El Que Se Duerme
Lo Madrugan
Con Balas
Por :
Chavo Ghetta
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Cap 1
LA PRIMERA MALA NOTICIA
Caminaba por un barrio muy ardiente llamado La
Quinta. Era de noche cuando escuchó un disparo. La bala
dio frente a sus pies y rebotó. La resonancia de una lata
de un vehículo viejo que estaba a su izquierda recibió el
impacto. Echó una ojeada hacia ambos lados y no vio de
donde salió la bala. Con mucha precaución, fue al vehí-
culo, sacó su encendedor y lo encendió. Pasó su mano
por el hueco de la lata y suspiró. Volvió a echar un
vistazo para ambos lados.
Luis Betancourt era un hombre bajito con pelo
negro peinado hacia atrás. Su piel trigueña y sus ojos
color verde los cuales le daban el toque específico al
hombre de cuarentaicinco años. Su cuerpo era muy
fibroso y se lo cubría con una camisa marca polo negra.
Ésta le hacía juego a su pantalón crema junto con sus
zapatos negros. Escuchó un pequeño ruido detrás de una
de las casas viejas que estaba adornada con la pobreza
que se vivía en el bario. Sacó rápido sus dos re-
vólveres 38 de su cintura.
−¿Quién anda ahí? −preguntó ansioso.
Una voz gruesa, irreconocible, dijo:
−No te atrevas a moverte, ni siquiera lo intentes,
payaso.
Por primera vez, Luis se sentía intimidado. Había
considerado por un momento salir corriendo… Miró ha-
cia el piso y apretó sus revólveres 38 fuertes en sus ma-
nos. Detrás de la casa vieja, ve que salen cuatro hombres
con armas largas en sus manos, apuntándole. Cada uno
tenía la mitad de sus rostros cubierto, con pañuelo a estilo
bandolero.
−No vengo en busca de conflictos. −les dejó claro
a los sujetos.
Puso sus revólveres calibre 38 encima del bonete
del vehículo para que los gatilleros se dieran cuenta que
sus palabras eran leales. De relámpago le viene un pensa-
miento muy viejo de su padre: −Si algún día te encuen-
tras acorralado, no dudes en abrir fuego primero. Prefie-
ro escuchar que mi hijo murió como un guerrero y no co-
mo un cobarde.
Pero Luis sabía que ya no podía hacer nada. Si pre-
tendía coger los revólveres, lo acribillaban a balazos.
−¿Qué está pasando aquí? –les preguntó. −¿Aca-
so ambicionan mi dinero?
Uno de los hombres, llamado Eric, el cual tenía un pro-
blema en el hablar se ríe y le diserta:
−Por las fa-fa-fachadas que llevas, no creo que te-
te-tengas mucho di-di-dinero encima para da-da-darnos.
−Entonces, ¿qué quieren?
−Pe-Pe-Pero ya que mencionaste di-di-dinero, deja
ver cuánto tienes en-en-encima y ponlo al la-la-lado de
los revólveres. Que no se te o-o-ocurra intentar coger los
mohosos 3-3-38.
Luis metió su mano derecha en su bolsillo derecho y sacó
el dinero, poniéndolo en el bonete. Los hombres se mira-
ron unos a otros.
−¿Cuuuuuánto dinero hay ahí? −preguntó Eric.
−Cinco mil.
−Así que las apariencias engañan. –dijo uno de los
hombres. Luego le pregunto a Eric. −¿Qué hacemos, le
damos plomo?
Eric ignoró la pregunta de su hombre, caminó hacia Luis
y le dijo:
−Ti-Ti-enes suerte de que esssta gente esté
conmigo hoy, o si no, fuuuuueras hombre mu-mu-
muerto.
−Si no deseas mi dinero, entonces, ¿qué quieres y
por qué dispararon?
−Tu caaaara nunca la he-he-hemos visto por aquí,
peeero se puede ver por enciiiiima que eres una
persooona serena. Así que recoge tu diiiiinero y lárgate
por donde mi-mi-mismo venías. Ah, yyyyyy un
consejito. No se te ocu-cu-rra volver a subir para acá.
¿Esta-ta-tamos?”
−No, no estamos. −le respondió con autoridad.
Eric se molestó y lo agarro por el cuello preguntándole:
−¿Có-Cóooomo fue que dijiste?
Luis, casi sin poder hablar, le pronuncia el nombre de su
amigo Jacobo Román. Eric inmediatamente lo suelta.
Luis cae al piso tosiendo y después de varios segundos,
estaba de pie con su mano en su garganta.
−¡Jaaaaacobo Román!
Mientras que Luis seguía tosiendo por el fuerte apretón
de su cuello, afirmó con su cabeza y luego dijo:
−Soy un viejo amigo de Jacobo Román.
Los tres hombres que le cubrían la espalda a Eric se
miraron asombrados. Eric comenzó a interrogarlo para
ver si estaba mintiéndole:
−¿De dóoooonde lo-lo-lo conoces?
−¡Estuvimos presos juntos en Bayamón!
−Biiiiiien. ¡¿Me ima-ma-ma-gino que ese di-
diiiiinero es para commmmprar droga?! −dijo Eric
riéndose y dándole un pequeño cantazo en el hombro.
−¡Pues te estás imaginando mal! Ese dinero es una
deuda pendiente que tengo con el hombre y me parece
que ya me has quitado mucho de mi tiempo.
−¿Saaaaabes dónde vive? −le preguntó, ya que se
había convencido que Luis estaba claro en lo que decía.
−No tengo idea, pero me parece que tiene que ser
en una de las casas más grandes que pueda haber en este
barrio.
Luis saca un cigarrillo y lo enciende y Eric vuelve a
hacerle otra pregunta:
−¿Cu-Cu-Cu-Cuándo saliste?
−Hace varias semanas, −botando una nube de
humo por su boca continúa −había quedado con Jacobo
que cuando saliera, le iba a pagar hasta el último centavo.
Ahora, si me permiten, voy a coger mis pistolas y el
dinero.
Eric lo mira con una mirada penetrante. Había descu-
bierto que Luis no era de esos malandros que andaba en
Mayagüez.
− ¿Me puedes decir dónde queda la casa?
−Se-Se-Seguro. Nosoootros vamos para aaallá.
Los cuatro hombres se montaron en un Oldsmobile de
cuatro puertas. Betancourt se montó sin pensarlo mucho.
Cinco minutos después, llegaron a una inmensa
mansión, toda iluminada. Parecía un castillo de lo grande
que era. La rodeaba una muralla grande, la cual la
acompañaba un patio grandioso con su yerba verdecita,
muy recortada al terreno bañado de árboles hermosos y
frondosos. Por sus terrenos se paseaban varios hombres
armados, todos con armas largas.
Estando adentro, frente a la mansión, los hombres
se bajaron y Eric le dijo:
−Esssspera aquí.
Fue y entró a la mansión… Dos minutos después venía
un hombre con mirada de asesino, alto, gordo y calvo de
piel blanca llamado Casper. Lucía una gorra blanca de
los yanquis de Nueva York y un set de sudadera rojo con
líneas blanca.
−Me informaron que usted busca a Jacobo Román
y que tiene que saldar una cuenta.
−Eso es correcto. Dígale que Luis Betancourt
cumple sus promesas, que le tengo su dinero.
−Lo siento mucho, pero sus órdenes no las puedo
ejecutar.
−Usted no sabe quién soy. –dijo abriendo la puerta
del carro. –A continuación se desmonta. −Así que no
vacile conmigo y vaya y dígale eso.
Casper cayó en cuenta de que Luis estaba un poco
perdido de lo acontecido. Le echó el brazo y caminaron
unos pasos alrededor del carro y le dijo un poco molesto:
−Mire caballero, si no lo sabe ahora se podrá
enterar. Jacobo Román está preso en los Estados Unidos
en una cárcel federal.
Luis no podía creerlo. Jacobo le había comentado
en la cárcel que él tenía al gobierno comprado y que todo
estaba bajo control. Esta había sido la primera mala
noticia que había recibido desde que había salido a la
calle. Se quedó mudo por varios segundos.
−¿Preso?
−Así mismo, en la cárcel.
−¿Desde cuándo?
−Hace como dos meses.
Luis movió su cabeza para ambos lados y volvió a
preguntar:
−Eso tuvo que ser que lo chotearon, ¿Quién lo
choteó, quien es el ratón?
Casper podía ver el frustramiento de Luis en sus ojos y le
respondió:
−Ahí es que está la cosa. No sabemos quién es la
rata. Lo único que puedo hacer por ti es contarte como
pasó todo. A lo mejor puedas averiguar algo y si lo logras
te ruego que me lo hagas saber. Ese día esperábamos un
cargamento bien grande, mitad coca y mitad perico. Diría
yo, dos cargamentos más como esos y nos retirábamos.
Esos eran nuestros planes, salirnos del juego con el banco
virado, pero resultó que los malditos federales, hacían
tres años, que lo tenían en el horno. Ese día se iba a
recoger el cargamento en el Maní, un sector aquí mismo
en Mayagüez. No hizo el embarque pisar tierra cuando
salieron todos esos dráculas del monte. Parecían zombis.
Te lo juro por mi madre encima del pobre hombre, yo
tuve suerte que pude escapar.
−¿Y qué ha dicho el abogado?
−Que ese caso no tiene solución. Que lo único que
puede hacer por él es que lo trasladen para una cárcel
aquí en Puerto Rico. Además, con ese cargamento que le
cogieron, más lo estaban velando por tres años y además
también le explotaron seis asesinatos, y por bruto, el
último negocio del fue con un encubierto. ¡Tú sabes de
cuántos años estamos hablando!
−¡Malditos puercos! −dijo dando un palmetazo en
la capota del carro. −¡Ratas inmundas! Y, ¿quién está
corriendo el kiosco?
−Su esposa.
−¿Jacobo tenía problemas personales con algún
capo de la zona?
Casper sacudió su cabeza negando la pregunta y le dice:
−Pero tú debes saber que cuando un hombre lo
tiene todo, siempre va a existir ese enemigo oculto.
Luis Betancourt lo mira fijamente a sus ojos con las in-
tenciones de comentar algo, pero guarda silencio. Casper
suelta una pequeña risa que se la lleva la noche sin dejar
huellas. Después de esa risa fría, comenta:
−Lamento darle esta mala noticia que en su cara
refleja que no es de su agrado.
−¿Quién es usted?
−Soy la mano derecha de Jacobo y me dicen
Casper.
−Mira Casper. ¿Me podrías hacer el favor y decir-
le a la esposa que necesito hablar con ella ahora.
Casper lo mira y se toma varios segundos para contestar:
−Creo que tampoco podré servirte lo que pides.
Desde que su esposo está preso, a su esposa Vanessa
Martínez, nadie la soporta. Está hecha una ogra. De
milagro no ha sacado la escopeta por la ventana para
zumbarte dos tiros. Veré que puedo hacer por usted,
hablaré con ella. Espera aquí.
Casper se dirige hacia adentro de la mansión y
pocos minutos después, abre la puerta. Con su mano ha-
ce señas y cuando Luis le pasa por el lado, Casper lo mira
seriamente y sin tener remedio lo conduce hacia el
despacho de Vanessa.
Vanessa estaba sentada en la butaca de cuero de su
marido. Lucía como toda una reina. La mujer se quedó
observando de arriba hacia abajo a Luis y le dijo con una
voz muy femenina:
−Puedes tomar asiento. ¿Deseas alguna bebida en
especial o un tabaco?
−A la verdad que su esposo no se ha equivocado
de la belleza extraordinaria que posee, y sí quiero un tra-
go de lo que sea.
Pero antes que ella se parara a servirle el trago, Luis
estrechó su brazo y ella recibió el saludo devolviéndole
su tierna mano.
−Mi nombre es Luis, Luis Betancourt.
−Vanessa Martínez. −dijo con una sonrisa provo-
cativa en su rostro. Soltó la mano de Luis y fue al arma-
rio a servirle el trago.
Luis había quedado absolutamente impresionado
por el cuerpo tan fenomenal que tenía Vanessa Martínez.
Ella era de tez blanca y medía algunos cinco ocho. Sus
ojos eran grandes de color verde. Tenía una inmensa
cabellera negra como el azabache. El mismo le cubría su
hermosa espalda. Lucía un collar de perlas blanca en su
delicado cuello, su mano izquierda poseía la sortija de
su collar, su traje color vino era muy pegado al cuerpo y
la hacía lucir como toda una princesa. Pero lo más que le
había impactado a Luis era su trasero, sus nalgas, sus pon
pin y como se brotaban en ese vestido. Era algo sobre
natural.
Vanessa fue y le dio el trago a Luis en las manos.
Volvió a tomar asiento en su silla de cuero y le dijo:
−Ahora bien, ¿a qué se debe tu visita?
−Señora Vanessa Martínez, lamento lo de su
esposo.
−Gracias. –respondió con una sonrisa media se-
ductora.
−Me he tomado la molestia de venir hasta aquí hoy
por la simple razón de que soy un hombre de palabra.
−Luis se levanta del asiento y saca el dinero de su
bolsillo y lo pone en el escritorio. A continuación se da
un sorbo de su trago diciendo: −Este dinero se lo debo a
su esposo. Hay cinco mil dólares, ni más ni menos.
Vanessa prende un cigarrillo Newport y se lo pasa
a Luis. Luis observa el cigarrillo, el cual tiene en el filtro
la marca de sus labios pulposos, el mismo cargaba un
rojo sangriento.
−Supongo que Casper le habrá informado que el
arresto de mi marido me tiene echa una ogra. ¿O me
equivoco?
−No se equivoca, −responde devolviéndole aquella
sonrisa agradable que ella le había dado hace varios
minutos atrás. −pero sí la entiendo. Tiene todo el derecho
de sentirse de esa manera.
−Me alegra saber que usted es un hombre de
palabra, que no hiciste como algunos están haciendo.
−¿Cómo así? ¿Acaso le deben dinero a Jacobo?
−preguntó enroscando sus cejas.
Vanessa afirma con su cabeza y Luis responde:
−Y, ¿qué pasa con los hombres que tienes alrede-
dor de la casa? ¿Por qué no los pones a cobrar esas deu-
das?
−No, no puedo hacer eso con mi gente. Además,
también son órdenes de Jacobo.
−¿Por qué? Si ellos están acostumbrados a ese tipo
de trabajo.
−Yo sé Luis, pero en estos momentos no son útiles
para esos trabajos. Así que te pido con mucho respeto
que no insistas.
−Ok, entiendo. Razones tendrás. En ese caso,
entonces vas a tener que contratar a un gatillero a sueldo
que se encargue de esas deudas. Es la única solución que
le veo a este problema.
−¿Y será que usted se puede encargar del trabajo?
−Seguro que sí. −sonríe y bebe de su trago
nuevamente. −Sería un placer para mí ya que su esposo
se portó muy bien conmigo en la cárcel. Haré todo lo
que usted me pida. Siempre y cuando usted me tenga
contento. Y otra cosa muy importante, que esta conversa-
ción quede entre nosotros.
−Así será, entre usted y yo. –dijo pasándose la
lengua por sus pulposos labios
− ¿Y usted tiene los nombres de esas personas?
−Sí, precisamente hacía un rato antes que usted
llegara, estaba verificando esta libreta. Tenga, verifíquela
usted mismo.
Luis toma la libreta y después de varios minutos de
haberse quedado callado y de haber verificado la libreta,
comenta:
−Hay varias personas conocidas que me extraña
que le deban dinero a su esposo. Por ejemplo, el Indio
Fresh. Este viejo es muy recto con sus negocios, pero si
fuera así, lo puedes dar por muerto. Quiero que esto
quede claro. No soy un gatillero de abuso. Cuando mato
a una persona, me encanta que sea por una causa
merecida. Así, cuando llegue la hora de pegar mis ojos,
pueda dormir tranquilo, sin ningún remordimiento.
−¿Y cuánto sale cada muñeco? –preguntó después
que el humo salió de su boca.
−Diez mil grandes por cabeza. Con la garantía de
que usted nunca se verá envuelta en esas muertes. Yo
hago mis trabajos muy bien, Vanessa.
−No le digo que confío en usted, a pesar de que se
tomó la molestia en pagarle a mi marido la deuda que
tenía pendiente. Y una cosa que me enseñó Jacobo fue
que la confianza se gana con el tiempo y apenas lo acabo
de conocer. Me podrás entender.
−Seguro, Vanessa. −Pausó y le dio el último jalón
al cigarrillo, luego llevo su mano hacia un cenicero que
estaba a su izquierda y lo apagó. −Las palabras de su
esposo son muy ciertas. Como también es cierto que la
rata que metió preso a Jacobo, el tiempo se encargará de
quitarle la máscara y entregármela en mis manos. Le
aseguro que yo lo sepultaré siete pies bajo tierra.
Vanessa, al escuchar esas palabras, se puso pálida. Luis
se dio cuenta y le pregunto:
−¿Te pasa algo, Vanessa?
Vanessa, tartamudeando dijo:
−Eeeeh, no. No te preocupes, estoy bien. Quisiera
saber cómo usted conoció a mi marido.
−Ya se lo dije, en la cárcel.
−Sí, ¿pero cómo fue y por qué tanta gratitud?
−Vanessa, hay cosas en la vida que uno nunca
debe saber.
¿Por qué?
−Porque te puedes ahogar en un vaso de agua, pero
para que se quede tranquila, le contaré alguito. Hace diez
años atrás, había ingresado en la penitencia de Bayamón.
Un grupo de sicarios con su líder intentaron matarme y
su esposo fue el único que tiró su cuero por mí. Así que,
decidimos pelear como hombres y como hombres de
honor, murieron los guerreros junto con su líder.
−Sabes Luis, para esa misma fecha mi padre cum-
plía una cadena perpetua en Bayamón.
−¿Cómo se llama tu padre?
−Willo Martínez y lo mataron en Bayamón a puña-
ladas.
El rostro de Vanessa se desfiguró por completo y por sus
mejillas corrían lágrimas de tristeza, las cuales cargaban
un olor a venganza.
−Si esto te puede servir de ayuda, tu padre era un
buen hombre, pero en la vida siempre se paga un precio.
Un precio del que no podemos escaparnos.
−Perdóname. −dijo Vanessa secándose sus lá-
grimas con un pañuelo blanco. −Más bien, cambiemos el
tema. −Luego cogió la libreta que estaba encima del
escritorio y aseguró. −Éstos dos son los primeros que
quiero, Félix y Omar. Tómate el tiempo necesario, pero
los quiero bien muertos…
−¿Hay alguna pista que pueda ayudarme?.
−Sí, Félix todas las mañanas, a eso de las siete y
media, llega a la plaza de Colón, aquí mismo en Ma-
yagüez. Siempre se estaciona frente a la iglesia La Cate-
dral. Va y reza unos veinte minutos y luego sigue hacia la
plaza a jugar un rato largo unas par de manos de dómi-
nos. Pero, ojo, a eso de las ocho y media llegan y se pa-
sean por toda la plaza, sus guarda espaldas. Así que tie-
nes que tener mucho cuidado
−¿Y el otro hombre?
−Con él estoy segura que vamos a tener problemas
grandísimos si se entera de la muerte de Félix.
−¿Por qué?
−Mira, este sujeto, Omar, es una serpiente astuta,
retirada del juego. Si dejas que eso suceda, Omar se me
va a venir encima y esta vez no va a haber palabra que
valga. Se formará una masacre grandísima y las víctimas
seremos nosotros.
−¿Por qué tanto miedo? – preguntó Luis riendose.
−No es miedo, sino precaución Luis. Ese hombre
ha sido el único que se enfrentó a mi esposo y lo aplastó
como una cucaracha. Después de esa guerra que tuvieron,
se sentaron hablar y llegaron a un acuerdo, que hasta el
día de hoy no se sabe cuáles fueron los méritos que
sembraron. Pero ojo, lo mejor sería que elimines a Félix
primero y al par de minutos, le cortes la cabeza al dragón
de Omar.
−Tranquila, que los dos ya sacaron el pasaje para
irse al mismito infierno. ¿Y a Omar, dónde lo caso?
−Omar está muy cerca de Félix. Todas las ma-
ñanas llega a las seis en punto a ejercitarse en el parque
de Los Próceres. Ahí él da las primeras seis vueltas en la
pista y luego toma un descanso de quince minutos. Lue-
go da seis vueltas más y cuando termina, se sienta a hacer
abdominales. A las ocho en punto, lo viene a recoger una
limosina negra y atrás de ella vienen tres escoltas.
−Cuando Omar llega, ¿quién le cuida la espalda?
−Ahí está el error de Omar. –sonrió emocionada.
−Desde que mi marido cayó preso, el hombre se pasea
como un rey en el palacio creyéndose un Dios. No sabe
que esta águila que está frente a ti lo tiene bien vigilado,
lista para comérselo.
−Así que el Omar se mató él mismo.
−Así es, pero no se puede levantar las banderas de
triunfo hasta que el trabajo esté hecho, ¿o no crees?
−Brindemos. −se sirve un trago y después le sirve
otro a Vanessa. −brindemos por la razón de que detrás de
estas dos muertes, hay un maravilloso plan, ¿o me equi-
voco?
Vanessa daba una sonrisa maliciosa, pero a la vez,
atractiva capaz de conquistar hasta el mismo demonio…
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