Lecturas desviadassobre Cultura y Comunicacin
AUTORIDADES DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA
PRESIDENTEArq. Gustavo Adolfo Azpiazu
VICEPRESIDENTELic. Ral Anbal Perdomo
SECRETARIO GENERALArq. Fernando Tauber
SECRETARIA DE ASUNTOS ECONMICO-FINANCIEROSCdora. Mercedes Molteni
SECRETARIA ACADMICADra. Mara Mercedes Medina
SECRETARIO DE CIENCIA Y TCNICADr. Horacio Alberto Falomir
PROSECRETARIO DE EXTENSIN UNIVERSITARIAArq. Diego Delucchi
DIRECTORA DE LA EDITORIAL (EDULP)Mag. Florencia Saintout
Sergio Caggiano
Lecturas desviadassobre Cultura y Comunicacin
Diseo: Erica Anabela Medina
Editorial de la Universidad Nacional de La PlataCalle 47 N 380 - La Plata (1900) - Buenos Aires - ArgentinaTel/Fax: 54-221-4273992editorialunlp.com.ar
La EDULP integra la Red de Editoriales Universitarias (REUN)
1 edicin - 2007ISBN NQueda hecho el depsito que marca la Ley 11.723 2007 - EDULPImpreso en Argentina
AGRADECIMIENTOS
Este libro no hubiera sido posible sin la iniciativa y la capacidad
de realizacin de Florencia Saintout, sin su trabajo creativo y per-
sistente como directora de la Editorial de la Universidad Nacional
de La Plata. Le agradezco la posibilidad de la publicacin. Tambin
las ideas, sugerencias y discusiones compartidas en la ctedra de
Comunicacin y Teoras de la Facultad de Periodismo y Comunica-
cin Social de la UNLP. Y tambin, claro, las largas, diversas y dis-
persas conversaciones nuestras.
El texto es fundamentalmente producto de mi trabajo como do-
cente en carreras de comunicacin y debe mucho a los espacios de
intercambio y reflexin conjunta que este trabajo permite. Muchas
de mis preguntas y de mis argumentos se han visto enriquecidos por
las preguntas y argumentos de otros colegas y de alumnos. Quiero
agradecer especialmente a los compaeros de la ctedra de Comuni-
cacin y Teoras de la UNLP. Asimismo, a Carlos Mangone y los com-
paeros de la ctedra de Teoras y Prcticas de la Comunicacin I de
la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Los artculos que componen el libro fueron escritos mientras rea-
lizaba estudios de posgrado: la maestra en Sociologa de la Cultura y
Anlisis Cultural en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) y
la Universidad Nacional de San Martn (UNSaM) y el doctorado en
Ciencias Sociales en el Instituto de Desarrollo Econmico y Social
(IDES) y la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Pri-
meras versiones de algunos de estos artculos fueron producto de
mi asistencia a cursos en el marco de estas carreras. Consecuente-
mente los textos han recibido directa o indirecta, voluntaria o
involuntariamente los aportes de compaeros de estudio y de pro-
fesores. En estos contextos y mucho ms all de ellos Elizabeth Jelin,
Jos Emilio Buruca y Alejandro Grimson han significado una gua y
orientacin imprescindibles de mis inquietudes y bsquedas y de
mis intentos por responderlas. Mi agradecimiento a cada uno de
ellos por su generosidad, su apoyo, sus indicaciones y sus crticas.
Ramiro Segura ley versiones anteriores de estos textos e hizo
sugerencias y observaciones sustanciales, particip de todas las dis-
cusiones del libro, en presencia y en ausencia y, sobre todo, soporta
y comparte las otras tribulaciones y los otros entusiasmos. Mariana
Speroni me ayud sin saberlo en la redaccin y en la edicin; siem-
pre cerca en su nomadismo prueba cosas y pone a prueba. Agradez-
co a ambos sus amistades.
Porque el tiempo de los trabajos y el de los afectos no siempre
se concilian fcilmente, a mi familia y a mis amigos, por el trabajo
con los afectos.
INTRODUCCINComunicacin/cultura como campo (minado?)
Contenido y organizacin de los captulos ....................................
CAPTULO 1Opacidades y transparencia. Analtica social, teora y poltica
en El Capital ..........................................................................
Del fetichismo y el valor a una teora de la significacin............
Los lmites y las limitaciones del espacio de la
significacin/opacidad ...................................................
La plusvala y el lugar de la poltica ...................................
CAPTULO 2Ideologa, dialctica y totalidad. Adorno y la crtica de la
crtica cultural .....................................................................
De la crtica de la ideologa a la crtica como ideologa ..................
Crtica cultural y totalidad ....................................................
De la crtica como ideologa a la ideologa como crtica? ..........
Corolario y derivacin ...........................................................
CAPTULO 3La determinacin, la accin y la historia. Originalidad de
Raymond Williams contra el economicismo .............................
Accin y determinacin .........................................................
Historizacin de la determinacin ...........................................
Totalidad y determinacin ..............................................
NDICE
9
2 5
2 8
3 5
4 0
4 7
5 2
5 8
6 4
6 8
7 1
7 7
8 3
8 3
Proceso y determinacin ................................................
Conclusin ...........................................................................
CAPTULO 4La discursividad como "horizonte terico". Implicaciones
sociolgicas y polticas ............................................................
Antagonismo, significantes y articulacin hegemnica .............
Representacin, evidencia e ideologa. El lugar de la crtica .......
Equivalencia y diferencia. El espacio de la poltica ...................
Anotacin sobre el poder y la teora social ................................
CAPTULO 5La fermentacin de las ideas. Circularidad cultural y poder
en El queso y los gusanos .......................................................
Produccin e influencia cultural. La circularidad .....................
La superacin de la dicotoma interpretativa ...........................
Circularidad y poder: las reglas del juego ................................
BIBLIOGRAFA .........................................................................
9 0
9 5
9 9
1 0 2
1 0 9
1 1 3
1 2 2
1 2 5
1 2 9
1 3 7
1 4 0
1 4 9
9SERGIO CAGGIANO
INTRODUCCIN
Este es un libro terico. Y esta declaracin constituye una adver-
tencia y una disculpa anticipada. No hay aqu resultados de investi-
gacin con apoyatura emprica elaborada. El libro rene un conjun-
to de ensayos que tienen como finalidad revisar conceptualmente
algunas problemticas. Recurriendo a una terminologa insalvable,
podra decir que se trata de ensayos de corte "metaterico", en el
sentido de que tienen teoras o fragmentos de teoras como su refe-
rencia y marco. Podra decirse tambin que se trata de un libro de
lecturas, si se entiende la lectura como un proceso productivo (no
solamente reproductivo) y social (no solamente individual). Resulta
del trabajo sobre otros textos, ms o menos clsicos, de la elabora-
cin de preguntas sobre respuestas o sobre propuestas. Intenta re-
preguntar, entonces, dichos textos, decir de nuevo algunas cosas,
mostrar otros costados de lo dicho.
Parto de una posicin no disciplinar a propsito de la teora y de
la produccin de conocimientos en general. No se trata de descono-
10 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
cer el carcter especfico de la posicin desde la que escribo marca-
da, entre otras cosas, por una ubicacin determinada en el espacio
de las ciencias sociales. Las problemticas tericas y los interrogantes
que aqu abordo pueden reconocerse originados en el campo de es-
tudios de comunicacin y cultura o, en otros trminos, pueden en-
tenderse como formulaciones que provienen de una sociologa de la
cultura preocupada por los procesos de produccin y reproduccin
social de sentidos. Ahora bien, pensar desde el campo de "comunica-
cin/cultura", como Schmucler (1997) lo definiera para evitar la "y",
y eludir as los efectos disyuntivos de la conjuncin, supone precisa-
mente el abandono de y la vigilancia contra las clausuras disciplinares.
Los estudios de la comunicacin y la cultura configuran, por vir-
tud o por necesidad, un campo no disciplinar. El trayecto en el que
estos estudios se consolidaron e institucionalizaron en todo el mun-
do y en Amrica Latina en particular, los vincul a una multiplicidad
de reas de trabajo, de investigacin y produccin: tcnicas de infor-
macin y ciberntica, periodismo y literatura, esttica y filosofa,
lingstica y semiologa, antropologa y sociologa. Como sealara
Martn-Barbero, "al no estar integrado por una disciplina sino por un
conjunto de saberes y prcticas pertenecientes a diversas discipli-
nas y campos, el estudio de la comunicacin presenta dispersin y
amalgama" (Martn-Barbero, 1990). No se ve ningn inconveniente
ni amenaza en esta multiplicidad que asisti al nacimiento y creci-
miento del campo. La riqueza parece estar en superar las tentaciones
tecnocrticas de definir barreras disciplinares y desarrollar, en cam-
bio, las potencialidades de dicha multiplicidad.
COMUNICACIN/CULTURA COMO CAMPO (MINADO?)
La constitucin del campo de estudios de comunicacin/cultu-
ra se da tras un proceso de largo aliento de retroalimentacin en-
11SERGIO CAGGIANO
tre la comunicacin y otras disciplinas sociales. En trminos gene-
rales puede sealarse un doble movimiento que enlaz los concep-
tos de comunicacin y de cultura. Por un lado, se dio lo que podra-
mos llamar la semiotizacin del concepto de cultura. Desde aproxi-
madamente los aos 50 del siglo XX en la antropologa adquieren
una importancia creciente las aproximaciones a una nocin de cul-
tura que subraya su naturaleza comunicativa, es decir, su carcter
de proceso productor de significaciones (Martn-Barbero, 1991:
228). Ello puede verificarse tanto en la lnea de los trabajos pione-
ros en antropologa simblica y en los de Marshall Sahlins (1982;
1985), como en los trabajos de Geertz (1987; 1994) y en los de algu-
nos antroplogos posmodernos (Clifford y Marcus, 1991) que re-
curren a una concepcin fenomenolgica del sentido. La preocupa-
cin por la dimensin comunicacional de la cultura ocupa a su vez
una posicin clave en la perspectiva que Lvi-Strauss (1969; 1987)
inaugurara trabajando sobre una concepcin estructuralista del sig-
nificado. Vale destacar tambin la propuesta de algunos
antroplogos britnicos de comprender las transformaciones en
la esfera del pensamiento humano a partir de una historia de los
medios y tecnologas de comunicacin y de su control (Goody, 1977:
101). Aun con las importantes diferencias que separan y hasta en-
frentan entre s a varios de estos autores y perspectivas, puede
percibirse un fondo comn dado por la preocupacin general acer-
ca de la dimensin comunicacional. Cultura fue consolidndose
as como el campo en el cual y por el cual las sociedades (o sectores
de ella) se dan las significaciones necesarias para su produccin y
reproduccin. En sociologa, entretanto, diversos autores enfa-
tizaban la relevancia de los procesos de nominacin y clasificacin
1 En los casos en que no se aclara las traducciones de textos en idiomas extranjeros
son propias.
12 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
en la estructuracin de la sociedad (Bourdieu, 1982; 1988; 1990;
Bourdieu y Waquant, 1995). En una direccin similar se diriga el
creciente inters por los modos de expresin (o mejor, configura-
cin simblica) de lo social del gran arte y de la cultura popular
(Grignon y Passeron, 1989). Al mismo tiempo, muchos historiado-
res dieron impulso a espacios de investigacin relegados (historia
de las mentalidades, historia social) que miraban el pasado a la luz
de muchas de las inquietudes y conceptos mencionados. Una de las
categoras metodolgicas ms productivas surgidas de este proce-
so, la de indicio (Ginzburg, 1989), mostraba antecedentes impor-
tantes en la semitica peirceana (Peirce, 1931/1965). Estos desa-
rrollos con sus particularidades y convergencias, dieron forma a
concepciones comunicacionales de la cultura2.
Por otro lado, tuvo lugar un proceso complementario de
culturalizacin de los estudios de la comunicacin que tom cuer-
po con investigaciones y reflexiones sobre reas consideradas aje-
nas hasta entonces. En el ltimo cuarto del siglo XX las distintas
perspectivas de anlisis de la comunicacin masiva venan enfren-
tndose a su incapacidad para resolver muchos de los problemas
centrales que se planteaban. Los enfoques derivados de la teora
informacional, por ejemplo, chocaban contra la estrechez de su mi-
rada que, en el fondo, segua tecnologizando el proceso de comu-
nicacin y reduciendo su complejidad sociocultural. Los estudios
crticos, a su turno, percibieron que la crtica ideolgica de los me-
dios masivos convertida en certeza teleolgica poda transformarse
en un obstculo para comprender la densidad de lo cultural. En un
2 En una lograda sntesis Garca Canclini define cultura como la produccin de
fenmenos que contribuyen, mediante la representacin o reelaboracin simb-
lica de las estructuras materiales, a comprender, reproducir o transformar el siste-
ma social, es decir, todas las prcticas e instituciones dedicadas a la administra-
cin, renovacin y reestructuracin del sentido (Garca Canclini, 1982: 41).
13SERGIO CAGGIANO
texto ya clsico, Martn-Barbero seal que al dejar afuera el an-
lisis de las condiciones sociales de produccin del sentido, lo que el
modelo informacional elimina es el anlisis de las luchas por la hege-
mona, esto es, por el discurso que articula el sentido de una socie-
dad (Martn-Barbero, 1991: 223). Por otro lado, de la amalgama
entre comunicacionismo y denuncia lo que result fue una
esquizofrenia, que se tradujo en una concepcin instrumentalista
de los medios de comunicacin, concepcin que priv a estos de
espesor cultural y materialidad institucional (ibidem: 221)3. La
culturalizacin de los estudios en comunicacin represent enton-
ces el esfuerzo por abandonar el encierro en pseudoespecificidades
limitadas por medios, aparatos, transmisiones de mensajes y efec-
tos (Williams, 1982) y fue la base para la promocin de los estudios
de comunicacin/cultura (Schmucler, 1997; Martn-Barbero,
1981) que reestructuraran radicalmente este espacio de conocimien-
tos a mediados de la dcada de 1980.
La conformacin de un campo de estudios supone una prospec-
cin, la definicin de agendas de investigacin, la jerarquizacin de
las preocupaciones que ocuparn a los intelectuales a l ligados, un
conjunto de objetivos y tareas institucionales a desarrollar. Mas su-
pone tambin una intervencin retrospectiva sobre la historia: el es-
tablecimiento o restablecimiento de una tradicin que legitima su
especificidad y especifica su legitimidad, dando sustento a aquella
prospeccin. En esta reconstruccin del pasado de los estudios en
comunicacin se hace evidente la ausencia de padre fundador. Y
3 Quedan fuera de esta brevsima resea aportes tempranos en direccin a asociar
comunicacin y cultura. Particularmente los autores identificados (por Winkin,
1984; Baylon y Mignot, 1996) dentro de la llamada universidad invisible:
Bateson, Jackson, Birdwhistell, Watzlawick, E. Hall, Goffman y Sigman, quienes
abordaron ya en los aos cincuenta el carcter comunicativo/interaccional de la
cultura, con dificultades y aportes especficos que no puedo atender aqu.
14 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
siguiendo con la metfora patriarcal, en el marco de esta ausencia
fueron escogidos tos y padres putativos tomados en prstamo de una
abundante y variada lista de pensadores e investigadores provenien-
tes de espacios intelectuales muy diversos. La aludida multiplicidad
de reas de trabajo se plasm en esta tradicin: se apel a represen-
tantes de la sociologa emprica norteamericana, de la filosofa y la
crtica de la cultura alemanas, de los primeros estudios culturales
britnicos y de los anlisis lingsticos y semiolgicos franceses, por
hacer una breve enumeracin, algo estereotipada y que se remonta
nicamente a las metrpolis. Los estudios en comunicacin forma-
ron desde un comienzo un campo complejo y mltiple, no disciplinar.
Como intento de atender problemas nuevos y de atender de mane-
ra nueva algunos viejos problemas, la conformacin del campo de
comunicacin/cultura no puede entenderse sino a partir de condi-
ciones sociohistricas determinadas. No es posible aqu dar cuenta
de este aspecto que obligara tanto a tratar movimientos internos al
campo del saber y de las ciencias sociales que cuestionaron la distin-
cin consagrada entre disciplinas, como a considerar transformacio-
nes estructurales econmicas, polticas y socioculturales a nivel mun-
dial y regional que conformaron el marco en el cual aquellos movi-
mientos se dieron. Basta sintetizar algunos procesos relacionados di-
rectamente con la comunicacin mencionando la acelerada expan-
sin de la capacidad tecnolgica de codificacin y difusin informati-
va [...] y la recomposicin de los sistemas de interpretacin del mun-
do (Fuentes Navarro, 1995: 13). La propagacin de los sistemas
telemticos (y los cambios posibilitados por ella, que afectan desde el
funcionamiento de los mercados financieros globales hasta la organi-
zacin del espacio domstico), el proceso de concentracin a escala
nacional e internacional de los medios de comunicacin masiva y la
diversificacin estratgica creciente de sus productos son algunos de
los fenmenos ms evidentes.
15SERGIO CAGGIANO
Estas tendencias y dinmicas se profundizaron en las dcadas
siguientes y lo que algunos llaman revolucin en las comunicacio-
nes no da actualmente seales de interrupcin o estancamiento.
Ello condujo a una representacin de la cuestin comunicacional
como componente fundamental de las vidas pblica y privada con-
temporneas, lo cual ha generado menos un dimensionamiento del
problema que un desdibujamiento de sus contornos. Entretanto,
algo similar ocurra y ocurre con el trmino cultura o, como es
comn escuchar en mbitos no especializados, con el concepto
antropolgico de cultura que, en un largo proceso de difusin y
difuminacin, es convertido en un factotum en las ms diversas es-
feras. As, dirigentes polticos y sociales, lderes empresariales y
sindicales, organismos internacionales, los propios medios de co-
municacin, etc. hacen referencia a sus campos de accin, a sus
conflictos y a sus necesidades en trminos de los problemas
comunicacionales y culturales a los que se veran enfrentados. Es
en este marco general de transformaciones econmicas y polticas y
en las condiciones de mudanzas permanentes en las tecnologas, en
las instituciones y en las representaciones asociadas a lo
comunicacional y lo cultural (que llevan aparejadas mudanzas
en los mbitos profesionales y en las relaciones con otras institucio-
nes) que no parece sensato ni provechoso a largo plazo el intento de
cerrar un espacio de conocimientos, definiendo las fronteras en tor-
no a algn objeto pretendidamente propio y exclusivo.
Tras los primeros aos de constitucin de un campo que asuma
haber nacido minado desde dentro (Martn-Barbero, 1988), esta op-
cin del encierro en la comunicacin encuentra actualmente sus
adeptos entre quienes, seguros en la pseudoespecificidad en la que
logran confinarse, prefieren la singularidad de lo mismo que les de-
vuelve una imagen especular, sin terceros. El resultado es,
previsiblemente, desdichado. (L)a bsqueda de legitimacin aca-
dmica de la comunicacin como disciplina autnoma, aislndola
16 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
institucional y operacionalmente de las ciencias sociales (y de las
naturales, de las artes, de las ingenieras y de todo lo dems), ha lleva-
do al efecto contrario: a la prdida del impulso en la consolidacin de
su especificidad (Fuentes Navarro, 1997: 44). Ms tarde o ms tem-
prano, la especificidad de la comunicacin es buscada nuevamen-
te alrededor (y a corta distancia) de unos instrumentos y unas tcni-
cas, de los medios o de sucedneos como los lenguajes, los gne-
ros, etc. Esto tiene al menos dos consecuencias. Por un lado, pierde
peso el trabajo de exploracin y revisin de teora social. Como si los
objetos que supuestamente nos corresponderan pudieran ser cons-
truidos en un espacio diferente al de las ciencias sociales, aparte de
sus preocupaciones. En el mejor de los casos, algunos elementos de
sociologa, antropologa o historia seran suficientes para brindarnos
un contexto adecuado para analizar la comunicacin. La huida
hacia los dispositivos semiticos constituye una muestra de este fe-
nmeno. La segunda consecuencia, ntimamente asociada a la ante-
rior, es que se ven cada vez menos intentos por producir tericamen-
te desde este campo de estudios, es decir, por interrogar el campo
social desde lo comunicacional/cultural, problematizando el espacio
de las ciencias sociales al colocar otras preguntas, nfasis y sesgos.
Tras estos pocos aos de historia discurrida sobre un suelo en
permanente movimiento, con las tensiones disciplinares que cons-
tituyen este campo desde un comienzo, con sus interfaces y cruza-
mientos caractersticos, es posible hablar de la existencia de una
mirada desde la comunicacin, es decir, de un conjunto de pregun-
tas y un modo de formularlas que tiene como horizonte insoslayable
y como apoyo aquella tradicin mltiple y diversa que fuera
reinventada en la primera mitad de 1980. Esta tradicin de lecturas
(De Certeau, 1996) no es un mero conjunto de referencias bibliogr-
ficas; es el producto de una tarea de elaboracin que recuper algu-
nos textos, que renov otros con inquietudes que les hicieron decir
algo distinto de lo que podan decir operando en otros campos.
17SERGIO CAGGIANO
No es posible definir ni apreciar especificidad alguna por medio
de la reclusin. La particularidad de una mirada comunicacional,
como cualquier particularidad, solo puede ser identificada
diferencialmente, lo cual implica poner en dilogo los interrogantes
y las respuestas, ponerlos en comn y ponerlos en juego. Por otra
parte, como Mattelart indic hace tiempo, slo una teora social
puede dar cuenta de la comunicacin (Mattelart, 1995 y 1996;
Mattelart y Mattelart, 1997). El punto principal es an, o debiera
volver a ser, profundizar la apertura de la comunicacin hacia otras
disciplinas y saberes, abrir la comunicacin. Pensar incluso la idea
de que es posible que no haya existido nunca y no exista una disci-
plina de la comunicacin sino ms bien unos problemas complejos
en torno a la pregunta por la comunicacin, que demandan la mira-
da de las mltiples disciplinas de las ciencias sociales (Saintout,
2003: 193); evitar el ms pesado riesgo de la institucionalizacin de
la comunicacin como campo: el de disciplinarse, volverse sobre s
y sobrevivir en un mdico aislamiento.
Desde luego, la bsqueda de la apertura no puede estar ella mis-
ma confinada a un campo en particular. Por el contrario este plan-
teo se encuadra en propuestas ms generales y de mayor alcance
que han procurado desestabilizar la infundada demarcacin de ju-
risdicciones separadas a partir de un objeto pretendidamente ex-
clusivo, de un mtodo (o incluso una tcnica) supuestamente pro-
pio, o incluso de un entramado de conceptos y categoras sobrecar-
gados de tecnicismos muchas veces innecesarios.
En verdad el anhelo por disciplinarizar y especializar los conoci-
mientos sociales y por institucionalizar las disciplinas y especializa-
ciones es reciente, a pesar de que es presentado con la fuerza de una
evidencia casi natural y ahistrica. Su corta historia tal vez se
inici en el ltimo cuarto del siglo XIX, acaso ms tarde. Los pensa-
dores, analistas y ensayistas hasta ese momento no pretendan para
s un objeto o problema exclusivo, propio. Cmo clasificar a
18 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
Voltaire?, los escritos sobre tica de Adam Smith son parte del campo
de la economa?, Marx era filsofo, economista, socilogo?4 Inclu-
so entrado el siglo XX, propuestas como la de Marcel Mauss de tra-
tar determinado fenmeno como hecho social total buscaban pre-
cisamente oponerse al desmembramiento que una especializacin
por entonces incipiente podra provocar.
En los ltimos aos muchos intentos de elaboracin de teoras
sociales han optado por eludir la parcelacin disciplinar (Giddens,
1990); se han formulado descripciones de (y apelaciones a) una aper-
tura de las ciencias sociales que pueda atender la complejidad no
compartimentada de nuestras sociedades (Wallerstein, 1996) y que
permita la emergencia de nuevos interrogantes (Piccini, 1987; Garca
Canclini, 1992; Reguillo y Fuentes Navarro, 1999; Reguillo, 2005).
Es decir que a pesar de las ansias redisciplinantes y a pesar del peli-
gro de la mercantilizacin acadmica de la multi, inter, pluri o
transdisciplina, existe un espacio abierto para insistir en los aportes
y hasta en la necesidad de los traspasos de fronteras y de las miradas
no disciplinares.
Es a partir de aquella tradicin de lecturas que estructur un
campo de estudios y a la vez, a partir de la asuncin del carcter
precario de los lmites de ese campo y de la necesidad de la apertura
de las ciencias sociales, que este libro est escrito. Si los estudios de
comunicacin/cultura ponen en juego desde su inicio una mirada
no disciplinar, acaso su contribucin principal sea la de tender puen-
tes, llevar y traer, unir reas, responder o preguntar en el contex-
to y en la clave equivocados, incluso volviendo grises algunas
dimensiones y borrosos algunos lmites.
4 Esto es algo que no queda totalmente claro aun en llamados de atencin acerca
del borramiento de los lmites entre los gneros discursivos, los de la ciencia entre
ellos (Geertz, 1983), o acerca de la necesidad de atravesar no ya el corte que
separa campos de conocimiento de lo social sino aquel que presupone una sepa-
racin entre el conocimiento de la naturaleza y de la cultura (Latour, 1992).
19SERGIO CAGGIANO
CONTENIDO Y ORGANIZACIN DE LOS CAPTULOS
Visto desde el campo de comunicacin/cultura el libro rene un
conjunto relativamente heterogneo de autores y textos entre los
cuales se cuentan algunos que son habitualmente ledos y
considerados propios (acaso en los ltimos aos algo esclerosados
en lecturas cannicas), otros que son habitualmente citados
(aunque no siempre ledos) y otros que han sido, segn entiendo,
extraamente desatendidos. Visto desde otras reas de las ciencias
sociales, el libro coloca una serie de preocupaciones e inquietudes
(y una forma de plantearlas) a autores y a textos que suelen ser
interrogados desde otros espacios de conocimiento con resultados
diferentes. La estrategia de trabajo en los cinco captulos consiste
en revisar en cada uno de ellos un problema central tomando
respectivamente como referencia privilegiada la obra de un autor, o
algn fragmento de ella. En los cinco casos el punto de partida y la
justificacin de la eleccin es el hecho de que el problema adquiere
matices sugerentes estudiado desde los aportes del autor en cuestin,
o bien que el autor o sus textos adquieren nuevos matices al
planterseles tal problema.
Los autores que organizan los captulos son Karl Marx, Theodor
Adorno, Raymond Williams, Ernesto Laclau y Carlo Ginzbug. El re-
corrido intelectual es indudablemente arbitrario y la lista de auto-
res escogidos tambin lo es. Las ausencias son innumerables y las
presencias no son claramente homlogas; su agrupamiento no es,
ciertamente, indiscutible. En primer lugar, es claro que en la selec-
cin de autores hay desniveles y disparidades en cuanto al carcter
de fundadores de discursividad (Foucault, 1969) de cada uno de
ellos. El captulo a propsito de Marx no encabeza los captulos por
azar. Constituye, para cualquiera de los dems, una referencia ms o
menos importante, ms o menos aceptada. Entre los restantes auto-
res, es comn que alguno de ellos constituya fuente o referencia
20 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
para otro, o que acte como interlocutor en un dilogo inter pares.
La distancia en cuanto a la profundidad histrica de sus produccio-
nes y sus trayectorias intelectuales no es un elemento menor para
explicar parte de estos desfases. En otro orden de diferencias, Ador-
no y Williams son quienes indudablemente forman parte de la tradi-
cin de lectura del campo de comunicacin/cultura. Marx es una
bibliografa de referencia, si bien El Capital no es su trabajo ms
explorado en este campo, y es ste el texto en el que me detengo en
el captulo 1. Algunos textos de Ernesto Laclau forman parte de la
bibliografa de cursos en carreras de comunicacin y han cobrado
mayor relevancia en los ltimos aos, tal vez menor de lo que po-
dra suponerse a partir del destacado lugar que ocupan en ellos las
teoras del signo y del discurso. Ginzburg, por ltimo, queda fuera
del sistema de referencias y de lecturas del campo, salvo algunas
excepciones entre profesores e investigadores (de hecho su inclu-
sin aqu responde, entre otras cosas, al objetivo de ensanchar ese
sistema de referencias). Asumida la disparidad, las lneas que atra-
viesan y articulan positivamente esta seleccin de autores podrn
ser apreciadas en la breve presentacin que sigue y ms detallada-
mente, con el desarrollo de los captulos.
En el captulo uno ensayo una lectura de El Capital desde una
teora de la significacin. Esto quiere decir que la obra, o algunos
pasajes destacados, pueden leerse, sin abandonar sus propios tr-
minos, como si organizaran la comprensin de lo social de acuerdo
con una dinmica de opacidades, transparencias y sustituciones.
Interpreto en esta clave la teora del valor, el fetichismo de la mer-
canca y la teora de la plusvala. De este proceso resultan dos consi-
deraciones generales. Por un lado se verifica que, como algunos cr-
ticos sealaran, en El Capital hay elementos que pueden conducir a
una bsqueda escatolgica de relaciones sociales transparentes,
esto es, relaciones que pretenderan evitar cualquier forma de quid
pro quo, operacin de sustitucin que est en la base de la teora del
21SERGIO CAGGIANO
valor y del fetichismo. Por otro lado, procuro mostrar que estn
presentes tambin all los elementos de una analtica social del ca-
pitalismo no superada en las ciencias sociales, que contina mos-
trando en torno del concepto de plusvala el punto ineludible de
cualquier crtica de las sociedades capitalistas. Con esta lectura se-
mitica de El Capital intento subrayar, entonces, la potencia teri-
ca y poltica que la obra conserva en tanto que analtica social, lo
cual implica que se trata de una potencia no teleolgica.
El problema de Ideologa, dialctica y totalidad, el captulo
segundo, es el de la crtica cultural y el autor en torno al cual re-
flexionar sobre el mismo es Theodor Adorno. Su inquietud ante la
profesionalizacin del crtico de la cultura conduce a Adorno a cap-
tar ciertos rasgos profundos de la cultura en el capitalismo indus-
trial avanzado, comenzando por la forma especfica que toma su
pretensin de autonoma. Por este camino, el tema acaba siendo el
de la relacin compleja entre lo cultural y algo que sera lo no cul-
tural, entre la autonoma de la cultura y su atadura a algo por
fuera de ella. El tratamiento dado por Adorno al problema en nu-
merosos ensayos (en ocasiones junto a Horkheimer) no slo conser-
va su potencia heurstica especfica sino que ofrece sugerencias y
advertencias para el estudio de cualquier fenmeno sociocultural.
Me interesa rescatar los tres aspectos presentes en el ttulo del cap-
tulo. En primer lugar, la nocin de totalidad social que, en tanto
requerimiento metodolgico, representa un esfuerzo por sortear la
reificacin de los fragmentos sociales y, en los trminos de esta In-
troduccin, por sortear la reificacin de la especializacin discipli-
nar. Ligado a ello, es imprescindible recuperar la nocin de dialcti-
ca negativa. Exploro asimismo el concepto de ideologa de Ador-
no (y Horkheimer), que permite evitar tanto las versiones que la
entienden como falsa conciencia como las supuestas resoluciones
funcionalistas del problema. Hay dos aspectos de este concepto que
mantienen intacta o renovada su vigencia: la nocin de ideologa
22 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
como repeticin de la realidad emprica y la presencia en toda ideolo-
ga de un componente de verdad junto al componente de no verdad.
El tercer captulo gira en torno del tratamiento que Raymond
Williams da al concepto de determinacin, central a la vez en la
tradicin marxista y en el campo de comunicacin/cultura, en la
medida en que pone en foco la relacin entre la produccin material
y las representaciones, imgenes y discursos sociales. El concepto
conlleva tradicionalmente dos riesgos y da lugar a dos acusaciones
abarcables en la idea de economicismo: la de reducir la vida so-
cial a la infraestructura econmica y la de reducir la accin de los
sujetos al lugar que ocupan en la estructura social. Williams, por su
parte, reelabora el concepto de determinacin y lo convierte en una
herramienta para enfrentar aquellas dimensiones del economicismo.
En primer lugar, la determinacin en tanto que fijacin de lmites y
ejercicio de presiones no slo no anula sino que presupone la capa-
cidad de accin y la agencia de los sujetos. En segundo lugar, dado
que el principio de la determinacin est en el proceso social to-
tal, no se admite como natural la existencia de reas o esferas de
la vida social separadas y sucesivas (economa, poltica, cultura,
etc.). En tercer lugar, el recurso a esa nocin de proceso social
total no implica la idea de una totalidad estructural ahistrica pues-
to que precisamente refiere a un proceso que es histrico en cuan-
to tal. Desarrollo el argumento en tres pasos, contrastando las pro-
posiciones de Williams con las de otros autores (Gramsci, Althusser
y Adorno, respectivamente), lo cual ayuda a apreciar la especifici-
dad y originalidad de su planteo, sin dejar de sealar el entrelaza-
miento que liga estos tres aspectos del concepto.
El captulo cuatro trata sobre la teora social y poltica de Ernes-
to Laclau y en particular, sobre el concepto de discursividad en-
tendido como horizonte terico. Persigo dos objetivos principa-
les. En primer lugar, exponer la potencia de ese concepto para la
teora social, subrayando su perspectiva crtica intrnseca. Dado que
23SERGIO CAGGIANO
la discursividad as entendida presupone una perspectiva
relacional y una interrogacin sobre el poder, procuro mostrar que
dicha potencia consiste en resaltar las dinmicas relacionales en los
estudios de la desigualdad tanto como lo poltico y el poder en los
estudios sobre discursos sociales. El segundo objetivo es inter-
pretar crticamente los lmites que el espacio de la poltica presenta
en el planteo del autor. Intento mostrar formas de lo poltico conte-
nidas en los mrgenes de su planteo y sostengo que la teora abre
posibilidades que los postulados polticos prcticos del propio au-
tor no exploran. Estos dos puntos generales del ensayo tienen un
denominador comn que los atraviesa y que menciono en el final
del texto: la relacin siempre compleja entre teora social y poltica,
es decir, entre el conocimiento de la dinmica social y (el conoci-
miento en) la intervencin sobre la misma.
La nocin de circularidad cultural refiere a un proceso comu-
nicacional y forma parte del ncleo de aquello que suele definirse
como problemas en comunicacin/cultura. Para abordar esta no-
cin, en el ltimo captulo reviso El queso y los gusanos, de Carlo
Ginzburg, que constituye un trabajo fundamental sobre la proble-
mtica. La inquietud terica general que estructura el captulo es
cmo pensar las relaciones de poder en el espacio mismo de la
circularidad cultural, es decir, entendiendo que las producciones
culturales no se circunscriben a un grupo o sector social y que las
influencias entre estas producciones son recprocas y no unidi-
reccionales. Utilizado ingenuamente el concepto puede desactivar
un anlisis de la desigualdad. Si las ideas, valores y prcticas cultu-
rales se generan arriba y abajo en la estructura social, y circu-
lan igualmente tanto en una direccin como en la otra, puede vol-
verse borrosa la comprensin de las inequidades y pueden licuarse
las relaciones de poder. Ginzburg, en cambio, interpreta el caso que
estudia en trminos de circularidad cultural no slo sin relegar sino
poniendo entre sus principales preocupaciones las relaciones entre
24 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
cultura de elite y culturas subalternas. Su libro da cuenta de una de
las formas en que el interrogante principal de este captulo puede
ser respondido: la desigualdad es constitutiva de los procesos de
circularidad cultural porque en ellos no slo circulan y se ponen en
comn creencias, mitos y hbitos sino tambin las reglas y criterios
de acuerdo con los cuales aquellas creencias, mitos y hbitos po-
drn ser evaluados, considerados correctos o errneos, morales o
inmorales, etc.
25SERGIO CAGGIANO
Opacidades y transparenciaAnaltica social, teora y poltica en El Capital
CAPTULO 1
Lo mejor que hay en mi libro es: 1) (y sobre esto
descansa toda la comprensin de los hechos) la
puesta en relieve desde el primer captulo del
doble carcter del trabajo, segn se exprese en
valor de uso o en valor de cambio; 2) el anlisis
de la plusvala, independientemente de sus for-
mas particulares tales como el beneficio, el im-
puesto, la renta de la tierra, etc.
Carlos Marx, Correspondencia Marx-Engels
27SERGIO CAGGIANO
La inquietud general acerca de la actualidad poltica de El Capi-
tal recorre este ensayo. Procuro establecer en qu sentido es posi-
ble an pensar polticamente esta obra, o mejor, identificar cul es
la potencia poltica que ella conserva. Esa inquietud general
involucra a su vez el problema de la novedad terica de Marx res-
pecto de la economa poltica clsica. Hay un modo en que puede
leerse la poltica en El Capital que se corresponde con la forma gene-
ral en que la episteme occidental ha permitido que la poltica fuera
pensada: ligada a lo que denominaremos una teora de la significa-
cin. Si examinamos esta lnea interpretativa deberemos concluir
que este trabajo de Marx no supone originalidad o ruptura alguna de
cara a los economistas clsicos, ni contribuye a imaginar un modo
de lo poltico que escape al modelo teleolgico. Pero intentar brin-
dar otra alternativa. En un primer momento analizar los aspectos
que efectivamente hacen de Marx un contemporneo de sus prede-
cesores y de El Capital una obra polticamente agotada. Para ello me
28 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
detendr sobre el fetichismo y sobre la teora del valor. En segundo
lugar, recuperar los elementos que, en cambio, s producen un cor-
te terico con la economa clsica y simultneamente, configuran el
espacio que renovadamente permite, o exige, una atencin poltica.
Me concentrar en este caso en el concepto de plusvala. Sostener
que El Capital sigue siendo fundamental para pensar la poltica con-
tempornea no significa el encuentro de la ansiada Panacea o del
Mtodo. No se hallar aqu ms fuerza poltica que la que una anal-
tica social pueda ofrecer. Y sta est muy lejos de ser la indicacin
del camino a seguir o de las herramientas a utilizar como si fueran
derivaciones lgicas o deducciones necesarias del conocimiento
cientfico alcanzado. Ella se limita al modesto pero persistente sea-
lamiento del espacio donde la lucha poltica debe darse.
DEL FETICHISMO Y EL VALOR A UNA TEORA DE LA SIGNIFICACIN
Un discurso que se quiera a la vez emprico y cr-
tico no puede ser sino, de un solo golpe, positivis-
ta y escatolgico...
Michel Foucault, Las palabras y las cosas
El fetichismo de la mercanca constituye el mejor punto de parti-
da para comenzar el trabajo sobre las dos dimensiones que aqu
interesan, la poltica y la terica. Por un lado, porque las pginas
acerca del fetichismo han ido ineludiblemente unidas a las interpre-
taciones polticas de El Capital. Por otro, porque el fetichismo se
define l mismo como un fenmeno representacional, como una
sustitucin que resulta de poner una cosa en el lugar de otra.
El fetichismo est ligado a un cierto carcter mstico de la mer-
canca por el cual la relacin entre los productores reviste la forma
de una relacin social entre los productos de su trabajo. Se trata de
29SERGIO CAGGIANO
un quid pro quo del que resulta que las personas adquieren atribu-
tos de cosas y las cosas adquieren atributos personales. El producto
del trabajo alcanza un carcter misterioso al revestir forma de mer-
canca. La medida del gasto de fuerza de trabajo por su duracin
adquiere la forma de magnitud de valor de los productos del traba-
jo, la igualdad de los trabajos humanos adquiere la forma de una
objetivacin igual de valor de los productos del trabajo (Marx,
1983: 39) y, como dije, las relaciones entre los productores adquie-
ren la forma de una relacin social entre los productos de su propio
trabajo. El carcter misterioso de la forma mercanca estriba, por
tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el
carcter social del trabajo de stos como si fuese un carcter mate-
rial de los propios productos de su trabajo, un don natural social de
estos objetos y como si, por tanto, la relacin social que media entre
los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una rela-
cin social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus
productores (ibidem).
Es preciso retener un aspecto importante: puesto que los pro-
ductos del trabajo presentan un carcter fetichizado en la medida en
que se crean en forma de mercancas, el fetichismo debe ser con-
siderado inseparable del modo de produccin capitalista. Es com-
prensible entonces que Marx ofrezca ejemplos imaginados e histri-
cos de lo que habran podido ser (su Robinson supuesto), habran
sido (la Edad Media europea, una familia campesina) o podran lle-
gar a ser (los hombres libres que trabajen con medios colectivos de
produccin) relaciones sociales no fetichizadas. Caracteriza asi-
mismo, sobre todo a partir del ltimo ejemplo, dichas relaciones
sociales no fetichizadas de los hombres entre s, con su trabajo y los
productos de su trabajo y con la naturaleza como racionales, per-
fectamente claras y sencillas (ibidem: 40).
Sin embargo, y ms all de la mayor o menor verificabilidad de
estos ejemplos, las exigencias planteadas a las relaciones sociales se
30 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
vuelven problemticas en los mismos trminos en que se desarrolla
la teora marxista de El Capital. Apresadas en una teora de la signi-
ficacin moderna, la racionalidad y la claridad y sencillez perfectas
de las relaciones sociales se revelan impracticables cuando no in-
consistentes. En cualquier caso, no ser este el lugar ms fructfero
para buscar el aporte poltico de El Capital. Por otra parte, no ser
posible hallar en este apresamiento en la teora de la significacin la
ruptura y originalidad de Marx respecto de la economa clsica. Pero
qu quiere decir apresamiento en una teora de la significacin?
Desandemos el Captulo I (que concluye con El fetichismo...)
para trabajar algunas consideraciones acerca del valor y de la mer-
canca. La justificacin de esta contramarcha est dada en que el
fetichismo no es sino consecuencia de un intercambio en el cual la
fuerza de trabajo cuenta en tanto que mercanca. Por otra parte,
con esto no se hace ms que ahondar en el propio argumento de
Marx, enrollando esa suerte de hilo conductor que es el carcter
misterioso de la mercanca5.
En efecto, dicho carcter misterioso es presentado por Marx
anteriormente al exponer el cierre que la forma equivalencial del
valor realiza sobre la apertura efectuada por la forma relativa. La
forma simple del valor se despliega en estas dos formas, relativa y
equivalencial, del valor. Dado que las 20 varas de lienzo de Marx (y
cualesquiera) no pueden expresar su valor en s mismas sino que
necesitan para ello de la relacin con otra mercanca (una levita,
siguiendo el mismo ejemplo), desde el comienzo la forma simple del
valor se desdobla en la forma relativa de la mercanca: el lienzo ex-
5 Remontar el camino por completo exigira dirigirnos primero a la forma general
del valor (o mejor, a la forma dinero y luego a la forma general del valor), luego
a la forma total o desarrollada del valor y finalmente llegar a la forma simple.
Pero en la medida en que aquellas son deducciones lgicas y generalizaciones de
sta ltima podemos tomar algunos atajos.
31SERGIO CAGGIANO
presa su valor en la segunda mercanca (la levita), y esta otra mer-
canca a su vez le sirve de material para esta expresin de valor. La
forma simple del valor requiere de estos dos aspectos a la vez inse-
parables y mutuamente condicionados, como tambin opuestos. Y
es porque una misma mercanca no puede ocupar al mismo tiempo
ambos polos que esta expresin simple del valor requiere de las dos
mercancas diferentes puestas en relacin. Puesto que ninguna
mercanca puede referirse a s misma como equivalente ni por tan-
to tomar su pelleja natural propia por expresin de su propio valor,
no tiene ms remedio que referirse como equivalente a otra mer-
canca, tomar la pelleja natural de otra mercanca como su forma
propia de valor (ibidem: 24).
Puede decirse en trminos precisos que la relacin que se esta-
blece entre estas dos mercancas es una relacin de representacin.
Cul es la forma que adquiere esta relacin?, cmo se da la expre-
sin del valor del lienzo en la levita? Reuniendo algunos pasajes de
Marx que enfocan este fenmeno desde la perspectiva de la forma
relativa y desde la perspectiva de la forma equivalencial, es posible
anotar esta nica relacin de varias maneras.
Desde la perspectiva de la forma relativa:
- el Valor (del lienzo) es expresado en el valor de uso (de la levita)
- el Valor (del lienzo) es expresado en la materialidad (de la levita)
- la forma del Valor (del lienzo) es expresada en la forma natural
(de la levita)
Desde la perspectiva de la forma equivalencial:
- el valor de uso (de la levita) se convierte en forma del Valor
(del lienzo)
- la materialidad (de la levita) se convierte en forma del Valor
(del lienzo)
- la forma natural (de la levita) se convierte en expresin de la
forma del Valor (del lienzo)
32 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
Como se trata de la relacin entre dos mercancas, cada una con sus
valores de uso y sus Valores (de cambio), sus materialidades y sus
formas naturales, la imagen ms adecuada de las ecuaciones sera:
en las cuales la flecha vista hacia la derecha y hacia arriba debiera
leerse expresado en y vista hacia la izquierda y hacia abajo debie-
ra leerse se convierte en forma de.
Dos cuestiones se vuelven perceptibles. La primera es por qu
Marx ha ligado aquel elemento mstico, el fetichismo, al carc-
ter misterioso de la mercanca. La forma relativa del valor permite
entender una relacin social detrs de (y en) la relacin entre mer-
cancas mientras que, por su parte, la forma equivalencial hace ms
bien lo contrario, la opaca u oculta. Al expresar su esencia de valor
LIENZO
v. de uso
Valor
LEVITA
v. de uso
Valor
LIENZO
materialidad
Valor
LEVITA
materialidad
Valor
LIENZO
forma natural
forma del Valor
LEVITA
forma natural
forma del Valor
33SERGIO CAGGIANO
como algo perfectamente distinto de su materialidad corprea y de
sus propiedades fsicas, v. gr. como algo anlogo a la levita, la forma
relativa de valor de una mercanca, del lienzo en el ejemplo, da ya a
entender que esta expresin encierra una relacin de orden social.
Al revs de lo que ocurre con la forma equivalencial, la cual consiste
precisamente en que la materialidad fsica de una mercanca, tal
como la levita, este objeto concreto con sus propiedades materia-
les, exprese valor, es decir, posea por obra de la naturaleza forma de
valor (ibidem: 25).
La segunda cuestin, que interesa ms aqu, y sobre la que for-
mular alguna precisin a pesar de que quiz sea suficientemente
clara, es el carcter representacional de esta relacin entre mer-
cancas. En la exposicin hecha por Marx de la forma simple del
valor hallamos el diagrama caracterstico de una teora moderna de
la significacin, hasta el punto de poder encontrar all anticipacio-
nes precisas y puntuales de los desarrollos ms avanzados en
formalizacin y rigor de la lingstica y la semiologa del siglo XX.
Podran ser identificadas, por ejemplo, lneas de continuidad en-
tre conceptos clave de la propuesta saussureana y estas pginas de
El Capital. La definicin del valor, concepto cardinal en el planteo
de Saussure, como constituido por una cosa desemejante suscep-
tible de ser cambiada por otra cuyo valor est por determinar y
por cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo va-
lor est en cuestin (Saussure; 1985: 142) nos retrotrae a esas va-
ras de lienzo que necesitan de la levita para expresar su valor y cuya
significacin no existira, al igual que no existira la significacin
del signo sin ese valor determinado por sus relaciones con otros
valores (ibidem: 144). En esta definicin del valor, adems, y en la
idea clave de la lengua como un sistema en el que no hay ms que
diferencias (ibidem: 147) se abre el juego de reenvos y remisiones
que podramos parangonar con el desarrollo del valor desde su for-
ma simple a su forma general.
34 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
Una homologa tal vez ms sorpresiva es la que presentan res-
pecto de estas pginas algunos aspectos centrales de la teora lin-
gstica de Louis Hjemslev, el encargado de la formalizacin del plan-
teo de Saussure y antecedente ineludible de la semiologa francesa
de los aos cincuenta y sesenta. En este caso, bastar colocar uno
seguido del otro dos prrafos fundamentales, uno de cada autor.
Primeramente, uno de los prrafos en que Marx organiza aquel jue-
go de sustituciones, expresiones y reenvos: Por tanto, la relacin
o razn de valor hace que la forma natural de la mercanca B se
convierta en la forma de valor de la mercanca A o que la materiali-
dad corprea de la primera sirva de espejo de valor de la segunda. Al
referirse a la mercanca B como materializacin corprea de valor,
como encarnacin material de trabajo humano, la mercanca A con-
vierte el valor de uso B en material de su propia expresin de valor.
El valor de la mercanca A expresado as, es decir, expresado en el
valor de uso de la mercanca B, reviste la forma del valor relativo
(Marx, op. cit.: 20). En segundo lugar, la definicin de la funcin de
signo de Hjemslev: En virtud de la funcin de signo, y slo en
virtud de ella, existen sus dos funtivos, que pueden ahora designar-
se con precisin como forma del contenido y forma de la expresin.
Y en virtud de la forma del contenido y de la forma de la expresin,
y slo en virtud de ellas, existen respectivamente la sustancia del
contenido y la sustancia de la expresin, que se manifiestan por la
proyeccin de la forma sobre el sentido, de igual modo que una red
abierta proyecta su sombra sobre una superficie sin dividir
(Hjemslev, 1984: 85). En cualquier caso, lo que se pone en juego en
la relacin de expresin de valor entre las dos mercancas es el mis-
mo dilema que originar las preocupaciones de todas las teoras
semiticas posteriores: cmo y con qu efectos una semiosis sus-
pende su ser en s para que otra semiosis sea no lo que es en s
sino aquello que resulta del hecho de que es (aparece) en la forma de
la primera. Aqu se cifra el conjunto de problemas de significacin
35SERGIO CAGGIANO
(sustituciones, desfases, desplazamientos, etc.) producto de la opa-
cidad propia de toda representacin. En la equiparacin 20 varas
de lienzo = 1 levita, cmo (y qu) se suspende del ser de la levita
para que el Valor del lienzo se exprese en ella (aparezca), pero ahora
como algo que pertenece a la levita misma, por naturaleza, y de
este modo pueda concluir estableciendo que una levita vale vein-
te varas de lienzo.
LOS LMITES Y LAS LIMITACIONES DEL ESPACIO DE LA SIGNIFICACIN/OPACIDAD
La colocacin de Marx en el cuadro de la problemtica abierta
por lo que llam teora de la significacin conduce a aceptar la
validez de algunos de los postulados que formulara al respecto
Foucault en Las palabras y las cosas. La mutacin que a fines del
siglo XVIII y principios del XIX se produce, de acuerdo con Foucault,
en la episteme occidental da lugar a una nueva configuracin y dis-
posicin del saber. Entre otros cambios que esta ruptura conlleva,
se formar la economa poltica aproximadamente en el espacio que
hasta entonces ocupaba el anlisis de las riquezas. En esta dimen-
sin particular del saber la mutacin puede sintetizarse en la
centralidad que adquiere el trabajo, ya desde Adam Smith, y ms
aun a partir de Ricardo, para quien el trabajo no ser nicamente
unidad de medida del valor sino, en tanto actividad de produccin,
la fuente de todo valor.
No es necesario sealar el lugar del trabajo en el pensamiento de
Marx ni la continuidad que, en un sentido general, presenta en rela-
6 Aunque desde luego sera un error descuidar el carcter innovador de la
postulacin del trabajo humano abstracto que efecta Marx, y de las peculiari-
dades que esto conlleva para su teora.
36 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
cin con Ricardo en cuanto a considerarlo fuente de valor6. En El
Capital lo hallamos en el corazn del planteo, a poco que retomemos
nuestra contramarcha a lo largo del captulo 1. En efecto, si ha sido
posible la confrontacin entre el lienzo y la levita para establecer la
forma simple del valor es porque existe un tercer trmino comn
a ambas mercancas, y este es justamente el trabajo humano abs-
tracto, materializado o cristalizado en ellas.
Foucault advierte que esta mutacin en la episteme occidental
tiene como consecuencia el surgimiento simultneo de nuevos cam-
pos empricos (la economa poltica al lado de la filologa y de la
biologa) y de un tema trascendental o, con mayor precisin, de
nuevas empiricidades unidas a ese tema trascendental. El trabajo,
la vida y el lenguaje aparecen como otros tantos trascendentales
que hacen posible el conocimiento objetivo de los seres vivos, de las
leyes de produccin, de las formas del lenguaje. En su ser, estn ms
all del conocimiento, pero son, por ello mismo, condiciones de los
conocimientos (Foucault, 1997: 239-240). El orden de la verdad
que se ajusta a esta episteme singular habilita a la vez dos espacios:
el de un anlisis de tipo positivista y el de un discurso de tipo escato-
lgico. Como dice Foucault, refirindose precisamente a Marx entre
otros, se trata aqu menos de una alternativa que de la oscilacin
inherente a todo anlisis que hace valer lo emprico al nivel de lo
trascendental (ibidem: 311).
Es en este preciso sentido en el que seala que el marxismo no
ha introducido ningn corte real en el nivel profundo del saber occi-
dental (ibidem: 256). El trabajo, en tanto que emprico-trascen-
dental, se coloca a la vez como origen (externo) y punto de fuga
de la Historia. De un lado, el trabajo como el nico medio de negar
la carencia fundamental y de triunfar por un instante sobre la muer-
te (ibidem: 252), en Ricardo (o como el tiempo, la pena y la fatiga
en Smith) responde y reacciona al descubrimiento de la finitud
humana. Del otro lado, esa finitud fundamental del hombre se pro-
37SERGIO CAGGIANO
yecta, en la direccin contraria, a la concepcin de un fin de la His-
toria, de una suspensin del devenir que est presente tanto en Ri-
cardo como en Marx, a pesar de darse en aquel segn la forma pe-
simista de una disminucin indefinida y en ste en la forma de la
promesa revolucionaria de un viraje radical (ibidem: 257).
El trabajo ocupa este lugar emprico-trascendental en El Capital,
aparece como el elemento exterior para el despliegue del espacio
de significacin expuesto antes. Conduce, en este sentido, a un punto
ciego del origen y a un punto ciego de la Historia. En efecto, por un
lado, el trabajo antecede y permite desde fuera la conformacin de
dicho espacio de significacin, al mismo tiempo espacio de opaci-
dad, que es el que Marx somete a anlisis. Por otro lado, aparece en
el horizonte como el ms all de este espacio en tanto que condicin
y posibilidad de lograr la transparencia de las relaciones sociales.
Vimos que el trabajo humano abstracto era el tercer trmino
que permita la puesta en relacin de las dos mercancas en la forma
simple del valor. Ahora bien, Marx indica que la anttesis externa
entre las dos mercancas en la forma simple del valor no es sino la
corporizacin de la anttesis interna de valor de uso y valor que se
alberga en la mercanca (cuyo valor se quiere expresar) [...] La for-
ma simple del valor de una mercanca es, por tanto, la forma simple
en que se manifiesta la anttesis de valor de uso y de valor encerrada
en ella (Marx, op. cit.: 29). Por consiguiente, es en esta figura an
ms simple donde podremos encontrar aquel trabajo. De hecho, es
en su carcter de algo comn a las mercancas, algo interno a
ellas, valor intrnseco buscado por Marx, como aparece por pri-
mera vez en El Capital el trabajo humano abstracto (ibidem: 4-6).
Es la misma materialidad espectral, un simple cogulo de trabajo
humano indistinto, es decir, de empleo de fuerza humana de traba-
jo (ibidem: 6). Es como gasto de la fuerza humana de trabajo en el
sentido fisiolgico [...] como trabajo humano igual o trabajo huma-
no abstracto (que el trabajo) forma el valor de la mercanca (ibidem:
38 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
14). En estas lneas parece configurarse la naturaleza trascendente
del trabajo emprico, en el punto en que como gasto de energa se
aproxima a la finitud como origen y fundamento. Lo cual se hace ms
manifiesto cuando Marx nos conecta directamente con aquella pre-
sencia ricardiana de la finitud humana y de la muerte recordndonos
que todo hombre muere 24 horas al cabo del da (ibidem: 163).
Si bien el trabajo humano abstracto es condicin para la mercan-
ca, no todo trabajo humano produce mercanca. Un objeto puede
ser til y producto del trabajo humano sin ser mercanca. Los pro-
ductos del trabajo destinados a satisfacer las necesidades personales
de quien los crea son, indudablemente, valores de uso, pero no mer-
cancas. Para producir mercancas, no basta producir valores de uso,
sino que es menester producir valores de uso para otros, valores de
uso sociales (ibidem: 8). He aqu el espinoso problema al que era
preciso llegar. La pregunta obligada es si para que no se produzca ese
particular fenmeno que da lugar a la mercanca (y con ella, al des-
pliegue de todo el espacio de la significacin/opacidad) es necesario
producir valores de uso para satisfacer las necesidades personales
y nicamente esto; es decir, si es necesario permanecer en un mo-
mento en el cual los valores de uso se vean limitados al autoconsumo.
Desde otro ngulo, la pregunta sera si en verdad es nicamente la
mercanca la que supone esa conversin, esa transformacin, ese
pasaje a la opacidad del (producto del) trabajo humano.
Evidentemente la respuesta es negativa. Incluso ms, colocados
en este nivel del autoconsumo, no se ve cmo sera posible salir de
l sin entrar en alguna forma de la significacin/opacidad. Cualquier
proyeccin o movimiento ms all del autoconsumo nos encamina
a algn modo de opacidad que, desde luego, no tiene por qu ser
necesariamente el de la mercanca, pero que es inerradicable en la
medida en que ms all del autoconsumo siempre los valores de uso
son sociales, son para otro. Imposibilidad, entonces, de una tal li-
mitacin a la esfera del autoconsumo o de la satisfaccin de las nece-
39SERGIO CAGGIANO
sidades personales. Ms an considerando que fue el mismo Marx
quien tempranamente reconoci la historicidad de las necesidades,
lo que implica que el lmite de aquella esfera de las necesidades
personales es siempre mvil, desplazable.
El problema es anlogo al que haba quedado planteado en un
inicio acerca de las formas no fetichizadas (racionales, perfecta-
mente claras y sencillas) que podran (deberan) tomar las relacio-
nes sociales. En nuestro recorrido por las pginas de Marx no se
percibe cmo podran ser o haber sido transparentes estas relacio-
nes. Son relaciones no fetichizadas, sin ir ms lejos, las que presen-
tan sus propios ejemplos? Dejando de lado al Robinson conjetural,
es claro que ni en la Edad Media europea ni en la familia campesina
citadas por Marx, podramos hallar relaciones transparentes, fuera
de que las opacidades estamentales, religiosas, etc. pudieran apare-
cer a Marx como siendo claras (y quiz hasta sencillas). Los hom-
bres libres que trabajen con medios colectivos de produccin son
igualmente una conjetura, a no ser que pusiramos en considera-
cin las formas en que el proyecto socialista realmente existi en
Estados y Partidos de los que la mayscula en el nombre cifra ya
parte de su propia opacidad. Imposibilidad nuevamente, entonces,
en la medida en que los valores de uso son siempre ya para otro, en
tanto que sociales; en la medida en que el producto del trabajo est
desde el comienzo mediado por un otro al cual se puede convidar,
ofrendar, tributar, etc., etc., un otro sin el cual es difcil comprender
que en el proceso de trabajo el hombre no se limita a hacer cambiar
la forma de la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo
tiempo, realiza en ella su fin, fin que l sabe que rige como una ley
las modalidades de su actuacin y al que tiene necesariamente que
supeditar su voluntad (ibidem: 140).
Todo el problema est contenido en ese pasaje desde el trabajo
primigenio hacia la opacidad, o con mayor rigor, en la postulacin
de ese trabajo como emprico-trascendental, origen y fundamento
40 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
previo, al tiempo que horizonte y ms all del espacio de significa-
cin. Marx nos ofrece una analtica de la opacidad material. Y en la
proposicin de ese ms ac y ms all de la opacidad material, en la
proposicin de ese emprico-trascendental que opera como hilo sutil
que enlaza el principio y el fin, Marx se inscribe en la episteme con-
figurada entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. En este
sentido, en este particular sentido, El Capital no supone un corte
radical respecto de los economistas clsicos. Por otra parte, en el
proyecto de recuperacin de la transparencia de las relaciones
sociales el elemento emprico-trascendental engendra la forma
escatolgica del discurso de Marx. La poltica marxista ha dado
muestras en varias de sus versiones de esta forma escatolgica, y
sus crticos han apuntado tambin hacia all, sobre todo en estas
ltimas dcadas. Los problemas no se reducen, por lo dems, a la
fijacin de fines ltimos supuestamente fundados en un origen pri-
migenio y, como consecuencia, ineluctablemente determinados, sino
en la pretensin de fundamentar todo este plano metafsico trascen-
dental (del principio y de los fines ltimos) en la dimensin positiva
(emprica) de la que la analtica de Marx da cuenta cientficamente.
Esta es la direccin en que no creo productivo continuar la indaga-
cin poltica de El Capital.
LA PLUSVALA Y EL LUGAR DE LA POLTICA
Marx es, en relacin a sus predecesores, en cuan-
to a la teora de la plusvala, lo que Lavoisier es a
Priestley y a Scheele [...] Donde haban visto (sus
predecesores) una solucin (Marx) no vio sino
un problema. Vio [...] que no se trataba aqu ni
de la simple comprobacin de una realidad eco-
nmica, ni del conflicto de esta realidad con la
41SERGIO CAGGIANO
justicia eterna y de la verdadera moral, sino de
una realidad llamada a trastocar la economa
entera, y que al comprender el conjunto de la
produccin capitalista, ofreca la llave de ella a
quien supiera servirse...
Federico Engels, Prlogo al Segundo Libro de
El Capital
En el conocido Captulo V del Tomo I Marx aborda el proceso de
produccin de plusvala. Ensea que en el proceso de produccin el
capitalista persigue dos objetivos. En primer lugar, producir un art-
culo destinado a la venta, un valor de uso que tenga valor (de cam-
bio), o sea una mercanca. En segundo lugar, producir una mercanca
cuyo valor cubra y rebase la suma de valores de las mercancas
invertidas en su produccin, es decir, de los medios de produccin y
de la fuerza de trabajo (Marx, op. cit.: 148). En otros trminos no se
contenta con un valor puro y simple, sino que aspira a una plusvala,
a un valor mayor (ibidem). En el anlisis que hace Marx de este
proceso encontramos nuevamente el problema central de nuestro
apartado anterior: el del trabajo y de la potencia del trabajo de ir
ms all de las necesidades. Slo que aquella vez nos condujo a una
analtica de la opacidad material, en general, y en este caso permite
a Marx elaborar una analtica de la opacidad capitalista.
No puedo explicar aqu en detalle cmo se vuelve posible la pro-
duccin de plusvala. Baste decir que la clave reside en que el costo
de conservacin de la fuerza de trabajo y su rendimiento son dos
magnitudes completamente distintas. La primera determina su va-
lor de cambio, la segunda forma su valor de uso. El que para alimen-
tar y mantener en pie la fuerza de trabajo durante veinticuatro ho-
ras haga falta media jornada de trabajo, no quiere decir, ni mucho
menos, que el obrero no pueda trabajar durante una jornada ente-
ra (ibidem: 154-155). Dicho de otro modo, el factor decisivo es el
42 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
valor de uso especfico de esta mercanca (la fuerza de trabajo), que
le permite ser fuente de valor, y de ms valor que el que ella misma
tiene (ibidem: 155). El proceso de creacin de valor es aquel en el
cual la fuerza de trabajo pagada por el capital da lugar a un equiva-
lente. Cuando se rebasa este punto estamos en un proceso de valo-
rizacin, y estamos en la rbita de la produccin de plusvala.
Una vez ms se hace presente el problema del plus del trabajo,
esto es, de esa potencia del trabajo de ir ms all de las necesida-
des, en esta oportunidad en la distincin de las dos magnitudes, la de
la conservacin y la del rendimiento de la fuerza. Muchas pginas
despus despunta un debate sobre el cual Marx toma una clara posi-
cin. Sostiene que no se debe asociar a la productividad natural
del trabajo [...] ideas de carcter mstico (ibidem: 459) y a conti-
nuacin critica a quienes, como Proudhon, acaban creyendo que
la facultad de rendir un producto sobrante es algo innato al trabajo
humano (ibidem: 462).
Se hace preciso sealar un desplazamiento injustificado en el ar-
gumento de Marx. Para atacar la idea de una base natural de la
plusvala termina concibiendo, justamente l, un lmite a la capaci-
dad productiva del trabajo. No habra plusvala por naturaleza
porque no habra un sobrante natural del trabajo7. El desplaza-
miento infundado de Marx reside en que niega que la plusvala sea
efecto de la facultad del trabajo de rendir un sobrante y, a la vez, y
sin razn a la vista, niega tambin la existencia misma de esta facul-
tad. Es cierto, como hace notar perfectamente Marx, que la plusvala
7 Pero cmo se establecera el lmite ms all del cual estaramos ante el sobrante
no natural del trabajo y ms ac del cual encontraramos la medida adecuada
del producto? Una vez ms, es claro, no podra definirse ese lmite sino en torno
de las necesidades personales, primarias, el autoconsumo, etc., con todos los
inconvenientes que vimos que ello acarrea, incluido en primer lugar el de la
historicidad de las necesidades, etc.
43SERGIO CAGGIANO
no se explica por ninguna facultad misteriosa. No obstante, pro-
duccin de plusvala no es sinnimo ni consecuencia necesaria de
trabajo con capacidad sobrante. Como vimos, existe una diferen-
cia cuantitativa entre la magnitud de conservacin de la fuerza de
trabajo y su magnitud de rendimiento, y es correcto subrayar la
arbitrariedad histrica que hace que esa diferencia entre las magni-
tudes se transforme en un plus de valor que se apropia el capitalista,
pero ello en absoluto anula la existencia de tal distancia. Por el con-
trario, parece ms apropiado dentro del planteo de Marx sostener la
idea de que el trabajo est efectivamente capacitado para rendir un
sobrante y, al mismo tiempo, revelar que el hecho de que ese so-
brante se materialice en plusvala para el capitalista responde a con-
diciones histricas especficas y a contingencias singulares, y de nin-
guna manera a la naturaleza. En consecuencia hay un plus del
trabajo, lo cual no implica necesariamente una plusvala; hay un
plus del trabajo que en el modo especfico de produccin capitalista
se convierte en plusvala.
En el sealamiento terico de la plusvala se organiza la analtica
de la opacidad capitalista. En este sealamiento reside el doble lo-
gro (terico y poltico) y el doble atractivo (terico y poltico) que
quisiera subrayar en El Capital, basado en la determinacin del meo-
llo en torno al cual se estructura y sostiene dicha opacidad
especficamente capitalista (y, en cierta proporcin, se estructura y
sostiene el capitalismo mismo).
El logro y atractivo terico fue puesto en evidencia con agudeza
por Althusser (Engels, por su parte, lo precedi y, en lo que a este
trabajo interesa, inspir, como el propio Althusser hizo constar). El
interrogante general de este ltimo se ordena en torno de la filosofa
(y la epistemologa) de El Capital, en torno de su objeto cientfico y,
por consiguiente, de su novedad respecto de la economa clsica y
de la diferencia especfica que lo separara de la misma. Su respuesta
se basa en el concepto de plusvala. No en la sustitucin que Marx
44 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
hace con una nueva palabra de los trminos que en Ricardo y Smith
habran hecho referencia al mismo fenmeno (beneficio, renta, in-
ters), sino en el carcter novedoso que conlleva ese nuevo concep-
to terico que, como tal, es el representante de un nuevo sistema
conceptual, correlativo de la aparicin de un nuevo objeto
(Althusser, 1985b: 158). El mrito de Engels, afirma Althusser, es-
triba en haber puesto de manifiesto una relacin funcional necesa-
ria entre la naturaleza del objeto, la naturaleza de la problemtica
terica y la naturaleza de la terminologa conceptual (ibidem:
161). Engels haba visto cmo el concepto de plusvala en El Capital
viene a cambiar la base, la problemtica terica de la economa pol-
tica. Althusser concluye que se puede comprender [...] cmo el con-
cepto de su objeto distingue radicalmente a Marx de sus predeceso-
res [...] Pensar el concepto de produccin es pensar el concepto de la
unidad de sus condiciones: el modo de produccin. Pensar el modo
de produccin es pensar no solamente las condiciones materiales,
sino tambin las condiciones sociales de la produccin [...] Sabemos
cul es, en el modo de produccin capitalista, el concepto que expre-
sa en la realidad econmica misma el hecho de las relaciones de pro-
duccin capitalista: es el concepto de plusvala (ibidem: 195).
El atractivo y la potencia poltica de El Capital estn ntimamente
ligados a esta conquista terica. El concepto de plusvala y el sistema
terico que le va asociado dan con (y dan en) el corazn del capitalis-
mo. Sealan, entonces, el lugar para la poltica anticapitalista, el pun-
to en torno del cual esta poltica no puede renunciar a pensar, y al
cual es imprescindible afrontar. Acaso este sea, por cierto, todo el
atractivo poltico y la potencia que pueda tener una analtica social.
No es ms que eso. Pero tampoco es menos que eso.
As entendido, El Capital no ofrece ningn camino a seguir por-
que no hay determinacin teleolgica a partir de estos elementos, ni
a partir de un origen, ni como indicacin de un horizonte totaliza-
dor. No hay emprico-trascendental que ordene la dimensin posi-
45SERGIO CAGGIANO
tiva de la significacin/opacidad y la haga descansar sobre un ms
ac o sobre un ms all en que las relaciones sociales seran por fin
transparentes, perfectamente claras y sencillas. As entendido, El
Capital tampoco ofrece un marco de conocimiento cientfico que
funcione como gua-garanta de la accin poltica, un cuadro teri-
co capaz de explicar la dimensin poltica y deducir lgicamente de
s una direccin a seguir, camino por el que deriva la lectura
althusseriana8.
Es posible que a alguien que espere aportes de esta ndole, el
atractivo poltico de la analtica no le parezca tal cosa. La lnea de
interpretacin seguida aqu, desatenta a ese tipo de promesas, po-
dra resultarle insuficiente. Insisto, lo nico que ella comprueba
es el sealamiento del corazn del capitalismo. Pero esto no parece
poco. En los ltimos aos se ha discutido largamente acerca de la
desactivacin de la lucha de clases, aun desde posiciones de izquier-
da. En ocasiones se ha sustentado la idea de una lucha de clases que
pueda darse sin discutir el fondo: la plusvala. La inteleccin histri-
ca de la imposibilidad de resolver las mltiples y complejas formas
de dominacin y desigualdad reducindolas a la lucha anticapitalista
tiene ya muchos aos, y constituye un acierto general. Sin embargo,
de ello no hay por qu inferir, como algunos han querido hacer, que
la lucha anticapitalista deba convertirse en una lucha por el mejor
de los capitalismos posibles.
Muchas de las tendencias tericas y polticas que con cierta pe-
reza intelectual son agrupadas bajo el nombre cada vez ms vago de
8 Una y otra cosa pueden perseguirse en una interpretacin de El Capital que siga
los lineamientos escatolgicos que critiqu en la primera parte de este ensayo. Y
aun cuando se siga la segunda direccin presentada, la de la analtica de la
opacidad capitalista, siempre existe el peligro de convertir esta analtica en
una escatologa, en tanto ambas comparten el haber surgido de ese atolladero
terico de Marx que llamamos plus del trabajo.
46 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
posmodernas han ayudado a repolitizar espacios y dimensiones
de la vida considerados durante aos como no polticos.
Inversamente, en los mismos aos el capitalismo no ha corrido la
misma suerte. La economa parece ms bien confirmarse en la di-
reccin opuesta: la de la despolitizacin. Si fuera que an es necesa-
ria, acaso urgente, la repolitizacin del capitalismo, es decir, de la
economa capitalista, en El Capital sigue estando una de las claves.
En un principio quiz se trate meramente de rodear el punto e
insistir en su sealamiento. Si el deber de la izquierda es mantener
viva la memoria de todas las causas perdidas, de todos los sueos y
esperanzas rotos y pervertidos que acompaaron a los proyectos
izquierdistas (iek, 1998: 350), el espacio abierto por Marx en El
Capital, la reconfiguracin terica y poltica que la plusvala impli-
c, reclama su reposicin. Todo lo que tenemos que hacer es mar-
car repetidamente el trauma como tal, en su misma imposibilidad,
en su horror no integrado, por medio de algn gesto simblico va-
co (ibidem: 352). El Capital, como analtica de la opacidad capi-
talista, ensea dnde este sistema no puede reconciliarse consigo, y
exhibe el punto que es necesario rodear y marcar. La sociedad capi-
talista, o lo capitalista de nuestra sociedad, se estructura desde siem-
pre y hoy tambin all donde lo seal Marx, y slo all puede conce-
birse su desestructuracin.
47SERGIO CAGGIANO
Ideologa, dialctica y totalidadAdorno y la crtica de la crtica cultural*
CAPTULO 2
El espritu no puede menos que debilitarse
cuando es consolidado como patrimonio cul-
tural y distribuido con fines de consumo
M. Horkheimer y T. Adorno, Dialctica del
Iluminismo
* Este ensayo es una versin corregida del texto presentado con el mismo ttulo
en las VIII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicacin, realizadas en
la ciudad de La Plata, entre el 16 y el 18 de septiembre de 2004, y organizadas
conjuntamente por la Red Nacional de Investigadores en Comunicacin Social y
por la Facultad de Periodismo y Comunicacin Social de la Universidad Nacional
de La Plata.
49SERGIO CAGGIANO
Ciertos problemas de la ciencia y la filosofa no pueden ser correc-
tamente abordados si se omiten determinados pensadores. De igual
modo, muchos autores o escuelas de pensamiento no pueden consi-
derarse sin prestar atencin a unas reas de estudio particulares. Su-
cede muchas veces que ambos hechos se combinan en una relacin
compleja de doble direccin. Es el caso de Theodor Adorno y la crti-
ca de la cultura, entendida no como un campo profesional en el cual
desempear una tarea, sino como un campo sobre el cual hacerlo, es
decir, la crtica de la cultura y el crtico considerados como un objeto
sometido a reflexin de la propia crtica (de la cultura). Enfocar el
modo en que Adorno enfrent la posibilidad de la crtica cultural
permitir comprender algunos rasgos centrales de esa empresa, as
como algunos obstculos para su realizacin. Al mismo tiempo, al
enfocar esta dimensin especfica procurar poner de relieve algu-
nos aspectos generales del pensamiento del autor, en particular su
tratamiento del concepto de ideologa, y formular algunas sugeren-
cias acerca de la potencia heurstica de los mismos.
50 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
En qu espacio se vuelve posible la crtica cultural?, dnde co-
locarse para intentar una crtica que evite la pretensin de estar en
ningn lado y que evite al mismo tiempo los falsos sitiales que da-
ran autoridad a la propia palabra?, qu crtica cultural sera capaz
de no reificar su propio campo y de generar una reflexin sobre el
mismo, sobre sus lgicas y sus efectos?; a un nivel ms bsico, cul
sera la posicin para un estudio crtico?, en qu consistira?, qu
condiciones debera cumplir y qu caractersticas tener?, cules
exigencias deberan mantenerse para sostenerlo?
En el ensayo en que Adorno encar ms directamente esta pro-
blemtica afirm que con toda su inveracidad es la crtica tan ver-
dadera como la cultura es falaz (Adorno, 1984: 228). Esta proposi-
cin solo puede ser comprendida partiendo de la imbricacin nti-
ma de la crtica y la cultura. Cada una supone y necesita, en la confir-
macin de su propio lugar, el lugar de la otra. Pero es al mismo
tiempo el cierre o clausura siempre posible de este juego especular
en el que busca afirmarse la autarqua de ambas el que conduce a la
falacia de la cultura y a la inveracidad de la crtica. La crtica de
Adorno a la crtica de la cultura apunta a ese cierre especular del
espritu. Pero no puede hacerlo sino apoyado en las mismas con-
diciones de posibilidad que dicho cierre abre. La propia posicin
crtica de Adorno respecto de la cultura y respecto de la crtica ofi-
cial de la cultura se sustentar justamente all, en la torsin perpe-
tua que busca impedir esa clausura.
El crtico cultural pretende una autonoma de campo sobre la
cual funda y reclama su autoridad. Finge poseer una independen-
cia que no tiene. El rechazo de Adorno a esta pretensin es ms que
la denuncia de su falsedad. No responde a ese fingimiento de inde-
pendencia indicando una dependencia de ese espacio singular de
la cultura (y del crtico) respecto de otro espacio singular: la eco-
noma, el mundo de la produccin. La cuestin es ms bien mostrar
la dependencia de una totalidad, de un todo estructural en el que se
51SERGIO CAGGIANO
ha vuelto posible que aquellos (y otros) espacios singulares puedan
ser delimitados en su singularidad y asumidos como tales.
La denuncia de la falsedad de la autarqua del crtico cultural y de
la cultura es ardua pues podra sostenerse que el crtico s logra
aquella autonoma o independencia, y que la logra merced a (o en el
momento en) que la cultura misma se separa y logra reconoci-
miento como espacio singular. El crtico es producto a la vez que
artfice de esta autonomizacin y podra ser considerado l mismo,
en tanto que figura social, como la acreditacin misma y la aparente
prueba de aquella autonoma. Es justamente aqu donde reside su
pecado y donde ataca Adorno: no en la falsedad emprica de esa
autonomizacin sino en la herida que ella provoca al espritu, y
en la traicin que implica a su potencia crtica.
Al tratar el crtico a la cultura como su objeto la cosifica, siendo lo
propio de la cultura la suspensin de la cosificacin. Como esti-
mador, el crtico se mueve entre bienes y valores culturales; sope-
sa, juzga, selecciona. Su misma soberana, la pretensin de poseer
un saber profundo del objeto y ante el objeto, la separacin de con-
cepto y cosa por la independencia del juicio, lleva en s el peligro de
sucumbir a la configuracin-valor de la cosa; pues la crtica cultural
apela a una coleccin de ideas establecidas y convierte en fetiches
categoras aisladas como espritu, vida, individuo (ibidem: 228-229).
All donde la razn haba podido comenzar la tarea inagotable de re-
flexin sobre sus propias condiciones, su confinamiento a un territo-
rio especial y la determinacin de actividades propias la inhiben de
tal afn, o mejor, circunscriben esa tarea y frenan as sus efectos
disruptivos y corrosivos. Es en este sentido que la cultura no puede
divinizarse ms que en cuanto neutralizada y cosificada (ibidem:
231). All donde el espritu haba iniciado el camino de impugnacin
de la realidad con el sealamiento de la falsedad de ciertas ideas y
creencias, y con la mostracin de la verdad posible (no actual) de
algunas de esas ideas y creencias, su entronizacin no puede ser sino
52 LECTURAS DESVIADAS SOBRE CULTURA Y COMUNICACIN
una reclusin que obtura la crtica. No slo obtura la crtica de la
ideologa sino que la vuelve ideologa a ella misma, en su reduccin a
mero puesto en la administracin de bienes y valores culturales.
Intentar a continuacin dar cuenta con mayor profundidad de
estas observaciones. Pero desandar esta introduccin en la direc-
cin inversa a la de su presentacin: de cmo considerar ideolgica
la crtica cultural a la necesidad de considerar la totalidad social y la
dialctica negativa como posibilidad de un proyecto crtico.
DE LA CRTICA DE LA IDEOLOGA A LA CRTICA COMO IDEOLOGA
La metafsica de los hechos en nada aventa-
ja a la metafsica del espritu absoluto
Max Horkheimer, Ideologa y accin
En unas pocas palabras de Adorno se cifra el problema que qui-
siera atender en este apartado: La crtica cultural recubre y disi-
mula la crtica, y sigue siendo ideologa en la medida en que es mera
crtica de la
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