2. 2 2 INDICE I La carta II El mensajero IIILa entrevista
IVPadre e hijo V Crpoli, Cropole un notable pintor desconocido VIEl
desconocido VIIParry VIII.Como era su Majestad Luis XIV a los
veintids aos. IXEl desconocido de la hostera Los Mdicis revela su
incgnito X Las cuentas de Mazarino XILa poltica del seor Mazarino
XIIEl rey y el teniente XIIIMara Mancini XIVSu Majestad y el
teniente patentizan su respectiva memoria XVEl proscrito XVI
Remember! XVIIBscase a Aramis y slo se encuentra a Bazin
XVIIIArtagnan busca a Porthos y slo halla a Mosquetn. XIXReltase lo
que Artagnan iba a realizar en Pars XXSe forma sociedad en El Piln
de Oro, para explicar la idea del seor Artagnan XXIPreprase
Artagnan a viajar por cuenta de la casa Planchet y Compaa XXIILos
soldados de Artagnan XXIIIDonde el autor se ve obligado, aunque a
pesar suyo, a hacer un poco de historia XXIVUn tesoro XXVEl pantano
XXVICorazn y cabeza XXVIIE1 da siguiente por la maana XXVIIIEl
contrabando XXIXArtagnan teme haber puesta su dinero y el de
Planchet en negocio ruinoso XXXLas acciones de la sociedad Planchey
Compaa pnense a la par XXXIEl golpe de Monk XXXIIAthos y Artagnan
vulvense a encontrar en la hostera El Cuerno de Ciervo
XXXXIAudiencia XXXIV Qu hacer con tanto capital? XXXVEn el canal
XXXVIArtagnan saca, como hubiera hecho un hada, una casa de recreo
de un cajn de pino, como por encanto XXXVIIArtagnan arregla el
pasivo de la sociedad antes que su activo XXXVIIIDonde se ve cmo el
abacero francs se haba ya rehabilitado con el siglo XXXIXE1 juego
de Mazarino XLAsunto de Estado XLIEl relato XLIIMazarino se hace
prdigo XLIIIGunaud
3. 3 3 XLIVColbert XLVConfesin de un hombre honrado XLVILa
donacin XLVIIDe cmo Ana de Austria dio un consejo a Luis XIV, y el
seor Fouquet le dio otro XLVIIIAgona XLIXPrimera aparicin de
Colbert LPrimer da del reinado de Luis XIV LIUna pasin LIILa leccin
de Artagnan LIIIE1 rey LIVLas casas de Fouquet LVEl abate Fouquet
LVILa galera de Saint-Mand LVIILos epicreos LVMQuince minutos de
retraso LIXPlan de batalla LXLa taberna La Imagen de Nuestra Seora
LXI Viva Colbert! LXIIDe qu modo el diamante del seor de Eymeris
fue a parar a manos de Artagnan LXIIIDe la notable diferencia que
encontr Artagnan entre el seor intendente y monseor el
superintendente. LXIVFilosofa del corazn y de la cabeza LXVEl viaje
LXVIArtagnan entabla relacin con un poeta que se hizo tipgrafo para
que sus ver- sos fuesen impresos LXVIIArtagnan contina sus
investigaciones LXVIIIDonde seguramente se sorprender el lector
como se sorprendi Artagnan, al encontrarse con un antiguo conocido
LXIXDonde las ideas de Artagnan, confusas al principio, empiezan a
aclararse algn tanto LXXProcesin en Vannes LXXISu Ilustrsima el
obispo de Vannes LXXILPorthos comienza a enojarse por haber ido con
Artagnan LXXIIIDonde Artagnan corre, Porthos ronca y Aramis
aconseja LXXIVDonde el seor Fouquet obra LXXVArtagnan le echa al
fin man a su despacho de capitn LXXVIEl enamorado y la amada
LXXVIIDonde reaparece por fin la verdadera herona de este relato
LXXVIIIMalicorne y Manicamp LXXIXManicamp y Malicorne LXXXEl patio
del palacio Grammont LXXXL El retrato de Madame LXXXIIEn el Havre
LXXXIIIEn el mar LXXXIVLas tiendas LXXXVLa noche LXXXVIDel Havre a
Pars LXXXVIILo que el caballero de Lorena pensaba de Madame.
LXXXVIIISorpresa de la seorita de Montalais
4. 4 4 LXXXIXl consentimiento de Athos XCEl duque de Buckingham
inspira celos a Monsieur. XCIFor ever! XCIIDonde Su Majestad Luis
XIV no encuentra a la seorita de la Vallire ni bas tante rica, ni
bastante bonita para un gentilhombre de la categora de Ral.
XCIIIMultitud de estocadas en el vaco XCIVBaisemeaux de Montlezun
XCVEl juego del rey XCVILas cuentas del seor Baisemeaux de
Montlezun XCVII El almuerzo del seor Baisemeaux XCVIIIEl segundo de
la Bertaudire XCIXLas dos amigas CLa plata labrada de la seora de
Bellire CILa dote CIIEl terreno de Dios CIIITriple amor CIVLos
celos del seor de Lorena CVMonsieur est celoso de Guiche CVIEl
mediador CVIILos consejeros CVIIIFontainebleau CIXEl bao CXLa caza
de las mariposas CXILo que se coge persiguiendo mariposas CXIIEl
baile de las estaciones CXIIILas ninfas del parque de Fontainebleau
CXIVLo que se deca bajo la encina real CXVLa.ansiedad del rey
CXVIEl secreto del rey CXVIICorreras de noche CXVIIIDonde Madame
adquiere la prueba de que escuchando se puede or lo que se dice
CXIXLa correspondencia de Aramis CXXFuncionario de orden
CXXIFontainebleau a las dos de la maana CXXIIEl laberinto CXXIIIDe
qu modo fue desalojado Malicorne de la hostera El hermoso pavo real
CXXIVLo que realmente sucedi en la hostera El hermoso pavo real
CXXVUn Jesuita del ao onceno CXXVISecreto de Estado CXXVIILa misin
CXXVIIIDichoso como un prncipe CXXIXHistoria de una drada y de
cierta nyade CXXX Termina la historia de una drada y de cierta
nyade. CXXXIPsicologa real CXXXII Lo que no previeron nyade ni
drada CAPTULO I
5. 5 5 LA CARTA En el mes de mayo del ao 1660, a las nueve de
la maana, cuando el sol ya bastante alto empezaba a secar el roco
en el antiguo castillo de Blois, una cabalgata compuesta de tres
hombres y tres pajes entr por l puente de la ciudad, sin causar ms
efecto que un movimiento de manos a la cabeza para saludar, y otro
de lenguas para expresar esta idea en francs correcto. Aqu est
Monsieur, que vuelve de la caza. Y a esto se redujo todo. Sin
embargo, mientras los caballos suban por la spera cuesta que desde
el: ro condu- ce al castillo varios hombres del pueblo se acercaron
hombres ltimo caballo, que llevaba pendientes del arzn de la silla
diversas aves cogidas del pico. A su vista, los curiosos
manifestaron con ruda franqueza, su desdn por tan insignifi- cante
caza, y despus de perorar sobre las desventajas de la caza de
volatera, volvieron a sus tareas. Solamente uno de estos, curiosos,
obeso y mofletudo, adolescente y de buen humor, pregunt por qu
Monsieur, que poda divertirse tanto, gracias a sus pinges ren- tas,
conformbase con tan msero pasatiempo. No sabes le dijeron que la
principal diversin de Monsieur es aburrirse? El alegre joven se
encogi de hombros, como diciendo: Entonces, ms quiero ser Jua- nn
que prncipe. Y volvieron a su trabajo. Mientras tanto, prosegua,
Monsieur su marcha, con aire tan melanclico. y tan majes- tuoso a
la vez, que, ciertamente, hubiera causado la admiracin de los que
le vieran, si le viera alguien; mas los habitantes de Blois no
perdonaban a Monsieur que hubiera elegido esta ciudad tan alegre
para fastidiarse a sus anchas, y siempre que vean al augusto abu-
rrido, esquivaban su vista, o metan la cabeza en el interior de sus
aposentos, como, para substraerse a la influencia de su largo y
plido rostro, de sus ojos adormecidos y de su lnguido cuerpo. De
modo, que el digno prncipe estaba casi seguro de encontrar de-
siertas las calles por donde pasaba. Esto era una irreverencia muy
censurable por parte de los habitantes de Blois, porque Monsieur
era, despus del rey, y aun tal vez antes del rey, el ms alto seor
del reino. En efecto, Dios, que haba concedido a Luis XIV, reinante
a la sazn, la ventura de ser hijo de Luis XIII haba otorgado a
Monsieur el honor de ser hijo de Enrique IV. No era, por tanto, o
al menos no deba ser motivo sino de orgullo, para, la ciudad de
Blois, esta prefe- rencia dada por Gastn de Orlens, que tena su
corte en el antiguo castillo de los Esta- dos. Pero estaba escrito,
en el destino de este gran prncipe, no excitar ms que mediana-
mente, en todas partes donde se hallaba, la atencin y la admiracin
del pueblo: Monsieur haba tomado el partido de acostumbrarse a
ello. Quiz esto era lo que le daba su aspecto de tranquilo
aburrimiento. Monsieur haba es- tado muy ocupado en su vida.
Imposible es hacer cortar la cabeza a una docena de sus mejores
amigos, sin que esto haga algn ruido, y como desde el advenimiento
de Mazari- no no se haba cortado la cabeza a nadie; Monsieur no
tena qu hacer y se fastidiaba.
6. 6 6 Era, pues, muy melanclica la vida del pobre prncipe;
despus de su cacera matutina en las orillas del Beuvron, o en los
bosques de Cheverny, Monsieur pasaba el Loira, iba desayunarse a
Chambord, con apetito o sin l, y la ciudad de Blois no volva a
hablar hasta da cacera prxima de su soberano, seor y dueo. Esto era
el aburrimiento extramuros; en cuanto al fastidio interior, daremos
una ligera idea de l al lector, si quiere seguir con nosotros la
cabalgata y subir hasta el suntuoso prtico del castillo de los
Estados. Monsieur montaba un caballo de poca alzada, enjaezado con
ancha silla de terciopelo rojo de Flandes y estribos en forma de
borcegues; el jubn de Monsieur, hecho de ter- ciopelo carmes, y la
capa, que era del mismo color, confundanse con el jaez del caballo;
y solamente por este conjunto rojizo era por lo que poda conocerse
al prncipe entre sus dos compaeros, vestidos uno de color violeta y
otro de verde. El de la izquierda era el escudero; el da la
derecha, el montero mayor. Uno de los pajes llevaba dos gerifaltes
sobre una percha y el otro una corneta, en la que soplaba con
flojedad a veinte pasos del castillo. Todo lo que rodeaba a este
prncipe pere- zoso haca con pureza lo que l hubiera hecho del mismo
modo. A esta seal, ocho guardias que paseaban al sol en el patio,
corrieron a tomar sus ala- bardas, y Monsieur hizo su entrada en el
castillo. Cuando desapareci, a travs de las profundidades del
prtico, algunos pilluelos que haban subido al castillo detrs de la
cabalgata, mostrndose mutuamente las aves ca- zadas; se
dispersaron, comentando lo que acababan de ver; luego que
desaparecieron, la calle, la plaza y el patio quedaron desiertos.
Monsieur se ape del caballo sin pronunciar palabra; pas a su
habitacin, donde le mud de vestido su ayuda de cmara, y como Madame
no hubiese todava enviado .a tomar las rdenes para el desayuno.
Monsieur se tendi sobre una poltrona, y se durmi de tan buena gana
como si hubieran sido las once de la noche. Los ocho guardias, que
comprendieron estaba terminado su servicio por el resto del da, se
acostaron al sol sobre sus bancos de piedra, los palafreneros
desaparecieron con sus caballos en las cuadras, y a excepcin de
algunos pjaros, que se picoteaban unos a otros con chillidos agudos
en la espesura de las alheles, hubirase dicho que todos dorman en
el castillo del mismo modo que Monsieur. De pronto, en medio de
este silencio tan dulce, reson una risotada nerviosa que hizo abrir
un ojo a algunos de los alabarderos que hacan la siesta. Esta
carcajada sala de la ventana del castillo, visitada en aquel
instante por el sol, que 1a conglobaba en uno de esos grandes
ngulos que dibujaban mirando al medioda, sobre los patios, los
perfiles de las chimeneas. El balconcillo de hierro cincelado, que
sobresala ms all de esta ventana, estaba ador- nado con un tiesto
de flores rojas, otro de primaveras, y un rosal, cuyo follaje, de
un ver- de encantador, estaba salpicado de capullos rojos,
precursores de rosas. En la habitacin a que daba luz esta ventana,
distinguase una mesa cuadrada, revestida de antigua tapicera con
muchas flores de Harlem; sobre esta mesa haba una redomita de
piedra, en la cual estaban sumergidos algunas lirios; y, a cada
extremo de dicha mesa, una joven. La actitud de estas dos jvenes
era particular; se las hubiera tomado par dos pensionis- tas
escapadas del convento. Una de ellas, con los codos apoyados en la
mesa y una pluma
7. 7 7 en la mano, trazaba caracteres sobre una hoja de papel
de Holanda; la otra, arrodillada so- bre una silla, lo que le
permita adelantar la cabeza y el busto por encima del espaldar
hasta la mitad de la mesa, miraba a su compaera cmo vacilaba al
escribir. De aqu pro- venan los gritos y las risas, uno de las
cuales, ms ruidosa que las otras, haba espantado a los pjaros que
saltaban en los aleles y turbado el sueo de los guardias de
Monsieur. La que iba apoyada sobre la silla, la ms ruidosa, la ms
risuea; era una linda mucha- cha de diecinueve a veinte aos,
morena, de cabellos negros y ojos encantadores, que ardan baja unas
cejas vigorosamente trazadas, con unas dientes que resplandecan
como perlas entre labios de coral. Todos sus movimientos parecan el
resultado de un gesto; su vida no era vivir, sino sal- tar. La
otra, la que escriba, miraba a su bulliciosa compaera con ojos
azules y lmpidas como el cielo de aquel da. Sus cabellos, de un
rubio ceniciento, peinados con delicado gusto, caan en trenzas
sedosas sobre sus nacaradas mejillas; posaba sobre el papel una
mano delicada, pero cuya delgadez denunciaba su juventud. A cada,
risotada de su amiga, alzaba como despechada sus blancos hombros,
de una forma potica y suave, mas a los cuales faltaba esa elegancia
de vigor y de modelo que tambin se deseaba ver en sus bra- zos y
manos. Montalais! Montalais! exclam por fin con voz dulce y cariosa
como un cntico Res demasiado fuerte, como un hombre, y no solamente
os notarn los seores guar- dias, sino que tampoco oiris la
campanilla de Madame, cuando llame. La joven, llamada Montalais, no
ces de rer ni de gesticular por esta amonestacin, y contest: No
decs lo que pensis, querida Luisa; sabis que los seores guardias,
cmo vos los llamis; empiezas ahora su sueo, y que ni un can los
despertara; sabis tambin que la campanilla, de Madame se oye desde
el puente de Blois, y que, por consiguiente, la oir cuando mi
obligacin me llame a su cuarto. Lo que os molesta, hija ma, es que
yo me ra cuando escribs; lo que temis es que la seora de
Saint-Remy, vuestra madre, suba aqu, como hace a veces cuando remos
estrepitosamente; que nos sorprenda, y que vea esa enorme hoja de
papel, en la cual, despus de un cuarto de hora, no habis trazado ms
que estas palabras: Caballero Ral. Tenis razn, amada Luisa, porque
despus de esas palabras, caballero Ral, se pueden poner tantas
otras, tan significativas y tan incendiarias, que la seera de
Saint-Remy, vuestra madre, tendra derecho para arrojar fuego y
llamas. Eh! No es esto? Hablad! Y Mantalais, aument sus risas y
provocaciones turbulentas. La joven rubia se enfureci de repente;
desgarr el papel en que estaban escritas las pa- labras Caballero
Ral con hermosa letra, y, arrugndolo entre sus nerviosos dedos lo
arroj por .la ventana. Hola, hola! dijo la seorita de Montalais.
Cmo se enoja nuestro corderito, nuestro nio Jess, nuestra
paloma!... No tengis miedo, Luisa; la seora de Saint-Remy no vendr,
y si viniera, ya sabis que tengo el odo muy fino. Adems, qu cosa ms
na- tural que escribir a un antiguo amigo que data de doce aos,
sobre todo, cuando se em- pieza la carta con las palabras Caballero
Ral? Est bien, no le escribir dijo joven.
8. 8 8 Ah!... Ya est Montalais bien castigada! exclam, sin
dejar de rer, la morenita bur- lona.. Vamos, vamos, otro pliego de
papel, y concluiremos pronto nuestra correspon- dencia. Bien! Ahora
s que suena la campanilla! Tanto peor! Madame pasar la maana sin su
primera camarista. En efecto, la campanilla; anunciaba que Madame
haba concluido su tocado y esperaba a Monsieur, que le daba la mano
en el saln para pasar al comedor. Hecha esta formalidad con grande
ceremonia, los dos esposos almorzaban y se separa- ban hasta la
hora de comer, fijada invariablemente a las dos de la tarde. El
sonido de la campanilla hizo abrir en la repostera, a la izquierda
del patio, una puer- ta por la cual desfilaron dos maestresalas,
seguidos de ocho marmitones con una parihue- la cargada de manjares
cubierta con tapaderas de plata. Uno de estos maestresalas, el que
pareca el primero en ttulo, toc en silencio con su varita a uno de
los guardias que roncaba sobre un banco, y llev su bondad al
extremo de poner en manos de aquel hombre, muerto de sueo, la
alabarda que estaba arrimada a la pared y a su lado; despus de lo
cual, el soldado, sin preguntar una palabra, escolt hacia el
comedor la comida de Monsieur, precedida de un paje y los dos
maestresalas. Por todas partes por donde pasaba la comida de
Monsieur, precedida de un paje y los dos maestresalas. Por todas
partes por donde pasaba la comida, los guardias acompabanla con sus
ar- mas. La seorita de Montalais y su amiga haban seguido con la
vista, desde su ventana, el pormenor de este ceremonial, al cual,
sin embargo, deban estar habituadas, pero miraban con cierta
curiosidad para asegurarse de que no seran molestadas. As es que,
cuando pasaron marmitones, guardias, pajes y maestresalas,
volvieron a su mesa, y el sol que antes ilumin un instante sus
rostros encantadores, ahora slo alumbraba los lirios, las
primaveras y el rosal. Bah! dijo Montalais, ocupando su asiento.
Madame almorzar bien sin m. Oh! Seris castigada; Montalais contest
la otra joven sentndose muy despacio. Castigada? Ah! S, es decir,
privada del paseo. Eso es lo que yo deseo, ser casti- gada! Salir
en el gran coche colgada a una portezuela; volver a la izquierda,
torcer a la derecha por caminos cubiertos de surcos, por donde se
adelanta una legua en dos horas, y despus, volver derecho por el
ala del castillo donde est la ventana de Mara de Mdicis, para que
Madame diga como acostumbra: .Quin creyera que por ese sitio se
salv la reina Maria! Cuarenta y siete pies de altura! La madre de
dos prncipes y de tres Prince- sas! Si esto es una diversin, Luisa,
deseo ser castigada todos los das, sobre todo si mi castigo
consiste en quedarme con vos y escribir cartas tan interesantes
como las que es- cribimos. Montalais! Montalais! Hay deberes que es
menester cumplir. De esto podis hablar muy cmodamente, querida,
vos, a quien dejan libre. Vos sois la nica que recoge todas las
ventajas, sin tener ninguna obligacin; vos, que sois ms dama de
honor de Madame que yo misma, porque pone de rechazo en vos todos
sus afec- tos; de modo que entris en esta triste casa, como los
pjaros en este patio, respirando el aire, jugueteando con las
flores y picoteando los granos sin tener que hacer el menor ser-
vicio, ni sufrir el menor aburrimiento. Y sois vos quien me habla
de deberes! En verdad,
9. 9 9 bella perezosa, cules son vuestros deberes sino escribir
a ese hermoso Ral? Y como no le escribs, resulta; segn creo, que
tambin vos abandonis un poco vuestras obliga- ciones. Luisa asumi
grave aspecto, apoy la barba en una mano, y, con aire ingenuo:
Echadme en cara mi bienestar! exclam. Vos tenis un porvenir; sois
de la Corte, y si el rey se casa llamar a su lado a Monsieur. Veris
esplndidas fiestas, y tambin al rey, que, segn dicen, es tan
hermoso! Y, adems, ver a Ral, que est al lado del prncipe repuso
con malignidad Man- talais; Pobre Ral! dijo Luisa suspirando. ste
es el momento de escribirle, querida ma: vamos, volvamos a comenzar
ese fa- moso Caballero Ral que estaba al principio del papel
desgarrado. Entonces le entreg la pluma, y, con una deliciosa
sonrisa, dio valor a su mano, que tra- z vivamente las palabras
indicadas. Y ahora? dijo Luisa. Ahora, escribid lo que pensis
respondi Montalais. Estis cierta de que yo pienso algo? En alguno
pensis. Eso creis, Montalais? Luisa, Luisa, vuestros ojos azules
son profundos como el mar que vi en Boulogne el ao pasado. No, me
engao, el mar es prfido; vuestros ojos son profundos como el azul
que vemos all arriba, sobre nuestras cabezas. Pues bien, una vez
que tan claro leis en mis ojos, decidme lo que pienso. En primer
lugar, no pensis en el caballero Ral, sino en mi querido Ral. Oh!
No os ruboricis por tan poca cosa. Mi querido Ral, decimos, me
rogis que os es- criba a Pars; donde os retiene el servicio del
prncipe. Como es preciso que os aburris ah para buscar
distracciones con el recuerdo de una provinciana... Luisa se levant
de repente. No, Montalais replic sonrindose, no; no pienso ni una
palabra de todo eso. Mirad, esto es lo que pienso. Tom
atrevidamente la pluma, y traz con pulso firme las palabras
siguientes: Habra sido muy desgraciada, si vuestras obstinadas
instancias para lograr de mi un recuerdo, hubiesen sido menos
vivas. Todo me habla aqu de nuestros primeros aos, tan dulce como
rpidamente transcurridos, que nunca reemplazarn otros su encanto en
mi corazn. Montalais, que minaba correr la pluma y que lea,
mientras que su amiga iba escribien- do, la interrumpi palmoteando:
Sea enhorabuena! dijo. Aqu s que hay sinceridad, corazn, estilo;
demostrad a esos parisienses, querida ma, que Blois es la ciudad
donde mejor se habla:
10. 10 10 Sabe que Blois ha sido para m el cielo. Eso es lo que
yo quera decir, y que hablis como un ngel. Termino, Montalais. Y la
joven continu en efecto: Decs que pensis en m caballero Ral; os doy
las gracias; mas esto no puede sor- prenderme, pues s muy bien
cuntas veces han latido juntos nuestros corazones. Oh! exclam
Mantalais . Tened cuidado, corderita ma, mirad que hay lobos all.
Iba a contestar Luisa cuando reson el galope de un caballo bajo el
prtico del castillo. Qu sucede? dijo Montalais acercndose a la
ventana. Un hermoso caballero, a fe! Oh Ral! murmur Luisa, que haba
hecho el mismo movimiento que su amiga, y que, ponindose plida, cay
palpitante cerca de la carta sin terminar. ste s que es un amante
listo! exclam Montalais . Y que llega a tiempo. Retiraos, os lo
ruego murmur Luisa. Bah! Si no me conoce! Permitidme saber lo que
le trae aqu. II EL MENSAJERO Tena razn la seorita de Montalais: el
caballero mereca llamar la atencin. Joven, de unos veinticuatro aos
y de hermosa estatura, llevaba con delgada, gracia el traje militar
de la poca. Sus largas botas encerraban un pie que no hubiera
desdeado la seorita de Montalais, si se hubiese transformado en
hombre. Con una de sus manos, de- licadas y nerviosas, detuvo su
caballo en medio del patio, y con la otra alz el sombrero de largas
plumas que sombreaban su fisonoma, grave y sincera a la vez. Al
ruido del caballo despertaron los guardias y pusironse en pie. El
joven dej que uno de ellos se aproximara hasta el arzn de la silla,
e inclinndose hacia l dijo con voz cla- ra, que fue oda
perfectamente desde la ventana en que se recataban ambas jvenes: Un
mensaje para Su Alteza Real. Ah! Ah! exclam el guardia . Oficial,
un mensajero! Pero este excelente sol- dado saba muy bien que no
parecera ningn oficial, porque el nico que poda aparecer permaneca
en lo ltimo del castillo, en una habitacin pequea que daba a los
jardines. As es que se apresur a aadir: Caballero, el oficial est
de ronda; pero en su ausencia debe avisarse al seor de Saint-Remy,
mayordomo del Palacio. El seor de Saint-Remy! repiti el caballero
ruborizndose. Le conocis? Oh! S Os ruego le avisis al punto, para
que mi visita sea anunciada lo ms pronto posible a Su Alteza.
11. 11 11 Parece que el asunto es urgente dijo el guardia como
si hablase consigo mismo, pero en realidad con la esperanza de
obtener una contestacin. El mensajero hizo un signo afirmativo de
cabeza. Entonces aadi el guardia, yo mismo voy a buscar al
mayordomo de Palacio. El joven, entretanto, ech pie a tierra, y
mientras los otros soldados advertan todos los movimientos del
caballo del mensajero, el guardia: volvi atrs diciendo: Dispensad,
caballero, mas decidme vuestro nombre, si gustis: Vizconde de
Bragelonne, de parte de Su Alteza el seor prncipe de Cond. El
soldado hizo un reverente saludo, y, como si el nombre del vencedor
de Rocroy y de Lens le hubiese dado alas, subi ligero la calera
para penetrar en las antecmaras. No haba tenido tiempo siquiera el
seor de Bragelanne de atar su caballo a los barrotes de hierro de
la escalinata, cuando lleg desalentado el seor de Saint-Remy,
sosteniendo su abultado vientre con una de sus manos, mientras que
con la otra henda el aire, como un pescador las olas con su remo.
Ah, seor vizconde; vos en Blois! murmur. Esto es una maravilla!
Buenos d- as, caballero Ral, buenos das! Mil respetos, seor de
Saint-Remy. La seora de La Vallire, quiero decir que la seora de
Saint-Remy va a tener un gran placer en veros. Pero venid, Su
Alteza Real est almorzando. Hemos de interrum- pirle? Es grave el
asunto? S y no, seor de Saint-Remy. Con todo, un momento de
tardanza podra producir al- guna desazn a Su Alteza Real. Si es as,
quebrantemos la consigna, seor vizconde. Venid; Monsieur est hay de
un humor delicioso. Adems, nos daris noticias, no es cierto?
Grandes, seor de Saint-Remy. Y buenas; presumo? ptimas! Pues
entonces, venid pronto, muy pronto exclam el buen hombre que se
arreglaba caminando. Ral siguile, sombrero en mano; algo asustado
del ruido solemne que hacan las es- puelas sobre el tillado de las
inmensas salas: En el momento de desaparecer en el interior del
palacio, volvi a orse en la ventana del patio un cuchicheo animado
que demostraba la emocin de las jvenes; pronto debieron tomar
alguna resolucin, porque una de las dos cabezas desapareci: la del
pelo negro; la otra permaneci detrs del balcn oculta entre las
flores y mirando con atencin, por los recortes de las ramas la
escalinata por la que el seor de Bragelonne hizo su entrada en el
palacio. Mientras tanto prosegua su camino el objeto de tanta
curiosidad, siguiendo las huellas del mayordomo de Palacio. El
rumor de pasos acelerados, el olor de vinos y viandas, y el ruido
de cristales y de vajilla le dieron a entender que llegaba al fin
de su carrera. Pajes, criados y ofciales, reunidos en la sala que
preceda al comedor, acogieron al re- cin llegado con la proverbial
cortesa de este pas; algunos conocan a Ral, y casi todos
12. 12 12 saban que llegaba de Pars. Podra decirse que su
entrada suspendi por un instante el servicio. El hecho es, que un
paje que echaba de beber a Su Alteza, al or las espuelas en la c-
mara vecina, se volvi como un nio, sin notar que continuaba
vertiendo, no en el vaso del prncipe, sino en los manteles. Madame,
que no estaba preocupada como su glorioso marido, not la distraccin
del paje. Muy bien! dijo ella. Muy bien! repiti Monsieur. El seor
de Saint-Remy, que asomaba la cabeza por la puerta, aprovech el
momento. Por qu molestarme? dijo Gastn acercndose el enorme trozo
de uno de los ms enormes salmones que hayan remontado el Loira para
dejarse pescar entre Paimboeuf y Saint-Nazaire. Es que viene un
mensajero de Pars. Oh! Pero despus del almuerzo de monseor tenemos
tiempo De Pars?... exclamo el prncipe dejando caer su tenedor, Y de
parte de quin viene ese mensajero? De parte del prncipe; apresurse
a decir el mayordomo. Sabemos ya que as era como se llamaba al
prncipe de Cond. Un mensajero del prncipe? dijo Gastn con inquietud
que no se ocult a ningu- no de los presentes, y que en consecuencia
redobl la general curiosidad. Monsieur se crey quiz trasladado a
los tiempos de aquellas bienaventuradas conspira- ciones, en las
cuales produca inquietud el ruido de las puertas, en que toda
epstola poda contener un secreto de Estado, y todo mensaje servir a
una intriga sombra y complicada: Tal vez tambin el gran nombre del
prncipe se desplegaba bajo las bvedas de Blois con las proporciones
de un fantasma. Monseor ech atrs su asiento. Digo al mensajero que
espere? pregunt, el seor de Saint-Remy. Una mirada de Madame anim a
Gastn, que replico: No, al contrario, hacedle entrar al instante. A
propsito, quin es l? Un caballero de este pas; el seor vizconde de
Bragelonne. Ah! Muy, bien! Que entre, Saint-Remy. Y cuando hubo
dicho estas palabras, con su acostumbrada gravedad, Monsieur mir de
tal manera a la gente de su servicio, que todos, servidores,
oficiales y escuderos, dejaron la servilleta y el cuchillo, e
hicieron hacia la segunda cmara una retirada tan rpida como
desordenada. Este pequeo ejrcito abrise en dos filas cundo Ral de
Bragelonne, precedido del seor de Saint-Remy, entr en el comedor.
El breve momento de soledad que haba proporcionado esta retirada,
permiti a Mon- sieur tomar un aspecto diplomtico. No se movi de su
postura, y esper a que el mayor- domo colocara al mensajero frente
a l. Ral se detuvo a la mitad de la mesa, de modo
13. 13 13 que se encontrase entre Monsieur y Madame. Desde ste
sitio hizo un saludo muy reve- rente para Monsieur; otro muy
elegante para Madame, y esper a que Monsieur le dirigie- se la
palabra. El prncipe, por su parte, esperaba a que las puertas
estuviesen bien cerradas; no quera volver la cabeza para asegurarse
de ello, lo cual no hubiera sido oportuno; pero escucha- ba con
toda su alma el ruido de la cerradura, que le prometa, por lo
menos, una aparien- cia de secreto. Cuando estuvo cerrada la
puerta, Monsieur levant los ojos, mir al vizconde de Brage- lonne y
le dijo: Segn parece llegis de Pars, caballero. En este instante,
monseor. Cmo se encuentra el rey?, Su Majestad goza de perfecta
salud. Y mi cuada? Su Majestad, la reina madre, sigue padeciendo
del pecho. No obstante, hace un mes que est mejor. Me han dicha que
vens de parte del prncipe? Seguramente, se engaan. No, monseor. El
seor prncipe me ha encargado que ponga en manos de Vuestra Alteza,
esta carta, y espere la contestacin. Ral se haba conmovido algo con
esta acogida fra y meticulosa; su voz haba descen- dido
insensiblemente hasta el diapasn de la del prncipe, de modo que
ambos hablaban casi en voz baja. El prncipe olvid que l era la
causa de este misterio y tuvo miedo. Recibi con ojos extraviados la
epstola del prncipe de Cond, rompi el sobre como si hubiera abierto
un paquete sospechoso, y para que nadie pudiese notar el efecto de
su rostro se volvi de espaldas. Madame sigui con una ansiedad casi
igual a la del prncipe todos los movimientos de su augusto esposo.
Ral, impasible y algo desembarazado por la preocupacin de sus
huspedes, mir des- de su puesto por la ventana, abierta ante l, el
jardn y las estatuas que lo adornaban. Ah! exclam de pronto
Monsieur con una sonrisa radiante. He aqu una sor- presa agradable
y una deliciosa carta del prncipe de Cond. Tomad, seora. La mesa
era bastante ancha para, que el brazo del prncipe pudiese alcanzar
la mano de la princesa: Ral se apresur a ser su intermediario, y lo
hizo con tanta gracia que admir a la princesa, valiendo un
cumplimiento adulador al vizconde. Sin duda sabris el contenido de
esta carta pregunt Gastn a Ral. S, monseor; el prncipe me dio
primero verbalmente el mensaje, mas despus re- flexion S. A. y tom
la pluma. Es una hermosa letra repuso Madame, pero yo no puedo
leer. Queris leer a Madame, seor de Bragelonne? dijo el duque. S,
leed, os lo suplico, caballero. Ral comenz la lectura, a la cual
prest Monsieur toda atencin.
14. 14 14 La carta estaba escrita en estos trminos: Monseor: El
rey marcha hacia la frontera, y ya sabis que est para celebrarse el
matrimonio de S. M. El rey me ha hecho el honor de nombrarme su
mariscal aposentador para este viaje, y como yo s cuan intensa ser
la alegra que tendr. S. M. en pasar un da en Blois, me atrevo a
pedir a V.A.R., permiso para sealar con mi lpiz el castillo que
habita. Pero si lo imprevisto de esta demanda pudiera causar alguna
molesta a V.A.R., os suplico me lo digis por el mensajero que os
envo, que es un gentilhombre de mi casa, el seor vizconde de
Bragelonne. Mi itinerario est pendiente de la decisin de V.A.R., y
en vez de seguir por Blois indicar a Vendme o Remoratin. Me atrevo
a esperar que V. A. R. acoger mi peticin como una prueba de mi
consideracin sin lmites y de mi deseo de serle grato. Nada tan
honroso para nosotros contest Madame, que haba consultado ms de una
vez durante la lectura las miradas de su esposo. El rey aqu! exclam
quiz algo ms alto de lo necesario para que el secreto permaneciese
guardado. Caballero dijo a su vez Su Alteza, tomando la palabra,
daris las gracias al prn- cipe de Cond, y le manifestaris todo mi
reconocimiento por el placer que me propor- ciona. Ral se inclin.
Qu da llega Su Majestad? prosigui el prncipe. Segn todas las
probabilidades, esta noche. Pues entonces, cmo se sabra mi
respuesta, en caso de ser negativa? Yo tena el encargo de volver
apresuradamente a Beaugency para dar la contraorden al correo,
quien volviendo tambin atrs la dara al prncipe. Conque Su Majestad
est en Orlens? Ms cerca, monseor; Su Majestad debe haber llegado a
Meung en este momento. Le acompaa la Corte? Si, monseor. A
propsito: me olvidaba pediros noticias del seor cardenal. Su
Eminencia parece gozar de buena salud. Sin duda, le acompaarn sus
sobrinas. No, Monsieur; Su Eminencia ha mandado a las seoritas
Mancini marchar a Bour- ges; seguirn por la orilla izquierda del
Loira, mientras la Corte viene por la derecha. Cmo! La seorita Mara
Mancini abandona de ese modo la Corte? pregunt Monsieur, cuya
reserva empezaba a debilitarse. Sin duda contest discretamente Ral.
Una sonrisa fugitiva, vestigio imperceptible de su antiguo talento
de ruidosas intrigas, ilumino las mejillas del prncipe. Gracias;
seor de Bragelonne dijo entonces Monsieur; quiz no queris dar al
prncipe la comisin, que deseara encargaros, y es que su mensajero
me ha sido muy agradable; pero yo mismo se lo dir. Ral inclnse para
par las gracias a Monsieur por el honor que le hacia.
15. 15 15 Monsieur hizo una sea a Madame, que dio un golpe en
el timbre que haba a su dere- cha. Al instante entr el seor de
Saint-Remy, y la cmara se llen de gente. Seores dijo el prncipe, Su
Majestad me hace el honor de venir a pasar un da en Blois; cuento
con que eI rey, mi sobrino, no tendr que arrepentirse del honor que
me hace. Viva el rey! exclamaran con entusiasmo frentico todos los
oficiales de servcio, y el seor de Saint-Remy antes que nadie.
Gastn baj la cabeza tristemente; toda su vida haba teenido que oir,
o ms bien, que sufrr ese grito de viva el rey! que pasaba por
encima de l. Ya haca algn tiempo que no lo escuchaba, haban
descansado sus odos, y ahora una monarqua ms joven, ms viva y ms
brillante, surga delante de l como una nueva y dolorosa provocacin.
Madame conoci los sufrimientos de aquel corazn tmido y sombro, y se
levant de la mesa; Monsieur la imit maquinalmente; y todos los
servidores, con rumor de colmena, rodearan a Ral para hacerle
preguntas. Madame observ este movimiento y llam al seor de
Saint-Remy. Esta no es hora de charlas, sino de trabajar dijo con
acento de ama de gobierno que se enoja. El seor de Saint-Remy se
apresur a romper el crculo formado por los oficiales que rodeaban a
Ral, de suerte que ste pudo salir a la antecmara. Que se cuide a
ese caballero repuso Madame dirigindose al seor, de Saint- Remy. El
buen hombre corri al instante detrs de Ral. Madame nos ruega que
refresquis aqu dijo; adems, hay para vos otro aloja- miento en el
castillo. Gracias, seor de Saint-Remy contest Bragelonne; ya sabis
cunto tardo en ir a ofrecer mis deberes al seor conde, mi padre. Es
verdad, caballero Ral; os suplico que, a la vez, le presentis mis
respetos. Ral se despidi del caballero y continu su camino Al pasar
por el porche llevando de la brida su caballo, una vocecita llamle
desde el fondo de una avenido obscura. Caballero Ral! dijo la voz.
El joven volvise, sorprendido, y vio una muchacha morena que
apoyando un dedo en sus labios le tenda la mamo. Esta joven le era
desconocida. III LA ENTREVISTA Ral se adelant hacia la joven que lo
llamaba, y le dijo:
16. 16 16 Y el caballo, seora? Y eso os apura! Salid; en el
primer patio hay un cobertizo; atad en l vuestro caba- llo y venid
al y instante. Obedezco; seora. Ral no tard en hacer lo que le
haban mandado, y al volver vio en la obscuridad a su misteriosa
conductora, que le aguardaba en los primeros peldaos de una
escalera de ca- racol. Sois bastante valiente para seguirme, seor
caballero errante? pregunt la joven rindose de la duda que haba
manifestado Ral. ste respondi siguiendo la obscura escalera. As
subieron tres pisos, l detrs de ella, y tocando con sus manos una
ropa de seda que rozaba por las paredes de la escalera. Cada vez
que Ral daba un taba un chito severo y le tenda una mano suave y
perfumada. Se subira as hasta la torre del castillo, sin curarse
del cansancio en falso, su conduc- tora le gricio dijo Ral. Lo cual
significa, caballero, que estis muy fatigado y muy inquieto; pero
tranquili- zaos, ya hemos llegado. La joven empuj una puerta, y al
instante, sin transicin alguna, llense de un torrente de luz la
escalera. La joven; marchaba, l la segua; ella entr en una cmara,
Ral tambin. Al momento oy dar un grito se volvi a dos pasos, con
las manos juntas y los ojos ce- rrados; a aquella hermosa joven
rubia, de ojos azules y de blancos hombros, que al cono- cerle le
haba llamado Ral. La vio y advirti tanto amor y tanta felicidad en
la expresin de sus ojos, que se dej caer en medio de la sala
murmurando el nombre de Luisa. Ah! Montalais! Montalais! exclam sta
suspirando. Es un gran pecado en- gaar de este modo. Yo! Yo os he
engaado? S, me dijisteis que bais a adquirir noticias, y hacis
subir aqu al caballero. Eso era preciso. De otro modo, cmo haba de
recibir la carta que le escribais? Y seal con el dedo la carta que
an estaba sobre la mesa. Ral se adelant para co- gerla; pero Luisa,
ms rpida, aunque con una vacilacin fsica muy notable, alarg la mano
para detenerle. Ral encontr aquella mano tibia temblorosa, la
estrech entre las suyas y la aproxim respetuosamente a sus labios,
que deposit en ella ms bien un soplo que un beso. Entretanto la
seorita de Montalais haba tomado la carta; y despus de haberla
doblado con cuidado en tres dobleces como hacen las mujeres; la
desliz en su pecho. No tengis miedo Luisa dijo; este caballero no
vendr a cogerla de aqu, pues el difunto monarca Luis XIII no coga
las billetes en el cors de la seorita de Hautefort. Ral se ruboriz
al ver la sonrisa de las dos jvenes, y no not que la mano de Luisa
permaneca an entre las suyas. Bueno! dijo Montalais . Ya me habis
perdonado, Luisa, por haberos trado al seor, y vos caballero, me
debis amar por haberme seguido, para ver a esta seorita.
17. 17 17 Ahora, pues, que la paz est hecha, charlaremos como
antiguas amigos. Presentadme, Luisa, al seor de Bragelonne: Seor
vizcondedij Luisa con su graciosa sonrisa, tengo el honor de
presentaros a la seorita Aura de Montalais, dama de honor de Su
Alteza Real Madame, y adems mi mejor amiga. Ral salud
ceremoniosamente. Y a m, Luisa pregunt ste, no me presentis tambin
a esta seorita? Oh! Ella os conoce! Lo conoce todo! Estas palabras
hicieron rer a Montalais y suspirar de dicha a Ral, que las haba
inter- pretado de este modo: ella conoce todo nuestro amor. Ya estn
hechos los cumplimientos, seor vizconde dijo Montalais, sentaos aqu
y decidnos muy pronto la noticia que nos trais corriendo de ese
modo. Eso ya no es un secreto, seorita; el rey, al ir a Poitiers,
se detiene en Blois a fin de ver a Su Alteza Real. El rey aqu!
exclam Montalais palmoteando. Vamos a ver a la Corte! Con- cebs
eso, Luisa? La verdadera corte de Pars! Oh Dios santo! Pero, cundo
ser eso, caballero? Tal vez hoy, seorita; pero de seguro maana.
Montalais hizo un ademn de despecho. No hay tiempo para prevenirse,
ni para prepararse un traje! Vamos a parecernos a los retratos del
tiempo de Enrique IV Ah; seor, qu mala nueva habis trado! Seoritas,
siempre estis hermosas: S, siempre estaremos hermosas, porque la
naturaleza nos ha criado pasaderas; mas estaremos en ridculo,
porque la moda nos habr olvidado. Ah, ridculas! A m me han de ver
ridcula? Quines? dijo cndidamente Luisa. Quines? Qu singular sois,
querida!... Es una pregunta la que me hacis? Han de ver, quiere
decir todo el mundo, quiere decir los cortesanos, los seores, el
rey. Perdonad, mi buena amiga, pero como todo el mundo est
acostumbrado aqu a ver- nos tales como somos... No lo niego, mas
esto va a cambiar, y nosotras estaremos en ridculo, aun para Blois;
porque junto a nosotras van a verse las modas de Pars, y al
instante se echar de ver que estamos a la moda de Blois... Esto
desespera! Tranquilizaos, seorita. Ah! Basta.! Corriente, tanto
peor para los que no me encuentren a su gusto dijo filosficamente
Montalais. Esos sern muy descontentadizos respondi Ral, fiel a su
sistema de galantera. Gracias, seor vizconde. Decamos que el rey
viene a Blois? Con toda la Corte. Y vendrn las seoritas
Mancini?
18. 18 18 No, ciertamente. Como dicen que el rey no puede estar
sin la seorita Mara Pues ser menester que se conforme. As lo quiere
el seor cardenal, y ha desterrado a sus sobrinas a Bourges.
Hipcrita! Silencio! murmur Luisa poniendo un dedo sobre sus rosados
labios. Bah! Nadie puede orme. Digo que el viejo Mazarino es un
hipcrita, que trata de hacer a su sobrina reina de Francia. No,
seorita, por el contrario; el seor cardenal hace casar a su
Majestad con la in- fanta Mara Teresa. Montalais mir de frente a
Ral, y le dijo: Y lo creis vosotros, los parisienses? Somos ms
poderosos que vosotros en Blois. Seorita, si el rey sale de
Poitiers y parte para Espaa, y si se firman los artculos del
contrato de matrimonio entre don Luis de Haro y Su Eminencia, bien
comprenderis que stos no son, ya juegos de nio. Ya! Pero creo que
el rey es el rey. Sin duda, seorita, pero el cardenal es el
cardenal. No es un hombre el rey? No ama a Mara Mancini? La
idolatra. Pues bien, se casar con ella; tendremos guerra con Espaa;
Mazarino, gastar algu- nos millones que tiene guardados; nuestros
caballeros harn heroicidades peleando contra los fieros
castellanos; muchos volvern coronados de laureles, y nosotras los
coronare- mos de mirto. As concibo yo la poltica. Sois una loca,
Montalais repuso Luisa, y cada exageracin os atrae como la luz a
las mariposas. Luisa, sois de tal manera razonable, que no amaris
nunca. Oh! dijo Luisa . Comprended, Montalais! La reina madre desea
casar a su hijo con la infanta: queris que el rey desobedezca a su
madre? Es digno de un corazn real, como el suyo, dar malos
ejemplos? Cuando los padres prohben el amor, hay que renunciar a l.
Y Luisa respir; Ral baj los ojos; Montalais se ech a rer. Yo no
tengo padres dijo de pronto. Sin duda, tendris noticias de la salud
del seor conde de la Fre dijo Luisa des- pus de ese suspiro, que
tantos dolores haba manifestado en su elocuente expansin. No
seorita contest Ral, an no he hecho visita a mi padre, pues iba a
su casa cuando la seorita de Montalais tuvo a bien detenerme;
espero que el seor conde est bueno; no habris odo decir nada en
contrario, es cierto? Nada, caballero, nada, gracias a Dios! Rein
aqu un silencio, durante el cual dos almas preocupadas por la misma
idea se comprendieron perfectamente, aun si la asistencia de una
sola, mirada.
19. 19 19 Ay! Dios, mo! Alguien sube exclam de pronto
Montalais. Quin ser? dijo Luisa levantndose muy sobresaltada.
Seoritas, yo estorbo mucho, y sin duda he sido muy imprudente
observ Ral. Es un andar pesado dijo Luisa: Ay! Si es slo el seor
Malicorne replic Montalais, no nos movamos. Luisa y Ral mirronse
para preguntarse quin era ese seor Malicorne. No os sobresaltis
prosigui Montalais, no es celoso. Pero, seorita murmur Ral.
Comprendo... Pues bien, es tan discreto como yo. Dios santo! exclam
Luisa, que haba puesto el odo en la puerta entreabierta. Son los
pasos de mi madre! La seora de Saint-Remy! Dnde me ocult? dijo Ral,
asindose al vestido de Montalais, que pareca haber perdido la
cabeza. S dijo sta, s, oigo, crujir los chapines. Es vuestra
excelente madre!.. Seor vizconde, es bien lamentable que la ventana
de sobre un empedrado y est a cincuenta pies de altura. Ral mir
abajo con ojos extraviados, y Luisa le cogi de un brazo y le
detuvo. Ah! Soy una loca! dijo Montalais. No est aqu el armario de
trajes de cere- monia? Verdaderamente, parece hecho para esto. Ya
era tiempo; la seora de Saint-Remy suba ms aprisa que de costumbre,
y lleg en el momento mismo en que Montalais, como en las escenas de
sorpresa, cerraba el armario apoyando su cuerpo en la puerta. Ay!
exclam la seora de Saint-Remy. Vos aqu, Luisa? S, seora respondi
sta, ms plida que si hubiese sido convicta de un crimen. Bueno!
Bueno! Sentaos, seora dijo Montalais ofreciendo el silln a la de
Saint-Remy, y . colocndole de suerte que diese la espalda al
armario. Gracias, seorita Aura, gracias venid pronto hija ma,
vamos. Dnde 'deseis que vaya, seora? Dnde? A la habitacin, es
preciso preparar vuestro tocado. Cmo? dijo Montalais simulando
sorpresa; pues tema que Luisa cometiese al- guna indiscrecin.
Conque no sabis las noticias? pregunt la seora de Saint-Remy. Qu
noticias, seora? Queris que dos jvenes sepan algo desde este
palomar? Qu!... No habis visto a nadie?... Seora, hablis de un modo
misterioso y nos hacis quemar a fuego lento! exclamo Montalais; que
espantada de ver a Luisa cada vez ms plida, no saba a qu santo
encomendarse.
20. 20 20 Pero acentu en su compaera una mirada elocuente, una
de esas miradas que daran in- teligencia a un muro. Luisa sealaba a
su amiga el sombrero de Ral que permaneca sobre la mesa. Adelantse
Monlalais, y cogindole con la mano izquierda, lo pas detrs de s a
la de- recha y lo ocult sin dejar de hablar. Pues bien dijo la
seora de Saint-Remy, acaba de llegar un correo que nos anun- cia la
prxima llegada del rey. Conque, seoritas, se trata de estar
hermosas. Pronto! Pronto! exclam Montalais , seguid a vuestra seora
madre, Luisa, y dejadme arreglar mi traje de ceremonia. Luisa
levantse, su madre la tom de la mano y la condujo hacia la
escalera. Venid dijo. Y aadi en voz baja: Cuando yo os mando que no
subis al cuarto de Montalais, por qu no obedecis? Seora, es mi
amiga. Adems, acababa de venir. No ha hecho ocultar a nadie delante
de vos? Seora! Os digo que he visto un sombrero de hombre; el de
ese perilln. Seora! exclam Luisa. De ese haragn de Malicorne! Una
doncella frecuentar de ese modo... ah! Y sus voces perdironse en
las profundidades de la escalera. Montalais no haba perdido ni
palabra de este dilogo, que el eco le enviaba como un embudo.
Encogase de hombros, y viendo a Ral fuera de su escondite, que
tambin haba escuchado. Pobre Mantalais! dijo Vctima de la
amistad!... Pobre Malicorne! Vctima del amor! Detvose mirando el
aspecto tragicmico de Ral, que estaba. asombrado de haber
sorprendido en un da tantos secretos: Oh! Seorita dijo cmo podr
pagar tantas bondades? Algn da ajustaremos cuentas repuso; por el
momento; salid pronto, seor de Bragelonne, porque la seora de Saint
Remy no es muy indulgente y alguna indiscre- cin por su parte podra
traer aqu una visita domiciliaria enojosa para todos. Adis! Pero
Luisa... Cmo saber...? Andad! Andad!.. El rey Luis XI supo muy bien
lo que haca cuando invent el correo. Ah! exclam Ral. Y no estoy yo
aqu que valgo por todos, los correos del reino? Pronto! A caballo,
y que si la seora de SaintRmy sube a echarme un sermn de mara, que
ya no os en- cuentre aqu! Todo se lo dir a mi padre; no es verdad?
murmur Ral .los reir! Ah, vizconde! Ya se ve que vens de la Corte;
sois miedoso como el rey: Vaya!
21. 21 21 Aqu, en Bleis, nos pasamos muy bien sin el
consentimiento de pap. Preguntdselo a Malicorne. Y al pronunciar
estas palabras, la joven puso a Ral en la puerta empujndole por los
hombros; ste se desliz a lo largo del porche, mont a caballo, y
parti a todo escape como si llevara detrs los ocho guardias de
Monsieur. IV PADRE E HIJO Ral continu, sin detenerse, el camino de
Blois a la casa en que viva el Conde de la Fre. El lector nos
dispensar una retratada descripcin. Ya en otros tiempos hemos
penetra- do all juntos y la conoce. Slo que, desde la ltima vez que
la cogimos, los muros se han obscurecido algo por razn de la
intemperie; los rboles han crecido, y algunos que antes extendan
apunas sus flexibles ramas por entre las desigualdades del suelo,
acopados ahora y espesos, extien- den su ramaje arenado de
vegetacin; ofreciendo al viajero flores y frutos: Ral distingui
desde lejos el caballete del tejado; las dos torrecillas desde las
que se divisaba su casa solariega, y vio tambin entre los olmos su
palomar, a los pichones que revoloteaban alrededor del cono de
ladrillos, como los recuerdos alrededor de un alma tranquila. Cundo
se acerc ms, oy l ruido de las garruchas que reclusaban bajo el
peso de los macizos cubos; y le pareci tambin, or el melanclico
gemido del agua que vuelve a caer en el pozo, ruido triste,
montono, solemne; que hiere el odo del nio y del poeta, soadores;
que los ingleses llaman splash, los poetas rabes gasgachau, y que
nosotros los franceses, que bien quisiramos ser poetas, no podemos
traducir ms que con una perfrasis: le bruit de l'eau tombant ches
l'eau. Haca ms de un ao que no iba Ral a ver a su padre. Todo ese
tiempo lo haba pasado al lado del prncipe de Cond: Este gran seor,
despus de las antiguas parcialidades del tiempo de la Fronda, se
haba reconciliado con la Corte de una manera franca y solemne:
Mientras haba durado la divi- sin entre el rey y el prncipe, ste;
pues se aficion al de Bragelonne, le haba ofrecido cuantas ventajas
pueden seducir a un joven en el principio de su carrera porque
siguiese su partida. El conde de la Fre, siempre fiel a sus
principios de realismo, explicados un da bajo las bvedas de San
Dionisio, hablase negando siempre en nombre de su hijo a todos los
ofre- cimientos. Hizo ms en lugar de seguir al Cond en su rebelin,
sigui al de Turena, combatiendo incesantemente por el rey
igualmente cuando Turena parece construido del agua cayendo en el
agua. Pareci abandonar la causa real, le abandon tambin para
ponerse de parte del de Con- d, como antes lo hiciera del de
Turena. Result de esta lnea de conducta, que Ral, ttan joven como
era, tena, inscritas ms de diez victorias en su hoja de servicios,
y ninguna derrota de que tuviera ,que sonrojarse conciencia.
22. 22 22 As, pues; Ral, segn lo haba querido su padre; sirvi
constantemente la fortuna de Luis XIV, no obstante todas las
oscilaciones endmicas y casi inevitables en tiempos tan azarosos.
El de Cond, vuelto a la gracia real, us del privilegio de amnista,
pidiendo entre otras cosas la vuelta de Ral a su servicio. El conde
de La Fre, que comprendi el estado de las cosas con su talento
perspicaz, se lo mand inmediatamente. Un ao haba transcurrido
despus, de esta ausencia del padre y el hijo; algunas cartas haban
dulcificado en parte los rigores de la ausencia. Ya hemos observado
que Ral, dejaba en Louis otro amor que el filial y afectuoso entre
padres e hijos. Mas hemos de hacerle justicia; a no haber sido por
la casualidad y la seorita de Monta- lais, dos demonios tentadores,
Ral hubiese partido sin detenerse a ver a su padre, as que ejecut
el mensaje; aun cuando llevase en el corazn el amante recuerdo de
su querida Luisa. La primera parte del camino iba preocupado con el
recuerdo de la entrevista que acaba- ba de tener con su amada; la
segunda, con el pensamiento del amigo amado a quien tar- daba en
abrazar. Encontr abierta la puerta del jardn Y se meti por ella con
su caballo, atropellando las filas y cuadros, y atrayendo sobre s
la ira de un viejo, vestido con capotillo de color vio- leta y
gorro viejo de terciopelo en la cabeza. El buen viejo estaba
escardando una calle de rosales enanos y margaritas, y no poda to-
lerar que se destruyese con el casco de un caballo el piso de sus
calles de arena cernida. Aventur el principio de un juramento
contra el recin llegado; pero volviendo ste la cabeza, la escena
cambi en un momento. Apenas le hubo conocido, cuando incorporn-
dose ech a correr en direccin de la casa, dando gritos, que eran en
l el paroxismo de una alegra Inca. Ral lleg hasta las cuadras, dio
su caballo a un lacayo joven, y subi las escaleras con una alegra
que hubiera regocijado el corazn de su padre: Atraves la antecmara,
el corredor y el saln sin encontrar a nadie; por ltimo, habiendo
alegado, a la puerta del gabinete del conde de Fre, llam impaciente
a su pa- dre, y sin escuchar apenas la voz grave de ste, que le
contest al punto que entrase, se hall dentro de la habitacin. El
conde permaneca sentado junto a una mesa cubierta de libros y ,
papeles: Su conti- nente era siempre el de un noble y bien portado
caballero, pero, el tiempo haba dado a su nobleza y hermosura un
carcter ms imponente y distinguido: frente sin arrugas, blanca
cabellera, ojos vivos bajo un cerco de cejas perfecto, bigote fino
y apenas encanecido, marcando unos labios delgados que no parecan
haber sentido la contraccin de las pa- siones; cuerpo derecho y
delgado, mano descarnada: tal era el caballero cuyas nobles hazaas
haban merecido el aplauso de mil personas ilustres, bajo el nombre
de Athos. Cuando lleg Ral ocupbase en corregir las pginas de un
cuaderno mamegrito, todo l redactado de su puo y lenta. Ral se lanz
en brazos de su padre con tanta precipitacin, que el conde no tuvo
ni tiempo ni fuerza suficientes para dominar la emocin que le
embargaba. Vos aqu, vos aqu, Ral! exclm. Es posible? Oh padre mo!
Cunto me alegra de volveros ver!
23. 23 23 No me contestis, vizconde? Habis obtenido licencia
para venir a Blois, o ha ocurrido en Pars alguna desgracia? A Dios
gracias, seor respondi Ral, serenndose, no ha ocurrido nada malo;
el rey se casa, como tuve el honor de anunciares en mi ltima carta,
y marcha a Espaa. Su Majestad pasar por Blois. Para ver a Monsieur?
S, seor conde. El prncipe me ha mandado delante para que la venida
del rey no le cogiese de improviso, o ms bien deseando parecerle
agradable. Habis visitado a Monsieur? pregunt vivamente el conde.
He tenido ese honor: En el castillo? S, padre mo contest Ral
bajando los ojos, porque sin duda haba sentido en la interrogacin
del conde algn otro sentido que una simple curiosidad. En verdad
que tengo el honor de cumplimentar por ello. Ral inclinse en seal
de agradecimiento. No habis visto en Blois otra persona? , Seor, he
visto, a Su Alteza Real Madame. Est bien. No es de Madame de quien
yo hablo. Ral ruborizse como un nio y no contest una sola palabra.
No me entendis, se- or vizconde? insisti el conde con indulgente
severidad. Os entiendo perfectamente, seor; y si preparo una
respuesta, no es que trate de dis- culparme con una mentira: Bien,
s que no acostumbris a mentir: Por eso me admiro de que tardis en
darme una respuesta categrica: s o no: No, puedo contestaros sino;
comprendindoos bien; y si os he entendido bien, vis a recibir de
mal talante mis primeras palabras. Sin duda os desagrada, seor
conde, que haya visto A la seorita de La Vallire; no es as? Bien s
que es de ella de quien queris hablar, seor conde dijo Ral con
indecible dulzura. Y yo os pregunto si la habis visto: Seor,
ignoraba cuando entr en el castillo que se hallaba en l la seorita
de La Va- llire; pero cuando me volva, despus de concluir mi
encargo, la casualidad nos ha pues- to en presencia uno del otro:
He tenido el honor de ofrecerle mis respetos. Y cmo se llama la
casualidad que os haya reunido a la seorita de La Vallire? La
seorita de Montalais. Quin es esa seorita de Montalais? Una joven
que no conoca, y a quien nunca haba visto, la camarista de Madame.
Seor vizconde, no continuar mi interrogatorio, del cual me hago
cargo por haber durado demasiado. Os tena recomendado que huyseis
lo posible a la seorita de La Va- llire y que no la vieseis sin mi
permiso. Bien s que me habis dicho la verdad y que no
24. 24 24 habis dado ni un solo paso para acercaros a ella. La
casualidad sola me ha engaado, y yo no tengo de qu reconveniros. Me
contentar, por tanto, con lo que ya os he dicho acerca de esa
seorita. Dios es testigo, rige que nada tengo que decir de ella;
pero no en- tra en mis designios que frecuentis su casa. Os ruego
otra vez, mi querido Ral, que lo tengis entendido. A estas:
palabras, se hubiera dicho, que se turbaban los ojos lmpidos y
puros de Ral. Ahora, amigo mo prosigui el conde con su dulce
sonrisa y su voz habitual, hablemos de otra cosa. Volvis quiz a
vuestra obligacin? No, seor, nada tengo que hacer sino permanecer
hoy a vuestro lado. Felizmente, no me ha impuesto el prncipe ms
deber que ste, que tan de acuerdo est con mi deseo. Est bien el
rey? Perfectamente. Y el prncipe? Como siempre, seor. El conde se
olvidaba de Mazarino, siguiendo su antigua costumbre. Bien, Ral, ya
que hoy me pertenecis, tambin, por mi, parte os dedicar todo el da.
Abrazadme... otra vez, otra vez estis en vuestra casa, vizconde...
Ah! Aqu est nuestro vicio Grirmaud! Venid, Grimaud, el seor
vizconde desea abrazaros tambin. El anciano no se lo hizo repetir;
y corri con los brazos abiertos. Ral le ahorr la mitad del camino.
Queris, Ral, que vayamos ahora al jardn? Os ensear el nuevo
alojamiento que he mandado preparar para vos cuando vengis con
licencia; y mientras miramos los plan- tos de este invierno y dos
caballos de regalo que he cambiado, me daris noticias de nuestros
amigos de Pars. El conde cerr su manuscrito; tom el brazo del joven
y pas con l al jardn. Grimaud mir tristemente salir a Ral, cuya
cabeza casi tocaba al marco de la puerta, y. acariciando su blanca
barba dej caer esta profunda palabra: Crecido! V CROPOLI, CROPOLE Y
UN NOTABLE PINTOR DESCONOCIDO En tanto que el conde de la Fre
visita con Ral los nuevos edificios que haba manda- do construir, y
los caballos que haba cambiado, el lector me permitir que volvamos
de nuevo a la ciudad de Blois y que asistamos a la no comn
actividad que la agitaba. En las hosteras, principalmente, era
donde ms se hacan sentir las consecuencias de la noticia llevada
por Ral. En efecto, el rey y la Corte en Blois, es decir, cien
caballeros, y otros tantos criados, dnde se metera toda esa gente?
Dnde se alojaran todos los caballeros de los contor- nos, que quiz
llegaran en dos o tres horas, tan pronto como la noticia se fuese
ensan-
25. 25 25 chando, a la manera de esas circunferencias
concntricas qu causa ila cada de una pie- dra lanzada en las aguas
de un lago tranquilo? Blois, tan apacible como lo hemos visto por
la maana, como el lago ms tranquilo del mundo, se llena de repente
de tumulto y de temor a la noticia de la regia llegada. Los criados
de Palacio, bajo la inspeccin de los oficiales, iban a la ciudad en
busca de provisiones, y diez correos a caballo galopaban hacia las
reservas de Chambord a fin de traer la caza, a las pesqueras del
Beuvrn por el pescado, y a los huertos de Cheverny por las Priores
y por las frutas. Sacabnse del guardamuebles las valiosas tapiceras
y las araas con sus grandes cade- nas doradas; un ejrcito de pobres
barra los patios y lavaba los pavimentos de piedra, al paso que sus
mujeres destruan los prados del Loira recogiendo sus capas de
verdura y sus flores. La ciudad toda; para no permanecer extraa a
este gran lo, haca su toilette con gran azacaneo de escobas,
cepillos y agua. Los arroyos de la ciudad alta, hinchados con estos
incesantes lavatorios, se convertan en ros en la parte baja de la
ciudad, y preciso es decir que hasta el fangoso empedrado se
adiamantaba a los rayos benficos del sol. Por ltimo, se preparaban
msicas, las gavetas se vaciaban, los mercaderes acaparaban cintas y
lazos de espadas, y las tenderas hacan provisin de pan, carne y
especias. Hasta un buen nmero de vecinos, cuyas casas se hallaban
provistas como para sostener un sitio no teniendo ya de qu
ocuparse, se ponan sus trajes de fiesta y se dirigan a la puerta de
la ciudad para ser dos primeros en anunciar o ver el squito. Saban
muy bien que el mo- narca no llegara hasta la noche; y tal vez,
hasta el da siguiente, pero, qu es esperar, sino una especie de
locura? Y la locura, qu es sino exceso de esperanza? En la ciudad
baja y a unos cien pasos del castillo de Los Estados, en cierta
calle bastan- te hermosa que se llamaba entonces calle Vieja, y
que, en efecto, deba ser muy vieja, alzbase un respetable edificio
de poca elevacin y de caballete puntiagudo, provisto de tres
ventanas que daban a la calle en el primer piso, de dos en el
segundo, y de una pe- quea claraboya en el tercero. Haba una
tradicin, segn la cual, esta casa fue habitada, en tiempo de
Enrique III, por un consejero de los Estados, que la reina Catalina
haba ido, segn unos a visitar, segn otros, a estrangular. Despus de
muerto el consejero por estrangulacin o naturalmente, pues esto no
hace al caso, la casa fue vendida, luego abandonada, y por ltimo,
aislada de las otras casas de la calle. Slo a mediados del reinado
de Luis XIII, cierto italiano llama- do Crpoli, escapado de las
cocinas del mariscal de Ancre, haba ido a establecerse en esta
casa. En ella fund una pequea hostera, donde se servan unos
macarrones de tal modo refinados, que la gente iba a comer a ella
de muchas leguas a la redonda. Lo ilustre de esta casa proceda de
que la reina Mara de Mdicis, prisionera en el casti- llo de los
Estados, haba mandado a buscarlos una vez. Y eso aconteci,
precisamente, el mismo da en que escap por la famosa ventana. El
plato de macarrones haba quedado sobre la mesa, desflorado
solamente por la boca real. Este doble favor, de una estrangulacin
y de un plato de macarrones, haba sugerido al pobre Crpoli la idea
de nombrar a su hostera con un ttulo pomposo. Mas su cualidad de
italiano no era una recomendacin en aquellos tiempos; su poca for-
tuna, cuidadosamente guardada, no quera ponerse demasiado en
evidencia.
26. 26 26 Cuando se vio prximo a morir, lo cual aconteci en
1643, despus de la muerte del Rey Luis XIII, llam a su hijo, joven
marmitn de las ms bellas esperanzas, y con las lgrimas en los ojos
le rog que guardase bien el secreto de los macarrones, que afrance-
sase su nombre, que se casase con una francesa, y, en fin, que
cuando el horizonte polti- co se desembarazase de las nubes que 1e
cubran, se hiciese fraguar por el herrero vecino una magnfica
muestra, en la cual un famoso pintor, que l indic, dibujara dos
retratos de reina, con esta leyenda: LOS MDICIS El bueno de Crpoli,
despus de tales recomendaciones, slo tuvo fuerza para indicar a su
joven sucesor una chimenea, en cuya campana haba escondido mil
luises de diez francos, y expir. Crpoli hijo, que era hombre de
energa, soport esta prdida con resignacin y el lucro sin
insolencia. Primero comenz por acostumbrar al pblico a hacer
pronunciar tan im- perceptiblemente la i final de su nombre, que,
ayudndole la general complacencia, no se llam sino Cropole, nombre
puramente francs. En seguida, casse con una francesita de quien se
haba enamorado, y a cuyos padres arranc una dote razonable,
mostrndoles lo que haba en la chimenea. Terminados estos dos
negocios, ocupse en buscar al pintor que deba pintar la muestra, al
cual encontr bien pronto. Era ste un viejo italiano, mulo de los
Rafael y de los Correggio, pero mulo desdi- chado. Deca l que era
de la escuela veneciana, sin duda porque le gustaban mucho los
colorines: Sus obras, de las cuales jams vendi una; lastimaban la
vista a cien pasos y disgustaban tanto a los vecinos, que concluy
por no hacer nada. Siempre se alababa de haber pintado una sala de
bao, para la seora marscala de An- cre, y se quejaba de que la tal
sala se hubiese quemado cuando el desastre del mariscal. Crpoli, en
su calidad de compatriota, era indulgente para con Pittrino. Este
era el nombre del artista. Tal vez haba visto las famosas pinturas
de la sala de bao. Siempre tuvo tal deferencia al famoso Pittrino,
que, finalmente, se lo llev a su casa. Reconocido Pittrino y
alimentado de macarrones, aprendi a propagar la reputacin de este
manjar nacional; y ya en tiempo de su fundador haba prestado, por
medio de su len- gua infatigable, grandes servicios a la casa
Crpoli. Cuando iba envejeciendo se uni al hijo como al padre, y
poco a poco se convirti en una especie de vigilante de una casa
donde su probidad, su sobriedad reconocida, su cas- tidad
proverbial y otras mil virtudes que juzgamos intil enumerar aqu, le
dieron plaza, eterna en el hogar con derecho de inspeccin sobre los
criados. Por otra parte, l era quien probaba los macarrones para
conservar el gusto puro de la antigua tradicin, y preciso es decir
que no perdonaba ni un grano de pimienta de ms, ni un tomo de queso
de menos. Su gozo fue inmenso el da en que, llamado a compartir el
secreto de Crpoli, hijo, fue encargado de pintar la muestra famosa.
Se le vio revolver con entusiasmo en una antigua caja, donde hall
unos pinceles un tanto rodos por los ratones, pero todava
servibles, colores casi desecados en sus vejigas, aceite de linaza
en una botella, Y en paleta que en otro tiempo haba pertenecido a
Bron- cino, dios de la pintura, segn deca en su entusiasmo siempre
juvenil el artista ultramon- tano.
27. 27 27 Pittrino estaba preocupado con la alegra de una
rehabilitacin. Hizo lo que haba hecho Rafael; cambi de escuela y
pint a la manera de Albano dos diosas ms bien que dos reinas. Estas
ilustres damas estaban de tal manera graciosas en la muestra,
ofrecan a las sorprendidas miradas tal conjunto de blanco y rosa,
resultado admirable del cambio de escuela de Pittrino, y afectaban
posiciones de sirenas tan anacrenticas, fue el regidor primero,
cuando fue admitido a ver esta obra maestra en la sala de Cropole,
confes in- mediatamente que aquellas damas eran demasiado hermosas
y estaban dotadas de un en- canto harto incitante para figurar como
ensea a la vista de los transentes. Su Alteza Real Monsieur dijo
que viene muchas veces a la ciudad, no quedara muy contento al ver
a su ilustre madre tan ligera de ropa y os enviara a un calabozo,
porque este glorioso prncipe no es muy tierno de corazn que
digamos. Borrad, pues, ambas sirenas la leyenda, sin lo cual os
prohibo la exhibicin de la muestra. Esto est en vues- tro inters,
maese Cropole, y tambin en el vuestro, seor Pittrino. Esto no tena
ms contestacin que dar las gracias al regidor por su atencin, y as
lo hizo Cropole. Pero Pittrino qued mudo y decado. Conoca muy bien
lo que iba a pasar. Apenas haba salido el regidor, cuando Cropole
se cruz de brazos. Veamos, maestro dijo, qu hacemos? Vamos a quitar
la leyenda contest con tristeza Pittrino. Aqu tengo un negro de
marfil excelente; es cosa que se hace en una hora y reemplazaremos
a los Mdicis con las Ninfas o las Sirenas, como mejor os plazca.
Nada de eso repuso Cropole; as no se cumplira la voluntad de mi
padre. Vuestro padre se refera a las figuras dijo Pittrino. Se
refera a la leyenda replic Cropole. La prueba de que se refera a
las figuras es que mand que fuesen parecidas, como lo son en efecto
repuso Pittrino. S, pero si no lo hubieran sido, nadie las
reconocera sin la leyenda. Hoy mismo, que esas personas clebres
vanse borrando de la memoria de los habitantes de Blois, quin
conocera a Catalina y a Mara, sin estas palabras: LOS MDICIS? Pero,
seor, y mis figuras? pregunt Pittrino desesperado, porque senta que
Cro- pole tena razn . Yo no quiero perder el fruto de mi trabajo.
Tampoco yo deseo ir a la crcel. Borremos los Mdicis dijo Pittrino
suplicante. No replic Cropole. Se me ocurre una idea sublime.
Aparecern vuestra pintura y mi leyenda... Mdicis no quiere
signifcar mdico en italiana? S, en plural. Iris, pues, a mandar al
herrero que haga otra plancha para muestra; pintaris en ella seis
mdicos y pondris debajo: LOS MDICIS... lo que hace un juego de
palabras muy agradable. Seis mdicos! Imposible! Y la composicin?
exclam Pittrino. Eso os asusta? Pues as ha de ser, lo quiero, es
preciso, mis macarrones lo exigen. Esta razn no tena rplica, y
Pittrino obedeci.
28. 28 28 Compuso la muestra de los seis mdicos con la leyenda,
que el regidor aplaudi. La muestra tuvo un gran xito. Lo que prueba
que el pueblo nunca es muy artista, segn deca Pittrino. Cropole,
para indemnizar a su pintor de cmara, colg en su alcoba las ninfas
de la muestra desechada,: lo cual haca ruborizar a su mujer cuando
las miraba al desnudarse por las noches. As fue cmo la casa de que
hablamos tuvo su muestra, y cmo hubo en Blois una hos- tera de este
nombre; teniendo por propietario a maese Cropole, y por pintor de
cmara al maestro Pittrino. VI EL DESCONOCIDO Fundada y recomendada
de esta suerte por la muestra; la hostera de maese Cropole,
marchaba prsperamente. . No era una gran fortuna lo que se propona
Cropole, pero confiaba con fundamento du- plicar los mil luises de
oro que le dej su padre, sacar otros tantos de la venta de la casa,
y vivir holgado e independiente como cualquier vecino de la ciudad.
Cropole era muy aficionado al lucro, y acogi con mucha alegra la
noticia de la llegada de Luis XIV. l, su esposa, Pittrino y dos
marmitones, echaron mano a todos los habitantes del palo- mar, del
corral y de las conejeras, de suerte que en los patios de la
hostera de los Mdicis se oan tantos gritos y cacareos, como nunca
se oyeron en otro tiempo en Roma. Por lo pronto slo haba un viajero
en casa de Cropole: Era ste un hombre que no tena treinta aos,
alto, hermoso y austero, o ms bien me- lanclico en todos sus gestos
y miradas. Vesta traje de terciopelo negro con guarniciones de
azabache, y un cuello, blanco y sencillo, como el de los ms severos
puritanos, haca resaltar el color mate y delicado de su garganta
juvenil; un bigote que apenas cubra su labio movible y desdeoso.
Hablaba a las personas mirndolas de frente y sin afectacin, pero
tambin sin timidez, de manera que el brillo de sus ojos azules se
haca de tal manera insoportable; que ms de una mirada se' bajaba
ante la suya, como sucede a la espada ms dbil en singular comba-
te. En aquel tiempo en que los hombres criados todos iguales por
Dios; se dividan, gracias a las preocupaciones, en dos castas
distintas, el noble y el pechero, como se dividen ver- daderamente
las dos razas negra y blanca, en aquel tiempo, decimos, el hombre
cuyo re- trato vamos a bosquejar, no poda pasar sino por caballero,
y de la mejor raza. Bastaba para esto ver sus afiladas y blancas
manos, cuyos msculos y venas transparentbanse bajo la piel al menor
movimiento, y cuyas, falanges enrojecan a la menor crispacin. Aquel
caballero lleg solo a la casa de Cropole. Se haba apoderado, sin
vacilar y aun sin reflexionar, del departamento ms importante que
el posadero habale indicado, con propsito de rapacidad muy humilde
segn unos, y muy loable segn otros; si admiten que Cropole fue
fisonomista y conoca a la gente a primera vista.
29. 29 29 Este departamento era el que formaba toda la fachada
de la vieja casa: un gran saln iluminado por dos ventanas en el
primer piso, un cuartito y otro encima. Apenas toc el caballero la
comida que le sirvieron en su cuarto; slo haba dicho dos palabras a
su husped pura prevenirle de que llegara un viejo llamado Parry, y
para en- cargarle que lo dejasen subir. Despus guard un silencio
tan profundo, que casi se ofendi Cropole, pues gustaba mucho de las
gentes de buena compaa. En fin; el caballero se haba levantado muy
temprano el da que comienza esta historia, y asomado a la ventana d
su saln, apoyado en el alfizar, miraba tristemente a entram- bos
lados de la calle, acechando sin duda la llegada del viajero de que
haba hablado a su husped. De este modo vio pasar el escaso
acompaamiento de Monsieur cuando volva de caza, y saboreaba, despus
nuevamente la profunda tranquilidad de la ciudad, absorto como
permaneca en sus meditaciones. De pronto, la multitud de pobres que
iban a los prados, los correos que salan, las personas que fregaban
el suelo, los proveedores de la casa real, los habladores mancebos
de las tiendas, los carretones en movimiento, y los pajes que es-
taban de servicio, todo este tumulto y baranda, le sorprendieron
sin duda, pero sin que perdiera nada de la majestad impasible y
suprema que da al guila y al len esa mirada suprema, y
despreciativa en medio de los gritos y algazara de los cazadores o
de los cu- riosos. Luego, los alaridos de las vctimas degolladas en
el corral, los pasos apresurados de la seora Cropole en la escalera
de madera, tan estrecho y sonora, y los saltos que al andar daba
Pittrino, que haba estado fumando a la puerta con la flema de un
holands, 'todo esto produjo en el viajero un principio de sorpresa
y agitacin. Al tiempo que se levantaba, a fin de informarse, se
abri la puerta de la sala. El desconocido crey que sin duda le
conducan el viajero que impaciente esperaba, y dio con precipitacin
tres pasos hacia la puerta que se abra. Pero en lugar de la cara
que esperaba ver, fue mase Cropole quien apareci, y en pos de l, en
la penumbra de la escalera, el semblante bastante gracioso, pero
trivial por la curiosidad, de la seora Cro- pole, que ech una
mirada furtiva al hermoso caballero y desapareci. Cropole se
adelant alegre, con el gorro en la mano; y ms bien encorvado que
inclina- do. El desconocido le interrog con un gesto sin decir una
palabra. Caballero dijo Cropole, vena a preguntar cmo... deber
llamar a vuestra seo- ra, si seor conde o seor marqus... Decid
caballero y hablad al momento respondi el desconocido con acento
altane- ro que no admita ni discusin ni rplica. Vena, pues, a
enterarme de cmo habis pasado la noche, y si el caballero tiene in-
tencin de conservar este aposento. Caballero, es que ha sucedido un
incidente con el cual no habamos contado. Cul? S. M. Luis XIV entra
hoy en nuestra ciudad y descansar en ella un da, o quiz dos. Una
viva sorpresa apareci en el rostro del desconocido.
30. 30 30 El rey de Francia viene a Blois! Est en camino,
caballero. Entonces, razn de ms para que yo me quede dijo el
desconocido. Muy bien, seor, mas os quedis con toda la habitacin?
No os comprendo. Por qu he de tener, hoy menos que ayer? Porque,
seor, vuestra seora me permitir decirle que no deb, cundo ayer
escogisteis esta habitacin, fijar un precio cualquiera que hu-
biese hecho creer a vuestra seora que yo prejuzgaba sus
recursos..., al paso que hoya. El desconocido se ruboriz, pues al
instante le ocurri la idea de que sospechaban que fuera pobre y que
le insultaban por ello. Al paso que hoy repuso framente prejuzgis?
Caballero, soy hombre honrado, gracias a Dios, y posadero, y con
todo y como apa- rezco, hay en mi sangre noble. Mi padre era
servidor y oficial del difunto seor mariscal de Ancre, que en
gloria est! Yo no os contradigo sobre este particular; slo deseo
saber, y saber pronto, qu se reducen vuestras preguntas. Sois
demasiado razonable, caballero, para conocer que la ciudad es
pequea, que la Corte va a invadirla, que las casas se llenarn de
gente, y que, por consiguiente, los alqui- leres van a adquirir un
valor considerable. El desconocido se ruboriz otra vez. Poned las
condiciones djole. Lo hago con escrpulo, caballero, porque busco
una ganancia honesta, y porque deseo hacer mi negocio sin ser
descorts ni grosero con nadie. Y como el aposento que ocupis es
grande y estis solo. Eso es cuenta ma. Oh! Verdaderamente; yo no
despido al caballero! La sangre fluy a las venas del desconocido; y
lanz sobre el pobre Cropole, descen- diente de un oficial del seor
mariscal de Ancre, una mirada que le hubiera hecho entrar bajo la
campana de la famosa chimenea, si Cropole no hubiera estado clavado
en su sitio por tratarse de sus intereses. Deseis que me vaya?
dijo. Explicaos, pero pronto seor. Seor, no me habis comprendido;
esto que hago es muy delicado, pero yo me ex- pres mal, o quiz como
sois extranjero, lo cual reconozco en el acento... En efecto, el
desconocido hablaba con esa dificultad que es el principal carcter
de la acentuacin inglesa, aun entre los hombres de esta nacin que
hablan ms correctamente el francs. Como sois extranjero, repito,
quiz seis vos quien no penetre todo el sentido de mi razonamiento.
Yo pretendo que el caballero podra dejar una o dos de las tres
piezas que ocupa, lo cual disminuira bastante el alquiler y
tranquilizara mi conciencia, pues es duro aumentar
extraordinariamente el precio de las habitaciones, cuando se tiene
el honor de evaluarlas en un precio equitativo. Cunto es el
alquiler desde ayer? Seor, un luis con la manutencin y el cuidado
del caballo. Est bien. Y el de hoy?
31. 31 31 Ah! He ah la dificultad! Hoy es el da de la llegada
del rey, si la Corte viene a dormir aqu se cuenta el da de
alquiler. Resulta, que tres cuartos a dos luises cada uno; son seis
luises. Dos luises, caballero, no son nada; pero seis luises son
mucho. El desconocido; de rojo que se le haba visto, convirtise en
plido, y sac con valor heroico; una bolsa bordada de armas que
ocult cuidadosamente en el hueco de la ma- no. La tal bolsa era tan
flaca, tan floja; tan hueca, que no escap a los ojos de Cropole. El
desconocido vaci la bolsa en su mano; slo contena dos luises
dobles, que compo- nan seis; como el hostelero le pidi. Sin
embargo, eran siete los que Cropole haba exigido; y mir al
desconocido como pa- ra decirle: No ms? Falta un luis, no es eso,
seor posadero? S, seor, ms... El desconocido meti la mano en el
bolsillo de su gabn y sac una cartera pequea, una llave de oro y
algunas monedas de plata. Con estas monedas compuso el total de un
luis. Gracias, caballero dijo CropoleAhora me resta saber si pensis
habitar todava maana este departamento, en cuyo caso os lo
conservar; mas si el caballero no piensa en eso lo prometer a las
gentes de Su Majestad que van a venir. Eso es razonable dijo el
desconocido despus de un largo silencio; pero como ya no tengo ms
dinero, segn habis podido ver, como, a pesar de eso, deseo
conservar este departamento, es necesario que vendis este diamante
en la ciudad, o que lo guardis en prenda. Cropole examin tanto
tiempo el diamante que el desconocido se apresur a decir: Prefiero
que lo vendis, porque vale trescientos doblones. Un judo, vive algn
ju- do en Blois? os dar por l doscientos, ciento cincuenta tal vez;
tomad lo que os diere, aunque no os ofrezca ms que el precio de
vuestro alquiler. Corred! Oh! Caballero exclam Cropole avergonzado
de la inferioridad que le echaba en cara el desconocido, por ese
abandono tan noble y tan desinteresado, y tambin por su inalterable
paciencia a tantas mezquindades y sospechas. Ah! caballero, me
parece que no se robar en Blois, como vos parecis creer, y va-
liendo el diamante lo que decs... El desconocido lanz nuevamente a
Cropole una de sus miradas. Yo no entiendo de eso, compaero,
creedme exclam ste. Pero los joyeros s entienden; preguntadles dijo
el desconocido. Ahora, creo que nuestras cuentas estn terminadas,
no es verdad? S, seor, y tengo un gran sentimiento porque temo
haberos ofendido. De ninguna manera replic el desconocido con la
majestad de quien todo lo puede, Ha de haber parecido llevar ms de
lo equitativo a un noble viajero... Poneos en el caso, seor, de la
necesidad. No hablemos ms de eso, os digo, y hacedme el favor de
dejarme solo.
32. 32 32 Cropole inclinse profundamente y sali con aire
extraviado, que anunciaba en l un corazn excelente y un verdadero
remordimiento. El desconocido fue a cerrar la puerta, y mir cuando
estuvo solo el fondo de la bolsa de donde haba tomado un saquito de
seda donde estaba el diamante, su nico recurso. Tambin interrog el
vaco de sus bolsillos, mir los papeles de su cartera, y se persua-
di de la absoluta desnudez en que iba a encontrarse. Entonces
levant los ojos al cielo con un movimiento sublime de calma y de
desespera- cin, enjug con sus manos alguna gota de sudor que
humedeca su noble frente, y des- cans sobre la tierra aquella
mirada, llena un momento antes de majestad divina. La tempestad
acababa de pasar lejos de s; quiz haba orado en el fondo de su
alma. Volvi a acercarse y a tomar su sitio en la ventana, y all
permaneci inmvil, muerto, hasta el momento en que, comenzando el
cielo a obscurecerse, brillaron las primeras an- torchas, dando la
seal de la iluminacin a todas las ventanas y balcones. VII PARRY
Mientras el desconocido miraba con inters estas luces y prestaba
atencin a tales mo- vimientos, maese Cropole entr en su habitacin
con dos criados que prepararon la mesa. El extranjero no prest a
ningno de ellos la menor atencin. Entonces Cropole, aproximndose a
su husped,, le desliz al odo estos palabras con el ms profundo
respe- to: Caballero, el diamante ha sido apreciado. Ah! murmur el
viajero . Y en cunto? Seor, el joyero de Su Alteza Real da por l
doscientos ochenta doblones de oro. Los tenis? He credo que deba
tomarlos, caballero; no obstante, he puesto por condiciones de
venta que si querais conservar vuestro diamante hasta que tuvieseis
fondos... el diamante os sera devuelto. Nada de eso. Os he dicho
que lo vendis. Entonces, he obedecido, o algo menos, puesto que sin
haberlo vendido definitiva- mente he tomado el dinero. Cobraos
repuso el desconocido. Lo har, caballero, ya que lo exigs tan
imperiosamente. Una melanclica sonrisa pleg los labios del
caballero. Poned el dinero sobre ese cofre dijo volviendo la
espalda al mismo tiempo que le indicaba el mueble con un ademn.
Cropole coloc en l un saco bastante repleto, de cuyo contenido sac
el precio de su alquiler.
33. 33 33 Ahora, caballero dijo, no me daris el disgusto de no
cenar... Ya habis rehusa- do la comida, lo cual es ultrajante para
la casa de Los Medicis. Ya veis, la cena est ser- vida, y aun me
atrevo a aadir que tiene buena cara y buen sabor. El desconocido
pidi un vaso de vino; cort un pedazo de pan, y no, se separ de la
ventana ni para comer ni para beber. Al poco rato oyse un
estrepitoso ruido de timbales y trompetas; los gritos que se alza-
ban a lo lejos y un confuso rumor aturdi la parte alta de la
ciudad; el primer ruido distin- to que hiri los odos del
extranjero, fue el andar de los caballos que se aproximaban. El
rey! exclam Cropole, que se alej de su husped y de sus ideas de
delicadeza para satisfacer su curiosidad. Con Cropole tropezaron y
confundieron en la escalera la seora Cropole, Pittrino, los
ayudantes y los marmitones. El squito avanzaba lentamente,
iluminado por centenares de antorchas, ya desde la calle, ya desde
las ventanas. Despus de una compaa de mosqueteros y de un cuerpo
compacto de caballeros, vena la litera del cardenal Mazarino,
arrastrada como una carroza por cuatro caballos negros. Detrs de
ella marchaban los pajes y las gentes del cardenal. A continuacin
iba la carroza de la reina madre, con sus damas de honor a las
portezue- las y sus caballeros montados a los lados. El rey apareca
detrs, montado en un admirable caballo de raza sajona de largas
crines. El joven prncipe mostraba, saludando a algunas ventanas, de
donde salan las ms vivas aclamaciones, su noble y gracioso rostro
iluminado por ras antorchas de sus pajes. A los lados del rey, pero
dos pasos ms atrs, el prncipe de Cond, el seor Dangeau y otros
veinte cortesanos, seguidos de sus gentes y bagajes cerraban la
marcha verda- deramente triunfal. Esta pompa era de ordenanza
militar: Tan slo algunos viejos cortesanos llevaban el vestido de
viaje; todos !os dems vestan el traje de guerra. Muchos de ellos se
vean con el alzacuello y coleto, como en la poca de Enrique IV y de
Luis XIII. Cuando el rey pas par delante del desconocido, que se
haba inclinado sobre el' alfi- zar para ver mejor, y que haba
ocultado la cara al apoyarse sobre los brazos, sinti hin- charse y
desbordar su corazn de amargos celos. Embriagbale el ruido de las
trompetas, las aclamaciones populares ensordecanle, y por un
momento dej abandonada su razn en medio de aquel torrente de luces;
de tu- multo y de brillantes imgenes. El es rey! exclam con tal
acento de desesperacin y de angustia, que debi llegara los pies del
trono de Dios. Y, antes de que volviera de su sueo sombro, se
desvanecieron todo aquel ruido y todo aquel esplendor. Slo quedaron
algunas voces discordes y roncas que gritaban de vez en cuando.
Viva el rey! Tambin quedaron las seis luminarias que tenan los
habitantes de la hostera Los M- dicis, es decir: dos por Cropole,
dos por Pittrio y una por cada marmitn: Cropole no cesaba de
repetir:
34. 34 34 No. hay duda que es el rey, y que se parece a su
difunto padre, en lo hermoso deca Pittrino. Y que tiene un aspecto
orgulloso! aada la seora Cropole, ya en promiscuidad de comentarios
con los vecinos y vecinas. Cropole alimentaba estos propsitos con
sus observaciones personales, sin notar que un anciano a pie, pero
que arrastraba de la brida a un caballito irlands, trataba de
penetrar por el grupo de mujeres Y de hombres que estaban
estacionados ante su casa. Pero en este momento oyse en la ventana
la voz del extranjero: Buscad el modo, seor posadero, de que se
pueda entrar en vuestra casa. Entonces se volvi Cropole, distingui
al anciano y le hizo abrir paso. Cerrse la ventana. Pittrino mostr
el camino al recin venido, que entr sin pronunciar una palabra. El
extranjero le esperaba en el descanso de la escalera, abri sus
brazos al viejo y le lle- v a una silla; pero ste se resisti. Oh!
No, no, milord! dijo ; sentarme en vuestra presencia! Jams! Parry
dijo el caballero, os lo suplico... vos que vens de Inglaterra de
tan lejos! Ah! No es a vuestra edad cuando deben sufrirse fatigas
semejantes a las de mi servicio. Reposad... Ante todo, milord,
tengo que daros una respuesta. Parrypor Dios, no me digas nada...
porque si la noticia hubiese sido buena; no comenzaras tu frase de
ese modo. Das un rodeo, y eso quiere decir, que la noticia es ma-
la. Milord replic el viejo, no os alarmis tan pronto. Pienso que no
se ha perdi- do todo. Lo que se necesita es voluntad y
perseverancia, y especialmente resignacin. Parry contest el joven
aqu he venido solo, atravesando mil peligros: crees en mi,
voluntad? He meditado este viaje por espacio de diez aos, a pesar
de todos los con- sejos y de todos los obstculos: crees en mi
perseverancia? Esta misma noche he ven- dido el diamante, el
diamante de mi padre, porque ya, no tena con qu pagar mi