Fundamentos para la formación de los laicos en la Iglesia a la luz del Concilio Vaticano II,
el Magisterio post-conciliar y las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano
y Caribeño
Famer Asprilla Mosquera
Universidad Santo Tomás
Facultad de Teología
Bogotá
2021
2
Fundamentos para la formación de los laicos en la Iglesia a la luz del Concilio Vaticano II, el
Magisterio post-conciliar y las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y
Caribeño
Famer Asprilla Mosquera
Teólogo
Dr. Franklin Buitrago Rojas
Asesor
Monografía
Universidad Santo Tomás
Facultad de Teología
Bogotá
2021
3
Página de Aceptación
Asesor: ____________________________
Jurado: _____________________________
Jurado: _____________________________
4
Dedicatoria:
Este trabajo académico está dirigido a docentes, estudiantes, seglares,
investigadores, comunidades laicales e instituciones eclesiales,
interesados en reflexionar sobre la formación de los laicos
para llevar a cabo su función apostólica en la Iglesia.
Agradecimientos:
Agradezco a Dios por guiarme con la luz de su Espíritu Santo.
A la Orden de Predicadores por el apoyo y cercanía de los frailes.
A la Universidad Santo Tomás por creer en este proyecto investigativo.
A Fr. Franklin Buitrago Rojas, O.P. por su invaluable acompañamiento.
A mi familia, amigos y compañeros de estudio de la Universidad Santo Tomás.
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Abreviaturas
AA = Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam Actuositatem
AG = Concilio Vaticano II, Decreto Ad Gentes
AL = América Latina
CDSI = Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
CELAM= Consejo Episcopal Latinoamericano
ChL = Pablo VI, Exhortación Christifideles Laici
DA = Documento de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada
en Aparecida, Brasil, 2007
DI = Discurso Inaugural de S.S. Benedicto XVI en la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano
Discurso Inaugural = Discurso de S.S. Juan Pablo II en la inauguración de la III Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano – Puebla, enero 28 de 1979
DP = Documento de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada
en Puebla de los Ángeles, México, 1979
DSI = Doctrina Social de la Iglesia
EG = Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium
EN = Pablo VI, Exhortación Evangelii Nuntiandi
GS = Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes
Homilía Puebla = De S.S. Juan Pablo II en el Seminario de Puebla, enero 28 de 1979
LG = Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium
MAL = Mensaje a los pueblos de América Latina de la III Conferencia General
Med = Documento de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada
en Medellín, Colombia, 1968
PP = Pablo VI, Encíclica Populorum Progressio
SD = Documento de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada
en Santo Domingo, República Dominicana, 1992
6
Resumen
La Iglesia tiene la misión de anunciar la Palabra de Dios para salvación de todos los hombres; el
cumplimiento de esta labor corresponde a todo el Pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos y laicos.
El objeto de nuestro estudio son los laicos y su importante papel en la santificación del mundo;
ellos como bautizados comparten la función sacerdotal, profética y regia de Cristo, derivada de la
participación sacramental. Lo característico de la condición eclesial de los laicos es su índole
secular que les permite llevar a cabo varias tareas: gestionar los asuntos temporales y ordenarlos
según Dios, y anunciar a Cristo con el testimonio de vida, contribuyendo a la transformación de
las estructuras humanas. El magisterio eclesial de las últimas décadas ha considerado que los
laicos, para llevar a cabo su función, deben ser formados cristianamente, pues madurando más su
fe se hacen capaces de iluminar el mundo con la luz del Evangelio, en medio de los asuntos
temporales: la familia, el estudio, el trabajo, la participación política y social, entre otros. El
Concilio Vaticano II, el magisterio post-conciliar y las Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano y Caribeño son esenciales para definir los fundamentos de dicha formación laical.
Palabras claves: laicos, formación, misión, Iglesia, secularidad, testimonio
Abstract
The Church has the mission of announcing the Word of God for the salvation of the humankind;
the fulfillment of this task is a commitment of the whole People of God (priests, religious and
laity). The main topic of this dissertation is the laity and their key role related to the sanctification
of the world. The laity, as baptized people, share the priestly, prophetic and royal function of
Christ, derived from the sacramental participation. What is characteristic of the ecclesial condition
of the laity is their secular nature that allows them to carry out various tasks: managing temporal
affairs and ordering them according to God, and proclaiming Christ with the their testimony of
life, contributing to the transformation of human structures. The magisterium of the Church in
recent decades has considered that the laity, in order to carry out their duties, must be formed in a
Christian way, since by maturing better their faith, they become capable of shining the world with
the light of the Gospel, in the midst of temporal affairs: family, study, work, political and social
participation, among others. The Second Vatican Council, the Post-conciliar Magisterium and the
Latin American and Caribbean Catholic Bishops' Conferences play a key role on giving guidelines
to the laity formation.
Keywords: laity, formation, mission, Church, secularity, testimony
7
Tabla de contenido
Abreviaturas ……………………………………………………………………………………... 5
Abstract……………………………………………………………………………………………6
Introducción……………………………………………………………………………………… 9
1. Los laicos y su lugar dentro de la misión eclesial ............................................................... 12
1.1. Los laicos en el Concilio Vaticano II........................................................................... 12 1.1.1. Constitución Dogmática Lumen Gentium (1964). ............................................................................. 12 1.1.2. Constitución Pastoral Gaudium et spes (1965). ................................................................................. 15 1.1.3. Decreto Apostolicam Actuositatem (1965). ....................................................................................... 16
1.2. Los laicos y su misión según los documentos post-conciliares ................................. 19 1.2.1. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (1975)......................................................................... 20 1.2.2. Exhortación Apostólica Christifideles Laici (1988). ......................................................................... 22
1.3. Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano ...................................... 25 1.3.1. II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Medellín, Colombia (1968). .................. 26 1.3.2. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Puebla de los Ángeles, México (1979). 29 1.3.3. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo, República Dominicana
(1992). 31 1.3.4. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Aparecida, Brasil (2007). .. 33
2. Finalidad, agentes y medios de la formación laical ............................................................ 35
2.1. Propósitos de la formación del laicado ....................................................................... 35 2.1.1. Documentos del Concilio Vaticano II. .............................................................................................. 36 2.1.2. Documentos del magisterio post-conciliar. ....................................................................................... 39
2.1.2.1. Buscar el Reino de Dios, construirlo y vivirlo. ............................................................................. 39 2.1.2.2. Madurar la fe. ................................................................................................................................ 39 2.1.2.3. Ejercer una forma singular de evangelización. ............................................................................. 40 2.1.2.4. La solidaridad y la promoción humana. ........................................................................................ 41 2.1.2.5. Construir la Iglesia como comunidad de fe, de oración, de caridad fraterna. ............................... 42 2.1.2.6. Intervenir en asuntos sociales y políticos. ..................................................................................... 43
2.2. Campos de la acción pastoral de los laicos ................................................................. 44 2.2.1. La familia y los jóvenes. .................................................................................................................... 44 2.2.2. La participación social y política. ...................................................................................................... 47 2.2.3. El ámbito económico. ........................................................................................................................ 51 2.2.4. La cultura y las culturas del hombre. ................................................................................................. 53 2.2.5. La comunidad eclesial y los diversos ministerios eclesiales. ............................................................ 54
2.3. Responsables de la formación laical ........................................................................... 55 2.3.1. La familia cristiana. ........................................................................................................................... 56 2.3.2. Los ministros ordenados y los religiosos. .......................................................................................... 57 2.3.3. La Iglesia universal, la Iglesia local y la parroquia. .......................................................................... 59 2.3.4. Instituciones educativas católicas. ..................................................................................................... 60
2.4. Medios de enseñanza y participación laical ............................................................... 62
8
3. Áreas temáticas necesarias en la formación laical ............................................................. 65
3.1. Conocimiento de la Sagrada Escritura ...................................................................... 66
3.2. Formación en la doctrina cristiana ............................................................................. 68
3.3. Formación espiritual .................................................................................................... 70
3.4. Formación para la misión y el apostolado ................................................................. 72
3.5. Doctrina Social de la Iglesia ........................................................................................ 75
Conclusiones……………………………………………………………………………………. 87
Referencias bibliográficas ……………………………………………………………………… 99
9
Introducción
Los laicos tienen un lugar significativo en el cumplimiento de la misión apostólica de la Iglesia.
Ellos forman un estado particular de vida, siendo el mundo el lugar propio de su acción evangélica;
allí están llamados a santificarse a sí mismos y contribuir a la santificación de los demás. Es propio
de su condición secular impregnar lo terreno con la luz de Cristo, haciendo que todas las cosas
temporales se ordenen a la gloria de Dios. Los laicos están presentes en las diversas actividades
del mundo, por eso más que los clérigos y religiosos, encuentran en la vida cotidiana, el lugar
propicio para fecundar lo creado con el Evangelio. Por estar inmersos cotidianamente en el
contexto de la familia, el trabajo, el estudio y el ejercicio profesional, gozan de una oportunidad
especial para hacer presente a Dios en esos espacios, desde los cuales es posible la consagración
del mundo, logrando transformar estructuras que desvirtúan la búsqueda del bien común y la lucha
por la dignidad humana.
Para el cumplimiento de esta labor, los pastores de la Iglesia han exhortado a todo el Pueblo
de Dios a favorecer la formación y preparación de los fieles laicos, de tal manera que adquieran
un conocimiento más profundo de su fe cristiana. En este proceso de formación, los laicos deben
distinguir los deberes y derechos que les competen como miembros de la Iglesia y de la sociedad,
razón por la cual su formación debe obedecer a unas directrices magisteriales que orienten su
educación hacia la misión única de la Iglesia que no es distinta a la santificación del mundo. En
este sentido es preciso que los bautizados comprendan cuál es su verdadero papel como cristianos
y a qué están llamados en orden a su condición de secularidad. La vivencia de la fe cristiana debe
llevar al ser humano a gustar los bienes espirituales, de tal forma que esté en capacidad de trabajar
de manera conjunta con los demás hombres en pro de una construcción más humana del mundo,
descubriendo en los misterios de la fe cristiana, el fundamento para cumplir con su misión. En este
contexto, la formación cristiana del laico lo faculta para que, siguiendo el ejemplo de Cristo, esté
dispuesto a poner su propia existencia al servicio de los hermanos.
Es importante poner de presente que los laicos son fieles que, en cuanto incorporados a
Cristo por el bautismo, integran el Pueblo de Dios, asumiendo un rol determinante en la acción
pastoral de la Iglesia, allí deben ser verdadero testimonio de fe cristiana. Esto abre las puertas a
una nueva etapa de dinamismo misionero donde es relevante la preparación y formación, no sólo
del clero, sino de un laicado responsable, maduro y en constante crecimiento. Al ser la formación
10
cristiana un continuo proceso de maduración en la fe, que configura al creyente con Cristo bajo la
guía del Espíritu Santo, tal formación debe privilegiar el campo espiritual, doctrinal, humano, pero
de manera novedosa, el orden social y político.
Partiendo de la premisa que los fieles tienen el derecho de ser formados en la fe en pro de
un trabajo apostólico eficaz, corresponde a los pastores de la Iglesia la obligación de garantizar
dicho proceso educativo. Esta tarea reviste total importancia desde la vocación trasmitida por
Cristo, que recae sobre el Romano Pontífice y su colegio episcopal, como custodios del sensus
fidei, el sentido de la fe, en cuya labor están llamados a defender, profundizar y anunciar el
depositum fidei, el depósito de la fe, que han recibido. Pero esta formación no recae sólo sobre el
Magisterio de la Iglesia, hay otros garantes del proceso, entre ellos los mismos laicos, quienes con
su labor contribuyen a la construcción del Reino de Dios en el mundo. Desde esta perspectiva, es
necesario adentrarse en los documentos eclesiales, con el propósito de estudiar y establecer las
dimensiones fundamentales y esenciales de la formación cristiana que deben recibir los laicos
como itinerario de educación en la fe.
Se constata en la actualidad una mayor colaboración de los laicos en las actividades
eclesiales, es decir, ellos participan activamente del trabajo de parroquia en sus diferentes formas
de acción pastoral: ministerio de música, ministros de la palabra y de la eucaristía, catequistas,
grupos apostólicos, proyección social asistencial, grupos de oración, entre otros. Sin duda, existe
una gran actividad eclesial por parte de los fieles, pero en algunas oportunidades se reduce al hecho
de ayudar en diversos aspectos de la vida parroquial. Dicha vinculación ha motivado en algunos
laicos el deseo de formarse cristianamente, buscando adquirir bases sólidas que sustenten su fe y
así dar un mejor testimonio de Cristo. En este sentido, algunos párrocos han promovido en sus
comunidades, diversos cursos, seminarios, y catequesis que permiten a los bautizados tener un
mayor conocimiento bíblico, teológico o doctrinal. Muchas veces esta formación aporta a un
desarrollo intra-eclesial, es decir, se preparan para ser buenos cristianos y servir a la Iglesia en los
requerimientos cotidianos.
No se puede negar que los laicos han entrado en un proceso de toma de conciencia sobre
la necesidad de ser formados para servir mejor a la Iglesia, pero vale la pena preguntarse si su
formación debe reducirse a los aspectos doctrinal, teológico y bíblico, o si los documentos
magisteriales han señalado otras áreas importantes dentro de la formación laical. Partiendo de las
11
consideraciones expuestas, el presente trabajo académico busca conocer las directrices eclesiales
dadas en el Concilio Vaticano II, algunas exhortaciones del magisterio post-conciliar y las
Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano que se constituyen en fundamento de la
formación laical en la Iglesia.
La temática se abordará en tres etapas: en la primera se definirá conceptualmente la realidad
laical a partir de los documentos magisteriales conciliares (LG, GS, AA) y post-conciliares (EN,
ChL), identificando su lugar en la misión conjunta de toda la Iglesia. En esta primera parte se
señalan las razones del porqué los laicos deben ser formados cristianamente, al tiempo que se
reconoce el mundo como lugar propicio para llevar a cabo su acción apostólica. En la segunda
parte se señalan los fines o propósitos de la formación del laicado, el para qué de la formación
laical, así como los medios pertinentes para realizar esta labor educativa y los responsables de su
formación. Se establecerán de igual manera los campos o escenarios propicios para que los laicos
llevan a cabo su apostolado. En la tercera sección se indican cuáles son las principales áreas que
deben integrar la formación de los laicos, propendiendo por una educación integral que privilegie
la acción política y social, siguiendo las enseñanzas magisteriales que comprenden la Doctrina
Social de la Iglesia.
El presente trabajo documental encuentra en el Concilio Vaticano II, las exhortaciones
post-conciliares Evangelii Nuntiandi y Christifideles Laici, al igual que en las Conferencias
Generales del Episcopado Latinoamericano, las fuentes principales para establecer los
fundamentos eclesiales de la formación laical. De esta manera se bosqueja un soporte doctrinal
que emana del corazón mismo de la Iglesia para establecer por qué, en qué y para qué se forman
los laicos. Los hallazgos de la investigación son pertinentes para la Iglesia contemporánea, en la
medida que se busca concientizar tanto a los pastores como a los laicos de la importancia de la
formación en la fe para la santificación del mundo. Es importante promover el conocimiento de
las disposiciones magisteriales en cuanto a la formación de los laicos y su pertinencia para forjar
un laicado maduro en la vivencia de la fe, pero dispuesto a impregnar el mundo de Evangelio,
gestando una mayor participación en el ámbito político y social, como escenarios donde es posible
trasformar estructuras humanas que privilegien el bienestar de todos.
12
1. Los laicos y su lugar dentro de la misión eclesial
1.1. Los laicos en el Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II representa un avance valioso en el desarrollo de una teología del laicado
al plantear rutas claras y firmes a este respecto. En el contexto de la década de los sesenta los
padres conciliares hacen evidente una toma de conciencia del significativo rol que los laicos
desempeñan en la Iglesia; es importante el anuncio del mensaje profético de Jesucristo y el
testimonio de fe que están llamados a dar. El Vaticano II, en la Constitución Dogmática Lumen
Gentium, la Constitución Pastoral Gaudium et spes y el Decreto Apostolicam Actuositatem, hace
eco de la responsabilidad que tiene la Iglesia de formar a los creyentes en la sabiduría de la fe, de
modo que el testimonio de los fieles encuentre asidero en los cimientos doctrinales de la Iglesia y
en una vivencia de fe coherente con los principios y directrices de las principales fuentes de la
teología cristiana: las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio.
1.1.1. Constitución Dogmática Lumen Gentium (1964).
Uno de los primeros documentos del Concilio Vaticano II donde se reflexionó sobre el papel de
los laicos en la Iglesia fue la Constitución Dogmática Lumen Gentium. Los padres conciliares
dedicaron el capítulo IV de este documento al estudio de la vocación apostólica de los laicos en la
Iglesia y en el mundo. Los fieles laicos, al ser comprendidos como Pueblo de Dios, por el bautismo,
se hacen partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, fructificando en el
testimonio de vida en medio de las realidades de su entorno. Para los laicos es imprescindible dar
razón de sus dones y carismas en la obra común de la Iglesia. Por eso, el Concilio afirma que “los
fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la
religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios” (LG 11).
Los laicos son definidos en el documento conciliar como “todos los fieles cristianos, a
excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia”
(LG 31). Con este enunciado se hace una descripción tipológica que busca diferenciar a los laicos
de los clérigos y religiosos. El énfasis está puesto en su dignidad como miembros del Pueblo de
Dios, que llevan al mundo el testimonio y el espíritu cristiano. El quehacer de los laicos surge “en
razón de su condición y misión”, pues “a su modo, cooperan unánimemente en la obra común de
la Iglesia” (LG 30).
13
La condición de secularidad reconocida a los laicos en la Constitución Lumen Gentium,
hay que entenderla como el modo particular en que los laicos participan de la misión de la Iglesia,
la forma como configuran su vocación cristiana en medio de las realidades cotidianas del mundo.
El carácter secular es uno de los más destacados aportes del Vaticano II con respecto a la teología
del laicado. De este modo se reconoce la potestad de los laicos para llevar a cabo su tarea misional
no sólo en la Iglesia, sino también en el mundo; de ahí que estén llamados a “buscar el Reino de
Dios tratando y ordenando según Dios, todos los asuntos temporales” (LG 31).
Los laicos están sumergidos en las realidades cotidianas de la vida humana, como la
familia, el estudio, el trabajo, la política, la sociedad, entre otras. Dichos campos son los lugares
propios para el cumplimiento de su misión. Los laicos gozan de una oportunidad especial con
referencia a sus escenarios de apostolado; a ellos corresponde “iluminar y organizar todos los
asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen
continuamente según el Espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y
Redentor” (LG 31).
Los laicos deben tomar conciencia de la multiplicidad de lugares de los que disponen para
llevar a cabo su misión eclesial como una oportunidad de acción pastoral que va más allá de las
paredes de los templos, llegando incluso a espacios donde el clero, por diversas razones, no puede
llegar. La índole secular permite al laico vivir, desde el interior del mundo, su condición cristiana,
llevando a cabo la vocación que le es propia: buscar el Reino de Dios a través de las cosas terrenas
y ordenarlas según Dios. Los laicos “están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia
profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde
dentro, a modo de fermento” (LG 31).
La formación de los laicos en la Iglesia debe responder a la misión que les corresponde de
cara a su carácter secular, teniendo en cuenta que ellos, a su modo, cooperan en la obra común de
toda la Iglesia, diferenciándose de los pastores y religiosos. El término latino “suo modo” (LG 30),
es decir, “a su modo”, hace referencia a que los laicos participan de la función sacerdotal, profética
y real de Cristo, ejerciendo en la Iglesia y en el mundo la misión que corresponde a todo el pueblo
cristiano, pero en la parte que a ellos concierne, en medio de las actividades propias de su entorno
cotidiano.
La cooperación de los laicos “a su modo” indica que su acción apostólica se configura de
manera diferente a la de sacerdotes y religiosos. Se lleva a cabo en medio de las actividades
14
cotidianas del mundo en las que están inmersos. Esta forma específica de configurar su vocación
y de realizar su misión, es lo que el Concilio designó índole secular o carácter secular. El hecho
de llevar a cabo la función sacerdotal, profética y real del bautismo en medio de las realidades del
mundo, se constituye en el elemento diferencial de la misión apostólica de los laicos frente al orden
sagrado y los religiosos:
El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Pues los miembros del orden sagrado,
aun cuando alguna vez pueden ocuparse de los asuntos seculares incluso ejerciendo una
profesión secular, están destinados principal y expresamente al sagrado ministerio por
razón de su particular vocación. En tanto que los religiosos, en virtud de su estado,
proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser
transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos
corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los
asuntos temporales y ordenándolos según Dios. (LG 31)
Esto no quiere decir que los pastores y religiosos estén al margen del mundo. Lo que se
pretende indicar es que a los laicos les corresponde la misma misión de todo el Pueblo de Dios,
pero en la parte que a ellos es propia, la vida cotidiana. Todos los miembros de la Iglesia:
sacerdotes, religiosos y laicos, son partícipes de la dimensión secular por el hecho de estar en el
mundo, pero participan de la misión de la Iglesia de diversas maneras.
Respecto a la tarea evangelizadora de los laicos, hay que tener presente el lugar sociológico
y antropológico que ocupan en el mundo. Dicho lugar es sociológico en la medida que está en
relación con los demás y con las estructuras históricas y culturales; es antropológico considerando
que involucra al ser humano de manera integral, en todas sus dimensiones. Esta es una de las
razones por las cuales los laicos deben recibir una adecuada formación, entendiendo que de su
preparación depende la eficacia de su acción en medio de las realidades terrenas. Su misión en el
mundo es inherente a la misión que asumen en la Iglesia, lo que genera una unidad de vida entre
lo que se cree y lo que se hace en busca de la santificación del género humano. “Esto no significa
que los laicos contribuyan a la santificación del mundo simplemente por el hecho de trabajar o
desarrollar relaciones familiares, sociales, etc., sino que lo harán en la medida de su unión a Cristo
y al Espíritu Santo” (Pellitero, 2015, p. 483).
La Constitución Dogmática Lumen Gentium brinda entonces un aporte importante en la
comprensión del laico y su misión en la Iglesia. En ella se define a los laicos como bautizados,
15
miembros del Pueblo de Dios, es decir, ya no como simples “cristianos no ordenados”. Esto
permite identificar mejor la misión de los laicos: buscar el Reino de Dios gestionando los asuntos
temporales y ordenándolos según Dios, participando del triplex munus de Cristo, desde las
actividades cotidianas que les corresponde. Se diferencia a los laicos de los sacerdotes y religiosos
a partir del carácter secular que no es otra cosa que la forma particular y distinta que tienen los
laicos de llevar a cabo su tarea en el mundo.
1.1.2. Constitución Pastoral Gaudium et spes (1965).
El Vaticano II al enfocar temáticamente esta Constitución Apostólica en el ámbito eclesial con
referencia al contexto contemporáneo, busca ayudar al cristiano a adaptarse más al espacio en el
que habita, priorizando su dignidad de ser humano. El propósito de esta Constitución es que el
hombre se capacite mejor desde la fe para responder a las necesidades urgentes de su tiempo. En
ella los padres conciliares se dirigieron tanto a creyentes como a no creyentes, “[…] con el deseo
de anunciar a todos cómo entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual” (GS
2). El Concilio exhortó a todos los cristianos al fiel cumplimiento de sus deberes temporales desde
el espíritu del Evangelio. La Gaudium et spes, no se detiene en la elaboración de una terminología
específica que defina conceptualmente a los laicos como hace la Constitución Dogmática Lumen
Gentium, pero refiere la función que ellos cumplen en la Iglesia y en el mundo, situándose en lo
profundo de la dignidad humana, asumiendo que “la Iglesia está presente en este mundo y con él
vive y actúa” (GS 40).
Como ya se dijo, la Constitución Gaudium et spes no ofrece una definición específica de
lo que es un laico, pero los reconoce como “miembros de la ciudad terrena, que son llamados a
formar en la historia del género humano, la familia de los hijos de Dios, destinada a crecer siempre
hasta la llegada del Señor” (GS 40). De alguna manera, no era necesario reiterar lo que ya había
expresado la Lumen Gentium, más bien, se adicionan otras categorías a manera de complemento
para así comprender la misión del laico y su papel en la Iglesia y el mundo como parte esencial
del Pueblo de Dios. Dice el teólogo dominico Yves Congar (1965): “los laicos fueron invitados a
hacer apostólicamente la Iglesia; a realizar, creándolo a compás, el programa de las relaciones
entre la Iglesia y el mundo” (p. 72).
La Gaudium et spes tampoco hace un despliegue amplio del carácter secular de los laicos.
De alguna forma indica que hay unas labores y un dinamismo evangélico que les es propio dentro
16
de la misión de la Iglesia. Tal escenario no es otro que la realidad terrena, por tanto, sostiene el
Concilio: “cuando actúan, individual o colectivamente, como ciudadanos del mundo, no solamente
deben cumplir las leyes propias de cada disciplina, sino que deben esforzarse por adquirir
verdadera competencia en todos los campos” (GS 43). La acción apostólica de los laicos en medio
de la cotidianidad de la vida debe entenderse como una oportunidad de hacer presente el Reino de
Dios en el contexto de lo terrenal, por eso:
A ejemplo de Cristo que llevó la vida propia de un artesano, alégrense los cristianos de
poder ejercitar todas sus actividades terrenas haciendo una síntesis vital del esfuerzo
humano en lo profesional, científico y técnico, con los más altos dones religiosos, bajo cuya
elevada ordenación todo se coordina para gloria de Dios. (GS 43)
La razón de ser de la formación de los laicos responde a unas características que son
inherentes a su función eclesial. De forma novedosa la Gaudium et spes utiliza los términos
“profesiones” y “actividades seculares” refiriéndose el carácter particular que confiere el bautismo,
entendiendo esta particularidad en el contexto de una eclesiología de comunión: “las profesiones
y las actividades seculares corresponden propiamente, aunque no exclusivamente, a los seglares”
(GS 43).
La educación de los laicos debe darse a la luz de las situaciones contextuales de la Iglesia
y del mundo “porque corresponde a su conciencia de cristianos debidamente formados el lograr
que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena” (GS 43). El laico, partiendo de la definición
de su misión como se concibe en Gaudium et spes, se convierte en anunciador del Reino de Dios
en medio de la convivencia humana, a través de las relaciones familiares, laborales, y de manera
particular, en la participación política y social. En este orden, Gaudium et spes añade a la reflexión
que el Concilio ha planteado en Lumen Gentium sobre los laicos, el ámbito de la acción eclesial,
es decir, la multiplicidad de escenarios donde el laico puede llevar a cabo su labor apostólica,
concretamente en las diversas áreas de su ejercicio profesional y en las actividades de la vida
cotidiana como son el hogar, la familia, el estudio, el trabajo, entre otros. Estos son lugares
propicios para que el laico evangelice de igual a igual.
1.1.3. Decreto Apostolicam Actuositatem (1965).
El principio primordial de este Decreto sobre el apostolado de los laicos, teniendo como base la
reflexión sobre los laicos realizada por la Lumen Gentium y la Gaudium et spes, es el
17
reconocimiento de una variedad de ministerios en la Iglesia bajo una única misión: la santificación
y la salvación de los hombres por la gracia de Cristo. El quehacer eclesial se ordena al anuncio
profético y revelador de Jesucristo en palabras, obras y coherencia de vida, comunicando al mundo
la gracia divina. En esta labor salvífica nacida de la vocación bautismal, el laicado se hace partícipe
de la misión única de la Iglesia compartiendo el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo.
Los laicos están llamados a desempeñar un papel activo en la vida y en la acción de la
Iglesia cooperando con la transmisión de la fe: “por consiguiente, se impone a todos los fieles
cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido
y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra” (AA 3). En este aspecto, los laicos
tienen el derecho y el deber de ejercer el apostolado, que es común a todos los fieles, sean clérigos
o seglares. “Prueba de esta múltiple y urgente necesidad […] es la acción del Espíritu Santo, que
impele hoy a los laicos más y más conscientes de su responsabilidad, y los inclina en todas partes
al servicio de Cristo y de la Iglesia” (AA 1). La particularidad de los laicos con referencia a los
demás fieles del Pueblo de Dios es que “participan, a su modo, de la misión de la Iglesia, su
formación apostólica recibe una característica especial por su misma índole secular y propia del
laicado y por el carácter espiritual de su vida” (AA 29).
El objeto de este Decreto no es ya definir lo que se entiende por laicado. Lo dispuesto en
el capítulo IV de Lumen Gentium y las indicaciones dadas en Gaudium et spes se convierten en
preámbulo para que este Decreto se centre en “explicar la naturaleza, el carácter y la variedad del
apostolado seglar, exponer los principios fundamentales y dar las instrucciones pastorales para su
mayor eficacia” (AA 1). Los laicos integran el Pueblo de Dios y participan del triplex munus de
Cristo, cumpliendo con las actividades seculares que para ellos son tarea y vocación, “porque el
apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana nunca puede faltar en la
Iglesia.” (AA 1).
A causa de la índole secular, es importante que los laicos reciban una adecuada formación
cristiana que promueva su valiosa contribución al fin para el cual nació la Iglesia: “que, por la
propagación del reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean
partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia
Cristo” (AA 2). A partir de este elemento, la vocación de los laicos se convierte al mismo tiempo
en vocación al apostolado. Otra razón para insistir en la necesidad de su formación es la
consolidación de la unidad misional de la Iglesia en medio de los diversos campos de acción que
18
ofrece el mundo. “Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de
trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres
de cualquier lugar de la tierra” (AA 3).
Los laicos “con la ayuda de su pericia hacen más eficaz el cuidado de las almas e incluso
la administración de los bienes de la Iglesia” (AA 10); este es un argumento significativo para
reconocer la importancia de la formación cristiana del laicado. En el cumplimiento de su función
eclesial los laicos no deben ahorrar esfuerzos en emprender acciones concretas en busca de la
santificación del mundo, y en él, la del género humano. Al mismo tiempo, la jerarquía debe estar
preparada para ofrecer y garantizar la formación pertinente y adecuada para el logro de tal fin.
En el Decreto Apostolicam Actuositatem los laicos son designados “cooperadores de la
verdad” (AA 6). En este sentido, su formación también debe responder a unos fines específicos,
como “el testimonio de la vida cristiana y las obras buenas” (AA 6), cuya eficacia busca “atraer a
los hombres hacia la fe y hacia Dios” (AA 6). De esta forma adquieren total sentido las palabras
expresadas en el Evangelio de Mateo: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (5,16). Pero el
testimonio de vida no es el único factor esencial en el apostolado de los laicos, puesto que “el
verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes
para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más
fervorosa” (AA 6).
Contribuir al restablecimiento del orden espiritual y temporal es otro de los fines para el
cual se forman los laicos. Estas dos dimensiones, a pesar de ser distintas, se consolidan en el
designio único de Dios en Jesucristo. “El laico, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe
comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana” (AA 5). El Decreto define
como orden temporal “los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y
profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas
semejantes, y su evolución y progreso” (AA 7). A estas cosas Dios les ha dado valor propio para
que favorezcan el bien de los hombres, por eso la Iglesia, y como parte de ella los laicos, debe
trabajar para que los seres humanos cada día se hagan más capaces de ordenar los bienes
temporales hacia Dios, por Jesucristo. En síntesis:
Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden
temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos
19
por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que
cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su
responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo, la justicia del Reino de
Dios. (AA 7)
1.2. Los laicos y su misión según los documentos post-conciliares
El Concilio Vaticano II ofreció al pueblo creyente una importante reflexión sobre la Iglesia como
Pueblo de Dios, lo que trajo consigo un cambio de mentalidad en clave de misión eclesial que
consistió en afirmar que todos los fieles, ministros ordenados, religiosos o laicos, son miembros
activos de la Iglesia, tanto en su vida interior como en su relación con el mundo. Desde esta
comprensión, se hace manifiesta una Iglesia ministerial donde sus diferentes actores, que
conforman el Pueblo de Dios, desempeñan roles distintos en el cumplimento de una única misión.
Dentro de este contexto, el Concilio manifestó que los fieles laicos participan de la misión de la
Iglesia según una modalidad propia, una forma particular de actuar y ejercer su función de cara al
mundo.
Sin duda, el Vaticano II fue significativo para promover un nuevo concepto de Iglesia, en
la cual los laicos son relevantes para la transformación evangélica de las realidades humanas. A
pesar de ello, posterior al Concilio, afloran circunstancias que hacen que los pastores de la Iglesia
continúen reflexionando sobre la misión evangelizadora del Pueblo de Dios, particularmente, en
lo referente a los laicos. Se siguen vislumbrando modelos eclesiales conservadores que entran en
conflicto con un modelo de Iglesia más comunitario que pone su acento en el Reino de Dios, la
igualdad entre los hombres y la opción por los pobres. Persisten grandes rasgos de una Iglesia
vertical y jerárquica, aún distante de la realidad social. Es necesario entonces que la fe encarne las
realidades terrenas, buscando contrarrestar aquellas estructuras de pecado en lo moral, lo político,
económico y social.
Se deben generar espacios que hagan visible a una Iglesia madura, formada, no sólo en su
estructura clerical, sino también laical, que constituya una comunidad evangélica y liberadora,
haciendo presente el Reino de Dios en medio de la sociedad. Los laicos son parte importante de
esa Iglesia renovada donde es primordial la defensa de la justicia, la libertad, la equidad y los
pobres. “Esta Iglesia acentúa el misterio de un Dios de vida y de misericordia, que hace alianza y
entra en comunión con los pueblos oprimidos de la tierra” (Floristan, 1999, p.176). Documentos
20
post-conciliares, como Evangelii Nuntiandi de san Pablo VI y Christifideles Laici de san Juan
Pablo II, muestran a los laicos como protagonistas de la misión de la Iglesia en el mundo, de
manera estable, permanente y plena. Estas exhortaciones promueven una participación más abierta
y efectiva de los laicos en la evangelización del mundo contemporáneo, donde es necesaria su
educación cristiana para asumir con ahínco el cumplimiento de su acción apostólica en la Iglesia
y en la historia.
La índole secular que es propia y particular de los fieles laicos, se convierte en medio
oportuno para desarrollar su vocación cristiana. Tras enunciar las directrices del Vaticano II en
esta materia, se hace necesario ahora revisar la forma como la Iglesia ha leído esta realidad, sobre
todo, la manera en que la ha vivido. A continuación, nos adentramos en los documentos post-
conciliares para examinar las precisiones que en ellos se hacen sobre la realidad eclesial después
del Concilio Vaticano II, en cuanto a los laicos se refiere, no sin antes expresar que las
exhortaciones apostólicas Evangelii Nuntiandi y Christifideles Laici, marcan un itinerario para
comprender la evolución de las orientaciones conciliares frente a la índole secular del laicado.
Estos documentos son fundamentales para abordar algunas cuestiones que no fueron
definidas por el Vaticano II, entre ellas, la postura del laicado ante una eclesiología jerárquica o
un apostolado laico centrado en lo político y social. Era necesario seguir reflexionando sobre una
teología laical enmarcada entre el orden temporal y espiritual, entendida en términos histórico-
salvíficos que lograra superar la dualidad “clérigos-laicos” en el cumplimiento de la misión de la
Iglesia para dar el paso hacia un concepto más propicio al Pueblo de Dios: “el binomio comunidad-
ministerios” (Berzosa, 2000, p. 69).
1.2.1. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (1975).
Al cumplirse el décimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II bajo la dirección del
papa Pablo VI, los padres sinodales se propusieron reflexionar acerca de la evangelización en el
mundo contemporáneo. El propósito fue revisar cómo la Iglesia había asumido y desarrollado la
tarea de anunciar el Evangelio en medio de las realidades contextuales del momento, y cómo la
Iglesia había adaptado su lenguaje para llevar el mensaje salvífico a la humanidad en el contexto
del siglo XX. La III Asamblea General del Sínodo de los Obispos, cuyo objeto se centró en la
evangelización, dio un “impulso nuevo, capaz de crear tiempos nuevos de evangelización en una
Iglesia todavía más arraigada en la fuerza y poder perennes de Pentecostés” (EN 2).
21
Se planteaba que los laicos, bajo las características particulares que les reviste su índole
secular, debían preguntarse diez años después del Concilio Vaticano II, si estaban respondiendo a
las directrices de los padres conciliares, sin olvidar que se trataba de “buscar juntos el reino,
construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez evangelizadora. La orden
dada a los Doce: Id y proclamad la Buena Nueva, vale también, aunque de manera diversa, para
todos los cristianos” (EN 13), especialmente los fieles laicos, quienes en el mundo están llamados
a “ser canal del don de la gracia” (EN 14).
En este marco se requiere un proceso de formación y de preparación que interiorice en los
laicos el mensaje revelado. Ellos, a través de su existencia, irradian Evangelio viviente, pero “el
anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado y
cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón […] al reino, es decir, al mundo
nuevo” (EN 23). La evangelización comprende un contenido base, que se transforma en “culmen
de su dinamismo— una clara proclamación de que Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto
y resucitado, ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia
de Dios” (EN 27).
La acción pastoral que los laicos deben irradiar en el mundo “no sería completa si no tuviera
en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio
y la vida concreta, personal y social, del hombre” (EN 29). Estos campos exigen una coherencia
entre lo que se cree, lo que se vive y lo que se anuncia con la propia existencia. “Entre la
evangelización y la promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy
fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser
abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicas” (EN 31). Para llevar a cabo
su acción evangelizadora, los laicos:
Tienen el mundo vasto de la política, la economía, la cultura, las ciencias, las artes, la vida
internacional y los medios de comunicación como el campo propio de su actividad
evangelizadora. Cuantos más seglares haya, impregnados del Evangelio y responsables de
estas realidades, más estarán al servicio de la edificación del Reino de Dios y por
consiguiente de la salvación en Cristo Jesús. (Sánchez, 2016, p. 61)
Son diversas las razones que la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi expone para
la formación de los laicos en la Iglesia. Entre ellas podemos mencionar la relevancia de “poner en
práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y
22
activas en las cosas del mundo” (EN 70). Aquí la tarea consiste en hacer que el Evangelio
fructifique en medio de los hombres. La formación cristiana de los laicos es una tarea ineludible;
se busca que el “celo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como nos lo
sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación alimentada con la oración y sobre todo con el amor
a la Eucaristía, redunde en mayor santidad del predicador” (EN 76).
Evangelii Nuntiandi sostiene que los laicos al constituirse Pueblo de Dios, “están
especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias
en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos” (LG 33). Se ratifica que los laicos
pueden “sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio de la
comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos
según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles” (EN 73). Este es uno de los grandes
aportes de la Evangelii Nuntiandi a la reflexión sobre los laicos, además de considerar que la
formación laical contribuye a que se geste una Iglesia más apta para anunciar el Evangelio a las
generaciones del presente. En este contexto se reconocen nuevos lugares para el apostolado de los
laicos, entre ellos:
El mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la
cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de
comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el
amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento,
etc. (EN 70)
1.2.2. Exhortación Apostólica Christifideles Laici (1988).
Pasados veinte años del Concilio Vaticano II, el Sínodo de los Obispos realizado en Roma entre
el 1 y el 30 de octubre de 1987, quiso retomar el análisis sobre la vocación y la misión de los laicos
en la Iglesia y en el mundo, haciendo eco de las disposiciones emanadas del Vaticano II y de las
consideraciones expresadas en la Exhortación Evangelii Nuntiandi. El fin era alentar una
conciencia más viva y madura de la acción misionera de los laicos. Partiendo del texto del
Evangelio de Mateo: “Id también vosotros a mi viña” (20,3-4), de manera analógica con la misión
apostólica de la Iglesia, los padres sinodales expresaron que este llamado no estaba dirigido sólo
a los pastores, sacerdotes y religiosos, sino que se extiende también al laicado.
23
La acción cristiana encuentra su lugar en medio de un mundo que afronta problemas de
tipo político, económico, cultural y social, entre otros, por tanto, es relevante el anuncio alegre del
Evangelio de Jesucristo. Los laicos, los ministros ordenados y los religiosos, contribuyen a la
santificación de los hombres mediante la fe y el testimonio de un Cristo vivo y resucitado. De ahí
la necesidad de una adecuada formación, pues “el ser y el actuar en el mundo son para los fieles
laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente una
realidad teológica y eclesial” (ChL 15). La condición del laico en la Iglesia la establece su índole
secular, por eso el Sínodo de obispos los exhorta a participar, de manera activa, en la comunión de
la Iglesia desde sus diversos carismas, entre ellos, los que no exigen el carácter del orden, pues
“viviendo en el seno de las realidades temporales, participan de la misión de la Iglesia sin estar
constituidos en el orden sagrado ni pertenecer al estado religioso” (Pellitero, 2015, p. 502).
Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero
lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una
modalidad propia de actuación y de función, que, según el Concilio, ‘es propia y peculiar’
de ellos. Tal modalidad se designa con la expresión ‘índole secular’ (ChL 15).
La evangelización de los laicos debe orientarse hacia tres fines específicos: el bien de los
hombres, la edificación de la Iglesia y las necesidades del mundo. La Exhortación Apostólica no
deja dudas sobre la dignidad común con la que el bautismo reviste al fiel laico; éste constituye
“una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El
Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular: ‘el carácter secular es propio
y peculiar de los laicos’” (ChL 15).
En este documento también se percibe que la comprensión del laico y su misión en el
mundo habían evolucionado de manera significativa desde el Concilio Vaticano II, particularmente
en lo referente a la relación de confianza y mutua cooperación entre el laicado y el ministerio
jerárquico. Se hace énfasis en la libertad con que los laicos pueden llevar a cabo su misión en
medio de las realidades temporales, cooperando con los pastores de la Iglesia, puesto que “en razón
de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados
y con los religiosos y las religiosas de la misión de la Iglesia” (ChL 15). La Exhortación
Christifideles Laici,
explica cómo los tres «estados de vida» se complementan entre sí precisamente en su modo
diverso de vivir y expresar la secularidad cristiana. Mientras que los fieles laicos realizan
24
un servicio eclesial que ayuda -también a todos los demás miembros de la Iglesia en sus
diversas condiciones de vida- a comprender el significado que tienen las realidades terrenas
y temporales en el designio salvífico de Dios, el sacerdocio ministerial representa la
garantía permanente de la presencia sacramental de Cristo Redentor en los diversos tiempos
y lugares. (Pellitero, 2015, p. 500)
Más allá del contexto relacional, la Exhortación explica que el carácter secular se
fundamenta en el misterio de la encarnación, pues los laicos están llamados a continuar la obra
salvífica de Cristo en el mundo. Este será uno de los aportes o novedades de este documento. Es
importante anotar que todos los miembros de la Iglesia participan de la misma misión
evangelizadora, pero de formas diferentes. Según Pellitero (2015), la índole secular hace que el
mundo se convierta en el terreno propicio para que los laicos lleven a cabo su misión como
miembros del Pueblo de Dios.
Comprendiendo las tareas que los laicos asumen de acuerdo con su condición de
secularidad, su formación adquiere total sentido porque ellos “viven en el mundo, esto es,
implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones
ordinarias de la vida familiar y social, de la que su existencia se encuentra como entretejida” (ChL
15). Al ser personas que están inmersas en la cotidianidad terrenal, se desenvuelven en actividades
específicas desde las cuales están llamados a dirigir todo hacia Dios: ellos “estudian, trabajan,
entablan relaciones de amistad, sociales, profesionales, culturales, etc. El Concilio considera su
condición no como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad destinada a obtener en
Jesucristo la plenitud de su significado” (ChL 15).
El hecho de que los laicos estén sumergidos en un ambiente conyugal, familiar, laboral,
académico y social, más que un elemento circunstancial, establece un componente esencial de su
misión apostólica, inherente a su tarea de obtener el Reino de Dios ordenando los asuntos
temporales según Dios. Sin duda los laicos se forman cristianamente “no sólo por el natural
dinamismo de profundización de su fe, sino también por la exigencia de ‘dar razón de la esperanza’
que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas” (ChL 60).
La Exhortación señala que la educación cristiana en la Iglesia debe responder a “la
formación no sólo del clero local, sino también de un laicado maduro y responsable” (ChL 35),
que se lanza al anuncio profético del Reino de Dios en aquellos lugares que le son propios por su
condición particular, que no es otra cosa que llevar a plenitud su vocación apostólica en todos los
25
rincones de la tierra, con mayor énfasis en aquellos sitios en donde, por diversas circunstancias, el
ministerio ordenado no puede llegar. Los laicos se forman en la Iglesia poniendo de presente que
“ejercen en el mundo, la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde”
(ChL 9). El laico que cumple con el deber de formarse está en capacidad de:
Mirar cara a cara este mundo nuestro con sus valores y problemas, sus inquietudes y
esperanzas, sus conquistas y derrotas: un mundo cuyas situaciones económicas, sociales,
políticas y culturales presentan problemas y dificultades más graves respecto a aquél que
describía el Concilio en la Constitución Pastoral Gaudium et spes. De todas formas, es ésta
la viña, y es éste el campo en que los fieles laicos están llamados a vivir su misión. (ChL
3).
La misión de los laicos conecta a la Iglesia con el mundo, significando con esto que son
medio a través del cual la Iglesia se encarna en la temporalidad. Con este presupuesto, y recorrido
ya un camino importante de cara a las reflexiones realizadas por el Magisterio de la Iglesia, es
relevante anotar que en los documentos conciliares del Vaticano II se produjo un fuerte aire de
reforma en las maneras de entender conceptualmente a los fieles laicos, su índole secular y su
misión de santificar el mundo. La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi se preocupó por
“hacer a la Iglesia del siglo XX cada vez más apta para anunciar el Evangelio a la humanidad del
siglo XX” (EN 2). La Exhortación Christifideles Laici, por su parte, pretendió “lograr que la
espléndida ‘teoría’ sobre el laicado expresada por el Concilio fuese una auténtica ‘praxis’ eclesial”
(ChL 2).
1.3. Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano
El Concilio Vaticano II enriqueció la vida de la Iglesia en diversos aspectos, entre ellos, el cambio
que se gestó al pasar de una eclesiología centrada en la institucionalidad y la jerarquía, una Iglesia
de “dimensiones societarias” (Estrada, 2006, p. 92), a una Iglesia de comunión con un mayor
énfasis en lo comunitario. “El Vaticano II afirmó que la Iglesia debe entenderse en clave de
comunión, es Pueblo de Dios, sacramento universal de salvación, está en función del mundo y su
magnitud es local y universal” (Floristan, 1999, p. 167). Los laicos son determinantes en la
consolidación de una nueva actitud cristiana frente a las cosas de un mundo que debe transformarse
en Reino de Dios. El laico en el cumplimiento de su misión, se pone al servicio de las realidades
26
que trascienden la vida humana, convirtiendo al mundo en “lugar de la realización histórica del
reino, que necesita un proceso de liberación” (Floristan, 1999, p. 172).
Partiendo de estos elementos, nos adentramos ahora en el contexto de la Iglesia
latinoamericana, donde formar al laico representa la oportunidad de hacerle comprender que
“existe una única vocación vivida en formas peculiares diferentes, existe un único e idéntico
compromiso radical de seguimiento de Cristo y existe un único y mismo llamamiento a la santidad”
(Berzosa, 2000, p. 70). Con esta base, el bautizado debe capacitarse para asumir con dinamismo
el anuncio de la Palabra de Dios en medio de las realidades de los pueblos de América Latina.
Es importante promover en Latinoamérica un cambio de mentalidad que haga visible la
huella de Dios en el hilo de la historia humana. La evangelización en los pueblos latinoamericanos
implica “estar atentos al presente de Dios” (Vilanova, 2000, p. 101), manifestado en la vida de
tantos hombres y mujeres que están llamados a dar testimonio del mensaje de Cristo en la realidad
concreta de su acontecer político, económico y social, entre otros.
Las conferencias episcopales consideran que el Evangelio es la respuesta oportuna a las
preguntas que el hombre latinoamericano plantea sobre su propia humanidad, en medio de su
cultura. Los obispos reunidos en estas conferencias hicieron eco del Vaticano II y de los
documentos post-conciliares, “planteando la relación Iglesia-mundo a partir de la presencia del
hombre como sujeto de la historia” (Morande, 1990, p. 24). La figura de la Iglesia en medio de los
pueblos latinoamericanos trasciende el orden de lo meramente institucional, ya que su misión tiene
como destinatario específico a los hombres. Con este precedente, miremos ahora cómo la
formación de los laicos y su evolución, a partir del Concilio, tiene implicaciones en el
cumplimiento misional de la Iglesia Latinoamérica y caribeña.
1.3.1. II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Medellín,
Colombia (1968).
Esta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, llevada a cabo entre el 26 de agosto y
el 7 de septiembre de 1968, puso su acento en la necesidad de impulsar el desarrollo integral de la
persona y la vida social, lo que significó una nueva etapa en la autoconciencia de la Iglesia
latinoamericana y su compromiso evangelizador. El contexto de esta Conferencia que se produce
tres años después del Vaticano II, está marcado por los primeros esbozos en la comprensión de
algunos conceptos derivados del Concilio, en el marco de una especie de reforma que hace más
27
consciente a la Iglesia de la vocación de los laicos. Expresiones como “Pueblo de Dios”, “índole
secular”, “gestionar asuntos temporales” eran aún recientes en el ámbito de esta Conferencia, sin
embargo, ella se da un proceso de adaptación a estos nuevos cambios que han de generar impacto
en la transformación de América Latina.
El documento de Medellín reconoce las formas con las que el Concilio definió a los laicos,
retomando los conceptos de “bautizados” y “miembros del Pueblo de Dios”. No son sólo cristianos
no ordenados, ellos comportan el triplex munus de Cristo, que se deriva de la participación
sacramental. Los laicos “participan de la triple función profética, sacerdotal y real de Cristo, en
cumplimiento de su misión eclesial” (Med 10.7) que se realiza específicamente en el ámbito de lo
terrenal, en orden a la construcción de la historia, “gestionando los asuntos temporales y
ordenándolos según Dios” (Med 10.7). Documentos posteriores al Vaticano II como éste, permiten
tomar conciencia de la estrecha relación que debe existir “entre evangelización y lucha por la
promoción humana” (Sánchez, 2016, p. 38). En esta tarea, los laicos encuentran un campo de
acción privilegiado en el contexto latinoamericano, por eso es necesario que se formen para que
adquieran herramientas que los capaciten para obrar en medio de estas realidades.
En el contexto de la sociedad latinoamericana los laicos asumen responsabilidades
importantes en la proyección de cambios estructurales que apunten a la defensa de la dignidad
humana, con mayor razón en campos como la familia, el estudio, el trabajo, entre otros. Su
formación es una tarea ineludible entendiendo que muchos laicos “no reflejan un medio
sociológico compacto ni han adoptado quizás la organización y la pedagogía más apropiadas para
un apostolado de presencia y compromiso en los ambientes funcionales donde se gesta, en gran
parte, el proceso de cambio social” (Med 10.4). En América Latina se requiere la presencia de
hombres nuevos, comprometidos con las realidades contextuales, hombres y mujeres laicos
deseosos de impregnar el mundo con el Evangelio, pero esto no se logra si no hay unos principios
cristianos claros aprehendidos que hagan más efectiva su misión.
La Conferencia de Medellín se propuso llevar al campo de la praxis las orientaciones del
Concilio Vaticano II aplicadas a la Iglesia latinoamericana. Sin embargo, la Conferencia encontró
una situación de precariedad en cuanto a un laicado sin preparación suficiente para asumir su
misión evangelizadora en medio del continente que tendiera a generar trasformaciones en la vida
de estos pueblos. “La débil integración del laicado latinoamericano en la Iglesia, el frecuente
desconocimiento, en la práctica, de su legítima autonomía, y la falta de asesores debidamente
28
preparados para las nuevas exigencias del apostolado de los laicos” (Med 10.5), hacen evidente la
necesidad de emprender acciones puntuales que despierten el liderazgo de estos miembros
privilegiados del Pueblo de Dios.
Los obispos reunidos en Medellín tienen en mente el llamamiento final de la Encíclica
Populorum progressio: “a los seglares corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar
pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano, la mentalidad y las costumbres,
las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven” (PP 81). La Conferencia de Medellín
comprende la necesidad de formar a los laicos para llevar a cabo su tarea misional y como valor
agregado o novedad pone de presente que “el laico goza de autonomía y responsabilidad propias
en la opción de su compromiso temporal” (Med 10.9).
La Conferencia de Medellín sostuvo que la responsabilidad de los laicos con el mundo
tiene que ser entendida “como marco de solidaridad humana, como trama de acontecimientos y
hechos significativos, en una palabra, como historia” (Med 10.9). En otros términos, los laicos, en
orden a su misión eclesial, no pueden ser indiferentes ante los acontecimientos que rodean las
realidades de vida del hombre latinoamericano. En este escenario deben hacer que brille la luz del
Evangelio ordenando las cosas terrenas a Dios. Lo cotidiano se constituye así en el lugar donde
los laicos ayudan a escribir la historia de la salvación humana como fruto del trabajo evangelizador
llevado a cabo por todos los miembros del Pueblo de Dios, en la parte que les corresponde. Para
Floristan (1999), la Conferencia de Medellín,
Representó un giro copernicano de la Iglesia latinoamericana a causa de la recepción
creativa que hizo del Vaticano II. Por esa razón, la II Conferencia es acta de nacimiento de
una Iglesia adulta preocupada por la marginación del pueblo, la violencia institucional, la
teología del desarrollo integral, las comunidades de base, la religiosidad popular repensada
y la opción por los pobres, en una línea profética de compromiso social y de crítica al
sistema vigente injusto. (p. 529)
Los obispos reunidos en la Conferencia de Medellín reflexionaron sobre el papel que debía
asumir la Iglesia en la transformación de América Latina en la línea del Vaticano II. Para ellos era
importante que se produjese un cambio de mentalidad en el continente que sacara a las personas
de su estado pasivo y conformista ante las diversas problemáticas que afronta el hombre
latinoamericano, pasando a una sociedad que se piensa en términos de la liberación y lucha por los
derechos del ser humano. Esto hacía necesario la formación cristiana de los laicos. De esta manera,
29
cada fiel bautizado sería capaz de comprender la realidad social de su entorno, de acuerdo con los
signos de los tiempos, leídos desde el Evangelio de Jesucristo.
La Conferencia de Medellín significó un llamado a los laicos a “denunciar las estructuras
de pecado y optar por los pobres” (Floristan, 1999, p. 531), tomando distancia de toda pretensión
de poder que pusiera en riesgo la paz, la justicia, la igualdad y la dignidad humana. En estos
términos, la Iglesia latinoamericana reconoce que la fe, “exige ser compartida, e implica, por lo
mismo, una exigencia de comunicación o de proclamación. Se comprende la vocación apostólica
de los laicos en el interior, y no fuera, de su propio compromiso temporal” (Med 10.11).
1.3.2. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Puebla de los
Ángeles, México (1979).
La evangelización en el presente y el futuro de América Latina, acentuado el binomio comunión-
participación, fue el tema central abordado por la III Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano realizada en Puebla, México, del 27 de enero al 12 de febrero de 1979. Para este
momento habían pasado cuatro años desde el Sínodo de obispos que dio origen a la Exhortación
Apostólica Evangelii Nuntiandi sobre la evangelización en el mundo contemporáneo. En este
contexto, san Juan Pablo II, refiriéndose a la misión de los laicos, evidenció que la condición o
índole secular los vincula, de una manera particular, a la misión de toda la Iglesia. Afirma a modo
de interrogante: “¿No son los laicos los llamados, en virtud de su vocación en la Iglesia, a dar su
aporte en las dimensiones políticas, económicas, y a estar eficazmente presentes en la tutela y
promoción de los derechos humanos?” (Homilía Puebla).
Los obispos reunidos en Puebla para la III Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano (1979) también consideraron al laico como parte esencial de la
Evangelización. Para los obispos, por la fidelidad y coherencia con las riquezas y
exigencias de su ser, el bautismo y la confirmación le dan su identidad de hombre de Iglesia
en el corazón del mundo, y hombre de mundo en el corazón de la Iglesia. (Sánchez, 2016,
p. 62)
Partiendo de las palabras del Pontífice y como gran aporte o novedad, el laicado en la
Conferencia de Puebla es definido en clave de acción transformadora para Latinoamérica, donde
su índole secular inserta su misión en las realidades sociales y políticas de estos pueblos. Aquí el
anuncio del Evangelio adquiere otro matiz describiendo las tareas y ministerios confiados a los
30
laicos bajo su peculiar forma de vivir la secularidad y llevar a cabo su misión en la Iglesia,
orientando las cosas temporales hacia Dios. El Santo Padre en un mensaje enviado a los pueblos
de América latina, aseguró que la pastoral de la Iglesia “necesita laicos conscientes de su misión
en el interior de la Iglesia y en la construcción de la ciudad temporal” (MAL). La Conferencia de
Puebla tiene la impronta de la Evangelii Nuntiandi ya que recupera la centralidad de la cultura
circundante y de lo social, a la vez que coloca a los valores como núcleo central del anuncio del
Evangelio. Los laicos tendrían que capacitarse en estos aspectos para que su acción pastoral, que
nace de su condición secular, respondiese a las perspectivas de los pueblos latinoamericanos.
Desde el Documento de Puebla, la fe expresada en la religiosidad popular es constitutiva
de la identidad y la historia del continente. Esto se circunscribe al ámbito de lo cultural, uno de los
diversos escenarios donde los bautizados están llamados a anunciar el mensaje salvífico del
Evangelio, sin olvidar que por “el testimonio de su vida, por su palabra oportuna y por su acción
concreta, el laico tiene la responsabilidad de ordenar las realidades temporales para ponerlas al
servicio de la instauración del Reino de Dios.” (DP 789).
En el contexto de los pueblos latinoamericanos, los laicos deber ser auténticos anunciadores
de la Palabra de Dios en medio de las realidades de la vida humana. Para que ese servicio sea más
eficaz, la Conferencia de Puebla considera que el creyente debe contar con una preparación
pertinente. Sólo así podrá asumir de manera efectiva, “la responsabilidad específica de los laicos
en la construcción de la sociedad temporal, como lo inculca la Evangelii Nuntiandi (EN 70)” (DP
1216), porque “dentro del Pueblo de Dios, todos —jerarquía, laicos, religiosos— son servidores
del Evangelio. Cada uno según su papel y carisma propios. La Iglesia, como servidora del
Evangelio, sirve a la vez a Dios y a los hombres” (DP 271). Sánchez (2016) asegura que el laico
en orden a su índole secular, al ser “miembro de la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la
construcción del reino en su dimensión temporal. El mundo es el lugar donde el laico encuentra su
campo específico de acción” (p. 62).
Los laicos en el contexto de la Conferencia Episcopal reunida en Puebla deben recibir una
formación cristiana adecuada, pues “grandes sectores del laicado latinoamericano no han tomado
conciencia plena de su pertenencia a la Iglesia y viven afectados por la incoherencia entre la fe que
dicen profesar y practicar y el compromiso real que asumen en la sociedad” (DP 789). Uno de los
elementos que recobra total importancia en la vocación apostólica de los laicos es el testimonio,
tanto en palabras como en obras concretas. Recordemos que “el laico se ubica, por su vocación,
31
en la Iglesia y en el mundo. Miembro de la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la
construcción del reino en su dimensión temporal”. (DP 787).
Los elementos señalados por la Conferencia de Puebla siguen siendo esenciales a la hora
de pensar el futuro de la Iglesia en Latinoamérica. Este trabajo importante por hacer en materia de
evangelización requiere de un anuncio evangélico que encarne las realidades del continente, de tal
forma que todas las cosas puedan ser orientadas hacia Dios. Dicha tarea requiere obreros
dispuestos a asumir con ahínco la misión que la Iglesia les ha confiado, siendo conscientes que
“los ministros de la Palabra, las parroquias y otras estructuras eclesiásticas resultan insuficientes
para satisfacer el hambre de Evangelio del pueblo latinoamericano” (DP 78). En este sentido, los
laicos deben “promover el bien común en defensa de la dignidad del hombre y de sus derechos
inalienables en la protección de los más débiles y necesitados, en la construcción de la paz, de la
libertad, de la justicia; en la creación de estructuras más justas y fraternas” (DP 792).
1.3.3. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo,
República Dominicana (1992).
Los objetivos centrales de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano reunida en Santo
Domingo fueron: celebrar el V Centenario del inicio de la evangelización de América Latina e
impulsar, desde allí, una nueva evangelización que aliente a una más profunda promoción humana,
al igual que la configuración de una cultura cristiana. Su acento estuvo puesto en la persona y el
mensaje de Jesús, al tiempo que se enfatizaba en la reconciliación, la solidaridad y la presencia
mariana en el continente. Uno de los factores importantes fue la toma de conciencia por parte de
los laicos, de la responsabilidad pastoral que, como parte de la Iglesia, bajo su índole secular,
tienen en el mundo, de modo particular en los escenarios político, social, económico y cultural.
Estas son algunas de las novedades de Santo Domingo: la promoción de una Iglesia comunión, e
impedir que “los laicos reduzcan su acción al ámbito intra-eclesial, impulsándolos a penetrar los
ambientes socio-culturales y a ser en ellos protagonistas de la transformación de la sociedad a la
luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia” (SD 97).
Santo Domingo reconoce que el laico es parte integral de la Iglesia, es miembro del Pueblo
de Dios y como tal es corresponsable de la misión de la Iglesia, revestido de las facultades que su
índole secular le confiere para impregnar el mundo con el Evangelio de Jesucristo. La condición
de secularidad confiere mayor importancia al laicado para afrontar los retos de la Iglesia en la
32
transformación de América latina. Los laicos son fundamentales para llevar a cabo esta tarea, pero
es necesario formarlos, es importante que ellos mismos comprendan que la Iglesia los necesita
para que la Palabra de Dios llegue a todos los rincones del continente. En Santo Domingo se
ratificó que los laicos son realmente hombres y mujeres de Iglesia.
Los laicos son llamados por Cristo a ejercer una tarea evangelizadora irreemplazable. Los
obispos señalan que “la dedicación de muchos laicos, de manera preferente, a tareas intra-
eclesiales y una deficiente formación les privan de dar respuestas eficaces a los desafíos actuales
de la sociedad” (SD 95). Es real que los laicos “responden a necesidades de muchas comunidades
que, sin esta valiosa colaboración, carecerían de todo acompañamiento en la catequesis, la oración
y la animación de sus compromisos sociales y caritativos” (SD 100). Se comprueba también que
“los laicos no son siempre adecuadamente acompañados por los pastores en el descubrimiento y
maduración de su propia vocación” (SD 95).
Es posible comprobar que hay un pueblo que cree, que sirve a su Iglesia, pero también es
cierto que estos cristianos católicos, constituidos miembros del Pueblo de Dios por el bautismo,
están llamados a formarse. Hay que considerar que “‘nuevas expresiones y nuevos métodos’ para
nuestra misión evangelizadora encuentran amplios campos de realización en ‘ministerios, oficios
y funciones’ que pueden desempeñar algunos laicos cuidadosamente escogidos y preparados” (SD
101). Entre estas tareas encontramos una, en especial, que la conferencia de Santo Domingo
introduce como novedad en la misión de los laicos: “promover las visitas domiciliarias con laicos
preparados y organizar la pastoral del retorno para acoger a los católicos que regresan a la Iglesia”
(SD 141).
Por aquellos años, era notable en el contexto latinoamericano el incremento de muchos
movimientos y comunidades laicales. Sobre esto, la conferencia de Santo Domingo sostuvo que
es importante “renovar las parroquias a partir de estructuras que permitan sectorizar la pastoral
mediante pequeñas comunidades eclesiales en las que aparezca la responsabilidad de los fieles
laicos” (SD 59). En el tejido de estos movimientos, “la comunidad eclesial de base en sí misma,
ordinariamente integrada por pocas familias, está llamada a vivir como comunidad de fe, de culto
y de amor; ha de estar animada por laicos, hombres y mujeres adecuadamente preparados en el
mismo proceso comunitario” (SD 60).
33
1.3.4. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Aparecida, Brasil (2007).
Esta Conferencia se llevó a cabo en Brasil, del 13 al 31 de mayo de 2007; fue inaugurada por
Benedicto XVI. La Conferencia centró su temática en ser discípulos y misioneros de Jesucristo,
para que los pueblos de Latinoamérica, en Él, tengan Vida, esto inspirado en el Evangelio de Juan:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 16,4). Sánchez (2016) asegura que en Aparecida los
laicos han sido un tema obligado, teniendo presente “la alegría de ser parte de los discípulos y
misioneros a que están llamados todos los cristianos, misión recibida como una bendición por el
Padre en Jesucristo para anunciar el Evangelio. Los laicos tienen un lugar especial en esta labor”
(p. 63).
La formación de los laicos también fue abordada en la Conferencia de Aparecida. Al
respecto, Benedicto XVI, en el discurso inaugural de esta Conferencia, sostuvo que “todos los
bautizados deben tomar conciencia de que han sido configurados con Cristo sacerdote, profeta y
pastor, por el sacerdocio común del Pueblo de Dios”, al mismo tiempo “deben sentirse
corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio, con entusiasmo
y audacia, en comunión con sus pastores” (DI 5). De este modo se afirma que los laicos están en
comunión con la Iglesia, unidos por un vínculo especial que a ellos concede el gozar de un carácter
propio, su índole secular.
Como gran aporte y novedad de Aparecida, la formación de los laicos en la Iglesia debe
ser coherente con la necesidad de una labor evangelizadora que reconozca el valor del hombre
latinoamericano. “Los laicos católicos deben ser conscientes de su responsabilidad en la vida
pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra
las injusticias” (DI). Tener que asumir esta responsabilidad se convierte en argumento sólido para
promover en Latinoamérica la formación de los fieles laicos apuntando a que éstos desarrollen
competencias en el campo de la fe, haciéndose capaces de tomar partido en la acción apostólica de
la Iglesia, “primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de
la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales
bajo la guía de sus pastores” (DA .211). En este sentido,
la evangelización del Continente, nos decía el papa Juan Pablo II, no puede realizarse hoy
sin la colaboración de los fieles laicos. Ellos han de ser parte activa y creativa en la
elaboración y ejecución de proyectos pastorales a favor de la comunidad. Esto exige, de
34
parte de los pastores, una mayor apertura de mentalidad para que entiendan y acojan el
“ser” y el “hacer” del laico en la Iglesia, quien, por su bautismo y su confirmación, es
discípulo y misionero de Jesucristo. (DA 213)
Los obispos latinoamericanos en este documento subrayaron que “la formación de los
laicos y laicas debe contribuir, ante todo, a una actuación como discípulos misioneros en el mundo,
en la perspectiva del diálogo y de la transformación de la sociedad” (DA 283). Por su parte, el
Santo Padre alentó a la Conferencia a percibir que la vocación y el compromiso de ser hoy
discípulos y misioneros de Jesucristo en América latina y el Caribe, “requieren una clara y decidida
opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los
bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia” (DA .276).
Se encuentra en Aparecida un elemento nuevo que no habían profundizado las conferencias
anteriores: la formación de formadores. Los laicos que reciben formación en la Iglesia deben
proporcionar a los demás laicos el fruto de su aprendizaje para que más y más fieles estén
capacitados para el anuncio de Cristo con la palabra y la vida, de tal forma que se produzca en
América latina, una transformación de las estructuras humanas que dé vía libre a que los asuntos
temporales en estos pueblos se ordenen realmente según Dios. Se requiere entonces que “todos los
laicos se sientan corresponsables en la formación de los discípulos y en la misión”. (DA 202).
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2. Finalidad, agentes y medios de la formación laical
En el capítulo anterior, a partir de las orientaciones de los documentos del Concilio Vaticano II y
del magisterio post-conciliar y latinoamericano, se ha identificado la función y el rol que cumplen
los laicos dentro de la misión de la Iglesia. De igual manera se señaló cómo la índole secular faculta
al laicado para buscar el Reino de Dios a través de las cosas temporales y así ordenarlas según
Dios, contribuyendo a la santificación del mundo. Es pertinente ahora comprender con qué fin se
forman los laicos, indicar los diferentes campos de su acción pastoral, al tiempo que se especifican
los modos, escenarios, responsables y medios para su capacitación, con miras al importante papel
que desempeñan en la Iglesia como parte fundamental del Pueblo de Dios.
2.1. Propósitos de la formación del laicado
Los laicos tienen la misión de consagrar a Dios el mundo, tarea que adquieren desde el bautismo.
Ellos ofrecen su vida para ser testimonio de Dios ante los hombres, convirtiéndose en signo de
unión entre la identidad cristiana y la existencia humana. Se trata de vivir conforme al Evangelio
para impregnar con él la realidad de los hombres. La vida misma se convierte en lugar de encuentro
con la persona de Jesucristo, a quien los laicos deben irradiar a los hombres de su tiempo, haciendo
palpable el Reino de Dios; un Dios que se hace presente desde dentro de la historia y de la vida
humana. El bautismo inserta al creyente en una nueva realidad donde está llamado a crecer humana
y cristianamente, allí los laicos deben procurar llenar lo humano con lo divino, rompiendo todo
esquema terreno que vaya en contra de la vida dignidad de los hombres.
Es en el mundo donde el laicado debe evidenciar la trascendencia de un Dios que penetra
la cotidianidad para hacerse el encontradizo en medio del quehacer humano. En este contexto es
esencial la presencia de un creyente formado, con una fe madura, dispuesto a comprometerse con
la promoción de la justicia, la defensa de los pobres y la búsqueda del bien común. “Se trata de
asumir un lugar histórico, de ubicarse social y eclesialmente en la cercanía a Jesús, para desde ahí
comprender la vida, analizar la Iglesia, discernir la presencia del reino. (Estrada, 1992, p. 70).
Conozcamos ahora lo que han señalado los documentos magisteriales sobre el fin de la formación
laical.
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2.1.1. Documentos del Concilio Vaticano II.
La Constitución Lumen Gentium afirma que los laicos se forman para contribuir al “crecimiento
de la Iglesia y a su continua santificación” (LG 33). Esta es una razón clara del por qué los laicos
deben ser educados cristianamente, ellos son parte activa de una Iglesia que encuentra en el mundo
el lugar de su servicio apostólico, para hacer presente a Dios en medio de lo que viven. La
formación de los laicos ayuda a que las preguntas formuladas por los creyentes no sean un laberinto
sin salida, debe indicarles que el hombre contemporáneo encuentra respuestas cuando acepta la
Palabra de Dios y se deja iluminar por ella.
Reconocer que los laicos son directos colaboradores de los pastores, en los lugares donde
estos físicamente no pueden llegar, evidencia la importancia de la formación laical. Su testimonio
debe ser palabra creíble que muestre a Dios en lo que se dice y lo que se hace. La
corresponsabilidad de los laicos en la tarea evangélica de los pastores trae consigo el deber de
llenarse primeramente de las cosas de Dios creciendo en el espíritu de las bienaventuranzas para
luego mostrar a los demás que ese Dios acontece misericordiosamente en las realidades diarias
que rodean al hombre.
Sólo es posible descubrir lo divino en el centro de lo humano cuando los acontecimientos
familiares, laborales, culturales, políticos y sociales, entre otros, se viven a la luz de la Palabra de
Dios. En este sentido los laicos formados se convierten en auténticos partícipes de la misión de la
Iglesia en la parte que a ellos corresponde para hacer que las cosas temporales se orienten a Dios.
Teniendo presente que el trabajo evangelizador de la Iglesia es tarea de todo el pueblo creyente,
en sus distintas formas de participación, hay que aclarar que lo propio de los sacerdotes es la vida
ministerial, de los religiosos la consagración y de los laicos el mundo, el ámbito de lo cotidiano.
“Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos
lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos” (LG 33).
Sostener que los laicos, “cuando faltan los sagrados ministros o cuando éstos se ven
impedidos por un régimen de persecución, les suplen en ciertas funciones sagradas” (LG 35),
ratifica su compromiso no sólo con los pastores, sino con todo el pueblo creyente, donde el
apostolado debe dar frutos para gloria de Dios. Sin duda, la formación de los laicos hace hombres
y mujeres capaces de llegar hasta los rincones de la tierra, buscando que toda realidad humana se
impregne de Dios como principio y fin de toda existencia. Es en este contexto donde “quiere el
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Padre que reconozcamos y amemos efectivamente a Cristo, nuestro hermano, en todos los
hombres, con la palabra y con las obras, dando así testimonio de la verdad” (GS 93).
Se indicó con anterioridad que la vida de familia es uno de los espacios donde los laicos
encuentran la razón de ser de su apostolado en la medida que su rol de padres y esposos, “siguiendo
su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a
lo largo de toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos
amorosamente recibidos de Dios” (LG 41). El hogar es el lugar primario donde los laicos deben
hacer que resplandezca la luz de Cristo; de esta forma, al tiempo que dan testimonio de su
“generoso amor, contribuyen al establecimiento de la fraternidad en la caridad y se constituyen en
testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de
aquel amor con que Cristo amó a su Esposa” (LG 41).
En la Constitución Gaudium et spes convergen diversas razones que justifican el propósito
particular por el cual deben ser capacitados los laicos, entre ellos, “para que cumplan fielmente sus
deberes temporales dentro del espíritu del Evangelio” (GS 43). Los creyentes que están en el
mundo realizan su vida cristiana en medio de estructuras sociales que marcan el curso de la
historia, ellos se forman para “ser testimonio de Cristo en todo, desde el centro mismo de la
comunidad humana” (GS 43), que es la vida misma, aquella que se construye de la mano del otro
como signo de una Iglesia que es comunión.
La vida de los laicos se convierte en testimonio evangélico para todos los hombres en la
dimensión de lo terreno, por tanto, formarse cristianamente les permite llevar a cabo su importante
misión en el ámbito secular para la construcción de un mundo más cristiano y humano. Los laicos
se capacitan para “ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo
humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima
jerarquía todo coopera a la gloria de Dios” (GS 43).
Forjar un mundo que se sustente en la verdad y la justicia es también tarea de los laicos,
según las directrices de la Gaudium et spes. Ellos aportan considerablemente al desarrollo integral
del ser humano, donde el elemento espiritual se convierte en levadura que fermenta toda la masa,
la sociedad entera. En el progreso de esta labor es vital un laico formado cuya fe sea cada vez más
robusta y madura en beneficio de todos los hombres. La cotidianidad del cristiano como lugar de
evangelización hace que la Iglesia se interese por capacitar a sus miembros, enseñándoles a
38
sembrar la Palabra de Dios en la vida de los hombres, así la vida familiar, académica, laboral,
social, entre otras, será cosecha abundante para ordenar todo lo terreno hacia Dios.
En la Constitución Gaudium et Spes, los obispos expresan que la Iglesia tiene necesidad de
creyentes cuya fe sea más viva, y más adulta también. Esta urgencia deberá dirigir a los
cristianos hacia la justicia y el amor, pero notablemente en beneficio de los indigentes, de
los que no tienen formación, de las mujeres, de los que no tienen lo estrictamente necesario.
(Sánchez, 2016, p. 45)
El Decreto Apostolicam Actuositatem es por excelencia el documento conciliar dedicado a
la misión apostólica de los laicos. Indica que el apostolado de la Iglesia “se ordena, ante todo, al
mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras” (AA 6). Sostiene
que los laicos en el desarrollo de su misión, unen su vida a la de Cristo, tomando de Él la fuerza
necesaria para impregnar lo terreno del amor y la justicia que vienen de Dios, conservando su
autonomía para orientarlo todo hacia el reino de los cielos. Los padres conciliares indicaron que
los laicos deben formarse para que se cumpla “el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres
restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar” (AA 7). Si
la misión del laico se concretiza en las realidades terrenales, es necesario indicar qué constituye
dicho orden temporal. El mismo Decreto lo define como “los bienes de la vida y de la familia, la
cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las
relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso” (AA 7)
El documento conciliar reitera que el apostolado de los laicos ayuda a promover diálogos
con los otros, sean creyentes o no, para manifestar a todos la Palabra de Cristo. Dicho encuentro
debe producirse en medio de las circunstancias del mundo, donde el otro se convierte en
destinatario del testimonio cristiano como lugar donde acontecen la misericordia y las obras de
caridad. Se busca así que “los fieles aprendan desde niños a compadecerse de los hermanos y a
ayudarlos generosamente cuando lo necesiten” (AA31 c).
Los laicos tienen la tarea de irradiar el mundo con la luz del Evangelio en medio de sus
actividades cotidianas, en consecuencia, no pueden pensarse como sujetos solitarios en el
desarrollo de su misión. Su trabajo apostólico debe entenderse de la mano de la jerarquía y de
todos los miembros de la Iglesia, es decir, sacerdotes y religiosos, ya que el esfuerzo particular de
cada uno, desde la peculiaridad de su acción secular, contribuye al logro de la misión común de
toda la Iglesia.
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2.1.2. Documentos del magisterio post-conciliar.
Formar a los laicos bajo las orientaciones de los documentos postconciliares implica identificar
una serie de finalidades que se dirigen al cumplimiento de su labor evangélica. En orden a ello los
laicos se forman para:
2.1.2.1. Buscar el Reino de Dios, construirlo y vivirlo.
Este aspecto supone forjar una comunidad capaz de llevar el Evangelio a todos los lugares de la
tierra como buena nueva de salvación en el contexto de la cotidianidad humana. Buscar el Reino
de Dios conlleva a salir de sí mismo para entregar a los demás los dones recibidos y juntos hacer
presente a Cristo en la vida de los hombres. Es en esta medida como el Reino Eterno puede
construirse y vivirse, reconociendo un Dios que no se queda en lo abstracto, sino que se da a
conocer en la grandeza de su amor y de su misericordia.
El Reino de los Cielos se construye y se vive cuando el creyente, iluminado por la luz del
Espíritu Santo, se dispone al encuentro con Cristo para la santificación del mundo. Es necesario
entonces enseñar a los laicos todo aquello que hace más comprensible el Evangelio de Jesucristo,
dotándolos de elementos que les ayuden a fecundar la vida humana con la esencia del Padre. La
Exhortación Apostólica Christifideles Laici aborda con más amplitud que la Exhortación Evangelii
Nuntiandi la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. En ella se afirma que
a los laicos corresponde buscar el Reino de Dios en el mundo para que “resplandezca la novedad
y la fuerza del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social” (ChL 14).
2.1.2.2. Madurar la fe.
En el bautismo los creyentes acogen la fe dando comienzo a un itinerario de vida que conduce a la
salvación en Jesucristo, pero esta fe que nos pone en camino al Padre debe ser enriquecida, debe
tomar forma en la existencia del creyente, pero esto sólo se alcanza en la medida que se reciba la
Palabra de Dios y se ponga por obra en el contexto de los acontecimientos humanos. Las
comunidades laicales cumplen, en este aspecto, un papel relevante ya que se convierten en lugar
de comunión espiritual donde el bautizado recibe elementos que le ayudan a dar razón de su fe,
capacitándolo no sólo para hablar de Dios, sino para vivir en Dios. Esta fe está expuesta a pruebas
y muchas veces es amenazada por las huellas que va dejando el pecado en el mundo. Sólo con una
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fe robusta, fundamentada en la persona de Jesucristo, el creyente es capaz de combatir y
contrarrestar lo que se desvía del plan divino.
Cuando el laico recibe una formación conveniente, se llena de fuerza espiritual para llevar
a cabo su labor apostólica, participando así de la misión esencial de la Iglesia: “la evangelización
de todos los hombres” (EN 14), ganándolos para el reino de los cielos. El laicado, al hacer suya la
tarea evangélica de la Iglesia se compromete a dar todo de sí para que en la existencia de sus
congéneres resplandezca el amor de Cristo a partir de una experiencia de encuentro en su quehacer
habitual. Allí, en el trabajo, el estudio, la vida de familia, entre amigos, Dios se hace presente para
darse sin límite a todo aquel que lo acepta y recibe como su único salvador. En estas condiciones
se logra “profundizar, consolidar, alimentar, hacer cada vez más madura la fe de aquellos que se
llaman ya fieles o creyentes” (EN 54).
2.1.2.3. Ejercer una forma singular de evangelización.
Los laicos deben hacer más comprensible los acontecimientos del mundo mostrando a todos los
hombres que la vida adquiere sentido cuando dejamos que el Evangelio alimente lo que acontece
día a día. La índole secular confiere a los laicos una forma distinta de hacer que la Palabra de Dios
dé frutos en la historia humana; ellos son llamados a testimoniar el Dios que los habita y que se da
a conocer para “poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero
a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo” (EN 70). Sin lugar a dudas, los laicos
asumen las realidades temporales como el foco de su misión, haciendo visible,
La luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las
mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se
santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas
actividades sociales. (ChL 15)
Es propio de los laicos hacer evidente la fe en el mundo; a ellos corresponde lograr que la
misión de la Iglesia se lleve a cabo de manera efectiva. Su contribución al logro de este propósito
depende del conocimiento que adquieran en diversos campos de formación cristiana que los
capacita para dar respuesta pronta y asertiva a las preguntas que se hace el creyente frente a los
retos del mundo. La economía, la política, la cultura, el arte, las ciencias, la sociedad, entre otros,
son lugares propicios para que los laicos desplieguen toda su capacidad cristiana para que más y
más creyentes se llenen de Evangelio, a favor de la edificación del Reino de Dios.
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La forma particular de vida eclesial de los laicos, en torno a una misión evangelizadora, les
permite “testificar cómo la fe cristiana —más o menos conscientemente percibida e invocada por
todos— constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida
plantea a cada hombre y a cada sociedad”. (ChL 34). Sánchez (2016) sostiene que la promoción
de la vocación laical posterior al Concilio Vaticano II fue abundante, particularmente en
documentos magisteriales como Evangelii Nuntiandi, Christifideles Laici y las conferencias
latinoamericanas. “La Exhortación Apostólica Postsinodal Evangelii Nuntiandi (1975) calificó a
los laicos como colaboradores especiales de la evangelización” (p. 61), pues su tarea consiste en
llevar a la práctica cristiana el conocimiento adquirido en un proceso efectivo y consciente de
formación que lo prepare para la misión. Sin duda los laicos se forman para “contribuir, desde
dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas,
guiados por el espíritu evangélico”. (ChL 15)
Como lugar propicio para que se lleve a cabo la singular misión de los laicos aparece
también la naturaleza. Así lo consideró la Conferencia de Puebla que, al considerar el tema del
medio ambiente y su cuidado, señaló la pertinencia de “apoyar, con los recursos humanos y
financieros necesarios, a la Iglesia que vive en la Amazonia para que siga proclamando el
evangelio de la vida y desarrolle su trabajo pastoral en la formación de laicos” (DP 475). El
llamado del papa Francisco a toda la Iglesia sobre “el desafío urgente de proteger nuestra casa
común” (Laudato si’13), no es ajeno a este campo de apostolado laical, pues el Sumo Pontífice ha
invitado a todos los creyentes a ser verdaderos anunciadores del Evangelio a través de la creación.
“Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el
mundo para todos” (Laudato si’ 93).
2.1.2.4. La solidaridad y la promoción humana.
La Conferencia de Medellín señaló que los laicos se capacitan para favorecer la misión de la Iglesia
que en este contexto no es otra que la lucha por liberar al hombre de toda forma de opresión. Esto
exige un despliegue amplio de interés por el otro, supone adherirse a las circunstancias de vida de
los hombres para hacer que en esas situaciones fecunde la Palabra de Dios, de tal forma que las
cosas temporales encuentren en Él su verdadero sentido. La Conferencia de Santo Domingo fue
enfática en afirmar que los laicos deben ser considerados “protagonistas de la nueva
42
evangelización, la promoción humana y la cultura cristiana” (SD 96), de ahí la necesidad de
educarlos cristianamente como hombres solidarios con las necesidades de los demás.
El apoyo mutuo para lograr un fin determinado no es ajeno a los laicos, cuando ellos se
comprometen con las realidades humanas, procurando que los creyentes, en medio de las cosas
temporales, puedan alcanzar la salvación. “En cuanto servidora de todos los hombres, la Iglesia
busca colaborar mediante sus miembros, especialmente laicos, en las tareas de promoción cultural
humana, en todas las formas que interesan a la sociedad” (Med 4.1). La Iglesia en su Doctrina
Social apunta a la promoción de la solidaridad como principio de unión entre las gentes para lograr
la paz, la justicia, la igualdad, la equidad y el respeto por la persona.
La Iglesia puede insertarse en medio de las realidades de los pueblos a través de “los
valiosos servicios que los movimientos de laicos han prestado y continúan prestando con renovado
vigor a la promoción cristiana del hombre latinoamericano” (Med 10.5). Esto comporta un
esfuerzo importante en la defensa de la dignidad del otro y la lucha por el bien común, desde los
principios cristianos, lo que redunda en una preocupación particular del laicado por la sociedad,
especialmente en sus necesidades espirituales, morales, económico-laborales, en fin, todo aquello
que signifique estar mejor en las diferencies dimensiones de la vida.
En realidad, fue en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín
(1968) donde se acentuó la nueva conciencia de la Iglesia en relación con el mundo de los
pobres y su liberación, a través de una presencia profética, concienciadora, evangelizadora,
renovada en sus estructuras, con un nuevo estilo de vida. (Floristan, 1999, p. 173).
2.1.2.5. Construir la Iglesia como comunidad de fe, de oración, de
caridad fraterna.
Para la Conferencia de Puebla, éste es un propósito vital de la formación de los laicos, pues se
reconoce que ellos tienen que prepararse para “el logro de una sociedad más justa, libre y pacífica,
anhelo de los pueblos de América Latina y fruto indispensable de una evangelización liberadora”
(DP 562). La Iglesia como comunidad de fe refiere un conjunto de creyentes dispuestos a
capacitarse para trabajar en equipo, de la mano de sus pastores, en la evangelización de sus gentes,
buscando que las cosas terrenas se dirijan a Dios. Es necesario el interés formativo del bautizado
para que nazca “en el seno de la Iglesia latinoamericana una toma de conciencia creciente de la
necesidad de la presencia de los laicos en la misión evangelizadora” (DP 777).
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La Iglesia pensada como comunidad de fe que ora unida y se pone en marcha ante la
necesidad del hermano, constituye una Iglesia que comprende que la fe trasciende las paredes de
los templos y se encarna en la vivencia cotidiana del creyente. Bajo este entendido, Puebla pretende
animar a los laicos para que “mediante su testimonio de entrega cristiana contribuyan al
cumplimiento de la tarea evangelizadora y a presentar el rostro de una Iglesia comprometida en la
promoción de la justicia en nuestros pueblos” (DP 777).
La Conferencia de Santo Domingo reconoce que concebir la Iglesia como comunidad de
fe, guía hacia la promoción de una Iglesia que es comunión. En este orden los obispos
latinoamericanos reunidos en Santo Domingo expresaron que la formación de los laicos debe llevar
al logro de un fin particular: “acrecentar la vivencia de la Iglesia-comunión, que nos lleva a la
corresponsabilidad en la misión de la Iglesia” (SD 97). Esta Conferencia pone de presente la
necesidad de “cualificar la formación y participación de los laicos, capacitándolos para encarnar
el Evangelio en las situaciones específicas donde viven o actúan” (SD 59).
2.1.2.6. Intervenir en asuntos sociales y políticos.
La Conferencia de Aparecida presenta la educación cristiana de los laicos como un requisito para
promover caminos eclesiales que conlleven a la toma de postura en la lucha por el bien de la
sociedad. Esto comporta un compromiso con las realidades humanas buscando que, desde los
cargos de gobierno, se promueva la verdad y la justicia como principios fundamentales para lograr
que en medio de las naciones reine la paz y la concordia. Los laicos se configuran como “hombres
de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” (DA 209),
fieles creyentes capacitados para estar presentes en la vida pública, y más en concreto “en la
formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias” (DA 508).
Para lograr un mundo que valore a las personas como seres humanos que son, es importante
“promover la formación y acción de laicos competentes, animarlos a organizarse para defender la
vida y la familia, y alentarlos a participar en organismos nacionales e internacionales” (DA 469
h). Los laicos son ciudadanos del mundo, por eso están llamados a asumir una postura de
participación en los asuntos públicos con un propósito: forjar una sociedad cada vez más justa, que
piense en el bienestar del otro.
Se busca con ello generar cambios fundamentales que reclama el mundo contemporáneo,
entre ellos, “garantizar la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son
44
confiados a los laicos, así como también en las instancias de planificación y decisión pastoral,
valorando su aporte” (DA 458 b), haciendo coherente lo que profesan con la autenticidad y
transparencia de sus acciones. Que los laicos participen en los asuntos políticos y sociales de sus
pueblos, según la Conferencia de Aparecida, es ser congruente con la misión de la Iglesia en el
mundo, suscitando por este medio el bienestar de todos los creyentes y no creyentes; el propósito
es crear un orden social justo y equitativo, conforme al Evangelio.
2.2. Campos de la acción pastoral de los laicos
La Constitución Dogmática Lumen Gentium no indica ámbitos precisos donde el laicado deba
realizar su trabajo apostólico, pero teniendo en cuenta que ellos viven en medio de las cosas
temporales, siendo la realidad terrena el lugar donde deben dar cumplimiento a su compromiso
evangelizador, se reconocen como escenarios propios de la acción pastoral, las actividades de la
vida cotidiana en términos sociales, familiares, políticos, culturales y económicos, entre otros, para
que los laicos, “desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan
a la santificación del mundo” (LG 31). Lumen Gentium afirma que los laicos al recibir una
adecuada formación, hacen “manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el
testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad” (LG 31).
El Decreto Apostolicam Actuositatem inserta una importante novedad al estructurar los
campos específicos donde los laicos tienen la oportunidad de llevar a cabo su acción misional. Se
hace evidente que el laicado realiza diversos apostolados, no sólo en la Iglesia, sino también en el
mundo. “En ambos órdenes se abren varios campos de actividad apostólica, de los que queremos
recordar aquí los principales, que son: las comunidades de la Iglesia, la familia, la juventud, el
ámbito social, el orden nacional e internacional” (AA 9). Con este precedente, los campos de
acción pastoral de los laicos que pueden establecerse, partiendo del análisis de los documentos
eclesiales conciliares, postconciliares y latinoamericanos, son los siguientes.
2.2.1. La familia y los jóvenes.
En el Decreto Apostolicam Actuositatem define la unión conyugal como el “principio y
fundamento de la sociedad humana” (AA 11); en ella el apostolado de los laicos adquiere gran
valor tanto para la Iglesia como para la sociedad civil. Lo central del apostolado de los cónyuges
es “demostrar con su vida la indisolubilidad y la santidad del vínculo matrimonial; afirmar
45
abiertamente el derecho y la obligación de educar cristianamente la prole, propio de los padres y
tutores; defender la dignidad y legítima autonomía de la familia” (AA 11). En consecuencia,
Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares,
cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros
predicadores de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo
para la vida cristiana y apostólica. (AA 11)
La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, al igual que el Decreto Apostolicam
Actuositatem, reconoce la familia como uno de los lugares propicios para que se lleve a cabo el
apostolado de los laicos. “En cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la
Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el
Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia” (EN 71). Se plantea de igual forma que
“los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos
este mismo Evangelio profundamente vivido” (EN 71).
En la familia están los jóvenes, ellos son sinónimo de fuerza, dinamismo y empuje en
cualquier sociedad. Su espíritu lleno de vida se convierte en la oportunidad de generar aportes
renovadores en muchas dimensiones de la vida humana: la cultura, el deporte, la política, el orden
social, la educación, en fin, diversos escenarios donde su potencial se convierte en impulso
trasformador de diversas realidades en las que está inmerso el hombre. No se puede negar que los
jóvenes “ejercen en la sociedad moderna un influjo de gran interés. Las circunstancias de su vida,
el modo de pensar e incluso las mismas relaciones con la propia familia han cambiado mucho”
(AA 12). En este terreno el apostolado de los laicos debe orientarse al fortalecimiento espiritual
de estos sujetos, contribuyendo a que se geste una fe cada vez más madura.
La experiencia y el testimonio de los laicos es de gran valía en este campo, pues la juventud
“madurando la conciencia de la propia personalidad, impulsados por el ardor de su vida y por su
energía sobreabundante, asumen la propia responsabilidad y desean tomar parte en la vida social
y cultural” (AA 12). Los jóvenes de la sociedad contemporánea son personas que están dispuestas
a asumir riesgos, a pensar y actuar diferente, quieren transformar el mundo con sus ideas, por tanto,
los laicos deben ayudar a orientarlos para que en el ámbito de las cosas terrenas se produzca una
relación de encuentro con Jesús. La Exhortación Evangelii Nuntiandi considera que la realidad
juvenil es un escenario imprescindible en la acción evangelizadora de la Iglesia.
46
Su importancia numérica y su presencia creciente en la sociedad, los problemas que se les
plantean deben despertar en nosotros el deseo de ofrecerles con celo e inteligencia el ideal
que deben conocer y vivir. Pero, además, es necesario que los jóvenes bien formados en la
fe y arraigados en la oración, se conviertan cada vez más en los apóstoles de la juventud.
La Iglesia espera mucho de ellos. (EN 72).
La misión de la Iglesia necesita el dinamismo de los jóvenes para generar en el mundo
acciones transformadoras que tengan como fundamento el Evangelio, por eso los laicos deben
acercarse a la juventud y con su ejemplo de vida mostrarles que las cosas del mundo adquieren
verdadero sentido cuando son consagradas a Dios. El influjo de los jóvenes es importante en el
desarrollo de una sociedad, ellos con su forma de ver y pensar las cosas generan impacto en
diversos campos de la vida humana: la relación de familia, los vínculos de amistad, los problemas
sociales, entre otros. Todo esto los lleva a concebir el mundo de forma distinta y a mirar sus
realidades con otra óptica, llevándolos a actuar muchas veces contra corriente.
Los laicos son corresponsables de las formas de actuar de los jóvenes, su deber es guiarlos
hacia la luz de Cristo que todo lo hace nuevo. Los padres sinodales pidieron a los laicos dirigir “su
apostolado a la juventud, sobre todo en el ejemplo, y cuando haya oportunidad, con consejos
prudentes y auxilios eficaces” (AA 12). El fin de esta solicitud es ayudar a estos sujetos a madurar
su fe, haciendo que se comprometan con la defensa del bien común, la lucha por la igualdad y la
defensa de la dignidad de todas las personas. Los jóvenes,
Madurando la conciencia de la propia personalidad, impulsados por el ardor de su vida y
por su energía sobreabundante, asumen la propia responsabilidad y desean tomar parte en
la vida social y cultural, ardor que, si está lleno del espíritu de Cristo, y se ve animado por
la obediencia y el amor a la Iglesia, ofrece en esperanza frutos abundantes. Ellos deben
convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo el apostolado
entre sí, teniendo en consideración el medio social en que viven. (AA 12)
La Conferencia de Aparecida reconoce que los jóvenes son fundamentales para que en
Latinoamérica se produzcan cambios transformadores en materia social y política, ayudando a
combatir los flagelos de la pobreza, la guerra y la indiferencia, entre otros. Es por esta razón que
exhortó “a los jóvenes a formarse, de manera gradual, para la acción social y política y el cambio
de estructuras, conforme a la Doctrina Social de la Iglesia, haciendo propia la opción preferencial
y evangélica por los pobres y necesitados” (DA 446).
47
2.2.2. La participación social y política.
La Exhortación Apostólica Christifideles Laici es amplia a la hora de abordar los lugares propios
del apostolado laico. “El ‘mundo’ se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de
los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo” (ChL 15). El
valor agregado y la novedad de Christifideles Laici es concentrar el apostolado de los seglares en
actividades concretas de la vida humana como la política. Los laicos no pueden renunciar a su
participación en este terreno ya que es un medio a través del cual pueden servir a las personas y a
la sociedad en general. En otros términos, no puede dimitir ante “la multiforme y variada acción
económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e
institucionalmente el bien común” (ChL 42). La participación de los laicos en el terreno de lo
político es un derecho y un deber, ejercido bajo formas diversas pero complementarias,
entendiendo que se puede ser sujeto político activo o pasivo, es decir, elegir o ser elegido. Aquí su
tarea está dirigida a contrarrestar todo tipo de:
Arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas
a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político,
como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro
moral, que no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos
en relación con la cosa pública. (ChL 42)
La participación de los laicos en el mundo de lo político “encuentra su criterio básico en la
consecución del bien común, como bien de todos los hombres y de todo el hombre” (ChL 42),
pues toda comunidad política, como se afirma en Gaudium et spes, debe tener como finalidad el
bienestar de todos, promoviendo “el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales
los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia
perfección” (ChL 42). El compromiso político de los laicos debe apuntar a “la defensa y promoción
de la justicia, entendida como ‘virtud’ en la que todos deben ser educados, y como ‘fuerza’ moral
que sostiene el empeño por favorecer los derechos y deberes de todos” (ChL 42), procurando
siempre el respeto por la dignidad de cada ser humano.
En el ejercicio del poder político es fundamental aquel espíritu de servicio, que, unido a la
necesaria competencia y eficiencia, es el único capaz de hacer «transparente» o «limpia»
la actividad de los hombres políticos, como justamente, además, la gente exige. Esto urge
la lucha abierta y la decidida superación de algunas tentaciones, como el recurso a la
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deslealtad y a la mentira, el despilfarro de la hacienda pública para que redunde en provecho
de unos pocos y con intención de crear una masa de gente dependiente, el uso de medios
equívocos o ilícitos para conquistar, mantener y aumentar el poder a cualquier precio (ChL
42).
Los laicos que incursionan en el mundo de la política deben tener presente la “autonomía
de las realidades terrenas rectamente entendida” (ChL 42). En este sentido lo padres sinodales
exhortan al laicado a mantener una postura ecuánime en las relaciones públicas, pues en el campo
de lo político tienen la libertad de obrar conforme a los valores cristianos y a los principios del
Evangelio, mostrando a todos sus conciudadanos la importancia de mantener viva una vocación
de servicio que hable de Dios en las cosas terrenas. La Exhortación Christifideles Laici promueve
el desarrollo de un espíritu de cooperación mutua entre lo político y lo evangélico que se traduzca
en bienestar para todos los hijos de Dios.
El trabajo evangelizador de los laicos debe contribuir a que la Palabra de Dios sea el medio
propicio para promover la colaboración entre “la comunidad política y la Iglesia y distinguir
netamente entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título
personal […], y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores”
(ChL 42). Tanto a nivel personal como comunitario los laicos deben consagrarse al bien de las
cosas públicas; ellos como sujetos del mundo son corresponsables de las acciones emprendidas
desde lo político, para forjar una sociedad que, aunque es plural, busca ser más justa y equitativa.
Los laicos deben animarse a participar activamente en la vida pública, haciendo que brote
el espíritu evangélico en aquellos ambientes donde se toman decisiones importantes que afectan
la vida de todos los ciudadanos. Christifideles Laici asegura que, para participar con mayor
efectividad en el terreno político, los laicos deben estar iluminados por la Doctrina Social de la
Iglesia. En este proceso formativo ellos pueden estar acompañados de su comunidad o de sus
pastores, lo importante es que se capaciten para promover el bien de todas las gentes. En síntesis,
“los fieles laicos han de testificar aquellos valores humanos y evangélicos que están íntimamente
relacionados con la misma actividad política; como son la libertad y la justicia, la solidaridad, la
dedicación leal y desinteresada al bien de todos” (ChL 42).
Sin duda, en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles Laici, la acción
apostólica de los laicos se enraíza en el campo social y político como lugares donde la Palabra de
Dios debe dar frutos a partir de su testimonio evangélico. “Es absolutamente indispensable —sobre
49
todo para los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político— un
conocimiento más exacto de la Doctrina Social de la Iglesia, como repetidamente los padres
sinodales han solicitado en sus intervenciones” (ChL 60). La participación social y política es
propia de los laicos como escenario de evangelización que debe estar irradiado de Evangelio, en
pro de un mundo más justo y humano. La acción política no es algo vedado o prohibido para el
creyente, no es un elemento contrario a la fe, por el contrario, es un deber y un derecho como
ciudadano y como cristiano. Del mismo creyente depende el dinamismo con que pueda hacerse
presente a la Iglesia en la toma de decisiones gubernamentales que promuevan el bien común. Los
obispos se pronunciaron frente a la participación de los laicos en el contexto de lo político
aseverando:
Para que los laicos puedan realizar activamente este noble propósito en la política (es decir,
el propósito de hacer reconocer y estimar los valores humanos y cristianos), no bastan las
exhortaciones, sino que es necesario ofrecerles la debida formación de la conciencia social,
especialmente en la Doctrina Social de la Iglesia, la cual contiene principios de reflexión,
criterios de juicio y directrices prácticas. (ChL 60)
Queda claro que la Doctrina Social de la Iglesia a la luz de la Christifideles Laici promueve
a los fieles laicos para llevar a cabo una tarea específica desde la fe: la defensa del orden social y
político en aras de contribuir a que la realidad humana se desarrolle bajo los principios de justicia
y equidad para todos los individuos. “La participación activa en los partidos políticos está
reservada a los laicos” (ChL 60), de ahí que los padres sinodales hayan insistido en que la
formación en la Doctrina Social de la Iglesia hiciera parte de una ruta formativa en diversos
movimientos eclesiales, en escuelas e incluso en universidades, adaptándose a las diferentes
circunstancias de tiempo y lugar. “Es un derecho y deber de los pastores proponer los principios
morales también sobre el orden social, y deber de todos los cristianos dedicarse a la defensa de los
derechos humanos” (ChL 60).
La Conferencia de Puebla señala que un campo principal de acción del apostolado laico es
la participación en partidos políticos, ya que “corresponde a su condición laical el constituir y
organizar partidos políticos, con ideología y estrategia adecuada para alcanzar sus legítimos fines”
(DP 524). Puebla indicó que como parte de las actividades terrenas “no se puede dejar de subrayar
con especial énfasis la actividad política” (DP 791).
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Santo Domingo no hace un tratado sobre el tema como lo hizo Puebla, lo cual indica que
por una parte acepta el planteamiento ya hecho, sin modificarlo; y por otra, simplemente
presupone una línea de continuidad, anotando que los laicos no han asumido en política,
como en economía, en ciencia, en cultura etc., el compromiso eclesial y evangelizador que
Puebla había hecho. (Castillo, 2006, p. 238)
Entre los campos de acción laical, “lo más importante desde el ángulo político es el
cuestionamiento que el Documento de Santo Domingo hace del llamado desarrollo sostenible. Se
estipulan dos criterios: “el primero que no puede ser un desarrollo que privilegia minorías en
detrimento de las grandes mayorías empobrecidas del mundo; y el segundo, que las propuestas de
desarrollo tienen que estar subordinadas a criterios éticos” (Castillo, 2006, p. 240).
Así mismo, Santo Domingo enriquece la perspectiva de Puebla en relación con lo político,
al señalar nuevos signos de los tiempos en el campo de la promoción humana, los cuales
clasifica en nueve apartados o secciones, haciendo en cada uno, primero, una descripción,
luego señalando algunos desafíos pastorales, y finalmente indicando algunas líneas
pastorales: 1. Derechos humanos, que se basan en “la igualdad entre los seres humanos en
su dignidad, por ser creados a imagen y semejanza de Dios”, dignidad que se “afianza y
perfecciona en Cristo” (SD 64) y derechos que los estados no conceden, sino que sólo debe
proteger y desarrollar (SD 165). “La conciencia de los derechos humanos ha progresado
notablemente desde Puebla, junto con acciones significativas de la Iglesia en este campo.”
(SD 166). En este punto lo más importante es el compromiso político que la Iglesia asume
“en la defensa de la vida desde el primer momento de la concepción hasta su último
aliento”. (Castillo, 2006, p. 239)
Con este precedente, la Conferencia de Santo Domingo insistió en una formación de los
laicos que los comprometiera más con las realidades contextuales y los animara a una
evangelización más profunda en sentido humano. Los obispos reunidos en esta Conferencia
señalaron la necesidad de impedir que “los laicos reduzcan su acción al ámbito intra-eclesial,
impulsándolos a penetrar los ambientes socio-culturales y a ser en ellos protagonistas de la
transformación de la sociedad a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia” (SD 97).
Los obispos hicieron explícito en Santo Domingo el deber de los pastores de ejercer un papel
protagónico en la formación doctrinal de los laicos que responda a las realidades contextuales
latinoamericanas. “Esto debe interpretarse como una autorización y un estímulo a los laicos para
51
la creación de partidos políticos y movimientos políticos, con lo cual incorpora el mismo criterio
de Puebla” (Castillo, 2006, p. 236).
“Los pastores procuraremos, como objetivo pastoral inmediato, impulsar la preparación de
laicos que sobresalgan en el campo de la educación, de la política, de los medios de comunicación
social, de la cultura y del trabajo” (SD 98). Esta consideración hace evidente que el campo de lo
político es un escenario importante para que la acción evangelizadora dé frutos abundantes en
medio de las particulares sociales y económicas que afectan a las diversas comunidades de
América Latina.
El contexto de lo político remite también al orden nacional e internacional. En este campo
los laicos se convierten en “dispensadores de la sabiduría cristiana” (AA 14), donde el
cumplimiento de los deberes civiles y el actuar de forma justa, promueven en el pueblo creyente
la búsqueda del bien común. Se pide a los laicos que poseen conocimientos en “asuntos públicos,
firmes como es debido en la fe y en la doctrina católica, que no rehúsen desempeñar cargos
públicos, ya que, por ellos, bien administrados, pueden procurar el bien común y preparar a un
tiempo el camino al Evangelio” (AA 14). Respecto a los campos de acción apostólica de los laicos
mencionados con anterioridad, la Apostolicam Actuositatem sostiene que “como en nuestros
tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social, es de sumo interés
su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia” (AA 9). La Conferencia
de Aparecida alude el campo internacional como espacio de apostolado laico; en los siguientes
términos:
La Iglesia en América Latina y el Caribe siente que tiene una responsabilidad en formar a
los cristianos y sensibilizarlos respecto a grandes cuestiones de la justicia internacional.
Por ello, tanto los pastores como los constructores de la sociedad tienen que estar atentos a
los debates y normas internacionales sobre la materia. Esto es especialmente importante
para los laicos que asumen responsabilidades públicas, solidarios con la vida de los
pueblos. (DA 406)
2.2.3. El ámbito económico.
La misión de los laicos en este terreno está dirigida a la promoción y organización del trabajo que
es en esencia el instrumento central de todo desarrollo económico. Desde los principios de la
Doctrina Social de la Iglesia, es tarea de los laicos ayudar a solucionar los problemas crecientes en
52
la sociedad como el desempleo, la falta de oportunidades, entre otras. Los laicos deben ayudar a
“desarrollar nuevas formas de solidaridad entre quienes participan en el trabajo común, a suscitar
nuevas formas de iniciativa empresarial y a revisar los sistemas de comercio, de financiación y de
intercambios tecnológicos” (ChL 43). En síntesis:
En el campo de acción económica, unida al factor laboral, se presenta también la situación
ecológica, donde se reconocen las cosas creadas como don de Dios, cosas que el hombre está
llamado a dominar y cultivar. “El hombre tiene en sus manos un don que debe pasar —y, si fuera
posible, incluso mejorado— a las futuras generaciones, que también son destinatarias de los dones
del Señor” (ChL 43). Con respecto a este asunto, los padres sinodales afirmaron que “una justa
concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones, relativas al uso de los
elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las consecuencias de una
industrialización desordenada” (ChL 43).
La vida económica es propicia al apostolado de los fieles laicos, ya que se debe propender
por entablar relaciones igualitarias que superen la dimensión de lo puramente monetario; en este
espacio las palabras y actitudes deben traducirse en testimonio de vida. “En el campo del trabajo,
o de la profesión, o del estudio, o de la vivienda, o del descanso, o de la convivencia son muy aptos
los laicos para ayudar a los hermanos” (AA 13). Este apostolado exige coherencia de vida entre lo
que se piensa, se dice y se vive, pues “se convierten en la luz del mundo; por su honradez en
cualquier negocio, que atrae a todos hacia el amor de la verdad y del bien, y por fin a Cristo y a la
Iglesia” (AA 13)
Las crisis políticas, económicas, sociales o de otra índole a nivel mundial, han hecho que
los ciudadanos de diversos países se vean en la necesidad de abandonar su país de origen,
desplazándose a otros territorios, de manera voluntaria o forzada, buscando un mejor nivel de vida
o procurando conservar la vida misma. La gran novedad de Aparecida y su valor agregado a nivel
de campos de apostolado laico fue precisamente identificar a los migrantes como destinatarios de
la misión. Es el único documento conciliar, post-conciliar o de orden latinoamericano que al tratar
del apostolado de los laicos los invita a la atención de los migrantes. En este sentido, los obispos
indicaron que “se requiere promover la preparación de laicos que, con sentido cristiano,
profesionalismo y capacidad de comprensión, puedan acompañar a quienes llegan, como también
en los lugares de salida a las familias que dejan.” (DA 413).
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2.2.4. La cultura y las culturas del hombre.
Este es uno de los escenarios más importantes para la convivencia humana y el desarrollo social.
A la luz del Concilio Vaticano II, la Exhortación Christifideles Laici define la cultura como el
medio a través del cual el ser humano acrece “sus innumerables cualidades espirituales y
corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más
humana la vida social, tanto en la familia como en la sociedad civil, mediante el progreso de las
costumbres e instituciones” (ChL 44). Para el creyente, la cultura se convierte en expresión de “su
dignidad, libertad y creatividad, el testimonio de su camino histórico. En concreto, sólo desde
dentro y a través de la cultura, la fe cristiana llega a hacerse histórica y creadora de historia. (ChL
44)
Como un aporte significativo de la Christifideles Laici, san Juan pablo II exhortó a los
laicos a que se hiciesen presentes en los lugares propios de la cultura, siendo novedosos los
espacios definidos como parte del aspecto cultural: “el mundo de la escuela y de la universidad,
los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de la creación artística y de la
reflexión humanista” (ChL 44). En estos lugares los laicos deben descubrir los tesoros que guardan
el Evangelio y la fe cristiana.
En Christifideles Laici leemos «que una fe que no se hace cultura, es una fe «no plenamente
acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida». Así, la cultura no se puede disociar
de la vida espiritual, sino que debe estar impregnada con la fe, en una unidad o, mejor
dicho, síntesis vital profunda. (Bryl, 2006, p. 242)
La acción apostólica laical en este medio no se limita sólo a la evangelización en
determinadas zonas geográficas. Lo esencial es buscar transformar, desde el Evangelio, los
“criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, la línea de pensamiento, las
fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra
de Dios y con su plan de salvación” (ChL 44). Los medios de comunicación social son también
elementos propicios para la trasmisión de la cultura, por eso es imperativo desarrollar “una labor
educativa del sentido crítico animado por la pasión por la verdad, como una labor de defensa de la
libertad, del respeto a la dignidad personal, de la elevación de la auténtica cultura de los pueblos”
(ChL 44).
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2.2.5. La comunidad eclesial y los diversos ministerios eclesiales.
En este ámbito se hace referencia a la parroquia como comunidad eclesial donde los laicos
participan, de primera mano, en actividades principalmente litúrgicas y catequéticas desde las
cuales se procura el cuidado de las almas. La parroquia se convierte para el laico en el modelo por
excelencia de “apostolado comunitario” (AA 10), que busca construir a partir de la diversidad
humana la unidad de la Iglesia universal. Los laicos deben estar prestos a colaborar al máximo con
las necesidades de la parroquia, no limitándose a la Iglesia local, sino extendiéndola a todos los
lugares donde sea posible llevar la Palabra de Dios, trabajando íntimamente unidos a sus sacerdotes
para “presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y los del mundo, los asuntos
que se refieren a la salvación de los hombres, para examinarlos” (AA10).
La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Medellín,
planteó, más que campos de acción apostólica de los laicos, puntos de apoyo a dicha misión. La
Conferencia advierte que el ejercicio evangelizador de los laicos es más eficaz cuando se sostiene
en el testimonio de las distintas comunidades de fe, “de este modo los laicos cumplirán más
cabalmente con su misión de hacer que la Iglesia acontezca en el mundo, en la tarea humana y en
la historia” (Med 10.12). Los obispos latinoamericanos pidieron a los laicos aunar esfuerzos que
permitieran promover la “creación de equipos apostólicos o de movimientos laicos en los
ambientes o estructuras funcionales donde se elabora y decide en gran parte, el proceso de
liberación y humanización de la sociedad a que pertenece” (Med 10.13).
En la Conferencia de Puebla se afirma que los laicos también ejercen su apostolado en la
Iglesia local, particularmente como animadores de comunidades, catequistas, misioneros.
Apoyados en la Exhortación Evangelii Nuntiandi los obispos latinoamericanos afirmaron que “es
en el mundo donde el laico encuentra su campo específico de acción” (DP 789). La Conferencia
de Santo Domingo insta a los laicos a “promover los consejos de laicos, en plena comunión con
los pastores y adecuada autonomía, como lugares de encuentro, diálogo y servicio, que contribuyan
al fortalecimiento de la unidad, la espiritualidad y la organización del laicado” (SD 97).
Los obispos de Latinoamérica consideraron además que los consejos donde participan los
laicos son considerados “espacios de formación y pueden establecerse en cada diócesis en la Iglesia
de cada país y abarcar tanto a los movimientos de apostolado como a los laicos que, estando
comprometidos con la Evangelización, no están integrados en grupos apostólicos”. (SD 97). La
Conferencia exhorta a los pastores “como objetivo pastoral inmediato, impulsar la preparación de
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laicos que sobresalgan en el campo de la educación, de la política, de los medios de comunicación
social, de la cultura y del trabajo.” (SD 98); de esta forma, aunque de manera indirecta, estos
campos se establecen como lugar de misión de los laicos.
La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi inserta como novedad, a nivel de campos
de acción pastoral de los laicos, diversos ministerios eclesiales. Indica que los laicos están
llamados “a colaborar con sus pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento
y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor
quiera concederles” (EN 73). Con ello se afirman los diversos modos en que pueden anunciar el
Evangelio, rejuveneciendo el espíritu y dinamismo apostólico de la Iglesia. Los laicos, sin poseer
un orden sagrado, ejercen también ministerios particulares como: “catequistas, animadores de la
oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de la palabra de Dios o a la asistencia de los
hermanos necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos”
(EN 73). La Conferencia de Aparecida alienta a “los laicos […] a participar de organismos
ecuménicos con una cuidadosa preparación y un esmerado seguimiento de los pastores, y realizar
acciones conjuntas en los diversos campos de la vida eclesial, pastoral y social. (DA 232)
2.3. Responsables de la formación laical
La Conferencia de Aparecida recordó a los creyentes que la misión de la Iglesia es “anunciar el
Evangelio de manera tal que garantice la relación entre fe y vida tanto en la persona individual
como en el contexto socio-cultural en que las personas viven, actúan y se relacionan entre sí” (DA
331). Para el cumplimiento de este cometido es preciso formar a los laicos, entendiendo que son
parte activa del quehacer apostólico de la Iglesia; sin embargo, alguien debe asumir la
responsabilidad de orientar dicho proceso educativo. Es imprescindible contar con la presencia y
colaboración de agentes de formación que ofrezcan a los laicos la preparación adecuada y
pertinente en las diversas áreas que el Magisterio conciliar y post-conciliar han señalado en algunos
documentos, para su capacitación, de tal manera que haciendo suya la Palabra de Dios, den
testimonio en el mundo.
Acoger el Evangelio permite que el espíritu de las bienaventuranzas se encarne la realidad
del mundo, por eso la formación de los laicos en la Iglesia es fundamental para que el mensaje de
Cristo llegue a todos los rincones de la tierra, orientando todo hacia Dios. Conocida la importancia
de formar a los laicos, conviene indicar también quiénes deben garantizar que ellos reciban la
56
educación que necesitan para realizar su tarea evangelizadora. Soportados en los documentos
magisteriales que abordan el tema de los laicos, se señalan los siguientes responsables:
2.3.1. La familia cristiana.
Al ser el núcleo de toda sociedad e Iglesia doméstica, la familia cristiana es considerada lugar
propicio para iniciar la formación para el apostolado laical. El Decreto Apostolicam Actuositatem
sostiene que los padres tienen el deber de “disponer a sus hijos desde la niñez para el conocimiento
del amor de Dios hacia todos los hombres, enseñarles gradualmente, sobre todo con el ejemplo, la
preocupación por las necesidades del prójimo, tanto de orden material como espiritual” (AA 30).
El hogar es el espacio donde el sujeto recibe las primeras instrucciones para la vida, es el comienzo
de un aprendizaje basado en el amor que va delineando la esencia de la persona. Por esta razón los
primeros pasos que dé el laico en materia de fe con respecto a una formación que los vaya
preparando para la evangelización debe ser en la familia.
La Exhortación Apostólica Christifideles Laici también indica que el ambiente educativo
por excelencia para la formación en la fe es la familia cristiana; en su condición de Iglesia
doméstica está llamada a transmitir, de forma primigenia, los valores humanos y religiosos que
robustezcan, de forma paulatina, la fe cristiana de los hijos, infundiendo en ellos el amor a Cristo
y a su Palabra renovadora. Lo que se vive diariamente en la familia orienta lo que será el futuro de
la prole, por tanto, es en ese espacio donde los hijos deben experimentar las diversas formas de
amor fraternal: paterno, materno, fraterno, reconociendo que este amor proviene de algo más
grande: el infinito amor de Dios manifestado en la persona de su Hijo, Jesucristo.
La familia cristiana edifica además el Reino de Dios en la historia mediante esas mismas
realidades cotidianas que hacen relación y singularizan su condición de vida. Es entonces
en el amor conyugal y familiar —vivido en su extraordinaria riqueza de valores y
exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad— donde se expresa y realiza la
participación de la familia cristiana en la misión profética, sacerdotal y real de Jesucristo y
de su Iglesia». (ChL 52)
Los padres sinodales resaltaron el valor del matrimonio como unión sacramental,
reconociendo la importante misión que los esposos tienen para la Iglesia y para la sociedad. Desde
el seno de la familia el laico irradia al mundo, por eso su formación cristiana surge también del
57
hogar, aprendiendo a anunciar, desde niño, el mensaje de la esperanza que se hace visible en medio
de las relaciones humanas, teniendo como fundamento la persona de Cristo. “El padre y la madre
reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana
en relación con los hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos”
(ChL 62).
La Conferencia de Aparecida sostiene que la familia es patrimonio de la humanidad; allí
los obispos indicaron que la familia es insustituible en la educación de los hijos, eso la constituye
en “sujeto social imprescindible” (DA), en la formación humana y cristiana de toda persona. La
familia es la primera comunidad eclesial a la que está vinculado el creyente, allí se reciben y
trasmiten los valores esenciales de la vida cristiana. En el contexto latinoamericano, siguiendo las
directrices de la Conferencia de Aparecida, se considera que “los padres son los primeros
transmisores de la fe a sus hijos, enseñándoles, a través del ejemplo y la palabra, a ser verdaderos
discípulos misioneros” (DA 204).
2.3.2. Los ministros ordenados y los religiosos.
La Constitución Pastoral Gaudium et spes indica que entre los primeros responsables de educar
cristianamente a los laicos se encuentran los sacerdotes, al tiempo que reconoce que no todos los
pastores están lo suficientemente preparados para asumir dicha responsabilidad. Los padres
conciliares afirmaron: “los laicos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual. Pero no
piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia” (GS 43).
También señalan que la formación que los pastores imparten debe ser coherente con los lugares
propios de su apostolado. “Pertenece a los sacerdotes, debidamente preparados en el tema de la
familia, fomentar la vocación de los esposos en la vida conyugal y familiar con distintos medios
pastorales” (GS 52).
Por su parte, el Decreto Apostolicam Actuositatem, al igual que la Gaudium et Spes,
atribuye a los sacerdotes la responsabilidad de educar a los laicos, para ello deben capacitarse
buscando asumir con integridad este compromiso eclesial. Es imprescindible que los pastores
gocen de una preparación pertinente y adecuada, sólo así los laicos en formación obtendrán el
conocimiento pertinente para cumplir con su misión apostólica. El Decreto recomienda que los
sacerdotes que se dediquen a formar laicos para el apostolado deben ser idóneos en esta materia,
por tanto, deben ser elegidos cuidadosamente, procurando que su aporte sea significativo en la
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preparación de bautizados competentes para llevar a cabo la misión de la Iglesia en el mundo. Los
sacerdotes “que se dedican a este ministerio, en virtud de la misión recibida de la Jerarquía, la
representan en su acción pastoral; fomenten las debidas relaciones de los laicos con la Jerarquía
adhiriéndose fielmente al espíritu y a la doctrina de la Iglesia” (AA25).
La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi introduce una importante novedad
planteando, entre los ministros ordenados, una escala de responsables de la formación laical en la
Iglesia. En primer lugar, señala al Papa, pues “el sucesor de Pedro, por voluntad de Cristo, está
encargado del ministerio preeminente de enseñar la verdad revelada” (EN 67). En segundo lugar,
figuran los obispos y sacerdotes, entendiendo que los padres conciliares buscan que en “cada
Iglesia particular, los obispos velen por la adecuada formación de todos los ministros de la Palabra.
Esta preparación llevada a cabo con seriedad aumentará en ellos la seguridad indispensable y
también el entusiasmo para anunciar hoy día a Cristo” (EN 73). Adicionalmente se exhorta a “los
sacerdotes y a los diáconos, colaboradores de los obispos para congregar el pueblo de Dios y
animar espiritualmente las comunidades locales" (EN 76). En tercer lugar, se señala a los religiosos
ya que ellos “tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A
través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedienta de lo Absoluto
de Dios, llamada a la santidad” (EN 69), en su condición de consagrados, los religiosos “son por
su vida, signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia, los hermanos” (EN 69).
Por su parte, la Exhortación Apostólica Christifideles Laici insistió en el fundamento
teologal de la formación laical recordando que “Dios es el primer y gran educador de su pueblo”
(ChL 61), su enseñanza de amor se transparenta en Jesucristo. Dios ha educado a los hombres, de
manera primaria, en el mandamiento del amor, siendo la Iglesia-Pueblo de Dios, el escenario
propicio para que se cumpla la acción formativa del Padre, a través del Hijo, iluminada por la luz
y la fuerza del Espíritu Santo. La Exhortación también sostiene que el Sumo Pontífice asume la
función de primer educador de los fieles en la tierra, quien debe confirmar a sus hermanos en la
fe, capacitándolos en los factores esenciales de la vocación y la misión cristiana.
En el marco de las conferencias episcopales latinoamericanas, la Conferencia de Medellín
atribuyó a los sacerdotes la obligatoriedad de formar a los laicos. Lo refiere en estos términos: el
sacerdote para “promover el desarrollo integral del hombre, formará a los laicos y los animará a
participar activamente con conciencia cristiana en la técnica y elaboración del progreso” (Med
11.19). La Conferencia de Medellín sostendrá adicionalmente que los laicos, en línea con su
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sacerdocio común, “gozan del derecho y tienen el deber de aportar una indispensable colaboración
a la acción pastoral. Por esto, es deber de los sacerdotes dialogar con ellos no de una manera
ocasional, sino de modo constante e institucional” (Med 11.23). El documento de Aparecida señala
que, en contexto latinoamericano, todo el Pueblo de Dios es considerado discípulo-misionero,
atribuyendo a cado uno de sus miembros una tarea específica. Con respecto a los pastores plantea:
Cada sector del Pueblo de Dios pide ser acompañado y formado, de acuerdo con la peculiar
vocación y ministerio al que ha sido llamado: el obispo que es el principio de la unidad en
la diócesis mediante el triple ministerio de enseñar, santificar y gobernar; los presbíteros,
cooperando con el ministerio del obispo, en el cuidado del pueblo de Dios que les es
confiado; los diáconos permanentes en el servicio vivificante, humilde y perseverante como
ayuda valiosa para obispos y presbíteros; los consagrados y consagradas en el seguimiento
radical del Maestro. (DA 282)
2.3.3. La Iglesia universal, la Iglesia local y la parroquia.
El Decreto Apostolicam Actuositatem exhortó a que “los sacerdotes, en la catequesis y en el
ministerio de la palabra, en la dirección de las almas y en otros ministerios pastorales, tengan
presente la formación para el apostolado” (AA 30). Dentro de la Iglesia local, existen diferentes
equipos y asociaciones seglares. Ellos están llamados a promover la formación para el apostolado
de acuerdo con los fines que persigan, bajo la orientación de la jerarquía. Estos grupos, en medio
de la cotidianidad de la vida, “constituyen muchas veces el camino ordinario de la formación
conveniente para el apostolado, pues en ellas se da una formación doctrinal espiritual y práctica”
(AA 30).
El Decreto, como documento conciliar que trata de forma amplia el apostolado de los
seglares, indicó que la responsabilidad de la formación laical recae también sobre la parroquia
como encargada de garantizar que los laicos “adquieran en ella conciencia de que son miembros
activos del Pueblo de Dios” (AA 30). La parroquia cuenta con diversas herramientas para llevar a
cabo un importante trabajo formativo que favorezca la misión evangélica de toda la Iglesia, entre
ellas, la diversidad de ministerios, las comunidades laicales, los consejos parroquiales. Pero más
que identificar espacios para el servicio parroquial, se requiere que cada miembro de la comunidad
tome conciencia del papel que está llamado a desempeñar como creyente comprometido con la
promoción y vivencia del Evangelio.
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La Exhortación Apostólica Christifideles Laici considera que, en línea descendente, la
Iglesia particular se define como el contacto más directo e inmediato que tiene la Iglesia con los
laicos, por tanto, esta desempeña una tarea fundamental y primaria en su formación cristiana en la
que pueden colaborar las comunidades eclesiales de base, si cuentan con la preparación requerida.
Los padres sinodales impulsaron a los sacerdotes y religiosos a ejercer un papel protagónico en la
formación de los laicos entrando en comunión y cooperación con la diócesis y con la parroquia.
Como se señaló con anterioridad, es necesario que los pastores se capaciten primero,
adquiriendo el conocimiento necesario para favorecer la misión y la vocación laical. La Iglesia
universal se hace presente en el mundo por medio de las Iglesias particulares; por ello los obispos
deben garantizar, de forma responsable, la formación de los laicos, a través del “anuncio de la
Palabra, la celebración eucarística y los sacramentos, animando y guiando su vida cristiana” (ChL
61). A nivel de conferencias latinoamericanas, el Documento de Puebla sostiene que la Iglesia
local es la principal responsable de formar a los laicos, pues reconoce que ella “tendrá mucho
empeño en educar en la fe cristiana al pueblo sencillo, naturalmente religioso, y preparará en forma
adecuada para la recepción de los sacramentos” (DP 157). En esta misma línea, la Conferencia de
Aparecida ve en la parroquia, como parte de la Iglesia local, uno de los grandes responsables de la
formación laical.
El papa Benedicto XVI en el mensaje final que pronunció en Aparecida, reconoció la
importancia de “los esfuerzos que se hacen en las parroquias para ser casa y escuela de comunión,
animando y formando pequeñas comunidades y grupos eclesiales de base, así como también en las
asociaciones de laicos, movimientos eclesiales y nuevas comunidades” (DF); sólo de esta forma
es posible forjar discípulos misioneros. Los párrocos deben motivar la vida de los laicos en sus
comunidades, promoviendo formas renovadas y dinámicas de participación en los diferentes
quehaceres ministeriales propios de la parroquia. Formarlos previamente es motivarlos a sumir
más de cerca su compromiso con la Iglesia, de manera particular en los territorios de América
Latina. Esta formación debe ser permanente en procura de un laicado capaz de reconocer que “si
queremos que las parroquias sean centros de irradiación misionera en sus propios territorios, deben
ser también lugares de formación permanente” (DA 306)
2.3.4. Instituciones educativas católicas.
Los documentos magisteriales a nivel conciliar y post-conciliar señalan a las escuelas, colegios e
instituciones católicas dedicadas a la educación como una de las responsables de formar a los
61
laicos para el apostolado. Estas instituciones deben fomentar en sus estudiantes un espíritu
cristiano católico que motive en ellos la acción apostólica como parte de su proceso formativo. Si,
por alguna razón, los niños o jóvenes no pueden acceder a estas instituciones, dicha labor deben
procurarla “los padres, los pastores de almas y las asociaciones apostólicas” (AA 30). Las
instituciones educativas católicas no deben ahorrar esfuerzos en buscar los medios necesarios para
desarrollar en sus educandos, el máximo potencial evangelizador, formando desde temprana edad,
hombres y mujeres comprometidos con la misión de la Iglesia.
La Exhortación Apostólica Christifideles Laici hace un reconocimiento al inspirador
trabajo de las “escuelas y universidades católicas, y alaba la dedicación de los maestros y
educadores —hoy, en su gran mayoría, laicos— para que en los institutos de educación católica
puedan formar hombres y mujeres en los que se encarne el mandamiento nuevo” (ChL 62). Esta
es la manifestación de una “urgente necesidad de que los fieles laicos maestros y profesores en las
diversas escuelas, católicas o no, sean verdaderos testigos del Evangelio” (ChL 62). Esta labor
debe llevarse a cabo “mediante el ejemplo de vida, la competencia y rectitud profesional, la
inspiración cristiana de la enseñanza, salvando siempre —como es evidente— la autonomía de las
diversas ciencias y disciplinas” (ChL 62).
Hay que considerar que “los maestros y educadores, que por su vocación y oficio ejercen
una forma extraordinaria del apostolado seglar, han de estar formados en la doctrina necesaria y
en la pedagogía para poder comunicar eficazmente esta educación” (AA 30). En esta misma línea,
la Conferencia de Puebla presenta a los docentes y educadores creyentes como los garantes de la
formación laical para el apostolado en estos institutos. El propósito de los obispos es “promover
al educador cristiano, especialmente laico, para que asuma su pertenencia y ubicación en la Iglesia,
como llamado a participar de su misión evangelizadora en el campo de la educación” (DP 1042).
La Conferencia llevada a cabo en Aparecida considera pertinente que las instituciones
educativas católicas promuevan una formación adecuada, de tal forma que los estudiantes estén en
capacidad de diseñar proyectos de vida que les ayude a ser mejores seres humanos, teniendo como
base el encuentro con la persona de Jesús, principal transformador de la existencia de los hombres.
El Documento de Aparecida asevera que “la Iglesia está llamada a promover en sus escuelas una
educación centrada en la persona humana que es capaz de vivir en la comunidad, aportando lo
suyo para su bien” (DA 334), sólo de esta forma es posible forjar jóvenes capaces de transformar
62
la historia, teniendo presente que “los desafíos que plantea la situación de la sociedad en América
Latina y el Caribe requieren una identidad católica más personal y fundamentada” (DA 297).
La educación cristiana, sin duda, debe fortalecer la identidad del hombre latinoamericano,
para generar en él, una adhesión a Cristo, tanto a nivel personal como comunitario, haciéndose
cada vez más maduros en la fe. Los laicos miembros de la comunidad educativa de escuelas,
colegios, universidades y en general instituciones educativas católicas: directivos, docentes,
estudiantes, personal administrativo y de servicio, padres de familia, entre otros, deben
configurarse como comunidades eclesiales auténticas y centros de evangelización que formen
hombres comprometidos con la transformación del mundo. En términos de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, se trata de formar desde las instituciones cristianas
discípulos y misioneros que anuncien la palabra de Dios a todas las naciones, procurando que las
cosas terrenas se orienten a Dios.
La Escuela Católica está llamada a una profunda renovación. Debemos rescatar la identidad
católica de nuestros centros educativos por medio de un impulso misionero valiente y
audaz, de modo que llegue a ser una opción profética plasmada en una pastoral de la
educación participativa. (DA 337).
2.4. Medios de enseñanza y participación laical
¿Dónde y por qué medios deben formarse los laicos? Esta es una pregunta ineludible en la reflexión
sobre el papel del laicado en la misión de la Iglesia. Los documentos eclesiales conciliares y post-
conciliares sugieren diversos modos de llevar a cabo dicha formación, entre ellos: encuentros
académicos, la vida de familia, los medios de comunicación, las comunidades laicales en sí
mismas, entre otros.
Los encuentros formativos son considerados medio favorable para la formación de los
cristianos seglares. De manera particular el Decreto Apostolicam Actuositatem indica que son
pertinentes para dicha preparación, los “congresos, reuniones, ejercicios espirituales, asambleas
numerosas, conferencias, libros, comentarios, para lograr un conocimiento más profundo de la
Sagrada Escritura y de la doctrina católica, para nutrir su vida espiritual” (AA 32). Estos medios
permiten a los laicos conocer las condiciones reales del mundo, lugar donde deben ejercer su
apostolado. A este respecto el Concilio recomienda la creación de “centros de documentación y de
estudios, no sólo teológicos, sino también antropológicos, psicológicos, sociológicos y
63
metodológicos, para fomentar más y mejor las facultades intelectuales de los laicos, hombres y
mujeres, jóvenes y adultos, para todos los campos del apostolado” (AA32).
La Conferencia de Santo Domingo apunta también a una formación laical adecuada a través
de cursos y encuentros de formación que promuevan las escuelas e instituciones cristianas. En este
sentido, el documento post-conciliar busca: “incentivar una formación integral, gradual y
permanente de los laicos mediante organismos que faciliten ‘la formación de formadores’ y
programen cursos y escuelas diocesanas y nacionales, teniendo una particular atención a la
formación de los pobres” (SD 98).
Los obispos reunidos en Medellín señalaron a los medios de comunicación social como
instrumento de formación de los laicos. Consideraron que es un instrumento “apto para la
educación social, la concientización en orden al cambio de estructuras y la vigencia de la justicia,
por lo cual instan, sobre todo a los laicos, a su adecuado empleo en las tareas de promoción
humana” (Med 1.23).
La Conferencia de Puebla sugirió como escenarios para la formación de los laicos a los
movimientos y organismos apostólicos en sí mismos. En otros términos, sostuvo que la
formación cristiana de los laicos privilegiará un “sólido apoyo en su vida y acción, procurará
incorporarlos a las organizaciones y movimientos apostólicos y potenciará todos sus instrumentos
de formación, de modo particular los propios del campo de la cultura; solamente así tendrá un
laicado maduro y evangelizador” (DP 155).
La formación de los laicos pasa también por la apertura de espacios que les permitan
participar realmente en la vida de la Iglesia como auténticos protagonistas de la misión
evangelizadora. Por ello, las diferentes modalidades de cooperación laical en la misión apostólica
de la Iglesia también se constituyen en medios para su formación. El Documento de Santo
Domingo señaló que el propósito fundamental de la cooperación laical es “favorecer la
organización de los fieles laicos a todos los niveles de la estructura pastoral, basada en los criterios
de comunión y participación y respetando ‘la libertad de asociación de los fieles laicos en la
Iglesia’” (SD 99).
Por su parte, Christifideles Laici presenta de manera inédita y particular dos formas
específicas de participación laical en la vida de la Iglesia: a.) Particular o personal y b.)
Asociativa. La participación personal se comprende como “una irradiación constante, pues es
64
inseparable de la continua coherencia de la vida personal con la fe; y se configura también como
una forma de apostolado particularmente incisiva” (ChL 29).
Así, los laicos al compartir las peculiares situaciones de “vida y de trabajo, las dificultades
y esperanzas de sus hermanos, […] pueden llegar al corazón de sus vecinos, amigos o colegas,
abriéndolo al horizonte total, al sentido pleno de la existencia humana: la comunión con Dios y
entre los hombres” (ChL 29). El mismo documento señala que la forma de participación asociativa
ha tenido un gran impulso en los últimos tiempos, “se han visto nacer y difundirse múltiples formas
agregativas: asociaciones, grupos, comunidades, movimientos. Podemos hablar de una nueva
época asociativa de los fieles laicos” (ChL 29).
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3. Áreas temáticas necesarias en la formación laical
En los capítulos anteriores se resaltó la importancia de formar a los laicos para que contribuyan de
manera efectiva en la tarea evangelizadora de toda la Iglesia. Se especificaron también los lugares
propios de su apostolado al igual que los responsables y medios pertinentes para su educación
cristiana. Entendiendo que el trabajo apostólico de los laicos busca orientar a los bautizados por
caminos que conduzcan a una experiencia de encuentro con Cristo en medio de las cosas
temporales, es necesario que su formación sea integral. Llevar a cabo la misión de la Iglesia en el
mundo, en la parte que a los laicos corresponde, exige un proceso educativo en diversas áreas o
dimensiones de la fe que en su conjunto armonizan la vida creyente, sostenida siempre en el
Evangelio.
Los documentos conciliares y post-conciliares indican las áreas temáticas que deben
tratarse en la formación laical esto con el fin de garantizar un acompañamiento eficaz del pueblo
creyente que permita a los laicos la consagración de sus actividades diarias, orientándolas hacia el
Reino de Dios. “La formación abarca diversas dimensiones que deberán ser integradas
armónicamente a lo largo de todo el proceso formativo. Se trata de la dimensión humana
comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral-misionera” (DA 280), entre otras.
Sobre este aspecto, los obispos reunidos en Aparecida advirtieron “el escaso
acompañamiento dado a los fieles laicos en sus tareas de servicio a la sociedad, particularmente
cuando asumen responsabilidades en las diversas estructuras del orden temporal” (DA 100 c). Al
mismo tiempo fueron críticos con la realidad eclesial de muchos territorios latinoamericanos donde
se percibe “una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en
el ritualismo sin el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastorales” (DA 100
c).
Reconociendo que concebir un laico maduro en la fe se logra a través de un proceso
consciente de formación que comprende diversos elementos señalados en los documentos
eclesiales, se abordan a continuación las diversas áreas temáticas en las que los laicos deben
capacitarse de acuerdo a las orientaciones dadas por el Magisterio en los documentos conciliares
(LG, GS, AA) y post-conciliares (EN, ChL), lo mismo que la reflexión de las Conferencias
Generales del Episcopado Latinoamericano y caribeño.
66
3.1. Conocimiento de la Sagrada Escritura
Los documentos del Concilio Vaticano II, iniciando con la Lumen Gentium no desarrollan con
amplitud las áreas que deben considerarse en la formación de los laicos. En la Constitución Lumen
Gentium, el Concilio se detuvo en el concepto Pueblo de Dios, a través del cual se afirma la índole
secular de los laicos. Al favorecer un mayor conocimiento del Reino de Dios en la tierra, señaló el
Concilio: “Dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la verdad revelada y pidan a
Dios con insistencia el don de la sabiduría”, de esta forma contribuyen “al crecimiento del Reino
de Dios en el mundo” (LG 35).
La Lumen Gentium consideró que el proceso formativo del laico en los misterios revelados
es un derecho que tienen los fieles, pero al mismo tiempo es una obligación de los pastores, en la
medida que son bienes que alimentan el espíritu y la fe. En síntesis “los laicos, al igual que todos
los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia de los sagrados pastores los
auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia, en particular la Palabra de Dios” (LG 37).
La Constitución Gaudium et spes busca que los laicos adquieran un conocimiento más
amplio de la Palabra de Dios que conlleve al crecimiento de la fe, para ello pide “profundizar el
conocimiento de la verdad revelada, y no descuidar la unión con el tiempo presente, a fin de
facilitar a los hombres cultos, en los diversos campos del saber, un conocimiento más completo de
la fe” (GS 62). Esta es una de las indicaciones que el documento conciliar da con respecto al
sentido de la formación de los laicos. En concordancia con la Lumen Gentium, se reconoce la
importancia de adentrarse en el estudio de las verdades que Dios ha revelado en la persona de su
Hijo, brindando un soporte sólido a la fe del pueblo creyente. Esto no implica que se haga un
desarrollo amplio del itinerario formativo que debe recorrer el laicado para cumplir mejor su
función en la Iglesia, se trata de irradiar el mundo con la Palabra de Dios “de forma más adaptada
al hombre contemporáneo y a la vez más gustosamente aceptable por parte de ellos” (GS 62).
Gaudium et spes al reiterar que las actividades profesionales y seculares se complementan
mutuamente, encuentra en la Palabra revelada, la fuente primera para conocer la auto-
manifestación y la auto-comunicación de Dios al hombre a través de las teofanías, en el Antiguo
Testamento, y de la persona de Jesucristo en el Nuevo Testamento. Dios se ha revelado a los
hombres a través de hechos y palabras, pero esto acontece en la historia de manera progresiva, en
el acontecer cotidiano y en las realidades creadas, pues “el conocimiento de Dios se manifiesta
mejor, y la predicación del Evangelio resulta más transparente a la inteligencia humana y aparece
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como embebida en las condiciones de su vida” (GS 62). Es justamente allí donde el laico debe
llevar a cabo la misión de la Iglesia, haciendo que las cosas temporales se dirijan plenamente a
Dios. En las Sagradas Escrituras, el laico bebe de la fuente del amor, para llevarlo a todos los
rincones de la tierra, porque “la Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede
separarse del amor del prójimo: […] cualquier otro precepto en esta sentencia se resume: Amarás
al prójimo como a ti mismo […] El amor es el cumplimiento de la ley” (GS 24)
Para las conferencias latinoamericanas, la Sagrada Escritura no es ajena a la educación de
los laicos como base fundamental del conocimiento de la fe y el acceso al misterio redentor de
Cristo. La Conferencia de Puebla apela a una formación en los elementos fundamentales de la fe
como un factor obligado para una pedagogía activa donde se fomente la formación integral del
laicado. La Conferencia de Santo Domingo, por su parte, considera la formación bíblica como un
factor fundamental en la formación de los creyentes, pues permite que,
Muchos laicos toman conciencia de su responsabilidad pastoral en sus diversas formas.
Crece el interés por la Biblia, lo cual exige una pastoral bíblica adecuada que dé a los fieles
laicos criterios para responder a las insinuaciones de una interpretación fundamentalista o
a un alejamiento de la vida en la Iglesia. (SD 37)
Esta postura dimensiona una labor amplia y enriquecedora por parte de los laicos ya que
los prepara para ejercer su papel apostólico en medio del mundo desde la ministerialidad que cada
uno tiene o asume dentro de la Iglesia, a la luz de la Palabra de Dios. La cotidianidad de la vida se
convierte en lugar de predicación de los laicos por el testimonio, siendo la Palabra de Dios la fuente
y el soporte de su anuncio profético que busca trasformar las realidades terrenas que atentan contra
la justicia, la libertad, la paz y el bienestar del hombre latinoamericano y caribeño.
La Conferencia de Santo Domingo insiste en “promover la formación de laicos para la
pastoral urbana, con formación bíblica y espiritual; crear ministerios conferidos a los laicos para
la evangelización de las grandes ciudades” (SD 257). Para la Conferencia de Aparecida la Sagrada
Escritura es considerada un lugar de encuentro con la persona de Jesús por la acción amorosa del
Espíritu Santo que ilumina a la Iglesia como fuente de vida, convirtiéndose en la esencia de su
quehacer apostólico. La Conferencia expresó que “desconocer la Escritura es desconocer a
Jesucristo y renunciar a anunciarlo” (DA 247), por eso para la formación laical el conocimiento
de las Sagradas Escrituras adquiere total importancia como principio de toda predicación
evangelizadora.
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Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para
el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión
y solidaridad”. Esta propuesta será mediación de encuentro con el Señor si se presenta la
Palabra revelada, contenida en la Escritura, como fuente de evangelización. (DA 248)
3.2. Formación en la doctrina cristiana
La Constitución Lumen Gentium señaló como una obligación de la Iglesia el procurar para sus
fieles los elementos que le ayuden a desarrollar la conciencia de ser cristiano, tarea que los pastores
no deben eludir en la salvaguarda de los bienes eclesiales espirituales. El laico debe conocer y
apropiar los principios de la doctrina cristiana como base fundamental de su labor apostólica, ya
que contiene las enseñanzas que el Magisterio de la Iglesia católica ha definido como verdades de
fe. Esos elementos que constituyen la base de la fe de los cristianos se encuentran expresadas en
la Palabra de Dios, el Credo, el Catecismo de la Iglesia Católica, los documentos Magisteriales, el
compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, entre otros. Sostiene el Concilio que “los laicos, al
igual que todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia de los sagrados
pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia, en particular la Palabra de Dios y los
sacramentos” (LG 37).
Aquí nace una obligación de la jerarquía de la Iglesia de brindar a los bautizados las
herramientas que contribuyan a la mejor vivencia de la fe, enseñándoles la doctrina que ha sido
revelada a los hombres, que encuentra su plenitud en Jesucristo. La fe de los cristianos tiene su
fundamento en la Sagrada Escritura, la Tradición, y el Magisterio, estos elementos constituyen el
cuerpo doctrinal de la Iglesia católica, siendo el sustento del apostolado de los laicos. Formar al
laicado en estos principios, los reviste de fuerza creyente para llevar a cabo la misión de la Iglesia.
En este ámbito, surge para el laicado el deber de dejarse orientar bajo la guía de los pastores,
creando una relación armónica en bien de todos los bautizados. “Son de esperar muchísimos bienes
para la Iglesia de este trato familiar entre los laicos y los pastores; así se robustece en los seglares
el sentido de la propia responsabilidad, se fomenta su entusiasmo y se asocian más fácilmente las
fuerzas de los laicos al trabajo de los pastores” (LG 37).
La Exhortación Evangelii Nuntiandi afirma que, bajo la orientación de los pastores, la
formación de los cristianos será más eficaz si se cuenta con el material adecuado para tal fin, solo
así “el esfuerzo de evangelización será grandemente provechoso, a nivel de la enseñanza
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catequética dada en la Iglesia, en las escuelas donde sea posible o en todo caso en los hogares
cristianos” (EN 44).
El contenido central del mensaje que el laico debe anunciar en medio de la cotidianidad de
la vida no es otro que la salvación en Jesucristo. Desde todos los escenarios propios de su acción
eclesial, debe darse “una clara proclamación de que, en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre,
muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la
misericordia de Dios” (EN 26). De esta manera, la verdad revelada representa para la Evangelii
Nuntiandi la base, el centro y el culmen del anuncio evangelizador de los laicos, de ahí la
importancia de una formación que tenga por objeto y fundamento la revelación dada en Jesucristo,
de tal forma que hacia Él se orienten todos los bienes temporales. El laico cumple su función como
miembro de la Iglesia, anunciando a todos los hombres la salvación,
No una salvación puramente inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso
espirituales que se agotan en el cuadro de la existencia temporal y se identifican totalmente
con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que
desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios,
salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene
su cumplimiento en la eternidad. (EN 27)
Al hablar de formación en la doctrina cristina es relevante tener en cuenta aspectos como
la cultura, la edad, la ubicación geográfica, ya que en el fondo se hace necesario un proceso de
adaptación, en términos de métodos, que garanticen la aprehensión de las verdades de la fe para
que sean guardadas en la mente y el corazón humano. Aspectos como la edad recobran importancia
porque cada día se hace más “urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un
catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren
poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a Él” (EN 44). Estos aspectos
son ratificados por la Exhortación Christifideles Laici cuando manifiesta:
Se hacen así absolutamente necesarias una sistemática acción de catequesis, que se
graduará según las edades y las diversas situaciones de vida, y una más decidida promoción
cristiana de la cultura, como respuesta a los eternos interrogantes que agitan al hombre y a
la sociedad de hoy (ChL 60).
Las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano señalan la doctrina cristiana
como cimiento de la formación de los laicos. La Conferencia de Medellín, tomando como base los
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postulados de la Gaudium et spes, y ubicando en el corazón del mundo el compromiso evangélico
de los laicos dentro de un contexto de solidaridad y promoción humana, exhorta a que: “cumplan
más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta
de la doctrina del Magisterio” (Med 10.9), esto a fin de impregnar de espíritu cristiano las tareas
propias del orden temporal. Reconociendo la importancia de esta área de formación, la Conferencia
de Puebla invitó a que se “fomenten centros o servicios de formación integral de laicos que pongan
adecuado énfasis en una pedagogía activa, completada por una formación sistemática en los
fundamentos de la fe” (DP 832).
Para la Conferencia de Aparecida, formarse en la doctrina cristiana es propicio a los laicos
porque a ellos les corresponde acercar a los creyentes a una vivencia de fe más consciente y
profunda; para ello deben estar formados convenientemente. Aparecida vislumbró una realidad en
la Iglesia latinoamericana y caribeña que llamó su atención; encontró que “son muchos los
creyentes que no participan en la Eucaristía dominical, ni reciben con regularidad los sacramentos,
ni se insertan activamente en la comunidad eclesial” (DA 286).
De alguna forma se hacía evidente la falta de entusiasmo y motivación de algunos fieles
para participar más activamente en la vida sacramental de la Iglesia. Esto puede obedecer al
desconocimiento del contenido trascedente de las verdades de la fe y de la función que deben
desempeñar como parte del Pueblo de Dios. Los obispos reiteraron: “tenemos un alto porcentaje
de católicos sin consciencia de su misión de ser sal y fermento en el mundo, con una identidad
cristiana débil” (DA 286). Los laicos en América latina están llamados a asumir una
evangelización nueva y renovada que conlleve a una experiencia de encuentro con Jesús que anime
a la vivencia de los sacramentos, a la misión y al servicio, como fruto de una fe madura.
Esto constituye un gran desafío que cuestiona a fondo la manera como estamos educando
en la fe y como estamos alimentando la vivencia cristiana; un desafío que debemos afrontar
con decisión, con valentía y creatividad, ya que, en muchas partes, la iniciación cristiana
ha sido pobre o fragmentada. O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con
Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora.
(DA 287)
3.3. Formación espiritual
La formación espiritual es un elemento obligado en la educación de los laicos para vivir su fe
cristiana y llevar a cabo su apostolado. La Exhortación Apostólica Christifideles Laici precisa la
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necesidad que tiene el cristiano de entablar una relación íntima con Cristo. Es en ese encuentro
personal donde se alimenta la fe y, por ende, la vida de Iglesia. En la unión interior con Jesucristo
el creyente encuentra la ayuda y el sustento espiritual necesario para participar del misterio
salvífico que se condensa en la sagrada liturgia. “Los laicos deben usar estas ayudas de manera
que, mientras cumplen con rectitud los mismos deberes del mundo en su ordinaria condición de
vida, no separen de la propia vida la unión con Cristo”. (ChL 60).
Sin duda la formación espiritual ha de ocupar un puesto privilegiado en la vida de cada
uno, llamado como está a crecer ininterrumpidamente en la intimidad con Jesús, de
conformidad con la voluntad del Padre, en la entrega a los hermanos, en la caridad y en la
justicia. (ChL 60).
Las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano señalan la importancia de
formar a los bautizados para promover en ellos un espíritu cristiano, fruto de su encuentro personal
con la persona de Jesús, contemplado en las realidades del continente. La Conferencia de Medellín
sostiene que el laico como fiel seguidor de Cristo, debe realizar, en medio de las actividades
temporales, un proceso de toma de conciencia en el cual reconozca que todo “esfuerzo humano,
familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos […] coopera a la gloria de
Dios” (Med 10.17). De esta forma es posible promover en el continente un trabajo misional en el
que los laicos se constituyan en respuesta a las problemáticas sociales del entorno. En este orden
los obispos latinoamericanos y caribeños reunidos en la Conferencia de Medellín declararon:
Promuévase una genuina espiritualidad de los laicos a partir de su propia experiencia de
compromiso en el mundo, ayudándoles a entregarse a Dios en el servicio de los hombres,
enseñándoles a descubrir el sentido de la oración y de la liturgia como expresión y alimento
de esa doble y recíproca entrega. (Med 10.17)
La Conferencia de Puebla, en el plano la misión de la Iglesia en el mundo, señaló que en
Latinoamérica y el Caribe la formación espiritual de los laicos reviste gran importancia para el
cumplimiento de su compromiso apostólico, con el ánimo de aportar soluciones que apunten a la
defensa de la dignidad humana. Se busca que “el laico no huya de las realidades temporales para
buscar a Dios, sino persevere, presente y activo, en medio de ellas y allí encuentre al Señor” (DP
797). Se trata de visibilizar una formación laical que profundice en una espiritualidad propicia a la
condición secular del laicado.
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Tal espiritualidad deberá ser capaz de dar a la Iglesia y al mundo «cristianos con vocación
de santidad, sólidos en su fe, seguros en la doctrina propuesta por el Magisterio auténtico,
firmes y activos en la Iglesia, cimentados en una densa vida espiritual […] perseverantes
en el testimonio y acción evangélica, coherentes y valientes en sus compromisos
temporales. (DP 799).
La Conferencia de Santo Domingo introduce en este itinerario formativo un elemento
novedoso en este ámbito de la relación de encuentro entre el laico y la persona de Cristo: la práctica
de la dirección espiritual como pilar de la educación laica. Pide un acompañamiento de parte de
los pastores que facilite el crecimiento de ese vínculo de intimidad con Dios; en este orden, nace
una fuente de donde emanan los elementos que permitirán a los laicos mejorar la vivencia de su fe
para dar mayor testimonio del Evangelio. Los padres sinodales aseguraron que “se ha perdido en
gran medida la práctica de la «dirección espiritual», que sería muy necesaria para la formación de
los laicos más comprometidos, aparte de ser condición para que maduren vocaciones sacerdotales
y religiosas” (SD 41).
La Conferencia de Aparecida presenta el aspecto espiritual como uno de los campos de
mayor trascendencia en la educación de los laicos. Es un escenario donde el bautizado encuentra
las herramientas necesarias para hacer suya la Palabra de Dios y anunciarla en todos los rincones
de la tierra, iluminando el camino de fe con la luz del Espíritu Santo que dispensa sus dones al
creyente de conformidad con lo que el Señor quiere de cada uno. Para la Conferencia de Aparecida
el aspecto espiritual “es la dimensión formativa que funda el ser cristiano en la experiencia de
Dios, manifestado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos de una
maduración profunda” (DA 280 b).
3.4. Formación para la misión y el apostolado
A través de este espacio de formación laical se busca preparar a los bautizados para el anuncio de
Cristo vivo y resucitado. Capacitarse para llevar a cabo el apostolado significa llenarse del
Evangelio para darlo a conocer a los demás con una palabra profética, pero ante todo con el
testimonio de vida. Como señaló la Conferencia de Aparecida, esto trae consigo “formar
misioneros al servicio del mundo […] incentivando la responsabilidad de los laicos” (DA 280),
como bautizados que asumen en plenitud el triplex munus de Cristo.
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El Decreto Apostolicam Actuositatem refleja las directrices del Concilio con respecto a la
formación de los laicos. Al respecto precisa: “esta formación para el apostolado debe apoyarse en
las bases que este Santo Concilio ha asentado y declarado en otros lugares. Además de la formación
común a todos los cristianos, no pocas formas de apostolado […] requieren una formación
específica y peculiar” (AA 28). La Conferencia de Santo Domingo hizo un llamado a los fieles
laicos para que asumieran su trabajo apostólico desde una Iglesia que, trasciendo el discurso, se
inserte en las realidades cotidianas del pueblo creyente y desde allí procure que el Evangelio
impregne las cosas temporales para que se orienten a Dios.
La educación apostólica de los laicos, dada la manera particular en que llevan a cabo su
misión, es enmarcada por el Decreto Apostolicam Actuositatem dentro de un referente de
enseñanza doctrinal que, sin desconocer la formación espiritual, busca generar en los laicos la
aprehensión de los fundamentos de la fe cristiana. “Esta formación debe considerarse como
fundamento y condición de todo apostolado fructuoso” (AA 29). El Concilio afirmó que, “además
de la formación espiritual, se requiere una sólida enseñanza doctrinal, incluso teológica, ético-
social, filosófica, según la diversidad de edad, de condición y de ingenio” (AA 29).
En los documentos post-conciliares, la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, en su
propósito de “hacer a la Iglesia del siglo XX cada vez más apta para anunciar el Evangelio a la
humanidad del siglo XX” (EN 2), y teniendo presente que su objeto es la santificación mundo, ha
considerado que el contenido del apostolado de los laicos, debe responder a unos elementos
esenciales, “una substancia viva, que no se puede modificar ni pasar por alto sin desnaturalizar
gravemente la evangelización misma” (EN 25). El laico debe dar testimonio “de Dios revelado por
Jesucristo mediante el Espíritu Santo” (EN 26), un Dios que se ha hecho visible a los ojos de los
hombres dándose a sí mismo en la persona de su Hijo, “pero este testimonio resulta plenamente
evangelizador cuando pone de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder anónimo
y lejano: es Padre.” (EN 26).
Los obispos latinoamericanos insistieron en la necesidad de formar a los laicos para que
puedan cumplir con la misión que tienen como miembros del Pueblo de Dios. Para ello, la luz del
Evangelio debe iluminar la vida del creyente, capacitándolo para llevar a todas las naciones el
mensaje de salvación a la vez que se promueve “el testimonio alegre de auténticas comunidades
de fe en las que nuestros laicos vivan el significado de los sacramentos” (SD 155). Es importante
que el laicado logre cultivar una conciencia cristiana tal que le permita comprender los signos de
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los tiempos en medio de las diversas circunstancias de la existencia humana, de esta forma
aprenderá a escuchar la voz de Dios en medio de un mundo que clama justicia, paz y solidaridad.
El documento de Aparecida nos hace conscientes de que los laicos “tienen el deber de hacer
creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta” (DA 210), razón
por la cual es imprescindible que su trabajo evangelizador, además del testimonio, se concretice
en obras visibles que hablen de una fe que no desconoce las circunstancias diversas de la condición
humana. En este sentido, la Iglesia debe estar dispuesta a ofrecer a los laicos “espacios de
participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de
manera responsable su compromiso cristiano” (DA 211). La formación para la misión y el
apostolado:
Proyecta hacia la misión de formar discípulos misioneros al servicio del mundo. Habilita
para proponer proyectos y estilos de vida cristiana atrayentes, con intervenciones orgánicas
y de colaboración fraterna con todos los miembros de la comunidad. Contribuye a integrar
evangelización y pedagogía, comunicando vida y ofreciendo itinerarios pastorales acordes
con la madurez cristiana, la edad y otras condiciones propias de las personas o de los
grupos. (DA 280 c)
Indudablemente, las situaciones particulares de los pueblos latinoamericanos hacen que
conferencias como la de Aparecida motiven a los laicos a mantener vivo “el compromiso que
adquirieron en el bautismo y en la confirmación” (DA 211), de tal forma que su ejemplo de vida,
de la mano del trabajo apostólico, redunde en apertura hacia un mundo en el que se busca construir
comunidad a partir de la vivencia del Evangelio. Por tanto, para que sea posible llevar a cabo una
misión que dé frutos en términos sociales y eclesiales, “los laicos necesitan una sólida formación
doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y de
los valores del reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural” (DA 212).
La preparación para la misión y el apostolado exige cierta formación humana porque sólo
desde allí es posible orientar un trabajo apostólico dirigido a la sanación de cualquier rompimiento
humano en perspectiva de vida cristiana que pueda interferir en el compromiso de los laicos: la
lucha por la defensa de la dignidad humana que redunde en el bienestar personal y social de todos
los individuos. Exige también la formación de hombres responsables y libres, convencidos de la
necesidad de vivificar, a través de la acción pastoral, la fuerza y la centralidad del Evangelio.
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Es necesario fomentar el estudio y la investigación teológica y pastoral de cara a los
desafíos de la nueva realidad social, plural, diferenciada y globalizada, buscando nuevas
respuestas que den sustento a la fe y vivencia del discipulado de los agentes de pastoral.
Sugerimos también una mayor utilización de los servicios que ofrecen los institutos de
formación teológica pastoral existentes, promoviendo el diálogo entre los mismos y
destinar más recursos y esfuerzos conjuntos en la formación de laicos y laicas. (DA 345).
En el Decreto Apostolicam Actuositatem la formación de los laicos “supone una cierta
formación humana, íntegra, acomodada al ingenio y a las cualidades de cada uno” (AA 29). Esto
encuentra su fundamento en que “el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo, debe ser
un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición” (AA 29). La
Exhortación Christifideles Laici sostiene que “finalmente, en el contexto de la formación integral
y unitaria de los fieles laicos es particularmente significativo, por su acción misionera y apostólica,
el crecimiento personal en los valores humanos” (ChL 60). La formación humana responde a lo
esencial del ser persona para asumir los diversos carismas en medio de las realidades temporales.
La conferencia de Aparecida considera fundamental este esta dimensión formativa para que los
laicos sean más “capaces de vivir como cristianos en un mundo plural, con equilibrio, fortaleza,
serenidad y libertad interior. Se trata de desarrollar personalidades que maduren en el contacto con
la realidad, abiertas al Misterio” (DA 280 a).
3.5. Doctrina Social de la Iglesia
El primer paso para comprender esta área de formación laical es explicar lo que se entiende por
Doctrina Social de la Iglesia. Esta se define como un cuerpo magisterial de enseñanza dirigida a
toda la comunidad cristina, a través del cual el Papa y los obispos expresan aquello que los
bautizados de la Iglesia católica deben recibir y acoger, desde la fe que profesan, en términos
sociales. Según el compendio, la Doctrina Social de la Iglesia comprende “la enseñanza social,
que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del constante compromiso de la Iglesia,
fiel a la Gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la suerte de la humanidad”
(CDSI 8). La Doctrina Social de la Iglesia al proceder del Magisterio, comprende una serie de
directrices que deben ser llevadas a la práctica a nivel de toda la Iglesia, buscando la unidad del
pueblo creyente. De esta forma se busca que el clero y los laicos trabajen de forma mancomunada
en pro de una evangelización liberadora que conlleve a la defensa de la dignidad humana en todas
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sus dimensiones. Esto implica el desarrollo de una actitud profética contra la injusticia y el
sufrimiento de los hombres.
A través de la formación en la Doctrina Social de la Iglesia se busca que los laicos conozcan
la enseñanza cristiana frente a los grandes desafíos del mundo actual, sobre situaciones concretas
relacionadas con el reconocimiento de la persona como sujeto de deberes y derechos, la dignidad
del ser humano, el bien común, la vida familiar y comunitaria, las relaciones políticas, la justicia,
la caridad y la solidaridad, entre otros. Dichos retos suponen hacer visible el reino en un mundo
cada vez más descristianizado, donde es necesario reivindicar a un Dios encarnado, hecho hombre
en Jesucristo, un Dios que se humaniza para salvar al género humano de todo lo injusto, de lo que
oprime.
En esta perspectiva, la Doctrina Social de la Iglesia promueve en los laicos una lectura
creyente de la realidad, ubicando a Dios en medio del mundo de los pobres, de la injusticia y del
sufrimiento humano. Esto conlleva a emprender acciones que susciten la liberación de la persona
y ayuden a contrarrestar la opresión y la desigualdad. Dicho de otro modo, se trata de poner de
presente la causa de Dios de cara a la causa de los hombres, fijando la mirada en la forma digna
como viven o no los creyentes y no creyentes.
La Doctrina Social de la Iglesia no puede presentar a Dios por un lado y a los hombres por
otro, por el contrario, hace vigente una Iglesia que en medio del género humano se hace
significativa y coherente a partir de lo que se cree y se vive, de lo que se predica y se hace. Las
enseñanzas del Magisterio de la Iglesia que integran su Doctrina Social, a través de la historia han
apuntado a la defensa de la condición obrera, social y económica, entre otras. Ella se preocupa
también por el ámbito de lo político, entendido no en términos de partidismos, sino en perspectiva
de inclusión, justicia social, bien común y reconocimiento de los derechos y deberes de todos los
seres humanos. En la ruta formativa de los laicos aparece la Doctrina Social como tema de primera
importancia. Los documentos del Concilio Vaticano II, las exhortaciones post-concíliales y las
Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano convergen en este punto.
La Constitución Dogmática Lumen Gentium no menciona de manera directa que los laicos,
para llevar a cabo su función en el ámbito de lo temporal, deban formarse en la Doctrina Social de
la Iglesia. Hace referencia al desarrollo de una conciencia cristiana que se deja permear de la
realidad para poder ordenar lo terreno hacia Dios, esto considerando que “ninguna actividad
humana, ni siquiera en el dominio temporal, puede substraerse al imperio de Dios” (LG 36). El
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propósito del Concilio es lograr un conocimiento real de la realidad humana que conlleve a un
discernimiento más profundo de los deberes y derechos que le corresponden a cada fiel como
miembro de la Iglesia y de la sociedad. Con esto se exhorta a que el creyente no separe su fe de
las realidades humanas porque es allí donde debe reflejarse la coherencia entre el quehacer
misional de la Iglesia y las condiciones políticas, económicas y sociales del mundo.
La Gaudium et spes señaló que la educación cristiana no puede reñir con aspectos
esenciales de la vida humana, como el contexto social, ya que en este escenario el cristiano vive,
se desenvuelve y se relaciona; por tanto, todo lo que acontece en estas realidades lo afecta directa
o indirectamente. Los laicos como miembros activos de la Iglesia, cimentados en la fe que
profesan, deben tomar partido en todos los acontecimientos que repercutan en la vida de los
hombres, más aún cuando se trate de situaciones que pongan en riesgo la libertad, la vida digna de
las personas, la sana convivencia y el cumplimiento de los deberes ciudadanos.
Esto requiere un compromiso total con las circunstancias sociales que rodean a los pueblos.
El laico asume el deber de luchar por la defensa de la dignidad humana; como creyente debe
hacerlo de forma evangélica, teniendo como soporte las enseñanzas del magisterio. La
Constitución Gaudium et spes reconoció la importancia de formar al creyente en la Doctrina Social
de la Iglesia como requisito para defender los derechos fundamentales de las personas desde los
principios cristianos. Al respecto la Constitución precisó:
Es de justicia que pueda la Iglesia en todo momento y en todas partes predicar la fe con
auténtica libertad, enseñar su Doctrina Social, ejercer su misión entre los hombres sin traba
alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo
exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando
todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la
diversidad de tiempos y de situaciones. (GS 76).
El Concilio afirma la validez de “presentar a nuestros contemporáneos la Doctrina de la
Iglesia acerca de Dios, del hombre y del mundo, de forma más adaptada al hombre contemporáneo
y a la vez más gustosamente aceptable por parte de ellos” (GS 62). Con este precedente, los padres
conciliares hicieron manifiesto su interés en que los laicos tomen parte de la misión de la Iglesia,
pero desde una formación consciente que tenga como base el contexto social, político y económico,
es decir, una misión evangélica laical que propenda por el anuncio del Reino de Dios teniendo
como punto de partida el acontecer cotidiano del creyente, venciendo la indiferencia, al tiempo
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que se reconoce el Evangelio como instrumento de salvación. En otros términos, la misión de los
laicos al arraigarse en los diversos campos de la vida humana establece una dimensión evangélica
donde se vive la fe de cara a la realidad.
El Decreto Apostolicam Actuositatem señala la imperiosa tarea que tienen los laicos de
formarse para un apostolado que no se limite al esquema de un mundo meramente espiritual
desconociendo las realidades que afronta el individuo en su cotidianidad. Una acción
evangelizadora “que impulsa a todos los hombres a amar a Dios Padre, al mundo y a los hombres
por Él” (AA 29), sólo puede vislumbrarse a través de un apostolado que se constituya en respuesta
a las necesidades del prójimo. La misión de los laicos en este orden debe encarnar las situaciones
reales que vive el hombre contemporáneo, que tiene anclada su existencia en las diversas
circunstancias de tipo económico, político, social y cultural, entre otros. En este sentido el laico
debe pronunciarse con voz activa y crítica que conlleve a emprender acciones certeras, desde la
fe, en favor de la condición humana, teniendo como eje la enseñanza magisterial de la Iglesia.
En cuanto a la instauración cristiana del orden temporal, instrúyanse los laicos acerca del
verdadero sentido y valor de los bienes materiales, tanto en sí mismos como en cuanto se
refiere a todos los fines de la persona humana; ejercítense en el uso conveniente de los
bienes y en la organización de las instituciones, atendiendo siempre al bien común, según
los principios de la doctrina moral y social de la Iglesia. Aprendan los laicos, sobre todo,
los principios y conclusiones de la doctrina social, de forma que sean capaces de ayudar,
por su parte, en el progreso de la doctrina y de aplicarla rectamente en cada caso particular.
(AA 31 b)
Es vital que el laico comprenda la trascendencia de su misión en las actividades del mundo,
de esta manera “se inserta profunda y cuidadosamente en la realidad misma del orden temporal y
recibe eficazmente su parte en el desempeño de sus tareas, y al propio tiempo, como miembro vivo
y testigo de la Iglesia, la hace presente y actuante” (AA 29) en medio de la cotidianidad. La
formación de los laicos comprendida de esta forma obedece a un proceso paulatino que debe iniciar
en los primeros años de la vida cristiana, pasando por la adolescencia y la juventud; dicho de otro
modo, formarse cristianamente para actuar en medio de las cosas temporales y hacer que estas se
orienten a Dios exige sumergirse en el ámbito social de los pueblos, adquiriendo, de forma previa,
un conocimiento de la Doctrina de la Iglesia en términos sociales. Esto hace que el creyente no
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desconozca las problemáticas que afectan su entorno, antes bien, lo hace cada vez más idóneo para
emprender acciones, desde la fe, que sean respuestas a las necesidades de las personas.
Las particulares formas del apostolado cristiano de los laicos reclaman una preparación que
vaya a la vanguardia su tiempo, siendo competentes para entablar todo tipo de comunicación al
interior y al exterior de la Iglesia, dando razón de su fe en aquellos lugares que les son propios.
Los padres conciliares consideran, “con relación al apostolado de evangelizar y santificar a los
hombres, que los laicos han de formarse especialmente para entablar diálogo con los otros,
creyentes o no creyentes, para manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo” (AA 31 a),
mensaje que no está fuera de lo que a diario viven las gentes en su medio social.
En los documentos post-conciliares, los obispos expresaron la necesidad de formar a los
laicos en la Doctrina Social de la Iglesia como una forma de acercarlos al conocimiento de la
realidad política, social, económica, cultural, incluso ecológica, en la que está inmersa la
humanidad, la cual debe ser leída en clave de Evangelio, siguiendo los lineamientos del Magisterio.
En este contexto la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi indica que “la evangelización no
sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se
establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre” (EN 29), es decir,
un Evangelio que se incorpora a la vida misma del creyente en medio de su acontecer cotidiano.
No es posible concebir una misión laical que no reconozca las diversas circunstancias que
afronta el ser humano en un mundo cambiante, golpeado por la crudeza de la guerra, el horror de
la indiferencia y el silencio ante la pobreza y la desigualdad. “Precisamente por esto la
evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y
constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida
familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal” (EN 29). Con base en lo anterior, es
posible sostener que la misión de los laicos en la Iglesia no debe rezagarse a simples esquemas
rituales, requiere acciones concretas que den razón de su vivencia evangélica. Los laicos tienen
una voz protagónica como defensores del bien común, constituyéndose en actores de justicia y paz
que, haciendo suyo el Evangelio, permeen la cotidianidad del mundo para ordenar toda realidad
temporal hacia Dios. A través de la Evangelii Nuntiandi los obispos expresaron:
Nos alegramos de que la Iglesia tome una conciencia cada vez más viva de la propia forma,
esencialmente evangélica, de colaborar a la liberación de los hombres. Y ¿qué hace? Trata
de suscitar cada vez más numerosos cristianos que se dediquen a la liberación de los demás.
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A estos cristianos "liberadores" les da una inspiración de fe, una motivación de amor
fraterno, una doctrina social a la que el verdadero cristiano no sólo debe prestar atención,
sino que debe ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla
concretamente en categorías de acción, de participación y de compromiso. (EN 38)
La evangelización de los laicos debe generar una necesaria y verdadera conexión con la
promoción humana, un vínculo inseparable entre desarrollo, crecimiento y liberación. Es
pertinente en este punto referir nuevamente lo que afirma el Concilio frente a los frutos de una
evangelización encarnada en la vida humana que trae consigo dos particularidades: una de orden
antropológico y otra de orden teológico. De tipo antropológico “porque el hombre que hay que
evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos” (EN
31). Esto tiene también implicaciones teológicas porque “no se puede disociar el plan de la
creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia que hay
que combatir y de justicia que hay que restaurar” (EN 31). Con lo dicho hasta aquí no se ha hecho
referencia a algo distinto que promover una acción apostólica en los laicos que no esté fuera de
“proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el
auténtico crecimiento del hombre” (EN 31).
La Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles Laici, en su comprensión de los
aspectos que deben integrar la formación de los laicos para un apostolado eficaz, ha considerado
la Doctrina Social de la Iglesia como elemento de gran importancia. A través de este documento
los padres conciliares han invitado a todos los fieles cristianos, de manera particular a los laicos, a
una “unidad de vida, denunciando con fuerza la gravedad de la fractura entre fe y vida, entre
Evangelio y cultura” (ChL 59). En otros términos, el Concilio busca rechazar toda posibilidad de
separación entre la fe y la existencia que ponga en riesgo la unidad de la vida cristiana. Esta
exhortación hace un llamado a los laicos a “comprometerse en una presencia en la sociedad
humana, que, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral
del hombre” (ChL 30).
Toda actividad, toda situación, todo esfuerzo concreto —como, por ejemplo, la
competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a
la educación de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el ámbito
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de la cultura— son ocasiones providenciales para un «continuo ejercicio de la fe, de la
esperanza y de la caridad. (ChL 59)
La Christifideles Laici encuentra en la Doctrina Social el modo más pertinente de llevar a
cabo “el propósito de hacer reconocer y estimar los valores humanos y cristianos” (ChL 60). Esta
afirmación encuentra asidero cuando el Magisterio expresa que los laicos deben profundizar con
dinamismo su fe para convertirse en señal de esperanza en un mundo que reclama paz, libertad e
igualdad. Para que los laicos puedan desempeñar su labor apostólica con mayor participación en
lo político y social, necesitan una conciencia social formada. La Doctrina Social de la Iglesia
brinda los elementos para dicha formación.
En este contexto surge el propósito de responder “no sólo por el natural dinamismo de
profundización de su fe, sino también por la exigencia de «dar razón de la esperanza» que hay en
ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas” (ChL 60). La Exhortación reclama el
testimonio de los laicos en el mundo. Ellos son eco de una palabra profética que anuncia el Reino
de Dios en medio del acontecer humano. Los padres sinodales quieren que:
Los fieles laicos estén cada vez más animados de una real participación en la vida de la
Iglesia e iluminados por su doctrina social. En esto podrán ser acompañados y ayudados
por el afecto y la comprensión de la comunidad cristiana y de sus Pastores. (ChL 42)
Formar al laicado en la Doctrina social de la Iglesia es brindarle una herramienta propicia
para que cumpla a cabalidad el encargo de orientar las cosas temporales a Dios. La misión de los
laicos se lleva a cabo en medio de los bienes terrenos, siendo estos el lugar primero de su labor
eclesial como miembros activos del Pueblo de Dios. Refiriéndose a la misión de los laicos en la
Iglesia, la Exhortación Christifideles Laici indicó que formarse en esta área implica
“comprometerse con una presencia en la sociedad humana, que, a la luz de la Doctrina Social de
la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre” (ChL 30).
Las conferencias episcopales latinoamericanas, comprendiendo las problemáticas de sus
pueblos y teniendo como base las disposiciones del Vaticano II, también entendieron la Doctrina
Social de la Iglesia como el modelo de formación laical propicio a las circunstancias sociales,
políticas y económicas de América Latina. Estos presupuestos responden a las perspectivas de
colaboración, defensa de los derechos humanos, promoción de la dignidad humana, respeto a la
cultura y búsqueda de un diálogo igualitario, siguiendo las enseñanzas del cuerpo magisterial de
la Iglesia. Cada individuo debe reconocer, desde la fe y la vida cristiana, el sentido de ser persona
82
para la transformación del orden temporal. Sin desconocer otras áreas formativas, la Doctrina
Social es pertinente para la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo porque:
En América Latina y el Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la
democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o
sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión
cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la doctrina social de la Iglesia. (DI
2)
La Conferencia de Medellín no indica de manera explícita que los laicos deban formarse
en la Doctrina Social de la Iglesia. Aunque su enfoque es de tipo social, será la Conferencia de
Puebla la que aborde la Doctrina Social de la Iglesia de manera amplia como parte esencial de la
educación del laicado. Medellín pide que los laicos se impliquen en las realidades sociales de su
contexto, y en esta línea los exhorta a que “aprendan poco a poco y con prudencia desde el principio
de su formación, a verlo, juzgarlo y a hacerlo todo a la luz de la fe” (AA 29).
La Conferencia de Medellín ubica el trabajo apostólico laical en medio de las ocupaciones
del mundo y “en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social” (Med 10.11), de modo que
la vivencia de la fe no se reduzca sólo a la vida interior, sino que se constituya también en encuentro
con las realidades del otro, al tiempo que se construye comunidad. Por tanto, “como la fe exige ser
compartida e implica, por lo mismo, una exigencia de comunicación o de proclamación, se
comprende la vocación apostólica de los laicos en el interior, y no fuera, de su propio compromiso
temporal” (Med 10.11). Los laicos, sustentados en su espíritu evangélico, deben comprender las
realidades de los pueblos latinoamericanos y caribeños, y en medio de esas circunstancias lograr
que “la Iglesia acontezca en el mundo, en la tarea humana y en la historia” (Med 10.11). De acuerdo
con las indicaciones de la Conferencia de Medellín, los laicos deben llevar a cabo una misión
dirigida a las diversas situaciones sociales y políticas:
Promuévase con especial énfasis y urgencia la creación de equipos apostólicos o de
movimientos laicos en los ambientes o estructuras funcionales donde se elabora y decide
en gran parte, el proceso de liberación y humanización de la sociedad a que pertenece; se
los dotará de una coordinación adecuada y de una pedagogía basada en el discernimiento
de los signos de los tiempos en la trama de los acontecimientos. (Med 10.13)
Como se indicó con anterioridad, la Conferencia de Puebla puso particular atención en la
formación de los laicos en cuanto a la Doctrina Social de la Iglesia. San Juan Pablo II en el discurso
83
inaugural pronunciado en el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México, aseguró
que la Doctrina Social “nace a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio auténtico, de la
presencia de los cristianos en el seno de las situaciones cambiantes del mundo, en contacto con los
desafíos que de ésas provienen”, por tanto, la Doctrina Social comprende “principios de reflexión,
pero también normas de juicio y directrices de acción” (Discurso Inaugural III, 7).
En las palabras del Santo Padre, estudiar la Doctrina Social, enseñarla, aplicarla y ser fiel
a ella, “es, en un hijo de la Iglesia, garantía de la autenticidad de su compromiso en las delicadas
y exigentes tareas sociales, y de sus esfuerzos en favor de la liberación o de la promoción de sus
hermanos” (Homilía Puebla). En consecuencia, san Juan Pablo II dijo: “Permitid, pues, que
recomiende a vuestra especial atención pastoral la urgencia de sensibilizar a vuestros fieles acerca
de esta Doctrina Social de la Iglesia” (Discurso Inaugural III, 7).
Hay que poner particular cuidado en la formación de una conciencia social a todos los
niveles y en todos los sectores. Cuando arrecian las injusticias y crece dolorosamente la
distancia entre pobres y ricos, la doctrina social, en forma creativa y abierta a los amplios
campos de la presencia de la Iglesia, debe ser precioso instrumento de formación y de
acción. Esto vale particularmente en relación con los laicos. (Discurso Inaugural III, 7)
La Conferencia de Puebla, de manera amplia, aborda la Doctrina Social de la Iglesia como
contenido irrenunciable de los laicos para llevar a cabo su tarea evangélica, de manera particular
en los pueblos de América Latina. Los obispos consideraron en esta Conferencia que “el laico
encuentra en la enseñanza social de la Iglesia los criterios adecuados, a la luz de la visión cristiana
del hombre” (DP 525), razón por la cual “la jerarquía le otorgará su solidaridad, favoreciendo su
formación y su vida espiritual y estimulándolo en su creatividad para que busque opciones cada
vez más conformes con el bien común y las necesidades de los más débiles” (DP 525).
Los marcados problemas que aquejan al pueblo latinoamericano y caribeño exigen de la
misión de la Iglesia soluciones reales que apunten a la defensa de la dignidad humana, por tanto,
los laicos como parte integral de la Iglesia están llamados a propender por la búsqueda del bien
común. No deben ahorrar esfuerzos en la lucha por defender “la dignidad del hombre y de sus
derechos inalienables en la protección de los más débiles y necesitados, en la construcción de la
paz, de la libertad, de la justicia; en la creación de estructuras más justas y fraternas” (DP 792). En
este contexto, los laicos no pueden sustraer su función eclesial de un claro “compromiso en la
84
promoción de la justicia y del bien común, iluminados siempre por la fe y guiados por el Evangelio
y por la Doctrina Social de la Iglesia” (DP 793).
El laico tiene en esta dimensión un papel preponderante en clave de misión, porque al
tiempo que crece su participación “en la vida de la Iglesia y en la misión de ésta en el mundo, se
hace también más urgente la necesidad de su sólida formación humana en general, formación
doctrinal, social, apostólica” (DP 794). Es deber de los pastores brindar esta formación en Doctrina
social entendiendo que “los laicos tienen el derecho de recibirla primordialmente en sus mismos
movimientos y asociaciones, pero también en institutos adecuados y en el contacto con sus
pastores” (DP 794). Es necesario entonces que se “fomenten centros o servicios de formación
integral de laicos que pongan adecuado énfasis en una pedagogía activa, completada por una
formación sistemática en los fundamentos de la fe y de la enseñanza social de la Iglesia” (DP 832).
Como producto de la formación recibida:
El laico debe aportar al conjunto de la Iglesia su experiencia de participación en los
problemas, desafíos y urgencias de su ‘mundo secular’ —de personas, familias, grupos
sociales y pueblos— para que la evangelización eclesial arraigue con vigor. En ese sentido,
será aporte precioso del laico por su experiencia de vida, su competencia profesional,
científica y laboral, su inteligencia cristiana, cuanto pueda contribuir para el desarrollo,
estudio e investigación de la Enseñanza Social de la Iglesia. (DP 795).
Para la conferencia del episcopado latinoamericano celebrada en Aparecida (2007), “la
Doctrina Social de la Iglesia constituye una invaluable riqueza, que ha animado el testimonio y la
acción solidaria de los laicos y laicas, quienes se interesan cada vez más […] por transformar de
manera efectiva el mundo según Cristo” (DA 99f). En el contexto de Aparecida los laicos son
definidos como discípulos misioneros; en consecuencia, deben “promover foros, paneles,
seminarios y congresos que estudien, reflexionen y analicen temas concretos de actualidad acerca
de la vida en sus diversas manifestaciones, y, sobre todo, en el ser humano, especialmente en lo
referente al respeto a la vida” (DA 469c).
La existencia de los laicos “no se expresa solamente en las virtudes personales, sino
también en las virtudes sociales y políticas” (DA 505), es por esta razón que la Conferencia de
Aparecida busca promover, en la vida cristiana de los pueblos latinoamericanos y caribeños, una
catequesis social que lleva al creyente a ser parte activa en las diversas problemáticas del
continente. Los obispos reunidos en esta Conferencia sostienen que, de acuerdo con el proyecto
85
de Dios, “son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamada a la santidad en virtud de
su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir
una ciudad temporal” (DA 505). En esta perspectiva, “la coherencia entre fe y vida en el ámbito
político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un
conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia” (DA 505).
Con la ayuda de distintas instancias y organizaciones, la Iglesia puede hacer una
permanente lectura cristiana y una aproximación pastoral a la realidad de nuestro
continente, aprovechando el rico patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia. De esta
manera, tendrá elementos concretos para exigir que aquellos que tienen la responsabilidad
de diseñar y aprobar las políticas que afectan a nuestros pueblos, lo hagan desde una
perspectiva ética, solidaria y auténticamente humanista. En ello juegan un papel
fundamental los laicos y las laicas, asumiendo tareas pertinentes en la sociedad. (DA 403)
Es por eso por lo que se deben “crear las condiciones para que los laicos se formen según
la Doctrina Social de la Iglesia, en orden a una actuación política dirigida al saneamiento, al
perfeccionamiento de la democracia y al servicio efectivo de la comunidad” (SD 192). De esta
forma será posible “orientar a la familia, a la escuela y a las diversas instancias eclesiales, para que
eduquen en los valores que fundan una auténtica democracia: responsabilidad, corresponsabilidad,
participación, respeto de la dignidad de las personas, diálogo, bien común” (SD 192). Nacen así
de la Conferencia de Santo Domingo unas líneas pastores inherentes a la función eclesial de los
laicos:
Robustecer el conocimiento, difusión y puesta en práctica de la Doctrina Social de la Iglesia
en los distintos ambientes. Impulsar en los diversos niveles y sectores de la Iglesia una
pastoral social que parta de la opción evangélica preferencial por los pobres, actuando en
los frentes del anuncio, la denuncia y el testimonio, promoviendo iniciativas de
cooperación, en el contexto de una economía de mercado. (SD 199)
Ya abordadas las líneas temáticas en las que los laicos deben formarse, sólo resta indicar que es
importante contar con los medios requeridos para dicha formación, de modo que cada laico
desarrolle su propia vocación humana y cristiana. Es pertinente pensar modalidades y medios que
faciliten la formación cristiana de los laicos. En este sentido, vale la pena resaltar como algo
novedoso en la conferencia de Aparecida: la “corresponsabilidad formativa” entre laicos. Los
laicos que ya han recibido una preparación conveniente para llevar a cabo la misión de la Iglesia
86
deben interesarse por ayudar a formar a otros laicos que apenas comienzan a capacitarse. Algunos
autores denominan este proceso: “la formación de formadores” (Berzosa, 2000, p. 190). Toda
iniciativa de formación laical, cualquiera que sea el área en que se quiera hacerlo, logrará mayores
resultados si de cada uno no surge el interés claro y firme de asumir el liderazgo de su propio
proceso formativo. Dicho de otro modo,
En la labor formativa hay que tener unas convicciones claras: a) no se da formación
verdadera y eficaz si cada uno no asume y desarrolla por sí mismo la responsabilidad de su
formación, su “autoformación”; b) cada uno somos, a la vez, término y principio de
formación. Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y
profundizar; cuanto más somos formados, más nos hacemos capaces de formar a los demás.
La labor formativa requiere: a) recurrir inteligentemente a medios y métodos de ciencias
humanas; b) dejar llevarse por la acción de Dios. (Berzosa, 2000, p. 191).
87
Conclusiones
Uno de los desarrollos novedosos de la eclesiología contemporánea es la comprensión de la
vocación y la misión de los fieles laicos, hombres y mujeres creyentes, dispuestos a vivir
evangélicamente y a poner al servicio de la Iglesia los dones que Dios les ha otorgado para
cooperar con las diferentes responsabilidades de la vida eclesial. Borobio (1982) aseguró que
“desde la época de la Iglesia primitiva, creemos puede afirmarse que, a los laicos no se les reconoce
una verdadera participación activa, oficial e institucionalizada […] en las tareas de construcción
de la Iglesia” (p 393). Sin embargo, aún en nuestro tiempo la comprensión que muchas personas
tienen del laicado y su función apostólica puede ser reducida frente a la importancia que lleva
consigo su vocación y misión.
Los documentos conciliares y post-conciliares que hemos estudiado, nos han permitido
definir conceptualmente el contexto desde el que se debe comprender la vida de los laicos quienes,
asumiendo la condición de bautizados, buscan gestionar las cosas temporales ordenándolas a Dios.
Su lugar está en una Iglesia centrada en el anuncio del Evangelio para la santificación del mundo;
son bautizados que en su catolicidad forman la unidad eclesial, enriqueciéndose mutuamente para
gloria de Dios y para salvación de los hombres.
La conexión establecida entre la formación de los laicos y la necesidad de ofrecer una
respuesta a los desafíos planteados a la Iglesia por la cultura contemporánea subraya que
el fiel laico no está tan sólo llamado a vivir esta unidad, sino también a expresarla con
palabras y con hechos, en el empeño por dar razón de la esperanza que está en él y en abrir
a los demás el sendero de su encuentro personal con Cristo. (Pellitero, 2006, p. 171)
Los laicos comportan un estado particular de vida dada su condición secular, desde la cual
llevan a cabo su apostolado en la Iglesia y en el mundo. Cada uno de los miembros del Pueblo de
Dios, es decir, sacerdotes, religiosos y laicos, realizan una labor particular: los clérigos cumplen
una función ministerial y sacramental, los religiosos una tarea de consagración a Dios a través de
los consejos evangélicos y los laicos una función secular que, en esencia, consiste en evangelizar
el mundo en medio de las actividades cotidianas como el hogar, la familia, el trabajo, el estudio,
la política, la económico y el contexto social, entre otros. “El laico que evangeliza necesita una
formación básica” (Garrido, 2016, p. 171). De la misión que se les confía surge la necesidad de
formarlos y hacerlos competentes para evangelizar el mundo.
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Al referirse al apostolado de los laicos, la AA destaca igualmente su índole seglar, al
afirmar ser propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios
temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan
su apostolado en el mundo a manera de fermento. Por consiguiente, su formación cristiana
deberá realizarse en esa dirección. (Lucchetti, 2012, p. 414)
Lo que el Concilio consideró como participación de los laicos “a su modo”, es lo propio o
peculiar de la misión laical, es lo específico de su tarea apostólica. Se trata de llevar a cabo su
trabajo evangelizador en medio de las actividades humanas diarias; eso es lo que los padres
conciliares definieron como carácter secular. Por el bautismo, los creyentes se hacen partícipes de
la función sacerdotal, profética y regia de Cristo: como sacerdotes buscan santificar el mundo, oran
por él, bendicen e interceden por los otros; como profetas enseñan en el mundo, dan testimonio,
hablan de Dios y de su fe; como reyes, rigen el mundo y ordenan las realidades temporales según
los principios del Evangelio.
Sin duda, el elemento característico de la condición laical es la secularidad cristiana. Esto
les permite relacionarse con el mundo desde dentro, en sus maneras cotidianas de conducir la vida,
lo que redunda en un compromiso particular, configurando evangélicamente la propia existencia
para hacer que desde allí todo se dirija a Dios. Los documentos magisteriales ponen en evidencia
que la Iglesia y su misión no son sólo competencia del clero y de los religiosos; en ella los laicos
tienen un papel protagónico, pues son los llamados a impregnar de Evangelio el día a día de los
hombres y mujeres de su tiempo. Al respecto la Conferencia de Aparecida sostuvo que en
Latinoamérica y el Caribe la Iglesia debe “crecer en comunión misionera con los presbíteros,
diáconos, religiosos y laicos, sirviendo a la unidad en la diversidad. La Iglesia necesita sacerdotes
y consagrados que nunca pierdan la conciencia de ser discípulos en comunión” (DA 324).
En orden al cumplimiento de dicha labor, los laicos deben recibir formación en diversas
áreas de la vida cristiana, capacitándolos para honrar a Dios en el uso de las cosas terrenas y en la
cooperación al progreso temporal del mundo. La formación de los laicos posibilita un pueblo
creyente, sensato y reflexivo en cuestiones de fe, consciente de todo aquello que fundamenta su
creencia religiosa, haciendo del amor de Cristo una verdadera experiencia de vida. Formar
cristianamente a los laicos, más allá de ofrecer un contenido doctrinal, implica una vivencia real
de la presencia de Dios en medio de las cosas del mundo. La Conferencia de Aparecida hizo eco
de esta necesidad de formación, indicando:
89
Urge contribuir más eficazmente a la formación de los laicos y comunidades que
precisamente porque creen en Cristo y lo acepten como Señor, se comprometen
responsablemente en la construcción de la historia. No basta contar con laicos, es necesario
formarlos, porque el llamado es a crecer, a madurar continuamente, a dar siempre más
fruto. (CELAM, 2008, p. 68)
En Latinoamérica y el Caribe, la formación cristiana debe llevar a los laicos a tomar
conciencia sobre la importancia de una palabra profética fundada en el Evangelio, de tal suerte que
se promueva una mayor participación en los asuntos políticos, económicos y sociales por parte de
los creyentes católicos. En síntesis, la formación de los laicos responde esencialmente a dos
principios: su vocación que es ocuparse de las realidades temporales ordenándolas a Dios, y su
misión bautismal que es ser sacerdote, profeta y rey. Estas definiciones son fundamentales para
precisar el quehacer de los laicos en la Iglesia. “Todo ello nos llevará a plantear las dimensiones
de la formación de los laicos como una formación que se traduce en el testimonio, el apostolado y
el servicio” (Pellitero, 2013, p. 68).
Es pertinente preguntarnos si los laicos en la Iglesia del siglo XXI, son plenamente
conscientes de la misión específica que deben asumir como parte del Pueblo de Dios, en los
términos que lo ha planteado el Magisterio. Los documentos eclesiales analizados han mostrado
cómo, a lo largo de la historia, la figura del laico ha venido evolucionando, asumiéndose como
parte fundamental de la misión evangelizadora de la Iglesia. El Concilio Vaticano II en la década
de los sesenta fue esencial para reconocer que los fieles tienen un espacio privilegiado en el mundo
por el hecho de encontrarse en medio de las circunstancias propias de su contexto: la relación
familiar, el estudio, el trabajo, el ejercicio profesional, en fin, la convivencia diaria. “La formación
de los fieles laicos tiene unas características determinadas. Muchas se refieren a lo básico y
esencial de la vida y de la misión de los cristianos en todos los tiempos. Otras, dependen de la
situación actual” (Pellitero, 2013, P. 115). Uno de los mayores aportes del Concilio Vaticano II
sobre el laicado, fue reconocer su condición de secularidad. En consecuencia,
promulgó un decreto sobre el Apostolado de los laicos en el que expone la vocación de
éstos al apostolado, los fines que deben proponerse, los diferentes campos en que han de
ejercer dicho apostolado, sus modalidades, sobre todo cuando se trata de un apostolado
organizado, su vinculación con la jerarquía y con el ministerio ordenado y, finalmente, la
necesaria formación que todo ello requiere. (Sesboüé, 1998, p. 117).
90
Todo esto permite indicar que el laico, para poder llevar a cabo su misión, cumpliendo su
labor evangelizadora con efectividad, necesita ser formado en diversas áreas que, siguiendo las
orientaciones magisteriales, enriquezcan su fe, haciéndolo más competente para hablar de Dios y
mostrar a Dios a través de su testimonio. Los obispos latinoamericanos y caribeños afirmaron que
“la formación abarca diversas dimensiones que deberán ser integradas armónicamente a lo largo
de todo el proceso formativo. Se trata de la dimensión humana comunitaria, espiritual, intelectual
y pastoral-misionera” (DA 280).
De modo progresivo, la comprensión del laico en el mundo se ha ido enriqueciendo desde
el Concilio Vaticano II hasta las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, al
punto que, de la mano del ministerio ordenado y los religiosos, cada uno en su función particular,
hacen que la realidad humana sea el medio ideal para descubrir el rostro de Dios, haciendo presente
su reino en las cosas terrenas. Esto debe darse con el fin de “formar y educar, de modo permanente,
[…] la fe de la comunidad, en respuesta sobre todo a las cuestiones humano y socio-religiosas que
se plantean en cada momento de la vida de la Iglesia” (Borobio, 1982, P. 62). En el contexto
eclesial contemporáneo habría que preguntarse si los laicos conocen con claridad su verdadera
función a nivel apostólico. En la actualidad es innegable el incremento en la participación de gran
número de laicos en las Iglesias locales a nivel de los diversos ministerios, grupos, comunidades,
consejos, asociaciones, entre otros, a través de los cuales se vinculan y sirven a la Iglesia. Pero,
todavía hay un cierto clericalismo que mantiene aquello de que hay una Iglesia docente, la
que enseña, y otra Iglesia discente, la que aprende. Supongo que no en el pensamiento, pero
sí en la práctica. Esta realidad ha creado un laicado pasivo y sumiso […] Se han dado pasos
de participación de los laicos en la liturgia, en el consejo parroquial, en los movimientos
diocesanos, etc.; ¡pero son tan limitados y timoratos...! Lo peor es que se aducen razones
teológicas. […] ¿Por qué tanto miedo a la formación, que suele ser condición para poder
hablar de igual a igual con el clero? (Garrido, 2016, p. 132)
En otras palabras, “el mundo católico está configurado de manera creciente por nuevos
movimientos eclesiales que, junto con las parroquias, son los principales lugares de pertenencia
eclesial, de formación y de vivencia de la fe” (Buitrago, 2018, p. 83). La gran preocupación es que
las directrices del Magisterio con respecto a la misión de los laicos y lo que se ve en la realidad,
no es coherente en su totalidad, hay una distancia real. Al parecer no se ha entendido a plenitud lo
91
que el Concilio dijo al respecto. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el papa
Francisco indicó:
Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con
un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran
fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe. Pero la toma
de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación
no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se
formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros, por no encontrar espacios
en las Iglesia particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo
que los mantiene al margen de las decisiones. (EG 102)
En la realidad de la Iglesia contemporánea se percibe a veces un laicado operativo, que
hace cosas, que desarrolla múltiples actividades, tales como la animación musical, los ministros
de la Palabra, ministros extraordinarios de la comunión, entre otras ocupaciones, pero hace falta
esa identidad plena con la misión propia de la condición laical: obtener el Reino de Dios
gestionando los asuntos temporales y ordenarlos según Dios. En algunos pastores y laicos hay un
desconocimiento de la enseñanza magisterial en términos de Doctrina Social. Los padres sinodales
han indicado en diferentes documentos que es necesario formar a los laicos para la vida política y
social, pues en estos campos pueden hacer brillar la luz de Cristo para que ilumine la toma de
decisiones en pro del bienestar de toda la sociedad. Se ha señalado el por qué, el para qué y en qué
áreas deben ser formados los laicos en la Iglesia, pero pareciera que estas disposiciones no son del
conocimiento de todos o que algunos pastores y laicos no las comprenden con claridad.
Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este
compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social,
político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intra-eclesiales sin un
compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad. (EG
102)
Mientras muchas parroquias y comunidades laicales han tomado consciencia de la
necesidad de capacitar a los creyentes para el apostolado, en otros escenarios la formación se ha
limitado a la enseñanza catequética, bíblica o teológica, dejando de lado algo importante: la
dimensión social, no vista en términos materiales y asistenciales, sino, comprendida en sentido
existencial y evangélico. El Magisterio, en la Doctrina Social de la Iglesia, ha indicado que la
92
misión de los laicos va más allá de las paredes de los templos, ésta se inserta en las realidades
humanas. Sin duda, “la formación de los laicos ha de apoyarse hoy, desde el principio y para todos,
en la Doctrina social de la Iglesia, entendida como dimensión esencial de la vida cristiana”
(Pellitero, 2013, p. 14).
Las disposiciones conciliares y post-conciliares sobre los laicos y su misión eclesial son
numerosas, sin embargo, quedan aún algunas tareas pendientes. El Concilio Vaticano II significó
el inicio de un proceso de apertura de la Iglesia al mundo, promoviendo un diálogo que
contrarrestara situaciones de increencias, ateísmo o indiferencia religiosa. En este sentido los
documentos conciliares pidieron a los laicos ser sal y luz del mundo consagrando su vida a través
del apostolado en el terreno de las realidades humanas, es decir, ser signos del Reino de Dios en
los lugares donde se desenvuelven cotidianamente. Se les propone entonces a los laicos santificar
el mundo desde adentro, a través de sus propias profesiones, dando testimonio de vida, irradiando
los principios de la fe.
Vaticano II vio la necesidad de promover la vida laical en la Iglesia y procuró hacerlo a
través de la Constitución Dogmática Lumen Gentium, la Constitución Pastoral Gaudium et spes y
el Decreto Apostolicam Actuositatem. En estos documentos se les pidió a los laicos participar en
la vida íntima de la Iglesia, sin separar la fe de lo cotidiano. Dicho, en otros términos, por su
condición secular pueden llevar a cabo la misión de la Iglesia en el mundo. El bautismo es el
fundamento principal del apostolado laical, pues como ya se indicó, los constituye en sacerdotes,
profetas y reyes, llamados a dar testimonio de Cristo en todos los lugares y actividades donde estén
presentes.
Con base lo anterior, se pide una formación adecuada y pertinente para el apostolado laical,
sólo de esta manera obtendrán las herramientas para llevar a cabo la misión encomendada y que
les es propia en medio del mundo. La familia, la escuela, los pastores, las comunidades laicales,
entre otros, son los responsables de dicha formación, pero es en últimas el mismo laico el que debe
asumir el protagonismo de su proceso formativo como consecuencia de su corresponsabilidad
eclesial para la salvación de los hombres. Es evidente que nos encontramos ante una Iglesia que
ha dejado de privilegiar la estructura jerárquica y piramidal de sus miembros, pasando a promover
una eclesiología de unidad, comunión y sacramento; el laico aquí es facilitador de la relación entre
Cristo y los creyentes. “La presencia y contribución de laicos y laicas en los equipos de formación
93
aporta una riqueza original, pues, desde sus experiencias y competencias, ofrecen criterios,
contenidos y testimonios valiosos para quienes se están formando” (DA 281)
Después del Vaticano II se presentan en la Iglesia diversos lineamientos a nivel apostólico,
generados por el conflicto entre algunas posturas conservadoras que permanecieron firmes en sus
maneras preconciliares de concebir la misión eclesial, y otros que acogieron las nuevas
disposiciones que emanaron del Concilio. Estos últimos vislumbran una Iglesia liberal, menos
jerárquica y más abierta a los pobres y a las realidades contextuales de la sociedad, que abre las
puertas a la gente sencilla, que entra en comunión con los oprimidos. En este contexto se ubica
una Iglesia que promueve la comunión entre sus miembros, dando apertura a comunidades laicales
y movimientos apostólicos. “Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la
realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneo” (EG 184), por
eso hay que abrirle la puerta a los laicos para que sean parte activa en el planteamiento de
soluciones a tantas problemáticas que afectan al pueblo latinoamericano y caribeño.
Era necesario seguir promoviendo la participación de los laicos en la misión de la Iglesia,
por eso, las exhortaciones Evangelii Nuntiandi y Christifideles Laici, aportaron más elementos
para el desarrollo de una teología laical. Aparecieron nuevas razones que sustentaban la necesidad
de formación cristiana; emergieron, por tanto, otros campos o áreas de capacitación como la
Doctrina Social de la Iglesia que promueve una evangelización apostólica, encarnando la fe y el
espíritu cristiano en la realidad material del mundo, en las condiciones de vida de la gente. Es una
misión que reclama mayor participación en el ámbito social y político de los pueblos, siguiendo
las enseñanzas del Magisterio. Se desarrollaron algunos elementos determinantes en el proceso,
entre ellos, nuevos lugares de apostolado, otros responsables y medios para la formación,
ambientes educativos, y formas de participación. Los documentos post-conciliares hicieron
evidente una espiritualidad laical madura que entendía las tareas del cristiano en el mundo.
Las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y caribeño representaron un
importante cambio de mentalidad eclesial en perspectiva social, pensando la misión de los laicos
a favor de la justicia, la defensa de la dignidad humana y la lucha por el respeto a los derechos de
los hombres y mujeres latinoamericanos, en todas sus dimensiones. La realidad de estos pueblos,
leída bajo las directrices del Magisterio en la Doctrina Social de la Iglesia, pone como centralidad
al hombre, el destino universal de los bienes, la primacía del hombre sobre el capital, la propiedad
94
privada y la economía en función de lo social, el respeto por la vida, la función social del Estado,
y el valor de la democracia, entre otras.
La Conferencia de Medellín que trató el tema de la Iglesia en la transformación de América
Latina, da fe de una Iglesia adulta preocupada por el desarrollo integral de la persona y de las
comunidades. Se vislumbra un pueblo creyente, convencido de que “los pobres, el compromiso
por la justicia y la promoción humana no son tareas o compromisos de un sector de la teología o
de movimientos específicos dentro de la Iglesia: son una opción y un compromiso de todo
bautizado” (Buitrago, 2018, p. 81). Aquí el laicado se compromete con los más vulnerables y tiene
una palabra profética en el compromiso social, tomando postura ante la injusticia y cualquier
sistema opresor. “En ese sentido, resulta esperanzador advertir que espontáneamente se cita el
contenido de la Doctrina Social de la Iglesia, que el tema está en la conciencia de los pastores y
que la conciben como un instrumento de formación” (CELAM, 2008, p. 63).
La Conferencia de Puebla, realizada diez años después de la Conferencia de Medellín, se
centró en la evangelización en el presente y el futuro de América latina. Algunos obispos buscaron
poner en primer plano el tema de la pobreza masiva en el continente, otros apuntaron hacia la
secularización y el crecimiento de la indiferencia religiosa y una parte pretendió contrarrestar los
avances de la teología de la liberación. “En América Latina, los obispos reiteran […] lo que ya se
ha venido diciendo sobre el proceso acelerado de secularización, descristianización y también de
indiferencia religiosa; y que por eso urge una nueva evangelización” (CELAM, 2008, p. 63).
En el tema de los laicos la Conferencia de Puebla fue importante en materia de comunión
y participación, pues les recordó su responsabilidad en la construcción de la sociedad y su
compromiso evangélico en línea con la Doctrina Social de la Iglesia. Los padres sinodales
advirtieron que la evangelización del continente debe sumergirse en el ámbito social, con ello se
busca responder a los desafíos de una sociedad golpeada por la desigualdad, la violencia, la
pobreza, la violación de los derechos humanos y de la dignidad de las personas. En este sentido
los obispos consideraron que,
Para que nuestra enseñanza social sea creíble y aceptada por todos, debe responder de
manera eficaz a los desafíos y problemas graves que surgen de nuestra realidad
latinoamericana. Hombres disminuidos por carencias de toda índole reclaman acciones
urgentes en nuestro esfuerzo promocional que hacen siempre necesarias las obras
asistenciales. No podemos proponer eficazmente esta enseñanza sin ser interpelados por
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ella nosotros mismos, en nuestro comportamiento personal e institucional […] Nuestra
conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo. (DP 476)
La Conferencia de Santo Domingo se preocupó por la nueva evangelización, la promoción
humana y la cultura cristiana. En el esquema de esta Conferencia, el laico se piensa como sujeto
histórico de la liberación humana al tiempo que es sujeto evangelizador que llena de Dios la
realidad del mundo. La Conferencia de Aparecida definió a los laicos como discípulos y
misioneros de Jesucristo en medio de la realidad terrena. Les recordó que ellos son asamblea
convocada por Dios para llevar al mundo el testimonio de su configuración con Cristo,
contribuyendo a la transformación de las estructuras injustas. Esto implica poner a la Iglesia de
América latina en perspectiva de misión.
En síntesis, aunque las directrices magisteriales ya están dadas, parece que amplios sectores
de la Iglesia contemporánea no vislumbran en su totalidad los elementos propios de la misión laical
como lo ha indicado el Magisterio. Hay una leve recepción de las disposiciones sinodales, pero
falta la apropiación plena de las mismas, romper con las posturas conservadoras de pastores que
se reúsan a dar mayor participación a los laicos en sus Iglesias; es necesario vencer el miedo a
perder el control y el poder si se da más cabida a los laicos.
Parece que algunos presbíteros se han centrado en la estructura, en los asuntos internos de
la Iglesia y en sus propios procesos, en detrimento del servicio a las personas y al mundo,
tal como lo exige el Evangelio de Cristo y como lo han propuesto los obispos
latinoamericanos en Aparecida. (CELAM, 2008, p. 67)
Entre las tareas pendientes sobre los laicos, hay una que es particular: el proceso de
concientización para los pastores y laicos de lo que estos documentos piden en materia de
apostolado laical. Se requiere un mayor compromiso eclesial con los sistemas políticos y sociales,
estos temas se ven como ámbitos desconectados, pero obedecen a la obra de Dios, por tanto, todo
debe orientarse hacia Él, fundados en el Evangelio.
Como se ha señalado con anterioridad, no hubo un pensamiento conciliar desarrollado
sobre el tema de los pobres, serán las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano
quienes, tras la Encíclica Populorum Progressio, asuman esta óptica, principalmente en
conferencias como la de Medellín que reconoce este interés presente en la teología de la liberación.
En este sentido, recobran total vigencia las palabras citadas por Floristan (1999) que indican que
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“después del Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha hecho más consciente de su misión para el
servicio de los pobres, los oprimidos y los marginados” (p. 153).
En el contexto de la Iglesia latinoamericana se evidencian algunas transformaciones con
respecto al apostolado de los laicos. Uno de los cambios notorios en la Iglesia desde finales del
siglo XX, es el interés que el laicado, a nivel individual o colectivo, muestra por asumir procesos
de formación que les brinde herramientas y los faculte para vivir mejor su fe. Parroquias,
universidades, comunidades religiosas, asociaciones de laicos, entre otras organizaciones, se han
preocupado por ofrecer cursos, seminarios, talleres y diferentes formas de encuentros que
respondan al deseo de aprendizaje que muchos laicos manifiestan. Por lo general el contenido de
esa formación lo conforman temas teológicos, bíblicos o catequéticos. Con ello se hace explícito
que los laicos se están formando más para su vivencia personal de fe y oración que para la
participación política y social, de conformidad con lo que indican los documentos conciliares y
post-conciliares. “Para ello, resultarían útiles algunos subsidios catequéticos elaborados a partir
del Catecismo de la Iglesia Católica y del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” (DA
299).
Un elemento visible es el compromiso de muchos laicos a nivel social, pero desde el punto
de vista asistencial, a través de pastorales de la salud, comedores parroquiales, donación de
mercados, regalos, ropa y diversos bienes materiales. Sin embargo, el proceso formativo laical está
dirigido también al compromiso de los creyentes con las realidades contextuales que afectan la
vida de los hombres: la pobreza, la desigualdad, el desempleo, la injusticia, la violencia, la
corrupción, entre otros. Los laicos también deben orientar su apostolado hacia los bienes
espirituales, iluminando la realidad terrena con la luz del Evangelio, buscando orientar todo hacia
Dios. Al respecto, el papa Francisco indicó que, “nuestro compromiso no consiste exclusivamente
en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un
desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro, considerándolo como uno
consigo” (EG 199).
Así, en la actualidad pueden percibirse circunstancias que impiden al laico cumplir a
cabalidad su labor evangelizadora en las líneas que los documentos magisteriales han señalado,
producto de su índole secular, en su condición de bautizado. Uno de ellos es la falta de interés de
un amplio número de católicos que viven de manera pasiva su fe y no están interesados en
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participar, acompañar o conocer las distintas formas de vinculación apostólica que ofrece la Iglesia
universal, a través de la Iglesia local y las parroquias.
Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus
espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no
una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y
fecundos. (EG 81)
Otro factor es el desconocimiento de las directrices magisteriales, muchos laicos quieren
formarse, pero realmente no saben cuáles son las principales áreas de enseñanza sugeridas por el
Magisterio eclesial. Una causa adicional es la escasa promoción de programas formativos en áreas
como la Doctrina Social de la Iglesia, por partan de instituciones u organizaciones católicas, pero
dirigidas de manera particular, por los laicos. Como hemos indicado, no todos los pastores conocen
los lineamientos del Magisterio para formar el laicado, otros consideran que dar mayor
participación apostólica a los laicos, es perder poder y dominio en sus parroquias. Quienes piensan
y actúan de esta forma, parecen desconocer las palabras del papa Francisco cuando afirma que “en
la Iglesia las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros” (EG 104).
A partir de la reflexión que se ha planteado sobre los fundamentos de la formación laical a
la luz de algunos documentos conciliares, post-conciliares, latinoamericanos y caribeños, hay
muchos aprendizajes que pueden extraerse. Uno de los principales es la necesidad de capacitar
primero a los pastores y a los responsables de la formación de los laicos. Si ellos están lo
suficientemente preparados, serán capaces de brindar una formación adecuada y pertinente para
que los laicos lleven a cabo su misión evangelizadora. En este sentido, el Consejo Episcopal
Latinoamericano indicó:
Necesitamos pedir humilde y confiadamente el don de la fe. Los agentes de pastoral,
clérigos y laicos, en ocasiones no sólo no estamos formados ni comprometidos, sino que ni
siquiera tenemos fe. Así, nos convertimos en funcionarios, en administradores, en gerentes,
pero no en testigos. (CELAM, 2008, p. 67)
Es indispensable que cada laico se concientice de la necesidad de educarse cristianamente
si quiere colaborar, de manera eficaz, con la misión de la Iglesia. En este proceso es vital el trabajo
de animación y promoción que se puede hacer en las parroquias en su papel de educadora en la fe.
Se sugiere que pastores y laicos conozcan la Doctrina Social de la Iglesia, pues contribuye a que
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el trabajo apostólico que se realice en términos sociales, económicos o políticos, se haga a la luz
del Evangelio para obtener el Reino de Dios en los asuntos temporales ordenándolos según Dios.
Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada formación en
la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el Compendio de la doctrina social
de la Iglesia. La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino
también en las virtudes sociales y políticas. (DI 3)
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