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  • LA MIRADA DE LOS OTROS

    En lo que se refiere a Espaa, los prejuicios son una verdad a medias. En pocos lugares del mundose trabaja ms que aqu quienes tienen trabajo, claro, a pesar de que el mantenimiento de nuestrascostumbres nos obligue a dormir poco. Desde luego, carecemos del sentido de la responsabilidad[de los protestantes] y de esa cultura poltica forjada a lo largo de decenios de prosperidad ydemocracia. Aun as, no lo hemos hecho tan mal. No hay ms que ver cmo era este pas hace slo30 aos. Junto con nuestro vecino peninsular, ningn otro hubo de soportar una dictadura tan largani tan difciles condiciones objetivas. Dnde estn aqu esos fastuosos ros centroeuropeos, esasverdes y frtiles llanuras, esa cultura de la Ilustracin que nos fue robada por el dogmatismoreligioso?

    Lo hicimos bien, muy bien. Hasta que nos lo cremos. Hasta que algn poltico pretendi que elesfuerzo de todos era en realidad obra suya. Hasta que otros comenzaron a desvincularse de laambicin de pas y priorizaron sus particulares intereses de partido o se concentraron en losintereses locales, en el confortable calorcito de su terruo. Supimos dar lo mejor de nosotrosmismos mientras nos mantuvimos unidos y con un proyecto comn, antes de que la propia sociedadse fragmentara a su vez en la cultura del pelotazo, la insolidaridad y la fiebre privatista. Antes deque se diluyera nuestra creatividad bajo el peso de la banalidad de nuestra cultura de masas.

    Si, como se dice, nuestra identidad se forja a travs de la mirada de los otros, sta que ahora nosarrojan debera hacernos reaccionar. Gracias a ella, al fin hemos podido vernos en nuestra relativadesnudez. Bienvenida sea, a pesar de sus distorsiones, si al menos sirve para ponernos en nuestrositio, para disipar nuestra pretenciosidad de nuevos ricos y emplearnos a fondo, con humildad, en lareconstruccin de eso que hemos perdido. Pero no vamos bien cuando esas crticas que vienen defuera se utilizan exclusivamente como crtica al Gobierno, ignorndose que de ese desastre somosresponsables todos, cada uno a nuestro nivel. Bien pensado, nuestro gran pecado puede que no hayasido slo el luciferio de la soberbia; ha sido el de la irresponsabilidad generalizada []

    No desesperen; quienes ahora nos miran con displicencia ignoran que tenemos una importanteventaja comparativa. Fuimos uno de los pocos pases que supieron reinventarse en un tiempo rcordy bajo condiciones tremendamente difciles. Igual esto de la crisis acaba siendo una oportunidad.Pero no nos equivoquemos: nada ni nadie nos va a salvar, si no nos sentimos todos aludidos.

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