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“Les entrego este texto del Concilio como el terreno que
ustedes deben transmitir a las nuevas generaciones de laicos
comprometidos para que este acontecimiento único continúe
siendo hasta el tercer milenio, el paso del Espíritu Santo en su
Iglesia.” (Juan Pablo II en los 40 años del apostolado seglar)
Juan Pablo II en los 40 años del Apostolado seglar.
LA CONGREGACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE SION EN FRANCIA, DURANTE EL CONCILIO VATICANO II Sor Marie Bénédicte Salmon, NDS.
Conversación de S. Bénédicte ante la Fraternidad Laica Nuestra Señora de Sion, en Paris. 21 de enero 2001…tomado
de la revista SENS, setiembre-octubre 2002, que ha querido guardar su oralidad.
Traducido Por Soledad Haug nds. Julio 2015
Introducción
Acabo de leer, en el último número de Sidic-información, enero 2001, una información que me
permite introducir el tema de hoy: en diciembre 2000 hubo una mesa redonda en la B’nai
B’erit Europa con el tema: Judíos y cristianos, ¿Qué futuro común? Ustedes pensarán, sin duda,
que es normal y bueno que judíos y cristianos busquen juntos cuál puede ser su camino común.
Pero hace cuarenta años, justo antes del Concilio Vaticano II, tal pregunta era inconcebible. No
solamente esa pregunta no se planteaba, sino que no se podía plantear. El cristiano que la
hubiera hecho, habría sido considerado como un soñador, o bien como un hombre peligroso:
¿Cómo? ¿Judíos y cristianos en un futuro común?
Es el Concilio Vaticano II el que ha desatado un cambio total de perspectivas. Es de este
acontecimiento fundador de nuevas relaciones entre judíos y cristianos, que yo quisiera
hablarles. Este trabajo de memoria me ha causado una alegría profunda y mi deseo es
compartirla con ustedes. Procederé en dos tiempos:
* Hablaré primero de lo que se pasó en la Congregación durante el Concilio, de 1962 a 1965,
período en el que se desarrollaron las cuatro sesiones conciliares. Explicaré cómo fuimos
llevadas a trabajar con los obispos, con miras a la declaración sobre “la Actitud de la Iglesia
hacia las religiones no cristianas”
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* Después evocaré los dos o tres años posconciliares, en los cuales pudimos tomar contactos de
trabajo con cierto número de personalidades judías de Paris.
Antes de entrar de lleno en el tema, me gustaría hacer dos aclaraciones:
Vaticano II es el primer concilio de la historia que reunió a obispos de todos los
continentes y de todas las razas: el número de participantes a las Congregaciones
generales, era de 2.526 obispos. Cada uno podía tener a su lado un “experto”, un
teólogo, susceptibles de hacer aclaraciones de los asuntos tratados. El hecho de que
este concilio, verdaderamente ecuménico, haya podido por primera vez abordar el tema
del Judaísmo y de los judíos, es más que una simple coincidencia. Lleva en sí mismo una
significación profunda: la unidad de la Iglesia no puede construirse sin un regreso a las
fuentes, sin un verdadero reconocimiento del pueblo de sus fuentes.
Además la celebración del 20 de enero que conmemora oficialmente en la Iglesia la
intervención de María, aparecida en Roma al judío Alfonso Ratisbona, fundador con su
hermano Teodoro de la Congregación Nuestra Señora de Sion, se encuentra situada hoy
en el corazón de la Semana de la Unidad. ¿No eso acaso significativo de la vocación de la
Iglesia y de la vocación del pueblo portador del proyecto de Dios: trabajar por la unidad
de este mundo que retorna al Padre?
1. La Congregación de Nuestra Señora de Sion durante el Concilio
En julio 1962 fui llamada de Lyon, donde me ocupaba del Catecumenado de adultos
a París, a la casa Generalicia, 61 rue Notre Dame de Champs. Fui llamada ahí junto
con otras hermanas: S.Hedwig Wahle, por Austria, S.Charlote Klein, por Inglaterra,
S.Mreille Gilles… Éramos al menos cuatro, si no más.
El historiador Jules Isaac había encontrado al Papa Juan XXIII el 13 de junio de 1960.
Fuimos conscientes de que una acción debía ser tomada por los obispos en el
Concilio y que esto concernía particularmente a nuestra Congregación. Por primera
vez el asunto judío sería oficialmente abordado.
La entrevista de Jules Isaac con Juan XXIII antes del concilio.
El historiador Jules Isaac se había encontrado con Juan XXIII el 13 de junio de 1960 en una
audiencia privada y “una nota conclusiva” de este encuentro había llegado hasta nosotras de
manera totalmente confidencial. Según esta nota, Jules Isaac había hecho al Papa una
sugerencia: ¿No se podría pensar en una “subcomisión“ conciliar encargada especialmente de
estudiar el grave asunto de la enseñanza cristiana con respecto al pueblo del Antiguo
Testamento, el “Viejo Israel”? “Estoy convencido de que somos muchos - decía él- los que, de un
corazón ferviente y lleno de esperanza, guardamos el deseo de que el Santo Padre, no
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solamente prevea y asuma la idea de esta creación, pero además – para darle más resonancia-
que quiera anunciarla de la manera que mejor le plazca y que muestre a todos los fieles su muy
alto significado. Y la nota terminaba así: “Presentando tales peticiones, tengo plena conciencia
de mi audacia, pero tengo también conciencia de hablar en nombre de los mártires de todos los
tiempos. Yo he sobrevivido para realizarlo.” Siguiendo dos referencias de la Escritura: una
tomada de Luc. 1,46-50, “Socorrió a Israel, acordándose de su misericordia, como lo había
prometido a nuestros Padres, a Abrahán y su descendencia para siempre.” Y la otra tomada de
la Epístola a los Romanos, 11,32; “Los dones y el llamado de Dios son irrevocables pues Dios a
encerrado a todos los hombres en la desobediencia para hacerles misericordia a todos.” Al final
de la entrevista, Jules Isaac preguntó a Juan XXIII: ¿“Podemos esperar nosotros una revisión de la
actitud de la Iglesia ante nuestro pueblo? A lo que Juan XXIII contestó: “Ud. Tiene derecho a
mucho más que esperar”.
La primera sesión del Concilio y lo que siguió: 11 de octubre – 8 de diciembre
1962.
En las reuniones de preparación al Concilio, se había hablado, en efecto, de establecer en Roma
un Secretariado para las relaciones con el mundo judío. Pero inmediatamente se había
manifestado una viva oposición en ciertos medios conciliares. Un proyecto de siete páginas de
un decreto sobre los judíos, elaborado por una comisión del Secretariado por la Unidad de los
Cristianos. ! Había sido retirado! Durante la primera sesión se rechaza la posibilidad de abordar
el asunto de los judíos: había dentro del Concilio tal desorden de parte de ciertos obispos
expertos, que este asunto fue puesto de lado. ¡Esto da una idea de lo que podría ser el estado
de los ánimos!...
No era muy animoso para nosotras hermanas de Sion. Pero había ciertamente entre algunas un
Espíritu que soplaba… En cuanto a mí, no tenía la menor idea por la cual había sido llamada a
París… Nosotras no pudimos comenzar a realizar ninguna acción durante varias semanas, antes
de la segunda sesión que debía llevarse a cabo entre el 28 de setiembre y el 4 de diciembre
1963. ¿Qué se buscaba? Obtener, en un texto conciliar, una definición del pueblo judío que le
diera a este pueblo su justo lugar en una visión cristiana de la salvación(la cual no está clara en
todos los cristianos hoy, hay que admitirlo…) Y en segundo lugar era necesario contactar a todos
los obispos, susceptibles de interesarse en el proyecto.
Entre la 1ª. Y la 2ª. Sesión del Concilio.
Quisiera citar aquí el nombre de S. Magda cuyos consejos y ayuda fraterna fueron preciosos
para mí en ese momento. Juntas hicimos el primer contacto con Monseñor Villot, arzobispo de
Lyon. El no escondió su pensamiento: en este primer encuentro, el asunto de Israel no había
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todavía aflorado en la conciencia del conjunto de los Padres del Concilio. Él sabía muy bien lo
que decía y no nos dio mucha esperanza inmediata. Pero nos aconsejó trabajar por contactar a
otros obispos, para “climatizar” a la asamblea a través de esos contactos.: “En Francia, traten de
ver a Mons. Martin en Rouen, (él es el coordinador de las iniciativas conciliares); de alcanzar
rápidamente el Cardenal Bea en Roma (él tiene toda la confianza de Juan XXIII y obtuvo de él
el 13 de diciembre de 1962, la reinserción del esquema sobre los judíos al programa del
Concilio); en Bélgica, al Cardenal Suenens, ( él está en la Comisión central y sabe los verdaderos
obstáculos que encuentra el Cardenal Bea sobre este asunto)” .
Mons. Villot nos dio entonces un verdadero envío: “Yo tomaré esto a pecho, porque no podemos
asignar límites al esfuerzo de ecumenismo de la Iglesia, por falta de visión.” Debíamos volver a
ver a Mons. Villot un poco más tarde, el 2 de setiembre 1963, la víspera de la segunda sesión del
Concilio. Juan XXIII acababa de morir. Él que había hecho todo, que había pensado el
Concilio…Era como cuando uno ha hecho algo importante y debe alejarse de eso. Mons. Villot
era claro sobre este tema. Ha hecho algo grande y debe irse… Pero Pablo VI se había propuesto
no guardar silencio con respecto a los judíos
El 9 de setiembre 1963 me fui sola- lo recuerdo porque era difícil- donde Mons. Martin
arzobispo de Rouen y presidente del Secretariado francés para la unidad de cristianos. Yo le
había escrito para explicarle el fin de la entrevista. El arzobispo era muy bueno y muy
comprensivo. El da inmediatamente dos ideas: encontrar teólogos y relanzar en Francia a otros
obispos. En particular, me dijo: “puesto que ustedes viven en Paris ¿Por qué no han ido todavía
a ver a Mons. Veuillot? Era terrible. Mons. Veuillot parecía de muy difícil acceso. No parecía
interesarse particularmente al asunto judío. Yo había corrido para más tarde esa posibilidad.
El 20 de setiembre 1963, una semana antes de la segunda sesión, fui por fin a ver a Mons.
Veuillot. Este encuentro fue obtenido con gran lucha. El arzobispo, justo antes de su salida
para Roma, me había respondido que le era imposible recibirme. Yo volví a llamar a su
secretariado haciendo valer el hecho de que justamente lo que yo le iba a decirle tenía
relación con el Concilio y me parecía muy importante. Esta insistencia obtuvo éxito. S.
Magda y yo habíamos, muy cuidadosamente, preparado lo que yo le diría. Lo escribí,
delineando la teología del “ecumenismo” fundamental de la iglesia hacia el pueblo judío.
Era la víspera de su viaje para el concilio: lo interrumpieron dos veces para decirle cosas al
oído y manifestó impaciencia porque quería seguir oyéndonos. ¡Es decir que entendió! Y
expresó sus consignas, precisas y claras, casi imperativas. Dijo: “Lo que ustedes me explican
es muy digno de atención, su pensamiento expresa propuestas eclesiales. Es necesario que
tengan a un teólogo con ustedes, un experto conciliar; es necesario una nota escrita diciendo
lo que me leyeron, con aspectos complementarios, precisando los elementos doctrinales que
ustedes evocan. Este relato debiera terminar con una propuesta. Vayan a ver al Padre
Congar de parte mía”.
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El 23 de setiembre de 1963 me fui, por fin, a Estrasburgo para encontrarme con el Padre
Congar.O.P. en su convento de los Dominicos. Me dijo que estaría en el Concilio al final del
mes. Escuchó atentamente y después dijo: “Habrá que introducir un párrafo en el esquema
“Pueblo de Dios”, lo que usted dice sobre las raíces de la Iglesia. Habrá que encontrar un
obispo presentador; si fuera Mons. Veuillot, podría tener un gran alcance. Exprese entonces
por escrito las ideas que acaba de presentarme, en su continuidad lógica y luego una
conclusión.” Me nombró, entonces, a otros obispos, Mons. Garrone, y me dio su dirección
en Roma para permanecer en contacto con él.
¡Había que hacer propuestas para los teólogos! ¡Imagínense eso! En frente de nuestra casa
estaba el Padre Kruby de origen judío, del cual ustedes conocen las cualidades, esto dice la
sensibilidad que podía tener a esta petición y el deseo de responder a nuestra petición. Me
dijo: “Invitemos al Richard-Molard. Es necesario que haya un protestante en el cupo”. Así es
que lo invitamos y entre los tres redactamos cuatro propuestas que les expongo:
1. Israel, el pueblo judío, se sitúa en el interior del desarrollo de la Historia de la Iglesia,
de su misterio. Lo que descarta la idea de que este pueblo se sitúa en un plano
puramente étnico y que los judíos son “un pueblo como los demás.” Esto descarta, por
un lado, la confusión entre el Estado e Israel – dos millones de judíos – que plantean
problemas políticos muy difíciles y los judíos – 12 millones de hombres – de los cuales la
Iglesia responde delante de Dios, de manera única.
2. Israel, el pueblo de judío, es el “pueblo raíz” de la Iglesia (Lo que se había “olvidado”,
desde siglos, según la frase de S. Pablo: “es la raíz la que te soporta”) del misterio
cristiano, de nuestra historia, de nuestra economía sacramentaria, de nuestra moral.
Esto descarta la idea de “sustitución de Israel por la Iglesia” y evoca la idea de
“cumplimiento”
3. Israel, el pueblo judío, es el pueblo testimonio histórico de la revelación bíblica del
Dios viviente, de la realidad carnal de la encarnación. Él es el testigo histórico de la
actitud del ser humano confrontado con el don de Dios. Esto descarta la idea del
pueblo conservado únicamente para el castigo por el “deicidio”.
4. Israel, el pueblo judío, tiene hoy en día todavía, una participación única con la Iglesia,
en el desarrollo de proyecto de Dios, en la escatología, según la dialéctica descrita por
S. Pablo en Rom. 9-11. Esto deja de lado, de manera absoluta, la idea de que Dios ha
rechazado a su pueblo.
Con estas cuatro propuestas creo que podrían los padres conciliares, comenzar a
reflexionar. Inmediatamente comunicamos esta nota a los obispos que habían llegado a
Roma, para la segunda sesión del Concilio: Mons. Veuillot, de Paris; Mons. Villot de Lyon;
Mons. Martin, de Rouen<; Mons. Liénart de Lille; Mons. Marty de Reims; Mons. Guéry de
Cambray; Mons. Garrone de Toulouse, los que nos parecían ser los más importantes a
alcanzar y los más accesibles. Antes del 30 de setiembre 1963, las respuestas- todas
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positivas – llegaron a Roma con el compromiso de trabajar por hacer pasar el contenido de
las propuestas. La nota es igualmente comunicada a varios expertos: el P. Congar OP. Henry
Denis, mi profesor de teología en Lyon, el P. Cazelle en Paris; el P. de Lubac, SJ. muy cansado
para asistir al Concilio, vino a nuestro convento de Notre Dame de Sion, para darnos su
asentimiento.
La Segunda Sesión del Concilio, 28de setiembre a 4 de diciembre 1963.
Llegamos por fin a la segunda sesión del Concilio en la que sucedieron muchas cosas. Es en
esta sesión que el Cardenal Bea va a presentar el 9 de noviembre 1963, un excelente texto
que ha trabajado arduamente. Se llamaba “De las relaciones de los cristianos con los no
cristianos, principalmente con los judíos” y debería constituir el capítulo cuarto de un
esquema sobre el ecumenismo. Este documento hacía totalmente resaltar el lazo
profundo de la Iglesia Católica y el pueblo judío; afirmaba que la responsabilidad de la
muerte de Cristo reposa sobre la humanidad entera y que el pueblo judío no es ni “deicida”
ni maldito.
Aunque el Secretariado por la Unidad Cristiana se adelantó a afirmar que este texto se
situaba fuera de todo contexto de anti-sionismo, reacciones agresivas lo interpretaron en
ese sentido. Se confunde el Estado de Israel, asunto político, con el asunto religioso del
pueblo judío.
Toda una parte de la opinión, los medios llamados “conservadores”, y por otro lado los
patriarcas orientales, sobre todo, criticaban sin reparos el texto sobre los judíos. Viviendo
en países árabes – especialmente en Egipto y Siria, donde los cristianos son minorías y
considerados como enemigo nacional, estos patriarcas temían que sus países y los países
árabes, no entendieran las intenciones del Concilio y creyeran que se había querido dar un
apoyo al pueblo judío en sus reivindicaciones políticas. Nosotras seguíamos con inquietud, a
través de la prensa, la campaña que se desencadenaba y que continuó en el intervalo
entre la segunda y la tercera sesión, hasta llegar a discutir la oportunidad de la
Declaración. Todo lo que pasaba en el concilio, resonaba en el corazón de la Congregación
La intervención del Cardenal Bea ante
la Congregación de Nuestra Señora de Sión
Para nosotras se produjo un acontecimiento muy importante; el Consejo General, dándose
cuenta que la Congregación no podría tomar el nuevo rumbo del Concilio sin una intervención
especial de la Iglesia, había pedido al Cardenal Bea que viniera a hablar con el Capítulo General
reunido en Roma en enero 1964. El Cardenal estuvo de acuerdo en dirigirse a toda la
Congregación, con la autoridad que se requería. Fue entonces en la tarde del 15 de enero 1964
que el Cardenal vino a pasar con nosotras, entre la segunda y la tercera sesión del Concilio.
Les cito la nota introductoria de su discurso que fue redactada seguidamente: “El cuidado que él
había puesto al redactar sus palabras, la fuerza de la convicción con que las pronunció,
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mostraba la importancia que él reconocía en la Iglesia a la vocación de las religiosas de Nuestra
Señora de Sión.”
No puedo resistirme al deseo de leerles algunos pasajes de esta intervención que marcó un
cambio decisivo: “Supongan que el pueblo judío hubiera desaparecido. La revelación del Antiguo
Testamente, la historia de la salvación, las promesas mesiánicas, todo eso sería pálido y
abstracto, lejos del ser humano. Las literatura sumeria, babilonias, asirias son literaturas
muertas. Se pueden estudiar y hacer tesis de doctorado, pero no “dicen “nada. Es muy diferente
con el Antiguo Testamento que nos ha sido guardado en su cuerpo, es decir, en ese pueblo al que
estaba destinado. Dios habló en un pueblo…”
“Ustedes ven que el pueblo de Israel tenía una gran misión desde el tiempo de los patriarcas,
continuada a través de la historia y subsistente hasta el final de los tiempos, según S. Pablo. Es
así que esta misión existe todavía; si hay un judío en la India o en Japón, ellos son los
representantes del monoteísmo en países no cristianos. Y por eso habría que apreciar esta
misión. El pueblo judío, a causa de esa misión está llamado a abrirle el camino a Cristo, aunque
ellos no lo reconozcan. (Es el Cardenal el que habla, no yo) Es posible que para mucha gente el
primer conocimiento del monoteísmo se haga a través de judíos… hay que conocer la actitud de
la Iglesia, de los papas hacia los judíos; quizá en este aspecto tendremos muchos pecados que
confesar, faltas de la misma Iglesia”. Como ustedes pueden ver, él fue hasta el fondo. No se
puede ir más lejos.
Después de haber trazado el perfil de la formación de las hermanas de Nuestra Señora de Sión y
de su actividad el Cardenal sugiere a nuestra superiora general: “Talvez podrían ustedes con el
tiempo, hacer un directorio espiritual para sus hermanas. Sus Reglas son muy breves y muy
generales. Sería necesario tener un comentario más profundo, más extendido, más adaptado a
la situación moderna”. (Nota: Lo que fue hecho por todas las hermanas y aprobado en Capítulo
General, en 1984) ¡Y lo tenemos ese directorio! Cada vez que lo releo estoy en la admiración,
porque corresponde perfectamente a lo que deseaba el Cardenal Bea.
En vísperas de la tercera sesión del Concilio
La oposición se había desencadenado en la Iglesia contra el texto que había propuesto el
Cardenal Bea, de tal manera que nosotras que estábamos en diferentes países, los más
comprometidos al servicio del Concilio, recibimos una carta del Consejo General, con fecha del
4 de agosto 1964. (Estamos aquí en corazón de nuestra historia y de su evolución): “La
Declaración sobre los judíos preparada por el Concilio, encuentra serias dificultades, la
Congregación debe aportar toda su ayuda, discreta y eficaz, a este trabajo de Iglesia”. Seguido,
un análisis de la situación y las orientaciones para la acción a tomar o a continuar, con los
obispos en los países donde nos encontramos.
Agregaba: “Todas las iniciativas colectivas: cartas, circulares, delegaciones, mociones de tal o
cual grupo de obispos…. Lo que ayudaría más sería una o dos intervenciones de obispos
influyentes sensibles al asunto judío – en el plano teológico y pastoral – para que asumieran
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como de ellos las sugerencias que ustedes proponen. Habría que acompañar esta intervención
de una nota breve y sólida, que se pediría a un exégeta competente, - no como una condenación
del antisemitismo- lo que parece ya adquirido – sino sobre la responsabilidad de los judíos en la
muerte de Cristo; una nota objetiva, fundada en la Escritura que, -permitiendo a los obispos
comprender bien el asunto, - les dé la posibilidad de reclamar en el Concilio que la Declaración
debe contener una aclaración sobre la responsabilidad del pueblo judío de hoy en la muerte de
Cristo. Los judíos, en efecto, esperan esta aclaración, con una gran esperanza por desarraigar el
antisemitismo cristiano. La Presentación del primer texto por el Cardenal Bea, al final de la
segunda sesión, mostró claramente la necesidad, para que un gran silencio sobre este punto
preciso, no aparezca como un retroceso; este silencio sería utilizado en el futuro, para la
obstinación de los cristianos y de los catequistas más o menos antisemitas, como un argumento
en su favor.”
Había dos recomendaciones significativas: “Evitar mencionar el Secretariado por la Unidad y
actuar como de sí mismas. Más vale renunciar a actuar en un país, que cometer una torpeza que
podría comprometer el conjunto. Ténganos al corriente…”
Recuerdo que yo estaba en Atenas con un grupo de estudiantes belgas cuando recibí esta carta.
Me sentía llena con la belleza de esa ciudad, pero a partir de ese momento, no vi más gran cosa.
¡Estaba ocupada por la urgencia de nuestro trabajo! A mi regreso, pasando por Liege, hice mi
primer contacto, gracias a las hermanas O: S: B: de Liege, con un obispo de la diócesis, Mons.
Hoshben, y con el profesor Giblet, consejero del Cardenal Suenens, que había preparado una
excelente intervención. En París, antes de la tercera sesión yo había encontrado al P. Cazelles
que había redactado para Mons. Veuillot, una intervención del mismo estilo! Pero no
estábamos al final de nuestras penas! El texto presentado por el Cardenal Bea había sufrido
varias modificaciones entre la segunda y la tercera sesión bajo la presión de los medios de los
que les hablamos. Las más irritantes, si no las más temibles, de estas presiones, que se
ejercieron hasta el final del Concilio, no eran las que aparecían descubiertas en la Prensa, sino
las que se manifestaban en panfletos muy bajos, anónimos y antijudíos… generosamente
distribuidos en todos los medios, que de cerca o de lejos, estaban asociados a los trabajos del
Concilio Vaticano II. ¡Ustedes pueden imaginar lo amargo de la lucha!
Cuando los judíos supieron que su esquema había sido retocado y coloreado, una inmensa
inquietud se adueñó de la comunidad judía europea y a y más allá del océano. El abandono de
la frase que desechaba la idea de deicidio fue dolorosamente resentida y las explicaciones que
se daban no podían ser entendida por ellos. Recuerdo que el Rabino Abraham Heshel que había
discutido mucho con el Cardenal Bea en Estados Unidos, llegó a Roma para encontrarlo.
Este nuevo texto igualmente suscitaba reacciones en numerosos obispos de nuestro país que
no aceptaban este retroceso. Uno de ellos trató de “expertos inexperimentados” a quienes
habían redactado ese texto, mucho menos bueno que el precedente. El mismo Cardenal Bea,
presentando este texto al Concilio, pidió que se restableciera el primero. ¡Y se puso de nuevo a
trabajar! Todo eso antes de la tercera sesión del Concilio.
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La tercera sesión del Concilio; 14 de setiembre -21 de noviembre 1964.
En la tercera versión del texto, presentada al Concilio, el 20 de noviembre 2964, el título fue
“Declaración sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas” ; no se hacía ya
mención de los judíos. En una primera versión, el párrafo que hacía mención de los judíos había
sido añadido a un esquema sobre el ecumenismo y – muy justamente- se puso al comienzo de la
Declaración que finalmente vio el día: “La actitud de la Iglesia hacia las religiones no cristianas”.
En este documento la parte reservada a los judíos ocupa el último párrafo “por arriba”. Después
de un primer párrafo con nociones generales, viene el hinduismo, luego la religión musulmana
y finalmente se llega a” la religión judía” a la que se consagra la mayor parte. Presentando este
documento al Concilio, el Cardenal Bea decía poéticamente: “A esta declaración se puede
aplicar justamente la imagen bíblica del grano de mostaza. Al principio se trataba de una simple
declaración corta sobre la actitud de los cristianos hacia el pueblo judío. Con el tiempo y sobre
todo con la discusión que tuvo lugar en el Concilio, este grano – gracias a ustedes- se hizo un
árbol en el cual muchos pajaritos encuentran su nido. Es decir en el cual, al menos de cierta
manera, todas las religiones no cristianas encuentran su lugar. Más o menos como en la
Encíclica “Ecclesiam Suam”, el Santo Padre abraza a todas las religiones no cristianas.”
El Cardenal decía también: “Es en los frutos que la declaración producirá después del Concilio,
y que los dará ciertamente, que reside su importancia y su gran valor”.
El texto fue votado en forma masiva esta vez. Un voto único en su historia. Según el reglamento
del Concilio, no se pueden prever más que modificaciones de detalle. Sin embargo se
abstuvieron de eso hasta la cuarta sesión. Pero no se alteró nada fundamental.
La Campaña hostil volvió a comenzar de lo mejor, antes de la cuarta sesión, contra el Cardenal
Bea, lo que le provocó un verdadero cansancio al final del Concilio. Yo me encontraba en Roma
en ese momento. Con Sor Magda tratamos de encontrarlo. No pudimos verlo, pero dejamos en
su carro, al momento de despegar, un hermoso ramo de rosas rojas. Él nos reconoció (nosotras
teníamos el hábito en ese entonces) y nos hizo señal con la mano como diciendo: “¡Por fin. La
tarea terminó!...”
La Congregación quedó en estrecho contacto con el Cardenal Bea hasta su muerte, en
noviembre de 1968, facilitado esto por el traslado de la Casa Generalicia de Paris a Roma en
marzo de 1964.
Releo una carta que me dirigió el Gran Rabino Kaplan, algunos meses antes de la promulgación
de Nostra Aetate. Expresa el sentimiento común de un gran número de amigos cristianos y
judíos y dice así: “Usted sabe que el esquema sobre los judíos fu el objeto de críticas demasiado
justificadas. Hubo supresiones dolorosas que ustedes conocen (la prohibición de la expresión
decida) Pero tampoco se encuentra ese grito del corazón que hubiera inspirado el recuerdo de
las persecuciones padecidas por lo judíos a causa de “la enseñanza del desprecio”. Y agrega,
porque él era al mismo tiempo, muy positivo: “A pesar de todo, esta Declaración permite a los
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hombres de buena voluntad trabajar por un gran mejoramiento de las relaciones entre
Cristianos y judíos” (3 de enero 1966).
II. Los años que siguieron al Concilio.
Durante los dos años que siguieron el Concilio. Nosotros tuvimos la gran dicha de encontrar a
varias personalidades del mundo judío:
Encuentro con el Rabino André Chekroun.
El primer encuentro fue muy importante, lo más importante que pudo haber sido y fue el que
preparó el encuentro con el gran Rabino de Francia. Yo fui con la Hermana Louise- Marie que
estaba encargada de los Catequistas. El rabino André Chekroun era en 1966 un asistente del
gran Rabino Kaplán; nosotros teníamos con él buenas relaciones. Nos había invitado a las dos a
encontrarlo en su oficina del Consistorio central. Él era Capellán del liceo Víctor Duruy y
encargado de repartir las capellanías de los Liceos de París.
Interesado por una encuesta hecha en Lovaina sobre la manera de hablar de los Judíos y del
Judaísmo en los manuales de instrucción religiosa, estada deseoso de una mayor información.
Yo creo que, en realidad, él quería sobre todo encontrarnos para saber lo que teníamos en la
cabeza, porque había oído ciertos rumores con respecto a nosotras.
Manifestó una gran alegría por este encuentro, yo lo cito: “Pienso que ustedes abandonaron la
óptica del proselitismo, las conversiones individuales; nosotros no las rechazamos…..sino
rechazamos la actitud en Israel de los Misioneros Americanos…”. Después dijo: Debo
confesarles que nosotros tenemos temor de ser engañados. Hay solicitudes cristianas por todo
lado. Ciertas comunidades Judías ven el peligro de la segregación, con dichas solicitudes y sin
embargo, uno no puede rechazar una solicitud de amistad. Nuestro trabajo consiste en dar a
nuestras comunidades la compresión justa del otro, tenemos que hacer comprender mejor a
nuestro fieles que el Cristianismo es un verdadero monoteísmo.”
Sor Louise- Marie había llevado los papeles de la encuesta de Lovaina él los miró y se detuvo
largamente sobre el tema de la unidad de la revelación y dijo: “Si uno la niega, uno llega a un
estereotipo que culmina en el Judío deicida; hay una revelación común y después refracciones en
diferentes direcciones, entre otras el brillante ramo de luz cristiana; si un hombre encuentra su
equilibrio en otra forma que el Judaísmo, no hay nada que decir, pero es la actitud de caza que
nosotros no aceptamos. De eso, yo les confieso, algunos de nosotros tienen todavía miedo “.
Dijo también: “Que Jesús nos divida, no es extraordinario; lo mismo que la Torah nos ha dividido
y nos divide. Yo, Rabino, que da lo mejor de mi vida al Judaísmo, soy un mal al judío “Nétorei-
Karta”. Que Jesús sea una gracia se puede admitir, pero los que han recibido esta gracia no
pueden querer atraer a todo el mundo a eso, como si ellos tuvieran la verdad absoluta”.
Recorrió todos los papeles y después dijo: “La óptica aquí, es mostrar a los cristianos lo que
tenemos en común ¿pero es que eso debe concluir en que nosotros podamos existir sin
necesidad de ser salvados por ustedes? Lo que divide más que la persona de Jesús, es esta
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actitud que busca anexarnos. Dicho de otra manera, lo que nos divide es una actitud que no es
según el Evangelio”. Nosotros escuchamos y estuvimos felices de escucharlo.
Louise- Marie precisa todavía más, que la óptica expresada en los papeles explicita exactamente
la del Concilio. que insiste repetidas veces en lo mismo. El Rabino concluyó: “Este trabajo y lo
que ustedes me dicen, es importante. Yo lo transmitiré en nuestro congreso Rabínico de Francia
la semana próxima, puesto que se puso en su agenda el dialogo con los cristianos”.
El encuentro con el gran Rabino Kaplan
Vuelvo a leer las notas que tomé después de la primera entrevista con él y creí que había
llegado el momento de solicitar una entrevista con el gran Rabino de Francia Jacobo Kaplán .No
lo había visto más que de lejos y no me había atrevido a abordarlo por falta de motivos
suficientes. Me es imposible recordar la manera como yo justifiqué mi petición al secretariado,
lo que es cierto es que yo no escondí nunca mi identidad. Yo llevaba todavía el hábito, era algo
delicado. Lo que es cierto es que yo estaba muy conmovida cuando entré en su oficina,
bastante severa, de la calle Andrieux, adonde yo debería volver a menudo.
En esta ocasión no me fijé en ningún detalle, solamente atenta a la mirada llena de bondad y un
poco triste, fija sobre mí. Yo sé que hablé del Concilio Vaticano II, de las dificultades que tenía
el cardenal Bea, de las inquietudes y esperanzas que habíamos sentidos, cuando él me preguntó
de pronto “¿Pero usted porqué me viene a hablar de eso? ¿A qué congregación pertenece
usted? Yo le dije “Señor Rabino, a una Congregación que usted no quiere para nada, a Nuestra
Señora de Sion”. Un imperceptible retroceso como una distancia como pronto marcada.
Después: “¡Yo me desconfío mucho! “. Lo más divertido es que yo me escuché decir por lo bajo
“¡Cómo lo comprendo¡”. Los dos nos quedamos en silencio durante un pequeño momento
porque no sabíamos que decir. Recuerdo que yo tuve la certeza que nada estaba perdido y que
se abría delante de nosotros un camino sin fin.
Después y tome la costumbre de comunicarle todos los documentos de trabajo que podrían
interesarle: Las actas de nuestras sesiones de encuentro con el SIBIC de Roma, las iniciativas
suscitadas por los acontecimientos. Y él nos hizo llegar las actas de tal o tal congreso Rabínico
en el que habían tratado las relaciones con los cristianos. Recuerdo en particular una encuesta
viniendo del Padre Michalon, que vivía en Lyon, sucesor del Padre Couturier, sobre la forma en
que los judíos podrían entender la oración con los cristianos, después del Concilio. Era sin
duda, ir un poco rápido. Pero lo importante era comprender las reacciones que se
experimentaban.
Les cito las reacciones del Señor Kaplan. Como yo le decía que es necesario que nosotros
llegáramos a situarnos recíprocamente en el proyecto de Dios, él señalo:” Pero para nosotros
hace mucho tiempo que eso sucedió, con Maimónides. Son ustedes los que deben situarse (los
que es perfectamente justo) voy a tratar de ayudarla. ¿No podría usted decir, como hermano
mayor en la fe? Nosotros tenemos la impresión que Jesús no predicó una doctrina Judía. San
Pablo llevo el Judaísmo al mundo cuando él quiso, un judaísmo ampliado; evidentemente el
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suprimió ciertas cosas ¿Los cristianos pueden aceptar eso? “– “Yo creo, Señor Rabino. que si
pueden aceptar eso, pero poniéndole su propia enfoque”.
Y cómo yo le pregunto “¿Rezan ustedes a menudo por nosotros los cristianos?” El Señor Kaplan
contesta: “Nosotros no rezamos especialmente por los cristianos sino por todos los JUSTOS. –“Sí,
su oración es por el mundo entero, pero en este tiempo en que vivimos, considerándonos como
la comunidad más cercana, aunque demasiado lejos ¿No podrían ustedes rezar especialmente
por nosotros los cristianos? Él parece sorprendido y dice: “¿No sería molesto para ustedes que
pidiéramos a Dios aclararnos?” - “No, absolutamente no, Señor Gran Rabino, no sería del todo
molesto que ustedes le pidieran a Dios aclararnos para que lleguemos a situarnos correctamente
en su proyecto. Usted ve bien que nosotros no hemos sabido hacerlo desde hace tantos siglos,
estaríamos muy agradecidos si rogaran a Dios por eso.”
El Señor Kaplán fue a buscar en la biblioteca el texto de un Rabino del S XVIII, el cual él pensaba
que tenía el mismo deseo de situarnos unos con relación a otros. Él quiere que yo le escuche
primero en Hebreo, después lo traduce y a mi petición. me lo dicta y yo lo repito para ustedes:
“ Y ustedes pueblos cristiano, naciones cristianas ¡ Cómo sería hermoso si ustedes observaran los
mismos mandamientos de sus primeros maestros ¡cómo su parte sería hermosa si ustedes
ayudarán a los Judíos a observar su Torah ¡En Verdad ustedes merecerían una recompensa
como si ustedes hubieran actuado ustedes mismos, pues –Así como lo dice el Talmud – “Más
grande es aquel que hace actuar que aquel que actúa y no hace actuar”.
Yo lo siento en confianza y, sin embargo, al final de esta entrevista me dice:” ¡Una golondrina
no hace la primavera¡ “ y yo tenía ganas de decirle: “ Hay muchas golondrinas y es
verdaderamente una primavera para nosotras en la congregación y en la Iglesia”. Sin embargo
él está inquieto y me pregunta: “¿Es usted Superiora? “ Yo comprendo y me adelanto: “Estoy
segura que nuestra Superiora General estaría feliz de encontrarlo”. (En eso yo me avance
demasiado). Antes que yo me vaya, dice todavía: “Yo estaría muy contento de volver a hablar
con usted de estas cosas. Tenga una definición de nosotros que nosotros podamos aceptar”. Y
yo me prometo, al dejarlo, suscitar un encuentro entre nuestra superiora general Sor Laurice y
él. Y eso se hizo. Este encuentro estuvo muy bueno. Sor Laurice era una mujer muy sencilla que
supo decirle el cambio que se había operado en nuestra congregación… y que no tenía que
temer de nosotras.
Quedamos en contacto de trabajo y amistad con el gran Rabino de Francia más de 20 años. El
día de sus 99 aniversario, a unas semanas de su muerte, el 5 de diciembre 1994, nos
encontramos Sor Louise- Marie y yo, con sus hijos, nietos y bisnietos en el salón de la Calle
Andrieux. Ese fue nuestro último encuentro. Sor Marie Benedicte, nds.
SIDIC, París, 1998.
50 aniversario de Nostra Aetate,
Julio, 2015.
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