1. Conceptos introductorios
Ciencia Formal y Ciencia Fáctica
Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es soportar o despreciar este mundo, sino
enriquecerlo construyendo otros universos. Amasa y remoldea la naturaleza sometiéndola a
sus propias necesidades animales y espirituales, así como a sus sueños: crea así el mundo de
los artefactos y el mundo de la cultura.
La lógica y la matemática tratan de entes ideales; estos entes, tanto los abstractos como los
interpretados, sólo existen en la mente humana. Los números no existen fuera de nuestros
cerebros, y aun allí dentro existen al nivel conceptual, y no al nivel fisiológico. Los objetos
materiales son numerables siempre que sean discontinuos; pero no son números; tampoco
son números puros (abstractos) sus cualidades o relaciones.
La lógica y la matemática, por ocuparse de inventar entes formales y de establecer relaciones
entre ellos, se llaman a menudo ciencias formales, precisamente porque sus objetos no son
cosas ni procesos, sino formas en las que se puede verter un surtido ilimitado de contenidos,
tanto fácticos como empíricos.
Tenemos así una primera gran división de las ciencias, en formales (o ideales) y fácticas (o
materiales). Mientras los enunciados formales consisten en relaciones entre signos, los
enunciados de las ciencias fácticas se refieren a sucesos y procesos. Mientras las ciencias
formales se contentan con la lógica para demostrar rigurosamente sus teoremas, las ciencias
fácticas para confirmar sus conjeturas necesitan de la observación y/o experimento.
Las ciencias formales demuestran o prueban: las ciencias fácticas verifican (confirman o
disconfirman) hipótesis que en su mayoría son provisionales.
Principales características de la Ciencia Fáctica
1. El conocimiento científico es fáctico. La ciencia intenta describir los hechos tal como
son, independientemente de su valor emocional o comercial: la ciencia no poetiza los
hechos ni los vende, si bien sus hazañas son una fuente de poesía y de negocios. En
todos los campos, la ciencia comienza estableciendo los hechos; esto requiere
curiosidad impersonal, desconfianza por la opinión prevaleciente, y sensibilidad a la
novedad. Los enunciados fácticos confirmados se llaman usualmente "datos
empíricos"; se obtienen con ayuda de teorías (por esquemáticas que sean) y son a su
vez la materia prima de la elaboración teórica.
2. El conocimiento científico trasciende los hechos: descarta los hechos, produce nuevos
hechos, y los explica. Más aún, los científicos usualmente no aceptan nuevos hechos a
menos que puedan certificar de alguna manera su autenticidad. Vale decir, los
científicos no consideran su propia experiencia individual como un tribunal inapelable;
se fundan, en cambio, en la experiencia colectiva y en la teoría. Hay más: el
conocimiento científico racionaliza la experiencia en lugar de limitarse a describirla.
3. La ciencia es analítica: la investigación científica aborda problemas circunscriptos, uno
a uno, y trata de descomponerlo todo en elementos. Los problemas de la ciencia son
parciales y así son también, por consiguiente, sus soluciones. La investigación
comienza descomponiendo sus objetos a fin de descubrir el "mecanismo" interno
responsable de los fenómenos observados. Pero el desmontaje del mecanismo no se
detiene cuando se ha investigado la naturaleza de sus partes; el próximo paso es el
examen de la interdependencia de las partes, y la etapa final es la tentativa de
reconstruir el todo en términos de sus partes interconectadas.
4. La investigación científica es especializada: una consecuencia del enfoque analítico de
los problemas es la especialización. La investigación tiende a estrechar la visión del
científico individual; un único remedio ha resultado eficaz contra la unilateralidad
profesional, y es una dosis de filosofía.
5. El conocimiento científico es claro y preciso. La claridad y la precisión se obtienen en
ciencia de las siguientes maneras:
a. lo primero, y a menudo lo más difícil, es distinguir cuáles son los problemas.
b. la ciencia parte de nociones que parecen claras al no iniciado; y las complica,
purifica y eventualmente las rechaza.
c. la ciencia define la mayoría de sus conceptos: algunos de ellos se definen en
términos de conceptos no definidos o primitivos, otros de manera implícita,
esto es, por la función que desempeñan en un sistema teórico.
d. la ciencia crea lenguajes artificiales inventando símbolos (palabras, signos
matemáticos, símbolos químicos, etc.; a estos signos se les atribuye
significados determinados por medio de reglas de designación.
e. la ciencia procura siempre medir y registrar los fenómenos.
6. El conocimiento científico es comunicable: no es inefable sino expresable, no es
privado sino público. El lenguaje científico comunica información a quienquiera haya
sido adiestrado para entenderlo. La comunicabilidad es posible gracias a la precisión; y
es a su vez una condición necesaria para la verificación de los datos empíricos y de las
hipótesis científicas. Aun cuando, por "razones" comerciales o políticas, se mantengan
en secreto durante algún tiempo unos trozos del saber, deben ser comunicables en
principio para que puedan ser considerados científicos.
7. El conocimiento científico es verificable: debe aprobar el examen de la experiencia. La
ciencia fáctica es por esto empírica en el sentido de que la comprobación de sus
hipótesis involucra la experiencia. Las técnicas de verificación evolucionan en el curso
del tiempo; sin embargo, siempre consisten en poner a prueba consecuencias
particulares de hipótesis generales.
8. La investigación científica es metódica: no es errática sino planeada. Los investigadores
no tantean en la oscuridad: saben lo que buscan y cómo encontrarlo. El planeamiento
de la investigación no excluye el azar; sólo que, a hacer un lugar a los acontecimientos
imprevistos es posible aprovechar la interferencia del azar y la novedad inesperada.
Todo trabajo de investigación se funda sobre el conocimiento anterior, y en particular
sobre las conjeturas mejor confirmadas.
9. El conocimiento científico es sistemático: una ciencia no es un agregado de
informaciones inconexas, sino un sistema de ideas conectadas lógicamente entre sí.
Todo sistema de ideas caracterizado por cierto conjunto básico (pero refutable) de
hipótesis peculiares, y que procura adecuarse a una clase de hechos, es una teoría.
10. El conocimiento científico es general. No es que la ciencia ignore la cosa individual o el
hecho irrepetible; lo que ignora es el hecho aislado. Al químico no le interesa ésta o
aquella hoguera, sino el proceso de combustión en general: trata de descubrir lo que
comparten todos los singulares. El científico intenta exponer los universales que se
esconden en el seno de los propios singulares.
11. El conocimiento científico es legal: busca leyes (de la naturaleza y de la cultura) y las
aplica. El conocimiento científico inserta los hechos singulares en pautas generales
llamadas "leyes naturales" o "leyes sociales".
12. La ciencia es explicativa: los científicos no se conforman con descripciones detalladas;
además de inquirir cómo son las cosas, procuran responder al por qué: por qué
ocurren los hechos, cómo ocurren y no de otra manera. La explicación científica se
efectúa siempre en términos de leyes. En las ciencias fácticas, la verdad y el error no
son del todo ajenos entre sí: hay verdades parciales y errores parciales; hay
aproximaciones buenas y otras malas. Las explicaciones científicas no son finales pero
son perfectibles.
13. El conocimiento científico es predictivo: Trasciende la masa de los hechos de
experiencia, imaginando cómo puede haber sido el pasado y cómo podrá ser el futuro.
La predicción es, en primer lugar, una manera eficaz de poner a prueba las hipótesis;
pero también es la clave del control y aun de la modificación del curso de los
acontecimientos. La predicción científica se caracteriza por su perfectibilidad
(imperfecto) antes que por su certeza. Algunas leyes nos permiten predecir resultados
individuales, otras; incapaces de decirnos nada acerca del comportamiento de los
individuos (átomos, personas, etc.) son en cambio la base para la predicción de
algunas tendencias globales y propiedades colectivas de colecciones numerosas de
elementos similares; son las leyes estadísticas. Las leyes de la historia son de este tipo;
y por esto es casi imposible la predicción de los sucesos individuales en el campo de la
historia, pudiendo preverse solamente el curso general de los acontecimientos.
14. La ciencia es abierta: no reconoce barreras a priori que limiten el conocimiento. Si un
conocimiento fáctico no es refutable en principio, entonces no pertenece a la ciencia
sino a algún otro campo.
15. La ciencia es útil: porque busca la verdad, la ciencia es eficaz en la provisión de
herramientas para el bien y para el mal. Es cosa de los técnicos emplear el
conocimiento científico con fines prácticos, y los políticos son los responsables de que
la ciencia y la tecnología se empleen en beneficio de la humanidad. Los científicos
pueden, a lo sumo, aconsejar acerca de cómo puede hacerse uso racional, eficaz y
bueno de la ciencia. Pero la ciencia es útil en más de una manera. Además de
constituir el fundamento de la tecnología, la ciencia es útil en la medida en que se la
emplea en la edificación de concepciones del mundo que concuerdan con los hechos, y
en la medida en que crea el hábito de adoptar una actitud de libre y valiente, en que
acostumbra a la gente a poner a prueba sus afirmaciones y a argumentar
correctamente.
2. Platón
Las cuatro maneras de conocer y los cuatro objetos de conocimiento
Respuesta final
o es más clara la visión del ser y de lo inteligible que proporciona la ciencia
dialéctica que la que proporcionan las llamadas artes, a las cuales sirven de
principios las hipótesis; pues, aunque quienes las estudian se ven obligados a
contemplar los objetos por medio del pensamiento y no de los sentidos, sin
embargo, como no investigan remontándose al principio, sino partiendo de
hipótesis, por eso no adquieren conocimiento de esos objetos que son,
empero, inteligibles cuando están en relación con un principio. Y creo también
que a la operación de los geómetras y demás la llamas pensamiento, pero no
conocimiento, porque el pensamiento es algo que está entre la simple
creencia y el conocimiento.
Platón
o Ahora aplícame a los cuatro segmentos estas cuatro operaciones que realiza el
alma: la inteligencia, al más elevado; el pensamiento, al segundo; al tercero
dale la creencia y al último, la imaginación; y ponlos en orden, considerando
que cada uno de ellos participa tanto más de la claridad cuanto más participen
de la verdad los objetos a que se aplica.
Alegoría de la caverna
Ideas fundamentales del primer segmento
o La idea principal es la teoría platónica de la división de las cosas en seres
sensibles e ideas, y la jerarquización que hay en estos dos mundos.
o El hombre pertenece al mundo sensible por lo que vive sin la verdad (bien),
aunque se puede acceder a ella mediante la educación.
o Se puede considerar que el alma, al estar en el cuerpo, está en una especie de
cárcel.
Historia de la Filosofía (pág. 88 al 106)
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3. Aristóteles
DEL FILOSOFAR PLATÓNICO A LA FILOSOFÍA ARISTOTÉLICA
La enseñanza fundamental de Platón es, pues, según Aristóteles, la estrecha relación que
existe entre la virtud y la felicidad; y el valor de esta enseñanza consiste en el hecho de que
Platón no se limitó a demostrarla con argumentaciones cerradas, sino que lo incorporó a su
vida y vivió para ello.
Separación entre Platón y Aristóteles; Para Platón la filosofía es búsqueda del ser y a la vez
realización de la vida verdadera del hombre en esta búsqueda. Para Aristóteles, el saber ya no
es la misma vida del hombre que busca el ser y el bien, sino una ciencia objetiva que se escinde
y se articula en numerosas ciencias particulares, cada una de las cuales adquiere su autonomía.
Mientras para Platón la investigación filosófica da lugar a sucesivas profundizaciones, al
examen de problemas siempre nuevos que procuran aprehender por todas partes al mundo
del ser y del valor, para Aristóteles se encamina hacia la constitución de una enciclopedia de
las ciencias en la cual no se deja de lado ningún aspecto de la realidad. No existe en Platón el
problema de qué sea la filosofía, sino sólo el problema de qué es el filósofo, el hombre en su
auténtica y lograda realización. Pero en Aristóteles la filosofía, en cuanto es ciencia objetiva,
debe constituirse por analogía con las demás. Y como cada ciencia se define y se especifica por
su objeto, del mismo modo la filosofía debe tener un objeto propio que la caracterice frente a
las demás ciencias y al mismo tiempo le dé, frente a ellas, la superioridad que le corresponde.
¿Cuál es este objeto? Dos puntos de vista Aristotélicos:
a) La filosofía es la ciencia que tiene por objeto el ser inmóvil y trascendente, el motor o
los motores de los cielos; y es, por tanto, propiamente hablando, teología. En este
punto, permanece fiel al principio platónico de que la investigación humana debe
exclusiva o preferentemente dirigirse hacia los objetos más altos, que constituyen los
valores supremos.
b) En el segundo punto de vista, el definitivo, la filosofía tiene por objeto, no una realidad
particular (aunque sea la más alta de todas), sino el aspecto fundamental y propio de
toda la realidad. Este concepto de filosofía como "ciencia del ser en cuanto ser" es
verdaderamente el gran descubrimiento de Aristóteles. No sólo esta ciencia permite
justificar la labor de las ciencias particulares, sino que da a la filosofía su plena
autonomía y su máxima universalidad. En este sentido, la filosofía ya no es sólo
ARISTÓTELES 129 teología; la teología es ciertamente una de sus partes, pero no la
primera ni la fundamental.
LA FILOSOFÍA PRIMERA: SU POSIBILIDAD Y SU PRINCIPIO
Ante todo, cada ciencia puede tener por objeto o lo posible o lo necesario; lo posible es lo que
puede ser indiferentemente de un modo o de otro; lo necesario es lo que no puede ser de
distinto modo de como es.
Las ciencias que tienen por objeto lo posible, en cuanto son normativas o técnicas, pueden
también ser consideradas como artes; pero no hay arte que concierna a lo que es necesario. El
reino de lo necesario pertenece, en cambio, a las ciencias especulativas o teoréticas. Estas son
tres: la matemática, la física y la filosofía primera, que después de Aristóteles se llamará
metafísica.
Análogamente, el filósofo debe despojar al ser de todas las determinaciones particulares
(cantidad, movimiento, etc.) y considerarlo sólo en cuanto ser. El problema consiste en ver si
tal ciencia es posible. Evidentemente, la primera condición de su posibilidad consiste en que
sea posible reducir los diversos significados del ser a un único significado fundamental. Si se
quiere, pues, determinar el único significado fundamental del ser, es preciso reconocer un
principio que garantice la estabilidad y la necesidad del ser mismo. Tal es el principio de
contradicción.
Este principio es, por lo tanto, a la vez un principio ontológico y lógico; y Aristóteles lo expresa
en dos fórmulas que corresponden a estos dos significados fundamentales: "Es imposible que
una misma cosa convenga a una misma cosa, precisamente en cuanto es la misma"; "Es
imposible que la misma cosa sea y a la vez no sea"; la primera se refiere a la imposibilidad
lógica de predicar el ser y el no ser de un mismo sujeto; la segunda a la imposibilidad
ontológica de que el ser sea y no sea.
El principio puede sólo defenderse y esclarecerse polémicamente, porque, como fundamento
de toda demostración, no puede a su vez ser demostrado. Megarenses, cínicos y sofistas lo
niegan, admitiendo la posibilidad de afirmar cualquier cosa de cualquier cosa. Se puede
ciertamente demostrar que quien lo niega no dice nada o suprimir la posibilidad de cualquier
ciencia; y éste es, en efecto, el argumento polémico adoptado por Aristóteles contra los que lo
niegan.
La fórmula negativa del principio de contradicción: "Es imposible que el ser no sea", se traduce
positivamente con esta otra: El ser, en cuanto tal, es necesariamente. En esta fórmula el
principio revela claramente su capacidad para fundamentar la metafísica. ¿Cuál es, pues, el ser
necesario? A esta pregunta Aristóteles responde con la doctrina fundamental de su filosofía. El
ser necesario es el ser sustancial. El ser que el principio de contradicción permite reconocer y
aislar en su necesidad es la sustancia. La sustancia es el ser por excelencia, el ser que es
imposible que no sea y, por lo tanto, es necesariamente, el ser que es primero en todos los
sentidos. "Lo que desde hace tiempo y aún ahora, y siempre, hemos buscado, lo que siempre
será un problema para nosotros: ¿Que es el ser?, significa esto: ¿Qué es la sustancia?".
LA SUSTANCIA
Aristóteles lo acomete con su característico procedimiento analítico y dubitativo; la sustancia
se considera en él como el principio y la causa, en consecuencia, como lo que explica y justifica
el ser de cada cosa. La sustancia es la causa primera del ser propio de cada realidad
determinada. Es lo que hace de un compuesto algo que no se resuelve en la suma de sus
elementos componentes. Del mismo modo que la sílaba ba no es igual que a la suma de b y a,
sino que posee una naturaleza propia que desaparece en cuanto se resuelve en las letras que
la componen, así cualquier realidad posee una naturaleza que no resulta de la suma de sus
elementos componentes y es distinta de cada uno y de todos estos elementos.
Podemos expresar la doble funcionalidad de la sustancia, a la cual corresponden dos
significados distintos, pero necesariamente conjuntos, diciendo que la sustancia es, por un
lado, la esencia del ser, por otro, el ser de la esencia.
a. Como esencia del ser, la sustancia es el ser determinado, la naturaleza propia del ser
necesario: el hombre como "animal bípedo".
b. Como el ser de la esencia, la sustancia es el ser determinante, el ser necesario de la
realidad existente: el animal bípedo como este hombre individual.
Los dos significados pueden comprenderse bajo la expresión esencia necesaria, la cual da, lo
más exactamente posible, el sentido de la fórmula aristotélica. No siempre la esencia es la
esencia necesaria: quien dice de un hombre que es músico, no dice su esencia necesaria,
puesto que se puede ser hombre sin ser músico. La esencia necesaria es aquella que constituye
el ser propio de una realidad cualquiera, aquel ser por el cual la realidad es necesariamente
tal. La sustancia es, por tanto, no la esencia, sino la esencia necesaria, no el ser genéricamente
tomado, sino el ser auténtico: es la esencia del ser y el ser de la esencia.
La teoría de la sustancia es a la vez el centro de la metafísica de Aristóteles y el centro de su
personalidad. Manifiesta el íntimo valor existencial de su metafísica.
LAS DETERMINACIONES DE LA SUSTANCIA
La sustancia es, pues, objetiva y subjetivamente el principio de la necesidad: objetivamente,
como ser de la esencia, en cuanto realidad necesaria; subjetivamente, como esencia del ser, en
cuanto racionalidad necesaria.
La riqueza de las determinaciones ontológicas que el concepto de sustancia permite a
Aristóteles justificar, demuestra que verdaderamente alcanzó, con el concepto de sustancia, el
principio de la filosofía primera, como aquella ciencia que ha de constituir el fundamento
común y la justificación ultima de todas las ciencias particulares.
LA POLÉMICA CONTRA EL PLATONISMO
La característica del platonismo es, según Aristóteles, la de considerar las especies como
sustancias separadas, reales e independientes de cada uno de los seres individuales cuya
forma o sustancia son. Para Aristóteles, la sustancialidad (la realidad) de la especie es la misma
del individuo cuya especie es.
Según Platón, las especies poseen una realidad en sí que no se reduce a la de los
individuos singularmente existentes; y en tal sentido son sustancias separadas.
Según Aristóteles, tales sustancias separadas son imposibles. En calidad de especies,
habrían de ser universales; pero es imposible que lo universal sea sustancia, porque
mientras lo universal es común a muchas cosas, la sustancia es propia de un ser
individual y no pertenece a ningún otro.
La crítica de Aristóteles sobre los argumentos adoptados por Platón y por los platónicos para
establecer la realidad de la idea versa esencialmente sobre cuatro puntos.
1. Las ideas han de ser, en efecto, en número mayor que los mismos objetos sensibles,
porque ha de haber no sólo la idea de cada sustancia, sino también de todos sus
modos o caracteres que puedan acogerse bajo un único concepto
2. los argumentos con los cuales se demuestra la realidad de la idea conducirían a admitir
ideas incluso de aquello que los platónicos no consideran que las haya, por ejemplo,
de las negaciones y de las cosas transitorias.
3. las ideas son inútiles porque no contribuyen para nada a hacer comprender la realidad
del mundo. De hecho no son causas de ningún movimiento ni de ningún cambio.
4. la sustancia no puede existir separadamente de aquello cuya sustancia es. Suponiendo
que haya ideas, de ellas no derivarán las cosas si no interviene para crearlas un
principio activo.
Estos argumentos a los cuales Aristóteles recurre a menudo son sencillamente indicativos,
pero no reveladores, del verdadero punto de separación entre él y Platón.
Cuando Aristóteles niega que lo universal sea sustancia, se refiere cabalmente al universal
platónico, que está verdaderamente separado del ser, en cuanto es un valor distinto del ser. Lo
que él sostiene constantemente contra el platonismo es que el valor del ser es intrínseco al
ser: la doctrina de la sustancia.
LA SUSTANCIA COMO CAUSA DEL DEVENIR
Es necesario partir de las cosas que son más cognoscibles para el hombre, a fin de alcanzar
aquellas que son más cognoscibles en sí. Más fácilmente cognoscibles para el hombre son las
sustancias sensibles; se debe, pues, partir de éstas, en la consideración de las sustancias
determinadas. Y puesto que están sujetas al devenir, se trata de ver qué función desempeña la
sustancia en el devenir.
Todo lo que deviene posee una causa eficiente que es el punto de partida y el principio del
devenir. La sustancia es, pues, la causa no sólo del ser, sino también del devenir. En el primer
libro de la Metafísica Aristóteles había distinguido cuatro especies de causas, repitiendo una
doctrina ya expuesta en la Física:
1. Causa primera llamamos a la sustancia y la esencia necesaria, ya que el porqué se
reduce en última instancia al concepto.
2. La segunda causa es la materia y el sustrato.
3. La tercera es la causa eficiente, esto es, el principio del movimiento.
4. La cuarta es la causa opuesta a esta última, el objetivo y el bien que es el fin de cada
generación y de cada devenir.
Ahora bien, claro está que estas causas son verdaderamente tales sólo en cuanto se reducen
todas a la primera causa, a la sustancia, cuyas determinaciones o expresiones diversas son.
POTENCIA Y ACTO
La sustancia adquiere un valor dinámico, en tal sentido, la sustancia es acto: actividad, acción,
cumplimiento.
Aristóteles identifica la materia con la potencia, la forma con el acto. La potencia es en general
la posibilidad de producir un cambio o de sufrirlo. Hay la potencia activa, que consiste en la
capacidad de producir un cambio en sí o en otro (como, por ejemplo, en el fuego la potencia
de calentar y en el constructor la de construir); y la potencia pasiva, que consiste en la
capacidad de sufrir un cambio (como, por ejemplo, en la madera la capacidad de arder, en lo
que es frágil la capacidad de romperse).
La potencia pasiva es propia de la materia; la potencia activa es propia del principio de acción
o causa eficiente. El acto es, en cambio, la existencia misma del objeto.
El acto es anterior a la potencia. Lo es con respecto al tiempo: ya que es verdad que la semilla
(potencia) es antes que la planta, la capacidad de ver antes que el acto de ver; pero la semilla
no puede proceder más que de una planta y la capacidad de ver no puede ser propia más que
de un ojo que ve.
LA SUSTANCIA INMÓVIL
Todas las sustancias se dividen en dos clases: las sustancias sensibles y en movimiento; las
sustancias no sensibles e inmóviles.
Las sustancias del primer género constituyen el mundo físico y a su vez se subdividen
en dos clases:
o la sustancia sensible que constituye los cuerpos celestes y es inengendrable e
incorruptible.
o las sustancias constituidas por los cuatro elementos del mundo sublunar, que
son, por el contrario, engendrables y corruptibles. Estas sustancias son el
objeto de la física.
El otro grupo de sustancias, las no sensibles e inmóviles, es objeto de una ciencia
distinta: la teología.
La existencia de una sustancia inmóvil es demostrada por Aristóteles mediante la necesidad de
explicar la continuidad y la eternidad del movimiento celeste. El movimiento continuo,
uniforme, eterno, del primer cielo, el cual regula los movimientos de los demás cielos,
igualmente eternos y continuos, debe tener como su causa un primer motor. Pero este primer
motor no puede ser a su vez movido, ya que de otro modo requeriría una causa de su
movimiento y esta causa otra a su vez, y así hasta el infinito; ha de ser, pues, inmóvil. Ahora
bien, el primer motor inmóvil debe ser acto, no potencia. Lo que posee solamente la potencia
de mover, puede también no mover; pero si el movimiento del cielo es continuo, el motor de
este movimiento no sólo debe ser eternamente activo, sino que debe ser por su naturaleza
acto, absolutamente privado de potencia. Y puesto que la potencia es materia, ese acto está
también privado de materia: es acto puro.
Por otra parte, Aristóteles habla continuamente de "dioses"; y aludiendo a la creencia popular
de que lo divino abarca a toda la naturaleza, encuentra que este punto esencial de "que las
sustancias primeras se consideran tradicionalmente como dioses", ha sido "dicho
divinamente" y es una de las más preciosas enseñanzas salvadas por la tradición. En otros
términos, la sustancia divina la participan muchas divinidades, en lo cual coinciden la creencia
popular y la filosofía.
4. Galileo. Humanismo, Renacimiento
CARTA DE GALILEO GALILEI A CRISTINA DE LORENA (análisis del Ing. Miguel Ángel Gallardo Ortiz – Filosofía de la Naturaleza)
Contexto histórico de la carta de Galileo a Cristina de Lorena
Galileo siente el peligro cuando sabe que sus enemigos intentan convencer a sus protectores,
Los grandes Duques de Toscana. Y entonces escribe una larga carta a CRISTINA DE LORENA, la
gran Duquesa. El contexto de la carta, resumidamente, es el siguiente:
En 1600 Galileo descubre cosas, o fenómenos, sorprendentes para su época cuando dirige su
telescopio artesanal, construido por él mismo, a los cielos estrellados. Desde hacía 15 años,
Galileo secretamente se había convertido en heliocentrista, es decir, que pensaba que la
concepción copernicana explicaba mejor el Universo. Pero era una convicción teórica que,
entonces, no estaba apoyada por el sentido común. Pero lo cierto es que cuando Galileo se
pasa las noches mirando a los cielos con su telescopio, descubre cosas maravillosas nunca
antes vistas por los humanos. Por ejemplo, contempla: montañas en la Luna semejantes a las
de la Tierra, manchas en la superficie solar que contradecían la teoría de la perfección de los
astros por encima de la Luna, cuatro satélites que giraban alrededor de Júpiter, de forma
similar a como lo hace la Luna alrededor de la Tierra, las fases de Venus: creciente,
menguante.
Fenómenos todos ellos incompatibles con la explicación Ptolemaica y oficial. Entonces Galileo
pierde el miedo y anuncia al mundo sus descubrimientos en un libro que tituló: SIDEREUS
NUNCIUS. Al principio estos descubrimientos causan gran sensación. Galileo es nombrado
Matemático y Filósofo del Gran Duque de Toscana. Viaja a Roma en 1611 y consigue elogios y
aprobación de algunos jesuitas y del mismo Papa Paulo VI. El cardenal Barberini, cuatro años
más joven que Galileo, apoya decididamente sus tesis heliocéntricas y queda impresionado
con la personalidad de éste a quien considerará un amigo. Galileo ahora está convencido no
sólo de la verdad de la teoría heliocéntrica, sino de su capacidad para convencer a las
autoridades eclesiásticas de que las nuevas teorías explican físicamente el movimiento de los
cielos. Pero este cambio de la concepción del mundo tendrá una dimensión cultural y política
enormemente más complicada que la que suponía el apasionado optimismo de Galileo, y los
poderes reaccionarios y conservadores empezaron a organizarse para combatir las nuevas
ideas, que ciertamente dejaban al saber oficial en muy mal lugar.
Galileo siente el peligro cuando sabe que sus enemigos intentan convencer a sus protectores,
los grandes Duques de Toscana. Y es entonces cuando escribe una larga carta a CRISTINA DE
LORENA, la gran Duquesa.
Análisis argumentativo de la Carta
Galileo hace mucho más que citar retóricamente a San Agustín en "...nada debemos creer
temerariamente sobre algún asunto oscuro, no sea que la verdad se descubra más tarde y, sin
embargo, la odiemos por amor a nuestro error, aunque se nos demuestre que de ningún modo
puede existir algo contrario a ella en los libros santos, ya del Antiguo como del Nuevo
Testamento..." porque la idea que subyace en la Carta, es la de que sus teorías heliocéntricas
no están en contra de las Sagradas Escrituras, sino que son quienes "aman su propio error", los
que sí están en contra de la verdad, la gran pasión de San Agustín, y por lo tanto, tampoco
podrían, por ser verdad, estar en contra de la letra y el espíritu de las Sagradas Escrituras.
También se apoya en Santo Tomás de Aquino al citarle así: " La porción superior del hemisferio
celeste no es, para nosotros, sino un espacio lleno de aire, en tanto que el pueblo vulgar la
considera vacía. El autor sagrado sigue esta última opinión, con la intención de hablar, como
acostumbra la Sagrada Escritura, según el juicio habitual de los hombres". Con esta cita
pretende demostrar Galileo que Santo Tomás ya precisó que existe aire en lo que la Sagrada
Escritura sólo dice que hay vacío.
Galileo, ya abiertamente " en contradicción con las nociones físicas comúnmente sostenidas
por filósofos académicos" percibe y se preocupa, cada vez más seriamente, por las acusaciones
de quienes muestran "mayor afición por sus propias opiniones que por la verdad, pretendieron
negar y desaprobar las nuevas cosas que, si se hubieran dedicado, a considerarlas con
atención, habrían debido pronunciarse por su existencia ".
Su intención en esta carta es, precisamente, demostrar que los que utilizan pretextos bíblicos
para acusarle, son quienes están más en contra de las Sagradas Escrituras y de la Patrística o
doctrina de la Iglesia aplicable para su interpretación ortodoxa.
El pasaje bíblico central de la (contra) argumentación es “ ¡El Sol quedó inmóvil y la Luna se
detuvo y no se apresuró durante un día entero!” (Josué 10: 12-13), y la interpretación de
Galileo es, literalmente:
"Me queda finalmente por mostrar cuán cierto es que el pasaje referente a Josué puede
comprenderse sin alterar la significación directa de las palabras, y cómo puede ser que al
obedecer el Sol a la orden de Josué, éste haya podido detenerse, sin que de ello se siga que la
duración del día se haya prolongado durante algún tiempo. Si los movimientos celestes se
adecuan a la concepción de Ptolomeo, tal cosa de ningún modo puede producirse: en efecto,
puesto que el movimiento del Sol se efectúa de occidente a oriente, es decir, en sentido
inverso al movimiento del primer móvil, que se efectúa de oriente a occidente, y que es causa
del día y de la noche, se comprende que, si el movimiento verdadero y propio del Sol cesara, el
día sería más corto y no más largo , y que a la inversa, si se quiere que el Sol permanezca sobre
el horizonte durante un cierto tiempo en el mismo lugar sin declinar hacia occidente,
correspondería acelerar su movimiento hasta el punto en que se equipare con el del primer
móvil, lo que significaría acelerar en 360 veces su movimiento habitual. Por tanto, si Josué
hubiera tenido la intención de que sus palabras se tomaran en su sentido exacto, habría
ordenado al Sol que acelerara su movimiento de modo tal que el arrastre del primer móvil no
lo llevara hacia poniente. Pero como sus palabras se dirigían a un pueblo que sin duda no
conocía otros movimientos celestes que ese movimiento vulgarísimo de oriente a occidente,
se adecuó a sus capacidades, y como no tenía la intención de enseñarles la constitución de las
esferas celestes, sino que simplemente quería hacerles comprender la grandiosidad del
milagro que representaba ese alargamiento del día, les habló conforme a su capacidad".
El argumento es artificioso y hasta cierto punto, absurdo. Si se pudieran detener el Sol y la
Luna, al mismo tiempo, ni la teoría de Ptolomeo, ni tampoco la de Galileo, explicarían
satisfactoriamente el fenómeno, porque ambas evidenciarían contradicciones. Además, no
sería aplicable el principio del tercio excluso porque existen otras explicaciones como la que se
centra en la posibilidad de "parar el reloj" y con él la propia percepción del tiempo, o bien
crear una ilusión suficiente como para perturbar esa percepción mediante principios
ilusionistas. Más simple, y por lo tanto, más probable según la Navaja de Ockham, es que se
haya fantaseado místicamente en ese pasaje, constituyendo un mito bíblico que sirve tanto, o
tan poco, a unos como a otros, entonces y ahora.
Pero el esfuerzo argumentativo de Galileo es interesante, porque radicaliza el contraste de las
dos teorías opuestas, precisamente, en la interpretación de un pasaje bíblico, y no es tan
importante lo que tenían en su mente los autores y editores de Josué 10: 12-13 como la
genialidad dialéctica de enfrentar a sus contrarios con su propio argumento.
Desde una perspectiva científica, la argumentación no resiste un análisis, porque el Antiguo
Testamento es puro mito. Pero desde la perspectiva erística, es un mérito más de Galileo, en
línea con el "Sermo Dei" medieval, y con el "cree para conocer" y "conoce para creer" de la
Patrística.
Los científicos, y los tecnólogos, siguen encontrando límites artificiales en las creencias, y en el
derecho que ha de aplicar leyes promulgadas por el conservadurismo inmovilista. La idea que
sugiere Galileo para quienes se encuentran procesados por la interpretación de una norma, o
una creencia, consiste en argumentar que la más correcta interpretación del texto sagrado en
su caso, y en el nuestro, de ciertas normativas y tradiciones, más "condena al que condena", o
al menos, debería condenar más al que condena, que al condenado.
LOS FUNDAMENTOS DEL MUNDO MODERNO
HUMANISMO
Humanismo y Renacimiento
Se tratará, pues, de definir cuál fue la contribución prestada por los humanistas, en gran parte
italianos, al patrimonio cultural de Occidente, entre 1440 y 1530, aproximadamente. Lo
fundamental y más precioso de este fenómeno fue su tendencia a la universalidad y su
capacidad de expresar valores adecuados a un tipo de sociedad en desarrollo dinámico. El
humanismo italiano en el siglo XV aparece esencialmente ligado a la ideología de una
burguesía mercantil, ciudadana y precapitalista.
El humanismo pretende sustituir el sistema mental jerárquico de la sociedad medieval con una
perspectiva que, si bien es individualista, tiende a una unión fraterna y sin desigualdades
sustanciales entre todos los hombres.
El humanismo es una cultura abierta, libre y dinámica, es decir, una cultura consciente de que
es puramente humana y de que, como tal, no puede imponer al hombre opresiones o
alienaciones fundamentales. Su cultura no representó una verdadera revolución mental, y el
humanismo fue tan laico como cristiano, tan conservador como de vanguardia. Esto nos lleva a
afirmar, por último, que este gran movimiento llegó a resultados muy valiosos, pero
frecuentemente inorgánicos, tanto entre una forma y otra de la cultura, como en el seno de
cada una de ellas. Es la ideología de un organismo social maduro, pero de tendencia estática,
minado por una profunda crisis, y que se dirige hacia su ocaso sin tener conciencia de ello.
El arte del Quattrocento en Italia
En la consideración de las coordenadas llamadas «naturales» como arquetipo suficiente y
como dimensión orgánica, radica la gran innovación vivida y realizada por los artistas
florentinos. Supera notablemente incluso el alcance de la visión histórica a que habían llegado
los humanistas de la primera mitad del siglo XV. Estos habían tenido, desde luego, la audacia
de situar en el centro de la historiografía los intereses políticos y morales de la sociedad laica,
sin preocuparse de sus aspectos religiosos. Pero aunque habían devuelto de ese modo una
función puramente terrena a la historia, en realidad habían forjado para ella un instrumento
parcial y no dirigido, en absoluto, a la comprensión orgánica de todos los mayores problemas
humanos e históricos. La «naturaleza», en cambio, a la que se remiten los artistas, es
verdaderamente toda la tierra, toda la vida de aquí abajo, desde la forma de los cuerpos a sus
pasiones, desde el espectáculo de los campos al de las ciudades, desde los colores a las
sensaciones, desde las luces a los símbolos.
Tal vez más que el hombre de letras, el artista del Quattrocento ha alcanzado el pleno sentido
de su función autónoma e indispensable en la comunidad humana. Impulsados por el teórico
florentino, la mayor parte de los pintores italianos del siglo XV se entregaron a un tratamiento
menos audaz del contenido. El artista del Quattrocento italiano es, pues, muy sensible a los
valores éticos, tanto en el plano formal como en el del contenido.
La visión humanística del mundo
Lo que caracteriza la cultura humanística es precisamente su afirmación a través de las
realidades intermedias, a modo de espejos o de modelos; es el hacer valer exigencias
históricas y concretas mediante modelos remotos o entendidos como universales.
Los hombres de letras se entregaron al placer de gustar sus frutos más que al de producir
otros. Sin duda, porque les pareció que los versos, la prosa, los discursos de los clásicos decían
precisamente lo que a ellos les interesaba entender. Por otra parte, los humanistas no
deseaban en absoluto renunciar a sus creencias de cristianos, o a lo que les parecía el núcleo
esencial de la religión: la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la fe en la virtud moral.
Los humanistas no se sintieron capaces de exhibir sistemas propios por la sola lectura directa
de los antiguos. No obstante, aunque sin llegar siquiera a criticarles radicalmente ni a juzgar
totalmente equivocado a ninguno de ellos (Pierre de la Ramée es uno de los primeros en
pronunciar afirmaciones tan terminantes como: «todas las afirmaciones de Aristóteles son
patrañas», pero esto ocurre ya en 1536), tuvieron suficiente empuje intelectual para captar su
fuerza autónoma y negar progresivamente las distorsiones que de ellos se habían hecho.
En cuanto se mostraban capaces de apreciar plenamente el vigor teorético de Platón o de
Aristóteles, y en cuanto sabían orientarlo hacia sentidos o perspectivas no tradicionales, los
humanistas se revelaban, al menos, como válidos interlocutores de los antiguos. En otros
términos, demostraban haber encontrado la medida interior para determinar la validez
autónoma del pensamiento humano.
Las concepciones éticas
Erasmo expresa una actitud de superioridad intelectual, a la que ha llegado la nueva cultura
con el especial empleo de una dimensión ético-psicológica inusitada: el ridículo. Ridículo es lo
que se aparta de la norma general, tanto si ésta es realmente seguida como si permanece en
estado ideal. Los verdaderos cristianos son locos respecto a la masa de los demás y, a su vez,
estos últimos son locos respecto al buen sentido del hombre razonable. La locura es universal,
pero relativa. Ya no hay en la sociedad una base real para distinguir a los locos de los sabios.
El filólogo Pío, demostró que el Humanismo sabía ir ya hasta sobrepasar los acostumbrados
límites y compromisos aristotélico-platónicos y que era capaz de llevar su autónoma
comprensión hasta obras claramente anticristianas.
El conocer es, desde luego, tan indispensable, como el hacer, pero el uno y el otro no agotan la
esencia individual. Además, los dos postulan la necesidad de subdividir armónicamente las
funciones de cada uno en consideración del bienestar general y la renuncia de cada criatura a
la consecución de un resultado total que el hombre alcanza con la voluntad de hacer el bien y
con el consiguiente ejercicio de la virtud. La virtud tiene su centro en el individuo, toda vez que
sólo gracias a él se hace realidad la exigencia universal de obrar el bien. Y cuando él lo ha
querido y logrado, de ello se le sigue, inseparablemente, un sentido autónomo de felicidad que
no debe esperar de nadie ni buscarlo en otro mundo.
La historia y la política
La clave de Francesco Guicciardini consiste en una casi ilimitada capacidad de observación. No
perdona nada ni a nadie; ni creencias, ni pueblos, ni soberanos, ni papas. Guicciardini lo
describe y lo recuerda todo sin indulgencias, profundamente consciente de que su cometido es
el de ser historiador.
En Guicciardini, y más o menos explícitamente en muchos otros historiadores de la época, la
primera categoría de la indagación es que los hombres se dejan arrastrar al mal casi
regularmente. Cuando ha llegado a una explicación suficiente en este plano, casi se considera
satisfecho con ella y no va mucho más allá. Aunque en realidad reconoce, como lo hacían ya
los mejores espíritus de la época, que la política se desarrolla en una dimensión acristiana,
«según la razón y uso de los estados», Guicciardini no admite que Dios se mantenga
verdaderamente ajeno a ella.
Así, Guicciardini, en lugar de concentrar sus facultades intelectuales en la indagación positiva
de los hechos, restringe su eficacia al aplicarlas todas al plano político-diplomático y, más aún,
aminora su acción por su particular concepto de fortuna y, por último, las esteriliza tratando
de proyectarlas sobre un plano metahistórico.
Mucho más lúcido, claro e innovador fue el camino recorrido por su contemporáneo y
conciudadano Nicolás Maquiavelo, cuyos esfuerzos se orientaron a captar la oculta
racionalidad de la historia, para comprenderla como pasado y poder crearla, al mismo tiempo,
como porvenir. El pensamiento de Maquiavelo no sólo es el fruto maduro del Humanismo del
siglo XV, sino que es también una de las más altas expresiones de su fuerza y de sus
limitaciones. Era inevitable que, al extremar su vigor, aquel Humanismo chocase y se
contrapusiera decididamente a la visión religiosa cristiana. Y eso fue lo que ocurrió con la
admirable fuerza y audacia del secretario florentino. Él postuló la existencia de formas
perennes de la actividad colectiva de los hombres, empezando por excluir toda participación o
intervención de Dios.
Maquiavelo, pues, no sometió la moral a la política. Se propuso, sencillamente, identificar las
normas objetivas de esta última. Pero estaba tan lejos de considerar válida la concepción
cristiana como de desvalorizar las energías personales y ético-sociales del individuo.
Al poner al hombre frente a sí mismo y ya no frente a un sistema de valores trascendentes, el
secretario florentino trata de disponerle, precisamente, a una consideración realista de su
propia realidad individual y colectiva. El postulado maquiavélico de que los hombres son
predominantemente malvados es sobre todo teórico, y constituyó una reacción necesaria y
saludable frente al moralismo, para afirmar metodológicamente que no puede entenderse la
conducta del hombre en sociedad sin tener en cuenta sus fuerzas motoras, como el deseo de
poder y de riqueza, el instinto natural de dominio y de expansión prepotente, la búsqueda de
lo útil y de lo cómodo.
El Humanismo, en su conjunto, había querido devolver al hombre la legitimación ética y la
percepción directa de su propio mundo y, en consecuencia, los medios artísticos para
representarlo, los literarios para celebrar su valor y los ético-políticos para dominarlo y
construirlo.
5. Bacon
NOVUM ORGANUM
Prefacio
Los primeros filósofos griegos (cuyos escritos han perecido) se mantuvieron prudentemente
entre la arrogancia del dogmatismo y la desesperación de la catalepsia, pensaban sin duda que
para saber si el hombre puede llegar o no a conocer la verdad, es más razonable hacer la
prueba que discutir acerca de ello; y, sin embargo, estos mismos, abandonándose a los
movimientos de su pensamiento, no se impusieron regla alguna y lo basaron todo sobre la
profundidad de sus meditaciones, la agitación y las evoluciones de su espíritu.
En cuanto a nuestro método, es tan fácil de indicar como difícil de practicar. Consiste en
establecer distintos grados de certeza; en socorrer los sentidos limitándolos; en proscribir las
más de las veces el trabajo del pensamiento que sigue la experiencia sensible; en fin, en abrir y
garantir al espíritu un camino nuevo y cierto, que tenga su punto de partida en esta
experiencia misma.
He aquí por qué en consecuencia de lo que acabamos de decir, declaramos que hay dos cosas
de las que queremos que los hombres estén bien informados, para que no las pierdan de vista
jamás. Es la primera que, acontece felizmente para nuestros sentidos, para extinguir y repeler
toda contradicción y rivalidad de espíritu, que los antiguos puedan conservar intacta y sin
menoscabo toda su gloria y su grandeza, y que no obstante, nosotros podamos seguir nuestros
propósitos y recoger el fruto de nuestra modestia. Porque si declaramos que hemos obtenido
mejores resultados que los antiguos, perseverando en sus mismos métodos, nos sería
imposible, por más que pusiéramos en juego todo el artificio imaginable, impedir la
comparación y la rivalidad de su talento y de su mérito con los nuestros.
No abrigamos en modo alguno el designio de derribar la filosofía hoy floreciente, ni cualquiera
otra doctrina presente o futura, que fuere más rica y exacta que ésta.
Que haya dos fuentes y como dos corrientes de ciencia; que haya un método para cultivar las
ciencias, y otro para crearlas. En cuanto a los que prefieren el cultivo a la invención, sea por
ganar tiempo, sea atentos a la aplicación práctica, o ya porque la debilidad de su inteligencia
no les permite pensar en la invención y consagrarse a ella, deseárnosles que el éxito corone
sus deseos, y que alcancen el objeto de sus esfuerzos. Pero si hay en el mundo hombres que
tomen a pecho no atenerse a los descubrimientos antiguos y servirse de ellos, sino ir más allá,
que tales hombres, como verdaderos hijos de la ciencia se unan a nosotros, si quieren, y
abandonen el vestíbulo de la naturaleza en el que sólo se ven senderos mil veces practicados,
para penetrar finalmente en el interior y el santuario.
Libro primero (aforismos 1 a 62)
1. El hombre, servidor e intérprete de la naturaleza, ni obra ni comprende más que en
proporción de sus descubrimientos experimentales y racionales sobre las leyes de esta
naturaleza; fuera de ahí, nada sabe ni nada puede.
2. Ni la mano sola ni el espíritu abandonado a sí mismo tienen gran potencia; para realizar la
obra se requieren instrumentos y auxilios que tan necesarios son a la inteligencia como a la
mano.
3. La ciencia del hombre es la medida de su potencia, porque ignorar la causa es no poder
producir el efecto.
4. Toda la industria del hombre estriba en aproximar las sustancias naturales unas a otras o en
separarlas; el resto es una operación secreta de la naturaleza.
5. Los que habitualmente se ocupan en operaciones naturales, son: el mecánico, el médico, el
matemático, el alquimista y el mago; pero todos (en el estado actual de las cosas) lo hacen con
insignificante esfuerzo y mediano éxito.
6. Sería disparatada creencia, que se destruiría por sí misma, esperar que lo que jamás se ha
hecho pueda hacerse, a no ser por medios nunca hasta aquí empleados.
7. La industria manual y la de la inteligencia humana parecen muy variadas, a juzgar por los
oficios y los libros. Pero toda esa variedad reposa sobre una sutilidad extrema y la explotación
de un reducido número de experiencias que han llamado la atención, y no sobre una
abundancia suficiente de principios generales.
8. Hasta aquí todos nuestros descubrimientos se deben más bien a la casualidad y a las
enseñanzas de la práctica que a las ciencias.
9. El principio único y la raíz de casi todas las imperfecciones de las ciencias es que no
buscamos en los verdaderos auxiliares.
10. La naturaleza es diferentemente sutil que nuestros sentidos y nuestro espíritu.
11. De la propia suerte que las ciencias en su estado actual no pueden servir para el progreso
de la industria, la lógica que hoy tenemos no puede servir para el adelanto de la ciencia.
12. La lógica en uso es más propia para conservar y perpetuar los errores que se dan en las
nociones vulgares que para descubrir la verdad; de modo que es más perjudicial que útil.
13. No se pide al silogismo los principios de la ciencia; en vano se le pide las leyes intermedias,
porque es incapaz de abarcar la naturaleza en su sutilidad; liga el espíritu, pero no las cosas.
14. El silogismo se compone de proposiciones, las proposiciones de términos; los términos no
tienen otro valor que el de las nociones. He aquí por qué si las nociones son confusas debido a
una abstracción precipitada, lo que sobre ellas se edifica carece de solidez; no tenemos
confianza más que en una legítima inducción.
15. Nuestras nociones generales, sea en física, sea en lógica, nada tienen de exactas.
16. Las nociones de las especies últimas, como las de hombre, perro, paloma, y las de las
percepciones inmediatas de los sentidos, como el frío, el calor, lo blanco, lo negro, no pueden
inducirnos a gran error; y sin embargo, la movilidad de la materia y la mezcla de las cosas las
encuentran a veces defectuosas.
17. Las leyes generales no han sido establecidas con más método y precisión que las nociones.
18. Hasta aquí, los descubrimientos de la ciencia afectan casi todos el carácter de depender de
las nociones vulgares; para penetrar en los secretos y en las entrañas de la naturaleza, es
preciso que, tanto las nociones como los principios, sean arrancados de la realidad por un
método más cierto y más seguro, y que el espíritu emplee en todo mejores procedimientos.
19. Ni hay ni pueden haber más que dos vías para la investigación y descubrimiento de la
verdad: una que, partiendo de la experiencia y de los hechos, se remonta en seguida a los
principios más generales, y en virtud de esos principios que adquieren una autoridad
incontestable, juzga y establece las leyes secundarias, y otra, que de la experiencia y de los
hechos deduce las leyes, elevándose progresivamente y sin sacudidas hasta los principios más
generales que alcanza en último término. Ésta es la verdadera vía; pero jamás se la ha puesto
en práctica.
20. La inteligencia, abandonada a sí misma sigue la primera de dichas vías, que es también el
camino trazado por la dialéctica.
21. La inteligencia, abandonada a sí misma en un espíritu prudente, paciente y reflexivo, sobre
todo cuando no está cohibido por las doctrinas recibidas, intenta también tomar el otro
camino, que es el cierto; pero con poco éxito, pues el espíritu sin regla ni apoyo es muy
desigual y completamente incapaz de penetrar las sombras de la naturaleza.
22. Uno y otro método parten de la experiencia y de los hechos, y se apoyan en los primeros
principios; pero existe entre ellos una diferencia inmensa, puesto que el uno sólo desflora de
prisa y corriendo la experiencia y los hechos, mientras que el otro hace de ellos un estudio
metódico y profundo.
23. Existe gran diferencia entre los ídolos del espíritu humano y las ideas de la inteligencia
divina, es decir, entre ciertas vanas imaginaciones, y las verdaderas marcas y sellos impresos
en las criaturas, tal como se les puede descubrir.
24. Es absolutamente imposible que los principios establecidos por la argumentación puedan
extender el campo de nuestra industria, porque la sutilidad de la naturaleza sobrepuja de mil
maneras a la sutilidad de nuestros razonamientos. Pero los principios deducidos de los hechos
legítimamente y con mesura, revelan e indican fácilmente a su vez hechos nuevos, haciendo
fecundas las ciencias.
25. Los principios hoy imperantes tienen origen en una experiencia superficial y vulgar, y en el
reducido número de hechos que por sí mismos se presentan a la vista; no tienen otra
profundidad ni extensión más que la de la experiencia.
26. Para hacer comprender bien nuestro pensamiento, damos a esas nociones racionales que
se transportan al estudio de la naturaleza, el nombre de Prenociones de la naturaleza y a la
ciencia que deriva de la experiencia por legítima vía, el nombre de Interpretación de la
naturaleza.
27. Las prenociones tienen potencia suficiente para determinar nuestro asentimiento; ¿no es
cierto que si todos los hombres tuviesen una misma y uniforme locura, podrían entenderse
todos con bastante facilidad?
28. Más aún, las prenociones subyugan nuestro asentimiento con más imperio que las
interpretaciones, porque recogidas sobre un reducido número de hechos, y sobre aquellos que
más familiares nos son, hieren in continenti el espíritu y llenan la imaginación, mientras que las
interpretaciones, recogidas aquí y allí sobre hechos muy variados y diseminados, no pueden
impresionar súbitamente el espíritu, y deben sucesivamente parecernos muy penosas y
extrañas de recibir, casi tanto como los misterios de la fe.
29. En las ciencias, en que sólo las opiniones y las máximas están en juego, las prenociones y la
dialéctica son de gran uso, porque es del espíritu del que se ha de triunfar, y no de la
naturaleza.
30. Aun cuando todas las inteligencias de todas las edades aunasen sus esfuerzos e hicieran
concurrir todos sus trabajos en el transcurso del tiempo, poco podrían avanzar las ciencias con
la ayuda de las prenociones, porque los ejercicios mejores y la excelencia de los remedios
empleados, no pueden destruir errores radicales, y que han tomado carta de naturaleza en la
constitución misma del espíritu.
31. Es en vano esperar gran provecho en las ciencias, injertando siempre sobre el antiguo
tronco; antes al contrario, es preciso renovarlo todo, hasta las raíces más profundas, a menos
que no se quiera dar siempre vueltas en el mismo círculo y con un progreso sin importancia y
casi digno de desprecio.
32. No combatimos en modo alguno la gloria de los autores antiguos, dejémosles todo su
mérito; no comparamos ni la inteligencia ni el talento, sino los métodos; nuestra misión no es
la del juez, sino la del guía.
33. Preciso es decirlo con franqueza: no se puede emitir juicio acerca de nuestro método, ni
acerca de los descubrimientos por él realizados, en nombre de las prenociones, pues no puede
pretenderse que se reconozca como autoridad aquello mismo que se quiere juzgar.
34. Explicar y hacer comprender lo que pretendemos, no es cosa fácil, pues jamás se
comprende lo que es nuevo, sino por analogía, con lo que es viejo.
35. Borgia dijo de la expedición de los franceses a Italia que habían ido hierro en mano para
marcar las posadas y no con armas para forzarlas; de esta suerte quiero yo dejar penetrar mi
doctrina en los espíritus dispuestos y propicios a recibirla; no conviene intentar conversar
cuando hay disentimiento sobre los principios, las nociones fundamentales y las formas de la
demostración.
36. El único medio de que disponemos para hacer apreciar nuestros pensamientos, es el de
dirigir las inteligencias hacia el estudio de los hechos, de sus series y de sus órdenes, y obtener
de ellas que por algún tiempo renuncien al uso de las nociones y empiecen a practicar la
realidad.
37. En su comienzo, tiene nuestro método gran analogía con los procedimientos de los que
defendían la acatalepsia; pero, en fin de cuentas, hay entre ellos y nosotros diferencia inmensa
y verdadera oposición.
38. Los ídolos y las nociones falsas que han invadido ya la humana inteligencia, echando en ella
hondas raíces, ocupan la inteligencia de tal suerte, que la verdad sólo puede encontrar a ella
difícil acceso.
39. Hay cuatro especies de ídolos que llenan el espíritu humano. Para hacernos inteligibles, los
designamos con los siguientes nombres: la primera especie de ídolos, es la de los de la tribu; la
segunda, los ídolos de la caverna; la tercera, los ídolos del foro; la cuarta, los ídolos del teatro.
40. La formación de nociones y principios mediante una legítima inducción, es ciertamente el
verdadero remedio para destruir y disipar los ídolos; pero sería con todo muy conveniente dar
a conocer los ídolos mismos.
41. Los ídolos de la tribu tienen su fundamento en la misma naturaleza del hombre, y en la
tribu o el género humano. Se afirma erróneamente que el sentido humano es la medida de las
cosas; muy al contrario, todas las percepciones, tanto de los sentidos como del espíritu, tienen
más relación con nosotros que con la naturaleza. El entendimiento humano es con respecto a
las cosas, como un espejo infiel, que, recibiendo sus rayos, mezcla su propia naturaleza a la de
ellos, y de esta suerte los desvía y corrompe.
42. Los ídolos de la caverna tienen su fundamento en la naturaleza individual de cada uno;
pues todo hombre independientemente de los errores comunes a todo el género humano,
lleva en sí cierta caverna en que la luz de la naturaleza se quiebra y es corrompida, sea a causa
de disposiciones naturales particulares de cada uno, sea en virtud de la educación y del
comercio con los otros hombres, sea a consecuencia de las lecturas y de la autoridad de
aquellos a quienes cada uno reverencia y admira, ya sea en razón de la diferencia de las
impresiones, según que hieran un espíritu prevenido y agitado, o un espíritu apacible y
tranquilo y en otras circunstancias; de suerte que el espíritu humano, tal como está dispuesto
en cada uno de los hombres, es cosa en extremo variable, llena de agitaciones y casi
gobernada por el azar. De ahí esta frase tan exacta de Heráclito: que los hombres buscan la
ciencia en sus particulares y pequeñas esferas, y no en la gran esfera universal.
43. Existen también ídolos que provienen de la reunión y de la sociedad de los hombres, a los
que designamos con el nombre de ídolos del foro, para significar el comercio y la comunidad
de los hombres de que tienen origen. Los hombres se comunican entre sí por el lenguaje; pero
el sentido de las palabras se regula por el concepto del vulgo. He aquí por qué la inteligencia, a
la que deplorablemente se impone una lengua mal constituida, se siente importunada de
extraña manera. Las definiciones y explicaciones de que los sabios acostumbran proveerse y
armarse anticipadamente en muchos asuntos, no les libertan por ello de esta tiranía. Pero las
palabras hacen violencia al espíritu y lo turban todo, y los hombres se ven lanzados por las
palabras a controversias e imaginaciones innumerables y vanas.
44. Hay, finalmente, ídolos introducidos en el espíritu por los diversos sistemas de los filósofos
y los malos métodos de demostración; llamárnosles ídolos del teatro, porque cuantas filosofías
hay hasta la fecha inventadas y acreditadas, son, según nosotros, otras tantas piezas creadas y
representadas cada una de las cuales contiene un mundo imaginario y teatral. No hablamos
sólo de los sistemas actualmente extendidos, y de las antiguas sectas de filosofía; pues se
puede imaginar y componer muchas otras piezas de ese género, y errores completamente
diferentes tienen causas casi semejantes. Tampoco queremos hablar aquí sólo de los sistemas
de filosofía universal, sí que también de los principios y de los axiomas de las diversas ciencias,
a los que la tradición, una fe ciega y la irreflexión, han dado toda la autoridad. Pero es preciso
hablar más extensa y explícitamente de cada una de esas especies de ídolos, para que el
espíritu humano pueda preservarse de ellos.
45. El espíritu humano se siente inclinado naturalmente a suponer en las cosas más orden y
semejanza del que en ellas encuentra; y mientras que la naturaleza está llena de excepciones y
de diferencias, el espíritu ve por doquier armonía, acuerdo y similitud. De ahí la ficción de que
todos los cuerpos celestes describen al moverse círculos perfectos; de las líneas espirales y
tortuosas, sólo se admite el nombre.
46. El espíritu humano, una vez que lo han reducido ciertas ideas, ya sea por su encanto, ya
por el imperio de la tradición y de la fe que se les presta, se ve obligado a ceder a esas ideas
poniéndose de acuerdo con ellas; y aunque las pruebas que desmienten esas ideas sean muy
numerosas y concluyentes, el espíritu o las olvida, o las desprecia, o por una distinción las
aparta y rechaza, no sin grave daño; pero preciso le es conservar incólume toda la autoridad
de sus queridos prejuicios.
47. Maravíllase el espíritu humano sobre todo de los hechos que se le presentan juntos e
instantáneamente, y de que de ordinario está llena la imaginación; una tendencia cierta, pero
imperceptible, le inclina a suponer y a creer que todo lo demás se asemeja a aquellos hechos
que le asedian.
48. El espíritu humano se escapa sin cesar y jamás puede encontrar ni descanso ni límites;
siempre busca más allá, pero en vano. Por eso es por lo que no puede comprenderse que el
mundo termine en alguna parte, e imaginar límites sin concebir alguna cosa hacia el otro lado.
Por eso es también por lo que no se puede comprender cómo haya transcurrido una eternidad
hasta el día, pues la distinción que habitualmente se emplea de el infinito anterior y el infinito
posterior es de todo punto insostenible, pues se deduciría de ello que hay un infinito mayor
que otro infinito, que lo infinito tiene término y se convierte así en finito.
49. El espíritu humano no recibe con sinceridad la luz de las cosas, sino que mezcla a ella su
voluntad y sus pasiones; así es como se hace una ciencia a su gusto, pues la verdad que más
fácilmente admite el hombre, es la que desea. Rechaza las verdades difíciles de alcanzar, a
causa de su impaciencia por llegar al resultado.
50. Pero la fuente más grande de errores y dificultades para el espíritu humano se encuentra
en la grosería, la imbecilidad y las aberraciones de los sentidos, que dan a las cosas que les
llama la atención más importancia que a aquellas que no se la llaman inmediatamente, aunque
las últimas la tengan en realidad mayor que las otras. No va más allá el espíritu que el ojo;
también la observación de lo que es invisible es completamente nula o poco menos. Por esto
todas las operaciones de los espíritus en los cuerpos tangibles nos escapan y quedan
ignoradas. No advertimos tampoco en las cosas visibles los cambios insensibles de estado, que
de ordinario llamamos alteraciones, y que son en efecto un transporte de las partes más
tenues.
51. El espíritu humano por naturaleza, es inclinado a las abstracciones y considera como
estable lo que está en continuo cambio. Es preferible fraccionar la naturaleza que abstraería;
esto es lo que hace la escuela de Demócrito, que ha penetrado mejor que cualquiera otra en la
naturaleza.
52. He ahí los ídolos que nosotros llamamos de la tribu, que tienen su origen o en la
regularidad inherente a la esencia del humano espíritu, en sus prejuicios, en su limitado
alcance, en su continua inestabilidad, en su comercio con las pasiones, en la imbecilidad de los
sentidos, o en el modo de impresión que recibimos de las cosas.
53. Los ídolos de la caverna provienen de la constitución de espíritu y de cuerpo particular a
cada uno, y también de la educación de la costumbre, de las circunstancias. Esta especie de
errores es muy numerosa y variada; indicaremos, sin embargo, aquellos contra los que es más
preciso precaverse, y que más perniciosa influencia tienen sobre el espíritu, al cual corrompen.
54. Gustan los hombres de las ciencias y los estudios especiales, bien porque se crean sus
autores o inventores, o bien porque les hayan consagrado muchos esfuerzos y se hayan
familiarizado particularmente con ellos. Cuando los hombres de esta clase se inclinan hacia la
filosofía y las teorías generales, las corrompen y alteran a consecuencia de sus estudios
favoritos; obsérvase esto claramente en Aristóteles, que esclavizó de tal suerte la filosofía
natural a su lógica, que hizo de la primera una ciencia poco menos que vana y un campo de
discusiones.
55. La distinción más grave, y en cierto modo fundamental, que se observa en las inteligencias,
relativa a la filosofía y a las ciencias, es que unos tienen mayor actitud y habilidad para apreciar
las diferencias de las cosas, y otros para apreciar las semejanzas.
56. Hay espíritus llenos de admiración por todo lo antiguo, otros de pasión y arrastrados por la
novedad; pocos hay de tal suerte constituidos que puedan mantenerse en un justo medio y
que no vayan a batir en brecha lo que los antiguos fundaron de bueno y se abstengan de
despreciar lo que de razonable aportan a su vez los modernos. No sin gran perjuicio para la
filosofía y las ciencias, se hacen los espíritus más bien partidarios que jueces de lo antiguo y de
lo nuevo; no es a la afortunada condición de uno u otro siglo, cosa mudable y perecedera, a lo
que conviene pedir la verdad, sino a la luz de la experiencia y de la naturaleza, que es eterna.
Preciso es, pues, renunciar a esos entusiasmos y procurar que la inteligencia no reciba de ellos
sus convicciones.
57. El estudio exclusivo de la naturaleza y de los cuerpos en sus elementos, fracciona en
pedazos, en cierto modo, la inteligencia; el estudio exclusivo de la naturaleza y de los cuerpos
en su composición y en su disposición general, sume al espíritu en una admiración que le
enerva. Conviene, pues, que estos estudios sucedan unos a otros y cultivarlos
alternativamente, para que la inteligencia sea a la vez vasta y penetrante, y se pueda evitar los
inconvenientes que hemos indicado y los ídolos que de ellos provienen.
58. He aquí las precauciones que es necesario tomar para alejar y disipar los ídolos de la
caverna, que provienen ante todo del predominio de ciertos gustos, de la observación excesiva
de las desemejanzas o de las semejanzas, de la excesiva admiración a ciertas épocas; en fin, de
considerar demasiado estrechamente, o de un modo con exceso parcial las cosas. En general,
toda inteligencia, al estudiar la naturaleza, debe desconfiar de sus tendencias y de sus
predilecciones, y poner en cuanto a ellas se refiera, extrema reserva, para conservar a la
inteligencia toda su sinceridad y pureza.
59. Los más peligrosos de todos los ídolos, son los del foro, que llegan al espíritu por su alianza
con el lenguaje. Los hombres creen que su razón manda en las palabras; pero las palabras
ejercen a menudo a su vez una influencia poderosa sobre la inteligencia, lo que hace la
filosofía y las ciencias sofisticadas y ociosas. El sentido de las palabras es determinado según el
alcance de la inteligencia vulgar, y el lenguaje corta la naturaleza por las líneas que dicha
inteligencia aprecia con mayor facilidad. Cuando un espíritu más perspicaz o una observación
más atenta quieran transportar esas líneas para armonizar mejor con la realidad, dificúltalo el
lenguaje; de donde se origina que elevadas y solemnes controversias de hombres doctísimos,
degeneran con frecuencia en disputas sobre palabras, siendo así que valdría mucho más
comenzar siguiendo la prudente costumbre de los matemáticos, por cerrar la puerta a toda
discusión, definiendo rigurosamente los términos. Sin embargo, en cuanto a las cosas
materiales, las definiciones no pueden remediar este mal, porque las definiciones se hacen con
palabras, y las palabras engendran las palabras; de tal suerte, que es necesario recurrir a los
hechos, a sus series y a sus órdenes, como diremos una vez que hayamos llegado al método y a
los principios según los cuales deben fundarse las nociones y las leyes generales.
60. Los ídolos que son impuestos a la inteligencia por el lenguaje, son de dos especies: o son
nombres de cosas que no existen (pues lo mismo que hay cosas que carecen de nombre
porque no se las ha observado, hay nombres que carecen de cosa y no designan más que
sueños de nuestra imaginación), o son nombres de cosas que existen, pero confusas y mal
definidas, que reposan en una apreciación de la naturaleza demasiado ligera e incompleta; de
la primera especie son las expresiones siguientes: fortuna, primer móvil, orbes planetarios,
elemento del fuego, y otras ficciones de idéntica naturaleza, cuya raíz está en falsas y vanas
teorías. Esa especie de ídolos, es la que con mayor facilidad se destruye, pues se la puede
reducir a la nada, permaneciendo resuelta y constantemente alejada de las teorías. Pero la
otra especie, formada por una abstracción torpe y viciosa, ata más perfectamente nuestro
espíritu en el que tiene hondas raíces. Escojamos, por ejemplo, esta expresión, lo húmedo, y
veamos qué relación existe entre los diversos objetos que significa; veremos que esa expresión
es el signo confuso de diversas acciones que no tienen relación verdadera y no pueden
reducirse a una sola. Pues entendemos con ella, lo que en sí es indeterminado y carece de
consistencia; lo que se extiende fácilmente alrededor de otro cuerpo, lo que fácilmente cede
de todos lados, lo que se divide y se dispersa con facilidad; lo que se une y se reúne fácilmente,
lo que fácilmente corre y se pone en movimiento; lo que se adhiere fácilmente a otro cuerpo y
lo humedece; lo que se funde fácilmente y se reduce a líquido, cuando ha tomado una forma
sólida. He aquí por qué cuando se aplica esta expresión, si la tomáis en un sentido, la llama es
húmeda, si en otro, el aire no es húmedo; en un tercero, el polvillo es húmedo; en otro, el
vidrio es húmedo; de manera que se reconoce sin esfuerzo que esta noción ha sido tomada del
agua y de los líquidos comunes y vulgares, precipitadamente y sin ninguna precaución para
comprobar su propiedad. En las palabras hay ciertos grados de imperfección y de error. El
género menos imperfecto de todos es el de los nombres que designan alguna substancia
determinada, sobre todo en las especies inferiores, y cuya existencia está bien establecida
(pues tenemos de la creta, del barro, una noción exacta; de la tierra una falsa); una clase más
imperfecta es la de los nombres de acciones, como engendrar, corromper, alterar; la más
imperfecta de todas es la de los nombres de cualidades (a excepción de los objetos inmediatos
de nuestras sensaciones) como lo grave, lo blando, lo ligero, lo duro, etc. Sin embargo, entre
todas esas diversas clases, no es difícil encontrar nociones mejores unas que otras, según la
extensión de la experiencia que ha impresionado los sentidos.
61. En cuanto a los ídolos del teatro, no son innatos en nosotros, ni furtivamente introducidos
en el espíritu, sino que son las fábulas de los sistemas y los malos métodos de demostración
los que nos los imponen. Intentar refutarlos, no sería ser consecuente con lo que antes hemos
expuesto. Como no estamos de acuerdo ni sobre los principios, ni sobre el modo de
demostración, toda argumentación es imposible. Buena fortuna es, nada quitar a la gloria de
los antiguos. Y en nada atacamos su mérito, puesto que aquí se trata exclusivamente de una
cuestión de método. Como dice el proverbio: antes llega el cojo que está en buen camino, que
el corredor que no está en él. Es también evidente que cuando se va por camino extraviado,
tanto más se desvía uno, cuanto es más hábil y ligero. Es tal nuestro método de
descubrimientos científicos, que no deja gran cosa a la penetración y al vigor de las
inteligencias, antes bien las hace a todas aproximadamente iguales. Para trazar una línea recta
o describir un círculo perfecto, la seguridad de la mano y el ejercicio, entran por mucho en ello,
si nos servimos de la mano sola; pero son de poca o ninguna importancia si empleamos la regla
o el compás: así ocurre en nuestro método. Pero aunque de nada sirva refutar cada sistema en
particular, conviene decir, no obstante, una palabra de las sectas en general y de sus teorías,
de los signos por que pueden juzgárselas y que las condenan, y tratar un poco de las causas de
tan gran fracaso y de un acuerdo tan prolongado y general en el error, para facilitar el acceso a
la verdad, y para que el humano espíritu se purifique de mejor grado y arroje los ídolos.
62. Los ídolos del teatro, o de los sistemas, son numerosos: pueden serlo más aún, y lo serán
tal vez un día; pues si durante muchos siglos los espíritus no hubiesen sido absorbidos por la
religión y la teología; si los Gobiernos, y sobre todo las monarquías, no hubiesen sido enemigos
de ese género de novedades, aun puramente especulativas hasta punto tal, que los hombres
no podían entregarse a ellas sin riesgo ni peligros, sin reportar beneficio alguno, antes bien,
exponiéndose por ello al desprecio y al odio, hubiérase visto nacer, sin duda alguna, muchas
otras sectas de filosofía semejantes a las que en otro tiempo florecieron en Grecia con gran
variedad. De la misma suerte que sobre los fenómenos del espacio etéreo se puede formular
varios temas celestes, sobre los fenómenos de la filosofía, aún con mayor facilidad se puede
organizar teorías diversas, teniendo las piezas de este teatro con las de los poetas el carácter
común de presentar los hechos en las narraciones mejor ordenadas y con más elegancia que
las narraciones verídicas de la historia, y de ofrecerlos tal como si fueran hechos a medida del
deseo. En general, dan esos sistemas por base a la filosofía algunos hechos de los que se exige
demasiado, o muchos hechos a los que se exige muy poco; de suerte que, tanto en uno como
en otro caso, la filosofía descansa sobre una base excesivamente estrecha de experiencia y de
historia natural, y sus conclusiones derivan de datos legítimamente demasiado restringidos.
Los racionalistas se apoderan de varios experimentos, los más vulgares, que no comprueban
con escrúpulo ni examinan con mucho cuidado, y ponen todo el resto en la meditación y las
evoluciones del espíritu. Hay otra suerte de filósofos que, versados exclusivamente en un
reducido número de conocimientos en que se absorbe su espíritu, se atreven a deducir de
ellos toda una filosofía, reduciéndolo todo de viva fuerza y de rara manera a su explicación
favorita. Una tercera especie de filósofos existe, que introduce en la filosofía la teología y las
tradiciones, en nombre de la fe y de la autoridad. De entre éstos, algunos han llevado la locura
hasta pedir la ciencia por invocaciones a los espíritus y a los genios. Así, pues, todas las falsas
filosofías se reducen a tres clases: la sofística, la empírica y la supersticiosa.