IGLESIAS
DEL
NUEVO
TESTAMENTO
Emilio Lospitao
http://restauromania.wordpress.com
Algunos aspectos
eclesiológicos que
algunos líderes de
las Iglesias de
Cristo deberían
conocer
“Saludad… a la iglesia que está en su casa”
2
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN.................................................................................... 3
I La iglesia en Jerusalén ............................................................. 6
II La iglesia en Antioquía .............................................................. 8
III El apostolado de la circuncisión ............................................... 14
IV El apostolado de la incircuncisión ............................................. 17
V Lecciones de un concilio .......................................................... 20
VI Restauración y exégesis bíblica ................................................ 24
CONCLUSIÓN ..................................................................................... 29
3
INTRODUCCIÓN
Estos “aspectos eclesiológicos que algunos líderes de las Iglesias de Cristo
deberían conocer” ya han sido publicados en ¡Restauromanía…? (2ª época).
Aquí, simplemente, los estamos reuniendo en un volumen con el objeto de que
el lector pueda seguir su lectura sin necesidad de abrir varios boletines.
Hemos aprovechado para hacer algunas correcciones de forma, como es lógico,
pero el fondo está íntegro tal como fue publicado en su día.
La cuestión de todo lo que aquí exponemos tiene como foco principal el
concepto de “la” iglesia primitiva que, en general, tienen la mayoría de los
líderes de las Iglesias de Cristo, desde que salen de los Centros de Formación
Teológica. Los alumnos terminan sus licenciaturas con esta noción sobre la
iglesia. Este concepto se suele expresar con una frase repetitiva en la
literatura del Movimiento de las Iglesias de Cristo: “somos la iglesia que fundó
Cristo en el año 33 d.C.”
Esta noción se deriva de la convicción axiomática de que la iglesia de la que
habla el Nuevo Testamento fue una comunidad homogénea, monocolor en la
forma y en el fondo, unánime en la doctrina y en la piedad. Este axioma, como
veremos en estos “aspectos eclesiológicos…”, parte de una idea teórica,
idealista y nostálgica. De ahí, el sueño de “restaurar” la Iglesia del Nuevo
Testamento. Pero, a la luz del testimonio de la escritura neotestamentaria, la
realidad de lo que fue el cristianismo primitivo, como fenómeno socio-religioso,
convierte a la pretendida “restauración” en un mito1 más de los muchos que
enseñamos en las Iglesias de Cristo.
La primera gran e incuestionable novedad que hallamos en el Nuevo
Testamento es que “la” Iglesia en realidad la formaban “dos” grupos muy
diferentes: uno judeocristiano y otro gentil. El primero (la iglesia primitiva),
que siguió practicando las “costumbres” judías (La Ley) y, el segundo, de
origen gentil, que no practicó nada de la Ley, salvo algunos preceptos de la
misma que los judeocristianos les impusieron (Hechos 15:28-29; 21:25).
Esta realidad cuestiona inequívocamente la noción de “una” Iglesia monocolor
y única, la cual suponemos que hay que “restaurar”. Si queremos de verdad
“restaurar” una iglesia apostólica, tenemos primero que determinar cuál de las
dos deseamos “restaurar”, si la de Jerusalén o la de Antioquía. A qué grupo
cristiano queremos seguir, a los del “evangelio de la circuncisión”, o a los del
“evangelio de la incircuncisión” (Gálatas 2:7-8), ambos coetáneos y legítimos.
Nunca, en mis primeros años de aprendizaje en la iglesia, escuché hablar de la
paradoja de “dos” iglesias apostólicas. Sí escuché del problema de los
“judaizantes”, pero esto es otra historia. Creemos que nunca sale más
fortalecida la fe y el compromiso cristiano que cuando investigamos sin
cortapisas y sin prejuicios. La verdad –dijo Jesús- nos hace libres. ¡Así pues,
sintámonos libres!
1 El lector puede bajar este tema en: http://restauromania.files.wordpress.com/2009/07/mitos1.pdf
4
A este “mirar para otro lado”, y pasar por alto estas dos diferentes
comunidades en el estudio del libro de los Hechos, hemos de sumarle otro
elemento no menos importante, que tiene que ver con la fuente misma: las
escrituras que forman el Nuevo Testamento. Es paradigmático el concepto de
“palabra de Dios” para referirse a la Escritura (tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento) como si éstas hubieran sido dictadas por Dios, “palabra
por palabra”, al margen del contexto histórico de los eventos así como de las
personas a través de los cuales Dios se ha revelado. Sabemos que en la mente
de muchos cristianos, entre ellos líderes y maestros de iglesias, conciben el
testimonio bíblico con esa categoría. Este concepto de “palabra de Dios”, como
se concibe en el marco del “fundamentalismo”, tiene su propio itinerario en el
tiempo, que está estrechamente relacionado con la historia del Canon de la
Escritura. Durante este itinerario (que duró casi cuatro siglos para el Nuevo
Testamento), las escrituras de Pablo, de Pedro… se convirtieron en “Escritura
Sagrada”. A partir de aquí, las palabras de Pablo, de Pedro… se han convertido
en “Palabra de Dios”, de manera aséptica, al margen de su propio contexto
histórico.
No estamos cuestionando la “revelación de Dios en la Historia”. Creemos en la
proposición del autor de la carta a los hebreos (Hebreos 1:1-2). Lo que
cuestionamos es el valor aséptico (sin contacto con la realidad histórica
profana) que se le otorgan a estos escritos, y el valor “extra histórico” (ajeno a
la historia) que se les da, como si Dios hubiera hablado desde el Olimpo
mirando al infinito. Creemos que la exégesis y la hermenéutica para tratar los
textos bíblicos no deben ser diferentes de los que se usan para cualquier otro
texto literario; es decir, su exégesis e interpretación debe contar con el
contexto social, político e institucional de la sociedad donde Dios se ha
revelado. Dios se ha revelado “en” la Historia, y sólo en este contexto histórico
tiene sentido su revelación.
La iglesia, como movimiento socio-religioso, se desarrolló y se institucionalizó
en el marco de una sociedad específica y concreta, y nada de ese entorno le
fue ajeno; al contrario: ese entorno le dio forma, sentir…; su estructura, su
organización y su desarrollo tienen como analogías las instituciones socio-
políticas de la sociedad que la vio nacer. Solo un detalle significativo: las
iglesias del Nuevo Testamento fueron “iglesias domésticas”, tenían como lugar
físico natural el hogar (la casa). La estructura social y organizativa de la iglesia
siguió la estructura y la organización de la “familia” (la casa) de la época del
Nuevo Testamento, que era patriarcal. Como en cualquier manual de
costumbres y organización de la época, las cartas apostólicas se remiten a los
tres códigos básicos que vertebraban la sociedad y la familia de aquella época:
relación amo-esclavo; relación hombre-mujer; y relación padre-hijos (Efesios
5:21-6:9; Colosenses 3:18-22; etc.). Pablo no está revelando nada nuevo, ya lo
escribieron antes otros, por ejemplo, Aristóteles (Rafael Aguirre, “Del
movimiento de Jesús a la iglesia cristiana” – Ensayo de exégesis sociológica del
cristianismo primitivo -2009).
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El estudio y la comprensión de la iglesia que encontramos en el Nuevo
Testamento pasan inexorablemente por el estudio y la comprensión de la
sociología de la época del Nuevo Testamento.
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I
LA IGLESIA
EN JERUSALÉN
1. Nacimiento de la iglesia
En la primera fiesta de pentecostés, posterior a la celebración de la pascua
en la que Jesús había instituido la “Santa Cena”, se manifestó el Espíritu
Santo sobre el grupo de discípulos que estaba reunido en el aposento alto
en Jerusalén (Hechos 1:12-26). Según se cree, corría el año 33 de la era
cristiana. Este suceso fue el punto de partida para la proclamación del
evangelio (Hechos 2). Como respuesta a este primer sermón predicado por
el apóstol Pedro, se convirtieron “como tres mil personas”. Durante aquellos
días, varios miles de personas más creyeron en la Buena Nueva (Hechos
4:4). De Jerusalén la noticia pasó a Samaria y a Galilea donde hubo más
conversiones (Hechos 9:31).
Durante un tiempo indefinido (por lo menos hasta el martirio de Esteban),
todas las personas convertidas al evangelio procedían del judaísmo. La
iglesia “primitiva” la componían exclusivamente personas judías.
2. Una iglesia teológicamente en germen
Contrario a lo que nos pueda parecer, el primer sermón de Pedro no sólo
fue dirigido a judíos: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel…”,
sino exclusivamente a los judíos: “porque para vosotros es la promesa, y
para vuestros hijos…” (Hechos 2:36-39).
De Hechos 10:1–11:18 se deduce que los líderes fundadores de la iglesia no
tuvieron al principio ninguna predisposición para predicar el evangelio a los
gentiles. Para anunciar el evangelio a un gentil (¿el primero?), Pedro tuvo
que ser previamente aleccionado tanto teológica como psicológicamente:
“Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o
acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún
hombre llame común o inmundo” (Hechos 10:28). ¿Cuánto tiempo pasó
desde el día de Pentecostés hasta este acontecimiento?
Los judíos cristianos que salieron de Jerusalén por causa de la persecución
desatada a raíz del martirio de Esteban “pasaron hasta Fenicia, Chipre y
Antioquía, no hablando a nadie sino sólo a los judíos” (Hechos 11:19).
De hecho, cuando Pedro, finalmente, se avino a predicar a un gentil, y esta
noticia llegó a Jerusalén, aquí disputaron con él “porque había entrado en
casa de hombres incircuncisos, y había comido con ellos” (Hechos 11:1-3).
7
Sólo después de que Pedro les explicara cómo sucedieron las cosas,
exclamaron: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios
arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18). Obviamente, hasta esa fecha
predicar a un gentil era un gesto contrario a los prejuicios étnicos y
religiosos del cristiano judío, ¡aun los Apóstoles! Lo cual plantea una
paradoja no exenta de otros problemas que aquí omitimos apuntar.
3. Perfil religioso de la iglesia en Jerusalén
La iglesia primitiva, la que había nacido en Jerusalén el día de pentecostés,
la única iglesia de Cristo existente hasta la predicación a los gentiles, estaba
compuesta por hombres y mujeres judíos.
Según los textos bíblicos, aparte de los sacrificios del templo que tipificaban
el sacrifico de Cristo en la cruz (Hebreos 9:11-14), esta iglesia primitiva
continuó practicando todos los rituales del levítico que tenían que ver con la
piedad religiosa judía.
Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración
(Hechos 3:1); Pablo continuó practicando los ritos y guardando las fiestas
judías (Hechos 18:18, 21; 20:16); los “millares de judíos” que habían
creído en Jerusalén “todos eran celosos por la ley” y este celo significaba
“andar ordenadamente” (Hechos 21:20-24). La expresión “millares” indica
que los “fieles de la circuncisión” no fueron algunos cristianos judíos
excéntricos y aislados, sino la multitud de creyentes, la iglesia toda,
incluidos los líderes, es decir, Jacobo y los ancianos (Hechos 21:17-20).
Esto ocurría al final del tercer viaje misionero de Pablo, sobre el año 58 ó 59
d.C., unos treinta años después del primer sermón cristiano.
Era tan importante para estos judíos cristianos (la iglesia primitiva) guardar
estas cosas, que la resolución del conflicto que se dirimió en el “concilio” de
Jerusalén, “impuso” a los gentiles cristianos guardar “ciertas” cosas de la
ley (Hechos 15:28-29).
De hecho, el conflicto que motivó dicho concilio fue la tensión que se había
originado entre los judíos cristianos y los gentiles cristianos al aceptar éstos
el evangelio, pues mientras que los cristianos gentiles no guardaban ningún
precepto de la ley, los judíos cristianos seguían fieles a la misma ¡incluida la
circuncisión!
¡Y así era la iglesia primitiva del año 33 d.C.!
8
II
LA IGLESIA
EN ANTIOQUÍA DE SIRIA
1. Nacimiento de la iglesia
Aun cuando el primer gran bum misionero fue sin duda el ocurrido el día de
Pentecostés, en Jerusalén, con tres mil almas obedientes al evangelio
(algún tiempo después, varios miles más se unieron al movimiento
cristiano), no obstante, la primera misión entre los gentiles (aparte del
centurión romano – Hechos 10) fue llevada a cabo por discípulos (judíos
helenistas) procedentes “de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron
en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del
Señor Jesús” (Hechos 11:19-20). Estos “evangelistas” habían salido de
Jerusalén huyendo de la persecución que hubo con motivo de Esteban
(Hechos 8:4; 11:19). Sin duda, el hecho de ser judíos de la diáspora, con
una mentalidad posiblemente más abierta, facilitó el acceso a los gentiles
para hablarles de Jesús el Cristo. El resultado de hablar la palabra también
a los griegos fue que: “la mano del Señor estaba con ellos, y gran número
creyó y se convirtió al Señor” (Hechos 11:21). Lucas resume este evento
misionero diciendo: “Y una gran multitud fue agregada al Señor” (Hechos
11:24b). ¡Había nacido la primera iglesia de origen gentil!
Si la iglesia de Jerusalén fue la iglesia “madre” entre los judíos, la iglesia de
Antioquía se convirtió en la iglesia “madre” entre los gentiles. Pero la iglesia
“primitiva” propiamente dicha fue la iglesia de Jerusalén, donde nació el
movimiento cristiano.
2. Pablo y la iglesia en Antioquía
La noticia del nacimiento de esta iglesia entre los griegos llegó pronto a
Jerusalén cuyos líderes (los Apóstoles – Hechos 8:1) enviaron a Bernabé, el
cual enseguida percibió la importancia de lo que estaba ocurriendo en la
tercera ciudad del Imperio. Así pues, sin demora, Bernabé se dirigió a Tarso
en busca de Pablo, y vueltos ambos a Antioquía “permanecieron allí todo un
año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente” (Hechos 11:22-26). Pablo
no fundó esta iglesia (tampoco Pedro), pero fue una pieza fundamental para
su crecimiento y su visión misionera (Hechos 13:1-3). Después de su
primer viaje misionero, Pablo y Bernabé “continuaron en Antioquía,
enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros
muchos” (Hechos 15:35). Después del segundo viaje misionero, el Apóstol
todavía estuvo en esta ciudad “algún tiempo” (Hechos 18:23). Este “algún
tiempo” fue la última vez que Pablo estuvo en Antioquía, pues finalizando el
9
tercero y último viaje misionero, y deseando ir directamente a Jerusalén
para estar allí en la fiesta de Pentecostés (Hechos 20:16), se cumplieron las
advertencias proféticas que durante su viaje se le fue anunciando: su
apresamiento en Jerusalén (Hechos 21:4, 10-11). Desde Jerusalén (tras
una estancia de dos años de cautividad en Cesarea –Hechos 23:23-35;
24:27), Pablo fue llevado a Roma para comparecer ante César, a quien el
Apóstol había apelado (Hechos 25:10-12).
3. Antioquía de Siria, sede de la más grande empresa misionera del
tiempo apostólico.
La iglesia de Antioquía de Siria, primera iglesia entre los gentiles, se
convirtió en el “cuartel general” de los tres viajes misioneros del apóstol
Pablo (Hechos 13:1-3; 15:35-36; 18:22-23). Es decir, no fue en la iglesia
de Jerusalén donde surgió la iniciativa de llevar la palabra “hasta lo último
de la Tierra” (Hechos 1:8), sino en la iglesia de Antioquía, una iglesia gentil,
otrora contendiente con la iglesia judeocristiana de Jerusalén. [Un líder de
la segunda generación en esta iglesia, y posible discípulo directo de Pablo,
fue Ignacio de Antioquía (40-107 [113?] d.C.), obispo a la sazón hasta su
martirio en tiempo del emperador Trajano por negarse a adorar a los ídolos.
Se conocen 13 cartas atribuidas a él dirigidas a las iglesias, entre otras, de
Roma, de Filipos, de Éfeso…; una literatura de gran valor histórico y
exegético].
4. Perfil religioso de la iglesia en Antioquía de Siria
Tres elementos significativos sugieren que la iglesia surgida en esta ciudad
(como en todas las demás en el mundo gentil) sería muy diferente a la de
Jerusalén: a) La composición multicultural de su población: griegos,
romanos, sirios y judíos [la diáspora judía estaba presente en todas las
ciudades importantes del Imperio. Ver Hechos 13:14; 14:1; 17:1; 18:4;
19:8; etc.]; b) La naturaleza socio-religiosa de los “evangelistas” que
predicaron la palabra allí: judíos de Chipre y de Cirene; o sea, helenistas; y
c) Las personas que lideraron la iglesia durante el primer año: Bernabé y
Pablo (Pablo y Bernabé).
El choque entre discípulos judíos y discípulos gentiles comenzó cuando
arribaron desde Judea algunos “misioneros” judíos enseñando que “si no se
circuncidaban conforme al rito de Moisés, no podían ser salvos” (Hechos
15:1). Fue tal la discusión de Pablo y de Bernabé con estos “misioneros” de
Judea, que dispusieron subir a Jerusalén para tratar esta cuestión “con los
Apóstoles y los ancianos” (Hechos 15:2). Este encuentro en Jerusalén, y la
dura discusión que se llevó a cabo acerca de la observancia de la ley,
marcó un antes y un después en el cristianismo primitivo. La Iglesia
judeocristiana (primitiva) seguiría observando la ley, mientras que la Iglesia
gentil sólo observaría “algunas cosas necesarias” de la ley” (Hechos 15:28-
29; 21:25).
10
Lucas, un gentil convertido al cristianismo, y colaborador de Pablo durante
muchos años (ver Hechos 16:10 sig.; 16:19-40; 20:5-21:18; 27:1 sig;
27:1-28:16; Colosenses 4:14; etc.), cuando escribe el libro de Hechos,
desde la perspectiva del tiempo, parece referirse a la Iglesia judeocristiana
primitiva como “los fieles de la circuncisión”.
5. Los “fieles de la circuncisión”
Esta referencia a los judeocristianos, sin embargo, nos obliga a hacer un
análisis más detallado de su contenido. A la luz del libro de Hechos, y
algunas referencias de las epístolas paulinas, la frase “los fieles de la
circuncisión” puede abarcar conceptos distintos no sólo desde un punto de
vista literario, sino desde una perspectiva histórica del cristianismo
primitivo.
a) “Los fieles de la circuncisión” como grupo judaizante dentro del
cristianismo primitivo
Desde un punto de vista socio-religioso, se hace notorio un grupo de fieles
cristianos a los que se le denomina “los de la circuncisión” (Gálatas 2:12;
Hechos 11:2) o, más bondadosamente, “los fieles de la circuncisión”
(Hechos 10:45). Aunque también, despectivamente, se hace referencia a
ellos como “[los] contumaces y engañadores… de la circuncisión” (Tito
1:10); pero este uso desdeñoso tiene un contexto tardío en la historia del
cristianismo, especialmente en las epístolas pastorales; pero no es este
concepto el que nos proponemos desarrollar aquí.
En efecto, el artículo determinativo plural “los” parece indicar a un grupo de
personas dentro del conjunto de las iglesias (de Jerusalén, de Judea o,
incluso, de la diáspora), aun cuando no formaban un grupo disidente ni
estaban al margen de la Iglesia oficial, sino que formaba parte de ella.
Que estos “fieles de la circuncisión” no formaban un grupo disidente de la
Iglesia oficial lo muestran dos hechos notables:
1) Los “fieles de la circuncisión” que fueron a Antioquía eran uña y carne
con Jacobo, una columna de la iglesia de Jerusalén, pues fueron allí a
instancia de él. Además, debieron gozar de una representación social y
religiosa bastante importante dentro de la Iglesia de Jerusalén, pues
estos “fieles” hicieron caer a Pedro (y a los demás judíos e incluso a
Bernabé) en la tentación de actuar hipócritamente con los gentiles,
actitud que Pablo reprochó públicamente después (Gálatas 2:11-14).
2) Los discípulos judíos de Hope que acompañaron a Pedro hasta Cesarea,
a casa de Cornelio, pertenecían a este grupo de “fieles de la
circuncisión”. El apelativo “fieles” que usa Lucas para referirse a estos
discípulos judíos significa que eran “cristianos fieles” que, no obstante,
seguían observando los preceptos de la ley (Hechos 10:45).
11
b) “Los fieles de la circuncisión”, como cuerpo eclesial dominante
en Palestina
“Millares de judíos… todos celosos por la ley”
No obstante de lo dicho más arriba, es también notorio el hecho de que en
la iglesia de Jerusalén eran “millares” los judíos que habían creído, y,
además, todos eran “celosos por la ley” (Hechos 21:20). Es decir, cuando
Pablo llegó a Jerusalén, al final de su tercer viaje misionero (año 58 ó 59
d.C.), el grupo de “los de la circuncisión” parece ser la totalidad de la
iglesia. Lucas, en este relato, no usa ningún artículo determinativo para
referirse a algún grupo en particular, sino una expresión que aglutina a la
multitud de judíos creyentes que formaban la iglesia: “Ya ves, hermano,
cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la
ley”. La relación entre “todos son celosos por la ley” y “los fieles de la
circuncisión” parece tener una equivalencia bastante obvia.
c) “Los fieles de la circuncisión” como “la Iglesia judeocristiana” vs
“la Iglesia gentil”
Esta es una tercera vía de comprensión y, quizás, la mejor desde la
exégesis de los textos y desde la historia de la iglesia.
Hemos de tener en cuenta que Lucas escribe Hechos desde la perspectiva
del tiempo. El libro de Hechos vio la luz allá por los años 65-70 d.C. Lucas
era un convertido del gentilismo y escribió gran parte de este libro a partir
de informaciones ajenas, que fue armonizando como mejor creyó. No
obstante, conocía de primera mano las secuelas de la tensión histórica entre
judíos y gentiles en la Iglesia. De hecho, él pertenecía cultural e
históricamente al grupo del evangelio “de la incircuncisión”. Desde esta
perspectiva en el tiempo, Lucas se puede estar refiriendo a la Iglesia
primitiva judeocristiana, como “los de la circuncisión” en contraste con la
Iglesia post-primitiva gentil, “los de la incircuncisión”. Este concepto parece
ser el más acorde con los textos bíblicos y, sobre todo, con la historia de la
iglesia primitiva.
6. El concilio de Jerusalén, una mirada retrospectiva en el tiempo
Según la conclusión del concilio llevado a cabo en Jerusalén sabemos que la
obligatoriedad o no de la circuncisión para los gentiles no fue el único tema
que se discutió en dicho concilio, pues en el consenso que devino de la
reunión se “impuso” a los discípulos gentiles algunas observancias de la ley
excepto la circuncisión.
¿Qué implica que los apóstoles y los ancianos tuvieran que discutir en un
concilio si los gentiles tenían o no que observar la ley?
12
a) En primer lugar, implica que alguno de los grupos contendientes
estaba guardando la ley, y este grupo obviamente era el formado por los
judíos cristianos de Jerusalén. El hecho de que a esos “misioneros” de Judea
no se les hubiera “dado orden” desde Jerusalén para enseñar (e imponer) a
los gentiles a que guardaran la ley, no significa que la iglesia de Jerusalén
no estuviera guardando la ley, sino que “no habían dado orden de que los
gentiles la guardaran”. ¿A qué, si no, la celebración de un concilio para
debatir si los gentiles debían observarla o no?
b) En segundo lugar, este concilio pone de relieve que, si bien los gentiles
estaban exentos de observar cualquier precepto de la ley, los judíos que
habían creído en Jerusalén al principio no pensaban igual. Fue la reflexión
teológica (“mucha discusión” – vr. 7) en este concilio lo que aportó luz para
comprender que era posible el evangelio “sin” la observancia de la ley. Para
ello fue necesario reinterpretar lo que había ocurrido en casa de Cornelio:
“Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios
escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y
creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el
Espíritu Santo lo mismo que a nosotros…” (Hechos 15:7-12). Aquí
podríamos reescribir lo que Jesús, años antes, había dicho a Pedro:
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17). ¿No fue el
Espíritu Santo quien aleccionó a Pedro para que fuera a casa de un gentil a
predicarle el evangelio (Hechos 10:9-20)? ¡Cosa que Pedro no hubiera
hecho antes!
c) En tercer lugar, este concilio pone en evidencia también que los
gentiles de Antioquía que habían creído en el evangelio no quisieron
“parecerse” a la iglesia “primitiva” de Jerusalén, nacida en el día de
Pentecostés (¡Qué diferente con la obsesión de algunos líderes de las
Iglesias de Cristo, que quieren a toda costa “parecerse” a la iglesia primitiva
de Jerusalén!). En realidad, dicho concilio fue una protesta en toda regla de
los cristianos gentiles porque no querían ser “como” la Iglesia Madre, la
única conocida hasta entonces, la originaria.
Así pues, esta iglesia gentil, tras el acuerdo del concilio, vino a ser una
Iglesia post-primitiva, y litigante con el perfil religioso judeocristiano (la
iglesia propiamente primitiva).
d) En cuarto lugar, este concilio sugiere que el movimiento de Jesús no
tenía ningún “modelo”2 de iglesia: todo se fue estructurando sobre la
marcha. Pero ampliaremos más detalles de este concilio en un capítulo
aparte.
2 Sobre este tema, ver Mitos (La Iglesia tiene un modelo):
http://restauromania.files.wordpress.com/2009/07/mitos1.pdf
13
7. La Iglesia post-primitiva, nuestro referente
A partir de este concilio, y aclarada la cuestión de la ley (Hechos 21:24-25),
coexistieron dos grupos de cristianos (Iglesias) con idiosincrasias diferentes
y observando preceptos religiosos distintos: los cristianos primitivos (judíos)
observando la ley (Hechos 21:17-24); y los cristianos gentiles, guardando
sólo algunas “cosas necesarias” de la ley (Hechos 21:25). Esta realidad
socio-religiosa, que se originó cuando el evangelio traspasó las fronteras
físicas e ideológicas de Palestina, demarcó una misionología con matices
diferentes la cual el Apóstol de los gentiles definió como “el evangelio de la
circuncisión” y “el evangelio de la incircuncisión” (Gálatas 2:7). Pero de esto
hablaremos más adelante.
8. Una primera lección que los líderes de las Iglesias de Cristo
deberían aprender
Los líderes de la Iglesia de Cristo no somos exactos cuando enseñamos que
nuestra Iglesia quiere parecerse a “la” iglesia primitiva originada el año 33
d.C. en Jerusalén. Este simplismo sólo convence a los ingenuos. Los
maestros que enseñan este simplismo, y lo “venden” como una seña de
identidad de la iglesia de Cristo genuina, lo hacen desde sus románticos
anhelos, pero no desde el estudio crítico de la información que ofrece el
texto bíblico. La iglesia primitiva fue observadora de la ley (¡Antiguo
Testamento!). En el fondo, lo que deseamos es “parecernos” a la iglesia
post-primitiva, la que surge en el mundo gentil (con el liderazgo del Apóstol
de los gentiles y con el “evangelio de la incircuncisión”), pero no sabemos –
o no queremos– deshacer este nudo gordiano.
14
III
EL APOSTOLADO
DE LA CIRCUNCISIÓN
(Gálatas 2:6-9)
1. La Iglesia judeocristiana
El término judeocristiano, como tal, no aparece en el Nuevo Testamento;
aquí encontramos dicho concepto con el nombre de "los de la circuncisión".
El término judeocristiano es una creación de la ciencia moderna acuñado en
el siglo XIX para designar a los discípulos de Jesús que, a sabiendas,
habrían querido permanecer cercanos al judaísmo. Estos se dividen en dos
grupos, según su lengua materna: arameo-hebreo, por un lado, y griego,
por otro (Hechos 6:1). Se puede distinguir incluso entre los judeocristianos
de Judea y los de la diáspora. El término judaizante, igualmente, es una
referencia más marcada de aquellos discípulos que, además, querían
imponer la ley de Moisés a los gentiles (Jean-Pierre Lémonon).
Así pues, cuando hablamos de la “iglesia judeocristiana” nos estamos
refiriendo a la única iglesia existente durante al menos la primera década
del cristianismo, la iglesia “primitiva” (anterior a los primeros gentiles
cristianos). Todos los discípulos de la iglesia “primitiva” eran judeocristianos
y siguieron guardando las “costumbres” de la ley (Hechos 15; 21: 17-25).
Esto es comprensible si pensamos que los judíos que creyeron en Jesús no
dejaron de ser judíos, tanto los residentes en la región de Palestina como
los de la diáspora. Tras ellos había siglos de leyes y tradiciones sociales y
religiosas que marcaban un estilo de vida desde el nacimiento hasta la
muerte. ¿Por qué tendrían que romper, de un día para otro, con toda esa
carga emocional, psicológica, familiar, social y religiosa? ¿Por qué tendrían
que abandonar la señal del pacto de Dios con Abraham: la circuncisión
(Génesis 17), la fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud
egipcia: la pascua (Éxodo 12) y las reglas alimentarias, de santidad...
(Levítico 11-sigs.)? Todo esto, según la teología de Pablo, en la nueva
dispensación de la gracia, no era necesario guardar para ser salvo, pero
guardarlo era compatible con la fe que salva, al menos para los judíos que
creían en el evangelio. Otra cosa diferente son los judaizantes; es decir,
aquellos judeocristianos que además de guardar la ley querían imponerla a
los gentiles. Pablo, con la definición de “el apostolado de la circuncisión”
estaba haciendo un reconocimiento del estilo de vida religioso de los
discípulos judíos que seguían guardando la ley (Gálatas 2:7-8).
15
2. Guardar la ley: identidad de la iglesia primitiva
Nuestra educación religiosa nos impide asumir que la “iglesia primitiva” era
enteramente judaica, apegada a la ley; y que continuó siéndolo incluso
después del concilio de la concordia (Hechos 15), de manera paralela y
contemporánea a la iglesia que surgió en el mundo gentil.
Esta iglesia primitiva, apostólica, única, fundada el día de Pentecostés, fue
la iglesia a través de la cual el Espíritu Santo se hizo presente: con dones
de lenguas (Hechos 2), con los milagros (Hechos 3:1 sigs.; 5:12 sigs.; 9:40
sigs.; etc.), en la oración (Hechos 4:31), en la imposición de manos
(Hechos 8:14-19), fortaleciendo las iglesias (Hechos 9:31), etc. Fue tal su
autoridad y su convicción, que afrentó un concilio para discutir la necesidad
o no de que los gentiles guardaran la ley. La conclusión a la que llegaron
fue que los gentiles sólo deberían cumplir con algunos preceptos de la ley.
Los líderes presentes en dicho concilio no fueron subalternos, sino los
apóstoles y los ancianos de la iglesia de Jerusalén (Hechos 15:2). Además,
para estos líderes de la iglesia primitiva, guardar la ley era “andar
ordenadamente” (Hechos 21:24).
3. Pedro y Pablo: la confirmación de dos ministerios
Pablo, tras su conversión, se destacó como un líder excepcional en el campo
gentil, para cuyo apostolado había sido llamado (Hechos 26:16-18).
Después de una carrera misionera productiva fuera de Palestina, quiso
compartir con los que eran considerados "columnas" de la iglesia de
Jerusalén (Pedro, Jacobo y Juan) lo que había estado enseñando entre los
gentiles. Es obvio que en este encuentro también Pedro, como líder
prominente entre los otros apóstoles, compartiera qué enseñaban ellos
entre los judíos. Ambos, Pedro y Pablo, eran conscientes de las diferencias
de sus ministerios por causa de los campos distintos de misión; por ello, y
por mutuo acuerdo, demarcaron dos áreas geográficas-culturales de
trabajo: Pedro (y los demás de la circuncisión) seguiría desarrollando su
ministerio entre los judíos, y Pablo haría lo propio entre los gentiles, como
había venido haciendo: “pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la
circuncisión, actuó también en [Pablo] para con los gentiles” (Gálatas 2:6-
9).
El concepto que subyace en la reflexión de Pablo en Gálatas 2:7-8 es nada
más y nada menos que el telón de fondo sobre el que se desarrolla la
historia del cristianismo primitivo, con una Iglesia judía que seguía
guardando la ley y una Iglesia gentil exenta de guardar dicha ley (salvo
algunos preceptos donde coexistían gentiles y judíos). El concilio de
Jerusalén pone en evidencia la existencia de estas dos iglesias sincrónicas:
la judeocristiana y la gentil. Hechos 15 y 21:17-25 refleja sólo la punta del
iceberg de esta realidad. En nuestros estudios bíblicos, pasamos de puntillas
16
por este cuadro histórico que nos muestra el libro de los Hechos, además de
no diferenciar las dos Iglesias: la de la circuncisión y la de la incircuncisión.
4. Exclusión progresiva de la Iglesia judeocristiana
Ya hemos dicho que en el cristianismo primitivo la coexistencia de una
iglesia judeocristiana y otra gentil fue compatible (Gálatas 2:7-9). En el
concilio de Jerusalén se selló la concordia entre estas dos Iglesias (Hechos
15:1-35; 21:17-25). No obstante de que esto fue así, el tiempo fue
mostrando que esa fraternidad, en cuyo consenso fue partícipe el Espíritu
Santo (Hechos 15:28), se fue viciando y, finalmente, degradando hasta casi
el odio en la medida que la Iglesia helenista fue adquiriendo protagonismo,
mayoría y reconocimiento, ¡al precio de ir perdiendo el vínculo con sus
raíces naturales! - ver Romanos 11:11-24. Todo parece indicar que del
rechazo a lo “judaizante” se pasó al rechazo de lo “judeocristiano” y de esto
al rechazo a todo lo que olía a “judío”.
En efecto, a finales de la “época apostólica” ya se perfila cierta
intransigencia con "los de la circuncisión” (los que observaban la ley); el
autor de la pastoral, cansado de ellos, los incluye en el grupo de
“contumaces, habladores de vanidades y engañadores” (Tito 1:10).
Más tarde (año 110), Ignacio de Antioquía escribía a los magnesios: “Es
absurdo apelar al nombre de Jesucristo y después vivir a lo judío; no es el
cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo el que creyó en el
cristianismo, donde se han reunido cuantos creen en Dios” (“El primer siglo
cristiano”, Ignacio Errandonea S.I.). No es ahora el momento para discutir
la declaración de este mártir de Jesucristo, pero sus palabras nos acercan al
sentir que la Iglesia helenizada iba asumiendo acerca de los judeocristianos.
¡El espíritu del concilio de Jerusalén se estaba olvidando! Tenemos
que esperar un poco más, a mediado del siglo II, para escuchar al obispo de
Asia Menor, Melitón de Sardes, el pernicioso dicho que llegaría a
demostrarse en la historia posterior como muy nefasto: “Oídlo todas las
estirpes de los pueblos, y vedlo: Un asesinato jamás sucedido antes tuvo
lugar en Jerusalén […]. Dios fue asesinado, el Rey de Israel fue eliminado
mediante la diestra de Israel”.
Nacía así el reproche de que los judíos son asesinos de Dios. Aquí no se
apuntaba ya a convertir a los judíos, sino a combatirlos (“El Cristianismo”,
Hans Küng). Todos conocemos la historia del antisemitismo en Europa que
llegó a su clímax con el Holocausto. Antisemitismo del cual el cristianismo
de occidente no fue ajeno. Según los estudiosos, no existe mucha
información directa sobre la “Iglesia judeocristiana” tras la guerra del año
70; y la información que hay procede de reseñas de apologistas cristianos
de los siglos II, III y IV, como Justino, Tertuliano, Ireneo, Eusebio, etc.
Reseñas que pertenecen a la historia que escribió la Iglesia vencedora.
17
IV
EL APOSTOLADO
DE LA INCIRCUNCISIÓN
1. Judaizantes: la gota que colmó el vaso
Si de entre los judeocristianos, los judaizantes no hubieran impuesto la ley
a los gentiles, probablemente hubiera ocurrido estas dos cosas: a) La
iglesia judeocristiana habría tenido más posibilidades de subsistir en el
tiempo y en el espacio, al menos en el entorno judío, que era su especial
horizonte misionero (Gálatas 2:9); b) Y, por lo tanto, en ausencia de esta
polémica, hoy no tendríamos desarrollada la doctrina de la gracia como
Pablo la desarrolló en sus cartas con motivo de dicha polémica. Es decir, por
un lado, la “Escritura” neotestamentaria hubiera sido otra diferente; y, por
otro, la historia de la Iglesia hubiera sido, quizás, menos "monolítica”. Pero
esto sólo es una especulación.
Según las cartas de Pablo, especialmente la dirigida a las iglesias de
Galacia, los judaizantes fueron “misioneros” muy activos, no sólo en el
entorno judeocristiano, donde se sentirían como peces en el agua, sino
también en el campo de misión gentil: aquí como intrusos (ver Gálatas 3:1
ss.; 5:1-12). Esta polémica, que a nosotros nos ha llegado de forma
literaria, debió de haber sido una enconada, viva y persistente lucha
apologética entre las comunidades gentiles, evangelizadas y adoctrinadas
por Pablo y sus discípulos, y los maestros (incluso comunidades)
judaizantes; después, incluso con los judeocristianos por el hecho de que
estos también observaban la ley. Con el tiempo, esta encarnizada apología
se fue convirtiendo en una inevitable enemistad más allá de la simple
dialéctica, según vemos en la literatura patrística (Ignacio de Antioquía,
Justino, etc.).
2. El apostolado de la incircuncisión: cristología sin fronteras
El vocablo “incircuncisión” nos lleva mentalmente al principal artífice de la
teología cristiana y autor literario de la mayor parte del Nuevo Testamento:
Saulo de Tarso (Pablo). Desde su experiencia en el camino hacia Damasco,
el Apóstol de los gentiles había adquirido la noción de que la buena nueva
(el evangelio) era un don gratuito, de ámbito universal y al margen e
independiente de la ley judía (Gálatas 1:11-12).
Por otro lado, su vocación era indiscutible y especialmente hacia los gentiles
(Hechos 26:16-18). Con mucho orgullo Pablo se autodefinía como “apóstol
de los gentiles” y, por lo tanto, “honraba su ministerio” (Romanos 11:13). Y
18
aquello que fue tan difícil de entender al principio para los judeocristianos –
judaizantes o no-- (ver Hechos 11:1-2, 18), Pablo dice que era un misterio
escondido que le fue revelado a él: “que los gentiles son coherederos y
miembros del mismo cuerpo, y coparticipes de la promesa en Cristo Jesús
por medio del evangelio” (Efesios 3:1-6). Pedro, después de su experiencia
con la conversión de Cornelio (Hechos 10), llegó a la misma conclusión
(Hechos 15:7-11). En la epístola a los Gálatas tenemos una exhaustiva
exposición teológica del evangelio (de la gracia); su objetivo: además de
exponer cuál era el mensaje que predicaba entre los gentiles, ilustrar tanto
a gentiles como a judaizantes, especialmente a estos, la suficiencia y la
superioridad de la fe sobre las obras de la ley en orden a la salvación:
“sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por
la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser
justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por
las obras de la ley nadie será justificado… pues si por la ley fuese la justicia,
entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:16-21).
Por ello, imponer la ley como requisito para ser salvo suponía “volver a lo
que era figura y sombra de los bienes venideros” (Colosenses 2:16-17;
Hebreos 10:1). Distanciarse de los judaizantes, por lo tanto, no sólo era una
necesidad teológica, sino un camino sin retorno; el evangelio de la
incircuncisión tenía como vocación y meta primeramente a los incircuncisos
sin excluir a los circuncisos (Gálatas 5:6).
Ahora bien, ¿cómo entendemos la polémica con los judaizantes? ¿Cuál es la
amplitud de esta polémica en el contexto del cristianismo primitivo?
¿Quiénes la motivaron? ¿A quiénes iban dirigidas las amonestaciones de
Pablo? ¿Está Pablo condenando a todos los que observan la ley o algunos
aspectos de ella? ¿El hecho en sí de observar algún aspecto de la ley les
convertía en un “enajenado de la gracia”? ¿Pervertían el evangelio por el
hecho de observar la ley como estilo religioso de vida? ¿…?
3. Dos observaciones importantes que matizar
a) “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis”
(Gálatas 5:4).
Pablo no está diciendo que todos los que observaban la ley estaban
“desligados de Cristo” (y caídos de la gracia), sino aquellos que buscaban
justificarse por las obras de la ley. Esta obviedad es evidente, además de la
gramatical, por estas dos razones socio-religiosas:
Primera: en el concilio de Jerusalén dejaron claro que, aun cuando los
gentiles no necesitaban observar la ley, ellos, los judeocristianos, sí la
guardarían: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han
creído; y todos son celosos por la ley […] Pero en cuanto a los gentiles que
han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada
19
de esto…" (Hechos 21:20, 24-25). Porque los judeocristianos no guardaban
“esto” (la ley) para salvarse; luego ellos no estaban desligados de Cristo ni
"caídos de la gracia".
Segunda: Pablo observaba la ley de manera ordinaria sin presión de nadie
(Hechos 18:18, 21; 20:16); y en casos puntuales, con un propósito (1
Corintios 9:20). Pero Pablo tampoco estaba desligado de Cristo. Se supone
que tampoco estaba contradiciéndose.
b) “quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-10).
Este texto es la introducción mediante la cual Pablo va a exponer
teológicamente su evangelio de la gracia, cuyo contexto es precisamente la
labor proselitista de los judaizantes que habían llegado a las iglesias
fundadas por el Apóstol (Gálatas 3:1-5). Como deducción coherente con el
punto anterior, los judeocristianos no podían ser los que estaban
pervirtiendo el evangelio, pues Pablo siempre tuvo una buena conexión con
ellos (Hechos 21:21-24; Gálatas 2:7-9), sino los que iban imponiendo la ley
como requisito para ser salvos: los judaizantes. Es decir, practicar la
circuncisión, como rito socio-religioso y señal del pacto con Abraham;
observar las fiestas judías que celebraban la relación de Dios con el pueblo
judío; o seguir las reglas alimentarias y de santidad, etc., por parte de los
judeocristianos, como estilo de vida religioso, no suponía competir con la
gracia ni adherirse a otra alternativa diferente de ella. La observancia de la
ley, en este sentido, es una expresión piadosa ancestral de los israelitas,
"de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley,
el culto y las promesas” (Romanos 9:4).
Si esto es así, ¿qué implicaciones puede tener en un análisis crítico de la
pedagogía "Nuevo Testamento versus Viejo Testamento" que siguen
algunos líderes de las Iglesias de Cristo para concluir con ciertas doctrinas
excluyentes? Si los discípulos judíos del primer siglo podían compatibilizar la
observancia de ley –incluida la circuncisión- con la gracia, ¿no pueden
seguir observándola los judíos del siglo XXI cuando aceptan a Jesús como
Mesías? Más aún: ¿no podríamos nosotros, gentiles, observar
voluntariamente las costumbres judías, por ejemplo, las fiestas? ¿No
tendríamos, entonces, que revisar ese concepto de “eso pertenece al
Antiguo Testamento” como si ello fuera incompatible con el evangelio, con
la gracia y, por lo tanto, con la iglesia?
20
V
LECCIONES
DE UN CONCILIO
(Hechos 15)
La primera reunión de carácter extraordinario que llevó a cabo la iglesia
primitiva fue con motivo de la disputa que se originó cuando los gentiles
engrosaron las filas de la incipiente comunidad cristiana. Los gentiles no
sintieron ninguna necesidad de observar normas y costumbres judías las
cuales les eran ajenas. Por el contrario, para los judeocristianos esta
omisión supuso un grave obstáculo para mantener una aceptable comunión
con ellos. Es más, creían que observar la ley era una obligación. Para
resolver este problema, que surgió además de manera inesperada (Hechos
11:18), se reunieron los interesados en Jerusalén para discutirlo. Así pues,
las causas que motivaron dicha reunión (en adelante, “concilio”) fueron
básicamente dos, una de carácter doctrinal y otra, derivada de ésta, de
carácter pastoral: a) ¿Debían los gentiles que creían en el evangelio guardar
la ley de Moisés y por ende la circuncisión? b) ¿Era posible confraternizar
con gentiles convertidos al evangelio que no observaban dicha ley?
1. El aspecto doctrinal
Los judeocristianos (la iglesia apostólica primitiva) continuaron observando
la ley, incluida la circuncisión. Y aun cuando los dirigentes de la iglesia de
Jerusalén "no les dieron órdenes" para imponer la ley a los gentiles que
estaban creyendo en el evangelio, no obstante, fueron maestros
jerosolimitanos quienes instaron a los gentiles en Antioquía de Siria que "si
no se circuncidaban conforme al rito de Moisés, no serían salvos" (Hechos
15:1). Anterior a este concilio, Pablo había estado predicando a los gentiles
el evangelio al margen de cualquier práctica religiosa judía (Hechos 17:16-
34). El énfasis de su predicación entre los judíos de la diáspora consistió
precisamente en que dejaran de poner su confianza en la observancia de la
ley de Moisés y creyeran en Aquel a quien Dios había puesto por expiación
por los pecados (Hechos 13:13-29). Esta prédica de Pablo parece que llegó
a Jerusalén tergiversada, pues allí algunos le reprocharon haber enseñado a
los judíos de la diáspora a "apostatar de Moisés" (Hechos 21:21). No
obstante, Pablo, aun cuando él mismo seguía observando la ley (Hechos
18:18-21; 21:26), se opuso enérgicamente a dicha imposición. Por ello,
percatándose de la gravedad del asunto, la iglesia de Antioquía "dispuso
que subiesen Pablo y a Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los
apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión" (Hechos 15:1-2), la cual
no estuvo exenta de debate y "mucha discusión" (Hechos 15:7).
21
2. El aspecto pastoral
El estilo de vida judeocristiano, fundamentado en la observancia de la ley,
chocaba con el estilo de vida gentil, los cuales no observaban ningún
precepto de la ley. Generalmente, la carne que se compraba en las tiendas
en cualquier ciudad del mundo greco-romano procedía de animales que
previamente habían sido sacrificados a los dioses. Esto creaba una situación
de exacerbado escrúpulo para los judeocristianos en la comunión con los
creyentes gentiles que compraban y comían dicha carne (ver 1 Corintios
8:10). En la cultura mediterránea (obviamente gentil) se usaba la sangre
procedente de los animales sacrificados como aditivo de los alimentos,
como hoy todavía se sigue haciendo. No obstante, la costumbre judía,
según los preceptos levíticos, no permitía comer carne de un animal con su
sangre; es más, la sangre del animal sacrificado debía ser derramada en
tierra y bajo ningún concepto podía usarse excepto para los rituales
establecidos en dicha ley (Levítico 17). Por ello, estaba prohibido comer los
animales muertos sin desangrar, como el caso de los ahogados (o sea, los
que morían por asfixia, sin importar el medio).
3. Resolución del concilio
Superado el aspecto doctrinal, había que buscar un consenso mínimo para
favorecer la fraternidad entre judíos y gentiles, el aspecto pastoral. El
escollo principal se había salvado: no hacía falta que los gentiles guardaran
la ley de Moisés (como hacían los judeocristianos), pero deberían
"abstenerse" de ciertas cosas de dicha ley:
"Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino
que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de
fornicación, de ahogado y de sangre" (Hechos 15:19-20).
Los gentiles aceptaron este “consenso de mínimos” y la unidad de la iglesia
fue salvada.
ALGUNAS LECCIONES DEL CONCILIO
1. Los cristianos judíos no excluyeron totalmente la ley
Ya está dicho más arriba: la iglesia neotestamentaria no hizo una división
estricta entre lo que nosotros llamamos Antiguo y Nuevo Testamento. Para
los judeocristianos la ley seguía siendo su principal referencia para la piedad
cotidiana; y lo mismo habría que decir de la Escritura que usaban, que era
el Antiguo Testamento. Entre los muchos aspectos referentes a la ley,
guardaban las fiestas, las prácticas higiénicas, sanitarias y alimentarias,
además de la circuncisión. Nada de esto era –ni es– una obligación para los
gentiles convertidos al evangelio. Tampoco la obligación de observar la ley,
que los judeocristianos se habían autoimpuesto, era un requisito para la
salvación, ni para ellos ni para los gentiles, ¡pero tampoco estaba prohibido
22
observar la ley como simple estilo de vida! La polémica de Pablo (Gálatas,
etc.) estaba dirigida contra los judaizantes, quienes querían imponer la ley
como requisito para la salvación, pero esto es otra cosa.
2. Los cristianos judíos fueron abiertos a redefinir su perfil teológico
Los judeocristianos, al principio, tuvieron un concepto de sí mismo
exclusivista: no creían que el "arrepentimiento para vida" fuera también
para los gentiles (Hechos 10:44-48; 11:1-18). Como lastre de este
exclusivismo llegaron a creer que los gentiles, valedores de las buenas
nuevas, debían guardar la ley de Moisés. Este concepto errado fue la causa
principal que dio lugar al concilio. No obstante de esta convicción, mediante
"mucha discusión" durante el concilio, los judeocristianos llegaron a
entender que era posible el evangelio al margen de la ley de Moisés para el
no-judío. Es decir, a pesar de su convicción judaica, la iglesia de Jerusalén
estuvo abierta a los cambios que suponía el evangelio sin la ley. Esta
novedad teológica debió exigirles mucha reflexión, toda la reflexión que se
deduce de la "mucha discusión" previa a las conclusiones. Conclusiones que
cambiaron el perfil del cristianismo en el mundo occidental (Hechos 21:17-
25). Este espíritu aperturista está implícito en la reflexión de Pedro: "Ahora,
pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un
yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?" (Hechos
15:10). ¡Pero Pedro tuvo que pasar antes por un proceso traumático para
entenderlo así (Hechos 10:28)! ¿Fue la reflexión de Pedro un
"abaratamiento" del evangelio judeocristiano para alcanzar a los gentiles?
¡No! ¿Estamos nosotros preparados para hacer la misma reflexión en el
intento de alcanzar a la sociedad del siglo XXI, cada día diferente por los
procesos de cambios, con el mensaje de Cristo?
3. Tanto los cristianos judíos como los cristianos gentiles aceptaron
la pluralidad
En principio, la frase "no imponeros ninguna carga más que estas cosas
necesarias", implica el reconocimiento de dos comunidades cultural y
religiosamente distintas: una gentil, que solo debería observar algunos
preceptos de la ley (para facilitar la fraternidad con los judeocristianos); y,
otra, judeocristiana, que seguiría observando la ley. Esto es irrebatible
(Hechos 21:17-25). No obstante, era tan importante lo QUE les unía, que a
los judeocristianos no se les pasó por la cabeza la idea de que tenían que
separarse y darse a conocer con "denominación de origen". A pesar de sus
diferencias culturales y religiosas, tenían un mismo mensaje que predicar:
¡Cristo crucificado por los pecados y resucitado para justificación (Romanos
4:25)! Ciertamente, esta pluralidad concreta se habría prolongado en el
tiempo si la provincia romana de Palestina hubiera conservado su estatus
político (que encontró su fin en el año 70), pues la iglesia judeocristiana
habría permanecido robustecida con sus matices judaicos, diferentes de los
23
matices de la iglesia gentil, que se expandía por todo el orbe hacia
Occidente.
4. Tantos los cristianos judíos como los cristianos gentiles fueron
tolerantes
Un aspecto muy importante a considerar es que los judeocristianos, por su
parte, lejos de ofuscarse, se avinieron a una "negociación" positiva después
de "mucha discusión" en el concilio. Reconocieron que no debían imponer la
ley a los gentiles que se convertían a Dios (que ellos sí observaban).
Tampoco apelaron a sus raíces étnicas para exigir algún reconocimiento
exclusivo sobre los gentiles. Los gentiles, por su parte, tampoco usaron su
distanciamiento cultural respecto a la ley de Moisés para emanciparse de los
judeocristianos y reclamar para sí alguna distinción religiosa diferente.
Antes bien, aceptaron la "carga" impuesta por los líderes judeocristianos.
Unos y otros condescendieron recíprocamente para salvar la unidad de la
iglesia por encima de la uniformidad.
[No obstante de esta prístina aceptación de la pluralidad y tolerancia entre
los cristianos judíos y los cristianos gentiles, pasado el tiempo, el
cristianismo emancipado de su cuna cultural y geográfica, y expansionado
hacia Occidente, subestimó, discriminó y, finalmente, represalió al
cristianismo de Oriente simplemente porque éste persistió en guardar la ley
como estilo de vida… ¡Se había echado la semilla del antisemitismo!].
24
VI
LA RESTAURACIÓN
Y LA EXÉGESIS BÍBLICA
1. Sumario
Hasta aquí, hemos expuesto la pluralidad religiosa del cristianismo primitivo
que, no obstante, fue compatible con la unidad. Esta pluralidad religiosa
que vivió el cristianismo primitivo, durante la época apostólica, además de
ser un fenómeno socio-religioso no fuera de lo normal, es un laboratorio
lleno de datos positivos para cualquier pluralidad posterior. No-fuera-de-lo-
normal porque la iglesia tiene una dimensión humana, está compuesta por
personas con criterios personales y puntos de vista diferentes. La
experiencia de Hechos 15 (judeocristianos y gentiles) así lo muestra. Un
laboratorio-lleno-de-datos positivos porque expone posibilidades para
enfrentar diferentes puntos de vista sobre la eclesiología y la praxis
religiosa sin fragmentar el cuerpo de Cristo: en la primera controversia del
cristianismo todos condescendieron en algo y todos reclamaron algo
(Hechos 21:20-25). Que con el consenso que lograron respondieron a la
oración de Jesús (Juan 17), está corroborado por la implicación del “Espíritu
Santo” en dicho consenso, según la apreciación de Lucas (Hechos 15:28).
Lo contrario de esta pluralidad, o sea, un grupo religioso monolítico, de
pensamiento único, hubiera sido muy sospechoso desde un punto de vista
socio-religioso. De hecho, cuando este pensamiento único se creyó una
realidad materializada, la Iglesia se convirtió en una agencia manipuladora,
inquisidora e intransigente. Sólo hay que echar un vistazo a los siglos
posteriores para contemplar el despotismo de los grupos mayoritarios
contra los minoritarios: a estos últimos siempre les tocó huir so pena de
sufrir la cárcel e incluso la muerte por disentir (Pensemos en los “puritanos”
que huyeron de Europa hacia el Nuevo Mundo o de los autoexiliados de la
Ginebra de Calvino, por citar sólo a “los más próximos”). Lo cual indica que,
a pesar de la oración de Jesús por la unidad, la Iglesia estaba avocada a la
unidad dentro de la pluralidad. La historia así lo confirma. Cuando hablamos
de “pluralidad” no nos estamos refiriendo a ningún sincretismo religioso.
Nos estamos refiriendo a la libertad de pensar diferente dentro de la Unidad
de Efesios 4:1-6.
El intento, pues, de aquellos que se jactan de ser la “verdadera” iglesia
porque todos piensan y creen lo mismo y de la misma manera, es probable
que arrastren el silencioso estigma característico de las sectas. En el
escueto análisis de esta pluralidad religiosa que venimos exponiendo,
perteneciente a la época apostólica, hemos eludido a propósito otras
corrientes teológicas de la misma época, libres por otro lado de sospechas:
25
Santiago, Juan, Pedro, Pablo…donde 1 Corintios 1:10-17 es sólo la punta
del iceberg. Es más correcto hablar de “las” iglesias del Nuevo Testamento
(“Las iglesias que los apóstoles nos dejaron” – Raymond E. Brown, entre
otros estudiosos).
Los lectores de ¡Restauromanía…? ya habrán percibido que, desde la
autocrítica que venimos desarrollando en este boletín, intentamos, por un
lado, señalar la innecesaria exclusión y/o división de la fraternidad que
suele ocurrir entre las Iglesias de Cristo, por motivos de poca importancia la
mayoría de las veces; y, por otro, criticar constructivamente esos motivos
cuando, desde nuestro punto de vista, nos parecen pueriles. Pero también
hacemos una apología sobre temas de mayor calado.
2. ¿Restaurar, qué?
El Movimiento de Restauración comenzó con muy buenas intenciones, las
mejores intenciones: volver al modelo de iglesia de la época apostólica.
¿Pero sabían lo que decían? Gracias a la aportación que los estudios
sociológicos ha ofrecido a la exégesis del Nuevo Testamento, conocemos
mejor no sólo cómo era la sociedad y la familia de aquella época, sino
cuáles fueron las bases y las estructuras desde la cuales se desarrollaron y
se institucionalizaron las iglesias que encontramos en el Nuevo Testamento.
Las iglesias del Nuevo Testamento tuvieron como espacio físico el hogar, las
casas… ¡eran iglesias domésticas! El modelo de la familia patriarcal fue
básicamente el modelo de la iglesia. A partir de este fundamento, podemos
entender mejor el roll de los ministerios y, especialmente, el de la mujer.
Algunas iglesias se formaron mediante la conversión del paterfamilias, que
arrastraba, en muchos casos, a toda la familia a dicha conversión (mujer,
hijos, esclavos, dependientes, parientes… que convivían bajo el mismo
techo); es típica la frase “fulanito y su casa” para referirse a la conversión
del paterfamilias, como el caso de Crispo (Hechos 18:8; ver también 16:32-
34). También es típica la frase “la iglesia que está en su casa” (Romanos
16:5; Colosenses 4:15). Es un proceso natural que quien albergaba a la
iglesia en su casa se constituyese en su líder. Por eso, quien no sabía
gobernar “su casa”, ¿cómo iba a gobernar la “casa de Dios”, la iglesia (1
Timoteo 3:5)? Puede deducirse claramente esto por la designación que
Pablo se refiere a ellos: A Filemón, a Priscila y Aquila, los designa como
“colaboradores”, sunergos (Filemón 1; Romanos 16:3). En el caso de la
“casa de Estéfanas” ésta fue las primicias de Acaya. Su “casa” (su familia)
constituía una iglesia doméstica de la cual él, como paterfamilias, era su
líder natural. Es interesante observar que se nombre a Priscila antes que a
Aquila, una pareja que solía reunir en su casa a una iglesia doméstica
(Romanos 16:3-5), a los cuales, como hemos visto más arriba, Pablo los
llama “colaboradores” tanto a él como a ella. Priscila, además, tomaba parte
activa y prioritaria en la enseñanza (Hechos 18:24-26). ¿Tomaron
conciencia los restauradores de este tipo de iglesia, del marco físico y social
26
donde se desarrollaron y de la influencia que tuvo este marco en la
organización y el estatus socio-religioso de la misma?
Restaurar “la” iglesia del Nuevo Testamento, sin matizar, va más allá de la
utopía: raya con el absurdo. Una cosa es volver al núcleo teológico del
cristianismo del primer siglo, y otra muy diferente es querer mimetizar “la”
iglesia primitiva. Lo primero es lo que muchos reformadores han intentado a
lo largo de la Historia, unos más acertados que otros. Lo segundo origina
más problemas de los que quiere resolver; en parte porque la información
que tenemos en el Nuevo Testamento es parcial en muchos aspectos y nula
en otros, además de la heterogeneidad de las iglesias como ya hemos
apuntado (judeocristianas y gentiles); y en parte porque existen
proposiciones transversales, de naturaleza sociológica, propias del entorno
cultural e institucional de aquella época (como ya hemos dicho), que
afectaban a la iglesia neotestamentaria pero no a la iglesia del siglo XXI (el
estatus de la mujer, por ejemplo).
Lo primero que debemos tener en cuenta acerca de la fuente de información
para la restauración –el Nuevo Testamento–, es que fue escrito la mayor
parte de él como respuesta a situaciones particulares y específicas de las
iglesias de aquella época y de aquel entorno socio-cultural e institucional. El
Nuevo Testamento no previó las situaciones de la sociedad del siglo XVIII,
cuando se originó el Movimiento de Restauración, y menos aún las
situaciones del siglo XXI. El Nuevo Testamento no es un manual que
conteste todas las preguntas que cualquier sociedad, siempre en procesos
de cambios, puede plantear. No estamos diciendo que el Nuevo Testamento
sea ineficaz para responder a las necesidades espirituales del hombre y de
la mujer de hoy. El ser humano no ha cambiado en su ser interno, pero la
sociedad donde vive, sus instituciones, sus leyes y sus convencionalismos,
sí. Lo que queremos decir es que vivimos en un entorno social, político,
jurídico, económico, cultural… diferente. Este nuevo entorno social exige
nuevas dinámicas de desarrollo humano que afectan directamente al
desarrollo de la iglesia en sus diferentes ministerios, lo que significa que
tenemos que adecuarnos a esas nuevas dinámicas aun cuando no tengamos
“ejemplos aprobados” o “mandamientos expresos”. ¿Dónde está el “ejemplo
aprobado” para que los “ministros de culto” estén catalogados y reconocidos
como tales ante un organismo oficial del Estado? Es decir, podemos
restaurar la “doctrina” de la iglesia primitiva a la luz de Efesios 4:1-6; en
cierto sentido, hasta la organización de la iglesia (Ancianos, Diáconos, etc.)
y, muy relativamente, el orden del culto; también los dos “sacramentos”: el
bautismo y la “santa cena”; la escatología: la resurrección, que es la
esperanza cristiana... ¡Todo lo demás, relacionado con la vida y el desarrollo
de la iglesia en este mundo, necesitaremos una sintonía con él para la cual
no tenemos ejemplos en el Nuevo Testamento! Lo que sí sabemos es que
los líderes cristianos apostólicos se acomodaron al estatus social y político
27
de su época: relación amo-esclavo; relación hombre-mujer y relación
padre-hijos (citado más arriba).
Como consecuencia de estos “entornos” tan diferentes (el del siglo primero
y el del siglo XXI), el Nuevo Testamento tiene muchos silencios a las
muchas preguntas que hoy podemos formular. De hecho, muchas
controversias de la restauración se originaron por esos silencios de la
Escritura; por ejemplo: sociedad misionera sí, sociedad misionera no;
instrumentos musicales sí, instrumentos musicales no; etc. En los años de
la restauración, los que luego fueron definiéndose como “conservadores”
apelaron (apelan) a la literalidad del texto bíblico y sólo al texto bíblico. Los
que luego fueron definiéndose como “liberales” percibieron que esa
hermenéutica se convertía en un “corsé” que producía lo opuesto de lo que
deseaba, es decir, originaba más divisiones que unidad en la fraternidad.
Los “discípulos de Cristo” se apercibieron a tiempo de que ese literalismo les
conducía al fanatismo religioso.
3. ¡Restauromanía..?, un poco más allá
Desde ¡Restauromanía…? vamos un poco más allá en cuanto a la
hermenéutica se refiere. En efecto, creemos que el literalismo además de
ser un “corsé” que contradice a veces el espíritu del texto bíblico, se
convierte en un callejón sin salida en el quehacer teológico. La lectura
acrítica que el fundamentalismo hace del texto bíblico se pasa de lo
supuestamente “reverente” a lo declaradamente “irrespetuoso” hacia el
texto bíblico. Irrespetuoso, porque no es consecuente con su hermenéutica
literal, cayendo en incoherencias y contradicciones muy objetivas.3
Por ello, creemos que las divisiones y las contradicciones de nuestra
fraternidad, hoy, desde nuestro punto de vista, radican básicamente en tres
aspectos: en el fundamentalismo de la hermenéutica; en la subestima de la
crítica del texto bíblico; y en la incoherencia de no llevar a la práctica dicha
hermenéutica con todas las consecuencias.
a) El fundamentalismo de la hermenéutica, porque deriva del axioma de
que el texto bíblico es la “palabra de Dios” de manera aséptica; es decir, al
margen de cualquier contexto social, cultural e institucional de la época de
los hagiógrafos. Es como si Dios hubiera hablado desde el Olimpo de
manera atemporal y “mirando hacia otro lado”. Por eso se citan los textos al
margen de cualquier exégesis histórico-crítica. Es así porque así lo dice el
texto bíblico, y punto. Ciertamente, pensamos que para recitar textos
bíblicos, salvo buena memoria para recordarlos, o una buena concordancia,
no hace falta mucha formación teológica. Sin embargo, no subestimamos la
lectura y el estudio de la Biblia (endogamia bíblica); pero creemos que esta
3 Sobre este tema, más información en
http://restauromania.files.wordpress.com/2009/12/rest2epoca_0071.pdf
28
lectura de la Biblia debe ir acompañada de un estudio “acerca de ella”
(exogamia bíblica), es decir, una formación extra bíblica que nos permita
situar (poner en escena) el texto bíblico. Sin esta “puesta en escena” no
hay exégesis bíblica; salvo una recitación de textos.
b) En la subestima de la crítica del texto y la historia del mismo. Teniendo
en cuenta el concepto axiomático que se tiene del texto bíblico
(texto=palabra aséptica de Dios), es lógico que dicha crítica se entienda
como un insulto hacia el autor de dicho texto: Dios. No obstante, por el
contrario, creemos que la ausencia de esta crítica se convierte en una falta
de respeto hacia el texto bíblico, hacia la razón y hacia el intelecto humano,
dones exclusivos de quienes hemos sido creados a imagen y semejanza de
Dios.
c) En la incoherencia, porque, a pesar de la lealtad que debe a la exégesis
semántica y literalista que supone el fundamentalismo, cuando interesa, se
introduce una hermenéutica “comodín” que sí contextualiza el texto bíblico
[un ejemplo: el uso del velo (1 Corintios 11:2-15)]; o simplemente se
relativiza el contenido del texto de acuerdo a otros intereses, más
ideológicos que exegéticos, lo cual supone una “infidelidad” al axioma antes
referido. ¿En cuántas Iglesias de Cristo, por ejemplo, se "unge con aceite"
a los enfermos (Santiago 5:14)?
A esta incoherencia hemos de añadirle la particular manera de interpretar
los textos bíblicos según unos principios de antemano establecidos, tales
como el “mandamiento expreso”, el “hecho aprobado”, etc., que sólo el
expositor sabe cuándo y en qué texto se debe aplicar un principio u otro,
resultando muchas veces en otras incoherencias más. Recordamos al lector
que la “puesta en práctica” de la restauración, según estos principios, le
acarreó muchos dolores de cabeza a Alexander Campbell, encargado de ese
cometido: ¡sin éxito!
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CONCLUSIÓN
El breve análisis que hemos intentado desarrollar en las veintitantas
páginas que preceden, en ninguna manera agota el material referente a la
naturaleza, desarrollo e institucionalización de la iglesia que salió del
movimiento de Jesús. Estas notas no pasan de ser un simple incentivo para
que los estudiosos de la Biblia y de la historia de la Iglesia profundicen más
en dichos tópicos.
La bibliografía para adentrarse en esta clase de estudios es abundante, y
cada día se publican más obras con ensayos y estudios especializados en la
exégesis de los textos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento.
El maestro de la Biblia no puede escatimar tiempo y recursos para conocer
cada día mejor el entorno físico, cultural, histórico e institucional donde se
escribieron los textos que cada domingo enseña a la comunidad que
espiritualmente dirige y a la cual instruye en el Libro.
No basta leer y recitar textos bíblicos, y añadir buenos pensamientos en
relación con ellos, en el estudio de la Biblia; es necesario analizar qué,
cuándo, a quién y por qué se dijo lo que dice el texto. Solo así podemos
desarrollar una mejor exégesis de ellos, y solo así podemos extraer las
mejores lecciones que el texto sugiere para el hombre y la mujer de nuestro
siglo.
El autor
Verano de 2011
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