El movimiento comenzado en 1910 fue sin duda uno de los procesos históricos que
fundamentan la mentalidad y la vida política de los mexicanos aún hoy a más de cien años
de haber iniciado y casi los mismos años de haber terminado. Los gobiernos que se
desplegaron a partir del proceso revolucionario dependieron directamente por lo menos
hasta 1994 del discurso creado en los últimos años de la Revolución en 1920, al creer en un
país de instituciones y no en uno que dependiera de un solo hombre carismático y que
poseyera el mayor poder político y militar que, para esos años era tan necesario como lo fue
todo el siglo XIX. Pero a pesar lo dicho, el movimiento revolucionario resultó en el cambio
de la guía política del país, aunque el ámbito político no fue lo único que fue diferente ya
que en la memoria de los mexicanos los hechos de la revolución se quedarán ahí por varias
décadas.1
Aunque existió durante el siglo XIX toda una serie de cuentos que fueron
representativos de la literatura nacional que se empezó a desarrollar en el caso mexicano al
hacer el Imperio de Maximiliano, con los fusilamientos de Querétaro y la llegada de una
aparente tranquilidad que se reforzó en el Porfiriato las letras mexicanas lograron tener un
despunte importante.2 En el caso del cuento sobre la revolución no existió un verdadero
antecedente,3 complementando esto Luis Leal sostiene que:
Faltándole los antecedente, el cuento de la revolución, como la revolución misma, tuvo que crear sus propias normas, forjando una nueva técnica, un nuevo lenguaje, un nuevo ritmo; su ambiente es nacional; sus héroes, los soldados revolucionarios; sus temas, los incidentes de la lucha armada. En su forma más primitiva, puede ser el relato de una simple anécdota o la descripción de un episodio cualquiera; en su forma más desarrollada, puede tratar de complicados problemas psicológicos o convertirse en sutil sátira social. En el estilo, encontramos toda gama, desde el recio, directo, sencillo, a veces incorrecto del revolucionario metido a cuentista, hasta el atildado, poético o impresionista de los mejores representante del género. Todos ellos, sin embargo reflejan la revolución tanto en el ambiente y el contenido como en el estilo y la estructura.4
1Javier Garciadiego, “La revolución” en Alberto Torres Rodríguez (coord.), Nueva historia mínima de México ilustrada, México, EL Colegio de México y la Secretaría de educación del Gobierno del Distrito Federal, 2008, pp. 460-465.2Jorge Ruedas de la Serna, (coord.), Historiografía de la literatura mexicana: ensayos y comentarios, México, UNAM-Facultad de Filosofía y Letras-Unidad de Posgrado, 1996, pp. 232-233. 3Luis Leal, “La revolución mexicana y el cuento” en Alfredo Pavón (comp.), Historia crítica del cuento mexicano del siglo XX, México, Universidad Veracruzana, 2013, p. 327.4 Ibidem, pp.328-329.
En esta literatura se ha privilegiado el cultivo, estudio, análisis o crítica en torno a la
novela y a los protagonistas que desde una posición privilegiada hacen un ejercicio del
poder, sean personajes reales o ficticios, militares, políticos o líderes de facciones o grupos,
con nombre y apellido e historia personal. Los cuentos por otra parte han sido creaciones
que tienen sus propias dinámicas y que se han desarrollado a la par de la vida política del
país y subordinada a l cercanía del acontecimiento; de tal manera que por ejemplo, mientras
que los primeros años se dedicaron a relatar los hechos que ocurrían en el campo de batalla.
No fue hasta 1928 que el cuento revolucionario tuvo su mayor auge hasta 1940.5 Para 1930
el cuento se consolidó en la literatura nacional aunque el verdadero despunte ocurrió en
1934 al aparecer doce Colecciones. Sin embargo en 1947 en cuento de temas
revolucionarios que dó casi desaparecido. 6
A nivel literario existen algunos elementos que consideramos fundamentales para
señalar las narraciones que debemos de tipificar como cuentos son varios. El primero, el
cuento debe ser breve y es esa brevedad la que le da un sentido muy específico. El segundo
la sencillez del lenguaje. El tercero, es común encontrar calcas de lo que dicen los corridos.
Cuarto, sin grandes personajes. Quinto, el uso de lenguaje constante onomatopéyico. Sexto,
poseen un ritmo especial que se refleja en el lenguaje que es el soporta el texto. De esta
manera los cuentos que ya implican el señalar a un autor, se convierten en una serie de
narraciones que poseen características muy específicas.
5 Leal, op. cit., p. 335. 6 Ibidem, p. 345.