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LA MAYOR AMENAZA ES LA INSENSIBILIDAD
Mensaje a los jóvenes
Por Abraham Yehoshua Heschel
El texto que presentamos a continuación en esta sección de Este Mundo de
Temakel procede de 21 voces maestras del judaísmo contemporáneo, de Bernardo
Kliksberg (compilador), editorial Millá, y pertenece a Abraham Yehoshua Heschel
que, según reza la obra arriba mencionada, es un "reconocido maestro y guía del
judaísmo de los EEUU y compañero de luchas de Martín Luther Kung". En este texto
Heschel transmite una profunda impronta humanista y una especial capacidad para
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involucrarnos en la reflexión profunda sobre el desvanecimiento de la trascendencia,
de los valores profundos y del sentido del misterio en el mundo contemporáneo. En el
trasfondo de la pobreza ética del presente serpentea un gran peligro: "la mayor
amenaza que se cierne sobre nosotros no es la bomba atómica. La mayor amenaza es la
insensibilidad frente al padecimiento del hombre".
E.I
LA AMENAZA DE LA INSENSIBILIDAD
Por Abraham Yehoshua Heschel
El problema de nuestra juventud no es la juventud. El problema es el espíritu de
nuestra época: la negación de la trascendencia, la insipidez de los valores, la vacuidad
del corazón, la creciente insensibilidad a la cualidad imponderable del espíritu, el
derrumbe de la comunicación entre el ámbito de la tradición y el mundo interior del
individuo El problema capital consiste en que no sabemos pensar, ni rezar, ni llorar, ni
resistir los engaños de demasiados persuasores. No existe un lazo común entre
aquellos que se preocupan por la integridad.
El problema no se resolverá inculcando a la juventud un sentimiento de pertenencia. El
hecho de pertenecer a una sociedad incapaz de brindar oportunidades para la
satisfacción de las auténticas necesidades humanas no atenuará el sentimiento de
frustración y rebeldía. Lo que necesita la juventud es un sentimiento de existencia
trascendente, un sentimiento de veneración por la sociedad a la que todos
pertenecemos.
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La fuente principal de la ternura y la compasión reside en el respeto. Nuestro supremo
deber educativo consiste en capacitar a los niños para el respeto. El alma de los Diez
Mandamientos se encuentra en las palabras: Honra a tu padre y a tu madre. En
ausencia de una profunda veneración por el padre y la madre, corre serio peligro
nuestra aptitud para observar los otros mandamientos. El problema que enfrentamos, el
problema que yo enfrento como padre, es la razón por la cual mi hija debe honrarme.
A menos que ella descubra en mi existencia personal actos y actitudes que inspiren
respeto -la capacidad para postergar satisfacciones, para vencer prejuicios, para intuir
lo santo, para luchar por lo noble, ¿por que habrá de honrarme? El respeto por los
padres es la forma fundamental de veneración, porque en el padre se encarna el
misterio de la génesis del hombre. Rechazar al padre equivale a repudiar el misterio.
sólo una persona que , vive en una forma compatible con el misterio de la existencia
humana está en condiciones de inspirar el respeto del niño. El problema básico es el
padre, no el hijo.
Todos tenemos conciencia de que se registra una crisis suprema en la historia. Todos
estamos expuestos a una corrosión progresiva de nuestra sensibilidad moral y
espiritual, proceso este en cuyo transcurso podemos perder la libertad e incluso la
vida.
Las concepciones penosamente conquistadas de la tradición occidental están cayendo
en el olvido. Los valores eternos pasan de moda. A la mayoría de entre nosotros se les
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niegan los goces de la vida interior. La sensibilidad es un lujo, pero el pasatiempo se
convierte en una compulsión.
El hogar, la introspección, la amistad, la conversación, se tornan obsoletos. En lugar de
insistir: mi hogar es mi castillo, confesamos: mi automóvil es mi hogar. No tenemos
amigos, tenemos vinculaciones comerciales. La conversación se está extinguiendo, los
espectáculos de la televisión reemplazan a la expresión de ideas.
El drama espiritual de nuestra nación turba a sus mejores hijos, a sus mejores amigos.
Lo que sucede en los hogares norteamericanos ejerce una honda influencia sobre la
situación del mundo.
¿Cuál es el espíritu de la época? Pienso que consiste en la instrumentalización del
mundo, la instrumentalización del hombre, la instrumentalización de todos los valores.
Otros padecen la degradación que emana de la pobreza; nosotros corremos el riesgo de
degradarnos mediante el poder. El mundo al que la mayoría de nosotros presta
atención es pequeño, y nuestra preocupación es limitada. ¿Qué vemos cuando
contemplamos el mundo? Hay tres aspectos de la naturaleza que cautivan nuestro
interés: su poderío, su hermosura y su grandeza. En consecuencia hay tres formas en
las que podemos vinculamos con el mundo; explotándolo, disfrutándolo, aceptándolo
con temor. En el curso de la historia de la civilización distintas facetas de la naturaleza
han estimulado el talento del hombre: a veces su mente ha sido atraída por su poderío,
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a veces por su hermosura y ocasionalmente por su grandeza. En nuestra era se
interpreta que la utilidad es el mérito capital de la naturaleza, y se considera que la
conquista del poder, la utilización de sus recursos, es el objetivo primordial y único del
hombre en el universo. El hombre se ha convertido en verdad, ante todo, en un animal
consagrado a fabricar herramientas, y el mundo es ahora un gigantesco depósito de
artefactos destinados a satisfacer sus necesidades.
Los griegos estudiaban para aprender. Los hebreos estudiaban para venerar. El hombre
moderno estudia para utilizar, y acepta la máxima que dice: "Saber es poder". Es así
como se estimula a la gente para que estudie: el conocimiento equivale al éxito. Ya no
sabemos cómo justificar los valores si no es en términos de utilidad. El hombre está
dispuesto a autodefinirse como "un ser que busca el máximo grado de comodidad para
el mínimo gasto de energía". Identifica el valor con aquello que le proporciona cosas.
Siente, actúa y piensa como si el único fin del universo consistiera en satisfacer sus
necesidades.
La obsesión por el poder ha transformado totalmente la vida del hombre y ha lesionado
peligrosamente su interés por la hermosura y la grandeza. Hemos logrado la
abundancia pero hemos perdido la calidad; tenemos fácil acceso al placer, pero
olvidamos el significado de la alegría. Sin embargo lo más grave es que el culto que el
hombre rinde al poder ha hecho resucitar el demonio del poder.
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No solo deformamos nuestra visión del mundo al interesarnos exclusivamente por su
aspecto de poder, sino que rebajamos la jerarquía del hombre al degradarlo del nivel de
persona al de cosa. Nos hemos exiliado del mundo al enfocarlo sólo como un material
idóneo para la gratificación de nuestros deseos. Hay una extraña ironía en el hecho de
que cuando el hombre sólo se preocupa por lo útil eventualmente se inutiliza para sí
mismo. Al reducir el mundo a un instrumento el hombre mismo se convierte en
instrumento. El hombre es la herramienta, y la máquina es la consumidora. La
instrumentalización del mundo conduce a la desintegración del hombre.
El mundo es demasiado sublime para ser una herramienta, y el hombre es demasiado
grande para vivir sólo en razón del utilitarismo. La forma de vida que se está
universalizando despoja rápidamente al hombre de su sentimiento de trascendencia.
Según un antiguo adagio judío el mundo descansa sobre tres pilares: el estudio, el culto
religioso y la caridad. El estudio implicaba una participación en la sabiduría divina; el
objeto del culto era el Creador; la caridad significaba tanto la
sensibilidad como la compasión activa para con los sufrimientos del prójimo.
En nuestra civilización estos pilares se convierten en instrumentos. La gente estudia
para conquistar poder; practica la caridad no porque ésta sea sagrada sino porque es
útil para las relaciones públicas. Y el objeto supremo de nuestro culto y adoración es
nuestro propio ego.
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Una crisis extrema exige esfuerzos drásticos, un cambio radical de orientación. El
poder es un instrumento, no el fin de la existencia. El estudio, el culto, la caridad, son
fines, no medios. Es incorrecto definir la educación como una preparación para la vida.
El estudio es vida, una experiencia vital suprema, un punto culminante de la existencia.
El maestro es algo más que un técnico. Es el representante así como el intérprete del
patrimonio más sagrado de la humanidad. El estudio es algo santo, una forma
indispensable de purificación y de ennoblecimiento. Por estudio no entiendo la
memorización, la erudición, sino el acto mismo de estudiar, de sumergirse en la
sabiduría.
La auténtica veneración por la santidad del estudio despertará necesariamente en los
discípulos la conciencia de que éste no es un tormento, sino un acto de edificación; de
que la escuela es un santuario, no una fábrica; de que el estudio es una forma de culto.
El verdadero estudio es una forma de conectarse con algo que es al mismo tiempo
eterno y universaL La experiencia del estudio contrarresta el tribalismo y el
egocentrismo. El producto de nuestras manos es una propiedad privada; los frutos del
intelecto pertenecen a todos los hombres. El sentido último del conocimiento no es el
poder, sino la concreción de una unidad que supere todos los intereses y todas las
edades. La sabiduría es como el cielo, que no pertenece a ningún hombre en particular,
y el estudio auténtico es la astronomía del espíritu.
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El estudio, la educación no deben equipararse con un programa que completamos al
graduarnos. Nadie piensa jamás que la diversión es una etapa de la vida que concluye
luego que el individuo ha pasado la prueba de divertirse. El significado de la existencia
se descubre en la experiencia de la educación. El fin de la educación marca el
comienzo de la angustia. A todos los individuos les cabe una responsabilidad por la
herencia del pasado así como por la carga del futuro.
Hemos terminado por aceptar el servicio militar obligatorio en tiempos de paz en aras
de la seguridad nacional. ¿Sería demasiado audaz si sugiriera la idea de la educación
adulta obligatoria en los ratos de ocio en aras de la seguridad espiritual?
Para encontrar un símil con la situación del hombre en la era atómica debemos
remontarnos a la época prehistórica en que el individuo que vivía en la jungla debía
estar alerta contra la amenaza continua que acechaba a su misma existencia. Hoy la
fuente de peligro no es la brutalidad de la fiera sino el poder del hombre.
El peligro constante exige una vigilancia permanente. Lo que se necesita es la defensa
en profundidad, en el fondo de cada persona. Porque no sólo los estallidos atómicos
provocan holocaustos. El holocausto se produce allí donde una persona es humillada.
La vida cotidiana implica el arte de vivir sobre el borde del abismo.
El problema candente no reside en lo que vendrá, sino en lo que sucede aquí y ahora.
La única forma de impedir los escándalos públicos consiste en evitar la complicación
en escándalos privados. Las catástrofes internacionales empiezan por los crímenes
individuales.
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Les hemos negado a nuestros jóvenes el conocimiento de la cara sombría de la vida.
Ven una imagen de holgura, juego y diversión. Los jóvenes apenas tienen conciencia
de que la vida incluye penurias, enfermedades, dolores, incluso agonías, de que
muchos corazones están impregnados de amargura, resentimiento, envidia. No se
sienten moralmente estimulados, no se sienten convocados.
El joven de nuestros tiempos está malcriado: en los momentos de crisis transfiere su
culpa a los demás. Atribuye su fracaso a la sociedad, a la época o a su madre.
Debilitado por el exceso de complacencia, se quiebra fácilmente bajo el peso de las
dificultades.
El enaltecimiento de la diversión como fin capital de la existencia -la educación debe
ser divertida-, la incapacidad para comprender el significado de las tribulaciones, la
renuncia a soportar privaciones, sufrimientos, desengaños o humillaciones... he aquí
los principales factores responsables de la colosal tasa de divorcios, de la gran cantidad
de crisis nerviosas, y de la fuga hacia la autocompasión como respuesta típica al
desafío de la prueba.
¿Qué es lo que hay en nuestras vidas para explicar la plétora de morbosidad y
pesimismo que se observa en las obras de los artistas contemporáneos? Hay empleos,
oportunidades para triunfar, comodidad, seguridad, pero no hay entusiasmo, ni
conciencia de lo que merece sacrificios, ni conocimientos perdurables, ni experiencias
de adoración, ni conexión con lo definitivamente precioso.
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Ahora se considera que las exigencias que se le imponían antaño al individuo eran
exageradas. La autodisciplina es obsoleta, la templanza es antihigiénica, los problemas
metafísicos no vienen al caso. Los puntos de referencia son el desahogo emocional y la
contención, haciendo caso omiso del remordimiento y la responsabilidad.
Para la existencia del hombre es fundamental un sentimiento de deuda, de deuda para
con la sociedad, de deuda para con Dios. Lo que aflora en nuestra época es una extraña
inversión. El hombre moderno cree que el mundo está en deuda con él, que la sociedad
está cargada de deberes hacia él. Su norma y preocupación es: ¿Qué sacaré de la vida?
Y ahoga la pregunta: ¿Que obtendrán de mí la vida, la sociedad?
El problema capital consiste en hallar la forma de criar a los jóvenes con un correcto
sentido de responsabilidad en el seno de la sociedad opulenta. ¿Cómo podemos
pretender, empero, que los jóvenes sean nobles si nosotros mismos continuamos
tolerando lo vil? He aquí el consejo que les da a sus gerentes el director de una
importante fábrica: "No os mezcléis con fracasados".
El sentimiento de responsabilidad no puede existir si no se venera lo que hay de
sublime en la existencia humana, si falta un sentimiento de dignidad, si no se siente
lealtad por un acervo, si no se capta la trascendencia de la vida. El decoro es producto
de la disciplina, el sentimiento de dignidad se nutre en la capacidad para decirse "No"
a uno mismo.
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Subestimamos la naturaleza del hombre. Incluso la forma en que planteamos preguntas
acerca del hombre está deformada por nuestra propia concepción del hombre como
cosa. Preguntamos: ¿Qué es el hombre?
Sin embargo la pregunta correcta debería ser: ¿Quién es el hombre? (1) Como objeto,
el hombre es explicable, como persona es simultáneamente un misterio y una sorpresa.
Como cosa es finito, como persona es inagotable.
Para explicar al hombre en los términos de nuestras categorías, estuvimos obligados a
reducir su dimensión espiritual y, como consecuencia de ello, ajustamos nuestras
normas y pautas espirituales a nuestra magnitud empequeñecida. Ahora fabricamos
máquinas en gran escala y tratamos a nuestra alma como si fuera un juguete en
miniatura.
El pecado capital de nuestra filosofía docente consiste en que hemos pedido demasiado
poco. Sus pautas modestas no hacen honor a las posibilidades del hombre. ¿Es cierto
que el hombre es apto para la profundización, el sacrificio, el amor, la abnegación?
Se hace caso omiso de los problemas fundamentales. ¿A quién le debe el hombre su
lealtad última? ¿Quién es el objeto de culto? ¿Cómo relacionar nuestros actos con una
Fuente de significación eterna? ¿Qué hay de perdurable en nuestra existencia?
Quizá este sea el problema medular: la instrumentalización de los valores. ¿Cultivamos
verdaderamente el criterio de que los ideales y los valores varían y se modifican de
acuerdo con las condiciones cambiantes? ¿No debemos poner en tela de juicio
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semejante dogma relativista? ¿Lo que fluctúa no es nuestro grado de sensibilidad a la
pertinencia de los ideales y valores últimos, en lugar de ser los ideales y valores
últimos en sí?
La agonía del hombre contemporáneo es la agonía de un hombre espiritualmente
atrofiado. La imagen del hombre tiene dimensiones mayores que la del marco en el
que ha sido embretado. Para ser humano, el hombre debe ser más que hombre. En la
existencia humana se juega un valor divino.
Preparamos al alumno para desempeñar un empleo, para ocupar un cargo. No le
enseñamos a ser persona, a resistir el conformismo, a desarrollarse interiormente, a
decirse "No" a sí mismo. Le enseñamos a adaptarse al publico y no a cultivar su
intimidad.
¿Cómo salvar al hombre interior del olvido? He aquí el mayor desafío que se yergue
ante nosotros. Para alcanzar nuestra meta, debemos aprender la forma de activar el
alma, de dar una respuesta a lo sublime, de relacionarnos con el espíritu.
Capacitamos al hombre exterior. Mas no debemos descuidar al interior. Impartimos
información. Mas también debemos cultivar una sensibilidad evaluativa. Enseñamos
aptitudes. Mas también debemos estimular la comprensión. Participamos en numerosas
actividades. Mas no debemos olvidar el significado de la quietud. Destacamos los
méritos de la vida gregaria. Mas también debemos reconocer el valor de la soledad. La
elocuencia es importante, pero también lo es el silencio. La capacitación es vital, pero
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también lo es la continencia.
No somos leales a nosotros mismos. Tememos formular como normas las ideas que
más veneramos. No nos atrevemos a insistir en las normas porque tenemos miedo de
que estas interfieran con las conclusiones de la psicología descriptiva, puesto que se
entiende que sólo las observaciones y descripciones del comportamiento son formas de
conocimiento objetivas e imparciales. Sin embargo, omitimos el hecho de que lo que
vemos y desentrañamos en nuestras observaciones está fuertemente distorsionado por
nuestra propia perspectiva intelectual y nuestro propio nivel espiritual.
Nuestra tarea primordial consiste en disipar de la mente del hombre las tinieblas de la
ignorancia, en impartir conocimientos acerca de la naturaleza y la historia, el individuo
y la sociedad. Cometemos, empero, el error de imaginar que sólo la información
científica puede brindarnos una imagen completa del hombre y puede elucidar los
problemas últimos del significado y el valor, de la resolución del misterio de la vida y
la muerte.
Los maestros se lamentan por la indiferencia y la falta de entusiasmo intelectual de sus
discípulos. ¿La culpa recae sobre éstos? Si el panorama que tengo acerca de lo que
sucede en las escuelas es correcto, el esquema parece estipular que el estudiante
digiera la información, que el maestro haga las preguntas y que el alumno las conteste.
Calificamos al estudiante por su capacidad para responder preguntas antes que para
entender problemas. Los premios materiales se convierten en una fuente capital de
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edificación.
Sin embargo, la verdad es que la prueba válida para el estudiante consiste en su
capacidad para plantear las preguntas correctas. Yo sugeriría que elaboremos un nuevo
tipo de planilla de examen, una planilla en la que figuren las respuestas... para que el
estudiante aporte las preguntas.
*
Nuestro sistema de educación tiende a ahogar el sentimiento humano de asombro y
misterio, a asfixiar antes que a cultivar el sentimiento de lo inefable. Me estremezco al
pensar en una generación íntegra desprovista del sentimiento de asombro y misterio,
desprovisto del sentimiento de insuficiencia y turbación. Me aterroriza pensar que
estamos gobernados por personas que suponen que todo el mundo está calculado y
explicado, que no tienen sentido ni de la calidad ni del misterio.
Estamos promoviendo a un tipo de hombre que vive mediante palabras prestadas antes
que en razón de su propio e innato sentimiento de lo inefable, de la emoción de su
alma que ningún lenguaje puede expresar.
La mente humana marcha en pos de explicaciones, mas el hombre también necesita de
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la exaltación. Nuestra tendencia a hacer que todo sea explícito, a interpretar el mundo
como si todo fuera parejo y suave, llano y desbrozado, priva al mundo del aspecto de
grandeza que es indispensable para la dignificación del hombre.
He aquí el legado de la sabiduría de los siglos: este es un mundo que podemos
aprehender, pero no comprender. Existe una dimensión de la realidad que podemos
alcanzar, pero no aferrar. Así como jamás una flora ha desplegado totalmente la
vitalidad oculta de la tierra, así tampoco ninguna obra de arte, ningún sistema
filosófico, ha desentrañado jamás la profundidad de lo inefable, ante cuya presencia se
inspira el poder creativo del hombre.
EI conocimiento de las explicaciones vigoriza al hombre. ¿Acaso lo ennoblece?
¿Nuestro deber como maestros no consiste en compartir la conciencia de lo inefable,
en cultivar el silencio del alma? ¡Deteneos y mirad! Mirad no sólo para explicar, para
encajar lo que vemos en nuestros esquemas; mirad para enfrentar cara a cara la
hermosura y la grandeza del universo.
El talento, el conocimiento, el éxito son importantes para la existencia humana. Sin
embargo, el talento sin consagración, el conocimiento sin veneración, el éxito sin
humildad pueden desembocar en la frustración. Es importante la premisa de que no
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vale la pena vivir una existencia inexplorada, pero es igualmente vital comprender que
no vale la pena vivir una existencia que no está consagrada a lo que es superar a la
existencia misma.
El hombre debe elegir entre el temor reverente y la angustia, entre lo divino y lo
demoníaco, entre el asombro radical y la desesperación absoluta. Una era desprovista
de temor reverente se convierte en una era de angustia. Quien está ciego a la presencia
de lo divino termina presa de lo demoníaco.
Nuestra sociedad está fomentando la segregación de la juventud, la separación entre
jóvenes y viejos. No hay camaradería entre los adultos y los jóvenes. Los primeros
tienen poco que decir a los segundos, y hay pocas oportunidades para que estos
compartan la sabiduría de la experiencia o la experiencia de la madurez.
*
Nosotros, los adultos, hemos delegado nuestra responsabilidad moral en las escuelas,
los organismos sociales o los fondos comunitarios. Disponemos de tiempo para los
"hobbies", para asistir a los partidos de béisbol, pero no para ayudar a los
menesterosos, para confortar a los enfermos, para ofrecer compañía a los solitarios,
para proporcionar orientación a nuestros niños. Muchos de entre nosotros temen
madurar y parecen reverenciar !a idea de la adolescencia perpetua. Es significativo que
el precepto bíblico no diga que debemos designar a un maestro para educar a nuestros
hijos. El mandato bíblico estipula que el padre debe ser el maestro.
La educación escolar es suplementaria. El problema consiste no sólo en la escasez de
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maestros, sino también en la ausencia de padres. La educación no es únicamente una
tarea para profesionales. Es la vocación de todos los hombres de todos los tiempos. No
necesitamos sólo más edificios escolares y más campos de juegos, sino también la
restauración del hogar, la resurrección del padre como una figura de veneración, como
un ejemplo de devoción y responsabilidad.
Uno de los principios supremos que todos consideramos esencial para la democracia
norteamericana es la santidad de la vida humana. Sin embargo, el respeto por la
santidad de la vida humana depende de la santidad de la forma de vida del hombre. Si
las formas de vida se pervierten, existe el riesgo de que la idea de la santidad de la vida
pierda su sentido.
Un tributo esencial de la santidad es la trascendencia. La santidad apunta a algo más
sublime que ella misma. Lo que representa es más que lo que yo soy capaz de imaginar
o apreciar. Un objeto sagrado perceptible, pero no totalmente accesible. Está bajo
nuestra custodia, pero no a nuestra disposición. Podemos disfrutar de el, pero no
debemos abusar de el ni consumirlo. Esto se aplica a la vida, tanto la mía propia como
la de mi semejante. Solo puedo respetar la santidad de los demás si insisto en cultivar
la santidad de mi propia forma de vida.
La santidad de la vida significa que el hombre es un socio, no soberano, que la vida es
una prenda que tenemos en depósito, no una propiedad. Existir como ser humano
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equivale a colaborar con lo divino.
¿Qué significa el aserto de que existir como ser humano equivale a colaborar con la
divinidad? Significa ser testigo de lo sagrado, dar testimonio de la grandeza de la
honestidad, de la gloria de la justicia, de la santidad de la verdad, del portento y el
misterio de la vida. Todos hemos tenido una vislumbre del misterio del mundo. Todos
hemos experimentado el prodigio del amor, la gloria de la compasión. Ser humano
impone celebrar una magnificencia que supera al yo.
La creación del mundo es un proceso inconcluso. No se han alcanzado las metas.
Hay un clamor de justicia que solo el hombre debe contestar. Existe una necesidad de
actos de misericordia que sólo el hombre debe satisfacer. No habrá esperanza de que la
humanidad. sobreviva si no comprendemos hasta que punto es absurdo el falso
sentimiento de soberanía del hombre así como la falacia de la aptitud absoluta. Es
posible que a algunos de entre nosotros les resulte difícil creer que Dios creó el mundo
pero a la mayoría le resulta aun más difícil comportarse como si no hubiera creado el
hombre.
Ha llegado la hora de revisar la idea de acomodación a la sociedad como centro del
proceso docente. Muchos de los valores y costumbres de nuestra sociedad actual nos
son impuestos por mezquinos intereses creados y no debemos tomarlos como si fueran
sagrados. El ideal de adaptarnos ha desembocado en el conformismo incondicional.
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Junto con el acomodamiento a la sociedad debemos cultivar la sensibilidad para la
injusticia, el fastidio contra la vulgaridad, la capacidad para la indignación moral, la
voluntad para reajustar a la sociedad misma cuando se torna complaciente y corrupta.
En esta era el término "sociedad" resulta demasiado estrecho. Este es un mundo único.
Lo que debe asumir un carácter imperativo en la educación norteamericana es la
consagración a toda la humanidad antes que el acomodamiento a una sociedad
opulenta, es el compromiso de ayudar a los desheredados de Asia y Africa. Ninguna
persona con una conciencia sensible puede encontrarse cómoda en una sociedad
egoísta que es indiferente a la miseria de millones de personas.
*
¿Cuál es la consecuencia concreta y práctica del cambio de actitud por el que estoy
abogando? Antes de contestar esta pregunta debo proponer una revisión del termino
"práctico". Generalmente se asocia esta palabra con actividades que podemos describir
en términos de tablas y estadísticas. Querría hacer hincapié en el hecho de que los
actos que se registran en la vida interior del hombre -un pensamiento, un momento de
sensibilidad, un momento de quietud e introspección, el descubrimiento de una
interioridad espiritual- son elementos extraordinariamente prácticos.
Lo que argumento es que la educación es un fin antes que un medio, un proceso que se
prolonga durante toda la vida antes que una etapa pasajera. Somos culpables de haber
subestimado la mente y el alma del hombre. Debemos devolverle su auténtica
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dimensión, debemos tomar conciencia de la peligrosa grandeza y de la infinita
capacidad del hombre.
A cada individuo le incumbe el deber de contrarrestar la degradación del hombre y la
minimización de la existencia humana, Pero cada maestro tiene la obligación de
enseñar y de practicar la doctrina de que todo hombre está capacitado para el amor y la
compasión auténticos, para la disciplina y la universalidad del juicio, para la exaltación
moral y espiritual.
Deberemos acomodar nuestras normas educativas a una concepción mejorada del
hombre; elevarnos a una comprensión de los valores compatible con la grandiosidad
del hombre y con el desafío y el riesgo de nuestra era. Deberemos consagrarnos
inculcar a cada estudiante la aptitud y la responsabilidad personal encauzadas a
preservar la tradición humanística de Occidente; la veneración por lo que el hombre ha
pensado acerca de la universalidad, la justicia y la compasión; la idea de que la vida
correcta no consiste solo en satisfacer las necesidades personales, sino también en
responder alas exigencias morales y espirituales.
La mayor amenaza que se cierne sobre nosotros no es la bomba atómica. La mayor
amenaza es la insensibilidad frente al padecimiento del hombre. La tarea más urgente
que enfrenta la educación norteamericana consiste en destruir el mito de que la
acumulación de riqueza y la conquista de la comodidad constituyen las vocaciones
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capitales del hombre. ¿Cómo es posible que el acomodamiento a la sociedad sirva de
inspiración a nuestra juventud si esa sociedad continúa despilfarrando en lujos los
recursos materiales del mundo, de un mundo donde más de mil millones de personas
se acuestan todas las noches con hambre? ¿Cómo podemos hablar del respeto por el
hombre y de la convicción de que todos los hombres fueron creados iguales sin
arrepentirnos por la forma en que nos comportamos con nuestros hermanos, los
miembros de color del pueblo norteamericano?
Traicionamos a nuestra juventud si omitimos enseñar y vivir guiándonos por el
principio de que el destino del hombre consiste en ayudar, en servir. Debemos dominar
para servir; debemos adquirir para repartir.
A cambio del alto nivel de vida del que disfrutan los jóvenes debemos exigir un alto
nivel de acción, un alto nivel de reflexión. Por estar directamente ligada al alivio de los
sufrimientos del hombre, la solidaridad es tan importante para la educación como la
acumulación de aptitudes técnicas. Debemos educar al alumno para que sea sensible a
los interrogantes que implican un desafío. ¿Qué haré con el poder? ¿Qué haré con la
prosperidad, con el éxito, o incluso con la competencia?
La hora exige una revisión radical de actitudes. Se trata de una cuestión de vida o
muerte. Este es el desafío supremo a la educación. ¿El hombre estará a la altura de la
emergencia?
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En el alma del hombre hay ocultas más maravillas que las que podemos imaginar. Si
está inspirado, actuará; si se lo convoca, respondería. (*)
(*) Fuente: Abraham Yehoshua Heschel, "La amenaza de la insensibilidad. Mensaje a los jóvenes", 21 voces maestras del judaísmo contemporáneo, Bernardo Kliksberg (compilador), Buenos Aires, editorial Milá, pp.19-33.
(1) Para el análisis de este problema véase de Heschel, Who is Man? (Stanford: Stanford University Press, 1965).