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LITURGIA
EL DON DE LA PREDICACION
El ministro del evangelio, que es un colaborador de Dios... De sus labios no saldrá ninguna
palabra liviana o trivial; pues, ¿no es él un embajador de Cristo, que lleva un mensaje
divino a las almas que perecen? Toda broma y chanza, toda ligereza y frivolidad, es
dolorosa para el discípulo que lleva la cruz de Cristo.
En la actualidad existe una profanación del evangelio algunos de los que se presentan en
el púlpito, avergüenzan a los mensajeros celestiales que se hallan en el auditorio. El
precioso evangelio, que ha costado tanto traer al mundo, es profanado. El lenguaje es
común y barato; hay actitudes y muecas grotescas. Algunos hablan en forma muy rápida;
otros tienen una enunciación pesada y confusa.
Una conversación de sabor celestial
Toda ligereza y trivialidad están positivamente prohibidas en la Palabra de Dios. Su
conversación debe ser de sabor celestial, sazonada con gracia.
El decoro en el púlpito sagrado
¿Qué puede hacer un pastor sin Jesús? Nada, por cierto. De manera que si es un hombre
frívolo, chistoso, no está preparado para desempeñar la tarea que el Señor le asignó.
"Separados de mí -dice Cristo-, nada podéis hacer". Las palabras impertinentes que salen
de sus labios, las anécdotas frívolas, las palabras habladas para producir risa, son todas
condenadas por la Palabra de Dios, y están totalmente fuera de lugar, en el púlpito
sagrado.
No se deben usar expresiones bajas
El predicador debe estar libre de toda perplejidad temporal innecesaria, para poder
entregarse por completo a su vocación sagrada. Debe dedicar mucho tiempo a la oración,
y disciplinarse según la voluntad de Dios, a fin de que su vida ponga de manifiesto los
frutos del dominio propio. Su lenguaje debe ser correcto; sin que salgan de sus labios
frases chabacanas, ni expresiones bajas.
Sermones sazonados con gracia
Los pastores o líderes que hagan uso de los chistes y las bromas en sus sermones, deben
ser sazonados con la gracia de Dios, hace bien tener una actitud cortes con el auditorio
pero no se debe abusar, ya que le quitara la centralidad del mensaje, que es presentar
a Cristo.
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Los pastores han de ser portavoces de Dios, y deben erradicar de su discurso, toda
expresión que sea vulgar o común. Sean cuidadosos, no sea que por intentar hacer reír
durante su discurso, deshonran a Dios.
Nuestro mensaje es solemne y sagrado, y debemos velar en oración. Las palabras
pronunciadas deben ser de tal carácter que por medio de ellas, Dios pueda hacer una
impresión sobre el corazón y la mente.
Tan pronto como el predicador se sale de la posición que un ministro debe ocupar siempre,
y desciende a la comicidad para provocar risa sobre su oponente, o cuando es sarcástico y
agudo y se mofa de él, hace lo que el Salvador del mundo no se atreve a hacer; porque se
coloca en terreno del enemigo.
Alimento puro, libre de paja
La predicación de la Palabra debe apelar al intelecto, e impartir conocimiento, pero debe
hacer todavía más. Las palabras del pastor deben alcanzar el corazón de los oyentes. El
objetivo de la predicación no es entretener. Algunos ministros han adoptado un estilo de
predicación que no ejerce la mejor influencia. Han llegado a adquirir el hábito de intercalar
anécdotas en sus discursos. La impresión así hecha sobre los oyentes, no es un sabor de
vida para vida.
La gente necesita alimento puro, completamente libre de paja. "Predica la Palabra" fue el
encargo que Pablo le dio a Timoteo, y ésta es también nuestra comisión.
El pastor que mezcla cuentos en sus discursos, está usando fuego extraño. Cuando los
representantes de Dios descienden a usar palabras vulgares y frívolas, Dios queda
ofendido, y la causa de la verdad queda deshonrada.
Las anécdotas irrespetuosas
Los predicadores no deben acostumbrarse a relatar anécdotas irrespetuosas en conexión
con sus sermones; porque esto resta fuerza a la verdad presentada. El relato de anécdotas
e incidentes que hacen reír, o provocan un pensamiento ligero en la mente de los oyentes,
hacen perder la atención del oyente. A la centralidad del mensaje. La verdad debe
revestirse de un lenguaje casto y digno; y las ilustraciones empleadas deben ser de igual
carácter.
Las ilustraciones cómicas
El ministro del evangelio no debe ser indiferente a su actitud. Si es representante de Cristo,
su comportamiento, su actitud y sus gestos deben ser de tal clase, que no dejen:
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impresiones de disgusto en el espectador. Los pastores deben poseer refinamiento. Deben
evitar todos los modales, actitudes y gestos incultos, y estimular en ellos mismos un porte
humilde y digno. Deben vestir de acuerdo a la dignidad de su posición. Su discurso debe
ser solemne y bien escogido, en todo respecto. Me fue mostrado, que es incorrecto hacer
uso de expresiones vulgares e irreverentes, relatar anécdotas para divertir, o presentar
ilustraciones cómicas para provocar carcajadas. El sarcasmo y jugar con las palabras de
un oponente, están completamente fuera de orden con Dios.
Relatos para divertir
Usted necesita examinar más detalladamente, los discursos que presenta a la gente. El
objetivo de su labor ministerial no es divertir. Tampoco es solamente transmitir
información, ni sólo convencer el intelecto. La predicación de la Palabra debe apelar al
intelecto e impartir conocimiento, pero abarca mucho más. El corazón del ministro
debe alcanzar los corazones de los oyentes. Algunos han adoptado un estilo de
predicación que no ejerce una influencia correcta. Han adquirido el hábito de vulgarizar sus
sermones mediante relatos de anécdotas. La impresión hecha así los oyentes no es un
sabor de vida para vida.
La gente necesita alimento puro, aventado completamente de todo lo que no sea
alimenticio. "Predica la Palabra", fue el encargo que Pablo dio a y ésta es Nuestra
comisión.
El púlpito no es para payaserías
Lo amonesto contra las payasadas en el púlpito, o delante de la gente. ¿No lleva a veces
esta actuación al sagrado púlpito? Usted agrada al mundo; atrae al mundo. ¿Es esto
evidencia de que tiene una profunda devoción espiritual, santificada para Dios mediante el
Espíritu?
El comportamiento
Los predicadores no están facultados para actuar en el púlpito como actores de teatro, al
asumir actitudes y hacer gestos meramente por el efecto que ellos causan. No son actores,
sino maestros de la verdad. Las gesticulaciones carentes de dignidad y exageradas no le
dan fuerza a la verdad que se presenta; por el contrario, desagradan a los hombres y
mujeres de juicio tranquilo y opiniones rectas.
Algunos ministros cometen el error de suponer que el éxito depende de atraer una gran
congregación por la ostentación externa, y de dar luego el mensaje de verdad de una
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manera teatral. Pero esto es emplear fuego común en vez del fuego sagrado encendido
por Dios mismo. El Señor no queda glorificado por esta manera de trabajar…
El uso del púlpito
Nunca se debiera usar el púlpito para conseguir fines. No coincide con la verdadera
dignidad del ministerio usar el púlpito para fustigar a los que discrepan con el pastor, para
oponerse a ellos o sermonearlos. Tampoco se lo debiera rebajar con chistes y bromas.
En el ministerio de la predicación debe realizarse una gran reforma antes que éste se
convierta en lo que Dios no desea. Cuando los ministros están en el púlpito no tienen
licencia para comportarse como actores teatrales, asumiendo actitudes y expresiones
calculadas para causar efecto.
Es peligroso adular a las personas o ensalzar la capacidad de un ministro de Cristo. En el
día de Dios, muchos serán pesados en la balanza y hallados faltos por causa del
ensalzamiento. Nunca adulen a las personas por causa de su capacidad; porque esto las
perjudica. El yo se ensalza fácilmente, y como consecuencia, las personas pierden el
equilibrio. Es peligroso ensalzar por palabras y acciones a los hermanos o hermanas, por
humildes que parezcan ser en su conducta. Si ellos poseen realmente el espíritu manso y
humilde que Dios estima tan altamente, ayudadles a retenerlo. Esto no se hará
censurándolos, ni dejando de apreciar debidamente su verdadero valor. Pero son pocos
los que pueden soportar sin perjuicio la alabanza.
Algunos ministros capaces que están ahora predicando la verdad presente, aman la
aprobación. El aplauso los estimula como el vaso de vino al bebedor. Colocad a estos
ministros frente a una congregación pequeña que no prometa excitación especial ni
provoque oposición definida, y perderán su interés y celo y parecerán tan lánguidos en la
obra como el bebedor cuando se ve privado de su dosis de bebida. Estos hombres no
llegarán a ser obreros verdaderos y prácticos hasta que hayan aprendido a trabajar sin la
excitación del aplauso.
Un gran predicador dijo esto: “No quiero el aplauso del mundo falaz; Prefiero en las
filas de Cristo servir…”
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