Los Monstruos son reales.
Los Fantasmas son reales también
Habitan dentro de nosotros
Y A VECES GANAN…
Comencemos:
El padre conducía por la carretera hacia la ciudad costera del Oeste. No
necesitaba más que los elementos mentales básicos para hacerlo, así que
hizo un recuento de todo lo pasado desde hacía diez años.
Incertidumbre. Esa era la palabra que definía todo.
Lo que mata es la incertidumbre, la preocupación, las posibilidades
abiertas.
Su hija secuestrada, el rescate entregado y después nada. Nada absolutamente. Y fue cuando la
incertidumbre comenzó a corroerlos por dentro.
Su esposa y él podían sobrevivir y aceptar a su hija muerta; podían sobrevivir y aceptar a su hija viva.
Pero el no saber, el divagar en las posibilidades, cada noche al
acostarse, era como un cáncer.
Y ese tumor terminó por matar a su esposa.
La oía llorar por las noches; en el día su mirada encontraba la tristeza reflejada; el tono de voz tratando de esconder el fuego
interno, destructor.
Él la comprendía; sentía ese mismo fuego.
Pero en una pareja, cuando uno de los dos cae, el otro tiende a hacerse
el fuerte por ambos; ese papel le tocaba a él.
Al final, eso fue lo que lo salvó. Su esposa se deshizo lentamente y no
pudo evitarlo.
Ahora, con la casa demasiado vacía, decidió llenar su mente de trabajo y su cuerpo de cansancio. Aunque siguió
contratando investigadores que nunca descubrían nada.
Y así pasaron los años. Su cuerpo envejeció a la par de su pelo.
Diez años sin noticias hasta el día de ayer.
Un investigador llegó con la respuesta:
Su hija estaba viva y gozando de buena salud. Bien. Eso le motivó a sonreír.
Pero después quedó callado ante la gravedad de los hechos.
Su hija se había auto secuestrado e ido de la ciudad con un acompañante dilapidando gran parte
del rescate. Aunque tuvo el sentido común
de invertir el resto y su situación era estable.
El padre veía las fotografías y demás evidencias.
Después volteó a ver al investigador largo tiempo sin expresión;
éste comenzaba a sentirse incomodo por la mirada pero notaba
que la respiración del padre era calmada.
Parecía estar meditando todo y aunque sus ojos
se dirigían hacía él, no lo veía.
Estaban fijos al infinito de su mente…decidiendo que
hacer.
La idea apareció tan sutil, colándose entre otras; era una idea tan simple,
tan sencilla que no pudo evitar sonreír y después comenzar a carcajearse.
Tardó tanto en recuperar el control que el investigador tuvo miedo de haberle
vuelto loco por la revelación.
El padre lo tranquilizó, habló sobre la ética de trabajo, el secreto
profesional y le pagó lo acordado más un extra.
Una vez que el investigador se fue, apuntó la dirección de su hija, tomó las llaves del auto y partió hacia allá.
II
El padre se acercó a la puerta con la serena tranquilidad de la decisión tomada. Se paró al centro y tocó el timbre. La hija abrió la puerta, él dijo “Hola” y esperó a que lo identificara; medio minuto más tarde pudo ver en
los ojos el brillo del reconocimiento
Tan concentrada estaba su hija en el rostro que no vio el arma a la altura del vientre.
Los dos impactos la proyectaron dentro de la
casa.
El padre se acercó al cuerpo caído y apuntó a la
cabeza; dos disparos silenciados más…
Una vez hecho esto el padre se dirigió a su auto para regresar a
casa.
El padre se sentía feliz, satisfecho.
La satisfacción del trabajo realizado,
De la meta alcanzada.
El padre se sentía liberado.
Era libre
La incertidumbre había terminado.
Fin
Alejandro Lanzagorta es Ingeniero Químico.
Maestro universitario en carreras de Ingeniería.
Escribe cuento desde los 20 años y tiene publicado un libro titulado: “La Certeza de su Muerte”.
El libro completo puede ser adquirido AQUÍ FORMA PARTE DEL GRUPO EN FACEBOOK: La
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