76 El Búho
Madrid.España. Joan Fontcuberta
(Barcelona, España, 1955), es uno
de los fotógrafos españoles más
conocidos internacionalmente. En Fontcuberta
se han reunido las facetas de creador, el técnico
y el intelectual. Cofundador del Grupo Alabern
y de la revista Photovisión, sus comienzos es-
tuvieron ligados a un interés muy general por el
surrealismo. Entre sus series fotográficas des-
tacan Herbarium y Frottogrammes, definidas
como una forma híbrida entre el frottage y la
objetividad fotográfica. En 1996 fue nombrado
director artístico del Festival Internacional de
Fotografía de Arlés. En 1998 obtuvo el Premio
Nacional de Fotografía del Ministerio de Cultura
de España. En 2011 obtuvo el Premio Nacional
de Ensayo que concede el Ministerio de Cultura
por su obra La cámara de Pandora. En 2013
ganó el prestigioso Premio Internacional de
Fotografía Hasselblad. Su extensa obra fotográ-
fica se caracteriza por el uso de herramientas
informáticas en su tratamiento y su presen-
Adolfo Mexiac
Miguel Ángel Muñoz
apantallados
apantallados 77
tación de manera interactiva con el espectador. Al
igual que otros artistas contemporáneos, repre-
senta una visión crítica de la realidad, las verdades
fotográficas, históricas o ficticias a través de la foto-
grafía y su contexto. Entre 1985 y 2013, la obra de
Fontcuberta fue expuesta en más de una treintena
de museos y salas de arte de Europa, América del
Norte y Japón como el Museo Folkwang de Essen
en 1987, el Museo de Arte Moderno de Nueva York,
en 1988, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo
, en 1989, el IVAM de Valencia, 1992, la Parco Gallery
de Tokio, 1992, el Museo de Bellas Artes de Bilbao,
1995, el Museo del Elíseo de Lausana, 1999, el
Museo Nacional de Arte de Cataluña de Barcelona,
1999, o el Museo Redpath de Montreal, 1999. Entre
sus libros de teoría sobresalen: Estética Fotográfica:
una selección de textos (1984); Fotografía: conceptos
y procedimientos, (1990); El beso de Judas. Fotografía
y Verdad (1997); Historias de la fotografía espa-
ñola. Escritos 1977-2004. Jorge Ribalta (ed. 2008);
La cámara de Pandora: La fotografí@ después de la
fotografía (2010).
En algunos de sus textos críticos-teóricos se ob-
servan múltiples preocupaciones por el proceso crea-
tivo y una gran desconfianza en el mismo, ¿cuál es
su principal preocupación?
-Cuando se buscan las raíces de cualquier pro-
ceso artístico se encuentran diversos factores que
se interrelacionan entre sí, ya sean de tipo históri-
co, social, político, cultural o personal. Para mí, las
secuelas del surrealismo, el espíritu de rebeldía del
año 68, mi paso por la Facultad de Ciencias de la
Información, han tenido una gran influencia, que se
refleja en mi trabajo. Pero en realidad me considero
un detritus del franquismo; la actitud que subyace
en mi obra artística surge como un producto de re-
acción contra él, contra la cultura de control y opre-
sión que implicaba la dictadura.
Entonces, ¿podríamos decir que es ahí cuando se
inician sus dudas culturales, sociales y artísticas?
-Desde luego. Aunque mi gran desconfianza se
originó cuando, siendo estudiante en la universi-
dad, tomé conciencia de que la información oficial
que asimilaba o que me querían imponer, no tenía
nada que ver con la realidad cotidiana. Esa situación
me hizo desarrollar un sentido claro y crítico, una
capacidad de lectura entre líneas. En este contexto
traté de buscar la verdad detrás de los enunciados,
la metáfora oculta tras las fachadas del franquismo
y su dictadura.
¿Cómo logró desprenderse de las falsas
apariencias?
-Esta voluntad de ir más allá de las aparien-
cias son y lo seguirán siendo una constante de
mis preocupaciones intelectuales y artísticas. Bajo
todo enunciado hay unas intenciones sumergidas,
y para calibrar ese enunciado es necesario hacerlas
aflorar.
¿Considera que en su obra se puede hacer una
lectura política muy definida, y al mismo tiempo
crítica contra la modernidad?
-No es que se pueda, es que se debe hacer una
lectura política. En el fondo, lo que yo hago es juzgar
los mecanismos de transmisión de conocimiento e
78 El Búho
información. A veces digo irónicamente que mi tra-
bajo es un sistema de vacunación, como inocular
unas pequeñas falsedades controladas para provo-
car una reacción de anticuerpos que proteja al or-
ganismo de futuras infecciones. Intento que el es-
pectador sea capaz de generar sus propias defensas
que le permitan filtrar críticamente cualquier tipo
de enunciado, no importa que provenga de un líder
político o espiritual.
¿Cree que tenga sentido en pleno siglo XXI plan-
tearse esta conciencia?
-Creo que hay que luchar por lograr esa con-
ciencia colectiva. En la mayoría de los casos, mi
trabajo es metadocumental; es decir, analizo y de-
construyo el género documental en sus diferentes
aplicaciones científicas o periodísticas. Desde hace
25 años intento analizar la naturaleza de lo que en-
tendemos por documento. Cuando inicié mi carre-
ra profesional en el campo arde un gran recono-
cimiento; pero ahora el periodismo en general y la
fotografía en particular están inmersos en una crisis
de credibilidad.
¿Cómo podría explicar y cómo podríamos en-
tender esa falta de credibilidad?
-De muchas formas. Por ejemplo, puede parecer
que un discurso que hoy intente deconstruir este ca-
risma de autoridad del documento fotográfico ya no
tenga sentido porque la situación, hoy, es distinta.
Pero creo que, a pesar de todo, siguen funcionando
muchos mecanismos de autentificación sobre los
que conviene reflexionar críticamente. La fotografía
por sí misma ya no posee el poder que tenía antes,
ahora la confianza ha sido transferida al operador
humano, al fotógrafo que mira e interpreta, y que
es capaz de ser convincente e inspirar credibilidad.
Siguen existiendo otras formas de conferir autori-
dad a un enunciado, y por tanto lo que tengo que
hacer es readaptar el punto de mira de mi trabajo
para continuar investigando cuáles son estos me-
canismos y cómo podrían funcionar. Creo que es
necesario en estos tiempos creer en algo. La duda
persistente nos lleva a la locura, a la imposibilidad
de tomar decisiones, y la vida nos obliga a tener que
decidir, a escoger un camino u otro. El compromiso
político de mi trabajo es el de vigilar los dispositivos
de autentificación.
Usted se considera, además de un artista, un
crítico y teórico fundamental en Europa, ¿pero cómo
puede hacerse una crítica de la crítica de su propio
trabajo?
-Mi trabajo mantiene como elemento estilístico
ese fomento de la duda. Por lo demás, las imágenes
y el contexto expositivo pueden ser muy diversos.
Para el público diletante mis proyectos se asocian
a un trabajo con trampa, algo así como un juego
al que hay que descubrirle el llamado truco. Ello
me obliga a sofisticar y a refinar mis estrategias de
ocultación de un proyecto a otro. En estos momen-
tos me estoy planteando una crítica de la crítica; es
decir, hacer un proyecto rigurosamente documental,
firmarlo y observar qué tipo de reacciones provoca
en el espectador y, desde luego, en la crítica.
apantallados 79
UNA LUNA PARA LOS MALNACIDOS
A partir del día 2 de octubre hasta el 7 de
diciembre, una de las obras, del grupo
considerado autobiográfico del exito-
so escritor norteamericano Eugene O’Neill, se
presenta en el foro Sor Juana Inés de la Cruz,
en el conjunto de teatros del Centro Cultural
Universitario.
El escritor Eugene O’Neill, es considerado
uno de los íconos del teatro estadunidense. Fue
galardonado con el premio Nobel y en cuatro
ocasiones con las preseas Pulitzer. Escritor que
incurre constantemente en el género psicológi-
co, en cuanto al tratamiento de sus personajes,
a quienes los somete al poner en manifiesto su
psiquis interna, es decir, escudriña los sentimien-
tos más íntimos de sus personajes.
En el caso de Una luna para los malnacidos,
propone el alcohol como detonante de la presen-
tación y justificación de los sentimientos de los
personajes, como comúnmente también ocurre
en el mundo real, y que lleva a las personas a
sincerarse, bajo sus efectos.
Dalia María Teresa De león aDaMs
Fotografía de: Andrea López
80 El Búho
Lilia Luján
La obra incurre según la consideración de la
compañía teatral, al descubrimiento de la psique
del autor, plasmada por la temática del amor que
nunca se consume en el dolor, la culpa y el desa-
sosiego ante las tragedias vividas en el pasado, y
que anulan la capacidad de lograr la felicidad ante
el arrepentimiento y sentimiento de culpa.
Los personajes son planos o cuadrados, pero
con una gran carga emotiva que los convierte total-
mente en seres vulnerables.
En la trama, Phil Hogan es caracterizado por
el primer actor Patricio Castillo; es un viejo alco-
hólico, bravucón, avaro y oportunista, quien habita
en una deteriorada granja junto con su hija Josie
(personificada por la actriz Karina Gidi). Una mujer
con muy mala reputación, llena de complejos, mal
carácter e igualmente bravucona, quien es la única
pariente que no ha abandonado a su viejo padre,
y quien se enamora de Tyrone, el propietario de la
granja en la que habitan.
Tyrone ha prometido vendérsela a Phil, su com-
pañero de farra, con quien acostumbra beber cons-
tantemente whisky en la cantina del pueblo.
Tyrone también ama a Josie; es el único que
la considera una mujer íntegra y
valiosa, pese a la opinión general
del pueblo ficticio de Connecticut,
región que el escritor propone
como referente de la obra, ubicán-
dola hacia los años 20’s del siglo
pasado.
La trama ventila el amor de
dos seres ya entrados en edad
madura, quienes se aman, pero vi-
ven sus propias miserias, ventilán-
dolas como parte de una irreme-
diable realidad. Ellos se encuen-
tran una noche bajo el cobijo de
la luna, y se demuestran su amor.
Todo parece ser prometedor para
estos dos seres, pero la fatalidad
que les liga a un pasado marcado
por el dolor, la inseguridad y la de-
sesperanza, los hace prometerse
apantallados 81
sólo una noche de entrega mutua, pero diferente, es
decir, sin entrega pasional. Sólo un abrazo en el re-
gazo del ser amado, una noche juntos conversando
sin tapujos y hablando con la verdad por delante,
les hace vivir una noche de luna única, que les mar-
cará con la felicidad de saberse mutuamente ama-
dos. Noche que sin embargo será el parteaguas para
una definitiva separación entre ellos.
La puesta en escena por primera vez se presen-
ta en México, traducida por Humberto Pérez, y bajo
la dirección artística de Mario Espinosa. Obra por
sí interesante, con la gran plástica actoral de tres
grandes actores y que es producida por la UNAM.
La obra se presentará de miércoles a sábados
a las 19:00 hrs. y domingos a las 18:00 hrs. En el
foro Sor Juana Inés de la Cruz, en el Centro Cultural
UNAM.
SANTIFICARAS LAS FIESTAS
Otra de las obras con gran peso psicológico, es la
puesta en escena de la dramaturga Conchi León
Santificaras las fiestas, título muy ad-doc con res-
pecto a la esencia medular de la obra, en donde el
preparar abundantes platillos para finalmente no
ser consumidos por los asistentes, es el pretexto de
una familia disfuncional, para reunirse a celebrar
las festividades.
Es una obra en donde los personajes se desen-
mascaran hablando sin tapujos de los demás, de tal
modo que la opinión que tienen acerca de los otros,
así como los juicios emitidos hacia sus familiares
y personas cercanas, son expresados abiertamente,
durante la celebración.
La obra narra un encuentro casual entre un
hombre común y una joven mujer con sobrepeso,
quien solía recurrir al pago por la compañía casual
de algunos hombres, ante su baja estima, para
pasar los tiempos de centrinas con sus parientes.
Familia conformada solamente por la hermana
solterona antisocial, y una vieja tía considerada un
tanto trastornada.
Ante la insistencia del hombre por conocerla, la
mujer termina por invitarlo a su casa. Dicho hombre
hasta entonces, mantenía encuentros con diversas
mujeres al mismo tiempo, sin importancia alguna
para él, pero al conocerla, queda prendado de ella,
por su actitud sincera y despreocupada de lisonja
alguna. La reunión resulta un tanto inconveniente
y llena de reclamos, pero al final, pese a ello, dos
almas pueden conocerse.
La obra es una puesta en escena con diálogos
estructurados bajo un lenguaje coloquial y ameno,
que nos introducen al mundo de una familia pecu-
liar, quien acostumbra herirse con verdades, pero
que a fin de cuentas, siguen manteniendo un fuerte
lazo familiar. De pronto, alguien se integra a ésta,
de manera inesperada.
La obra es original de Conchi León, quien
además actúa junto con Paloma Woodrich, Alfonso
Cárcamo y Mariana Hartasánchez, bajo la dirección
artística de Boris Shoemann, y la producción de
CONACULTA y el INBA, en el foro Xavier Villaurrutia
del Centro Cultural del Bosque.
82 El Búho
Cuando vi la obra Santificarás las fiestas de Conchi
León, (una de las autoras yucatecas de hueso
colorado más singulares), y bajo la dirección
del franco-mexicano Boris Schoemann, lo primero que me
produjo fue una sensación de ser un juguete escénico. Una
especie de “pequeño adefesio simpático”; adefesio, porque
tiene características esperpénticas, y simpático, porque
tiene un supuesto final feliz cur-
silón. El riesgo de apostar por la
“cursilería”, es que una vez llevada
a un extremo, se puede volver naif.
A este tipo de estética pretenciosa
se le supone una degradación de
lo artístico que procura interpreta-
ciones fáciles. En estas tendencias
estilísticas está implícita una “falsa
conciencia”, un término marxista
que significa una actitud mental
presente dentro de las estructuras
capitalistas, que está equivocada
en cuanto a sus propios deseos y
necesidades. Ahora, si yo opto por
Francisco Turón
Fotografía de: Pili Pala
apantallados 83
un elemento cursi, y lo convierto en kitsch, resalto
este estilo dentro de una estructura, y éste cobra un
valor de parodia de la catarsis, y también parodia de
la conciencia estética. Pero si lo vuelvo romántico, y
no kitsch, entonces es un arte vulgar y formalmente
incoherente, que sirve para darle a la audiencia ocio
y algo que mirar. El caso es que Schoemann, ni
evitó, ni acentuó el elemento de la cursilería, como
para poder remarcar que es una propuesta estilística
que utiliza la autora. Ese recurso de la cursilería que
usa Conchi de manera consciente, en la dirección de
la puesta, no se enfatizó como un comentario erótico.
La obra comienza con una escena en la última
noche del año. Se supone que está lloviendo en la
calle porque se avienta desde una pierna lateral un
ridículo cubetazo de agua. Una gorda (que no trae
paraguas) trata de parar un taxi. Un tipo caballe-
rosamente le ofrece compartir su paraguas para
que no se empape, pero ella se resiste. Después
de un breve tiempo, la gorda termina contratando
los servicios de sexo servicio del chichifo, y le pro-
pone que vayan a su casa. Al llegar al departamento
de la gorda, el invitado se lleva la sorpresa de que
tendrá que convivir con la hermana anoréxica y con
la tía loca, durante esa noche de la tradicional cele-
bración del año nuevo. Sin embargo, la expectativa
que tenía la gorda de satisfacer sus bajos instintos
nunca se cumple. Entonces, si la trama propone que
contratas a un chichifo que levantas en la calle para
llevarlo a tu casa para tener sexo… ¿Dónde quedó
el erotismo? El desconcierto es que no hay tal ero-
tismo en el desarrollo de la obra. Todo se limita a
lo verbal y lo crudo, pero hasta ahí. ¿Dónde quedó
la carnalidad? Va una persona por la calle, ve a otra,
y no intenta una conquista romántica, no hay se-
ducción, sólo hay una propuesta directa de: “vá-
monos a la cama”. Esto quiere decir que es una rela-
ción erótica práctica. Esa línea yo esperaba encon-
trármela y averiguar: ¿Qué pasa cuando se inserta el
erotismo en un vínculo familiar? ¿Me estimulo con
la hermana que es anoréxica? ¿Dónde pasa la línea
erótica? En ninguna parte de la obra hay una situa-
ción erótica, lo cual es una omisión fallida dentro
de la estructura dramática.
Me da la sensación que es una comedia de hu-
mor negro esperpéntico a la que le faltaba el shock
dentro de las estructuras que la hubieran sacado de
la aparente pasividad con la que dramáticamente
está construida. En el universo familiar femenino
conformado por un par de hermanas y su tía, el aci-
erto de la inclusión de un personaje masculino, ayu-
da en la situación de una química determinada en
la que se introduce un elemento que pretende pro-
ducir una reacción. Ahí el reto mayor es encontrar
un lenguaje común entre los actores. En la pues-
ta en escena actúan Paloma Woolrich (la tía loca),
Mariana Hartasánchez (la hermana anoréxica), y
dos actores con otro parámetro de energía, ya que se
les nota la hebra de dramaturgos: Alfonso Cárcamo
(el chichifo) y Conchi León (la gorda), por lo que es
un elenco anómalo. ¿Cómo unificar la dirección de
una obra para que actores y dramaturgos la vean
84 El Búho
de la misma manera? Dirigir a la autora debió de
ser todo un reto, ya que Conchi tiene una energía
totalmente estándar, independientemente de que al
escribir la obra obviamente tiene la capacidad de
interpretarla. En el caso de la gorda y el chichifo,
los actores tienen estructuras que sobresalen a sus
personajes, es decir, la identidad de los actores,
la forma en que están tomando la situación, hace
que vea más a Cárcamo y a Conchi, que a los per-
sonajes que interpretan. Este par de actores dirigen
la situación estructural e inciden desde la perspec-
tiva del hacedor. En el caso del chichifo, que está
planteado como el detonador de un producto quími-
co que se sumerge en ácido y produce una reac-
ción muy fuerte, lo siento al contrario, que produce
muy poca reacción. Esa familia, que se vale den-
tro de las mismas reglas del juego, es tan autosufi-
ciente para la autodestrucción, que la incidencia del
chichifo es mucho menor de lo que podría pensarse.
Si el chichifo no está provocando a la familia ¿en-
tonces para qué lo traigo a casa? Eso no necesita
un detonante porque funciona solo, es más, a ese
detonante se lo comen metafóricamente, tanto la
hermana, como la tía, durante la cena. La sensación
era: ¿por qué el chichifo no es más reactivo? Como
yo lo percibí no era un problema de dirección, sino
que la obra no está proponiendo que ese personaje
sea un reactivo de la situación.
Los mexicanos no nos hemos librado del yugo
de la familia, ni del peso emotivo que ésta tiene en
nuestra vida. El contexto de la violencia en la cotidia-
nidad familiar propone -darse en la madre- con un
cierto grado de amabilidad, en el tratamiento de este
monstruo teatral. La felicidad con la que los person-
ajes se destrozan entre sí, remite a las propias expe-
riencias de los espectadores y sus angustias. Es una
manera de destrozarse permanentemente porque
recogemos los pedazos y volvemos a comenzar el
pleito. En última instancia, son más cercanos los
estereotipos humanos, que la estructura social
que los sostiene. La pericia de la puesta es un dis-
curso psicológico de clases sociales.
Cabe mencionar que a la obra le fue bien en el
Centro Cultural Rojas de la Universidad de Buenos
Aires, Argentina, en el 2008, probablemente por la
cualidad que tiene para producir empatía con el pú-
blico, ya que se identifican fácilmente por el len-
guaje cotidiano, las imágenes, y las situaciones
de costumbres reconocibles. Esto va construyendo
referentes que permiten al espectador identificarse
inmediatamente porque todos de alguna mane-
ra hemos perdido la brújula, y nos hemos viciado
hasta el hartazgo, de una manera u otra, con la
convivencia familiar. Lo que hace a los personajes
verosímiles es que en su tratamiento son llevados
hasta la exacerbación, y en ese punto, nos atrapa
porque dejan salir la faceta oscura de sus personali-
dades. El espectador puede identificarse a través de
varios rituales que forman una radiografía del tejido
social enfermo que está acompañado de un humor
ácido, casi negro, el cual genera una ironía dolorosa
que obviamente escapa por la risa. La comedia se
apantallados 85
convierte en una sátira tremenda de personajes vul-
nerables en su dignidad humana que va trazando
líneas de comportamiento que estructuran relacio-
nes que se dan en un contexto de una especie de
romance. ¿Pero qué hace que el romance pierda el
sentido? Pues se va perdiendo en la neurosis,
en la desesperanza, en los fantasmas del pasa-
do, y en el cinismo de lo inevitable. En ese am-
biente prevalece la dependencia emocional que
va generando una inercia de lo cotidiano, y di-
cho sea de paso, en el teatro -el tiempo cotidia-
no- es de una complejidad avasalladora. Esta
obra aborda la comedia desde la falta de comu-
nicación entre los individuos, y desde la teoría
de que la felicidad no está atada a los rituales
de la congregación social, ni en los resortes de
la convivencia.
Entonces me pregunté: ¿Vamos a reírnos
de la realidad? ¿O vamos a ser consecuentes
con la realidad? ¿Es una obra que nos presenta
una realidad distorsionándola para que poda-
mos apreciarla? ¿O es un divertimento, que en
definitiva, nos muestra lo que ya sabemos de
una manera franca? Me quedé con estas du-
das, porque conozco las obras de la dramatur-
ga regionalista universal Conchi León, como
Todavía siempre, o su Mestizo power, y sé de
sus preocupaciones por las estructuras de las
relaciones humanas. En definitiva, la puesta
en escena no la encontré apetecible en el sen-
tido de la construcción escénica, sino más bien
como un producto social. Más allá de la poética, es
una obra que tiene mucha fuerza en el material de
las situaciones. Tiene el potencial de la comicidad,
y el de la violencia en las relaciones familiares inde-
seables, así como el potencial del lenguaje mismo
Gelsen Gas
86 El Búho
que se usa en la obra para ello. También tiene una
cierta cursilería propia de la comedia romántica que
me parece saludable que se fusione con un humor
negro que se ejerce a propósito de cosas que se
suscitarán contempladas desde la perspectiva de
la desolación, la lástima, la enfermedad, o el terror.
Pero eso sí: las relaciones humanas prototípicas y
estereotípicas que se dan, son las que soportan la
obra, y no tanto las fiestas tradicionales, que po-
drían no existir y darse igualmente en cualquier otra
ocasión con los mismos escenarios. La celebración
del año nuevo en el segundo aniversario luctuoso
del suicidio de la madre de la protagonista, resulta
colateral, y pasa a un segundo plano.
Siento que la obra es una gran artesanía. Se
confecciona con hilo en mano y una tela blanca en
la que tejo enormes flores, y bordo imágenes be-
llas. Sin embargo, la artesanía tiene una diferencia
con el arte, que no tiene que ver con la cantidad
de belleza, o con la originalidad, sino tal vez po-
dría ser con la trascendencia. La artesanía del “aquí
y el ahora” la gozamos sexualmente, más que re-
flexionar sobre una posibilidad posterior. Me pa-
rece que en su obra logra unos bordados fantásti-
cos. Hay momentos en que los cuadros artesanales
de la autora, combinados con la puesta en escena
de Schoemann, son interesantes. A pesar de ello,
toda la obra tiene poco vuelo. Una vez planteado
el juego, es predecible el trazado de cada uno de
los personajes que están encerrados en sí mismos,
y con el mismo esquema de su relación con el otro.
Es como esos diseños de manteles en los que se
repite la multiplicación de la misma flor y se logra
un fresco atrayente, pero nada más. En las obras
que he visto dirigidas por Schoemann como Odio a
los putos mexicanos, Tom en la granja, Los Endebles
o Kiwi, hay un trabajo más profundo y un espíritu
que trasciende la puntada del bordado artesanal.
Tal vez, la comedia sea el género teatral que me-
nos domine este director, ya sea porque tiene una
escasez de fondo, o porque es mucho más fácil
de digerir que la farsa, o la tragedia. Sin embargo,
es necesario aclarar que esta comedia romántica
tiene una poética distinta y tiene lados oscuros, por
lo que no se puede clasificar simplemente como
una ordinaria comedia regional folclorista.
Por otra parte, el decorado que impregna y da
perfil en el espacio escénico ante el que nos halla-
mos, constituye claramente un fenómeno muy ele-
mental. No veo riesgo escenográfico en ningún sen-
tido, ni en la iluminación, ni en el vestuario. La pro-
puesta plática del director no aporta nada. Hay una
voluntad de economía absoluta, el sonido es chafa,
no hay comida, todo es patético. Une elementos tan
disímiles como horripilantes. No hay una forma de
dirigir, sino varias formas de dirigir esta obra. En
otros trabajos de dirección Schoemann tiene una
presencia-ausencia mucho más interesante. Me pa-
rece también que los actores no entraban a la es-
tructura que se les estaba planteando. No hay clari-
dad del concepto que tiene que ver con el autor. Está
fraccionada la idea, está fraccionada la estructura,
apantallados 87
y Schoemann ha trabajado sobre estas fragmenta-
ciones sin lograr la unidad, aunque borde todos es-
tos elementos disímiles y haga de ellos algo que sea
disfrutable, que puede ser sostenible, que puede ser
legible, pero que como producto está craquelado en
muchas partes, a pesar de ser un trabajo honesto.
En conclusión, la puesta arranca con un ritmo
muy bueno, que incluso te atrapa, pero llega un
momento en que la obra se estaciona y parece que
no hay progresión. La progresión en un trabajo de
dirección en escena me parece fundamental. Decir
que el director debe de ser un puente entre el autor
y el actor, es algo tramposo. En realidad, el puente
es algo que sostiene, y de esa manera el director
existe. La mejor dirección es la que no se ve, pero se
siente. No veo al director, pero siento su presencia.
Ya estoy hasta la madre del teatro lucidor folclórico
mexicano. No es suficiente coordinar el trabajo de
los creativos y tratar de contar la historia de la me-
jor manera posible.
Fotografía de: Pili Pala
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