A tropezones con la edad
En estos
últimos dos
años he
tropezado con
mi edad y casi
me he caído
Testigo
inmejorable ha
sido mi nieta
española, que en
el último verano
se notó
indiferente y
despectiva
conmigo.
Como tenía
apenas tres
años, le
pregunté
derechamente
por qué no me
quería.
Olvidando todas
nuestras antigua
complicidades,
ella, con el más
castizo de sus
tonos, me dijo:
“Porque eres
vieja”.
Otro duro
despertar me lo
dio un
distinguido
psicólogo a quién
consulté para
acabar con mis
inseguridades.
Ella me dijo: “Creo
que debería usar
bastón”. Si considero
que en 2007 me caí
solo una vez, me
pareció casi insolente
su sugerencia. Por
supuesto no volví a
consultarla.
En una tienda de ropa en donde suelo comprar, una dependiente le gritó de un extremo a otro a una colega : “A la abuelita la estoy atendiendo yo”.
He perdido ya la calidad de “señora”, “compradora” o “doctora” que tenía cuando estaba viva.
Ahora ya me siento
casi fenecida para los
roles de persona
ciudadana del mundo.
Para colmo, me he
vuelto lenta y debo
ponerme anteojos para
leer o escribir. Todos
son más ágiles que yo.
Pero lo peor me
sucedió hace algunos
días, al hacerme mi
control anual y
tomarme la muestra
para el Papanicolau.
La ginecóloga,
amablemente, me
dijo: “¿Usted
ya no tiene
vida sexual, no
es cierto?”.
No voy a contar mi respuesta, pero
considero que la pregunta es como
para certificar el fin absoluto de
la vida en pareja.
Con todas estas
informaciones que me
llegan del exterior, mi
“yo” mujer se siente
acorralado y considero
que con razón, entonces,
las abuelas les sales
bigotes y deciden
encerrarse
metafóricamente en el
último patio.
Mi excelente marido,
que es mi moderador
habitual, me explica
que no hay nada de
ofensivo en las
situaciones anteriores
y que él ni se altera
cuando lo tratan de
viejo, repetido o
exponente del pasado.
Que lo toma como algo
natural y que a todos
les pasa.
• Me convence solo
a medias, porque
esta sociedad
sigue siendo
machista y a los
hombres los
valoran más.
La vida me enseña que
después de caer corresponde
levantarse y, aunque me
demore en hacerlo, lo haré y
esperaré la primavera.
María Elena Frías
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