Hace cuarenta años hice un largo viaje, atravesando la angua región donde los Alpes franceses penetran en la
Provenza. Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color. Tras caminar durante tres días, me
encontré en medio de una desolación absoluta. Me había quedado sin agua el día anterior; sobre aquella erra el
viento soplaba con una ferocidad insoportable…
A las cinco horas me pareció vislumbrar un pastor, treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la erra. Me
dio un sorbo de su calabaza-canmplora y me llevó a su hogar en un pliegue del llano. El hombre hablaba poco,
pero sen que estaba seguro de sí mismo, y confiaba en su seguridad.
Se sena una gran paz estando con ese hombre. Yo quería quedarme porque me interesaba y quería conocerle
mejor. Él llevó su rebaño a pastar, antes de parr, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua. Andando
relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Él dejo su rebaño a cargo del perro, y vino
hacia donde yo me encontraba. Iba en esa dirección y me invitó a ir con él.
Subimos a la cresta de la montaña. Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la erra, donde introducía una
bellota para cubrir después el agujero. Estaba plantando un roble. Plantó las bellotas con el máximo esmero.
Había estado plantando cien árboles al día durante tres años en aquel desierto. Había plantado unos cien mil.
Ese hombre era mayor de cincuenta años, su nombre era ElzeardBouffier, había tenido una granja en el llano, perdió a
su único hijo, y luego a su mujer. Se había rerado en soledad, y opinaba que la erra estaba muriendo por falta de
árboles. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió que si conservaba la vida, en treinta
años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gota de agua en el mar. Al día siguiente
nos separamos.
Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado cinco años. Al terminar la
guerra tenía un gran deseo de respirar aire fresco durante un empo, únicamente con este movo tomé de nuevo
la carretera hacia la “erra estéril”. El día anterior había empezado a recordar al pastor que plantaba árboles.
Había connuado plantando árboles, y los de 1.910 ofrecían un espectáculo impresionante.
Parecía que la naturaleza había efectuado una serie de cambios y reacciones. Cuando volvimos al pueblo, vimos
agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos. El viento también ayudó a esparcir las semillas,
al mismo empo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores… Los caza-
dores lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entromeó con el trabajo de Elzeard Bouffier.
En 1.933 recibió la visita del guardabosques...
El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía como mantenerse en silencio. Comparmos la comida entre
los tres y pasamos horas en contemplación silenciosa del paisaje…Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugeren-
cia breve sobre ciertas especies de árboles: “Bouffier sabe de ello más que yo”, tras caminar un poco añadió: “¡y
sabe mucho más que cualquier persona, pues a descubierto un forma maravillosa de ser feliz!”.
Vi a Elzeard Bouffier por úlma vez en junio de 1.945, tenía 87 años. Volví a recorrer el camino de la „erra
estéril‟, ahora un autobús unía el valle del Durance y la montaña. No reconocí la zona, hasta que vi el nombre del
pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región. El autobús me dejo en Vergons.
En 1.913 este pueblecito tenía tres habitantes, criaturas que se odiaban una a otra. Todos los alrededores estaban
llenos de orgas por los restos de las casas abandonadas, su condición era desesperanzadora. Todo había
cambiado, por entonces corría una brisa suave y perfumada, se había construido una fuente que manaba con
alegre murmullo y alguien había plantado un lo a su lado, ya en plena floración.
Las ruinas y las murallas ya no estaban, ahora había veincinco habitantes, cuatro de ellos eran jóvenes parejas.
Las nuevas casas estaban rodeadas por jardines de flores; todo esto hacia un pueblo ideal para vivir. Desde este
sio seguí a pie… el espíritu de Elzeard Bouffier permanecía allí. Solo fueron necesarios ocho años. Donde antes
había ruinas, ahora se encontraba granjas; los viejos riachuelos fluían de nuevo y los pueblecitos cercanos se
habían revitalizado.
Cuando reflexiono en aquel hombre, me convenzo de que a pesar de toda la humanidad es admirable y me invade
un respeto sin límites por aquel señor anciano, un ser que completó una tarea digna de Dios.(Elzeard Bouffier
murió pacíficamente en 1.947 en el hospital de Banon).
Jean Giono
Las ilustraciones de este libro han sido realizadas por los alumn@s del taller de enriquecimiento extracurricular para alumnos de altas capacidades :“He adoptado un arbol” (nivel 1º ESO), de Noviembre a Febrero del curso 2011-2012 en el IES Infante Don Juan Manuel de Murcia, a cargo de la profesora Mª José Cardona Cardona.
Alumn@s parcipantes:
Fernando Ortega LópezElEloy Balbino Mari BaustaMaría Sánchez NicolásPablo Marnez MestreMariano Ros MarnezPatricio Marnez LópezJosé Contreras CarrascoJavier García SerranoEEva María Machado PérezAlba García AgrazLuis Felipe Avilés VélezLara Marnez JacksonDavid Marnez Puerta
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