ACLARACIONES PREVIAS
Esta revista surge de la necesidad de motivar y reconocer el trabajo de un grupo de alumnos
del PROGRAMA DE TERMINALIDAD SECUNDARIA, para adultos, del
INSTITUTO PROVINCIAL DE LA ADMINISTRACION PUBLICA (IPAP).
Dicho grupo ha trabajado con mucho esfuerzo para darle una orientación creativa a su
imaginación.
Hemos dedicado tiempo a la lectura y a la escritura y los textos que han surgido son la
prueba de la decisión de aprender y crecer en el manejo de las herramientas necesarias para
dominar el idioma.
Ha nacido entre nuestros noveles escritores una musa enérgica y vital que esperamos nos
conduzca por mucho tiempo.
Agradecemos a quienes nos han acompañado y han puesto la fe y confianza en nuestras
potencialidades.
Prof. Alejandra Abrahan
PREFACIO
El ser humano ha ideado miles de formas para expresarse y expresar las ideas y los
sentimientos. Siempre en búsqueda de la belleza ha ido creando nuevas posibilidades de
conocimiento. Entonces aparece el arte, y dentro de su ámbito encontramos la literatura. En
el juego de la invención de nuevos mundos nos deleitamos y el placer estético que
obtenemos nos alimenta el alma.
Se recrean materiales y experiencias de vida. El lenguaje construye un mundo que puede
ser vivido y revivido por el lector. Se reinventa mirando la cotidianeidad desde perspectivas
insospechadas. Muchas veces surgen mundos extraños donde la realidad se vuelve
metáfora. Relatos donde el sentido de la vida y ser en el mundo se ponen en juego.
A escribir se aprende. Lleva tiempo y esfuerzo. ¿Cómo? Leyendo. Leyendo y practicando
la escritura. Es un proceso que involucra el pensamiento, las ideas y las habilidades
mentales.
Entregarnos al juego de la palabra es como entrar en un laberinto, o como mirarnos en el
espejo, un universo diferente esperándonos, esperando que encontremos el pasaje correcto
o que nos atrevamos a pasar al otro lado.-
Prof. Alejandra Abrahan
EL RATON Y LA SERPIENTE (Clara Carnero)
Había un ratón que vivía en una granja, su vida era muy feliz, tenía muchos amigos, dormía y comía cuanto se le antojaba. Hasta que un día trajeron a la misma granja una gallina que con su cacareo lo despertaba todas las mañanas muy temprano; por eso la odiaba. Pero un día se encontró con su gran amigo el zorro y le dijo: “La gallina ha sido muy mala conmigo, no quiere darme de su maíz.”
“¡Ah! ¿Si? Nadie le hace eso a uno de mis amigos – le contestó el zorro y se fue rumbo al gallinero. Entonces se escuchó un alarmante griterío entre las aves del corral y a los pocos minutos volvió con la gallina degollada, y le dijo al ratón: “Ahora estás vengado, ratoncito.”
-Muchas gracias, zorrito. – Dijo el ratón con una mueca de satisfacción en su cara.- ¿Te importa si voy a mi cueva a comer un bocadillo?
-Adelante, amigo. – exclamó aquel.
Cuando el ratón quedó solo en su madriguera comenzó a burlarse del zorro y celebró su suerte. Estaba tan contento por lo sucedido que no se dio cuenta que una serpiente se acercaba silenciosamente entre los arbustos.
Al verla abrió enormemente los ojos, pero ella no le dio tiempo a pensar y de un solo bocado se lo tragó.-
Destino (Clara Carnero)
“La automovilista negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida
que a pesar del medio día parecía que en su tez se hubiera detenido un relámpago.
La automovilista vio en el camino a una muchacha que le hacía señas para que se parara.
Paró.”
La muchacha se acercó sonriente hacia el auto y le preguntó: “¿Me puedes acercar hasta la
ciudad? Tengo mucha prisa y mi auto se averió”. Aquella le sonrió y le hizo señas para que
subiera.
Hasta la próxima ciudad había por lo menos dos horas. Iba a ser un camino arduo.
La chica quiso charlar para pasar el tiempo y comenzó preguntándole de donde era y a
donde iba.
La mujer la miraba de reojo y le contestó que no tenía casa, que vivía en la ruta, y que las
noches se las pasaba buscando un poco de alivio para su alma. Se reía con una risa
temblorosa que a la chica le causó mala impresión. Y de repente al voltear a mirarla, la
joven le vio los ojos de fuego y se asustó tanto que empezó a gritar: “¡Pare! ¡Pare! Me
quiero bajar.” Desesperada golpeaba con todo su cuerpo la puerta, pero estaba trabada.
La mujer con toda naturalidad le hablaba: “Tranquila, no pongas tanta prisa, pronto llegarás
a tu destino. Ten un poco de paciencia.”
Entonces comenzó a aumentar la velocidad y no le importó encontrar una curva cerrada.
Así al girar impactó con fuerza en un árbol a la orilla del camino. El auto explotó y las
llamas se adueñaron de todo el auto.
La automovilista le dijo entonces a la muchacha: “Te dije que tuvieras paciencia, que
pronto llegarías a tu destino.” Lanzó una carcajada. Se bajó del auto en llamas y se alejó
lentamente.-
La decisión (Clara Carnero)
No dormí durante toda la noche pensando en la decisión que había tomado.
Cuando aparecieron las primeras luces no aguanté un minuto más en mi cuarto. Ya estaba decidida a cumplir con lo que había pensado.
Encontré a mi madre en la cocina tomando sus mates como todos los días. Se sorprendió al verme tan temprano sin saber que en realidad no había dormido en toda la noche. Me preguntó sonriendo si me había caído de la cama. Yo, la miré a los ojos despidiéndome, la abracé muy fuerte y besé sus manos. Le dije: “Gracias mamá por haberme dado la vida y por todo lo que hiciste por mi durante estos años”.
Salí de prisa. Un nudo en la garganta me ahogaba. Los sollozos se me querían escapar.
Caminé con paso firme hacia la casa abandonada. No era la primera vez que entraría. Allí estaba todo preparado. En la sala dejé lista la escalera y desde una viga del techo colgaba la cuerda.
Lentamente me trepé por ella. Tratando de no pensar llegué al último escalón. De pronto se vinieron a mi mente todos los recuerdos, todas las cosas vividas, mi familia, mis amigos, mi novio.
Mientras ponía la cuerda en mi cuello sentí la aspereza deslizándose en mi piel. Dudé un momento. Pero no. Aquello era lo mejor. Y entonces, salté al vació.-
La isla maldita (Clara Carnero)
Ya había oído varias historias, mitos, leyendas de un dragón, que se aparecía acabando con las vidas de las personas que llegaban a ese lugar, todos eran pesqueros o gente que se dedicaba a viajar por los mares en busca de aventuras.
Por suerte alguien pudo escapar, fue así que despertó mi curiosidad de querer saber si era verdad lo que estaba escuchando.
Decidí ir a ese lugar con un grupo de compañeros que salían a la mañana siguiente. Mi curiosidad pudo más que mi miedo, era a mediados de diciembre, salimos en busca de esa isla desconocida que se encontraba en medio del mar, al sur de la Argentina.
Todo cambiaba por completo durante la mañana, sentía una brisa muy fuerte, de pronto cesaba del todo, al llegar a la isla empezamos a caminar, habíamos hecho un trecho importante durante la noche. Me sentí cansada, inmóvil me detuve a descansar un rato, pude apreciar un bosque gris que cubría una gran parte de la superficie, una luna enorme que con su luz iluminaba toda la isla, a su vez una franja de arena amarilla dibujada sobre la tierra y con muchos árboles altos alrededor.
Todo era extraño. De pronto giraba ante mis ojos. Mis compañeros no estaban por ningún lado, estaba perdida, empecé a caminar, buscando por todos lados, vi unas colinas, me dirigí hacia ellas. Aun estaba muy oscuro, al llegar a ese lugar sentí ruidos, gritos, me detuve a escuchar, cuando de pronto lo vi. Era un dragón gigante, que lanzaba fuego por su
boca. Había sangre por todas partes. Destrozaba todo a su alrededor. Corrí y me escondí entre los árboles. De pronto el dragón desapareció. Mire por todas partes y el ya no estaba.
Me acerque de nuevo a las colinas, vi a mis compañeros, todos muertos, sus cuerpos desparramados. Los fui tocando uno a uno en la esperanza de encontrar a alguien con vida. Pero nada. Me puse tan mal que no sabia que hacer. Salí corriendo de las colinas. Temerosa de que apareciera de nuevo. Me perdí en un bosque. Sin saber como ni cuanto tiempo corrí y corrí dando con la otra parte de la isla. Muy cansada ya en la playa. A lo lejos vi el barco que nos trajo. Se acercaba a la isla. Solo el capitán estaba ahí que nunca había abandonado la nave. Le conté lo sucedido. Enseguida embarcamos a nuestro país.
Hoy después de muchos años aun conservo los recuerdos como si fueran presentes. Soy la única sobreviviente de aquella aventura trágica. Lo puedo contar. Fue en diciembre, y perdí ahí a todos mis amigos.-
Yo, el lobo (Pablo Robles)
Como siempre salí al bosque a repetir mi rutina y como era de esperarse mi compañera de
caza me había dejado solo. Pero no le hecho la culpa ya que desde hace un tiempo me da lo
mismo salir a cazar o quedarme en mi cueva. Sin embargo no esta vez, el tiempo pasa y no
puedo fallarle a ella y mucho menos fallarme a mí mismo. Esta vez voy a pensar que todo
me va a salir bien. Voy a cambiar. Voy a demostrar que puedo.
Entonces salí a cazar una noche bajo la luz de la luna. Encontré a mi presa que estaba
tomando agua del arroyo. Afilé mis garras, preparé mis colmillos y ataqué. Pero cuando salí
de entre medio de los arbustos dos lobos viejos se anticiparon y atacaron a mi víctima.
Sentí odio. Con tanta bronca salí de la oscuridad y les grité que era mía, mi presa, que
porqué se entrometieron. Los lobos se rieron y comenzaron a burlarse de mí. “No tenemos
la culpa de que seas tan lento”- murmuraron. Esto no quedará así- les dije. “¿Qué harás?
Luchar contra nosotros? ¡No seas estúpido! Te convertirás en nuestra presa.”- afirmaron.
“No me importa voy a demostrar que puedo vencerlos. Voy a enfrentarlos pase lo que pase,
yo también soy lobo y no permitiré que se burlen de mí.”- los exhorté. Y me lancé contra
ellos. Fue una pelea salvaje. Terminé mal herido. Temía no sobrevivir. La sangre corría por
mis fauces. Por un momento perdí el conocimiento. Pero al abrir los ojos vi a una hermosa
loba enfrente, era mi compañera. Estaba a mi lado, tratando de ayudarme. Mis
contrincantes habían quedado agonizantes a un costado. “¿Por qué lo hiciste?” – me
preguntó- “¿Por qué te enfrentaste a esos lobos? ¿Qué querías demostrar? ¡Casi te matan!
Eres un lobo terco.” “Quise volver a ser el lobo que conociste hace mucho tiempo. Aquel
que te salvó en el río, el que no permitió que la corriente te llevara. Pero todo este tiempo
estuve ciego, solo recordando el pasado. Recordando la manada a la que pertenecía cuando
quise ganar el mando al lobo Alfa, porque sentía que merecía ese lugar. Él logró derrotarme
y tuve que abandonarlos. No quiero volver a repetir la historia. Tengo miedo a fallar. Sé
que puedo salir adelante y dar lo mejor de mí.” Entonces ella me dijo: “Confío en ti lobo,
confía tu mismo también y juntos estaremos por siempre y construiremos nuestra propia
manada y viviremos unidos toda la vida.-
Una fantástica historia (Estela Alderetes)
Cuando jugaba en la pieza de mi hermana mayor, pasando frente a la ventana, me quedé intrigada al
ver algo que se movía.
Me asomé pero al querer salir me resbalé y caí en el jardín.
Cuando levanté la mirada encontré un duende de color violeta, con el cuerpo lleno de plumas
brillantes.
Nos miramos. De la impresión, dimos un grito al unísono. Corrimos alejándonos. Por un instante lo
perdí de vista.
Luego más calmada empecé a observar los alrededores.
No podía creer lo que veían mis ojos, anonadada con sus formas, colores, tamaños y brillo de flores
tan extrañas para mí.
Seguía mirando y volví a ver al duende a la distancia. Estaba entrando en un árbol gigante,
frondoso, que parecía su casa. Corrí hacia él intentando entrar. Pero no me dejaba. Estaba enojado
por el susto que le causé.
Después de un rato, refunfuñando accedió. Ya dentro más tranquilo me invitó un té.
Entonces entró otro duende, era anaranjado y ¡era su esposa!
Enojada le reclamó porque dejó entrar a la casa una criatura tan fea como yo.
Me dio tanto miedo que salí corriendo. Afuera me encontré con seres muy extraños; me hallaba
sorprendida por lo raros que eran, pero todo se veía maravilloso.
Una libélula me miró al pasar y exclamó: ¿Qué clase de criatura eres?
Soy humana – le dije.
¿Quieres dar un paseo? – me preguntó.
Sin pensarlo me subí en su lomo. El viento en mis mejillas, rozando las ramas de los árboles.
Después al ras del agua, de color fucsia, las flores carnosas, fosforescentes. Animales que jamás
hubiera imaginado.
Al caer la tarde, perdiéndose en el horizonte un esplendoroso sol.
Bajando de la libélula tropecé y sin querer toqué una flor, que se iluminó como brasa encendida.
No podía creer. Una utopía de imaginación infinita.
En eso apareció un hada reluciente, cegaba con su beldad. Nos miramos un largo rato. Ella me dijo:
“¿Criatura de dónde vienes?”.
No podía contestar la pregunta ya que ni yo misma lo sabía.
Dulcemente me invitó a su castillo. Fui escoltada por docenas de duendes de todos los colores,
luciérnagas iluminaban el camino.
Al entrar, una mesa enorme llena de manjares, jarras con néctar, los bejucos en las esquinas llenos
de flores.
Y el techo ¡Oh, el techo! Las luciérnagas formaban distintos lampadarios. Abundaba la alegría. Nos
sentamos a cenar.
Luego de tan abundante festín, sentía tanto regocijo, sin ninguna preocupación, todos danzaban, los
cantos eran celestiales, las luces de colores.
Me quedé dormida sin darme cuenta.
En un momento sentí que me tocaban el hombro, era como un murmullo familiar escuchado en la
distancia.
Desperté y al abrir los ojos, asombrada vi a mi madre acariciándome y diciéndome que me había
quedado dormida a los pies del abeto añoso.
No entendía. ¡Fue tan real! Pero tan real que encontré entre mis ropas una pluma violeta.‐
¿Por qué? (Estela Alderete)
¿Por qué? Yo pensaba que era dulce. Como una fruta madura y melosa, carnosa, jugosa, que empalaga de solo verla.
Pero no, fue tan grande mi desilusión. No era así.
No era una fruta de color vivo, sino pálida, su jugo acido y astringente. Quien lo diría. La desilusión lleno mi corazón y mi alma de amargura.
¿Por qué? No parecía tener tanta maldad, sin embargo su corazón era oscuro, sin calor.
¿Por qué? Su rostro aniñado, infantil, parecía una muñeca de porcelana.
¿Por qué? Yo la amaba.-
El río (Estela Alderetes)
Nervioso, ya se acercaba el festejo de su amada, se apresuraba tratando de que este todo
organizado para ella.
Sin darse cuenta rozó su mano sin saber con qué, al sacar algo de la pileta de la cocina.
Admirado y sorprendido empezó a mirar el río ardiente que salía de sus venas, pero solo le
preocupaba que fuera de ella, y sin darse cuenta el cansancio le fue ganando. Se sentó
lentamente mirando como fluía el líquido alejándose de él, llevándose todo lo que él
poseía.-
Los dragones de cristal (Mariano Benedek)
Un rey era un valiente cazador que ya había conseguido todo tipo de bestias, buscando nuevas bestias se dirigió hacia la montaña de los dragones. Tras unos días de búsqueda oyó el estruendo de las alas de un dragón. Era enorme con cuerpo de serpiente y alas de murciélago. Preparó rápidamente el arco, lanzó la flecha y lo mató.
Pero de repente apareció otro que lo atacó, mas pequeño, era la esposa del primero, pero también logró derribarla.
Entonces de una caverna vio salir las cabezas de cuatro dragones recién nacidos, tenían el tamaño de una lagartija.
El rey se arrepintió de lo que había hecho comprendiendo que eran una familia.
Para remediarlo los llevó a su palacio y los crió.
Era un rey tirano, amenazaba al pueblo para que lo adoraran. Cuando él salía sembraba el miedo en sus súbditos; por eso, un día la reina ordenó que los dragones fueran los guardianes del cristal de su castillo.
Desde entonces el rey dejó sus apariciones públicas y el pueblo perdió así el terror por los dragoncitos y se quedaron en el gran castillo del rey a cuidar el cristal de su reino.-
La danza de la muerte (María de los Ángeles Menéndez)
Dos príncipes se enfrentaron en una brutal batalla. El vencido fue puesto en cautiverio pero sabía que como lo prescriben las leyes del imperio le cortarían la cabeza. Sin embargo al tratarse de un príncipe lo instalaron en un palacio y lo trataban de acuerdo a su rango. Sirvientes, músicos y bailarinas lo rodeaban y su cautiverio parecía afortunado.
Pero él sabía que iba a morir y se sentía triste. Así pasó el tiempo hasta un día en que el rebelde condenado le hizo llegar un mensaje al vencedor, pidiéndole por piedad una muerte rápida.
Al día siguiente el príncipe vencedor invitó al vencido a su propio palacio.
La comida, la música y los bailes eran incomparables pero el cautivo mantenía su rostro desolado.
De repente gritó: “¿Cuándo me vas a matar?”
“Ya viene” – le contestó el vencedor y presentó al verdugo. Un enmascarado que sostenía en sus manos un sable entró en la gran sala y se puso a danzar. Se movía con fuerza y elegancia, su espada volaba por los aires con gracia, todos los invitados miraban fascinados, incluso el príncipe cautivo, cerca de quien el verdugo pasó rozándolo varias veces.
Saliendo de su sorpresa y asombro el prisionero rogó: ¿Cuánto dura esta danza? ¿Cuándo harás que me corten la cabeza?
Aquel sonriendo le contestó: “Tu cabeza ya está cortada. Inclínate hacia adelante y verás como cae”.-
La princesa de cristal (María de los Ángeles Menéndez)
Para todos, el tiempo pasa volando, no tiene freno y sigue su curso como un río caudaloso. Pero para Adelaida su concepto de tiempo es totalmente diferente.
Hace cientos de años en un remoto lugar existía un reino muy pequeño como la isla que dominaba.
Su rey era un hombre sabio de gran corazón que tenía una hermosa hija a quien cuidaba con adoración, todos en el reino eran inmensamente felices.
Pero esa felicidad se veía empañada por un maleficio.
El día que la princesa Adelaida nació, los dioses de la isla se vieron deslumbrados por su belleza y para evitar que la princesa algún día abandonara la isla, lanzaron un maleficio sobre esta.
“Si la niña que hoy ha nacido conquistando nuestros corazones abandona la isla será convertida en una estatua de cristal y pasaran mil años antes de que vuelva a ser humana” – recitaron los dioses al unísono.
Los primeros años de Adelaida fueron de gran tranquilidad para todos, hasta que al cumplir los dieciséis, la princesa comenzó a soñar con viajar a través del mar. Ir más allá del horizonte en busca de sus ideales.
Los sueños de Adelaida fueron perturbadores para el rey que no había olvidado el maleficio de los dioses.
En vano fueron los intentos por persuadir a la princesa de abandonar la isla.
En una noche de tormenta Adelaida se embarcó en busca de sus sueños, escapando de la isla en un pequeño bote.
El bote atravesó gallardamente el mar soportando las olas y los vientos que azotaban la pequeña embarcación con ánimos de hundirla.
Al amanecer encalló en las costas de nuevas tierras. Los aldeanos que lo descubrieron se acercaron curiosos quedando asombrados al encontrar solo la estatua de cristal de una hermosa joven cuya mirada seguía el horizonte.-
El amor del General (Norma Moreno)
Un atardecer de primavera salí al patio a fumar un cigarrillo cuando escuché su llamado:
¡Jerónimo! ¡Jerónimo!
Apagué el cigarrillo y entré a la habitación de prisa: “¿Qué pasa mi general?”
-Agua, quiero agua. Siento que se acerca el final.
Desde unos meses atrás la salud del general había empeorado. Corrí las cortinas para que
entrara un poco de luz. La amplia habitación tenía pocos muebles que se fueron iluminando
débilmente.
-Jerónimo, mi fiel confidente y amigo, en el ropero hay una pequeña caja de color azul.
Busqué la caja y se la entregué. Cuando la abrió quedé sin palabras. Ahí estaba aquel
pañuelo.
“Aurora” -dijo mientras apretaba el pañuelo- “¿Te acordás Jerónimo?”
Cómo no recordarla. En aquellos años el general era un gran abogado, recién llegado de
España a Buenos Aires, y yo apenas un soldado. Él desempeñaba muy bien su carrera
militar, pronto fue nombrado General.
Yo estuve a su mando y allí comenzó nuestra amistad. Él era un joven agradable con mucha
actividad social, siempre estaba rodeado de señoritas de su misma clase pero el no quería
compromisos con ninguna.Cierto día llegó una compañía de teatro a la ciudad, había una
gran emoción por ver la obra. Fuimos al estreno. Allí estaba ella en el escenario, alta, de
largos cabellos ondulados, rubia, de grandes ojos azules y una encantadora sonrisa. El
general estaba fascinado. Ni bien terminó la obra se abrió paso entre la gente para ir a
saludarla. Cuando la tuvo enfrente se inclinó, tomó su blanca y delgada mano y la besó.
“Me llamo Aurora” – dijo ella y le sonrió.
Fue un amor a primera vista. Se amaron profundamente y lo vivieron a pleno, más allá de
las críticas de la sociedad. Ella lo llamaba cariñosamente “mi general”.
La compañía de teatro a menudo recorría otras ciudades. Cada vez que se iba, él la despedía
y ella agitaba su pañuelo. Su felicidad era enorme cuando la veía regresar. Hasta aquel día.
En la despedida ella agitaba su pañuelo como siempre, sin embargo, de pronto gritó “¡Mi
general!” y le arrojó el pañuelo a sus manos. Él tomándolo lo apretó junto a su pecho.
Cerca del atardecer el general recibió la noticia de que la compañía había sufrido un
accidente. Entonces se puso como loco. Tomó su caballo y salió al galope. Yo detrás de él.
Cuando llegamos al lugar, Aurora todavía estaba con vida. Él la tomó en sus brazos, ella
abrió sus enormes ojos azules y suspiró “mi general”. Brilló en sus labios una leve sonrisa y
cerró los ojos para siempre.
Desde ese día el general no fue el mismo; se volvió un hombre triste, duro, distante, casi no
pronunciaba palabras.
Donde había una batalla él se presentaba como si no tuviera ya miedo a nada, como si ya
nada le importara.
La última batalla en la que participó se convirtió en un gran paso para la nación, un triunfo
que recordaría la historia.
Luego de esta batalla el general se retiró del ejército para refugiarse en una casa donde solo
pensaba esperar la muerte.
Aquella noche dormitaba cuando de pronto exclamó: “Aurora, Aurora…” Dio un suspiró
profundo y expiró.-
El viento y el árbol (Norma Moreno)
El árbol era pequeño y parecía uno más pero poco a poco creció y se hizo amigo del viento
que lo agitaba suavemente al soplar.
Pasaban juntos las mejores horas del día.
El viento muy juguetón soplaba a veces con tanta fuerza que el arbolito se doblaba; otras
veces tan despacio que apenas se dejaba sentir. Lo que más los divertía era la lluvia. Se
salpicaban con el agua y chapoteaban.
Con la llegada del invierno el árbol se quedó sin hojas y el viento casi no aparecía. Así
pasaron unos meses en los que no se encontraron.
En cambio, al volver el verano, el viento fue rápido en busca del árbol y grande fue su
sorpresa al ver que éste tomó vida, tenía ojos, boca, brazos y piernas.
El viento se asustó mucho y quiso alejarse, entonces el árbol gritó: “¡Amigo viento!
¿Jugamos?”
El viento lo miraba de lejos. El árbol comenzó a estirar sus brazos para alcanzarlo pero
aquel retrocedió bruscamente.
Por eso, el árbol comenzó a llorar y repetía: “Soy yo, tu amigo árbol”.
El viento ya no lo escuchó y corrió fuerte. Y por detrás su amigo.
Después de muchos años cuentan por ahí que se los ve aún corriendo de un lado a otro.-
UN GRITO EN LA OSCURIDAD (Prof. Alejandra Abrahan)
Puso un banco sobre la silla para alcanzar la viga en el techo. Tuvo que estirarse en puntas
de pie para poder colgar la cuerda. Le transpiraban las manos al enlazarla. Sin embargo, los
nudos le quedaron perfectos.
Bajó y se sentó en la cama. Agachó la cabeza recordando. Nervioso, se restregó las manos.
Aquellos ojos oscuros y profundos le sonreían aún. Aquella dulce voz, todavía sonaba en
sus oídos.
De un brinco se puso de pie, borrando todo pensamiento. Frotó sus manos en los bolsillos
traseros del jeans. Hacía calor. Se quitó las zapatillas. De niño le gustaba caminar descalzo,
gozaba sintiendo la tierra en sus plantas.
Volvió a subirse a la silla. Metió la cabeza por el ojo de la cuerda anudada. Era áspera y
rugosa. Le vino un escalofrío. Miró el techo de zinc tratando de encontrar algún agujerito
en la chapa que dejara al descubierto un resquicio del cielo, pero solo pudo ver las telas de
araña luciendo su poder sobre las alturas.
Cerró los ojos y toda su vida se volvió un grito sordo en la oscuridad. En un balanceo
absurdo, sus pies como péndulos, habían marcado el último suspiro.-
Este minicuento fue publicado en la Revista LAPICEA de la Asociación Cultural Amigos de Santa Amalia, en Badajoz, España, en la edición de Diciembre de 2010.‐
La muerte del amor (Prof. Alejandra Abrahan)
Bajaba rápidamente las escaleras,
mientras desparramados los pétalos en los escalones,
yacía una rosa.-
El filo del atardecer (José Albornoz)
Llegado el amanecer, con los primeros rayos del sol que iluminaban el cerco del bananal,
los peones, machetes filosos en mano, emprendían la tarea de todos los días. Cada
momento que pasaba los cosecheros le prestaban más atención al radiante sol, a excepción
de José, un compañero con experiencia y gratitud constante en el trabajo.
El mediodía se acercaba y él ya había sacado su tarea.
De repente intentó cruzar el alambrado de púas que apartaba el bananal de un bajo cubierto
de hierba y de una tenue sombra que daba un pequeño árbol. El hombre al tratar de bajar un
pie hacia el otro lado, resbaló y cayó dando trampolines, sin siquiera soltar el machete que
llevaba agarrado con su mano izquierda. Quedó tendido en el piso e inmóvil. Perdió el
conocimiento. Luego de un momento pudo abrir lentamente los ojos. Deslizó la mirada por
todo su cuerpo, se detuvo en el abdomen y un frío escalofriante le entró al cuerpo. Como
una fiebre el delirio se apoderó de él. Empezó a creer que la sombra del árbol era su manto
y que dormiría ahí esperando a su madre que vendría por él.
El atardecer cedía ante el anochecer cuando en la última lumbre, José vio el machete
atravesando el abdomen y creyó que aquel no era su cuerpo sino el cuerpo de un hombre
muy viejo perdido entre la maleza del campo.-
Un accidente inesperado (José Albornoz)
Después de unas largas vacaciones, en casa de unos parientes. En mi viaje de regreso a mi
pago reflexioné a cerca de aquel momento de aflicción y desesperación que tuve en una
época. Todo comenzó a principios de la primavera, andaba bien, en el trabajo, en los
estudios, en lo personal y familiar, hasta que un día en el mes de septiembre, empecé a
notar una serie de cambios en mi jornada habitual, como si a cada paso tropezara. Nunca
imaginé que tan dura sería la caída después de aquel accidente en la avenida. La tarde se
encontraba a pleno y yo entre idas y vueltas en mi motocicleta, me ofrecía a cooperar con la
organización de un evento inolvidable, el bautismo de mi primera ahijada. Llevando unos
adornos debía pasar con frecuencia por esa calle. La entrega concluyó y regresando me
detuve por un instante ante el semáforo. En un abrir y cerrar de ojos otra motocicleta se
atravesó frente a mi. El impacto fue inevitable, fuerte y rápido. Intenté poner los frenos y
no soltarme. Pero la fuerza del choque terminó despidiéndome por los aires. Caí dando
vueltas al costado de la avenida. Tendido allí, sin intentar moverme, abrí los ojos. Un golpe
en la cabeza hizo que la sangre me cayera por la cara y me cegara los ojos. No podía ver
nada ni distinguir mi propio cuerpo.
Aunque dolorido por aquellas heridas, me puse de pie, me limpie un poco el rostro y pude
ver que el culpable de aquel accidente se encontraba bien, solo con heridas leves como yo.
Una ambulancia llegó al rato y nos llevaron al hospital. Pero por no tener heridas de
gravedad nos mandaron a casa.
Estando ya en casa intenté comprender lo sucedido pero no encontré explicación.-
La tormenta (Ramona Rosales)
Una mujer llamada Leila se encontraba en su casa aterrorizada por la tormenta de aquella
noche. Cansada de los truenos y relámpagos que se reflejaban en las paredes decidió
recostarse. Se fue al sillón del comedor, se llenó de frazadas y almohadas y estuvo así hasta
que se durmió. Abriendo los ojos descubrió que ya no se encontraba en su casa sino en un
lugar poblado de animales de todo tipo. El lugar rodeado de cascadas de mucha altura.
Reyes y reinas veía pasar. Hasta dragones, de agua y de fuego. Uno de ellos la capturó y la
llevó al castillo porque allí era una intrusa. Iban a matarla como a todos los intrusos que
llegan. A punto de hacerlo Leila les hizo una broma a los dragones para distraerlos porque
había visto una puerta. Mientras los dragones no la vigilaban escapó, llegó a la puerta, la
abrió y se encontró de nuevo en su casa mientras que esta desapareció.-
La maestra (Ramona Rosales)
La señorita Bety enseñaba en quinto grado, el primer día de clases lo iniciaba diciendo a los
niños una mentira. Ella miraba a sus alumnos y les decía que a todos los quería por igual.
Pero eso no era verdad porque en la primera fila se sentaba un niño llamado José
Fernández. Había observado a José desde el año anterior y notó que él no jugaba muy bien
con los niños, su ropa estaba descuidada y constantemente se notaba que necesitaba un
baño.
Por todo eso, él comenzaba a parecerle desagradable. Había momentos en que la señorita
Bety disfrutaba marcando los trabajos de José con una cruz roja muy grande y un llamativo
cero en la parte de arriba de la hoja.
En esa escuela se acostumbraba a revisar los expedientes de cada niño, y la señorita Bety
dejó el de José para el final. Cuando lo examinó se llevó una gran sorpresa. La maestra de
primer grado había escrito: “José es un niño muy brillante. Realiza todos sus trabajos. Tiene
muy buenos modales y es muy cariñoso. Tiene una sonrisa única”.
La maestra de segundo grado subrayó: “José es un excelente estudiante, se lleva muy bien
con sus compañeros, pero está muy preocupado porque su madre tiene una enfermedad
incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil.”
La maestra de tercer grado anotó: “Murió la mamá de José. Ha sido muy duro para él. Trata
de hacer el esfuerzo por salir adelante. Pero su padre no le muestra mucho interés”
La maestra de cuarto grado puso lo siguiente: “José se encuentra atrasado con respecto a
sus compañeros. No muestra interés por las cosas de la escuela. No tiene amigos. En
ocasiones se queda dormido en clases.”
Ahora la señorita Bety conocía el problema y estaba apenada con ella misma. Se sintió peor
cuando sus alumnos le llevaron los regalos del día del maestro, envueltos en papeles
brillantes y preciosos moños, excepto el de José, su regalo estaba mal envuelto con un
papel amarillento que él había hecho con una bolsa de papel. A la señorita Bety le dio
miedo abrir ese regalo en medio de los otros presentes. Algunos niños se reían cuando lo
abrió y encontró un brazalete y un frasco con perfume con solo un cuarto de su contenido.
Ella detuvo las bromas de los alumnos mientras se probaba el brazalete y se colocaba un
poco de perfume en su muñeca.
Era el mejor regalo que le habían hecho en toda su vida profesional.
Ese día José se quedó hasta el final de la clase y le dijo:
-Señorita Bety, hoy usted huele como solía oler mi mamá.
Luego que el niño se fue ella lloró desconsoladamente por un largo rato.
Desde entonces la maestra dispuso menos tiempo para enseñarles contenidos académicos a
los niños y más tiempo para educarlos en valores para la vida. También puso más atención
en José que era quien la necesitaba en el grupo. A medida que ella lo apoyaba el niño
mejoraba en sus trabajos y respondía más rápido.
A fin de año el muchachito se había convertido en un alumno excelente.
A pesar de la mentira de la señorita Bety, de querer a todos los alumnos por igual, José se
había convertido en su favorito.-
Envidia (Ramona Rosales)
Una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga que voló rápidamente con miedo. Pero la depredadora no pensaba desistir, al tercer día ya sin fuerzas la luciérnaga se detuvo y le dijo: ¿puedo hacerte tres preguntas?
- sí – contestó ella. - ¿pertenezco a tu cadena alimenticia? - No. - ¿te hice algo malo? - No. - Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo? - Porque no soporto verte brillar.-
“Teo”, el perro de las burbujas (Ramona Rosales)
Él es un perro ovejero alemán, de un año y medio aproximadamente, vive en una casa
grande, pero su lugar de habitat es un garage que es chico para el tamaño del animal,
porque él necesita más espacio para moverse y correr.
Todos los días a la mañana, cuando la empleada de la casa, que se llama Rosa, sale a lavar
el garage, Teo, se pone como loco, se le eriza el pelo, los ojos se le ponen de un color azul
oscuro bien brilloso (eso le pasa cuando tiene miedo), por los nervios ladra mucho y llora,
da vueltas y quiere cortar la cadena con la que lo atan a un pilar.
Todo esto le pasa cuando Rosa hecha agua con detergente en el piso y se forman unas
burbujas grandes. A Teo lo ponen en un estado de locura. Intenta morderlas. Cree que las
burbujas se apoderaran de él, que van a entrar en su cuerpo, por la nariz, por los ojos, por
las orejas, y lo van a inflar como un globo gigante.
Recuerda lo que le pasó ese verano cuando era cachorrito. Apenas tenía seis meses y lo
dejaron en un lavadero encerrado. Allí había un balde con agua con jabón y el caño
goteaba. Goteo y goteo hasta que el agua rebalsó y empezaron a caer muchas burbujas
gigantes. Teo se asustó y empezó a morderlas, pero él no se daba cuenta que comenzó a
inflarse. Cuantas más burbujas mordía más se inflaba. Iba elevándose redondo como una
pelota de colores. Así se elevó hasta el techo. Entonces Rosa vio lo que sucedía y llamó al
veterinario, Rafael. Cuando llegó y vio lo que pasaba no sabía qué hacer porque jamás vio
un caso igual.
Para Rafael la solución era sacrificarlo porque estaba tan inflado que parecía que iba a
explotar.
Teo no daba más. Se encontraba contra el techo. Le faltaba el aire, ya no podía respirar. Fue
ahí que abrió su boca y le empezó a salir una espuma blanca, luego unas cuantas burbujas.
Pero en un momento él quiso ladrar y estalló una lluvia de burbujas. Poco a poco las fue
expulsando y desinflándose para volver a la normalidad.-
EL CORAZON DE CRISTAL (María Elena Hardoy)
Había una vez una casita en medio del bosque, rodeada de plantas con flores. Allí vivía una familia de campesinos con sus tres hijas. La más pequeña era tan bella y delicada que parecía hecha de cristal.
La gente del pueblo llegaba para verla y contemplar su belleza. Quedaban deslumbrados, no podían creer que tanta hermosura fuera posible.
Las demás niñas del pueblo pensaban que con solo rozarla se convertirían en niñas de cristal.
Una mañana la pequeña no se presentó a desayunar. Su madre fue a buscarla a la habitación pero al no encontrarla empezó a gritar y llorar amargamente. Desde ese instante, todos en el pueblo comenzaron a buscarla. Pusieron carteles por todas partes y preguntaban a todos si la habían visto.
Pasaban los días y la niña no aparecía, haciendo crecer la angustia de la familia.
Al cabo de unos días más, con un fuerte golpe llamaron a la puerta de la casita en el bosque. Una mujer llevaba la noticia que habían visto a la pequeña en la torre del castillo del Rey Sin Corazón.
Rápidamente la familia se reunió con la gente del pueblo para ir a rescatarla.
Una vez en el castillo se toparon en la entrada con el Rey Sin Corazón. Éste los interrogó: “¿Qué hacen aquí?”
“¡Queremos que nos devuelvas a mi hija!” – contestó el padre de la niña.
“Ella no saldrá hasta que termine la tarea que le he asignado.” – repuso el Rey Sin Corazón.
“¿Qué tarea? – preguntó la madre.
“Debe arreglar mi corazón de cristal que hace años se rompió. ¡Con el poder de su belleza lo hará!” – replicó molesto el rey.
“Queremos verla. ¡Déjanos pasar!” – vociferaba el padre.
La madre se arrojó a los pies del rey suplicando que los dejara verla. Este que en el fondo de su alma aún tenía un poco de piedad, y accedió: “Pasarán solo unos minutos.”
Subieron a la torre corriendo. Al verlos, la niña se emocionó tanto que comenzó a llorar. Y sus lágrimas eran gotas de cristal. De ese llanto se formó un corazón. Entonces los padres de la niña, admirados, lo tomaron entre sus manos y se lo ofrecieron al Rey Sin Corazón. Éste emocionado, lo tomó dulcemente entre sus manos y una lágrima se escapó de sus ojos. Desde entonces ya nunca más sería un Rey Sin Corazón.-
El joven de color azul (Claudio Rebolleda)
Fue un lunes por la tarde. Me bañaba cuando de repente el agua se volvió azul. Me asusté.
Toda mi piel poco a poco empezó a cambiar de color. Sentí mucho miedo. El color azul se
hacía cada vez más oscuro. No sabía si llamar a alguien para que me dijera que estaba
viendo visiones o que era verdad lo que me estaba sucediendo. Tomé coraje y salí del
baño. Grité para ver si había alguien en casa. Caminé hacia el comedor y para mi sorpresa
ahí, encontré a un extraño. Le pregunté qué hacía dentro de casa y él me respondió: “¡Te
vengo a buscar! Voy a llevarte a mi mundo. A donde vos perteneces, junto a nosotros, los
seres azules.”
Lentamente el tipo giró alrededor de la mesa y se acercó. Estiró la mano y me agarró de un
brazo. En ese momento salí corriendo. Gritaba desesperado cuando desperté en mi pieza
tirado al lado de la cama.
¡Qué dicha que solo fue un sueño!
El perro familiar (Fátima Mónica Herrera)
Tucumán arde en enero. Pero cuando llueve nos trae el alivio de tardes frescas y
agradables. Ese día, mis primos y yo rodeábamos al tío Juan. Él, un solteron, regordete, de
cachetes y nariz colorados que, según mi tía Elvira, era por tanto empinar el codo; yo en
verdad, nunca vi nada raro en sus brazos.
Nos contaba las mejores historias de miedo, mitos y cuentos fantásticos que podríamos
imaginar. En ese momento se refirió a la historia que escuchaba de pequeño de boca de su
abuelo: “Una noche fría y lluviosa, el silbido del viento entró como música tétrica por todas
las ventanas de los galpones donde se procesaba la caña de azúcar.
Se escuchó un grito, luego otro, ronco y carrasposo, entrecortado, ruidos extraños, el
arrastrar de cadenas.
Fuimos tres obreros a ver y lo único que se alcanzó a oír fue el cerrarse de una puerta
pesadísima de hierro, de un cuarto donde nadie entraba.
Algunos decían que una sola vez vieron esa puerta abierta y daba a una escalera que parecía
interminable. Otros decían que conducía hacia un cementerio cercano.
Se fueron agregando operarios a la búsqueda. Ya no de los ruidos sino de Segundo
Gutiérrez. Ni esa noche ni los días subsiguientes apareció. Pasaron tres meses y se repitió la
escena. Luego fue una vez por mes.
Esto hizo que se instalara el miedo en los alrededores del ingenio.
Vecinos decían que habían visto al “familiar” una encarnación del demonio representada
por un enorme y feroz perro negro y que otras veces tomaba distintas formas animales.
Rondaba por las noches la zona del ingenio con llamas en los ojos arrastrando grandes
cadenas. Él no ladraba pero los otros perros al verlo aullaban lastimeramente.
A esta altura del relato todos estábamos mudos y absortos en lo que el tío Juan decía. Elvira
parada en la puerta del comedor miraba la escena sin atreverse a interrumpir, creo que fue
la única vez que lo admiró.
En ese instante la llegada de mis primos de Buenos Aires hizo que la ronda se abriera
desordenada y alegremente hacia la entrada de la casa, olvidando el miedo, el suspenso y la
promesa de otra historia del tío.-
El perro pescado (Hugo Chaile)
Había una vez un perro llamado Juancho. Vivía en la calle y su casa era un techo en una esquina abandonada. Estaba flaco y pelado. Comía de lo que la gente le dejaba por piedad.
Un día llegó hasta el lugar una mujer desconocida, pequeña, un poco encorvada y caminaba apoyada en un bastón. Le dejó algo encima del cartón donde le ponían la comida.
Juancho inmediatamente se lo comió. Pasando unas horas, el animal empezó a sentirse mal. No podía sostenerse en pie. Estaba pesado, como si de repente hubiera aumentado muchos kilos.
Sin darse cuenta su cuerpo crecía más y más. Como pudo se acercó hasta el plato con agua y bebió unos sorbos. Increíblemente el agua hacia que siguiera aumentando el volumen de su cuerpo. Estaba redondo. Ya no caminaba, se arrastraba. Parecía un inmenso gusano.
El cielo se había oscurecido y comenzaron a caer las primeras gotitas de lo que sería una gran tormenta. Luego fue aumentando hasta convertirse en un chaparrón. Y el agua seguía llenando las calles y mojando la tierra seca.
El cuerpo de Juancho absorbía el agua de la lluvia como si fuera una esponja. Creció y creció tanto como globo, hasta que no pudo más y estalló.
Las partes de lo que un día fuera Juancho corrían con el temporal hacia el río. Pero en el instante de tocar las profundidades del lecho el montón que había quedado se transformó en un perro pescado. Y allí vivió feliz a partir de entonces.-
La casa de la esquina (Cecilia Bustos)
Josecito pasaba frente a la casa de la esquina todas las tardes, a la salida de la escuela, con
recelo. No cruzaba la calle, caminaba por la vereda y observaba a través de las altas rejas,
cubiertas por enredaderas, la silueta de la edificación abandonada.
En una tarde de invierno, la penumbra ya se cernía sobre el atardecer. Y recordaba las
viejas leyendas sobre la casa: que estaba embrujada, que un duende travieso asustaba a
quienes osaban asomarse, que había fantasmas revoloteando alrededor. No podía evitar el
miedo al pasar por la vereda desolada de la casa.
Sus compañeros alimentaban ese temor: “A Javier le apareció el duende y le pegó con la
mano de lana, que duele más que la de lata”; “La llorona asustó a Martín una vez que quiso
entrar por un costado”; “A Oscar lo corrió la viuda cuando se asomó por el portón de la
casa vieja”.
Así, una mezcla de miedo y curiosidad invadía al chico. Sus amigos insistían.
En efecto, llegó el momento inevitable. Una apuesta. Josecito entraría solo, una vez que
oscureciera, por el viejo portón, llegaría hasta la puerta de la edificación, y debería pegar la
vuelta. Eso no solo le valdría todo el respeto del quinto grado sino también una decena de
bolillas de cada uno de los compañeros que participaban del juego.
Si fracasaba en su intento de llegar a la puerta, él debería diez bolillas a cada uno.
De esta manera aquel viernes al anochecer, el grupo de cinco amigos lo acompañaron hasta
el portón de entrada. Solo uno faltaba, Ramiro, quien según avisó Martín, no podía salir
porque debía cuidar a su hermano.
“Igual deberá darme las bolillas” – indicó el muchacho.
Todos se agolparon en el portón mientras él sorteaba, trepando, las viejas y oxidadas rejas.
Una vez que estuvo del otro lado, sintió que el corazón se le aceleraba el triple. Caminó
despacio sobre las miles de hojas esparcidas por el caminito de cemento desordenado.
Quizás pasaron años desde la última vez que alguien pisara esas baldosas.
Caminando pensaba “si algo hace ruido será un gato o algún otro animal”.
Pero no vio nada raro. Al lado de la puerta había un viejo tambor de aceite y una pala
desarmada, apoyada al costado.
A medida que se acercaba a la puerta, caminaba más despacio. Cuando estuvo a unos
metros, miró hacia atrás. Apenas divisó la silueta de sus amigos. Tomando coraje, se acercó
a la vieja puerta. La consigna era darle un golpe y regresar.
Llegó a la parte superior. El corazón parecía salir de su pecho. Y antes que llegara a dar un
golpe pasó lo inesperado. Una oscura silueta, toda vestida de negro, surgió del tambor
dando un aullido aterrador.
El chico tomó la pala y le propinó un tremendo golpe al aparecido e inmediatamente salió
corriendo con desesperación.
Llegó al portón, lo trepó como si lo persiguieran diez mil diablos y corrió a su casa sin
siquiera advertir que sus compañeros reían desaforadamente.
Entró a su habitación sin que su madre lo escuchara y se durmió pesadamente. Lo
despertaron para la cena.
- Josecito, ¿te enteraste de lo que le pasó a tu amigo Ramiro? – preguntó su madre.
- No – repuso titubeante.
- Lo llevaron al hospital, nadie sabe cómo, regresó a su casa con un tremendo golpe
en la cabeza y una bata negra que le había sacado a su mamá. Le tuvieron que
realizar seis puntos.-
El duende que todo lo convertía en oro (Cecilia Bustos)
Una noche de verano, un campesino araba su cerco, siempre lo hacía a esas horas por el
calor. Estaba todo muy silencioso, ya había dado dos vueltas con su tractor cuando de
repente las ruedas delanteras se levantaron, como si cargara detrás algo muy pesado. Paró la
marcha, se dio vuelta pero allí no había nada. Entonces decidió seguir.
Cuando quiso hacerlo, ocurrió de nuevo. Se dio la vuelta inmediatamente y pudo verlo,
detrás de él un duende de aspecto terrorífico. Se asustó tanto que salió corriendo mientras el
otro lo seguía a toda velocidad. Cuando llegó a su casa el enano ya estaba en el patio. Pero
logró entrar y desde afuera aquel lo miraba.
Cuando amaneció ya se había ido. Entonces el hombre pensó en tenderle una trampa. Logró
construir una jaula que puso en el jardín y cuando el intruso apareció de nuevo, le cayó
encima. Éste, al verse encerrado se agarró de los barrotes y la jaula se volvió de oro puro. A
la sazón el campesino le acercaba cosas que el duende tocaba y se convertían en oro.
El pícaro viendo la avaricia del hombre, le propuso volverlo rico si lo liberaba.
No confiando en aquellas palabras, el ambicioso, hizo que el duende tocara todas sus
pertenencias antes de dejarlo en libertad.
Así lo hizo y, de esta forma el carcelero decidió sacarlo de la jaula pero le dijo: “Te sacaré
si me prometes no escaparte.” El duende aceptó la propuesta.
Al retirar el candado y abrirle las puertas, el mandinga se acercó a él y lo tocó.
Inmediatamente el hombre se convirtió en una estatua de oro macizo. El otro se burló:
“¡Qué ingenuo fuiste! Nunca confíes en la palabra de un duende tramposo como yo”.-
El fin (Viviana Puentes)
Fue un miércoles en el mes de enero. Caminaba a mi trabajo cuando me di cuenta que me
seguía un hombre en un auto negro. Tenía una mirada perversa y amenazante. Se mantenía
a pocos metros. Yo caminaba a paso ligero con temor, con una gran opresión en el pecho
que no me dejaba respirar.
Llegué a la parada del colectivo y me subí. Me senté y empecé a calmarme. Miré a mí
alrededor y no había pasajeros. ¡No había nadie en el colectivo! Solo el chofer y yo. De
repente se apagaron las luces. El conductor se dio vueltas y lo vi, era el mismo hombre del
auto negro, con su cicatriz grande en el cuello. El corazón me latía a mil. El miedo me
cortaba la respiración. En un arrebato quise saltar del colectivo pero no podía abrir las
puertas. Entonces él detuvo el vehículo y se levantó. Venía hacia mí. Me temblaban las
piernas. Perdía mis fuerzas. La voz se me paralizó. Quería gritar y no lo conseguía. Se iba
acercando más y más. Casi sentía su aliento en mi cara. En forma brusca me tomó del
cuello. Me apretaba muy fuerte. Me faltaba el aire.
Y de pronto todo se puso negro.-
La nube y el castillo de cristal (Viviana Puentes)
Érase una vez una princesa que vivía en un castillo de cristal que se encontraba en una nube gigante siempre gris.
La nube se hallaba cerca de un pueblo llamado Luna Nueva.
La princesa estaba triste porque no podía salir del castillo. Si lo hacía caería al precipicio. La reina siempre estaba con ella y no dejaba que se asomara más allá del jardín. Las plantas parecían flotar en el aire. Había una fuente con la estatua de un príncipe con su espada en alto.
Un día la reina enfermó. Entonces la princesa aprovechó para salir sola al jardín. La curiosidad la invadía, la llamaba. Caminó hasta el borde acercándose a la fuente. Lentamente llegó ahí, con temor. Apoyó sus manos en la fuente.
Descubrió que allí pasaba algo misterioso. Se podía ver hacia abajo. Veía personas. Se quedó largo rato observando. Le fascinó todo lo que vio. De pronto algo le llamó la atención sobre todo lo demás. Se quedó mirándolo con entusiasmo. Un joven de cabellos castaños, ojos azules y valiente mirada, decidido y fuerte. Practicaba la lucha con su espada.
Ella se quedó ahí mucho tiempo observando hasta que los sirvientes del palacio la llamaron a descansar.
Al otro día se levantó muy temprano y fue a la fuente nuevamente. Esta vez se atrevió a tocar el agua con sus manos y fue entonces que todo comenzó a girar a su alrededor. La envolvió un remolino furioso y negro. Quedó atrapada en él, cayó al suelo y golpeando su cabeza se desmayó.
Dos días después de esto, el muchacho que también era un príncipe, Ariel, la encontró dormida en los arbustos cerca del castillo, su rostro estaba blanco, pálido, parecía muerta. Al ver su belleza, el príncipe pronto se enamoró de ella y la cuidó hasta que ella despertó.
La princesa recordaba todo lo sucedido y sentía una profunda melancolía y tristeza al estar lejos de su madre.
También estaba enamorada del príncipe pero la atormentaba la ausencia de su madre. Entonces decidió contarle su verdadera historia y de dónde venía. El príncipe pensó que deliraba y no le hizo mucho caso a sus dichos.
Tiempo después la muchacha salió una noche del castillo a buscar el camino a su hogar. Corría descalza por el parque, temerosa de que los guardias la siguieran.
Así llegó a un sitio oscuro dentro del bosque donde de repente la cubrió un viento fuerte que luego se transformó en remolino. Cuando el torbellino pasó se dio cuenta que estaba en su propio hogar. Había vuelto al castillo en la nube.
Cuando el joven se dio cuenta de su ausencia empezó a buscarla desesperado por todos lados. Sin poder encontrarla. La princesa en su castillo lo extrañaba y lo miraba en la fuente todos los días. Se sentaba en el borde y lloraba llamándolo dulcemente.
Un día el príncipe pudo escuchar esa voz, pero no la veía, no sabía de donde provenía. Ella logró comprender que él había escuchado, y siguió llamándolo y él desesperándose.
Entonces las lágrimas de la princesa cayeron dentro de la fuente, tocando el agua, y en ese instante el cielo se despejó quedando solo la nube con el castillo. Entonces el príncipe pudo verlo. Desde la fuente descendió una escalera y por ahí bajó la princesa hasta donde él estaba.
Al verse nuevamente emocionados se abrazaron y desde ese día nunca más volvieron a separarse.-
Hospital de urgencias (Jeremías Nieva)
Juan se había recibido de médico poco tiempo antes. Se encontraba haciendo la guardia en un hospital muy conocido en la ciudad. Charlaba con sus compañeros a cerca de lo mal que económicamente se encuentran los médicos con sus bajos sueldos.
De pronto sonó la sirena de emergencia, llegaba una ambulancia, bajaron los doctores con un caso desesperante. Un joven motociclista que sufrió un accidente.
Juan acudió a ver lo que pasaba. Pensó primero en derivarlo a otros médicos más experimentados. Pero tomó coraje y decidió hacerlo él mismo. En un momento, el paciente que había llegado inconsciente, recuperó la conciencia y eso hizo que Juan se confiara. Sin darse cuenta que en realidad el muchacho estaba muy mal. Y de un momento a otro falleció por una hemorragia interna que Juan no había advertido.
A raíz de esto lo despidieron del trabajo. Sus compañeros le dieron la espalda, no lo querían cerca ni de amigo, ni vecino, ni nada.
Por todo esto Juan no pudo volver a trabajar y poco a poco fue enfermando hasta que un día murió de pena.-
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