nada.

Fuera como fuese, el trance iba a ser duro. Y los temores ciertos.

Tras el primer enfrentamiento ante las puertas de la ciudad (Batalla de Las Eras, 15 de junio de 1808), adverso para las armas francesas, Casamayor da cuenta de la incursión en campo enemigo que hicieron los zaragozanos en persecución de las tropas de Lefebvre, en retirada hacia las Casas Blancas. En ese largo recorrido fue donde se descubrió palpablemente la materialización de todos los rumores: cadáveres de monjes en los conventos, iglesias profanadas, soldados muertos llevando cálices y demás piezas de botín sacrílego en sus mochilas de campaña35-2…

Era el preludio.

Es también Casamayor quien en los comienzos del segundo asedio, recoge que la acción del día 21 de diciembre en el Arrabal, protagonizada por 10.000 franceses a la bayoneta (“a los que se les mataron muchos”) permitió encontrar sobre el campo no menos de 3.500 cadáveres

33. FIJALKOWSKI (1997), op. cit. p. 97.34. DAUDEVARD DE FERUSSAC (1908), p.15.35. LEJEUNE(1908) 35-1, p. 339; 35-2, Ibid. notas versión de Riba y García, p. 15.

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enemigos, cifra bastante exacta, pues el 22 se inventariaron oficialmente 2.000 fusiles y el 23 por la mañana se inventariaron otros 1.000 más. En todo caso, los soldados muertos, “reconocidos” por nuestros paisanos, fueron hallados llenos de mucho dinero y “alhajas ricas”, procedentes de Dios sabe dónde.36

A.4. El Tesoro del Pilar

A.4.1. Sucesión de hechos e inquietudes

Es hecho cierto y probado, pues aparece recogido en las propias actas del archivo capitular, que cuando llega a la ciudad la noticia de que los franceses se aproximan a Zaragoza, la corporación eclesiástica con absoluta unanimidad, decide empacar en cajones todo el tesoro del Pilar y el de La Seo. Así lo recogen también mosén Ramón Cadena y Faustino Casamayor. Con el razonable deseo de embarcarlos para que de este modo puedan ser alejados de la ciudad, presumiblemente hasta Tortosa.

Desde Clemente XII en 1730 se hizo efectiva la unión de los Cabildos de “las dos catedrales”, La Seo y el Pilar, bajo un mismo Deán. Pero aunque las sesiones capitulares fuesen comunes, y asistiesen conjuntamente los prebendados de una y de otra, se elaboraban dos libros de actas, o mejor dicho, uno y su copia exacta, que se guardaban independientemente. Esta duplicidad, entre otras razones internas seguramente, tenía la función de preservar los acuerdos de cualquier contingencia. Decisión feliz pues de los cinco libros correspondientes a los años 1808-1814 (un libro por año), no se encuentra en el Pilar el de 1808. Según figura en el libro de 1809, se había muerto el secretario Manuel Justo de Güemes justo a mitad de su tarea y sólo le había dado tiempo de pasar las actas al libro de La Seo y no al del Pilar, pues era el mismo sujeto quien escribía ambos. La secuencia de La Seo sí que está completa. En el archivo del Pilar no obstante, existen importantes documentos aparte de las actas –más adelante haremos referencia a ellos- que ayudan a conformar los movimientos que semejante conmoción, la llegada de los franceses, provocó en Zaragoza. No hay constancia de otras compilaciones documentales, como por ejemplo Actas secretas, que hubiera sido quizá esperable, ya que era de uso habitual reflejar acuerdos de índole interna o secreta en actas específicas, como de hecho ocurre en otras instituciones, como por ejemplo la Diputación.

En el acta del 3 de junio -actas pues, ordinarias- se recoge cómo Palafox tras aceptar el 25 de mayo la sagrada misión de conducir los destinos de Aragón, pide al Cabildo asesoramiento con el fin de no perjudicar a las sanas costumbres y buena moral, rogándoles para su mejor acierto “ tengan la bondad de tomar a su cuidado este objeto”. Para ello se eligen dos personas de confianza del Cabildo, los señores Espinosa y Navarrete.

36. CASAMAYOR (2008), p. 178.

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Formalizado ese acuerdo y como parte de los preparativos que a lo largo del mes de junio se van llevando a efecto, Palafox solicita y agradece al Cabildo las donaciones sucesivas que continuamente se le van pidiendo (un millón de reales de vellón una de ellas, por citar un ejemplo). Un informe anexo recoge el alistamiento “para hacer el real servicio tomando las armas” de muchas de las personas del entorno del Cabildo. Y dadas las evidentes necesidades de dinero que en horas tan decisivas se van a suscitar, y para evitar irregularidades y tener el mejor control y arbitrio, el señor Maestrescuelas comunica que el nuncio le ha nombrado “conjuez junto con el Ilmo. Sr. don Paricio Muñoz, comisionado General de Cruzada para el negocio de la enajenación de bienes eclesiásticos”37. No cabe duda que el susodicho negocio debió presentarse muy activo, pues casi de inmediato les llegan solicitudes para paliar problemas de carestía ornamental, como por ejemplo la presentada por la abadesa del monasterio de Santa Mª de Jerusalén y su comunidad, en la que piden algún vaso sagrado. Acuerdan pase a Junta38. Como veremos más adelante, no será la única petición.

Es proverbial el celo que desarrollarán los prebendados que en medio de todas las furias desatadas contra la ciudad, seguirán asistiendo puntualmente a sus sesiones para atender requerimientos civiles, además naturalmente de cubrir las necesarias disposiciones para todo el servicio del culto. Como el día 8 de julio por ejemplo, cuando aún resonaban los ecos del cañonazo de Agustina [2 de julio] y se estaba combatiendo en las calles, los prebendados se reúnen en extraordinaria para la lectura del oficio remitido por el Excmo. Sr. Capitán General con el fin de que se nombre un miembro de su corporación para la Junta de Hacienda Militar y que se le notifique. Con la premura que se concede a las decisiones importantes, se elige al Sr. Lanuza y se le contesta al general en el acto39. Este mencionado Sr. Lanuza posteriormente, en Cabildo de 20 de septiembre, será sustituido por el Sr. Uriarte.

La desganada forma en que los franceses levantaron el sitio en agosto, acatando orden directa de José I que precisaba reagrupar fuerzas como consecuencia del desastre de Bailén, hacía más que presumible que fuesen a volver. Y seguramente con otra determinación más contundente, a la vista de la lección aprendida. Casi de inmediato se toman pues disposiciones en Zaragoza para enfrentarse al próximo ataque, que sin duda no se hará esperar demasiado. La primera necesidad es desde luego proveerse de tropas, para lo que salen comisionados los hermanos de Palafox. Pero la segunda, igualmente obvia, es procurarse los caudales necesarios. Así, ya el mismo 17 de agosto (hay prisa, no cabe duda, apenas cuarenta y ocho horas después de la marcha de los franceses) se reúne el Cabildo para estudiar la respuesta a un oficio del Comisionado de la Junta Suprema de Gobierno, don Diego de Espinosa, en el que se solicita cautelarmente se remita un inventario de todas las alhajas de las dos iglesias y una “regulación de su peso, o de su valor en poco más o menos”40. Casamayor recoge la poca simpatía que tal orden causó en los capitulares, que tuvieron la desagradable sensación, compartida por todos, de que podría volver a repetirse lo sucedido unos años antes, cuando las campañas del Rosellón, en que para subvencionar la guerra, se tomaron “varias alhajas muy primorosas de lámparas, brazos, candeleros, pero especialmente un báculo que tenía como prenda de su gran bienhechor el

37. Archivo Capitular de La Seo (ACLS), Actas, tomo 1808, p. 43. 38. ACLS, Actas, tomo 1808, p. 78.39. ACLS, Actas, tomo 1808, p. 45.40. ACLS, Actas, tomo 1808, pp. 53-54.

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Arzobispo don Fernando de Aragón, hijo del rey Católico y tío del emperador Carlos V”. Y como es natural, temen acabe tomándose por costumbre recurrir a ellos, costumbre que por otra parte, una vez empezada, podría no tener fin, pues tomando palabras de Federico el Grande, el inspirador de Napoleón, las guerras largas son caras.

Fuese por la razón que fuese, se acuerda que se le contestará, pero de momento no se hace.

Insiste la Junta Suprema de Hacienda del Reyno enviando carta conminatoria “a fin de que se sirva aprontar en clave de donativo las alhajas de plata de las dos santas iglesias de las que pueda y considere no tener necesidad [para lo que] se harán las diligencias que convenga”. No se libran tampoco las demás iglesias metropolitanas a las que se les pide toda la plata que pudiera darse y no sea necesaria para el culto41.Aunque no todo el mundo puede responder, ya que la suerte ha sido desigual. Por citar un ejemplo, la priora de la Encarnación pide algunos ornamentos en atención a las calamidades que ha sufrido el convento42.

A.4.2. Preparativos de embarque

Mientras Zaragoza se va fortificando a la espera del segundo ataque, van pasando los meses. El 23 de noviembre tiene lugar la segunda batalla de Tudela, última esperanza de la fuerza combinada de Palafox y Castaños de detener el avance de Napoleón. Cuando llegan a la ciudad las noticias del adverso resultado, todo el mundo sabe lo que se avecina. Los franceses vienen de nuevo, muchísimo más numerosos y mejor pertrechados, y con la evidente intención de conquistar Zaragoza de forma rápida y definitiva.

Es lógico entonces que la sesión del Cabildo del 25 de noviembre sea tensa, y el acta lo refleja claramente. Ante el hecho incuestionable de que los franceses vuelven, los capitulares resuelven tres cosas, dos de orden general y una de orden más particular. La primera decisión, acceder al urgente requerimiento del intendente para proveerle de todo el depósito de trigo, cebada, paja y cualquier género de comestibles que pudiesen tener almacenado, ante la extrema causa común que se avecina, sin duda un nuevo asedio. Y la segunda, y por similar motivo, incrementar el número de horas de posible oración, pues se va a necesitar fortalecer mucho el espíritu.

Pero en cuanto al asunto que nos ocupa, la custodia de joyas y alhajas, es más interesante el tercer acuerdo: la aprobación de un especial derecho que autoriza al Deán a convocar, si las circunstancias así lo indican, las reuniones capitulares en su propia casa particular, a todas luces más discreta. Cosa que se hará de inmediato.

En efecto, sin más dilación, se reúnen con todo sigilo dichos capitulares en casa del Deán, el inmediato día siguiente, 26 de noviembre, para tomar dos acuerdos trascendentales para la futura suerte de los tesoros del Pilar y de La Seo. Por el primero de los acuerdos se decide unánimemente sacar de la ciudad las reliquias y alhajas de los dos templos; y como

41. ACLS, Dictamen en cabildo de 11 de octubre, pp. 80-81. 42. ACLS, Actas, tomo 1808, p. 86.

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consecuencia –segundo acuerdo- se designan los Sres. Azpuru y Oliver en comisión “a fin de que pasaran a manifestar al Sr. Capitán General que parecía necesario al Cabildo el sacar de la ciudad [dichas] reliquias y alhajas de las iglesias, y así mismo, que por incidencia se hiciese presente a Su Excelencia si tendría a bien dar pasaportes a todos los individuos del Cabildo, como así fue lo ocurrido43”.

Tres días más tarde, en la extraordinaria de 29 de noviembre (ya se han visto fuertes contingentes franceses en Alagón), en el mismo lugar y con el mismo sigilo, se procede a comunicar el resultado de las gestiones: Palafox no ha recibido a los comisionados pero les ha trasmitido (por terceros) la indicación de que se le presenten las peticiones por escrito. “Formarán representación por señores doctorales y Sr. Izquierdo, que se encargarán de entregar dicho escrito y conocer el resultado”. En la seguridad de alcanzar lo solicitado, se acuerda proseguir el encajonamiento y traslado de las alhajas, siempre con el mayor secreto pues se sabe que en Zaragoza hay muchos informadores afectos a los franceses.

Palafox autoriza por escrito (fecha 1 de diciembre) el traslado de todas las alhajas “así de las iglesias como las de Nuestra Sra. del Pilar, y que se extienda a todas las que no sean absolutamente precisas para la decencia del culto”, quedando al cargo de la comisión el mismo señor canónigo don Diego Izquierdo, haciéndole responsable de todo el tesoro desde su salida hasta el paraje que se destine, que ha de ser hacia Cataluña (obviamente hacia Tudela es imposible por estar toda la zona en poder de los franceses), y que se le comuniquen los demás componentes de la expedición y la escolta que desean.44. Enterado el Cabildo, acuerda confirmar el nombramiento del canónigo don Diego Izquierdo, al que se une el Sr. Yagüe Salas, arcipreste de Sta. María, y bajo sus órdenes los presbíteros don Mariano Dieste y don Miguel Monreal; quedando a la disposición de Su Excelencia [decidir] la escolta que convenga bajo el concepto que la exportación ha de ir por el otro lado sin rebasar a éste, y caminando otra escolta a la disposición de dichos señores comisionados [que] podrán licenciar el todo o parte cuando lo tengan por conveniente o Su Excelencia dispondrá lo que mejor le parezca, y es lo ocurrido”.

Ni se menciona ni se va a insistir en ello, la posibilidad de que sean todos los prebendados los que formando parte de la escolta o no, abandonen la ciudad con el tesoro. Las razones seguramente, de uno y de otros, son las mismas: evitar llamar la atención, cosa que una ausencia masiva lo iba a hacer muy difícil.

Así, en lo importante, todo ha quedado listo. Las alhajas están por completo embaladas, e incluso algunas cajas han sido llevadas ya a bordo del barco que las espera en el Ebro.

Sin embargo, al día siguiente, 3 de diciembre, se recibe contraorden. El duque de Villahermosa, edecán de Palafox, comunica que el Sr. Capitán General “se inclinaba a que se suspendiese la traslación de las alhajas y que no saliesen del reino y que se diese una razón de la estimación de ellas.” Naturalmente –qué remedio- se acepta la decisión y se autoriza al Sr. Izquierdo a que vaya a comunicárselo al general. Es interesante el detalle final de esta última directriz de Palafox, que como si hubiera caído de repente en lo que supone tener a disponibilidad

43. ACLS, Actas, tomo 1808, p. 101.44. ACLS, Actas, tomo 1808, pp. 102-103.

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semejantes caudales, quiere saber además su cuantía y ruega se le haga una estimación45. Falta aún una segunda sorpresa, cuando el mismo comisionado –siempre don Diego Izquierdo- va a comunicar al capitán general la mencionada aceptación del Cabildo a sus últimas consideraciones. Palafox le confirma en efecto la suspensión del traslado, le indica además que la escolta hubiese sido de paisanos porque necesita a los oficiales, pero –y aquí la sorpresa- que de su boca no había salido en ningún momento palabra alguna sobre no sacar las alhajas del reino. Y que tampoco había pedido inventario alguno ni mucho menos valoración.

Como hay que presumir que el Excelentísimo Señor Capitán General de Aragón no miente, es evidente que alguien de su entorno ha puesto sus ojos –seguro que por nobles propósitos, pensar otra cosa no procedería– en caudales tan útiles para la causa.

En 4 de diciembre (reunión extraordinaria): “El señor Izquierdo hizo presente cuanto había hablado con el Sr. Capitán General, a saber, que [a Palafox] le pareció bien la resolución del Cabildo [aceptar que se suspenda el traslado] y que la escolta que mandaría sería de paisanos, pues los soldados hacían falta; y que Su Excelencia nada dice de salir fuera del reino de Aragón ni de la razón del valor de las alhajas, pero previno que avisaría al Cabildo cuando hubiese alguna novedad y queda enterado Su Excelencia de que el pasaporte extendido y firmado será para Tortosa. Y en vista de lo expuesto por el Sr. Izquierdo [que ellos tal vez pudiesen abandonar Zaragoza, pero el tesoro desde luego no] se acordó que se recogieren todos los cajones y principalmente los que estaban ya en el barco y también se acordó que podían guardarse [los que contuviesen] las mayores preciosidades en lugar seguro en las iglesias y todo con el mayor sigilo”.

Evidentemente surgen algunas preguntas. Lo expuesto de parte de Palafox el día anterior ¿era verdaderamente de su parte, o el duque de Villahermosa se adelantó con alguna iniciativa? ¿el ocultar el tesoro fue reflexión posterior del propio Palafox, o quizá sugerencia de alguien? En cualquiera de los casos, con qué intención. Simple cuestión de orden, o existe alguna motivación paralela. Y en este caso, de qué color, blanco o negro.

No olvidemos que el capitán general de Aragón ya había firmado una autorización para el traslado, entregada por escrito y recibida en forma, y tampoco es cosa de todos los días que, por las buenas y sin mediar explicación alguna, se convierta en papel mojado.

Estella Zalaya, en su interesante estudio sobre estos acontecimientos46, materializa posibles sugerencias, todas ellas razonables: ¿Qué pudo pasar en el ánimo de Palafox para cambiar de parecer en el transcurso de un solo día en asunto tan delicado? ¿Temió que si trascendía al pueblo, cosa muy probable a pesar del sigilo, causase depresión en el espíritu bélico, espíritu que convenía mantener animoso al acercarse los días difíciles del segundo asedio? ¿Le detuvo el temor de que la expedición tuviese un encuentro desafortunado con fuerzas superiores con el consiguiente riesgo de pérdida del tesoro? ¿Pensó por ventura guardar las alhajas para, en el caso posible de rendición de la ciudad, preservar a ésta del saqueo y la destrucción, sacrificando una parte del tesoro como freno –o compensación, como se prefiera– a la voracidad francesa? ¿Pensó quizá en otros usos, por supuesto patrióticos?

45. ACLS, Actas, tomo 1808, pp. 106. 46. ESTELLA ZALAYA, p. 47.

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No se nos debe pasar por alto, un pequeño detalle del acta del Cabildo extraordinario del día 4 de diciembre: que además de desembarcar de nuevo los cajones que ya estaban en el barco, se guardasen los que contuviesen las mayores preciosidades en lugar seguro.

¿Se va a cumplir esto? ¿Van a protegerse las “mayores preciosidades”? Porque de ser así, cuando el mariscal Lannes se haga presentar el joyero, verá ya una rebaja del mismo.

Todo parece indicar que el volumen que supone la valiosa carga es suficiente como para maniobrar en sentido protector. Ofrecer –si llegara el caso- al invasor una parte, y guardar el resto. Resto que según se desprende de lo escrito y argumentado, será importante, más aún si contiene además “las mayores preciosidades”.

No podemos saber a ciencia cierta qué ocurrió por fin, pero de momento parece que la Junta de Hacienda se ha conformado con lo ya dicho, reclamar de todas las iglesias de Aragón, a título de donativo, las piezas de plata que no fueran absolutamente necesarias para el sostenimiento del culto, y que no se ha hecho ningún movimiento con respecto a las alhajas de las dos grandes catedrales de la ciudad, La Seo y el Pilar. En todo caso, en cuanto al inventario solicitado de dichas alhajas, sabemos que no se le facilitó al comisionado de la Junta Suprema. No hay constatación por otra parte de cesión o donativo alguno de ese total, por lo que es de presumir que de momento el tesoro se conservó íntegro.

A la vista de todo esto cabría preguntarse de qué manera pudo evolucionar la preocupación del Cabildo, que siempre se consideró mero guardián y en absoluto poseedor de tesoro alguno. Cuál fue su actitud. Que las cajas no iban a viajar por el Ebro parecía evidente. Pero ¿es que la extracción era la única manera de resolver el problema? En todo caso, si el tesoro no va a salir de Zaragoza, algo habrá que pensar si se pretende salvarlo de la segura rapiña. Qué hacer entonces. ¿Desembalarlo todo de nuevo y aquí no ha pasado nada? ¿Dejarlo encajonado? (llevaban así, al decir de Casamayor, desde el 8 de diciembre, pues tal festividad se celebró ya sin adorno alguno en la imagen). ¿Procurar que se mantuviesen ocultos en cualquiera de los mil recovecos de la inmensidad de la fábrica del templo del Pilar? ¿Diversificar las alhajas por distintos lugares o incluso distintas iglesias? Como quiera que todas estas posibilidades dejaban en definitiva el tesoro a merced del presumible conquistador de la ciudad, que podía perfectamente volverla del revés hasta hallarlo, no nos es posible imaginar qué decisión tomó el Cabildo al fin, si encontró alguna solución más feliz para evitarlo, o si se dispuso a aceptar con resignación lo que la Providencia tuviese a bien permitir.

De cualquier modo, falta una pregunta, que seguramente es clave: de cuántas cajas hablamos. Cuál es el volumen del tesoro que tantas preocupaciones estaba causando y que tantas más iba a causar. Porque la única información que se tiene cierta y concreta en cuanto a inventario se refiere, es la llamada “relación del expolio”. Perfectamente documentada, pero con sólo dieciséis piezas. Y esas dieciséis joyas que aparecen en la “lista de Lannes47”, llamémosla así, no hubieran necesitado muchas cajas aun sumándoles las otras piezas que de una u otra manera acabaron en manos de Suchet y su “piadosa” mujer, Honorine a las que luego nos referiremos. Así que da toda la impresión de que no estamos hablando de lo mismo. Y el hecho de que no se facilitase por parte de la corporación eclesiástica ninguna lista ni valoración, permite cualquier conjetura.

47. Se detalla en las páginas 55 a 60.

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En todo caso, es más que evidente que ni los franceses, ni Palafox o sus intendentes, ni las necesidades de la causa, esquilmaron el joyero. No sólo porque hoy día se conservan aún en el Tesoro del Pilar valiosísimas piezas –por ejemplo la gran corona de Isabel de Portugal, siglo XVI, superviviente por consiguiente– sino porque en diferentes ocasiones, dicho fondo con los permisos y prudencia imaginables, han solucionado necesidades económicas importantes en el Pilar. Aunque también es cierto que a lo largo de los años dicho joyero ha ido reponiéndose por nuevas donaciones.

En definitiva, no es sencillo formarse opinión sobre si los franceses se llevaron todas las joyas interesantes del fondo que se les presentó (por ocultación del grueso), lo que supondría entonces que sí esquilmaron significativamente la Nôtre Dame de Saragosse, o no fue así, y escogieron una cantidad calibrada en función de las debidas reparaciones de guerra. Lo que supondría entonces que el mariscal Lannes no fue el vergonzante depredador por el que se le tiene.

A.4.3. Otras inquietudes

Vendría bien aquí recordar, en cuanto a escondites y ocultaciones, la impresión que tuvo sobre Zaragoza, y más en concreto sobre el Templo del Pilar, el conocido viajero Antonio Ponz, reflejada en su transhumante crónica de cuanto vio por toda la geografía española. Impresión no demasiado amable a veces, pero siempre certera. En el tomo XV de su “Viage de España…48” , dedicado a Aragón, don Antonio Ponz Piquer, en una de las veintidós páginas en que trae distintos aspectos sobre el Templo del Pilar, advierte ya de algo que le ha llamado la atención. Transcribimos su comentario, por lo profético que había de resultar:

“Quando me enseñaron las riquísimas alhajas que se guardan en la Sacristía del Pilar, consagradas á nuestra Señora por Reyes, Príncipes y otros grandes Señores, me ocurrió un pensamiento que hubiera escandalizado a algunos […] Quando no hubiera otros medios para la perfeccion de este famoso Templo que el de reducir à dinero estas ricas joyas y demás alhajas, que bien mirado más sirven para admirar al vulgo que para otra cosa, ¿no sería una solución acertadísima? […] las piedras preciosas pueden perecer todas, y calcinarse en un casual y repentino incendio de la pieza y armarios en donde las tienen guardadas; pueden ser robadas por un descuido; saqueadas en una impensada revolución, ó en una guerra, de todo lo qual hay mil exemplos”.

Su mirada es certera. Hay que advertir que lo que opina en su Viage… siempre en estilo epistolar, son apreciaciones economicistas, mal aprovechamiento de la política de ganados, mejorable administración de bosques… y siempre en tono severo. Su sugerencia sobre el uso de las joyas no deja de ser peculiar, escandalice o no. Pero de lo que no cabe duda es que su apreciación en cuanto a la seguridad no podía ser más exacta.

48. PONZ PIQUER (1788), p. 15.

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Hay que agradecerle además al meticuloso observador, no sólo sus sinceras y exactas opiniones, sino que nos incluya en su carta primera una relación parcial de “las joyas de La Seo”. Joyas separadas e independientes de las del Pilar. En su página 39 y por hablar sólo de alhajas (en páginas anteriores detalla notables lienzos y pinturas como la del retablillo de la sacristía) señala: “en el armario de la plata, alhajas estimables, y lo es por la riqueza una cruz gótica llena de perlas y piedras preciosas que, según dicen, regaló el Arzobispo D. Lope de Luna, sobre el cual solían jurar los Reyes los fueros de Aragón. Es de oro y de peso considerable. La custodia de plata consta de tres cuerpos con muchas labores y figuritas en el primero; el estilo, que es el plateresco, dice mejor en estas alhajas que en otras partes: es obra del año de 1537. Hay bustos también de plata de los Santos Vicente, Lorenzo y Valero”.

En todo caso el juicio de Ponz sobre la vulnerabilidad material del tesoro, obliga a considerar otra clase de debilidad, por saturación, que claramente insinúa el beneficiado Ramón Cadena en su Relato de Los Sitios, y que para el tema que nos ocupa es interesante señalar. Y es que cuando empezaron los rigores del segundo asedio y las bombas empezaron a caer por doquier,

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el templo del Pilar sufrió un verdadero asalto. Pero no hablamos de los desgraciados heridos y moribundos que se postraban en el suelo ante la imagen de la Santa Capilla para dedicarle su postrer mirada, sino de una invasión de vivos, a los que era menester alojar “entre bastidores”.

“ En este asedio sucedió que a lo que empezaron a bombardear la ciudad, se refugiaron tantas gentes à Nuestra Señora del Pilar que no había cuarto, sacristía, bóbeda, torre, secretaría, archivo ni desván alguno que no estubiera ocupado, especialmente para dormir por la noche. No hubo desgracia alguna aunque cayeron bombas y granadas, y estando la Santa Capilla y demás Santo Templo lleno de gente. Y no cualesquiera, Grandes de España, sacerdotes seculares y regulares, comunidades enteras de religiosas, gentes bien acomodadas y de todos estados. Tal era en todos la fe y confianza adquirida desde el primer origen de la Iglesia Santa que fue y es casa de refugio y consuelo de afligidos49”.

Rincones ocupados, ojos vigilantes, personajes principales, seguramente una mala combinación en cuanto a discreción se refiere.

A.4.4. Viajes por el Ebro a Tortosa

Con respecto al abortado traslado de los cajones del tesoro de los templos, es interesante la triple observación, que en distintos momentos nos brinda Ramón Cadena, hombre que demuestra en su peculiar diario a base de preguntas y respuestas, dos cosas claras: que no le cae nada de bien Palafox, en primer lugar; pero en segundo, que es un sagaz observador, con ojos en todas partes. Esta es la propiedad que ahora nos interesa.

La primera observación la hace el 21 de diciembre, fecha del gran asalto francés que dio comienzo al Segundo Sitio. Aunque fracasado el ataque por el Arrabal –por Torrero sí ha tenido éxito- no cabe duda que la ciudad ha quedado definitivamente cercada. Y a ese tenor, el mariscal Moncey dirige una nota conminatoria a Palafox, argumentando que al estar Madrid ocupado ya desde el pasado 4 de diciembre, Zaragoza va a seguir la lucha en solitario. Y más todavía si se tiene en cuenta que los núcleos principales de fuerzas regulares que pudiera haber por la zona, han quedado encerrados dentro de la ciudad al ser convocados por Palafox, error éste que denuncia con cabal apreciación estrictamente castrense, el contemporáneo mariscal de campo don Luis de Villaba50. Palafox rehúsa naturalmente la conminación de Moncey, pero –dice Cadena– “con todo esto no las tenía todas consigo [Palafox] porque aquella noche, 22 de diciembre, salió en una barca su hermano don Francisco para Tortosa, llevándose muchas alhajas y ciento cincuenta mil pesos, con que llegó felizmente a su destino”.

¿Es posible que pudiese pasar una barca, que dado el talante del Ebro en diciembre no sería pequeña? En todo caso era el momento, antes de que el cerrojo se hiciese más hermético, pues evidentemente el enemigo no iba a dejar semejante arteria sin vigilar, como en efecto hizo a no tardar mucho.

49. CADENA (1808), p. 76. 50. VILLABA (1811), p. 263.

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Naturalmente, con todo el ejército francés en la otra orilla, Francisco Palafox extremaría de todo punto el sigilo. Pero las preguntas surgen. ¿Cuántos hombres iban? ¿Cuántos otros estaban en el secreto? Si para ayudarse precisamente en el sigilo, no se habían participado demasiado tales intenciones, hasta qué punto fue un viaje “autorizado”. Esas alhajas que dice ¿no estarían encajonadas por casualidad? ¿De qué alhajas se trataba si no, a qué otras se puede referir?

En las actas capitulares que ya hemos mencionado no se alude a viaje alguno, pero Cadena sí refiere una prevención que se hizo oficialmente al Cabildo, que podría parecer a primera vista, fuera de lugar: “caso de que se decidiese contravenir mi precepto de oposición al traslado de las joyas con la escolta voluntaria de prebendados, saldría y la cogería de comiso para vestir a la tropa y ocurrir a los gastos de guerra”. No cita fuente ni momento, ni día ni ocasión, pero el tono que parece sugerir el beneficiado es de amenaza. Porque aún apostilla: “Con esta inventiva quiso traslucir la emigración de su hermano, y que no se propalara la extracción de alhajas y dinero de antemano. Y para no perecer de hambre en caso apretado, tener presente la misma ruta la que igualmente hubiera preelegido, si el enemigo que se lo adivinó, no lo hubiera embarazado con centinelas por uno y otro lado del río, lo menos hasta la Cartuja”.

Y aún hay otra referencia a un posible fondo económico, aguas abajo de Zaragoza. Esta vez se refiere a su otro hermano, Luis, el marqués de Alazán (sic). Habla de las últimas horas, antes de la confirmación y firma de la capitulación: “Admitida y convocada la comisión a la Casa Blanca […] entretanto [los franceses] aseguraron bien los puntos del recinto de la ciudad, precaviendo todas las avenidas porque celaban la venida del Marqués de Alazán por la espalda (en Leciñena estaba cuando dejaron de bombear, y creyó que se había rendido Zaragoza, y exclamó me engañan); luego lo supo por cierto, se había rendido, y aunque tuvo impulso de bajar, mudó de parecer; porque hubiera sido deshecho con toda su tropa por la enemiga entonces conglobada por el paso expedito del puente de Piedra, y meditó con acierto retirarse a Tortosa y recoger el pecúleo que Dn. Francisco su hermano había bajado de Zaragoza y no arriesgar lo que tenían como finado”.

¿En cuántas veces lo bajó? ¿De dónde procedía? ¿Qué tipo de peculio conformaba dicho fondo? ¿Cuál era su magnitud?

No cabe duda alguna sobre los fines patrióticos de tales idas y venidas. Dada la personalidad de los Palafox, en tantos miles de episodios demostrada, es impensable abrigar la menor duda sobre su rectitud moral. Es obvio pues, que “los oficiales españoles” a los que aludían al principio las palabras de Ronald Zins, si es que los hubo –y más adelante analizaremos lo que pudiera haber de verdad– no eran del entorno de Palafox. Pero no es menos cierto que tales idas y venidas suscitan no pocos interrogantes.

¿El cerco de la ciudad era verdaderamente hermético? ¿Sólo “los Palafox” tenían la fortuna –o el secreto– de perforarlo? Porque en las detalladas actas de la Asociación de Ganaderos, entidad de una importancia capital en la vida cesaraugustana, se consigna al menos una vez, la salida de un carro que en pleno asedio fue y volvió.51 ¿Cómo lo consiguió, por dónde lo hizo –por el río no, desde luego– llevando o trayendo qué, y sobre todo cuántas veces?

51. Libros de acuerdos, Casa de Ganaderos, años 1795-1809.

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Porque si imaginamos las reflexiones que quizá se haría un centinela francés en una helada noche de enero de 1809, aterido y con los dedos agarrotados, y sobre todo con un arma de un solo disparo, al oír algún roce en la impenetrable oscuridad delante de él, tal vez podamos suponer que antes de gritar el ¡alto! preceptivo, dudase. Porque si el roce lo ha provocado una persona, aún, pero si fuesen más de uno, le va la vida. Aunque al disparar aborte la salida, él no lo cuenta. Pero un carro… ¿cómo puede salir y ¡volver a entrar! un carruaje, por muy engrasados que tenga sus ejes y por muy blando que esté el suelo?

A.5. Zaragoza capitula: los franceses en el interior de la ciudad

A.5.1. El fin de la incertidumbre

Todas las zozobras, preocupaciones –y esperanzas– se desvanecerán de inmediato cuando al fin salten los cerrojos y el enemigo penetre a tambor batiente. La ciudad entera estará a su merced.

Es justo decir que, en principio en Zaragoza no se desató un pillaje vandálico como el de Granada o el de Uclés. Y que a pesar de todas las desgracias relatadas, bien puede decirse que -comparando con otras ciudades- en cierto modo los cesaraugustanos tuvieron suerte. Las bombas destruyeron mucho, es cierto, pero los temidos horrores posteriores no se dieron en Zaragoza.

El mismo Casamayor, en su crónica correspondiente al día siguiente de la capitulación, 22 de febrero, momento muy caliente para las tropas conquistadoras, sin duda impacientes para compensarse de tanto frío y tantas penalidades, señala que “habiendo pasado la Junta varios oficios al gobernador Laval para que contuviese a los soldados que hacían muchos robos, inmediatamente mandó afusilar (sic) a dos que se les halló con el robo en las manos.”

Precisamente por esa inesperada firmeza, quizá resulte interesante considerar los “otros” puntos de la capitulación. Por encima de los once firmados por Pedro Mª Ric y los principales de la ciudad en el Acta (“La guarnición dejará sus armas a cien pasos de la Puerta del Portillo, la religión y sus ministros serán respetados…etcétera.”)52, las disposiciones emanadas directamente de la voluntad y pluma del conquistador, el mariscal Lannes, en notas dirigidas a izquierda y derecha, al general Bisson, al general Laval, a Junot, al rey José I, al Emperador, a Monsieur Buhot, pagador del 5º Cuerpo, etcétera, son extraordinariamente reveladoras tanto de su diligencia y meticulosidad infatigables, como de su modo de sentar la mano con un eficaz sentido del cumplimiento, porque sabe que el asunto de Zaragoza debe quedar resuelto rápidamente.

52. Los términos de la capitulación, aun con ligeras diferencias, se encuentran ampliamente recogidos, CA-SAMAYOR (2008), Años Políticos… p. 233 , LEJEUNE (1908), Los Sitios… p. 312.

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-Carta al general Bisson, 20 de febrero: “Sarragosse [con dos erres en el original] se ha rendido esta tarde a las 7 horas. […] Anunciaréis esta noticia en Tudela con 100 cañonazos. Todas las campanas de la ciudad sonarán durante dos horas. Os ordenaré hacer cantar un Te Deum en cada ciudad bajo vuestra jurisdicción.”

- Monsieur le Général, (a Laval, 21 de febrero) “Os nombro gobernador de Sarragosse. Quedáis en consecuencia encargado de mantener el mayor orden en esta ciudad, ya sea por parte de los habitantes como por parte de nuestros soldados. […] Haréis poner guardia en los principales edificios y particularmente en las iglesias”.

- A Su Majestad Católica el Rey de las Españas, el mismo 21 de febrero

“Tengo el honor de anunciar a Vuestra Majestad la toma del arrabal de Zaragoza. Esto ha significado la rendición de la plaza. Nuestras tropas la han ocupado hoy al mediodía.

Tengo el honor de adjuntar a Vuestra Majestad copia del perdón que he concedido a los habitantes de Zaragoza, en nombre de Su Majestad Imperial. […] Zaragoza estaba defendida por 52 mil hombres y atacada por alrededor de 20 mil53. De tal forma hizo falta toda la prudencia y el vigor de nuestras tropas para vencer. […] Palafox está en las últimas. Tengo entendido que no se recuperará. Este hombre ha hecho un flaco servicio en Aragón, particularmente en Zaragoza que ha sido en sus 2/3 reducida a cenizas”.

-Al Emperador, también el 21 de febrero: “Alrededor de 8 mil soldados de infantería acaban de depositar las armas al exterior de la plaza del Portilio [sic]. Hay 2 mil de caballería, pero los caballos están en tan mal estado que seguramente no será posible utilizarlos. Se está igualmente desarmando a los habitantes [los civiles]. Reina en la ciudad el mayor desorden; eran los monjes los que mandaban en la tropa y en los lugareños. […] La toma de Zaragoza va a ser resultar de gran importancia en España, pues todo este país creía que jamás iba a suceder, y contaba siempre con que Nôtre-Dame d’El Pilar la salvaría.He nombrado al general Laval gobernador de la ciudad. Tendremos que hacer muchos arrestos. Parece ser que hay muchos malos sujetos. Voy a dar órdenes para que todos los principales de la ciudad y el clero presten juramento y que os envíen delegaciones de los más destacados.”

-Al general Junot, el mismo 21 de febrero. “Monsieur le Duc d’Abrantes, he nombrado al Sr. General Laval gobernador de Zaragoza. En consecuencia se incorporará a la ciudad para ser conocedor de todos los puntos que debemos ocupar. […] Supongo Sr. Duque que habréis enviado a los enfermos de la ciudad los doscientos corderos de los que hablamos.”

Se refiere a la orden que dio al respecto el mismo día de la capitulación, para que se enviasen a los enfermos de la ciudad, buscando evidentemente que se viera “su gran magnanimidad […] así, después de haber economizado la

53. Las cifras aparecen así en el original, mezclando guarismo y letra.

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sangre de sus hombres tanto como le ha sido posible, se preocupa de cuidar y alimentar a los enfermos españoles54”

Excepcionalmente importante la orden que viene a continuación, igualmente de 21 de febrero (fue un día muy activo, no cabe duda) con aviso de obligada lectura por todos los coroneles con mando en tropa:

“A los soldados del ejército de Zaragoza, Orden del 21 de febreroSoldados, habéis dado ejemplo de constancia y bravura en las diferentes acciones que han tenido lugar ante Zaragoza.Soldados, exijo de vosotros que deis ejemplo de orden y disciplina. El pillaje deshonra, crea enemigos y nos expone a morir de hambre.En consecuencia, el primero de vosotros que cometa el menor desorden será arrestado, conducido ante una corte militar y fusilado en el acto.Los coroneles mantendrán en armas a sus regimientos, y después de un toque de tambor, leerán la presente orden. Ellos serán particularmente responsables de los desórdenes que pudieran producirse”.

Y no contento con normalizar Zaragoza, y sabedor de la importancia psicológica del momento de su conquista, ordena al día siguiente, 22 de febrero, al general Laval que apremie a la Junta a que envíe orden a todos los comandantes de plazas y reductos de Aragón para que sigan la suerte de Zaragoza y se rindan inmediatamente, bajo pena de muerte. Explicita que adviertan que Palafox y toda la guarnición son ahora prisioneros de guerra, y que es la Junta la que toma las decisiones, bajo sus órdenes.

Merece la pena detallar el final: la Junta hará una proclamación por la que prevendrá a los habitantes de Aragón que el primer hombre, sea cual sea su condición, que sea encontrado con armas, será tratado como rebelde y fusilado en el acto.

Y en otro orden de cosas: Haced que la Junta ordene que todos los molinos de la ciudad y aledaños sean reparados de inmediato. Es asunto de total prioridad.

Y como está seguro de que Napoleón lo va a reclamar de inmediato para la inminente segunda campaña de Austria, desea rematar la faena, para lo que –sin duda por la premura- se despoja totalmente de todo guante blanco:

-De nuevo al general Laval el 24 de febrero: Monsieur le Général, decid a la Junta que he concedido un perdón general a los habitantes de Zaragoza. Según las leyes de la guerra, todos los civiles y extranjeros que han tomado las armas deberían ser condenados a muerte, pero yo quiero que solamente sean conducidos a Pamplona donde permanecerán hasta que reine perfecta tranquilidad en todo Aragón. En consecuencia, vos daréis las más severas órdenes para que sean reunidos y conducidos a la Casa Blanca hoy.

Haced arrestar a toda la chusma sin identificación que se encuentre en Zaragoza. En estos primeros momentos se precisa gran firmeza y sin escatimar ningún medio. La tranquilidad futura puede depender de eso. Recabad información sobre los cabecillas, ya estén entre los monjes o los sacerdotes, o entre los burgueses o cualquier otro que hayan

54. Revue des Études Napoléonnienes, (1918), p. 304.

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cometido crímenes en sus desempeños. Los haréis arrestar y juzgar como los dos de la pasada noche [evidentemente se refiere a Boggiero y Sas].

Deseo saber si se han cumplido mis órdenes con respecto a los comandantes de las otras plazas y reductos de Aragón. Estad muy atento a que sean puntualmente ejecutadas.

Deseo igualmente que la Gazette vuelva a aparecer de inmediato y que se inserte lo primero de todo el perdón que he concedido a los habitantes.

Dad las órdenes para que esté todo listo y con la magnificencia requerida en Nôtre-Dame d’El Pilar, donde todo el clero de Zaragoza y su distrito debe prestar juramento el domingo en ocho [es decir, el 5 de marzo]. Será preciso adornar las calles por las que se ha dispuesto que pasemos para ir de la puerta de la ciudad a Nôtre-Dame.

La Junta, el Alcalde Mayor, todos los Alcaldes y todos los empleados se reunirán ese día en Nôtre-Dame para prestar su juramento al pie del altar.

Hemos dejado para el final la consideración de este documento sobre el siempre feo –y normalmente oscuro- asunto de los caudales:

-A Monsieur Buhot, Pagador del 5º Cuerpo, el 22 de febrero: Os he designado, Sr. Pagador, para ser el encargado de hacer el arqueo de todas las cajas civiles y militares que haya en Zaragoza, así como de todos los almacenes pertenecientes al ejército o al rey.

Se dice que generales españoles [los de Ronald Zins, sin duda] se han repartido los ornamentos de la Madone y algunos almacenes y cajas pertenecientes al ejército. Recabad información para averiguar lo sucedido y haced reintegrar a su lugar los objetos que hayan sido sustraídos. Recopilaréis las pesquisas verbales y lo remitiréis [el informe] al intendente que envíe Su Majestad Católica, y me haréis llegar una copia.

Presentaos de inmediato en Zaragoza para ocuparos con presteza de los diferentes cometidos y hacedme un informe la antes posible de todo cuanto os encargo.

Os pondréis de acuerdo a este efecto con el gobernador de Zaragoza, general Laval, y obtendréis de la Junta cuantas informaciones os sean necesarias55.

Verdaderamente resulta difícil hacerse una idea clara de lo que sucedió en Zaragoza al ser ocupada. Porque de una parte, sentimos el impulso de darle la razón al mencionado Ronald Zins, cuando asevera en su obra Lannes, el favorito de Napoleón, “… en verdad Zaragoza sufrió algo de pillaje por parte de las tropas francesas, a pesar de las órdenes de Lannes. Así, el 9 de marzo escribe al general Dumoustier que aprueba la ejecución de un español que ha asesinado a un soldado del 34º. Pero añade: “Nuestros soldados provocan a menudo el furor de los habitantes por su mala conducta, y sé que varios de entre ellos han robado y despojado de sus vestimentas a españoles que volvían a sus hogares. Tomad las medidas necesarias para que no se repitan en el futuro parecidos desórdenes, y castigad severamente al primero que se encuentre culpable”. Estos comportamientos de soldados franceses provocan la queja de don Pedro María Ric. Sin embargo –concluye Ronald Zins- se debe reconocer que Lannes ha

55. Revue des Études Napoléoniennes op. cit., pp. 303 y ss.

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salvado la ciudad de la carnicería, y que hasta donde los acontecimientos se lo han permitido, ha evitado derramar sangre inútilmente56.

Y en el mismo sentido, resulta curioso que en un libro de temática estrictamente militar como es el titulado Les batailles de Napoléon, que prologado por el actual Príncipe Murat, S.A.R. Joachim Louis Napoléon Murat, el 8º príncipe en línea directa de sucesión del Gran Duque de Berg, incluya entre las glorias castrenses del mariscal Lannes, esta aseveración: “La más hermosa victoria de Lannes fue que después de tanta furia por parte de unos y de otros, supo evitar las represalias”. Desdice sin embargo de comentario tan noble, la apostilla final: “Sólo don Basilio [así, sin más] fue arrrojado al río57”

Hubo pues mesura, si se puede considerar así, por otra parte nada casual, era una inversión. El conquistador pretendía ganarse el favor de la ciudad. Lo veremos unas líneas más abajo al recordar las palabras del propio mariscal, al dirigirse a los comisionados para la firma de la capitulación.

En todo caso, esa entente cordiale no debió de resultar fácil. Por citar un ejemplo de los muchos que se produjeron, el que refiere Casamayor como sucedido el 19 de octubre de 1809 en el Puente de Piedra. Yendo a cruzarlo un húsar francés, al encontrarse que unos paisanos que volvían del campo le impedían el paso con sus caballerías (involuntariamente dice Casamayor), provocaron su enojo, y bajando del caballo degolló con su sable a uno de ellos y malhirió a dos más. El húsar “fue hecho preso por un oficial francés y conducido al castillo”. Tres días después sería fusilado en plena plaza de La Seo, por orden de la comisión militar58.

El 4 de noviembre en cambio fueron “dos muchachos de La puebla de Alfindén” castigados con la horca por haber muerto a dos coraceros. Y el 22 de diciembre –de nuevo soldados franceses “uno de ellos alemán”- fueron conducidos al Coso y fusilados por haber robado una cantidad de dinero y unos cintillos59.

Hablábamos antes de mesura. Vemos también aplicación equitativa de justicia. Pero los testimonios incluidos a continuación, apartado 5.2, dan una versión tan distinta que verdaderamente desconcierta.

A.5.2. No sólo alhajas

Por el profesor Beltrán conocemos “algo muy sensible de destacar, lo sucedido en la iglesia de Torrero donde se alojaron los franceses. Los altares estaban ornados con pinturas de Goya [desaparecido todo] sólo sus bocetos se conservan hoy en el Museo Nacional de Buenos Aires y en el Lázaro Galdiano de Madrid60.

56. ZINS (2009), p. 342. 57. DEMOUGIN (2004), Les batailles… , p. 97.58. CASAMAYOR (2008), vol. 1808-1809, op. cit., p. 329.59. Ibid. pp. 334 y 345.60. BELTRÁN MARTÍNEZ (1971), p. 118.

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Según Lejeune no se trató exactamente de un robo. Con una explicación sorprendentemente paternal pretende justificar el destrozo argumentando que al tratarse de lienzos embadurnados de aceite y por tanto impermeables, resultaban muy aptos para cobijarse al abrigo de las inclemencias del tiempo: “Los soldados, para mejor protegerse del frescor de la noche, trajeron al campamento los cuadros que habían podido retirar de las iglesias y conventos. Aquellas telas pintadas y barnizadas les abrigaban perfectamente contra el sol, el frío y la humedad”.

El ya mencionado mariscal de campo don Luis de Villaba, de nuevo certero, sugiere otra explicación a todas luces más convincente, para esa extraña procesión de lienzos. Más que un apoyo a la intendencia de los soldados como quien se provee de mantas del almacén, lo cierto es que los cuadros, sobre todo los de gran tamaño –y de esos estamos hablando- solían ir enmarcados en ricos bastidores, a menudo de plata. Rotos por los soldados, troceados para mejor guardar el botín en las mochilas, el lienzo inútil entonces, sí que puede ser “echado al hombro” para la próxima noche al raso61. En el mismo sentido se expresa Fijalkowski: “En realidad los soldados franceses no saquearon los cuadros religiosos como actos bárbaros por puro ateísmo, ni por el valor material de los cuadros mismos, sino por sus preciosos marcos a menudo de plata. Arrancaban el cuadro del marco dejándolo en el suelo, y metían los fragmentos de los marcos rotos en sus mochilas62.

Eso no quita que en algún momento, Lejeune se lamente de los atropellos “yo, hombre de la Ilustración, veo compungido…”, pero en otros le puede la camaradería de trinchera y se expresa de muy distinto modo: “una visita al campamento era para nosotros una verdadera recreación, esta exposición de pinturas parecía a las que en otro tiempo lucían en la Plaza Dauphine en 179263”. Resulta difícil adivinar compungimiento en tal comentario.

Verdaderamente Lejeune es un hombre lleno de contrastes, seguramente por su reconocida vena de artista. En el estudio introductorio de la última edición de la obra del entonces coronel Lejeune, Los Sitios de Zaragoza: Historia y pintura de los acontecimientos … Pedro Rújula afirma de dicho texto que es “mezcla depurada de la sensibilidad del artista y del conocimiento del testigo64”. Sin duda. Pero hay una particularidad de este –por otra parte extraordinario- personaje, que no deja de ser llamativa, a caballo entre la ingenuidad y el sarcasmo. Por ejemplo al comparar la suerte corrida por el mariscal Lannes y por Palafox. El primero muerto heroicamente en brazos de su Emperador que vertió sobre su rostro lágrimas amargas. Sobre el destino del segundo, Palafox, afirma Lejeune que [tras la caída de Zaragoza] “su destino tomó una dirección más pacífica; fue inmediatamente conducido a Francia, donde se le acogió con todas las consideraciones a su gran valor y a su noble conducta65” . Nada más equivocado. Tratado como bandolero, no como soldado, prisionero de Estado –así decía la orden de Napoleón- y no de guerra, desposeído de su sable de oficial, circunstancia ésta inaudita y única, arrojado a una severa incomunicación al Château Vincennes con nombre falso66… ¿eran esas las consideraciones que merecía “su gran valor y noble conducta”?

61. VILLABA, op. cit. p. 269.62. FIJALKOWSKI (1997), op. cit. p. 149. 63. LEJEUNE (2009), p. 124..64. Ibid. Prólogo, p. VI.65. Ibid, op. cit. pp. 175-176.66. MARBOT (1868 ), op. cit., p. 134; GÓMEZ DE ARTECHE (1868 ). Guerra de la Independencia, p. 511;

GRANDMAISON, Geoffroy (1902) Revista de Aragón, año III (jul.ag.sepbre), p. 551, cit. en MARTINEZ FERRER (1989), p. 221.

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Otro ejemplo no menos revelador, es su relato a la caída de Zaragoza, de la actitud del ejército ocupante: “Del desinterés de los jefes [Mortier y Junot rechazaron las joyas del Pilar ofrecidas] participaba también todo el ejército, el cual sentía ahora un vivo deseo de favorecer a los aragoneses. La conducta de nuestras tropas fue realmente admirable en aquellas circunstancias porque se mostraron tan generosas para ser útiles y consolar a aquellos desgraciados, como habían sido hábiles y valientes para reducirlos. Bien pronto se vio a los habitantes pasar espontáneamente del odio a la amistad y deplorar la fatal ceguera que les había llevado a aquellos horribles extremos contra los franceses, quienes en todo tiempo han querido a los españoles como hermanos, y les han hecho la guerra a su pesar67.

Nuestros hermanos los franceses.

Con esa misma reserva –ingenuidad o sarcasmo- debe interpretarse el sentimiento del mariscal Lannes. Hemos visto unas líneas más arriba las impresiones que se ha forjado sobre los zaragozanos a quienes parece dividir en dos grupos: chusma rebelde (con las armas en la mano) y pueblo dócil. Y evidentemente debe de referirse a estos, cuando describe a su esposa Louise el 7 de marzo, después de su entrada oficial en la ciudad, el Te Deum en el Pilar y el juramento de fidelidad al rey José: “Nunca he visto una ceremonia tan hermosa. Los habitantes de Zaragoza están impresionados del modo generoso con el que los he tratado. Así, he conseguido que pasen de enemigos encarnizados a verdaderos amigos del emperador y del rey68”.

Pongamos un contrapunto. En la versión del Lejeune de Carlos Riba, en nota a pie de página y entremezclado entre afirmaciones de amistad franco-zaragozana, se incluye una carta del teniente de Ingenieros De Maltzeu, escrita en Zaragoza el 25 de febrero de 1809 y que publicaría posteriormente su tío, el vizconde de Grouchy, donde se ofrece otra visión: “Muchos de nuestros soldados se entregan al pillaje y se enriquecen con sus excesos, sin que las órdenes más severas basten à impedirlo. Por 30 francos me han ofrecido mulas que bien valen 20 luises. […] Hay pillos que se están hinchando de oro y que no se avergüenzan de quitar bolsa y caballos a los oficiales españoles prisioneros de guerra. […] He visto dar por 3 francos espejos de 25 à 30 libras. Los cantineros revenden estos objetos a los desdichados habitantes de la ciudad, de suerte que ganan lo indecible 69.

El lenguaje de la verdad es sencillo, dice Séneca. ¿De veras?

Pero hablábamos de tropelías. Tampoco se libran los edificios. Un escrito redactado al término de los asedios por el arquitecto Tiburcio del Caso, indica que la iglesia de San Fernando de Torrero (la misma de la que hablaba el profesor Beltrán,) había “padecido muchísimo a causa de haberla hecho servir de cocina, quemando y quebrantando las mesas del Altar, que eran de jaspes los más hermosos; asimismo las pilas bautismales del agua bendita, y lavatorio, habiéndose llevado los tres cuadros famosos pintados por el célebre dºn Francisco Goya, de los que nadie conoce hoy su paradero. Muchos otros sí que acabaron en la basura o en la hoguera”.

Hablando de edificios y de hogueras, el testimonio de Daudevard de Ferussac en el convento de Jesús, es de lo más descriptivo70:

67. LEJEUNE (2009), op. cit., pp. 173-17468. LANNES, Charles (1900), p. 151.69. LEJEUNE (1908), versión de Riba y García, p. 343.70. DAUDEVARD, op. cit. pp. 25 y ss.

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La mayor parte de los oficiales se han juntado en la capilla; se hace fuego en el centro y como combustible más a mano hemos empezado por quemar el altar y los santos de madera dorada que lo adornaban. Un humo negro y aceitoso que no quiere escapar por el agujero que abrimos en la bóveda, llena la capilla. Una gran olla, siempre llena de vino, está a la disposición de los asistentes.

[…] Este convento es un edificio de consideración, situado a la entrada del barrio, a la izquierda de la carretera de Barcelona […] El 8 por la mañana [de febrero] el general Gazán ordenó el ataque definitivo […] Los obuses y las balas de cañón debieron hacer escapar a los defensores, y después de tres horas de bombardeo, se gritó “adelante” y en un abrir y cerrar de ojos se llegó a la brecha, [ya que] forzar las puertas habría llevado mucho tiempo, y se ocupó el edificio […] En el convento, nuevas escenas de horror… cadáveres con los que se tropezaba al andar… grandes galerías por donde se marchaba a tientas … un silencio glacial… llamas que se elevaban de tiempo en tiempo…Tan siniestro espectáculo crispaba los nervios, y para hacerlo todavía más patético, sobre los muros, grandes cuadros cuyas figuras trágicas recordaban las sombras del Averno. […] Recorrimos el convento y vimos que había servido de hospital a los sitiados. Era muy hermoso y muy rica su iglesia. Pero los soldados, por apetito de botín, o para hacer fuego, o mejor aún, por destruir y hacer mal, han revuelto todo: puertas, ventanas, cuadros, altares, todo ha sido destrozado. Han bastado algunas horas para arruinarlo. […] Un zapador encontró un crucifijo de oro que pesaba más de una libra.

Y continúa: Había en este convento una soberbia biblioteca, muy numerosa, que contenía entre infinidad de libros pueriles, místicos o de embrollos, muchas obras preciosas y manuscritos antiguos muy interesantes. Todo fue dilapidado en algunas horas: los soldados cogían, éste un volumen de una biblia soberbia, aquél algunas páginas de un manuscrito antiguo para dar fuego a la pipa. Se han quemado o desemparejado las obras, en fin, todo quedó perdido.

[…] He visto gran cantidad de libros sobre controversias teológicas, todos los comentadores de la Biblia y de los Santos Padres, tratados sobre la Fe [la enumeración es copiosa y detallada] la edición grande de La Enciclopedia, el Diccionario de Artes y Oficios de la Academia, libros franceses; todas las ediciones más raras y buscadas de la Biblia, la Políglota del Cardenal Ximénez y la de Arias Montanus, las más bellas ediciones de poetas e historiadores griegos y romanos. […] Nadie pensó en poner un centinela a la puerta de esta biblioteca. Debieron haberse elegido –obsérvese el detalle– los manuscritos y libros más preciosos para la Biblioteca de París y conservar el resto para la ciudad. Sin duda, la colección de manuscritos originales y pliegos diplomáticos entre España y los soberanos de Europa habrá corrido la misma suerte que la del convento de los Capuchinos71.

Acierta Daudevard de Ferussac en su pronóstico. Con el incendio del convento de Capuchinos se perdió entre las llamas algo muy valioso e irreemplazable. Todo el Archivo Provincial de los Capuchinos, con sus libros de actas, crónicas, legajos, cartas, etcétera, desapareció por completo. Sobre la destrucción del edificio, que fue total, escribía el Administrador General

71. DAUDEVARD. op. cit. p. 37.

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de Rentas de Zaragoza el 30 de septiembre de 1813: “Del convento de capuchinos no quedan más que las ruinas, por donde se conoce el sitio donde estuvo.72”.

Este doliente oficial tuvo más suerte en el convento de la Merced que poseía “una biblioteca más hermosa y considerable que la del convento de Jesús, y corrió la misma suerte. Contenía muchos libros franceses. He cogido un manuscrito árabe del Corán, una traducción castellana de Virgilio, algunos Elzevir y una parte del atlas de Blaue. Encontré también la correspondencia de los jesuitas misioneros en la India, Pluche, las obras de Bossuet y de Pascal traducidas del francés, y otras muy buenas vertidas del italiano73”.

No cabe duda que le fue rentable la visita.

Con respecto a otra suerte de patrimonio, Casamayor cita varios casos de imaginería expoliada: el 28 de septiembre [de 1808] se celebró la fiesta de San Cosme y San Damián que hace el Colegio Médico, cuya imagen de plata se llevaron los franceses y todo el dinero del archivo y papeles de las pruebas de sus colegiales que tenían en la del Santo Hospital. Tampoco se pudo hacer la procesión de San Miguel Arcángel en su parroquia por el mal tiempo y haberse llevado los franceses del monasterio de Santa Engracia la primorosa imagen de plata que tenía la ciudad en dicho monasterio.

El atropello alcanzó también a la Semana Santa, de la que durante los Sitios se perdió la rica cama de plata del Cristo Yacente, que tuvo que ser sustituida por una de madera74.

Probablemente sea la descripción de Raymond Rudorf , el mejor colofón:

“No hubo circunstancia por terrible que fuera, que mermara el frenesí, el anhelo de robo y pillaje que animaba a las fuerzas napoleónicas. Al entrar en la asediada Zaragoza, en medio de ruinas humeantes y de cadáveres insepultos esparcidos a millares por las calles, encontrándose frente a palacios, casas y conventos derruidos, las tropas francesas se dedicaron a desvalijarlos de forma alevosa. Sin importarles tampoco la peste reinante ni la vigilancia establecida por el mariscal Lannes, no sólo arramblaron con el vino y las pocas provisiones que encontraron sino que, sin el menor escrúpulo, saquearon y asolaron de tal modo la ciudad que ésta quedó totalmente desmantelada75.

¿Conocería todo esto el 8º príncipe Murat en línea directa de sucesión del Gran Duque de Berg, cuando escribió su prólogo?

A.5.3. Al acecho: El capiller del Pilar

Hay un último hecho, relativamente desconocido, con respecto a la curiosidad como mínimo, si no impaciencia, de los conquistadores sobre el que pensaban era el tesoro de los tesoros.

72. Archivo Histórico Nacional, Actas, tomo 1808, p. 101 y ss.73. DAUDEVARD, op. cit., p. 37. 74. G. DE PASO y RINCÓN (1981), p. 30.75. RUDORFF (1977), p. 95.

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Es el que recoge Ramón Cadena sobre el testimonio de Antonio Carbonell, capiller del Pilar, verdaderamente significativo:

“Antes de la ratificación [la firma definitiva del documento de capitulación] corrió el Sr. Lannes la línea, y al retirarse, vino el Sr. dicho con siete más a caballo montados. Llegaron a la puerta del Santo Templo de Nuestra Señora llamada de San Juan o puerta baja: apearon, entraron todos en la Santa iglesia a la hora de la una.

Viólos Antonio Carbonell, capiller de la capilla de San Juan, que [con] mucha atención miraban los daños y estragos que las bombas, granadas habían causado a la iglesia y se salían como admirados. Conoció el capiller por el cinturón que llevaba uno, que era general, y ya se iban, más uno de la comitiva se allegó a decirle que el Sr. Mariscal quería ver a la Sra. Dama (así llamaban –aclara el propio Carbonell- en su lengua a la Virgen Santísima) respondióle que tenía la llave del retrete por donde podía entrar a verla [retrete, palabra en desuso, era el nombre que se daba a ciertas habitaciones o cuartos pequeños, destinados a retiro o descanso]. Retrocedieron y Su Excª entró sólo por el retrete [se entiende pues, la pequeña pieza anexa al altar] en donde se reviste el clero; le dispuso la escalera por donde suben los infantes, le hizo de bracero, subió, se arrodilló, besó solo el manto, se levantó, miró con mucho cuidado a Nuestra Señora todo lo que llevaba y lo que se contenía en el Niño. En este intermedio llegó Mathias la Bieja, criado de la sacristía con las llaves del rejado mayor y la abrió y entraron los de la comitiva. Al bajar le preguntó el mariscal como atónito ¿de qué madera ser este prodigiosa imagen? Como inexperto le respondió Carbonell que él no lo sabía, que había oído que del Líbano y entonces respondió con admiración = ho , ho = [sic, tal cual en el original]. En seguida le preguntó qué ser el medallón del Altar del medio, le respondió representaba la venida de Nuestra Señora en carne mortal a Zaragoza, indicándole al Apóstol pusiera el pilar e imagen traídos del Cielo por los ángeles y los fixara por primitivo altar. Respondió ho, ho. Por último le preguntó qué ser el otro retrato, indicando hacia Santiago y Santos Convertidos, Le respondió el mismo qué significaba: Los Santos Convertidos, que el Apóstol con su predicación había hecho en Zaragoza. Respondió igualmente que en los dos anteriores, ho, ho, y se despidió diciendo grasias, grasias (sic). Salieron de la santa Angélica Capilla y no dudamos que esta demostración en el principio fue curiosidad y refinadísima política fraudulenta y estudiada. Pero lo que a él le pasó en el rato que estuvo sobre la Mesa-Altar de Nuestra Señora, quando bajó turbado no lo sabemos, dixe lo que dijo a los principales representantes de la ciudad cuando fueron a ratificar y firmar la capitulación, la tarde antes pedida y acordada.

Para el día siguiente se dispusieron y fueron los representantes, se ratificaron y firmaron las cláusulas mencionadas. Pero les dixo el Sr. mariscal: Ustedes deben a la prodigiosa Señora, que yo no usé de todo el rigor de la guerra en Saragossa.

Dexo al arbitrio de los piadosos lectores, con lo arriba dicho, el considerar este hecho. Mandó en seguida el Sr. Mariscal fueran todos los cuerpos eclesiásticos seculares y regulares; y por el camino, al ir y al volver, los improraron (sic) los viles, disolutos e irreligiosos soldados napoleónicos. Hizo el Sr. Mariscal al Clero con sus nativos modales, una pesada reconvención como dándoles a entender, eran la causa de la atroz resistencia de Zaragoza.[…] Los que fueron a firmar y ratificar la Capitulación, notaron bastantemente las pesadísimas e incristianas ideas de los ufanos vencedores del sumo esqueleto [Zaragoza] que sólo se miraban en ella

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escombros, ruinas, enfermos y moribundos; de todo esto pudieron hacerse dueños; mas no de los nobles corazones zaragozanos que más los cubrió de oprobio que de victorias y gloria militar, del modo y circunstancia que la tomaron76”.

A.5.4. Exigencias de los conquistadores

Lannes ha provisto un complejo listado de disposiciones para la calle cuando él haga su entrada en la ciudad, desde el Portillo, bajando por la “avenida” principal, recta y ancha, llamada de la Castellana -hoy Boggiero- hasta el Coso.

El colegio de las Escuelas Pías aún conserva hacia dicha calle su amplia puerta de carros, en la que era entonces su fachada principal. Conde Aranda no existía, eran todo huertas, con lo que la fachada que hoy es la principal, era sencillamente la parte de atrás.

En la Gazeta de Zaragoza del martes 7 de marzo (Núm. 3) viene detallado todo el itinerario, quiénes formarían el cortejo, las tropas que cubrirían el recorrido, el engalanamiento de balcones, quiénes le iban a recibir en el Pilar, dónde y cómo. Y sobre todo la obligada, calculada y exigida fórmula del juramento de lealtad a José I, que sería pronunciada en voz alta después de la misa solemne, por el Obispo Auxiliar, el capuchino don Miguel de Santander, el mismo que a la entrada había dado agua bendita e incensado al conquistador: ¿Juráis fidelidad y obediencia a S.M.C.D. José Napoleón I, Rey de España y de las Indias? Y cada uno sin excepción, de los miembros de la Junta suprema, de los Tribunales, Ayuntamiento, de todas las Oficinas Reales, como así mismo del Clero Secular y Regular, de rodillas frente al altar, y elevando su mano, hubo de decir: yo juro. Uno por uno.

Y a continuación el Te Deum de celebración de la victoria en presencia del mariscal Lannes y el resto de la oficialidad francesa. Casi toda, pues el sillón destinado al general Junot estaba vacío, más adelante veremos por qué. Para la ocasión, la Virgen volvía a lucir galas. Quizá no las mejores, pero lucía. Si ya se había tenido la precaución de ocultar lo mejor o no, si las solicitudes del mando ocupante se habían materializado ya o tampoco, cuál fue el contenido protagonista de los paquetes de ida y vuelta que cuenta Pedro María Ric en las muchas idas y venidas que se suscitaron en los inmediatos días, es cosa que aún no podemos ni decidir, ni siquiera opinar. Al menos por el momento.

Porque, en efecto, ha quedado un asunto anterior pendiente, que no era cosa de mostrar en día de tanto boato, pero que privadamente -si se puede llamar así- había sido ya tratado con la Junta : las reparaciones de guerra.

Tenemos al respecto el testimonio directo de don Pedro María Ric , que es a la vez informe, crónica y lamento :

76. CADENA (1808), p. 76.

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“No he podido impedir la extracción de los diamantes más preciosos de la Virgen del Pilar, que fueron llevados a la Casa Blanca (cuartel general de Lannes en las grandes esclusas) por orden del mariscal, aunque devueltas después bajo el pretexto de que se quería hacer con ellos una ofrenda a la Muy Santa Virgen María (así viene ensalzada en el original, Très Sainte Vierge, Muy Santa Virgen), y rendirle el culto más espléndido el día que el mariscal hiciese su entrada en la ciudad.

Pero poco después sin embargo, el mariscal mandó que se me hiciese saber que tenía que ir a su casa con un miembro de la Junta [...] Yo estaba demasiado enfermo [...] sin embargo, el miembro de la Junta se trasladó a casa del mariscal, y éste le dijo que era necesario hacer un regalo a los oficiales superiores del ejército y dejó entrever que la cantidad o el valor del regalo debía ser de unos ochenta mil dólares para el general en jefe, y en la misma proporción para los otros [...] El Cabildo [...] ofreció una manera de salir del problema [...] entregando los diamantes de Nuestra Señora del Pilar [...] pero ninguno de los generales franceses aceptaron los diamantes que se les asignaron. Recibí en última instancia, la orden de quedarme en casa, y que acudiese ante el Gobernador francés solamente un miembro de la Junta, donde había un comisario que desempeñaba actualmente las funciones de intendente y que cogiendo los diamantes, se trasladó con el miembro de la Junta al templo del Pilar para recoger el resto, que el mariscal se encargaría de su custodia, después de todos los rumores que habían corrido77.

77. RIC, Memoires en VAUGHAN, pp. 183-184.

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Otro punto de vista distinto para explicar este flujo de obsequios en una y otra dirección, nos lo ofrece la esposa del general Junot, la duquesa de Abrantes, que sobre el asunto escribió detallada literatura:

“Tomada Zaragoza, una vez que los cincuenta mil muertos de peste fueron arrojados al Ebro o enterrados en fosas, se instauró en la ciudad una cierta tranquilidad sorda; los monjes fueron examinados por su conducta pasada para dar un ejemplo. Fue una medida que se consideró necesaria, y cuanto antes; pero aun siendo necesaria, hubiera podido causar mucho más mal que bien, sobre todo haciéndolo como se hizo:

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se metió a los monjes en sacos y se les arrojó al Ebro. Al Ebro, al que no le gustan esa clase de pescados…

Llama la atención este sentido del humor totalmente inapropiado, que sólo armoniza con el ofreció su augusto marido, el general Junot, cuando ante los atribulados emisarios de Zaragoza, unos días antes de la capitulación, mientras miraban en el mapa la situación de las minas que Lannes había mandado colocar y que estallarían caso de no ceder, Junot añadió, en un colmo también de oportunidad: Es el momento, si lo deseáis, de hacer un cambio en la decoración de vuestras casas.

…. los rechazó de nuevo a las orillas, y el pueblo de Zaragoza pudo ver a sus sacerdotes estrangulados y ahogados. Esto produjo un efecto detestable. Los demás sacerdotes tuvieron miedo, y un buen día por la mañana, una delegación del Cabildo de la catedral de Zaragoza -que es Nôtre-Dame du Pilar- vino a arrodillarse ante el mariscal Lannes, pidiéndole como un favor que aceptase el pequeño regalo (cursiva en el original) que le habían traído, y que era una tercera parte del tesoro de Nuestra Señora del Pilar. Le dijeron, que los otros dos tercios eran para el Duque de Abrantes y el duque de Treviso.

El mariscal Lannes se enojó contra tales emisarios o contra los responsables de haberlos enviado con semejante asunto, y les dijo que antes de venirle a él, era al duque de Abrantes y al duque de Treviso a quienes debían ir para ofrecerles lo que les habían destinado.

Me imagino cómo recibiría Junot a los comisionados [Laura Junot, duquesa de Abrantes, escribe siempre en primera persona, y siempre también se refiere a su marido como “Junot”, con total distancia] dada la situación anímica en que se encontraba éste con la llegada del mariscal Lannes, supuestamente a “resolver de un golpe” un asedio en el que Junot llevaba invertidos dos meses, y enviado además con plenos poderes, con lo que eso conllevaba de censura por parte del Napoleón. Todo esto lo tenía celoso y deprimido. “Napoleón no entendió en ningún momento” -escribió unos días antes a su esposa- lo que era el modo de luchar de los zaragozanos, agarrados a las piedras. Ni tampoco entiendo yo cómo Lannes, que se había comportado como un mal compañero [mauvais camarade, en cursiva, en el original] al aceptar el mando de las operaciones ante Zaragoza, iba diciendo que en el tiempo que se rindió Seringapatam [también un ejemplo de resistencia ante dos ejércitos británicos y uno de Bombay] el Duque de Abrantes atravesaba el Coso78”.

Les acabó preguntando si es que querían reírse de él y echándolos a empellones.

En cuanto al duque de Treviso, mariscal Mortier, que no sufría los cambios de humor del duque de Abrantes, fue más diplomático, pero no aceptó. Los canónigos, encantados, devolvieron el tesoro a su templo, siendo los más felices del mundo (sic) por no haber tenido que dar uno solo de sus diamantes. En la tarde de ese mismo día,

78. ABRANTES, p. 193.

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sin embargo, el mariscal Lannes envió a uno de sus oficiales a exigir la totalidad del tesoro, que llevó a París.”

Y en un claro ejemplo de la mala conciencia que sugiere el famoso aforismo excusatio non petita, acusatio manifesta, aclara la duquesa:

“Debo decir aquí que profeso gran estima al mariscal Lannes, para que se pueda hallar un acento de amargura o de maldad al contar esta historia. Pero la verdad es obligada ante todo.

Conozco todo [sobre el robo de las joyas] no solamente por tradición oral, sino que tengo pruebas de lo que voy a adelantar ahora por escrito, dejadas por el duque de Abrantes con la evidente intención de que yo haga uso si por ventura acabase escribiendo algún tipo de apología sobre su vida. El suceso de Zaragoza y todo lo que conlleva es presencia constante en sus sueños y en sus pensamientos. Después de haber reflexionado sobre lo que debo hacer, he quedado convencida de que debo dar a la luz lo sucedido en aquella época en Aragón79.

Junot, viendo el cariz que iban tomando los acontecimientos, resolvió llevar consigo un informe en el que el primer capellán, guardián del Relicario de Nuestra Señora del Pilar, certificase que el Tesoro había sido enviado al mariscal Lannes. Adjuntó una estimación y una relación de cada objeto. Yo poseo el original de este documento. Voy a transcribirlo, con la traducción al lado. Es un documento de lo más interesante de leer, ahora que los tiempos de superstición están ya lejos de nosotros, y que los reyes no hacen ya este tipo de obsequios descabellados que privaban de pan a provincias enteras.”

La duquesa de Abrantes escribió sus 18 volúmenes de Memorias –el que trata de esto es el XII- entre 1831 y 1835. Este documento fue enviado a Junot un poco antes de salir de Zaragoza, cuando abandonó Aragón para ir al frente austríaco donde llegará aún a tiempo de intervenir en la victoria de Wagram”.

En efecto, tal y como promete la duquesa de Abrantes, madame Junot, transcribe la relación en correctísimo español, con excepción de las “ñ”que aparecen como “n”, y naturalmente los acentos. Hay algún error disculpable, teniendo en cuenta que se trató de un manuscrito, tomar una “n” por una “u”, como por ejemplo “cisue” por “cisne”, o “ponuelos” por “polluelos” si el amanuense no levantó demasiado los palos de las eles. Podrían ser también errores de tipógrafo, pues los hay en la propia redacción francesa, falta de alguna preposición, o alguna letra suelta, “e” o “t” finales, como por ejemplo la palabra diamants, diamantes, aparece a veces como diamans. En todo caso, independientemente de los ligeros errores, es el contenido el que interesa, y tal y como la duquesa anuncia, la traducción de cada párrafo aparece al lado.

79. Ibid. p. 194 y ss.

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Por facilidad de maquetación, reproduciremos aquí la lista horizontalmente, con la traducción de cada párrafo debajo, en vez de ir a la izquierda del texto francés.

Relation ou note des joyaux et ornements d’or et d’argent du reliquaire, et image de la sacristie de la sainte chapelle de Notre-Dame del Pilar, pour les présenter (les offrir) à son excellence l’illustre maréchal Lannes, duc de Montebello.

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Relacion de las joyas y alhajas de oro y plata que han sido extraídas del relicario, o armoria de la santa capilla de Nuestra-Señora del Pilar , para presentarlas al Exmo señor mariscal Lannes, duque de Montebello.

Obsérvese que no hace una traducción literal. Aunque en esencia es muy correcta.

I . Premièrement. Un joyau contenant treize cents diamans, entre lesquels il y en a neuf de singulièrement magnifiques et supérieurs. Ce joyau est fait en forme de cœur; dans le centre est un saint-esprit les ailes étendues... Ce bijou fut laissé par dernier testament par dona Barbara de Portugal , reine d’Espagne ; il a été taxé à 50,000 pesos (ou 250,000 fr.)

I . Primte. Una joya que tienne 1,300 diamantes brillantes, entre los que hay nueve de singular magnitud y muy superior precio , su forma a manera de corazón , en el centro tiene un cisue tendidas las alas descansando en el tronco y a cada lado un ponuelo. La dexo en su ultimo testamento la Sra dona Maria-Barbara de Portugal , reyna de Espana. Se halla tasada en 50,000 pesos. ( 250,000 fr. )

Es curioso ver que aparece mucho más detallada la traducción al español que el texto francés. En concreto y dejando aparte que transforma el cisne que aparece en el original del Cabildo del Pilar (más adelante lo reproduciremos) en blanca paloma del Espíritu Santo, omite los complementos “descansando en el tronco y a cada lado un polluelo”, detalles que sí que están en el original manuscrito. Cualquiera podría pensar que pretendía que el libro publicado fuese a parar a ojos españoles, para que comprendiesen bien la magnitud de lo sucedido, e importándole algo menos lo que sus compatriotas pudiesen pensar.

En todo caso esa no es la objeción mayor. Luego veremos que hay errores en cantidades y precio, francamente llamativos.

II . Un œillet jaspé composé de rubis , de diamans et de topazes , tous brillans , posé sur un pied d’émeraudes orientales très-limpides , etc., etc.. Il fut donné par la Exma Sra Dna Maria-Theresa Ballabriga, femme de Exmo Seigneur infant d’Espagne, D. Louis de Bourbon, dans l’an 1778... Ce joyau a été taxé et estimé 7,000 pesos (ou 30,000 fr.).

II . Un clavel jaspeado compuesto de chispas y diamantes y rubíes todos brillantes, sobre un pié de esmeraldas orientales y muy limpias puestas en oro con sus dos capullos , el uno cerrado y el otro à medio romper... la dio la Excma. Sra. dona Maria-Teresa Ballabriga , mujer de Excmo. Sr. don Luis de Borbón en el año 1778. Tasada en 7.000 pesos (30.000 fr.).

III . Une couronne que donna de ses deniers don Juan Saenz de Burnaga , archevêque de Saragosse , dans l’année 1775.. . elle est tout en or et garnie de diamans, rubis et topazes, tous brillans avec un pectoral de très-magnifiques topazes, ayant au milieu une chrysolithe Ce bijou taxé et estimé 30,000 pesos (ou 140,000 fr. )

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III . Una corona que hezo à sus expensas en el año 1775 el Ilmo. Sr. don Juan Sáenz de Burnaga [Buruaga] arzobispo de Zaragossa... es toda de oro, guarnecida de diamantes, rubíes y topacios todos brillantes .. y arriba un pectoral de finísimos topacios y en medio un crisolito... tasada en 30.000 pesos ( 140,000 fr.).

IV . Une autre couronne que fit faire aussi à ses dépens le même seigneur archevêque, en l’an 1780 .. Elle est tout en or et garnie de diamans , de rubis , tous en brillans , montée sur une croix qui tient à son pied un cercle d’or sur lequel est un rang de diamans , estimé 5,000 pesos (ou 23,000 fr.)

IV . Otra corona que mandó hacer a sus expensas el referido Arzobispo y se presentó después de su muerte en el año 1780; es toda de oro guarnecida de diamantes y rubíes todos brillantes; remata en una cruz que tiene en su pie un cerculo de oro un diamante tostado y se halla tasada en 5.000 pesos (23.000 fr. )

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V . Un bijou dans lequel est renfermé le portrait du roi de Portugal, recouvert d’un cristal et entouré de soixante-deux diamans, tant petits que gros , mais tous en brillans. Le roi de Portugal le donna au marquis de la Compuerta , et le marquis le laissa par testament à Notre-Dame del Pilar, estimé à 8,481 pesos (ou 37,164 fr. )

V . Una joya obalada en donde está pintado el rey de Portugal con un christal sobre el retrato que tiene distribuidos por todo el 62 diamantes brillantes chicos y grandes bien montados. La regaló el rey de Portugal al marqués de la Compuerta.. y después la dexô el Excmo. señor marques en su testamento a Nuestra Excma Señora, tasada en 8.481 pesos ( 37.164 fr. )

Sin explicación alguna se salta la joya VI.

VII . Une paire de pendans d’oreilles avec vingt-huit diamans, roses, montés en or, desquels pendent deux petites poires uniformes de belle blancheur en forme d’amande ; elles furent données par la sra Illma dona Maria Ignacia, au mois de mars 1743 , estimée 1,855 pesos (ou 7,820 fr. )

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VII . Una par de pendientes con 28 diamantes rosas montados en oro de donde cuelgan dos perillas uniformes de hermosa blancura en forma de almendras; los dio en el marzo de 1743 la señora dona Maria-Ignacia Azlor y Cheverz , tasada en 1.855 pesos (7.820 fr.)

VIII. Une grande croix de l’ordre de Calatrava, d’or émaillé , avec cinquante-deux diamans de diverses grandeurs , etc. Estimée 3,343 pesos (ou 15,062 fr. )

VIII. Una venera ò cruz de la orden de Calatrava esmaltada de oro con 52 diamantes diverses magnitudes , etc. Tasada en 3,343 pesos ( 15,062 fr. )

IX. Un joyau contenant cent soixante-deux diamans , roses , d’une très-belle eau et très-blancs. Au milieu est un esclavage en or émaillé, noir et blanc  ; celui qui le donna à Notre-Dame fut le seigneur très-illustre don Juan d’Autriche, le jour de la Conception de l’an 1669. Ce joyau taxé 6,898 pesos (ou 31,036 fr. )

IX. Una joya que tiene 160 diamantes rosas de bella limpieza y blancura que tiene en medio una esclavitud esmaltada de negro y blanco con corona, etc., etc., la dio a nuestra senora el Illmo senor don Juan de Austria en el dia de la conception de l’ano 1669, tasada en 6,898 pesos (31,036 fr.)

X. Une croix de sant’Iago avec soixante-huit diamans montés en or, si beaux par leur belle eau et blancheur, qu’ils paraissent être d’une seule pièce. Ce joyau est taxé et estimé 8,418 pesos (ou 37,886 fr.)

X. Una cruz de sant Iago , con 68 diamantes montados en oro par las dos caras todos rosas tan bellos que por su blancura parece que estan cortados de una pieza. Tasada 8,418 pesos ( 3,8786 fr.)

Obsérvese el curioso descuido –doble por otra parte- de que la cifra en francos no coincide, además de estar mal puesta la coma separadora de miles.

Después hay –dice la duquesa- algunos artículos (11 , 12 y 13) muy simples, que es inútil mencionar. (y pasa directamente al XIV). Ver p. 59.

XIV. Deux portraits garnis de diamans en brillans, dont l’un représente l’empereur Francois Ier , et l’autre l’impératrice Marie-Thérèse d’Autriche, reine de Hongrie et de Bohème, son épouse. Ce fut don Antonio de Azlor qui les laissa par son testament et codicille, l’an 1773, le 18 de juillet, estimés 16,000 pesos (ou 72,000 fr.).

XIV. Dos retratos guarnecidos de diamantes brillantes el uno de imperador Francisco I y el otro de la imperatriz doña Maria-Teresa de Austria su esposa. Los dexo el Exmo señor don Antonio de Azlor en su testamento que otorgó en 18 di julio de 1773, en tasados 16,000 pesos ( 72,000 fr. )

XV. Un rameau appelé de la duchesse de Vellahermosa, composé de plusieurs fleurs en pierres précieuses, de beaucoup de diamans, roses et rubis, avec huit émeraudes, donné par la marquise de Camarasa, taxé 2,302 pesos (ou 35,873 fr.).

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XV. Un ramo llamado de la duquesa de Villahermosa, di variedad de flores de todos colores compuesta di diversas piedras preciosas una violada, ocho esmeraldas con mucho diamantes rosas y rubies la dio la Exma señora marquesa di Camarasa. Tasada 2,302 pesos 35,873 fr.).

XVI. Un joyau avec cinquantesept diamans montés en argent, et le revers émaillé de noir, blanc et incarnat, donné à Notre-Dame, par l’illustre dona María-Isabelle de Savoie, reine d’Espagne, estimé 4,719 pesos (ou 24,190 fr.).

XVI . Una joya con 57 diamantes montados en plata y el reverso esmaltado a negro blanco y purpura la dio a nuestra señora [por] la reyna de España doña Maria-Isabella de Saboya. Tasada 4,719 pesos (24,190 fr.). Total … 1,245,236 pesos

La taxation (estimation) de ces bijoux donne le résultat d’un capital de un million deux cent quarantecinq mille deux cent trente-six pesos… monnaie d’Espagne. Ainsi que le certifie le livre qui existe dans la sacristie dont j’ai la charge et à laquelle j’en appelle. Le tout donné par l’ordre de M. le président. Certifie la presente en cette église, à Zaragossa, le 3 avril 1809.

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La tasación de d’has alhajas suma, un million doscientos quarenta y cinco mil doscientos treinta y seis pesos y medio, de a ciento veinte y ocho quartos cada uno, que equivalen a diez i ocho millones setecientos cincuenta y un mil setecientos noventa y seis reales y veinte y quatro más en todo moneda de España, toda la qual asi resulta del libro que existe en la citada sacristía a mi Cargo à que me refiero. I para que de ello conste doy con orden al señor presidente à 3 de abril de 1809.

Y ya aparece firmado por PASQUAL ERRANZ,

Capp. à Nostra Señora del Pilar.

Y debajo de este documento del que yo tengo el original –concluye la duquesa- está escrito de la propia mano del duque de Abrantès:

“ Hecho en libras tournois: 4,687,949 fr. “

Le duc D’A

El documento nos aclara, con nota a pie de página : Hay dos pesos en España, uno que no es otra cosa que la “piastra” (peso fuerte), la otra, una moneda ideal pero que no se utiliza mucho en el comercio, que es el peso sencillo; éste no vale más que 3 francos y 15 céntimos, mientras que el peso fuerte vale 5 francos.

Esta lista y su tasación es la que comúnmente se conoce como “la lista de la duquesa” que ha aparecido con frecuencia citada80.

No obstante merece la pena mirarla una vez más. Con detenimiento. Porque al hacerlo así, y sobre todo cotejándola con otras fuentes, incluso consigo misma en ediciones posteriores, descubrimos detalles muy interesantes. Algunos finos, pero algún otro muy grueso. Empecemos por éste.

El detalle grueso es que –sorprendentemente- la cifra total está equivocada, muy abultada.

Exageradamente abultada: si sumamos el valor de las doce joyas que aparecen tasadas –no olvidemos que faltan cuatro- el total alcanza 144.016 pesos y no un millón doscientos cuarenta y cinco mil. Diferencia más que notable. Y no es porque haya sumado en francos aunque al final ponga pesos, porque salen 704.031 francos, cifra que tampoco coincide con nada. ¿Podría ser debido a la joya número VI que no aparece referenciada? Porque sobre las XI , XII y XIII que tampoco aparecen, la misma duquesa advierte que no son dignas de mención.

No parece sin embargo nada probable que la joya número VI valga ella sola, más de un millón de pesos, en concreto 1,101.220. Porque de ser así, evidentemente aparecería referenciada.

Entonces ¿qué ocurre?

Vamos a intentar encontrar una explicación. Porque, si bien no disponemos del original de la lista –la duquesa sí por supuesto– sí disponemos de una copia con certificación explícita de

80. NOUGUÉS Y SECALL (1862), incluye sólo doce joyas, pp. 364-365; PASAMAR LÁZARO (2008) da las cifras correctas respetando las ausencias de la duquesa.

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que “concuerda con sus respectivos originales” , de fecha 16 de abril de 1809 (el original de la duquesa es del 3 de abril). Si sólo se llevan trece días de diferencia y de su autenticidad da fe el secretario del cabildo, Pedro Castillo, que declara tratarse de copia exacta del referido por la duquesa, no cabe mejor aval81..

El documento en cuestión, la “segunda lista”, es una Relación adjuntada a la respuesta del Cabildo a la solicitud de fecha 11 de junio de 1814 del Excmo. Sr. Ministro del Despacho de Gracia y Justicia. En efecto, éste se dirigió al Cabildo de Zaragoza para que confeccionase una relación de cuantos “papeles, pinturas y objetos de bellas artes” hubiesen desaparecido como consecuencia del gobierno intruso de José Bonaparte. El documento elaborado de acuerdo con tal solicitud se reproduce a continuación “en facsímil” para que se vean completos los huecos que faltaban en la anterior lista de la duquesa y se aprecien –y se reconozcan- los errores. Sobre todo al certificarse ser “concordante esta copia con sus respectivos originales de 3 de abril de 1809”.

La solicitud completa va dirigida según se indica al pie del documento como es preceptivo, al Iltmo. Señor Presidente y Cavildo (sic) Metropolitano de Zaragoza, que transcrita punto por punto, dice:

Iltmo. Señor.

El Exmo. Señor Ministro del Despacho de Gracia y Justicia en oficio de 4 del corriente me dice lo siguiente = El Rey ha resuelto que se reclamen al Gobierno actual de Francia todos los papeles, pinturas y objetos de bellas artes [e] Historia Natural que haya trasladado a aquel Reyno el Gobierno intruso de Josef Buonaparte (sic) durante su dominación y a

81. Archivo Capitular del Pilar, Alm. 6, cax. 6 , lig. 3 , nº 15.

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este fin ha resuelto S.M. que V.I.S. remitan una Lista circunstanciada de los objetos de esta clase que hayan llevado pertenecientes a esa Catedral y demás Iglesias de su Diócesis. Lo que de Real Orden cominico a V.I.S. para su inteligencia y cumplimiento.

Lo traslado a noticia de V.S.I. para que en su virtud se sirva acordar las órdenes más conducentes a que tengan su debido cumplimiento las rectas intenciones de S.M. por lo respectivo a los dos Templos Metropolitanos de la presente Ciudad.

Dios guarde a V.S.I. muchos años

Zaragoza, 11 de junio de 1814

(y la firma) Iltmo. Señor

Pedro Valero Pr. Y la rúbrica.

Y arriba a la izquierda se halla anotado: Se contestó y remitió la Lista con fecha de 17 de septiembre de 1814

Detrás de esta solicitud y como si fuese la tapa de la mencionada lista iba un folio con esta cabecera:

Año de 1809 (como veremos luego, se hizo pues copia literal del registro existente de lo solicitado): Para la Sacristía de la Virgen del Pilar, y su libro de inventario. Esta lista y suma de la valoración está equibocada (sic) ó errada, porque se pidió y se hizo con la mayor premura y precipitación.

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La reproducimos a continuación. Como ya habíamos comentado, la cifra en que está “equibocada ó errada” es nada menos que la séptima cifra, de modo que donde inicialmente se anotaron un millón doscientos cuarenta y cinco mil, doscientos treinta y seis pesos, cifra de la duquesa de Abrantes, y que –digámoslo así- ha pasado a la posteridad, la corrección rebaja a una cifra casi ocho veces menor. El error es en efecto de un millón de pesos.

Relacion de las Joyas y alhajas de oro y plata qe

han sido extraídas del Relicario, o Armario de la Sacristía de la

Sta. Capilla de Nª Sª del Pilar , para presentarlas al Excmo

Sor Mariscal Lannes, Duque de Montebello.

Númos de Inventº Primerame una joya de diamantes Pesos 394…. brillantes que componen 1900 entre los que hay 9 de singular magnitud y muy subido precio. Su forma a manera de corazón ; en el centro tiene un cisne tendidas las alas des- cansando en el tronco, y a cada lado un polluelo. La dexo en su ulti- mo Testamento la Sa Dª Maria Bar- bara de Portugal, Reyna de España tasada en cinquenta mil pesos …. 50,000

448 …. Un clavel jaspeado compuesto de chis- pas de diamantes y rubíes todos brillantes , sobre un pie de esmeral- das orientales y muy limpias puestas en oro con sus dos capullos , el uno cerrado , y el otro à medio romper con su gancho largo de oro, puesto en una caxita de zapa verde con su charne- la de plata. Lo dio la Excma. Sra. Dª Maria Theresa Vallabriga en 1778(añadido bajo línea) muger de Serenº. S. Infe. de España D. Luis de Borbón tasado en . . . . . . . . . . . . . . . 7000 426 Una corona que hizo a sus expensas en el año de 1775 el Illmo. S. D. Juan Saenz de Buruaga , Arzobº de Zara- goza, y la presentó y puso en la Sª. _____________________ 57,000

(pasa de página) Suma la antecedente . . . . . . . 57,000 Pps

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Imagen la Vispera de Nª. Sª. Del Pi- lar, habiendo antes dicho Misa en la Sta. Capilla: Es toda de oro, guarnecida de diamantes rubíes, y topacios todos bri- llantes : lleva en círculo compuestos de diamantes doce atributos de Nª. Sª ; a saber, la Nave, el Pozo, la Fuente, el Castillo, la Luna, el Sol, la Estrel- la , la Torre, la Palma, el Lirio, la Rosa, y el Cedro; lleva en el cen- tro un triángulo de diamantes, y dèl se desprende una palomita de brillan- tes, como mirando a Nª Sª y arriba un pectoral de finíssimos topacios y en medio un crisolito, tasada en . . . . . . 30.000

445 . . . Otra corona que mandó hacer a sus ex- pensas el dho. S. Arzobispo, y se pre- sentó después de su muerte en 1780; es toda de oro guarnecida de diamantes y rubíes todos brillantes, remata en una cruz que tie- ne en el pie en un círculo de oro un diamante tostado . . tasada en . . . . . 5000

425 Dos retratos guarnecidos de diames brilles, el uno del Empr. Franco. 1º y el otro de la Empz. María Theresa de Austria su Esposa Reyna de Ungria

los dexó vinculados pa. la Virgen el Exº- S. D. Antonio de Azlor , con prevención de que se pusieran pa. su mayor adorno en la Sa Imagen en ciertos días prales del año que se- ñala en su Testamento y Codecilo, que otorgó en 18 de Julio de 1779 , estan tasados en . . . . . . . . . . . . 16000 _____________________ 108,000

(pasa de página) Suma la antecedente . . . 108,000 Pps

10 Una joya obalada, en donde está pin- tado el Rey de Portugal con un cristal sobre el retrato, el que tiene distribui- dos por todo él 62 Diames brillantes bien montados entre chicos y grandes: La regaló el Rey de Portugal al

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Marques de la Compuerta, quando se ajustó el casamiento de su hija con el Príncipe de Asturias; y después el dho Marqués la dexo en su Tes- tamento para NªSª ; tasada en ………. 8481

147 Un corazón de un aljófar muy grande que ha sido de un bastago con un her- moso rubí al un lado, y al otro una esmeralda; al corazón le sale una punta de oro que parece salta con una rosa de oro esmaltada de blan- co y rojo con tres rubies y tres diames

pesa media onza y dos as tasado en 116

248 Un par de pendientes con 28 diames rosas montados en oro, de donde cuel- gan dos perillas uniformes de hermo- sa blancura en forma de almendas. Los dio en el Marzo de 1743 la Sa Da. Maria Azlor y Cheberz, tasados . . . 1855

4 Una venera, ó Cruz de la orden de Calatraba, esmaltada de oro, con 52 des

de diversas magnitudes, y el reverso está esmaltado de azul negro y purpu- ra : La dio a Na. Sa. el Exmo Sr. Conde de Baños, y está tasada en tres mil, novecientos, quarenta, y tres pesos . . . . . . . . . . . . . . . . . 3943 _____________________ 122,395

(pasa de página) Suma la antecedte 122,395

3 Una joya que tiene al todo 106 diames

rosas de bella limpieza y blancura tiene enmedio una esclavitud esmaltada de negro y blanco con coronas y dos palmas verdes en las dos ceras: La dio a Na. Sa el Exmo S. D. Juan de Aus- tria en el día de la Concepcion del año de 1669 , tasada en . . . . . . . . . . . 68911/2

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379 Una cruz ó Pectoral, de S. Tiago que se ponía el Santo Apostol en ciertos días del año con 68 diamantes montados en oro por las dos caras todas rosas, y tan bellos que por su blan- cura parece que estan cortados de una pieza, está tasada en . . . . . . . . . 8418

15 Una joya de oro de forma redon- da ovalada con una orla que lleva 124 diamantes con una esmeralda , y encima una venera de Calatrava conç esmalte rojo llevando por copete una lazada: La dio a Na. Sa. la Marquesa de Navarense y Cabrera tasada en . . . . . . . . . . . . . 323

481 Otra joya con su corona de oro , y 64 diamantes rosas que pesa 121/2 : Lo dio la Sa. Da. Maria Teresa Ibañez Viuda del S. D. Ignacio de Segovia, Oi- Dor de esta Rl. Audiencia, tasada en Ciento veinte y ocho pps. . . . . . . 128 _____________________ 1 138,1551/2

Como se explica al final, se había hecho la suma mal [muy mal] y salía aparentemente un millón ciento treinta y ocho mil, cuando sólo eran ciento treinta y ocho mil

(pasa de página) Suma la antecedte 1 138,1551/2

408 Otra joya redonda de oro con quatro cer- cos que lleva 39 diames : La dio a Na. Sa. Da Manuela Lostal por mano de su marido D. Pablo Castellano en 3 de Octubre de 1765 , tasada en . . . . . . . 60

57 Un ramo llamado de la Duquesa de Villa- hermosa, de variedad de flores de todos Cfa colores, compuesto de diversas piedras precio-Que Numº 57 es- sas, una violada, ocho esmeraldas con mu-ta equivocado chos diamantes, rosas, y rubies. La dio la Exma. Sa. Marquesa de Camarasa: se halla tasado dos mil trescientos y dos ps 2302

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P. 2 Una joya cerrada de diamantes rosas con copete que tiene 57 diamantes, los 27 rosas de medida, los 30 pequeños sonditos y tablas; todos los diamantes están montados en plata y el reverso esmaltado de blanco, negro y púrpura. La dio à Na. Sra. la Reyna de España Da. Maria Isabela de Saboya : Se hallan tasados los diamantes por su me- dida y calidad en . . . . . . . . . . . . . . . 4719 _____________________ Suma total es . . . . . . 1 145,236 pps 1/2

Suma la tasación de dichas alhajas un millón ciento , quarenta y cinco mil, doscientos treinta y seis pesos y medio de à ciento veinte y ocho quartos cada uno, que equivalen a diez y ocho dos millones sete cientos cincuenta setenta y ocho mil quinientos cuarenta y siete res [como puede verse en las tres últimas cifras no hay tachaduras, pero las definitivas van sobre las antiguas, marcando con insistencia los caracteres en trazo fuerte] y veinte y quatro más de vn, que son [y ahora viene todo tachado: novecientos treinta y siete mil quinientos ochenta y nueve duros y seis res y veinte y quatro más de vn, todo moneda de España.] Todo lo qual así resulta del Libro que existe en la citada Sacristía de mi Cargo a que me refiero; y pa. que conste doy con orden del S. Presidente de dha Sa. Igla. la presente firmada en Zaragoza a 3 de abril de 1809 = Dn Pasqual Herranz.

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[continua el escrito advirtiendo al margen “Carta del S. Presidente”] = Exmo Sor. = Muy Señor mio, y de todo mi respeto: A consequencia de lo que V.E. se ha servido insinuarme, le remito con el Secretario de esta Sa. Iglesia Dn Pedro Castillo la adjunta lista que expresa las joyas que fueron sacadas del Relicario de Na. Sa. del Pilar para presentarlas al Exmo Señor Mariscal Lannes, Duque de Montebello: Celebrare haber satisfecho los deseos de V.E. y que me honre con sus preceptos = Dios gue a V.E. msas.

Zaragoza 3 de Abril de 1809 = D. Pedro Athanasio Pardo y Arce, Arcno mayor del Salvador, Presidente = Exmo S. Duque de Abrantes, Governador general del Reyno de Aragon =

Concuerdan estas copias con sus respectivos originales de lo qe certifico en Zaragoza 16 de Abril de l809.

Pedro Castillo

Srio [con rúbrica]

Y en el propio documento, al pie y manuscrito –aunque parece por la tinta que no ha sido por la misma mano-se incluye la referencia para el archivo:

Arm. 6 . caja 6 . lig. 3. Sub. N. 15

Como puede verse, la cantidad definitiva es sólo de 145.236 pesos y medio, aun contando –ahora sí- las dieciséis piezas en total.

Pero con ser éste un error mayúsculo, no es el único.

En efecto, comparando ambas relaciones vemos también que existen más que sustanciosas diferencias en la descripción de algunas de las joyas. Y no diferencias de estética o de pura geometría figurativa, sino económicas.

La joya número I aparece en la lista de la duquesa como “una joya de trece cientos de diamantes brillantes…”. Es decir, 1.300 diamantes. En la certificación de Pedro Castillo en cambio, aparecen 1.900 diamantes. ¿Una simple confusión de un tres por un nueve?

Quizá, pero en la joya número IX hay otra discordancia, y esta vez va en letra. La duquesa escribe, cent soixante-deux diamans, ciento sesenta y dos, mientras que en la copia del archivo del Pilar (allí es la joya nº 3), se describe con guarismos, 106 diamantes. ¿De nuevo una simple dislexia de cambio de orden? Eso explicaría el uno y el seis, pero ¿y el dos final, el que contabiliza 162?

¿En cuantas cosas más erró la duquesa de Abrantes, madame Junot?

No deja de ser curioso por otra parte, que siendo ambos documentos –como celosamente se indica- copia exacta uno del otro, o ambos de un tercero de fecha 3 de abril de 1809, la enumeración de las joyas tenga distinto orden. ¿Hubo entonces más de una lista, y no solo aquella de la que dice la duquesa de Abrantes “Y debajo de este documento del que yo tengo el original –recordemos que lo enfatiza en cursiva- está escrito de la propia mano del duque de Abrantès: Hecho en libras tournois: 4,687,949 fr. Le duc D’A. »

No cabe duda que la sensación de semejante retahila de inexactitudes severas, deja como mínimo perplejo. No puede ser que una intencionalidad vengativa o cuando menos

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reprobadora, le haga cometer tales errores. No puede ser que ni la duquesa, ni el duque D’A , ni los transcriptores, ni los secretarios que firman y corroboran, no sepan sumar. La sensación que uno tiene es que deben faltar documentos, otras listas quizá, otras donaciones –o apropiaciones- u otras personas implicadas, ya fueran éstas simplemente descuidadas o quizá cómplices, si es que había algo de lo que ser cómplices… por cierto ¿franceses o españoles? En todo caso, lo que resulta evidente es que las sumas deberían cuadrar , y no lo hacen en absoluto.

Con respecto a las tachaduras ¿son del mismo 1809, o son de 1814 , cuando se contestó al requerimiento del Ministro del Despacho de Gracia y Justicia?

Una penúltima reflexión. Para el presente trabajo se ha tenido acceso a tres ediciones diferentes de las Mémoires de la duquesa de Abrantes:

-Una de 1833, la primera edición, es decir “la original”, hecha en París en Librería Chez Mame-Delaunay, que es de la que se han reproducido algunas páginas. La Relación de las joyas y alhajas… aparece en el tomo Douziéme (decimosegundo), en las páginas 216 y siguientes.

-Una segunda, también de 1833 pero hecha en Bruselas, en Louis Hauman y Comp., en la que la Relación va también en el tomo Douzième, pero en las páginas 196 y siguientes, con lo cual se supone que ya sufrió una reestructuración. Pero la atención a los detalles fue pequeña, pues si bien en la joya X se corrigió el error de la coma

no se apercibieron que la transformación en francos daba distinta cifra.

En ambas no obstante, la suma final seguía siendo la abultada: 1, 245. 236 pesos.

-Una tercera de 1835, de la misma editorial de la primera, Chez Mame-Delaunay, pero en la que la famosa Relación aparece en el tomo Huitième, octavo, páginas 265 y siguientes. Ha habido pues un nuevo e importante reajuste, pero sobre todo al ser una edición posterior, se han podido corregir errores. Como en efecto ha ocurrido definitivamente con la joya número X que ahora lleva la coma bien puesta y la cifra coincide.

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Lo que quiere decir que las cantidades se revisaron. Más aún, se corrigió el desajuste en la joya IX:

En la original, y como ya hemos indicado.

aparece un 160 en número/ ciento sesenta y dos en letra, que desentona.

En la del mismo año, 1833, pero en Bruselas, aparece igualmente la misma discordancia

Definitivamente sin embargo, en la revisada de 1835, hasta esto se ha corregido:

Sin embargo, a pesar de lo cuidadosa que parece esta última reedición, lo cierto es que al llegar a la suma total, aparece de nuevo el millón doscientos cuarenta y cinco mil doscientos treinta y seis pesos, refractario a toda revisión.

La duquesa pues, consiguió perpetuar, bien consolidada, la cifra del expolio.

La falsa cifra.

Una duda que uno se plantea es la expresada por Lafarga Maduell en su exhaustivo estudio sobre la faceta literaria de la duquesa, en la que resume sus conclusiones con esta afirmación global, que aunque no se refiere en absoluto a asuntos contables, sino de veracidad de recuerdos, permitirían quizá adivinar una explicación;

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“La realidad y la ficción o, si se quiere, lo históricamente verdadero y lo imaginado, lo vivido y lo literario, tienen límites inciertos en las obras autobiográficas de la duquesa de Abrantes. Por una parte, la distancia de más de veinte años entre sus estancias en España y la redacción de las Mémoires y de los Souvenirs podría justificar deslices y errores. Por otra, la relación, algo más que casual, entre episodios y personajes aparecidos en sus obras biográficas y sus obras narrativas viene a añadir un nuevo elemento de confusión entre realidad y ficción82.

Faltaría aún una última reflexión con respecto a las joyas de Zaragoza: la apreciación que al final del repetidamente citado documento se hace sobre el destino de las joyas. En efecto, dice la duquesa de Abrantes: “Es pues un hecho probado auténticamente [la duquesa enfatiza de nuevo esta última palabra] que el tesoro de Nuestra Señora del Pilar era un hermoso y raro conjunto. El mariscal Lannes lo llevó a Paris y dijo al Emperador: “He traído de allá abajo [así lo dice madame Junot] algunos pedruscos de colores que no valen nada… Si Vos lo deseáis, las enviaré a quien decidáis. Junot y Mortier se han hecho los dignos… y los he censurado; si queréis dármelas me haréis feliz”. El Emperador –siempre según la duquesa- se las dio sin saber lo que le regalaba83”.

¿Es verosímil ese diálogo? Conociéndose bien ambos amigos, el mariscal y el emperador, desde hace tantos años, con embrollos económicos muy serios por entre medio como veremos en siguientes apartados –el affaire Portugal- y sobre todo con la filosofía de guerra que ya conocemos, ¿es lógico que acepte Su Majestad Imperial que el mariscal Lannes, después de la difícil campaña española, de su gravísima caída de caballo, de los amargos sesenta días ante Zaragoza, del desgaste del ejército francés, sólo se traiga “de allá abajo” quelques méchantes pierres de couleur qui ne valent rien?

En todo caso, la palabra auténticamente empleada por la duquesa parece probar que el mariscal Lannes llevó diamantes a París. En ese sentido pues podríamos decir que, en cierto modo, “obedecía órdenes” al intentar aportar caudales a la costosa causa de su Emperador.

La duda entonces es otra, si los llevó todos o sólo parte. Si los llevó todos, qué fundamento tienen entonces esas sospechas de desmesura que la duquesa parece querer denunciar con la exhibición de su lista. ¿Acaso pensó madame Junot que el mariscal Lannes iba a “desnivelar” en su provecho un imaginable reparto? Por otra parte ¿tiene sentido llevarse una joya como la primera, de 250.000 francos, y otra como la VI de 300 francos, que por eso seguramente ni la menciona la duquesa, por lo ridícula que resulta tal cantidad?

¿Para qué coger una pieza de 300 modestos francos? ¿Por un afán de cuadrar lo calculado y llevarse exactamente un determinado montante? En ese sentido pues, no podría hablarse técnicamente de un robo sino de un ajuste contable de sumas.

Pues quizá sea eso. O quizá haya otra razón. Es una especulación, pero también los comentarios de la duquesa de Abrantes son pura especulación. Y es que, aun siendo barata, esa joya número VI , una pieza redonda con 39 diamantes (que visto el precio serían muy pequeños) podía ser muy bella, y capaz de adornar a “la mujer más hermosa de Francia” (son palabras de Napoleón, lo veremos en un capítulo posterior), es decir a Louise de Guéhéneuc,

82. LAFARGA MADUELL (2012), p.41.83. ABRANTES (1833), p. 221.

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duquesa de Montebello y por consiguiente la esposa de Lannes. Si fuese éste el motivo –repito que es pura especulación- se trataría de “un pecadillo” por amor. Esa apropiación, aunque censurable desde luego, si se cede el resto al Imperio, no tendría el sentido que Madame Junot quiere darle al asunto, que no es otro que considerar al mariscal Lannes directamente como un ladrón sin más paliativos, descarado, deshonesto e imperdonable.

A.5.5. Lección de Gramática: las reparaciones de guerra

Después de haber visto lo mal que se le dan las Matemáticas a la duquesa de Abrantes, es el momento de probar nosotros con la Gramática. Consideremos un sustantivo, un verbo y un complemento circunstancial de modo.

Empecemos por el sustantivo: compensación.

Entender el significado de las llamadas reparaciones de guerra es muy sencillo. Lo hemos visto en el apartado A.2.1. al hablar de los 160 cañones del Archiduque Carlos en Viena. Si el soldado se va a dejar matar para perforar esa barrera, ha de ser a cambio de algo. En su magnífico estudio sobre la guerra de sitios, Francisco Escribano84 plantea el hecho de forma clara: supongamos dos pueblos A y B. El pueblo A tiene hambre y el B tiene trigo. A tiene espada y B no. Consecuencia irremediable: A atacará a B, y se quedará con su trigo, su dinero y su gente como esclavos.

En el momento napoleónico, las cosas son más civilizadas: B puede evitar la espada de A, pagándole. Las penalidades de los soldados que lo atacaron, la sangre de los que fueron heridos y el sufrimiento de las familias de los que murieron. Y la pólvora, y los caballos, y los uniformes y las armas… Todo eso tiene un precio. Y civilizadamente se permite que, reduciendo todo a cifras, se compense. Las reparaciones de guerra siempre han existido, se tienen noticias documentales ya desde las Guerras Púnicas.

¿Qué tiene pues de extraño que un intendente, civilizadamente, cuantifique el desgaste del ejército francés en su lucha por Zaragoza?

Visto ya el sustantivo, reparación, conjuguemos ahora el verbo: aceptar. La ciudad –no entremos por el momento en cómo- ofrece la parte correspondiente de la reparación estipulada, a los dos mariscales vencedores: Mortier y Lannes.

Mortier acepta… aunque al día siguiente lo ofrece de nuevo a la Virgen. Por escrúpulo religioso, porque es un hombre de principios, por convicción personal, Mortier devolverá su parte. Pero en un primer momento, y según costumbre, acepta la reparación de guerra85.

Lannes en cambio, no la devuelve. Acepta igualmente la reparación debida por parte del vencido, pero decide gestionarla. ¿Es por eso el cruel depredador, condenado para siempre por el juicio de la Historia?

84. ESCRIBANO (2009). La guerra de sitios, p. 194.85. THOUMAS, op. cit. p 268; LEJUNNE (1908), op.,cit. p. 340.

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Finalmente, el complemento circunstancial de modo: como era la costumbre. Es habitual en la bibliografía encontrar que se da tal complemento por sentado: como en otras ciudades86 .

Para que la reflexión fuera completa faltaría en realidad un adverbio de cantidad. En una Zaragoza destrozada, sin recursos de ninguna clase, con cincuenta mil cadáveres, muchos de ellos insepultos, con los apenas diez o quince mil supervivientes, enfermos, famélicos, exhaustos, y sobre todo atemorizados ¿le hubiera sido difícil al conquistador llevarse –así, simplemente- TODO el tesoro del Pilar? ¿O la ciudad entera, si hubiera sido su voluntad?

Hasta ahora hemos hablado de cuantía, de cifras. Hablemos ahora de posible autoría.

A.5.6. Informes españoles. Informes franceses

Volvamos a la narración de los hechos. Supuestamente -dice Zins- después de la ceremonia del 5 de marzo, las autoridades habrían ofrecido a Lannes un hermoso ramo de flores en pedrería, sacado del tesoro de Nuestra Señora del Pilar. A su vez se le habría ofrecido a Mortier un clavel en diamantes de valor cien mil francos. Pero mientras éste sólo aceptó momentáneamente el regalo, para donarlo de inmediato a la Virgen, Lannes aceptó el presente y se lo quedó87. “Sin embargo, diversos testimonios nos señalan que Lannes no había esperado a la ceremonia del 5 de marzo para gozar de los tesoros de Nuestra señora del Pilar.”

Se refiere evidentemente a la historia que ya conocemos por la duquesa de Abrantes sobre el “pequeño regalo” que le ofrecieron los sacerdotes de Zaragoza –personalizados incluso en representantes del Cabildo- aterrorizados ante la amenaza de saco, tonel y Ebro que pensaban se les destinaba. Al no ser aceptada su oferta –siempre según la duquesa- por defectos de procedimiento y enojos varios, se produjeron unos vaivenes con las joyas, en los que básicamente coinciden tanto la narración de madame Junot como la de Pedro María Ric. Sobre todo en lo confuso.

No resulta sencillo en absoluto, desentrañar lo que sucedió. En el apartado 5.4. hemos recogido ya ambos testimonios sobre dichas idas y venidas. Y si uno trata de plasmarlas en un organigrama, resulta un entrecruzado de vectores que hace difícil llegar a una conclusión.

Desmenucemos los relatos. Todo parece empezar cuando alguien de parte de Lannes va a escoger determinadas joyas al Pilar, que se llevan al cuartel general del mariscal en las Casas Blancas.

Eso dicen ambos relatos, el de la duquesa y el de Pedro Mª Ric.

Sin embargo, en el acta correspondiente al cabildo extraordinario del día 1 de marzo, escrita por lo tanto en el momento y no unos años después como suele ocurrir con las memorias, se recoge algo, que es a la vez interesante y distinto. Y que será sin duda lo más cercano a la verdad. Dice la mencionada acta que “considerándose el Cabildo en el estrecho compromiso

86. LEJEUNE (1908) op. cit. p. 341; DAMAMME, op. cit. p. 253..87. THOUMAS, p. 268; GRANDMAISON, cit. LEJEUNE (1908), P. 340.

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de una necesidad inevitable” con apremio e insistencia en grado sumo, condescendió con la propuesta de la Junta Suprema.

Así pues, la historia “verdadera” que recogen las Memorias, tanto de la duquesa de Abrantes como de don Pedro Mª Ric, y seguramente con buena intención, quién lo duda, sitúa el primer movimiento en el bando francés: ellos fueron al Pilar. Y según el acta del Cabildo no fue así: los componentes de la Junta Suprema, que es de suponer que habrían agotado antes todas las conversaciones posibles con los nobles y principales adinerados de la ciudad para ver de conseguir “el rescate” debido, y que sin duda –según costumbre- iban a exigir los conquistadores, al no conseguir de parte de estos posibles ciudadanos consultados una respuesta satisfactoria, miraron hacia la Virgen.

Presionaron al Cabildo –eso dice el acta- en el sentido de ser “absolutamente necesario hacer por su parte algún regalo acorde con la distinción de mariscales y jefes…”. Y aun no teniendo [los capitulares] “libertad ni acción para ofrecerlas ni darles otro destino que el correspondiente a su naturaleza” considerándose en compromiso inevitable según “las explicaciones concretas de la Junta y su estilo demasiadamente insinuante” condescendieron dejando la gestión en manos de los representantes de la Junta Suprema para que eligiesen las alhajas apropiadas (veremos el texto completo más adelante, apartado 5.7. al hablar de las Actas capitulares) y el uso y distribución correspondientes.”

Es decir, ni los franceses se precipitaron sobre los cajones, ni los sacerdotes corrieron aterrorizados a hincarse de hinojos ante Lannes. Las joyas “adecuadas al rango” fueron elegantemente –digámoslo así- ofrecidas a la Junta para que se hiciese lo oportuno. Que fue llevarlas al cuartel general de Lannes. Y a partir de ahí, retomamos de nuevo los relatos de la duquesa y de Ric.

Desde allí –o sea Lannes- son devueltas porque se quiere hacer una ofrenda a la Virgen (¿con joyas devueltas? ¿no sería más lógico guardarlas hasta el momento de hacer la ofrenda?). Pero después, a través de un miembro de la Junta (es como si se lo hubieran pensado mejor) se advierte que los generales deben recibir dinero y que éste saldrá de las joyas, pero que no se las lleven a ellos sino que irá un intendente a buscarlas. Por cierto ¿intendente francés o español? En cualquier caso, parece ser que se llevan por fin a los mandos militares.

En este punto, la actitud de los militares, la duquesa y Ric por un momento coinciden –después ya no tanto- pues de primeras ninguno de los oficiales franceses aceptó joya alguna de las asignadas.

A tenor de eso, o bien todas o por lo menos parte, volvieron al Pilar. ¿Con cuántas estaciones intermedias, Casas Blancas, casa de Ric, casa del miembro de la Junta, casa del intendente? Al final, el “comisario que desempeñaba las veces de intendente, cogiendo los diamantes…” (¿cogiendo de dónde? ¿y de cuántos diamantes hablamos?) “se trasladó con el miembro de la Junta (¿estaban pues los diamantes en su casa? ¿qué miembro de la Junta era éste?) al templo del Pilar para recoger el resto”. Para recoger el resto ¿es que había necesidad de pasearlos todos, o es que no se fiaba nadie de nadie? Quizá sea eso, porque el relato de Ric acaba con esta sentencia: “El mariscal se encargaría de su custodia, después de todos los rumores que habían corrrido”.

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Felizmente disponemos de una versión complementaria, ciertos informes franceses.El primero, la carta que Monsieur Michaux, Comisario jefe para el 3º y 5º Cuerpos, dirige al Intendente general del Ejército de España, Monsieur Denniée, con fecha 15 de mayo de 1809. Lannes hace tiempo que está guerreando junto al Danubio, y es el general Junot la máxima autoridad francesa en Aragón. La carta dice así:

“Cuando se toma Zaragoza, se llamó a varios principales de la ciudad, miembros de la Junta, entre ellos a Don Mariano Domínguez, un antiguo intendente militar e intendente de Aragón, por el que tanto S.E. el Duque de Abrantes como yo mismo, supimos los siguientes detalles: Se comenzó por insinuar que era costumbre inveterada hacer ofrecimientos a los vencedores y que los principales personajes a los que tenían que hacerlo eran los duques de Montebello, de Treviso y de Abrantes, el gobernador de la plaza y algunos otros . La demanda fue de ochocientas mil piastras (que equivaldría a casi seis millones y medio de reales de plata)”.

No sabiendo los españoles dónde conseguir suma tan fuerte, exigida además en un plazo muy corto, se vieron obligados a ofrecer como pago la mayor parte de los tesoros de Nuestra Señora del Pilar, lo que fue aceptado. Joyas y otros objetos preciosos fueron llevados al gobernador de la ciudad y en seguida remitidos al duque de Montebello. Los duques de Treviso y de Abrantes, que no había dado en ningún momento su consentimiento a semejante petición, rehusaron su parte. Parece ser que los demás aceptaron.

Se estima en 4 millones de francos los objetos entregados al duque de Montebello, pero esta evaluación parece muy exagerada, y parece más acertado pensar en un valor aproximado de un millón de francos. [De hecho, aun en la suma definitiva de “la lista de la duquesa”, no precisamente bienintencionada, hemos visto que sólo eran 704.031 francos].

He ahí señor Intendente general los detalles de una operación que no puede sino ser reprobada por SS. MM. Y es con pesar que me veo obligado a informarle, ante el temor de que V. pudiese creer que yo mismo he tenido parte en ello88.

Como puede verse, la versión de Monsieur Michaux parece corroborar, al menos en lo principal, la que hasta ahora teníamos. Con tres salvedades.

La primera, que se dan a entender aceptaciones de las que no tenemos ningún motivo para pensar que no fueran consideradas reparaciones de guerra. Y por tanto, legítimas. Es raro que un Comisario militar no contemple esa posibilidad.

La segunda, y precisamente en relación con esto último, ¿qué sentido tiene el último párrafo de la carta, apresurándose a declarar un infantil “yo no he sido” , ante el temor de que V. pudiese creer que yo mismo he tenido parte en ello. ¿Un nuevo caso de excusatio non petita? ¿Acaso Monsieur Michaux no tiene la conciencia tranquila?

Veamos lo que revela sobre su conciencia una carta dirigida por el rey José I a Napoleón, de 6 de abril de 1809, quejándose del general Junot, duque de Abrantes, y de rebote de Michaux:

88. ZINS, op. cit., p. 344.

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“El Duque de Abrantes, no me rinde cuentas de nada. Ha puesto a Aragón en estado de sitio; pretende que no debo enviar al intendente, teniendo él órdenes de gobernar el país militarmente. Promulga decretos todos los días. Por el correspondiente al día 28, Su Majestad verá que se reserva el derecho de exigir contribuciones a percibir por el Sr. Michaux, oficial recaudador a quien el duque de Istria, ha echado de Valladolid como poco digno de confianza, poco fiable, en definitiva.89”

Y es palabra de rey.

Hay una tercera salvedad: la fuente de información de Junot y por consiguiente de su esposa. En su estado de celos y de su voluntario apartarse de tejemanejes, no habrá sido testigo directo de casi nada. Por desdén. Cuando por fin –tras la marcha de Lannes- se queda de gobernador militar de Aragón, en el encabezamiento de la carta de Michaux aparece un reconocimiento explícito de que su informador ha sido un antiguo intendente militar e intendente de Aragón, miembro de la Junta, don Mariano Domínguez, que debido a su función y cargo fue uno de los que junto a Pedro María Ric tuvo que entregar la ciudad a Lannes. Difícilmente pues podía ser su testimonio ponderado. Muy acertadamente afirma Zins -esta vez le damos la razón sin ambages- que había rencor en el aire.90

No obstante, y a pesar de todas las reticencias ¿se desprende en algún momento, según lo visto hasta ahora de parte de unos y de otros, que el mariscal Lannes hubiese regresado a Francia, con una verdadera fortuna –el sentido de las afirmaciones de la duquesa exigirían la apostilla de “fortuna personal” – y adquirida además de manera infame?

Aunque la hemos transcrito ya en 5.1., recordemos por último la carta de 22 de febrero en que Lannes encargaba a Buhot, oficial recaudador del 5º Cuerpo, investigar determinadas apropiaciones que “se dice de generales españoles…” , recabar información, remitir el informe al intendente que envíe Su Majestad Católica, y reintegrar lo sustraído. No parece probable que le pasase por la cabeza distraer nada de lo inventariado en un informe para el Rey de España.

Es recio trasladar sospechas a generales españoles. Pero ¿y a Junot? ¿Por qué no quiere recibir al intendente enviado por el rey José, el receptor por tanto del informe solicitado por Lannes?

Parodiando palabras de Ronald Zins: hay desconfianza en el aire.

Un último documento francés. El Intendente general, Sr. Denniée, escribe confidencialmente a Clarke, Ministro de Guerra, sobre Michaux:

“Madrid, 16 de junio de 1809 (algún tiempo después de todo lo visto)

“A Su Excelencia privadamente.

Monseñor, cuando el Sr. Michaux, comisario jefe cerca del 3º y 5º Cuerpos, dejó la ciudad de Zaragoza para ir a Francia a restablecer su salud, de acuerdo con la autorización que le había sido dada por el Sr. General Duque de Abrantes, al rendirme dicho comisario cuentas de su administración, con fecha de Zaragoza 15 de mayo de 1809, agregó una nota confidencial de la que tengo el honor de enviar copia exacta a Vuestra Excelencia.

89. HAEGELE (2007), p. 670, cit. en ZINS, p. 346.90. ZINS, op. cit., pp. 346 y ss..

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Esta nota se refiere a las joyas y otros objetos preciosos que podrían haberse extraído de los tesoros de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza. En cumplimiento de mi obligación de rendir cuenta a Su Majestad Católica al mando del ejército en ausencia del Emperador, de todo lo que llegue a mi conocimiento, he enviado a Su Majestad una copia similar a la que adjunto, señalando a Su Majestad que el Señor Luis Menche, intendente español en Zaragoza, podría dar sobre este hecho presentado por el Sr. comisario Michaux, los informes que el rey juzgase necesario pedir a través de uno de sus ministros.

Si Su Majestad Católica considera oportuno dar alguna respuesta sobre este asunto, yo intentaré, Monseñor, que se disponga completa información a Vuestra Excelencia. Consideraré con el mayor celo las órdenes de Vuestra Excelencia en este tema.”

Esta nota llegó a las manos de Napoleón el 17 de julio, enviada por Clarke. Pero habiendo muerto Lannes el 31 de mayo, en el campo del honor, no se dio ningún paso en ningún sentido, ni se buscó ulterior explicación.

Es el momento no obstante, de recordar el informe del mariscal de campo Luis de Villaba. Habla nada menos, que de joyas del Pilar interceptadas por tropas españolas.

El comentario de la página 29 de las “Nuevas notas” del estudio del Mariscal de Campo don Luis de Villaba, escrito en 1811, se refiere específicamente a un “papel” que se escribió en Murcia en agosto de 1809, titulado “el peligro de la Patria” , que volvió a aparecer dos años después en Cádiz, donde se explica en la llamada 2ª nota: “Se dice en la relación que las alajas (sic) de nuestra Señora del Pilar fueron interceptadas porque después de estar prisionero en Pamplona el que escribe, se aseguró las llevaba a Francia el mariscal Lannes: hoy creen algunos que existe la mayor parte en Zaragoza, pero aunque así sea no se falta al argumento, porque cuando evacuen los franceses aquella ciudad no las dejarán, y si se hubieran extraído en tiempo, todas ellas serían nuestras y no suyas como lo son ahora.91”

¿Fueron interceptadas verdaderamente? ¿Volvieron? ¿Se las quedó el interceptador? ¿Se las llevó otro francés, o no francés, en los durísimos tiempos no sólo del final de la ocupación francesa, sino en los años subsiguientes de reconstrucción?

¿De qué “alajas” se trataba? ¿De las presuntamente escogidas por Lannes? ¿Era pues un pequeño attaché lo interceptado? ¿Eran quizá cajones de los que un día viajaron –o pudieron viajar- por el Ebro?

La duda.

91. VILLABA (1811), pp. 29-30

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A.5.7. Las Actas, garantes de toda vicisitud

Que el celo de los secretarios y transcriptores de documentos es vital para la memoria de los acontecimientos, es cosa más que demostrada. Y más aún cuando se trata de inventarios patrimoniales. Los correspondientes a los Cabildos son a tal efecto, de una pormenorización ejemplar. Lo decimos en plural, cabildos, porque aún después de la unificación de 1730, los inventarios, responsabilidad del Sacristán, seguían siendo aparte, separados los de ambas iglesias.

Los correspondientes a El Salvador-La Seo se hacían según costumbre, el día de San Agustín, 28 de agosto, aniversario de su muerte. El primero conservado es de 1521. Sobre él se iba añadiendo o quitando enseres patrimoniales en función de los movimientos que hubiese. Anteriormente a la capitulación, el último es de 1798, de donde se salta a 1821 a pesar de constar en las actas de 1808-1809 varios momentos para inventariar, incluso se cita uno nuevo en el segundo semestre de 1809.

Los correspondientes al Pilar se encuentran todos juntos, compilados, e igualmente sobre ellos se va modificando92.

Existen quadernos y libros de Inventario de las Jocalías de la Sacristía Mayor y Capilla del Santísimo Sacramento, de la Santa Capilla y su Sacristía hechos en diferentes años a lo largo de los siglos XVI y XVII. Especialmente reseñable el efectuado en 1758 “de la plata, jocalías y ornamentos de la Sacristía Mayor, que comprende 532 páginas a más del índice que está al fin”.

En cuanto al asunto que nos ocupa, las joyas del tesoro, los índices son de 1814 y 1818, “los índices inventariados, varios papeles referentes a alhajas y reliquias se han puesto en una capilla para su conservación93”. Y como es natural se registra la Real Orden de 4 de junio de 1814 “disponiendo se facilite al Gobierno una lista de los objetos que el Poder intruso de José Bonaparte trasladó a Francia procedentes de la Sta. Capilla; acompañándose dicha lista”. Esta lista es precisamente la que con el título de Relación de las joyas y alhajas…hemos estado comparando con la de la duquesa.

En cuanto a tasaciones, hay registrada una “Tasación de un cáliz (oro y diamantes)” hecha en 1794, con “Razón de las alhajas que se sacaron de la Sacristía de la Santa Capilla para hacer el cáliz bueno. Y otra de joyas de la Santa Capilla, hecha en Madrid por don Eusebio Rodríguez, a 11 de junio de 1796”.

Pero independientemente de dónde estaban inventariadas, para comprender hasta qué punto las joyas de Nuestra Señora del Pilar suscitaron interés –y movimiento- no sólo en el difícil momento de la capitulación, sino a todo lo largo del tiempo que duró la ocupación, y aún después, es la relación de actas que a continuación detallamos, la que nos lo demuestra. Que por otra parte sólo son testimonio fehaciente y consignado de cuantas idas y venidas nos han ido refiriendo los distintos testigos, protagonistas o no:

-Acta de 1 de marzo de 1809. Hace apenas diez días que los franceses ocupan la ciudad, pero no es tiempo para desfallecimientos. Antes bien, las cosas van a precipitarse. En el cabildo

92. ACP, Alm. 6 , cax. 6, lig. 2 , hojas 251 (anverso y reverso) a 254. 93. ACP, lig. 3.

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extraordinario tenido por la mañana -ha habido cambio de secretario, ahora es don Manuel Oliver- el presidente informa del encargo que le ha hecho la Junta Suprema del Reino de la que forma parte, de comunicar a todos que “era no sólo conveniente, sino absolutamente necesario hacer por su parte algún regalo o expresión señalada acorde con su distinción, al Excmo. Sr. Duque de Montebello, mariscal del imperio francés y a los demás jefes de su estado mayor que se hallan en esta ciudad y en sus términos […] con motivo de las capitulaciones hechas ante las tropas francesas”. El cabildo se sobrecoge al no poderlo asumir, dado “todo lo que había entregado anteriormente en beneficio del pueblo, del ejército y de la nación”. Acuerdan contestarlo así, con todo el pesar por no poder complacer94.

-Acta de la misma fecha, 1 de marzo, pero por la tarde. Es muy interesante y revelador el tono del acta en la que nuevamente se informa del encargo de la Junta ratificando la petición porque aun sabiendo que no había caudales ni recursos “tenía no obstante a su cuidado las joyas y alhajas de Ntra. Sra. del Pilar, entre las cuales había muchas proporcionadas al intento, de todo lo cual tenía noticias muy individuales y exactas el ejército francés, de quien podía temerse que calificase de desaire y falta de debido obsequio a sus jefes, el no presentarles algunas de estas joyas o alhajas, poco deseable en las peligrosas circunstancias del día que podía quedar al cabildo. Para salir del apuro y evitar por este medio lo funesto de unas consecuencias que era justo advertir y precaver […] y aunque el cabildo está persuadido de que no teniendo el dominio directo ni propiedad en las joyas y alhajas de Ntra. Sra. sino la manera administración y cargo de conservarlas, no tiene libertad ni acción para ofrecerlas ni darles otro destino que el correspondiente a su naturaleza, considerándose en el estrecho compromiso de una necesidad inevitable tanto o más digna de atención cuanto lo eran las explicaciones concretas de la Junta y su estilo demasiadamente insinuante, tuvo a bien condescender con su propuesta dando su comisión a los señores Presidente y tesorero para que tomando conocimiento de las personas a quienes había de hacerse este obsequio, eligiesen otras tantas alhajas de las propias de Ntra. Sra. y las presentasen a la enunciada Junta Suprema para que hiciesen por sus manos el uso y distribución correspondientes.95”

Nada que ver pues con la curiosa interpretación de la duquesa de Abrantes de que los sacerdotes, temerosos de que los metieran en toneles y los echaran también al río, se apresuraron a rascar los cajones del joyero.

-Acta de 4 de marzo. Los Sres. arcediano del Salvador y tesorero informan de haber hecho su comisión, ofreciendo alhajas propias de Ntra. Sra. del Pilar dejando nota y razón de número, valor y calidades “en un papel que dejaron en la Sacristía de la Santa Capilla y en poder por entonces del capellán de la misma96”.

-Acta de 4 de abril, justo un mes después (Lannes ha desaparecido ya de la escena) el general Junot, duque de Abrantes, hace presente “se le entregue una razón puntual por escrito de las alhajas propias de Ntra. Sra. del Pilar que había recibido el Exmo. Sr. maricscal Lannes, duque de Montebello, y las demás personas del ejército francés con la correspondiente individualidad, de cuyo instrumento se mandó hacer una copia al secretario.97”

94. Actas Capitulares del Pilar y de La Seo, 1809, pp. 2-395. AA. CC. P y LS., 1809, pp. 3-596. AA. CC. P y LS., 1809, pp. 6-797. AA. CC. P y LS., 1809, p. 23.

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-Acta de 26 de mayo. El Presidente da cuenta de un oficio del Intendente del Reino dirigido al Cabildo informando sobre las misivas recibidas del Excmo. Sr. Conde de Cabarrús en las que exige las listas exactas de los bienes de las iglesias, comprendidos en la clase de vendibles “hasta su séptima parte”. Se acordó “se contestase al Intendente no haberse comunicado al Cabildo por la superioridad los artículos que comprende su oficio, aunque no duda de su certidumbre ni intenta excusarse de formar la razón de ellos98”.

Que este asunto preocupa y que las peticiones del Conde de Cabarrús apremian, es obvio pues se trata a lo largo de distintos cabildos hasta el 7 de junio.

-Acta de 11 de agosto. El Arcediano del Salvador expone que el inventario de alhajas del Pilar que se había llevado un comisario del ejército francés no se había devuelto. Encargan al sr Uriarte que recuerde sobre el particular al comisario general de policía99. No cabe duda que se sigue al acecho.

-Acta de 22 de septiembre. El Sr. Uriarte informa de haber cumplido el encargo de recoger el inventario de alhajas de Ntra. Sra. del Pilar100 .

-El 17 de octubre en reunión extraordinaria. Se lee lo que el obispo auxiliar con fecha 16 del corriente comunica al Cabildo: una real orden de 15 de septiembre relativa a formalizar por los intendentes con la mayor brevedad, inventarios exactos de las alhajas de oro y plata de la forma y para el uso que fuere existentes en todas las iglesias de sus respectivas provincias, en presencia y firma del eclesiástico principal de cada iglesia. El Cabildo acuerda se le diera cumplimiento […] También resolvió el Cabildo se manden formar inventarios de las alhajas existentes , se ejecuten a la vista de estas y no por los inventarios antiguos que tiene la iglesia.101

Esto resulta curioso, pues lo normal hubiera sido hacerlos en base a los antiguos, como era el proceder habitual, pues no deberían haberse producido demasiadas variaciones y en todo caso estarían perfectamente consignadas. La naturaleza de esta resolución parece indicar por el contrario, que quizá sí se habían detectado demasiados movimientos, y muchos seguramente sin consignar, por lo que se decidió tabla rasa, con las alhajas a la vista.

Debieron levantar ruido en la ciudad estos inventarios, pues son recogidos puntualmente por Casamayor, citando incluso los responsables, el Intendente don Luis Menche (lo hemos visto citado como testimonio fiable en el asunto Michaux), el administrador general de rentas, don Cristóbal López de Ucenda, acompañados del escribano don Antonio Ullana. En la sacristía de La Seo los días 17 y 18 de octubre, en San Pablo el 19, y “prosiguiendo los inventarios de las alhajas de plata y oro en las demás iglesias de esta ciudad” entre los días 20 y 25. Y aún más, pues el 26 de octubre se publica mediante carteles una orden para que todo vecino “manifestase la plata labrada que tuviese, presentando una lista de ella al Sr. Intendente dentro del tercer día, a excepción de los cubiertos, cuchillos y cucharones102”.

98. AA. CC. P y LS., 1809, p. 76.99. AA. CC. P y LS., 1809, p. 183.100. AA. CC. P y LS., 1809, p. 230.101. AA. CC. P y LS., 1809, pp. 237-238.102. CASAMAYOR, 1808-1809, pp. 328-330.

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Al menos en las dos catedrales no debió resultar tan sencillo, cuando en el cabildo ordinario del 21 de octubre, el Sr. Intendente les pide los inventarios antiguos como auxilio para poder cotejar mejor el reciente103.

¿Movimientos de alhajas? ¿Y sin consignar? No olvidemos que ahí afuera, sigue habiendo una guerra. Y un ocupante, que no se llama Lannes, ni Junot. Ahora se llama Suchet.

Sobre este “segundo expolio” oficial del joyero de la Virgen, el llevado a cabo por los Suchet, esposo y esposa, trae pormenorizado inventario Jaime Latas en el capítulo VII de su Ocupación francesa de Zaragoza104. Aquí sólo nos interesa constatar cómo, en efecto, todo aparece perfectamente recogido en su acta correspondiente, y –no olvidemos el importante detalle- escrita en el momento, en fecha, y por tanto dotada de una fiabilidad absolutamente incuestionable.

Así, en el volumen de Actas correspondiente a 1809, página 243, se registra cómo el 12 de octubre de 1809, coincidiendo con sus primeros Pilares como gobernador militar de Aragón, Suchet que busca congraciarse con la población, regala a la Virgen un precioso manto de raso blanco bordado en oro. Sobre lo que el Cabildo añade “expresión de otro con que se le corresponde105”.

Un detalle adicional: en todos estos festejos públicos y apariciones notorias, acompaña siempre al gobernador, el Comisario general de Policía, don Mariano Domínguez, al que ya conocemos por su pertenencia a la Junta en los días difíciles, en relación además con los informes sobre el “primer expolio”, el de Lannes, con su correspondiente tono de censura. Desde su atalaya actual, debió de sufrir mucho, sin duda, consintiendo los “segundos expolios” de los Suchet. Tuvo que verlos todos, pues mantuvo el cargo durante la ocupación y aún después, pues aparece firmando disposiciones públicas en 1813, en la Zaragoza ya liberada106.

De nuevo el testimonio del Cabildo es fiel e insobornable cuando registra largamente, páginas 231 y 252, la visita de la gobernadora, madame Suchet, al joyero, y sus anhelos con protesta de devoción, de “alguna alhajita que poder llevar conmigo y a la vista continuamente”. Asunto delicado que sin embargo el Cabildo decide atender, llevándole algunas joyas “enajenables” que –caramba con la gobernadora- fueron rechazadas por no haberse entendido su petición. Madame Suchet quería diamantes de determinadas características, para hacerse un cintillo. El acta capitular registra que la condesa de Suchet pide cuatro piedras preciosas del tesoro de Ntra. Sra del Pilar. Comisionan a dos miembros del Cabildo para extraerlas y presentárselas107.

Posteriormente se da cuenta de que aquélla las recibe con mucho agrado y mucho agradecimiento108. No será la última vez.

En cuanto a la vida cotidiana, y a pesar de que se sigue combatiendo muy cerca de Zaragoza, en la capital las cosas van normalizándose poco a poco. Sin embargo el Cabildo no consigue

103. AA. CC. P y LS., 1809, pp. 238-240.104. LATAS FUERTES, op. cit., pp. 287-291.105. AA. CC. P y LS., 1809, p. 243.106. CASAMAYOR, 1812-1813, p. 339.107. AA. CC. P y LS., 1809, pp. 251-253.108. AA. CC. P y LS., 1809, pp. 258-259.

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librarse de preocupaciones. No sólo en cuanto a joyas se refiere, asunto siempre latente, pues de nuevo al año siguiente, 1810, “el Sr. Intendente encarga se examinen a los dependientes de la iglesia para que manifiesten las alhajas pertenecientes a los conventos suprimidos que tuviesen a su cuidado109”. Sino en algo más inmediato, que es su escasez de recursos ante la inveterada resistencia de los arrendatarios a satisfacer sus compromisos. De hecho los capitulares toman esta vez la iniciativa de ofrecer espontáneamente un obsequio a madame la gobernadora, alguna alhaja de Ntra. Sra. del Pilar –el famoso tembleque de brillantes110, para conseguir su mediación de cara a resolver sus asuntos civiles. “El Sr. Deán da cuenta de entregarlas y de haber quedado muy agradecida, con las más vivas expresiones de gratitud y reconocimiento al Cabildo.” [Como consecuencia seguramente] “el Excmo. Sr. Conde de Suchet, Gobernador General del Reino, preocupado de la situación de las dos iglesias, dispone se hagan las providencias necesarias por el señor intendente para que se les reintegre todo111”.

Aún habría de escribirse un tercer capítulo en esta secuencia de semi exacciones, más o menos disimuladas. Y así, pasados unos meses, encontramos interesante informe en el libro de Actas correspondiente ya a 1811, que con título “Propuesta del Sr. Deán sobre varios particulares ocurridos entre el Sr. gobernador general en la presentación de ciertas alhajas de nuestra señora del Pilar” hace presente por parte del Sr. Deán que “habiéndose significado por el Excmo. Sr. General en jefe, conde Suchet, que deseaba ver las cruces de esmeralda y un pelícano que había entre las alhajas de la Virgen, pensó avisarlo al Cabildo y lo omitió por cortarle de la molestia de que se juntase con sólo este objeto y persuadido que no era la necesidad, llevándolas él mismo en persona. Su Excelencia le preguntó acerca de su valor [pues] deseaba quedarse con ellas por su justa tasación112”.

Es interesante que el Sr. Deán , don Ramón Segura, se atreviese a actuar por su cuenta. Y más interesante aún, teniendo en cuenta que su nombramiento, aunque de mano naturalmente del obispo Santander, lo fue por recomendación personal de Suchet.

Las joyas –sigue el informe- se mandaron a tasar al platero de la iglesia, para que después volvieran a poder del Deán, que en efecto había pasado al palacio de Su Excelencia con las alhajas y que habiéndolas tomado en la mano le dijo que las vería y hablaría sobre ellas, pero que hasta el día no le había dicho cosa alguna”.

Jamás se volvió a saber de ellas.

Como curiosidad y en asunto de alhajas, ya no hubo más que un pequeño sucedido -año 1812- que se recoge en la reunión capitular de 27 de mayo: “Se informa del hurto detectado por el Sacristán mayor de la cruz del viril ocurrido en el Pilar y su recobro. El Sacristán dice que había sido roto con violencia y que hablaron con el mayordomo del gremio de plateros por si pasaba alguien a venderla. Esa misma tarde se presentó el abaniquero de la calle mayor con la cruz diciendo que “un soldado italiano del nº 1 vestido de verde, se la había presentado en su botiga con la pretensión de que se la comprase en el precio de media onza de oro”.

109. AA. CC. P y LS., 1810, p. 54.110. LATAS FUERTES, op. cit., p. 116.111. AA. CC. P y LS., 1810, p. 214112. AA. CC. P y LS., 1811, p. 18.

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Que trató de entretenerlo para ver si pasaba algún jefe militar, o ministro de justicia, y al no suceder, después de regatear le pagó lo que le pedía113.”

Llega por fin 1813. Los franceses se han marchado definitivamente, y es momento entonces para que ya sin temores, las cosas vayan quedando claras, a ser posible con sus debidas justificaciones documentales. Como en efecto, hasta donde se pudo, se intentó.

-Cabildo ordinario del 19 de noviembre: “El Sr. Zuaznabar expuso que por comisión del Cabildo juntamente con el Sr. Secada, habían extraído unas alhajas del Relicario de María Santísima para entregarlas a la condesa de Suchet que las había pedido, habiendo acordado el Cabildo que su valor se reintegre inmediatamente de la administración canónica114.

-Mismo asunto, cabildo ordinario del 26 de noviembre. Se expone que “aparte de las extraídas del pelicano faltaban otras”, por lo que se plantea comisionar a uno o dos prebendados “para examinar cuántas y de qué calidad de alhajas son las que faltan, de orden de quién se han extraído y qué destino se les ha dado”. El Cabildo comisiona a los señores Zuaznabar y Oliver115.

-Cabildo del 3 de diciembre: “Los SS. Zuaznabar y Oliver presentan una nota en la que expresaban las alhajas que se habían extraído del Relicario de María Santísima del Pilar, y que había sido con orden del intruso Deán Segura; y el Cabildo acordó que los mismos Señores presenten una razón más extensa que comprenda desde que comenzaron los sitios de esta Ciudad y que compulsen las Actas Capitulares e informen si el dicho Segura obró con comisión del Cabildo”116.

Como puede verse, se hacen intentos fehacientes de seguir las pistas. Y en esas, y sin más novedad, acaba el año 1813.

En 1814 cambia el formato del libro, que se hace mucho más grande (hojas), con portada impresa y firmando como Secretario, el Sr. Canónigo Benito Fernández de Navarrete. Por lo demás, igual, manuscrito.

Y tan igual. Porque de nuevo –las necesidades de guerra no entienden de banderas- vuelven a posarse miradas sobre donde haya caudales a los que recurrir. Pongamos como ejemplo lo expuesto en cabildo de 2 de septiembre: “Se comunica el ofrecimiento de alhajas y terno a José Bailón y Tolosana, Oficial Secretario de Guerra, y otros.117

Y finalmente llegamos al cabildo ya referido, de 16 de septiembre en el que se trata de la ya repetidamente mencionada “Relación de las alhajas preciosas de Ntra. Sra. Del Pilar que exigió el Mariscal Lannes y sus subalternos”. Se manifiesta en la razón que ha pedido S.M. de los objetos de Bellas Artes extraídos por el Gobierno intruso. Se lee un dictamen de la Junta donde se da cuenta del oficio del Señor Gobernador a propósito de la Real Orden para hacer una lista de las pinturas, objetos de valor y objetos de arte, y en ella también las alhajas que el Cabildo se vio obligado a presentar en marzo de 1809.118

113. AA. CC. P y LS., 1812, p. 85.114. AA. CC. P y LS., 1813, p. 228.115. AA. CC. P y LS., 1813, p. 230.116. AA. CC. P y LS., 1813, pp. 242-243.117. AA. CC. P y LS., 1814, pp. 204-205.118. AA. CC. P y LS., 1814, p. 213.

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Intentos fehacientes. E infructuosos. Situaciones duras y difíciles, como las que concurren en todas las guerras.

A.5.8. ¿Sólo los franceses?

Como colofón a nuestras reflexiones pecuniarias sobre amigos de lo ajeno, cambiemos de fechas. Una primera, 12 de julio de 1813. Zaragoza está recién liberada, pero los franceses se han acantonado en Leciñena a la espera de acontecimientos. Los españoles sin embargo, habiendo reparado el puente volado antes de lo que se pensaba, alcanzan las posiciones francesas y pillan por sorpresa su retaguardia. Esta avanzaba más lentamente pues estaba compuesta en su mayoría por la parte pesada del convoy, los carros. Sus conductores, al ver aparecer a los españoles, cortan las cinchas de las caballerías y huyen con ellas a todo galope. Los carros quedan pues estancados, y los perseguidores se apoderan inmediatamente de ellos, que resultan ser los del dinero. Casamayor es muy explícito119: “el contenido fue presa de la tropa”.

Segunda fecha: 6 de agosto. Zaragoza lleva ya un mes liberada. Traigamos aquí el informe presentado por el Gobernador del Arzobispado, a la sazón, don Pedro Valero, que habiendo estado perseguido por los franceses y oculto por toda la geografía turolense, pudo por fin volver a Zaragoza. Dirige el susodicho informe al Intendente General de Aragón, don Manuel Robledo: “Cuando [después de la salida de los franceses] entraron nuestras tropas, se dirigieron al Palacio [arzobispal] y con los paisanos lo saquearon, hasta que V.S. mandó poner guardia. Y porque esta guardia hacía otro tanto, me fue preciso pedir que la quitasen, y cerrar la puerta120.

¿Son siempre blancas las manos españolas? ¿Las de los franceses son por definición siempre negras?

Difícil cuestión.

En todo caso, que hubo sufrimiento es incuestionable. Hablábamos de Pedro Valero. Válido interlocutor para válido informe: Memorial de fecha 18 de abril de 1815, que presenta el Cabildo de la Santa iglesia Metropolitana de Zaragoza, al mencionado e Ilmo. Sr. don Pedro Valero, Obispo electo de Gerona y Gobernador del Arzobispado, con el objeto de que lo haga llegar al Excmo. Sr. Ministro de Hacienda, ante la enésima vez en que parece ser, les piden a los capitulares caudales para la reconstrucción.

El informe cuenta y no acaba, la enorme contribución del Cabildo Metropolitano de Zaragoza a la causa. Dando dinero metálico, cosechas y frutos, renunciando a contribuciones, socorriendo a viudas de “de los que fenecieron en defensa de esta memorable Ciudad […] y seguirá haciéndolo mientras vivan estas infelices, dignas por cierto, de toda consideración”. Añade igualmente las contribuciones exigidas por los franceses durante la ocupación. Y

119. CASAMAYOR (2008), año 1813, p. 342.120. GIL DOMINGO (1994), p.90

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después los españoles, “aunque con buena intención –aclara el informe- nos embargaban y consumían todas las rentas, considerándonos sujetos al yugo francés.”

La letanía desde luego es larga, y parece probado que en muchos momentos planeó sobre ellos “miseria, vexaciones, cárcel y desolación”. Los capitulares vivieron momentos de verdadera pesadilla, con tildes de auténtica persecución121. Y la vuelta al orden no arregló precisamente las cosas. Préstamos a grandes intereses a Fernando VII a su regreso, donativos y exacciones no siempre voluntarias, etcétera. Con razón terminan el informe al Ministro de Hacienda con la esperanza de que escuche que aún no se ha regularizado de nuevo el cobro, no ya de dinero, sino de frutos y rentas de los pueblos, por lo que “le aseguran que es cuanto puede hacer la Iglesia, reducida hoy a la mayor estrechez122.”

Eran tiempos difíciles.

Pero independientemente de la razón de lo expuesto, hay una breve frase en el segundo párrafo que nos interesa destacar, en mitad de su descripción de calamidades : “Después [que] los Franceses robaron una preciosa y considerable porción de las alhajas de la Iglesia, para redimir las restantes, hubo de afrontar el Cabildo una suma de más de veinte y ocho mil duros…”

Para redimir las restantes. ¿Cuándo fue esto? No hay fecha, no hay nombre de general, mariscal, gobernador de Aragón…

Lo que parece evidente es que fueron manos francesas. Negras esta vez.

121. LATAS FUERTES (2012), pp. 271-287.122. GIL DOMINGO, (1994), pp. 109-111.

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B. PÚLPITOS Y AFRANCESADOS: POSIBLE DIMENSIÓN SACRÍLEGA DEL EXPOLIO

Aunque vengan más franceses que arenas tiene la mar, no moverán de su sitio a la Virgen del Pilar. Virgen del Pilar hermosa, no temas a los tiranos, mientras haya en Zaragoza valientes zaragozanos.

(Gella Iturriaga, Cancionero de la Independencia)

B.1. El espíritu religioso en la Zaragoza de 1808

Cuando alguien se acerca por primera vez a la epopeya de Los Sitios de Zaragoza, descubre de inmediato que se trata de un prisma de múltiples facetas. La extraordinaria resistencia, fuera de toda lógica, que fue capaz de desarrollar el pueblo llano; su aceptación ante las calamidades que le fueron sobreviniendo y que a veces parecían incluso servirle de estímulo; su exagerada lealtad hacia un rey, que allí en Madrid, lejano, no había intervenido gran cosa en sus vidas hasta entonces, como no fuese para cobrar impuestos cada vez más altos. Aún lejano sin embargo, ese rey fue la figura que polarizó el supremo ideal de resistencia. Pero faltaba algo. Para que resulte comprensible la demencia irracional de todo un pueblo, para anteponer el honor, la lealtad y la vida, a cualquier otra consideración, y ser además capaz de sostenerse en semejante adversidad, se necesita algo más que una convicción: se necesita una creencia.

En 1808, y como reacción ante la amenaza del francés, surgió espontáneamente por toda la península, un substrato de eclesiásticos incendiarios, cuyo verbo apuntaba directamente a conciencias y obligaciones. Carreño Rivero123. Recoge toda una colección de expresiones como “revolución sagrada”, “santa venganza”… que constituyen un sermonario patriótico verdaderamente demostrativo. El predicador Ximénez de Enciso en Málaga, por citar un ejemplo, con sus Proclamas sagradas, exhortaba a combatir “con las armas en la mano” a la

123. CARREÑO RIVERO, (2006), pp. 320 y ss.

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perfidia francesa (sic); el párroco Blas de Estolaza en Cádiz, idéntica intención con su Sermón patriótico-moral; desde Valencia, era Manuel Fortea con sus Sentencias; desde Mallorca, Fray Jaime Goñalons. Los hubo por todas partes. También en Zaragoza, donde por citar un ejemplo ardoroso, Vicente Navarro en la capilla del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, en su homilía del 7 de agosto de 1808, en plena furia del decisivo ataque francés del Primer Sitio, gritaba a los feligreses refugiados bajo la lluvia de bombas, que “nuestro deber con relación a la Patria se extiende a tomar las armas cuando alguno se levante contra ella y amenace nuestra independencia”.

Por esa razón, cuantos han estudiado tan extraordinaria resolución colectiva, ya sean españoles o franceses, admiten que entre las muchas caras de ese prisma vital, ocupa un lugar nada desdeñable, cierto sentimiento de guerra santa, que de una forma espontánea -y aunque fuera inducida- había anidado en los corazones de todos aquellos hombres y mujeres, que con una terquedad suicida, decidieron inmolarse por una causa simple pero trágica, el “no pasarán” tantas veces repetido, ante la turba de ateos impíos que, ávidos hijos de la Revolución, pretendían destruir los pilares más enraizados de nuestras tradiciones. Por la religión y por la fe, pero sobre todo por la Virgen del Pilar. ¡Vencer o morir! fue el grito, materializado en la estela colocada sobre el dintel del heroico Reducto del Pilar, y que estuvo grabado a fuego en los espíritus de los indomables defensores de ésta -por otra parte pacífica y acogedora ciudad de Zaragoza- que en 1808 y 1809 alcanzó sin embargo, sus horas amargas.

B.1.1. Religión santa, religión de nuestros padres

En uno de los últimos programas “Defensores de Zaragoza” con el que determinada televisión local se sumó en 2009 a las celebraciones del Bicentenario de los Sitios, se tuvo la oportunidad de compartir con Monseñor Ureña, el arzobispo, unas reflexiones sobre la importancia que para aquella floreciente sociedad zaragozana de principios del XIX, tenía la religión.

Lejos de la ceguera fanática que determinada bibliografía se obstina en atribuir a las gentes, es más cierto que la religión formaba parte de la profunda idiosincrasia, ante la que la presencia e intención del francés en nuestro suelo suponía una amenaza, a tenor de lo que había sobrevenido al otro lado de los Pirineos. «Religión santa, religión de nuestros padres, indignamente profanada» slogan acuñado en letra de molde de la Gazeta de Valencia124 al poco de conocerse los sucesos del 2 de mayo en Madrid, y que se extendió rápidamente, fue el sentir unánime, con el que pueblo llano, lejos de supersticiones atávicas, se dispuso a defender –entre otras cosas, naturalmente– sus convicciones. Los vientos iconoclastas que habían venido de Francia, no sólo estaban socavando en lo político los cimientos del Antiguo Régimen, sino que amenazaban con subvertir el orden de valores basado en su mayor parte en una acrisolada tradición y en un sentido trascendente de la vida.

Monseñor Ureña afirmó que la sociedad era en aquel momento un claro exponente de que “el

124. Gazeta de Valencia, 28 de junio, 1808, cit. LEÓN NAVARRO (2008).

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hombre es religioso por naturaleza”, verdad defendida por el sociólogo Andrew Riley como sentir universal. Y añadió unos datos que quizá ayuden a comprender el estilo de vida, o cuando menos el estado de costumbres en que la sociedad española, y por ende la zaragozana, orientaba sus pasos en el terreno espiritual. En 1808 había en Zaragoza unas cuarenta mil personas, de cuya salud espiritual se ocupaban treinta y cinco conventos y dieciséis parroquias125 Sobre todo eran éstas las que procuraban, como había venido ocurriendo desde siglos, el encuentro entre los fieles, preocupándose de canalizar trascendencia y caridad. La parroquia, como unidad organizativa, propició que surgiesen primero, y las acogió gustosa después, lo que luego darían en llamarse hermandades, que lo serán de muy diferentes tipos y con muy distintos fines.

No casaba bien este estilo con el pensamiento de Napoleón, cuyo deseo era inculturar la Ilustración, que el hombre no sólo adquiriese conocimientos, sino que se plantease cuestionarlo todo, que se descubriese inconformista con lo heredado. Y llegando al extremo, que la razón sustituyese a Dios. Naturalmente, los españoles debieron jugársela para no ser avasallados.

Como acertadamente defiende Carlos Franco de Espés en su estudio introductorio a la última reedición del Casamayor126, existía muy especialmente en Zaragoza como ciudad aburguesada de provincias, un sustrato cultural y emocional, fuertemente clericalizado. Y eso se notaba en la extraordinaria profusión de actividades religiosas que tenían lugar. Por ejemplo, en la Zaragoza ocupada, que tras el varapalo de los Sitios sería lógico pensar que dedicase una gran parte de sus esfuerzos a subsistir en tan dura economía de guerra (las requisas de todo tipo eran constantes), sorprendentemente hubo meses con celebraciones en casi la mitad de los días, por cierto, ampliamente participadas por las autoridades francesas. Por citar un ejemplo, curioso por la manifestación de largueza de que se hizo gala, a la festividad de la Admirable Ascensión del Señor en 1810, asistió el mismísimo y Excelentísimo Señor conde de Suchet, gobernador militar de la plaza “en reverencia a tan gran misterio”, que además de oír la misa de doce –naturalmente en el Pilar– con todo el acompañamiento acostumbrado, obsequió con 100 duros a la sacristía de Nuestra Señora, “para que dijesen en misas a su intención127. Enseguida podremos ver cuáles eran algunas de dichas intenciones.

En un primer momento pudiera quizá parecer sorprendente el fervor demostrado por la oficialidad ocupante por participar en las celebraciones litúrgicas. Sobre todo siendo hijos de la Revolución francesa, y por consiguiente de práctica si no atea, declaradamente agnóstica. Como muy bien define Barbey d’Aurevilly en su acertada crítica Obras y hombres del siglo XIX, la destrucción del viejo orden y los excesos del carpe diem que trajo el tiempo de las guerras napoleónicas, había construido un tipo de hombre de acción, de inmensa energía, y por consiguiente con un desprecio intrínseco a cualquier freno moral128. De hecho, así han ido mostrándose los franceses a su paso por la península. En lo sutil y en lo grosero. En esto último, en lo grosero, hubiera sido comprensible. El soldado francés –sobre todo el veterano- poco idealista ya a estas alturas del Imperio, busca alguna compensación a las fatigas y penalidades a las que se le somete, aparte naturalmente del riesgo a perder la vida. No es raro

125. GIL DOMINGO (1994), pp. 120-121.126. FRANCO DE ESPÉS (2008), p. LXIV. 127. CASAMAYOR (2008) II, p. 56.128. BARBEY d’AUREVILLY (2009), ed. on line.

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pues que se dejase llevar de la tentación del pillaje. Son miles los ejemplos y los testimonios. No hay iglesia, ni capilla, ni ermita en España, grande o pequeña, que no reciba el zarpazo de la codicia. El niño Jesús, por poner un ejemplo, de multitud de belenes a lo largo de toda la geografía, que de modo exento, o bien formando parte de los retablos, solía ser una figurita en oro, desapareció por completo. En algunos lugares aún puede verse hoy su ominoso vacío, quién sabe si por enseñanza y advertencia, como por ejemplo en el Monasterio de San Millán de la Cogolla en La Rioja, cuna de la lengua castellana, y lugar de peregrinaje particular del contemporáneo Jovellanos. En el mismo sentido, son incontables los informes en los que se cita, tras alguna acción, haber encontrado en las mochilas de los soldados franceses muertos, cálices y otros objetos sagrados, frutos de los saqueos sacrílegos129

Pero en la oficialidad francesa existe otra actitud, que alguien ha descrito como sutil. En realidad no es tan sutil. Es explícita, y desde luego, deliberada. Y más aún en sus inspiradores, los mariscales, y en último término, en Napoleón. Creen que España es un país de retrasados ignorantes, comidos de piojos, que todo lo soportan con esperanzada iluminación fanática, trenzada por una pléyade de curas depravados y crueles. Hay innumerables testimonios de los combatientes franceses en España, que critican de manera automática lo que ellos ven como puro delirio. Su desprecio por la trascendencia que para los españoles supone la reconfortante idea de la protección divina, les lleva a una sistemática humillación de todo lo sagrado, con intención de demoler los pilares. Lo que por cierto, y como suele ocurrir, producirá el efecto contrario, el más acusado fervor.

B.1.2. Politización del culto, clericalización de la política

La mencionada presencia de Suchet en el Pilar para celebrar la fiesta de la Ascensión, quizá en un primer momento pueda parecer sorprendente. Pero no fue en absoluto un hecho aislado. Al contrario, el fervor demostrado por el ocupante francés en participar en las celebraciones litúrgicas, se podría calificar de entusiasta, o cuando menos fiel, escrupulosamente fiel. Y lo fue desde el principio, prácticamente desde el mismo día de la capitulación.

Cabría preguntarse por qué, sobre todo tratándose de hijos de la Revolución, y por consiguiente de práctica si no atea, declaradamente agnóstica. No se comportaron como tales, sin embargo. Tenemos presencia de altos mandatarios franceses -los más altos- no sólo en las conmemoraciones magnas, también en las ordinarias. Por magnas entendemos por ejemplo las cíclicas onomásticas del rey José I Bonaparte. O los esponsales del Emperador.

Aunque la imperial boda tuvo lugar el día 2 de abril de 1810, se había decretado júbilo oficial con mucha antelación. Así, podemos leer en Casamayor130, la crónica correspondiente a tal celebración, que en Zaragoza se llevó a cabo el día 25 de marzo: “A las doce tocadas, por orden del Excelentísimo señor conde de Suchet se cantó un solemne tedeum en la misma iglesia del Pilar por el nuevo casamiento del emperador Napoleón con la archiduquesa de Austria María

129. CASAMAYOR (1908), p. 44.130. CASAMAYOR (2008) op. cit. p. 39.

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Luisa de Lorena, hija primogénita del emperador de Alemania Francisco José, rey apostólico de Hungría y Bohemia […] cuya noticia se anunció a las siete de la mañana con repique general de campanas […] concurrió el Ilustrísimo señor obispo de Huesca, gobernador eclesiástico de Aragón, que ofició de pontifical […] esperaron a Su Excelencia a la puerta de la iglesia, que con la plana mayor y mucho acompañamiento de tropa fue en público, estando toda la carrera adornada y con tapices […] cuya función concluyó muy cerca de las dos de la tarde”. Por cierto que, tras toda una serie de prolijos detalles sobre la celebración,

Casamayor acaba con una noticia no exenta de cierta ironía, pues señala la inoportunidad de un imprevisto, y es que mientras se estaba celebrando el correspondiente sarao (sic): “A las cuatro de la tarde hubo una furiosa tronada con mucho granizo y piedra, que después paró en un aguacero terrible”.

En cuanto al pensar de los zaragozanos, los compromisos oficiales fueron de dos clases, las verdaderas celebraciones, en las que resultaba sencillo compartir una alegría, el Pilar por ejemplo, y las “de tripas corazón”, de expresión externa igualmente obligada, pero que sólo producían alegría en unos pocos. Nos estamos refiriendo a las que se organizaban cuando se producía una victoria militar, como el desastre de Alcañiz, o la toma de Jaca o Lérida, que se anunciaba con profuso cañoneo, seguido de su correspondiente función religiosa, y con asistencia del todo Zaragoza. A este respecto, resulta excepcional el testimonio de un oficial de estado mayor del propio ejército sitiador, al que ya nos hemos referido anteriormente como un raro ejemplo de delicadeza: “creo espantoso forzar a los vencidos a celebrar su vergüenza y su infortunio.”131

Ya hemos indicado que los mandos de ocupación no sólo acudían a las celebraciones extraordinarias. También en las ordinarias podía vérseles en los templos. Por ejemplo cada domingo. Y por descontado cada Epifanía, cada Semana Santa, en la Pascua, en el día del Corpus, etc. y siempre en primera fila. Si la ocasión era militarmente calmada, el primero en acudir era el Gobernador General de Aragón, Excelentísimo Señor conde de Suchet, conde del Imperio y posteriormente duque de la Albufera. Con todos sus edecanes y a pie, dejándose ver por la gente, aunque eso sí, con acompañamiento de “abundante tropa”. Cosa ésta seguramente a medias entre la protección y el servicio de honores. Con frecuencia era acompañado además por su augusta esposa, la marsellesa doña Honorine Anthoine de Saint Joseph.

Cuando el gobernador general se hallaba ausente, normalmente a causa de alguna acción de guerra, era el gobernador militar de Zaragoza quien ocupaba su puesto. Y aún, si también hubiese sido requerida la presencia de éste último en alguna operación fuera de Zaragoza, era el comandante de la fuerza restante quien acudía puntualmente a la misa de doce al Pilar, que al hacerlo desde los cuarteles de Torrero, venía a caballo, y lo mismo el preceptivo acompañamiento. Fuerza restante decimos, que veces era francamente escasa, sobre todo a partir de 1811, pues con el declinar de las armas francesas era cada vez más frecuente que se enviase la práctica totalidad de la guarnición a taponar brechas. El 17 de febrero de ese año, por citar un ejemplo, sólo quedaron en la ciudad 300 franceses132

131. DAUDEVARD DE FÉRUSSAC (1908), p. 46.132. CASAMAYOR (2008) II, op. cit., p. 137.

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De cualquier forma y a lo largo de los años de ocupación, las silenciosas y solemnes bóvedas del Pilar de Zaragoza pudieron ver, participando devotamente, y quizá orando, quién sabe, no sólo al mencionado Suchet, y antes que a él, a Lannes, sino a todo un elenco de generales y gobernadores, Junot, Laval, Buget, Musnier, el barón de Montmarie, Paris… Éste sería el último, el que –ante la presión de Mina- desocupó definitivamente la ciudad el 9 de julio de 1813. Como cosa curiosa, y desde luego completamente singular, se registró incluso el bautizo de una francesita zaragozana, si podemos llamarla así. En efecto, el día 30 de enero de 1811, tuvo lugar en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, el bautizo de la niña del coronel del 121 Regimiento francés, que sacó de la pila (así se cita) el general de división de Caballería, barón de Montmarie, que “por mano del señor Deán recibió los nombres de María y Teresa, y con cuyo motivo, por parte del padrino se repartieron muchas limosnas entre los pobres” 133

La razón por el que el mando francés atendía de manera tan minuciosa las funciones religiosas, era como mínimo, doble. La primera, la más obvia, congraciarse con la ciudad y procurar ganarse el afecto de los ocupados, por no decir los súbditos. Desde antes ya de la conquista se tuvo gran atención a los gestos. Cuenta Lejeune134 que una cierta mañana, en los últimos días de febrero, cuando la rendición se sabía inminente, un centenar de civiles, hombres, mujeres y niños, desertando de las filas aragonesas, pasaron al campo francés, pidiendo ver al mariscal Lannes. Ante la solicitud que le presentaron para que, o bien los dejase marchar o bien acabase con ellos allí mismo antes que hacerlos volver a Zaragoza, Lannes, tras reprocharles su terquedad en una defensa imposible, que hacía necesario verter tanta sangre “me pedís la gracia de volver a vuestros hogares: no la merecéis”, ordenó sin embargo a su guardia que rodease a los campesinos -sin duda se sintieron ya ejecutados- para añadir finalmente: Lleváoslos, dadles de comer y beber; una vez saciados, que se les den a cada uno dos francos y dos panes, y que se les vuelva a conducir a Zaragoza. Quiero que sus habitantes sepan que tenemos víveres en abundancia y que vean lo que se puede esperar de mi generosidad”.

Interesante argucia psicológica, sabiendo como sabemos por otra parte, que en el bando francés había una penuria de subsistencias aún más aguda que la del interior de la ciudad, pues dos meses esquilmando los alrededores, una tropa tan numerosa, no había dejado mucho que aprovechar. A ese respecto no puede ser más claro el informe del mariscal Lannes a Napoleón de fecha 24 de enero de 1809: El 3º Cuerpo (es el que llevaba el peso de los combates, el 5º Cuerpo estaba más bien en reserva) envía cada día más de 100 enfermos al hospital. La tropa está muy cansada, no recibe más que la ración de pan y ni siquiera todos los días, necesita carne, vino y aguardiente. Es pues indispensable que Vuestra Majestad dé las órdenes para que podamos disponer de un proveedor que nos aprovisione de carne y de aguardiente, ya que probablemente estaremos aquí al menos dos meses135”.

Lo cierto es que amablemente permitió regresar a aquel grupo de –después de todo- enemigos. Qué actitud tan distinta de cuando ordenó a la caballería de Lefebvre-Desnuëttes, en la desbandada de Tudela, que acuchillase a los que huían (¡Sabre les fuyards! fue la orden) con la muy gráfica expresión francesa “l’epée dans les reins”, la espada en los riñones, que se traduciría por nuestro “con el aliento en la nuca”, es decir, sin piedad ni respiro.

133. CASAMAYOR., p. 131134. LEJEUNE (1908), p. 257.135. Revue des études napoléoniennes (2009), nº 14, París, p. 102.

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Ahora las cosas son distintas, y en el mismo sentido indulgente, es decir pretendiendo congraciarse con los habitantes de una Zaragoza pronto sometida, habría que interpretar seguramente la atención del mariscal a los requerimientos de la Madre Rafols, cuando en varias ocasiones solicitó y obtuvo ayuda para “sus” enfermos del hospital. Sin que eso por otra parte, menoscabe en absoluto el coraje y la decisión de la benemérita heroína.

Un último ejemplo, cuando el 21 de febrero ondeaba ya sobre la Torre Nueva la bandera blanca de la capitulación, Lannes ordenó que se enviasen 200 corderos a los enfermos de la ciudad. Evidentemente buscaba que se viera “su gran magnanimidad […] así, después de haber economizado la sangre de sus hombres tanto como le ha sido posible, se preocupa de cuidar y alimentar a los enfermos españoles136”.

Pero hay un segundo motivo, no menos evidente, para la presencia francesa en los lugares de culto, un fin obviamente político. Y con dos intenciones muy distintas.

- La primera, la presencia, el dominio, la ostentación de poder. Para que no se olvide el sitio de cada cual.

- Y la segunda, el control de ese ámbito de transmisión de ideas que sin duda suponían los púlpitos.

Tanto Aymes como Dufour137 que aunque franceses son declaradamente hispanistas, en sus detallados estudios de lo que ellos llaman “la munición de papel”, es decir, la labor de esa quinta columna que es tanto el panfleto soterrado como cualquier clase de comunicación clandestina, conceden también una extraordinaria importancia a la capacidad multiplicadora de los sermones. Primero porque, debido al precepto dominical y su consiguiente obligatoriedad de asistencia a misa, sea aquí o allá, en esta iglesia o en la otra, cuanto allí se diga garantiza la penetración en la práctica totalidad de la población. Y segundo, por su capacidad de imposición, pues quien habla es el verbo divino, que como tal no se discute. Y además va dirigido nada menos que al interior de las conciencias (es decir, de las voluntades).

Por otra parte, aunque la homilía tiene en sí, como misión fundamental, la transmisión y salvaguarda de la doctrina, en ocasiones y en sociedades culturalmente pobres y de recio analfabetismo, adquiere con frecuencia funciones sociales cuando se presenta una incidencia severa, como puede ser una epidemia, o una catástrofe natural importante20. 20 . CARREÑO RIVERO (2006), p. 318. La España de 1808 se encontraba en las condiciones de precariedad social a las que aludimos (no era la única, el resto de las sociedades precapitalistas europeas adolecían de iguales parámetros) de modo que la predicación era una vía de penetración informativa y sugeridora, nada desdeñable. La palabra, que no el texto escrito, inasequible para muchos.

Por predicación en sentido amplio debemos entender no sólo la homilía como tal, concreta y a medida de una colectividad determinada de feligreses, sino también sus fuentes directoriales, es decir, las directrices eclesiásticas emanadas de los circuitos episcopales. Se orientaba a la diócesis, pero se marcaban pautas138. Como además se procuraban designar predicadores

136. Ibid., p. 304.137. AYMES (2004), p. 35 y ss ; DUFOUR (2006), p. 114138. ESCOLANO BENITO (1986), p. 33.

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particularmente versados, de sólida formación y línea segura, sobre todo cuando se trataba de emitir juicio sobre temas comprometidos o delicados, solían recopilarse tan valiosos documentos en unos sermonarios a modo de los ars predicandi medievales, que constituían un fondo articulado, perfectamente consultable, verdadero catálogo de conferencias morales, para ayuda retórica o mejora de estilo (y de dogma, por qué no) de otros servidores de la palabra sin tanta capacidad.

Sin embargo, en situaciones de gran convulsión, la homogeneización podía romperse, como de hecho ocurrió en la España de 1808. La invasión francesa y el consiguiente estado de guerra, propició que se desarrollase una bipolaridad extrema. Como dice Carreño Rivero, se estuvo simplemente a favor o en contra. Con una particularidad, y es que a tenor de cómo se fuesen desarrollando los acontecimientos, la polaridad podía cambiar. No se actúa igual cuando el enemigo se acerca que cuando se ha metido dentro, y no es un asunto de cobardía o no, sino de estrategia, o incluso de supervivencia. Pero esas, aparentemente simples, únicas caras de la moneda, no son tan simples.

B.1.3. El poder del púlpito: patrióticos versus afrancesados

B.1.3a . Los servidores patrióticos

Con todo el riesgo que supone cualquier encasillamiento, llamaremos en una primera instancia curas “patrióticos”, a los que en los momentos de vital compromiso plantearon la visceralidad como única opción posible. Cuando la invasión del francés, su credo fue defender el suelo a cualquier precio, defender las fronteras, defender lo propio, es decir, evitar a toda costa que el intruso se apropiase de lo que era y había sido suyo, en lo material y en lo espiritual. Y a eso lo llamó luchar por la Independencia con mayúsculas, y el objetivo, expulsar al invasor.

Tenemos multitud de ejemplos, nuestro combativo -espada en mano- Santiago Sas, sin ir más lejos. O cualquiera de los trabucaires. Los hubo en Cataluña, que “amosqueteaban” al enemigo con una mano mientras le daban la bendición con la otra, los hubo en Andalucía, los hubo en el Somontano aragonés, los hubo y muy activos en la guerrilla. Predicaron con la palabra y con el ejemplo, proponiendo la oposición más abierta y activa a todo lo malo que traía el invasor, al que se le consideraba terrible e irredento. Los ejemplos son innumerables, como ya hemos comentado antes, sermones patriótico-morales (sic) dirigidos a los españoles desplazados al haber sido expulsados de sus hogares por el enemigo común, o con rogativas contra Francia, o bien en honor de las triunfantes armas españolas139

139. BLAS DE ESTOLAZA (1814), pp. 31-32. NAVARRO (1808), p. 20. XIMÉNEZ DE ENCISO (1809), p. 42. FORTEA (1819), p. 4. GOÑALONS (1814), pp. 5-6.

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La adjudicación de lamentables cualidades a la “por desgracia vecina” Francia como “nación maldita, inestable, libertina, infiel por naturaleza, soberbia y caprichosa” supone también todo un modelo que podría resumir la actitud gravemente descalificadora de ese importante sector del clero140.

Así pues, el “patriótico puro” defendió, exhortó y predicó, lisa y llanamente la guerra: la defensa de la patria con las armas, la resistencia al invasor hasta el límite. En definitiva, matar al gabacho, sin ambages. Y aunque esa cruenta propuesta partió simultáneamente de otras instancias, el apasionamiento del clero, continuado y enfervorizado, constituyó desde luego un recurso de combate de lo más eficaz.

En realidad este tipo de predicador temperamental, próximo a la trinchera, al dolor, a la sangre, que soporta mal la presencia del francés y teme por su universo amenazado por ese soldado bárbaro y ateo, exportado por la Revolución, no se plantea en absoluto razones políticas. Su idea de la independencia es inmovilista, apegada al viejo orden y a las tradiciones, y desde luego con un fuerte predominio de lo trascendente, del mandato divino, en el código de comportamiento. Él no lo sabe, pero es Absolutista. Acepta sin cuestionarla, la estratificación en clases, se acerca por espíritu evangélico a las clases más desfavorecidas, pero sonríe a las pudientes porque necesita su beneficencia. Rey y Patria son su credo, y Rey, Patria y Religión los ejes fundamentales. Sin pararse a pensar en ello, está –insistimos– defendiendo el Antiguo Régimen. Sólo muy lentamente, y no en todos, les irán calando por puro roce, las nuevas ideas, el acercamiento del pueblo a las formas de gobierno, la necesidad de desestructurar la injusta concepción piramidal de la sociedad. De hecho, alguno que llegó a imbuirse demasiado, tuvo que ser posteriormente “reeducado” al regreso de Fernando VII. Como veremos más adelante, en demostración palpable de que en todas partes cuecen habas, y de que la reeducación es un camino de ida y vuelta, el propio hermano del mariscal Lannes, el sacerdote Bernard Lannes hubo de ser exorcizado de su debilidad regalista, para volver a tomar la senda de la generosidad y del servicio desinteresado a toda clase de prójimos, poderosos o no.

Dentro de los “patrióticos” se desarrolló una subvertiente también muy agitada, pero que adolecía de una diferencia sustancial en su motivación, aunque no en sus propuestas, ni en sus hechos, ni en sus resultados. También viscerales, también puros, propugnaban igualmente la expulsión militar del francés. Pero no consideraban la invasión de los bárbaros como una desgracia sobrevenida “a pesar de”, sino como una consecuencia de los pecados del propio pueblo español, que había obligado al justiciero martillo del Señor, a actuar sobre el yunque de las penalidades, para volver a forjar la senda de la que el desviado cristiano, había decidido, por libertina tentación, salirse141.

140. FRAY MARIANO ABAD (1811): El español Judas Macabeo. Discurso fúnebre que en las solemnes exequias celebradas en sufragio y honras del excelentísimo señor don Pedro Caro y Sureda, Marqués de la Romana, Capitán General de los Reales Ejércitos, etc. por la M.I. Villa de Novelda, pronunció el día 27 de Mayo del año 1811. Alicante, Imprenta de la Viuda de España, p. 13. Cit. en CARREÑO RIVERO, M. (2006), p. 323.

141. Sobre la clasificación de los predicadores en patriotas o pacifistas, con sus subvertientes, imprescin-dible consultar el exhaustivo trabajo de Myiriam Carreño, absolutamente clarificador en su perfecta disección. CARREÑO, M., El despertar de la conciencia cívico-política popular en los inicios de la España contemporánea: la politización de los sermones en la Guerra de la Independencia (1808-1814), Revista de Educación, 339, pp. 317-338, Universidad Complutense de Madrid, MADRID, 2006

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Así, en sus homilías, estos curas ético-patriotas presentaban la presencia de las tropas francesas como un hecho moral, cuyo origen debía buscarse en las ofensas a un Dios airado, enojado con su grey, por haber sucumbido a los desórdenes. Un anónimo documento (lástima que sea anónimo) denunció a cuantos contemporáneos quisieron participar de su lectura, que tales actitudes del pueblo español habían permitido que junto a su ejército, Napoleón trajese “otro ejército formidable, de fieros soldados, que son los vicios del nuevo siglo142.”Y da un elocuente listado de tales vicios “al servicio de Napoleón, para mayor indignación de nuestro Señor Dios”, que se manifiestan en las costumbres: el modo de vestir, el modo de andar, el trato con el otro sexo, la asistencia a tertulias y cafés, es decir lo que da en llamarse «afeminamiento», vocablo que, cosa extraña, se introdujo en profundidad en los sermones de época, y cuyo inequívoco significado se relacionaba con la imitación de lo francés.

Y entre los azotes “que España sufre porque el pueblo mismo armó la terrible mano de Dios”, y las zozobras a causa de “la relajación escandalosa con que se había degradado vergonzosamente España de su antigua severidad, provocando la ira divina” –retóricas semejantes se repiten en toda la geografía española- encontramos una especialmente interesante, recogida en el Tomo I de Impresos Novohispanos, interesante precisamente por la naturaleza y condición de su emisor. Y por su inconsecuencia143. Se trata de la Carta Pastoral del Primado de Toledo, don Luis María de Borbón, primo de Fernando VII, de 30 de septiembre de 1808. Aún habiéndose autodeclarado “el más fiel súbdito de Napoleón” en carta dirigida a éste el 22 de mayo de 1808, a los pocos días por tanto, de los fusilamientos de Murat, reflexiones posteriores lo llevaron a reconsiderar la situación, alineándose con los resistentes activos, de modo que emitió el mencionado documento144. Salvada esta peculiaridad, su contenido no introduce nada nuevo. Vuelve a incidir en la desviación ética de un hecho meramente político, pontificando –eso sí, desde la más alta plataforma- que la situación.

“no era más que un preludio de lo que tenía que suceder y de los males que la misericordia de Dios nos preparaba para castigar nuestros pecados”.

En todo caso, su credo es también borbónico y su objetivo destruir a Napoleón, verdadero anticristo, porque de ese modo, con la destrucción del maligno, podríamos pensar en dirigir la mirada hacia lo alto, e intentar de nuevo alcanzar la gracia perdida de Dios, fin último de todas las cosas, incluso de las suertes ya marcadas, de súbditos y de principales, cuyas esferas, tangentes como mucho, tampoco plantean posibilidad alguna de interpenetrarse.

Ambos pues, los temperamentales y los éticos, son partidarios y defensores, eso desde luego queda claro, del Absolutismo más inmovilista.

142. ANÓNIMO (1808). Proclama espiritual. Discurso muy preciso de leer en las actuales circunstancias. Sevilla, Imprenta Mayor, p. 3. Cit en CARREÑO RIVERO, M., p. 322.

143. GARRITZ (1990), p. 7-8.144. CALVO FERNÁNDEZ (2008), p. 299.

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B.1.3b . Los servidores afrancesados

b.1. Concepto moral:

Una primera consideración, necesaria sin duda, es precisar el término “afrancesado”. Porque el hecho de no empuñar materialmente la espada contra el francés, no tiene por qué significar de manera automática, que se comulgue devota y servilmente con sus propuestas –ni mucho menos con sus ideas– sino que, por muchas razones, se decide “aceptar”. Y aceptar no quiere decir colaborar. Aceptar quiere decir sobrevivir. Por decirlo crudamente, se podría ser cobarde, pero no por eso antipatriota.

Cobardía que no siempre es entendida ni perdonada. Imposible expresarlo mejor que el belicoso Ximénez de Enciso, del que hemos hablado anteriormente. En sus arengas, más que exhortar, advierte. A la lucha (cruenta, se entiende) está obligado no sólo el ejército, sino la población en su totalidad que tiene el deber de prestar los auxilios necesarios. Y llega hasta exigir acciones sobre los indolentes, los miedosos y todos los que “contaminados quizá de afeminamiento, puedan menoscabar el espíritu guerrero español”. Y añade como colofón: “Temed católicos que si no socorréis a vuestros valerosos ejércitos con toda clase de auxilios, nuestra victoria será incierta y su resultado el más funesto.145”. Sin embargo, no todo el mundo lo ven tan claro, existen matices. Miguel Artola distingue tres principios doctrinales como patrones de comportamiento: los que llama monarquistas, moderados y reformadores sociales146.

-monarquistas, aquellos que desean una forma monárquica de gobierno, sin importarles demasiado la dinastía. Lo cierto es que llamar monarquismo a su actitud, en los tiempos que corren, es un término en verdad amable. Gérar Dufour los llama claramente “grandes traidores147”, porque aunque partidarios de reformas, pretenden mantener los privilegios de clero y de la nobleza, anulando incluso el incipiente Decreto de Chamartín con el que Napoleón abolió los privilegios feudales. Entre ellos encontrará caldo de cultivo Fernando VII a su regreso. Los de esta clase, hostiles a todo impulso popular, por desconfianza a lo que llamaban delatoramente “chusma soez”, ayudarán –y de qué manera- a liquidar de raíz todo afán de liberalismo.

-moderados serían aquellos que aun siendo ilustrados, podrían representar un deseo de revolución controlada. Es decir, la ruptura con el Antiguo Régimen sin tener que pasar por el difícil período de anarquía de la Revolución, lección aprendida de la vecina Francia. Son fundamentalmente temerosos, pusilánimes… e ilusos, pues es imposible un cambio de tales características sin romper algún cristal.

-reformadores sociales, un tipo de afrancesados, patriotas a su vez, herederos del pacto social que se había iniciado de manera esperanzada en la Constitución de Bayona, y que,

145. XIMÉNEZ DE ENCISO Y COBOS PADILLA (1809), op. cit., p. 44.146. ARTOLA GALLEGO (1997) Los afrancesados, Edic. Altaya, Barcelona., p. 39.147. DUFOUR (2007), p. 275.

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tras muchos bandazos –les será muy fácil hacerse perdonar por los liberales, con los que comparten la mayoría de su credo- acabará juntándose con estos en Cádiz. Normalmente élites intelectuales, que abrazaron seguramente con ilusión la causa bonapartista porque creyendo en su capacidad regenerativa, o mejor, modernizadora148.

Habría probablemente una cuarta subdivisión, la de los arribistas, que sin escrúpulo alguno se arrimaban al poder, buscando el medro personal mientras durasen las presentes circunstancias, tachados sin dudas149.

Y por otra parte, estaría además el afrancesamiento menor, el acomodaticio, que con un grado variable de colaboracionismo, no fue un fenómeno exclusivo de las clases altas. La participación de un buen número de españoles de toda condición en los estamentos cívico-políticos, permitió a los franceses mantener operativa toda la infraestructura administrativa. La razón, muy fácil de comprender, fue sin duda simplemente práctica, sin que haya que buscarle relación alguna con una posible comunión ideológica. Es un principio elemental: la vida sigue.

Entre estos a su vez, encontramos dos grandes grupos: los funcionarios, y los del sector servicios. Sin que sea fácil, por ser ya cuestión de conciencia, escudriñar en su interior. Porque entre los segundos encontraremos, por ejemplo, que junto a las dificultades de los habitantes de a pie en la Zaragoza ocupada, para responder a las continuas requisas que esquilmaban sus precarísimas economías de auténtica infrasusbsistencia, los tratantes, los carreteros, los almacenistas, iban haciendo su buen dinero.

Y no digamos entre los primeros, los juramentados (funcionarios que juraron acomodaticia-mente lealtad a José I), en general de familias desahogadas, para las que la ocupación militar no fue en muchos casos particularmente desagradable. Los magistrados seguían siendo magistrados, los miembros de consejos y corporaciones igualmente, y los poseedores de tierras pudieron seguir faenando con sus parcelas (a excepción del Cabildo, absolutamente esquilmado, como luego veremos). Sobre todo conociendo la política francesa, muy general-izada, de acercamiento a las élites locales para atraerlas a la órbita del Imperio150.

b.2. Los púlpitos al servicio del gobierno intruso:

Desgraciadamente, en los púlpitos y hablando de clero afrancesado, no se dieron matices. Escandaliza el contenido de la circular enviada por el Consejo Supremo de la Inquisición de fecha 6 de mayo de 1808, a los cuatro días de la sublevación de Madrid, censurando “el escandaloso alboroto del bajo pueblo contra las tropas del Emperador de los Franceses el pasado día dos […] los eclesiásticos deben transmitir el espíritu de la religión de Jesucristo que respira paz y fraternidad entre los hombres, igualmente que sumisión, respeto y obediencia a las autoridades”. Firmado por Gabriel Nevia y Noriega, Raimundo Ethenhard y Salinas, y Fray Manuel de San José151.

148. BARBASTRO (1993), p. 54.149. DIAZ TORREJÓN (2003), on line. V. bibl..150. ESDAILE (2001), p. 101..151. CALVO FERNÁNDEZ, J.M. (2008), p. 299.

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Parecido en Zaragoza. El Gobernador Eclesiástico de la Diócesis, Pedro Valero, en ausencia del Arzobispo De Arce y también del Obispo Auxiliar Santander, publicó una proclama llegada de Madrid el día 5 de mayo para su difusión que, además de agradecer al Serenísimo Señor Gran Duque de Berg (nada menos que el feroz represor Murat) la “beneficencia y humanidad” con la que solventó los incidentes del día dos “en medio del estruendo y del horror que causaron los tristes despojos de un pueblo desordenado”, volviendo a pedir además –nótese la insistencia- a los clérigos que procurasen “persuadir la importancia de la mejor armonía con las Tropas Francesas, disuadiendo a sus respectivos súbditos de los errores y equivocado fervor, que sólo puede servir para su destrucción”152.

Como puede verse, no hay medias tintas, ni sutileza ni matiz alguno: se exhorta a colaborar con el invasor, a obedecer a la autoridad establecida -francesa naturalmente- y a oponerse a las acciones de guerra, es decir a acatar con sumisión al monarca intruso. Carreño Rivero apunta en su descargo que seguramente los sacerdotes “afrancesados” vieron materializada en José I la esperanza de una regeneración política que traería, como consecuencia, la solución a los males del país y en definitiva, la prosperidad153.

Quizá.

Sin embargo, en el caso de este personaje, el Gobernador eclesiástico don Pedro Valero, no acaban de encajar las cosas. Tal vez en 1808, viendo la amenaza francesa lejos aún, no había tomado conciencia, o sencillamente ponía una cara a unos, y en realidad su corazón estaba mirando a los otros. O ante las atrocidades que sobrevinieron en los años siguientes en Zaragoza y Aragón, cambió radicalmente su punto de vista. Porque de la correspondencia que de él se guarda en el Archivo capitular del Cabildo, se deduce muy por el contrario, un espíritu profundamente crítico con todo lo francés (incluido su obispo) y en absoluto condescendiente. Prueba de ello es que tuvo que huir de Zaragoza, y mantenerse alejado y oculto.

O sencillamente, ya que hay un silencio epistolar en los años 10 y 11, al barruntarse el cambio de tornas, decidió ir descargándose el equipaje de compañías comprometedoras154. Como decíamos al principio, incluso los hechos pueden adolecer de matices.

Un ejemplo de lo atenta que andaba la administración francesa al acecho de gestos difundibles que pudieran servir para sus fines, es el caso del arzobispo de Palmira y Abad de San Ildefonso. Cuando como consecuencia de un incidente –felizmente subsanado- entre una columna de soldados franceses de paso hacia Segovia, y un nutrido grupo de sus feligreses, hubo intercambio de palabras más que gruesas, redactó e hizo distribuir el 3 de junio de 1808 unas reflexiones suscitadas “ante los sucesos extraordinarios que se están sobreviniendo” instando a considerarlos como designios de Dios y “aceptarlos siguiendo el precepto natural de la obediencia a las potestades constituidas155.”

152. Ibid., p. 299153. Ibid., p. 327154. En GIL DOMINGO (1994), viene consignada abundante relación epistolar del Gobernador

eclesiástico, p. 145-146, 151-152, etc. 155. BARRIO GOZALO, M (2007), Vida del Ilmo. Señor Don Félix Amat…, p. 161.

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Llegado el escrito a manos de un general francés, envió éste copia a Madrid, donde por orden del gobierno fue publicado en la Gaceta de Madrid, inaugurándose así un filón de publicidad afrancesada, que funcionó como tal con regularidad durante todo el reinado de José I Bonaparte. Todos los sermones y pastorales fueron publicados, y se puso además especial atención en darles la máxima difusión por todo el territorio ocupado, y no sólo en la capital156.

Una constante en las predicaciones del clero afrancesado fue la asunción fatal del hecho que es Dios quien da y quita los reinos según sus designios impenetrables, y ante los cuales no cabe sino someterse. Naturalmente eso implicaba la aceptación del cambio dinástico a favor del intruso Bonaparte, porque así lo había querido Dios. Y en efecto, esta idea la vamos a ver repetida con frecuencia. En Salamanca por ejemplo, en la pastoral de enero de 1809, su obispo, don Gerardo Vázquez, dice explícitamente: “Entendemos, pues, amados míos, que el Dios poderoso, este Dios en quien creemos, es Él sólo quien quita, da y reparte los imperios.”(Apareció publicada en la Gazeta de Madrid) 40 40 . Gaceta de Madrid, 3 de febrero de 1809, p. 191. . En Sevilla es el Lectoral don José Maestre, esta vez en una homilía, aunque fue recogida igualmente en la Gazeta41 41 . Ibid., 18 de febrero de 1810, p. 202. : “Alza los ojos al cielo y adora la Providencia. No analicemos estos acaecimientos con ojos meramente humanos. Reanima tu religión y reconoce que hay un Rey excelso sobre todos los Reyes que es el dueño de las coronas, que reparte y quita los cetros, ensalza y quita los tronos a su agrado según conviene a sus impenetrables designios”.

b.3. Finalmente, en Zaragoza.

Están lejos aquellos momentos de fervor, en que corrían de mano en mano folletos ligeros como este que traemos aquí, reeditado en 1898 en una colección de gacetillas llamadas Glorias de España : “La fe religiosa que algunos llaman fanatismo, desconociendo lo sublime hasta de lo que pudiera calificarse de pueril, contribuía grandemente a la unidad de acción. La fe religiosa y el amor a la Patria son fuentes de energía sobrenaturales. Pues bien, el pueblo aragonés y particularmente el zaragozano, estaba seguro de que su excelsa patrona la Virgen del Pilar, acudiría en su auxilio, y se fundaba para ello en un suceso que era objeto de todas las conversaciones: el día 17 de mayo a cosa de las doce del día, se vio en el zenit una nube que figuraba una blanca y hermosa palma campeando sobre un fondo azulado. Los primeros que la descubrieron llamaron la atención de los demás, y fue general la creencia de que aquella nube que tan correctamente dibujaba la forma de la palma, y pasando por encima del templo del Pilar, fue a perderse en las lejanías hacia el Moncayo, auguraba la victoria de los aragoneses. […] España, caminando a un fin común, venció al capitán del siglo.”

No ha sido exactamente así. Uno de los mariscales del “capitán del siglo” ha tomado Zaragoza, que tras semanas de penuria ha quedado en un estado que exige urgentes y rápidas medidas. Desde la entrada de los franceses en la ciudad, las disposiciones de Lannes se han dirigido a arbitrar las primeras medidas de higiene para detener las epidemias. Los cadáveres han sido quemados en grandes espacios. El 28 de febrero, prohibe que los cuerpos de los nuevos muertos sean dejados a la puerta de las iglesias. Ordena que sean llevados bien a los hospitales, bien a casas particulares de la orilla izquierda, lejos del arrabal, para ser enterrados allí. Exige

156. CARREÑO RIVERO (2006), op. cit., p. 329.

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que las calles tengan la mayor limpieza y que los habitantes arrojen agua delante de cada puerta. Informado de que no se entregan todas las armas, el mariscal se ve forzado a amenazar severamente a los recalcitrantes157.

El día 5 de marzo de 1809, domingo, dos semanas después de capitular la ciudad, momento en que se consideró saneada mínimamente, a las diez de la mañana hizo entrada oficial y solemne su conquistador, el mariscal Jean Lannes, duque de Montebello. Lo hizo acompañado de todos los generales y todos los oficiales de los estados mayores, a caballo y de gran gala. Mortier estaba ausente porque se había marchado la víspera con seis regimientos del 5º Cuerpo para perseguir a los dos hermanos de Palafox158. La numerosa escolta, igualmente a caballo, estaba compuesta por húsares, lanceros polacos y coraceros del 13º regimiento. Con toda la carrera cubierta por granaderos y voltigeurs formando una doble línea de honor, el séquito del mariscal bajó desde el Portillo por San Pablo, a tomar a todo lo largo la calle muy principal llamada de la Castellana (hoy Boggiero), para desembocar en el Coso hasta San Gil, y de allí por la Cuchillería, y calle del Pilar hasta la plaza del mismo nombre. Doscientos cañones estuvieron tronando para anunciar su paso. Las calles, a pesar de las numerosas ruinas reflejaban cierto alborozo y se habían extendido tapicerías. Llegada la comitiva a la catedral de Nôtre-Dame del Pilar (con esta curiosa mezcla idiomática suelen reflejarla los documentos franceses), esperaba en su puerta el todo Zaragoza, con su Obispo Auxiliar, Fray Miguel de Santander, y el Cabildo. El señor mariscal, habiendo recibido agua bendita que le sirvió el Ilustrísimo señor obispo auxiliar, que lo incensó y dio ósculo de paz (así lo recoge la Gazeta de Zaragoza del 5 de marzo) pasó al interior. La cita, como en seguida veremos, no tenía nada de social. Se había convocado a todo principal, grande o pequeño, para “el juramento”. Véanse más detalles en el apartado dedicado al Tesoro del Pilar, A.5.4.

Y en efecto, con la Santa Capilla “a toda iluminación” y el altar mayor “con todo el adorno del día del Corpus”, se acomodó al señor mariscal frente al presbiterio, en silla con almohada.

Semejante delicadeza no obedecía esta vez a protocolo, sino a necesidad, ya que todavía no andaba del todo recuperado de su grave caída del caballo en noviembre pasado. (Véase más adelante, apartado E.1. El martillo de Thor).

Se celebró la misa solemne, oficiada por el señor obispo de pontifical “con todo el aparato y música”, condiciones exigidas expresamente por el mariscal. Y al llegar el Evangelio, se procedió al juramento de fidelidad y obediencia a Su Majestad Católica don José Napoleón I, rey de España y de las Indias, obligatorio para todos los organismos civiles y eclesiásticos. Poniendo una nota realista, habría que advertir que de todos esos organismos, juraron naturalmente los supervivientes, pues tras las bajas de los asedios, aún no se habían recompuesto. Y estuvieron ausentes también, los que no quisieron hacerlo, que a la sazón estaban en las prisiones habilitadas en la ciudad para los insumisos, no enviados todavía a sus destinos.

Faltaba la guinda. En su homilía, Fray Miguel de Santander dio gracias al Altísimo “por habernos librado de tantos males” y exhortando a continuación a los fieles “a la paz, confraternidad y obediencia”, añadió el que vamos viendo recurrente argumento, con una variante ciertamente audaz, considerar al propio Emperador brazo ejecutor de los designios

157. ZINS (2009), p. 339 y ss.158. Ibid., p. 341.

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divinos: “Dios omnipotente levanta y abate las monarquías, según el propósito de su adorable voluntad […] Napoleón es a quien la divina Providencia ha suscitado en nuestros días para elevar y abatir los tronos, tronchar los cetros y las coronas, vencer toda suerte de enemigos y llevar en triunfo los estandartes desde el Tajo al Vístula y desde el Sena al Danubio159”.

Gil Domingo asegura en sus consideraciones sobre los famosos Sermones políticos de Fray Miguel de Santander, disponer de pruebas de que los mariscales Lannes y Suchet le enviaban las cuartillas escritas con lo que debía predicar160

La ceremonia finaliza con un Te Deum, anunciado fuera por salvas de artillería de nuevo. A continuación, Lannes reúne a todo el estado mayor de los dos ejércitos “en su palacio próximo a La Seo” (el Palacio episcopal), para una comida con cuatrocientos cubiertos. Evidentemente todo el orbe napoleónico debía estar pendiente de Zaragoza, porque semejantes celebraciones aparecieron reflejadas nada menos que en el Journal de l’Empire46 46 . Journal de l’Empire de 15 marzo 1809, pp. 1-2. . Por supuesto también en la prensa local (Gazeta, Casamayor…) a la mayor gloria del bondadoso nuevo benefactor de la ciudad, el magnánimo mariscal Lannes.

El 7 de marzo, el mariscal da cuenta a su esposa Louise de todos estos acontecimientos, y con una interpretación siempre modesta, como buen francés:

“Hice ayer mi entrada: jamás he visto ceremonia más hermosa; todas las calles por las que pasamos, estaban tapizadas de manera magnífica, los habitantes no olvidan el generoso modo con el que los he tratado. Así, de enemigos encarnizados, he hecho verdaderos amigos del Emperador y del Rey. Te envío, mi buena amiga, copia del discurso que ha sido pronunciado por el arzobispo que es un hombre digno y uno de los

admiradores de Su Majestad. Todo ha salido muy bien. Espero que Su Majestad me enviará pronto la orden de regresar a Francia.161”.

La carta, además de demostrar una vez más la profusa atención epistolar que mantiene Lannes con su esposa, insinúa ya un primer avance de pago de servicios al obispo Santander. Y aún se declara más explícito en el informe al Ministro de la Guerra, Berthier, el 19 de marzo:

“En las grandes esclusas ante Zaragoza, el 19 marzo de 1809. […] No puedo estar más contento del obispo auxiliar. Es un hombre que ha contribuido mucho a la tranquilidad del país. Sería bueno que Su Majestad lo hiciese nombrar obispo o incluso arzobispo de Zaragoza: es extremadamente considerado. Creo que Su Majestad no haría mal enviándole su retrato”.

Como no hay dos sin tres, al poco tiempo será el Gobernador Militar de todo Aragón, Suchet, quien recomiende expresamente al Emperador que se recompense a este hombre tan adicto.

Como se desprende de todos estos testimonios, en los púlpitos “afrancesados” hubo unanimidad. En cualquier dirección en que miremos, la actitud absolutamente homogénea queda confirmada. En Córdoba, su obispo Pedro Trevilla advierte que la obediencia a José I es “más un deber religioso que civil”. Y lo mismo en Vitoria “es un deber sagrado y no sólo virtud civil y política”. En Málaga, se alienta la esperanza en el nuevo monarca para “depurar la santa

159. Gazeta de Zaragoza de 5 de marzo de 1808, p. 1-2.160. GIL DOMINGO (1994), op. cit., p. 126.161. THOUMAS, Le marechal Lannes., pp. 267-268, cit. en ZINS, p. 314.

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religión de las imperfecciones en que la superstición y la ignorancia la habían envuelto”. En Zamora, para conjurar los riesgos de lucha armada “a nadie como al obispo y a los sacerdotes corresponde exhortar a la paz”. En el mismo sentido, en Valladolid se advierte al pueblo de que ha sido mal aconsejado “sin más objeto que el de introducir la confusión y la anarquía y derramar inútilmente la sangre de nuestros hermanos162” .

¿Ingenuos, iluminados, traidores, acomodados, ambiciosos…? ¿Cuál es el verdadero perfil de tantos de estos sacerdotes que conformaron el sustrato de clero afrancesado sumiso? Su mensaje no acabó de encontrar eco en sus feligreses, ni acabó siendo agradecido en su faceta apaciguadora por los sectores aburguesados. Lentamente barridos por el declinar de las armas francesas, el exilio fue para muchos de ellos la única salida, y para los más tibios o menos significados, la esperanza de cierta redención con la vuelta “del Deseado”, que sin embargo los condenó al más oscuro desamparo. Amargo final.

No fue menos amargo el de muchos de los “patrióticos”, que confundidos en su ardor antifrancés estuvieron frenando irreconciliablemente un progreso social, que en definitiva fue el lecho en que el involucionista Fernando VII recostó su ingratamente recuperado trono. Y a muchos de los que pudieron ser tentados por una tardía reacción, les costó la inquina real e incluso la muerte.

b.4. Depuraciones. Las horas amargas.

Aun admitiendo que, en general, el colectivo de afrancesados, fueran del tipo que fueran “buscaba la felicidad para el pueblo” y que en modo alguno debe considerárseles como “unos antipatriotas que quisieran desmembrar el país” y que simplemente tuvieron que enfrentarse por primera vez al dilema de los dos posibles caminos, “fue la primera generación que tuvo que decidir qué partido tomar, desde el punto de vista de las ideas163”, a pesar de todo eso, conforme van recuperándose territorios para Fernando VII a partir de principios de 1813, los decretos de depuración emanados de Cádiz, van alcanzando a mayor número de personas.

El final fue el esperable. Los documentos escritos y las firmas en muchos casos, pero las delaciones del vecindario las más, provocaron los distintos tipos de reacción. Los más comprometidos y con posibilidades económicas, emprendieron a la postre con el rey José su exilio a Francia. Muy pocos regresaron, y desde luego al cabo de mucho tiempo. Con respecto a los que habían sido juramentados, es decir, reos de acatamiento al intruso, sin entrar en consideraciones de motivos o circunstancias, pudieron algunos de ellos permanecer, o bien fueron obligados a dimitir. Los indultados en todo caso, fueron sólo entre aquellos que tenían el nombramiento de Carlos IV (y aún no todos). Y por supuesto, resultaron automáticamente anulados los que en sus papeles llevaban el águila estampillada.

162. Gaceta de Madrid, diferentes fechas, 1808- 1809. NOTA: Todos los testimonios que en este párrafo se citan aparecieron publicados en la Gazeta de Madrid, y han sido extraídos del exhaustivo trabajo de CARREÑO RI-VERO, M. (2006), “El despertar de la conciencia… ”, véase Bibl. Tal publicación los recoge en muchos casos íntegros, y en todos señala fecha de la revista y página..

163. LÓPEZ CORDÓN, María Victoria (Universidad Complutense), Discurso de apadrinamiento de la reedi-ción de Los afrancesados de ARTOLA, M. (v. bibl).

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Curiosamente, las purificaciones apenas afectaron a los verdaderos colaboracionistas, pues al pertenecer éstos a elites económicas o políticas locales, supieron protegerse unos a otros, permitiendo la focalización de cvulpables en unas cuantas cabezas de turco. No es éste un episodio que cubra de gloria a quienes lo llevaron a cabo.

Muy certeramente Casamayor, cronista al fin, registra y comenta tales extremos, más cuando él fue uno de los necesitados de justificación. Sólo tres pinceladas que prueban su clara desaprobación164:

… Esperemos que al ser restituido en su trono nuestro deseadísimo y católico monarca y rey Fernando VII en cuya venida tiene afianzada todo verdadero español, su quietud, su reposo y fortuna […] que después de haber sido los invictos zaragozanos unos modelos perfectos del más heroico valor en su defensa y sufrido con la más elegante resignación la más negra esclavitud por espacio de cuatro años y cinco meses, ahora se encuentran desposeídos de sus destinos,

… al paso que los que se han hecho acreedores al mayor castigo con su pérfida decisión, incomodando y persiguiendo a los leales, no se ve los hayan castigado, ni dado el merecido castigo a sus traiciones.

… hubo muchos casos similares […] en una gran sala de purificación en el Ayuntamiento y a puerta abierta, donde hubo para todos, embargos, multas e inhabilitaciones, sólo por haber permanecido en ella, sin haberse introducido en los asuntos del gobierno intruso, ni favorecido sus proyectos. Y los que no permanecieron en la ciudad, vaya usted a saber por qué -como si quedarse fuese un delito- son ahora los cómodos juzgadores.

164. CASAMAYOR (2008) III, op. cit,. pp. 377 , 490-491.

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B.2. La religión y sus ministros serán respetados: la opinión del francés

B.2.1. Prejuicios ante Europa

Resulta difícil hacerse una idea clara de cuál fue la “segunda” opinión de los invasores franceses sobre España y los españoles, sobre todo en los oficiales. Son numerosos los testimonios que demuestran que conforme iban sucediéndose los acontecimientos, fuimos ganándonos su respeto. Algunos ya nos lo tenían, pues determinada gente ilustrada de la vecina Francia, había viajado a España en más de una ocasión, y había sabido apreciar la hermosa geografía, las buenas costumbres (gastronómicas sobre todo) y el apacible y acogedor talante de sus gentes. Pero la gran mayoría nos desconocía, o lo que es peor aún, nos miraba bajo la óptica imperial, vertida con toda intención en Le Moniteur Universel, verdadero órgano del gobierno, del que Napoleón se servía sin ningún escrúpulo para desviar las opiniones a su propio terreno.

Y nos preguntamos por la segunda opinión, porque la “primera”, fruto de ese desconocimiento (o conocimiento sesgado) que se tiene en Francia, sabemos que provocaba la más desganada falta de entusiasmo en los componentes de la fuerza expedicionaria enviada a España, una tierra “de miseria y arrogancia, ignorante y cruel en grado sumo, con temperaturas extremas, tórridas de día, glaciales de noche; con arbustos raquíticos y una absoluta ausencia de hierba verde; pedregosa hasta donde alcanzaba la vista. La única sonrisa de esta inhóspita naturaleza eran las ramas retorcidas, es decir, los viñedos165”. El testimonio de uno de los combatientes, Jean-Roche Coignet, que llegaría a capitán, autor de unos Cuadernos que tuvieron gran predicamento en la época, hace una descripción tal, que desde luego quita las ganas: “¡Qué gente tan sucia! Son tales los piojos que salen al remover la paja de las camas de los soldados, que podrían cogerse a puñados. La mayoría de los habitantes lo hace, para tirarlos a continuación al suelo, espetándoles ¡quien te ha creado, que te alimente!166”.

Este es el nivel de partida, en la consideración del francés, de la España de 1808.

A tenor de lo dicho, no hubiera cabido esperar que el futuro conquistador de Zaragoza, el mariscal Lannes, se dispusiese a venir con alegre disposición a España, según podemos deducir de la carta a su adorada esposa, de 4 de octubre de 1808, desde Erfurt: “Estoy impaciente, mi querida Louise, por estar cerca de ti. A lo sumo podré quedarme ocho días contigo antes de mi salida para España. Sabes bien la repugnancia que me causa ir para allí. Creo que es la mayor prueba de devoción que le he dado nunca a Su Majestad. Espero que no será por demasiado tiempo167”. Ya en el Congreso de Erfurt, Lannes estaba preocupado por la guerra

165. DAMAMME (1999), p. 239. 166. COIGNET (1883), p. 127167. ZINS (2008), p. 334.

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de España. El 7 de octubre de 1808, Goethe le oyó coversar con Maret con respecto a los sucesos en la península168. El escritor no precisa el contenido de tales comentarios, pero según los correos que Lannes escribiría a Louise evocando su repugnancia a lanzarse a esta nueva campaña, podemos pensar que estaba preocupado y en contra. En sus Souvenirs Militaires, el general Berthezène confirma la lucidez de Lannes con respecto a la guerra de España: “Las dos únicas personas a las que he visto considerar la guerra de España en su verdadera óptica, fueron el mariscal Lannes y el general Compans; el primero sobre todo, presentía las más funestas consecuencias169”.

No cabe duda que de camino a Zaragoza, Lannes pensaba en esas « funestas consecuencias ». La misión que le esperaba era ingrata y difícil. Lo cierto es que la venida de Lannes, siguiendo a Napoleón, se iba a producir en noviembre, y eso iba a permitir conocer algunos testimonios de primera mano, nada tranquilizadores, dados además por gente de apreciación supuestamente fiable como el excelente cirujano Larrey (hablaremos de él al narrar las peripecias de la caída de caballo del mariscal): “Cuando los españoles descubrieron entre los soldados de Murat la presencia de mamelucos, descendientes del odiado dominador [sic, cree sin duda Larrey que aún andábamos pensando en Boabdil] la copa se desbordó […] En ese fatal 2 de mayo en Madrid, gran ciudad triste, de calles sucias, pavimentadas de guijarros negros y puntiagudos […] vi un mameluco, espantosamente mutilado, agonizar delante de las puertas de un convento”. En lo siguiente sin embargo, anduvo acertado: “Aquel día, la brutal intervención de Murat, lejos de apagar el incendio que acababa de iniciarse, sirvió para atizarlo”.

Resulta curioso, tratándose incluso de observadores militares y por consiguiente poseedores de cierto exigible desapasionamiento, el prejuicio con el que concedían distinta consideración al flemático soldado inglés –faltaría más- que al cuasi bandolero peninsular (porque aquí incluyen por igual a portugueses y a españoles): “En Portugal las cosas no habían ido mejor. Rodeados por esos pulcros soldados ingleses, tan confortables, que llevan una manta de lana, pan blanco en la mochila y ron en la cantimplora […] a los que habían venido a juntarse, menuda ralea, españoles y portugueses170...

Claro que –siempre desde la mirada de un observador transpirenaico– qué se puede esperar de un pueblo en el que sus principales, nobleza y clerecía, aspiran según nos describe Damamme, como “colmo de la felicidad, a hacerse inhumar en una iglesia, bajo el altar mayor, de modo que cuando falta sitio, se exhuma a los usuarios más antiguos y se cuelgan sus restos en los muros de la morada del Señor, apestosas estalactitas, derramando con frecuencia, insalubres miasmas”171. Parecida repugnancia parece inspirar similar descripción del barón de Lejeune, por otra parte romántico y exquisito, fino artista, de certeros pincel y pluma, cuando relata la experiencia de los asaltantes al convento de San Francisco, hoy Diputación Provincial en la Plaza de España, después de las voladuras del Segundo Sitio: “…entre el desorden de aquellos irregulares escombros […] era entre los ataúdes, las osamentas y los sarcófagos destrozados, donde se agitaba la furia de la guerra. De uno de estos antiguos ataúdes rotos se veía asomar la cabeza lívida y descarnada, y la mitad del cuerpo de un obispo amortajado con los hábitos

168. GOETHE Melanges (1863), pp. 307-309169. BERTHEZÈNE (1855), Souvenirs Militaires, cit. ZINS., p. 325.170. DAMAMME, op. cit., p. 240.171. Ibid., p. 239.

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pontificales. Sus brazos secos y huesudos, dirigidos hacia nosotros, sus cuencas profundas y oscuras, su boca contraída por una mueca espantosa, nos semejaba una fantasmal sombra de Samuel, gritándonos en medio del estruendo: Saul! Saul! por qué vienes a turbar mi tumba? Aquella agitación, aquella macabra carnicería en la confusión espantosa de aquel osario y este espectro mitrado desenterrado a nuestros pies, nos presentaba el espectáculo más imponente y la desolación más siniestra que jamás hubiésemos contemplado172.”

No deja de llamar la atención sin embargo, que junto al horror manifiesto, sienten verdadera fascinación por la numantina persistencia en la lucha. Porque junto a un descenso al más irrespetuoso cenagal, podemos encontrar de repente una descripción que casi podría calificarse de ardorosamente romántica, en el mejor estilo Lord Byron, y desde luego admirativa.

Empecemos por el cenagal:

“Las gentes vivían [en la numantina resistencia, se entiende] hacinadas con sus ganados, sumergidos en la inmundicia más repugnante, porque nunca echaban la basura fuera. Las entrañas de los animales se pudrían en los sótanos, en las habitaciones, y los sitiados ni siquiera se tomaban la molestia de eliminar los cadáveres de los hombres muertos como resultado de la terrible epidemia que tal negligencia no tardó en provocar. [La razón] es el fanatismo religioso, el abandono ciego a la voluntad de Dios. Los españoles repiten sin cesar Lo que ha de ser no puede faltar (en español en el original). En consecuencia no toman ninguna precaución173” .

Veamos ahora, sorprendente ironía, lo admirativamente que pueden llegar a referirse a las mismas infames personas, cuando deciden aureolarlas con el nimbo de los héroes.

Así, cuando el biógrafo del mariscal Lannes, Ronald Zins, al comentar la abundante correspondencia que el supuestamente rudo militar dirige a su confidente favorita, su amante esposa, y para justificar algún fragmento epistolar de Lannes, particularmente tierno, supone Zins al suponer que el mariscal sabe que entre los defensores más encarnizados hay mujeres jóvenes, de buena cuna y hermosas si se ha de creer la leyenda, como la condesa Burida (sic) “descendiente de una de las primeras familias del país, heroína del primer sitio, de la que cada mujer quería imitar su heroísmo, de tal modo se admiran sus virtudes y su piedad”; o como aquella otra, Augustina Sarzella (sic, que evidentemente es nuestra Saragossa y Domenech), conocida como “la Virgen de Zaragoza” (en español y con las mayúsculas en el original). Una virgen guerrera a la que se había podido ver también durante el primer asedio de 1808 precipitarse “sobre una mecha en las manos de un artillero agonizante, y dar fuego a una pieza de 24 y a caballo sobre la pieza, mostrarse fiera, pues sólo la separarán de allí, muerta”. Los esfuerzos conjugados de Goya y Byron –sigue diciendo Zins- no tardaron en lanzar a la heroína como un símbolo, a la órbita de la celebridad174

Curioso contrapunto. Pero no es el único. Si dentro del roquedal español, triste e insulso, Zaragoza era sólo una pequeña urbe sin muralla ni tradición de defensa, ¿para qué tuvo que enviarse contra ella “al general más distinguido de mis ejércitos, mi camarada de dieciséis

172. LEJEUNE (1908), p. 238.173. MARBOT (1891), p. 127174. ZINS, op. cit., p. 332.

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años, al que considero mi mejor amigo” en opinión de Napoleón175?. Es pues la tenaz resistencia popular lo que obliga al Emperador a confiar a Lannes la misión de apoderarse del molesto enclave, que se había atrevido a convertirse en el símbolo de la resistencia española.sta decisión al Ministro de la Guerra: “Tengo el honor de comunicaros, Monsieur le compte, que el Emperador acaba de confiar a Monsieur le maréchal duc de Montebello, el mando supremo del 3º y 5º Cuerpos de Ejército de los reinos de Aragón y de Navarra, y de modo general, de todas las tropas que asedian Zaragoza. Invito a Vuestra Excelencia a hacer expedir en consecuencia, las órdenes de servicio a Monsieur le duc de Montebello176”

En realidad qué mejor para confirmar opiniones que la del propio Emperador. En carta a su hermano José I fechada en 9 de septiembre de 1808 le escribe: “el pueblo español es vil y cobarde, como los árabes a los que combatí en Egipto”. Y en una nueva carta al mismo destinatario, le recomienda el 11 de enero de 1809 : “Con los españoles hay que tener mano dura, si se les trata con condescendencia se creen invencibles; cuando se ahorca a unos cuantos, abandonan la partida y se vuelven humildes y obedientes177”.

Así se escribe la historia. Sus enemigos seculares, los británicos, pulcros soldados, de manta cuidadosamente enrollada y pan blanco, disciplinados y correctos. Los españoles en cambio, hasta hace poco sus aliados, que durante años han estado vertiendo sangre amiga en combates que ni les iban ni les venían a la mayor gloria del Emperador –a causa de los Tratados encadenantes- son ahora sucios brigands, amaestradores de piojos, mientras corretean entre despojos funerarios.

175. LAFFARGUE (1975), p. 293.176. Service Historique de la Défense, 6 Yd 10, dossier Lannes, cit. ZINS, (2009), p, 323.177. Archives du Roi Joseph (1768-1844), Archives Nationales. Culture / 400AP/9 à 40AP/13, PARIS.

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B.2.2. Anticlericalismo a la francesa. Los clérigos como poder fáctico

Hemos hablado ya anteriormente del púlpito como arma de guerra. Y de sus predicadores. Pero en la mentalidad del francés no hay excepciones, todos los servidores de Dios, los monjes, como se les denomina siempre en sus fuentes, tienen un gran poder. Ya en las primeras crónicas del levantamiento de Madrid, se recoge que “en unas pocas semanas se extendió por toda España la resistencia armada, alentada por nobles y monjes (…) y se declaró la guerra a Francia en nombre de Fernando VII178.

Descendiendo de lo general a lo particular, y con el fin de darle la credibilidad que merece a la serie de testimonios que Jean Claude Damamme va a ir poniendo ante nuestros ojos, es justo dignificar al testigo. Jean Claude Damamme es Representante Oficial en Francia de la Sociedad Napoleónica -Représentant pour l’Europe de la Société Napoléonienne Internationale- Consejero Histórico del Instituto Napoleónico México-Francia y uno de los más brillantes estudiosos –y defensores- de la figura de Napoleón y de sus principales generales. Sobre el mariscal Lannes ha escrito dos biografías, en las que declara haber empleado una cuantioso número de bibliografía original, que su fuente de consulta han sido obras de soldados testigos de la guerra de España (Coignet, Marbot, Larrey, Lejeune…) y sobre todo la muy abundante correspondencia del mariscal Jean Lannes, celosamente guardada por sus descendientes. Es de suponer entonces que, libre de prejuicios personales, sus impresiones reflejadas en dichas biografías (v. bibl.) sean –con visión de cronista– un imparcial y desapasionado reflejo de lo que de allí se contiene.

Pues bien, en un primer intento de acercarnos los pensamientos del mariscal Lannes cuando éste se adentraba en nuestra península, nos ofrece significativas reflexiones: “Entremezclados con sus lúgubres habitantes, haciéndose notar a la legua, los curas. Pero no esos curas bonachones que hacen amablemente las misas dominicales, sino enjutas siluetas, coronadas por un sombrero de proporciones desmesuradas, de donde emerge un rostro demacrado, parduzco como la cera vieja. El conjunto va envuelto más que vestido, con una larga capa, negra en su origen, pero a menudo por no decir siempre, verdosa por el sudor y la grasa. En España, los servidores de Dios resultaban seres espantosamente mugrientos179. Sin embargo, son ellos los que gobiernan el país, tiranizándolo, dominando las almas y los espíritus, y manteniendo a la población en un obscurantismo hecho de tres cuartas partes de superstición primitiva y de un cuarto de religión mal digerida. El colmo de la felicidad para el español medio en los albores de este siglo XIX, es hacerse inhumar en una iglesia, bajo el altar mayor. O poner a secar sus miasmas funerarias, como ya nos ha dicho.

Por si cupiera la duda de si Damamme se ha dejado llevar de interpretaciones personales, traigamos algunos otros testimonios directos, demostrativos de la consideración que al militar francés de ocupación le merecían los servidores de la Iglesia:

178. ZINS, op. cit.: Se cita el Dos de Mayo (en español en el original, y con mayúsculas) p. 309.179. DAMAMME, op. cit., p. 239.

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“Los conventos estaban desiertos y nosotros andábamos escasos de alojamiento. Por eso se nos fue distribuyendo en tan enormes piezas. A mi unidad se la colocó en un grande y hermoso edificio, que estaba enfrente de otro similar de religiosas, de esos donde se deja a las niñas para que sean educadas, desde los doce a los dieciocho años, edad en que están listas para casarse. Nuestros soldados estaban buscando en el jardín, pinchando aquí y allá con las baquetas de sus fusiles, para quizá encontrar algún cofre o caja con monedas que hubiese sido allí enterrado, pero quedaron chasqueados, y la verdad es que muy sorprendidos, al encontrar a cada paso niños recién nacidos, enterrados a dos o tres pies de profundidad, allí mismo en el jardín. Por más que pienso no recuerdo haber visto en ninguna otra parte un horror parecido. Esto nos indica las cosas que pasaban en este país. Así, los maravillosos caballeros de Cristo, ofrecidos a la beata admiración de la juventud, no era sino sátrapas fanáticos y sanguinarios180”.

Ante la monstruosidad de semejante testimonio, también merece la pena contrastar su credibilidad. Quien suscribe tan gruesas palabras es el glorioso soldado Jean Roch Coignet, uno de los primeros condecorados como Caballero de la Legión de

Honor el 14 de junio de 1804, posteriormente Capitán de Estado Mayor, y que tras haber sido “soldado de la República y del Imperio, que combatió a las órdenes de Napoleón el Grande, tanto en Italia como en Austria, Prusia, España, Rusia, Francia y Bélgica, en treinta y cuatro batallas, de las que son las principales Montebello, Marengo, Ulm, Austerlitz, Jena, Eylau, Friedland, Somosierra, Eckmulh, Essling, Wagram, Smolensko, Moscowa, Lutzen, Dresde, Brienne, Montereau, Craonne, Charleroi, Ligny (Waterloo), pudo volver a su hogar el 1 de noviembre de 1815” según puede leerse en la placa de mármol al costado de su panteón en el cementerio de Auxerres. Y si añadimos además lo que dice otra (más modesta) colocada en la casa donde murió, “Gran soldado y cronista de las Guerras de la República y del Imperio, y padrino de la Promoción 2000-2002 de la Academia Interarmas, habría que suponerle ecuanimidad. Claro que ésta, no es obligatoria. Ni siquiera a los bravos soldados. Sin comentarios.

Hacen falta muchas horas de lectura del más granado pensamiento anticlerical volteriano, para que llegue a fraguar en los oficiales franceses, la furiosa inquina que tralucen sus testimonios.

“Durante todo el sitio, los monjes habían aterrorizado a la población, haciéndoles creer que si la ciudad caía, los franceses matarían a todos los habitantes.181”.

“Los dos tercios de la ciudad están en ruinas y causa horror verlo. Se encuentran cadáveres a cada paso y reina un profundo desorden. Se continúa la tarea de desarmar a los habitantes y reagrupar los restos de las tropas españolas, aún dispersas por los distintos barrios. Son encontradas importantes reservas de trigo. Lannes prevé muchos arrestos porque hay muchos malos sujetos. Piensa especialmente en los monjes que mandaban a las tropas y a los campesinos. Ellos aterrorizaban a la población haciendo colgar de las horcas levantadas por la ciudad, a los españoles que deseaban rendirse182”.

180. COIGNET (2001), Cahiers du… 1776 - 1865. Éd. ARLEA, Diffusion SEUIL, Paris. 181. ZINS, op. cit., p. 342.182. Ibid., p. 339. Lannes carta de 21 de febrero. Revue des Études Napoléonienns, op. cit. p. 304.

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Hasta el inteligente, sensible, pintor, escritor, romántico y culto Lejeune, se deja llevar: “Felizmente la descomposición moral de los defensores jugaba a favor de los asaltantes. Los monjes inspiraban cada vez menos terror y, como señal de que el mismo Dios los abandonaba a su suerte, la iglesia de Nuestra Señora del Pilar se hundía bajo los proyectiles (…) pude ver en la escalera inferior de los Jerónimos, cómo un monje destrozaba a un soldado polaco a golpes con su crucifijo.183”

Y aún este mismo Lejeune, después de describir encendidamente la heroicidad de la lucha, las mujeres bravas, etc, se permite añadir a continuación: “Pero es en los lugares normalmente destinados al culto donde se suceden los combates más salvajes, las carnicerías más espantosas. Porque era el reino donde esos monjes demoníacos electrizaban, aterrorizaban a la población, prometiéndoles el paraíso a los que matasen más franceses. Así, en el convento de San Lázaro, se destripa delante del altar, en medio de mujeres y niños que creyeron haber encontrado un refugio seguro en este santo lugar. Y entre las ruinas, bajo los altares mayores, cadáveres lívidos, descarnados, recubiertos de antiguos ornamentos y oropeles, surgían de sus tumbas para participar en el frenesí mortuorio e incorporarse al horror”.

Como despedida, en una Zaragoza que arde ya por los cuatro costados, donde se han declarado epidemias y la famélica población sucumbe a razón de cuatrocientas o quinientas personas por día, donde los vivos no pueden ya enterrar a los muertos y un horrible olor de cuerpos en putrefacción, o calcinados, planea sobre la ciudad, un joven teniente del 116º de Línea escribe una inocente carta a su hermana, expresándole el horror que ha supuesto el asedio:

“Estamos todavía en esta maldita, en esta infernal Zaragoza. Aunque hayamos tomado sus parapetos desde hace más de quince días, y que seamos dueños ya de una parte de la ciudad, los habitantes, excitados por el odio que nos profesan, por los curas y el fanatismo, parecen querer sepultarse bajo las ruinas, siguiendo el ejemplo de la antigua Numancia. Se defienden con un encarnizamiento increíble y nos hacen pagar muy cara la más pequeña victoria.

Este joven teniente, salido de las vélites de la guardia, es Thomas Bugeaud, futuro mariscal de Francia, y cuanto hemos leído sería publicado en las postrimerías de su carrera militar, con el título de “Correspondencia íntima.184”.

183. LEJEUNE, op. cit., p. 282.184. BUGEAUD, Le marechal… pp. 63-64.

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B.2.3. Palafox y Boggiero, dos figuras calumniadas

2.3.a. El Padre Basilio Boggiero, escolapio

En la memoria colectiva zaragozana está fuera de toda duda el prestigio que la Orden escolapia, presente en la ciudad desde 1767, tenía en aquel entonces. Su colegio había ido ocupado diferentes edificios, pero en 1808 se encontraba ya en la ubicación actual, siendo testigo por tanto de muchos de los principales acontecimientos. De su Lucero o Libro de Crónicas, extraemos –a modo de ejemplo- lo acontecido el 2 de julio:

“Creyendo los franceses que la ciudad estaría ya consternada y que no hallarían resistencia, dieron el día 2, antes del amanecer, un asalto con todas sus fuerzas a la puerta del Portillo. Corría un vientecillo suave de la parte del Moncayo que hacía que los tiros de asaltadores y asaltados llegasen con tal viveza a nuestros oídos que parecía no distaban veinte pasos del centro de la ciudad. Con esto corrió por toda la Parroquia la voz de que estaban ya dentro los franceses, ganada la puerta; y comenzó a llenársenos el colegio de gentes, especialmente de mujeres, que pedían con lágrimas las dejásemos entrar en la iglesia para que, supuesto que habían de morir, las cogiese allí la muerte”.

Dada tal situación, el P. Rector llamó a todos los religiosos al Oratorio: “para deliberar quid opus esset facto (qué se había de hacer)” y que cada uno dijese libremente si convendría abandonar el colegio o quedarnos en él para defenderlo hasta el último extremo; no hubo uno solo que titubease, sino que todos a una resolvimos tomar el segundo partido; inmediatamente, recogiendo cuantas piedras, ladrillos y cascos se encontraron en los corrales y lunas del colegio y seminario, se colocaron junto a la ventana que cae a la calle, encima de la portería del colegio, con el ánimo de que si llegaban a penetrar los franceses, después de tirar para impedirles el paso muchas sillas y bancos, que también se previnieron, arrojar sobre ellos toda la metralla de piedras, etc., que se tenía preparada, y aun para que esto se hiciese más libremente, se rompió toda la celosía. También se había resuelto que nuestros operarios, con algunos paisanos en dicho caso, subieran a los tejados y no dejasen teja a vida, sino que todo cayese sobre el enemigo. Entre estas maniobras amaneció la luz, se supo con certidumbre que no habían penetrado los enemigos y que sólo se necesitaba enviar algún refresco a nuestros defensores fatigados por su resistencia heroica. Al momento se remitió cuanto pan había en casa en canastos (llevados algunos de ellos por los mismos religiosos) y varios botos de vino.

Sus afamados métodos de enseñanza, con clases de Gramática, Preceptiva y Retórica, Latinidad, Elocuencia, Sagradas Escrituras, Cálculo, Teología, Geografía, Historia de los Mundos, etcétera, hizo que fueran preceptores de muchos de los principales de la ciudad,

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como los Palafox. Y también fueron muy solicitadas sus prédicas, Casamayor nos da cumplida cuenta en sus diarios: la Epifanía, 6 de enero, celebrada en ambos templos (Pilar y La Seo) con toda solemnidad, predicando el Padre Antonino del Niño Jesús, de las Escuelas Pías, maestro de Retórica. Para San Antonio, la festividad de los labradores –muy importante gremio- se hizo en la iglesia de los Escolapios, predicando su rector, el padre Camilo Foncillas de Santa Teresa, San Valero, patrón de la ciudad y de todo el arzobispado, la fiesta de la Santa Cruz y la Pascua en Semana Santa, Nuestra Señora del Carmen….

En los aciagos días de los asedios, están registradas en sus Crónicas la caída de bombas sobre el edificio, los 14 religiosos muertos, el auxilio prestado como hospital y a la postre como camposanto (en el subsuelo de su iglesia principal, la de Santo Tomás), pero si algo destaca con luz propia, es la figura del Padre Basilio Boggiero de Santiago.

Y conociendo su menuda y venerable figura, su espiritualidad, su bonhomía, sus nulas pretensiones ni políticas ni de ninguna clase, su discreción –marca escolapia- resulta extraordinariamente chocante ver referido continuamente en las fuentes francesas (la coincidencia en documentos es total) a este benemérito e ilustre escolapio como “el fanático Basilio” o “el monje atroz”. Fanático, atroz…

Atroz fue el tiempo que le tocó vivir, y atroces sus circunstancias. Palafox dice de sí mismo en sus Memorias, “me encontré con la Historia”. El P. Boggiero también sufrió su inesperado encontronazo con los acontecimientos, en los que su firmeza y su lealtad, le acarrearon el trágico final.

Curiosamente, hay otro paisano suyo, otro italiano del norte como él, contemporáneo en esta Europa de vendavales, que también tendrá ocasión de demostrar su firmeza, no sospechada tampoco en igualmente menudo cuerpo: Gregorio Chiaramonti, que sería Pio VII, y que como tal le tocaría vivir muy de cerca, y pilotar completamente a contracorriente, la nave de la Iglesia, frente a un Napoleón en su zenit.

Hay muchos testimonios sobre el monje atroz. Ya cuando hablamos de las joyas del Pilar, la duquesa de Abrantes introducía así el momento: “cuando la ejecución de Basilio, el monje fanático, se metió en sacos a religiosos que habían predicado a su vez el fanatismo185…”

La ejecución de Basilio. Curioso eufemismo para referirse a un asesinato, premeditado y alevoso, por mucho que se le quiera dar apariencia de justicia, a tenor de los cargos:

“No queriendo de ninguna manera firmar la capitulación, Palafox pone su mando en manos de una Junta compuesta por cuarenta y cuatro miembros, bajo la presidencia del Regente de la Audiencia real, don Pedro María Ric. La mayoría de los representantes de la Junta está decidida a cesar el combate. Sólo nueve, entre ellos don Pedro María Ric, son de la opinión de continuar la lucha. Pero ninguno tiene el menor deseo de sufrir el desencanto de la población, ni tampoco probar la horca levantada en la ciudad para colgar a los que recomiendan la capitulación. Se decide proseguir la lucha, más cuando se encuentra entre los miembros de dicha junta el fanático monje Basilio, que es el alma de la resistencia de Zaragoza186”.

185. ABRANTES, Duchesse, Mémoires, t. 7, p. 444186. ZINS, op. cit., p. 337.

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“El 20 de febrero se reanuda el asalto, pero por la tarde, la Junta envía un parlamentario a Lannes para pedirle una tregua de veinticuatro horas, durante la que se convendrán los puntos de una capitulación. El mariscal envía sus órdenes a las tropas francesas para que cesen las hostilidades y envía a Saint-Mars ante la Junta para pedir una rendición sin condiciones. Se produce entonces un incidente que casi cuesta la vida al ayudante de campo de Lannes. Algunos zapadores no han recibido todavía el aviso de suspensión de hostilidades, y cuando Saint-Mars se encuentra ya dentro de la ciudad, una mina estalla en el Coso, desencadenando la furia de la población que grita traición y pretende linchar al parlamentario. Saint-Mars se ve muy comprometido, tanto más cuanto los miembros de la Junta y sobre todo el monje Basilio no parecen decididos a exponerse por protegerlo. Felizmente varios oficiales españoles, conscientes de la ambigüedad (sic) y del peligro de la situación, rodean espada en mano a Saint-Mars para sustraerlo a la furia popular.187”

“Siempre tan loco, siempre tan cruel, emergiendo de las montañas de cuerpos, el siniestro Basilio. O su no menos siniestro comparsa, Santiago Sas, un monje del convento del Carmen que se vanagloriaba de haber degollado por su mano, diecisiete franceses y al que se le podía ver empuñando el sable, arremangado hasta el hombro, con el hábito enrollado, y manchado de sangre de la cabeza a los pies. Este furibundo personaje recorría los parapetos diciéndoles a todos: imitad mi ejemplo y no quedará ninguno188.”

“Los monjes Basilio y Sass (sic, con dos eses), consejeros íntimos de Palafox y que se habían cubierto de crímenes durante el asedio, haciendo asesinar a los heridos franceses –así nos lo relata Ronald Zins- se habían escondido y habían intentado huir en la noche del 23 al 24. Lannes escribirá a Napoleón que, descubiertos y tomados prisioneros “fueron fusilados por una patrulla en el acto”. Y ordena que se busque entre los sacerdotes, los monjes y los acomodados, a todos los que han cometido crímenes con el fin de que corran la misma suerte189.”

Los relatos difieren como suele ocurrir. Según Lejeune, consiguió zafarse de los soldados destinados a custodiarle y se metió en el Ebro: “… veinte segundos después, se le oyó debatirse en la superficie del agua, y desapareció para siempre, aplicándose así él mismo el castigo que había tan justamente merecido190”.

“Según otras fuentes que escucharon el testimonio directamente del capitán que mandaba el destacamento encargado de su vigilancia, (no se conoce el nombre de este oficial), habría sido arrojado discretamente al río, siguiendo órdenes personales del mariscal Lannes. Hipótesis poco convincente –esta vez es Damamme quien echa el cuarto a espadas- Más cercana a la realidad y más satisfactoria para la memoria de las víctimas, francesas o españolas, de este monje pervertido, es el testimonio de un cadete de la Guardia, Billon:

“Muchos eran los que se habían fijado en el Padre Basilio, el monje fanático que hacía temblar a toda Zaragoza, aquel que condenaba a la horca con encarnizamiento y hacía mutilar a los prisioneros […] no quería morir y ofreció al pelotón de soldados su reloj, de oro, mucho oro, e hizo las más bellas promesas para que se le dejase vivir. Fue

187. ZINS, op. cit., p. 338.188. DAMAMME, op. cit., p. 250189. ZINS, op. cit., p. 340.190. LEJEUNE (2009), op. cit., p. 323.

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muerto sin misericordia, muerto como un perro rabioso, a bayonetazos, y su cuerpo arrojado al Ebro191”

También Daudevar de Ferussac tiene su versión, en su línea normalmente ecuánime: “Corre el rumor de que le propusieron utilizar sus talentos en la corte del rey José, y que habiendo respondido que su conciencia no se lo permitía, fue cosido a bayonetazos y después arrojado al río desde lo alto del puente. Allí vi yo efectivamente, un cuerpo flotando en el agua y me aseguraron que era el suyo. Esta venganza es tanto más horrible cuanto que por la capitulación se había prometido respetar a todos los individuos y sus diferentes opiniones192.” Falta el piadoso epitafio que Damamme pone en pluma de Lejeune193: “Su ropa se enganchó durante unos momentos en uno de los postes que se yerguen bajo el puente para guiar el paso de los barcos”. Al fin, despareció aquel que “hacía mutilar a los prisioneros y los exponía en este estado en las murallas, sobre todo italianos y polacos.”

“El diablo lleve su alma” es la frase con la que se sentencia el capítulo.

2.3.b. Palafox, el comparsa

Refiriéndose al general Palafox con una apreciación de principio tan descalificadora como la que se le otorga aquí, en noviembre de 1809, ignorando por completo sus méritos en el primer asedio, nada nos podrá sorprender ya, de lo que se diga después:

“… una vez dio comienzo el ataque a Blake (estamos en los prolegómenos de la segunda batalla de Tudela), quedaba la derecha, un contingente importante de sesenta mil combatientes, dirigidos por el poco caballeresco vencedor de Bailén, Castaños, asistido por un comparsa con el que nos volveremos a encontrar más tarde: su nombre, Palafox. José Reballedo (sic) de Palafox y Melzi194”.

En un informe a Napoleón, de 25 de febrero de 1809, denuncia Lannes que en casa de Palafox se han encontrado algunos trajes uniformes de oficiales y soldados franceses, puesto que “recompensaba a los soldados que le traían estos despojos como prueba de sus crímenes”. Y seguramente para equilibrar horrores, el mariscal le detalla a renglón seguido que son en total de 10 a 12.000 los prisioneros que ha hecho conducir a Bayona, escoltados por el general Morlot. “Quedan en los hospitales de Zaragoza de 14 a 15.000 hombres que mueren como las moscas”.

¿Concuerda semejante descripción de recompensador de fetiches macabros, con el gesto que el propio Zins le reconoce a Palafox en uno de sus últimos parlamentos con Lannes?: “Con el

191. BILLON (1905), pp. 157-158.192. DUDEVARD DE FERUSSAC (1908), p. 63.193. DAMAMME, op. cit., p. 255.194. Ibid, p. 241.

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fin de evitar un mayor derramamiento de sangre, el mariscal intenta negociar la rendición de Zaragoza. Envía a uno de sus ayudas de campo, Saint-Mars, ante Palafox. Por la noche está ya de regreso, con la siguiente respuesta del general español: “Monsieur le Maréchal no es en absoluto el árbitro de la vida de los cien mil habitantes de Zaragoza, y los generales españoles no se rinden sin combatir [...], sé exactamente las fuerzas que me asedian y os aseguro que harían falta diez veces más para forzarme a la rendición. Para esta ciudad será un honor perecer entre sus ruinas. El general que la manda no conoce el miedo ni se rinde195”

De cal y de arena : El 19 de febrero, Palafox, enfermo, pidió una tregua de tres días a Lannes para verificar si como le dijo el propio mariscal, la resistencia española ha cesado en toda la península […] Lannes le respondió el mismo día:

“He recibido al instante vuestra carta, Monsieur le General. Las proposiciones que me hacéis me disgustan. Cuando un hombre de honor como yo dice una cosa, os ruego consideréis mi palabra como sagrada, a la que nunca he faltado.

Adjunté a mi primera carta la capitulación de La Coruña y de El Ferrol. En cuanto a posibles refuerzos, empeñé mi palabra de honor de que no iban a llegaros, todos vuestros ejércitos en España habían sido destruidos. [..] En cuanto a la lealtad y a la generosidad, los sentimientos de la nación francesa son conocidos en el universo (sic). Se concederá un perdón general para todos los habitantes de la ciudad. Serán respetados al igual que sus propiedades196.”

El obligado epílogo no tardó en producirse. En el informe de El 19 de marzo a Berthier, Lannes sentencia:

Vuestra Alteza verá que este pobre miserable (se refiere a Palafox, que acaba de partir para Francia) sólo prestaba oídos a los monjes y a los intrigantes. Los primeros están casi todos muertos, quedan muy pocos ya en cada convento, y con aspecto absolutamente cadavérico. Aun cuando Palafox está todavía enfermo, es conducido a Francia para ser encerrado en el donjon de Vincennes.

Según la versión de Marbot, por haber reconocido en Bayona la legitimidad de Joseph, y sin embargo al llegar a España, haberse sublevado. Por tal motivo Napoleón decretó que no sería prisionero de guerra sino prisionero de Estado197. ¿Y el hecho de que el Napoleón hiciese secuestrar la tirada completa de la Gazeta de Madrid en su edición francesa, para que no llegase a saberse en los rincones del imperio lo cara que había costado tan pequeña ciudad, y que ni siquiera se había dejado aplastar, obligando a una capitulación, no podría justificar un enojo imperial? ¿Y el que lo mantuviese aislado, en un cruelísimo encierro y bajo nombre falso, para borrar en lo posible todo rastro del mito, también es por su “traición” de Bayona?

No nos resistimos a terminar este testimonio, trayendo completo el que Marbot, soldado como él, le dedica: “Cuando una plaza capitula, la costumbre es que los oficiales conserven sus espadas. Y así fue para los de la guarnición de Zaragoza, excepto para el gobernador Palafox, sobre el que el mariscal había recibido instrucciones particulares del Emperador […] El mariscal se vio obligado a enviar un oficial para arrestar al gobernador de Zaragoza y

195. ZINS, op. cit., p. 326.196. BELMAS (2003), p. 182197. MARBOT, op. cit., p. 133.

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pedirle su espada. La encomienda fue para el duque de Albuquerque, al que siendo español y antiguo camarada de armas de Palafox, le resultó verdaderamente penosa […] Se presentó en casa de Palafox, quien dándole su espada, le dijo con orgullo; “Si vuestros antepasados, los ilustres Albuquerque, volviesen a este mundo, no dudéis que preferirían estar en el lugar de este prisionero que rinde su espada cargada de gloria, que en el del renegado que viene a arrebatársela en nombre de los enemigos de España, su patria!”

El pobre Albuquerque, aterrorizado hasta casi desvanecerse, tubo que apoyarse contra un armario. Supe de esta escena por el capitán Pasqual, que fue el encargado por el Emperador de recibir a Palafox tras su arresto198”

B.3. La Religión: un arma más al servicio de Napoleón

B.3.1. La intolerancia

La idea básica de la Revolución francesa, pasar de la oscuridad a la luz, suponía que todo lo que hubiese supuesto tinieblas -el feudalismo, el poder absoluto del rey y la subordinación, vía condenación eterna, a la Iglesia- debía desaparecer. A cambio surgía un nuevo horizonte diáfano e infinito, “la espléndida aurora” como llamaría Hegel a la Revolución199.Pero el asalto a las estructuras del Estado no era suficiente, debía sustituirse cualquier culto a cualquier Dios, por el culto a la Suprema Razón, y desenraizar la base religiosa incardinada en lo más profundo del individuo, para implantar bases racionales, pilar fundamental del crecimiento del “hombre nuevo”. Descristianizar la sociedad, secularizarla, en una palabra.

Pero la pregunta surge enseguida: ¿qué tiene que ver instaurar un orden laico, secular, con ajusticiar a monjas de clausura?200.

La Declaración de los derechos del hombre y la instauración de la igualdad y la fraternidad, no tenían por qué haber costado la persecución, el baño de sangre de La Vendée y en muchos casos la guillotina, aun suponiéndole valor ejemplarizante

La primera época estuvo pues caracterizada por una gran violencia y extrema agresividad antirreligiosa. La secuencia que establece el profesor Moral Roncal201. define perfectamente la fase inicial de la evolución: Primero parecía querer hacer desaparecer a la Iglesia; luego fue atea; después deísta y, finalmente, quiso volver a ser católica. Todo ello en pocos años.

198. MARBOT, op. cit., pp. 134-135.199. CARCEL ORTI (2000), p. 31.200. Ibid, p. 33.201. MORAL RONCAL (2007), p. 63.

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En todo caso y aun vueltas las cosas a su cauce, el fenómeno era imparable. Se puso de moda un espíritu crítico por el que todo debía revisarse a la luz de la Razón, la instancia suprema. Todo lo anterior era superstición y fanatismo. Y ese desencuadernamiento alcanzó naturalmente a la Iglesia, a la que en definitiva se pretendió secularizar aun manteniendo ciertas líneas de su estructura funcional, pero dependientes del Estado y no del Papa, que tras las consiguientes protestas de Roma, devenidas en avisos y finalmente en amenazas, desembocarían en la promulgación de una Constitución Civil del Clero, que acabaría siendo obligatoria para el estamento eclesiástico, incluidas sus jerarquías. Momentos grises.

B.3.2. Le pouvoir c’est moi

a. Napoleón y el Papa Pio VII

Tuvo que ser Napoleón quien por puro pragmatismo, sabedor de lo que se estaba poniendo en juego por lo profundamente enraizada que estaba la espiritualidad y la religión en una amplia base de la sociedad francesa, el que hiciera las paces con Roma con la firma del Concordato de 1801. Ambos firmantes habían accedido a la máxima prelatura con una diferencia de unos pocos meses: el benedictino Barnaba Chiaramonti al Papado como Pío VII y Napoleón Bonaparte al Consulado tras derrocar al Directorio con el golpe del 18 brumario. Dado que el nuevo Papa, hombre inteligente y conciliador, no mostró especial recelo hacia el futuro Emperador, y que Napoleón había decidido moderar las iniciales tendencias anticlericales en Francia, dio comienzo una época de entente, que hubiera podido mantenerse largo tiempo de no haber sido por la inaceptable condición estatalista a la que –desenmascarándose al fin- Bonaparte pretendió someter a la iglesia con la aplicación de la Constitución Civil del Clero, que acabó provocando en Francia un verdadero cisma. Si a eso unimos la negativa de Roma de sumarse al bloqueo contra Inglaterra, la situación provocó la airada reacción de Napoleón que acabó incorporando los Estados Pontificios al Imperio y confinando a Pio VII en Fontainebleau, situación que se mantuvo hasta 1814..

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b. La Constitución Civil del Clero

Ya hemos hablado de la furiosa campaña desatada para sustituir todo vestigio de “orden cristiano” por un “orden secular”. Es una consecuencia de lo que la Asamblea llama progreso, que exige mayor radicalismo hacia cualquier resto conservativo original. Todo es barrido por el afán de descabezamiento que se ha apoderado de la cámara, porque el objetivo principal, el verdadero enemigo no era la nobleza, era la Iglesia202. Pero la Asamblea tiene otro problema simultáneo, más acuciante aún que el religioso, y es el financiero. Necesita amortizar deuda pública y decide nacionalizar los bienes del clero, que puestos en gestión como títulos de deuda que llamó “asignados”, se pondrán finalmente a la venta. Un mal cálculo del volumen de emisión de estos asignados, aun estando garantizados por los bienes de la Iglesia, acabó originando una fuerte inflación y la correspondiente depreciación de dichos títulos.

Lo cierto es que la Iglesia, al haber sido despojada de su patrimonio, y no percibir diezmos, suprimidos por un decreto anterior, pasa a depender económicamente del Estado, situación que lógicamente es preciso regularizar. Por esta razón la Asamblea Constituyente hubo de emprender una reforma y racionalización de la organización eclesiástica que se concretó en la Constitución Civil del Clero, votada el 12 de julio de 1790203.

Traducida a lenguaje práctico, convierte a los miembros del estamento eclesiástico en funcionarios del Estado, es decir funcionarios públicos, con las siguientes servidumbres:

• Se reestructura (naturalmente a la baja) la distribución de parroquias, tomando como modelo la distribución territorial civil, por departamentos.

• Será el Estado quien se preocupe de su financiación y mantenimiento.

• Se suprimen instituciones intermedias como los cabildos, pasando a depender todo el organigrama de los obispos.

• Obispos que serán elegidos bien por asamblea de fieles, bien por el poder central, en todo caso civil. Desaparece por tanto cualquier subordinación al Papa.

• Se otorgan derechos civiles ordinarios a todos los clérigos, y se les permite abandonar sus situaciones particulares en el caso de que no asuman los cambios.

• Sólo queda para terminar, una disposición, que fue la que provocó el cisma: los que acepten deberán prestar el juramento de aceptación (cortando pues definitivamente todo nexo con Roma) y se les llamará sermants, juramentados. Los que no presten el preceptivo juramento serán llamados refractarios.

202. CARCEL ORTI op. cit, p. 31203. La Asamblea Constituyente (1789-1791)

http://thales.cica.es/rd/Recursos/rd99/ed99-0257-01/aconst.html

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La condena por parte del Papa de la nueva disposición conllevó la amenaza de excomunión para los que jurasen la Constitución Civil y declaró sacrílegas las futuras nuevas ordenaciones de obispos constitucionales204 .

El rechazo de la sociedad francesa influyó más que las amenazas de Roma, de modo que se transigió en un aspecto, que fue el permitir a los sacerdotes y párrocos que no prestasen el juramento, los refractarios, seguir ejerciendo su ministerio comunitario, es decir la misa, pero sin administrar sacramentos.

La mayoría de obispos y sacerdotes rechazó el juramento y para obligarles se recurrió a toda clase de amenazas, incluso de muerte. De 160 obispos solamente la juraron 7. De los que se opusieron, 30 huyeron al extranjero. De los simples sacerdotes y párrocos, prestaron juramento 107 miembros del clero regular (de un total de 263) y el 52 % del clero parroquial. Cierto es que luego muchos se retractaron. Los refractarios fueron obligados a dejar sus parroquias.

Y ahí fue cuando el clero se dividió entre “juramentados” y “refractarios”. Por decreto de 9 de enero de 1791 fueron destituidos los párrocos refractarios y sustituidos con los que habían jurado. A estos se les llamó sacerdotes constitucionales, si bien el pueblo los llamó “intrusos” y normalmente (como en el caso de Bernard Lannes, el hermano mayor del mariscal) se les dio la espalda. También a principios de 1791 fueron elegidos los primeros obispos de la Iglesia Constitucional en sustitución de los refractarios.

Georges Poisson, de la Association Napoléonienne que ha hecho un recorrido por los ilustres “visitantes” del Château Vincennes, nos muestra de manera fehaciente el enojo imperial.

“Napoleón no dudó en encarcelar a los prelados disidentes en Vincennes. Habiendo convocado el Emperador un concilio nacional en 1811, tres obispos se opusieron allí a los atentados perpetrados contra la potestad del Papa: dos belgas y uno francés. Los belgas, monseñor Hirn, obispo de Tournai, y monseñor De Broglie, obispo de Gante, que ya se había señalado en 1809 al rehusar la Legión de Honor para evitar la apariencia de aprobación a la anexión de los Estados Pontificios. El francés, el más célebre, monseñor Stephen Alexander de Boulogne, obispo de Troyes, coronado en 1809 en la capilla de las Tullerías, barón del Imperio, predicador de las grandes ceremonias imperiales, donde había llegado a calificar a Napoleón como «otro Ciro llevado de la mano de Dios205».

El 10 de julio el Emperador decretó la disolución del concilio, y en la noche del 11 al 12 los tres obispos fueron arrestados y llevados a Vincennes, donde se encon-trarían con los cardenales Gabrielli y Di Pietro, prisioneros en el segundo piso del donjon. Los nuevos inquilinos ocuparon el primero donde cuatro meses más tarde se les arrancó su dimisión , quedando bajo arresto domiciliario en la provincia, excepto De Boulogne –al que el Papa le había rechazado la dimisión- que fue enviado a Falaise, acusado por Napoleón de ejercer presión sobre el cabildo de Troyes para paralizar su sucesión (nada alentada por Pío VII). Regresó el 28 de noviembre de 1813 a Vincennes, donde se le encerró, privado de espejo y de utensilios para el afeitado, de nuevo en el primer piso del donjon, en la celda que había sido la de Mirabeau.

204. CARCEL ORTI . op. cit., 59.205. POISSON. Revue du Souvenir Napoléonien, 487, p. 41.

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El obispo aprovechó su detención para decorar su pequeña celda con frescos e inscripciones piadosas de los que quedan algunos vestigios. Permaneció allí hasta febrero de 1814, de donde fue conducido a La Force, pequeña localidad no lejos de Bergerac, con el barón de Géramb.206

c . El catecismo imperial

En su faceta de exquisito propagandista, Napoleón no descuidó ninguna de las formas de control “del papel”, ya fuesen Gazetas, Bulletins de l’Armée, Journals o Moniteur universel. Pero destaca entre ellas una, verdaderamente interesante, con la que pretendió sin sutileza pero sí con puntería, introducir en los estamentos más débiles, la primera juventud, todo el poder de la palabra divina, canalizada a su favor. Nos estamos refiriendo al Catecismo imperial, “de uso obligatorio en todas las iglesias del Imperio”.

En España se editó y se vendió, como prueba este anuncio publicado en la Gaceta de Madrid :

GACETA DE MADRID, núm. 3; 8/I/1808; p. 36

«Madrid 23 de febrero...

LIBROS

Catecismo para el uso de todas las Iglesias del Imperio francés, aprobado, propuesto y recomendado a todos los Obispos de Francia por el Cardenal legado de la Santa Sede en París, y mandado publicar por el Emperador Napoleón: segunda edición, mejorada y corregida con todo esmero, aumentada con una excelente carta pastoral del Obispo de Bayona, y adornada con un retrato de dicho Emperador y otra estampa fina, dibuxadas ambas y grabadas por profesores de acreditada habilidad».

Con una estructura convencional en lecciones, decálogo, mandamientos… veamos una selección de sus apartados más intencionales207.

CATÉCHISME A L’USAGE DE TOUTES LES ÉGLISES DE L’EMPIRE FRANÇAIS.

SEGUNDA PARTE: Sobre la moral

Después de hablar en las lecciones Primera a la Sexta, del Decálogo y de los mandamientos de la Ley de Dios, el prójimo, la caridad, etcétera, en la Lección VII , a tenor del cuarto mandamiento y con la clásica estructura del catecismo que todos conocemos, modelo pregunta/respuesta, veamos lo que se invita a considerar a todos los niños de Francia:

D. (demande) . ¿Cuáles son los deberes de los cristianos con respecto a los príncipes que los gobiernan, y cuáles son en particular nuestros deberes hacia Napoleón Primero, nuestro emperador?

206. POISSON. ibid. p. 77207. CUENCA TORIBIO, op. cit., p. 143.

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R. Los cristianos deben a los príncipes que los gobiernan, y nosotros debemos en particular a Napoleón Iº, nuestro emperador, amor, respeto, obediencia, fidelidad, el servicio militar, los impuestos ordenados para la conservación y la defensa del imperio y de su trono [obsérvese que la redacción no descuida detalle]; le debemos además oraciones fervientes por su salud y por la prosperidad espiritual y temporal del Estado208.

D. ¿Por qué somos invitados a todos estos deberes hacia nuestro emperador?

R. En primer lugar porque Dios que crea los imperios y los distribuye según su voluntad, al colmar a nuestro emperador de dones, sea en la paz sea en la guerra, lo ha dispuesto como nuestro soberano, le ha otorgado el ministerio de su poder y su imagen en la Tierra. Honrar y servir a nuestro emperador es pues honrar y servir a Dios mismo. En segundo lugar, porque Nuestro Señor Jesucristo, tanto por su doctrina como por sus ejemplos, nos ha enseñado de su propia mano, lo que debemos a nuestro soberano: él mismo nació en la obediencia al edicto de César Augusto; pagó el impuesto prescrito; y finalmente ordenó dar a Dios lo que es de Dios, y también dar al César lo que es del César.

D. ¿Y no hay razones particulares que deben ligarnos más fuertemente a Napoleón Primero, nuestro emperador? [Obsérvese la tremenda desfachatez].

R. Sí, porque él es el designado por Dios en estas difíciles circunstancias, para restablecer el culto público de la religión santa de nuestros padres, y para ser su protector. Él ha traído de nuevo el orden público y vela por conservarlo, con su sabiduría profunda y decidida; defiende al Estado con su brazo poderoso; es el ungido del Señor por la consagración que ha recibido del soberano pontífice, jefe de la iglesia universal.

D. ¿Qué debemos pensar de los que faltan a su deber hacia nuestro emperador?

R. Según el apóstol San Pablo, reniegan del orden establecido por Dios mismo, y se hacen acreedores de la condenación eterna.

D. Los deberes señalados hacia nuestro emperador ¿nos obligan igualmente hacia sus sucesores legítimos en el orden establecido por las constituciones del imperio?

R. Sí, sin duda; porque nosotros leemos en las Sagradas Escrituras que Dios, Señor del cielo y de la tierra, por disposición de su voluntad suprema y por su providencia, da los imperios no solamente a una persona en partícular, sino también a su familia.

Y después de esta ajustada y estrecha declaración de principios y obligaciones, sin margen alguno para la tibieza, remata:

D. ¿Cuáles son nuestras obligaciones hacia nuestros magistrados?

R. Debemos honrarlos, respetarlos y obedecerlos; porque son los depositarios de la autoridad de nuestro emperador.

D. ¿Qué nos está prohibido por el cuarto mandamiento?

R. Nos está prohibido ser desobedientes hacia nuestros superiores, causarles perjuicio y hablar mal de ellos.

208. CATÉCHISME (1806), p. 58 y ss.

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Este “Catecismo Imperial” es de 1806, detalle importante el de la fecha. Porque tras las sangrientas (aunque victoriosas) campañas de 1805 y 1806, y pensando seguramente ya en invadir España, no es nada extraño que Napoleón busque inculcar como deber de fe, el servicio militar. Y el pagar los impuestos. Recuérdese a Federico el Grande: las guerras largas son caras.

Hay otros documentos escritos con anhelos de exaltación de voluntades. No podíamos podíamos dejar de traer aquí tres piezas muy interesantes, que son fragmentos de otros tres catecismos. El primero, bautizado como catecismo español, es en realidad un catecismo «político», de inspiración liberal y que intenta someter a debate, casi en tono burlesco, algunas definiciones un tanto abstractas.

Pregunta: ¿Cuántos son los enemigos del alma?

Respuesta: Muchos, padre.

Pregunta: ¿Cuáles son?

Respuesta: Los afrancesados, los masones, materialistas, jacobinos, jansenistas, liberales, habladores, periodistas, mundo, demonio y carne y toda la turbamulta (sic) de que estamos rodeados209.

El segundo es un catecismo en capítulos, claramente antifrancés, anónimo, de 1808, que también resulta muy interesante. Su última pregunta del capítulo I, aun dejando clara su intencionalidad, roza la irreverencia. Y la pregunta del capítulo III, en el clima de filas prietas contra el Emperador, no puede sorprender:

(Cap. I) ¿Quién es el enemigo de nuestra felicidad?

El Emperador de los franceses.

¿Quién es este hombre?

Un malvado, un ambicioso, principio de todos los males.

¿Cuántas naturalezas tiene?

Dos, una diabólica y otra humana

¿Cuántos emperadores hay?

Uno verdadero en tres personas engañosas

¿Cuáles son?

Napoleón, Murat y Godoy.

(Cap. III): ¿Es pecado asesinar a un francés?

No padre, se hace una obra meritoria librando a la patria de estos violentos opresores.

209. AYMES (2003), p. 69.

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De hecho circuló más de uno. Hasta el sobrio Chateaubriand, en su muy sincopada panorámica sobre el Emperador, titulada escuetamente “Napoleón”, recoge uno, que con muy ligeras variantes expresa la misma severa crítica al ilusorio propósito de Bonaparte de ser el regenerador de nuestra patria, “para que vuestros últimos sobrinos conserven mi recuerdo y lo proclamen210” . Exponemos a continuación sólo las preguntas o respuestas diferentes (se repite lo de la doble naturaleza diabólica y humana, ser el enemigo de la felicidad, etc.) :

-Dime, hijo mío, tú ¿qué eres?

Español por la gracia de Dios.

-¿Qué mueve a Napoleón?

El pecado.

-¿Qué suplicio merece el español que falte a sus deberes?

La muerte y la infamia de los traidores

-¿Qué son los franceses?

Antiguos cristianos vueltos heréticos.

En todo caso, la carta pastoral que el 7 de junio de 1808 envió el papa Pío VII, reconociendo la tribulación por la que está pasando España, además de que exhorta a los creyentes que no coqueteen con otras ideas avanzadas, declara expresamente que la guerra es justa, con todo lo que eso implica:

… exhorto a los creyentes a que no se separen con veleidad de sus creencias

… porque Napoleón es la bestia, el dragón del abismo,

… la guerra es justa [se invita a luchar por el rey y por la patria contra el «execrable

Napoleón».

B.3.3. Contrasentidos

Todas estas convulsiones en el terreno espiritual, nos hacen pensar en algo que, si nos dejamos llevar por determinados prejuicios, quizá no considerásemos. Y es que, lejos del soldado embrutecido por años de guerra, alejamiento de su hogar y de su gente, muchos de ellos, los jóvenes conscriptos particularmente, y si son de extracción rural, como será el caso de la mayoría de ellos, todavía más, pueden tener un freno moral, con el que normalmente no se cuenta. Enemigo-invasor-depredador-asesino, son los triunfos de un póker alimentado por semanas de guerra y de prejuicios. Merecido en muchos casos, qué duda cabe. Pero quizá no en todos. Traigamos una vez más una cruel tropelía:

210. CHATEAUBRIAND (1969), Napoleón, p. 190.

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Un pelotón de heridos y enfermos que se dirigían a un lazareto de Toledo hicieron noche en las montañas cercanas a Villa Ferdinando, donde fueron sorprendidos por tropas de la guarnición. Llevados al interior de la plaza fueron envueltos en paja regados de aceite, tras lo cual fueron quemados. Vimos los restos, aún con vida de esas desdichadas víctimas, conducidos por el único soldado que sobrevivió. Desgraciadamente para los demás, el auxilio llegaba demasiado tarde.

Hemos desprovisto deliberadamente al texto de los detalles indicativos de a cuál de los dos bandos se refiere. Igual podría tratarse de una salvajada llevada a cabo por soldados franceses contra unos desgraciados lugareños, como al revés.

Pues bien, esta acción vituperable en grado sumo, fue hecha por españoles. El episodio, desde luego verídico, lo cuenta en sus memorias el sargento Wojciechowski de la Legión del Vístula, que formaba parte del grupo que intentó auxiliar a sus desgraciados compañeros polacos, que perfectamente uniformados, imposibles por consiguiente de confundir con otro tipo de facinerosos, iban caminando penosamente hacia un hospital de Toledo, y fueron sorprendidos por una turba de paisanos españoles de Villa Ferdinando211.

La reflexión de que todos los soldados no son iguales, quizá sea un tanto maniquea, pero pretende sólo introducir una variable más en el mosaico de incertidumbre sobre el expolio del Pilar. Por si el hecho de sustraer algo de tan renombrada Dama, en tan renombrada Basílica, por la dimensión sacrílega que tal cosa acarrearía, hubiese quizá ayudado a resistirse algo más.

Porque la religión –lo veremos al final incluso en el propio Napoleón- pesa más de lo que pudiéramos pensar.

Y no digamos si se trata de oficiales, hombres de la Ilustración, cultos y en ocasiones de extracción nobiliaria.

Que a veces sorprenden.

Por ejemplo, el empeño de la Duquesa de Abrantes, en casarse por la iglesia. ¿Es que tiene eso algún valor para ella? Y sin embargo, a pesar de las chanzas que tal deseo provoca en los compañeros de su futuro marido, el general Junot, ella insiste. Llegado el asunto a oídos de Napoleón, éste le hace ver al duque de Abrantes la inconsecuencia que supone confirmar un compromiso ante una autoridad, la eclesiástica, que no reconocen y que nada significa para ellos. Y añadiendo además que no puede permitirse dar tal ejemplo, le niega el permiso. No conoce el Emperador a la Duchesse. La insistencia es tal que al final se llega a una entente cordial: se casará por la iglesia pero por la tarde, en horario que no permita la presencia de curiosos, y sin alharacas. Pero por la iglesia, pues de otro modo –parece querer decir– no es una boda de verdad.

Sorprende igualmente la insistencia en cristianar a sus herederos, por parte de estos Aquiles de la descristianización. Dado el boato con el que se rodeó el suceso, se halla perfectamente registrado el bautizo del tercer hijo del mariscal Lannes, del que fue padrino nada menos que el príncipe regente. ¿Qué afán se podía tener en abrir la puerta de la vida eterna a quien presume y ejerce un descreimiento total? ¿Se trataba entonces de un simple acto social, sin

211. FIJALKOWSKI (1997), p. 79.

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dimensión trascendente alguna? En este caso concreto podría pensarse que así era, tratándose del Señor Embajador de Francia, destacado ante una corte, la portuguesa, cuyo grado de fragilidad en las relaciones diplomáticas había sido proverbial.

Pero no hay hilatura fina ninguna en el bautizo en el Pilar, de una “francesita” zaragozana, el día 30 de enero de 1811. Hija del coronel del 121 Regimiento francés, fue sacada de la pila (así se cita) por el general de división de Caballería, barón de Montmarie, que la sostuvo para que “por mano del señor Deán recibió los nombres de María y Teresa, y con cuyo motivo, por parte del padrino se repartieron muchas limosnas entre los pobres212” .

Hemos dejado para el final lo mejor: el propio Emperador. Con la inequívoca expresión “este es mi testamento o acta de mi última voluntad” dictado el 15 de abril de 1821 (murió el 5 de mayo, apenas veinte días después) , se declara apostólico y romano213:

“Hoy 15 Abril de 1821, en Longwood, isla de Santa Helena.

Este es, mi testamento ó acta de mi última voluntad.

• Apartado I.1. Muero en la religión apostólica romana, en cuyo seno nací hace más de cincuenta años.

• I.2. Deseo que mis cenizas descansen en las orillas del Sena, en medio del pueblo francés á quien tanto he amado.

Con este principio y con especial mención a “mi cara esposa María Luisa” y a su hijo “que no debe olvidar nunca que nació príncipe francés”, a lo largo de cinco apartados (I a V), algunos con 37 puntos como estos dos primeros que reseñamos a modo de ejemplo, y con varios codicilos añadidos, más algún exhaustivo inventario, dona muebles, joyas, utensilios, objetos personales, documentos…

Muy interesante el anatema que arroja sobre algunos de sus colaboradores: “El fin desgraciado de las dos invasiones que ha sufrido Francia, cuando le quedaban aún tantos recursos, se debe a la traición de Marmont, Augereau y Lafayette. A todos perdono, y ¡ojalá pueda la posteridad francesa perdonarlos asimismo!”

No son los únicos. Explicita unas larguísimas listas de nombres a quienes dona cantidades de dinero, procedentes de éste o de aquél depósito bancario, desde modestas a muy generosas, nombres de personas que en algún momento se han cruzado en su vida. Citaremos unos cuantos: cien mil francos al cirujano Larrey “el hombre más virtuoso que he conocido”, otros cien mil al conde Las Cases, su confidente.

Al coronel Marbot, cien mil igualmente, con la apostilla “deseo que siga escribiendo la defensa y gloria de los ejércitos franceses y confundiendo a sus apóstatas y calumniadores”

Cien mil también a un viejo conocido de los zaragozanos, el general Lefebvre-Desnouettes, así como a los hijos de Labedoyére, el asesino de caballos (ver página 127) , al que obviamente perdonó de verdad.

212. CASAMAYOR (1811), p. 316.213. HISTORIA DEL EMPERADOR NAPOLEON (1839), p. 89. (Voz Napoleón)

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Y sin duda para afianzar su cristianidad postrera, entre sus agradecimientos personaliza el del cardenal Fesch y el del abate Vignani. A este último le entrega en encargo de confianza “los vasos sagrados que han servido en mi capilla de Lonwood [para] que los recoja y custodie, a fin de entregárselos a mi hijo cuando cumpla diez y seis años

Como despedida el especialmente dramático punto 5 , prueba evidente de que se sentía morir:

I.5. Muero prematuramente asesinado por la oligarquía inglesa y su sicario; el pueblo inglés no tardará en vengarme.”

Con “su sicario” se refería al último gobernador de Santa Elena, Hudson Lowe, hombre de crueldad gratuita e innecesaria, que fue reduciendo paulatinamente los derechos del ilustre huésped, desde las distancias de sus paseos a caballo, hasta la comida, e incluso negándole el baño diario, permitiéndolo sólo semanal. Napoleón le llegó a decir: el peor acto de los ministros ingleses no es el haberme enviado prisionero aquí, sino el haberme puesto en vuestras manos.

* Lo cuenta Marbot (op. cit. p. 100): Habiendo comprado este oficial un caballo muy joven y por consiguiente poco adiestrado, quiso meterlo sin más en plena 2ª batalla de Tudela. El animal, asustado ante el ruido de los cañones, rehusaba moverse. Labédoyère en el colmo de la crueldad descabalgó y le cortó los corvejones de un sablazo. La repulsa de todos fue tal que intentó hacerse matar para ocultar su vergüenza, cargando una y otra vez contra las baterías españolas. El efecto conseguido fue el contrario: arrastró con su ejemplo a la caballería que tomó la posición. Hasta logró, ayudado por su compañero De Viry capturar un cañón y arrastrarlo hasta las filas francesas. Labédoyère y De Viry fueron citados en el orden del día. Lo cierto es que aprendió la lección y se convirtió en un bravo soldado, llegando a ser ayudante de estado mayor de Lannes.

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C. EL EXPOLIO INSTITUCIONAL

Mucha fue la sangre que costó al pueblo español la expulsión de los franceses… Pero sus generales no se fueron con las manos vacías… Enseñando el mariscal Soult su colección “privada” a mister Gurwood le dijo señalando una pintura: la estimo mucho porque salvó la vida a dos personas. Lo que aclaró uno de sus ayudantes en un susurro: porque amenazó el mariscal con fusilarlos en el acto si no se la regalaba”.

Gaya Nuño, La pintura española fuera de España (1958).

C.1. El rodillo de la guerra

Ya se han comentado en los apartados anteriores las difíciles circunstancias en las que se encontraron, de una forma quizá inesperada, los combatientes y los no combatientes, en ese largo desangrarse que fue la lucha contra el francés en nuestra península. De una parte, Napoleón estaba acostumbrado a moverse por las extensas y feraces planicies de Centroeuropa, en las que era muy fácil proveerse de grano y forraje, sin más que extender la mano. Es proverbial su máxima, “Veinticinco mil hombres se abastecen del aire”. Y en cuanto a equipamiento, algo parecido: “Al soldado le basta con tener los pies dirigidos hacia la hoguera; por lo demás, ni el suelo húmedo ni el raso por techo, le preocupan214”. No sabemos cómo llevarían sus soldados el raso de las noches escarchadas en España, pero en cuanto al “aire” que necesitan 25.000 hombres, si el terreno es duro, seco y en pendiente, no favorece las alegrías.

Pero en todo caso, el pillaje inherente a ese tipo de situaciones extremas es un pillaje de subsistencia, primario, que en determinadas circunstancias puede llegar a ser, no digamos comprensible, pero sí inevitable, y en el que en realidad, tanto el que lo provoca como el

214. Napoleón, Máximas de la guerra, Colección Cisneros, Madrid (1944) recogido en MARTINEZ FERRER (1989), op. cit. p. 269.

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que lo sufre, están en cierto modo hermanados en la escasez. Y lo mismo si es “ejercido” individualmente (aquí te pillo, aquí te mato) como oficialmente en forma de requisas

Pero es cosa muy distinta el que tiene como objeto el enriquecimiento indiscriminado y sin límite. Hemos visto la actitud de Dupont en Cádiz. Cree, y seguro que lo cree de veras, que lo que hubiera querido llevarse, era suyo de pleno derecho. Sencillamente porque lo había cogido. Suprema razón, Santa Rita, Rita… No es de extrañar por otra parte, pues en Portugal, Wellington ha consentido en las negociaciones de Cintra, considerar todo el país como “una fortaleza” y según las convenciones sobre edificios rendidos, los ocupantes que lo abandonan pueden llevarse –y así lo hicieron- todas “sus” pertenencias, conseguidas con la sistemática aplicación del saqueo a poblaciones de todo tamaño y condición. Y naturalmente embarcaron todo el botín consigo rumbo a Francia, en los protectores navíos de Su Majestad Británica.

Es a este otro tipo de saqueo, el institucional, al que vamos a dedicarle un momento. Disfrazado de todo tipo de falacias como podrían ser su mejor protección, la contemplación especializada –cínico argumento donde los haya- al ponerlo al alcance de personas mejor preparadas para entenderlo, etcétera, esta apropiación indebida es siempre llevada a cabo por los poderosos de turno desde su privilegiada tribuna, y desde luego suponen un incalificable atentado contra el Patrimonio de los pueblos vencidos.

El procedimiento, siempre despersonalizado, es simple: un sencillo cambio de mano. La lista, desde Alejandro Magno hasta llegar nuestros días, sería interminable. Y el supremo motivo, en definitiva, la real gana que puede esgrimir quien tiene tras de sí cien mil bayonetas. Napoleón fue un alumno aplicado, desde luego. Desde el Obelisco de la Place de la Concorde, hasta la Piedra Rosetta, que aunque en manos británicas desde 1801215 había sido descubierta por un zapador francés e irónicamente fue también descifrada por un francés, Jean François Champollion.

Naturalmente ese rodillo pasó por España.

Una de las operaciones a mayor escala en nuestro suelo fue nutrir la proyectada creación en París, de un Museo Real dedicado al “Gran Napoleón” que con todos los beneplácitos permitió al mariscal Soult esquilmar casi cualquier lienzo existente en iglesias, capillas, hermandades y conventos de Sevilla, que fueron “invitados” a colaborar en el mencionado proyecto. Recientemente se ha dado a conocer en dicha ciudad, en reedición facsímil, apadrinada por el Profesor Valdivieso el Inventario de los cuadros sustraídos por el gobierno intruso en Sevilla. Año 1810, confeccionado en 1896 por Manuel Gómez Imaz216 , que recogía los 400 cuadros desubicados en la ciudad y su entorno próximo durante la ocupación francesa. Obsesionado el mariscal con Murillo, pero sin desdeñar obras de Zurbarán, Herrera el Viejo, Roelas o Pacheco, los franceses llegaron a almacenar en el Alcázar hispalense más de un millar de lienzos, de los que en definitiva desparecieron alrededor de 400, que se pueden encontrar hoy en día repartidos por diferentes museos, sin que el asunto tenga el menor viso de recuperación.

Nada menos que Eugène Delacroix llegaría a consignar en su diario a raíz de una visita en

215. “…tomada como honroso trofeo de armas, sentencia del Mayor Sir Tomkyns Hilgrove Turner tras los protocolos de la Capitulación de Alejandría. FERNÁNDEZ BEOBIDE, A.M., Champollion y la piedra de Rosetta, EOI, Burgos.”

216. VALDIVIESO, Enrique (2009), Centro de Estudios Andaluces, SEVILLA.

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1824 a la “fabulosa colección de cuadros del Hôtel de Talleyrand-Perigord, después de Soult”, su asombro muy especial por “una Santa Águeda de Zurbarán y los admirables Murillos” que allí pudo contemplar. Asombro especial, porque entre lo no tan especial se contaban más de veinte Murillos, otros tantos Zurbarranes, seis Alonso Cano, varios Herreras, tanto del Viejo como del Joven, etcétera. En el mencionado palacete y por todas partes, salones, cámaras e incluso escaleras, había colocado el mariscal Soult “su” colección, que permitía visitar por “aquellos que lo pidan por escrito217”

Una de las más famosas telas, y con la que sí hubo suerte, es la llamada “Inmaculada de Soult” que casi ha perdido su filiación, ser de Murillo, por lo viajera que resultó, forzada por las circunstancias. Arrancada del Hospital de Venerables Sacerdotes de Sevilla, fue llevada a París en 1813, de modo que estuvo en el museo del Louvre más de un siglo, y sólo fue devuelta con los paquetes de intercambios de buena voluntad con el gobierno de Pétain entre 1941 y 1943, razón por la que hoy se halla felizmente en el Museo del Prado.

217. MALYE (2007), pp. 261-262.

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En el de Bellas Artes de Sevilla existe una vasta y riquísima colección de Murillos, debido a que -siempre según el profesor Valdivieso- los monjes del convento de los Capuchinos, informados de lo que estaban haciendo las tropas francesas, escondieron y trasladaron a Cádiz su fondo, que pudo ser así recuperado al final de la guerra.

No fue Soult en todo caso un acarreador particularmente excepcional. En un opúsculo titulado precisamente La fabulosa colección de cuadros del Hôtel de Talleyrand-Perigord, el especialista Jean-Pierre Willesme estudia el hecho de que “entre 1808 y 1813, los oficiales superiores y los funcionarios que recorrieron España demostraron gran interés por las pinturas de la Iglesia. España sufrió una auténtica sangría de cuadros218”

C.2. A río revuelto…

Ganancia de pescadores dice el sabio refrán. Y eso que cuando se enunció no se contaba con la pertinaz ineficacia española del Marqués de Labrador, embajador ante el Congreso de Viena absolutamente nefasto. Ineptitud que se alió con la ignorancia mayúscula de un Fernando VII servil hasta el ridículo, y amigo también de lo ajeno. Decimos esto porque negoció con un legado pictórico que no era suyo, sino de los españoles.

El pescador del río revuelto fue el Duque de Wellington, que de forma para él increible –aunque seguro que calculada- consiguió la mejor colección de pintura española de toda Inglaterra. Hoy se encuentra en la que fuera su residencia londinense, convertida desde 1947 en Museo Wellington.

¿Y cómo fue a parar allí, semejante colección, 165 cuadros en concreto, entre los que por citar alguno se encuentra La Oración en el Huerto de Correggio, tasado en el momento en 40.000 libras, o El Aguador de Sevilla, calificado ya entonces de “inestimable”?

Componer un cesto triste con semejantes mimbres –ineficacia, desvergüenza, cálculo, hipocresía, estupidez, servilismo- es tan inevitable como indignante.

Tenemos que situarnos en el anochecer del día 21 de junio de 1813, en los alrededores de la ciudad de Vitoria, donde José I ha perdido su última batalla. Y dejaremos aparte las consideraciones militares, pues son todas las demás las que van a protagonizar la reflexión. Porque al igual que les sucediera a las tropas de Dupont en Bailén, aquí también ha primado en el ánimo del rey intruso salvar el abultado tren de sus pertenencias, antes que ganar la batalla. Estamos hablando de más de dos mil carruajes, diversificados en varias líneas de huida hacia Francia, con alrededor de 400 vehículos cada una. Villa Urrutia cuenta lo sucedido con uno de esos tentáculos, atascado en el barro de un día lluvioso, frente a las planicies de Zurbano219. Los soldados vencedores e incluso sus oficiales y muy especialmente los ingleses –también los portugueses- ahora que ya no había peligro ninguno pues los franceses habían sido expulsados, se dedicaban a saquear las cajas de una forma enloquecida220.

218. Ibid. p. 261.219. RAMIREZ DE VILLA URRUTIA (1911), t. III, pp. 176 y ss. 220. GEOFFROY DE GRANDMAISON, Ch.A., L’Espagne de Napoléon, t. III, PARIS 1908-1931, pp.322-325.

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Al serle comentado el hecho al duque de Wellington su respuesta fue “Dejadlos, se merecen cuanto puedan encontrar, aun cuando fuese diez veces más”. Posteriormente sin embargo, escribiría a Lord Bathurst : “se repartieron más de un millón de libras, y para mi sorpresa en vez de comer y descansar para reponerse del combate, y estar en condiciones de perseguir al enemigo al día siguiente, han empleado la noche en robar.221

Justo es reconocer que fueron los soldados españoles los que mejor se comportaron, aunque no así los paisanos del lugar. Todos los campesinos de la zona acudieron al pillaje, hubo marchantes que se enriquecieron recomprando después todos los despojos del cuantioso botín, y hubo graneros donde se ocultó completo un furgón entero.222

Toda la región, sus pueblos y caserios, fue devastada por la embriaguez de victoria del ejército aliado, alcanzando la orgía hasta San Sebastián que de nuevo sufrió una jornada de asalto feroz, acabando incendiada en una buena parte. Con amigos así no hacen falta enemigos.

José I a uña de caballo, a través de Vera de Bidasoa cruzó la frontera y estableció su cuartel general en San Juan de Luz el 28 de junio, desde donde escribió a su esposa para que acudiese a su residencia de Mortefontaine. No parecía particularmente preocupado por la pérdida de tan significativa parte de sus carros, y es porque se estima que más de mil, en días anteriores y por diferentes vías, habían llegado ya a su destino. De hecho, una gran parte de los cuadros robados de los palacios reales, la Granja, Aranjuez, San Ildefonso, no fueron capturados, lo que supone que pudieron completar sin interferencias su viaje traspirenáico. Hay incluso un inventario francés de1811 en que ya se reflejan bienes del Palacio Real223 y que redactado por Feraud, administrador general de los bienes de la Corona, contiene las descripciones de Álvarez, el conserje de palacio, sobre los más de mil doscientos cuadros que allí había. ¿¿Cuántos quedaron después de la marcha del Intruso?

José I tiene aún otra historia más relacionada con su rapacidad. Y que, sorprendentemente engrandecerá a Carlos IV , que como podremos ver no carecía de dignidad. Al llegar José Bonaparte al Palacio de Oriente en 1808, se sorprendió de que Carlos IV no se hubiese llevado ninguna de las joyas del tesoro real. Ni una sola. Preguntado el Mayordomo Mayor a ese respecto, éste le contestó sencillamente : Porque no eran suyas. Suprema razón. Fernando VII no tuvo similar escrúpulo con el legado pictórico como veremos enseguida.

Y tampoco lo tuvo José I , que se las llevó todas. Y con ellas y con el producto de los mencionados envíos, vivió felizmente sin estrechez alguna, hasta el fin de sus días. En efecto, en 1815 se trasladó a los Estados unidos y se estableció en Filadelfia, tras adquirir una finca llamada Point Breeze, en Bordentown. Allí se hizo llevar una selección de 200 cuadros, la mayoria como hemos visto, de las Colecciones Reales. Y hasta se permitió donar alguno a la Academy of Fine Arts de Filadelfia. Las sucesivas subastas le permitieron vivir, viajar, y sentar residencia en distintos lugares, Suiza, Inglaterra…hasta su muerte en Florencia el 28 de julio de 1844. Sólo Francia le resultó esquiva, pues el entonces Presidente de Gobierno, nuestro viejo conocido

221. BRIALMONT, Alexis Henry (1858), Histoire du duc de Wellington, Ed. Emile Flatau, Bruxelles et Leipzig, pp. 302-303, cit. en FERNÁNDEZ PARDO (2007), p. 376.

222. DE VILLA URRUTIA (1911), op. cit. 178. 223. LUNA, Juan J. y TRÉCA, Jérôme, videoseparata “El rey José” en el libro Wellington en España, Madrid

1958, p. 197 y ss. Cit en FDEZ. PARDO (2007), p.369.

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Soult, curiosa ironía, siempre vetó las fronteras al apellido Bonaparte.224

En cuanto a Wellington, a aquellos carros que no tenían caudales ni objetos vendibles, sólo cuadros, les mandó poner guardia “para su mejor protección”. Y con el altruista motivo de “ponerlos en condiciones y limpiarlos” los envió silenciosamente y sin hacer inventario alguno, a Inglaterra a casa de su hermano Lord Marlborough que fue quien hizo el inventario. Le ayudo William Seguier, consevador de las colecciones reales y de la futura National Gallery, que no daba crédito a cuanto allí se hallaba empacado. Es cierto que muchos cuadros habían sido separados del marco por el bárbaro procedimiento de pasar el cuchillo bordeando el interior del bastidor, con lo cual se había perdido gran parte de sus bordes. Pero aún así y contando sólo los de verdadero valor de los intactos, fueron 165. Lienzos que William Seguier calificó de “inestimables”225 como ya hemos visto.

Al darse cuenta Wellington de la calidad de lo que había “protegido” y ante el temor del descrédito, urdió algo para sorteaar ese escollo aunque sin pensar ni por un momento en devolverlos a sus legítimos dueños. Porque salvando los procedentes de particulares y otras instituciones españolas, al menos los pertenecientes a la corona sí hubiera podido hacerlo, pues las pinturas llevaban un distintivo inequívoco de la real procedencia. De haber habido voluntad, nada más sencillo.226 En cambio, con esa hipocresía quizá aprendida de generales franceses a quienes hemos visto hábiles para hacerse regalar, maniobró en tal sentido hasta conseguirlo.

Verdaderamente lo habíamos acostumbrado mal pues en 1812, tras vencer el duque de Hierro a Marmont en los Arapiles y liberar Madrid, al llegar la noticia a Segovia, el júbilo de Luis Escobedo, actuando además por su propia cuenta, lo decidió a enviar al duque de Wellington para hacerle partícipe de la natural alegría, unas “bagatelas e insignificantes objetos” (sic), que no eran sino 12 valiosísimas pinturas del Real Palacio de San Ildefonso227 .

Para los 165 cuadros en cuestión, Wellington tuvo que pensar un poco más. No mucho porque Fernando VII se lo puso fácil. Envió el duque a España unas “advertencias” ambiguas sobre cuadros -omitiendo en todo momento inventarios- y en tono menor, que al tardar en ser respondidas, le decidieron a insistir, aunque siempre con la misma ambigüedad, a través del embajador de España en Londres, Conde de Fernán Núñez, al que le entregó la definitiva solicitud de instrucciones con fecha 29 de septiembre de 1816.

La respuesta no pudo salirle mejor: Su Majestad Fenando VII “conmovido por su delicadeza, y no deseando privar a usted de lo que ha venido a su posesión por medios tan justos como honorables”, le regaló simplemente por pereza, sin pertenecerle y sin saber ni querer saber el valor del obsequio, toda la susodicha colección. Aunque era evidente que los cuadros no “habían venido a su posesión por medios tan justos como honorables”, se cumplió el deseo del rey y el increíble conjunto se quedó en Inglaterra.

Actualmente la casi totalidad de lo que exhibe el Museo Wellington procede de las colecciones reales españolas, fundamentalmente el Palacio real, El Escorial, La Granja y Aranjuez. Justo es decir que en las identificaciones así se indica.

224. FERNANDEZ PARDO (2007) , p. 370225. Ibid, p. 372226. LÓPEZ-FANJUL (2005), p. 86.227. FERNANDEZ PARDO, pp. 367-369.

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C.3. El descaro al descubierto: La carta de Alfredo, a tres reales de vellón

Hay un precedente curioso de denuncia, que no debemos dejar de reseñar.

En 1808, y por consiguiente quizá jugándose el tipo, se dio a la luz en una imprenta andaluza, de Cádiz por más señas, un curioso “Inventario de los robos hechos por los franceses en los países que han invadido sus exércitos” , y que declara ser traducido de un papel inglés titulado Cartas de Alfredo. El precio del folletito 3 reales de vellón.

No tiene precio el preámbulo del editor .

Amados compatriotas : ya que hemos principiado á sacudir el yugo de la tiranía con que nos oprimía el exército de vándalos y asesinos que traidoramente habían invadido nuestro pacifico suelo , necesitamos ahora conocer los funestos males que nos amenazaban, y quan lisonjera es una libertad gloriosa, para que con mayor esfuerzo llevemos adelante la heroyca empresa que hemos principiado , de conquistar completamente nuestra libertad , y acaso la del género humano. […] imploremos también el auxilio del Dios de los exércitos , para que continúe guiando á nuestros valientes soldados á la victoria […] ocupemos el lugar distinguido que tenia esta nación en otro tiempo entre las que forman el globo; y aunque el gobierno antiguo prostituido por un imbécil y pérfido privado ha intentado destruirnos y vendernos al opresor del género humano, no lo ha conseguido porque somos Españoles.

Tras esta declaración de principios, desmenuza a lo largo de 18 páginas una exhaustiva relación de “la devastación general”.

-Las macrocontribuciones a Paixes Baxos y país de Lieja , 9.600.000 libras esterlinas

-países del Rhin y Mosela, 6.500.000

-Lombardia y otros distritos de Cisalpina, 3.080.625

Para seguir luego con “Diferentes robos baxo varios nombres”: Baxillas de plata y muebles de las iglesias de los Paisas baxos , Lieja y los electorados del baxo Rhín

-Item , de las iglesias de Lombardía , las tres legaciones, los estados de Venecia , Módena y el del Papa

-Banco de Milán , robado por Massena (aquí cita el autor) de orden de Bonaparte ,

-Bancos de Bolonia , Ravena , Módena , Venecia , Roma, etc…

-Robo de las tesorerías de los hospitales de Milán y otras ciudades, s ciudades . . .

Este es más curioso todavía: Venta de los permisos á los habitantes para residir en sus propias casas de campo …

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-Saqueo de Roma, contribuciones, botin del Vaticano, tesoros , joyas, diamantes, muebles del Papa, camafeos, colecciones de oro y plata derretidos en barras.

-Hurtos en los monasterios, abadías, palacios, casas particulares, heredades y cabañas de Suabia, Baviera y Franconia.

“Solo he puesto –aclara- en este inventario el producto de los robos y tributos que los franceses llaman legales, esto es, autorizados por el mismo gobierno francés y sus representantes militares y civiles. El importe de los robos particulares, hechos sin orden por los soldados , comisarios, generales y oficiales, es inmenso, y excede á todo el cálculo de ellas.

Las requisiciones incluían no solamente toda la asistencia necesaria de los exércitos para su manutención, alojamiento, etc. sino también un consumo inmenso para los placeres, luxo, diversiones y profusión de los agentes civiles y militares.

-Por exemplo, en Milán los almacenes de paño azul se pusieron en requisición, los vendieron los comisarios del exercito, se embargaron otra vez á los compradores por segunda requisición, y vueltos á vender para robar por segunda vez su importe. Se necesitarían volúmenes enteros para detallar los innumerables hechos de esta especie, que son bien públicos y notorios.

Quando la muger del tirano corso viajaba por las conquistas que había hecho su marido, S.M. consular envió una orden á las municipalidades de Milán y Módena para que le enviasen el dinero necesario para su viage, el que debia ser con ostentación.

Quando el General Augereau iba á París para purificar (sic) el cuerpo legislativo en Septiembre de 1797, dio á una prostituta, con quien había pasado la noche en Pavía, una libranza de cien cequíes contra la municipalidad de esta Ciudad, que inmediatamente tuvo que pagar ¡qué escándalo!

Otro General en un pueblo de Italia mandó esquilar su perro, y dio otra libranza contra la municipalidad para que pagase al esquilador ¡qué vergüenza!

Es imposible pensar sin indignación la frialdad con que miran estos agentes monstruosos los actos más atroces, habiéndose familiarizado con la sangre, el robo y toda especie de inmoralidad. Han asolado y destruido la parte más hermosa de Europa, y han triunfado con impunidad de sus crímenes.

Termina expresando un anhelo a medias entre oración y maldición gitana: “Europa, y se debe esperar tambien que la Providencia con aquella mano oculta que dirige la justicia, que tan á menudo deshace los proyectos de la iniquidad, decretará y hará que el artífice del mal sea destruido, aunque este malvado se burle escandalosamente del poder del Cielo y de todas las virtudes de la tierra.228

228. CARTAS DE ALFREDO (1808), pp. 5 a 23.

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D. FORTUNA

Lannes, que había abandonado su ciudad natal, Lectoure, como teniente en los Voluntarios de Gers, y no había podido volver allí más que en contadas y muy breves apariciones, tenía prisa por verla de nuevo. Finalizada la campaña, volvía esta vez con todo el fulgor del renombre adquirido en Montebello, en Marengo, en Austerlitz. Fue acogido triunfalmente por sus compañeros de infancia y juventud, a los que tuvo ocasión de colmar de obsequios.

Charles Lannes. Le Duc de...Nieto del duque de Montebello

Es difícil realmente, tratándose de los generales y mariscales de Napoleón, sustraerse al brillo épico de sus hazañas. Superados por la fuerza de su propio mito –el mismo Emperador es víctima de ese efecto– hijos de una revolución necesaria, fraternal y contagiosa, liberadores del mundo, crestas de una ola de romanticismo incontenible, tenían sin embargo, debajo de sus vistosos uniformes (la puesta en escena era otra de las habilidades de Napoleón), carne y hueso. Con todo lo que eso significa. Los que murieron a tiempo quedaron para siempre en el Olimpo de los héroes. Los supervivientes languidecieron –muchos de ellos– en una Francia que les dio la espalda. Generación perdida los llamó Rújula. Acostumbrados a guerrear durante veintisiete años, encontraron su refugio en la publicación de sus recuerdos y memorias. Pues bien, vamos a acercarnos a uno de ellos, Lannes, el conquistador de Zaragoza, el primer mariscal muerto en combate, y el más joven, 40 años recién cumplidos, capaz de recibir tres heridas en un mismo día por su Emperador. Bajando un poco el voltaje de su nimbo refulgente, podremos vislumbrar, allí debajo, al hombre.

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D.1. De héroe local a favorito del Emperador

D.1.1. La imposible evolución natural

Nacido en una pequeña localidad del Valle del Gers, Lectoure, este extraordinario soldado es sin duda una de las mayores glorias de la ciudad y de la región, lo cual hace difícil una historiografía medianamente crítica. Sus biógrafos de consulta obligatoria, los generales Thoumas y Laffargue, y no digamos su nieto Charles Lannes229, son apologéticos en exceso, como bien señala Georges Courtes, lectourois como el mariscal, e infatigable estudioso de los orígenes y circunstancias de la familia Lannes.

Una de esas circunstancias es precisamente la económica.

Courtes, sustrayéndose al inicial impulso laudatorio, ha hecho un estudio exhaustivo de la evolución social y económica de la familia Lannes, muy documentado, y cuyas conclusiones, totalmente desapasionadas, se apoyan en la solidez de los datos.

Jean Lannes, hijo de un comerciante acomodado pero con ocho hijos, no hubiera podido siquiera soñar con una situación como la que la caprichosa fortuna por una parte, y sus indudables talentos propios por otra, le procuraron. Nacido el mismo año que Napoleón (1769), tenía pues 20 años cuando estalló la Revolución. Su instinto patriótico le llevó a enrolarse en el 2º de Voluntarios de Gers, y a partir de ahí comenzó su meteórica carrera militar, basada en tres pilares fundamentales innegables: dotes innatas para la estrategia, un valor extraordinario pero nada insensato, y una lealtad inquebrantable hacia sus compromisos, y en especial para el mayor de ellos, Napoleón.

Sus primeros combates, su primera herida y consiguientemente sus primeros ascensos, fueron precisamente en la Guerra del Rosellón, en los Pirineos Orientales, luchando contra españoles. Acabada ésta y encuadrado en la división Augereau, fue a la campaña de Italia donde llamó la atención de Napoleón por su audacia y su sentido de la oportunidad, que le valieron muy rápidamente el nombramiento de general de brigada. Introducido ya en el círculo próximo del futuro Emperador, sus destinos quedaron indisolublemente unidos tras el rescate de Bonaparte en el puente de Arcola.

No cabe duda que es un magnífico principio. En todo caso, y como bien señala Courtes, el sueldo de un oficial por muy alto que sea su grado, no justifica en absoluto la rapidísima evolución de las fortunas de todos los acólitos del Emperador. Tuvo que haber algo más. Es cierto que Napoleón era generoso, y que -por ejemplo- por el mero hecho de dirigirse a un

229. Véase bibliografía: THOUMAS (1891), LAFFARGUE (1975), LANNES (1900).

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general sugiriéndole que le acompañase en su próxima campaña, la misiva iba acompañada de un pagaré de un millón de francos. Pero como veremos enseguida, la coincidencia de los picos de fortuna, con los éxitos en campaña, no parece casual, más bien sugiere que las -compensaciones de guerra- tenían importancia decisiva.

D.1.2. Los inventarios imperiales

La inesperada y trágica muerte del mariscal Lannes, unida a su amistad de tantos años, determinó al Emperador a convertirse en supervisor económico de los intereses de Louise Scholastique Lannes, la mariscala, y de sus cinco hijos, cuatro varones (el primero de ellos llamado precisamente Luis Napoleón) y una niña, la benjamina, Louise-Joséphine. Por tal motivo, y certificada por el entorno jurídico del propio Emperador, existe una meticulosa y pormenorizada relación, plena de certificaciones notariales, de todos los bienes muebles e inmuebles que poseía el mariscal. Hasta de los más pequeños. Resulta ciertamente dramática la frialdad de la enumeración del contenido del baúl de campaña, en la que junto al sable de gala -con sus fiadores y su cinturón- o la faja de mariscal del Imperio, las espuelas de plata, etcétera, encontramos 20 pares de medias de seda blanca, 27 pares de calcetines, camisas, corbatines, lienzos de algodón, calzones La intimidad al descubierto. Todo escrupulosamente inventariado para la viuda. Por otra parte, inconsolable.

La contabilidad se hizo entre los meses de julio y agosto de 1809. Casi con el cadáver aún caliente como suele decirse. Pero había una razón para semejante diligencia, y era –lo hemos comentado en el capítulo anterior– el particular empeño de Napoleón de poner todo a salvo cuanto antes, recelando del entorno lectourois de la dulce Louise.

El patrimonio del mariscal podía dividirse en dos bloques principales: sus propiedades y sus activos bancarios.

Y sus propiedades a su vez, se subdividían en patrimonio lecturois, en su tierra natal, y patrimonio parisino. Se comenzó la compilación por París, supervisada por Paulejeune, en fecha 27 de julio, fundamentalmente la mansión Varenne y el Castillo de Maisons. Este último era una propiedad magnífica, con toda una serie de dependencias subsidiarias, a saber: quince pabellones principales además del antepatio y casa del guarda, establos, vaquería y granja, instalaciones hidráulicas y estanque.

En el inventario aparecía otra adquisición anterior de la que quedaba algún resto pendiente, el chatellet Kinsky, que se había vendido para la compra precisamente de la mansión Varenne. Todo ello , naturalmente, con sus efectos mobiliarios, ornamentales y de ajuar, convenientemente peritados.

No procede presentar aquí las pormenorizadas y largas listas de ajuar, que además eran diferentes para cada mansión, estaba todo multiplicado. Pero sí incluiremos como muestra uno de los estadillos para hacernos idea de hasta qué punto trabajaron bien los supervisores de Napoleón.

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Sopera de forma oval

Otra sopera oval…

Cubiertos de plata, pero si-multánea-mente cuchillos para la compota…

Todo.

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Aquí podemos ver su impresionante aspecto, y alguna dependencia noble.

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Aquí vemos por orden, la residencia parisina Varenne. La mansión Kinsky, y abajo la antigua abadía, luego casa familiar de Lannes, y actualmente Ayuntamiento de Lectoure (por generosa donación de su viuda). La escalera principal la preside Lannes.

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Del mismo modo, en Lectoure y firmados los expedientes por los notarios imperiales Monbrun y Soulat en fechas 12 y 14 de agosto, el inventario comprendió el chatellet del Duque, ubicado en la propia ciudad, y el Castillo de Bouillas, en el municipio de Pauilhac, igualmente con todos sus efectos mobiliarios, ornamentales y de ajuar, debidamente peritados.

Con respecto a sus activos bancarios, disponía de importantes depósitos en Deuda Pública y en la Banque de France, consignados en los correspondientes Libros de Registro.

A esto hay que añadir toda una serie de ganancias subsidiarias que son los alquileres de las tierras y el porcentaje de ganancia en los negocios en ellas instalados, la vaquería, la granja, los molinos (posee tres, el de Repassac, La Haille y Laucat) , las vides y su recolección, y muchas otras, como por ejemplo la tejería de Bouille, que se nutre de arcilla de sus propios campos. Todo ello renta naturalmente al propietario su diezmo correspondiente.

Finalmente diremos que entre los papeles y causando cierta sorpresa, aparece una curiosa forma de diversificación de inversiones corsario “La Carolina”, cuyo registro de capturas es igualmente llevado de forma escrupulosa en un respetable Libro de Accionistas.

Disfrutaba pues de una posición más que desahogada.

D.1.3. Paralelismo entre prestigio militar y fortuna

De la consideración del apartado anterior, habremos podido deducir fácilmente que tal fortuna y el tren de vida asociado al mantenimiento del estatus imprescindible para disfrutar de ella, caballerías, carruajes, etcétera, no ha sido exactamente conseguido con un sueldo de militar, si bien el de mariscal superaba los 100.000 francos, ni aun añadiendo todas las prebendas inherentes a concesiones, puesto que éstas eran ya de otro orden menor, como por ejemplo los módicos 5.000 francos que suponía el Gran Cordón de la Legión de Honor.

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La observación del diagrama de columnas permite apreciar que el paralelismo de los picos es absolutamente revelador, aunque naturalmente con matices.

La primera columna que surge sobre la planicie de la “pureza económica” se observa en 1794, aunque ciertamente moderada, es muy significativa pues surge precisamente cuando Lannes vuelve de su destino en los Pirineos Orientales como jefe de columna y habiendo participado en la ocupación de la Cataluña española: en septiembre de ese mismo año se casa con la hija del banquero de Perpignan (seguramente por amor), Jeanne-Josèphe Barbe Méric, a quien conoció convaleciemdo de su primera herida, y compra en los alrededores de Lectoure la Torre Bourdieu de Castelpigon (torre en el sentido agrícola de la acepción, pues se trata de una pequeña parcela con pastos y viñas).

No hay otro pico hasta el regreso de la primera campaña de Italia, 1798, donde alquila una finca (no puede comprarla) pero sí trae una importante colección de joyas para su esposa.

Al volver de Egipto y de la segunda campaña de Italia, después de más de 3 años de ausencia, Jean Lannes regresa a su ciudad natal aureolado de gloria, y también con los bolsillos llenos de

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oro y plata de Italia. Como consecuencia inmediata compra tres fincas, Rieste, Peyra y Casteyre, ubicadas en el municipio de Marsolan y se convierte en -el ciudadano más rico de Lectoure-

- La finca de Rieste (40) incluye “casa, jardín, dependencias, tierras de cultivo, prados, viñedos, bosques y en general todo lo que la compone “.

- La finca de Peyra y la explotación de Casteyre constan ambas de un edificio para los trabajadores, graneros, establos, tierras de cultivo, prados, viñedos ...

En el orden personal sin embargo, se produce un desarreglo que tiene que resolver. Es un asunto relacionado con un hijo, Jean-Claude, que no quiere reconocer y se acaba divorciando de Barbe Méric, divorcio que se hace efectivo el 16 de junio del año 1800. Napoleón tercia y soluciona -la restauración- emocional de su amigo, pues le busca la esposa perfecta, distinguida, dulce, de familia de embajadores, y según sus propias palabras -la mujer más bella de Francia- Es en definitiva muy al gusto del Emperador que quiere que sus delfines luzcan allá donde vayan, en todos los órdenes, Se trata de Louise-Antoinette Guéhéneuc, con quien se casa en septiembre del mismo año de su divorcio, 1800. La joven esposa aportó una sustanciosa dote de 60.000 francos.

A partir de 1801 y hasta 1804 se produce el “asunto Lisboa” que merece capítulo aparte (será tratado a continuación). Recuperado el pulso militar con la campaña contra la Tercera Coalición que el Emperador no ha querido emprender sin él (batallas de Ulm y Austerlitz), ya su gráfica ascendente supera límites. Es en 1805 cuando se decide a dar el salto y empezar a invertir en Paris, adquiriendo las grandes mansiones, la de Rue St-Dominique, el palacete Kinsky y el magnífico Castillo de Maisons. Su estrella económica refulgía. Lamentablemente el boulet de Essling impedirá para siempre que continúe la progresión.

A juzgar por la altura de la columna roja al volver de Italia, hubiera sido importante ver si al regreso de España, volvía a darse otro pico. Porque eso hubiera sido prueba fehaciente de que se traía consigo algo más que los laureles de la conquista de la capital del Ebro. El destino le tenía reservados otros planes.

D.2. El affaire Lisboa

El affaire Lisboa en el conjunto de la trayectoria militar del mariscal Lannes es un paréntesis insignificante. Pero desde el punto de vista del estudio de su personalidad tiene verdaderamente interés.

Todo empezó cuando, a la vuelta de Italia y con un Lannes recién casado con su bella Louise, Bonaparte decidió premiarlo con algo más apropiado que tenerlo siempre en sociedad, función tras función, y lo nombró comandante de la Guardia Consular. Era un estatus similar al mando de la guardia pretoriana230. A pesar de que esta guardia de honor no era mucho por el momento, Lannes podría vestirlos, equiparlos y pasar revistas en el Campo de Marte. Bonaparte también le sugirió que se comprase una casa más grande, una que estuviese más

230. SCOTT (2001), p. 81.

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en consonancia con su nueva posición, y supuestamente le dio algunas directrices más bien vagas en lo que respecta a la financiación de la Guardia Consular y de la casa.

D.2.1. La Guardia Consular versus Lannes

Hasta aquí hay total coincidencia en las fuentes. A partir de aquí sin embargo, vamos a encontrar matices diferentes.

Como primer punto de vista vamos a aceptar el que el propio nieto del mariscal Lannes, Charles Lannes, en sus memorias publicadas en el año 1900 cree oportuno difundir para reverdecer la gloria de su ilustre abuelo. Es interesante porque maneja bibliografía de su propia familia, y por tanto de primera mano. Pero será curioso comparar después esa impresión suya, perfectamente documentada, con otras no menos documentadas, hasta quizá poner en tela de juicio la validez objetiva de los documentos.

La versión de Charles Lannes, nieto del mariscal Lannes, repetimos, es ciertamente la más indulgente231:

“Como jefe de la Guardia Consular, Lannes vivía en París en una casa suntuosa [Napoleón solía insistir en que sus dignatarios debían dar buena apariencia] donde había tertulia y mesa libre, y que Bonaparte visitaba a menudo rodeado de los grandes personajes del momento.

Con su acostumbrada largueza [Lannes] acabó acumulando cuatrocientos mil francos en deudas en pocos meses. Ciertos cortesanos celosos aprovecharon la oportunidad para difundir calumnias sobre tal asunto, que el general Bessières, segundo comandante de la Guardia Consular, se apresuró a hacer llegar maliciosamente a los oídos del Primer Cónsul. Éste, demasiado crédulo, se dejó llevar hasta el punto de amenazar con el desafecto a su mejor oficial, su amigo más fiel. Pero el honesto Lannes, justamente ofendido, tratará de explicarse por carta, con orgullosa dignidad.”

Paremos la acción un momento, antes todavía de las explicaciones, y veamos el matiz que introduce el capitán Coignet, que trata también el asunto en sus Cuadernos. No es de extrañar que lo haga, pues el episodio tuvo en su momento gran trascendencia. Desde luego no aparece un Napoleón crédulo, ni mucho menos que se deje llevar232:

“Lannes compró una hermosa casa, totalmente amueblada, en la elegante rue Saint-Dominique. Finalizados los arreglos domésticos a su gusto, dirigió su atención a la guardia y se puso a estudiar los nuevos uniformes, armas y pertrechos para los hombres. Al menos uno de ellos le estaba agradecido por las atenciones, pues –según le dijo– ahora sus camas eran lo suficientemente grandes para acomodarlos. Pronto los gastos ascendieron a más de 300.000 francos, y cuando Lannes presentó las facturas,

231. LANNES, op. cit., cap. VII, p. 56.232. THOUMAS, op. cit.pp. 86 y ss.

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el Primer Cónsul se mostró fuertemente contrariado. Advirtió a Lannes que nunca lo había autorizado para gastar tales cantidades y le dio tres semanas para reponer la totalidad de la suma o debería enfrentarse a una corte marcial. Lannes juró que le había autorizado cada franco. Bonaparte no lo reconoció, y Lannes fue despedido de las Tullerías. Como el Primer Cónsul se negó reiteradamente a recibirlo, Lannes recurrió a una carta como único medio de expresar su dignidad herida”

Las “dos” cartas en cuestión, la que aporta Charles Lannes y la similar de Coignet, dirigidas ambas por un ofendido Lannes a su amigo y Primer Cónsul, sí son acordes. En todo caso, una versión es más completa que la otra, la de Charles Lannes, y por eso la resumida parece escrita a trallazos, pero seguramente es sólo eso, concisión.

París, 18 frimario, año X de la República.

Ciudadano Cónsul,

El mando de vuestra Guardia me ha supuesto un gasto de 400.000 francos, sea para acondicionar mi casa, sea para el buen funcionamiento del Cuerpo o para gratificaciones hechas a militares; habéis decidido, ciudadano general, no validarme este gasto, a pesar de que fue hecho siguiendo vuestras órdenes y que yo jamás he recibido nada por encima de mi sueldo. Conocéis, Ciudadano Cónsul, mi honestidad; no soy rico, y me he visto obligado a endeudarme para pagar estos gastos; desearía que todo cuanto poseo fuese suficiente para satisfacer mis deudas; me quedarían así por toda fortuna tres disparos, dos heridas de sable y tres de bayoneta, recibidas en combate. A pesar de todos los sinsabores que he sufrido desde que mando vuestra Guardia, por la influencia de los que quieren alejarme de vos, sigo siendo vuestro amigo más devoto; podéis disponer, Ciudadano Cónsul, de la poca sangre que me queda, que es para mi patria.

Como mi reputación y mi honor son mis bienes más preciados, os ruego, Ciudadano Primer Cónsul, vuestra voluntad de autorizar la publicación de mi carta para desmentir bien alto todos los rumores; porque ha sido públicamente como algunas gentes han querido perjudicarme233

Salud y respeto”

Introduzcamos una variante del mismo hecho: la versión de Claude-François Méneval, secretario particular de Napoleón, bien situado por tanto para opinar. La novedad es que contempla la posibilidad de que Lannes sea culpable. Culpable de algo. Desde luego no se ha metido el dinero en el bolsillo, pero sí ha abusado quizá de confianza, o ha sido realmente un desastre como administrador, cosa que viendo en el apartado anterior cómo ha gestionado sus cuentas particulares, no parece que sea así en absoluto234:

“Es posible que Lannes se hubiese tomado alguna libertad económica por exceso de confianza. En todo caso, es cierto –se atreve a decir– que Bonaparte se había comprometido a pagar los gastos de equipamiento del salón de la casa de Lannes, “pero se negó, cuando

233. LANNES, op. cit. p. 57.234. MENEVAL, Claude-François Méneval, Memorias de Napoleón Bonaparte y la Corte del Primer Imperio,

3 vols. (Nueva York, 1910), vol. I, p. 166, cit. en SCOTT, p. 81.

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vio que las facturas presentadas eran mucho más de lo que esperaba”. [porque Lannes] “estaba acostumbrado a dar y coger sin contar, y no tenía idea en absoluto de negocios”.

En todo caso aquí ha habido una mano negra en la sombra, que es preciso tener en cuenta. Nada hubiera sucedido seguramente sin el comentario (auténtico chivatazo) vertido en los imperiales oídos. ¿Y cuál es el origen de tal cicatería?

Nos lo cuenta Marbot, testigo de primera fila235:

“Cuando, en 1796, el general Bonaparte se puso al frente del Ejército de Italia, tomó como primer ayudante de campo a Murat al que acababa de hacer coronel, y por el que sentía verdadero afecto. Pero ya en las primeras operaciones, Bonaparte que había notado los talentos militares, el celo y el coraje de Lannes, jefe del 4º de línea, decidió concederle una parte no menos grande en su estima y su amistad, lo que despertó los celos de Murat.

Habiéndose convertido estos dos coroneles en generales de brigada, Bonaparte, en los momentos más difíciles confiaba a Murat dirigir las cargas de caballería, y a Lannes conducir la reserva de granaderos. Uno y otro hicieron maravillas, y aunque el ejército elogiaba a ambos, se estableció entre los dos bravos oficiales una rivalidad que, justo es decirlo, no disgustaba al general en jefe porque le servía para excitar en ambos su celo y el afán de hacer mejor las cosas. Al contrario, elogiaba las acciones del general Lannes ante Murat y los méritos de éste en presencia de Lannes”.

Faltaba por aparecer el elemento descompensador, Bessières, entonces simple capitán de guías del general Bonaparte, pero al que también tenía en gran estima. Bessières tomaba constantemente partido por Murat, su “compatriota” (ambos eran del Midi-Pyrenées) y aprovechaba todas las oportunidades para denigrar al mariscal Lannes, cosa que él notaba claramente. Y aún continuó así la cosa, cuando después de la brillante campaña de Italia, Lannes y Murat, ya generales de división, siguieron a Bonaparte a Egipto, donde su mutua hostilidad siguió aumentando.

Hubo finalmente un desencadenante, que recrudeció aún más esa enemistad, el deseo de ambos de casarse con Caroline Bonaparte, hermana de su comandante en jefe.

“En esta situación –sigue Marbot– Bessières habló a la Sra. Bonaparte en favor de Murat, y para ganarla para esta causa, que era la suya, aprovechó la oportunidad que se presentó de dar un golpe decisivo al rival de su amigo [la superación del crédito -consular-]. Bessières miembro del consejo de administración responsable de la distribución de fondos, informó a Murat del hecho, que no tardó en llegar a oídos del Primer Cónsul. Este último, que al llegar al poder había resuelto restablecer el orden en la administración, quiso dar ejemplo y retiró a Lannes del mando de la guardia, dándole el plazo de un mes para cubrir el déficit. Lannes no hubiera podido hacerlo sin la generosa ayuda de Augereau. El Primer Cónsul le devolvió su favor, pero es fácil imaginar que Lannes había anidado un odio profundo al general Bessières así como a Murat, su feliz rival, que se había casado finalmente con Caroline Bonaparte. Este era el estado de antipatía mutua entre Lannes y Bessières cuando se encontraron en el campo de batalla de Essling.

235. MARBOT op. cit. p. 190.

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En medio de tanta espesura cortesana, supone un viento de aire fresco el gesto de verdadera camaradería de Augereau (¡quién lo diría!). Retomamos la voz de Charles Lannes, que vuelve a su proverbial inocencia, y que quiere hacer extensiva a Napoleón:

“… [ante lo sucedido] Augereau, viendo en este incidente un peligro para su compañero de armas [habían combatido juntos ya en el Rosellón en 1793, cuando Lannes sólo era capitán] acudió espontáneamente a pagar sus deudas. Es comprensible –aclara el nieto del mariscal– que Lannes profesase un odio profundo a Bessières y una gratitud enorme a Augereau. Este gesto de amistad tan poco común conmovió profundamente a Bonaparte, que reconociendo su error y arrepentido de la censura dirigida a Lannes, lo envió como embajador a Lisboa, tanto para mostrarle su confianza como para facilitar el pago del préstamo al generoso Augereau [De acuerdo con un protocolo muy antiguo, el Embajador de Francia que llegaba por primera vez a Lisboa tenía el derecho de franquicia sobre todas las mercancías que se encontrasen a bordo de los barcos que arribaban. Lannes siguiendo la práctica establecida, cedió este privilegio a determinados comerciantes a cambio de cuatrocientos mil francos, y Augereau fue así reembolsado.]

Pero no adelantemos acontecimientos. De momento Lannes va a recibir la orden de irse a Portugal, y cierto consuelo en el modo en que se hace todo.

D.2.2. Lannes en Lisboa

Carta de Napoleón al mariscal Lannes : de fecha 23 de Brumario236:

“Al general Lannes,

“El Ministro de Relaciones Exteriores os dará a conocer, ciudadano general, vuestro nombramiento para el cargo de Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de la República , en Portugal. Deseo que pongáis en la nueva carrera que vais a emprender la misma devoción a la patria que no ha dejado de distinguir vuestra carrera militar. No debéis dudar de mi estima y de la amistad que os profeso.

Bonaparte.”

Esta elección por otra parte, convenía también al Primer Cónsul, que veía con disgusto el lugar que estaba tomando Inglaterra en Portugal. Conocía los sentimientos de Lannes contra el inglés, y vio en él una garantía para el cumplimiento de una misión de este tipo. Lannes supo cumplir esta delicada misión con gran talento, a pesar de las extraordinarias dificultades. Lannes no tenía, eso es cierto, ni habilidades para el disimulo ni el carácter de un diplomático de profesión, en el que la doblez es la herramienta habitual. Margarett Scott define la situación con este comentario : se introdujo un toro militar en una diplomática tienda de porcelana china237...

236. LANNES, op. cit. p. 58. 237. SCOTT, op. cit. p. 87.

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… pero su lealtad, su franqueza –aunque imprudente a veces, lo dice su nieto– y la sorprendente agudeza de su juicio le fueron muy útiles en las actuales circunstancias. Desde su llegada a Lisboa, supo ponerse en el lugar que más convenía a Francia, y su enérgica audacia le facilitó las cosas. Y el respeto y la simpatía que su persona inspiraba238.

Cierto que Talleyrand le había dado un cursillo acelerado de diplomacia, lo que junto a la posibilidad de disponer a su favor importantes prebendas económicas, deberían haber tranquilizado a Lannes, que desde luego no las tenía todas consigo. Se sentía soldado y no comerciante, y que en la corte lo recibieran como “uno de los oficiales más distinguidos, de brillante hoja de servicios” no le ayudaba nada. Él no se sentía ni brillante ni distinguido, se sentía herido y traicionado.

Sin embargo, y a pesar de los temores, la cosa funcionó. Aunque en las impresiones iniciales, De Souza llegó a escribir a Tayllerand “cómo puede caber la esperanza de que se escuche a este ministro, si inicia cada conversación profiriendo las amenazas más atroces239”, lo cierto es que Lannes se adaptó rápidamente a sus nuevas obligaciones. A su modo, pero con eficacia, porque se cumplieron los dos encargos primordiales: uno, el prestigio de Francia fue restablecido, y dos, Inglaterra fue puesta en su sitio. Aunque hubo como siempre, cal y la arena.

Veamos la de cal: en una ceremonia oficial, el embajador de Inglaterra iba a pasar el primero, pero el embajador de Francia, es decir, Lannes, aprovechando un pasillo le adelantó hábilmente y entró con digno porte por delante de él. Esto causó sensación en la corte, pero el camino estaba trazado; puesto el inglés en su sitio, éste tuvo que ir en el futuro después del francés240.

La de arena: Lannes seguía sin sentirse cómodo con ese lenguaje extraño que se debe usar en políticas de entendimiento, y sobre todo ante la actitud del primer ministro, señor D’Almeida, decididamente pro inglés, que no cesó de ponerle malintencionadas dificultades. Cansado Lannes de sus desplantes, pidió repentinamente sus pasaportes y aún sin autorización de Paris tomó de inmediato el camino de Francia, sin darse mucha cuenta seguramente de lo que significaba una retirada de embajador Deseando los partidarios de D’Almeida obstaculizar su marcha, “siguiendo órdenes, en el primer relevo se le negaron caballos. El Embajador sacó su sable y se hizo servir”.

El toro militar.

D.2.3. Exito total: el encanto de la mariscala

Al llegar noticia de todo a Paris –seguramente Napoleón se llevó las manos a la cabeza–éste pensó que era su deber censurar oficialmente la excesiva brusquedad de su embajador; pero en el fondo no podía desaprobarlo, y después de haberlo evitado durante unos días, negándose incluso a recibirlo, acabó entrando de lleno en sus puntos de vista. Se movieron

238. LANNES, op. cit., p. 60.239. SCOTT, op. cit., p. 87.240. Ibid., p. 88

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hilos, el ministro portugués fue cambiado, y una vez que las relaciones entre los dos países quedaron restablecidas, Lannes, satisfecho, regresó con la cabeza alta a Lisboa. Se llevó a su joven esposa, y los dos encontraron en el príncipe regente y en la nobleza portuguesa, la acogida más simpática. El príncipe no sabía negarle nada a la embajadora, la encantadora Louise, que desde su llegada supo ganarse también en Lisboa una consideración excepcional. Su Alteza la colmó de atenciones y favores; quiso ser el padrino de su tercer hijo y continuó tratando a ambos con verdadera amistad. El 19 de marzo de 1804, el general escribió a su suegro que todo se estaba desarrollando bien y que se habían logrado finalmente ventajosos tratados.

Carta de Lannes al Sr. Guéhéneuc241.

Lisboa, 28 frimario, año XII

[…] el compromiso de neutralidad ha sido firmado hoy por fin, no sin ciertos obstáculos; nuestro ministro de relaciones [exteriores] no había escatimado nada para hacerme embarrancar, en perjuicio incluso de la República.

Felizmente, querido amigo, el príncipe siente afecto por mí y odio por los españoles; sin esto yo no habría podido resistir esta infernal intriga. El tratado que Tayllerand había hecho con España relativo a Portugal, no era en absoluto comercial; os envío copia del mío y así podréis ver las grandes ventajas que he conseguido…

LANNES

Añadía, hablando de una fiesta a la que acababa de asistir: “Louise [su mujer] ha entrado un momento antes que la esposa del ministro francés, Lady Fitz-Gérald (sic). Todos se pusieron de pie al entrar la marechala, nadie se quedó sentado ante ella. Pero ninguno se movió sin embargo por la embajadora inglesa; por otra parte –añadía– es como debe ser.

Definitivamente la influencia del mariscal Lannes estaba bien establecida en Lisboa.

Todo esto hace que Lannes se pueda sentir feliz. A consecuencia de su exilio en Portugal, en definitiva dorado, aparte pues de sus éxitos políticos, hubo incremento en potencial adquisitivo, no cabe duda. Porque pagada la deuda con Augereau, ya no había “números rojos” en su vida, por consiguiente todo iría a parar a los activos positivos.

Veamos un regalo muy especial, referido por nuestro ya habitual Marbot242 …

“… […] nuestro Ministro Plenipotenciario gozaba de franca amistad con el Regente de Portugal. Poco tiempo después, sucedió que Mme. Lannes dio a luz en Lisboa a un muchacho (que posteriormente sería Ministro de Marina bajo Luis Felipe -la apostilla es de Marbot-) de modo que el Príncipe regente de Portugal pidió ser su padrino, y el día del bautizo, bajo pretexto de visitar una de las salas del palacio que

241. LANNES, op. cit., p. 213.242. MARBOT, op. cit., p. 217.

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contenía curiosidades enviadas desde Brasil, condujo al general Lannes a la sala donde se encontraban las cajas que guardaban la pedrería. Hizo abrir una, y tomando con sus dos manos tres grandes “manos llenas” [jointées, juntadas literalmente] de diamantes brutos, las depositó en el sombrero del general, diciendo: La primera es para mi ahijado, la segunda para la Sra. embajadora, su madre, y la tercera para el Sr. embajador. Desde este momento, el mariscal –por quien conozco estos detalles- fue verdaderamente rico.

Tal y como está contado, debemos suponer que fue un regalo por afecto, sin comillas, no un -regalo- con comillas como el que supuestamente le hará años después el Cabildo de Zaragoza. Por pura amistad, el Regente de un país modesto de la Europa de 1804, regala joyas al embajador de la poderosa Francia de 1804. Y a su esposa. Y al recién nacido. Un puñado, no un diamante, que ya hubiera sido un detalle exquisito.

En todo caso, fuese con o sin comillas, la fortuna personal de la familia Lannes quedó tras su estancia en Lisboa, francamente restablecida. Y por consiguiente la columna roja de la gráfica pudo crecer, en efecto.

D.2.4.Vuelta al calor de Napoleón

Consolidada la situación en Lisboa, parece ser que Portugal se va a abandonar a los planes de Bonaparte. Y Lannes ha tenido buena parte en ello. Hasta Méneval, el secretario particular de Napoleón y uno de sus más cercanos, que como hemos visto no tenía precisamente bien conceptuado a Lannes, acaba comprendiendo que lo ha hecho bien. Su prodigalidad, sus gustos, su franqueza militar le han ganado la amistad de los grandes y la simpatía popular. ¡La República francesa ha estado orgullosamente representada!243.

Empiezan a llegar las pruebas del éxito. Carta de general Perignon:

París, año XII, 25 brumario

Del general Perignon, miembro del Senado conservador, al general Lannes, embajador de la República francesa en Lisboa.

He recibido con gran placer, mi querido general, vuestra carta del 5 brumario que vuestro suegro ha tenido la amabilidad de enviarme. Me alegro como francés y como amigo, de vuestro éxito ante la corte de Portugal. Me agrada ver fortalecidas las relaciones de alianza y amistad que tengo establecidas con España. Me parecen recíprocamente útiles y todo lo que vos habéis hecho, mi querido general, entorpece a los ingleses y sorprende a Europa.

Reconozco el honor extraordinario que habéis recibido del príncipe regente, sobre el que teníamos algunos prejuicios, a pesar de las pérfidas maniobras de los ingleses.

243. LANNES, op. cit., Anexo 10, p. 214.

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Cuando hemos sabido que el príncipe y la princesa habían sostenido a vuestro niño en la pila bautismal, es como si se hubiesen publicado a la vista de toda Francia las buenas intenciones de toda la corte.

PERIGNON

Y por fin, la más esperada : carta del Primer Cónsul, testimoniándole su satisfacción y anunciándole el fin del destierro244:

“[…] Estoy contento con el tratado que habéis hecho. Perdíamos allí sumas bastante considerables, ya que España se había comprometido a hacernos dar subsidios para Portugal durante todo el tiempo que durase la guerra, pero esto parecía verse compensado por los beneficios obtenidos para nuestro comercio, y todos los sacrificios que se hiciesen para beneficio, serán siempre de mi gusto y de interés público.

En los asuntos diplomáticos, hay que caminar despacio y con cautela y no hacer nada que no esté contenido en las instrucciones, porque le es imposible a un agente aislado apreciar la influencia de sus operaciones en el sistema general. Europa forma un sistema y todo lo que hacemos en un punto repercute sobre los otros. Se debe hacer pues todo en combinación.

Y ya al final, el anhelado y deseado anuncio de victoria, escrito esto de puño y letra :

Vos permaneceréis aún por algún tiempo en Lisboa, pero estad tranquilo, no se darán en ningún momento grandes golpes sin que estéis allí para golpear.

Vuestro afectísimo

BONAPARTE

Mil cosas amables al mismo tiempo para Madame Lannes”

De las palabras de Napoleón parece desprenderse que va a haber movimientos pronto. En efecto, habiéndose quebrado la Paz de Amiens conciliada en 1802 con Inglaterra, el regreso de Lannes se hará inmediatamente necesario.

Bonaparte, proclamado Emperador (18 de mayo de 1804) ha establecido en ese mismo año la dignidad de mariscal de Francia. Un general de los méritos de Lannes, debería necesariamente formar parte de la primera promoción. El bastón de mando le es pues enviado, recibiendo al mismo tiempo el título de duque de Montebello.

Junto al bastón –completa Charles Lannes- le concede el título de “cousin del Emperador” y las insignias de Gran Águila de la Legión de Honor. Necesitaba a su amigo para ejecutar su proyecto de desembarco en Inglaterra245.

244. LANNES. op. cit., pp. 61-62245. Ibid. op. cit., p. 56.

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“Mon cousin” es una expresión que Napoleón empleaba con frecuencia con sus compañeros de armas y camaradas de campaña; puede verse en su correspondencia: trata de mon cousin a Mortier, a Augereau, a Soult, a Berthier… y naturalmente a Lannes. Tiene seguramente el sentido de “amigo cercano, compañero”, lo más parecido a “hermano”, que es universal expresión de afecto, desde luego, pero lejos del tono que el nieto del mariscal quiere darle, pues lo eleva casi a “nombramiento”. En todo caso, deja claro que Lannes había recuperado totalmente su ascendente y amistosa cercanía con su Emperador.

Pero la mejor prueba del éxito y amistad logrados, es sin duda esta carta personal del Príncipe regente de Portugal que recibió Lannes cuando se dirigía hacia Estrasburgo en septiembre, donde aprecia claramente los servicios prestados a los dos países por Lannes.

Veo que estáis en París, mi querido mariscal; se me había dado noticia de vuestra llegada; no era ese vuestro primer proyecto y quedé muy sorprendido de este cambio; me halagan las noticias que vos me contáis en vuestra carta sin fecha; os lo agradezco y aprovecho esta ocasión para agradeceros también vuestras dos cartas precedentes. Vais a incorporaros a Mayence cerca del Emperador, tanto mejor para él como para vos, mariscal, y yo diría que incluso para mí, porque no dejaréis de informarle de todo lo que habéis visto durante vuestra estancia en Lisboa, lo que será muy útil para constatar los sentimientos que unen a nuestros dos gobiernos. Os ruego confirmeis a Su Majestad lo unido que me siento a su persona, y decidle que será un testimonio de su amistad hacia mí vuestro pronto retorno aquí como su embajador. Estoy encantado del feliz viaje de Madame Lannes, podéis estar seguro de cuánto me implico en todo lo que os concierne.

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E . EL AMADO DEL EMPERADOR:

Las cualidades del alma de Lannes, rectitud, honestidad, no eran suficientes para valorar su corazón, vibrante y ardoroso, que estaba entregado por completo al Emperador. Su única debilidad, su genio de Gascuña, que le provocaba en ocasiones impaciencia e irritabilidad, traducida en cólera a veces y en un exceso de suspicacia. En todo caso, con gran voluntad llegó a superarlo.

General André Laffargue, Jean Lannes, maréchal de France (1975)

E.1. El martillo de Thor

Aunque Napoleón, siempre mordaz, irónico, un tanto despreciativo, maltrataba de palabra con frecuencia a sus generales, en ocasiones serenaba su puntería y emitía juicios profesionales, siempre interesantes. Probablemente uno de los más certeros fue el que dijo a Las Cases sobre Lannes: es decidido, valiente, tiene instinto, arriesga… es insustituible para acciones concretas pero le faltaba visión de conjunto de las operaciones. No importa, es joven…

Cuando lo trae a España, está en su mejor momento. Ha acompañado a su Emperador en Austerlitz (1805), Jena y Pultusk (1806) , Dantzig (1807)… Napoleón sabe muy bien que cuando se le designa claramente una misión, la desarrolla impecablemente. Sabe mover como nadie las unidades sobre el terreno, lo aprendió de su antiguo instructor Pouzet, víctima igual que él de la campaña del Danubio. En España derrotó con facilidad al combinado de Castaños en Tudela, y no con tanta facilidad a la terca Zaragoza.

Desgraciadamente España será el último escenario en el que podrá aprender, pues apenas salido de aquí, escasamente un mes más tarde irá al encuentro de su última cita con la gloria en la llanura de Essling.

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Dada la conmoción que supuso en todo el ejército la pérdida de tan emblemático guerrero, hay infinidad de bibliografía sobre el particular. Testigos y no testigos, todo el mundo tarde o temprano, cita la acción de Essling, la herida, la intervención de Larrey, la despedida de su Emperador, la muerte, etcétera. Porque como veremos, hay un etcétera.

Y en esta inminente última etapa de la vida del mariscal Lannes, un nombre se cruza con el suyo inevitablemente, en todos los documentos, en todas las versiones, de modo que han quedado para siempre unidos en la memoria colectiva tras el suceso de Essling: el cirujano Larrey. No es éste el momento de ponderar los talentos como médico del joven Barón Jean-Dominique Larrey, un auténtico precursor en multitud de aspectos relacionados con las intervenciones en los campos de batalla. Pero sí de destacar una de las características que mejor lo definen: su afán por experimentar nuevas técnicas. Su decidida actitud, combinando riesgo e intuición salvaron una vez la vida al mariscal Lannes en Mondragón y a punto estuvieron de lograrlo una segunda, en Ebersdorf.

E.1.1.La caída del caballo

Estamos en los primeros días de noviembre de 1808. Napoleón ha cruzado el Bidasoa y galopa impaciente, pues tiene prisa por resolver en España. Le sigue muy de cerca inmediatamente, también al galope, su fiel Roland, el mariscal Lannes. Las escarpadas laderas de Mondragón, muy peligrosas por el hielo, hacen caer juntos hombre y caballo, con tan mala fortuna que el animal, en voltereta, golpea fuertemente al jinete que ha quedado debajo, provocándole una violenta conmoción en todos los órganos, pero especialmente en el vientre. Trasladado a Vitoria, los remedios convencionales, sangrías y embrocaciones tónicas (cataplasmas) no consiguen reducir la inflamación que parece indicar un grave problema interno. La inmovilidad a causa de los terribles dolores es casi total. Larrey describe así su inspiración246: “Recordé la maravillosa cura hecha por los esquimales a los náufragos de La Vigilante, que las olas del mar habían arrojado con su chalupa hecha astillas sobre la costa de Terranova. Siguiendo su ejemplo y después de varios éxitos conseguidos por mí mismo en casos ciertamente parecidos, me decidí a envolver el cuerpo del mariscal en la piel de un enorme cordero recién desollado […] preparé una cataplasma muy caliente de aceite de camomila fuertemente alcanforado; inmediatamente después apliqué sobre todo el cuerpo de Su Excelencia esta piel aún humeante, que rezumaba por la parte interior una exudación sanguiñolenta bastante copiosa. La crucé cuidadosamente y fijé los bordes […] Al poco mostró el Señor mariscal una mejoría sensible: solamente se quejaba de un hormigueo doloroso y de los tirones que la piel del cordero parecían ejercer sobre los puntos con los que estaba en contacto Sin embargo este efecto disminuyó gradualmente y el enfermo se durmió diez minutos después, quedando en un sueño profundo por espacio de dos horas. […] ”

Después de una prolija descripción de todo tipo de cataplasmas calientes, bebidas con limón y azúcar, lavados alcanforados y todo un curioso repertorio, Larrey parece sentirse satisfecho.

246. LARREY (1812), Mémoires , pp. 244-245; BLAZE (1896), pp. 31-32..

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“El bajo vientre se había deshinchado y se encontraba mucho menos dolorido; el pulso se había recobrado y las funciones estaban restablecidas. […] y al quinto día el mariscal estuvo en disposición de ponerse en camino, y seguir de nuevo al Emperador a todo galope. Todo el ejército se puso en marcha dirigiéndose a Burgos, donde estaban las vanguardias de los sublevados.

E.1.2.Los motivos del Emperador

Refiere Marbot, oficial de estado mayor de Lannes, en sus Memorias: “Los talentos militares del Mariscal Lannes crecían día a día; el Emperador, que tenía muy alta opinión de él, no le daba mando fijo para reservárselo cerca de su persona y así poder enviarlo a cualquier parte donde se plantease un asunto comprometido, en la certeza de que lo resolvería inmediatamente247”.

He aquí cómo se escribe la Historia. Unas líneas más arribas hemos visto la verdadera opinión del Emperador sobre él.

Continúa Marbot : “Napoleón, que estaba listo ya para continuar su marcha sobre Madrid, veía que había dejado a su izquierda la ciudad de Zaragoza ocupada por los insurgentes de Aragón y apoyada por el ejército de Castaños, vencedor de Dupont, y que sin embargo el viejo mariscal Moncey andaba titubeando.

Napoleón, digo yo (sic), ordenó al mariscal Lannes dirigirse a Logroño, centro del ejército del Ebro, tomar el mando y atacar a Castaños. Moncey se encontró así bajo las órdenes de Lannes. Fue el primer ejemplo de un mariscal del Imperio mandando sobre su igual: Lannes merecía esta muestra de confianza y de distinción.

Partió éste [Lannes] con su estado mayor solamente, aprovechando la línea de postas para evitar los retrasos que se hubieran producido caso de haber transportado nuestros equipos y nuestros caballos en un viaje de cincuenta km […] En ese momento, los relevos de postas españoles no tenían caballos de tiro pero sí tenían las mejores jacas de Europa. Viajamos pues todos, tanto el mariscal como nosotros, a galope tendido, escoltados de estación en estación por destacamentos de caballería. Retrocedimos así hasta Miranda de Ebro, desde donde fuimos ya siguiendo el río hasta Logroño. El mariscal Moncey se encontraba en esta ciudad y parecía seriamente disgustado porque el Emperador lo hubiese puesto a las órdenes del más joven de los mariscales, él que era el decano; pero estaba obligado a obedecer.

¡Véase lo que puede la presencia de un solo hombre capaz y enérgico! Este ejército de conscriptos con el que Moncey no se atrevió a enfrentarse al enemigo, puesto en movimiento por el mariscal Lannes el día de su llegada, se portó con ardor contra el enemigo, con el que entramos en contacto al día siguiente, 23 [de noviembre] frente a Tudela, donde después de tres horas de lucha, los orgullosos vencedores de Bailén fueron arrollados, batidos y completamente derrotados ¡huyendo apresuradamente hacia Zaragoza, dejando miles de cadáveres en el campo de batalla!... Tomamos muchos prisioneros, varias banderas y toda la artillería ... ¡La victoria fue completa!”

247. MARBOT (1844), pp. 99 y ss.

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No cabe mayor fervor.

Hemos querido traer estos dos testimonios pues representan a dos personajes representantes de estilos documentales contrapuestos. Larrey, un frío técnico que refleja en sus informes exactitud pormenorizada, sin florituras. Y Marbot, un ardoroso romántico, para el que los héroes emanan directamente luz divina. Ambos serán testigos directos de la muerte de Lannes, y con sus testimonios –y los de otros- podremos descubrir el valor de la subjetividad, no ya en un informe, sino en un hecho, que por definición debería ser exacto e irrefutable.

E.2. La difícil veracidad de una impresión

Hay dos hechos, hechos concretos, y por consiguiente sin interpretación posible en principio, sólo constatación, que suceden en las últimas horas del mariscal Lannes. Pero sí que son, sin embargo, interpretados cada uno de ellos de dos maneras diametralmente opuestas, por lo que aun tratándose de testimonios de testigos presenciales, llevan evidentemente a conclusiones contrarias.

¿Dónde está pues la verdad?

Veamos de qué hechos se trata. El primero, el accidente: en un momento de cierta calma a lo largo de la batalla de Aspern-Essling, el día 22 de mayo de 1809, Lannes es alcanzado por el rebote de una bala de cañón de mediano calibre que le hiere ambas rodillas. Retirado del frente a un hospital improvisado, es visitado por el Emperador, y entre ellos hay una breve pero intensa conversación.

Devoción, lealtad, deseos de seguir sirviendo al Emperador y a Francia, es lo que oyeron unos. Vituperios, causados estos por el delirio o no, reproches sobre excesivas ambiciones y anhelo de sangre, es lo que oyeron otros.

En principio, tomar partido parece fácil: cómo fue el diálogo, airado o devoto.

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El segundo hecho: la solución quirúrgica. Ante el mal cariz que presentan las heridas, sobre todo la de la rodilla izquierda, se decide la amputación. Diferentes complicaciones, infección postoperatoria inesperada y el enfermo muere, pero conservando la pierna derecha. Testigos presenciales lo corroboran.

Sin embargo, otros testimonios, igualmente de testigos presenciales, refieren una segunda amputación cuando el estado se agrava, en un intento de contener la infección. Al final el enfermo también muere, pero sin ninguna de las dos piernas.

Tener claro este hecho parece aún más fácil que el anterior. Sencillamente, se le amputaron una o las dos. Para eso sólo hay que tener ojos.

Puesto que existe constancia documental de todo ello, presentémosla y analicémosla. Tal vez de ese modo podamos tomar partido.

E.2.1. El accidente: el mariscal Lannes resulta herido

No deja de ser curiosa –según cuenta Constant, el valet de chambre de Napoleón– la confidencia que le hizo el doctor Lannefranque, sobre un extraño cruce de pensamienos que había tenido con el mariscal en la mañana del día fatídico: “Al montar en su caballo para regresar a la isla de Lobau, el duque [de Montebello], tenía presentimientos siniestros. Se detuvo y tomó la mano del Sr. Lannefranque, y le dijo con una sonrisa melancólica: Adiós, probablemente no tardaremos mucho tiempo en volver a encontrarnos, hoy tendré necesidad de vos, y de estos señores, agregó, indicando a varios cirujanos y boticarios que se encontraban con el médico: Señor duque -respondió el señor Lannefranque- ¡el día de hoy aumentará aún más vuestra gloria! ... ¡Mi gloria!- interrumpió el mariscal rápidamente- ¿Queréis que os hable con franqueza? No creo que sea ese el asunto, porque cualquiera que sea el resultado de la batalla, para mí será la última. El médico iba a preguntar al mariscal qué quería decir con eso, pero éste puso su caballo al galope y pronto se perdió de vista.248”

Tomemos de nuevo de su fogoso ayudante de estado mayor, Marbot, la narración del suceso249:

« … el fuego menudeaba sobre nuestras líneas en un continuo hostigamiento, del mismo modo que nosotros batíamos al enemigo. Mientras que los dos ejércitos mantenían sus posiciones, observándose mutuamente y los generales discutían los sucesos del día reunidos detrás de sus batallones, el mariscal Lannes, fatigado por haber cabalgado todo el tiempo, había echado pie a tierra y paseaba en compañía del general Pouzet. De repente una bala perdida alcanzó a éste en la cabeza causándole la muerte en el acto, de modo que cayó fulminado a los pies del mariscal. Pouzet había sido sargento en el regimiento de Champagne, y al principio de la Revolución estaba en el acantonamiento de Le Miral [al mando por cierto, del padre del propio Marbot] en una división que encuadraba también a los Voluntarios de Gers, donde Lannes era subteniente. Los sargentos veteranos tenían a su cargo la formación

248. CONSTANT (WAIRY, Constant, 1830), p. 144.249. MARBOT (1844), op. cit., p. 201

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de los voluntarios, y los de Gers habían sido confiados a Pouzet. Adivinando inmediatamente las cualidades del joven oficial, no se contentó con enseñarle las reglas militares ordinarias del manual de instrucciones, sino que lo introdujo además en los secretos de la maniobra por lo que Lannes se convirtió en un excelente táctico. Atribuyendo su rápida promoción a los talentos de Pouzet como instructor, Lannes se sintió para siempre en deuda y muy unido a él, por lo que aprovechó sus sucesivos ascensos para beneficiarlo. Se comprende el dolor extremo del mariscal al verlo tendido a sus pies”.

Continúa Marbot: “Nos encontrábamos en aquel momento un poco adelantados con respecto a la tejería, a su izquierda, hacia Essling”.

La tejería era el puesto de observación del campo de batalla. Marbot, lo refiere con toda exactitud: “Sin embargo Napoleón está inquieto, sigue la batalla desde la tejería de Essling y siempre que se hace necesario envía refuerzos para proteger el punto amenazado.”

La muerte del general Pouzet dejó al el mariscal muy conmocionado y queriendo alejarse del cuerpo, se movió una centena de pasos en la dirección de Stadt-Enzersdorf. Se sentó pensativo sobre el borde de un talud, desde donde podía observar las tropas. Un cuarto de hora más tarde, cuatro soldados llevando cuidadosamente un cuerpo envuelto en un capote, sin que se pudiese ver su rostro, se detuvieron un momento ante el mariscal. El capote se deslizó y Lannes reconoció a Pouzet. “Esta imagen tan terrible me perseguirá siempre”, exclamó, y poniéndose de pie fue a sentarse sobre el borde de otra quebrada, la cabeza entre las manos, las piernas cruzadas. Mientras estaba allí sentado, sumido en profunda meditación, un proyectil de 3 libras disparado por una batería de Enzersdorf, que venía rebotando, le alcanzó las piernas justo donde se cruzaban ambas, destrozándole la rótula de una y desgarrando los músculos de la otra. Yo me precipité hacia el mariscal, que me dijo: “Estoy herido... no es gran cosa. Ayúdame a levantarme”, e intentó sin éxito ponerse en pie. El regimiento de infantería que se encontraba delante nos envió algunos hombres para conducir al mariscal hacia una ambulancia, pero como no teníamos ni mantas ni camilla, tuvimos que llevarlo en brazos, lo que le causó enormes sufrimientos. Un sargento, al ver a lo lejos a los soldados que llevaban el cuerpo del general Pouzet, corrió hacia ellos para pedirles el capote en el que estaba envuelto. Ibamos a extenderlo sobre él con el fin de poderlo transportar, pero reconoció la prenda y me dijo: “Es el de mi amigo, está cubierto con su sangre, no quiero usarlo. Llevadme como podáis.” A cierta distancia descubrí un grupo de árboles, y envié al Sr. Coulteux y algunos granaderos. Volvieron con una camilla hecha con ramas. Transportamos así al Mariscal hasta la cabeza de puente, donde los cirujanos vendaron su herida.”

Detengamos por un momento la narración, y traigamos el mismo pasaje narrado por Larrey, el cirujano que lo atendió.

“Se había elegido para cruzar aquellos puntos donde el Danubio se divide en varias ramas y forma otras tantas islas, de las que una de ellas, Lobau, es de considerable extensión. Entre el 20 y el 21 de mayo [de 1809] la guardia imperial y varios cuerpos de ejército habían alcanzado dicha isla. Se lanzaron rápidamente puentes sobre el último brazo del Danubio y se atacaron de inmediato las líneas avanzadas del enemigo […] la ruptura imprevista de los primeros

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puentes [aislando a los franceses] provocó un contrataque general desencadenándose la terrible batalla de Essling […]

Fue a muy corta distancia de este lugar extremadamente peligroso donde S.E. el mariscal duque de Montebello fue alcanzado mortalmente: iba a pie, volviendo del campo de batalla al cuartel general. Un boulet de grueso calibre, después de un primer rebote con toda su fuerza, encontró la rodilla izquierda del mariscal, la atravesó por completo y cambiando de dirección [el mariscal se encontraba semisentado en un talud] sin perder su fuerza, rozó el muslo derecho donde cortó los tegumentos y una porción del músculo vasto interno, en el punto más saliente y muy cerca de la articulación de la rodilla, que afortunadamente no resultó dañada.

El duque se desplomó en el acto, golpeándose la cabeza con fuerte conmoción y un gran quebranto en todos los órganos.

Al recibir inmediata noticia del accidente, me precipité al lugar donde se hallaba herido el mariscal y lo hice transportar a mi ambulancia. Tenía el rostro completamente blanco, los labios pálidos, los ojos tristes, lacrimosos, la voz débil y su pulso era apenas perceptible. Sus facultades morales estaban perturbadas hasta el punto de no ser consciente de su estado250.”

Difícil conciliación. Marbot, el militar, punto de vista ardiente: el mariscal se mantiene consciente y valeroso… “no es gran cosa, ayúdame a levantarme… ”.

Larrey en cambio, más técnico: el duque se desplomó en el acto, golpeándose la cabeza con fuerte conmoción y un gran quebranto en todos los órganos.[…] Tenía el rostro completamente blanco … su pulso era apenas perceptible…. sus facultades morales estaban perturbadas.

Dos testigos presenciales. Y de un mismo hecho.

E.2.2.El encuentro con el Emperador

Como ya hemos indicado, la conversación de Lannes con Napoleón va a ser el segundo hecho, que aun siendo un hecho, adolecerá también de interpretación subjetiva.

¿Cómo fue el encuentro de los dos antiguos camaradas? Ha habido en sus vidas diferencias en algunos momentos, pero son dieciséis años de compartir peligros, penalidades y éxitos, a todo lo largo y ancho de Europa.

El general Pelet-Clozeau lo cuenta así : “El ejército va a perder uno de sus grandes jefes, cuyos talentos se han desarrollado de manera prodigiosa. Francia pierde uno de sus apoyos más sólidos. El Emperador [pierde] un amigo devoto. Su entrevista fue muy emotiva, sus abrazos, los más tiernos. Napoleón lloraba lágrimas ardientes arrodillado ante el héroe moribundo251.”

250. LARREY, op. cit. pp. 276-278.251. PELET-CLOZEAU (1976), VIII-22

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Circunspecto y frío. Frases cortas. Parece un informe militar.

Constant en cambio, el referido valet de chambre de Napoleón, lo narra de modo bien distinto. Y hay que concederle todo el crédito a semejante espectador por su privilegiada atalaya, íntimo del Emperador y siempre su sombra.

Cierto. En su círculo estrecho Napoleón da confianza y pide exactitud de geómetra, concediendo importancia extrema a los pequeños detalles. […] Se hace desper-tar entre las seis y media y siete de la mañana. Duerme profundamente, ordinariamente sin sueños. […] pregunta a Constant si hace buen tiempo. Luego bromea con él y le obliga a contarle las pequeñas crónicas… le divierten los comadreos y las intrigas. [después de afeitarse] se hace frotar por Constant todo el busto y se lo inunda de agua de colonia. Es una costumbre de Egipto. “Más fuerte- le dice a veces Napoleón, -más fuerte, como si fuera un asno”. […] El valet le viste y le calza252.

Volviendo al diálogo Napoleón-Lannes, Constant confiesa que –eso si, tras la puerta- ha sido testigo de primera línea:

“Se hizo entonces un gran silencio [cuando llegó el Emperador junto a Lannes], todo el mundo salió de la habitación, pero la puerta había quedado entreabierta y podíamos oír parte de la conversación. Fue larga y dolorosa. El mariscal recordó sus servicios al Emperador, y terminó con estas palabras, pronunciadas con una voz que era todavía fuerte y firme: No es en interés de mi familia el que me dirija a vos de esta manera; no necesito recomendaros a mi esposa e hijos, ya que muero por vuestra gloria, ella os obliga a protegerlos, y no temo que al dirigiros estos últimas reproches en aras de la amistad, vayan a cambiar vuestras disposiciones hacia ellos. Sire habéis cometido un gran error, y aunque éste os priva de vuestro mejor amigo, no vais a corregir. Vuestra ambición es insaciable, y ello os arruinará; sacrificáis a los hombres que mejor os sirven sin consideración ni necesidad. Y cuando mueren ni os inmutáis. No tenéis más que aduladores a vuestro alrededor y no veo ningún amigo que se atreva a deciros la verdad. Os traicionarán y os abandonarán. Poned rápidamente fin a esta guerra, es el deseo de todos. No podéis ser ya más poderoso, pero sí podríais ser más amado. Perdonad estas verdades de un moribundo ... que os ama”. Cuando hubo acabado, el mariscal le tendió la mano al Emperador, quien lo abrazó llorando y sin decir palabra253.”

El siempre ardiente y siempre fiel Marbot también refiere esta conversación, y también desde lugar privilegiado, como veremos a continuación: “Apenas habían terminado [la amputación] cuando llegó el Emperador. La entrevista fue de lo más emocionante. El Emperador, de rodillas al pie de la camilla, lloraba y abrazaba al mariscal, cuya sangre tiñó de inmediato su chaleco de cachemir blanco. [Y continúa] Algunas personas malintencionadas han escrito que el mariscal Lannes, dirigiendo reproches al Emperador, le conjuró a no hacer más la guerra; pero yo que mantenía incorporado el cuerpo del mariscal y oía todo lo que decía,

252. AUBRY (1939), Vie privée…, p. 86253. CONSTANT (1830), pp. 147-148.

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declaro que el hecho no es cierto. Al contrario, el mariscal fue muy sensible a las muestras de interés que recibió del Emperador; y cuando éste tuvo que irse a seguir dando órdenes, se alejó diciéndole: Viviréis amigo mío, viviréis El mariscal le respondió apretándole las manos: yo así lo deseo, si puedo ser útil todavía a Francia y a Vuestra Majestad254.”

De nuevo una diametral dualidad. Afortunadamente, para esta situación concreta tenemos el testimonio definitivo: el propio Emperador.

En conversación con el conde Las Cases en Santa Elena, transcrita el 14 de julio de 1816, se recoge la indignada protesta del Napoleón al serle recordados estos rumores:

“En todo momento el desdichado Lannes miró a su Emperador, se aferró a mí -dijo Napoleón- toda su vida tuvo sus pensamientos afines a los míos […]” “Pero Sire –insiste Las Cases- alguien oyó en chismes de salón, que se había llegado a rumorear que Lannes había muerto en un ataque de ira, maldiciendo al Emperador contra quien se revolvió enojado, y que le había incluso gritado con insolencia…” ¡Qué tontería! -gritó el Emperador- Lannes me adoraba. Sin duda fue el hombre en el que más pude confiar. Es cierto que su temperamento apasionado podría haberle dejado escapar alguna palabras en mi contra alguna vez, pero era hombre capaz de romper la cabeza a quien se las oyese decir.255”.

Asunto zanjado. Así pues, no hubo reproches. Palabra de Emperador.

E2.3. Amputación de una pierna o de las dos

Tratándose de un tema quirúrgico parece lógico empezar con la descripción que del asunto hace el cirujano que llevó a cabo la intervención.

Así lo refiere Larrey : “¡Qué situación tan comprometida la mía! A pesar de toda mi ciencia médica me era imposible albergar esperanza alguna, y sin embargo, en una coyuntura tan grave e importante no podía abandonar al herido a los recursos de la naturaleza. Fue una de las experiencias más difíciles de mi vida, pero saqué fuerzas de flaqueza, reclamé la asistencia de varios Cirujanos Mayores más experimentados, y examinamos con la mayor atención ambas heridas.

La del muslo derecho fue curada en primer lugar con un vendaje muy simple pues no ofrecía particular gravedad. La de la rodilla izquierda en cambio, era espantosa por el destrozo de los huesos, el desgarro de los ligamentos, la ruptura de los tendones y de la arteria poplítea. Todos mis colegas estuvieron de acuerdo en la necesidad de llevar a cabo la amputación de la extremidad en el acto, pero nadie se atrevía a emprenderla por sus pocas posibilidades de éxito, dado el estado de estupor y postración extrema en que se hallaba el herido….”

“… Sin embargo, alentado por varios casos similares resueltos con éxito, iluminado por un

254. MARBOT, op. cit., p. 203255. LAS CASES (1968), 2 , cap. X, p. 1342.

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rayo de esperanza y apoyado en el deseo del paciente de someterse a la operación, me decidí a hacerla: se llevó a cabo en menos de dos minutos y el mariscal dio muy pocos signos de dolor” [...] Apliqué el vendaje usual, y después de haber conducido al Sr. duque hasta la isla de Lobau donde había ido el Emperador a encontrarse con él, lo confié a los cuidados del Cirujano mayor, Sr. Paulet. Me separé del ilustre guerrero con pesadumbre, pero era yo el único Inspector General responsable de las ambulancias del campo de batalla y había un gran número de heridos esperando socorro en la gran isla, donde habían ido siendo acantonados”.

Aquí, el cirujano Larrey hace una detallada descripción de la enorme tarea que le quedaba por hacer en el campo de batalla, para nadie pudiese pensar que abandonaba al mariscal. Sencillamente la batalla había sido muy cruenta, la huida penosa, pues ante la ausencia de puentes se había cruzado en unos destartalados pontones hasta refugiarse en las islas en medio del Danubio y había multitud de heridos que atender por todas partes256.

“Después de haber organizado mi servicio, me apresuré a visitar a S.E. el duque de Montebello, que había sido instalado en la casa de un cervecero de Ebersdorf. Ocupaba una habitación muy pequeña que daba por un lado a la fábrica de cerveza, y por el otro a un patio húmedo y bastante malsano. El tiempo era inestable y muy tormentoso. Encontré al Sr. duque extremadamente débil, en una tristeza profunda y con la palidez de la muerte. Sus ideas eran incoherentes y su voz entrecortada. Se quejaba de pesadez en la cabeza. Estaba inquieto, padecía de opresión y lanzaba frecuentes suspiros. No podía soportar el peso de la cobertura de su cama aunque era extremadamente ligera. Hasta entonces había tomado bebidas heladas y aciduladas. Mi presencia pareció tranquilizarle257.”

“La temperatura ambiente había bajado de golpe a causa del paso momentáneo de vientos de sur a norte, y por efecto de la tormenta habida la víspera. Propuse en consecuencia a los médicos de guardia darle frecuentemente buenos caldos, buen vino, y suprimir las bebidas heladas. Sus fuerzas se reanimaron un poco y su sueño se hizo más tranquilo. A la mañana siguiente, las heridas fueron curadas a fondo por primera vez. Los vendajes estaban embebidos de una serosidad purulenta; la llaga del muñón tenía un aspecto favorable, y la del muslo derecho no dejaba entrever complicación alguna. Una parte de sus bordes se había vuelto a unir ya. Cubrimos los primeros apósitos con un simple licor y embebimos las compresas en vino caliente azucarado. Las primeras veinticuatro horas pasaron bien”.

Yo me hacía incluso ilusiones y esperaba alcanzar la curación, contra la opinión, desgraciadamente bien fundada de mis colegas. Pero en la noche del sexto al séptimo día desde el accidente, se manifestó un acceso de fiebre perniciosa que fue inmediatamente reconocido por el doctor Lanfranc (sic, en otras fuentes aparece como Lannefranque), médico de S.M. Celebramos consulta los Srs. doctores Yvan, Lanfranc, Paulet y yo. Pareció conveniente administrarle una fuerte dosis de quinina y que se le añadiera éter sulfúrico; estos medios fueron puestos en práctica y modificados según las circunstancias258. Un segundo

256. LARREY, op. cit. p. 280257. Ibid, op. cit., 282258. LARREY, op. cit., p. 284

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acceso, menos alarmante sin embargo que el primero, se declaró doce horas después y un tercero sobrevino a lo largo de la jornada, con delirio, al que siguió la postración casi absoluta de los impulsos vitales. El peligro se hacía por momentos más y más inminente. Las heridas por otra parte, no ofrecían aún ningún síntoma de gangrena; solamente la supuración había disminuido considerablemente.

Informado Su Majestad del peligro en que se hallaba su bravo teniente-general, vino a visitarle a su lecho del dolor. El Sr. doctor Franck, de Viena, médico merecidamente célebre, fue llamado a consulta; dio su aprobación al tratamiento aplicado y quiso quedarse con nosotros cerca del enfermo, cuyas fuerzas declinaban progresivamente. Al fin el mariscal entró en un delirio completo que fue de corta duración, y murió pocas horas después en un estado relativamente en calma. Eran las postrimerías del noveno día del accidente y de la batalla.

Quedamos todos consternados con esta muerte. Yo particularmente quedé vivamente afectado. Perdía en este honorable camarada de Egipto a un protector poderoso, que me había dado más de una vez muestras de un verdadero afecto.”

Según Larrey se había producido pues la amputación únicamente de la pierna izquierda.

Marbot también habla de una pierna : “Nada más llegar con el herido, los señores doctores tuvieron un conciliábulo secreto pero sin ponerse de acuerdo sobre lo que había que hacer. El doctor Larrey era partidario de la amputación de la pierna cuya rodilla estaba rota; el otro, cuyo nombre he olvidado, [se trata de Lannefranque ] quería cortar las dos piernas; en cuanto al doctor Yvan, por el que supe todos estos detalles, se oponía a cualquier amputación. Sostenía que la fuerte constitución del mariscal le permitiría recuperarse, mientras que una operación practicada bajo tan fuerte calor, lo llevaría inevitablemente a la tumba. Larrey era el cirujano de mayor graduación y prevaleció su opinión. Al mariscal le fue amputada una pierna. Soportó la operación con gran valentía”.

El general Thoumas habla también en sus Memorias de diálogo de conciliación entre Lannes y el Emperador, y de una sola pierna, pero confiesa haberse servido de la fuente Marbot. Es interesante no obstante, traer su testimonio porque habiendo sido publicadas sus memorias en 1891, ya debía haber sus más y sus menos, a juzgar por el comentario que añade : “Una pierna y no dos, como afirma el Sr. Villemain en su artículo de la Revue des Deux Mondes, que no es particularmente exacto en esto, ni en otros muchos otros detalles259.”

Hay un testimonio particularmente interesante por el momento en que se publica. Normalmente las memorias salen a la luz años algunos años más tarde de los sucedidos, lo que quizá desdibuja los recuerdos, poniendo además a los autores en riesgo de contaminación al interactuarse unos escritos con otros. Pero éste, de René Perin se publica el mismo año de la muerte del mariscal, 1809, por lo que adolece de una frescura y de una actualidad impagables. De hecho, y en un estilo absolutamente recargado, dedica implícitamente su libro, Vida militar de Jean Lannes, a la familia política del mariscal, es decir a los Guéhéneuc.

A Monsieur Gueheneuc, Administrateur des Fôrets.

Monsieur,

259. THOUMAS (1891), op. cit., p. 321

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Me apresuro a aprovechar el permiso que amablemente habéis querido darme de colocar vuestro respetable nombre en el encabezamiento de este Compendio. Publicar los hechos de armas que han inmortalizado a un Héroe orgullo de su patria [curiosamente esto lo pone con minúscula], cuya existencia ha sido embellecida largo tiempo por vuestra ilustre Hija, por sus gracias, sus virtudes, su carácter y su ternura, era reavivar con plena emoción honorables y queridos recuerdos, puesto que ha sido en vuestro seno que la Señora Duquesa de Montebello ha adquirido estas raras cualidades tan bien apreciadas por su noble Esposo, y que la situarán siempre como modelo de esposas y madres.

Quedaré abrumado si os dignáis dirigir una mirada indulgente sobre esta pequeña Obra, y encontrar en ella la prueba de mi respeto y de mi admiración por la memoria de uno de los más grandes hombres de Francia.

Tengo el honor de ser, con la más distinguida consideración, Monsieur, vuestro muy humilde servidor,

René Perin

Detrás de tan almibarada introducción y a lo largo de 251 páginas se desgranan toda clase de elogios y talentos sobre el héroe de los héroes. Es obvio que su visión es poco crítica, pero en el asunto que nos ocupa, la amputación, su testimonio podría ser clave. Porque al tratarse de un texto contemporáneo al suceso, habida cuenta de la gran conmoción que tuvo en el Imperio y particularmente en París, es de suponer que todo cuanto cita sería rigurosamente cierto. Veremos sin embargo que su relato plantea una sorprendente ambigüedad260:

En el momento en que la victoria coronaba por todas partes, en el mismo momento en que su nombre ya ilustre adquiría un nuevo resplandor por esta victoria, el duque de Montebello es golpeado por un boulet que se le lleva el muslo: el campo del honor va a recibir sus últimos suspiros… En un primer momento se teme por su vida. Se le transporta en una camilla cerca del Emperador. Caen algunas lágrimas de los ojos del monarca [que] se gira hacia los que le rodean y les dice . “Era necesario que en este día mi corazón recibiese un golpe tan sensible para que pudiese abandonarme a otros cuidados que los de mi ejército.”

El boulet se le lleva el muslo. ¿Sería eso una primera amputación, traumática por descontado?

Continúa M. Perin: “El duque de Montebello que había perdido el conocimiento, vuelve en sí y se abraza al cuello del Emperador diciéndole: “Dentro de una hora habréis perdido al que muere con la gloria y la convicción de haber sido vuestro mejor amigo”.

La amputación, realizada con éxito permite alguna esperanza de cura: inmediatamente el Emperador envía a buscar por medio del general Rapp, su ayudante de campo, al doctor Franck, uno de los médicos más célebres de Europa; las heridas del mariscal se encontraban en buen estado pero desgraciadamente una fiebre perniciosa hace en pocas horas los más funestos progresos. Los socorros de la ciencia son inútiles: Francia va a perder un héroe y el Emperador un amigo; una esposa virtuosa va a llorar a un esposo adorado, los niños van a echar de menos a un tierno padre, la hora fatal ha llegado, el duque de Montebello muere ¡para no morir jamás!!

260. PERIN (1809), op. cit. pp. 250-251.

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La amputación realizada con éxito ¿es de la otra pierna? Porque si el proyectil le había arrancado el muslo… Pensamos que no, que la operación “con éxito” ha sido rematar el destrozo. Así, estamos por el momento en una sola pierna.

Es momento de empezar a conjugar el plural.

Empecemos por otro general, Savary, duque de Rovigo, viejo conocido de los españoles, pues a él se debe la organización y escolta del viaje, por llamarlo de alguna manera, de Carlos IV y su hijo el aún príncipe Fernando, a Bayona. Con lacónico estilo castrense, se refiere así a la amputación:

“La caballería había vuelto a cruzar el río y se encontraba de nuevo en la isla de Lobau. El propio Emperador había abandonado el campo de batalla, y habiendo dado sus últimas órdenes para volver a cruzar los puentes […] recibió el mensaje de que Lannes había perdido las piernas por un boulet. La noticia lo afectó hasta las lágrimas, y mientras escuchaba los detalles de este triste suceso, vio una camilla que traían desde el campo de batalla, en la que yacía el mariscal Lannes. Ordenó llevarlo a un lugar apartado donde podrían estar solos y no ser molestados. Con el rostro lleno de lágrimas, se acercó y abrazó a su amigo moribundo.”

Las dos piernas. En plural.

Aún es más evidente la narración que hace el mameluco Roustan, uno de los tres hombres de confianza del Emperador, a su servicio desde los lejanos días de Egipto y al que siempre acompaña. De hecho en algunos de los grabados que representan la escena concreta del abrazo con el Emperador, aparece por detrás la inconfundible figura de un personaje con el gorro turco de turbante y fez.

Este Roustan, sombra también del Emperador al igual que su valet, haría bueno el aforismo de que “Nadie es grande a los ojos de su mayordomo” pues narra cómo en su círculo de intimidad, Napoleón se pasea desnudo, sin el menor sentimiento de pudor, como un griego antiguo. […] Se afeita él mismo, delante de un espejo que sostiene el mameluco Roustan, y se lava la cara y las manos con una brocha261.

261. AUBRY, op. cit., p. 101.

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Grenadier François Mathieu à Marengo. (Lafitte gravure). Incluso en la entrega de fusiles y otras armas de honor tras la batalla, vemos a Roustan siempre al lado del Emperador.

En cuanto a la amputación, la narración que nos brinda de la operación es pormenorizada y clara: doble amputación.

“Los cirujanos llevaron el mariscal a un pequeño pueblo a la orilla del río, llamado Ebersdorf, vecino al campo de batalla. Se encontró una habitación en la casa de un cervecero, encima de un establo, en la que reinaba un calor sofocante que hacía aún más insoportable el olor de los cadáveres que rodeaban toda la casa… Pero no había nada mejor: había que contentarse con eso. El mariscal soportó la amputación del muslo con valor heroico, pero la fiebre que se declaró de inmediato fue tan violenta que, temiendo fuese a morir en la operación, los cirujanos aplazaron el cortar la otra pierna. Esta fiebre era causada en parte por el agotamiento; cuando fue herido, el mariscal no había comido desde hacía veinticuatro horas. Finalmente los Sres. Larrey, Yvan, Paulet y Lannefranque se decidieron a la segunda amputación, y cuando la hubieron hecho, el estado de tranquilidad del herido les dio esperanzas de salvar su vida. Pero no iba a ser así. La fiebre aumentó y tomó un cariz de lo más más alarmante; y a pesar de la atención de estos reputados cirujanos y los del doctor Frank, entonces el médico más famoso de Europa, el mariscal rindió su último suspiro a las cinco de la mañana. Tenía apenas cuarenta años.”

Y de que estuvo presente, no cabe duda, porque sigue:

“Durante sus ocho días de agonía, porque los sufrimientos que experimentó puede ser llamados por ese nombre, el Emperador fue a verlo muy a menudo y se quedaba siempre desolado. Yo fui a ver a diario al mariscal por orden del Emperador, admiré cuán pacientemente llevaba su dolor, y sin embargo no había ninguna esperanza, porque él se sentía morir y todos los rostros se lo decían. Qué conmovedor y terrible ver alrededor de su casa, en la puerta, en su

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habitación, los viejos granaderos de la guardia, siempre impasibles hasta entonces, gimiendo y llorando como niños! ¡Qué terrible parece la guerra en momentos así, qué atroz262!”

Un nuevo testimonio para la doble amputación: Desde las diez de la mañana, los oficiales de Ingenieros se ocupaban de reparar los puentes. Debían luchar contra los brulotes que [los austríacos] lanzaban río abajo, y contra la violencia de las aguas que la fusión súbita de la nieve en las montañas había hecho crecer ocho pies en el espacio de algunas horas. De diez a doce mil heridos, mortalmente la mayoría, estuvieron amontonados durante mucho tiempo a la entrada del puente que tocaba a la ribera izquierda. Napoleón cruzó el primero [el Danubio]. Una vez alcanzada la isla de Lobau pareció sumirse en las más tristes reflexiones. Pronto apareció el mariscal Lannes sobre unas parihuelas, llevado por doce granaderos. Se dice que Bonaparte se enterneció ante la suerte de un guerrero que le había rendido tantos y tan grandes servicios. Lannes no sobrevivió más que unos pocos días al golpe del proyectil; y antes de morir sufrió la amputación de las dos piernas. Bonaparte fue a visitar a Lannes al lecho del dolor. Se rumoreó que en ese encuentro, el segundo [Lannes] dio sabios consejos a su Señor, y que incluso le hizo vivos reproches sobre su insaciable ambición y sobre sus locas empresas263.

Conjugando también el plural, tenemos incluso a Lejeune: “Aragón por fin, estaba sometido y pacificado. El mariscal había cumplido noblemente su empresa. Resentido de sus antiguas heridas y agotado por las fatigas de la guerra, solicitó una licencia para abandonar España y partió para Francia el 21 de marzo […] 61 días después, yo hablaba con el duque de Montebello bajo el fuego de la metralla y le invitaba de parte del Emperador a no prolongar una resistencia inútil, en el instante en aue una bala de cañón le llevó las dos piernas, en la batalla de Essling, en la que murió a 600 leguas de Zaragoza264…”

Una penúltima opinión antes de la definitiva: el general Michaud, que lo declara así “La última campaña del mariscal Lannes no fue la menos gloriosa de su carrera militar […] Fue en Essling, en mayo de 1809 cuando una bala de cañón le golpeó […] No murió inmediatamente y tuvo que sufrir la dolorosa amputación de ambas piernas265.”

Y finalmente la definitiva. Si en el asunto anterior, si discutieron o se amaron en sus últimas encuentros en el lecho del dolor, ha decidido la palabra del Emperador, justo es que aquí también decida:

Conde Las Cases, Santa Elena, confidencia de boca de Napoleón al respecto, “agosto 12, 1816 : En uno de esos ataques, al anochecer, Lannes, que hasta entonces había permanecido constantemente en medio del peligro, desmontó para descansar un poco, y fue alcanzado por una bala de cañón que le llevó las dos piernas266.”

Palabra de Emperador.

262. ROUSTAN (2002), v. bibl.263. HENRY (1823), Libro XX , vol. III, pp. 464-465.264. LEJEUNE (2009), ed. Pedro Rújula, p. 175.265. MICHAUD, t. 29 –djvu/63.266. NAPOLEÓN (1839), Historia del Emperador, t. II, p. 89.

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Así, diga lo que diga Larrey, el cirujano que efectuó la operación o el coronel de estado mayor, Marbot, que sostenía su cabeza en alto, y que defienden una pierna, y a pesar del peso de su opinión, si de una votación se tratase, serían derrotados por mayoría por la doble amputación.

La iconografía no ayuda. Veamos dos grabados contrapuestos:

En este grabado de época, la pierna amputada es la izquierda.

En el famoso grabado de Paul Emile Boutigny, la pierna amputada es la derecha.

Aún una última inquietud. La reflexión que planteábamos era la subjetividad de los documentos. De la que puede depender, según el caso, su fiabilidad. Y la fiabilidad y la subjetividad de un testimonio se fundamentan en lo que de ambas, tengan los recuerdos.

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Hablemos pues de recuerdos: En el tomo III de las Memorias de Larrey, publicadas en 1812, es decir tres años después del suceso de Essling (es la versión que hemos estado citando en todo momento), el afamado cirujano precisa que amputó la rodilla y pierna izquierda del mariscal Lannes. Así lo hemos recogido. Sin embargo en su Relation Médicale, publicada en 1841 (si bien en el prólogo expresa algunas reservas acerca de la frescura de sus recuerdos), habla de la amputación del muslo derecho:

“El duque de Montebello, este magnánimo guerrero [que] contribuyó con toda su intrepidez al brillante éxito de nuestras armas, en la famosa batalla de Essling, Austria (1809 ), sufrió el destrozo de su pierna derecha por un boulet de pequeño calibre que había atravesado al mismo tiempo la rodilla derecha, rasgando la piel y el músculo vasto interno del muslo izquierdo. Realicé inmediatamente la amputación de la pierna derecha y vendé cuidadosamente la herida del muslo izquierdo267.

¿Es posible, tratándose de personaje tan principal, el primer mariscal muerto en combate, amigo personal desde los días de Egipto, que la memoria le falle hasta ese extremo?

Quizá.

No cabe duda que también en estos asuntos –ya lo habíamos visto en otros– el aforismo de Séneca, Veritatis simplex oratio est, el lenguaje de la verdad es simple, andaría de nuevo errado.

267. LARREY (1841), pp. 353-354.

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F. DIGNAS DAMAS PARA TAN DIGNOS GUERREROS

Madame Lannes yo habíamos sido madres más o menos al mismo tiempo. Su hijo mayor, Napoleón, tenía apenas unos meses más que mi hija. Era un niño guapo y sensible, hasta un punto esto último que no era nada corriente a tan tempranas edades. Su madre lo adoraba. Madame Lannes cumplía a la perfección su abnegado deber de madre y eso que por su naturaleza hubiera podido evitárselo. Pero no, se daba por entero con una entrega muy meritoria en una joven tan bella, notablemente bella, como era Madame Lannes. El Primer Cónsul le profesaba una alta estima.

Duquesa de Abrantes, Memorias, tome cinquième

Los comportamientos suelen obedecer siempre a una razón. Y encontrar esa razón puede ayudarnos a entender dichos comportamientos. Pero la búsqueda de esa razón –Sócrates nos lo advierte- nos lleva a descubrir que por muchas direcciones en las que se recorra el alma, nunca vamos a encontrar sus límites.

Ocurre con estos grandes hombres al servicio de Napoleón. Al acercarse al barro cotidiano de sus vidas, estos “señores de la guerra” que siguieron al Emperador a lo largo y ancho de Europa, suelen suscitar con frecuencia una mezcla tal de impresiones que hacen difícil saber qué había de verdad debajo de todos aquellos entorchados. ¿Sólo ambición, afán de aventura, oportunismo, egolatría…? ¿El simple carpe diem sería explicación suficiente para tanta adrenalina? Porque, instintivamente, los relatos sobre sus heroicidades, sus cargas, sus heridas, los ascensos, las águilas concedidas, las lisonjas del Emperador… también las discusiones entre ellos, sus envidias, sus brutalidades, nos hacen pensar en una tosquedad zafia, rodillo magnífico para la guerra, que sin embargo podría impedirles por completo toda emoción que no fuese la del golpe audaz y el sablazo certero.

¿No hay pues lugar para la sensibilidad? ¿Son necesariamente arribistas y depredadores potenciales –justamente el meollo de la cuestión que nos ocupa- y cuanto más mejor?¿Hacen suya sin cuestionarla mínimamente la máxima napoleónica de vivir para la guerra, en el sentido más inmediato y aprovechado al máximo cuanto sea posible?

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De ser así, cómo explicar entonces la devoción que suscitan en aquellas personas que les rodean, en ese “otro” círculo más íntimo, en concreto sus esposas. Cómo una exquisita joven de alta cuna, la futura duquesa de Montebello, primorosamente educada, envidia de la sociedad parisina, es capaz –en sólo cinco años- de desarrollar un amor tan firme, envolvente, ardoroso y tierno, por su Roland particular, si no es porque éste posee un algo profundo, invisible quizá entre el brillo de las bayonetas.

De nuevo planteamos la duda.

¿No es posible que haya algunos –los elegidos- que aun surgidos de los vientos revolucionarios y templados en el crisol napoleónico a la búsqueda del bastón en su mochila, sean susceptibles de desarrollar un concepto purificador del honor, un sentido de humanidad y de justicia, que aleje de ellos el fantasma del bandolero sin escrúpulos?

Quienes creyeron en ellos nos responden. Quizá.

F.1. El Pain de Sucre: prueba de amor de la Condesa de Lefebvre-Desnouettes

En la ladera del estuario de Sainte-Adresse, en la Alta Normandía, dando frente al mar, se erige un peculiar monumento que es a la vez cenotafio, tumba y expresión de amor: el llamado “Pain de Sucre”.

Sobre la razón del nombre existen diferentes versiones. Quizá porque recuerda unas labores muy particulares del azúcar –piramidales- con terminación final de aspecto parecido, azúcar de pilón. O quizá por similitud con el homónimo promontorio brasileño, imagen de Rio de Janeiro. Sea por lo que fuere, la intencionalidad de su construcción se declara explícitamente en la placa colocada en su frontal: “Erigido en memoria del General Conde Lefebvre Desnoettes (sic), muerto en un naufragio frente a las costas de Irlanda, el 22 de abril de 1822. La viuda del general, preocupada por la suerte de los navegantes y sus familias, ha levantado este monumento en un punto desde donde pueda prevenir las desgracias, señalando los peligros”.

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Si repasamos la azarosa vida militar del general Charles Lefebvre-Desnouettes, desde que se alistara con dieciséis años en la Guardia Nacional en París, hasta su muerte sobrevenida volviendo de un largo exilio, veremos que apenas tuvo tiempo de cortejar y amar a la joven (14 años menor que su esposo) Stéphanie Rolier, sobrina segunda de Napoleón. Hombre de la confianza del Emperador, presente en la mayor parte de sus grandes campañas, Lefebvre-Desnouettes por sus talentos militares y su resolución, llegó a general de división con apenas 35 años. Su primer destino con dicha graduación fue precisamente España, y su primeras batallas Tudela y el Primer Sitio de Zaragoza . Los combates, las heridas, la larga prisión en Inglaterra, hicieron que su esposa pasase la mayor parte del tiempo añorando su ausencia. Ni siquiera la caída de Napoleón le dio reposo, pues leal en todo momento, se alineó de nuevo con el emperador en los Cien Días. Condenado a muerte en rebeldía, huido a los Estados Unidos –de hecho regresaba de allí cuando una tormenta hundió su barco frente a las costas de Irlanda- verdaderamente disfrutó muy poco del sosiego familiar268.

Y sin embargo fue capaz de despertar un gran amor en su esposa. Gran amor que propició el generoso gesto de madame Lefebvre-Desnouettes, que para evitar que otras esposas –esta vez

268. Por ironía del destino, el barco llevaba por nombre Albión.

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de marineros- pudieran sufrir las angustias de un naufragio con desenlace fatal como a ella le había sucedido, mandó erigir esa referencia costera.

El Pain de Sucre es pues, además de esperanzador aviso en la distancia de la seguridad del puerto, una bellísima prueba de amor de una joven viuda –contaba apenas 35 años- que quiso perpetuar de ese modo el recuerdo de su marido. No contenta con eso, a su muerte, ocurrida en 1880 (llegó a alcanzar la sorprendente edad para la época, de 92 años) se hizo inhumar en el interior del monumento.

Y no es que Marie-Louise-Stephanie-Rolier fuese una chiquilla sacada del arroyo y a la que el entonces coronel Charles Lefebvre-Desnouettes, descubriese el mundo. Hija de Marie Benielli, prima de Napoleón Bonaparte, conocía la vida de corte. Y si quedó prendada fue por lo que adivinó debajo de este jinete, al que por otra parte vimos acuchillar las espaldas de los vencidos en Tudela, Mallén, Alagón, en junio de 1808 hasta encerrar su terror tras los muros de Zaragoza. Las expresiones francesas con las que Zins recoge las órdenes bajo las que actuaba y a las que se aplicó con celo, no pueden ser más descriptivas : Lefebvre-Desnoëttes sabre les fuyards... “asablea” a los que huyen... l’epée dans les reins, con la espada en los riñones269.

Contrastes.

Sin embargo, la vida no es lo que se vive –dice el poeta- sino lo que se recuerda y cómo se recuerda270. Demasiado pequeño y triste consuelo para una viuda de apenas 35 años.

F. 2. La difícil dignidad de la Duquesa de Montebello

F.2.1. Retrato de familia

Si breves fueron los períodos de reposo familiar del general Lefebvre-Desnouettes, aún lo fueron más los del mariscal Lannes. Casado en 1800 y muerto en 1809, sólo la breve estancia en Lisboa de 1801 a 1804, puede decirse que tuvo la normalidad deseable en cuanto a vida matrimonial se refiere. El resto del tiempo, y a tenor de la copiosa hoja de servicios del mariscal, se nutrió de encuentros esporádicos, robados al servicio de armas. Más alguna convalecencia afortunada, no la de su caída de caballo en Vitoria pues apremiaba la conquista de Zaragoza, sino alguna otra anterior en el desapacible invierno prusiano.

Sin embargo, aunque en este caso no tenemos un “pain de sucre” que se eleve orgulloso proclamando la admiración de la compañera, sí que tenemos un bellísimo canto a la ternura, a la dulzura, a la familia. La duquesa de Montebello, un tiempo después de la muerte del mariscal –cinco años después, en 1814- encargó al más afamado retratista de París, François

269. ZINS (2009), op. cit., p. 316.270. Gabriel García Márquez: Vivir para contarla.

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Gérard, un cuadro que para los Lannes iba a ser un importante legado. En aquel momento, con 44 años, estaba el pintor en la cúspide de su fama y en este caso desde luego, se superó. La pintura recoge de tal modo el espíritu de la familia que se mandaron hacer copias para todos los hijos, de manera que cada uno tuviera el suyo como recuerdo perenne.

Gérard, con extrema delicadeza, permite que Lannes presida el cuadro, velando, aun en la ausencia, por su familia. Sólo vemos una pequeña parte de la estatua -que se adivina colosal- pero que lo dice todo: el sable, símbolo de la gloria, y la bala de cañón que le produjo la muerte. Y sólo su hijo mayor -heredero del título– que consecuentemente lleva en su mano el bonete ducal, lo mira, aceptando ser un día el pilar de la familia, como sugiere la posición de la mano de su madre, apoyándose. Pero es aún un niño aunque lleve al cuello el pañuelo negro de luto. Por el momento es la madre en figura piramidal, la que los cobija protectora a todos. Como gran admirador de la belleza femenina, se aprecia claramente que para Gérard fue muy grato plasmar en su pintura toda la frescura infantil de los niños, y sobre todo el encanto de la Duquesa, de quien llegó a escribir que era “de una belleza impecable, a la vez majestuosa y alegre, adornada en lo moral de todas las virtudes, que atrae la simpatía e infunde respeto271”.

271. ART&FACT, Auctioneer Directory, Art of Enlightenment by Sotheby’s, January 27, 2005.

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No es momento de detallar lo que fue de cada uno de los personajes que aparecen en el retrato, pero sí de admirar la especial serenidad de esta prueba de amor que supo plasmar tan acertadamente el pintor. Obsérvese –demostración evidente de que se trata de un hogar feliz- que los chicos llevan sus juguetes, una pelota, unas raquetas, un libro…

Sin duda la futura duquesa de Montebello, Louise-Antoinette, supo adivinar en aquel joven general que un día le fuera presentado, una riqueza de sentimientos que entre las explosiones y el humo de las batallas hubiera sido muy difícil de imaginar.

Y sin duda, a la vista de los resultados, él supo estar a la altura.

F.2.2. La mujer más bella de Francia

Antoinette Scholastique Guéheneuc, futura duquesa de Montebello, no era en absoluto una mujer corriente. Hija del senador François-Scholastique, conde de Guéhéneuc se casó el 16 de septiembre de 1800, con 18 años, con el entonces general de brigada -aunque ya favorito de Napoleón- Jean Lannes. El Emperador que tenía la pretensión de dar el mayor lustre posible a su corte, propiciaba matrimonios de conveniencia social para sus generales. En este caso terció decisivamente forzando el divorcio -por adulterio- del que fuera amor de juventud del joven Lannes, Paulette Méric, con la que se había casado en Perpignan en 1795, al finalizar la campaña española del Rosellón. El nuevo enlace con Louise Guéheneuc (“la mujer más bella de Francia” según el propio Emperador) le pareció para su delfín, muy apropiada. Hasta la duquesa de Abrantes, poco dada como hemos visto a lisonjas gratuitas, dijo de ella: “Su rostro recuerda las más bellas Vírgenes de Raphael o de Correggio, la misma pureza de rasgos, la misma calma en la mirada, la misma serenidad en la sonrisa”. Y como quiera que en aquella época aún no se había enemistado con el gran amigo de su marido, su juicio sobre Lannes no fue demasiado crítico: “un joven general de treinta y dos años, de porte esbelto y elegante, con talla de de cinco pies, de cinco a seis pulgadas , sus pies, piernas y manos eran de notable belleza y aunque su rostro no era particularmente hermoso, su fisonomía era muy expresiva, y cuando se animaba , sus pequeños ojos se volvían grandes y lanzaban destellos272. Tenía fama de poseer una bravura que eclipsaba a todos los demás , pero –remata la duquesa de Abrantes- con poco éxito con las mujeres 273“..

Hay acuerdo en todos los testimonios: madame Lannes era una mujer muy alta, de una elegancia y belleza proverbiales, pero sobre todo mujer de exquisita educación, que dominaba las artes de la etiqueta y de la cortesía social274. Como ya hemos visto, el éxito de Lannes y por ende de Francia, en las relaciones con Portugal, fueron en gran parte debidas al impecable saber hacer de la futura duquesa de Montebello. Napoleón, indisimuladamente, la puso como modelo de referencia a imitar por toda la corte, lo que le trajo a la joven recién casada un sinfín de enemistades y envidias. Circunstancias estas, que por otra parte encajó a la

272. ABRANTES (1835), p. 360273. THOUMAS, pone el comentario en boca de la Abrantes, op. cit. p. 82.274. DE LAMOTHE LANGON (1830) , t. deuxiéme , p. 236.

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perfección, pues su principal afán era el desapercibimiento. Sin deseo alguno de resaltar y parca de conversación, pasó por ser “fría y seca”. Nada más lejos sin embargo de la realidad: en su entorno próximo era dulce y de muy agradable trato, la mejor de las esposas y la mejor de las madres. Que no sólo enamoró por completo al abrupto guerrero, sino que consiguió pulir sus modales, adecuándolo a la inevitable vida de alta relación en los salones de París.

El general Augereau , las más antiguo amigo de Lannes, le escribió una opinión sobre su reciente segundo matrimonio : “Es con gran satisfacción que veo tu felicidad doméstica asegurada por la elección de una compañera digna de ti . Te merecías una gran compensación por los sinsabores de tu primer enlace. Tú demuestras que si a menudo la justicia de Dios se hace esperar, acaba llegando antes o después.275”.

F.2.3. El gigante rendido

Una prueba del amor despertado en el mariscal es la abundante correspondencia que mantenía con su esposa, en ocasiones prácticamente diaria, y aún en las situaciones más adversas, como en pleno frente de Austerlitz,, o durante el sitio de Dantzig, o en los prolegómenos de la batalla de Friedland… y por supuesto “en el cuartel general de las esclusas ante Zaragoza”.

Tampoco sus expresiones dejaban lugar a dudas de la devoción puesta en las cartas: mi querida Louise, mi buena amiga, mi buena Louise276…

Curiosamente uno de los autores que le dedica más atención a esta peculiaridad epistolar es el militar, general Thoumas, y lo hace dentro de una biografía que pretende analizar al soldado desde un punto de vista profesional, Le Maréchal Lannes . De su copiosa relación de datos vamos a extraer unas secuencias de fechas.

En la primera campaña de Austria, 1805, escribe a la mariscala el 18 de abril, mi querida Louise, el 3 de mayo, mi buena amiga; tres días después, el 6 , mi querida amiga; y luego el 11, el 17 , el 20, el 26 . (quede claro que es mientras se combate, porque ese 26 cayó Dantzig), continúa el 27 , víspera de la batalla de Friedland. Este hecho le va a suponer evidentemente algún quehacer castrense y por eso se espacia algo la correspondencia, pero volverá en seguida a la carga el 17 de junio, el 20 de junio otra vez277…

Resulta curioso encontrar en tan fiero guerrero, disputas domésticas de lo más estándar, y como en las mejores familias, hay cara y revés.

Veamos la cara, una queja del mariscal Lannes el 4 de diciembre de 1805, a los dos días de Austerlitz: “Por fin tenemos un momento de paz, mi buena amiga. Espero que esto me permita regresar a casa este mes”. Hasta ahí bien, pero continúa: “¿Cómo pudiste decirme –se supone que en una carta anterior- que no te quiero porque no te escribo más a menudo ? No te puedes hacer una idea, mi querida Louise, de las marchas forzadas que debemos hacer;

275. THOUMAS, op cit. 82276. ZINS, op. cit., pp. 312 y ss.277. THOUMAS, ver fechas, asociadas siempre a campañas.

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te puedo decir que desde mi salida de París no me he desnudado ni en cuatro ocasiones. Te escribí una carta aprovechando el ordenanza del príncipe Murat, compartí contigo la gran batalla que tuvimos con los grandes ejércitos ruso y austríaco, más de cien mil hombres contra nuestros sesenta mil. Fuimos más fuertes y ellos se derrumbaron, es decir, todos están muertos o capturados, nunca hemos visto mayor carnicería. Pero no quiero que hablemos de la guerra, nos encontramos en un mes. Este mes se me hará largo!”

Y puesto que la batalla fue el día 2 y en esta del 4 le dice que compartió el éxito, es que hubo una en medio. No cabe duda que se trata de un enamorado diligente y nada perezoso. Aunque a Louise le parezca poco…

Veamos ahora en el revés, que es el mariscal el que refunfuña en carta manuscrita desde Erfurt, el 8 de octubre de 1808, cuando se hallaba acompañando al Emperador en las negociaciones con el Zar Alejandro: “Te he escrito cada vez que me fue posible, mi querida amiga, y yo sin embargo no he recibido nada de ti. No sé realmente qué pensar de tu negligencia; tendría derecho a regañarte, tendrás que admitir que soy muy generoso al no hacerlo. Tengo la intención de salir en dos días, mi buena amiga, para estar en Paris el 15 de este mes. Da un beso a nuestros hijos pequeños y a tu amiga. No necesito decirte cuánto te quiero, tanto como a mi vida278.

Sucederá lo mismo en España, a donde el mariscal ha venido absolutamente a disgusto, y para colmo, apenas pasada la frontera tiene la gravísima caída de caballo en Mondragón que ya vimos. Pero aquí, además de la profusión, vamos a descubrir definitivamente otra faceta del mariscal, y es su absoluta torpeza en las cartas, en cuanto a temática sugerente para una esposa. Torpeza insinuada ya en su insistencia en compartir los detalles sangrientos. El colmo será cuando la amenace –en seguida lo veremos- con copiarle a su querida Louise el mismo informe sobre la batalla de Tudela que le va a enviar al Emperador. Copiarle.

En efecto, apenas acabada la segunda batalla de Tudela, escribe a su esposa el 25 de noviembre (la batalla tuvo lugar el 23) en estos términos: se persigue al enemigo por todas partes, la batalla de Tudela es la más hermosa que hemos tenido nunca; ya habríamos entrado en Zaragoza si se hubieran seguido mis órdenes.

Pero es que el 28, aún desde Tudela, le amplía detalles : «Entablé batalla con Castaños el 23 de noviembre y lo batí completamente. Le tomamos 45 cañones y le hicimos muchos prisioneros. Ahora se le persigue y se avanza sobre Zaragoza, que estará muy pronto en nuestro poder.

Romántico a más no poder. Ni siquiera lo arregla en la despedida: Cuento con volver en dos o tres días junto al Emperador. Estoy muy cansado, mi querida Louise.

Pero es que aún el 2 de diciembre, o sea tan solo cuatro días más tarde, vuelve a insistir cuando abandona Tudela para juntarse con Napoleón. A medio camino -en Burgos- escribe el 4 de diciembre a Louise: “Sólo tengo tiempo para decirte que me encuentro bien, querida amiga. Voy a reunirme con el Emperador que debe estar en Madrid. Habrás recibido seguramente mi carta desde Tudela. Esta batalla es la más hermosa que he visto jamás -y aquí viene- te enviaré el informe que he hecho para el Emperador.

278. AE, American Exchange, Lettre autographe signée a son épouse Louise Guéhéneuc, cat. 18391, Auction date 10 de junio, 2012, http://www.americanaexchange.com/

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El informe que he hecho para el Emperador, un informe técnico, se sobreentiende. ¿Será posible? Aquí al menos sí que lo arregla al final : Un abrazo para nuestros pequeños, tu amiga y toda la familia279.

No pareciéndole suficiente de todos modos, llegado a Madrid el 13 de diciembre –en coche, no se siente con fuerzas para cabalgar- en una nueva carta a su esposa, sin fecha, vuelve a insistir sobre su victoria de Tudela, que evidentemente ha tenido un efecto muy positivo sobre su moral: “Llegué ayer noche muy fatigado. Creo que permaneceré aquí ocho días; voy a emplearlos en cuidar mi salud. Me encuentro bien ahora, he sufrido un poco por la caída del caballo. No hay mejor médico, después de Corvisart, que la victoria; sí, mi querida Louise, ella [la victoria] fue completa. Todo aquel gran ejército de Castaños está ahora en nuestro poder. Y el de Palafox está bloqueado en Zaragoza; que se verá obligada bien pronto, a capitular. Es verdaderamente una hermosa batalla, que no nos ha costado nada, que es lo que me da más placer. […] Creo, mi querida Louise, que estaremos aquí todavía dos o tres meses: es preciso rematar bien, para no tener que volver a empezar. Madrid está muy tranquilo; te aseguro que los españoles a pesar de que hacen mucho ruido, no son tan diablos como nosotros. No tengo que decirte, mi buena amiga, que sufro por estar lejos de ti y de mis hijos; espero que esto acabe y que sea por largo tiempo. Aquí estoy una vez más, cerca del Emperador; él debe saber que los mejores amigos son los que derrotan a sus enemigos280”.

Debía sentirse muy maltrecho, pues vuelve a quejarse a Louise el 30 de diciembre: “Hace mucho tiempo, mi querida Louise, que no te he escrito. Estamos persiguiendo a los ingleses y hace un tiempo horrible. Estoy muy fatigado desde mi caída del caballo, me está costando mucho reponerme. Estoy seguro, mi querida Louise, que nadie en todo el ejército, en mi lugar, viajaría, pero me sentiría muy extraño lejos del Emperador. Hay que esperar que tengamos un encuentro con los ingleses, lo que nos dará al fin reposo -evidentemente no duda de la victoria- lo necesito. Abraza a nuestros hijos, tu amiga y toda la familia281”.

Y sin dejar pasar siquiera un día, a la mañana siguiente, 31 de diciembre de 1808, una nueva carta esperanzada a Louise pensando que la campaña llegará pronto a su fin: “Estamos persiguiendo continuamente a los ingleses; no nos quedan por hacer más que pequeños detalles, de modo que no veo que la presencia del Emperador sea ya útil. Estoy cerca de él. Estoy muy contento; cuando estoy lejos tengo la impresión de que va a sucederme algo malo. Ya ves, mi querida Louise, que nadie lo quiere tan sinceramente como yo282”.

Pronto llegará el desengaño sobre su inmediato regreso, el 8 de enero, ya en 1809: “Parto mañana para Zaragoza, espero que después de que la ciudad caiga pueda regresar a Paris, estoy ansioso mi buena amiga de estar cerca de ti y de nuestros preciosos niños”, y completándola, otra del 14 de enero : “mi querida Louise, te escribo antes de ir a tomar el mando de los cuerpos de Junot y Mortier”

279. THOUMAS, op. cit., p. 235280. Ibid, op. cit., p. 237281. MASSOL, catalogue du février 2006, p.8 .282. THOUMAS, op. cit., p. 238.

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Falta ya poco para los días más difíciles para Zaragoza, cuando escriba a su esposa el 20 de febrero : “qué oficio éste, mi querida Louise, qué trabajo el que nos toca desarrollar. Zaragoza no será pronto más que un montón de ruinas…”

En medio de estos horrores y fatigas, Lannes recibe una pequeña carta, que ciertamente lo reconforta. Es de su hijo mayor: “Mi querido papaíto (petit papa en el original) ¿cómo te va? Te ruego que me escribas, yo escribo también a mi tío Louis –su ayudante de campo, el coronel Guéhéneuc que ya conocemos- ¿Monsieur Saint-Marx está bien?. Monsieur Odunne está contento de mí y también Monsieur Courtois. Mamaita y todos mis hermanos están bien. Te abrazo con todo mi corazoncito así como a mi tío Louis. Napoléon Lannes283” .

Definitivamente, tanta profusión epistolar y ese cierto tono mimoso en sus cartas, demuestra que su corazón estaba dividido entre la milicia y el recuerdo del hogar. Quién lo hubiera dicho de tan fiero soldado.

F.2.3. La dignidad reconocida

En contraste con lo poco que inspira la nula gracia epistolar del mariscal, las vicisitudes de la joven viuda, Louise Sophie Guéhéneuc, duquesa de Montebello, adolecen en cambio de una fragilidad que inspiran ternura.

A los pocos meses de la tragedia de Essling, Napoleón, fiel a su promesa de que siempre la tendría bajo su tutela, la escogió para el cargo de dama de honor de la emperatriz María Luisa. La elección de la duquesa de Montebello para tal menester fue en su momento uno de esas decisiones felices que logró la aprobación general. Era joven, hermosa, de conducta intachable, y viuda de un general de gran reputación, muerto recientemente en el campo de batalla. ¿Qué más se podía pedir? Quizá el deseo de la propia Louise hubiera sido otro, retirarse a Lectoure y dedicarse a sus hijos, sin embargo aceptó la pesada carga impuesta por su nueva dignidad, seguramente pensando en el futuro de su abundante prole284. Entrada ya al servicio de la Corte, su primer deber fue dirigirse a Braunau, en la frontera bávara, para recibir allí a la archiduquesa. Al pasar por Estrasburgo no resistió el deseo imprudente de ver el cuerpo embalsamado de su marido que esperaba en una cripta su solemne traslado a París. Y el guardián del glorioso despojo (sic) tuvo la debilidad de consentirlo. Esta lúgubre visita tuvo lugar a medianoche, a la luz de una linterna285. [Constant Wairy,  Mémoires de Constant, premier valet de chambre de l’Empereur ] Trataremos este episodio con detalle en los funerales del mariscal.

La nueva Emperatriz, a pesar de su ligereza de corazón, concibió pronto por su dama de compañía un afecto de lo más tierno, que duró hasta el final de su vida286.

283. DAMAMME (1999), Lannes, maréchal d’empir, p. 250. 284. THOUMAS (1891), op. cit., p. 339285. DAMAMME (1999), p. 250 286. THOUMAS (1891), op. cit., p. 339

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Para Maria Luisa fue una amiga. Las dos mujeres se volvieron inseparables. Se rumoreaba –siempre hay intrigantes- que la Emperatriz, apática y falta de carácter, estaba completamente gobernada por la mariscala Lannes, lo que ofendió a Napoleón más de una vez. Le molestaba que alguien pudiese ejercer tal poder sobre el ánimo de su esposa. Sobre todo si había contado con que la dama de honor accediese a un pequeño espionaje y que revelarse todos los secretos de la Emperatriz. La discreción de la duquesa de Montebello a ese respecto fue intachable, lo que dejó al Emperador completamente decepcionado y se quejó de ello a Caulaincourt en el momento de su abdicación: “Nunca pude saber nada por Madame de Montebello, mientras que por el contrario, Madame de Montesquieu no me dejaba ignorar ningún detalle.” Así, el emperador fue la única persona a la que la duquesa no le dio satisfacción. Servicial, atenta y totalmente carente de ambición personal, supo desarmar poco a poco las envidias que su ascenso había provocado. Y pensar que en otras circunstancias y en otra situación, hubiera podido ser reina de España, si Napoleón hubiera accedido a la petición de Fernando VII de desposarla…. Bien es cierto que éste había puesto por delante a Mademoiselle de Tascher, prima hermana de Josefina, pero al no parecerle al Emperador adecuado el enlace, Fernando VII dirigió su mirada a la duquesa de Montebello “o a cualquier otra joven francesa que vos estiméis digna de vuestra protección287”

La duquesa de Montebello, que tardó mucho tiempo en consolarse de la pérdida de su amado esposo, se retiró silenciosamente de la vida pública después de la caída del Imperio. En 1818 vendió el castillo de Maisons al célebre banquero Jacques Laffitte. En lo que respecta a la ciudad de Lectoure y de sus habitantes, continuó la tradición de bonhomía y generosidad que habían hecho al mariscal tan popular en el país. En 1819 donó a la ciudad los edificios del antiguo palacio episcopal que había sido comprado por el mariscal Lannes cuando fue desamortizado y convertido en propiedad del estado. Sirvió progresivamente como ayuntamiento, subprefectura y tribunal , y actualmente alberga la alcaldía. La duquesa de Montebello cuidó de preservar el derecho de sus herederos de disfrutar del regalo que le hiciera Napoleón al mariscal Lannes, incluyendo una cláusula expresa en el acta de donación del inmueble (firmada el 22 de junio de 1818) por la que se obliga a mantener reservada una habitación a tal efecto.

Con la misma discreción que caracterizó su vida, vivió inmersa en su entorno familiar durante casi cuarenta y dos años más, hasta su muerte en 1856.

Indicativo del reconocimiento que su belleza y señorío merecieron, falta añadir que en 1824 el afamado horticultor Jean Laffay, verdadero innovador y maestro en el arte de la hibridación hiperselecta, dio su nombre, “Duchesse de Montebello”, a una variedad de las rosas por él conseguidas. La primera rosa duchesse era una gallica, de color rosa viejo, con un pequeño botón verde en el centro, generosa, de intenso olor dulce y casi sin espinas288. Decimos la primera, porque posteriormente el mismo Lafay fue consiguiendo otras variantes, en 1929, 1934289…También encontramos una duquesa de Montebello en el Jardín Botánico de Madrid, establecimiento de prestigio igualmente reconocido en hibridaciones de amplio espectro.

287. LAS CASES (1968), p. 235288. Annales de Flore et de Pomone , vol . 4 , diciembre 1835 , p . 93 289. Annales… op.cit., vol. 5, diciembre 1836.

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Vemos qué diferentes resultan, aun siendo homónimas, no sólo de color –la española es declaradamente fucsia- sino en lo que llama Laffay la feuilleté, la geometría foliada. Es en todo caso un bello homenaje a una personalidad y figura, poco comunes.

La rosa es la Gallica de Laffay y la más intensa (fucsia), la Duchesse Española.

F.2.4. Y sin embargo… claroscuros

Que la naturaleza humana es de barro es cosa sabida. Y también que nadie se libra de tal condición, sea noble o plebeyo. Hasta la dulce Louise, duquesa de Montebello, resultó salpicada.

Cuando se produjo el segundo matrimonio de Napoleón, abril de 1810, con la joven archiduquesa -19 años- María Luisa de Austria, se designaron, naturalmente, los componentes de la casa de la Emperatriz; el conde de Beauharnais, protector personal, el príncipe Aldobrandini, montero mayor, y la duquesa de Montebbello, dama de honor. Sobre lo acertado de la elección de Madame Lannes ya hemos dicho que hubo total acuerdo. De momento. Porque enseguida se despertaron habladurías de distinta índole.

De hecho, el primer reconocimiento de que tal cosa estaba sucediendo viene de la mano paradójicamente, de uno de los testimonios de mayor vehemencia a favor de la duquesa de Montebello, el de Étienne De la Mothe, que junto a encendidos elogios sobre “la dignidad de corazón que inundaba su noble figura… belleza poco común… majestuosa” apunta a continuación aunque rechazando la idea: “ No voy a decir nada de los calumniosos rumores que corrían, porque no tenían fundamento . La duquesa de Montebello tenía una clase de mérito que ha hecho que sea la más digna de estima y afecto.290”

La pregunta es inmediata:

290. DE LAMOTHE LANGON (1830), t. deuxiéme , p. 236.

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¿A qué rumores podía referirse, y sobre todo, con respecto a qué asunto?Probablemente la artillería más explícita viene de una posición entre bastidores. Se publicaron en 1837 unas “Memorias auténticas de servidumbre”, recopiladas por un anónimo ayuda de cámara, pero al que hay que darle más peso del que al principio podría suponerse. Más peso, sencillamente porque da muchos datos, cita muchos nombres e incluso declara transcribir páginas de otras memorias ya publicadas y dignas de todo reconocimiento, como las de Constant, el Primer Valet de Chambre del Emperador, que ya conocemos. Refiere andanzas de Napoleón, nocturnas y diurnas, pero siempre con testigos de muy primera fila, como el duque de Abrantes “a quien el emperador honraba con su amistad particular [y que] tuvo el encargo de hacer de eunuco –de celestino- con la cantatriz” (sic)291. O como Murat, que puso a Napoleón en bandeja a la dama de Génova, al sentirse ciertamente reprendido por el comentario que le hizo el emperador mientras yo lo vestía, de que “solo veía figuras con vigotes (sic)292”, o incluso con Lannes, en cuya compañía se encontraba en el momento inicial del brevísimo affaire con la ambiciosa (así la retrata) de la rue Saint Antoine293.

Con respecto al tema que nos ocupa, la duquesa de Montebello, las memorias auténticas dedican todo un capítulo titulado “María Luisa y Josefina” en el que establece un paralelismo absolutamente demoledor entre la poco afortunada archiduquesa María Luisa–ahora emperatriz- y la extraordinaria Josefina, llena de virtudes, gracia e iniciativas, “cuyas cualidades [hacían que] a pesar de haber descendido del solio, era todavía a los ojos de todos la emperatriz de los franceses.” [La archiduquesa] “nunca pudo elevarse a la altura en que querían colocarla; joven, de condición suave, pero reservada; tímida porque carecía de talento; sin ninguna centella de aquel fuego que hace a las mujeres superiores; sin más voluntad que la ajena; juguete de la duquesa de Montebello, e ignorando enteramente el arte de hacerse amar de la multitud; sentada en el trono sin saber ocuparlo [...] obraba como querían que obrara. Autómata organizada, sus movimientos, sus inclinaciones de cabeza, sus gustos y sus palabras eran impulsados por tercera persona. Se la veía en primer término, pero la verdadera emperatriz estaba detrás del telón.” Así, una tras otra a lo largo de un capítulo completo294. No cabe duda que a pesar del tono de chascarrillo del que quizá pequen estas páginas, el reproche subyacía. Disponemos de dos testimonios nada afectos a corredurías de pasillo. El primero, del propio Napoleón, que al llegar el difícil momento, 1814, señala al círculo cercano a María Luisa (Beauharnais, Aldobrandini y madame Lannes) confesándole a Caulaincourt; “No respondieron a la dedicación que la emperatriz tenía derecho a esperar. Su montero desertó sin despedirse, su protector no quiso seguirla, y la dama de honor, a pesar del extremo afecto que le profesaba la emperatriz, creyó cumplida toda su tarea cuando la depositó en Viena”.

Con menor amargura, pero con similar conclusión, se expresa el duque de Rovigo, general Savari: “A Madame de Montebello que tenía una muy grande fortuna, no le entusiasmaba en absoluto ir a enterrarse viva en la isla de Elba. Sus afectos la conducían a París, donde podría vivir independiente. Conocía lo bastante el corazón de la emperatriz para estar persuadida de que si una sola vez ésta volvía a ver al emperador, no habría habido poder alguno

291. AYUDA DE CÁMARA, UN (1837), pp. 20-21.292. Ibid., pp. 46 y ss.293. Ibid., pp. 88 y ss.294. Ibid., pp. 116-121.

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suficientemente fuerte para impedirle unir su suerte a la de él, y entonces ella [la duquesa de Montebello hubiera estado obligada a seguirla. Por ello insistía vivamente en hacer adoptar a la emperatriz la decisión que su propio esposo le había aconsejado, a saber, dirigirse al emperador de Austria. Porque una vez que esta princesa [María Luisa] hubiese regresado con su familia, ella quedaría liberada de su compromiso. No doy pábulo sin embargo a otras pérfidas insinuaciones295.

La historia, sea como fuere, acabó mal para la desventurada princesa austríaca, y más aún para su hijo. El augusto heredero del Imperio, nacido en laureles de esperanza el 20 de marzo de 1811, acabó exiliado en Austria acogido por su abuelo el emperador, falleciendo tempranamente a sus cortos 21 años.

F.3. Ni son todos los que están…

F.3.1. Y sin embargo se mueve

Hablemos ahora de una excepción en cuanto a la devoción de esas damas, sostén permanente y abnegado de los firmes guerreros del Imperio: la duquesa de Abrantes.

Cuando se recorre la Avenida de los Mariscales en el cementerio parisino de Père Lachaise, donde están inhumados muchos de los grandes nombres asociados a las batallas napoleónicas, Massena, Lefebvre (el duque de Dantzig), Davout, Foy, Kellerman, Saint Cyr … entre sus tumbas, en general sobrias aunque majestuosas, destaca por lo oscuro, paupérrimo y descuidado, el triste cenotafio del general Junot. Y la razón no es porque el cuerpo no se encuentra allí, porque tampoco está el de Murat, y el monumento es sin embargo orgulloso y lleno de luz. E igual sucede con Mortier o Moncey, ascéticos pero magníficos. El de Junot, no lo es en absoluto. Llamativamente pequeño, absurdamente olvidado, hace patente un destino en desgracia. Con una afección mental grave, Jean Andoche Junot, la Tempête -la tempestad- se arrojó por una ventana en su casa de Montbard (Borgoña) en cuyo cementerio sí descansa.

¿Qué pudo ocurrir desde el ascenso al generalato por pura bravura, del joven sargento de Granaderos que impresionó a Bonaparte en el sitio de Tolón, hasta esta ruina última, demente, solitaria y finalmente defenestrada?

295. DUC DE ROVIGO (1829) Bossange y Béchet, PARIS, p. 190.

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Cenotafio de Junot en Père Lachaise (Paris)

Tumba verdadera de Junot en Montbard (côte d´Or, Borgoña).

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Simplemente una sucesión persistente de errores, indecisiones, desconfianza, celos y envidias. Y torpeza. Ni siquiera alcanzó el mariscalato, cosa incomprensible dada su meteórica ascensión, similar a la de tantos otros que sí lo lograron. Un hombre sin suerte.

Hemos visto algunas de sus “hazañas” en las trincheras frente a Zaragoza. Pero sobre todo, no tuvo a su lado –aunque sí físicamente en muchas ocasiones- el incondicional empuje de su esposa, que decidió trazar su propio rumbo.

Y así, por caprichosa inversa de los dos ejemplos anteriores, abnegación a ultranza, la duquesa de Abrantes que no la ejerció tanto, sí que está enterrada entre los ilustres, si no en Père Lachaise, sí en el no menos ilustre cementerio de Montmartre, en sepultura nada olvidada, y además por méritos propios, alejados por completo de la inspiración napoleónica.

Nacida Laure Permon, el proceder seguramente de familia corsa, propició la proximidad con un joven Napoleón, lejos aún de fulgores. Laure, a sus 16 años –en lo prematuro sí se asemeja a las otras esposas- se casó con el más joven de los generales de Bonaparte, Jean Andoche Junot, muy cercano en la estima y en el círculo cortesano del Emperador.

Según insinúa en algún momento en sus memorias, tuvo oportunidad de casarse con el general Bonaparte, aunque finalmente tuvo que aceptar el matrimonio con uno de sus edecanes, Andoche Junot, al que la ocupación de Portugal le valió el título de duque de Abrantes.

Ni siquiera en esto anduvo afortunado, pues se da la circunstancia que había ya dos ducados de Abrantes anteriores, el suyo era el tercero. El primero de ellos, título nobiliario español creado por Felipe IV en 1642296, y el segundo, título nobiliario portugués, concedido a Rodrigo

296. Archivo General del Ministerio de Justicia, signatura 663, Legajo original 172-2, expediente nº 1498. Primer titular, Alfonso de Lancaster y Lancaster, 23 de marzo de 1642.

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Anes de Sá Almeida e Meneses, 1er marqués de¡e Abrantes y 7º conde de Penaguiao297. Así, el concedido por Napoleón Bonaparte al general Junot era el tercero.

Aunque madame Junot acompañó con frecuencia a su marido, en las temporadas parisinas consiguió con habilidad que su casa fuese lugar de encuentros frecuentes de Bonaparte y sus más próximos, Lannes entre ellos. Su verbo ingenioso, sus opiniones cáusticas, un evidente don de gentes y una cierta extravagancia consiguieron que esa suerte de tertulia fuese encontrando su sitio entre cierta intelectualidad como si de una corte paralela se tratase298.

Consecuentemente con semejante talante, la mesura no estaba entre sus habilidades. Ni tampoco entre las de su marido, y menos aún la económica. Así, a su definitivo regreso a París tras su paso por la Península, su situación pecuniaria era próxima a la ruina. Ni Junot desarrolló las habilidades necesarias, ni su esposa supo recuperar favores, pues el nuevo giro de su tertulia, con invitados a los que Napoleón execraba, despertaron el descontento de éste. Las veleidades con el conde Metternich, embajador de Austria en Francia no contribuyeron a mejorar la situación. El hecho de que el emperador, escarmentado al fin por todos los excesos, le volviera el rostro al general, acabó desquiciando severamente a Junot hasta hacerle desembocar finalmente en el suicidio. Irónicamente la caída desde la ventana de la casa familiar de Montbard no fue lo que le mató, sólo le quebró una pierna, pero al igual que sucediera con su odiado Lannes, las complicaciones posteriores (incluido un siniestro intento de autoamputación) acabaron causándole la muerte299.

F.3.2. Renovarse o morir

Tras una larga estancia en Roma donde pudo desarrollar de nuevo sus dotes de formadora de tertulias –seguía conservando ingenio y verbo- la duquesa de Abrantes regresó a París, donde se encontró con una sociedad nueva, y una situación nueva, la Restauración. Pero que en algo al menos era totalmente similar a la anterior: sin dinero no se funcionaba. Así pues y seguramente por conveniencia más que por convicción, desarrolló una vena monárquica, descubriendo que en realidad Napoleón Bonaparte había sido un usurpador, que había secuestrado la auténtica voluntad del pueblo. Como a corto plazo las ideas quizá abran puertas pero no pagan facturas debió hacer frente a sus deudas, desprendiéndose progresivamente de su patrimonio en muebles y joyas. El haber sido –por mucho que no convenga presumir de ello- una de las mujeres ciertamente brillantes de la Corte napoleónica, con capacidad no ya de apreciar anécdotas sino de generarlas, y encaramada en la magnífica atalaya de ser esposa de uno de los mejores amigos de Napoleón, le hizo dar con la solución. Contar de una forma detallada los entresijos, incluidos naturalmente los íntimos y personales, de cuanto pudiese haber conocer incluido el propio

297. Geographia Histórica de castilla la Viela, Aragon, Carhaluña, Navarra, Portugal, y otras provincias, tomo II , por el P. Pedro Murillo Velarde, de la Compañía de Jesús. GabrilRamírez, Madrid, año de 1752.

298. LAFARGA MADUELL (2012), op. cit., p. 37299. AMIS ET PASSIONNÉS DU PÈRE-LACHAISE (2008), Abrantes Laure… , Inf. on line,

http://www.appl-lachaise.net/appl/article.php3?id_article=1938.

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emperador, sin duda iba a suscitar interés. Téngase en cuenta que, por cuna –Córcega- Laura todavía Permon, había acompañado en su evolución a Bonaparte desde cadete revolucionario, luego general, cónsul y finalmente emperador. Así, escribir podía ser, además de un sueño, una rentable inversión.

F.3.3. El camino hacia Montmartre

La prodigalidad de la duquesa de Abrantes como escritora –no exactamente su calidad- permitieron a Laura Junot intentar reorganizar su vida o al menos sus finanzas. Contó con la ayuda de un consejero improvisado y además amigo, el joven y aún desconocido escritor, Honoré de Balzac, cuyo apoyo fue decisivo. Gracias a él entró en el círculo de editores, y eso le permitió ir dando salida a su producción, fundamentalmente obras biográficas y relatos, que siempre firmó como duquesa de Abrantes. El mayor impacto fueron naturalmente sus Memorias (nos hemos referido a ellas con frecuencia), dieciocho volúmenes que entre 1831 y 1834 fueron apareciendo como Memorias históricas sobre Napoleón, la Revolución, el Directorio, el Consulado, el Imperio y la Restauración, en los que se pasaba revista a los acontecimientos de los que fue testigo, desde la Revolución hasta la Restauración300. No menos interesantes son sus Souvenirs d’une Ambassadrice en Espagne et en Portugal.

Sobre el perfil literario de la duquesa de Abrantes, Lafarga Maduell ha hecho un pormenorizado ejercicio de análisis del conjunto de su obra, diseccionando microscópicamente sus diferentes épocas, y sobre todos las –a veces erráticas- acumulaciones de sensaciones y sentimientos que quiere verter en sus escritos. Le apasiona España –l’Espagne est pour moi un lieu de magie, dice – un lugar de magia que no hace mucho tiempo le suscitaba declarada antipatía. Maneja recuerdos, tópicos, datos que otros le han contado, plagios incluso301… todo con apasionamiento y gracia, es cierto, y con un sentido comercial innato, pues se publicita unas obras en otras. Un ejemplo: En los Souvenirs, al referirse al fundador del convento de San Pascual de Madrid, Gaspar Enríquez de Cabrera, dice que fue “abuelo de Don Juan de Cabrera […] del que ya escribí su vida, por así decir, en mi novela El Almirante de Castilla302”

Hay acuerdo en que la obra más valiosa de la duquesa en España está contenida en las dos obras “biográficas” mencionadas, las Mémoires historiques … y los Souvenirs d’une ambassadrice ... Las primeras presentan un carácter secuencial, con elementos biográficos cronológicamente ordenados en general, en las segundos en cambio hace un totum revolutum , con sucesos, digresiones, ampliaciones a veces no vividas directamente… etcétera.

En su obra de ficción la presencia de España es aún mayor. La encontramos tanto en su novela El Almirante de Castilla ya mencionado, como en los relatos que componen las Scènes de la vie espagnole. Por ejemplo el titulado La Espagnole, protagonizado por una ardorosa patriota que con el fin de eliminar a los franceses que ocupan su pueblo no duda en envenenar el vino

300. LAFARGA MADUELL (2012), op. cit., p. 37.301. Ibid., p. 36-41.302. ABRANTES I, p. 289, cit. en LAFARGA, p. 39

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de todos, amigos y enemigos. O El confesor, turbia historia de amor de un fraile dominico que acaba en tragedia shakespeariana, o El torreador (sic, con dos erres), tópico entre los tópicos, dirigido a un público francés vendido a las turbulencias románticas del gitanerío español, que narra –cómo no- los amores y celos de un clásico trío, el torero Miguel el Manchego, la duquesa de Alba (la sublimación) y su enamorada Catalina (el despecho) , que en el mejor estilo lord Byron, acaba en sangre303.

Pero lo peor aún está por venir. La librería L´Advocat rehúsa sus manuscritos pues después de algunos años de éxito, los fracasos se suceden. Balzac ya no trabaja para ella, lo pierde como amante y debe alquilar una planta baja en la calle La Rochefoucauld , donde intenta reconstruir la vida con amigos fieles a los recuerdos del Imperio, Juliette Recamier, Théophile Gautier ( que la apodó “ la Duquesa de Absurda “, aun peor que Napoleón), actores y demás gentes border line. Las dificultades financieras y no sólo las literarias teñirán de tristeza el final de su vida.

Después de venderlo todo, terminó sus días en la indiferencia general, alojada por caridad en una buhardilla de un hospital público, el 7 de junio de 1838, con sólo 53 años de edad.

La consideración de Laure Junot, duquesa de Abrantes, (de soltera Laure Permon) como “célebre memorialista y novelista francesa, esposa del general de Napoleón Jean Andoche Junot”, fue la carta de presentación para lograr el descanso en el cementerio de Montmartre, no lejos de la tumba de Alejandro Dumas hijo . Su tumba está adornada con una estela de mármol con medallón, obra de David d’ Angers304.

F.3.4. Sorpresa

A pesar de las enormes zonas de sombra que hemos ido descubriendo a lo largo de sus actuaciones de todo tipo, y seguramente porque al fin y al cabo no fue una mujer nada vulgar, curiosamente también el no menos afamado cultivador de rosas, Robert, dio su nombre, Laure-Adelaide, duchesse d’Abrantes, a una rosa, registrando sus características en 1851. Se trata de una flor de floración doble, que al igual de la Montebello es de color rosa viejo, aunque algo más intenso, celosa de su aroma pues necesita haber florecido305.

303. LAFARGA MADUELL, op. cit., p. 41.304. AMIS ET PASSIONNÉS DU PÈRE-LACHAISE (2008) ya citados.305. Welt der Rosen / Help Me Find, Roses, Clematis and Pronies, gardening related, ref. USDA zone 6b and

warmer.

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F.4. Inesperado desempate

Si como acabamos de ver, las dos duquesas, la de Montebello y la de Abrantes, fueron capaces ambas de inspirar nombre a dos variedades de rosa gallica, el desempate vendrá de la mano de un gesto inglés –quién iba a decirlo– favorable a la esposa del mariscal Lannes.

En efecto, el 4 de julio de 1890, y por consiguiente a los treinta y cuatro años casi exactos del fallecimiento de Louise Guéhéneuc (murió un 3 de julio, en 1856) hizo su viaje inaugural el vapor de pasajeros Montebello, bautizado así “en homenaje a la duquesa” desde el puerto de Hull en Yorkshire hasta el de Christiania, Oslo.

Construido por la compañía inglesa Wilson Line en los astilleros Richardson Dock & Company, en Stockton-on-Tess, se trataba de un vapor tipo “spar deck” de cubierta corrida destinado al transporte de pasajeros, cometido que llevó a cabo hasta mayo de 1909, con un registro de 463 viajes.306.

Ingleses y españoles anduvieron aquí hermanados, pues al quedar el Montebello amarrado y puesto en venta, fue adquirido por la Compañía Valenciana de Navegación, siendo renombrado bajo pabellón español como Barceló307. Bajo distintos patrones, el nuevo Barceló antes Montebello, prestó diferentes servicios, siendo digno de destacar su uso castrense como barco hospital durante las últimas campañas de África, y muy especialmente en el desembarco de Alhucemas que condujo a la definitiva pacificación de la zona española del Protectorado. Finalizada la guerra de Marruecos, volvió a los servicios civiles hasta su desguace en 1929308. Elegancia si hablamos de formas, uso militar y servicio sanitario si hablamos de empleo, son tres facetas que hubieran complacido sin duda a la duquesa de Montebello.

306. GREENWAY, Ambrose (1986), A Century of North Sea Passenger Steamers, Ed. Ian Allan Ltd., LON-DRES.

307. DÍAZ LORENZO, Juan Carlos (2011), De la mar y de los barcos, Enciclopedia on line, http://delamarylos-barcos.wordpress.com/]

308. TRASMESHIPS (2013), La Compañía Transmediterránea a través de sus buques, http://www.trasmes-hips.es/34.html.

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G. LA PERSONALIDAD DE LOS LANNES

G.1. La fuerza de los genes

Cuando Napoleón, la misma mañana en que se produce la muerte del mariscal Lannes, ordena a su secretario particular Méneval, que mande aviso inmediato a París, a sus gabinetes jurídicos personales, para que protejan la herencia de la duquesa de Montebello, es que algo teme. Incluso lo verbaliza: “si no nos damos prisa y dejamos que la familia intervenga, ese hermano suyo los despojará de todo”.

¿Qué es lo que teme de la familia, y sobre todo de “ese hermano suyo” que es evidentemente el mayor, Bernard Lannes, y que además es sacerdote?

Bernard fue el segundo de los ocho que tuvo la familia Lannes-Fouraignan, aunque al morir muy joven su hermana mayor, pasó a ser de hecho el aîné, el “mayor”, el heredero. Papel que en efecto ejerció preocupándose de la instrucción de sus hermanos, y muy en concreto de Jean, el futuro mariscal, porque al haber cursado estudios eclesiásticos tenía formación para hacerlo.

Probablemente hubiera sido un buen cura de aldea, que era su vocación natural. Pero como tantos otros en aquellos convulsos tiempos, también él tuvo un encontronazo con la Historia, en su caso en concreto, con la promulgación de la Constitución Civil del Clero, de cuyas intenciones y consecuencias hemos hablado ya en el apartado B.3.2. A pesar de los brutales cambios de los que fue testigo, Bernard fue uno de los constituants o sermants, que sí prestó el juramento en 1791. Desde su posición adicta a las nuevas formas, asistió al cierre progresivo de iglesias y capillas, que serían destinadas a otros usos, desde sedes para comités locales o establecimientos militares, hasta simplemente almacenes, y en algún caso extremo, sobre todo en las zonas rurales, se llegó incluso a su demolición309.

De alguna manera ese acatamiento lo introdujo en una espiral de despegue hasta recibir el nombramiento de Prefecto de los Altos Pirineos, en lo que seguramente no fue ajeno su hermano, bien situado ya en la órbita consular. Pasó unos años inmerso en la tentación del poder y del dinero, hasta que reflexiones posteriores le llevaron a abandonar la senda

309. DESOLLE (2009), p. 70.

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constituyente, volviendo oscuramente a labores parroquiales –y a temporadas ni siquiera eso- hasta desaparecer totalmente su rastro documental310.

Pero esta línea de vida no parece que lo haga merecedor del calificativo de Napoleón de ser “un mal sujeto”. O quizá sí, pues sin duda conoció durante su época de alto funcionario del Estado, una vida mundana, auspiciada por altas rentas, que le permitió –como hemos visto que le ocurrió a su hermano- entrar en el mundo de la compra de propiedades, con todo lo que eso conlleva. Combinando sus propias posibilidades dinerarias en primer lugar, con la observación del tren de vida que veía en el mariscal en segundo lugar, y el posible peso en el alma de la humildad de sus orígenes, bien pudo caer en la tentación de aprovechar el momento y sentirse empujado a acumular bienes por encima de lo razonable311.

Decimos humildes orígenes. El padre era una mezcla entre lo que hoy llamaríamos un comercial y un agente inmobiliario, nada que ver pues con el simple labriego, o mozo de cuadras, o incluso tintorero, que afirman ciertas biografías del mariscal Jean Lannes312.

Sea como fuere, la sombra del mariscal llegaba tan lejos que producía un efecto <ángel o demonio> poco fiable: así, hay abundante bibliografía sobre Bernard Lannes tildándolo de codicioso e incapaz, y hay otra no menos abundante, la hagiográfica sobre el mariscal, que por el mero hecho de llevar su sangre lo convertía automáticamente en un ser generoso y adorado por sus fieles.

Probablemente no fue ni lo uno ni lo otro, simplemente alguien de carne y hueso, con sus debilidades y sus dudas, al que la lealtad a los valores republicanos le produciría sin duda algún desasosiego durante los períodos más represivos de la Revolución, y que sufriría también agudas desilusiones cuando Napoleón empezó a incubar su fiebre imperial y absolutista.

En cuanto a la posible influencia de la familia, sacar adelante a los ocho hijos debió resultar difícil para sus padres, más cuando se sucedieron una serie de años con escasa productividad en las tierras, a causa de climatologías adversas de toda índole, lo que obligó muy pronto a desprenderse, en goteo imparable, de los restos del patrimonio.

Es difícil calibrar hasta qué punto la situación pudo resultar traumática para los jóvenes Lannes, y si eso sería suficiente razón para despertar ese anhelo de adquirir tierras y propiedades que vemos principalmente en los dos mayores, el sacerdote y el futuro héroe del Imperio313. Para lo cual desde luego, se había de necesitar mucho dinero.

310. DESSOLLE, op. cit., pp. 10 y ss.311. Ibid. p. 12.312. LÉO BARBÉ, Preguntas sin respuesta, errores y divergencias a propósito del Mariscal Lannes (1ª parte),

BSAG, 1998, pp. 182-194. Cit. en DESSOLLE, p. 23313. COURTES (1980), pp. 5 y ss. ; DESSOLLE op. cit., pp. 24 a 27

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G.2. La personalidad del mariscal: turbulencias y calmas

En la vida de cualquier persona hay temporadas de entusiasmo y otras de depresión. Incluso pormenorizado al día a día, hay momentos de cresta y otros en cambio de valle. Pero cuando se trasciende lo personal para pasar a un plano superior, la relación con los demás, hay multitud de factores que pueden corregir las tendencias personales, de modo que las vehemencias queden atemperadas si es que se trata de eso, o las indolencias estimuladas si se trata de lo contrario. Es básicamente lo que se ha dado en llamar la forja del carácter. Que a su vez es una compleja combinación de educación, voluntad, aceptación de consejos, elección acertada de aquellos a los que permitimos que nos den consejos, experiencias personales, trayectoria profesional. Incluso eso tan difícil de contabilizar que solemos llamar la suerte en la vida.

Y en función de todo ello, somos como somos y actuamos como actuamos.

La pregunta es pues: ¿podemos llegar a saber cómo era el mariscal Lannes? Un hombre legítimamente ambicioso quizá, o tal vez desordenadamente ambicioso. O nada ambicioso.

Un hombre sensible que anteponía sentimientos a deberes, o una fuerza de la naturaleza en el que el fin primario arrollaba cualquier consideración que desviase del objetivo.

O quizá todo a la vez.

¿El Emperador por encima de todo? ¿O quizá estaban aún por encima sus ideales revolu-cionarios? ¿O era el honor lo más sagrado? ¿O por el contrario el dinero, o mejor aún el poder que proporciona? ¿Era su adorada Louise lo que anteponía a cualquier cosa? ¿La familia?.

G.2.1. Titán en la batalla, torpe en el salón

Cuando, en 1796, el general Bonaparte se puso al frente del Ejército de Italia, tomó como primer ayudante de campo a Murat al que acababa de hacer coronel, y por el que sentía verdadero afecto. Pero ya en las primeras operaciones, Bonaparte que había notado los talentos militares, el celo y el coraje de Lannes como jefe del 4º de línea, decidió concederle una parte no menos grande en su estima y su amistad, lo que despertó los celos de Murat.

Habiéndose convertido estos dos coroneles en generales de brigada, Bonaparte, en los momentos más difíciles confiaba a Murat dirigir las cargas de caballería, y a Lannes conducir la reserva de granaderos. Uno y otro hicieron maravillas, y aunque el ejército elogiaba a ambos, se estableció entre estos dos bravos oficiales una rivalidad que, justo es decirlo, no disgustaba al general en jefe porque le servía para excitar su celo y afán de hacer bien las cosas. Elogiaba las acciones del general Lannes ante Murat y los méritos de éste en presencia

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de aquél. Estas situaciones fueron creando un permanente estado de celos y vigilancia mutua, que fue haciéndose crónica. Bessières, entonces simple capitán de Guías del general Bonaparte pero al que también éste tenía en gran estima, tomaba constantemente partido por Murat, su compatriota (los dos eran del Midi-Pyrénées) y aprovechaba todas las oportunidades para denigrar al mariscal Lannes, cosa que él notaba claramente314.”

El general Thoumas, acercándose una vez más al hombre por debajo del uniforme, concluye: “Después de la entrada en Milán, donde se cantó un Te Deum en la catedral para celebrar la gloria de los ejércitos franceses, y tras haber organizado el gobierno del país conquistado así como el ejército de Italia, puesto bajo el mando de Massena, Bonaparte regresó a París el 23 de junio [estamos en 1805, año glorioso para las armas francesas] ansioso por poner fin a las intrigas planteadas en su ausencia . Llevó consigo a Berthier, Lannes y Murat. A las disputas de estos dos últimos que estaban siempre peleando por el primer puesto en su favor, vino a añadirse una rivalidad de otro tipo. Y es que ambos aspiraban a la mano de Caroline Bonaparte, la más joven y más atractiva de las hermanas del Primer Cónsul. Éste dudó durante algún tiempo entre sus dos fieles. Evidentemente sentía más inclinación personal y mayor amistad por Lannes, pero la causa de Murat estaba fuertemente recomendada por voces influyentes muy cerca de él, empezando por la de Josephine, que, durante la campaña de Italia de 1796, había conocido de cerca al primer ayudante de su marido –Murat- y siempre lo vio con gusto. Su compatriota y amigo íntimo Bessières, siempre contrario a Lannes como hemos dicho, y también cercano a Bonaparte, habló en favor de Murat cuantas veces tuvo ocasión. Por fin las preferencias de Carolina despejaron toda duda al decidirse a compartir abiertamente la pasión que inspiraba al valiente general de caballería, Joachim Murat. En resumen, el futuro duque de Berg acortó distancias, y su matrimonio con Caroline Bonaparte se celebró en apenas dos meses, justo para poder hacerse cargo su nuevo marido del Ejército de la Reserva315.

Es entrañable la fidelidad del general Thoumas a la memoria de Lannes, al que quiere evitar cualquier mácula en su historial. Pero lo que oculta –por otra parte conocido por nosotros ya , y reseñado- es de tal calado que, tomando de nuevo a Marbot, debemos exponerlo: “ [era] deseo de ambos casarse con Caroline Bonaparte, hermana de su comandante en jefe. En esta circunstancia, Bessières habló a la Sra. Bonaparte en favor de Murat, y para ganarla para su causa, aprovechó la oportunidad que se presentó de dar un golpe decisivo al rival de su amigo. Lannes era comandante de la guardia consular, y en su gran deseo de hacer bien las cosas, había superado los 300.000 francos de crédito asignados para equipar a sus soldados. Bessières miembro del consejo de administración responsable de la distribución de fondos, informó a Murat del hecho, que no tardó en llegar a oídos del Primer Cónsul. Este último, que al llegar al poder había resuelto restablecer el orden en la administración, quiso dar ejemplo y retiró a Lannes del mando de la guardia, dándole el plazo de un mes para cubrir el déficit. Lannes no hubiera podido hacerlo sin la generosa ayuda de Augereau. El Primer Cónsul le devolvió su favor [no olvidemos el destierro en Lisboa] pero es fácil imaginar que Lannes

314. THOUMAS (1891), op. cit., p. 81.315. Ibid. p. 83.

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había anidado un odio profundo al general Bessières así como a Murat316.

Y aún apostilla Thoumas: “Esa actitud hostil que Lannes había mantenido contra Murat, y tal vez incluso contra Bessieres, fue correspondida y duró hasta su muerte, contenida por la autoridad de Napoleón.”

Los destinos de Murat y Lannes no se cruzarán demasiado, pero no va a ocurrir igual con Bessières. De hecho van a coincidir en Essling, en la que será la última batalla del duque de Montebello.

G.2.2. La venganza es un plato que ha de servirse frío

Cedemos de nuevo la voz a Marbot, que acabará viéndose cogido entre dos fuegos a causa del mencionado “estado de antipatía mutua” entre Lannes y Bessières cuando se encuentren en el campo de batalla de Essling.

“Durante el intenso bombardeo que mató al desafortunado Albuquerque, el mariscal Lannes, al ver a los austriacos ejecutar movimiento de retroceso, quiso cargar con toda su caballería. Me llamó para llevar la orden a Bessières, que como bien sabéis, acababa de ser puesto bajo su mando por el emperador, Pero como yo había partido ya, fue su ayudante de campo De Viry quien acudió. El mariscal Lannes le dio la orden siguiente: “Iréis a decirle al mariscal Bessières que yo le ordeno cargar a fondo”. Como puede verse, esta expresión significa que se debe ir hasta que los sables pinchen el cuerpo del enemigo, y en realidad es un reproche pues parece indicar que la caballería no se ha empleado a fondo. La expresión “yo le ordeno” es también muy fuerte, empleada por un mariscal hacia otro mariscal, pero precisamente por eso Lannes empleó las dos expresiones: “le ordeno” y “cargar a fondo”.

El capitán De Viry cumplió su misión y al regresar el mariscal le preguntó: “¿Qué habéis dicho al Mariscal Bessières? “-” Le he informado que Su Excelencia le pedía que cargase con toda la caballería “. El mariscal Lannes, encogiéndose de hombros, gritó: “Sois un niño ... haced venir a otro oficial “. Fue Labedoyère. El mariscal, sabiéndole más firme que De Viry le encomendó la misma misión, subrayando nuevamente las expresiones ”os ordeno” y “cargar a fondo”. Pero Labedoyère, sin comprender tampoco la intención del mariscal Lannes, no se atrevió a repetir palabra por palabra a Bessières la orden que tenía que serle transmitida, y al igual que De Viry utilizó un circunloquio. También a su regreso le preguntó el mariscal Lannes y al informarle de lo que había dicho, le dio la espalda. Yo volvía en ese momento al galope con el grupo del estado mayor […] me llamó el mariscal y me dijo: “Marbot, el mariscal Augereau me aseguró que vos erais un hombre en el que se podía confiar; la forma en que me servís confirma esta idea, deseo una nueva prueba: “iréis a decir al mariscal Bessières que yo le ordenó cargar a fondo, ¿entendéis bien, señor? a fondo” Y mientras me decía esto me golpeaba el pecho con la punta de sus dedos. Comprendí inmediatamente que el mariscal Lannes quería humillar al mariscal Bessières en primer lugar, hacerle sentir duramente que el Emperador le había dado

316. MARBOT (1844), op. cit., pp. 190 y ss.

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plena autoridad sobre él. Y en segundo lugar, censurar el modo en que dirigía la caballería. Yo estaba desconsolado por la obligación en que se me había puesto de transmitir al mariscal Bessières palabras hirientes, pues es fácil de imaginar los iracundos resultados, pero en definitiva tenía que obedecer a mi jefe directo! ...

Así que me lancé al galope hacia el centro, deseando que uno de los muchos disparos que llovían a mi alrededor abatiese mi caballo, dándome una buena excusa para no llevar a cabo la penosa misión que se me había asignado… Me dirigí muy respetuosamente al mariscal Bessieres, al que expresé el deseo de hablar a solas. Él respondió muy secamente: “Hablad en alto, Señor!” por lo que me vi obligado a decirle en presencia de su numeroso estado mayor y de una multitud de generales y coroneles : “el Sr. Mariscal Lannes me ha pedido que diga a VE que él le ordena cargar a fondo“ (en cursiva en el original). Entonces Bessières, furioso, gritó: “¿Es así, señor, como se habla a un mariscal? ¡Qué palabras! ¡Os ordeno y cargar a fondo! ... Os haré castigar severamente por esta inconveniencia” . Yo le respondí: “ Señor mariscal, tanto como os hayan parecido fuertes las palabras que he utilizado, tanto debéis convenceros que no he hecho más que obedecer las órdenes recibidas”. Saludé a continuación y regresé junto al mariscal Lannes: “Y bien, qué habéis dicho al mariscal Bessières?

Que Vuestra Excelencia le ordenaba cargar a fondo

- ¡Eso es, hay al menos un ayudante de campo que me entiende! ...

“Es fácil comprender que, a pesar del elogio, lamenté seriamente haber sido obligado a llevar tal mensaje. Sin embargo, la carga de caballería tuvo lugar, el general d´Espagne murió, pero el resultado fue muy bueno, lo que hizo decir al mariscal Lannes: “Véis que mi severa invectiva ha producido un efecto excelente, de lo contrario, el mariscal Bessières hubiese estado titubeando todo el día317”.

G.2.3. Al parecer la ira es contagiosa

Seguramente Marbot pensó que el asunto –felizmente- iba a quedarse ahí. Pero para sorpresa y escándalo, no sólo suyo sino de todo el campamento, hay una segunda parte. Que como veremos Napoleón apagará con gasolina.

Continúa el relato de Marbot : [Finalizada la acción sobre Aspern] descabalgó el mariscal [Lannes], caminando a mi lado comentando la suerte del combate y lo que se preparaba mañana. Al cabo de un cuarto de hora llegamos a las afueras de Aspern, cuyo entorno estaba cubierto por las fogatas de las tropas de Massena. Deseando el mariscal Lannes hablar con él, me dijo que fuese por delante para informarme del lugar donde se hallaba. Apenas me separo unos pasos veo al mariscal Massena caminando con el mariscal Bessières. La herida que yo había recibido en España me impedía usar colback, por lo que yo era el único ayudante de campo que llevaba un sombrero. Habiéndome reconocido Bessières por este detalle pero sin

317. MARBOT (1844), op. cit., pp. 191-192.

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darse cuenta de la presencia del mariscal Lannes avanzó hacia mí diciendo: “Oh sois vos, señor! ... si lo que vos me dijisteis antes hubiese venido de vuestra parte, os hubiera enseñado a elegir mejor vuestras expresiones al hablar con un superior; pero puesto que no habéis hecho más que obedecer a vuestro mariscal, él me dará razón de esta injuria, y quedáis encargado de decírselo”.

El mariscal Lannes se adelantó entonces como un león, se puso delante de mí, y cogiéndome del brazo me gritó: “Marbot, os debo una reparación, y veo que puedo estar seguro de vuestra dedicación; me habían quedado algunas dudas acerca de cómo se había cumplido mis órdenes; pero reconozco que me equivoqué con vos! ... “Luego, dirigiéndose a Bessières: “Encuentro muy atrevido reprender a uno de mis ayudantes de campo! Subió el primero en el asalto a Regensburg, cruzó el Danubio desafiando una muerte casi segura, y acaba de ser herido en España, y no es de esos pretendidos militares que no recibieron nunca un rasguño ni tampoco ha logrado su progreso espiando y denunciando a sus compañeros. ¿Qué hay pues que reprochar a este oficial?”. “Señor-dijo Bessières- su ayudante vino a decirme que usted “me ordenaba cargar a fondo”. Me parece que tales expresiones son inadecuadas . Son justas, señor, y soy yo quien las ha dictado. ¿No os ha dicho el Emperador que vos estabais bajo mis órdenes “. Entonces Bessières respondió con vergüenza: “El Emperador me dijo que tenía que atemperarme a vuestros deseos”. Sabed señor -gritó el mariscal Lannes- que en el ejército no se atemperan deseos, se obedecen órdenes. Si el Emperador hubiese pensado ponerme a vuestras órdenes, le hubiese ofrecido mi renuncia, pero mientras vos estéis bajo las mías, os daré órdenes y vos obedeceréis, de lo contrario os relevaré de la dirección de las tropas. En cuanto a la carga total, os la he ordenado porque vos no la hacíais y permanecíais desde esta mañana detenido frente al enemigo sin abordarlo de una vez. ¡Pero esto es un ultraje! gritó Bessières colérico-Me debéis una satisfacción Al momento si queréis “, dijo Lannes, llevándose la mano a la espada.

Durante esta discusión, el viejo Massena, interponiéndose entre ellos, trataba de calmarlos; al fin, incapaz de lograrlo, comenzó a su vez a subir de tono: “Yo soy el más antiguo, caballeros, y estáis en mi campamento. No voy a permitir que deis a mis tropas el espectáculo escandaloso de ver a dos mariscales ponerse espada en mano, y además ante el enemigo! Por tanto, os conmino en nombre del Emperador a separaros en el acto! “

Cuando los ánimos se suavizaron, tomó a Lannes por el brazo y lo llevó hasta el extremo del campamento, mientras que Bessières regresó al suyo.

Se podrá imaginar cómo me afectó esta escena deplorable! ... Finalmente el mariscal Lannes, montando de nuevo a caballo, tomó la dirección de la cabeza de puente, y tan pronto como estuvimos en el vivac del Emperador, detrás de aquel en el que mis compañeros se habían instalado, Lannes tomó en un aparte a Napoleón y le contó lo que había sucedido. Aquél envió a buscar inmediatamente al mariscal Bessieres, cosa que éste recibió muy mal. Se alejó con él a grandes zancadas, Su Majestad parecía muy agitado, se cruzó de brazos y pareció dirigirle vivos reproches. El mariscal Bessières tenía un aire confundido, y aún tuvo que ser más cuando el Emperador, sentándose a la mesa, no le invitase a cenar, mientras que hizo sentar al mariscal Lannes a su derecha”.

Seguramente, cuando al día siguiente el proyectil austríaco destrozase las piernas del duque de Montebello no todo el ejército -a pesar de que así se dijo- quedaría consternado. No todo.

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G.2.4. Contrasentidos

Que el mariscal Lannes poseía una vena colérica es cosa que muchos podrían atestiguar, entre ellos don Pedro María Ric, que cuenta así su entrevista pre-capitulación acompañado de los representantes de la Junta en el cuartel general de Lannes, en las grandes esclusas. El mariscal los recibe rodeado de su estado mayor “con extraordinaria gravedad [...] tratando a la Junta con la mayor indiferencia, incluso con desprecio318”. Don Pedro María Ric –que según Zins está resentido por haber sido vencido y se siente humillado319.- presenta a Lannes como un personaje engreído, que para convencerles de que no tienen elección despliega ante ellos un plano de Zaragoza y les muestra todos los puntos donde hay instaladas cargas de pólvora listas para estallar. […] Cuando Ric se permite añadir nuevas exigencias a las convenidas, Lannes tiene un violento acceso de cólera, le arranca de las manos las hojas que contienen tales nuevas exigencias, y las arroja al fuego320.

Hay quien opina que esa cólera es fingida. Lejeune puntualiza que Lannes, que no puede olvidar tanta sangre derramada y tantos muertos, recibe a los diputados “con mucha consideración pero con aparente severidad”, pero dejando claro que bajo su grave actitud, admiraba el valor de los españoles321.

No es fingido en absoluto el arrebato de furia que siente el 17 de febrero en las trincheras del Arrabal. A pesar de su mala salud, Lannes cree que debe impresionar a sus hombres y transmitirles valor, por lo que decide visitar la primera línea con sus ayudantes. En estas y desde el lado español , al ver uno de los defensores tanto entorchado y tanta pluma, e imaginándose que se trata de alguien importante, decide probar su puntería y le dispara à bout portant (a quemarropa). La bala atraviesa el reverso de su abrigo y Lannes, irritado por semejante audacia, sube a la parte alta del Convento de Jesús y desde allí él mismo dispara una docena de tiros. No paró hasta que el enemigo, que dirigió una andanada de obuses hacia la terraza desde la que partían los tiros, cortó en dos con uno de los proyectiles al capitán de ingenieros Lepot, que miraba por encima del hombro del mariscal322.

En todo caso, que es valiente y templado está fuera de toda duda. Lejeune [como ayudante de campo de Berthier, despachaba ante Lannes], cuenta también un sucedido unos días antes, el 31 de enero: “Fue de regreso a la ciudad, cuando el mariscal Lannes nos ofreció una nueva ocasión de admirar la sangre fría que siempre conserva en medio del peligro. En lugar de moverse a cubierto por la ruta serpenteada de trincheras, nos condujo a campo través, a media distancia del alcance de los fusiles de los defensores, y allí se subió a una colina para otear mejor. Mientras nos daba tranquilamente sus órdenes, varios disparos buscando su brillante uniforme, atravesaron nuestras capas e hirieron a uno de sus oficiales. Cada cuál saltó a una trinchera, pero Monsieur le maréchal, inmóvil, continuó hablándome. No me hizo maldita la gracia escucharle de lejos y volví a subir hacia él. Sólo cuando hubo terminado, el mariscal descendió lentamente a la trinchera, donde nos tomamos la libertad de hacerle observar que semejante

318. RIC, op. cit., p. 171. 319. ZINS, op. cit., p. 338. 320. RIC, op. cit., p. 176.321. LEJEUNE (2009), op. cit., p. 157.322. LEJEUNE (1840), pp. 207-208.

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gesto de temeridad nos parecía inútil ante tropas de valor probado, y que exponiéndose así hubiera podido privarnos de un jefe de alta capacidad, en un momento crucial del asalto323”.

Sin embargo, en momentos de baja adrenalina, ofrece un aspecto, como mínimo chocante. Como aquel día en que al pasar cerca de un grupo de soldados ocupados en admirar un cuadro que se había salvado del incendio de un convento, Lannes oyó exclamar a uno de los hombres: “El buen Dios dejará beber una copa al Viejo, como el mariscal nos hará olvidar aquí el sabor del pan”. Lannes se aproximó a ellos y vio que estaban contemplando un cuadro de Murillo representando la parábola en que Jesús invita a San Pedro a caminar sobre las aguas: “Bien, amigos míos –les dijo el mariscal- Dios le habla aquí a S. Pedro como yo os voy a hablar a vosotros. Dios le dice: Pedro, si tienes fe en mis palabras, caminarás sobre el agua; lo que significa: si tienes confianza en mi, la esperanza sostendrá tu valor, y tu perseverancia triunfará sobre todos los obstáculos. Con respecto a vosotros, amigos míos, en pocos días tomaréis Zaragoza324”.

¡Estaban lejanos los tiempos del soldado anticlerical del año II y del burlón opositor al Concordato! ¡Lannes explicaba a sus soldados, pasajes del Evangelio!¡Quién lo hubiera dicho! Los hombres que habían tenido este privilegio recuperaron su sonrisa y jalearon a su mariscal con vítores atronadores325.

G.2.5. Cicatrices: aquellos barros trajeron estos lodos

Como vamos a ver a continuación, será por el recuerdo del affaire de la Guardia Consular, o vaya usted a saber por qué otro ignorado motivo, pero los asuntos de dinero pesan entre Napoleón y Lannes. Conocemos –hasta donde es posible- lo sucedido, por el general Thoumas.

En efecto, en un momento de cierto paréntesis en la narración de las operaciones militares, Thoumas aprovecha para sincerarse con el lector, contándole algo que a todas luces le inquieta. Ya hemos comentado que tiene un decidido afán en que nada mancille al mariscal. Lo cuenta así: “Yo no quería interrumpir la narración de los hechos de la campaña de 1806 para discutir un caso que pareció resultarle particularmente doloroso al mariscal Lannes, en el que dio una nueva prueba de la susceptibilidad de su carácter. Es un asunto también bastante oscuro, y lo poco que se sabe es a partir de la correspondencia entre el mariscal Lannes y el mayor general Berthier.

Ciertas sumas bastante considerables habían sido encontrados en Stettin [extremo oriental de Alemania]. Lannes dispuso que una parte de ese dinero sirviese para pagar los atrasos de sus tropas. Su jefe de estado mayor, Víctor, le propuso asignar el resto a las necesidades precisamente del estado mayor, y a esto se negó, pero debido a un malentendido, el emperador creyó que el mariscal había dispuesto de la totalidad de la suma encontrada y le expresó su descontento de una manera bastante viva. Lannes [en respuesta a una anterior] contestó al mayor-general Berthier

323. LEJEUNE (2009), pp. 81-82..324. Ibid. p. 125..325. ZINS, op. cit., p. 334.

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el 23 de noviembre de 1806 : “Estoy muy ofendido de que a Su Majestad Imperial y Real le hayan suscitado preocupación las cantidades encontradas en Stettin. El conocimiento que debería tener de mi carácter tendría que haberlo tranquilizado. Él sabe que estoy y he estado siempre, firmemente a su servicio y que mis sentimientos por él son inquebrantables. Leo de nuevo las palabras contenidas en la primera orden de Vuestra Alteza: “El Emperador quiere que la paga de un mes sea a cargo de los seiscientos mil francos encontrados en Stettin. Si no lo habéis hecho ya, os ordeno que lo hagáis de inmediato”. Confieso francamente a Su Alteza que estas palabras han revuelto mi ánimo ya que ni siquiera a un subteniente se le habla así. Envío a Vuestra Alteza con pesar los documentos que acreditan tales sumas. Nunca había tenido que justificar semejantes detalles. Es un asunto a desentrañar entre el administrador del 3er cuerpo y el intendente general de la Grande Armée. »

Berthier responde el mismo 23 de noviembre:

“Encuentro, mi querido Mariscal, que la frase que parece sorprenderos es muy natural entre los que mandan y los que obedecen, y que la expresión “Su Majestad ordena” afecta desde el condestable al subteniente”.

Lannes responde en una carta de 29 de noviembre:

“Yo no me sorprendo de que su Majestad me ordene que me haga matar, sé que debo obedecer, más por afecto que por sentido del deber, pero repetiré mil veces que esta frase es un atentado contra el honor y espero que el Emperador no encuentre mal que espere que se disculpe de una cosa que repugna mi alma. Estaba muy lejos de imaginar tal comportamiento. El Emperador sabe de mi dedicación desde hace largo tiempo, razón por la que todavía me molesta más . Cualquier tipo de sospechas me llevan a creer que todo esto es por política”.

Las cosas se arreglaron al fin. La contabilidad de las cantidades encontradas en Stettin se ajustó por orden del Emperador, y aún Berthier escribió al marechal Lannes:

“Me disgusta que os hayáis afectado por algo que no tiene otra política que una orden del Emperador relativa a la contabilidad del ejército. Sabéis sobremanera el gran afecto que os tiene, y del que os ha dado tantas pruebas. En cuanto a mí ya sabes de mi amistad326”.

“Sin embargo el caso Stettin revolvió de nuevo las aguas cuando Lannes se incorporó al cuartel general en el mes de abril de 1807, o al menos la acogida que recibió del Emperador demostró que no se había olvidado este asunto, lo que le hacía sentirse desgraciado.

El propio Napoleón, en una confidencia anterior, le había dicho a Lannes: “Los hombres son difíciles de conocer cuando uno quiere ser justo!

Seguro que ambos estaban ahora pensando –respectivamente- en lo acertado del pensamiento.

326. THOUMAS pp. 196 a 199.

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G.3. Análisis grafológico

G.3.1. A la búsqueda de una herramienta

Entre la abundante bibliografía existente sobre los forjadores del Imperio, destaca la obra de Louis Chardigny327 que detiene su mirada en el gran período épico que va desde 1804 a 1815, y en la que estudia la vida de los veintiséis generales de Napoleón que alcanzaron la dignidad de mariscal: Augereau, Bernadotte, Berthier, Bessieres, Brune, Davout, Grouchy, Jourdan, Kellermann, Lannes, Lefebvre, Macdonald, Marmont, Massena, Moncey, Mortier, Murat, Ney, Oudinot, Perignon, Poniatowski, Saint-Cyr, Sérurier, Soult, Suchet y Victor. Pero no como una simple galería de retratos, sino a través de su origen social, su educación, sus capacidades intelectuales, sus cualidades morales, sus relaciones personales.... Y naturalmente extrae unas deducciones, que a menudo resultan coincidentes con las del propio Napoleón, profusamente expresadas éstas por otra parte en su correspondencia, o en sus confidencias en Santa Elena, o en algún que otro documento más por aquí y por allá : Mortier era un gigante, Saint- Cyr un intelectual, Davout un apasionado, Massena, un saqueador, Soult un ambicioso, Augereau una persona grosera, Moncey un hombre honesto, Bessières un héroe, MacDonald extraordinariamente fiel, Murat vivamente imprudente ...

Y al leer dicha compilación viene a la cabeza sin poderlo evitar, que quizá podría haber una cierta fatalidad en sus idiosincrasias, como si algo inamovible -por lo profundo- pudiese darse en ellos.

Eso nos llevó, con la ayuda de un interesante estudio de Jean Claude Banc328, a intentar descubrir algunas de esas características fatales, que por serlo no dejarían posibilidad alguna de huida, alojadas en el substrato más profundo de su ADN. Y lo hicimos a través del estudio grafológico.

Es cierto que la pura definición de grafología, desalienta: una pseudociencia que pretende ser capaz de describir la personalidad de un individuo y determinar características generales de su carácter y de la naturaleza de sus emociones -y por ende de sus comportamientos- mediante el examen de su escritura. Pero –hay un gran pero– que al apoyarse en indicios puramente experimentales, no posee una capacidad de confirmación de la validez de sus afirmaciones, suficientemente contrastada.

327. CHARDIGNY, Louis (1977), Les Maréchaux de Napoléon, Bibliothèque Napoléonienne, Publ. Tallandier, PARIS..

328. BANC, Jean-Claude (2007). Dictionnaire des Maréchaux de Napoléon, Ed. Pygmalion, dép. Flammarion, PARIS.

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Seguramente es cierto. Pero una variante interesante sí que tiene: la evolución relativa.Lo veremos enseguida.

G.3.2. Trío de ases: Soult, Mortier, Lannes

En el Diccionario de Banc, a lo largo de casi quinientas páginas, aparece una nutrida representación de los prohombres de Napoleón, sometidos al indiscreto descubierto de sus firmas. Naturalmente sus opiniones vienen justificadas: la simplificación en la forma de cortar la t , el abuso de las mayúsculas, trazos bajos incluso en las eses, penacho de volutas en la firma, puntos sobre las ies colocados altos… toda una variedad.

Y en cuanto al resultado, a unos les salen los diagnósticos mejores que a otros.

Bernadotte cuya escritura “no carente de elegancia y con signos de originalidad […] muestra continuidad en las ideas, incluso testarudez […] aspiración a un rango social más alto, intrigante peligroso, ávido de honores y privilegios329”.

Kellerman, “cuyo trazo afirmado y lógico indica una manera franca de expresarse […] con cierto amor hacia sí mismo, talante cortante […] apasionado y enérgico330”.

Murat, “escritura rápida, impetuosa y variable […] fogoso o adaptable según conviene […] amante de la vida […] aparatoso, astuto y marrullero331”…

Veamos uno completo, Soult, del que hemos visto ya alguna actuación ciertamente censurable. En el estudio grafológico se detallan “mayúsculas altas en una escritura concentrada, se puede casi predecir el éxito […] buena opinión de sí mismo. En el mismo sentido van los trazos bajo la línea, indicando un apetito de honores en apariencia dominado.

Se nota mucha precisión y lentitud, lo que debía conducirle a sopesar los cálculos en los momentos de tomar decisiones.

Pero el hombre se libera en cuanto ubica su posición. Firma modestamente, con letras pequeñas, “Soult” para después adornar con volutas regresivas en el futuro. Este contraste entre las volutas que requieren espacio y la aparente contención del texto, indica probablemente la verdadera pregunta: ¿hay dos personalidades?

La escritura está habitualmente afligida de una cierta relajación, lo que proporciona signos muy contrastados: sean débiles y artificiosamente contenidos, sean abandonados, dejados surgir.

329. BANC, op. cit. p. 51.330. Ibid., p. 163.331. Ibid., p. 299.

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Para estudiar una escritura hacen falta siempre muchos documentos. Con Soult es capital para descubrir su preocupación por la apariencia, su conformismo, su poca convicción, su sentido de la maniobra, su tendencia a esperar el viento y no comprometerse sino en su provecho personal332”.

Verdaderamente, aunque si vemos las dos personalidades –como mariscal firma orgullosamente como Duque de Dalmacia- no vemos sin embargo en ningún momento de ese análisis que diga que va a ser capaz de asaltar conventos en Sevilla y arrebatarles más de 1.200 cuadros de alta pinacoteca.

¿Ocurrirá lo mismo con todos? Veamos el siempre templado Mortier333.

“El ritmo de la escritura de Mortier es a la vez rápido y controlado, regular y unido. Hay unión entre las ideas, mucha lógica. El espíritu es vivo y móvil.

El gesto es preciso, uniendo las aspiraciones de un cierto ideal con la firmeza. Todo ello se encuentra también en los puntos sobre las “i” colocados altos, la puntuación, y los trazos verticales elevados, lo que muestra la satisfacción de sí.

Las formas redondeadas y las ondulaciones casi imperceptibles confirman una gran facilidad de adaptación. Las puntas de las “p” minúsculas que se elevan en la parte superior indican viveza. La combinación de estas cualidades y de la elegancia de su presentación muestra un ser dotado para las relaciones y eficaz.

El trazo a la vez fino y matizado subraya un carácter sutil, sensible y observador. El conjunto de estos elementos muestra un espíritu deductivo que se mueve desde lo conocido hasta lo desconocido con confianza.

La firma limpia, bien formada, apoyada, fuertemente subrayada, y a veces con una ondulación suplementaria debajo, no hace sino confirmar lo que el personaje quiere ser, fuerte, seguro de sí mismo y de sus capacidades.

Cabe resaltar a pesar de todo, el conformismo de la formación de las letras en el texto y sobre todo en la firma. ¿Acaso necesitaría seguir un modelo?

332. Ibid., p. 400.333. Ibid., p. 279.

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Lo cual no quita nada a todas sus posibilidades”.

Menos mal. Este sale muy bien en general, y sí que podemos adivinar al caballero intachable que devuelve su parte de la reparación de guerra a Nôtre Dame du Pilar al día siguiente.

Veamos al fin lo que Banc dice del mariscal Lannes.

“Hay en Lannes una neta ruptura entre el hombre que es y el que quiere ser. El texto revela que en el fondo de si mismo hay un ser abrupto, vivo, tenso, nervioso y apasionado. La zona predominante de su escritura es la parte baja muy estirada (apetito de éxito).

La zona intermedia muestra que pretende más luchar por el resultado que dejarse dominar por afecto, con las finales y las barras afiladas queriendo tocarse. El hombre en actividad está siempre alerta, vive al acecho, impaciente, su sensibilidad está a flor de piel. Quiere hacer las cosas bien, pendiente de los detalles y rápidamente. Su firma es muy reveladora del personaje que quiere ser, muy cuidadoso, que presta mucha atención, que quiere agradar y voluntarioso para maniobrar. Así es como se muestra en sus relaciones cercanas. Su miedo a hacer mal las cosas le empuja a protegerse hasta el extremo de parecer otro. A lo largo de los años, los lazos y los nudos son más numerosos, se deja dominar por su función como si una segunda naturaleza se impusiese.

Lannes es un cerebral activo con un fuerte potencial emotivo. Es presa de su idea y se involucra en cuerpo y alma con entusiasmo. Puede lanzar a los demás pero él puede protegerse en la barricada si es necesario (como lo hace alrededor de su firma). Finalmente la fuerza de Lannes consiste en unir la concentración y la viveza334”.

334. Ibid., p. 179.

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Involucrado en cuerpo y alma. No es pues de extrañar que fuese el favorito del Emperador.

Y así podríamos ir señalando las apreciaciones sobre otros generales o mariscales. Pero va a resultar mucho más interesante lo que antes hemos llamado la evolución relativa.

Gérard Desolle, en su dilatado trabajo sobre la personalidad del hermano mayor del mariscal Lannes, Bernard, el sacerdote, ha estudiado la evolución de su firma en función del tiempo, y expone conclusiones interesantes, que podrían ser exportables a otros casos.

En efecto, desde aquel estudiante de Toulouse, hasta el Prefecto de los Altos Pirineos, su firma ha ido presentando variaciones muy significativas:

Ha introducido la segunda “ene” en el apellido a partir de 1797, reconocimiento de mayor estatus cultural. Ha estilizado llamativamente el trazo, la mano vuela más ligera, lo que indicaría que se deja dominar por los sentimientos, aunque siendo persona de iglesia podría indicar misticismo. La línea principal de la escritura es ascendente de izquierda a derecha, lo que es identificativo de seguridad en sí mismo. Los bucles con los que adorna la inicial, la B de Bernard, indicarían a la vez ambición y espíritu crítico, corregidos por el lazo abierto a su izquierda que indicaría generosidad y quizá sensación de poder. Al fin es alguien335. .

La presentación en conjunto de la evolución de la firma en muy diferentes momentos, resulta muy significativa. Veamos en la página siguiente las correspondientes a:

• A . Inscripción en la Facultad de Teología de Toulouse (abril 1783)

• B . Vicario en Saint-Nicolas-de-la-Grave, registro parroquial (diciembre 1788)

• C . Lannes sacerdote vicario, acta notarial (6 abril 1791)

• D . Párroco de Cadours (septiembre 1791)

• E . Primer acta parroquial en Saint-Gervais de lectoure (13 octubre 1791)

• F . Compra de la casa de campo de Gratuzons, Lectoure (16 marzo 1795)

• G . Prestación del juramento de odio a la realeza (30 enero 1796)

• H . Testigo del matrimonio de su hermana Jeanne y de Jean Belliard, en Lectoure (19 dic. 1797)

• I . Prefecto de los Altos-Pirineos (Tarbes 1801)

335. Estudio de Gérard DESOLLE, op. cit., p. 214, siguiendo criterios de CREPIEUX-JAMIN, Jules.

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• J . Carta a Monsieur Laffite (23 enero 1805)

• K . Último acto de catolicidad en Sourzac (15 de julio 1817)

• L . Párroco en Budget de la Fabrique, Rochefort (5 abril 1821).

Gérard DESSOLLE Nicole MEUSY-DESOLLE . Les chaînes…, op. cit., p. 214

No cabe duda. Hay relación entre firma y consolidación personal.

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G.3.3. La evolución relativa del mariscal

Si los cambios en definitiva son indicativos de desarrollo de la personalidad, en el sentido de afianzarse, formarse, adquirir algo de lo que se carecía, etcétera, por lógica, una permanencia en sus constantes indicaría dos cosas. Una, escasa o nula capacidad para desarrollar nada –no es el caso de Lannes, cuya iniciativa en vitales decisiones estratégicas le valió inapreciables estimas- , o por el contrario, ideas claras desde el principio. Que no cabe duda que sería el caso del mariscal Lannes.

Veamos la escasísima evolución de su firma en documentos distintos y en diferentes fechas; solicitud de un ascenso en carta a Napoleón la primera (1798); disposiciones como general de brigada, la segunda (1800); ya como mariscal la tercera (1805); la cuarta en España en 1808 (aún no en Zaragoza) en su cénit militar, la quinta en parecidas fechas, pero carta personal, a su esposa…. Y sorprendentemente en fin, la sexta, la correspondiente a una situación oficial (no es frecuente que firme como duque de Montebello) resulta la más sobria, ayuna totalmente de bucles, picos, envolventes y espesos subrayados: la madurez total.

En definitiva y combinando los parámetros grafológicos de Jean-Claude Banc, Jules Crepieux-Jamin y ambos Desolles, Gérard y Nicole-Meussy, la radiografía posible caracteriológica del mariscal Lannes (siempre a la luz de una ciencia incierta), sería:

• Si una escritura acelerada, arrebatada y sin trazos tupidos, indica que el predominio de la organización se basa en las sensaciones.

• Si las florituras indican que se es poseedor de cierta malicia.

• Si una firma grande, engolada, significa que se deja llevar por la vanidad y que se complace con los fastos del Imperio.

• Si la simplicidad en la firma indica ausencia de intrigas.

• Si los grandes trazos verticales, exuberantes, indican inconmensurable energía.

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• Si el escribir las letras y palabras encadenadas supone que hay grandeza de espíritu.

• Si las “ t “ aceradas, en forma de pico de águila indican talante dominador.

• Si la firma no especialmente sobria pero muy legible indica cierta falta de mesura, pero con capacidad de concentración y aceptación de responsabilidades

• Si un ritmo de escritura es a la vez rápido y controlado, regular y unido, indica ideas con mucha lógica y el espíritu vivo y móvil.

• Si el trazo preciso da idea de firmeza.

• Si las formas redondeadas y las ondulaciones casi imperceptibles –por ejemplo en las “d” - confirman una gran facilidad de adaptación.

• Si las puntas de las “p” minúsculas que se elevan en la parte superior indican viveza.

• Si el trazo a la vez fino y matizado subraya un carácter sensible y observador.

• Si la firma limpia, bien formada, apoyada y fuertemente subrayada, y a veces con una ondulación suplementaria debajo, confirma lo que el personaje quiere ser, fuerte, seguro de sí mismo y de sus capacidades…

… entonces el mariscal Lannes, debería ser un hombre que hiciese caso a las corazonadas, poseedor de cierta malicia, nada amigo de los fastos del Imperio, dominante en cierta medida, ausente totalmente de capacidad de intriga, de exuberante energía, con grandeza de espíritu, preparado para asumir responsabilidades, de análisis lógico pero tiñéndolo de vitalidad, firme aunque con capacidad de adaptación, sensible y observador, y que tiene muy claros sus objetivos y sus talentos.

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H. LA MUERTE: NAPOLEÓN QUISO HONRAR A SU HÉROE

El mariscal Lannes descansa en la cámara XXII del Panteón de Hombres Ilustres de Francia. El Emperador quiso tener hacia él un detalle muy especial. Entre tumbas de mármol blanco, su sepultura es de madera dorada, cálida, aureolada de banderas y con proclamación entre laureles, de todas sus victorias. Muy cerca, en merecida escolta, su compañero de armas y de infortunio, otro ilustre soldado, muerto igualmente en Essling, el general Saint-Hilaire, distinguido en Ulm y Jena, decisivo en Austerlitz y en Eylau, Gran Águila de la Legión de Honor. Le Roland de l’Armée y Le Chevalier, sobrenombres ambos puestos por Napoleón, reposarán para siempre juntos.

H.1. Malgré tout, el héroe ha muerto

H.1.1. Un mínimo análisis

Las cosas no han ido bien. Es una lástima que el corrosivo Fouché no se decidiese a verter más opiniones sobre los asuntos de guerra, porque a juzgar por el análisis que hace de la batalla de Aspern-Essling, su visión tal vez nos hubiera ayudado a desmontar algunos mitos.

De Essling sí que habla, seguramente por el impacto que produjo en París el elevado número de bajas para una sola acción, algunas además tan ilustres. Resume así las cosas Fouché: “Los ruidos que produjeron los resultados de la batalla no fueron tranquilizadores. Hemos entrado en Viena, pero el ejército de Schill ha huído. Y este resultado incierto nos ha costado ocho mil muertos y dieciocho mil heridos, entre ellos tres generales y más de quinientos oficiales de diferentes grados. Y si después de los descalabros se pudo salvar el ejército, no fue por

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la genialidad de Napoleón sino por la sangre fría de Massena. Y aunque en los boletines el Emperador se proclamó vencedor, los que estuvieron allí saben de la angustia para atravesar por la noche un furioso río, del que Napoleón llegó a decir, ante la falta de iniciativa del Archiduque que había sido –el Danubio– su mejor general”.

Lo cierto es que el mariscal Jean Lannes no volvió de allí. Su funesta premonición confiada a Lannefranque había resultado profética. Mucho menos la de Napoleón, que escribía precisamente a Fouché el 25 de mayo, tres días después de que el mariscal Lannes fuera herido: “El asunto del duque de Montebello se resolverá con una pata de palo”.

Y lo cierto es que confiaba en ello. Nos lo cuenta de nuevo Marbot336 “en las frecuentes conversaciones que tenía con Lannes al que iba a ver continuamente, llegaron a hablar de futuro, y al enterarse de que Mesler, el célebre mecánico vienés, había hecho una pierna artificial para el general austríaco, conde Pálfy, con la que se podía caminar y montar tan bien casi como con la auténtica, el mariscal me pidió que escribiera a ese artista, pidiéndole que viniese cuanto antes para tomarle medidas.

Desgraciadamente sus servicios no iban a ser necesarios y sí los del embalsamador como veremos más adelante. El informe de Larrey :

“Un segundo acceso [de fiebre] se declaró doce horas después y un tercero sobrevino a lo largo de la jornada, con delirio, al que siguió la postración casi absoluta de los impulsos vitales. El peligro se hacía por momentos más y más inminente. […] Al fin el mariscal entró en un delirio completo que fue de corta duración, y murió pocas horas después en un estado relativamente en calma. Eran las postrimerías del noveno día del accidente y de la batalla.”

336. MARBOT (1844), op. cit., p. 209.

Obsérvese que se trata de una pieza hueca, que lleva en el interior (se ven los de la pantorilla) juegos de sirgas para imitar movimientos incluso del talón.

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H.1.2. Certificación

Reproducida en la gazette de l’ACMN, (Asociación para la Conservación de Monumentos Napoleónicos337), se han respetado las mayúsculas y las minúsculas tal y como aparecen en el documento:

Ejército de Alemania / Acta de Deceso / Certificación verdadera, firmada y registrada ante notario (y vienen sus nombres) que queda en depósito en París el 25 de julio de mil ochocientos nueve (Con estampillado “Depto. del Sena”).

En el día de hoy, treinta y uno de mayo de mil ochocientos nueve, a las siete horas de la mañana, siguiendo orden de S.A.S. el Príncipe de Neuchatel, Mayor General, Nosotros, el General de División Vignoller, subjefe del Estado Mayor del Ejército , y el Inspector de Revista Dufresne, destinado en el Estado Mayor General, cumpliendo las funciones de Oficial de Estado Civil, hemos acudido a la casa llamada La Brasserie, situada en Ebersdorf, cuartel general imperial del ejército, al efecto de constatar el deceso de S.L. el Mariscal del Imperio Jean Lannes, Duque de Montebello, Coronel general de los Suizos, Comandante en jefe del 2º Cuerpo del Ejército de Alemania, Gran Cordón de la Legión de Honor, Comendador de la Orden Real de la Corona de Hierro, Gran Cordón de la Orden de San Andrés de Rusia, de Baviera y del Cristo [la Ordem de Cristo es una orden militar portuguesa, heredera del Temple ] , etc, hemos encontrado a los Señores Generales de División Mathieu Dumas y Frère (*) así como al Señor General de Brigada D’Hastrel, quienes han comparecido como testigos y en presencia de los cuales el Señor Jean Baptiste Pascal Lanefranque, Médico de la Casa de S. M. uno de los oficiales de Sanidad encargados de cuidar en su enfermedad al Señor Mariscal Lannes, del que los susodichos testigos han reconocido la identidad, nos ha declarado que esta mañana a las Cinco horas y tres cuartos, S.L. el dicho Mariscal Duque de Montebello, más arriba calificado , ha muerto como consecuencia de las heridas recibidas el día 22 de mayo corriente, comandando su Cuerpo de Ejército, la cual declaración ha sido confirmada por el Señor Yvan, Cirujano Ordinario del Emperador y de los Inválidos, Oficial de la Legión de Honor, caballero de la Corona de Hierro, llamado de oficio.

Después de que hayamos cerrado y ratificado la presente acta que los Señores Generales y Oficiales de Sanidad mencionados arriba han firmado con nosotros , es lo que será transcrito en el Registro abierto a estos efectos en el Estado mayor general de lo cual se dará inmediato conocimiento al Señor Joinville , Comisario Ordenador en Jefe del Cuartel General imperial para la colocación de los sellos en el Inventario a redactar en Conformidad con el artículo cuarto de la Orden ministerial del trece nivoso año Diez.

*Jefe del Estado Mayor de Lannes. Estuvo en el sitio de Zaragoza y su sobrino, también oficial, “un muchacho muy vivo al que recomiendo –había dicho Lannes- al interés de Su Majestad ” era el que portaba los despachos a Napoleón, desde el Cuartel General de las Esclusas ante Zaragoza.

337. ACMN, vol. 12, nº 4.

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En el Cuartel General Imperial de Ebersdorf, en el Día, Mes y Año que por su parte firman el General de División Señor Dumas, el General de División Frère, el General de División Vignolle, el General de Brigada D’Hastrel, Lanefranque, el Cirujano Ordinario del Emperador Yvan y el Inspector de Revista P. Dufresne.

Para Expedición , El Inspector de Revista P. Dufresne

(firma)

(y debajo) Nº 978 , Visto por mi Experto Escribano Verificador Saintomer

(firma)

Visto por el Jefe de División L. Genois

(firma)

Por orden del ministro de la guerra, el Secretario General certifica a todos los efectos que puedan derivarse, que la firma Dufresne que aparece arriba en calidad de Inspecteur aux Revues es la que corresponde al que efectivamente se indica.

En Paris, 26 de julio de 1809 (y una firma ilegible)

Todo en folio estampillado “Depto. del Sena”)

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H.1.3. El embalsamamiento

El día que murió el mariscal su cuerpo fue enviado a los señores Larrey y Cadet de Gassicourt, médicos ordinarios del Emperador, con órdenes de prepararlo como se había hecho con el coronel Morland cuando murió en la batalla de Austerlitz. Para ello, el cadáver fue trasladado a Schönbrunn y depositado en el ala izquierda del castillo, lo suficientemente lejos de los apartamentos habitados. Su corazón fue extraído y tratado por separado para ser enviado a la viuda. Hoy se halla inhumado en el panteón de los Montebello en Montmartre.

Prescindiremos de las descripciones excesivamente técnicas de los cuidados que estos ilustres profesionales le dedicaron al cadáver del mariscal (las de Larrey son de una pormenorización aterradora338), y vamos a conformarnos con la crónica del valet de chambre, nuestro habitual Constant, más liviana aunque ya había comenzado una “putrefacción completa y horrible”. Por él sabremos también las impresiones directas de quien tuvo el honor de acompañar a la duquesa de Montebello en su visita a la cripta donde su marido iba a aguardar la definitiva inhumación en Paris con los honores debidos, cosa que sucedería un año después..

Así, nos informa Constant:

“En pocas horas había que hundir el cuerpo mutilado en una bañera llena de un fuerte reactivo: solución de sublimado corrosivo (dicloruro de mercurio). Esta operación, extremadamente peligrosa, fue larga y difícil. El señor Cadet de Gassicourt merece elogios por la valentía que mostró en esta ocasión, porque, a pesar de todas las precauciones y los perfumes que fueron quemados en la cámara, este distinguido químico resultó gravemente indispuesto.

Yo fui una de las varias personas que sintieron la acongojada curiosidad de contemplar el cuerpo del Mariscal en su definitiva condición. Fue espantoso. El tronco, que se había empapado en la solución, se hinchó en una manera prodigiosa, mientras que la cabeza, por el contrario, que se había mantenido fuera de la bañera, se había reducido singularmente. Los músculos de la cara se había contractado en la forma más horrenda, los ojos abiertos de par en par se le salían de las órbitas. Después de que el cuerpo hubo permanecido durante ocho días en el sublimado corrosivo, se le puso en un barril hecho expresamente para este fin y lleno del mismo líquido; y en este barril se le hizo el traslado de Schönbrunn a Estrasburgo. Y en esta ciudad fue donde se le extrajo por fin de tan extraño féretro, para sepultarlo a la manera egipcia, es decir, envuelto en vendas y con el rostro descubierto. Los señores Larrey y Gassicourt confiaron esta honrosa tarea al señor Fortin, un joven médico que en 1807, por su valor y su infatigable perseverancia, había salvado de una muerte segura a 900 enfermos abandonados, dejados sin médicos ni cirujanos en un hospital cerca de Dantzig, atacados por una enfermedad epidérmica339 .Gracias a sus cuidados y los del señor Larrey” -escribirá Monsieur Fortín a Gassicourt- “el embalsamamiento del mariscal ha logrado la perfección. Cuando saqué el cuerpo del barril lo encontré en un estado de perfecta conservación. En una sala baja del ayuntamiento dispuse unas

338. LARREY, op. cit., p. 285339. CONSTANT (1830), pp. 148 y ss.

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mallas en las que poder secarlo por medio de una estufa, cuyo calor podía regularse. Conseguí un hermoso ataúd hecho de sólida madera, bien encerado, y entonces el mariscal, envuelto en vendas, y con el rostro descubierto, fue depositado en dicho ataúd abierto, cercano al del general Saint-Hilaire, en una sala subterránea de la que yo guardé la llave. Un centinela velaba allí de día y de noche.”

Es curioso que los dos generales que iban a esperar juntos un año, hasta ser llevados también juntos a Paris para las solemnes exequias que les había destinado el Emperador, recibieron el mismo día ambos, 22 de mayo de 1809, un golpe de bala de cañón ambos también, y ambos en la rodilla izquierda. Saint-Hilaire murió como consecuencia de la intervención, cinco días después que Lannes, el 5 de junio de 1809.

H.2. Condolencias del Emperador

H.2.1. De puño y letra

En cuanto se produjo el fallecimiento del mariscal Lannes, ese mismo día, 31 de mayo y sin la menor demora, Napoleón hizo inmediatamente tres movimientos. El primero, escribir una carta de condolencia a la esposa del mariscal:

Ma couisine, el Mariscal ha muerto esta mañana por las heridas recibidas en el campo del honor.

Mi pena es igual a la vuestra. Pierdo el general más distinguido de mis ejércitos. Mi compañero de armas de dieciséis años, a quien yo consideraba mi mejor amigo. Su familia y sus hijos tendrán siempre los derechos especiales de mi protección. Es para daros esta seguridad que he querido escribiros esta carta, porque siento que nada puede aliviar el justo dolor que os aflige.

À Ebersdorf, le 31 de mai 1809.

Napoleón

À la Maréchale

Duchesse de Montebello

LAFFARGUE (1975) p. 292

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El segundo movimiento, escribir también inmediatamente, por tanto misma fecha, 31 de mayo , a Josefina, rogándole esté atenta para prodigar consuelo:

À Joséphina 31 de mayo de 1809

La pérdida del duque de Montebello, que ha muerto esta mañana, me ha afligido enormemente. Así, ¡ todo termina !

Adiós, amiga mía. Si puedes ayudar a consolar a la pobre mariscala, hazlo.

El tercer movimiento es de alarma económica: ordena a Méneval, su secretario particular que envíe inmediato aviso a sus gabinetes económico-jurídicos en Paris, para que se pongan en contacto con Louise Lannes, la duquesa de Montebelo y poner en marcha la aceptación de herencia de inmediato. Porque –dice Napoleón- como dejemos intervenir a esa familia, si no nos damos prisa ese hermano suyo los despojará de todo y dejará a los cinco hijos del mariscal Lannes, desnudos y en la calle”.

H.2.2. El juramento de la duquesa de Montebello

En el tiempo que transcurrió entre la operación sufrida por el mariscal Lannes y su empeoramiento definitivo, hubo muchos momentos de charla y confidencia que relata Lannefranque en sus memorias340. “Ese hombre, herido, acosado por la fiebre, dolorido y débil, no era el bravo guerrero aureolado de leyenda, era un hombre, sencillamente. Al que además se le adivinaba un sufrimiento moral profundo. Comprendí de qué se trataba cuando al enterarse de que yo enviaba cada día un informe a Corvisar sobre su salud, su mente empezó a moverse rápidamente en diferentes direcciones pero con un centro común: su familia, su mujer, sus pequeños. Me dijo enseguida: “Escribidle [a Corvisar] que recomiende a mi mujer, si ella viene, que no se inquiete… Ella vendrá!.... ¿habéis escrito vuestro informe? ¿Podéis mostrármelo? ¿Conservaré la pierna?”. Y desde entonces, cada mañana me preguntaba si había habido carta de su mujer. A veces su mirada se quedaba fija en el infinito “¿No tengo yo unos bonitos niños? El pequeño Napoleón es muy inteligente: cuando oyó que me incorporaba al Ejército de Alemania, me dijo: “¿Papá, es preciso que vayas siempre a la guerra?¿Hasta que te maten?”

Este es un aspecto del mariscal Lannes que hasta ahora nos había sido hurtado. Y era necesario descubrirlo, para entender la reacción de su esposa.

La duquesa de Montebello ha recibido aviso de que algo ha ocurrido en Essling, pero no le dicen la dura verdad. Aferrada comprensiblemente a una esperanza, decide ponerse en viaje acompañada por su hermano (lo hemos conocido ya, como ayudante de Lannes, el coronel Guéhéneuc). El viaje lo emprende con un estado moral espantoso, pero deseando con toda su alma, naturalmente, que su esposo sobreviva. Ya en ruta recibe un nuevo aviso de parte del Emperador que tiene como objeto disuadirla para que no continúe. Ella no hace caso, y

340. THOUMAS (1891), p. 372.

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finalmente en Estrasburgo recibe la carta de Napoleón donde le anuncia la muerte del mariscal “en el campo del honor”. Pero su desesperación es tal que no acepta el hecho. Y en una capilla decide hacer un contrato pueril, una tentativa desesperada, cuando confiesa: “Tengo un presentimiento tan fuerte de que el Cielo me lo va a devolver, que voy a seguir a su encuentro. Lo he prometido. He prometido sabiendo que estaba en peligro, hacer una fundación piadosa de todos mis diamantes si él sobrevive. Renuevo aquí esta promesa y me comprometo a llevarla a cabo como juramento341”. El tacto y delicadeza de los que la acompañan, sobre todo de su hermano, le acaban ayudando a comprender que la carta del Emperador era cierta y clara: su marido había muerto. Y decide entonces abandonar, y regresar con sus hijos.

Una pregunta nos queda por hacer. ¿Esos diamantes de la bienintencionada fundación, eran italianos, portugueses… o españoles? ¿Los ofrecía al Cielo quizá, porque era a su vez del Cielo –o de su Virgen- de dónde venían?

Naturalmente, no tenemos respuesta.

H.2.3. La valentía de la marechala

Lo que sigue es un extracto de una carta escrita por el señor Fortin a su jefe y amigo, el señor Cadet de Gassicourt, uno de los farmacéuticos que embalsamaron el cuerpo del mariscal Lannes y que recogió todo este sucedido en sus memorias. Fue en marzo de 1810, cuando la Señora Duquesa de Montebello, al pasar por Estrasburgo en el séquito de la Emperatriz María Luisa, a donde la había adscrito Napoleón, quiso ver una vez más al marido a quien tanto había amado.

“El señor Wangen de Gucroldseck, alcalde de Estrasburgo –dice Fortín- me facilitó cuanto era exigido por mi cumplir su deseo. Todo estaba ya en condiciones cuando, una hora después de la llegada de Su Majestad la Emperatriz, Madame la duchesse de Montebello, que la acompaña como una dama de honor, envió a su primo, el señor Cretu, a cuya casa había ido a hacer una visita, para que fuese a buscarme. Obedecí a su llamada. Madame la marechala hizo varias preguntas felicitándome por la honrosa misión que se me había confiado, y luego expresó, temblando, su deseo de ver por última vez el cuerpo de su marido. Por unos instantes dudé en contestar, y en previsión de los efectos que el triste espectáculo pudiera producirle, le dije finalmente que las órdenes que había recibido eran contrarias a lo que ella pedía. Pero ella insistió de manera tan persistente que al fin cedí a su ruego. Acordamos (tanto para no comprometerme como para impedir que se la reconociera) ir a media noche, y que ella debería ir acompañada únicamente por una persona de su confianza.”

“Fui a su casa a la hora señalada. Nada más verme se levantó y dijo que estaba lista para seguirme. Me permití detenerla un instante para suplicarle que analizase sus propias fuerzas. Le advertí de la situación en la que iba a encontrar al mariscal, y le rogué que reflexionase sobre la impresión que iban a producirle los lugares sombríos que estaba a punto para visitar.

341. ZINS (2009), p. 386.

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Contestó que estaba bien preparada, que se sentía con todo el coraje necesario, y que esperaba recibir en esta última visita algún alivio de los pesares tan amargos que había padecido. Al hablar así, su hermoso y melancólico rostro estaba tranquilo y sereno. Partimos. Monsieur Cretu dio el brazo a su prima, el carruaje de la duquesa seguía de lejos y vacío, y dos criados caminaban detrás de nosotros.

“La ciudad estaba iluminada, y los ilustres habitantes iban en traje de fiesta; en muchas casas, alegres músicas los iban preparando para celebrar este día memorable ¡Qué contraste entre estos estallidos de risa franca y nuestra posición! A veces vi a la duquesa aflojar el paso, estremecerse y suspirar. Y yo mismo sentía mi propio corazón oprimido, y confusa mi mente.

“Por fin llegamos al ayuntamiento, la señora de Montebello indicó a sus sirvientes que la esperasen. Se encaminó lentamente hacia la sala subterránea con su primo y conmigo. Una linterna derramaba un pequeño hilo de luz trémula. La duquesa se estremeció y aunque provista de serena seguridad, cuando entró en aquella especie de bodega en donde reinaba un silencio sepulcral bajo esta bóveda subterránea, la luz lúgubre que la iluminaba, y el aspecto del cadáver extendido en su ataúd, produjo un efecto terrible sobre la Mariscala. Lanzó un grito lastimero y se desmayó. Yo había previsto este accidente por lo que toda mi atención estaba sobre ella, y tan pronto percibí su debilidad la sostuve en mis brazos y la hice sentar. Me había procurado todo lo necesario para asistirla por lo que pude prestarle de inmediato todas las atenciones que demandaba su situación. En apenas unos momentos volvió en sí. Le aconsejamos retirarse pero ella se negó. Se levantó, se acercó al ataúd y caminó alrededor de él en silencio, hizo una pausa y dejando caer sus manos entrelazadas, se quedó por algún tiempo inmóvil, mirando el inanimado semblante de su marido, regándolo con sus lágrimas. Salió de este estado musitando con voz ahogada por los sollozos: “¡Dios mío! ¡Oh, Dios mío! qué cambiado está!” Señalé a monsieur Cretu que era hora de irnos, pero sólo pudimos conseguir que la duquesa nos acompañase con la promesa de volverla a traer al día siguiente, promesa que no se iba a realizar. Cerré la puerta de inmediato y le ofrecí mi brazo a la señora Mariscala. Ella lo aceptó de buen grado y cuando habíamos salido ya del ayuntamiento quise despedirme de ella, pero me rogó subiese al coche y dio órdenes para que pasasen primero por mi casa. Durante este breve trayecto derramó un torrente de lágrimas, y cuando el coche se detuvo, me dijo con bondad inefable: “Nunca olvidaré, señor, el importante servicio que me habéis prestado’’.

El dolor seguía muy vivo.

Y precisamente por eso es particularmente deleznable esta zafia grosería que –sin pretenderlo, claro- le infligió el Emperador :

Mucho tiempo después de la visita a Estrasburgo, el Emperador y la Emperatriz María Luisa estaban visitando juntos la fábrica de porcelana manufacturada de Sevres. En su calidad de dama de honor la duquesa de Montebello acompañaba a la emperatriz. El Emperador, viendo un hermoso busto del mariscal Lannes en porcelana vidriada, rara vez ejecutado, se detuvo, y sin notar la palidez que se extendía sobre la faz de la duquesa, le preguntó si le gustaba el busto y si pensaba que el parecido era bueno. La viuda sintió que su herida volvía a abrirse. No pudo responder y cayó de nuevo en lágrimas. Pasaron varios días antes de que volviese a aparecer en la corte. Aparte de esta inesperada pregunta que había renovado su pena, la inconcebible

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ligereza manifestada por el Emperador que tan profundamente la había herido, hizo que sus amigos tuviesen todos los problemas del mundo para inducirla a reanudar su asistencia a la Emperatriz.

H.3. Honras fúnebres

H.3.1. El traslado del féretro: cronología

Imprescindible visitar la página de la Association pour la Conservation des Monuments Napolèoniens, cuya Gazette nº4 de Juin-Juillet 2010. vol. 12, está dedicada casi por entero al Marèchal Lannes.

Era una deuda que el Emperador tenía con sus dos héroes de Essling, el mariscal Lannes y el general Saint-Hilaire. Existe pormenorizada, que por su extraordinario detalle tiene un valor interesante de usos y costumbres342.

Nancy, 20 de mayo de 1810.

El 12 de este mes, dos carrozas fúnebres seguidas por cinco coches, destinados al traslado del cuerpo del mariscal Lannes, duque de Montebello, cruzarán la ciudad de Nancy. El séquito partirá el 22 de Estrasburgo y será acompañado por el Sr. coronel Dupuy, Monseñor Jeanson sacerdote nombrado por el Ministro de Cultos y una persona de la familla del mariscal. Llegará a Phalsbourg el 23 y permanecerá hasta el 24; el 25 a Sarrebourg, el 26 a Blamont, el 27 [se detendrá] en Lunéville, donde permanecerá 28 y 29. Llegará el 30 a Nancy y se quedará allí el 31 , 1 , 2 y 3 de junio. El 4 partirá para Toul, donde permanecerá, 5 y 6, y el 7 finalmente se tomará la carretera de Void. La composición del séquito está así establecida: primero, veinticinco hombres de caballería, segundo, el coche de la Iglesia; en tercer lugar el coche fúnebre con el cuerpo del Mariscal, cuarto, el coche con la persona de la familia del mariscal y el oficial de Estado Mayor, y finalmente un segundo destacamento de veinticinco jinetes.

En todas las ciudades y lugares por los que el séquito partiendo de Estrasburgo, deba pasar la noche o pararse en el amanecer, el cuerpo del mariscal será recibido y depositado en la iglesia principal y reconducido con las ceremonias religiosas y los honores militares que el lugar haya dispuesto. Un eclesiástico velará el cuerpo: una guardia de honor proporcionada por la guarnición, la policía o la Guardia Nacional, relevará el destacamento, ocupará los puntos adyacentes a la iglesia, y colocará centinelas.

342. ACMN, op. cit. pp. 15 y ss.]

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Estrasburgo, 22 de mayo de 1810.

En el día de hoy el cuerpo del mariscal Lannes, duque de Montebello, y del general Saint-Hilaire depositados el pasado verano en el sótano de nuestra casa comunitaria han sido trasladados con gran pompa desde el ayuntamiento a la catedral.

Todas las tropas de la guarnición estaban presentes. El obispo y todo el clero de la ciudad precedieron al séquito, que fue seguido por las autoridades civiles y militares. Los cuerpos fueron depositados en los dos carros fúnebres enviados desde París. Después del servicio solemne el séquito partió para la capital.

Nancy el 1 de junio de 1810.

El séquito fúnebre del mariscal duque de Montebello y del general Saint-Hilaire llegó a nuestra ciudad antes de ayer. El cortejo se dispuso en el orden siguiente:

• Un destacamento de Cazadores a Caballo seguían al primer coche ocupado por Monseñor Jeanson, capellán de los Inválidos en París, revestido con sobrepelliza y estola, teniendo ante él un cojín sobre el que se habían colocado las condecoraciones y el bastón de mariscal, todo cubierto con una corona de laurel.

• Detrás, el clero cantando el oficio de difuntos. Un grupo de tambores drapeados en negro, batiendo de intervalo en intervalo durante el recorrido fúnebre y el cuerpo de música de la guardia de honor de Nancy, ejecutando una pieza compuesta para la ceremonia.

• El segundo coche, ricamente cubierto de terciopelo negro tachonado de estrellas de plata, coronada por plumas blancas y negras, llevando el cuerpo del duque, en un ataúd de caoba, cubierto por el manto mortuorio, con veladuras de terciopelo y plata.

• El tercer coche drapeado en negro, adornado con flecos de plata, llevando los restos del general Saint-Hilaire.

• Inmediatamente detrás las autoridades en corporación. Seguían otros dos coches simplemente envueltos en negro, uno de los cuales era el del Señor de Crépy, pariente del mariscal.

• Los alumnos del Liceo en uniforme de gala precedían a un destacamento de dragones que cerraba la marcha.

El séquito fue recibido en la escalinata de la Catedral por el obispo de Nancy a la cabeza de su cabildo, todos revestidos con ornamentos de gran luto. Los cuerpos fueron colocados en el catafalco y se inició la ceremonia pontifical de entierro religioso. Mañana se celebrará un servicio solemne.

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Nancy, 5 de junio de 1810.

Ayer, temprano en la mañana, la campana fúnebre anunció la partida del séquito mortuorio del mariscal Lannes y del general Saint-Hilaire.

A las 8:30 se reunió en la iglesia catedral el cortejo que iba a acompañar a los coches, para celebrar una misa. Después del servicio, la guardia de honor llevó los ataúdes hasta los coches. El Sr. Obispo acompañó los restos fuera de la iglesia y los roció con agua bendita, tras lo cual los componentes de la comitiva tomaron el camino de la puerta de Toul, acompañando el clero cantando salmos. Cuando se llegó a la puerta de la ciudad, el cura titular de la parroquia de Notre-Dame, rodeado por el cabildo de la catedral, echó agua bendita por última vez. Una salva de artillería anunció la salida definitiva. La guardia de honor ofreció a la memoria del Mariscal una corona compuesta de ramas de ciprés en plata y las hojas de laurel en oro, que depositó sobre el paño mortuorio. La comitiva llegó ese mismo día a Toul, donde permaneció ese día y el siguiente.

Paris, 1 de julio de 1810.

Monseñor el abad Jeanson, capellán del Imperial Hotel de los Invalides, formando parte del cortejo del mariscal duque de Montebello, recibía en Meaux, por parte de la guardia de honor a pie y a caballo de la ciudad de Chàlons-sur-Marne, una siempreviva en oro, rodeada de una corona de laurel y coronada por una estrella también en oro, para ser depositada sobre el ataúd del ilustre guerrero. El Señor coronel Dupuy como comandante del séquito la ha colocado él mismo en el catafalco erigido en la catedral de Meaux. El cortejo estará en la Puerta de La Villette el lunes a las nueve de la mañana. Existe pormenorizada ordenanza de fecha 30 de junio concerniente a la actuación policial durante las honras fúnebres dedicadas al mariscal duque de Montebello, que demuestra lo adelantada que estaba en control vial la ciudad de París, pues los detalles podrían ser normativa perfectamente actual. Se detallan las disposiciones siguientes: Lunes próximo, 2 de julio, día en el que el cuerpo del duque de Montebello será conducido y expuesto bajo la cúpula del Hotel Imperial des Invalides. El público podrá acceder durante cuatro días, desde el mediodía hasta las cuatro. La circulación y estacionamiento de coches extraños a la ceremonia estará prohibido desde las once de la mañana hasta después del paso del cortejo en los siguientes lugares designados, a saber:

• La barrera de Saint-Denis, la calle del Faubourg Saint-Denis, los bulevares desde la Porte Saint-Denis hasta la calle de la Concorde, la plaza y puente de la Concorde, la Calle Bourgogne hasta la calle Varennes; ésta calle desde la de Borgoña, el boulevard des Invalides y la plaza Vauban.

• Está prohibido subir a los árboles de los bulevares.

• El próximo viernes, 6 de julio, día del aniversario de la batalla de Wagram, y en el que el cuerpo del duque de Montebello será transportado desde la iglesia del Hotel Imperial de los Inválidos al Panteón, ningún coche excepto los que formen parte del cortejo no podrán circular ni estacionarse hasta pasada la comitiva fúnebre, en los siguientes lugares, a saber.

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• La explanada de los Inválidos escalonados, la plaza de la Asamblea Legislativa, la calle Bourgogne, los muelles hasta Pont Saint-Michel, las calles Bouclerie y Saint-Séverin, y Saint-Jacques hasta el Panteón. Está prohibido atravesar la comitiva.

• El Arquitecto Comisario de obras viales hará quitar todos los depósitos de materiales que existen en las partes de la vía pública especificada en esta orden. Tenderetes y mercadillos serán eliminados. La calle será barrida y limpiada antes de las ocho de la mañana. El Inspector General del 4 º distrito de la policía general del Imperio, tomará todas las medidas no previstas por la presente Ordenanza.

París, 2 de julio de 1810.

El cuerpo del duque de Montebello y del general Saint-Hilaire llegaron hoy a París, a las once de la mañana. El Estado Mayor de la plaza se hallaba formado en la Puerta de La Villette para recibirlos. Los cuerpos eran custodiados por algunos hombres destacados de varios regimientos de dragones y cazadores a caballo. En el primer coche iba el abate Monseñor Jeanson, capellán del Hotel des Invalides, con sobrepelliza y estola. El cortejo siguió los bulevares hasta los Inválidos.

Una gran muchedumbre esperaba por todas partes el paso del séquito mortuorio, que, al mediodía llegó a los Invalides. Se permitió el acceso de la gente a la iglesia donde se habían depositado los cuerpos de ambos, el general Saint-Hilaire y el duque de Montebello. Este último se colocó cerca de la tumba de Turenne.

A lo largo de la mañana, se dijeron misas en el nuevo altar doble que se elevaba entre la iglesia y la cúpula. Cada cuarto de hora se escuchaba música fúnebre. Para evitar funestos accidentes a causa del fuego fueron colocadas bombas en diferentes partes de la iglesia. Un gallardete negro con marco blanco ondea desde hace dos días en lo alto de la flecha de la cúpula.

H.3.2. Las exequias

París, 7 de julio de 1810.

Las exequias del mariscal duque de Montebello se celebraron ayer conforme a las disposiciones programadas. Al mediodía, todas las autoridades civiles y militares se dieron cita en el Hotel de los Inválidos. El cuerpo fue transferido desde la cúpula a la iglesia, bajo un túmulo formado por una gran pirámide de Egipto, sostenida por un basamento abierto por cuatro grandes arcos cuyas arquivoltas estaban rodeadas por guirnaldas de laureles entrelazadas de ciprés. Los ángulos eran estatuas en actitud de dolor, representando la Fuerza, la Justicia, la Prudencia y la Templanza, virtudes características del héroe. El obelisco terminaba en una urna cineraria, rematada por una corona de fuego.

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En las caras del obelisco se colocaron las armas del duque y medallones que recordaban los acontecimientos más memorables de su vida, sostenidos por figuras en llanto. Bajo el obelisco fue colocado el sarcófago conteniendo el cuerpo del mariscal. En las esquinas se colocaron estelas sosteniendo trofeos compuestos por banderas arrebatadas al enemigo.

Se colocaron gran número de candelabros de plata en las terrazas del basamento.

El altar, restaurado en madera de roble donde estaba antes de la revolución, es doble y de doble tabernáculo, apareciendo en sus puertas las tablas de la ley. Está coronado por una gran cruz de la que se cuelga un sudario. En las esquinas del altar están las estatuas de San Luis y San Napoleón. Cuatro grandes candelabros fueron colocados sobre pedestales en las esquinas de las gradas, todo en oro. El pavimento del coro y el de la nave estaban cubiertos con un manto de luto. La silla del orador, drapeada en negro, adornado con el águila imperial, y donde el señor Raillon pronunciará el elogio fúnebre del mariscal, fue colocado a la izquierda, delante del catafalco.

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A la derecha había una silla de ébano adornado con las armas imperiales, abejas, estrellas, galones, flecos y otros adornos con revestimiento de plata. Estaba destinado a S. A S. el príncipe Archicanciller del Imperio, que presidiría la ceremonia. Se habían dispuesto gradas en las galerías laterales, en línea con las tribunas situadas debajo. Delante de estas gradas estaban los asientos y bancos para las autoridades civiles y militares, cardenales, arzobispos, obispos, etc.

Las armas, condecoraciones, el bastón y la corona de laurel del mariscal fueron colocados sobre el ataúd. Toda la nave y la parte baja de los pasillos laterales estaban cubiertas de negro con bordes blancos, y también las ventanas. Las armas, el bastón y las iniciales del mariscal aparecían alternadas sobre los crespones.

Tres hileras de luces enmarcaban esos crespones. El órgano estaba oculto por una cortina de gran tamaño, pero no interfería su sonido. Dieciocho lámparas sepulcrales de plata colgaban de cadenas también de plata, y terminaban en lanzas con guiones tomados al enemigo. Sobre los pilares de la nave se habían fijado trofeos de armas, compuestos por banderas tomadas en las diferentes acciones que habían jalonado la vida del mariscal. El peristilo del palacete situado a un lado de la plaza se había cubierto con un velo de luto con las armas del duque sostenidas por dos Triunfos con las palmas de la Victoria. En la parte inferior se leía: “Napoleón a la memoria del duque de Montebello, muerto gloriosamente en los campos de Essling, 31 de mayo de 1809”.

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La puerta de la iglesia en el patio Imperial estaba igualmente cubierta por velos de luto llevando el escudo de armas y las iniciales del mariscal.

El Conservatorio de la Música ejecutó una misa compuesta por fragmentos tales como el réquiem de Mozart, etcétera.

Después de la ceremonia el cuerpo fue llevado hasta la puerta de la iglesia y colocado en el carro fúnebre adornado con laureles y con cuatro haces de banderas arrebatadas al enemigo, y rindiendo, las tropas de su cuerpo de ejército. Fue precedido por un cortejo militar y religioso, y seguido por otro cortejo de duelo y de honores. El cortejo militar estaba compuesto por:

1º Destacamentos de todas las armas, de caballería ligera y de línea.

2º Infantería ligera y de línea.

3º Artillería a caballo y a pie, seguidos de cañones y servicios.

4º Zapadores y minadores, con dos furgones.

… todos precedidos por trompetas, tambores y bandas de guerra.

5º El estado mayor general, llevando a la cabeza a un mariscal del Imperio con mando en plaza.

El cortejo religioso estaba compuesto por niños y ancianos de los hospicios, clero de todas las parroquias y de la iglesia metropolitana de París con cruces, estandartes, cantores y música religiosa […] el carruaje llevando el cuerpo del mariscal seguía inmediatamente detrás. Los mariscales, duque de Conegliano, conde Serrurier, duque de Istria y príncipe de Eckmühl llevaban las borlas del palio. A ambos costados del carruaje, dos ayudas de campo del mariscal llevaban dos estandartes. Sobre el ataúd se habían fijado el bastón de mariscal y las condecoraciones del duque de Montebello. […] Llegados a la entrada de la iglesia subterránea de Santa Genoveva (Panteón), el cuerpo fue bajado a brazo por granaderos condecorados, y por heridos en las mismas batallas que el mariscal.

“El capellán de S.M. ha entregado el cuerpo al arcipreste. El mariscal príncipe de Eckmühl ha dirigido al duque de Montebello el pésame del ejército. El príncipe archicanciller ha depositado sobre el ataúd la medalla destinada a perpetuar la memoria de las honras fúnebres del guerrero que las ha recibido y de los servicios que le han sido reconocidos.

El cuerpo ha quedado depositado en una cámara particular –la XXII – a la espera de que le sea erigido un monumento.

Al pie de la tumba han quedado depositados el escudo y el casco del mariscal, símbolos del valor.

París, 14 de julio de 1810.

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Viendo el boato con el que el Emperador quiso honrar a su héroe, en el Hôtel de los Inválidos de Paris, el establecimiento concebido para albergar a los abandonados de la fortuna, después de haber dado todo por su Patria, era inevitable una reflexión sobre la similar dependencia de Madrid, a cuya Dirección General del Cuerpo y Cuartel de Inválidos, accedió también con todos los honores, otro héroe, el General PALAFOX, precisamente antagónico en su día de aquél, LANNES, unidos hoy por el cálido recuerdo de gestas pretéritas.

Exhumación y entrega de los restos del General Palafox a las autoridades zaragozanas, en Madrid,, Para su posterior traslado desde el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid a la capital aragonesa. 7/6/58 . Foto CIFRA GRÁFICA.

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I . CONCLUSIONES ... y algo más

Como dice la conocida galerista Josefina Saura (Barcelona, 1947), las obras presentan con frecuencia vida propia. Según van tomando forma, ellas solas evolucionan, destacando más unos aspectos y amortiguando otros. Ocurre a veces. En este caso, la búsqueda de información y su análisis fueron conformando un cuerpo de opinión diferente de lo que se esperaba.

La impresión generalizada de que los franceses esquilmaron el joyero del Pilar tras la capitulación, pareció casi de inmediato, desenfocada. Porque a pesar de la distancia en el tiempo y los muchos avatares, aún hoy quedan joyas en el tesoro de la Virgen que fueron testigos de los Sitios.

Podría parecer en cambio, que en Zaragoza hubo cierta moderación. Puesto que intervinieron tasadores ¿se pretendió quizá ajustar una cifra determinada? Había costumbre establecida de cobrar de los vencidos, las llamadas reparaciones de guerra. En cierto modo “legítimas”.

Así, primer interrogante: ¿Si el mariscal Lannes hubiese acabado llevando dicho montante a París para entregarlo al Emperador, ¿no sería entonces cumplir órdenes en cierto modo?

Segundo interrogante: ¿por qué se molestaron los franceses en llevarse, junto a joyas valoradas en 50.000 pesos (250.000 francos) otras valoradas en 60 pesos solamente? Sesenta pesos, trescientos francos. Y ese extraño millón –nada menos– supuestamente “equibocado”, ¿cómo pudo pasar desapercibido en contabilidades y pagadurías capaces de anotar que se han disparado sobre Zaragoza 32.700 balas de cañón y consumido 85.000 kilos de pólvora?

Porque en definitiva todo el asunto gravita sobre una “sólida” prueba, la escrupulosa y bienintencionada lista de la duquesa de Abrantes. Que ya hemos visto que adolece de líneas maestras muy desdibujadas, por decirlo de alguna manera.

¿Es posible que de los intendentes y pagadores del ejército francés, y los correspondientes en la municipalidad zaragozana, o en la Audiencia, o en la Hacienda del reino, nadie hiciese nunca un inventario, excepto los que –privadamente- elaboraba el Cabildo?

Hay más interrogantes: si todo el mundo sabía cómo se comportaban los franceses, ¿no se pudo prever seriamente la posibilidad de evacuación de las joyas? ¿Se evacuaron y entonces a los conquistadores sólo se les ofreció lo que se les quiso ofrecer?.¿Sólo existían en Zaragoza las joyas del tesoro de la Virgen? ¿Cómo consiguieron los principales de la ciudad, librarse de cualquier compromiso ante las esperables exigencias de

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los franceses? ¿Cómo es posible que en más de cuatro años de ocupación, y sobre todo cuando las cosas empezaron a ir mal para Bonaparte, en ningún momento las autoridades francesas volvieran a recurrir a ese “depósito bancario” que era el joyero de la Virgen?

Es difícil sustraerse a la tentación de afirmar que durante la ocupación francesa, incluidos los dos meses de la administración Lannes, hubo ley y orden en Zaragoza.

Cosa que no consiguieron ni Caulaincourt, ni Duhesme, ni Sebastiani, ni Dupont, ni Víctor … tampoco Lechi, Kellerman, Soult, Lahonssaie, cuyas infames comportamientos, de violencia inusitada –en lo económico hablamos, no en lo militar– no dejaron en algunas ciudades, Cuenca, Córdoba, Málaga… cajón por abrir ni puerta por reventar. Incluso el rey José I, a pesar de haberse quejado a su augusto hermano de estar rodeado de “capitanes de bandoleros”, se contagió finalmente del mismo mal.

Última pregunta: ¿cómo es que entonces el mariscal Lannes en concreto, ha sido puesto en el ojo del huracán, incluso en Francia?

Hemos dicho al principio que íbamos a construir un mosaico. Pues bien, acabado éste, no es fácil desprender conclusiones. Y sí algunas extrañezas. La primera, que aun los hechos más externos, no puedan sustraerse a ciertas dosis de subjetividad. Las restantes, los claroscuros.

¿Era el mariscal Lannes ese hombre impulsivo capaz subirse a un repecho y emprenderla a tiros con la trinchera de enfrente, sencillamente porque un “paco”, al ver los entorchados ha decidido hacer puntería?

¿Era el hombre iracundo que fulminó a reproches, incluso en presencia del Emperador, a aquel capitán de artillería porque -en Burgos- acarreó los proyectiles con algún retraso? O era el hombre sensible que reniega de Labédoyère por su bárbaro gesto de herir de muerte a un caballo que –asustado- se le encabrita.

¿Es Lannes el paciente “predicador”, que explica a sus soldados en emocionado arrobo, el cuadro de la pesca milagrosa con Cristo caminando sobe las aguas? “Así os pido yo confianza en mí, en pocos días tomaréis Zaragoza…” Le ayudó el tifus, porque en carta de 24 de enero escribe al Emperador, “estaremos aquí por lo menos dos meses más”. Fue apenas uno.

¿Pudo un hombre delicado y tierno, que pensaba continuamente en sus niños y que escribía casi cada día a su dulce esposa, enriquecerse pisoteando derechos y robando haciendas? Mi querido papaíto le escribe su hijo mayor el 12 de febrero a la trinchera frente a Zaragoza…

La maravillosa prueba de amor de su esposa Louise, queriendo ver por última vez aquella siniestra sombra embalsamada ¿no parece sugerir que era en efecto un Aquiles, generoso, delicado y amante, antes que un depredador sin escrúpulos?

¿Si fue por amor, por lo que aceptó aquel clavel –si es que lo aceptó- del tesoro del Pilar para llevarlo a Lectoure al regreso a su hogar, debe caerle por ello el baldón de ser el expoliador de Zaragoza?

¿Fue fiel a sus ideales revolucionarios, este hombre que se negó a ir a la coronación de su Emperador porque no quería participar en una ceremonia religiosa -no creía en absoluto en valores espirituales- y sin embargo bautiza a sus hijos?

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Quizá el interrogante más lúcido se lo haya planteado su estudioso paisano lectourois, Georges Courtez, que ha decidido unir el análisis de ambos ilustres hermanos: el mayor, Bernard Lannes, sacerdote que llegó a ser una autoridad eclesiástica en tiempos del Imperio, aceptando ser un infamante sermant, a cambio de gloria mundana y que luego, arrepentido –e infeliz– pidió y le fue negado, reincorporarse a la vida pastoral de almas.

Y el segundo, el glorioso soldado, del que prescinde de si se apropió o no de algo, pues estima que era práctica común en los generales, sino si sucumbió a la tentación del dinero, es decir si renegó de los ideales revolucionarios que tan ardientemente defendió en su juventud, cuestión mucho más profunda, porque lo pondría en riesgo de infamia en cuanto a sus principios, similar entonces a la de su hermano.

Interesante reflexión. Para la que Courtez no tiene respuesta.

Quizá convenga pues terminar con un alegato:

¿Del cargo de expoliador interesado, rapaz, mirando su propio provecho y bolsillo, de las joyas del Tesoro de Nuestra Señora del Pilar?

Inocente.

¿Del cargo de conducta impropia de un caballero –Mortier lo fue- por haberse atrevido a aceptar joyas de un símbolo espiritual tan querido por unos habitantes que le habían combatido con heroísmo y fiereza, cualidades que él sabía apreciar?

Culpable.

¿Del cargo de ser absolutamente leal a Napoleón, al que dedicó toda su vida –la generación perdida de Rújula– capaz de anteponer los intereses de aquél a cualquier otro, generoso en sangre y valor, y como consecuencia capaz de recibir tres heridas en un mismo día por su Emperador?

Muy culpable.

¿Merecedor entonces de que en su brillante hoja de servicios, en la que destaca con luz propia la conquista de aquella Zaragoza, rebelde y obstinada, se añada para siempre la tacha de haber mirado en la dirección de un brillo mundano, tal vez por amor?

Quizá sí. Pero quizá no.

Lo dijimos en el Preámbulo “que era intención”: La única respuesta cierta será la duda.

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Terminóse de imprimir este libro el día 1 de Noviembre de 2013, festividad de Todos los Santos, de cálido recuerdo. En 1808, tal día llovió muy copioso, y se cumplían 33 años del grande terremoto que sucedió en España en 1775.

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