Guerra y paz Colombia
INTRODUCCION
En los últimos días, el tema de la guerra y la paz ha sido objeto de pronunciamientos del Gobierno,
intercambio epistolar entre Colombianos y Colombianas por la Paz( CCP ), con las Farc y el Eln;
una respuesta del Eln a la misiva de los CCP y una carta de Francisco Galán a sus antiguos
compañeros del autodenominado Comando Central del Eln, lo mismo que balances de analistas,
medios de comunicación y el propio Presidente Juan Manuel Santos, sobre el primer año de
Gobierno.
En verdad, hay mucha tela de dónde cortar.
El presidente Santos ha hecho pública la estrategia de supervivencia de las Farc, de hacer ruido y
sembrar zozobra al ejecutar acciones terroristas en la modalidad de pequeñas operaciones "avispa".
También hizo claros replanteamientos a la estrategia de seguridad en cuanto a doctrina, operaciones,
procedimientos, entrenamiento, control territorial y de fronteras, lucha contra la extorsión,
reforzamiento de la inteligencia, evaluación del dispositivo, colaboración con la justicia,
consolidación, seguridad jurídica y bienestar de los miembros de la Fuerza Pública.
En su alocución sobre el primer año de gobierno, el presidente Santos resalta "que la guerrilla no ha
entendido que las grandes reformas no se hacen en el monte ni con el terror, sino que la estamos
haciendo aquí, con los instrumentos de la democracia y de la mano de la Constitución".
También insiste en que no se llega a la paz por la vía de los atentados contra la población, le interesa
la búsqueda de la paz y como Presidente, le corresponde liderar cualquier proceso que conduzca a un
eventual diálogo, pero sólo cuando se den las circunstancias apropiadas.
Por último, manifiesta que no ha autorizado a alguien para establecer contacto con las Farc o el Eln y
que la puerta del diálogo sólo se abrirá cuando esté seguro de que la subversión haya dado muestras
claras de su interés en lograr la paz.
Destaca que la liberación unilateral y sin condiciones de los secuestrados que tienen en su poder
podría ser un paso en la dirección correcta. Se observa así, que las cartas han sido puestas sobre la
mesa de manera clara y contundente, y en consecuencia, el balón se encuentra en las montañas de
Colombia. Las Farc y el Eln tienen la palabra.
Por su parte, el Eln mantiene la retórica revolucionaria de siempre, insiste en calificar el conflicto
como social y armado, se muestra feliz con el intercambio epistolar con los CCP , mantiene su
propósito de involucrar a la sociedad civil en un eventual proceso de negociación, pretende implicar
a Unasur y otros organismos hemisféricos como el Alba, y busca hacernos creer que se preocupa por
los daños colaterales que sus acciones terroristas generan sobre la población civil, insiste en una
convención nacional y consulta popular, para finalmente, adelantar un diálogo bilateral sin
condicionamientos.
En verdad, no se vislumbra en la dirigencia del Eln, un pleno convencimiento para dar el paso
definitivo hacia la paz y dejar de lado la vieja costumbre de pretender dialogar sin negociar.
PAUSA UNO: Loable la actitud de Francisco Galán, al invitar a sus antiguos compañeros del Eln a
abandonar la guerra, la cual describe como una lucha sin posibilidad de victoria.
Paz territorial: posibilidad para la vida digna
Alejo Vargas Velásquez
09/08/2015
Opinión
Se conoció un interesante artículo de la antropóloga Henrietta Moore, directora del Instituto para la
Prosperidad Global de University College London en que cuestiona la idea tradicional y dominante de
desarrollo, que en esencia era imitar las formas de vida y de consumo de los países del Norte y señala
como en regiones en desarrollo, como Latinoamérica, África o Asia justamente las más necesitadas
surgen permanentemente iniciativas para solucionar los problemas de la producción y el consumo y sobre
todo de lo que desean, lo que en el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, del cual me
honra ser miembro de su Junta Directiva, se denominó la vida digna deseada por los pobladores de los
territorios. Como dice la profesora Moore en el artículo de la referencia, “El crecimiento infinito en un
planeta finito no es una opción".
Por eso la terminación del conflicto armado –al cual parecen oponerse algunos que quisieran que
sigamos viviendo en una guerra eterna para satisfacer intereses revanchistas-, dará paso en los territorios
en conflicto, pero también en el resto del país, a la construcción de paz, que el Alto Comisionado para la
Paz ha denominado ‘la paz territorial’ en la medida en que si bien los acuerdos se pueden firmar en La
Habana o en Oslo o en Bogotá, la implementación de los mismos se llevará a cabo en los territorios
donde se ha vivido la mayor intensidad del conflicto, pero también en el resto del país.
Buena parte de las causas y consecuencias de la persistencia de la confrontación armada están
asociadas a la incapacidad de permitir que los pobladores de los territorios tengan en los mismos la
posibilidad de construir la vida deseada, de hacer realidad los derechos que como ciudadanos les asiste;
por eso cuando hablamos de paz territorial estamos haciendo referencia no solamente a la dimensión
económica que sin duda es fundamental, sino a la política, a la social, a la cultural, a la organizativa y algo
fundamental, al reconocimiento de la diversidad; por eso no se pueden pensar, ni menos tratar de
implementar, estrategias de respuesta uniformes a las necesidades y problemas de la gente en realidades
socio-económicas que son diversas y que tienen dotación de recursos diferentes, historias de poblamiento
y de luchas diversas.
La construcción de paz es entonces un ejercicio que tiene expresión en los diferentes niveles territoriales;
en lo nacional, en la medida en que se requieren reformas que afecten a la totalidad de la nación; en lo
regional y en lo local, porque es en estos espacios donde se materializan las respuestas, pero también es
el de las confianzas entre los pobladores y donde se comienza a estructurar organización comunitaria y
social.
Lo anterior implica que la participación social, comunitaria y política es fundamental para lograr que la
construcción de respuesta a los problemas y necesidades de los pobladores sea realidad y no
simplemente enunciados o políticas que se quedan en el papel, es decir en el discurso o las buenas
intenciones. La participación de la sociedad, de los pobladores en los distintos espacios territoriales es
fundamental para contribuir en la definición de las estrategias de respuesta, para ayudar en la ejecución
de las mismas y para ser un mecanismo de presión social activa y permanente. Y para esto se van a
requerir igualmente respuestas de capacitación y apoyo que las organizaciones sociales y comunitarias
deben contribuir a definir y concertar con las instituciones estatales que tengan a su cargo estas
responsabilidades.
Cuando hablamos de construcción de paz estamos hablando de tareas a diversos niveles y que competen
a diferentes actores. En lo nacional a los actores políticos y sociales en sus expresiones nacionales,
probablemente más como veedores y mecanismos de presión para el cumplimiento de lo acordado. En lo
regional y lo local la tarea es fundamentalmente de las organizaciones sociales y comunitarias que deben
ser protagonistas de las políticas que se diseñen e implementen para promover y lograr la vida digna que
desean los pobladores territoriales.
- Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional, Colombia.
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MEMORIAS DE GUERRA Y PAZ Dice Beatriz González, directora del departamento de arte e historia del
Museo Nacional, que uno de los compromisos de esta institución, que acaba
de cumplir 180 años, es reflexionar sobre la situación del país. La muestra
Tiempos de paz, acuerdos en Colombia, 1902-1994 cumple con esa vocación.
Por: NULLVALUE
12 de agosto de 2003
Dice Beatriz González, directora del departamento de arte e historia del Museo
Nacional, que uno de los compromisos de esta institución, que acaba de cumplir 180
años, es reflexionar sobre la situación del país. La muestra Tiempos de paz, acuerdos en
Colombia, 1902-1994 cumple con esa vocación.
Es una muestra histórica sobre los tratados con los que se pactó la paz o se buscó la
concertación durante el siglo XX en Colombia. González y un grupo de jóvenes
curadoras del Museo, Cristina Lleras, Angela Gómez y Carolina Vanegas, con la
asesoría de los historiadores Medófilo Medina, Fernán González y Carlos Eduardo
Jaramillo, idearon un recorrido de seis capítulos para que el espectador pueda acercarse
y reflexionar sobre nuestros procesos de búsqueda de la paz a través de textos de
investigación y 423 piezas.
LA PAZ INICIA EN EL SIGLO.
(1902).
La pieza ícono de este capítulo es una fotografía del buque Wisconsin, difundida,
inclusive, en estampillas de la época. Allí se firmó, en aguas de Panamá, el tratado que
lleva el mismo nombre y que constituye uno de los tres acuerdos con los que se puso fin
a la guerra de los Mil Días, el 21 de noviembre de 1902. Los otros son Neerlandia y
Chinácota. Se exhiben fotos del comandante del barco, el momento de la firma del
tratado y una caricatura de José Pepe Gómez sobre Roosevelt, entre otras.
FRONTERAS DE LA GUERRA Y DE LA PAZ.
(1932-1934).
Una fotografía en la que se muestra a todo el país rodeando al presidente Enrique Olaya
Herrera, a raíz de la guerra contra el Perú. Un incidente que logró unir a liberales y
conservadores. Se destacan objetos como la bandera colombiana que se izó en 1929, en
el Amazonas; el Libro rojo del Putumayo, con el que Norman Thompson denunció la
explotación de los indígenas que trabajaban en la producción de caucho, y la fotografía
y una edición facsimilar del protocolo de Río de Janeiro, con el cual se resolvió el
incidente.
LA PAZ FRUSTRADA.
(1953).
Esta sección tiene énfasis en los acuerdos durante el gobierno del general Gustavo Rojas
Pinilla y que desencadenaron la desmovilización de las guerrillas liberales de los Llanos
Orientales, Antioquia, Santander, Huila y Cundinamarca. Entre los objetos se encuentra
una medalla obsequiada a Rojas Pinilla con la inscripción salvador de la patria y una
fotografía, tomada por Jorge Mario Múnera, del hijo de Guadalupe Salcedo, líder
guerrillero de los Llanos, que sostiene, a la altura del corazón, una foto de su padre.
PAZ Y ACUERDOS POLITICOS.
(1956-1957)i.
El objeto principal de esta sección es la fotografía de Alberto Lleras Camargo y
Laureano Gómez en la firma del pacto de Sitges. Aquí se presentan los acuerdos entre
los partidos liberal y conservador (Sitges y Benidorm), que dieron origen al Frente
Nacional. Entre las piezas más destacadas están dos pinturas de la artista antioqueña
Débora Arango, Junta militar y Plebiscito, y la máquina de escribir y el sombrero del
líder guerrillero Juan de la Cruz Varela.
BELISARIO BETANCUR Y LA PRISA POR LA PAZ.
(1982-1986).
El ícono es el cuadro de Fernando Botero Sin título, que representa la paloma de la paz,
el símbolo del gobierno de Betancur. Este capítulo documenta su política de paz. Se
exhiben algunos muebles incinerados que quedaron después de la toma del Palacio de
Justicia, dos cartas de Jacobo Arenas (miembro del estado mayor de las Farc), en las
que reconoce el llamado del gobierno a iniciar las conversaciones de paz, y el cuadro La
victoria de la paz, de Alejandro Obregón.
LA PAZ DE FINALES DEL SIGLO XX: AVANCES Y RETROCESOS.
(1986-1994).
Las acciones de paz que tuvieron lugar en los gobiernos de Virgilio Barco y César
Gaviria. El ícono es una fotografía de la espada cuya propiedad se le atribuye a Simón
Bolívar, que fue hurtada y devuelta después por el M-19. En esta sección pueden verse
caricaturas de Grosso, Mico, Guerreros y Pepón, además de las agendas del presidente
Barco, el sombrero de Carlos Pizarro y una de las pañoletas que llevaban puestas los
miembros del M-19 el día de la dejación de armas.
- Museo Nacional. Carrera 7, entre calles 28 y 29. Informes: 3348366.
FOTO/Archivo particular.
1- Una de las pañoletas que usaron los miembros del M-19 el día que dejaron sus armas,
el 9 de marzo de 1990.
2- Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, cuando firmaron el pacto de Sitges, en
1957.
GUERRA Y PAZ
La visión que se tiene de Colombia desde el exterior, es tétrica. Para unos,
como el Washington Post, Colombia es la Bosnia de Suramérica ; para otros,
como The Economist, los colombianos están listos a matarse entre sí ; para
la delegada de la ONU, Almudena Mazarrasa, Colombia parece un país
feudal con ejércitos propios , y se muestra justamente consternada por las
atrocidades que se están cometiendo.
Por: NULLVALUE
24 de agosto de 1997
No podemos repetir el clisé de que se maltrata la imagen de Colombia en el exterior. Lo
que afuera se dice de nuestro país quizá corresponda a una realidad que, desde adentro,
no alcanzamos a captar. Es claro que padecemos una guerra de características muy
singulares, no una guerra civil como parecen creerlo los observadores extranjeros, sino
una guerra de minúsculas facciones que se libra ante un país estupefacto, que no la
entiende, ni está dispuesto a dejarse involucrar en ella, ni tiene la capacidad de ponerle
fin.
De acuerdo con los editorialistas de Post, la guerra sucia (de Colombia) y no el
narcotráfico representa la más importante amenaza contra sus vecinos y el interés de
Estados Unidos . Es una apreciación interesante y próxima a la verdad, porque la guerra
de Colombia es eso y nada más: una guerra sucia. En qué consiste? Por lo general las
guerras son el escenario de actos de valor y de heroísmo entre grupos que se combaten
de frente. El conflicto de Colombia es un escenario de actos de la peor cobardía. Hay
dos grupos de combatientes que nunca se enfrentan. Por un lado la guerrilla subversiva
y por otro los paramilitares. Tanto la una como los otros se han especializado en
asesinar a civiles indefensos, sin importar que sean hombres, mujeres o niños. En esta
guerra de Colombia no presenciamos combates denodados, sino emboscadas de grupos
armados a civiles inermes. La guerrilla asesina a familias enteras, que no tienen cómo
defenderse, y, en represalia, los paramilitares asesinan a otras familias, que supone
afectas a la guerrilla. Matar por la espalda es la característica de esta guerra que con
razón se ha calificado como sucia .
Los observadores coinciden en que, en el caso colombiano, no arriesgarse a fracasar, en
el diálogo, es asegurar el fracaso (The Economist), y en que el mecanismo más eficaz
para terminar con la violencia es iniciar el camino que el presidente (Samper) ha dicho:
la posibilidad de establecer diálogos (Almudena Mazarrasa). Como lo reconoce la
misma delegada de la ONU, lamentablemente hay unas resistencias muy fuertes y
preocupantes por parte de sectores de la guerrilla, a la iniciación de diálogos .
No es aventurado decir que los colombianos estamos hoy tan cerca de la guerra como de
la paz, lo cual significa que estamos en el momento de dialogar y que el diálogo debe
adelantarse sin condiciones, las cuales corresponden sólo a las negociaciones que surjan
del diálogo; pero en tanto al diálogo se le pongan condiciones, no será posible.
El señor Tirofijo se ha opuesto al Mandato por la Paz con el argumento inaudito de que
no habrá nadie que vote en contra de la paz . Desde luego que no, y pocas cosas como
las palabras del señor Tirofijo han demostrado la enorme sinrazón de la guerrilla
empeñada en mantener la guerra contra un país entero que desea la paz.
La gran batalla por la paz se dará el 26 de octubre. La guerrilla ha dicho que impedirá la
realización de las elecciones. Una votación masiva, aun en aquellos lugares donde la
guerrilla se cree dueña y señora, les demostrará a los violentos que el país está hastiado
de violencia y que el Mandato por la Paz es un imperativo de la voluntad popular.
Política, guerra y paz: triada civilizadora para
Colombia
Por Grenfieth Sierra Cadena
Una mirada objetiva sobre Colombia evidencia que no es ni la mala política, ni la
guerra permanente ni la ausencia de paz el mayor flagelo nacional. El problema es
cognitivo y racional, sobre el aprendizaje, y consiste en la incapacidad de pensar
en profundidad sobre que es la política, que es la guerra y que es la paz, y como
estas tres dimensiones del hombre se han conjugado para construir sociedades
civilizadas. Al contrario, el reduccionismos de los conceptos ha sido siempre el eje
central de este extravió nacional, representado por dos fenómenos centrales. El
primero es la ausencia de un Estado incluyente y representativo de los intereses
colectivos. Y el segundo es la servidumbre y la indolencia colectiva ante la
corrupción, el despotismo y el cinismo histórica de unos cuantos que han asumido
el rol de amos ante esclavos.
Precisamente, la política en Colombia se reduce a actos electorales donde rige el
intercambio de favores en la endogamia de una clase política carente de
proyección histórica, transcendencia y pensamiento. Es la fragmentación de los
intereses y de los valores donde se ha edificado la acción pública del Estado para
privilegiar el interés del más fuerte. Nuestra política esta reducido al escenario
primitivo de las sensaciones de poder y de dominación en “Partidos Políticos” de
garaje con puerta giratoria; donde los cargos de dirección se transfieren mediante
acto testamentario o acuerdo bilateral y no en la confrontación entre facciones
políticas que propongan transformar y superar los paradigmas de una sociedad
gangrenada por la ignorancia. Es la usencia de todo desarrollo racional y
transcendente sobre la necesidad de las reformas institucionales y de los valores,
es la ausencia del relevo de las elites de gobierno, es no comprender a la política
en tanto que continuación y transformación de la historia, y a la historia en tanto
que brújula del futuro.
De otra parte, la guerra en Colombia se vive bajo la paradoja de ser el mayor
problema del país, pero al mismo tiempo es el mejor negocio de importantes
sectores del Estado, de las relaciones internacionales y de la política. Ella ha sido
la llave de la elección de los tres últimos presidentes y el mejor pretexto para
posponer todo cambio social. La guerra es el instrumento para evitar todo proyecto
modernizador luego de las antiguas repúblicas liberales del siglo XIX. La guerra ha
sido asumida desde el reduccionismo mental y una frontera moral entre un ejército
de buenos colombianos y otro de malos y pervertidos subversivos como si las
victimas pertenecieran a veredas, tugurios, escuelas y mal nutrición diferentes que
llevo a estos hombres a asumir la decisión vital de la muerte como forma de vida
ante la usencia de razón en la realidad de la muerte.
Por el contrario para los grandes estudiosos de la Guerra, la guerra es un Arte.
¿Un arte? Si un arte para los antiguos chinos, griegos y romanos como nos
enseña Sun Tzu, Tucídides, Maquiavelo y Clausewitz. El arte de la guerra consiste
en comprender que ella siempre es política y racional, y que su objetivo, o victoria
total, es vencer al contrario sin destruirlo haciendo del enemigo un aliado hacia el
futuro como lo practicaron las antiguas legiones romanas conquistando el norte del
África, el mediano oriente y Europa para construir un Imperio civilizador desde el
Derecho que fundaría a occidente a partir de alianzas jurídicas y económicas con
los pueblos vencidos. Hannah Arendt señala sobre el particular que la noción de
“guerra total” es la usencia de pensamiento absoluto y el ejerció de la brutalidad de
quien carece de un pensamiento político. Así cuando los políticos colombianos han
planteado la teoría de la “guerra total” en el campo militar contra las guerrillas, esa
aptitud solo permite asumir una risotada ante la ignorancia del arte de la guerra, de
la política y de la paz y permite comprender porque luego de 60 años de guerras
asimétricas, la sociedad colombiana continúa en el mismo punto donde se propino
la primera puñaleada y se disparó el primer tiro que desencadeno esta
esquizofrenia colectiva.
Ahora, la Paz es un ideal solo para ingenuos emocionales. Ella no es ni un
derecho político, ni una exigencia jurídico; no se impone ni se decreta. Es la
conjugación racional de las dos realidades anteriores, es el producto de una gran
política y el ejercicio sabio del Arte de la guerra. Ningún pueblo tiene el derecho a
la paz ya que la violencia es el primer ejercicio del poder político que funda a la
humanidad y a la bilogía entera. En consecuencia, las sociedades tienen la
obligación política de construir la Paz haciendo de la política el mejor espacio de
confrontación y representación de los intereses sociales para que el hombre
encuentre en el “común”, en el “interés colectivo” la razón que desmotive toda
acción militar como continuación de la política. La paz rápida de la encuesta y de la
foto es una nueva guerra disfrazada de blanco; nos ensena la experiencia de las
emociones.
Así, hablar de Paz y Guerra en Colombia es hablar de Política, y hablar de política
es hablar de Poder y de contra poder, y hablar de poder y de contra poder es
hablar de la frontera que debe existe entre el individuo y el Estado, entre el
Derecho y hecho, entre el interés general y el interés individual. Es asumir y
responder la pregunta central sobre qué tipo de Estado debe emerger en Colombia
luego de 60 años de guerras internas. Es comprender la obviedad que se necesita
un nuevo pacto político fundacional, una nueva Constitución más humilde en su
retórica, en sus pretensiones seudojurídicas de derechos “fundamentales”,
articulado, jurisprudencia y contradicciones internas. Pero sin duda, más eficaz en
su misión política de garantizar el cumplimiento del pacto de la Paz para evitar una
nueva guerra por usencia de una Política total.
Maquiavelo nos enseña finalmente que la política, la guerra y la paz se desarrollan
sobre la geografía y se planifican en la cartografía, por tanto todo Príncipe debe
aprender en estas dos ciencias del manejo del espacio, que el poder se fracciona y
se negoció en esa realidad. Para la razón es sobrepasar un Mundo plano y lineal
imaginando un mapa complejo del poder y del territorio en Colombia; es asumir
una actitud política civilizadora capaz de construir un Estado viable hacia el futuro,
ya que la “guerra total” ha sido siempre la condición mental de pueblos barbaros y
de “pensadores” confundidos en las definiciones, y guiados por las emociones.
columnistas invitados
Por Grenfieth Sierra Cadena
Mártires: guerra y paz Bogotá tiene su obelisco. No tan célebre e imponente como el de Buenos Aires o el de Washington.
Por: Andrés Ospina *
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El nuestro, menos donairoso y enclavado en un espacio por el que muchos profesan pánico —mitad prejuicioso, mitad justificable—, está ahí, cual mudo y menospreciado tótem en memoria de quienes con su sangre construyeron esta república. En la Caracas con Décima.
Semejante sacrificio recibe peculiar tributo de los lugareños, quienes no manifiestan miramientos a la hora de miccionar sobre éste y su pedestal, para rociar con sus efluvios ‘urinoterapéuticos’ a los inmolados. Difícil sería pensar que tan fragantes predios fueran alguna vez la huerta de un tal Jaime o que allí
tuviera lugar el fusilamiento de líderes independentistas, cuyos nombres están grabados en piedras aromatizadas.
La historia es teatro de espejos y paradojas. Aquella imponente —aunque hoy ruinosa— basílica del barrio, sirvió para simbolizar en 1902 la dedicación de este suelo patrio al sagrado corazón. Por eso le llamaron ‘el Voto Nacional’, una suerte de jugada diplomática del arzobispo y presidente de entonces, con el fin de que la corte celeste frenara la guerra de los mil días, y las que viniesen.
Los años y el pésimo accionar que caracteriza a nuestra dirigencia dieron al traste con tan noble intención. La miseria plantó sus banderas sobre el vecindario. En Los Mártires están el temido Bronx bogotano y la ‘L’, menos primorosa que las norteñas ‘G’ y ‘T’, aunque sin duda reputada en los círculos delictivos nacionales, por ser una de las calles más peligrosas del planeta… Todo un ‘outlet’ de mercancía robada y droga para consumidores y minoristas.
La esperanza sabe hacerle trampas al dolor. Aunque susceptible de que su mampostería se desplome, la mencionada instalación eclesiástica es preciosa. La pintoresca Plaza España… parada infaltable. Pese a estar sumidos en el infierno de la adicción y la miseria, muchos vecinos han hallado espacios amigables en comedores gratuitos. Hay habitantes de marras, como doña Conchita, distinguidísima dama a quien sus 80 han tratado con generosidad. Personal castrense y policial cohabita, en permanente pacto de mutua desconfianza, a pocos metros del crimen.
Ahora, cuando la paz viene infiltrándose —como debió ser desde siempre— en nuestra agenda, oportuno sería rescatar esta joya del ostracismo al que el destino la fue condenando. No sea que otra vez las huestes divinas se enojen por tamaño descuido con los votos olvidados y decidan prorrogarnos el ya largo combate. La anterior y otras historias las encontrarán en ‘Callejeando’, serie documental del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, este domingo a las 9 p.m. por Canal Capital.
* Productor Callejeando
GUERRA Y PAZ
El conflicto bélico del país está generando una abundante bibliografía. Algunos de los libros más <BR>interesantes.
GUERRA Y PAZ
Reconocer la guerra para construir la paz Varios. Compiladores: Malcolm Deas y María Victoria Llorente Editores: Norma, Cerec y Uniandes Bogotá 1999 $ 39.500 Un grupo de 11 investigadores compuesto por sociólogos, politólogos, historiadores, economistas y militares abordan el tema de nuestra guerra civil desde distintos ángulos. Son ellos: Alfredo Rangel, Andrés Peñate, Camilo Echandía, Fernando Cubides, Mauricio Rubio, Andrés Dávila, el general (R) Juan Salcedo, Camilo Granada y los compiladores Malcolm Deas y María Victoria Llorente. Analizan la evolución de la guerra y del crimen en Colombia y estudian la estrategia y el despliegue territorial de los actores del conflicto. Pretenden aportar enfoques alternativos a los de la 'violentología tradicional'. Petróleo en las conversaciones
de paz Varios. Compilación de Josue Sarmiento y Augusto Mares Editores: Fundación País Libre y Redepaz Bogotá, 1999 Los editores han identificado los temas esenciales que estarían sobre el tapete en una negociación para lograr la paz y han preparado la 'Agenda ciudadana por la paz y la libertad'. Esta 'Agenda' presenta un tema por volumen, de los cuales han aparecido ya cinco: Acuerdos humanitarios, Petróleo, Redefinición del Estado, Desarrollo rural y Agenda ambiental para la paz. Cada uno de ellos está dividido en cuatro partes: la que presenta las propuestas de la sociedad civil, la que transcribe los documentos que se sugieren para el debate y las que plantean las propuestas de la insurgencia y del gobierno. El propósito es inducir el debate de los temas en mesas de trabajo. Estos libros se donan a los interesados. (Tel.: 6113639, telefax: 5457714, Bogotá). Los laberintos de la guerra Varios. Compilador: Francisco Leal Buitrago Editores: Tercer Mundo y Uniandes Bogotá, 1999 $ 33.000 Presenta las ponencias que se discutieron en el 'Foro de propuestas de paz' que organizó la Universidad de los Andes a fines del año pasado, el cual contó con la participación de ocho investigadores colombianos y extranjeros: Marc Chernick, Marco Palacios, Francisco Leal, Malcolm Deas, Daniel Pécaut, Juan Gabriel Tokatlian y Jesús Antonio Bejarano. El propósito de este conjunto de profesores es abordar el tema desde el punto de vista del análisis académico. El volumen está dividido en tres partes: pasado y presente de la guerra y la paz, presente y futuro de la paz y la sociedad civil y la paz. Una guerra inútil, costosa y sin gloria General (r)Luis Alfredo Mejía Edición del autor Bogotá, 1998 $ 21.000 Este libro presenta un punto de vista que poco se conoce en el país por escrito y con un propósito analítico: el punto de vista de un militar. Su autor es un general retirado que enfrentó en servicio activo la violencia política de los años 50 y el nacimiento y evolución de la actual guerra civil: o sea es un testigo de primera mano. Mejía, quien también es licenciado en ciencias de la educación y tiene estudios de ciencias sociales, no se limita al estudio de la coyuntura actual, sino que se remonta a los orígenes de la violencia en nuestro país, pasa por las guerras civiles del siglo XIX y las diferentes constituciones, describe el agitado inicio de este siglo, la violencia de los años 50, el nacimiento y la evolución de la guerrilla, los distintos procesos de paz y analiza las causas de la que llama "endemia de la sedición en Colombia". Es un libro serio y documentado. La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997 Fernando Cubides, Ana Cecilia Olaya y Carlos Miguel Ortiz
Universidad Nacional Bogotá, 1998 El Centro de Estudios Sociales (CES) de la facultad de ciencias humanas de la Universidad Nacional publicó a fines del año pasado dos volúmenes que estudian el tema de la violencia en el país. El primero de ellos, La violencia y el municipio colombiano, se basa en diferentes fuentes estadísticas para mostrar la dinámica del homicidio entre 1959 y 1997 y del secuestro entre 1982 y 1997, en los departamentos y los municipios, agrupados según rangos de violencia: algo así como una cartografía de la violencia. Se ocupa de manera especial de la violencia organizada: guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico y Estado. Lleva cuadros, gráficos y mapas. El segundo libro se titula Las violencias, inclusión creciente. Se trata de una obra colectiva, compilada por Jaime Arocha, Fernando Cubides y Miriam Jimeno. Colaboran 11 investigadores: Camilo Echandía Castilla, Fernando Cubides, Andrés Dávila, Mauricio Rubio, Fernán González, Francisco Gutiérrez, Jaime Arocha, María Eugenia Vásquez, Donny Meertens, Jimena Tabares y Miriam Jimeno. Con la ayuda de estadísticas y de testimonios directos tratan temas como la evolución del conflicto armado y sus protagonistas, el Ejército en calidad de actor de la violencia, la solución violenta y privada de los conflictos, los límites confusos de lo público y lo privado, el mundo ciudadano y su papel en el conflicto, las dimensiones étnicas y sociorraciales de la guerra, las víctimas directas, el castigo infantil y sus repercusiones en las relaciones sociales. (Tel: 3165000, extensiones 18603 y 18613, de Bogotá). El proceso de paz en Colombia 1982-1994 Presidencia de la República Bogotá, 1998. Tomo I La oficina del alto comisionado para la Paz inició un ambicioso proyecto editorial, cuyo propósito es preservar la memoria de los procesos de paz iniciados en Colombia durante los últimos cuatro mandatos presidenciales. Se trata de recopilar y publicar los documentos más importantes relacionados con esos procesos, organizados temática y cronológicamente. La serie es amplia, pues se compone de nueve tomos, tres por cada período presidencial. Sin embargo apenas se ha publicado hasta ahora un volumen de los tres que corresponden al gobierno de Belisario Betancur. Este primer tomo abarca 720 páginas y cubre la documentación alusiva a la propuesta de paz de Betancur, al trámite y aprobación de la ley de amnistía, al surgimiento del MAS, a los pronunciamientos sobre derechos humanos y al inicio de las negociaciones. (Telefax: 3344739 y 3341220 de Bogotá). El juego del poder Andres Dávila Ladrón de Guevara Prólogo de Francisco Leal Editores: Cerec y Uniandes
Bogotá, 1998 $ 24.000 Como se ha podido advertir a lo largo de esta enumeración de estudios sobre la violencia en el país, Andrés Dávila se ha especializado en el tema y lo ha trabajado desde distintos ángulos. En este libro estudia a fondo las Fuerzas Armadas de Colombia. En tres capítulos plantea asuntos bien importantes, como qué se entiende por Fuerzas Armadas, las relaciones entre civiles y militares, los marcos jurídicos e institucionales que han regido y rigen el desempeño del Ejército, la presencia de las Fuerzas Armadas en el proceso político según el grado de subordinación y autonomía de éstas frente al gobierno de turno, entre 1958 y 1994. Finalmente, trae un epílogo con la confrontación comparativa de los artículos de las Constituciones de 1986 y 1991 y reformas intermedias, relacionadas con las Fuerzas Armadas.
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