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Capítulo S Anatomía de la bestia:
convertibilidad y hegemonía menemista
Todavía no comenzamos a analizar ·la hegemonía menemista propiamente dicha. Esta afirmación puede resultar sorprendente. Dedicamos el tercer capitulo a analizar la violencia hiperinflacionaria que se encuentra en el. origen de, y siguió operando como mecanismo coercitivo subyacente a, esa hegemonía menemísta. Y dedicamos el cuarto a analizar las prácticas ideológicas que dotaron de consenso a esa hegemonía menemista. ¿En qué sentido decimos, entonces, que no estamos aún ante la hegemonía menernista? La respuesta podría plantearse de la siguiente manera: contamos con algunos escorzos del centauro, pero aún no conocemos su anatomía -y, para peor, tenemos razones para suponer que esa anatomía no consistirá en una mera yuxtaposición de una mitad animal que remite a la coerción sobre una mitad humana que remite al consenso. En efecto, los escorzos de esta bestia no sugieren una representación como aquellas de los realistas centauros neoclásicos (una cabeza y medio torso humanos superpuestos mecánicamente a otro medio torso y extremídades equinas) ni de los excesivos centauros románticos (con cabelleras al viento, que no alcanzan a ser crines). Los escorzos de esta bestia parecen reclamar una representación más ambigua -y más monstruosa. Los monstruos góticos que danzan desenfrenadamente en un escenario teatral sonados por Hyeronimus Bosch quizás sean más adecuados. Pero más adecuados aún son los monstruos soñados por Picasso en los años treinta, con1o ese minotauro que acaso tenga de toro su cabeza y de hombre su cuerpo, o acaso sea un toro envuelto en las translúcidas pieles de un hombre, o viceversa; ese toro seductor y lascivo, ese hombre asesino y sanguinario, esa bestia feroz pero ciega que avanza conducida por una niña hacia una muerte
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
segura. Estos escorzos animales y humanos que poseemos no alcanzan para conocer a nuestra bestia: necesitamos conocer su anatomía. No puede haber hegemonía política burguesa sin cuerpo en el Estado y la acumulación capitalistas. A la forma de Estado y a la estrategia de acumulación que corporizan a esa hegemonía menemista dedicaremos este capítulo.
5.1. Hegemonfa: forma de Estado y estrategia de acumulación
Es necesario introducir en este apartado algunas precisiones 1nás acerca de nuestro empleo del concepto de hegemonía. Es sabido que, para Grarnsci y para muchos de sus seguidores, la constitución de una hegemonía política requiere la mediación del Estado. Este es un aspecto decisivo para entender la naturaleza de cualquier hegemonía política. Sin embargo, esta relación entre hegemonía y Estado es sumamente compleja dentro del pensamiento gramsciano, debido a la extensión que reviste el concepto de hegemonía en su seno. Esta complejidad deriva en su mayor parte, simplemente, de que Gramsci introdujo dícho concepto para lidiar con problemas de estrategia política revolucionaria antes que de dominación política burguesa.Vl En efecto, Gramsci introdujo el concepto de hegemonía, a mediados de la década de 1920, para referirse al papel del proletariado como la clase dirigente de una alianza revolucionaria de clases. 272 Escribía entonces que "los comunístas turineses se plan-
m Nos referimos, naturalmente, a los problemas de estrategia revolucionaria suscitados por 'la derrota del movimiento de consejos obreros dei none de Italia de 1919-20, del que participara activamente el propio Gramsci (véase Samucci 1998). Ya en los escritos correspondientes de LOrdine Nuovo aparecía claramente, aunque en ausencia de la noción ele hegemonía, el papel de los consejos obreros, en su interacción con los sindicatos y el partido, como "modelo" o "cedula" de un futuro Estado obrero. "El Estado socialistaescribía Gramsci por entonces- existe ya potencialmente en las instituciones de la vida social característíca de la clase tmbajadora explotada. Unir entre sí estas instituciones, coordinarlas y subordinarlas en una jerarquía de competencias y poderes, centralizadas fuertemente, pero respetando las autonomíns necesarias y sus articulaciones, significa crear desde ahora una verdadera democracia obrera, en comraposición eficiente y a ni va con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgues en todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional" ( 198 l , p.89·, véanse en conjunto los artículos de este Gramsci consejista reunidos en Gramsci 1973 y 1981). Esta misma problemática, aunque mucho más complejizada, será la abordada por Gramsci más tarde en términos de hegemonía. 272 Específicamente en La situación italiana y las tareas del PCJ, un documento para la discusión del Ili Congreso del PCl realizado en Lyon en 1926, y en Algunos temas sobre la cuestión meridional, escrito también en 1926 (ambos incluidos en Gramsci 1981). Éste es, naturalmente, el punto enfatizado en las lecturas más leninistas de Gramsci (por ejemplo Gruppi 1978).
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La hegemonía menemista
tea ron concretamente la cuestión de la 'hegemonía del proletariado', o sea de la base social de la dictadura proletaria y del Estado obrero. El proletariado puede convertirse en ciase dirigente y dominante en .la rnedi·d·a en que consigue crear un sistema de alianzas de clase que le permua moVIhzar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora ... " (1981, p. 307). Pero en escritos posteriores, Gramsci empleó la noción de hegemonia tanto para continuar reflexionando sobre problemas de estrategia política revolucionaria, como para reflexionar acerca de las características de la dominación política burguesa. Este empleo ampho del concepto de hegemonía, empero, complejizó enormemente su relación con el Estado, en la m_edida en que tanto la política de las clases dominantes (que detentan efectivamente el poder de Estado) como la política de las clases dominadas (que no detentan dicho poder de Estado) son analizadas en términos de políticas hegemónicas. Gramsci parecía entonces vacilar entre una asociación estrecha entre hegemonía y poder de Estado, como cuando identificaba ''el momento en que un grupo subalterno se torna realmente autónomo y hegemónico" con el momento en que "crea un nuevo tipo de Estado" (1975-80 lll, p. 85), y una sucesión cronológica entre hegemonía y poder de Estado, como cuando afírmaba que "un grupo social puede e incluso debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder gobernante (esta es una de las condiciones principales para la conquista misma del poder)" (1975-80 VI, p.99). La consideración del Estado, en los térrninos heredados de Hegel de un Estado am.pliado a instituciones de la sociedad civil, permitió a Gramsci introducir cierta nexibilidad entre estas dos opciones, en la medida en
que los aparatos privados de hegemonía de la sociedad civil podían ser ámbitos de disputa hegemónica, pero no alcanza para precisar sin resto la relación entre hegemonía y Estado. Pensamos que, para precisar esa relación, conviene inclinarnos por la primera alternativa y asociar estrechamente hegemonla y Estado, restringiendo por consiguiente el campo de aplicación de la noción de hegemonía a la dominación política burguesaY3 En este sentido, rescatamos a ,.P_oulantzas cuando precisa que el
m Aunque no podemos detenemos en este punto, considerJmos que esta opción no s.ólo es más adecuada desde un punto de vista teórico, sino también desde un punto de V1Sta político. En efecto, los análisis de la política dominante y de la política revolucionaria, indistintamente, en términos de política hegemónica, pueden conduCJmos a una concepción instrumentalista de la política. Acaso Gramsci, y acaso siguiendo los pasos de Lenin, no sea completamente ajeno a este instrumentalismo. Se trata en verdad de una expresión .de un problema crucial y mucho más amplio de la política revolucionaria, problema cuyo mejor planteo-aunque no acordemos con su solución-se encuentra en Holl~way (2~?2). Agreguemos que el recurso de emplear la noción de contrahegemoma (nooon que, por
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CapílUlo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menernista
concepto de hegemonía "tiene por campo la lucha política de clases en una formación capitalista, y comprende, más particularmente, las prácticas políticas de las clases dominantes en esas formaciones" (!976, p.169).
Pero esta opción nuestra de asociar estrechamente hegemonía y Estado irnplica una segunda restricción en el uso del concepto de hegemonía, a saber, queda restringido a escala del Estado-nación. También en este sentido Gramsci solía emplear la noción de hegemonía de 1nanera más amplia. Afirmaba así que la hegemonía "se verifica, no sólo en el interior de una nación, sino en todo el campo internacional, entre complejos de civilizaciones nacionales y continentales" (1975-80 !1, p.34-5). La peculiar posición de la cultura italiana en el seno de la cultura europea inspiraba este uso gramsciano del concepto de hegemonía a escala internacional. Por una parte, a raíz de la instauración de la sede papaL en la Roma del siglo XVI, el cosmopolitismo religioso de los intelectuales italianos revestía "un carácter estrictamente político, de hegemonía internacional", cumplía una "función hegemónica mundial", se nutría de un "espíritu imperialista" (1975-80 VI, p.24). Por otra parte, corno contrapartida de ese cosmopolitismo, el atraso relativo en la construcción de una cultura burguesa nacional durante el siglo XlX conducía para Grmnsci a una hegemonía de la cultura francesa. "Todo pueblo tíene su literatura, más ésta puede venirle de otro pueblo, es decir, que el pueblo de referencia puede estar subordinado a la hegemonía intelectual y moral de otros pueblos. [ .. ] 1A qué se debe que el pueblo italiano lea con preferencia a los escritores extranjeros? Significa que sufre la hegemonía intelectual y moral de los intelectuales extranjeros, que se siente más ligado a los intelectuales extranjeros que a los 'paisanos', es decir, que no existe en el país un bloque nacional intelectual y moral, Jerarquizado y mucho menos igualitario" (1975-80 IV, p.103; 126). Estas afirmaciones parecen involucrar de manera privilegiada la dimensión cultural, intelectual y moral, ideológica de la hegemonía en su extensión a una escala internacional -aunque la iniluencia del papado puede involucrar asimismo aspectos jurídico-políticos. El problema que plantean reside en la articulación entre este concepto de hegemonía ideológica -e incluso, en su caso, jurídico-política-, internacional y los Estados-nación que siguen operando como mediadores necesarios de la hegemonía a escala nacionaL Este es un problema importante -acaso más importante aún en el capitalismo
cieno, no se encuentra en Gramsci) para analizar la política revolucionaria, no resuelve de ninguna manera este problema en la medida en que la misma no sea definida como algo distinto de una mera contracar'a de la política dominante (véase, en este sentido, la discusión planteada por Hollowayen AAW 2002).
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La hegemonía menemisla
contemporáneo- y que incumbe direclamente a nuestro análisis de la hegemonía menemista.
En efecto, resulta evidente que las hegemonías neoconservadoras a escala de los Estados-nación particulares no pueden analizarse prescindiendo de la existencia de una suene de "hegemonía neoconservadora" vigente a escala internacional. Las relaciones sociales capitalistas y el an~gOr1lS'ffio que les es inherente son globales por definición y, además, devienen cada vez más globales conforme se desarrolla históricamente el capitalismo. Las clases, la lucha de clases y las relaciones de fuerza entre las clases son, asimismo, globales por definición y devienen cada vez más globales con ese desarrollo histórico del capitalismo (véase Holloway 1995). Hasta aquí presentamos la hegemonía como un fenómeno político registrado a escala de los Estados-nación paniculares, pero la misma no puede sino remitirnos a esa lucha y a esas relaciones de fuerza entre clases a escala internacional. La hegemonía a escala de los Estados-nación particulares debe entenderse entonces cmno la territorialización en términos políticos, en dichos Estados-nación, de una lucha y unas relaciones de fuerza entre clases vigentes a escala internacionalY~ La construcción de hegemonías neoconservadoras a escala de Estados-nación particul""res durante las décadas de 1980-90 remite así a un proceso global de recomposición de la acumulación y la don1inación capitalistas, iniciado hacia fines de la década de 1970 y en respuesta a la crisis del capitalismo de posguerra, que reunió desde la reestructuración de los propios procesos de producción y acumulación a escala del mercado mundial hasta la mutación del sistema internacional de Estados derivada del derrumbe del bloque del este, pasando por la adopCión masiva de la doctrina neoconservadora por parte de los cuadros intelectuales de la burguesía y un amplio espectro de procesos económicos, sociales, políticos e ideológicos relacionados. También en nuestro caso específico de la hegeinonía menemista, naturalmente, se conjugaron una serie de factores que remiten a ese proceso global de recomposición de la acumulación y la dominación capitalistas. La reestructuración del capital y la recomposición de las da-
lH Desde luego, esta terrirorialización supone una suene de "nacionalización" de esa lucha y de esas relaciones de fuerza entre clases, según las particularidades de las formaciones económico-sociales encuadradas en dichos Estados-nación. En este sentido, podemos acordar con Gramsci cuando afirma que "el concepto de hegemonía es aquel donde se anudan las exigencias de carácter nacional [ ... } Una clase de carácter internacional, en la medida en que guía a capas sociales estrictamente nacionales (intelectuales) y con frecuencia más que Í1acionales, particularistas y municipalistas (los campesinos), debe en cierto sentido 'nacionalizarse"' (1975-80 1, p.148).
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Capitulo 5. Anatomia de la bestia: convenibilidad y hegemonía menemista"
ses y fracciones de clase sobre las que descansó la hegemonía menemista fue parte de aquella reestructuración de los procesos de producción y acumulación a escala del mercado mundial. La reforma del Estado y la reorientación de sus intervenciones, o sea la creación de una fonna de Estado adecuada a esa hegemonía menemista, se encuadró asimismo en un proceso mundial de reforma de los Estados capitalistas de posguerra. La ideología neoconservadora que acampanó a la hegemonía menemísta constituyó, finalmente, apenas una adaptación de doctrinas neoconservadoras forjadas en los thinh-tanhs globales.
Todos estos elementos, que podrían abonar un empleo a escala internacional de la noción de hegemonía, son decisivos para entender las característícas de la hegemonía menemista. Sin embargo, nosotros seguiremos restringiendo el empleo del concepto de hegemonía a escala del Estado-nación y seguiremos refiriéndonos a la hegemonía menemista como un fenómeno que tuvo lugar en el terreno del Estado-nación argentino. Nuestra decisión deriva, en definitiva, de la citada asociación existente entre hegemonía y Estado. Pero justifiquemos esta decisión. Recordemos, antes que nada, que nosotros aplicamos la noción de hegemonía a las relaciones políticas entre clases y no así a las relaciones entre Estados. En este sentido, no podemos extender la noción de hegemonía, como sucede en algunas concepciones, para referirnos a las dimensiones ideológicas de las relaciones internacionales entre Estados-nación políticamente inclependientes. 275 La hegemonía, precisamente, territorializa a escala de esos Estados-nación políticamente independientes una lucha y unas relaciones de fuerza entre clases vigente a escala internacional. Reconocemos ciertamente que instituciones extranjeras o internacionales (organismos financieros como el FMI, organizaciones como la OMC, instituciones que integran aparatos de Estado extranjeros corno la USFR, institutos privados como el Cato Institute y un amplio etcétera) desempeflan auténticas funciones hegemónicas a escala internacional: generan y divulgan discursos legitimadores acerca de las virtudes de la econornía de libre mercado, elaboran proyectos de reforma del Estado, proveen cuadros intelectuales para desempeñarse como funcionarios, ele. Esto es decisivo para entender la naturaleza de las hegemonías neoconservadoras en general, así como la hegemonía menemlsta en particular. Sin embargo, en la medida en que los Estados-nación no fueron relevados de su función de territorialización de las relaciones sociales capitalistas por una instan-
m Nos referimos, por excelencia, al empleo del concepto de hegemonía dentro de la denominada Escuela de Binghamton encabezada por l. Wallerstein y G. Arrighi.
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La hegemonía menemista
cia supranacional de soberanía, ~eguiremos restringiendo nuestro empleo de la noción de hegemonía a escala de esos Estac]_qs-nación. Las funciones hegemónicas desempeñadas por instituciones como aqudlas son complementarias respecto de las desempeñadas por los Estados-nación particulares pero, en la medida en que no existe ese Estado supranacional, no las reetnplazan.
Ahora bien, para profundizar en esta relación entre hegemonia y Estado conviene reparar en la doble dimensión que caracteriza al concepto de hegemonia. Ya rozarnos esta doble dimensión cuando rescatamos ciertas afirmaciones gramscianas acerca de la integración de las viejas clases dominantes en los nacientes Estados burgueses alemán y británico o de las dificultades de la burguesía italiana para asumir su función dirigente respecto de los grupos sociales afines y aliados para la constitución de su propio Estado moderno (1975-80 V, p. 30 y ss.; VI, p.99 y ss). Pero esta doble dimensión reviste una mayor precisión dentro de la concepción específicamente poulantziana de la hegetnonía. Afirma Poulantzas en este sentido que "la clase hegemónica es la que concentra en sí, en el nivel político, la doble función de representar el interés general del pueblonación y de detentar un dominio especifico entre las clases y fracciones dominantes: y esto, en su relación particular con el Estado capitalista" (1976, p.175). Y, puesto que ambas funciones hegemónicas están mediadas por el Estado capitalista, dicho Estado asumirá una doble función. "Respecto de las clases dominadas, la función del Estado capitalista es impedir su organización política, que superaría su aislamiento que es en parte su propio efecto [ ... ] Por el contrario, respecto de las clases dominantes, el Estado capitalista trabaja permanentemente en su organización en el nivel político, anulando su aislam.iento económico, que es, tan1bíén aquí, su propio efecto así como el de lo ideológico"' (1976, p.239).
Más adelante volveremos sobre esta doble dimensión de los conceptos de clase y Estado hegemónicos y de sus relaciones a propósito de la hegemonía menemista. Pero es decisivo advertir de antemano que nuestro empleo del concepto de hegemonía supone que el proceso de constitu
cíón de una nueva hegemonía, i.e., __ ~_l_ .. PF.Ofé:.~.9. q¡¿~.-~qp_g_~f~--·~·_g:t;l.<;J.e_Slªs-~ .. a~f..C.P.~~ e,I .Estado capitalistas desemp_~ñ-~_[l ___ q!Jif'm.Jyp_~~_gnes __ ,heg~m.QI!~C:as, e§ en, rylidad un único proceso de desenvolvimiento de la lucha de clases .. Así como es importante entender que su contrapartida:~,..t;l,_p_r_Q_~S:-~9 9.~-~-<::~i;s~s,ch~-.~na }y;~gemonía, es un único proceso. de desenvolvimiento de la lucha de clases. E~.to sigflifica_.cu_atr() cqsas_~. ,la vez. Significa, en p[imer 1~$-_<:f, que las clases o fracciones de clases ecoilómica y sociahnente domínantes sólo pueden devenir políticamente hegemónicas gradas a la
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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía m enemista._
,_mediación del Estado capitalista. Luego veremos que fue precisamente la mediación del Estado argentino, a través de sus políticas de reestructuración capitalista enmarcadas en la convertibilidad, la que permitió que esa gran burguesía, que ya se había consolidado económica y socialmente como clase dominante en los procesos hiperinflacionarios, deviniera políticamente dirigente mediante la constitución de la hegemonía menemista. Significa, en segundo Jugar, que el Estado capitalista se recompone a su vez, en un doble sentido de transformarse y fortalecerse, en la medida en que desempeña esa función de mediador de la hegemonía. El Estado argentino, sumido en la impotencia durante el proceso hiperinf1acionarío que clausura la administración alfonsinista, quebrado económicamente y vacante políticamente, se recompone así adoptando una nueva forma neoconservadora de_ Estado acorde con su función como ri1edi3.dor de la hegemonía menemjsta, durante la primera administración menemista. Significa, en tercer lugar, que las clases o fracciones de clases económica y socialmente dominantes sólo pueden ser políticamente dirigentes, es decir hegemónicas, respecto de las clases y fracciones de clases subordinadas a través de la conformación de un bloque en elpo:. d~r encabezado por su fracción hegemónica. Va de suyo que, inmersas· en esa suene de guerra de todos contra todos que caracteriza a los estallidos híperinflacionarios, ninguna fracción de la gran burguesía estaba en condiciones de desempeñar función dirigente alguna respecto de los trabajadores. La constitución de un nuevo bloque en el poder, dirigido políticamente por aquellas fracciones que se habían impuesto económica y socialmente en dicha guerra de todos contra todos, sería una condición para que la gran burguesía en su conjunto desempeñara esa dirección de los trabajadOres. Significa, en.cuarto lugar, que a su vez las clases o fracciones de clases eConómica y socialmente dominantes sólo pueden conformar un bloque en el poder en la medida en que desempeñ.en esa dirección respecto _de las clases y fracciones de clase subordinadas. El carácter relativamente monolítico· que' adquirió el bloque en el poder menemista tuvo como condición suya la relativa subordinación de los trabajadores a la dirección política de la gran burguesía. El proceso de constitución de una _nueva hegemonía es, precisamente, este proceso de mediaciones recíprocas y simultáneas: la burguesía se recompone como clase hegemónica a través del Estado capitalista y el Estado capitalista se recompone como instancia de dominación a través de la recomposición de la hurguesía como clase hegemónica; la burguesía dirige a los trabajadores a través de su unificación política en un bloque. en el poder y se unifica políticamente en un bloque en el poder a través de la dirección
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La hegemonía menemista
de los trabajadores. Y son mediaciones recíprocas y simultáneas porque, 1
aunque podemos diferenciarlas analíticamente, históricamente son aspectos de un único proceso de desenvolvimiento de la lucha de clases.
Finalmente, para profundizar nlás aún esta relación entre hegemonía y Estado, es conveniente precisar la manera en que se corporiza esa mediación del Estado. Aludimos antes a que, en nuestro caso, fue la mediación del Estado a través de sus políticas de reestructuración capitalista, enmarcadas en la convertibilidad, la que permitió que la gran burguesía conformara un nuevo bloque en el poder y deviniera hegemónica. La fórmula poulantziana para referirse a la función hegemónica del Estado, aquella de "desorganizar políticamente a las clases dominadas, organizando a la vez políticamente a las clases dominantes" (1976, p.239), es en este sentido demasiado estrechamente politicísta. La noción de estrategi(l5 de acumulación -relacíonada a su vez con la noción de pr?yectos h~geITipnicos- introducida por Jessop es un punto de partida rrlás-·adec:Úado p~;a precisar este punto. Dice Jessop: "Una 'estrategia de acumulación' define un 'modelo de crecimiento' económico específico completo con sus varias precondiciones extraeco·nómicas y esboza una estrategia general apropiada para su realización" (l990f, p.l98-9). Serían eJemplos de estrategias de acumulación desde la Grossraumwirtschaft fascista, pasando por el fordismo norteamericano y la economía social de mercado alemana de la posguerra, hasta la sustitución de importaciones y la promoción de exponaciories latinoamericanas. Detrás de la dirección de una fracción hegemónica, una estrategia de acumulación operaría como una suene de marco para una acumulación capitalista que íntegra al conjunto de las fracciones burguesas en pugna: "Un marco estable -en palabras de Jessop- en el cual la competencia y los intereses en conflicto pueden ser conducidos sin romper la unidad de conjunto del circuito del capital" (id., p.l99). Estas estraxegias de. acumulación se articulan a su vez con proyectos hegemónicos que, ejercicio del poder de Estado mediante, apunt'3~ a resolver esos conflictos de intereses económicos inmediatOs entre la fracción dirigente y las restantes fracciones de la burguesía -e incluso de las clases subordinadas.
Las políticas de reestructuración capitalista enmarcadas por la con~.r__tibilidad pueden entenderse com.o políticas que apuntaban a la consoliCfadón de una determinada estrategia de acumulación, articulada a su vez con el proyecto hegen1ónico menemista, en un sentido semejante al planteado de Jessop. Dirigida por las fracciones de la gran burguesía más aperturistas, dícha estrategia de acumulación orientada hacia el mer-,_.,, .. __
S:2,~!? mundial operó durante la década de los noventa, efectivamente,
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Capítulo 5. Anatomia de la bestia: convertibilidad y hegemonia menemista_
como un marco para la acumulación capitalista conjunta de las distintas fracciones de la burguesía -mientras que la deserción respecto de dicho marco implicaba la recaída en las pugnas abiertas entre esas distintas fracciones de la burguesía que habían caracterizado los procesos hiperinf1acionarios de 1989-90. Y esa estrategia de acumulación se articuló, a su vez, con el proyecto hegemónico rnenemista en la medida en que sustentó materialmente, a la vez, la cohesión del bloque burgués en el poder, que encabezó la hegemonía menemista y la subordinación de la clase trabajadora a dicha hegemonía menemista. 276 Pero debemos precisar esta articulación entre estrategia de acumulación y proyecto hegem.ónico.
En efecto, estrategias de acumulación que apuntan a una reoriemación de la acumulación capitalista hacia el mercado mundial se implementaron simultánearnente, aunque con distintos niveles de profundidad y modalidades de desenvolvimiento, en otros países latinoamerlcanos durante !as décadas de 1980-90. Asimismo, se encararon proyectos hegemónicos neoconservadores, aunque con diversa suene, en otros países latinoamericanos durante esas décadas. Estas constataciones sugieren la conclusión de que estaríamos ante una detenninada articulación entre cierta estrategia de acumulación y cierto proyecto hegemónico, que podría generalizarse y emplearse como una suerte de modelo para la interpretación de una variedad de casos. El modelo en cuestión podría confrontarse a continuación con un modelo previo, que artícularía una estrategia de acumulación orientada hacia el mercado interno y un proyecto hegemónico populista. Tendríamos así, además, un criterio de periodización para la historia latinoamericana contemporánea y, eventualmente, un punto de partida para explicarla en términos de sucesivas transiciones entre dichos modelos. En este sentido, precisamente, suelen emplearse las nociones de fordismo oindustrializaci()n sustitutiva de importqciones para interpretar~-et' capitalismo de posguerra en los países centrales y periféricos, y las de posfordismo o industrializaci()n orientada aJa exporta~ión para interpretar el nuevo capitalismo, que resultaría a partir de un proceso de transición respecto de ese capitalismo de posguerra en dichos países.
276 En sentido estricto, Jessop distingue entre hegemonía y proyecto hegemónico. La hegemonía, sostiene, reúne una selectividad esLructural o estratégica consistente en los privilegios gozados por ciertas fuerzas sociales en una determínada forma de Estado; un proyecto hegemónico propiamente dicho consiste en un programa nacional-popular que integra a las fuerzas subordinadas y una estrategia de acumulación apropiada (1990[, p.205 y ss.). Aquí, sin embargo, sólo emplearemos las nociones de estrategia de acumulación y proyecto hegemónico.
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La hegemonía mene.mista
Pero estaríamos avanzando demasiado deprisa. Estaríamos explicando la historia mediante el uso de unos modelos de articulación entre _q¡;:umulación y dominación capitalistas que no se diferenciaría de un uso ~"5tructurallsta -sea inspirado en el estructuralismo marxista o, peor aún, ~n el estructuralismo cepalino, siempre más a mano para explicar la historia latinoamericana. La debilidad de semejante explicación residiría, precisamente, en que reduciría láS crisis capitalistas a procesos. de transición entre modelos determinados por la funcionalidad 1 disf!-Jncionalidad registradas entre sus elementos, conduciéndonos así a conceder una po~íción subordinada o incluso a no conceder posición alguna a la lucha di cl3.ses en dicha explicación. 277 La explicación en cuestión incurriría así en una auténtica felichización de los modelos que emplea. Las críticas en este sentido de Holloway, Bonefeld y Clarke a las interpretacíones de jessop y Hirsch de la crisis del capitalismo de posguerra, en términos de transición del fordismo al posfordismo, son concluyentes en general así como relevantes para nuestro análisis en particu1ar (véase Holloway y Bonefeld 1994). Los intentos de jessop de evitar el sesgo determinista de su aparato conceptual -en particular, el de presentar las estrategias de acumulación en términos de "resultados contingentes de una dialéctica de estructuras y estrategias" (1990[, p.205) y la articulación entre estrategias de acumulación y proyectos hegemónicos como derivada de "prácticas articulatorias contingentes" (1990e, p.80)~ se revelan como infructuosos dentro del marco estructuralist.a de referencia de dicho aparato conceptual. Más exactamente: dichos intentos conducen, una vez más, a ese desconocimiento de las relaciones sociales capitalistas y de los antagonismos que les son inherentes que antes encontramos en Poulantzas. Dentro del marco estructuralista de Jessop, el Estado y el capital como formas de Iris relaciones sociales ~value-form y state-form, en sus términos- operan como estructuras subyacentes completamente vacías que recién adquieren contenido cuando descendemos a los proyectos hegemónicos y las estrategias de acumulación particulares.
Pero el Estado y capital no son meras estructuras vacías. Son formas, es decir, mOdos de existencia diferenciados de unas mismas re13c{ones sociales antagónicas. El antagonismo entre capital y trabajo está inscripto de antemano en dichas formas, pues, con independencia de su inscrip-
177 lncluso los análisís de N un (véase, por ejemplo, 1995) de la década de los noventa en términos de las relaciones entre "régímen social de acumulación" y "régimen político de gobierno", que acaso sean las mejores versiones locales de ese e tí pode· explicaciones, no evitan ese problema.
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Capítulo S. Anatomía de La bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
ción contingente en una estrategia de acumulaci.ón y un proyecto hegemónico particulares (véase jessop l990d y e). Vale recordar en este punto las conclusiones que Marx extrae de su análisis de la tendencia hacia la nivelación de las tasas de ganancia, es decir, del modo mismo de existencia del capital como relación social global: "Resulta que cada capitalista individual, así como el conjunto de todos los capitalistas de cada esfera de la producción en panicular, participan en la explotación de la clase obrera global por parte del capital global y en el grado de dicha explotación, no sólo por simpatía general de clase, sino en forma directamente económica, porque, suponiendo dadas todas las circunstancias restantes -entre ellas el valor del capital global constante adelantado-, la tasa media de ganancia depende del grado de explotación del trabajo global por el capital global" (1990 lll, p.248). La tendencia a la constitución de una tasa n1edia de ganancia es, sin más, la tendencia a la constitución del capital como relación social global y, por supuesto, del antagonismo entre capital y trabajo inherente a dicha relación social como un antagonismo global. En ténnínos más sencillos: el proceso de constitución de una tasa media de ganancia opera como proceso de unificación de los intereses de las diversas fracciones del capital y de los diversos capitalistas individuales, en el interés común de un capital colectivo que explota a un trabajo igualmente colectivo. "Tenemos aquí, pues, la detnostradón mateinática exacta de por qué los capitalistas, por m_ucho que en su competencia 1nutua se revelen como falsos hermanos, constituyen no obStanLe una verdadera cofradía francrnasónica frente a la totalidad de la clase obrera" (1990 Ill, p. 250). 278 El interés capitahsta colectivo en la explotación del trabajo colectivo es, entonces, una determinación más básica que la correspondiente a la medida en que los capitales individuales y las distintas fracciones del capital participan de esa explotación global, según sus respectivas participaciones en la propiedad del capital global. Y la articulación de los intereses económicos inmediatos de las distintas fracciones de la burguesía y los distintos burgueses individuales en un interés económico (así como político) estratégico común, polarizada por la fracción hegemónica, descansa sobre ese interés capitalista colectivo en la explotación (y la dominación) de la clase trabajadora en su conjunto. Este interés capitalista colectivo subyace, en definitiva, a ese compromiso
m Y de aquí se deriva también, como señala Holloway, la unidad de intereses del trabajo global. "La unidad de la clase capitalista no está constituida por la simpatía general de clase sino por la unidad del proceso de explotación. La unidad de la clase trabajadora, lógicamente, está constitUida, no por la simpatía general (la solidaridad) sino por la misma unidad del proceso de explotación" (1992).
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La hegemonia menemista
que asume la burguesía en su conjunto ante la tarea de disciplinar a los trabajadores, de recomponer la acumulación y la dominación capitalistas, en los procesos de constitución de una nueva hegemonía. Este argumento no conduce, ciertamente, a rechazar el empleo de conceptos propios de menores niveles de abstracción (como los conceptos de estrategia de acumulación, proyecto hegemónico y otros que venirnos empleando), puesto que ese interés capitalista colectivo se expresa históricamen,te de diferentes maneras conforme el desarrollo de la lucha de clasesY9 Este argumento impllca simplemente que no debemos fetichizar esos conceptos propios de menores niveles de abstracción, es decir, olvidar que nombran modos de existencia de relaciones sociales antagónicas en sus expresiones históricas particulares.
Ahora bien, antes de cerrar este apartado, conviene explicitar dos implicancias de nuestra recuperación de estas nociones de estrategia de acumulación y de proyecto hegemónico. La primera radica en que, extendiendo nuestras precisiones anteriores sobre el proceso de constitución de una nueva hegemonía a esta dupla de nociones, la implementación de una nueva estrategia de acumulación y de un nuevo proyecto hegemónico son sendas dimensiones de un único proceso de desenvolvimiento de la lucha de clases. La convertibilidad operará entonces, simultáneamente, como marco de una recomposición de la acumulación y Ia dominación capitalistas. Y la dinámica de esta recomposición no responderá a la funcionalidad o disfuncionalidad entre una y otra, sino a las correlaciones de fuerza entre clases. La segunda radica en que, a su vez, esta relación entre estrategia de acumulación y proyecto hegemónico_, Como 'd~s dimensiones de un único proceso de desenvolvimiento de T~ lucha de clases, introduce una nueva restricción en nuestro effipleo aet concepto de hegemonía, ya no una restricción de tipo espacíal, a un Estado-nación particular, sí no una restricción temp()_ral, a_ .un período acotado en el desarrollo de esa ~currmlación capitalisp. La heg;tnOnía no consiste pues en un consenso pasajero -como, por ejemplo, el consenso alfonsinista que analizamos en el segundo capítulopero tampoco remite necesariainente a procesos de muy larga dura-
279 En este aspccw disentimos con Holloway y Bonefeld ( 1994) cuando, en la discusión sobre el posfordismo antes mencionada, se inclinan por rechazar sin más las denominadas "categorías intem1edias'". El problema no radica para nosotros en el empleo de dichas categorías intermedias en general-la distinción dialéctica marxiana entre d1stintos mveles de abstracción permite su empleo en el plano analítico y la explicación de fenómenos como los que nos inCumben exige sin más su empleo en el plano histórico-, sino en el uso estructuralista de las mismas.
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Capitulo S. Anatomía de la bestia: convenibllidad y hegemonía menemista
cíón -como los conslderados por Gramsci a propósito de la constitución del Estado-nación italiano.
5.2. Lucha de clases y conflictos interburgueses
Vayamos ahora al proceso histórico de constitución de la hegemonía menemista, cmnenzando por la integración de un nuevo bloque en el poder a partir de los conflictos interburgueses previos y la constitución de ese nuevo bloque, en dírigent.e de las clases subordinadas a partir de las luchas de clases previas. Poulantzas define la noción de bloque en el poder como la "unidad contradictoría particular de las clases o fracciones de clase dominantes, en su relación con una forma particular del Estado capitalista" (1976, p. 303). El Estado medía la conformación de ese bloque en el poder porque permite alinear políticamente a las distintas clases o fracciones de clase económica y socialmente dominantes, pero en conf1icto, detrás de una clase o fracción dirigente: "La relación del Estado capitalista y de las clases o fracciones dominantes actúa en el sentido de su unidad política ba;o la égida de una clase o fracción hegemónica. La clase
0 fracción hegemónica polariza los intereses contradictorios específicos de las diversas clases o fracciones del bloque en el poder, constituyendo sus intereses económicos en intereses políticos, que representan el interés común de las clases o fracciones del bloque en el poder: interés general que consiste en la explotación económica y en el dominio político" (1976, p.309). Esta integración de esas distintas clases o fracciones de clase económica y socialmente dominantes en un nuevo bloque en el poder las redefine políticamente, pero a la vez redefine políticamente su relación con las clases y fracciones de clases subordinadas. Poulamzas escribe así que la lucha de clases "reviste, a nivel polílico de las relaciones de poder y por mediación de la institución objetiva del Estado, una forma relativamente simple de relaciones entre dominantes y dominados, entre gobernantes y gobernados [ ... ] Esta simplificación de las relaciones de clase a nivel del poder político no es una simple reproducción de la contradicción económica 'simple' capital 1 trabajo. En lo relativo a las clases o fracciones 'dominantes', esa simplificación consiste en realidad en su polarización a nivel politico debido a los intereses 'específicos' de la clase o fracción 'hegemónica'. En el seno del Estado consl.ste, en cambio, en un 'bloque en el poder'. Situado a nivel propiamente político, este bloque en el poder constituye una unidad contradictoria 'con dominante' de la clase o fracción hegemónica" (l985c, p.68). La clave para entender el proceso de constitución de una nueva hegemonía radica, entonces, en entender este doble proceso de polariza-
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ción política de los intereses de las distintas clases a fracciones de clase económica y socialmente dominantes por la clase o fracción dirigente en un bloque en el poder (primera dimensión de la hegemonía), y de subordinacíón política de las clases o fracciones económica y socialmente dominadas a ese bloque en el poder (segunda dimensión de la hegemonía). La concepción pluralísta del conflicto social, que ya criticamos a propósito de Poulantzas, sin embargo, dificulta dlcho entendimiento.280
En efecto, dentro de este doble proceso, la lucha de clases aparece como un momento, el conflicto interburgués aparece como otro momento, y, ambos momentos, se median recíprocamente. Pero a la vez, el proceso ·en su conjunto, es un proceso de adopción de un modo de existencia específica~ente político-hegemónico por parte de la lucha de clases. 281 La lucha de clases es, simultáneamente, un momento en este doble proceso y el proceso en su conjunto. / La mediación del Estado neoconservador argentino en la constitución
del bloque en el poder, que encabezó la hegemonía menetnista, decíamos, descansó esencialmente en la implementación de las políticas de reestructuración capitalista enmarcadas por la .~? __ nvertibi~idad. Sin embargo, estas políticas de reestructuración y el prOpio marcü'~de''la convertibilídad suponían costos muy importantes desde el punto de vista de los intereses económicos inmediatos de las fracciones de la burguesía menos capaces de insertarse competltivamente en el mercado mundial, cmno las fracciones de la pequefi.a y mediana burguesía industrial, agropecuaria y comercial, e incluso aquellas fracciones de la gran burguesía previamente vinculadas de manera privílegiada con el mercado interno y con el Estado. El hecho de que ci.ertos empresarios pertenecientes a estas fracciones lograran adaptarse exitosamente a este curso (partlcípando de las privatizaciones, conviniéndose en subcontratistas, desplazándose desde la pro-
260 Agreguemos que la supremacía que el segundo Poulamzas concede a la lucha de clases no alcanza para resolver este problema, ni en su definición del Estado como condensación matetial de las relacíones de fuerza entre clases y fracciones ni en su consideración de sus políticas como resultado de esas relaciones de fuerza. Escribe Poulamzas: "El Estado, capitnlista en este caso, no debe ser considerado como una entidad intrínseca, sino ~al igual que sucede, por lo demás, con el 'capital'- como una relación, más exactamente como la condensación matericd de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa, siempre de forma espcc({íca, en el seno del Estado \ ... ] E! establecimiento de la política de Estado debe ser considerado como el resultado de las wntradiccwnes de clase inscriptas en la estructura misma del Estado" (1986, p.l54; 159). 2tll La específicidad de este modo de existencia político-hegemónico de la lucha de clases va de suyo: la lucha de clases no es sinónimo de lucha pohüca, ni la lucha política es sinónímo de lucha hegemónica. La imposición de un modo de existencia político-hegemóníco a la lucha de clases es a su vez un resuhado de la lucha de clases.
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Capitulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemísta
ducción hacia la importación o a través de otras estrategias semejantes) no desmiente esa afirmación. Más aún: esas políticas de reestructuración y ese marco de convertibilidad suponían incluso restricciones para ¡
05 intereses económicos inmediatos de algunas fracciones de la gran burguesía, que eran efectivamente capaces de insertarse en el mercado mundial, como la fracción industrial exportadora de la gran burguesía, compuesta por algunas grandes empresas locales y foráneas, o la gran burguesía agropecuaria en su conjunto, principalm.ente a causa de la pérdida de competitividad de sus exportaciones resultante de la revaluación del tipo de cambio. El hecho de que los empresarios pertenecientes a estas fracciones lograran ventajas a cambio (como la de importar medios de producción e insumas más baratos) tampoco desmiente esa afirmación. En verdad, analizadas desde la perspectiva estrecha de los intereses eco~ nómicos inmediatos y diferenciales de las distintas fracciones de la burguesía, las políticas de reestructuración capitalista enmarcadas por la convertibilidad parecían favorecer a poco más que a la fracción financiera de la gran burguesía. Acaso podría argüirse que, precisamente, esta ~r~cción financiera de la gran burguesía se convirtió en la fracción -~~-gtInóníca dentro del bloque menemista en el poder. Pero ¿cómo se e~plicaría la capacidad subyacente de esa fracción financiera para polarizar políticamente a las restantes fracciones burguesas convirtiendo sus propios intereses económicos en interés común de la burguesía en su conjunto? La respuesta rachea simplemente en que, más allá de los intereses económicos inmediatos y diferenciales de las distintas fracciones de la burguesía, los intereses económicos y políticos inmediatos de las fracciones dirigentes de la gran burguesía fueron asumidos como sus propios intereses estratégicos, en la lucha de clases, por la burguesía en su conjunto. Digamos, de un modo preliminar y esquemático, que el disciplinamiento de la propit;l burguesía, a través de los mecanismos díscipliriáfíOS .. iílherentes a la competencia en el mercado mundial, se impuso en los hechos como condición de posibilidad ineludible para el disciplinamJt:nto de los trabajadores. Y que, si bien su alineamiento tras la dirección de las fracciones dirigentes de la gran burguesía acarreaba costos de disciplinamiento para las restantes fracciones, esos costos aparecían como superados con creces por los beneficios de ese disclplinamiento de los trabajadores. Ese disciplinamiento involucraba a la vez una recmnposición .de la explotación y de la dominación de los trabajadores, que resultaba estratégica para el conjunto de la burguesía. Ese disciplinamiento era la condición para que, de una vez, la lucha de clases en la Argenti.na se inscribiera en una estrategia de acumulación y un proyecto hegemónico.
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La hegemonía menemista
En este último sentido, podemos decir que el proceso de constitución de la hegemonía menemista debe entenderse, en su conjunto, como el proceso de adopción de un modo de existencia específicamente políticohegemónico por parte de la lucha de dases.
Pero vayamos a un análisis más detallado de ese proceso de constitu,ción de la hegemonía menemista. Las distintas fracciones de la burguesía alcanzarían, durante la vigencia de la convertibilidad, un grado de cohe_sión política que contrastaría de manera rotunda con los conflictos que mantuvieron durante la crisis que condujo a los estallidos hiperinOacionarios de 1989-90 y a la implementación de la convertibilidad, por una parte, y, por la otra, durante la crisis que condujo a la devaluación ele 2001 y a la caída de la convertibilidad."' Este fenómeno, que conceptualizamos como constitución de un bloque en el poder, está ampliamente constatado: alcanza, para advertirlo, con revisar las posiciones adoptadas por las organizaciones representativas de las distintas fracciones de la gran burguesía ante las distintas coyunturas económicas o políticas que parecían críticas para el mantenimiento de la convertibilidad. Recordemos apenas el caso más relevante: la posición adoptada por la gran burguesía en su conjunto ante el Pacto de Olivos. Tras una reunión con Alfonsín realizada en noviembre de 1993, el entonces titular de la CAC, ]. Di Fiori, declaraba: "Nos pareció razonable transmitirle al jefe de la oposición lo mismo que le habíamos transmitido a Bauzá: la complacencia y el apoyo de los empresarios a la decisión política de buscar coincidencias en lo que hace a la vida institucional del país". A la reunión habían concurrido F Macri (grupo SOCMA), E. Fscasany (ABA),]. Blanco ViUegas (UIA),]. Berardi (Bolsa de Comercio), M. Madcur (CC) y otros grandes empresarios (Página/12 19 y 20/11/93, Clarín 21/11193). La gran burguesía en pleno asumía así la continuidad de Menem, entonces considerada como inseparable de la continuidad de la convertibilidad y la reestructuración capitalista en curso, como asunto de Estado. Y amplios sectores de la clase trabajadora se alinearon, durante la convertibilidad, detrás de la dirección política de ese bloque en el poder, en una medida que contrasta igualmente con la resistencia que desplegaron durante las crisis que condujeron a b implementación y la supresión de la
281 Decimos esto ciñiCndonos a nuestro periodo, pero es importante recordar quesem~-j;g¡te.grado de coh~sión acaso nunca se había registrado en la historia argentina desde la crisis de la hegemonía de la burguesia agroexponadora alrededor de la crisis de 1930 o, en el mejor de los casos, desde la crisis del. primer experimento peronista a partir de comienzos de la década de 1950. Las hipótesis acerca de una endémica c"risis de hegemonía (como la clásica de Portantiero 1973) son muy pertinentes en este sentido.
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
convertibilidad. También este fenómeno, que conceptualizamos como hegemonía de ese bloque en el poder, está ampliamente constatado. Para retomar nuestro anterior ejemplo, recorden1os que también amplios sectores de la clase trabajadora asumieron la continuidad de Menem como una suene de asunto propio. Una encuesta publicada días después de la firma del Pacto de Olivos informaba que el 72% de los entrevistados apoyaba el contubernio y el 67% apoyaba específicamente la cláusula que habilitaría la reelección de Menem (67%) (Página/12, 17/ll/93).
Pero señalamos que la constitución de esta hegemonía, en su doble dimensión, no puede considerarse como resultado inmediato del proceso que condujo al estallido hiperinf1acionario y al derrumbe de la administración alfonsinista durante el primer semestre de 1989. La profunda modificación en las relaciones económicas y sociales de fuerza preexistentes mediante la violencía hiperinflacionaria operó ciertamente como una condición necesaria, pero no operó ni podía operar como condición suficiente, para la constitución de esta hegemonía menerrüsta. La violencia híperinflaciona,r_ia reforzó la pc:sición de la gran burguesía como clase económica y socialmente dominante respecto de la clase trabajadora, así como reforzó la posición de sus fracciones más vinculadas con el mercado mundial como fraccipf1es econónüca y socialmente d~~inarifé:s 'dentro de ,~sa gran burguesía. Pero esto no significa que la violé:ncia hiperinflacionaria per se había convertido a esa gran burguesía en una clase políticamente dirigente respecto de la clase trabajadora, ni que la había cohesionado en un bloque en el poder políticamente dirigido por sus fracciones más aperturistas. 2
H3 Esto carecería sin más de sentido porque tanto
analítlcamente, a la luz de la teoría de la hegemonía, cmno históricamente, a la luz de la experiencia de la hegemonía menemista, la constitución de una nueva hegemOnía es un proceso político que no se reduce ni puede reducirse a una rnodificación violenta en las relaciones económicas y sociales de fuerza. El período que se extiende entre la asunción de la administración menemista en julio de 1989 y la implementación de la convertibilidad en abril de 1991 sólo puede entenderse si tenemos en cuenta esta diferencia. 283 Salvando las diferencias que mantenemos con su interpretación, es correcta en este sentido la siguiente afinnación de Palermo: "Ocurre que tras una hiperinflación el miedo a que ésta vuelva es real. Esto condiciona el comportamiento de todos, pero no resuelv~ sus problemJ.s de acción colectiva. [ ... ] La cooperación social a favor de las reformas, que ningún 'fondo de pozo' por sí mismo es capaz de producir, debe ser políticamente generada. S1 la hiperinflación crea un sentido de urgencia, sólo la acción político-estatal puede organizar la fuga" (1999, p.203-4 ). A propósito de la comparación entre distintas salidas de procesos hiperinflacionarios en América Latina, véase asimismo Torre (1998).
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La hegemonía menernista
Ya nos referimos a los conflictos interburgueses registrados durante el proceso que conduce al estallido hiperinflacionario de 1989, entre las fracciones más vinculadas con el mercado mundlal y alineadas con el viraje en la polltica económica impuesto por el Plan Primavera (los grandes grupos económicos domésticos con más cápacidad de in~~rción en el mercado mundial, la mayoría de las transnacionales, igualmente capaces de inserlarse en el mercado mundial, los acreedores del Estado y otros inversores financieros y la banca extranjera) y las más vinculadas con el mercado interno y/o protegidas por subsidios, aranceles, cuotas de importación y compras del Estado (los grandes grupos económicos insertos en el mercado interno, algunas transnacionales y sectores de la banca local) que se les enfrentaron. Dijimos también que, durante la escalada hiperinflacionaria de febrero-junio de 1989, esos alineamientos se desdibujaron y esos conflictos devinieron una suene de guerra de todos contra todos. Pero dichos alineamientos y con nietos retornaron a la escena tras la asunción de la administración menemista. El curso adoptado por la nueva administración implicó desde el comienzo una orientación hacia las fracctones de la gran burguesía más vinculadas con el mercado mundial. Las designaciones de Roig y Rapanelli a cargo del ministerio de Economía y de GC?nz~_le~ Fr~ga, a cargo del BCRA, significaron nombrar dos altos funcioñaflü"s. de Uno de los más grandes grupos exportadores y un asesor de los bancos extranjeros negociadores de la deuda externa en los puestos clave de política económica. Las primeras medidas económicas del nuevo equipo, eLPian.Bll de julio de 1989, consistieron en un severo shock antiinflacionario que contemplaba una enorme devaluación y fijación de un único tipo de cambio, un fuerte aumento de tarifas y de combust:ibles y un acuerdo de precios con grandes empresas. Este plan BB era un severo shock, ciertamente, aunque no se apartaba esencialmente de las medidas que se habían implementado bajo el plan primavera y sus sucesivos reajustes. 28-t El nuevo equipo pondría en marcha también, mediante las leyes de Reforma del Estado y Emergencia Econó.,~~ca y una batería de Ínedidas menores, la racionalización .'/_.P.r_ivcitiZa-
lH~ Es importante tener en cuenta que, ya para entonces, medidas mucho más radicales estaban en debate en la agenda del nuevo gobierno. Nos referimos a sancionar la convertibilidad del peso, en distintas variantes: una convertibilidad semejante a la implementJda más tarde (impulsada por D. Ca vallo, G. Di Tella, C. Rodríguez y otros), una convertibílidad dentro de un sistema bimonetnrio con imroducción de una nueva moneda convertible (el llamado "plan federal") y una convertibilidad restringida a los depósitos a interés (el llamado "plan Curia"). Y este debate recrudece1ia con los sucesivos fracasos del plan BB y los planes Erman (ver Graziano 1990).
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menem1sta
ción de empresas públicas, la supresión de subsidios y el incremento del_. grado de apertura externa. El nuevo equipo retomaríá,·-nnalm-ente, las negociaciones con los organismos financieros internacionales. El curso adoptado por la nueva administración, asimisn1o, apuntaba a descargar sobre el salario y el empleo de los trabapdores su shock antíinflacionario.
El resultado inmediato de este shock fue un retroceso de las tasas de inflación, respecto de su récord del 196,6% registrado en el pico hiperinflacionario de julio, a un 37,9% en agosto y a un promedio del 7,2% entre septiembre y noviembre. Pero los conflictos distributivos retornarían. Luchas salariales en algunas ramas clave del sector privado (metalúrgicos, automotrices, petroquímicos) se combinaron con las luchas de los trabajadores del sector público (subterráneos y ferrocarriles, docentes, telefónicos) amenazados en sus salarios y empleos por la reforma del Estado. Los salarios reales se mantuvieron en agosto en sus deprimidos niveles de julio, aunque se recuperaron entre un 20 y un 40% entre septiembre y noviembre, es decir, por encima de las previsiones del gobierno, mientras la recesión seguía aumentando el desempleo, que alcanzó hacia octubre un 7% contra un 5,7% de octubre de 1988. Las presiones de las fracciones más protegidas de la gran burguesía se hicieron presentes asimismo, desde el comienzo, para reducir la tasa de interés, reimplementar la promoción industrial y auxíliar financieramente a las empresas. Pero las fracciones más aperturistas también presionaban para elevar un dólar que, neto de retenciones, consideraban muy bajo. Ya hacia octubre de 1989 estas múltiples presiones se hicieron sentir sobre los precios acordados, los salarios y ei tipo de cambio.( Pero sería nuevamente una corrida cambiaria la que acabaría con este 'plan BB y volverla a desencadenar el proceso hiperinf1acionario.-, La creación de un nuevo régimen de depósitos en dólares, las ventas de dólares del BCRA y la colocación de títulos dolarizados resultaron insufiCientes para detener el ascenso del tipo de cambio. La brecha entre el dólar oficial, congelado en 655 australes desde julio, y el dólar libre, ascendí.ó a un lO% en octubre. Las autoridades dejaron de vender dólares y, durante la segunda semana de noviembre, ya había alcanzado los 900 australes, cerrando el mes con una brecha del 54% y amenazando con superar holgadamente el 100% durante el mes siguiente. El equipo económico decidió así desdoblar el tipo de cambio oficial en un tipo comercial, devaluado y fijo, y uno financiero en flotación sucia. Pero la escalada hiperinflacionaria ya se había iniciado, el dólar alcanzaría los 1500 australes en tres días y las tasas de inflación alcanzarían un 40% en diciembre de 1989 y un promedio del 78%, entre enero y marzo de 1990.
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La hegemonía menemista
La previsión de esa inflación del 40% para c;!is;te.mhr~-' sin embargo, condujo a la caída del equipo económico encabezado por Rapanelli y a su reemplazo por un nuevo equipo encabezado por -~onzál~z a mediados de dicho mes. La designación de González y el Ianzclrilit~rito de sus mucho más ortodoxas medidas antiinflacionarias (los llamados Planes Erman) ratificaron con creces tanto aquella orientación en favor de fraccio~~S burguesas más vinculadas con el mercado mundial, como aquella decisión de descargar sobre el salario y el empleo de los trabajadores su shock antiinflacionario. En efecto, el nuevo ministro, a través de sucesivas medidas, liberó los controles del tipo de cambio y de los precios, canjeó compulsivamente los plazos fijos por bonex restringiendo así la cantidad de dinero, aumentó y generalizó los impuestos, recortó los salarios públicos y pasó a disponibilidad a empleados públicos próximos a jubilarse, redujo las compras del Estado y suspendió los pagos a sus contratistas, mantuvo suspendidos los subsidios a las exportaciones y a la industria e incrementó el grado de .a:¡:;!er_tura externa., Acaso. nllnca se había implementado una política de ajuste,'monetario y fiscal más severa. PeiO, después de una brusca desaCelerati'ón inicial, alcanzada gracias a una depresión que derrumbó el producto y aumentó aún más los niveles de desempleo y de capacidad instalada ociosa, las tasas de inflación continuaron fluctuando sin rumbo. En este contexto, naturalmente, tanto la lucha de los trabajadores como la presión de las fracciones de la gran burguesía más protegidas se incrementaron considerablemente. Téngase en cuenta que, cuando se detiene la escalada hiperinflacionaria hacia abril de 1990, después de cuatro meses de superávit fiscal, el gasto público había caído un 44,5% y los ingresos públicos habían aumentado un 15,2% respecto de un afio antes. Y téngase en cuenta asimismo que, en marzo de 1990, el salario real había perforado su propio record de julio de 1989 y la tasa de desempleo de mayo de 1990 sería del 8,8% contra una del 7,7% en mayo de 1989. Las luchas de los trabajadores del sector privado impusieron aumentos de salarios que superaban las previsiones de las autoridades, como en el caso del aumento alcanzado por la UOM en enero, pero fueron las luchas de los trabajadores del sector público, cuyos salarios se encontraban más deprinüdos a raíz del severo ajuste fiscal en curso y cuyos puestos de trabajo se encontraban amenazados por la aceleración del proc~so de privatizaciones, los que se ubicarían en el centro de la escena. Las movilizaciones de febrero y marzo, encabezadas por los trabajadores de los Ferrocarriles y de SO MISA, las prolongadas huelgas de docentes y judiciales y la "Plaza del No" de mayo fueron los hitos de esta resistencia. Las pujas entre las distintas fracciones de la
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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
gran burguesía se intensificaron asimismo porque, a las generadas por las radicales medidas de apertura externa y recorte del gasto público, se sumaron tas generadas por la licuación de pasivos públícos. La tremenda iliquidez resultante del llamado Plan Bonex condujo a los bancos a exigir la cancelación anticipada de sus crédítos en dólares, a las empresas a exigir que dicha cancelación se realízara en títulos y, por consiguiente, a las tasas de interés a montos siderales y a la supresión del crédüo. En este contexto, las tasas de inflación nunca llegarían a estabilizarse y, durante la segunda mitad del año, comenzó a generarse un nuevo retraso cambiario. Una nueva corricla cambiaría, a fines de enero y principios de febrero, redundaría en una tasa de inflación del 2 7% para febrero de l.?2.Ly. en la caída del ministro González. El lanzamiento dé! plan de convertibilidad por el ministro que lo reemplazaría, D. Cavallo, detendría esta nueva escalada hiperinflacionaria.
Pero detengámonos en este punto. Este p::;Jí-Q .. clp_que se extiende entre la asunc~ón de la a_9.l!J-inistración menemistá e~).~\~9 de 1989. y el lanza.~miemo de la convertibilidad en abril de 1991 puede parecer, a primera vista, una mera prolongación de la crisis que signó los últimos dos años de la administración alfonsinista. Un caos. Un prolongado período de profunda crisis económica y social que desemboca en recurrentes estallidos hiperinflacionarios y que conduce a no menos profundas crisis políticas. Esta impresión está plenamente justificada. lncluso puede especularse, contrafácticamente, que la suene de la nueva administración menemi.sta no hubiera sido muy diferente de la suerte de su predecesora alfonsinista si este período no hubiera sido cerrado mediante el lanzanüento de la convertibilidad y la consolidación de una nueva hegemonía alrededor suyo. Pero es importante no perder de vista las mutaciones económicas, sociales y políticas que se estaban registrando en medio de ese caos hiperinflacionario y que sostendrán el orden posterior de la convertibilidad. Ya nos referimos antes al impacto que tuvo la violencia hiperinflacionaria, desatada en la primera mitad de 1989, sobre las relacíones económicas y sociales de fuerza entre las clases y entre las distintas fracciones de clase. La violencia hiperinflacionaria desatada entre fines de 1989 y comienzos de 1990, y la inestabilidad permanente que caracteriza al período en su conjunto, no harían sipo consolidar ese impacto. Pero aquí queremos detenernos en :tr~~ n·:m;tét,ci?_nes\.~specíficas de este período. La primera es una serie de i~p·¿~ta-~·te~"·d~rro"tas sufridas __ porJo.s.~ trabajadores en su ·resistencia a la ofensiva genefálizada encarada por la
'""administración menemista, y particularmente a sus privatizaciones. Varias grandes luchas de los trabajadores del sector público cóntia las pri-
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La hegemonía Jnenemista
vatizaciones terminaron en derrotas ejemplares durante este período (las luchas de los telefónicos en 1989 y los estatales de conjunto en 1990) y comienzos del siguiente (la gran huelga ferroviaria de 1991). Estas grandes luchas, y en particular la ferroviaria, constituyeron puntos de in-11exión en el desarrollo de la lucha de clases, tanto porque desafiaron aspectos clave de la reestructuración capitalista que la administración menemista había puesto en marcha (el "déficit diario de un millón de dólares" causado por los ferrocarriles era el tópico por excelencia que invocaban sus cuadros para justificar su política privatizadora en su conjunto), como porque eran luchas lihradas "a todo o nada" por la administración menemista ("ramal que para, ramal que cierra", desafiaba y cumplía Menem) y por los trabajadores (que perderían 80.000 puestos de trabajo a causa de la privatización ferroviaria). 2
B5 Estas grandes luchas
se emparentaban así con las libradas por los 1nineros británicos contra el cierre de minas y los despidos de Thatcher en 1984, o por los controladores aéreos contra la política de Reagan para el sector en 1981: derrotas sindicales ejemplares que constituyeron puntos de inflexión para la lucha de clases en su conjunto dentro de los procesos de ascenso de políücas neoliberales.
La .~.~gl!.:t!:_9.~ mutación que queremos remarcar consiste en el i~P.?.r.t.~~~.SKr.acio de avance de la reestructuración capitalista emprendida por· la adminis~ración mene mista durante este período. Este avance es lá Con-· tracara de aquella derrota de los trabajadores, desde luego, pero merece ser considerado por separado debido a sus consecuencias en las pujas entre las distintas fracciones de la burguesía. Recordemos que, ya durante 1990 y con Gonzalez en el Ministerio de Economía, se privatizaron teléfonos, aerolíneas y líneas marítimas, correos y telégrafos, carbón, gas, agua y electricidad, subterráneos y acero y se concedieron derechos de explotación de áreas petroleras. Los elevados niveles de rentabilidad alcanzados por las fracciones de la gran burguesía doméstica más afectadas por la reorientación hacia el mercado mundial en curso, gracias a su
Jw; La particular importancia del conflicto ferroviario de 1990-1992 ciertamente no se restringe a estas cuestiones: fue además una lucha a escala nacional y de fuerte repercusión (recuérdense los ''trenes de la resistencia"), protagonizada por uno de los destacamentos más tradicionales de la clase trabajadora argentina (los hijos de los huelguistas de 1961) y dirigida por organismos de base amiburocrá[icos (la Comisión de Enlace y el Plenario de Delegados, con fuene incidencia del MAS y, secundariamente, de otras fuerzas de izquierda anticapitalistas): véase el excelente trabajo de Lucita ( 1999). Es importante tener en cuenta que la principal medida de este extenso conflicto, la huelga de 45 días de febrero-marzo de 1991, resultaría victoriosa en lo inmediar.o, aunque el conDicr.o en su conjunto acabaría derrotado.
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegernonia menemista
participación en estas privatizaciones, compensaron en muchos casos sus pérdidas de rentabilidad originadas en la supresión de subsidios, aranceles y cuotas a la importaclón y en la mengua de los contratos con el Estado derivados de las propias privatizaciones y otras medidas. Las pri: vatizaciones. operaron así, aunque no sin disputas de propiedad y reorganizado~es generalizadas de negocios mediante, como una prenda de unidad entre las distintas fracciones de la gran burguesía alrededor del proceso de reestructuración capitalísta encarado por la administración ___ _ rnenemista .. Ellas operaron, en síntesis, como cimiento ecor:t_9_mi_co del nuevo bloque menemista en el poder. 286
Arites de seguir avanzando, sin embargo, conviene volver sobre una cuestión que puede suscitar malentendidos. Afirmamos antes que ciertas perspectivas althusserianas y neogramscíanas conducen a menudo a una concepción meramente sociológica de las clases -y, agreguemos por extensión, de las fracciones de clase. Los análisis inspirados en estas perspectivas suelen recaer, retomando los argumentos de Clarke, en una "teoría pluralista del conflicto socíal como un conflicto entre grupos de interés definidos de manera distributiva y organizados en grupos de presión y partidos políticos que buscan alcanzar sus objetivos organizándose mediante el poder de Estado" (l995b, p.92). Estos análisis fraccionalistas conducen, en el mejor de los casos, a la pulverización de las relaciones sociales capitalistas y de los antagonismos que les son inherentes en una multiplicidad sociológica de fracciones de clase en conflicto. Pero pueden conducir incluso, en el peor de los casos, a la sustitución de estas fracciones de clase en conflicto por actores individuales o grupales envueltos en pugnas conspirativas.287 Es importante entonces, para evitar
286 "Las privatizaciones de empresas estatales significaron 1a Lransferencia de la explotación o la propiedad de las empresas de servicios públicos a una alianza formada por la fracción más concentrada del capital local y el capital transnacional. Esta integración capitalista fue establecida, mediante una ley, como requisito por el Estado, de manera que todas las empresas privatizadas contaron con la siguiente conformación: una empresa local (proveedora del poder de lobby en el sistema político), un banco internaciom.l (proveedor financiero de la operación) y una empresa extranjera especializada en el servicio correspondiente (que aportaba el Jmow how del servicio). Esta política del gobierno peronista creaba una identidad objetiva de intereses emre el capital concentrado local y los acreedores externos" (Salvia y Frydman 2004). 211
;- Ya tuvimos ocasión de criticar este jraccionalismo a propósito del análisis de Basualdo (2000a) del proceso hiperinflacionario de 1989. El propio Basualdo parece deslizarse incluso en esta última senda cuando emplea la expresión "comunidad de negocios" pam referírse a los sectores económicos dominantes en la década de los noventa (véase Basualdo 2003). Esws análisis quedan instalados, desde un punto de vista teórico, en la peor tradición empirista de la sociología económica -o en las superficialidades del periodismo
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La hegemonía menemista
malentendidos, aclarar que nuestro propio análisis de los conflictos entre distintas fracciones de la gran burguesía y las consecuencias de las privatizaciones sobre dichos conflictos no se asienta sobre semejante fraccionalísmo. La participación en las privatizaciones de las fracciones más protegidas de esa gran burguesía sustentó económicamente su integración en un bloque en el poder dirigido por las fracciones más vinculadas con el mercado mundial. Pero, tanto el proceso de constitución de este nuevo bloque en el poder en su conjunto como el proceso de privatizaciones que cimentó su integración, no son sino resultados de la lucha de clases.
La.sercera muta~ión que merece ser destacada se registra en el Estado. Enseguida nos f€:-fE:~iremos a la metamorfosis que registraría la f¿rma cÍe· Estado con el proceso de constitución de la hegemonía menemista. Aunque esta metamorfosis comenzó durante el período que nos incumbre, entre julio de 1989 y abril de 1991, vamos a limitarnos a señalar aquí un cambio puntual aunque importante para la posterior implementación de la convertibilidad. Nos referimos a una cierta recuperación presupuestaria del Estado. La contracción del gasto público condujo durante 1990, como ya seftalan1os, a un descenso del déficít no-financiero del gobierno central, que se reduciría en un 60% respecto del registrado en 1989. El Plan Bonex redujo por su parte el déficit cuasi~fiscal acumulado por el BCRA en un 90% y las compras de dólares incrementaron sus reservas en un 40%. 28
tl Desde luego, esto no significaba que el Estado hubiera recuperado su plena salud financiera ni, por consiguiente, su capacidad de intervención. Significaba apenas que había quedado mejor posicionado para implen1entar una convertibilidad que requeriría, precisamente, una Significativa reducción del déficit fiscal y cuasi~fiscal y un aumento de las reservas para respaldar la base monetaria.
económico predominante en los medios de comunicación. Y, desde un punto de vista político, los análisis fracciona listas de las hegemonías neoconservadoras en particular -ya sea la thatcherista o la mene mista- remiten a orientaciones políticas populistas -ya sean nacidas en el laborismo británico o en el peronismo argentino (véase Clarke 1987). ~llH El llamado Plan Bonex constituyó un nuevo mecanismo de expropiación extraordinaria: el Estado expropió los plazos fijos en dólares reemplazándolos por bonex 89 a lO anos, a valor nominal y a razón de 1830 australes por dólar -y estos bonex cotizaron en mercado a un 19% de su valor nominal inmediatamente después de la medida. El Plan Bonex evidenció la influencia de A. Alsogaray en el equipo económico en la medida en que reproducía su colocación compulsiva de bonos 9 de julio de 1960_ La base monetaria de abril de 1991 apenas sobrepasaba USD 5.100 millones al tipo de cambio vigente de 9.635 australes por dólar, de manera que las reservas acumuladas de USD 6.400 millones eran suficientes para respaldar la totalidad de esa base monetaria a la tasa de conversión de 10.000 australes por dólar contemplada en la convertibilidad.
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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía m enemista
5.3. El viaje de Odiseo: forma de Estado y hegemonía menemista
Afirmamos antes que las clases o fracciones de clase económica y socialmente dominantes sólo pueden devenir políticamente hegemónicas gracias a la mediación del Estado capitalista, pero que ese Estado debe recomponerse a su vez, en un doble sentido de transformarse y fortalecerse, para desempei\ar esa función mediadora. Sabemos que el Estado capitalista argentino había sido sumido en la más completa impotencia durante la crisis hiperinflacionaria de la administración alfonsinista: era uri Estado que no estaba en condiciones de mediar de manera alguna en la lucha de clases ni en los conflictos entre las distintas fracciones de la burguesía, un Estado cuyas únicas respuestas ante la resistencia de los trabajadores había sido la represión y ante las presiones de las distintas fracciones de los capitalistas, la rendición incondicional. El Estado del Estado de sitio era, en verdad, un Estado sitiado. Ahora debemos examinar la recomposición de ese Estado. Pero sabemos también acerca de una serie de cambios que atravesó ese Estado argentino durante los noventa. Debemos entonces, más precisamente, re-examinar esos cambios a la luz de la relación entre Estado y hegemonía, es decir, re-examinarlos como una metamorfosis en la forma de Estado (con las subsiguientes metamorfosis en las funciones, el aparato y el régimen político de ese Estado) en mediación recíproca con el proceso de constitución de la hegemonía menemist.a.
Comencemos recordando que la separación entre lo político y lo económico es constitutiva del Estado capitalista en general, i.e., del Estado como forma diferenciada de las relaciones sociales capitalístas. La particularización (Besonderung) del Estado en los términos del debate alemán de la derivación (véase Holloway y Picciotto 1978). Pero recordemos también que esta separación, si bien se encuentra inscripta en los orígenes del Estado capitalista, debe reproducirse en un proceso permanente de separación entre lo político y lo económico (véase Holloway l994b). Esto implica que esa separación entre lo político y lo económico o, en otras palabras, entre Estado y mercado capitalistas, asumirá distintas modalidades históricas. Y estas distintas modalidades históricas que adopta la separación entre Estado y mercado capitalistas son, precisamente, el punto de partida para analizar las metamorfosis históricas en las formas de Estado capitalistas. Esto impliCa a su vez que esa separación entre Estado y mercado capitalistas no es una característica de una forma de Estado en particular -digamos, de la forma de Estado liberal clásica- sino que es
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La hegemonía menemista
constitutiva del Estado como forma de las relaciones sociales capitalistas en general, mientras· que las distintas modalidades históricas que adopta esa separación sí son características de las distintas formas de Estado particulares (del Estado liberal clásico, del Estado autoritario imperialista, del Estado reformista keynesiano, etc.) (véase en este sentido Clarke l995a). Desde este punto de partida podemos agregar con Poulantzas (1976), quien también vincula las distintas formas de Estado con los distintos tipos de relaciones entre lo político y lo económico, que esas cambiantes modalidades históricas adoptadas por la separación entre Estado y mercado capitalistas se expresan por excelencia en las distintas articulaciones entre poderes caracteristicas de !as distintas formas de Estado. 2M Para examinar la metamorfosis del Estado argentino en los noventa conviene, entonces, partir de la división de poderes.
Nuestra discusión en el primer capítulo sobre los cambios en la división de poderes durante los noventa revelaba, ciertamente, un mayor predominio del Poder Ejecutivo sobre los poderes Legislativo y judrcial. La práctica legisladora del Ejecutivo (a través de decretos y vetos) y su incidencia en la práctica juridica (a través de la ampliación de la Suprema Corte y otras medidas) expresan este predominio (que seria ratificado en la Constitución de 1994 ). La efectiva subordinación de las Fuerzas Armadas al Poder Ejecutivo (es decir, al presidente en su calidad de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas) también debe considerarse como una -expresión de ese predominio del Ejecutivo, en la medida en que esas fuerzas armadas habían funcionado en los hechos como una suerte de cuarto poder de tutelaje o sín más como un Poder Ejecutívolegislativo unificado en las dictaduras. Pero estas expresiones del precio~ mínio del Poder Ejecutivo, aunque claves, no agotan nuestro examen de los cambi.os en la división de poderes. En efecto, nuestra discusión previa acerca de estos cambios se restringió a aquellos más vinculados con las discusiones sobre la naturaleza del régimen y del estilo de gobierno vigentes en los noventa, pero ahora debemos agregar otros cambios igualmente importantes para el examen de la forma de Estado. Nos concentraremos en dos de ellos.
289 El análisis de Poulantzas descansa a su vez en el análisis de Althusser (1974) de la doctrina de la división de poderes de Montesquieu y en el análisis de Soboul (1972) de la efectiva división de poderes en la revolución francesa, en el sentido de la naturaleza de clase de esos tres poderes, con la realeza en el Poder Ejecutivo, la nobleza en la cámara alta y la burguesía en la cámara baja. No se trata pues de una mera división funcional, sino de una división clasista de poderes.
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Capítulo 5. Anatomía ele la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista _
El primer cambio en la división de poderes que queremos agregar se relaciona con la llamada descentralización, es decir, la transferencia de la planificación, gestíón, obtención y empleo de recursos del gobierno central a otras instancias subordinadas de gobierno o incluso a organizaciones no-gubernamentales. El Estado argentino, aunque adoptó constitucionalmente una organización federal de 1853 en adelante, se caracterizó históricamente por un importante grado de centralización en el ejercicio efectivo de su poder. La última dictadura militar, sin embargo, comenzó a revertir ese centralismo transfiriendo la educación pre-prímaria y primaria a las provincias (con sus leyes 21.809 y 21.810 de 1978). Y las administraciones menemistas acelerarían desde el comienzo este proceso de descentralización.190 El Acuerdo Federal, suscripto entre la nación y las provincias en agosto de 1992 y sancionado mediante decreto 1602/92 y ley 24.130/92, se constituyó en marco de una extensa normativa que transfirió a las provincias y a los municipios el denominado "gasto social". La atención en primera instancia de la salud, la educación en sus niveles secundario, normal y técnico, la construcción de viviendas, la provisión de agua, servicios cloacales y electricidad y el mantenimiento de la red vial fueron delegadas a las provincias y municipios (ver A López 1997). Esta transferencia apuntaba a recortar el gasto público del gobierno central (su participación en el total del gasto público descendería de un 72% en 1980-89 a un 59% en 1990-99) y, a través de la presión presupuestaria ejercida sobre los gobiernos provinciales y las municipalidades, a extender ese recorte hacia las provincias y municipios (vease Cao 2003). La política de descentralización consistió, desde esta perspectiva, en una correa de transmisión de la reestructuración capitalista encarada por la administración menemista desde el Estado nacional hacia los Estados provinciales y las intendencias. Y la presión ejercida daría sus frutos a partir de 1994-95: las provincias y municipalidades se verían forzadas a reducir sus empleados, desmantelar sus cajas jubilatorias, privatizar sus bancos y empresas de servicios públicos y endeudarse interna y externamente -aunque no sin el consecuente recrudecimiento de las luchas sociales registrado en el interior desde la segunda mitad de 1994.
Pero no es desde esta perspectiva que nos interesa aquí la descentralización, sino desde la perspectiva de sus efectos sobre la división de po-
290 Las políticas de descentralización se inspiraron durante los noventa en las directivas del BM (véase su Informe sobre el Desarrollo Mundial de 1997) y se extendieron por América Latina en su conjunto (véase por ejemplo Di Gro pello y Cominetti 1998).
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La hegemonía menemista
deres. En efecto, no debemos restringir nuestro análisis de los cambios en esa división de poderes a los registrados dentro de la tradicional tríada de los poderes Ejecutivo, Legislativo y judicial nacionales; debemos incluir asünismo instancias de poder sub-nacionales -e incluso otras instancias de poder nacíonales- en la medida en que también en ellas cristalizan modificaciones en las relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases.291 La descentralización es, desde esta perspectiva, un componente de esta metamorfosis del Estado hacia una forma de Estado neoconservadora. Sin embargo, esta descentralízación no condujo sin más a una forma de Estado signada por una mayor descentralización de poderes y sustentada en una mayor descentralización del aparato y las funciones del Estado. Fue parte rnás bien de una reformulación de la relación entre centralización y descentralización de poderes dentro una nueva forma de Estado, que condujo a que cienos aparatos y funciones vinculados con sus políticas sociales se descentralizaran hacia instancias sub-nacionales, mientras que otros aparatos y funciones vinculados con sus políticas monetario-financieras y represivas de disciplinamiento se centralicen en sus instancias nacionales y, particularmente, en la instancia del Poder Ejecutivo nacional y, rnás particularmente, en determinadas instancias de este Poder Ejecutivo nacional. 1Y1 En otras palabras: se descentralizó el poder hacia los gobiernos provinciales y las intendencias en la medida en que se les transfirió la administración de la salud o la educación, pero se .centralizó el poder en el gobierno nacional en la medida en que este les impone sus ajustes presupuestarios -y les proveyó de sus gendarmes en caso de resistencia a dichos ajustes. Esta reformulación de la relación entre centralización y descentralización de poderes, propia de una nueva forma de Estado, es imprescindible para entender con n1ayor detalle la manera en que ese Estado ejerció su poder durante las administraciones menemistas.
:!\l\ Basta con echar un vistazo a la historia constitucional argentina de la primera mitad del siglo XIX pa.ra advertir que la mencionada tensión entre federalismo y centralismo es :::~penas un registro de la resolución favorable a la gran burguesía agropecuaria de la pampa húmeda de los conflictos registrados durante el período. m Orlansky escribe en este sentido que "mientras disminuyó el volumen del personal de la administración nacional (genuinamente) por efecto de las privatizaciones y (sólo nominalmente) por las descentralizaciones, la incidencia numérica del personal en funciones polÍlicas aumentó, no sólo en términos relativos, sino lambién absolutos. Es decir, creció el volumen de cargos en las jurisdicciones más políticas de la administración y en las cúpulas del gobierno" (2000, p.J). Las principales jurisdicciones en cuestión son la presidencia y los ministerios de Interior y de Economía, es decir, las sedes de las políticas dinerarias y armadas de disciplinamiento.
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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
En efecto, nosotros nos concentramos en todas estas páginas en mecanismos de ejercicio del poder capitalista que podríamos calificar como macrosociales, como los de la violencia hiperinfiacíonaria ya vista o del disciplinamiento dinerario impuesto por la convertibilidad que enseguida veremos. Y nos concentrarnos en estos mecanismos macrosociales porque, sencillamente, son los mecanismos decisivos para entender la constitución de una nueva hegemonía. Las relaciones de poder decisivas dentro de una sociedad capitalista son las relaciones de poder de clase, relaciones de explotación (mediadas por la propiedad de los medios de producción) y relaciones de dominación (mediadas por la detentación del poder de Estado) que se extienden a la sociedad en su conjunto. 293 Y la hegemonía no es sino una peculiar relación de poder político. Pero debemos índicar que esos mecanismos macrosociales de ejercicio del poder conviven con mecanismos microsocíales. Y la hegemonía menemista, aunque articulada alrededor de ese mecanismo macrosocial de disciplinamiento dinerario impuesto a escala nacional por el gobierno central, recurrió asimismo a una amplia variedad de mecanismos mícrosociales de ejercicio del poder montados a escala de las provincias y municipios por los gobernadores e intendentes. Nos referimos a las prácticas de corrupción y clientelismo de los caudillos y punteros en cada provincia, municipio, pueblo o barrio, de las cuales las prácticas de los clanes Saadi en Catamarca o juárez en Santiago del Estero fueron quizás las tnás escandalosas, pero las del aparato duhaldista en Buenos Aires, seguramente las más importantes para el sustento de la hegenwnía menemista (ver Auyero 1998 y 2003). Y la administración menemista supo apreciar la importancia de estos mecanismos microsociales de ej ercicío del poder otorgando, para continuar con nuestro ejemplo, un Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense que ascendió a más de USD 600 millones anuales, a ese aparato duhaldista, entre 1992 y 1996. Desde luego que elrnero agregado de todos estos mecanismos micro de ejercico del poder no resulta en la constitución de una hegemonía -se trata, en los hechos, de un conjunto de prácticas preexistentes a la constitución de la hegemonía menemista y relativamente independientes de la misma-, pero contribuyeron a sostener la hegemonía menemísta durante los noventa. Y la reformulación- de la relación entre centralizacíón y descentralización de poderes en la forma de Estado ünpuesta por el menemismo debe examinarse teniendo en cuenta estos mecanismos micro de ejercicio del poder.
293 Las relaciones de poder no son pues un mero agregado de micro poderes (y ni siquiera de micropoderes centralizados· por el Estado) como sostienen posestructuralistas como Foucault y Deleuze (y sigue siendo válida la crítico. a los mismos de Poulantzas 1986).
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La hegemonía menemista
El segundo cambío en la división de poderes que queremos agregar se vincula por su parte con la denominada independencia del Banco CentraU9 -t
La implementación de la convertibilidad en abril de 1991 fue acompañada, desde octubre de 1992, por una radical modificación de la carta orgánica del BCRA. La ley 24.144/92 declaró que el Banco Central era una entidad autárquica (art. 1) y definía esa autarquía de la siguiente manera: "En la formulación o ejecución de la política monetaria y financiera el Banco no estará sujeto a órdenes, indicaciones o instrucciones del Poder Ejecutivo Nacional" (art. 3). Esta autonomía quedaba garantizada gradas a que sus autoridades (un directorio conformado por un presidente, un vicepresidente y ocho directores) eran designadas por el Ejecutivo con acuerdo del Senado con un mandato de 6 años y renovables por 1nitades (art. 6). La ley establecía asimismo como su "misión primaria y fundamental preservar el valor de la moneda" (art.3) y prohibía expresamente la concesión de préstamos a los gobiernos nacional, provinciales o municipales (art.10). El BCRA dejaba atrás su tarea originaria de "promover la liquidez y el buen funcionamiento del crédito" (según carta orgánica fundacional de ley 12.155/35) y su dependencia respecto del Poder Ejecutivo (según carta orgánica de su nacionalización ley 12.962/46)-'" El BCRA se convertiría, dentro del Estado, en una suerte de instancia en manos de un directorio representante de la fracción financiera de la gran burguesía y encargado de imponer la disciplina dineraria sobre el conjunto de la sociedad. El BCRA se erigía así corno una suerte de cuarto poder junto a los restantes poderes de Estado: una suerte de Poder Ejecutivo paralelo, que no integra e1 Poder Ejecutivo ni responde al Legislativo. 296
294 También esta independencia de los bancos centrales es una política impulsada por organismos financieros imemacionales, esta vez particularmente por el FMI (véam;e los reite~ radas adordajes de este asunto en los números de Finanzas y Desarrollo de los noventa). 2
"'5 Los avatares del BCRA responden, naturalmente, a los avatares políticos. Su primera
cana orgánica de ley 12.155 había sido redactada en un espíritu keynesiano avant-lalcltre por su fundador Prebisch en 1935, con justo como presidente y Pinedo como ministro de Economía, y como parte de la reformo. monetaria que suprímió la Caja de Conversión vigente desde 1899 en medio de las consecuencias de la crisis de 1930. La nueva· cana orgánica de ley 12.962, que lo nacionalizó en 1946 y que seria acampanada por la nacionalización de los depósitos de 1949, correspondieron al primer gobierno de Perón. Los vaivenes posteriores (la nueva carta orgánica ley 13.1.26 y la desnacionalización de lgs depósitos de la Libertadora en-1957, nueva carta orgánica ley 20.539 y la renacionalización de los depósitos de Cámpora en 1973, e1 reordenamiemo de la ley de entidades financieras 21.526 del Proceso de 1977), sin embargo, no modificaron los puntos antes mencionados. 296 Si alguna duda quedara acerca de la pertinencia de considerar que esta independencia de los bancos centrales afecta hdivisión de poderes, repárese en que su independización es llevada adelante mediante esos mecanismos de fragmentación del poder político propios
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista.
Esta conversión del Banco Central en una suene de Poder Ejecutivo paralelo fue complementada a su vez, en la forma de Estado que nos incumbe, por el creciente peso del Ministerio de Economía dentro del Poder Ejecutivo. Téngase en cuenta que, dentro del conjunto de jurisdicciones de la Administración Pública Nacional, dependiente del Poder Ejecutivo, el Ministerio de Economía se ubicó en segundo lugar en presupuesto (detrás del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, encargado de pagar jubilaciones) y en tercer lugar en personal (detrás de los ministerios de Defensa y de Interior, con su personal de Fuerzas Armadas y de seguridad; a partir de datos de Zeller 1997). En efecto, el Ministerio de Economía se convirtió durante los noventa en una suerte de megaministerio, con mayor presupuesto disponible, con atribuciones más amplias, con personal más numeroso y capacitado y con más independencia política que ninguno de sus pares.297 Téngase en cuenta además que el ministro Cavallo Con sus técnicos supo imponerse sobre los políticos de la administración menemista en muchos asuntos decisivos y supo cotizar más alto que el propio presidente Menern en las encuestas del período. 298 El poder alcanzado por este megaministerio de Economía dentro del Poder Ejecutivo resultó normalmente potenciado por el poder alcanzado por aquel Ejecutivo paralelo del Banco Central independiente: sobre este tándem descansó pues, en definitiva, la imposición de la disciplina de la convertibilidad.
Pero detengámonos un momento en el análisis de estos cambios registrados en la división de poderes. La separación entre lo político y lo económico consiste en la particularización del Estado respecto de la sociedad -i.e., del rnercado capitalista- y esta particularización redunda en una fetichización del Estado. Ahora bien, la división de poderes reproduce esa particularización fetichista del Estado respecto de la sacie-
de la tradición constitucionalista que antes analizamos: distinción entre poderes, multiplicación de los niveles de delegación, desfasaje entre la duración de los mandatos de los gobernadores respecto de los ciclos polír.icos generales, modalidades de deliberación y decisión secreta semejantes a los secretos de Estado, etc. 197 Aunque no vamos a detenemos aqui en este punto, agreguemos las modificaciones en la burocracia de Estado registradas especialmente a partír de la denominada segunda reforma del Estado (Orlansky 1996) y, en particular, la implementación de modelos de gestión provenientes de las empresas capitalistas (i.e., el new public management·, López 2003 y 2005). 298 Sobre la relación entre técnicos y políticos véase Thwaites Rey (2002). Tal como ella señala, en esta relación se registraron tensiones originadas en los criterios mercantiles de aquellos vs. los criterios clientela res de los últimos, pero. condujeron en definitiva a una suerte de división del trabajo entre ambos sectores. ·
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dad al interior del propio Estado: el Poder Ejecutivo aparece como una instancia administrativa, mientras el Poder Legislativo aparece como la instancia propiamente politica. El rey administra mientras los burgueses discuten en el parlamento. "Así como la división del Estado y la sociedad es la clave de la distinción entre Poder Ejecutivo y poder Legislativo, esta distinción es la clave de la dicotomía política - administración" escribe en este sentido Guerrero (1991, p.l03). La administración aparece aquí fetichizada como "una actividad técnica, neuLral, aislada de contaminación política" (id., p.27). La concentración del poder en este Poder Ejecutivo y, más específicamente, en intancias encargadas de la ejecución de la política económica que incluso guardan un importante grado de independencia respecto de ese Poder Ejecutivo, refuerzan esa fetichización. La política discutible en el parlamento se reduce así a una administración de la economía ejercida por el Poder Ejecutivo y esta administración de la economía se reduce a su vez a una administración del dinero completamente ajena a la política, porque se encuentra sometida a los constrefümientos de la convertibilidad y en manos de un Ministerio de Economía, con un importante grado de independencia frente al resto del Poder Ejecutivo, y un Banco Central estatutariamente independiente de ese Poder Ejecutivo. El fetichismo del Estado refuerza así el fetichismo del dinero. El dinero es sustraído de la lucha de clases para convertirse, más que nunca, en un arma capitalista en esa lucha de clases. La política monetaria, quintaesencia de las políticas clasistas neoconservadoras, aparece más que nunca como la administración de un instrumento neutro guiada por una racionalidad técnica. De Brunhoff decía, a inicios de los setenta, que la política monetaria eJemplificaba bien la función de cohesión que Poulantzas (1976) atribuyera al Estado: "administración económica de un equivalente general, sanción política de una no reproducción económica, papel ideológico de presentación de la moneda como neutra, en fin, política monetaria vista como acción del Estado encarnando el interés general" (1984, p.163-4 ) 299 De Brunhoff tenía en mente las políticas n1onetarias de inspiración keynesiana, pero se quedaría corta en relación con las políticas monetarias neoliberales que las reemplazarían: éstas ni siquiera aparecerían corno políticas estatales que encar
nen interés general alguno. Señalamos antes que el BC:RA independiente, dirigido por R. Fer
nández entre febrero de 1991 y agosto de 1996 y por P Pou, entre agosto
299 De Bnmhoff (1975, l) sostiene, en verdad, que de la pro pía especificidad del dinero deriva la relativa independencia que normalmente reviste la política monetaria respecto del resto de las políticas estatales.
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de 1996 y abril de 2001, hombres ambos provenientes del CEMA y relacionados con la banca privada, devino una instancia, dentro del aparato de Estado, representativa de la fracción financiera de la gran burguesía. El Ministerio de Economía a cargo de Cavallo y su equipo (proveniente en su mayoría de la Fundación Mediterránea) representó por su parte a las fraccíones de la gran burguesía industrial y exportadora. 300 Esta diversidad constituía simplemente una ilustración más del hecho de que el aparato de Estado capitalista siempre es un conjunto de aparatos y secciones de aparatos. Esta diversidad entre distintos aparatos y secciones de aparatos reproduce, en el interior del Estado, la naturaleza anárquica y antagónica de la acumulación capitalista (véase Holloway 1982). Reproduce pues, en la estructura del Estado, la lucha de clases, los conflictos entre distintas fracciones de clase -e incluso la competencia entre capitalistas individuales (véase Poulantzas 1986). Esta diversidad, sin embargo, no implica necesariamente la disgregación de la unidad del Estado en una pluralidad de aparatos y secciones de aparatos de Estado. 301 Una disgregación semejante tiende a imponerse, ciertamente, en aquellos periodos de intensificación de la lucha de clases y de los conflictos interburgueses, como el período de crisis de la administración alfonsinista. Pero la constitución de la hegemonía menemísta implicaría a su vez una reconstitución de la unidad del Estado, y esta reconstitución sería comandada desde esas secciones del aparato de Estado vinculadas con la conducción de la política económica. Y el Estado resultante no se caracterizarla tanto por la heterogeneidad de los intereses representados en sus distintos aparatos y secciones de aparatos, ciertamente, cuanto por la homogeneidad que le impondría ese comando, alineándolos cada vez más con los intereses de las fracciones más aperturistas de la gran burguesía. La forma de Estado neoconsetvadora que se asentó sobre esta
3~ Acercad~ esta Fundación Mediterránea, especialmente influyente durante el período, vease Ba.udmo (2004). A la mediterránea pertenecían, además del ministro Caval!o, el secretano de programación económica j . .J.Llach, los subsecretarios de Economía C.E.Sánchez, de transporte E. del Valle Soria, de seguridad social WShulthess, de energía C.M.Bastos, de planificación económicaJ.A.Cottani, el presidente y el vicepresideDLe del BCRA, A. Da done y E Murolo, y otros varios funcionarios. 301
Para :! caso particular de los bancos centrales es ilustrativo recordar el proceso de converswn del Banh of England de banco comercial privado financista del gobierno y la corona, en Banco Central público. Esta conversión resultó, en efecto, de la creciente incompatibili~ad entre sus intereses paniculares como banco comercial y su función co_~~ prestam~sta de última instancia y cabeza del sistema bancario, registrada en las cnsts monetanas del siglo XVIII. Algo semejante sucedió con el BCRA y otros bancos centrales.
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reconstitución de la unidad del Estado resultó, ciertamente, más monolítica que la forma populista de Estado que la precediera.
Ahora bien, cuando nos referimos más arriba al creciente peso del Ministerio de Economía dentro del Poder Ejecutivo reconocimos a la vez, irrtplícitamente, el peso alcanzado por los ministerios relacionados con las Fuerzas Armadas y la seguridad. Los ministerios de Defensa e Interior concentraban hacia 1997 el 14% del presupuesto de la Administración Pública Nacional (el 30% si descontamos el presupuesto del Ministerio de Trabajo y Seguridad social, en su mayoría destinado al pago de JUbilaciones) y el 66% del personal de la misma (de Zeller 1997). Y es importante advertir que cerca de la mitad de este personal, sumando a la policía federal, la gendarmería y la prefectura, era una fuerza inmediatamente disponible para íntervenir en la represión interna y a las órdenes del gobierno central -es decir, sin contabilizar el. personal propiamente militar ni el personal policial a las órdenes de los gobiernos provinciales.302
El peso relativo que alcanza el aparato estrictamente represivo dentro del Estado central aparece así como la contracara del peso alcanzado por aquellas secciones de su aparato vinculadas con la conducción de la política económica. Pero esto no significa, necesariamente, que la dominación de ese Estado descansara de manera privilegiada sobre la represión.
Precisemos entonces la posición que parecen ocupar esta represión, así como aquellla asistencia social antes mencionada, dentro de la forma y funciones del Estado menemista. A esta altura resulta evidente que, durante la década de los noventa, la forma y las funciones del Estado se modifican en un sentido profundamente reaccionario y orientado hacia el disciplinamiento de la clase trabajadora. Pero esto no implica que dicha modificación condujera a una nueva forma de Estado de corte autoritario ni a una intensificación de las funciones represivas del Estado -ni, como ya vilnos, a un régimen político de democracia restringida. La clave de ese disciplinamiento radica, en verdad, en la imposición de la disciplina dineraria sobre la clase trabajadora medi.ante la convertibilidad. Las modificaciones en la forma, las funciones, el aparato y el régiInen político del Estado argentino durante los noventa deben examinarse sin perder de vísta esta centralidad de los mecanismos monetario-finan-
''-' 2 Esw no significa que el personal militar no pudiera ser usado en represión interna (ya vimos que hubo tentaciones en ese sentido) ni que fuera despreciable la importancia de algunas de esas fuerzas de represión interna J.escemralizadas (la pohcfa bonaerense tenía unos 45.000 hombres "-contra 30.000 de la federal- y entre ambas elevaron el número de muertos de unos 15 a unos 250 anuales durante la segunda mitad de los nOventa, según dawsdel CELS).
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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
cieros de disciplinamiento. En pocas palabras: si afirmamos una relación de mediación recíproca entre estas metamorfosis del Estado y el proceso de constitución de la hegemonía menemista, y afirmamos que dentro de este proceso de constitución de la hegemonía menemista desempeña un papel clave el disciplinamiento dinerario impuesto por la convertibilidad, debemos preguntarnos si esta centralidad del disciplinamiento dinerario de reproduce dentro del Estado resultante de aquella metamorfosis. Nuestras referencias a la posición alcanzada por las secciones del aparato de Estado vinculadas con la conducción de la política económica dentro del aparato de Estado en su conjunto parecen avalar una respuesta positiva. Pero entonces: ¿qué posición ocupan aquellos aparatos y secciones de aparatos de Estado vinculados con la represión y la asistencia sociales? Una posición importante, aunque subordinada.
A partir de estas consideraciones ya estamos en condiciones de proponer una aproximación a la forma de Estado en cuestión que, aunque esquemáticamente, integre las diversas metamorfosis que examinamos.303
El Estado menemista adoptó la forma de un triángulo en cuyo vértice superior se encuentra el disciplinamiento dinerario. La función de disciplinamiento dinerario encabeza las funciones del Estado 1nenen1ista. Y la instancia de decisión y ejecución de la política económica y específicamente de la política monetario-financiera se sitúa, dentro del aparato de Estado correspondiente a esta forma de Estado, en un Ministerio de Economía que alcanza un peso decisivo dentro del Poder Ejecutivo y en un Banco Central independiente que opera como Poder Ejecutivo paralelo. Se trata, por supuesto, de un disciplinamiento dinerario ejercido centralizado universalmente sobre la sociedad. Esta instancia ún.ica de disciplinamiento garantiza la unidad de la forma de Estado n1enemista. Esta instancia de disciplinamiento desempeña el papel decisívo en la relación de mediación recíproca entre la forma de Estado y la hegemonía menemistas, es decir, desempeüa el papel decisivo tanto en la cohesión de un bloque en el poder dirigido por la fracción más aperturista de la gran burguesía como en la dirección de la clase trabajadora. En los dos vértices inferiores del triángulo se encuentran la asistencia y la represión sociales. Las funciones asistenciales y represivas del Estado menemista son ambas importantes, aunque subordinadas a aquella función de discipli-
301 Nótese que, salvando las distancias de rigor entre los Estados de los capitalismos más y menos avanzados, el siguíem_e esquema se emparenta en algunos de sus rasgos con los propuestos por Jessop (1999) y Hirsch (200 1) para caracterizar a la forma de Estado vigente en el capitalismo contemporáneo.
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La hegemonía menemista
namiento dinerario. Las instancias de decisión y ejecución de la asistencia social se sitúan en una diversidad de secciones del aparato de Estado en los niveles de gobierno nacional, provincialy municipal (e incluso en organizaciones no gubernamentales). Se trata de una asistencia social implementada de manera tendencialmente descentralizada y focalizada sobre aquellos grupos de la sociedad potencialmente más conflictivos. 30
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Las instancias de decisión y ejecución de la represión social se sitúan igualmente en diversas secciones del aparato de Estado en los niveles de gobierno nacional y provincial (como también en empresas de seguridad privadas). 305 Pero, aunque se trata igualmente de una represión ejercida de manera sdectlva sobre aquellos grupos de la sociedad que resultan efectiva o potencialmente conflictivos, no parece tender a descentralizarse. La asistencia y la represión sociales del Estado menemista recaen, entonces, sobre grupos circunscriptos de la sociedad: mientras que los desempleados adultos Jefes de familia reciben algún subsidio, los adolescentes que nunca consíguleron empleo y delinquen son asesinados, mientras los niños de las familias pobres reciben algún alimento, los chicos de la calle son encarcelados, pero siempre dentro de las classes dangereuses. La asistencia y la represión recaen juntas, precisamente, sobre esos grupos marginalizados respecto de la disciplina dineraria. Esto, por supuesto, no es sino la reproduccíón dentro de la forma de Estado de la dualización de la sociedad resultante de la reestructuración capitalista: los grupos sociales integrados son sometidos al disciplinamiento dinerario que sostiene a la hegemonía menemista, mientras que los grupos marginalizados son mantenidos a raya mediante la asistencia y la represión. 30
b
Pero sigamos ciñiéndonos aqui a la forma de Estado en cuestión, para retomar más adelante esta dualización de la sociedad y la dualidad resul
tante de la propia hegemonía menemista. Recién ahora que contamos con una aproximación esque1nática a esta
forma de Estado menemista podemos volver a nuestro punto de partida para precisar la relación entre lo político y lo económico, entre el Estado y el mercado capitalistas, instaurada por esta forma de Estado (vease Bon-
J(H Esta modalidad de asistencia nos retrotro:~e así, en alguna medida, a la tradición p3 nicularista del "seguro social" bismarkiano (pre-keynesiano), rompiendo así con la trC1dición universalista de la "seguridad social" beveridgeana (y keynesiana, en el sentido
welfarist de posguerra). 3os Nos referimos a la extraordinaria expansión de la policía privada durante el período (véase entre otros Lazada 2000). 3D6 La noción de un "proyecto hegemónico de dos naciones" (two nations hegemonic project), que empleara jessop (1990) a propósito del thatcherísmo, resulta relevante en este sentido para el análisis de la hegemonía menemista.
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía mcnemista
net 2004a). Es un verdadero lugar común de muchos análisis del Estado neoconservador el partir de una oposición ingenua entre Estado y mercado para concluir que la ampliación de las relaciones de mercado, impulsada por medidas desreguladoras y privatizadoras inherenr.es a las políticas neoliberales de reestructuración capitalista, reduce hasta la insignificancia la capacidad de intervención del Estado. A esta clase de análisis subyacen normalmente, aunque de manera implícita, sendas concepciones del mercado como una instancia en la que se impondrían unilateralmente los intereses de los sectores privilegiados y del Estado como un instrumento neutro que podría y debería emplearse para regular ese mercado en beneficio de Jos sectores popu.lares. 307 Y esla clase de análisis conduce a definir la forma de Estado en cuestión como una suerte de Estado mínimo, es decir, un Estado que habría sido reducido a su 1nínima expresión por el avance del mercado. 308 Ahora bien: rechazar completamente este tipo de análisis es una condición necesaria para poder avanzar hacia un análisis adecuado de la forma de Estado neoconservadora.
Estos análisis descansan sobre dos supuestos igualmente ingenuos. El primero consiste en la contraposición mecánica entre Estado y mercado como si se tratara de una suerte de par de protagonistas de un juego de suma cero, en el que los avances de uno (digamos, una mercantilízación de las relaciones sociales) conducen al retroceso del otro (a una desestatalización de dichas relaciones sociales). La falacia de este supuesto radica en que tanto la estatalizacl.ón como la mercantilización de las relaciones sociales, es decir, la imposición de la ciudadanía y del dinero como mediadores de las relaciones sociales, son ambas estrategias de la burguesía en la lucha de clases. Si asumimos que estas estrategias de mercantilización y estatalización de las relaciones sociales son las únicas jugadas de nuestro juego de suma cero, entonces nos olvidamos de las .iugadas de un auténtico tercero en disputa: la lucha de clase de la clase trabajadora en contra de ambas estrategias de la burguesía. La rnercantilización y la estatalización no pueden ser consideradas como esas jugadas
307 Es virtualmente imposible atribuir estos argumentos a un autor o corriente en particular en la medida en que, justamente, ya se integraron al sentido común. Pero pueden consultarse Barbeito y Lo Vuolo (1992) a propósito de la crisis del Estado populista argentino, así como los clásicos de Habermas (1975) y de Off e (1990) acerca de la crisis de los llamados weifare states europeos de posguerra, en términos de las relaciones entre los sub-sistemas sociales del mercado y del Estado regidos por racionalidades estratégica y comunicativa. 30
il La expresión Estado minimo también se encuentra ya incorporada en el sentido co~ mún, pero remite en definítiva a Novick (1990).
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La hegemonía menemista
enfrentadas entre sí en un juego de suma cero porque ambas son, en definitiva, procesos de subordinación de la clase trabajadora a las mismas relaciones sociales capitalistas. Salvo, claro, que supongamos que la clase trabajadora es completamente incapaz de insubordinarse ante esos procesos y, en particular, al proceso de estatalización. Pero este inte~to de sancíonar en la teoría la completa subordinación de la clase trabajadora en la práctica -en verdad, de encerrar la insubordinación de la clase trabapdora en los laberintos del reformismo de Estado a través de la fetichización del Estado capitalista- es desmentido históricamente en la lucha de clases. En efecto, ambas mediaciones de las relaciones sociales capitalistas suelen ser impugnadas por la lucha de la clase traba.iadora durante las grandes crisis -como sucediera en los países europeos durante los veinte- y ambas suelen ser reconstruidas por la burguesía en los procesos posteriores de recomposición de la acumulación y la: c~ominación capitalistas -como sucediera en los países europeos en los cmcuenta. Así sucede también en nuestro caso. La crisis que se extendió entre los últimos años de la administración alfonsinista y los primeros de la adininistración menemista, entre mediados de 1987 y comienzos de 1991, fue justamente una crisis generalizada de las relaciones sociales. Las mediaciones del dinero y la ciudadanía, ambas, colapsaron conforme el mercado se disgregaba en los procesos hiperinflacionarios y el Estado quedaba reducido a la impotencia de la crisis de autoridad. Y la recomposición de las relaciones sociales iniciada a partir de entonces fue una recomposición de ambas mediaciones, conforme se reorganizaban el mercado bajo la disciplina del peso convertible y el Estado bajo la hegemonía menemista. No hay, pues, juego de suma cero alguno entre Estado y mercado.
El segundo supuesto sobre el que descansan estos análisis consiste en una suerte de ecuación, según la cual la capacidad de intervención del Estado capitalista es función de su autonomía respecto del capital en su conjunto. Pongamos entre paréntesis, por un momento, las ambigüedades propias de nociones como autonomía o autonomía relativ_a del Est~do. La idea de que una creciente mercantílización de las relaciOnes sooales conduce a una reducción de la capacidad de intervención del Estado supone, además de esa contraposición ingenua entre Estado y mercado, que esta capacidad de intervención del Esta_do depende de su. ~uto~_Dmía respecto del capital en su conjunto. En efecto, esa mercanuhzacwn es concebida como el avance de un mercado regido por la racionalidad del capital por sobre un Estado regido por alguna otra racionalidad, que normalmente permanece indefinida. la reducción de la capae1dad de intervención de este Estado resultaría de la mengua de su autonomía
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Capítulo 5. Anatomia de la bestta: convenibilidad y hegemonía menemista_
respecto de aquella lógica del capital. Estado y capital guardarían entre sí una mera relación de exterioridad, en vez de una relación de unidad-enla-separación, como formas analítica e históricamente diferenciadas de unas mismas relaciones sociales capitalistas y atravesadas por el mismo antagonismo entre capital y trabajo inherente a esas relaciones sociales.
Pero la idea de que la capacidad de intervención del Estado depende de su autonomía respecto del capital en su conjunto, es sencillamente un sinsentído. La noción de autonomía o de autonomía relativa del Estado adolece de serias limitaciones, provenientes de su origen estructuralista, pero en cualquier caso pierde completamente su sentido si la empleamos para analizar la relación entre ese Estado capitalista y el capital en su conjunto. El Estado capitalista guardará distancia respecto de los intereses en pugna de las distintas fracciones del capital o de los distintos capitales individuales justamente en la medida en que, como Estado capitalista, represente los intereses de conjunto del capital, pero carece de sentido decir que guarda distancia respecto de estos intereses de conjunto de la burguesía. El Estado capitalista cohesionará políticamente a distintas fracciones de la burguesía en un bloque en el poder, sacrificando algunos de sus intereses económicos más inmediatos, pero no ciertamente sacrificando sus intereses de conjunto y de largo aliento. Esto·significa, precisamente, que el Estado capitalista es un "capitalista colectivo en idea", para valernos de la expresión de Engels (1975, véase asimismo Alvater 1977). Pero esta idea de que la capacidad de intervención ele] Estado depende de su autonomía respecto del capital en su conjunto implica, además, incurrir de nuevo en aquel olvido fetichista de b lucha de la clase trabajadora. Impli.ca, más exactamente, olvidar que la capacidad de intervención del Estado capitalista debe medirse en términos de su capacidad de dominación sobre los trabajadores, no de su capacidad de regulación del mercado capitalista. Dijimos que la idea de que la capacidad de intervención del Estado capitalista depende de su autonomía respecto del capital en su conjunto, carece de sentido sin más. Digamos ahora que, incluso la idea de que la capacidad de intervención del Estado capitalista depende de su autonomía respecto de los intereses en pugna de las distintas fracciones de la burguesía, sólo tiene sentido si consideramos dicha autonomía en su calidad de requisito y a la vez de resultado de su capacidad de dominación de los trabajadores.
309 Y no sin aclarar que dejamos para los siguientes apartados sobre la estrategia de
acumulación impuesta por la convertibilidad, el análisis de las funciones de este Estado neoconservador en relación con la acumulación capitalista, concentrándonos aquí en sus funciones de dominación.
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La hegemonia menemista
Y así, nuevamente, sucede en nuestro caso. Recién en este momento de nuestra argumentación podemos analizar adecuadamente las consecuencias que las políticas neoliberales de desregulación y privatización, examinadas en el primer capitulo, acarrean para la forma neoconservadora de Estado. 309 En efecto, nuestra argumentación anterior en su conjunto puede sintetizarse en la afirmación de que el punto de partida para el análisis de la relación entre lo político y lo económico, entre el Estado y el mercado capitalistas, inherente a la forma neoconservadora de Estado debe ser el antagonismo entre capital y trabajo y no una contraposición ingenua entre Estado y mercado. Esto, sin embargo, no significa que ese análisis de las relaciones que guardan entre sí el mercado y el Estado capitalistas sea irrelevante, sino que dichas relaciones sólo pueden analizarse críticamente si partimos del antagonis1no entre capital y trabajo. Una vez que adoptamos este punto de partida debemos abordar el hecho de que, efectivamente, las políticas neo liberales de desregulación y privatización impulsan un vasto proceso de mercantilización de relaciones sociales previamente estatalizadas. La re-imposición de la mediación dineraria, que encabezaba la forma neoconservadora de Estado, se combina así con una serie de políticas de desregulacíón (i.e., de supresión de ciertos modos de intervención reguladora del Estado sobre la acumulación capítalista) y de privatización (de cesión a la acumulación capitalista de funciones desempenadas previamente por el Estado), que amplían el espectro de relaciones sociales a ser mediadas por el dinero, dentro de una estrategia más amplia de re-imposición de la disciplína de mercado sobre la clase trabajadora. Esto no autoriza, empero, a concebir la forma neoconservadora de Estado en términos de un Estado mínimo ni a concebir sus funciones en términos de una reducción de su capacidad de intervención. Se trata en verdad de una nueva forma de Estado capitalista con nuevas funciones -y que descansa sobre un aparato de Estado y recluta sus mandos mediante un régimen político igualmente rnodificados.
Para concluir que esta nueva forma y funciones del Estado capitalista pueden concebirse en términos de un Estado mínimo de menguada capacidad de intervención, se requerirla un complejo ejercicio que consistiría en comparar la forma y [unciones del Estado neoconservador con la forma y funciones del Estado populista previo y evaluar la importancia relativa de ambos, siguiendo como criterio sus capacidades relativas para la dominación de los trabajadores. Y no va de suyo, de ninguna manera, el resultado que arrojaría semejante ejercicio, ¿Resulta minimizado un Estado capitalista que resigna su función de decidir po-
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Capítulo 5. Anatomía de ta bestia: convertibilidad y hegemonía menemista_
líticamente los precios de un conjunto de servicios, pero adquiere su función de garantizar el poder adquisitivo del dinero de curso forzoso? La respuesta a preguntas como ésta depende, en definitiva, de la impar~ tanda relativa que revistan la integración de los trabajadores mediante el salario social y el disciplinamiento de esos trabajadores mediante el dinero escaso, entre los mecanismos de dominación capitalista de un determinado período histórico de la lucha de clases. Y, como ya sabemos ese disciplinamiento dinerario de los trabajadores operó, en el caso ar~ gentino, como clave de bóveda para la construcción de una hegemonía política burguesa, que cuenta con muy escasos precedentes en la historia previa de la lucha de clases. La nueva forma de Estado correspondiente a esta nueva hegemonía difícilmente parece concebible en términos de un Estado mínimo con escasa capacidad de intervención.
Existen, por supuesto, ciertos criterios cuantitativos empleados usualmente para evaluar la importancia relativa del Estado capitalista. Estos criterios no son concluyentes desde una perspectiva teórica rigurosa, pues se refieren a la magnitud del aparato de Estado antes que a la forma y funciones del Estado: presupuesto, cantidad de empleados y número de dependencias son los más usuales. Estos criterios constituyen, en realidad, un atajo para evitar un ejercicio mucho más complejo como el mencionado. Pero incluso, sí adoptamos estos criterios, nada sugiere que la forma y las funciones del Estado neoconservador puedan ser consideradas, a la luz de la magnitud del aparato sobre el que descansan, como un Estado mínimo con escasa capacidad de intervención (véase Ouviña 2002 y López, Cerrado y Ouvir\a 2005). Así, el gasto público consolidado del Estado argentino, ascendió permanentemente durante la década de los noventa (salvo durante las secuelas de la crisis de 1995), ubicándose su promedio anual 1990-2001 un 19% por encima del registrado en 1980-89. Y ese mismo gasto público consolidado, como porcentaje del PB!, ascendió permanentemente en los noventa (salvo, de nuevo, en las secuelas de la crisis de 1995), ubicándose su promedio anual 1990-2001 un 6% por encima del registrado en 1980-89. Desde luego, la estructura de ese gasto público cambió drásticarnente durante el período, siendo el aumento del peso de la deuda pública en el conjunto (que asciende de un ll ,4% del gasto total en 1980-89 hasta un 15,1% en 2001) uno de esos cambios. Empero, aún si deducimos este creciente peso de la deuda pública, el promedio del gasto anual asciende un 8,5% en térmi.nos absolutos y un 9,3% en términos relativos al producto, entre 1980-89 y 1990-0l. En realidad, el gasto público aumentó en todos sus grandes rUbros entre ambas décadas, así en térmi-
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La hegemonía menemista
nos absolutos como relativos, con la única excepción de los llamados "servicios económicos", a causa de las privatizaciones. Tampoco la evolución del empleo público y de las dependencias del Estado abonan la idea de un Estado minímo con escasa capacidad de intervención. El empleo públíco sólo se redujo significativamente en la administración pública nacional a raíz de las privatizaciones de inicios de la década (los empleados de las empresas y bancos oficiales pasarían de unos 302.600 a unos 48.400 entre 1989 y 1996 -a 32.400 en 2000), mientras que los restantes cambios responden en verdad a una mera transferencia de empleados hacia las provincias y municipios resultanle de la descentralización (los empleados de la administración pública nacional pasarían de 571.500 a 447.700 entre 1989 y 1996-404.200 en 2000; Zeller 2005) Y las estructuras orgánicas del Estado se multíplicaron: las secretarías y subsecretarías se incrementaron de unas 65 a unas 124 entre comienzos y mediados de la década y las direcciones nacionales de unas 120 a unas 240, en igual período. La denominada segunda reforma del Estado (ley 24629/96 y decreto 660/ 96) suprimió algunas·dependencias durante 1996, aunque sería abandonada y esa nl.uitip\icación de las estructuras orgánicas recomenzaría en 1997 (véase López, Corrado y Ouvir\a 2005). Estos criterios cuafttitativos, en síntesis, tampoco permiten considerar a la forma y las funciones del Estado neoconservador en términos de un Estado mínimo con una reducida capacidad de intervención.
Pero antes de dejar atrás este análisis de la forma neoconservadora de Estado es conveniente someter a crítica otro de los lugares comunes de muchos análisis del Estado neoconservador, variante del anterior, consistente en partír de una oposición no menos ingenua entre el Estado-nación y el capital global, para concluir que es la denominada globalización -asumida generalmente como una imposición política de parte de EEUU y los organismos financieros internacionalesla que reduce la capacidad de intervención de ese Estado-nación. La conclusión es la misma que antes: el Estado neoconservador sería un Estado mínimo con una reducida capacidad de intervención. También las premisas pueden ser consideradas como las mismas que antes, pues aquella relación entre el Estado y el mercado es siempre, en última instancia, una relación entre el Estado-nación y el mercado mundial, pero suelen aparecer de manera diferente en el argumento en cuestión. En la medida en que este razonamiento es apenas una varíante del anterio.r, descansa sobre los mismos supuestos ingenuos, que deben ser rechazados por las mismas razones. El primero consiste
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Capítulo 5. Anawmía de la bestia: convertibilidad y hegemonía mene mista
ahora en la contraposición mecánica entre Estado-nación y capital global como si se tratara, nuevamente, de prot-agonistas de un juego de suma cero en el que los avances de uno conducen a retrocesos del otro. Y la falacia de este supuesto radica, nuevamente, en que tanto el Estado como el capital son formas de unas mismas relaciones sociales signadas por el antagonismo entre capital y trabajo. El segundo supuesto consiste ahora en una nueva ecuación según la cual la capacidad de intervención del Estado-nación es función de su autonomía respecto de ese capital global y la falacia de este supuesto radica en que, nuevamente, carece de sentido referirse a la auwnomía del Estado capitalista respecto del capital en su conjunto. Sin embargo, este razonamiento cuenta asimismo con algunas peculiaridades que merecen un análisis por separado. Si también en este caso asumimos el antagonismo entre capital y trabajo como punto de partida, el análisis crítico de esta relación entre el Estado-nación y el capital global se revela como decisiva para entender adecuadamente la forma y las funciones del Estado neoconservador. Sabemos, con Marx, que las relaciones sociales capitalistas son globales. Esto quiere decir, conceptualmente, que los diversos capitales individuales en competencia son cuotas de un capital social total que explota a un trab~~o igualmente social y total, e históricamente, que ese capital socia! total constituye progresivamente un mercado mundial como terreno para su explotación de ese trabajo social total. La movilidad de los capitales, extrema para los capitales financieros, y la movilidad de la fuerza de trabajo, aunque condicionada por su inseparabilidad respecto de las mujeres y los hmnbres que la portan, son por consiguiente constitutivos de esas relaciones sociales capitalistas. El sistema internacional de Estados, en este sentido, Lerritorializa esas relaciones sociales signadas por su movilidad dentro de las fronteras de los Estados-nación que lo integran (véase Holloway 1993 y 2001). Es así como, en el marco del capitalismo contemporáneo, una intensificada movilidad del capital, y en panicular del capital-dinero, sanciona diferencialmente las condiciones de explotación y dominación vigentes en los distintos territorios del mercado mundial, mediante los premios y castigos que conllevan sus flujos y ref1ujos, mientras que los Estados-nación convalidan politícarnente esas sanciones en la medida en que esos distintos territorios siguen encon~ tr~1ndose regidos por sus soberanías nacionales (véase Bonnet 2003). Es cierto que, en ese capitalismo contemporáneo, esta convalidación política no descansa exclusivamente en los Estados ni opera exclusivamente a escala nacional. Las sanciones impuestas por los movimientos de capitales son convalidadas políticamente también por institucíones interestata-
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La hegemonía menemista
les a escala supranacional. Pero, dado que los Estados-nación no han sido, ni parecen en camino de ser, efectivamente reemplazados en el ejercicio de su soberanía por una nueva institución o conjunto de instituciones supranacionates, esos Estados-nación siguen siendo instancias decisivas para la convalidación política de esas sanciones impuestas por los flujos y reflujos del capital global. 310 El Estado, en la forma y las funciones que asume como Estado neoconservador, es por excelencia esta instancia de convalidación política.
Ahora podemos replantear nuestra pregunta: ¿los movimientos internacionales de capitales y la influencia de instituciones imerestatales reducen, efectivamente, la capacidad de intervención de estos Estadosnación neoconservadores? La respuesta es negativa. Las ciegas sanciones de los flujos y reflujos internacionales de capitales, así como su convalidación política por las imposiciones de las instituciones imerestatales que representan sus intereses, refuerzan en verdad la capacidad de dominación de los Estados-nación neoconservadores sobre los trabajadores. En otro trabajo sintetizamos esta relación entre las políticas neoliberales implementadas por los Estados-nación, por una parte, y los rnovirnientos internacionales de capitales y las políticas igualmente neoliberales impulsadas por las instituciones interestatales, por otra, con la decisión de Odiseo de amarrase a sí mismo al mástil de su nave para evitar ser seducido por el canto de las sirenas, después de tapar los oídos de sus marinero5. 311 La adopción de políticas neoliberales por parte de los Est.ados-nacíón neoconservadores convalida ciertamente una restricción de la soberanía de los Estados nacionales en cuestión (y, naturalmente, de los trabajadores encerrados en sus fronteras en calidad de ciudadanos) ante los movünientos de capitales, así como una cesión parcial de dicha soberanía a las instituciones supranacionales (y a los gerentes que las dirigen). Poco importa en verdad que, en su origen, esta decisión pueda considerarse más o menos voluntaria o forzada por las circunstancias, porque su naturaleza y sus consecuencias son las mismas en ambos casos. En su naturaleza, como en la del héroe del mito, conviven a la vez la
m No casualmente b hipótesis clave en el sentido del advenimiento de una nueva forma de soberanía, del último Negrí, se desdibuja cuando trata de precisar la naturaleza de esa su puesta nueva forma de soberanía (véase Negri y Hardt 2002). De los excelentes análisis de la relación entre capital global y Estado-nacíón propuestos por Holloway, asimismo, tampoco se sigue la irrelevancia que él mismo parece atribuirle al Estado capitalista en sus últimos escritos (véase Holloway 2002). Para una critica de ambos enfoques véase Bonnet (2002b y 2006c). 311 Véase Bonnet (2004b). Nos vale"mos naturalmente de la lectura del mito de Odiseo propuesta por Horkheimer y Adorno en Dialéctíca del iluminismo.
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Capítulo 5. Anatomw de la bestia: conven.ibilicbd y hegemonía menemisw
debilidad y la fortaleza del Estado en cuestión. Su debilidad no radica en este caso en su tenlación por las sirenas, claro, sino en su incapacidad de mantener disciplinada a la clase trabajadora por sus propios medios a través de políticas que no impliquen aquellas restricciones y cesiones de su soberanía. Y su fortaleza no consiste tampoco en un reconocimiento de su debilidad por las sirenas, sino de su debilidad ante la indisciplina de la clase trabapdora. La adopción de políticas neoliberales por los Estados supone esta suerte de reconocimiento de la necesidad de ser disciplinados a sí mismos, como paso previo para disciplinar a los trabajadores. Y esa necesidad de ser dísciplínados a si mismos supone una convalidación política de restricciones y cesiones de soberanía para ios Estados en cuestión. Pero resultaría tan errado concluir que las consecuencias de la decisión de Odiseo pueden resumirse en la impotencia, como que en la impotencia pueden resumirse las consecuencias de la decisión de nuestro Estado neoconservador. En realidad, ambos reconstituyen su capacidad de mando a través de sus decisiones -y recordemos que es de la dominación capitalista sobre los trabajadores de lo que estamos hablando. Las circunstancias pueden ser extremas, como una crisis hiperinflacionaria. Las decisiones pueden ser igualmente extremas, como la renuncia a un componente clave de la soberanía del Estado nacional la soberanía monetaria, con la dolarización implícita en la convertibili~ dad. Pero la potencia del Estado capüalísta que resulta de esas decisiones deberá calcularse en referencia al patrón de medida de esa capacidad de don1inación sobre la clase trabajadora. Y, aún en este caso extremo, d resultado distará de cero.
5.4. La carrera de Aquiles: estrategia de acumulación y hegemonía menemista
Anahcemos ahora la estrategia de acumulación enmarcada por la convertibilidad, empezando con una presentación del propio régimen de convertibilidad. La Ley de Convertibilidad 23.928/91, sancionada por el Congreso el 27/3/91 y puesta en vigencia el l/4/91, declaró la convertibilidad de la moneda doméstica (por entonces aún el austral, a una parí-
. m La denominada Ley de Convertibilidad Ampliada 25-445/01 ampliaría esta convenibl_hdad con el dólar a una canasta de monedas equivalente al promedio simple emre l dolar y_l euro (an.l). No obstante, dejaremos de lado esta modificación debido a que no c~mbw la naturaleza de la convertibilidad y fue il1lroducida poco antes de que quedara s:n e~ec~o (recordemos que la convertibílid_ad sería abolida mediante" la Ley de EmergenCia Púbhca y Reforma del Régimen Cambiarlo 25.561/02 de comienzos del año siguiente).
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La hegemonía menemista
dad de 10.000 australes por dólar, reemplazado por el peso desde el l/1/ 92, a una paridad de 1 peso por dólar) a partir del 1/4/91 (art.l).m Estableció la obligación del BCRA de vender cuantos dólares le fueran requeridos a esa paridad (an. 2) y de mantener sus reservas de libre disponibilidad en oro y en divisas extranjeras en un monto equivalente a no menos del lOO% de la base monetaria (art. 4), definida a la manera estándar como la suma del circulante más los depósitos a la vista de las entidades financieras en el Banco Central (art.6). 313 Autorizaba finalmente la realización de cualesquiera contratos en divisas (an.ll) -aunque los depósitos a plazo en divisas ya estaban autorizados desde diciembre de 1989 por ley 23.578/89. El BCRA, como entidad autárquica que gozaba de un importante grado de independencia, se constituyó así en un currency board sui generis garante de la convertibilidad (véase Kiguel 1999). El sistema monetario argentino pasó en consecuencia a integrar un selecto grupo de sistemas monetarios nacionales (y coloniales) sometidos a regímenes de convertibilidad. Las características de los miembros de este selecto grupo y de las circunstancias en las que adoptaron regímenes de convertibilidad, ciertamente, no servía demasiado a los fines de legitimar su implementación en nuestro casoY4 Pero la convertibilidad parecía actualizar, asimismo, esa tradición de los sistemas rnonetarios de patrón oro, que muchos neo liberales seguían presentando ideológicamente como aquellos años dorados en los que reinaba sin interferencias la milagrosa capacidad de los mercados de equilibrarse automáticamente -y que en los hechos habían sido esos negros anos, que duras luchas de la clase trabajadora parecían haber abolido para siempre, en los que los desequilibrios de los Inercados eran lnmedíatamente descargados sobre sus empleos y salarios nominales mediante feroces contracciones monetarías.
'13 La nueva carta orgánica del BCRA ley 24.144/92 (art.60), ya mencionada, autorizaría
más tarde al Banco Central a mantener un 20% (luego elevado a un 33%) de esas reservas en títulos de deuda pública nominados en dólares y computados a valores de mercado. La carta orgánica prohibia también que el banco otorgara crédilO a los gobiernos provinciales y municipales, a las empresas públicas y al sector privado no financiero. 31
{ Este selecto grupo sumaría, significativamente, vestigios del sistema colonial (Hong Kong, Antigua y Barbuda, Bnmei, Djibouti, Dominica, Granada, St. Kins y Nevis, Santa Lucía! con vestigios del estallido de la ex URSS (Bosnia, Bulgaria, Lituania, Estonia) . m Dos casos muy relevantes son, respectivameme, Fernández (.1987) y Cortés Conde (1989): el historiador ensalzaba aquellos años dorados del patrón oro, mientras que el economista realizaba experimentos imaginarios de un regreso al peso convertible en oro de la ley 1130 de 1880 como unidad de cuenta de la moneda vigente. Para una mejor historia de la agitada vida del patrón-oro argentino de fines del.siglo XIX y comienzos del XX, véase Panettieri (1983).
3!5
(
Capítulo 5. Anatomía de la besr.ia: convertibilidad y hegemonía menemisl.a
Los cuadros neo liberales, sus economistas e incluso sus historiadores, no se privaron desde entonces de mantener actualizada la mitología en cuestión_Jls
Pero, antes de seguir avanzando, es importante aclarar que la impleInentación de la convertibilidad no respondió, en el caso argentino, a una valoración positiva de su performance, en otros casos presentes 0
pasados, por parte de los ejecutores de la política económica. Los discursos en semejante sentido eran meras racionalizaciones del hecho de que dicha convertibilidad, de alguna manera, se habia impuesto a sí misma como resultado del grado de dolarización alcanzado por una economía que venía de dos años de hiperinflación y de quince de alta inflación. Llach, vicemínistro de Economia de Cavallo, reconocería así que "la ley de convertibilidad no fue, pues, la imposición antojadiza de un grupo de iluminados, sino la legalización de un comportamiento social anterior y muy extendido" (1997, p.l26). En efecto, la secuela de estos procesos de hiperinflación e incluso de alta inflación, así en Argentina como en otros países de América Latina, había sido una dolarización no oficial bastante generalizada (véase Cintra 2000) e incluso de novedosas Inodalidades de dolarízación oficial más o menos completa. 316 La implernentación de la convertibilidad en nuestro caso debe entenderse así corno la oficialización encubierta de una dolarización preexistente. Ese compromiso del Banco Central de sustituir la masa monetaria en pesos por su equivalente en dólares, aunque permaneciera como una potencialidad, aunque el peso siguiera desempeñándose exitosamente como medio de pago de curso forzoso, no debe engan.arnos al respecto. El peso convertible revestía, por así decirlo, un status ontológico paradójico: sólo existía como dinero (esto es: contaba con al menos algunos de los momentos constitutivos del dinero) en virtud de su velada no-existencia como dinero (de su convertibilidad en dólar). Y la dolarización oficial completa, que ingresaría en la agenda del establishment econórníco argentino y norteamericano a comienzos de 1999, no hubiera implicado en este sentido sino un desarrollo ulterior de esta dolarización encubierta inherente a la
31" Carchedi distingue en este sentido entre la dolarización no oficial (unofficial dollariza
tion), cuando se mantienen activos fínancieros en dólares aunque el dólar no es medio de pago legal; la dolarización semioficial (semio.fficial dollarizat.ion o oificially binwneLary systems), cuando el dólar oficia de medio de pago legal para algunas transacciones; y la dotarización oficial (oj)!cial o jull dol!arization), cuando el dinero intemo es reemplazado directamente por el dólar (el dólar representa aquí, por supuesto, cualquier divisa extranjera y ellénnino dolatización es genérico: de hecho, varios de los sistemas monetarios de moneda Convertible ames mencionados tenían como divisa de referencia el marco alemán) (Carchedi 2000b).
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La hegemonía menemista
convertibilidad. Los propios Hanke y Schuler sostendrían que la dolarización era "una extensión lógica de los principios que inspiraron la convertibilidad" (1999, p. lO). Pero más adelante volveremos sobre este punto. Digamos, por ahora, que ese curioso star.us ontológico del peso convertible siempre emergió, como un síntoma indomable, en las racionalizaciones de los neoliberales alrededor de las virtudes del peso convenible. El citado Hanke, el principal apologeta de la convertibilidad y más tarde de la dolarización, por ejemplo, sostuvo que "un sistema ortodoxo de conversión produce una moneda sana" porque, en caso de que enfrentara una corrida calnblaria, "la moneda en poder del públíco sería simplemente la rnoneda de reserva, el dólar en el caso argentino" (en Hanke et alii 1994). Así, el peso convertible demostraba su salud cuando se moría, es decir, cuando dejaba de desempeñar cualesquiera de sus funciones como dinero. 317 De la necesaria muerte del peso, la virtud del peso muerto, es una ilustración más del recurso ideológico por excelencia del neoconservadurismo.
La implementación de este régimen de convertibi.li.dad irnplicaba, en términos inmediatos, que el Banco Central renunciaba por completo a su facultad de crear dinero otorgando crédito al gobierno así cmno, en buena medida, a su facultad de crear dinero otorgando crédito al sistema bancario. La primera renuncia significaba que, en adelante, los déficit.s fiscales no podrían superar niveles financiables en los mercados de capitales a una tasa de interés cercana a aquella de los títulos en dólares. Se seguían de aquí una necesidad imperiosa de un aumento del ingreso y/o una reducción del gasto público así como, en la medida en que resultaran insuficientes, una sostenida dependencia respecto del financiamiento interno y/o externo, vía endeudamiento público y/o venta de activos públicos. La segunda renuncia significaba por su parte que, en adelante, la función del Banco Central, como prestamista en última instancia, se restringiría a la porción de sus reservas mantenidas en títulos de deuda (véase Canavese 2001).
Estas implicancias de la convertibilidad acarrearían, naturalmente, importantes consecuencias durante la década de los noventa. La convertibilidad desataría una suerte de triple carrera del peso detrás del dólar. La prhnera carrera, estrictamente monetaria, se relaciona con la mencionada r_enuncia del Banco Central a su facultad de crear dinero otorgando
Jll Esle sorprendente discurso de Hanke podría reinterpretarse en témlinos psicoanall.ticos de la siguiente manera: el peso, en verdad, estaba muerto de antemano, mientras que su sobrevida Como peso convenible era una vida entre dos muertes, su muerte real en la hiperinfiación y su muerte simbólica en una eventual nueva corrida cambiaría.
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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemisw
crédito al sistema bancario. El sistema bancario privado, entonces, parecía quedar librado a quemarse como fusible en caso de que se cuestionara la vigencia de la convertibilidad a través de una corrida especulativa. El equipo económico implementó una serie de medidas para suplir esta debilidad ya desde 1991: estableció requisitos de capitales mínimos de un 3% que aumentó paulatinamente hasta un 11,5%, a comienzos de 1995, y encajes bancarios que alcanzaron un 43% para los depósitos de ahorro y cuenta corriente y un 3% para los depósitos a plazo fijo, pero anuló las garantías a los depósitos con el argumento del moral hazat·d que introducían. La crisis de 1995, sin embargo, desnudó la fragilidad del sistema bancario regido por la convertihílidad: durante los primeros cinco meses del ano huyó el 18% de los depósitos del sistema bancario -un sistema bancario, subrayemos, que ya antes de que se desatara la crisis contaba con un 70% de sus depósitos a plazo en dólares. 3 ~<' La crisis impuso así nuevas medidas. El equipo económico restableció entonces un sistema de seguros de depósitos para pequeños ahorristas con cuentas menores a USO/$ 20.000 (más tarde ampliado a 30.000), que cubría en la práctica a un 75% de los deposítantes y a un 25% de los depósitos, pero que sería financiado por los propios bancos. El pánico, así, pudo más que el moral hazard. El Banco Central, por su parte, creó un programa contingente de pases que podría activar en caso de corridas especulativas, acordado con una docena de bancos intetnacionales y reforzado más tarde por sendas líneas de crédito del BM y el BID, que alcanzaría unos USD 7.100 millones. El BCRA recuperaba así capacidad de intervención como prestamista en última instancía. 319 Se crearon, finalmente, sendos fondos fiduciarios para privatizar los bancos púbhcos provinciales y reestructurar y/o fusionar los bancos privados quebrados en b crisis.
Cavallo y Fernández se encargarían de propagandizar la incomparable solidez del sisten1a bancario resultante de estas medidas. Esos capitales mínimos requeridos de un 11,5%, insistían, superaba el 8% recetado por el Comité de Basilea para la banca de los paises capitalistas más avanzados. Pero sus fichas estaban apostadas en otro número: la profundización del proceso de privatización y concentración del sistema bancario que ya estaba en curso. La crisis de 1995 aceleró este proceso: de los 167 bancos existentes en 1991 (35 de ellos públicos) quedarían 119 en
3111 Las reservas totales del BCRA se reducirían un 16% y la base monetaria un 24%, entre 1994y 1996(datosdel BCRA). 31
Y La suma entre aquel seguro de depósitos ·y esta capacidad de préstamo en última instancia resultaba en una cobertura de un tercío del monto de los depósitos totales.
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La hegemonía menemisw
1999 (16 públicos). La mayoría de los bancos provinciales y el Banco Hipotecario Nacional serían privatizados y numerosos bancos privados pequeños y medianos serían cerrados o fusionados. Los grandes bancos internacionales alcanzarían así un predominio sin precedentes sobre el sistema bancario doméstico. Y la apuesta consistía, pues, en que la propia solidez de esos grandes bancos internacionales sustentara la solidez del sistema bancario doméstico. Como señalaran Hanke y Schuler, "la extensa internacionalización del sistema bancario argentino facilita que las oficinas centrales de los bancos actúen en efecto como prestamistas de última instancia cuando sea necesario" (1999, p.l5).
Pero la crisis de diciembre de 2001 demostraría que la solidez financiera no es precisamente una propiedad transitiva. Las fugas de depósitos diezmaron las cuentas, tanto en pesos como incluso en dólares, por un monto que ascendería a U$5 18.371 millones durante 2001 (21,5%) y a U$5 4.937 millones (7%) sólo durante noviembre310 Las consiguientes fugas de dólares hacia el extranjero se estimaron en unos U$5 15.000 millones durante 2001, un monto que superaba la base monetaria de entonces, y en unos 3.000 millones sólo durante noviembre. Mientras el sistema bancario se reducía de esta manera en más de una quinta parte, Cavallo se empenaba en asegurar que "el valor del peso" y "la intangibilidad de los depósitos" seguían garantizados. Pero diciembre se abrió con un congelamiento generalizado de los depósitos, el corralito, y los depósitos devinieron efectivamente intangibles para un millón y 1nedio de pequeüos ahorri.stas. 321 Las filiales de los grandes bancos internacionales
320 Los depósil.Os totales pasaron así de U$S 85.308 a 66.937 millones entre enero y noviembre, esto es, de U$5 52.705 a 46.758 millones y de$ 32.603 a 20.179 millones. y esta fuga venia acelerándose: durante noviembre, los depósitos se redujeron de U$5 49.676 a 46.758 millones y de$ 22.198 a 20.179 millones (datos del BCRA). 321 Se trató de un congelamiento, inicio.lmente por tres meses, de los fondos depositados en los cuentas bancarias en su conjunto, incluyendo las de sueldos, con·un máximo de extracción de USS 250 y de giro al exterior de U$5 1.000 semanales en sus comienzos. m En este semi do es interesante atender a la intervención del Banco Central de Uruguay ame la crisis bancaria en ese p;:~ís, 01iginada en lll argcmina, en 2002. Ante la propuesta del Banco Galicia Uruguay (un auténtico banco o.ff slwrc de clientes argentinos, que constituía el mayor banco extranjero de la plaza uruguaya y que había operado activamente en
. esa fuga de dólares de fines de 2001) de devolver la mayor parte de los depósitos en títulos, a la manera argentina, el BCU le exigió que incrementara el porcent;:~je cash recurriendo a los fondos de sus sucursales de Gran Caimán y Nueva York y que respaldara los títulos mediante garamias personales de sus accionistas o prenda de los créditos otorgados. Sin embargo, la exigencia no prosperaría y, dentro del marco de presiones desatadas por la catastrófica situación de la banca ponena, una mayo tia suficiente de sus acreedores terminaría aceptando la propuesta del banco (ver Bonnet y Grigera 2003).
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
que operaban en la plaza doméstica, desde luego, resultaron diezmadas por la crisis bancaria, pero no recurrieron a sus casas matrices en busca de solvencia. Y las autoridades económicas no podrían -y ni siquiera intentarían- exigir ese respaldo. 322 En una profunda crisis bancaria culminó entonces la primera carrera del peso convenible. La convertibilidad había suprimido la facultad del Banco Central de crear dinero otorgando crédito al sistema bancario, dejándolo en gran medida librado a su propia suene en caso de una corrida especulativa contra el peso. Pero la convertibilidad había suprimido también la facultad de ese Banco Central de sostener la competitividad externa de los capitalistas devaluando la moneda y de esa competitividad externa -de los ingresos de dólares provenientes de las exportaciones, en ausencia de otros ingresos- dependía su capacidad de crear dinero. Las reservas totales del BCRA se redujeron así un 43% a lo largo de 2001, debido a la reducción sostenida de sus reservas en oro, divisas y colocaciones a plazo asi como a la sangría de fondos depositados por la banca, mientras que la participación de los títulos de deuda dentro de dichas reservas ascendió de un 4 a un 23%. La base 1nonetaria, por su parte, se contrajo un 20%. El peso convenible babia corrido su carrera detrás del dólar. La base monetaria interna se había expandido con la expansión de las reservas en 1991-94 y 1997-98, pero se había contraído con la contracción de las mismas en 1995-96 y volvería a contraerse de 1999 en adelante. Sin embargo, el problema radica en que los trabajadores no eran un objeto pasivo de semejantes ajustes deflacionarios, sino una clase con capacidad de resistencia. En el síguiente capítulo volveremos sobre la resistencia de los trabajadores a la dinámica de ajuste def1acionario que se desataría durante los últimos at1os de la década. Digamos por ahora que el peso convertible había corrido su carrera detrás del dólar, pero en el estadio de la lucha de clases, y en cierto momento de su carrera, quedaría exhausto en medio de una crisis bancaria sin precedentes.
Ahora bien, dijimos que la implementación del régimen de convertibilidad implicaba también que el Banco Central renunciaba por completo a su facultad de crear dinero otorgando crédito al gobierno. Esto significaba que, en adelante, los déficits fiscales no podrían superar niveles financiables en los mercados de capitales a una tasa de interés cercana a aquella de los títulos en dcílares: se aumentaba el ingreso y/o se reducía el gasto público o bien se dependía del financiamiento interno y/o externo vía endeudamiento público y/o venta de activos públicos. Tanto los gastos como los ingresos públicos se recuperaron, respecto de sus niveles previos, durante la reactivación de 1991-1994. Se registraron entonces
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La hegemonía menemista
superávits primarios equivalentes a un 0,7% del PBI anual, que ciertamente devenían déficits de un 0,9% una vez computados los intereses. Este resultado inicial, cercano al equilibrio, contrastó con los pesados déficits fiscales previos, que habían promediado un 7,7% del PBI entre 1980 y 1990. El ingreso y la repatriación de capitales resultante de las privatizaciones y una moderada emisión de deuda externa, en el contexto de mercados financieros internacionales de bajas tasas de interés y alta liquidez y al amparo del Plan Brady, sostuvo la consistencia entre este resultado y la vigencia de la convertibilidad. La crisis de 1995 impuso, empero, una severa contracción en los ingresos públicos. 323 Aparecieron déficits primarios de un 0,9 y 1,2% del PBI, que se elevaban a 2,9 y 3,2% computando los intereses, en 1995 y 1996. La momentánea contracción de los mercados financieros internacionales a causa de la crisis mexicana, combinada con la tendencia más duradera hacia un agotamiento de los ingresos provenientes de las privatizaciones, descargaría una parte del financiamiento del déficit de 1995 sobre el ahorro interno, con los consecuentes aumentos de la tasa de interés e iliquidez. Pero ya en 1996, aunque a un costo creciente, el Estado podría volver a los mercados financieros internacionales para financiarse. A partir de esta coyuntura de 1995, sin embargo, la consistencia entre las cuentas públicas y la vigencia de la convertibilidad se deterioraría. El gasto público se redujo, unos dos puntos del producto, entre 1994 y 1997, para recuperarse más tarde hasta alcanzar su máxima incidencía en el menguado producto de 200]. Los sucesivos paquetazos impositivos implementados desde entonces para reducir los déficits, por Cavallo en 1995, Fernández en 1996 y 1998 y Machinea en 1999, apenas si alcanzaron para mantener los ingresos públicos en términos nominales. Así los pequeños déficits prin1arios registrados entre 1997 y 2001, de apenas un 0,25% del PBI en promedio, se convirtíeron en crecientes déficits secundarios, de un 3,75% en promedio y de un 7% en 2001, debido a la creciente incidencia de los intereses. En efecto, en un contexto de mercados financieros internacionales golpeados sucesivamente por las crisis asiática de 1997 y rusa de 1998, con el sostenido incremento de spreads resultante, la emisión de deuda externa para financiar estos déficits ascendió a montos nominales anuales de USD 11.500 millones entre 1997 y 2000 (y a unos 32.500 millones, canJe mediante, en 2001). La incidencia de los intereses se incrementó así sos-
m La información oficial sobre las finanzas públicas fue motivo de controversias durante el penado, sospechadas de ocultar o subestimar los déficits existentes (véanse las oiticas, desde la ortodoxia monetarista, de Teijeiro 1999 y 2001). No obstante, nos basaremos aquí en los daws de los resultados de la cuenta ahorro-inversión-financiamiento del MEyOSP.
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemist~
tenidamente, de un 2,3 a un 5,1% del producto entre 1997 y 2001, explicando en gran medida los déficits fiscales registrados durante esos años. La convertibilidad, en síntesis, impuso una intensa presión hacia el equilibrio fiscal, que resultó en un descenso del déficit promedio de ese 7,7% del PBI registrado en 1980-90 a un 2,6% en 1991-0l. Pero esto requiere ser precisado. Esa presión hacia el equilibrio fiscal inherente a la convertibilidad fue, en verdad, un prímer mecanismo de disciplinamiento de los trabajadores. Es cosa sabida que las políticas antiinflacionarias inspiradas en las distintas variantes del neoliberalismo invocan la necesidad de suprimir el financiamiento inDacionario del déficit fiscal para proceder a ajustes de los ingresos y gastos públicos, que resultan normalmente en redistribuciones regresivas de ingresos. La especificidad de la presión hacia el equilibrio fiscal inherente a la convertibilidad radicó en que la propia presión que ejercía la convertibilidad en el sentido de un aumento de la productividad y la competitividad del sector privado imponía, en buena medida, que el ajuste del sector público no se descargara sobre la rentabilidad de los capitalistas sino sobre los salarios de los trabajadores. Así pues, mientras se aumentaba el défici.t fiscal mediante una reducción de aportes patronales a la seguridad social destinada a sostener la rentabilidad capitalista, se incrementaban y generalizaban los impuestos al consumo para recuperar el equilibrio fiscal a costa del ingreso de los trabajadores. Una segunda carrera del peso convertible, una carrera fiscal, así se desataba. La convertibilidad había suprimido la facultad del Banco Central de financiar inflacionariamente al Estado y, por ende, o se alcanzaba un equílibrio entre ingresos y gastos de ese Estado o se financiaba el desequilibio colocando deuda. Pero la convertibilidad había suprimido también la facultad del Banco Central de sostener la competitividad externa de los capitalistas devaluando la moneda y, por ende, ese equilibrio entre ingresos y gastos del Estado debía alcanzarse a costa del ingreso de los trabajadores. El problema radica en que, desde luego, esos trabajadores tampoco son una masa de perceptores de ingresos expropiables, sino una clase con capacidad de resistir semejante expropiación. En el próximo capítulo veremos que la resistencia de los trabajadores a la dinámica de ajuste fiscal permanente, que se desataría durante los últimos años de la década, en el marco de una profunda depresión, sería un componente clave de la crisis de la convertibilidad. El peso convertible corría su carrera, nuevamente, en el estadio de la lucha de clases. Pero recordemos por ahora que, si. ese equilibrio entre ingresos y gastos públicos no podía alcanzarse a costa del ingreso de los trabajadores, el desequilibrio resultante debía financiarse endeudándo-
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se. ¿El déficit promedio registrado durante la década o, mejor aún, los crecientes déficits de los últimos años, resultaban demasiado elevados? La respuesta, salvo para el déficit del 7% del producto registrado en plena crisis de 2001, sería negativa, incluso a juzgar por los críterios de los propios organismos financieros internacionales. Pero la magnitud de estos déficits fiscales debe evaluarse en el contexto específico de las relaciones de fuerza existentes durante la segunda mitad de la década, es decir, de las relaciones entre las restricciones que la convertibilidad imponía sobre la política fiscal, por una parte, y la resistencia de los trabajadores, por la otra. La respuesta parece entonces pasar a ser positiva: esos déficits resultarían inconsistentes con la vigencia de la convertibilidad porque debían financiarse mediante emisión de deuda, en un contexto de contracción de los mercados financieros intern-acionales y exhaución del mercado financiero doméstico. 32-l El Estado entraría en dcJault y el peso convenible perdería así su segunda carrera.
En síntesis: la implementación del régimen de convertibilidad implicaba por sí misma que el peso convenible se dispusiera a correr una doble carrera detrás del dólar, monetaria y fiscal, de cuyos resultados dependían la liquidez del mercado y las finanzas del Estado. La quiebra del sistema bancario y la cesación de pagos de la deuda pública eran, de antemano, !as modalidades que debía adquirir la crisis en caso de que ese peso convertible perdiera su carrera. Y el resultado dependía, como siempre, de la lucha de clases. Pero esta doble carrera del peso, así como esta doble modalidad que adquiriría su fracaso, descansaban sobre una tercera carrera. Esta carrera no debía desenvolverse en los estadios monetario y fiscal de la lucha de clases, sino en su estadio productivo. Y esta era la carrera decisiva. Esta era la carrera que hacía de la convertibilidad, no ya una mera política monetaria y fiscal antiinflacionaria, sino una política capaz de enmarcar una reestructuración capitalista que condujera a una nueva estrategia de acumulación. Y del resultado de esta carrera dependía, en definitiva, el resultado que se alcanzara en las otras.
Recordemos, retomando nuestro esquema, que la única fuente para la creación de dinero en un régimen de convertibilidad era el sector externo. Ahora bien, puesto que la convertibilidad suprimió el recurso a las devaluaciones competitivas y se implementó en condiciones de una apertura casi irrestricta del mercado doméstico a la competencia intemacio-
3H La Argentina había colocado desde 1991 unos 185 bonos de deuda de mediano y largo
plazo en los mercados financieros internacionales, por un momo total nominal que sumaria unos USD"l 00.000 míllones y con rendimientos crecientes que alcanzarían un 15% promedio en 2001 (datos del MEyOSP).
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nal y de desregulación generalizada de los flujos de capitales y mercancías en el mercado mundial, la inserción exitosa del capitalismo argentino en ese mercado mundial exigía una presión constante hacia el incremento de la explotación del trabajo. Sabemos que, desde una perspectiva marxista sustentada en la teoría del valor-trabajo, la capacidad de inserción de una economía nacional en el mercado mundial depende de su competitividad, entendida como sínónimo sin más de los costos laborales unitarios de las mercancías producidas en su territorio en relación con idénticos costos de las mercancías producidas en los territorios de otras economías nacionales. 325 En la condición extrema de tipo de cambio fijo inherente a la convertibilidad, esto equivale a decir que dicha inserción depende exclusivamente de los niveles de salario y de productividad del trabaJO. Pero salario y productividad del trabajo son, precisamente, los indicadores del grado de explotación del trabaJO o, en los términos de Marx, de la tasa de plusvalor vigente en una economía. La implementación de la convertibilidad implicó, así, una presión constante hacia el incremento de esa explotación del trabajo.
Es importante advertir, antes de seguir avanzando, que la tasa de explotación del trabajo no determina solamente la capacidad de inserción de una economía nacional en el comercio internacional sino también, aunque más indirectamente, su capacidad de captación de flujos internacionales de capitales productivos e incluso financieros. 326 La tasa de explotación del trabajo determina, por consiguiente, el balance de pagos de la economía en su conjunto. Y de este balance de pagos en su conjunto dependería, desde luego, el ingreso de dólares que respaldarán la emisión de pesos convertibles. El peso convertible, mientras tanto, se devaluaría o revaluaría externamente, afectando así a la competitividad de la economía doméstica, en la medida en que fluctuara el tipo de cambio del dólar con respecto a monedas de terceras economías con las que nuestra econmnia mantuviera relaciones económicas. Y el dólar se
m En efecto, el costo laboral unitario relativo (CLUR) puede entenderse como un compuesto del salario unitario (w!L), la productividad del trabajo (q!L) y el tipo de cambio (r), esto es, CLUR"" [(w/L).(q/L).r] y ser fácilmente reconducido a la teoría del valortrabnjo (ve ase en este sentido Shaikh 1979; 1980 y Guerrero 1995). Nótese que esto también es así, aunque inconfesadamente, en buena parte de la literatura marginalista. '""Esta relación entre los niveles de explotoción del tmbajo y los movimientos internacionales de capitales reviste, naturalmente, una complejidad mucho mayor a la que podemos sugerir en estas páginas (véase Bonnet 2002a). Aquí basta con suponer que esos niveles de explotación del trabajo -no sólo en términos de plusvalor absoluto (de diferenciales salariales), sino también relativo (de diferenciales de productividad)- sigue operando como fundamenta/ de los flujos y reflujos de Capitales, incluso en el caso de los movimientos de capital-dinero.
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apreciaría efectivamente respecto de las principales divisas, el marco y el yen, desde mediados de los noventa. El peso se revaluaría además, internamente, como consecuencia del propio empleo de la fijación del tipo de cambio como recurso antiinflacionario. Siendo ya la paridad de 10.000 australes por dólar inicialmente fijada, algo superior al tipo de cambio vigente en el mercado, la inercia inflacionaria sobrevaluaría la moneda doméstica durante los meses subsiguientes .. H? Esta sobrevaluación del peso convertible intensificó aquella presión hacia el increm.ento de la explotación del trabaJO
La presión de la convertibilidad liacia el incremento de la explotación del trabajo se ejercía inmediatamente sobre los propios capitalistas, que se veían enfrentados a la alternativa de reconvertir sus empresas o quebrar, y los capitalistas descargaban a su vez esa presión sobre los trabajadores, que se veían enfrentados a la alternativa de aceptar una mayor explotación o resistirla bajo amenaza de quedar desempleados. Los dos polos de ambas alternativas se convienieron en realidades durante los noventa. Sin embargo, aún cuando en los comienzos de la convertibilidad se registraron importantes luchas defensivas por parte de los trabajadores, el sometimiento a una mayor explotación se impuso paulatinamente como el precio que los trabajadores con ernpleo del sector privado se dispusieron a pagar por la estabilidad, es decir, a cambio de que la burguesía no reiniciara sus expropiaciones hiperinflacionarias. 328 Y, a pesar de que la quiebra de empresas y aún el desmantelamiento de sectores enteros del aparato productivo también estuvieron presentes, fue la reconversión la dinámica predominante en los inicios de la convertibilidad. 329
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7 La estimación rigurosa de esta sobrevaluación inicial del peso es compleja. Digamos apenos que fue cstimoda entre un 2l (Gerchunoff y Torre 1996) y un 25% (Aronskid 2001). ns El promedio mensual de conflictos aumentó entre 1991 y 1994 (de 79 a 98), debido a bs luchas de los trabajadores del sector público, para retroceder luego hasta ubicarse en tomo J una media de 60 conflictos mensuales hasta el 2000. El porcentaje de los conflictos defensivos (por despidos, atrasos salariales) aumentó constantemente, por su parte, hasLa explicar entre el 80 y el lOO% de los mismos hacia el final del período (vease Gómez 1996; para la interpretación sobre la conflictividad obrera durante el periodo, vease Piva 2001). Más adelante nos referiremos J algunos indicadores de la tasa de explotación. 320 El número anual de concursos preventivos y quiebras casi se duplicó durante los primeros all.os de la convertibilidad, pasando de 772 en l. 991 (con 694 en l. 990 y 762 en 1989) a 1400 en 1994. La recesión de 1995 volvió a elevarlo abruptamente a 2279 y desde entonces hasta el200 1 el promedio anual de bancarrotas se estabilizó en tomo a las 2464 anuales (en base a datos del MEyOSP)." Más adelante nos referiremos a algunos indicadores de la reconversión productiva.
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En esta presión desatada por la convertibilidad hacia el incremento de la explotación del trabajo radica, precisamente, la capacidad de la convertibilidad de enmarcar una reestructuración capitalista que desembocara en una nueva estrategia de acumulación. Y esta presión es asimismo la matriz de ese disciphnamiento social que sustentaría la hegemonía menemista, en su doble dimensión de la polarización de las distintas fracciones de la burguesía dentro de un nuevo bloque en el poder y de la subordinación a dicho bloque en el poder de la clase trabajadora.
Detengámonos ahora un momento para indicar las principales diferencias entre nuestra interpretación de la convertibílidad y las interpretaciones más extendidas en nuestro medio. Empecemos con la interpretación neopopulista, ampliamente dominante entre los críticos de la convertibilidad. Aunque esta interpretación reconoce, en términos de redistribución regresíva de ingresos, que entre las secuelas de la implementación de la convertibilidad se encuentra el mencionado incremento de la explotación del trabajo, sitúa la clave para entender la naturaleza de la convertibilidad en otro punto, a saber, en la instauración de un supuesto "patrón de acumulación" dominado por la "valorización financiera". "Se entiende por valorización financiera -definen Arceo y Basualdo- a la colocacíón de excedente por parte de las grandes firmas en diversos acti~ vos financieros (títulos, bonos, depósitos, etc.) en el mercado interno o internacional. Este proceso, que irrumpe y es predominante en la economía argentina desde fines de la década de los años setenta, se expande debido a que las tasas de interés, o la vinculación entre ellas, supera la rentabilidad de las diversas actividades económicas, y que el acelerado crecirniento del endeudamiento externo posibilita la remisión de capital local al exterior al operar como una masa de excedente valorizable y/o al liberar las utilidades para esos fines" (Arceo y Basualdo 2002, p.41). El argumento avanza del siguiente modo. La política económica de la dictadura militar, y en particular su reforma financiera de 1977, habría iniciado una transición desde un patrón de acumulación dominado por la industrialización sustitutiva de importaciones, orientado hacia el mercado interno y sustentado en una alianza policlasista entre los trabajadores y la burguesía nacional, hacia un patrón de acumulación don1inado por la valorización financiera, orientado hacia el mercado externo y sustentado en una alianza entre los acreedores externos y los capitales concentrados internos. La deuda externa, renegociada a través del plan Brady en 1992-93, y las privatizaciones, realizadas en su mayor parte en 1989-93, constituirían los pilares de este nuevo patrón de valorización financiera. En este sentido, escribe Basualdo que "la expansión del capital caneen-
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trado interno se sustenta en las ganancias extraordinarias obtenidas en los servicios públicos privatizados y la valorización financiera sustentada en el nuevo ciclo de endeudamiento extemo" (Basualdo 2000b, p.l6). Por consiguiente, la clave para entender la naturaleza de la convertibilidad ya no radicaría en aquella presión que ejerce sobre los niveles de explotación de plusvalor en la producción, en condiciones de competencia y por parte del capital global, sino en la redistribución de excedentes que permitiría canalizar hacia las finanzas, en condiciones monopólicas y por parte de las fracciones rentísticas dominantes del capital.
Esta interpretación neopopulista de la convertibilidad, a pesar de los aportes que sus mejores exponentes realizaron a propósito de algunas de sus dimensiones, debe ser descartada de conjunto por varias razones. Esta interpretación incurre en una auténtica fetichización de las finanzas. La noción de un "patrón de acumulación", entendido como una suerte de modalidad más o menos duradera de funcionamiento de la acun1ulación capitalista, que se sustente en la "valorización financiera" constituye en realidad una contradictío ín termini. Si esa noción no es acompañada de una explicación satisfactoria acerca del origen de valor así acumulado, las finanzas son fetichizadas como una esfera que produce valor de la misma manera que, para valernos de la expresión de Marx, un campo de perales produce peras. El empleo de la noción de "excedente" para referirse al valor en cuestión es sintomático de esta dificultad .. :no La consideración de los dos pilares sobre los que se sustentaría este nuevo patrón de acumulación, a saber, la deuda externa y las privatizaciones, no ayuda a remover esta dificultad. En efecto, el endeudamiento externo opera con1o el mecanismo por excelencia a través del cual los países latinoamericanos endeudados, como el nuestro, se subordinaron al comando global del capital-dinero. Pero este comando no consiste en un misterioso predominio del capital financiero sobre el capital productivo sino, como señalarnos, en la modalidad específica en que se desenvuelve el antagonismo entre un capital y un trabajo igualmente globales, a través de las sanciones impuestas por los flujos y reflujos de capital-dinero, en el capitalísmo contemporáneo (remito nuevamente a Bonnet 2003). Las privatizaciones operaron por su parte, como también señalamos, aumentando las ganancias de la clase capitalista en su conjunto. La rentabilidad de las empresas públicas privatizadas fue superior a la de muchas empresas que operaban en otros sectores de la economía doméstica, pero la
'30 Esta noción de excedente remite ciertamente a la de renta. Pero pará un desarrollo
más minucioso de este punto conviene revisar los escritos de Nochteff (1994 y 1998).
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Capir.ulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía mene~ista
n1ayor parte de los grandes capitales locales participó de las mismas y se benefició de esa alta rentabilidad. La convertibilídad, en síntesis, no puede interpretarse como una suerte de estrategia de rapit'la perpetrada por una burguesía argentina endémicamente rentista, sino más bien como un caso más, aunque con sus peculiaridades, de las políticas neolíberales de disciplinamiento dinerario características de las dos últimas décadas a escala mundial (véase Clarke 1988; Bonefeld 1993; HollowayyBonefeld 1995; Bonefeld, Brown y Bumham 1995). Es importante advenir que esta interpretación de la convertibilidad, a pesar de su apariencia crítíca, incurre en esa reducción fracciona lista de la lucha de clases a conflictos entre distintas fracciones de la burguesía, cuando no a pugnas conspirativas entre actores particulares, que ya criticamos.331 Y, tanto en la interpretación de la convertibilidad como en las de otras políticas neoliberales implementadas en otras latitudes, de este fraccionalismo, resultan conclusiones políticas populistas. 332 La historia económica argentina reciente aparece aquí como la historia de una transición de un patrón de acumulación dominado por la industrialización sustitutiva de importaciones a uno dominado por la valorización financiera. Es evidente que el primero, sustentado en una alianza de clases entre la burguesía local, considerada como nacional y productiva, y los trabajadores, es apenas una mera descripción del proyecto populista tradicional. Tambi.én es evidente que el segundo, sustentado en una alianza entre los acreedores externos y una gran burguesía que, aunque local, es considerada como transnacionalizada y rentística, cuando no mafiosa, constituye a su vez una descripción remozada de la manera en que dicho populismo tradicional presentaba los proyectos oligárquicos tradicionales. El pueblo y el anti-pueblo, debidamente remozados, vuelven a ser los protagonistas de esle relato.
Una consecuencia paradójica de este relato, dicho sea de pa:o, consiste en dejar a su narrador en una incómoda posición política. El puede refugiarse en la nostalgia y dedicarse a emitir habeas corpus morales acerca
331 Esta referencia a una dimensión conspiratíva no es amojadiza. La figura paranoica de! judío que mueve los hilos tras bambalinas deja indiscutiblemente sus huell~s en las peores versiones de esta interpretación: "Grupos delictivos ocuparon fuertes areas de poder económico; muchas empresas nacionales y multinadonales incunieron en prácticas ~orruptas. La corrupción envenenó la actividad productiva e implantó una forma de funCionamiento económico" (Calcagno y Calcagno 2001). J>2 En esta interpretación de la estrategia de acumulación en cuestión descansó explícitamente el discurso de laCTA y del FRENAPO, así como el discurso de los sectores más populistas de las coaliciones progresistas del FREPASO, del ~Rl y, en nuestros días, de la coalición de gobierno montada por Kirchner desde su eleccwn.
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de su burguesía nacional y productiva como el siguiente: "¿Desea la clase dirigente argentina recrear la sociedad, como lo hizo hace cien anos, y salvaguardar nuestra viabilidad como nación, o se trata de simples grupos hegemónicos que velan por la rentabilidad de sus inversiones, considerándose, a sí mismos, y a sus negocios, de paso en el territorio nacional>" (Beremblum en AAVV 2001, p.212). O bien puede renunciar a su nostalgia intuyendo, de manera más realista, el hecho de que tanto aquella supuesta burguesía nacional y productiva como esta supuesta burguesía transnacional y rentística participan ambas, irremediablemente, de una única dín3.mica de acumulación comandada por un capital-dinero global. Intuir, decimos, porque su sociologia rraccionalista puede rendir cuenta de la residencia de los tenedores de bonos de la deuda externa o del grado de transnacionalización alcanzado por los grandes grupos económicos locales, aunque nunca explicar satisfactoriamente esta integración de la burguesía doméstica en aquella dinámica única de acumulación comandada por el capital-dinero global Esta actitud más realista distingue, justamente, al neopopulismo de! populismo a secas. Pero este realismo se evapora cuando, privado de ese componente clave de la alianza de clases promovida por el populísmo tradicional y, por ende, privado de sujeto social alguno, nuestro narrador neopopu!ista desplaza hacia el Estado ese sujeto que no encuentran en la sociedad. Escribe Basualdo en este sentido ,que "la solución de la dramática problemática de la deuda externa se debería construir a partir de una acumulación de poder sustentado en los otros dos aspectos: restituyéndole autonomía a la política estatal respecto a las presiones de los organisn1os internacionales y 'disciplinando' al capital concentrado interno a través de una drástica modificación de las pautas de distribución del ingreso, de la reconstitución de la capacidad regulatoria y redistributiva del Estado y del desplazamiento de la valorización financíera como núcleo central del cornportamiento económico" (2000b, p. 63-64). 333 Pero va de suyo que este desplazamiento, simplemente, desplaza el problema en lugar de solucionarlo. Sin contar siquiera con una alianza de clases que sustente políticamente esas supuestas autonomía y capacidad reguladora -que aquí significan, vale remarcarlo, una autonomí.a y una capacidad reguladora del Estado capíta-
313 Demás está decir que es[e viraje de la argumentación presupone una concepción sumamente ingenua, instrumentalista, del Estado capitalista.. "El Estado -puede leerse en un documento de laCTA- es una herramienta que no es ni buena ni mala en sí misma: un martillo puede ser usado para construir o para destruir, depende de quién lo utilice. Ahí se define la voluntad, la intención política. Este gobierno, no el Estado, tiene perfectamente definido cuál es el modelo de vida que alienta" (CTA-ATE 1997).
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Capítulo 5. Anatomía de la besiia: convertibilidad y hegemonía menemís_ta
lista respecto del capital en su conjunto, y ya no de sus fracciones paniculares-, la supuesta solución se revela como una parte del problema mismo. Pero digamos que, aún en términos más generales, tanto aquella distinción entre supuestas fracciones burguesas nacionales y productivas y supuestas fracciones transnacionales y rentísticas (véase Clarke 1987) como aquella noción misma de un capitalismo dominado por las finanzas (véase Bonnet 2003) son, incluso en sus mejores versiones e incluso en sus aplicaciones a otros casos de políticas neoliberales, expedientes populistas completamente ideológicos. 3·34
La segunda interpretación de la convertibílidad que debemos discutír es, desde luego, la interpretación apologética de los propios neoliberales. Pero la discusión de esta interpretación es mucho más compleja de lo que parecería a primera vista. Comencemos citando dos fragmentos del ministro Cavallo y su viceministro Llach. "Quiero explicar qué es la convertibilidad -decía Cavallo. Porque lo que se inició en 1991 no fue un cambio más de política económica. Se trató de un cambio de organización econóinica, de reglas de juego, casi un ca1nbio de sistema [ ... ] Así la convertibilidad tiene la virtud de llevar a los agentes económicos a ocuparse de los verdaderos determinantes de la competitividad, que no son otros que los determinantes de la productividad en toda la economía. Al calcularse los costos, y al preocuparse todos por bajar los costos de producción, de inversión, de mano de obra, estamos llevando a que aumente la productividad de la economía. Y al aumentar la productividad aulnenta de manera sostenible la competitividad externa [ ... 1 Pero para que se pueda abandonar el tipo de cambio fijo -que es lo que aparentemente molesta a muchos respecto de este régimen- y para que la gente siga utilizando voluntari.an1ente la moneda argentina, ésta tiene que ser mejor que -en este caso- el dólar. Mejor significa que en lugar de desvalorizarse tiene que valorizarse. Una valorización genuina, que tenga que ver con aumentos de productividad" (Cavallo en AAW 1996). "La opción por la convertibilidad -repetía Llach- es una opción por las reglas en mucha mayor medida que cualquier otro régimen monetario y cambiarlo, que siempre tienen componentes de discrecionalidad. ! ... ] El sistema de con-
'34 La mencionada critica de C1arke (1987) se refiere a los clásicos análisis dellhatcheris
mo en términos de predominio de los intereses de la city financiera londinense, así como la nuestra (2002) a los mejores análisis franceses de la financi.arización en términos de la imposición de un modelo anglosajón de capitalismo. Pero las cosas son, ciertamente, más precarias en nuestro medio. Véase la narración del pasaje de un capítalismo productivo a un capitalismo rentístico en Calcagno y Calcagno (200lb), así como el dossier AAVV (2001).
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vertibilidad junto a la apertura de la economía tienen adosado un mecanismo de crecimiento económico o sesgo productivista consistente en la instauración de una economía empujada desde la oferta y en la que todos están obligados a aumentar la productividad [. .. ] Esta presión competitiva y las oportunidades de inversión determinan que la productividad crezca mucho más rápidamente en nuestro país, aproximándose así gradualmente a los niveles de productividad norteamericana" (Liach 1997 p.l27, 140).335 '
Una lectura atenta de estos fragmentos sugiere inmediatamente la paradójica pregunta: ¿son semejantes nuestra interpretación de la convertibilidad y la interpretación de sus apologetas neoliberales? Y la paradójica respuesta a esta paradójica pregunta es: sí, son semejantes en algunos aspectos decisivos. Cavallo y Llach aciertan cuando afirman que la convertibilidad supone una orientación ofertista, en el sentido de que obliga a los capitalistas a ocuparse de los determinantes en última instancia de la competitividad, es decir, a no ocuparse del tipo de cambio sino de la productividad. A esto nos referimos, antes, diciendo que la convertibilidad imponía una presión"hacia el aumento de los niveles de explotación del trabajo, así en términos de extracción de plusvalor absoluto como relativo, a partir de su supresión del recurso a la devaluación competitiva. Cavallo y Llach aciertan asimismo cuando sostienen que la convertibilidad por ley, por consiguiente, debería convalidarse mediante aumentos de la productividad del capitalismo doméstico superiores a los aumentos de la productividad del capitalismo norteamericano que permitieran una genuina valorización del peso respecto del dólar. A esto nos referimos antes, precisamente, en términos de la carrera del peso convertible detrás del dólar -por supuesto que el optimismo de ambos acerca de las posibilidades de que el peso ganara dicha carrera es excesivo, delirante incluso, pero estamos analizando discursos de dos funcionarios comprometidos en esa carrera. Todavía más. Cuando Cavallo proclama, en una suerte de entusista crescendo, que la convertibilidad implicó un cambio en la organización económica, las reglas de juego, el sistema, no encuentra la palabra o no puede decirla: se trata del dísciplinamiento dinerario generalizado que sostuvo a la hegemonía menemista.
Estas afirmaciones pueden sugerir a su vez otra pregunta: ¿nuestra interpretación de la convertibilidad consiste, entonces, en esa interpreta-
m Interpretaciones semejantes de la convertibilidad, naturalmente, se encuentran en el discurso de otros cuadros del neoliberalismo (véa~e por ejemplo Obschatko, Sguiglia y Delgado 1994, Sturzenegger y Sosa 1995, etc.). Aquí optamos, simplemente, por resca~ tar e1 discurso de sus propios responsables.
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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
ción neo liberal en una jerga marxista? La respuesta a esta pregunta es aún más paradójica que la anterior -no, precisamente al revés-: esa interpretación neoliberal es una presentación mistifl.cada de la interpretación marxista. No estamos diciendo, naturalmente, que esos funcionarios neoliberales sean marxistas encubiertos. Decimos que en este asunto nos enfrentamos, una vez más, con la consabida coincidencia entre los discursos más conservadores y los más críticos. La razón de este encuentro es sencilla: ambas interpretaciones intervienen en un mismo terreno (de la lucha de clases), remiten a un mismo proceso (de desarrollo de esa lucha de clases) y asumen una perspectiva respecto de ese proceso (una posición de clase, aunque inversa). Las interpretaciones neoliberales de la convertibilidad se aproximan más a la verdad que las neopopulístas precisamente porque asumen una perspectiva de clase (inconfesa en principio, aunque la medida en que sea confesada depende a su vez de la medida en que las relaciones de fuerza entre clases les sean favorables), mientras que éstas no remiten a perspectiva de clase alguna (aunque, por supuesto, invoquen constantemente a las clases, fracciones, grupos, etc.). En pocas palabras: interpretar la convertibilidad desde el punto de vista de los intereses actuales de la gran burguesía en su conjunto permite -aunque ciertamente no garantiza- un acercamiento mejor a la verdad que interpretarla desde el punto de vista de los intereses virtuales de una burguesía nacional y productiva que simplemente no existe. Pero aquel encuentro entre los discursos conservadores y críticos no conduce, desde luego, a matrimonio alguno. La razón de esta ruptura prematura no radica meramente en que ambos discursos se encuentran comprometidos con prácticas políticas mutuamente excluyentes. Radica en que ese compromiso con distintas prácticas políticas no es contingente, sino constitutivo de ambos discursos, aunque esto de modos diferentes. El clasismo de la crítica marxista se encuentra en su asunción misma de que sus conceptos remiten a formas de relaciones sociales antagónicas. El clasismo de la apologética neoliberal se encuentra, en ca1nbio, en que sus conceptos son minados desde adentro por un antagonismo no asumido. El clasismo es constitutivo en ambos casos, pero como sustento de la crítica en el primero y de la mistificación en el segundo. Por este motivo afirmamos que la interpretación neoliberal de la convertibilidad es una presentación mistificada de la interpretación marxista y no visceversa. En efecto, la interpretación neoliberal reduce de hecho la competitividad a la productividad y la productividad a los costos laborales unitarios, de acuerdo con la crítica marxista, pero contra sus propias mistificaciones teóricas sobre la diversidad de las ventajas comparativas del comercio internado-
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nal y la productividad multifactorial. La interpretación neoliberal vincula de hecho la evolución del tipo de cambio con la competitividad de la economía doméstica en el mercado mundial, de acuerdo con la critica marxista, de nuevo, pero contra sus propias mistificaciones teóricas sobre tipos de cambio de paridad de poder adquisitivo. Y así sucesivamente.
Volvamos ahora a nuestra interpretación de la convertibílidad. Sostuvimos antes que la convertibilidad implicaba una presión hacia el incremento de la explotación del trabajo, que implicaba a su vez una presión hacia una reestructuración capitalista que impusiera una nueva est.rate~ gía de acun1ulacíón. La convertibilidad había desatado así una tercera carrera, la decisiva, del peso convertible. En efecto, los tipos de cambio son determinados por la competitividad de los capitales territorializados en las economías nacionales en cuestión en el mercado mundiaL a economías nacionales lideres, como seguía siendo la norteamericana, en el largo plazo tienden a corresponder altos tipos de cambio. 336 La convertibilidad por ley, entonces, debía refrendarse en el futuro mediante un aun1ento de la competitividad de la economía argentina en el mercado mundial, es decir, a través de un aumento de la explotación del trabajo que sostuviera a su vez ese aumento de la competitividad. Esta carrera podía desarrollarse sobre dos senderos distintos conforme, precisamente, esos dos componentes de la tasa de explotación del trabajo antes mencionados. En condiciones de auge de la economía, que en nuestro caso eran alimentadas por el ingreso de capitales desde el exterior, dicha carrera descansaba en la capacidad de los capitalistas de aumentar la productividad del trabajo, empleando su capacidad instalada ociosa en primera instancia, racionalizando la organización y los procesos de trabajo en segunda lnstancia y, una vez agotadas estas fuentes de aumento de la productividad, y en tercera fnstancia, invirtiendo en nuevas tecnologías. Por el contrario, en condiciones recesivas, en nuestro caso acompañadas por un reflujo de capitales externos que desencadenaba una espiral deflacionaria, dicha carrera dependía de la capacidad de los capitalistas de reducir los salarios nominales. Esta posibilidad de reducir los salarios
''11 Remito nuevamente a Shaikh (1999a). Véanse asimismo, en nuestro medio, los interesantes aportes de Asta rita (2004, especialmente capítulo ll) en este sentí do. m Estas condiciones de auge y de recesión se veían <l su vez sobredeterminadas, como dijimos, por el comportamiento de la divisa de referencia en relación con otras divisas clave que tiene lugar durante la segunda mitad de los 90. En efecto, en 1995 se inició un proceso de revaluación del dólar respecto de las principales divisas que alcanzó sus puntos culminantes con un 48% respecto del marco en 2000 y un 39% respecto del yen en 1998 (en base a los promedios anuales de tipos de cambio provistos por el Pacifír Exchange Rate Scrvice de la University of British Columbia).
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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
nominales se veía a su vez potenciada por los elevados niveles de desempleo generados en el propio período de auge, debido a la quiebra de empresas no competitivas y a la reconversión ahorradora de trabajo de las empresas sobrevivientes, y disparados en el período recesivo a raíz del aumento de esas quiebras y las reducciones de plantas. 337 Las interveneíones del Estado neoconservador ayudarían a los capitalistas, por su parte, a correr en ambos senderos. El Estado implementaría una serie de medidas propiamente reaganianas de apoyo a la rentabilidad capitalista, como la reducción de aportes patronales a la seguridad social, las reformas tributarias regresivas y alicientes varios a la inversión, la generación de oportunidades de inversión rentable a través de privatizaciones y la legalizacíón de contratos y condiciones de trabajo precarizados, en los períodos de auge. 338 Y recurriría, en los períodos recesivos, a medidas incluso más ortodoxas, como los recortes salariales en el sector público que potenciaban los recorres impuestos por los empresarios en el sector privado. Acaso sea superfluo remarcar que esta carrera del peso convertible, en cualquiera de sus senderos, se correría en el estadio de la lucha de clases: su resultado dependería de la confrontación entre esa ofensiva de la burguesía que apuntaba a aumentar los niveles de explotación del trabajo y la resistencia de los trabajadores_ Pero menos superfluo es remarcar que del resultado de esta tercera carrera, la decisiva, dependerían los resultados de las restantes. El respaldo en dólares de la expansión de la base monetaria en pesos convenibles dependería del ingreso de dólares a través de las exportaciones y/o el ingreso de capitales, es decir, de la balanza de pagos. Pero esta balanza de pagos dependía en su conjunto, como ya senalamos, de estos niveles de explotación del trabaJO que la burguesía lograra imponer internamente. El equilibrio fiscal dependería de la capacidad del Estado de incrementar sus ingresos y/o de reducir sus gastos pero, mientras que sus ingresos dependerían férreamente de los niveles de actividad interna y se contraerían en caso de una recesión originada en la insuficiencia de ese incremento en los niveles de explotación del trabajo, la reducción de sus gastos o el aumento de su presión lmpositiva resultarían en una profundización de la recesión misma. El financiamiento del desequilibrio fiscal dependería por su parte del acce-
Medí das como éstas se encuentran efecrívamente emparentadas con la doctrina ofer~ista, ~~su vertiente más liberal (Laffer, Feldstein), que apunta a estimular el ahorro y la mverswn a través de la reducción de impuestos y la remoción de regulaciones que afectan la re~ta~ilidad ~apitalista. La primera traducción de esta doctrina ofertista a la política economJCa remne, desde luego, al programa lanzado por Reagan en EEUU a comíenzos de 1981 (véase Cleaver 1981).
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so del Estado a los mercados financieros doméstico e internacionales y, mientras que un deterioro de la balanza de pagos cerraría las puertas a éstos últimos, el recurso al primero profundizaría la recesión.
El resultado global de esta carrera del peso convertible entre 1991 y 2001 puede resumirse en una tasa de crecimiento anual promedio del PBI del 3,6% -el producto de 2001 equivalía asi a un tercio más que el correspondiente a 1991; una tasa promedio de aumento de la inversión interna bruta fija de aproximadamente el 6,6% anual- el stock de capital agregado de 200 l era, a precios constantes, alrededor de un tercio superior al de 1991; una tasa de aumento de la productividad del trabajo que se habría ubicado en torno al 5,3% anual; la productividad de 2001 excedería en dos tercios la vigente en 1990; un salario real básicamente estancado y un nuevo piso para la tasa de desempleo por encima dell2% de la PEA. 339 Pero estos datos globales de desempeno de la economía argentina durante la década no alcanzan para entender adecuadamente la dínámica de la carrera del peso convertible. Si se analiza nlás detenidamente ese desempeüo, en cambio, se advierte enseguida que fue altalnente cíclico. Mucho más importante aún: se adviene también que las recesiones fueron cada vez rnás profundas y duraderas; que paulatinamente el sendero cleflacíonísta se impuso, en consecuencia, como sendero único para la carrera del peso; que, a pesar de la carrera, la posición de la economía argentina en el mercado mundial siguió deteriorándose; que la gran burguesía argentina, en síntesis, perdió poco a poco su carrera del peso convertible.
En efecto, la econmnia registró intensas fluctuaciones durante la década de los noventa. El producto se incrementó a una tasa del 14,8% y la ínversión a una del 42,9% anuales en la recuperación inmediatamente posterior a las crisis hiperinl1acíonarias, es decir, entre el primer trimestre de 1991 y el segundo de 1992. Pero ambos sufneron ya una breve desaceleración, con tasas anuales del 0,6 y 4,3% respectivamente, entre el segundo trimestre de 1992 y el primero de 1993. La recuperación posterior, que registró tasas del 10,9 y 33,3% anuales entre el prin1er trimestre de 1993 e igual período de 1994, fue cerrada por la denominada "crisis del tequila". En realidad, la recesión de 1994-95 se puso de manifiesto ya como una desaceleración del producto y la inversión antes
339 En base a datos del MEyOSP (PI3l e HBF; ésta última no incluye los datos correspondientes al cuarto trimestre de 2001, que registró un descenso mucho más profundo de la inversión que los ya registrndos en los tres trimestres previos), Boletín Informativo Tcchint 307, julio-septiembre 200 l ·(productividad, entendida como costos laborales unitarios, que no incluye datos de 2001) e lNDEC (desempleo).
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonia menemista
de que se propagaran las consecuencias de la crisis mexicana de diciembre (en tasas anuales de 3,6 y 3,6% entre el primer y el cuarto trimestre de 1994), para convertirse en depresión abierta desde entonces (-lO y -30% entre el cuarto trimestre de 1994 y el tercero de 1995). La prolongada recuperación posterior (8 ,2 y 20,6% entre el tercer trimestre de 1995 y el segundo de 1998), finalmente, quedó clausurada con la depresión dentro de la que se derrumbaría la convertibilidad a fines de 2001."0
Pero, además de esta intensa ciclicidad, pueden constatarse algunas tendencias más duraderas que subyacen a esas fluctuaciones. Las recesiones fueron cada vez más profundas y duraderas. Mientras que la primera recesión (1!11992 a 1/1993) consistió en realidad en una breve desaceleración, la segúnda (l/1994 a lll/1995) fue más extensa y coronada por tres trimestres de depresión abierta y la tercera (ll/1998 en adelante) alcanzó el récord histórico de casi tres all.os de duración (sin cmnputar su prolongación posterior a la caída de la convertibilidad). 341 Esto condujo a su vez a que, aunque la carrera del peso convertible se desarrolló en ambos senderos conforme esos períodos de auge y recesión, su modalidad deDacionaria fue imponiéndose paulatinamente como la única posible.
No podemos detenernos aquí en cada una de las vicisitudes que atravesó el peso convenible en su carrera detrás del dólar. Nos referiremos en cambio a su carrera en conjunto y a sus resultados: ¿en qué medida el peso convertible se aproximó al dólar, es decir, en qué medida la gran burguesía pudo imponer ese aumento de la tasa de explotación del trabajo que sustentara una mejor inserción del capitalismo argentino en el mercado mundial? Un primer acercamiento a esta cuestión decisiva puede realizarse confrontando simplemente la evolución de la magnitud de la fuerza de trabajo explotada y el producto producido, sobre la base de un salario estancado. Entre 1991 y 2001 el PBI se incrementó un 28% (y
J·m Los datos de producto e inversión, que reflejan las tasas de crecimiento equivalente anual entre exlremos, son de CEPAL (elaborados por Heymann 2000). 3 ~ 1 La desaceleración de ll/1992-l/ 1993 parece haber reflejado simplemente la finalización de un periodo de catch-up iniciado tras los procesos hiperinflacionarios. Entre.¡¡¡ 1991 (lanzamiento de la convertibilidad) y 11/1992 (inicio de esta desaceleración), b actividad industrial se incrementó un 20% y el uso de la capacidad instalada ascendió a un 74%, i.e., cerca de su máximo hístórico (datos FIEL). Esto sugiere que dicha desaceleración respondió al agotamiento de la utilización de la capacidad previamente instalada, de modo que la subsumiremos de aquí en adelante dentro del período expansivo U 1991-IV/1993. }~l El incremento de la PEA empleada resulta de la aplicación de la tasa de desempleo promedio mayo-octubre de 1991 y 2001 a la PEA total informada por los censos nacionales de dichos años. El incremento del PBI está sometido a las consideraciones de rigor debido al cambio de la serie en 1993. Los datos provienen en ambos casos dellNDEC.
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entre 1991 y 1998, último año expansivo, casi un 40%), mientras que la PEA empleada se mantuvo prácticainente estable (se incrementó apenas un 2%, o un 3,4% entre 1991 y 1998).'"' Esta confrontación, aunque grosera, alcanza para sugerir un incremento importante en los niveles de explotación del trabajo a escala de la sociedad en su conjunto. Una confrontación más desagregada entre la evolución del producto y el empleo durante la década ratifica esa sugerencia. La recuperación inmediatamente posterior a las crisis hiperinflacionarias fue acompañada por un aumento del empleo (de 36,8% en junio de 1991 a 37,4% en mayo de 1993), derivado de un aumento de la tasa de actividad (de 39,5 a 41,5%) suficientemente intenso, a su vez, como para generar un aumento simultáneo de las tasas de desempleo (de 6,9 a 9,9%). El empleo, empero, se redu¡o drásticamente entre mediados de 1994 y mediados de 1995, para esta~carse en adelante (véase Beccaría y López 1997). El empleo se redujo entonces, de ese 36,8% registrado en mayo de 1993, a un 34% en mayo de 1996, es decir, en el peor momento de la crisis de 1995-96. Pero el elemento decisivo radica en que el empleo ya había comenzado a contraerse desde mediados de 1993 (a 37,1% en octubre de 1993 y 36,7% y 35,8% en mayo y octubre de 1994) y se estancaría durante la recuperación posterior (en un 35,35% entre octubre de 1996 y mayo de 1998). El aumento inicial del empleo se había evaporado -incluso más: ese aumento inicial se había debido a un incremento del cuent.apropismo y la subocupaci.ón, puesto que el empleo asalariado de tiempo completo había Estado estancado desde un comienzo. En síntesis: mientras el producto se incrementó en casi un 40% entre 1991 y 1998, el porcentaje empleado de la población en condiciones de trabajar se mantuvo estancado en algo menos de un 37%. Este estancamiento tuvo como contracara, dada una tasa de crecimiento vegetativo de la población relativamente baja (1 ,3% anual) pero un sostenido incremento de la tasa de actividad (que alcanza un 42,4% en mayo de 1998), un aumento sin precedentes históricos del desempleo y del subempleo. En efecto, el desempleo promedio durante el período inicial de auge ele la convertibilidad (1991-1993) se ubicó en un 7,6%, esto es, mayor al promedio registrado durante la recesJVa década prevía (5,5% para 1980-1990). Y el desempleo se disparó durante la recesión posterior, naturalmente, alcanzando un promedio del 15,4% (1994-1996). La fuerte recuperación posterior redujO ciertamente ese desempleo, pero sólo a un promedio de 13,85% (1997-1998), es decir, a un nivel muy superior al vigente durante el auge previo. Y la recesión volvió desde entonces a elevar ese promedio a un 15,4% (1999-2001). La tasa de desempleo pareció haber encontrado así un nue-
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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista
vo piso, ubicado arriba del 12% (octubre de 1998), y un nuevo techo, por encima del 18% (mayo de 1995 y octubre de 2001). El subempleo siguió de cerca a su vez ese comportamiento del desempleo, aunque su incremento resultó aún más sistemático: ascendió del 8,5% en 1991-93 al!l,Sen 1994-96,al13,3en 1997-98yal15,5en !999-0l. Ahora bien, estas tasas de subempleo deben añadirse a las mencionadas tasas de desetnpleo, para nuestros fines, en la medida en que corresponden a modalidades de trabajo de baja productividad y excluidas en buena parte de la explotación capitalista propiamente dicha (doméstico, urbano informal, rural atrasado) que operan como mero refugio de los desempleados. Esto induce a pensar que los niveles de explotación de la fuerza de trabajo serían aún mayores que los sugeridos por aquella confrontación entre empleo y producto. Y, como contrapartida de este aumento del. subempleo, se incrementó asimismo el sobreempleo de los trabajadores plenantente empleados (véase Sanmanino 2004). La extensión de la jornada se incrementó así sistemáticamente, hasta alcanzar las 2040 horas anuales hacia el final del período (según datos de OIT). Y el número de trabajadores sobreempleados (i.e., empleados por encima de 45 horas semanales) se incrementó significativamente, aunque fluctuando conforn1e las variaciones en los niveles de actividad: aumentó con el auge inicial (de 2,268 a 2,699 millones de trabajadores entre junio de 1991 y mayo de 1994), retrocedió levemente con la recesión (a 2,555 millones en octubre de 1995), volvió a ascender con la recuperación posterior (a un máximo de 3,253 millones en octubre de 1999) y retrocedió más marcadamente desde entonces (2,930 millones en octubre de 2001, según datos de lNDEC). También esto induce a pensar que los niveles de explotación de la fuerza de trabajo serían mayores a los que sugiere la confrontación entre empleo y producto. Pero la consideración de esta evolución del mercado de trabajo en su conjunto sugiere una conc.\usión aún más precisa. La convertibilidad parece haber impuesto una presión, en ese sentido de un aumento de los niveles de explotación del trabajo, que desnudó una profunda brecha de empleo preexistente (véase Monza 1996). Se trata de una discrepancia entre. las dinámicas de la acumulación y del crecimiento de la fuerza de trabajo disponible, originada (por el estancamiento del producto) y a la vez escondida (por el estancamiento de la productividad) durante la década y media previa. La convertibilidad parece haber desencadenado así un cambio radical en el mercado de trabajo en su conjunto.
Un segundo acercamiento a nuestra cuestión acerca de en qué me ... dida la gran burguesía pudo imponer un aumento de la tasa de ex-
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La hegemonía menemista
plotación del trabajo, que sustentara una mejor inserción del capitalismo argentino en el mercado mundial, puede realizarse construyen·· do directamente un indicador de esa tasa de explotación. Gigliani (1998) proporciona en este sentido una estimación de la evolución del costo laboral unitario (un proxy inverso de la tasa de plusvalor) durante la década.H 3 Y apenas una mirada alcanza para encontrar en esta evolución las huellas de la carrera del peso convenible. Mientras el salario real permanece prácticamente estancado durante la década (aunque con sus contracciones de rigor durante los períodos deflacionistas), el costo salarial y la productividad del trabajo tienden ambos a incrementarse sostenidamente. Esto significa, justamente, que la convertibilidad presionaba sobre la competitividad de los capitalistas (dado el estancamiento de los salarios, ese aumento de los costos salariales respondía a la presión que ejercía la convertibilidad sobre los precios de las mercancías sometidas a la competencia internacional) y los capitalistas enfrentaban esa presión aumentando los niveles de explotación del trabajo (sea extrayendo más plusvalor en términos relativos mediante el aumento de su productividad en los periodos de auge como, en su defecto, intentando extraer más plusvalor en terminas absolutos reduciendo salarios y estirando jornadas laborales en los períodos de recesión). 3"'"' Aquellos salarios resultaban pues, a la vez, demasiado bajos para los trabajadores, en términos de su poder adquisitivo, y demasiado altos para los capitalistas, en términos de sus costos salariales. La clave para la carrera del peso radica entonces en comparar las dinámicas de los costos salariales y la productívidad del trabajo. La evidencia muestra que los costos salariales aumentaron significativamente entre 1991 y 1994, aunque se redujeron
l-n Este costo laboral unitario es el cociente entre el costo sabrial por obrero y la producriv1dad por obrero, siendo el primero e1 salario medio industrial (el salario pagado por los capitalistas en la industria) deflactado por los precios mayoristas no agropecuarios (un proxy de los precios a los que venden sus mercancías esos capitalistas industriales), y la segunda, el valor físico de la producción industrial ajustado por la evolución ?e. lo: precios industriales por obrero ocupado, tal como es calculado por el INDEC (G1gham 1998). Ese costo laboral unitario podría tomarse entonces como la participación de los trabajadores industriales en el producto agregado de la industria y, por consiguiente, como un proxy inverso de la tasa de plusvalor (la metodología se aproxima a la expuesta en Shaikh y Tona k 1996, apéndice L)_ J·H La magnitud de esa presión sobre los precios de las mercancías sometidas a la competencia internacional puede estimarse considerando la evolución de los precios relativos internos entre transables y no-transables o la evolución de los precios transables en relación con el dólar. La relación precios industriales 1 precios de servicios llegó así a deteriorarse en más de un 40%, así como el tipo de cambio real del dólar deflacta·do por los precios mayoristas un 25%, ames de que se iniciara la crisis (véase Gigliani 1998).
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Capitulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemist~
con la crisis de 1995-96 para estancarse durante el resto de la década. La productividad, en cambio, aumentó de una manera mucho más sostenida, registrando retrocesos muy leves durante los picos de las recesiones (1995, 1999 y 2001). El crecimiento de la productividad registró así una dinámica mucho más sostenida e intensa que el incremento del costo salarial. Y el costo laboral unitario, nuestro proxy inverso de la tasa de plusvalor, descendió durante la década. Novick (2004) estimó asi para el conjunto de la década incrementos anuales promedio del costo salarial de un 1,8% y de la productividad del 4,5%, que redundaron en un descenso del costo laboral unitario anual promedio de un 2,6% anuaP.,5
La conclusión que se sigue de estos argumentos es que la implementación de la convertibilidad, no sólo desató una dinámica donde la inserción exitosa del capitalismo argentino en el mercado mundial exigía una presión constante hacia el incremento de la explotación del trabajo, sino que esta presión alcanzó resultados muy tangibles durante la década de los noventa. El peso convertible, en pocas palabras, corrió efectivamente detrás del dólar. Pero también sabemos que la convertibilidad acabó hundiéndose a fines de la década en medio de una crisis sin precedentes. El peso convertible corrió detrás del dólar pero, como Aquiles a su tortuga en la célebre paradoja del eleático, nunca logró alcanzarlo. En efecto, la posicíón del capitalismo argentino en el mercado mundial fue deteriorándose paulatinamente durante la década. A pesar de los aumentos de productividad y competitividad de ciertos sectores o empresas paniculares (los complejos aceitero y lácteo, la industria de los fertilizantes y de los tubos sin costura, entre ellos), la posición de conjunto del capitalismo argentino en el. mercado mundial resultó den1asiado precaria com.o para convalidar la convertibilidad, cmno se aprecia a la luz de ciertos indicadores de productividad y competitividad comparativa y, en definitiva, a la luz de la persistente tendencia hacia déficits comerciales y de pagos. -H6 Las importaciones aumentaron de manera más dinámica que las
Hs Nos concentramos, por razones de espacio, exclusivamente en la dinámica de la productividad y la competitividad en la industria. Sin embargo es preciso tener en cuenta que el agrobusiness, la integración del campo en el complejo agroindustrial, la incorporación de nuevas tecnologías ~agroquimicos, maquinaria, fitosanitarios, semillas transgénicas, etc.~, la concentración de la propiedad y el incremento de la composición orgánica del capital en la producción agrarias, en fin, repercutieron en un igualmente importante aumento de la productividad y la competitividad agrarias, a pesar del estancamiento de los precios internacionales que signa la segunda mitad de los noventa. 3~6 Consideremos, por ejemplo, las posiciones relativas de Argentina y Brasil. La mencionada tasa de aumento de la productividad del trabajo industrial debe1ía haber sido de un lO% anual para que la economía argentina mantuviera su competitividad vis a vis la
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La hegemonía menemista
exportaciones durante la década (145 y 114% respectivamente), en ambos casos por aumentos más que proporcionales de las cantidades en un contexto general de precios a la baja, y acaso se haya registrado cierta primari.zación de éstas últimas (las exportaciones industriales en su conJUnto retrocedieron del 68,9% en 1991 al 64,1% en 2001). Déficits y superávits comerciales permanecieron asociados, respectivamente, a periodos de auge (1992-94 y 1997-99) y de recesión (1995-96 y 2000-01). Déficits sistemáticos y crecientes en los flujos de servicios y de rentas hicieron, en cualquier caso, que la cuenta corriente del balance de pagos permaneciera en rojo durante toda la década. Y fue el ingreso de capitales el que compensó, salvo en los peores momentos de recesi.ón (en 1995 y 2000-0l), ese déficit corriente. La cuenta capital fue así sistemáticamente superavitaria hasta el derrumbe de la convertibilidad. En síntesis: se registró durante la década la dinámica característica de una economía con crecientes dificultades de inserción en el mercado mundiaL "El trayecto del héroe será infinito y éste correrá para siempre -escribió una vez ]. L. Borges-, pero su derrotero se extenuará antes de doce metros, y su eternidad no verá la terminación de doce segundos". El peso convertible había corrido, pues, aunque no lo suficiente.
brasileña durante la década (véase el Bolctin Informativo Tcchint 307 ames citado). El tipo de cambio sobrevaluado determinaba, por s~ parte, que a fines de la década los costos salariales promedio en la industria brasllena (incluyendo sueldo, aguinaldo, vacaciones, cargas sociales y premios), con el real a USD l ,9 resultante de la devaluación de 1999, fueran de USD 9.000 anuales cóntra USD 18.400 para la industria argentina (Página/12, 21111/99).
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Capítulo 6 La muerte de la bestia. Lucha de clases
y hegemonía menemista
En el capítulo anterior, aunque no sin recuperar muchos elementos avanzados en capítulos previos, analizamos la anatomía de esta bestia de la hegemonía menenTista. Pero toda anatomía organiza fortalezas y también deblhdades. Y la anatomía de esta bestia no es una excepción. En este capítulo debemos analizar la ansiada agonía de la hegemonía menemista durante el proceso de luchas sociales que se desenvuelve en las postrimerías de los noventa y su muerte en la insurrección de diciembre de 2001. Las repercusiones de estas jornadas de diciembre en el país, e incluso en el extranjero, fueron muy amplias -cada acto de rebeldla de los explotados y dominados, en cualquier rincón del planeta que sea su escenario, convoca a la esperanza- y ya son innumerables los inLenr.os de analizar sus características. Nosotros sostenemos que el proceso de ascenso de las luchas sociales que culminó en esta insurrección de diciembre debe analizarse vis-a-vis las características, que venimos analizando en los capítulos precedentes, de la hegemonía menemista que agonizó y murió en el seno de dicho proceso. Y sostenemos, asimismo, que el análisis de ese proceso de ascenso de las luchas sociales que culminó en la insurrección de diciembre ayuda, a su vez, a precisar y confirmar este análisis de la hegemonía menemisLa.
Puede plantearse una objeción ante esas afirmaciones: ¿suponemos enr.onces que las luchas sociales no son creativas, es decir, que son incapaces de desenvolverse mediante modalidades ajenas a las sancionadas por la explotación y la dominación capitalistas? El corolario político de semejante ausencia de creatividad sería trágico: sería impensable, entonces, que una revolución acabara con la explotación y la dominación ca-
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