Muy altos y muy poderosos, excelentísimos príncipes, muy católicos y muy grandes; reyes y
señores.
Bien creemos que vuestras majestades, por letras de Diego Velázquez, teniente de almirante en
la isla Fernandina, habrán sido informados de una tierra nueva que puede haber dos años poco
más o menos que en estas partes fue descubierta, que al principio fue intitulada por nombre
Cozumel y después la nombraron Yucatán, sin ser lo uno ni lo otro, como por esta nuestra
relación vuestras reales altezas mandarán ver; y porque las relaciones que hasta ahora a vuestras
majestades de esta tierra se han hecho, así de la manera y riquezas de ella como de la forma en
que fue descubierta y otras cosas que de ella se han dicho, no son ni han podido ser ciertas
porque nadie hasta ahora las ha sabido como será ésta que nosotros a vuestras reales altezas
escribimos y contaremos aquí desde el principio que fue descubierta de esta tierra hasta el
estado en que al presente está, porque vuestras majestades sepan la tierra que es, la gente que la
posee y la manera de su vivir y el rito y ceremonias, secta o ley que tienen, y el feudo que en
ella vuestras reales altezas podrán hacer y de ella podrán recibir y de quién en ella vuestras
majestades han sido servidos, porque en todo vuestras reales altezas puedan hacer los que más
servidos serán; y la cierta y muy verdadera relación es en esta manera:
Puede haber dos años poco más o menos, muy esclarecidos príncipes, que en la ciudad de
Santiago, que es en la isla Fernandina donde nosotros hemos sido vecinos en los pueblos de ella,
se juntaron tres vecinos de la dicha isla, el uno de los cuales se dice Francisco Fernández de
Córdoba, el otro Lope Ochoa de Caicedo, y el otro Cristóbal Morante, y como es costumbre en
estas islas que en nombre de vuestras majestades están pobladas de españoles, de ir por indios a
las islas que no están pobladas de españoles para servir de ellos, envían los susodichos dos
navíos y un bergantín para que de las dichas islas trajesen indios a la dicha isla Fernandina para
servir de ellos, y creemos, porque aún no lo sabemos de cierto, que el dicho Diego Velázquez,
teniente de almirante tenía la cuarta parte de la dicha armada. Y el uno de los dichos armadores
fue por capitán de la armada, llamado Francisco Fernández de Córdoba, y llevó por piloto a un
Ant6n de Alaminos, vecinos de la villa de Palos. Y a este Antón de Alaminos trajimos nosotros
ahora también por piloto, y lo enviamos a vuestras reales altezas para que de él vuestras
majestades puedan ser informados.
Y siguiendo en viaje fueron a dar a la dicha tierra intitulada de Yucatán, a la punta de ella, que
estará sesenta o setenta leguas de la dicha isla Fernandina de esta tierra de la Rica Villa de la
Vera Cruz, donde nosotros en nombre de vuestras reales altezas estamos, en la cual saltó en un
pueblo que se dice Campeche, donde al señor de él pusieron por nombre Lázaro, y allí le dieron
dos mazorcas con una tela de oro por cama, y otras casillas de oro. Y porque los naturales de la
dicha tierra no los consintieron estar en el pueblo y tierra, se partieron de allá y se fue la costa
abajo hasta diez leguas, donde tomó a saltar en tierra junto a otro pueblo que se llama
Nochopobón y el señor de él Champotón; y allí fueron bien recibidos de los naturales de la
tierra, mas no los consintieron entrar en su pueblo y aquella noche durmieron los españoles
fuera de las naos en tierra; y viendo esto los naturales de aquella tierra, pelearon otro día en la
mañana con ellos, en tal manera que murieron veinte y seis españoles y fueron heridos todos los
otros. Finalmente, viendo el capitán Francisco Fernández de Córdoba esto, escapó con los que le
quedaron a acogerse a las naos.
Viendo pues el dicho capitán cómo le habían muerto más de la cuarta parte de su gente y que
todos los que le quedaban estaban heridos, y que él mismo tenía treinta y tantas heridas y que
estaba casi muerto que pensaría escaparse, se volvió con los dichos navíos y gente a la isla
Fernandina donde hicieron saber al dicho Diego Velázquez cómo habían hallado una tierra muy
rica de oro, porque a todos los naturales de ella los habían visto traer puesto adellos en las
narices, adellos en las orejas y en otras partes, y que en la dicha tierra había edificios de cal y
canto y mucha cantidad de otras cosas que de la dicha tierra publicaron, de mucha
administración y riquezas, y dijéronle que si él podía enviar navíos a rescatar oro, que había
mucha cantidad de ello.
Sabido esto por el dicho Diego Velázquez, movido más a codicia que a otro celo, despachó
luego a un su procurador a la isla Española con cierta relación que hizo a los reverendos padres
de San Jerónimo, que en ella residían por gobernadores de estas Indias, para que en nombre de
vuestras majestades le diesen licencia, por los poderes que de vuestras altezas tenían, para que
pudiese enviar a bojar la dicha tierra, diciéndoles que en ello haría gran servicio a vuestras
majestades, con tal que le diesen licencia para que rescatase con los naturales de ella, oro y
perlas y piedras preciosas y otras cosas, lo cual todo fuese suyo pagando el quinto a vuestras
majestades, lo cual por los dichos reverendos padres gobernadores Jerónimos le fue concedido,
así porque hizo relación que él había descubierto la dicha tierra a su costa, como por saber el
secreto de ella y proveer como al servicio de vuestras reales altezas conviniese. Y por otra parte,
sin lo saber aquí los dichos padres Jerónimos, envió a un Gonzalo de Guzmán con su poder y
con la dicha relación a vuestras altezas reales, diciendo que él había descubierto aquella tierra a
su costa, en lo cual a vuestras majestades había hecho servicio, y que la quería conquistar a su
costa, y suplicando a vuestras reales altezas lo hicieran adelantado y gobernador de ella y ciertas
mercedes que allende de esto pedía, como vuestras majestades habrán ya visto por su relación, y
por esto no las expresamos aquí.
En este medio tiempo como le vino la licencia que en nombre de vuestras majestades le dieron
los reverendos padres gobernadores de la orden de San Jerónimo, dióse prisa en armar tres
navíos y un bergantín, porque si vuestras majestades no fuesen servidos de le conceder lo que
con Gonzalo de Guzmán les había enviado a pedir lo hubiese ya enviado con la licencia de los
dichos padres Jerónimos; y armados, envió por capitán de ellos a un deudo suyo que se dice
Juan de Grijalba y con él a ciento y sesenta hombres de los vecinos de la dicha isla, entre los
cuales venimos algunos de nosotros por capitanes, por servir a vuestras reales altezas. Y no sólo
venimos y vinieron los de la dicha armada aventurando nuestras personas, más aún casi todos
los bastimentos de la dicha armada pusieron y pusimos de nuestras casas, así en lo cual
gastamos y gastaron asaz parte de sus haciendas. Y fue por piloto de la dicha armada el dicho
Antón de Alaminos, que primero había descubierto la dicha tierra cuando fue con Francisco
Fernández de Córdoba. Y para hacer este viaje tomaron susodicha derrota, que antes que a la
dicha tierra viniesen descubrieron una isla pequeña que bajaba hasta treinta leguas que está por
la parte del sur de la dicha tierra, la cual es llamada Cozumel, y llegaron en la dicha isla a un
pueblo que pusieron por nombre San Juan de Porta Latina y a la dicha isla llamaron Santa Cruz.
En el primer día que allí llegaron salieron a verlos hasta ciento y cincuenta personas de los
indios de dicho pueblo; y otro día siguiente, según pareció, dejó el pueblo los dichos indios y
acogiéronse al monte, y como el capitán tuviese necesidad de agua, hízose a la vela para la ir a
tomar a otra parte. El mismo día, y yendo su viaje, acordóse de volver al dicho puerto e isla de
Santa Cruz, y surgió allí, y saltando en tierra, halló el pueblo sin gente como si nunca fuese
poblado; y tomada su agua se tornó a sus naos sin calar la tierra ni saber el secreto de ella, lo
que no debieran hacer, pues fuera menester que la calara y supiera para hacer verdadera relación
a vuestras reales altezas de lo que era aquella isla. Y alzando velas, se fue y prosiguió su viaje
hasta llegar a la tierra que Francisco Fernández de Córdoba había descubierto, a donde iba para
la bojar y hacer su rescate, y llegados allá anduvieron por la costa de ella del sur hacia el
poniente hasta llegar a una bahía a la cual el dicho capitán Grijalba y piloto mayor Antón de
Alaminos pusieron por nombre Bahía de la Asunción, que según opinión de pilotos, es muy
cerca de la punta de Las Veras, que es la tierra que Vicente Yáñez Pinzón descubrió y apuntó.
La parte y mitad de aquella bahía, la cual es muy grande, se cree que pasa a la Mar del Norte.
Desde allá se volvieron por la dicha costa por donde habían ido hasta doblar la punta de la dicha
tierra, y por la parte del norte de ella navegaron hasta llegar al dicho puerto Campeche, que el
señor de él se llama Lázaro, donde había llegado el dicho Francisco Fernández de Córdoba para
hacer su rescate que por el dicho Diego Velázquez le era mandado, como por la mucha
necesidad que tenían de tomar agua. Y luego que los vieron venir los naturales de la tierra se
pusieron en manera de batalla fuera de su pueblo para los defender la entrada, y el capitán los
llamó con una lengua e intérprete que llevaba y vinieron ciertos indios a los cuales hizo entender
que él no venía sino a rescatar con ellos de lo que tuvieran y a tomar aguaje, y así se fue con
ellos hasta un jagüey de agua que estaba junto a su pueblo y allí comenzó a tomar su agua y a
les decir con el dicho faraute que les dieran oro y les darían de las preseas que llevaban. Y los
indios, desde que aquello vieron, como no tenían oro que le dar dijéronle que se fuesen, y él les
rogó les dejasen tomar su agua y que luego se irían, y con todo eso no se pudo de ellos defender
sin que otro día de mañana a hora de misa los indios no comenzasen a pelear con ellos, con sus
arcos y flechas y lanzas y rodelas por manera que mataron a un español e hirieron al dicho
capitán Grijalba y a otros muchos, y aquella tarde se embarcaron en las carabelas con su gente
sin entrar en el pueblo de los dichos indios y sin saber cosa de que a vuestras reales majestades
verdadera relación se pudiese hacer.
Y de alll se fueron por la dicha costa. Así llegaron a un río al cual pusieron por nombre el río de
Grijalba, y surgió en él casi a hora de vísperas; y otro día de mañana se pusieron de la una y de
la otra parte del río gran número de indios y gente de guerra, con sus arcos y flechas y lanzas y
rodelas para defender la entrada en su tierra, y según pareció a algunas personas creían contar
cinco mil indios. Como el capitán esto vio, no saltó a tierra nadie de los navíos, sino desde los
nav{os les habló con las lenguas y farautes que traía, rogándoles que se llegasen más cerca para
que les pudiese decir la causa de su venida; y entraron veinte indios en una canoa y vinieron
muy recatados y acercáronse a los navíos, y el capitán Grijalba les dijo y dio a entender por
aquel intérprete que llevaba, cómo él no venia sino a rescatar, y que quería ser amigo de ellos, y
que le trajesen oro de lo que tenían y que él les daría las preseas que llevaba. Así lo hicieron el
día siguiente, trayéndole ciertas joyas de oro sotiles, y el dicho capitán les dio de su rescate lo
que le pareció y ellos se volvieron a su pueblo. Y el dicho capitán estuvo allá aquel día, y otro
día siguiente se hizo a la vela y sin saber más secreto alguno de aquella tierra, y bajaron hasta
llegar a una bahía, a la cual pusieron por nombre la bahía de San Juan, y allí saltó el capitán en
tierra con cierta gente, en unos arenales despoblados.
Y como los naturales de la tierra habían visto que aquellos navíos venían por la costa, acudieron
allí, con los cuales él habló con sus intérpretes y sacó una mesa en que puso ciertas preseas,
haciéndoles entender cómo venían a rescatar y a ser sus amigos; y como esto vieron y
entendieron los indios comenzaron a traer piezas de ropa y algunas joyas de oro, las cuales
rescataron con el dicho capitán, y desde allí despachó y envió el dicho capitán Grijalba a Diego
Velázquez la una de las dichas carabelas con todo lo que hasta entonces habían rescatado. Y
partida la dicha carabela para la isla Fernandina a donde estaba Diego Velázquez, se fue el
dicho capitán Grijalba por la costa abajo con los navíos que le quedaron y anduvo por ella hasta
cuarenta y cinco leguas sin saltar en tierra ni ver cosa alguna, excepto aquello que desde la mar
se parecía, y desde allí se comenzó a volver para la isla Fernandina, y nunca más vio cosa
alguna de aquella tierra que de contar fuese, por lo cual vuestras reales altezas pueden creer que
todas las relaciones que de esta tierra se les han hecho no han podido ser ciertas, pues no
supieron los secretos de ella más de lo que por sus voluntades han querido escribir.
Llegado a la isla Fernandina el dicho navío que el capitán Juan de Grijalba había despachado de
la bahía de San Juan, como Diego Velázquez vido el oro que llevaba y supo por las cartas de
Grijalba le escribía, las ropas y preseas que por ellas habían dado con rescate, parecióle que se
había rescatado poco, según las nuevas que le daban los que en la dicha carabela habían ido y el
deseo que él tenía de haber oro, y publicaba que no había ahorrado la costa que había hecho en
la dicha armada y que le pesaba y mostraba sentimiento por lo poco que el capitán Grijalba en
esta tierra había hecho. En verdad no tenía mucha razón de se quejar el dicho Diego Velázquez,
porque los gastos que él hizo en la dicha armada se le ahorraron con ciertas botas y toneles de
vino y con ciertas cajas y de camisas de presilla y con cierto rescate de cuentas que envió en la
dicha armada, porque acá se nos vendió el vino a cuatro pesos de oro, que son dos mil
maravedís la arroba, y la camisa de presilla se nos vendió a dos pesos de oro y el mazo de
cuentas verdes a dos pesos, por manera que ahorró con esto todo el gasto de su armada y aun
ganó dineros, y hacemos de esto tan particular relación a vuestras majestades porque sepan que
las armadas que hasta aquí ha hecho el Diego Velázquez han sido tanto de trato de mercaderías
como de armador, y con nuestras personas y gastos de nuestras haciendas; y aunque hemos
padecido infinitos trabajos, hemos servido a vuestras reales altezas y serviremos hasta tanto que
la vida nos dure.
Estando el dicho Diego Velázquez con este enojo del poco oro que le habían llevado, teniendo
deseo de haber más, acordó sin lo decir ni hacer saber a los padres gobernadores Jerónimos, de
hacer una armada, y volver a enviar a buscar al dicho capitán Juan de Grijalba su pariente. Y
para lo hacer a menos costa suya, habló con Fernando Cortés, vecino y alcalde de la ciudad de
Santiago por vuestras majestades, y díjole que armaran ambos a dos hasta ocho o diez navíos,
porque a la sazón el dicho Fernando Cortés tenía mejor aparejo que otra persona alguna de la
dicha isla, por tener entonces tres navíos suyos propios y dineros para poder gastar, y porque era
bien quisto en la dicha isla. Y que con él se creía que querría venir mucha más gente que con
otro, como vino. Y visto por el dicho Fernando Cortés lo que Diego Velázquez le decía, movido
con celo de servir a vuestras reales altezas, propuso de gastar todo cuanto tenía en hacer aquella
armada, casi las dos partes de ella a su costa, así en navíos como en bastimentos, de más y
allende de repartir sus dineros por las personas que habían de ir en la dicha armada, que tenían
necesidad para se proveer de cosas necesarias para el viaje.
Hecha y ordenada la dicha armada, nombró en nombre de vuestras majestades, el dicho Diego
Velázquez al dicho Fernando Cortés por capitán de ella para que veniese a esta tierra a rescatar
y hacer lo que Grijalba no había hecho, y todo el concierto de la dicha armada se hizo a
voluntad del dicho Diego Velázquez, aunque no puso ni gastó él más de la tercia parte de ella,
según vuestras reales altezas podrán mandar ver por las instrucciones y poder que el dicho
Fernando Cortés recibió de Diego Velázquez en nombre de vuestras majestades, las cuales
enviamos ahora con estos nuestros procuradores a vuestras altezas. Y sepan vuestras majestades
que la mayor parte de la dicha tercia parte que el dicho Diego Velázquez gastó en hacer la dicha
armada fue en emplear sus dineros en vinos y en ropas y en otras cosas de poco valor para nos
lo vender acá en mucha más cantidad de lo que a él le costó, por manera que podemos decir que
entre nosotros los españoles, vasallos de vuestras reales altezas, hace Diego Velázquez su
rescate y granjea sus dineros cobrándolos muy bien.
Acabada de hacer la dicha armada, se partió de la dicha isla Fernandína el dicho capitán de
vuestras reales altezas, Fernando Cortés, para seguir su viaje con diez carabelas y cuatrocientos
hombres de guerra, entre los cuales vinieron muchos caballeros e hidalgos y dieciséis de
caballo. Y prosiguiendo el viaje, a la primera tierra que llegaron fue a la isla Cozumel, que
ahora se dice de Santa Cruz, como arriba hemos dicho, en el puerto de San Juan de Porta Latina;
saltando en tierra se halló el pueblo que allí hay, despoblado sin gente, como si nunca hubiera
sido habitado de persona alguna. Y deseando el dicho capitán Fernando Cortés saber cuál era la
causa de estar despoblado aquel lugar, hizo salir a la gente de los navíos, y aposentáronse en
aquel pueblo; y estando allí con su gente, supo de tres indios que se tomaron en una canoa en la
mar, que se pasaban a la isla de Yucatán, que los caciques de aquella isla, visto cómo los
españoles habían aportado allí, habían dejado los pueblos, y con todos sus indios se habían ido a
los montes por temor de los españoles, por no saber con qué intención y voluntad venían con
aquellas naos. Y el dicho Fernando Cortés hablándoles por medio de una lengua o faraute que
llevaba, les dijo que no iban a hacerles mal ni daño alguno, sino para les amonestar y atraer para
que viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica y para que fuesen vasallos de vuestras
majestades y les sirviesen y obedeciesen como lo hacen todos los indios y gente de estas partes
que están pobladas de españoles, vasallos de vuestras reales altezas. Asegurándolos el dicho
capitán por esta manera, perdieron mucha parte del temor que tenían y dijeron que ellos querían
ir a llamar a los caciques que estaban la tierra adentro en los montes, y luego el dicho capitán les
dio una su carta para que los dichos caciques vinieran seguros. Y así se fueron con ella dándoles
el capitán término de cinco días para volver; pues como el capitán estuviese allí aguardando la
respuesta que los dichos indios le habían de traer y hubiesen ya pasado otros tres o cuatro días
más de los cinco que llevaron de licencia, y viese que no venían, determinó por que aquella isla
no se despoblase de enviar por la costa de ella otra gente.
Y envió dos capitanes con hasta ciento hombres, y mandóles que el uno fuese a la una punta de
la dicha isla, y el otro a la otra, y que hablasen a los caciques que topasen, y les dijesen cómo él
los estaba esperando en aquel pueblo y puerto de San Juan de Porta Latina para les hablar de
parte de vuestras majestades, y que les rogasen y atrajesen como mejor pudiesen para que
quisiesen venir al dicho puerto de San Juan, y que no les hiciesen mal alguno en sus personas ni
casas ni haciendEs, porque no se alterasen ni alejasen más de lo que estaban. Y fueron los
dichos dos capitanes como el capitán Fernando Cortés los mandó; y volviendo de allí a cuatro
días dijeron que todos los pueblos que habían topado estaban vacíos, y trajeron consigo hasta
diez o doce personas que pudieron haber, entre los cuales venía un indio principal al que le
habló el dicho capitán Fernando Cortés de parte de vuestras altezas con la lengua e intérprete
que traía, y le dijo que fueran a llamar a los otros caciques porque él no se había de partir en
ninguna manera de esa dicha isla sin los ver y hablar; y dijo que así lo haría, y así se partió con
su carta para los otros caciques, y de allí a dos días vino con él el principal y le dijo que era
señor de la isla y que venía a ver qué era lo que quería.
El capitán le habló con el intérprete, y le dijo que él no quería ni venía a les hacer mal alguno,
sino a les decir que viniesen al conocimiento de nuestra santa fe, y que supieran que teníamos
por señores a los mayores príncipes del mundo, y que éstos obedecían a un mayor príncipe de
él, y que lo que el dicho capitán Fernando Cortés les dijo que queda de ellos, no era otra cosa
sino que los caciques e indios de aquella isla obedecieran también a vuestras altezas, y que
haciéndolo así, serían muy favorecidos, y que haciendo esto no habría quién los enojase. Y el
dicho cacique respondió que era contento de lo hacer así, y envió luego a llamar a todos los
principales de la dicha isla, los cuales vinieron, y venidos holgaron mucho de todo lo que el
dicho capitán Fernando Cortés había hablado a aquel cacique, señor de la isla. Y así los mandó
volver y volvieron muy contentos, y en tanta manera se aseguraron que de allí a pocos días
estaban los pueblos tan llenos de gente y tan poblados como antes, y andaban entre nosotros
todos aquellos indios con tan poco temor, como si mucho tiempo hubieran tenido conversación
con nosotros.
En este medio tiempo supo el capitán que unos españoles estaban siete años había cautivos en el
Yucatán, en poder de ciertos caciques, los cuales se habían perdido en una carabela que dio al
través en los bajos de Jamaica, la cual venía de Tierra Firme, y que ellos se escaparon en una
barca de aquella carabela saliendo a aquella tierra, y desde entonces los tenían allí cautivos y
presos los indios; y también traía aviso de ello el dicho capitán Fernando Cortés, cuando partió
de la dicha isla Fernandina para saber de estos españoles y como aquí supo nuevas de ellos y la
tierra donde estaban, le pareció que haría mucho servicio a Dios y a vuestra majestad en trabajar
que saliesen de la prisión y cautiverio en que estaban, y luego quisiera ir con toda la flota con su
persona a los redemir, si no fuera porque los pilotos le dijeron que en ninguna manera lo hiciese,
porque sería causa que la flota y gente que en ella iba se perdiese, a causa de ser la costa muy
brava como lo es, y no haber en ella puerto ni parte donde pudiese surgir con los dichos navíos;
y por esto lo dejó y proveyó luego con enviar con ciertos indios en una canoa, los cuales le
habían dicho que sabían quién era el cacique con quien los dichos españoles estaban, y les
escribió como si él dejaba de ir en persona con su armada para los librar, no era sino por ser
mala y brava la costa para surgir, pero que les rogaba que trabajasen de se soltar e huir en
algunas canoas, y que ellos los esperarían allí en la isla de Santa Cruz.
Tres días después que el dicho capitán despachó a aquellos indios con sus cartas, no le
pareciendo que estaba muy satisfecho, creyendo que aquellos indios no lo sabrían hacer tan bien
como él lo deseaba, acordó de enviar, y envió, dos bergantines y un batel con cuarenta
españoles de su armada a la dicha costa para que tomasen y recogiesen a los españoles cautivos
si allí acudiesen, y envió con ellos otros tres indios para que saltasen en tierra y fuesen a buscar
y llamar a los españoles presos con otra carta suya, y llegados estos dos bergantines y batel a la
costa donde iban, echaron a tierra los tres indios, y enviáronlos a buscar a los españoles como el
capitán les había mandado, y estuviéronlos esperando en la dicha costa seis días con mucho
trabajo, que casi se hubieran perdido y dado al través en la dicha costa por ser tan brava allí la
mar según los pilotos habían dicho.
Y visto que no venían los españoles cautivos ni los indios que a buscarlos habían ido, acordaron
de se volver a donde el dicho capitán Fernando Cortés los estaba aguardando en la isla de Santa
Cruz, y llegados a la isla, como el capitán supo el mal recado que traían, recibió mucha pena, y
luego otro día propuso de embarcarse con toda determinación de ir y llegar a aquella tierra,
aunque toda la flota se perdiese, y también por se certificar si era verdad lo que el capitán Juan
de Grijalba había enviado a decir a la isla Fernandina, diciendo que era burla que nunca a
aquella costa habían llegado ni se habían perdido aquellos españoles que se decían estar
cautivos.
Y estando con este propósito el capitán, embarcando ya toda la gente, que no faltaba de se
embarcar salvo su persona con otros veinte españoles que con él estaban en tierra, y haciéndoles
el tiempo muy bueno y conforme a su propósito para salir del puerto, se levantó a deshora un
viento contrario con unos aguaceros muy contrarios para salir, en tanta manera que los pilotos
dijeron al capitán que no se embarcaran porque el tiempo era muy contrario para salir del
puerto, y visto esto, el capitán mandó desembarcar toda la otra gente de la armada, y a otro día a
mediodía vieron venir una canoa a la vela hacia la dicha isla. Y llegada donde nosotros
estábamos, vimos cómo venia en ella uno de los españoles cautivos que se llama Jerónimo de
Aguilar, el cual nos contó la manera como se había perdido y el tiempo que había que estaba en
aquel cautiverio, que es como arriba vuestras reales altezas hemos hecho relación. Y túvose
entre nosotros aquella contrariedad de tiempo que sucedió de improviso, como es verdad, por
muy gran misterio y milagro de Dios, por donde se cree que ninguna cosa se comienza que en
servicio de vuestras majestades sea que pueda suceder sino en bien. De este Gerónimo de
Aguilar fuimos informados que los otros españoles que con él se perdieron en aquella carabela
que dio al través, estaban muy derramados por la tierra, la cual nos dijo que era muy grande y
que era imposible poderlos recoger sin estar y gastar mucho tiempo en ello.
Pues como el capitán Fernando Cortés viese que se iban acabando los bastimentos de la armada,
y que la gente padecería mucha necesidad de hambre sí dilatase y esperase allí más tiempo, y
que no habría efecto el propósito de su viaje, y determínó, con parecer de los que en su
compañía venían, de se partir; y luego se partió dejando aquella isla de Cozumel, que ahora se
llama de Santa Cruz, muy pacífica, y en tanta manera, que si fuera para ser poblador de ella,
pudieran con toda voluntad los indios de ella comenzar luego a servir; y los caciques quedaron
muy contentos y alegres por lo que de parte de vuestras reales altezas les había dicho el capitán,
y por les haber dado muchos atavíos para sus personas; y tenemos por cierto que todos los
españoles que de aquí adelante a la dicha isla vinieren serán también recibidos como si a otra
tierra de las que ha mucho tiempo que son pobladas llegasen. Es la dicha isla pequeña, y no hay
en ella río alguno ni arroyo, y toda el agua que los indios beben es de pozos, que en ella no hay
otra cosa sino peñas y piedras y artabucos y montes, y la granjería que los indios de ella tienen
es colmenares, y nuestros procuradores llevan a vuestras altezas la muestra de miel y cera de los
dichos colmenares para que la manden ver.
Sepan vuestras majestades que como el capitán reprendiese a los caciques de la dicha isla
diciéndoles que no viviesen más en la secta y gentilidad que tenían, pidieron que les diese ley en
que viviesen de allí adelante, y el dicho capitán los informó lo mejor que él supo en la fe
católica, y les dejó una cruz de palo puesta en una casa alta, y una imagen de nuestra señora la
Virgen María, y les dio a entender muy cumplidamente lo que debían hacer para ser buenos
cristianos; y ellos mostráronle que recibían todo de muy buena voluntad, y así quedaron muy
alegres y contentos.
Partidos de esta isla, fuimos a Yucatán, y por la banda del norte corrimos la tierra adelante hasta
llegar al río grande que se dice de Grijalba, que es, según a vuestras reales altezas hicimos
relación, adonde llegó el capitán Juan de Grijalba, pariente de Diego Velázquez. Es tan baja la
entrada de aquel río, que ningún navío de los grandes pudo en él entrar; mas como el dicho
capitán Fernando Cortés está tan inclinado al servicio de vuestra majestad y tenga voluntad de
les hacer verdadera relación de lo que en la tierra hay, propuso de no pasar más adelante hasta
saber el secreto de aquel río y pueblos que en la ribera de él están, por la gran fama que de
riqueza se decía que tenían, y así sacó toda la gente de su armada en los bergantines pequeños y
en las barcas, y subimos por el dicho río arriba hasta llegar a ver la tierra y pueblos de ella; y
como llegásemos al primero pueblo hallamos la gente de los indios de él puesta a la orilla del
agua, y el dicho capitán les habló con la lengua y faraute que llevábamos y con el dicho
Gerónimo de Aguilar que había, como dicho es de suso, estado cautivo en Yucatán, que
entendía muy bien y hablaba la lengua de aquella tierra, y les hizo entender como él no venía a
les hacer mal ni daño alguno, sino a les hablar de parte de vuestras majestades y que para esto
les rogaba nos dejasen y hubiesen por bien que saltásemos en tierra, porque no teníamos dónde
dormir aquella noche sino en la mar en aquellos bergantines y barcas en las cuales no cabíamos
aun de pies, porque para volver a nuestros navíos era muy tarde porque quedaban en alta mar.
Oído esto por los indios, respondiéronle que hablase desde allí lo que quisiese, y que no tratase
de saltar él ni su gente en tierra si no que le defenderían la entrada. Y luego en diciendo esto
comenzáronse a poner en orden para nos tirar flechas, amenazándonos y diciendo que nos
fuésemos de allí; y por ser este día muy tarde que casi era ya que se quería poner el sol, acordó
el capitán que nos fuésemos a unos arenales que estaban enfrente de aquel pueblo, y allí
saltamos en tierra y dormimos aquella noche.
Otro día de mañana luego siguiente vinieron a nosotros ciertos indios en una canoa, y trujeron
ciertas gallinas y un poco de maíz que habría para comer (No se especifica el número
de hombres, Nota de Chantal López y Omar Cortés), hombres en una comida, y dijéronnos que
tomásemos aquellos y que nos fuésemos de su tierra; y el capitán les habló con los intérpretes
que teníamos, y les dio a entender que en ninguna manera él se había de partir de aquella tierra
hasta saber el secreto de ella para poder escribir a vuestra majestad verdadera relación de ella, y
que les tomaba a rogar que no recibiesen pena de ello ni le defendiesen la entrada en el dicho
pueblo, pues que eran vasallos de vuestras reales altezas; y todavía respondieron diciendo que
no tratásemos de entrar en el dicho pueblo sino que nos fuésemos de su tierra, y así se fueron.
Después de idos, determinó el dicho capitán de ir allá, y mandó a un capitán de los que en su
compañía estaban que se fuese con doscientos hombres por un camino, que aquella noche que
en tierra estuvimos se halló que iba a aquel pueblo; y el dicho capitán Fernando Cortés se
embarcó con hasta ochenta hombres en las barcas y bergantines, y se fue a poner frontero del
pueblo para saltar en tierra si le dejasen; y como llegó halló los indios puestos de guerra
armados con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas, diciéndonos que nos fuésemos de su tierra,
si no queríamos guerra que comenzásemos luego, porque ellos eran hombres para defender su
pueblo. Y después de les haber requerido el dicho capitán tres veces, y pedídolo por testimonio
al escribano de vuestras reales altezas que consigo llevaba, diciéndoles que no quería guerra,
viendo que la determinada voluntad de los dichos indios era resistirle que no saltase en tierra, y
que comenzaban a flechar contra nosotros, mandó soltar los tiros de artillería que llevaba, y que
arremetiésemos a ellos, y soltados los tiros, al saltar, que la gente saltó en tierra, nos hirieron a
algunos, pero finalmente con la prisa que les dimos y con la gente que por las espaldas les dio,
de la nuestra que por el camino había ido, huyeron y dejaron al pueblo, y así lo tomamos y nos
aposentamos en la parte de él que más fuerte nos pareció.
Y a otro día siguiente, vinieron a hora de vísperas dos indios de parte de los caciques y trajeron
ciertas joyas de oro muy delgadas y de poco valor, y dijeron al capitán que ellos le traían
aquello por que se fuese y les dejase su tierra como antes solían estar, y que no les hiciese mal
ni daño; y el dicho capitán les respondió diciendo: que a lo que pedían de no les hacer mal ni
daño que él era contento, y a lo de dejarles la tierra dijo que supiesen que de allí adelante habían
de tener por señores a los mayores príncipes del mundo, y que habían de ser sus vasallos y les
habían de servir, y que haciendo esto vuestras majestades les harían muchas mercedes, y los
favorecerían y ampararían y defenderían de sus enemigos. Y ellos respondieron que eran
contentos de lo hacer así, pero todavía le requerían que les dejase su tierra, y así quedamos
todos amigos. Concertada esta amistad, les dijo el capitán que la gente española que allí
estábamos con él no teníamos qué comer, ni lo habíamos sacado de las naos, que les rogaba que
el tiempo que allí en tierra estuviésemos nos trajesen de comer; y ellos respondieron que otro
día traerían y así se fueron y tardaron aquel día y otro que no vinieron con ninguna comida, y de
esta causa estábamos todos con mucha necesidad de mantenimientos, y al tercer día pidieron
algunos españoles licencia al capitán para ir por las estancias de al derredor a buscar de comer;
y como el capitán viese que los indios no venían como habían quedado, envió cuatro capitanes
con más de doscientos hombres a buscar a la redonda del pueblo si hallarían algo de comer, y
andándolo buscando toparon con muchos indios y comenzaron luego a flecharlos en tal manera
que hirieron a veinte españoles, y si no fuera hecho de presto saber el capitán para que los
socorriese, como los socorrió, créese que mataran más de la mitad de los cristianos; y así nos
venimos y retrajimos todos a nuestro real, y fueron curados los heridos, y descansaron los que
habían peleado. Y viendo el capitán cuán mal los indios lo habían hecho, que en lugar de nos
traer de comer, como habían quedado, nos flechaban y hacían guerra, mandó sacar diez caballos
y yeguas de los que en las naos llevaban, y apercebir toda la gente, porque tenía pensamiento
que aquellos indios con el favor que el día pasado habían tomado, vendrían a dar sobre nosotros
al real con pensamiento de hacer daño; y estando así todos bien apercebidos, envió otro día
ciertos capitanes con trescientos hombres adonde el día pasado habían habido la batalla, a saber
si estaban allí los dichos indios o qué había sido de ellos. Y dende a poco envió otros dos
capitanes con la retaguardia con otros cien hombres y el dicho capitán Fernando Cortés se fue
con los diez de a caballo encubiertamente por un lado.
Yendo, pues, en esta orden, los delanteros toparon gran multitud de indios de guerra que venían
todos a dar sobre nosotros en el real, y si por caso aquel día no les hubiéramos salido a
recibirlos al camino, pudiera ser que nos pusieran en harto trabajo. Y como el capitán de la
artillería que iba delante, hiciese ciertos requerimientos por ante escribano a los dichos indios de
guerra que topó, dándoles a entender por los farautes y lenguas que allí iban con nosotros, que
no queríamos guerra sino paz y amor con ellos, no se curaron de responder con palabras sino
con flechas muy espesas que comenzaron a tirar; y estando así peleando los delanteros con los
indios llegaron los dos capitanes de la retaguardia, y habiendo dos horas que estaban peleando
todos con los indios, llegó el capitán Fernando Cortés con los de a caballo por la una parte del
monte por donde los indios comenzaron a cercar a los españoles a la redonda, y allí anduvo
peleando con los dichos indios una hora, y tanta era la multitud de indios, que ni los que estaban
peleando con la gente de a pie de los españoles veían a los de a caballo, ni sabían a qué parte
andaban, ni los mismos de a caballo entrando y saliendo en los indios se veían unos a otros; mas
de que los españoles sintieron a los de a caballo, arremetieron de golpe a ellos y luego fueron
los susodichos indios puestos en huida y siguiendo media legua el alcance visto por el capitán
cómo los indios iban huyendo y que no había más qué hacer, y que su gente estaba muy
cansada, mandó que todos se recogiesen a unas casas de unas estancias que allí había, y después
de recogidos se hallaron heridos veinte hombres, de los cuales ninguno murió, ni de los que
hirieron el día pasado.
Y así recogidos y curados los heridos nos volvimos al real, y trajimos con nosotros dos indios
que allí se tomaron, los cuales el dicho capitán mandó soltar, y envió con ellos sus cartas a los
caciques, diciéndoles que si quisiesen venir adonde él estaba, que les perdonaría el yerro que
habían hecho y que serían sus amigos. Y este mismo día en la tarde vinieron dos indios que
parecían principales, y dijeron que a ellos les pesaba mucho de lo pasado, y que aquellos
caciques les rogaban que les perdonasen, y que no les hiciese más daño de lo pasado, y que no
les matase más gente de la muerta, que fueron hasta doscientos veinte hombres los muertos, y
que lo pasado fuese pasado, y que dende adelante ellos querían ser vasallos de aquellos
príncipes que les decían, y que por tales se daban y tenían, y que quedaban y se obligaban de
servirles cada vez en nombre de vuestra majestad algo les mandasen; y así se asentaron y
quedaron hechas las paces. Y preguntó el capitán a los dichos indios por el intérprete que tenía,
que qué gente era la que en la batalla se había hallado, y respondiéronle que de ocho provincias
se habían juntado los que allí habían venido, y que según la cuenta y copia que ellos tenían,
serían por todos cuarenta mil hombres, y que hasta aquel número sabían ellos muy bien contar.
Crean vuestras reales altezas por cierto que esta batalla fue vencida más por voluntad de Dios
que por nuestras fuerzas, porque para cuarenta mil hombres de guerra poca defensa fuera
cuatrocientos que éramos nosotros.
Después de quedar todos muy amigos, nos dieron en cuatro o cinco días que allí estuvimos hasta
ciento y cuarenta pesos de oro entre todas piezas, y tan delgadas y tenidas de ellos en tanto, que
bien parece su tierra muy pobre de oro, porque de muy cierto se pensó que aquello poco que
tenían era traído de otras partes por rescate. La tierra es muy buena y muy abundosa de comida,
así de maíz como de fruta, pescado y otras cosas que ellos comen. Está asentado este pueblo en
la ribera del susodicho río por donde entramos, en un llano en el cual hay muchas estancias y
labranzas de las que ellos usan y tienen. Reprendióseles el mal que hacían en adorar ídolos y
dioses que ellos tienen, y hízoseles entender cómo habían de venir en conocimiento de nuestra
santa fe, y quedóles una cruz de madera grande puesta en alto, y quedaron muy contentos, y
dijeron que la tendrían en mucha veneración y la adorarían, quedando los dichos indios de esta
manera por nuestros amigos y por vasallos de vuestras reales altezas.
El dicho capitán Fernando Cortés se partió de allí prosiguiendo su viaje, y llegamos al puerto y
bahía que se dice San Juan, que es a donde el susodicho capitán Juan de Grijalba hizo el rescate
de que arriba a vuestra majestad estrecha relación se hace.
Luego que allí llegamos, los indios naturales de la tierra vinieron a saber qué carabelas eran
aquellas que habían venido, y porque el día que llegamos era muy tarde de casi noche, estúvose
quedo el capitán en las carabelas y mandó que nadie saltase a tierra. Y otro día de mañana saltó
a tierra el dicho capitán con mucha parte de la gente de su armada, y halló allí dos principales de
los indios, a los cuales dio ciertas preseas de vestir de su persona, y les habló con los intérpretes
y lenguas que llevábamos, dándoles a entender cómo él venía a estas partes por mandado de
vuestras reales altezas a les hablar y decir lo que habían de hacer que a su servicio convenía, y
que para esto les rogaba que luego fuesen a su pueblo, y que llamasen al dicho cacique o
caciques que allí hubiesen para que les viniese a hablar; y porque viniesen seguros les dio para
los caciques dos camisas, cintas de oro y dos jubones, uno de raso y otro de terciopelo, y sendas
gorras de grana y sendos pares de zaragüelles, y así se fueron con estas joyas a los dichos
caciques.
Y otro día siguiente, poco antes de mediodía, vino un cacique con ellos de aquel pueblo, al cual
el dicho capitán habló, y le hizo entender con los farautes que no venía a les hacer mal ni daño
alguno, sino a les hacer saber cómo habían de ser vasallos de vuestras majestades y le habían de
servir y dar lo que en su tierra tuviesen, como todos los que son, así lo hacen. Y respondió que
él era muy contento de lo ser y obedecer, y que le placía de le servir y tener por señores a tan
altos príncipes, como el capitán le había hecho entender que eran vuestras reales altezas. Y
luego el capitán le dijo que pues tan buena voluntad mostraba a su rey y señor, que él vería las
mercedes que vuestras majestades dende en adelante le harían. Diciéndole esto, le hizo vestir
una camisa de holanda, un sayón de terciopelo, y una cinta de oro, con lo cual el dicho cacique
fue muy contento y alegre, diciendo al capitán que él se quería ir a su tierra y que lo
esperásemos alli, y que otro día volvería y traería de lo que tuviese por que más enteramente
conociésemos la voluntad que del servicio de vuestras reales altezas tiene, y así se despidió y se
fue. Y a otro día adelante vino el dicho cacique como había quedado, e hizo tender una manta
blanca delante del capitán, y ofrecióle ciertas preciosas joyas de oro, poniéndolas sobre la
manta, de las cuales, y de otras que después se hubieron y hacemos particular relación a vuestras
majestades en un memorial que nuestros procuradores llevan.
Después de se haber despedido de nosotros el dicho cacique, y vuelto a su casa en mucha
conformidad, como en esta armada venimos personas nobles, caballeros hijosdalgo, celosos del
servicio de Nuestro Señor y de vuestras reales altezas, y deseosos de ensalzar su corona real, de
acrecentar sus señoríos y de aumentar sus rentas, nos juntamos y platicamos con el dicho
capitán Fernando Cortés diciendo que esta tierra era buena, y que según la muestra de oro que
aquel cacique había traído, se creía que debía de ser muy rica, y que según las muestras que el
dicho cacique había dado, era de creer que él y todos sus indios nos tenían muy buena voluntad;
por tanto, que nos parecía que nos convenía al servicio de vuestras majestades que en tal tierra
se hiciese lo que Diego Velázquez había mandado hacer al dicho capitán Fernando Cortés, y que
era rescatar todo el oro que pudiese, y rescatado, volverse con todo ello a la isla Fernandina para
gozar solamente de ello el dicho Diego Velázquez y el dicho capitán, y que lo mejor que a todos
nos parecía era que en nombre de vuestras reales altezas se poblase y fundase allí un pueblo en
que hubiese justicia, para que en esta tierra tuviesen señorío, como en sus reinos y señoríos lo
tienen, porque siendo esta tierra poblada de españoles, demás de acrecentar los reinos y señoríos
de vuestras majestades y sus rentas, nos podrían hacer mercedes a nosotros y a los pobladores
que de más allá viniesen adelante.
Y acordado esto nos juntamos todos, y acordes de un ánimo y voluntad, hicimos un
requerimiento al dicho capitán en el cual dijimos, que pues él veía cuanto al servicio de Dios
Nuestro Señor y al de vuestras majestades convenía que esta tierra estuviese poblada, dándole
las causas de que arriba a vuestras altezas se ha hecho relación, y le requerimos que luego
cesase de hacer rescates de la manera que los venía a hacer, porque sería destruir la tierra en
mucha manera, y vuestras majestades serían en ello muy deservidos, y que así mismo lo
pedíamos y requeríamos que luego nombrase para aquella villa que se había por nosotros de
hacer y fundar, alcaldes y regidores en nombre de vuestras reales altezas, con ciertas
protestaciones en forma que contra él protestásemos si así no lo hiciese.
Y hecho este requerimiento al dicho capitán, dijo que al día siguiente nos respondería; y viendo
pues el dicho capitán cómo convenía al servicio de vuestras reales altezas lo que le pedíamos,
luego otro día nos respondió diciendo que su voluntad estaba más inclinada al servicio de
vuestras majestades que a otra cosa alguna, y que no mirando al interese que a él se le siguiera si
prosiguiera en el rescate que traía presupuesto de rehacer, ni los grandes gastos que de su
hacienda había hecho en aquella armada juntamente con el dicho Diego Velázquez, antes
posponiéndolo todo, le placía y era contento de hacer lo que por nosotros le era pedido, pues
que tanto convenía al servicio de vuestras reales altezas. Y luego comenzó con gran diligencia a
poblar y a fundar una villa, a la cual puso por nombre la Rica Villa de la Veracruz y nombrónos
a los que la presente suscribimos, por alcaldes y regidores de la dicha villa, y en nombre de
vuestras reales altezas recibió de nosotros el juramento y solemnidad que en tal caso se
acostumbra y suele hacer.
Después de lo cual, otro día siguiente entramos en nuestro cabildo y ayuntamiento, y estando así
juntos enviamos a llamar al dicho capitán Fernando Cortés y le pedimos en nombre de vuestras
reales altezas que nos mostrase los poderes e instrucciones que el dicho Diego Velázquez le
había dado para venir a estas partes; el cual envió luego por ellos y nos los mostró, y vistos y
leídos y por nosotros bien examinados, según lo que pudimos mejor entender, hallamos a
nuestro parecer que por los dichos poderes e instrucciones no tenía más poder el dicho capitán
Fernando Cortés, y que por haber expirado ya no podía usar de justicia ni de capitán de allí
adelante.
Pareciéndonos, pues, muy excelentísimos príncipes, que para la pacificación y concordia dentre
nosotros y para nos gobernar bien, convenía poner una persona para su real servicio que
estuviese en nombre de vuestras majestades en la dicha villa y en estas partes por justicia mayor
y capitán y cabeza a quien todos acatásemos hasta hacer relación de ello a vuestras reales altezas
para que en ello proveyese lo que más servido fuesen, y visto que a ninguna persona se podría
dar mejor en dicho cargo que al dicho Fernando Cortés, porque demás de ser persona tal cual
para ello conviene, tiene muy gran celo y deseo del servicio de vuestras majestades, y asimismo
por la mucha experiencia que de estas partes e islas tiene, a causa de los oficios reales y cargos
que en ellas de vuestras reales altezas ha tenido, de los cuales ha siempre dado buena cuenta, y
por haber gastado todo cuanto tenía por venir como vino con esta armada en servicio de vuestras
majestades, y por haber tenido en poco, como hemos hecho relación, todo lo que podía ganar e
interese que se le podía seguir, si rescatara como tenía concertado, le proveímos en nombre de
vuestras reales altezas de justicia y alcalde mayor, del cual recibimos el juramento que en tal
caso se requiere, y hecho como convenía al Real servicio de vuestras majestades, lo recibimos
en su real nombre en nuestro ayuntamiento y cabildo por justicia mayor y capitán de vuestras
reales armas, y así está y estará hasta tanto que vuestras majestades provean lo que más a su
servicio convenga.
Hemos querido hacer de todo esto relación a vuestras reales altezas, por que sepan lo que acá se
ha hecho y el estado y manera en que quedamos.
Después de hecho lo susodicho, estando todos ayuntados en nuestro cabildo, acordamos de
escribir a vuestras majestades y les enviar todo el oro y plata y joyas que en esta tierra habemos
habido, de más y allende de la quinta parte que de sus rentas y derechos reales les pertenece, y
que con todo ello, por ser lo primero, sin quedar cosa alguna en nuestro poder, sirviésemos a
vuestras reales altezas mostrando en esto la mucha voluntad que a su servicio tenemos, como
hasta aquí lo habemos hecho con nuestras personas y haciendas; y acordado por nosotros esto,
elegimos por nuestros procuradores a Alonso Fernández Portocarrero y a Francisco de Montejo,
los cuales enviamos a vuestra majestad con todo ello, y para que de nuestra parte besen sus
reales manos, y en nuestro nombre y de esta villa y concejo supliquen a vuestras reales altezas
nos hagan merced de algunas cosas cumplideras al servicio de Dios y de vuestras majestades y
al bien público y común de la dicha villa, según más largamente llevan por las instrucciones que
les dimos.
A los cuales humildemente suplicamos a vuestras majestades con todo el acatamiento que
debemos, reciban y den sus reales manos para que de nuestra parte las besen, y todas las
mercedes que en nombre de este concejo y nuestro pidieren y suplicaren las concedan, porque
demás de hacer vuestra majestad servicio a Nuestro Señor en ello, esta villa y concejo
recibiremos muy señalada merced, como de cada día esperamos que vuestras reales altezas nos
han de hacer.
En un capítulo de esta carta dijimos de suso que haríamos a vuestras reales altezas relación para
que mejor vuestras majestades fuesen informados de las cosas de esta tierra y de la manera y
riquezas de ella y de la gente que la posee, y de la ley o secta, ritos y ceremonias en que viven.
En esta tierra, muy poderosos Señores, donde ahora en nombre de vuestras majestades estamos,
tiene cincuenta leguas de costa de la una parte y de la otra de este pueblo. Por la costa del mar es
toda llana, de muchos arenales que en algunas partes duran dos leguas y más. La tierra adentro y
fuera de los dichos arenales, es tierra muy llana y de muy hermosas vegas y riberas en ellas, y
tan hermosas que en toda España no pueden ser mejores, así de apacibles a la vista como de
fructíferas de cosas que en ellas siembran, y muy aparejadas y convenibles, y para andar por
ellas y se apacentar toda manera de ganado.
Hay en esta tierra todo género de caza y animales y aves conforme a los de nuestra naturaleza,
así como ciervos, corzos, gamos, lobos, zorros, perdices, palomas, tórtolas de dos o tres
maneras, codornices, liebres, conejos; por manera que en aves y animales no hay diferencia de
esta tierra a España; y hay leones y tigres. A cinco leguas de la mar por unas partes, y por otras
a menos, y por otras a más, va una gran cordillera de sierras muy hermosas, y algunas de ellas
son en gran manera muy altas, entre las cuales hay una que excede en mucha altura a todas las
otras, y de ella se ve y descubre gran parte de la mar y de la tierra, y es tan alta que si el día no
es bien claro no se puede divisar ni ver lo alto de ella, porque de la mitad arriba está todo
cubierto de nubes, y algunas veces, cuando hace muy claro el día, se ve por cima de las dichas
nubes, lo alto de ella, y está tan blanca que lo juzgamos por nieve, y aun los naturales de la
tierra nos dicen que es nieve, mas porque no lo hemos bien visto, aunque hemos llegado muy
cerca, y por ser esta región tan cálida no nos afirmamos si es nieve.
Trabajaremos de ver aquello y otras cosas de que tenemos noticia para que de ellas hacer ver a
vuestras reales altezas verdadera relación de las riquezas de oro y plata y piedras. Y juzgamos lo
que vuestras majestades podrán mandar juzgar, según la muestra que de todo ello a vuestras
reales altezas enviamos. A nuestro parecer se debe creer que hay en esta tierra tanto cuanto en
aquella donde se dice haber llevado Salomón el oro para el templo, mas como ha tan poco
tiempo que en ella entramos, no hemos podido ver más de hasta cinco leguas de tierra adentro
de la costa de la mar, y hasta diez o doce leguas de largo de tierra por las costas de una o de otra
parte que hemos andado desde que saltamos en tierra, aunque desde la mar mucho más se
parece y mucho más hemos visto viniendo navegando.
La gente de esta tierra que habita desde la isla de Cozumel y punta de Yucatán hasta donde
nosotros estamos, es una gente de mediana estatura, de cuerpos y gestos bien proporcionados,
excepto que en cada provincia se diferencian ellos mismos los gestos, unos horadándose las
orejas y poniéndose en ellas muy grandes y feas cosas, y otros horadándose las ternillas de las
narices hasta la boca y poniéndose en ellas unas ruedas de piedras muy grandes que parecen
espejos, y otros se horadan los bezos de la parte de abajo hasta los dientes, y cuelgan de ellos
unas grandes ruedas de piedra o de oro tan pesadas que les hacen traer los bezos caídos y
parecen muy disformes. Y los vestidos que traen son como de almaizales muy pintados; y los
hombres traen tapadas sus vergüenzas, y encima del cuerpo unas mantas muy delgadas y
pintadas a manera de alquiceles mariscos; y las mujeres y de la gente común traen unas mantas
muy pintadas desde la cintura hasta los pies, y otras que les cubren las tetas, y todo lo demás
traen descubierto. Y las mujeres principales andan vestidas de unas muy delgadas camisas de
algodón muy grandes, labradas y hechas a manera de roquetes.
Los mantenimientos que tienen es maíz y algunos ajís como los de las otras islas, y patata yuca,
así como la que comen en la isla de Cuba, y cómenla asada porque no hacen pan de ella, y
tienen sus pesquerías y cazas, y crían muchas gallinas como las de Tierra Firme, que son tan
grandes como pavos.
Hay algunos pueblos grandes y bien concertados. Las casas en las partes que alcanzan piedra
son de cal y canto, y los aposentos de ellas pequeños y bajos, muy amoriscados; y en las partes
adonde no alcanzan piedra, hácenlas de adobes y encálanlos por encima, y las coberturas de
encima son de paja. Hay casas de algunos principales muy frescas y de muchos aposentos,
porque nosotros habemos visto casas de cinco patios dentro de una sola casa, y sus aposentos
muy aconcertados, cada principal servido que ha de ser por sí. Tienen dentro sus pozos y
albercas de agua, y aposentos para esclavos y gentes de servicio, que tienen mucha. Y cada uno
de estos principales tienen a la entrada de sus casas, fuera de ella, un patio muy grande, y
algunos dos y tres y cuatro muy altos, con sus gradas para subir a ellos, y son muy bien hechos,
y con éstos tienen sus mezquitas y adoratorios, y andenes todo a la redonda muy ancho, y allí
tienen sus ídolos que adoran, de ellos de piedra y de ellos de barro y de ellos de palo, a los
cuales honran y sirven de tanta manera y con tantas ceremonias que en mucho papel no se
podría hacer de todo ello a vuestras reales altezas entera y particular relación.
Estas casas y mezquitas donde los tienen, son las mayores y mejores y más bien obradas y que
en los pueblos hay, y tiénenlas muy ataviadas con plumajes y paños muy labrados y con toda
manera de gentileza, y todos los días antes que obra alguna comienzan, queman en las dichas
mezquitas incienso y algunas veces sacrifican sus mismas personas, cortándose unos las lenguas
y otros las orejas, y otros acuchillándose el cuerpo con unas navajas. Toda la sangre que de ellos
corre la ofrecen a aquellos ídolos, echándola por todas las partes de aquellas mezquitas, y otras
veces echándola hacia el cielo y haciendo otras muchas maneras de ceremonias, por manera que
ninguna obra comienzan sin que primero hagan allí sacrificio. Y tienen otra cosa horrible y
abominable y digna de ser punida que hasta hoy no habíamos visto en ninguna parte, y es que
todas las veces que alguna cosa quieren pedir a sus ídolos para que más aceptasen su petición,
toman muchas niñas y niños y aun hombres y mujeres de mayor edad, y en presencia de
aquellos ídolos los abren vivos por los pechos y les sacan el corazón y las entrañas, y queman
las dichas entrañas y corazones delante de los ídolos, y ofreciéndoles en sacrificio aquel humo.
Esto habemos visto algunos de nosotros, y los que lo han visto dicen que es la más cruda y
espantosa cosa de ver que jamás han visto.
Hacen esto estos indios tan frecuentemente y tan a menudo, que según somos informados, y en
parte habemos visto por experiencia en lo poco que ha que en esta tierra estamos, no hay año en
que no maten y sacrifiquen cincuenta ánimas en cada mezquita. Esto se usa y tienen por
costumbre desde la isla de Cozumel hasta esta tierra donde estamos poblados. Y tengan vuestras
majestades por muy cierto que según la cantidad de la tierra nos parece ser grande, y las muchas
mezquitas que tienen, no hay año que, en lo que hasta ahora hemos descubierto y visto, no
maten y sacrifiquen de esta manera tres o cuatro mil ánimas. Vean vuestras reales majestades si
deben evitar tan gran mal y daño, y cierto sería Dios Nuestro Señor muy servido, si por mano de
vuestras reales altezas estas gentes fuesen introducidas e instruidas en nuestra muy santa fe
católica y conmutada la devoción, fe y esperanza que en estos sus ídolos tienen, en la divina
potencia de Dios; porque es cierto que si con tanta fe y fervor y diligencia a Dios sirviesen, ellos
harían muchos milagros. Es de creer que no sin causa Dios Nuestro Señor ha sido servido que se
descubriesen estas partes en nombre de vuestras reales altezas para que tan gran fruto y
merecimiento de Dios alcanzasen vuestras majestades, mandando informar y siendo por su
mano traídas a la fe estas gentes bárbaras, que según lo que de ellas hemos conocido, creemos
que habiendo lenguas y personas que les hiciesen entender la verdad de la fe y el error en que
están, muchos de ellos y aun todos, se apartarían muy brevemente de aquella errónea secta que
tienen, y vendrían al verdadero conocimiento, porque viven más política y razonablemente que
ninguna de las gentes que hasta hoy en estas partes se ha visto.
Querer decir a vuestra majestad todas las particularidades de esta tierra y gente de ella, podría
ser que en algo se errase la relación, porque muchas de ellas no se han visto más de por
informaciones de los naturales de ella, y por esto no nos entremetemos a decir más de aquello
que por muy cierto y verdadero a vuestras reales altezas podrán mandar tener de ello. Podrán
vuestras majestades si fueren servidos hacer por cosa verdadera relación a nuestro muy Santo
Padre para que en la conversión de esta gente se ponga diligencia y buena orden, pues que de
ello se espera sacar tan gran fruto, y también para que Su Santidad haya por bien y permita que
los malos y rebeldes, siendo primero amonestados, puedan ser punidos y castigados como
enemigos de nuestra santa fe católica, y será ocasión de castigo y espanto a los que fueren
rebeldes en venir en conocimiento de la verdad, y evitarse han tan grandes males y daños como
son los que en servicio del demonio hacen. Porque aun allende de lo que arriba hemos hecho
relación a vuestras majestades de los niños y hombres y mujeres que matan y ofrecen en sus
sacrificios, hemos sabido y sido informados de cierto que todos son sodomitas y usan aquel
abominable pecado. En todo suplicamos a vuestras majestades manden proveer como vieren qué
más conviene al servicio de Dios y de vuestras reales altezas, y cómo los que aquí en su servicio
estamos. seamos favorecidos y aprovechados.
Con estos nuestros procuradores que a vuestras reales altezas enviamos, entre otras cosas que en
nuestra instrucción llevan, es una, que de nuestra parte supliquen a vuestras majestades que en
ninguna manera den ni hagan merced en estas partes a Diego Velázquez, teniente de almirante
en la isla Fernandina, de adelantamiento ni gobernación perpetua, ni de otra manera, ni de
cargos de justicia, y si alguna se tuviere hecha la manden revocar, porque no conviene al
servicio de su corona real que el dicho Diego Velázquez ni otra persona alguna tenga señorío ni
merced otra alguna perpetua, ni de otra manera, salvo por cuanto fuere la voluntad de vuestras
majestades en esta tierra de vuestras reales altezas por ser como es a lo que ahora alcanzamos y
a lo que se espera muy rica. Y aun allende de no convenir al servicio de vuestras majestades que
el dicho Diego Velázquez sea proveído de oficio alguno, esperamos si lo fuese que los vasallos
de vuestras reales altezas que en esta tierra hemos comenzado a poblar y vivimos, seríamos muy
maltratados por él, porque creemos que lo que ahora se ha hecho en servicio de vuestras
majestades, en les enviar este servicio de oro y plata y joyas que les enviamos, que en esta tierra
hemos podido haber, no era su voluntad que así se hiciera según ha parecido claramente por
cuatro criados suyos que acá pasaron, los cuales desque vieron la voluntad que teníamos de lo
enviar todo como lo enviamos a vuestras reales altezas, publicaron y dijeron que fuera mejor
enviarlo a Diego Velázquez, y otras cosas que hablaron, perturbando que no se llevase a
vuestras majestades, por lo cual los mandamos prender y quedan presos para se hacer de ellos
justicia. Y después de hecha, se hará relación a vuestras majestades de lo que en ello
hiciéremos, y porque hemos visto que el dicho Diego Velázquez ha hecho y por la experiencia
que de ello tenemos, tenemos temor que si con cargo a esta tierra viniese nos trataría mal como
lo ha hecho en la isla Fernandina el tiempo que ha tenido cargo de la gobernación, no haciendo
justicia a nadie más de por su voluntad y contra quien a él se antojaba por enojo y pasión, y no
por justicia ni razón.
Y de esta manera ha destruido a muchos buenos trayéndolos a mucha pobreza, no les queriendo
dar indios con que puedan vivir, y tomándoselos todos para sí, y tomando él todo el oro que han
cogido sin les dar parte de ello, teniendo como tiene compañías desaforadas con todos los más
muy a su propósito y provecho. Y como sea gobernador y repartidor, con pensamiento y miedo
que los ha de destruir, no osan hacer más de lo que él quiere, y de esto no tienen vuestras
majestades noticia, ni se les ha hecho jamás relación de ello, porque los procuradores que a su
corte han ido de la dicha isla, son hechos por su mano y sus criados, y tiénelos bien contentos
dándoles indios a su voluntad, y los procuradores que van a él de las villas para negociar lo que
toca a las comunidades, cúmpleles hacer lo que él quiere, porque les da indios a su contento; y
cuando los tales procuradores vuelven a sus villas y les mandan dar cuenta de lo que ha hecho,
dicen y responden que no envíen personas pobres, porque por un cacique que Diego Velázquez
les da, hacen todo lo que él quiere, y porque los regidores y alcaldes que tienen indios no se los
quite el dicho Diego Velázquez, no osan hablar ni reprender a los procuradores que han hecho
lo que no debían, complaciendo a Diego Velázquez. Y para esto y para otras cosas tiene él muy
buenas mañas por donde vuestras altezas reales pueden ver que todas las relaciones que la isla
Fernandina por Diego Velázquez hiciese, y las mercedes que para él pide, son por los indios que
da a los procuradores y no porque las comunidades son de ello contentas ni tal cosa desean,
antes querrían que los tales procuradores fuesen castigados.
Y siendo a todos los vecinos y moradores de esta Villa de la Veracruz notorio lo susodicho, se
juntaron con el procurador de este Concejo y nos pidieron y requirieron por su requerimiento
firmado de sus nombres, que en su nombre de todos suplicásemos a vuestras majestades que no
proveyesen de los dichos cargos ni de alguno de ellos al dicho Diego Velázquez, antes le
mandasen tomar residencia y le quitasen el cargo que en la isla Fernandina tiene, pues que lo
susodicho, tomándole residencia se sabría que es verdad y muy notorio. Por lo cual a vuestra
majestad suplicamos manden dar un pesquisidor para que haga la pesquisa de todo esto de que
hemos hecho relación a vuestras reales altezas, así para la isla de Cuba como para otras partes,
porque le entendemos probar cosas por donde vuestras majestades vean si es justicia ni
conciencia que él tenga cargos reales en estas partes ni en las otras donde al presente reside.
Hanos asimismo pedido el procurador y vecinos y moradores de esta villa, en el dicho
pedimento, que en su nombre supliquemos a vuestra majestad que provean y manden dar su
cédula y provisión real para Fernando Cortés, capitán y justicia mayor de vuestras reales altezas,
para que él nos tenga en justicia y gobernación, hasta tanto que esta tierra esté conquistada y
pacífica, y por el tiempo que más a vuestra majestad pareciere y fuere servido, por conocer su
tal persona que conviene para ello; el cual pedimiento y requerimiento enviamos con estos
nuestros procuradores a vuestra majestad, y humildemente suplicamos a vuestras reales altezas
que así en esto como en todas las otras mercedes en nombre de este Concejo y villas les fueron
suplicadas por parte de los dichos procuradores, nos las hagan y manden conceder y que nos
tengan por sus muy leales vasallos como lo hemos sido y seremos siempre.
Y el oro y plata y joyas y rodelas y ropa que a vuestras reales altezas enviamos con los
procuradores, demás del quinto que a vuestra majestad pertenece, de que suplica Fernando
Cortés en este Concejo les hacen servicio, va en esta memoria firmada de los dichos
procuradores, como por ella vuestras reales altezas podrán ver.
De la Rica Villa de la Veracruz, a 10 de julio de 1519 años.
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