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I
NACIMIENTO Y EDUCACIN DE SCRATES
o sabes dijo cierto da Scrates a uno de aquellos jvenes y brillantes atenien-
ses que corran atrados por el encanto y esplendor de su potente originalidad a
aprender a su lado el arte de ver transparente en la propia alma y de hacerse mejores
que soy hijo de una experta y afamada comadrona y que mi hado es partear las almas que
se sienten embarazadas de frutos de sabidura?.
Llamose esta partera, cuyo nombre haba de salvar su hijo del olvido, Fenarete. Se
cas esta austera y digna mujer con un escultor, oscuro pero honrado, de nombre Sofro-
nisco. En el regazo de esta humilde familia, habitante a la sazn en el demo de Alopece,
naci Scrates por el ao de 469, y cuntase que en el mismo da del nacimiento de Ar-
temisa, diosa de las parteras.
Vstago de una familia que para vivir slo contaba con los penosos recursos que
allegaban el oficio del padre y las funciones ms o menos reproductivas de la madre, el
filsofo pronto se familiariz con las privaciones y escaseces propias de un hogar laborio-
so y pobre. Nada sabemos de su infancia. Es lcito ver en las palabras que andando el
tiempo Scrates haba de proferir para imponer a Lamprocles el respeto debido a su ma-
dre, un recurso de lo que fue para l el hogar familiar?
Dnde deca Scrates a su hijo, quejoso del carcter agrio de Jantippa,dnde hallaremos seres ms colmados de beneficios que los hijos lo son por los padres? Al
darles la vida les ofrendan el goce de todos los bienes que los dioses han distribuido a los
mortales. Pero para darles la vida y la coyuntura de probar dicha, cuntos trabajos, qu
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de inquietudes no les cuestan! Los hombres, en efecto, no se casan slo para satisfacer los
placeres de Afrodita, sino para asegurar su perpetuidad. Antes de poner casa investigan
qu mujeres les darn hermosos nios, y a una de ellas unen su destino. El marido ali-
menta a la esposa, que le har padre. Aun antes de que nazca la prole esperada, ya acumu-la cuanto juzga provechoso y allega cuanto puede. La madre, por su parte, lleva con fatiga
la carga que arriesga su vida, la nutre con su propia sustancia y la da a luz con crueles do-
lores. Amamanta en seguida al recin nacido, se gasta por l y le prodiga cuidados sin re-
muneracin ni beneficio y sin que el nio conozca siquiera a la que le dedica tantas solici-
tudes. La madre pugna por adivinar lo que conviene y agrada a la pequea criatura, inca-
paz an de expresar sus necesidades. Da y noche vive atormentada por l y por l se sa-
crifica sin columbrar qu gratitud cosechar de sus trabajos. Adems, en cuanto la edad
permite a los nios instruirse, los padres les ensean lo que saben y cuanto creen necesa-
rio para hacerles felices. Escogen maestros y no escatiman gastos ni cuidados para darles
la mejor educacin. Es, pues, preciso, Lamprocles, amar a una madre que te quiere.
Acurdate de que procur que nada te faltase en tus tiernos aos, que hizo cuanto pudo
por conservarte la salud y llover sobre ti, con sus plegarias, todos lo beneficios que nos
vienen de los dioses. mala; pues si no puedes soportar a tu madre, es que la misma di-
cha te es insoportable.
De su padre guard tambin Scrates, al parecer, un recuerdo no menos agrade-
cido. No se percibe, en efecto, en las palabras siguientes como un eco de lo que fue para
su hijo, en su hogar laborioso, el escultor Sofronisco?
Los padres deca Scrates que se afanan por dejar grandes riquezas a sus
hijos sin molestarse en ensearles la prctica de la virtud, se parecen a los que cran ca-
ballos cebndolos en demasa. Estos caballos engordan mucho, pero son ineptos para
todo servicio. As un padre, aun cuando deje poco a su hijo, le deja mucho si se dedica enriquecerle de virtudes, pues en el alma radican las verdaderas riquezas. Con un al-
ma rica, nos contentamos con poco; pero con un alma pobre nunca vemos que tenga-
mos bastante.
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As, pues, Scrates, a pesar de la indigencia de sus padres, debi de ser desde la
infancia el caro objeto de sus cuidados. La prudente solicitud paterna prepar, a la vez
que formaba un cuerpo sano, el alma del filsofo, para que andando el tiempo pudiese
por s sola granjearse la nica riqueza que es imperecedera: la riqueza de un alma en lacual surgi la feliz comprensin de la vida interior. Ms adelante, al frisar la edad reque-
rida, como el gobierno exiga que todos los hijos de los ciudadanos fuesen a la escuela y
recibiesen una educacin comn, el hijo de Sofronisco fue instruido y formado como lo
eran los jvenes atenienses de su tiempo. Como todos ellos, aprendi a leer en Homero y
en Hesiodo; con ellos se inici en la gimnasia, en la msica, en la poesa y en los primeros
elementos de la geometra. Con ellos, en fin form parte de los batallones escolares, que
organizados por barrios se dirigan en filas apretadas y silenciosas y casi desnudos a casa
de sus maestros, aun cuando cayeran gruesos copos de nieve. En efecto, en Atenas, para
ser un hombre cabal o perfecto, era menester unir a la disciplina del espritu los ejercicios
gimnsticos y formarse con tesn un cuerpo fuerte y sano tanto como forjarse el alma
recia y bella.
Terminada su primera educacin, o bien durante ella, Scrates aprendi el oficio
de su padre. Lo practic algn tiempo y con destreza, pues tuvo el honor de esculpir en el
siglo de Fidias una obra pblica. En efecto, a su cincel se debieron, dcese, las tres graciasvestidas, cuyas esculturas decoraron el recinto de la Acrpolis detrs de la estatua de
Athena. Scrates, sin embargo, no se consagr sin duda mucho tiempo al arte de la escul-
tura. Cierto da, estando atareado en reproducir en la piedra todos los rasgos de un mo-
delo, le dijo una voz divina y secreta:
Por qu, Scrates, pasas tantas fatigas en arrancar a la piedra la copia sin alma
de un modelo extrao y no te afanas en cincelar tu propia alma y en convertirte sobre la
tierra en estatua viviente de lo que son los dioses?.
Scrates, para acatar este llamamiento imperioso y expreso, abandon desde en-
tonces el martillo y el cincel de escultor. Pero cmo sin bienes, segn se dice, o al menos
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con contados recursos, se industri para asegurarse lo necesariamente preciso para la vida
aun contemplativa? Segn unos, Scrates se content con lo poco que le produca su pe-
queo patrimonio: segn otros, su discpulo Critn, con generosidades tan asiduas como
copiosas, le permiti vivir desde la salida del taller paterno sin ms preocupacin que lade consagrarse en cuerpo y alma a su vocacin divina, y cuid siempre hasta el fin trgico
de su maestro de aliviar su pobreza y asegurarle el ocio. Scrates, sin ms preocupacin ya
que la de cincelar su alma, diose a recorrer Atenas buscando sabios para orlos. Tuvo la
dicha de haber nacido en el siglo ms hermoso de la historia de su patria, y en una ciudad
envuelta en la atmsfera intelectual y moral ms incomparablemente esplendorosa, en
aquel hogar, punto de cita de todos los artistas y filsofos; as nunca espritu ms noble
respir a pulmn lleno ambiente ms noble. El hijo de Sofronisco, sabedor de lo que
quera y con la clara comprensin de los medios que podan guiarle a su objetivo, para
aprender y comprender mejor, no slo acuda a los sabios para informarse, sino tambin,
espoleado por ardiente curiosidad de saber y vida pasin por cuanto fuese verdad, com-
placase en preguntar a los ms humildes. Desde la maana ponase a pasear por la plaza
pblica, como escuela de la vida y de las realidades permanentes. Toda ocasin le pareca
buena para detener a la gente y conversar con ella. Todos fueren artesanos o mercaderes,
polticos o sofistas, mancebos u hombres maduros, haban de pararse para ser un momen-
to detenidos e interrogados por este investigador tenaz e infatigable, que saba ponerse alalcance de los espritus ms sencillos. Su humor jovial, su gracia insinuante, su astucia
indiscreta y caprichosa de fauno, su irona insidiosa y mordaz, retenan la atencin de
todos y cautivaban a cuantos le escuchaban.
Sin embargo, el celo por la sabidura que Scrates manifest desde los primeros
aos de su adolescencia, si bien foment el perfeccionamiento de su alma no acrecent
el bienestar y los recursos de su modesto hogar. Efectivamente, en vez de contribuir a
sacar de la penuria a su padre y a su madre, vagaba todo el da por el ddalo de las ca-lles de Atenas, entretenindose ya en charlas interminables con los tenderos de la ciu-
dad, ya embebido en largos e inmviles ensueos al abrigao de los prticos. Descui-
daba sus asuntos domsticos para darse todo l a la bsqueda de las virtudes y a desper-
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tar igual gusto en sus conciudadanos. Tal conducta no haba de ser grata a su padre.
Sofronisco, obligado a trabajar para vivir, exiga que su hijo permaneciese en el taller y
le ayudase. Pero Scrates, ciegamente dcil a la voz que le inspiraba, se resista a mane-
jar el cincel.
Prefiero instruirme deca, pues por hermosas que sean las obras de arte,
cuando se les pregunta, contestan con venerable silencio. En cambio los hombres hablan
en la ciudad y necesito orles.
Sofronisco, para acallar su angustia, fue un da a consultar un orculo.
Qu he de hacer pregunt al dios, qu he de hacer con mi hijo?
No te preocupes por Scrates respondi el orculo; djale que haga lo que
mejor le parezca. No le fuerces ni desves, da rienda suelta a sus inclinaciones. Limtate a
rogar por l a las musas y al gran Zeus, pues cuenta con un gua que le exalta sobre todos
los ms sabios maestros del mundo.
Este gua, generalmente llamado el genio de Scrates, era la voz misteriosa y difa-na que oa a veces en el fondo de su conciencia. Este geniodivino le hablaba con una es-
pecie de lenguaje interior que penetraba su alma, le prevena cual un presagio, le indicaba
la verdad y le aconsejaba ya que se abstuviese al ir a obrar, ya que obrase en vez de abste-
nerse. Esta fue la voz que le desvi del oficio de escultor, como ms tarde haba de apar-
tarle de la carrera poltica. Durante toda la vida, en efecto, los esfuerzos de este raro ilu-
minado tendieron exclusivamente a contrastar en la vida y a someter al examen de su in-
teligencia lo que le sugeran la Ciencia y la luz del genio interior que instrua su alma y le
impona esta sublime ocupacin: regenerar a los hombres por el estudio de lo verdadero ypor la prctica del bien, dar un sentido a la vida un fin a la existencia, y orientar hacia ese
fin nuestra conducta moral. Tan grandiosa y benfica misin apareci siempre a los ojos
de Scrates como una orden emanada de la voluntad del cielo.
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Por otra parte el genio tutelar que continuamente asista, informaba y guiaba al
hijo de Sofronisco era tambin su consejero, cuando el filsofo trataba de dirigir, inspirar
y servir a sus amigos. Cuntase que nadie desatendi los avisos que sugiri a Scrates sin
conocer el arrepentimiento. Cierto da, segn la leyenda encontr el hijo de Sofronisco asu opulento y generoso amigo Critn con un ojo vendado:
Qu tienes? le pregunt Scrates.
Ya sabes le respondi Critn que paseando el otro da contigo me separ
un instante del camino. Hube entonces de pasar bajo el ramaje de un rbol y quise doblar
una rama; se me escap, y al enderezarse me hiri el ojo.
Por qu le dijo Scrates no me obedeciste cuando movido como siempre por
divino instinto, te rogu que no me abandonases?
En otra ocasin fue invitado Scrates a cenar con Timarco. Ahora bien, este Ti-
marco abrigaba el propsito de deshacerse traidoramente de uno de sus enemigos preci-
samente la noche prefijada para la comida. Al prever aquel convidado de negros designios
la hora que le instaba, se levant de la mesa y disculp su ausencia diciendo que volveradentro de poco. Scrates, como todos los dems, ignoraba el susodicho abominable pro-
yecto. Dirigindose a Timarco le suplic que no se fuese, y el desgraciado volvi a su si-
tio. Poco despus, sin embargo se levant de la mesa por segunda vez y repiti a Scrates
que se vea obligado a salir un momento. Pero el hijo de Sofronisco, sumiso a la voz de
misterioso presentimiento le aconsej de nuevo y con insistencia que se quedase. Timarco
volviose a sentar. En fin por tercera vez y sin decir nada a Scrates se levant y escabull,
hurtndose a la atencin de todos. Das despus fue Timarco detenido y condenado por
asesinato yendo al suplicio.
Muero dijo en alta voz a su hermano por no haber querido obedecer a S-
crates.
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II
SCRATES Y LOS SO FISTAS
n cuanto Scrates, visto que el arte ms divino no era el de dejar obras perecederas,
sino el de formarse a s mismo a imagen de la ms perfecta virtud, pas su juventud
modelndose el alma, sinti al frisar en la madurez la necesidad de despertar en los dems
la inteligencia adormecida, ensendoles la dicha de vivir segn las leyes de la divina sa-
bidura. La ciudad de Atenas en aquel momento viva bajo la impresin de la gloriosa
victoria que los griegos acababan de alcanzar sobre los persas. El brillante recuerdo de
Maratn, de Salamina y de Platea presente estaba en el nimo de todos. Esquilo haba
llevado al escenario estos memorables acontecimientos, y el genio de Fidias, en serie lu-
minosa de bellas formas, eternizaba en el mrmol todo el ardor sereno del ensueo dicho-
so y sutil de la Helada libertada. Pericles, deseoso de convertir a Atenas en el centro de la
civilizacin helnica y de lograr para su ciudad natal la gloria y el prestigio de una culturaelevada, admirablemente inspirado por su mujer Aspasia, concedi el derecho de ciuda-
dana a todo espritu superior, prodig su proteccin a los ms diversos talentos y mereci
llegar a ser el amigo de los genios ms grandes de su tiempo.
El hijo de Sofronisco, a pesar de su pobreza, no slo trat a Pericles, sino sabo-
re tambin el encanto y la dulzura de vivir en la intimidad de la divina Aspasia de Mi-
leto, en la cual pareca encarnada el alma inteligente, sensible, resuelta y reflexiva de
Athena. Indudablemente supo esta mujer de labios de Alcibades que en torno de cier-to vagabundo, verdadero stiro, de ojos saltones, nariz roma y orejas alargadas, se api-
aban, encantados de or su charla inspirada, vivaz y maliciosa, los jvenes de ms alta
alcurnia.
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Treme le dijo un da a ese extravagante.
Presentado este hombre singular, cuya espiritual distincin nativa contrastaba de
modo raro con la rudeza de su aspecto exterior, agrad, interes, cautiv. Scrates desdeentonces, como Pericles y tantos otros nobles espritus de aquel siglo, fue a buscar al lado
de aquella inspiradora no meras lecciones de retrica, sino ms bien el secreto del arte de
agradar con gracia, de escuchar con delicadeza, de preguntar con confianza, de estimular
y exaltar las almas, arte que posea Aspasia.
Hombres famosos de todo jaez y origen, atrados por el esplendor del genio de
Pericles y por la aureola de consagracin que prometa Atenas, se codeaban para perfec-
cionarse y darse a conocer, en la ciudad agitada de calles irregulares tendida a los pies de
la embellecida Acrpolis. Si la llegada a Atenas a comienzos de la guerra del Peloponeso
de aquellos hombres famosos conocidos con el nombre de sofistas o de sabios, no
permite suponer que ejercieran influjo directo en la educacin de Scrates, rayano enton-
ces en los cuarenta aos, no puede, sin embargo, negarse que al entrar ya maduro en sus
escuelas con el propsito de atacar sus disolventes doctrinas volviendo contra ellos sus
procedimientos dialcticos, afin, desenvolvi y aguirri aquel don de polmica en l tan
natural.
La reputacin de los sofistas, ms o menos teatralmente conservada, atraa haca
ellos a todos los adolescentes vidos de instruirse. Aquella juventud dorada acuda a Ate-
nas desde todos los recovecos de la Grecia, impelida por el deseo de orlos, de gozar de su
savia y persuasiva elocuencia y de participar en las justas cautelosas de sus inteligencias.
Vestidos como los antiguos rapsodas, con largo manto de prpura, se presentaban do-
quiera se reuniera el pueblo y ante l recitaban no poemas picos sino discursos adecua-
dos para encarecer la sutileza de su espritu, su saber universal y el temible poder de unaelocuencia ya aduladora, ya irnicamente agresiva o trgicamente emocionante. No se les
regateaba el aplauso. Los jvenes sobre todo, muy sensibles a la belleza de la palabra, a la
cultura del espritu y a la cadencia musical de las frases, sentan por ellos delirante entu-
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siasmo y se aglomeraban a su paso. Rodebanles en sus paseos, acompabanles en sus
traslados y no titubeaban en seguirles hasta lejanas islas y ciudades. Adems, los propios
padres no teman dar a sus hijos como preceptores a tales hombres. Sus lecciones eran
retribuidas. Ellos iniciaban al adolescente en los elementos de las ciencias positivas, en lainterpretacin y crtica de las obras poticas y de las doctrinas filosficas, en las sutilezas
gramaticales, en los mltiples artificios de la impecabilidad del lenguaje y en las sabias
distinciones de una ingeniosa lgica. Sin embargo, el carcter especfico de su enseanza
se diriga ante todo a la accin positiva, al inters inmediato, al resultado material y tan-
gible. Enseaban, pues, una teora de la accin, pero el objeto exclusivo que asignaban a
esta accin, era de orden prctico y no franqueaba nunca el lmite del inters puramente
personal; por ello, para cumplir este programa se dedicaban sobre todo a la exposicin de
las ciencias econmicas, morales y polticas.
Que acuda a m la juventud clamaba el mayor vendedor de esta clase de sa-
bidura: conmigo aprender cuanto trate de saber: el arte de administrar con prudencia
sus negocios domsticos, de dirigir bien su casa; el arte de discutir con inteligencia los
asuntos del Estado y de dirigirlos lo mejor posible.
Ahora bien: en la democracia de esta poca, el alma de la vida cvica dependa delarte oratorio. En efecto, en un pas libre la accin poltica y el influjo moral se ejercen
con la palabra. La retrica es indispensable para aduearse del poder, llegar a los honores,
imponer el propio sentir a las muchedumbres, dar, segn las circunstancias, a una mala
causa la apariencia de buena, inspirar confianza, fijar el propio ascendiente y defenderse
en caso de ataque. Sin el arte de bien decir para lograr convencer la ciencia poltica resul-
ta ineficaz.
Los ms clebres sofistas que Scrates pudo ver, interrogar o al menos or, fueronProtgoras de Abdera, Gorgias de Leontino y Prdicos de Ceos.
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III
SCRATES, PROTGORAS Y GORGIAS
rotgoras naci en la ciudad tracia de Abdera. Muy joven debi sin duda de rela-
cionarse con Leucipo y Demcrito. Era para estos espritus despreocupados, que
reemplazaron la concepcin de un principio ordenador y director del mundo con la sola
idea del Azar, mero accidente, la gnesis de los seres y de las cosas. Dispsolo todo y lo
combin el juego fortuito de los tomos, que siendo de naturaleza idntica slo diferanentre s por el volumen, el peso y la forma. En el vrtigo de su incesante movimiento, se
adosaban unos a otros, se congregaban casualmente formando mil combinaciones, de las
cuales salan todos los cuerpos existentes en la naturaleza.
Protgoras, sin embargo, no pas mucho tiempo atareado en la investigacin de
las causas tendientes a explicar el origen del mundo. Como Scrates, prefiri ocuparse de
los hombres y se interes no en saberlo todo, sino en conocer bien lo que conviene a la
vida y a la felicidad inmediata. Antes de los treinta aos diose a viajar de ciudad en ciu-
dad. Su mgica voz encantaba y seduca a cuantos le oan. Vino a ser su reputacin ex-
tremada y al calor del renombre fue tan solicitada su enseanza, que la juventud atenien-
se se estremeca de emocin al conocer la nueva de la llegada del maestro.
Cuntanos Platn que un da, a la hora an obscura de la madrugada, un hombre
de excelente familia, Hipcrates, llam muy fuerte con el bastn a la puerta de la casa de
Scrates. Franqueronle la entrada y se precipit en la alcoba, donde descansaba el hijo
de Sofronisco, y sacudindole los pies, le dijo:
Scrates, duermes? No sabes la gran noticia?
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Qu ocurre? Pregunt Scrates. Por qu vienes a despertarme a estas
horas?
Por la mayor felicidad del mundo. Protgoras est aqu. Lleg ayer. Levntate
en seguida; vayamos a verle, pues me urge que me presentes al ms elocuente de los
hombres.
Scrates se levant, y con Hipcrates se dirigi a casa de Callias, hijo de Pericles
y husped fastuoso del clebre sofista. Como no se atrevieran a llamar a la puerta y pre-
sentarse a aquellas horas, aguardaron, paseando y charlando, que el da llegase. Cuando
el sol apareci y el portero importunado ya por numerosos y menos delicados visitan-
tes, se avino a abrirles, vieron a Protgoras con el dueo de la casa y los otros dos hijos
del gran Pericles, paseando y platicando bajo el suntuoso prtico de la opulenta mora-da. Detrs de ellos aguzado el odo, andaba cautelosa la muchedumbre de extranjeros,
que el Abderitano, como Orfeo, arrastraba tras s con la magia de su voz. Mezclados
con ellos iban algunos atenienses. Maravillaba sobre todo ver con qu deferencia respe-
tuosa y distante marchaba aquel tropel de admiradores siempre detrs del cisne de Ab-
dera. Evitando con cuidado el enfrentarse con l y estorbar su marcha, el squito obse-
quioso se apartaba a derecha e izquierda en cuanto el maestro con su compaa volva
sobre sus pasos; y cuando acababa de dar la media vuelta, volva a seguirle en orden
perfecto.
Qu quera de Protgoras la juventud de Atenas? La mayor parte de los hijos de
familia aspirantes a elevados puestos en el Estado crean que el medio mejor para obte-
nerlos era formarse con las lecciones de aquel maestro. La enseanza de Protgoras, en
efecto, como la de todos los sofistas, tenda a preparar para la vida prctica y para la acti-
vidad poltica. Y tanto mejor preparaba para ello el abderitano, cuanto que su saber era
universal, su mtodo excelente y su enseanza henchida de calor y de inters. Su influjo
fue enorme. Pericles le pidi leyes para la ciudad de urio. Eurpides recibi de sus la-
bios luces, y el mismo Tucdides tuvo en cuenta al escribir su historia los mtodos de ex-
posicin, discusin y demostracin del formidable retrico.
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Cuntase que gan con la profesin del arte oratorio, de la jurisprudencia, la mo-
ral y la poltica ms dinero que Fidias y que diez escultores tan diestros como ste. Sin
embargo, su delicadeza era grande en materia de honorarios.
He aqu dijo l mismo cmo fijo y percibo mi salario. Cuando un joven
ha aprendido a mi lado cuanto deseaba, me paga, si puede, la cuenta que le presento. Si la
cree excesiva le llevo a un templo y en l, tomando como testigo a la divinidad, le ruego
que l mismo fije el precio de mis lecciones.
No ha llegado a nosotros ninguna obra de Protgoras. A los setenta aos ley en
casa de Eurpides un libro que escribi Sobre los Dioses. Uno de los oyentes, escandalizado
de las audacias de aquel sabio, que sostena que nada podamos saber extrao a nosotros,
y que el conocimiento de los Dioses escapa a nuestra razn, le acus de impiedad. Fueproscrito el libro. Buscaron y quemaron los ejemplares difundidos. Protgoras, temeroso
sin duda de otros castigos, abandon el suelo de Grecia y decidi trasladarse a Sicilia, pe-
ro su navo naufrag en la travesa y pereci el sabio engullido por las olas.
Por el ao 427 lleg a Atenas una delegacin de las ciudades sicilianas; queran
lograr de la ciudad de Palas ayuda y proteccin contra la rica e inquietante Siracusa. El
principal orador de aquella diputacin era Gorgias de Leontino. Una vez que expusieron
los embajadores su proteccin al Consejo de los Quinientos, los pritanos los llevaron a la
Asamblea del pueblo, en la cual haban de abogar aqullos su causa.
Gorgias habl con tal arte que se vot el socorro. Nunca desde Pericles voz tan
eficaz como la de aquel orador siciliano acarici los odos atenienses con meloda compa-
rable. La Naturaleza, en efecto, haba dotado a aquel gran retrico de voz armoniosa y de
un respeto imponente, que a voluntad realzaba con brillante aparato. Su elocuencia, flo-
rida y animada, ya subyugaba las almas con la gracia sugestiva del ritmo de los perodos,
ya las levantaba en vilo con la audacia imprevista de anttesis sabiamente contrapuestas,
de metforas ingeniosas y deslumbradoras imgenes. Brillante justador intelectual, nadie
como l contribuy a enriquecer el vocabulario oratorio, a introducir la poesa en estos
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juegos dialcticos, que tendan a formar atletas del espritu para luchar entre s en la arena
de la vida poltica.
El triunfo logrado la primera vez que visit la ciudad de Palas dej huella profun-
da en la retrica ateniense. Muchas veces volvi Gorgias a la Hlade en el largo decurso
de su vida, y los xitos obtenidos, ya en Delfos, ya en Olimpia, cuando la magnificencia
de las fiestas congregaba gran concurso de pueblos, en nada cedan a su primer triunfo.
Siempre su palabra tena el influjo de una msica encantadora y subyugante. Vivi, segn
cuentan, ciento nueve aos. Conserv hasta los ltimos instantes ntegro su increble vi-
gor intelectual. Partidario del patriotismo de raza ms que del de ciudad, no ces, en me-
dio de las disensiones intestinas de los Helenos, de predicarles la concordia y la paz en
aras de causa ms noble.
Propended a conquistar les deca no las ciudades de la Hlade, sino los
pases brbaros. Las victorias logradas sobre brbaros suscitan cantos de triunfo: las que
los griegos obtienen sobre griegos acarrean cantos de duelo.
Ya en el ocaso de su larga carrera, le atac una enfermedad que le produca conti-
nuo sopor. Un amigo fue a verIe y le pregunt cmo se hallaba:
Siento dijo el gran sabio sonriendo que ya empieza el sueo a enviarme
hacia su hermano.
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IV
SCRATES Y PRDICOS
i por falta de datos Protgoras y Gorgias se nos aparecen sobre todo en la vida de
Scrates como hombres cuya autoridad ms o menos bienhechora constituy uno
de los principales elementos de la atmsfera intelectual caracterstica del tiempo en que
vivi el hijo de Sofronisco, sabemos, por el contrario, que Prdicos fue uno de sus ami-gos y familiares. Naci en Julis, ciudad de la isla de Ceo. Sus paisanos le nombraron
embajador en la ciudad de Atenas, y all se estableci, segn se cree, o por lo menos
pas en ella largas y frecuentes temporadas. Profesor, como todos los sofistas, de retri-
ca y de tica, ejerci con su enseanza gran influjo, acrecentado despus de su muerte.
Casi desconocemos sus mritos en el campo de la filosofa pura, pues no han llegado
hasta nosotros sus tratados Sobre la Naturaleza y Sobre la Naturaleza del Hombre. Pero
como gramtico y como retrico diose a la tarea de agrupar en un Ensayo de Sinonmica
las palabras emparentadas por la significacin y de distinguir unas de otras, indicando
con precisin los diversos matices que modifican su sentido. Las ideas morales de este
apstol de la propiedad de los trminos y de la correccin del estilo fueron al parecer, el
contrarregistro de su pesimismo comprobado. Prdicos, espritu sublime encerrado en
cuerpo desmedrado y enfermizo, tena voz de bajo que resonaba con amplitud magnfi-
ca. Punzante emocin se apoderaba de todos sus oyentes cuando describa las miserias
implcitas a la naturaleza humana, pues para l los males de la existencia sobrepujaban
a los bienes.
Qu edad deca con su voz profunda que tan raramente contrastaba con su
enclenque aspecto, qu edad est a cubierto de males? Apenas nacido el hombre ya sa-
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luda la luz vertiendo lgrimas. Empieza a vivir sufriendo y no tiene otro medio para ex-
presar su malestar y dar a conocer sus necesidades que el baldo recurso de sus chillidos.
Despus de mil tormentos frisa los siete aos y entonces los pedagogos le sitian y gozan
en tiranizarle. Ya adolescente, los profesores de gimnasia le adiestran a bastonazos. Toda
su juventud discurre bajo la tutela de rudos preceptores, y escapa a los disgustos de esta
edad para recaer en mayores inquietudes.
En efecto, apenas llega a sazn ya le es forzoso escoger camino en la vida. Ade-
ms son para l la hora de ir a campaas, arrostrar combates, y de soportar dolorosas
heridas. Pronto llega con sordo paso la vejez, que acumula sobre nosotros todos los
achaques y miserias de nuestra desdichada naturaleza. Entonces, si no os apresuris a
pagar vuestra deuda entregando la vida, la Naturaleza, cual inflexible usurera, toma en
prenda a uno la vista, a otro el odo, y frecuentemente los dos sentidos a la vez. Si resis-ts, os paraliza y roba el uso de vuestros miembros. Y si tocis los linderos de extremada
vejez, os retrotrais a los das de vuestra infancia. El mayor bien que puede tocarnos en
suerte es merecer que los Dioses nos libren de la vida antes de llegar al dintel de edad
avanzada.
El ms seguro medio para olvidar tantas miserias, afirmaba Prdicos, es trabajar
para hacerse hombre de bien. Crea, como Scrates, que todo resulta bueno cuando el
alma es excelente, que la felicidad es una riqueza interior y patrimonio, exclusivamente,
de la conciencia lucida y de la virtud instruida. Si la inteligencia puede regir la vida, en-
sendonos a soportarla, tambin nos incita a no temer a la muerte. La muerte, en efec-
to, opinaba Prdicos, no nos atae ni en vida ni cuando dejamos de ser. As, por mucho
que vivamos, no existe en modo alguno para nosotros, y en cuanto existe para nosotros
ya no existimos para ella.
Este noble y gran sofista, a pesar de su endeblez y pesimismo, en vez de adorme-
cerse y confinarse en muda resignacin o en desesperacin infecunda e impa, predic el
esfuerzo, exalt el valor y la energa activa y exhort al amor del trabajo. Su hroe preferi-
do fue el gran Heracles.
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Heracles, cuenta Prdicos en un gracioso aplogo familiar a Scrates, salido de la
infancia, fris la edad en que los adolescentes, ya dueos de s, se preguntan y examinan
si en el curso de su vida seguirn la senda del vicio o la de la virtud. Retirose a un paraje
solitario y, mientras reposaba, se pregunt, cual si estuviera en encrucijada de dos cami-
nos desconocidos, qu rumbo tomara. De pronto se le aparecieron dos encopetadas se-
oras. Una, de aspecto decente y noble origen; tena el cuerpo reluciente de limpieza,
ojos rebosantes de pudor, gestos reservados y cubrase con blanca vestidura. La otra pare-
ca ataviada para el libertinaje. Llevaba el rostro como las cortesanas, embadurnado de
carmn y blanco, y atiesaba el busto para realzar su talle y aparecer ms erguida. Brillaba
la impudencia en sus ojos agrandados. Se contemplaba con frecuencia, vea si se la miraba
y hasta se volva para contemplar su sombra perfumada. Ambas se fueron acercando,
aquella con paso siempre igual; pero la segunda, ansiosa de ganar a su rival la delantera,
echose a correr.
Oh Heracles djole acercndose, te veo perplejo ante el camino que has de
seguir en el viaje de la vida. Si me escoges como amiga, te llevar por la senda ms apaci-
ble y agradable: probars todos los placeres y vivirs siempre exento de pena. Sin preocu-
parte de guerras ni enfrascarte en negocios, tus cuidados no sern otros que vivir investi-
gando cul es la mejor comida y la bebida mejor. Vivirs sin ocuparte del maana, cada
da a tenor del placer que encante ms tus ojos o tus odos. Todos los goces te sern per-
mitidos y ofrendados, sin que por un momento abrigues el temor de que te falten los
medios de ser dichoso. No te reducir nunca a la necesidad de trabajar para procurrtelos.
Te aprovechars del trabajo de los dems. Para mis amigos, en efecto, toda ganancia es
legtima. Ningn escrpulo les detiene: sus deseos son mandatos, y todo aqu abajo sirve
slo para su utilidad.
Heracles, habindola odo:
Oh mujer exclam, cul es tu nombre?
Y ella contest:
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Mis amigos me llaman la Felicidad. Mis enemigos, la Inmoralidad.
Entonces se acerc la segunda mujer habl as:
Yo tambin. Heracles, dispuesta a sacarte de tu imaginacin vacilante, acudo a
ti. Conozco a los autores de tus das y s qu excelente natural ha revelado tu infancia. Si
tomas el camino que te sealo, no tardars en realizar grandes hazaas y sobre m proyec-
tar tu gloria nuevo y brillante esplendor. No te engaar con promesas de placeres, pero
te indicar lo que los dioses exigen de tu potente naturaleza. Sepas, pues, que no puede
adquirirse cuanto hay de bueno y de bello en el mundo sin trabajo y sin fatiga. Nada nos
concede el cielo sin esfuerzo por nuestra parte para lograrlo. Quieres que los dioses te
sean propicios y favorables? Hnralos. Ansas que te amen los amigos? Atretelos con
beneficios. Quieres que una ciudad te glorifique y toda la Grecia admire tu virtud? Pro-cura esforzadamente prestar servicios a Grecia y ser til a la ciudad cuya estimacin anhe-
las. Deseas que la tierra te d abundantes cosechas? Cultvala. Cuentas con que te enri-
quezca la cra de reses? Te has de sujetar a cuidar tu rebao. Ambicionas la gloria militar?
Estudia el arte de la guerra, endurcete y no temas los peligros de los combates. Proyec-
tas, en fin, convertir tu cuerpo en fuerte instrumento de vanos designios? Procura alige-
rarlo con el sudor y la fatiga.
Ves, Heracles repuso entonces la Inmoralidad, interrumpiendo a su mu-
la, el largo y duro camino que te seala esta mujer para guiarte hacia la dicha. Yo, en
cambio, puedo llevarte a la felicidad por una senda florida menos larga y ms cmoda.
Desgraciada dijo entonces la Virtud, Qu bienes posees? Qu placeres
conoces t que nada sabes hacer para llegar a probarlos? Ests harta antes de sentir el aci-
cate del deseo. Para comer sin ganas, necesitas cocineros. Para beber a gusto, has de tener
a mano vinos exquisitos, copas raras y hielos en verano. No puedes lograr benfico sueo
sin descansar en muelle cama, pues no vas a dormir por haber trabajado, sino sencilla-
mente porque el tiempo te pesa y nada tienes que hacer. Aunque eres inmortal, los dioses
te han arrojado de su celeste compaa y en la tierra los hombres honrados te desprecian.
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No has odo nunca el elogio ms halageo, cual es el que procede de nosotros mismos,
el que nos otorga la conciencia despus de un noble esfuerzo. No has gozado nunca del
ms hermoso espectculo, ya que de ti no brot nunca obra buena. Es menester haber
perdido el juicio enteramente para creer en tus palabras y engrosar el rebao de los que
descarriaste. Agotas, en efecto, el vigor corporal de los jvenes y atontas el alma de los
viejos. Respecto de m he de decirte que vivo con los dioses y con los hombres de bien.
Aqu en este mundo y en todas partes, nada bueno puede sin mi intervencin realizarse.
Para el artesano soy amiga econmica. El padre de familia ve en m la fiel guardesa de su
hogar. Soy ayuda y sostn del laborioso servidor y tambin apoyo del guerrero valeroso.
Mis amigos, sin grandes aprestos, comen manjares aderezados por un gran apetito. Su
sueo es mucho ms grato que el de los que nunca se fatigan. Cuando jvenes, saborean
el placer de verse alabados por los viejos; cuando viejos, gozan del respeto que la sana ju-
ventud. Por m, nicamente, los dioses les aman y los conciudadanos los honran. Cuandoal fin llega para ellos, lo ms tardamente posible, el trmino de la vida, mueren sin pesar
y no quedan olvidados en la regin de los muertos. Su recuerdo sigue inmarcesible en
edades sin fin. Creme, Heracles. Con insignes hazaas y siguiendo la senda que te indi-
co, puedes adquirir la felicidad mayor y ms cierta de que puedes gozar.
Heracles desde aquel momento hasta la pira del Oeta sigui sin desviarse el cami-
no de la Virtud. Scrates, a su ejemplo, tampoco se separ de l hasta el momento final,
en que apur la cicuta.
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V
SCRATES Y ANAXGORAS
i Scrates, imitando a los griegos, que siempre prefirieron instruirse escuchan-
do, ms bien que aprendiendo por s mismos, trat con asiduidad a los sofistas
y asisti con frecuencia a las conferencias que daban, pblicas y privadas, y con ellosse ejercit en el arte de la disputa y de la controversia, no se crea por ello que el hijo
de Sofronisco, para saciar el hambre de saber y el anhelo de conocer que espoleaban
su ardorosa juventud, se di por contento exclusivamente con tal enseanza. Sabe-
mos por ciertos testimonios que Scrates se relacion con Anaxgoras, con Parmni-
des y con Zenn. No es verosmil, en efecto, que inteligencia tan vida y despierta
como la de quien, apenas ya en estado de comprender, no dej de consultar, or e
interrogar a cuantos gozaban de reputacin de sabios, omitiese escuchar a los hom-
bres que eran tenidos en el campo de las ciencias filosficas como ms avisados.
Adems, sabemos que Scrates, ansioso de obtener el mayor provecho de una
enseanza que poda directamente beber, se di para iniciarse en las venerables doc-
trinas de los sabios de antao, juntamente con sus amigos, a escrutar todos los teso-
ros que los antiguos filsofos dejaron grabados en sus libros. Cuntase que un da el
poeta trgico Eurpides di a Scrates, para que las leyera, las obras de Herclito.
Ahora bien: cuando el hijo de Sofronisco devolvi a su amigo estos libros que le pres-
t, Eurpides le dijo:
Qu opinas, oh Scrates, acerca de las obras de este obscuro efesio?
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Lo que he comprendido respondi me parece excelente, y quiero creer
que lo sea tambin lo que no he comprendido. Pero para entenderle y no ahogarse, es
preciso ser nadador de Delos.
Empero de todos los filsofos que ejercieron quiz influjo en Scrates, ninguno
caus en l mayor impresin que Anaxgoras.
Quise en mi juventud deca ya maduro el hijo de Sofronisco, y es indeci-
ble con cunto empeo, engolfarme en el estudio de la Naturaleza, pues sublime me pa-
reca la ciencia que se ocupa del origen de los seres y de las cosas.
Hasta Scrates, en efecto; el mayor esfuerzo de los antiguos filsofos tendi a in-
vestigar la substancia que constituye, bajo diversos aspectos, el fundamento primordial dela unidad del mundo. ales de Mileto crea que todo proceda del agua. Conceba este
elemento como la substancia inicial, cuyas sucesivas transformaciones dieron origen a la
infinita diversidad de las cosas. ales, viendo que el agua pasa del estado lquido al esta-
do slido y al estado gaseoso, ide el proceso del devenir del mundo como manante del
agua para volver al agua. Crea que el agua, nacida de la tierra y aspirada por el cielo, cae
sobre la tierra y se recambia en tierra. Anaxmenes de Mileto pensaba que la primera ma-
teria universal era el aire. Afirmaba que de este elemento han nacido las cosas que son y
que han sido y han de nacer las que sern.
Cuando el aire se enrarece, trucase en fuego; cuando se condensa, se cambia en
agua y en tierra. Herclito de feso vio en el fuego la substancia originaria de seres y co-
sas. El mundo, deca este obscuro filsofo, siempre ha sido y ser siempre fuego eterna-
mente vivo, que se enciende con medida y con medida se extingue. Para l, el fuego se
transformaba en aire, el aire en agua, el agua en tierra, e inversamente la tierra se trocaba
en agua, el agua en aire y el aire en fuego.
Por su parte, Ferecides y Jenfanes proclamaron que todo viene de la tierra y todo
vuelve a ella. Estos diversos sistemas, si revelaban el deseo verdaderamente filosfico de
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explicar el universo por un principio nico, se excluan y se oponan irreductiblemente y
dejaban a Scrates sumido en la mayor indecisin.
Con todo, un da, despus de escuchar atentamente la lectura de un pasaje de
las obras de Anaxgoras, Scrates qued tan complacido, que se fue a la tienda y com-
pr para s los libros que este filsofo escribiera Sobre la Naturaleza. Los ley, nos dice,
con avidez. Realmente hasta que apareci este maestro de la escuela jnica, la filosofa
natural atribua al azar, a la suerte o a elementos puramente materiales la admirable
disposicin del mundo. Anaxgoras fue el primero que se atrevi a proclamar que hay
en la Naturaleza una Inteligencia, que ordena cada cosa a su fin. Esta gran idea fue para
Scrates una revelacin. Vino a ser el centro de su visin del mundo, y el entusiasmo
que en l prendi, le permiti leerse en el pensamiento de otro, descubrir en ella el al-
ma de su inspiracin y manifestamos con rara amplitud y fecundidad todas las certi-dumbres que acababa de entrever. Si una Inteligencia realmente determina y dirige el
orden del mundo, todo ha sido forzosamente ordenado para lo mejor posible. El orden
visible del mundo revela, pues, una sabidura suprema. Ahora bien: si todo proviene de
esta Causa divina, todo ha de ser regido por Ella con sabidura y dispuesto para la glo-
ria de esta Inteligencia, que es la fuente del orden y de la felicidad. Toda criatura, para
alcanzar la dicha, ha de rendirse a la voz de esta sabia Ordenadora. Y percibe esa voz en
el sentimiento que le impele a obrar lo mejor que permite su naturaleza. Por tanto, el
hombre, si quiere ser dichoso y perfecto, debe conducirse por las normas de la Inteli-
gencia que rige el mundo. Su mayor deber es respetar el orden que por doquiera mani-
fiesta la actividad de la Soberana providencia: su ms noble paz es vivir en contacto con
el pensamiento que preside la evolucin de la vida, los movimientos de las esferas y las
aspiraciones de su conciencia ntima. As, en cuanto Scrates se dio cuenta de que una
Inteligencia vigilaba el comportamiento de las cosas, sus congojas se aplacaron. Celeste
luz ilumin su espritu. La certeza lograda de que todo era regido para el mejor fin, le
preserv de todo descarro y vana revuelta. La verdad, el orden y el bien se identifica-
ron en su pensamiento. Trabajar para hacerse mejor, aceptar inteligentemente la sumi-
sin al orden, vinieron a ser para l los medios ms seguros para llegar al cogollo de la
misma verdad.
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He aqu por qu Scrates, tan luego como, inspirndose en Anaxgoras, lleg a con-
siderar a la Inteligencia divina como causa del orden universal, abandon las especulaciones
sobre el origen de las cosas y se dedic enteramente al estudio de la moral y del arte de vivir
rectamente. En adelante, sin preocuparse por el problema del origen de los seres, satisfecho
de afirmar que el orden del mundo revelaba sobradamente la existencia y la bondad de
Dios, Scrates enfoc y concret su filosofa al estudio del hombre. Este sabio, al identificar
su vida y su pensamiento, vino a ser desde entones la sabidura hecha hombre. El hombre,
deca, slo puede saber una cosa, que es tambin la nica que le importa conocer: l mismo.
Ahora bien: para conocerse a s mismo, basta que se sepa obedecer a lo mejor que hay en
cada uno: a la razn. Dando a esta facultad la direccin de nuestra vida, obedecemos a las
leyes del mismo Dios. El hombre, efectivamente, lleva estas leyes esculpidas en el fondo de
su conciencia. Acatndolas, participa en la armona del mundo y contribuye a ella. Basta
para entender sus mandatos escuchar el verbo de la propia inteligencia, recogerse en s mis-mo e imponer silencio a las pasiones que nos substraen a la dicha de pensar. Al reproducir
en nosotros el imperio del propio orden del mundo, obramos segn las leyes de Dios y vi-
vimos en ese estado de purificante entusiasmo que nos permite gozar el espectculo del or-
den y de la belleza de las cosas, sentidos plenamente slo por las almas que reconocen esas
leyes y las ven en s mismas. Scrates redujo la filosofa, especulativa antao, a ciencia emi-
nentemente prctica. Con l dej de ser puro juego del espritu y noble diversin del hom-
bre en ratos de ocio, Hasta Scrates, dijo, en efecto, Cicern, la filosofa antigua ense la
ciencia de los nmeros, los principios del movimiento, los orgenes de la generacin y co-
rrupcin de todos los seres; investig atentamente la magnitud, las distancias, los cursos de
los astros, todas las cosas celestes. Scrates fue el primero que hizo descender la filosofa del
cielo y la introdujo, no slo en los seres, sino hasta en las cosas, incitando a todo el mundo
a discurrir acerca de cuanto puede servir para regular la vida, formar las costumbres y dis-
tinguir el bien del mal. Efectivamente, la doctrina socrtica substancialmente se reduca a
una teora de salud y liberacin: propenda a redimir el alma por la virtud y la verdad.
Para alcanzar ese fin, Scrates vino a ser el apstol de la conciencia humana y de
la belleza de la accin. Tuvo fe en la luz interior del espritu, y si para l todo haba de
conformarse a la razn para ser bello, todo para ser bueno haba de ser consciente.
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As todas las especulaciones que tendan el demostrar agudeza o agilidad de talen-
to, pero que no servan para perfeccionar nuestra alma y liberar nuestra inteligencia, eran
para l intiles y vanas. Lo nico importante era: conocer la sabidura, obedecer a Dios,
saber obrar bien, procurar conocerse, observar con precisin cules son los deberes del
hombre para consigo mismo, definir y practicar la justicia que determina nuestras obliga-
ciones con los dems, descubrir y conservar la piedad que resume nuestros deberes para
con Dios: en una palabra, ejercitarse en todo tiempo y lugar en la prctica de la ms no-
ble virtud; porque, deca, fuera de la virtud no hay dicha verdadera, ni inteligencia lcida,
ni humanidad real.
Pero cmo se ha de honrar a los Dioses cuyo poder se revela en el orden que re-
gula el universo? Las ideas de Scrates en la esfera teolgica se enlazan con las que profe-
saba respecto del origen de las cosas.
El hijo de Sofronisco, renunciando a disertar acerca de los principios de los seres y
de la ciencia divina, confesaba su respetuosa ignorancia en relacin con los Dioses y hasta
respecto de sus nombres. Nada saba de ellos sino solamente que existen y que son justos
y buenos. Encastillado en esta creencia, afirmaba que nuestro primer deber respecto de
ellos consista en regular prcticamente nuestra alma a tenor de las leyes establecidas por
el gran Ordenador del universo para el triunfo del orden. Sin embargo, como hay que
rendirles un culto exterior, que pblicamente manifieste la gratitud, el respeto y la piedad
que les debemos, Scrates tuvo cuidado de no olvidar esta necesidad. Se atuvo en esta
materia al consejo de la Pitonisa, que respondi a los que le preguntaron acerca de la
norma que se haba de seguir en relacin con el culto de los Dioses:
Honradlos segn las tradiciones de vuestros antepasados, acomodaos a las cos-
tumbres de vuestro pas y as demostraris la piedad que debis a los inmortales.
Scrates, en efecto, se atuvo siempre y en todo a los hbitos religiosos de su ciu-
dad natal. Sacrificaba manifiestamente, ya en su hogar, ya en los templos; recurra a la
adivinacin como todos los ciudadanos devotos y participaba en las ceremonias pblicas
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o privadas que el uso haba fijado para honrar, dar gracias y suplicar a los Dioses de su
pas. Scrates, no obstante, al ofrecer las modestas primicias de lo poco que posea, crea
hacer tanto o ms que las personas opulentas y hacendadas, ofrendantes de grandes y
numerosas vctimas. Los Dioses, segn l, atienden ms a la piedad que a la munificencia,
y la humilde ofrenda del pobre, cuando va acompaada de piadosos sentimientos, pesa
ante sus ojos tanto como los dones ms ricos y abundantes. Los rezos del filsofo eran
sencillos y confiados. Abandonndose enteramente a la providencia de los Dioses, les pe-
da que le concediesen lo que juzgasen bueno, pues los Dioses, deca, saben mejor que
yo lo que me conviene: yo lo acepto, portndome bien.
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VI
I. SCRATES Y ALCIBADES
s pues, Scrates se form con el trato con los sofistas, por una parte, y, por otra,
estudiando directamente las teoras de los antiguos filsofos. Sin embargo, la acti-
vidad de su espritu no se acanton, al parecer, en el recinto de las ciencias filosficas. An-
sioso de no desconocer conocimiento alguno de su tiempo, aprendi no solamente el artede discutir y hablar bien, la geometra, la astronoma y la msica, sino que quiso tambin
percatarse de cuanto en aquel ambiente se saba de economa domstica y de institucio-
nes polticas. Habindose as adiestrado para discutir sobre todo, de todo se vala para
ensear la verdadera ciencia del hombre y el conocimiento del alma. Para conquistar a los
humildes, convirti su enseanza en predicacin familiar. No mandaba, dice Plutarco,
que trajesen bancos; no suba a la ctedra; no miraba la hora al leer en pblico, ni la fija-
ba para charlar o pasear con sus amigos; profesaba su filosofa bebiendo, comiendo, divir-
tindose, ya en la vida campestre como en las asambleas de la ciudad. Fue el primero en
ensear que la filosofa no era una ciencia intil, sino el medio prctico de comportarse
inteligentemente y de embellecer el alma en todo momento y ocasin con celestes reflejos
de la hermosura divina.
Scrates, entregado enteramente al goce de cumplir su misin de educador de las
almas, a pesar de su pobreza se neg siempre a prostituir la Ciencia exigiendo el pago de
sus lecciones.
No concibo se complaca en decir a menudo que un hombre dedicado a
ensear la virtud piense en exigir el pago. Hacerse con un hombre honrado, convertir en
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buen amigo al propio discpulo, no es la ms rica ventaja y la ganancia mayor que puede
sacarse de tal empeo?
Scrates, al revs de los sofistas y retricos que se pasaban la vida viajando de
ciudad en ciudad, no sali nunca de Atenas ms que para breves excursiones por el
campo. Rara vez franque las puertas; cuando se hallaba fuera de las murallas, pareca
un extranjero conducido por el gua. Por lo dems, qu necesidad tena de alejarse de
aquella admirable ciudad? No era su ciudad natal el centro al que afluan todos los
ingenios, donde convergan, sin necesidad de ir lejos a buscarlos, todos aquellos de los
cuales poda aprender algo? Por ello en poco tiempo, y a pesar de su modesta posicin,
pudo relacionarse este incansable cazador de hombres con casi todas las ms notables
inteligencias de su ilustre poca. Por la sorprendente vivacidad de su espritu se granje
el favor de los ms encopetados personajes y se le franquearon las puertas de opulentasmansiones.
El ms famoso de los hijos de familia que su genio supo atraerse fue, sin disputa,
Alcibades. Hijo de Clinias y pupilo de Pericles y el ms hermoso de todos los griegos, pre-
tenda descender de Ayax y posea uno de los ms vastos patrimonios de Atenas. Su rancia
nobleza, realzada con inmensa fortuna; su gracia nativa, embellecida con elegantes posturas
y empaque saturado de hermosos gestos y de suntuosidad, convirtironle en el nio mima-
do de su ciudad natal; parsitos y aduladores se aglomeraban a su paso y aplaudan sus ms
locas audacias. Alcibades, seguro de amplia impunidad, no tuvo escrpulos en soltar las
riendas a su espritu aventurero y al mpetu de sus pasiones. Cuntase que era tan vehemen-
te su ardor, que de amor se desvaneca sin ms que or el retrato que se le hiciese de una
mujer. As, desde su adolescencia, crey que todo le era permitido.
Su carcter, violento y apasionado, se entreg sin freno, pero con gracia tal, que
atraa la indulgencia a todos los caprichos de una imaginacin que para asombrar y hacer
brillante gala de todos sus antojos no se detena ante nada. Prdigo y fastuoso, corri en
Olimpia siete carros a la vez, eclipsando as la magnificencia de los reyes de Siracusa y de
Cirene. Ansioso, sin cortapisas, de popularidad, compr en cierta ocasin un perro mag-
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nfico y muy caro. Cuando toda la ciudad hubo admirado aquel pomposo ejemplar le
cort la cola, y ocurri lo que esperaba.
Mientras que los atenienses dijo hablen de mi perro, no dirn cosas peores
a mi costa.
Este hermoso mancebo, a pesar de la turbulencia, sobresala por su inteligencia
gil y penetrante y por muy viva aficin al cultivo del espritu. Fue cierta vez a casa de un
pedagogo, escudri sus libros y, al no ver la Ilada de Homero, dijo:
Cmo le dijo Alcibades, te atreves a ensear sin tener en tu casa tan glo-
rioso poema? Toma, ignaro y presumido, lo que mereces.
Y diciendo estas palabras, le abofete.
Orden que le construyeran suntuosa morada. Cuando lleg el momento de de-
corarla, el artista encargado de ello, abrumado por las exigencias de un dueo que no so-
portaba se le contradijera, se neg a trabajar. Furioso Alcibades, le encerr y retuvo pri-
sionero hasta ver terminada la decoracin que haba proyectado y ejecutado a tenor de su
gusto. Cuando se remat, el hijo de Clinias despidi al pintor, colmndole de regalos.
En cuanto Scrates atisb a Alcibades qued seducido. Qu hermosa alma, pen-
s enseguida, nos promete tan hermoso cuerpo!
El hijo de Sofronisco, exaltado por la divina inquietud que se apoder de l, aca-
rici un gran ensueo: agregar a la belleza del cuerpo de aquel efebo la hermosura, mu-
cho ms importante y preciosa del alma; educar tan ardiente promesa ensendole a des-
plazar sus pasiones para que sirviesen al mayor bien de su inteligencia y al sabio manejo
de los negocios del Estado. Tan brillantes cualidades sobresalan de tal modo por entre
tantos defectos, que Scrates, al perseguir la realizacin de su sueo, esperaba contribuir a
la salvacin de la Hlade. El filsofo, dedicndose as a instruir y a formar la juventud,
I . SCR ATES Y ALCIBAD ES
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escogiendo preferentemente, por ser, sin duda, los mejores, a los ricamente dotados por la
naturaleza de gracias corporales, y, sobre todo, puesta la mira en Alcibades, y la nica
preocupacin en hacer a sus conciudadanos ms justos y ms felices, aspir a crear una
aristocracia intelectual, que pudiese coger las riendas del Estado. Persuadido de que todos
los males de Atenas provenan de la incapacidad de sus jefes, quiso substituir la poltica
de azar con otra basada en la ciencia del hombre y de la razn de las cosas y dar para ello
sabia direccin a la clase escogida.
El gran sabio, reprobando cuanto no ratifica la conciencia y convencido de que el
hombre slo puede mejorarse con esfuerzo estrictamente personal, detestaba lo mismo la
tirana de uno solo que la de la muchedumbre.
La tirana engendra todos los crmenes deca y la orden, cualquiera quesea su origen, sea escrita o no lo sea, en cuanto se funda en la fuerza y no en el claro asen-
timiento de los que tienen el deber de cumplirla, no es una ley, sino acto de violencia re-
prensible y nocivo.
Sin embargo, como los hombres no pueden gobernarse por s mismos y la muche-
dumbre sin soberano es como ciego sin perro, Scrates conjetur la salud del Estado en la
eleccin perspicaz de un buen jefe. Ahora bien, deca, no son reyes y jefes los que llevan el
cetro o los favorecidos por la suerte o eleccin de la muchedumbre, por la violencia o la
fuerza, sino solamente los que saben mandar. Esta ciencia del mando no es en modo alguno
resultado de un voto que pueda darla al que no la tiene y nada hace para poseerla. Difcil,
en efecto, delicado y complejo es el arte de gobernar hombres y cosas. Pocos son los que
poseen ese arte, y la independencia de los gobernantes sin sabidura, que forjan la desgracia
de todos los gobernados, no logra, sin embargo, persuadir a los que les suceden en el poder
de la necesidad de dedicarse a estudiar a los hombres antes de poder eficazmente emplearse
en gobernarlos, lo que equivale, en realidad, a llevarles a la dicha.
Me asombra deca en cierta ocasin Scrates que los que quieren tocar la
ctara o la flauta, cabalgar o poseer cualquiera otra habilidad anloga, no pretenden ad-
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quirirla en el acto y con su solo esfuerzo. Veo que todos buscan a los maestros ms re-
nombrados, se entregan a ellos y se conducen como si no hubiera otro medio de adquirir
destreza y fama. Por el contraro, los que aspiran a ser grandes oradores de Estado creen
que pueden por s solos, sin preparacin sin estudio, adquirir de repente el talento y la
ciencia indispensables para educar y gobernar a los hombres. No ha de ser locura creer
que sin aprendizaje y sin maestro no es posible adiestrarse en las artes mecnicas, mien-
tras que la ms delicada e importante de las ciencias, la de regir un Estado, se aprende sin
trabajo y sin estudio alguno? Un ignorante que intriga para obtener el poder se parece a
otro ignorante que dijera: Atenienses, yo no he estudiado medicina, no he asistido nunca
a la escuela de ningn maestro. No slo he procurado no aprender, sino hice cuanto pude
para que nadie sospechase que hubiera aprendido cosa alguna. Sin embargo, otorgadme
vuestra confianza, elegidme como mdico. Tratar de instruirme experimentando en vo-
sotros.
Con la esperanza de dar un buen jefe a la democracia ateniense, Scrates acarici
la idea de formar a Alcibades. El hijo de Clinias, en efecto, no era slo el prncipe de la
juventud. Como sobrino de Pericles, pareca tambin destinado a recoger la herencia de
la gloria y del genio de su to. La dictadura inteligente y suave de este gran hombre no
poda ser eterna; sus hijos eran, al parecer, incapaces para sucederle, y los ojos de Atenas
se volvan placenteros hacia aquel joven de ilustre y rico linaje, que, en condiciones de
proteger, como su to, las letras y las artes, gustaba del favor popular, era bienquisto de la
plebe y pareca, por el ascendiente ya logrado, apto para guiarla y ser obedecido.
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VII
II. SCRATES Y ALCIBADES
ijo un da Scrates a Alcibades:
Sabes, hijo de Clinias, por qu, fijo ha mucho tiempo en ti mi pensamiento,
no me he atrevido a hablarte hasta hoy? Mi genio familiar me lo prohiba. Pero hoy la
misma voz me ordena que te dirija mi palabra. Las gracias floridas de tu juventud, enefecto, empiezan a marchitarse. Ligero bozo sombrea tus mejillas; la muchedumbre de tus
admiradores no acude tan impetuosa a tu lado y ya es hora de velar, puesto que la belleza
de tu cuerpo se aja, porque la de tu alma florezca.
Scrates, en cuanto oy la voz de su conciencia y juzg propicio el momento,
dise a tratar asidua y paladinamente con Alcibades. Para inculcarle el gusto y la expe-
riencia de la vida poltica le exhort con frecuencia a presentarse pblicamente. Pero Al-
cibades temblaba de espanto cuantas veces se dispona a aparecer ante el pueblo reunido.
Para aguerrirlo, Scrates le dijo en cierta ocasin:
Haces gran caso, Alcibades, de ese zapatero?
No respondi el hijo de Clinias.
Y ese pregonero sigui diciendo Scrates, y ese fabricante de tiendas, y
ese calderero, y ese barbero, te intimidan?
De ningn modo respondi Alcibades.
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Pues bien repuso Scrates, no son esos los que forman el pblico de
Atenas? Si no les temes uno a uno en particular, por qu te intimidan cuando estn
reunidos?
Scrates, al amistarse con Alcibades, no pretendi convertirlo de repente en mo-
delo de sabidura. El hijo de Sofronisco, para educar, como era su sueo, a aquel predilec-
to de los Dioses, lo tom tal cual era por naturaleza. Transigi con sus gustos y hasta con
sus prejuicios y se esforz en elevarle poco a poco, gradualmente, al conocimiento de la
verdad, a la prctica sagaz de la virtud y al amor de cuanto es noble y bello. Aplicndole
su habitual mtodo de enseanza, Scrates empez por preguntar a su alumno frecuente
y extensamente.
El filsofo, ya para provocar la reflexin, fomentar el esfuerzo, estimular la curio-sidad y picar el amor propio, finga ser ignorante, y exiga a su encantador discpulo acla-
raciones, ya en forma de preguntas concretas y precisas, o de interrogaciones irnicas y
alusiones indirectas.
Nunca daba un paso adelante en la discusin sin obligarle a admitir y reconocer
por s el dato precedente. Otras veces, persuadido Scrates de que todos llevamos en el
alma un fondo de ideas comunes, del cual es posible desprender por el anlisis las princi-
pales leyes en la vida intelectual y moral, se contentaba con plantear un problema o pedir
la definicin de una nocin general. El hijo de Sofronisco, una vez obtenida la respuesta,
se apoderaba de ella, la someta a prueba y la examinaba a la luz de las opiniones gene-
ralmente admitidas y de las ideas ms corrientes. Prosiguiendo el interrogatorio, esforz-
base luego en poner a Alcibades en contradiccin consigo mismo, entrechocaba las ex-
plicaciones que acababa de dar, y, por fin, dejaba al descubierto la flagrante carencia de
lgica. Scrates lograba de su esbelto camarada una declaracin de ignorancia, o, al me-
nos, de embarazo; se vala de la confusin para sacar la verdad; examinaba desde nuevos
puntos de vista el problema planteado, preguntaba de nuevo y reconstrua ayudado por el
mismo que acababa de confundir y valindose de las mismas ideas de su joven adversario
poco antes maltrechas.
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No obstante, el hijo de Clinias, cuyo carcter dominante y vanidoso no poda
soportar a ningn otro igual o superior, se maravillaba de hallar a Scrates tan frecuente-
mente en su camino. Aquella asiduidad le molestaba a veces. As en cierta ocasin en que
Alcibades, con la cabeza ornada de espesa corona de yedra y violetas y sostenido por una
taedora de flauta, entr, forzando con violencia la puerta, en casa de Agathn, donde
felices convidados conversaban doctamente sobre el amor, no pudo contenerse y grit
con el acento de naturalidad que brota de la borrachera:
Oh, Heracles!, qu veo? Scrates en persona! Te emboscaste aqu, por acaso
para surgir de pronto, segn tu costumbre, hasta en los parajes de los que te supongo ms
alejado?
Poco a poco, sin embargo, la seduccin de Scrates pudo atraer y retener a aqueldisipado adolescente.
No crees, Alcibades le dijo Scrates en una de las numerosas plticas con
que el hijo de Sofronisco, obediente a las prescripciones divinas de la voz que oa, trataba
de convertir a Alcibades en artesano del bien pblico, no crees que antes de aprender a
gobernar a los dems es conveniente aprender primero a gobernarse a s mismo? Ahora
bien, para llegar a gobernarse bien no es indispensable haber llegado, ante todo, a cono-
cerse perfectamente? Antes, pues, de consagrarte a los dems, cudate de ti mismo, y para
cuidarte con provecho, aprende, como el orden exige, a discernir claramente lo que cons-
tituye lo mejor de ti mismo. Oh, mi querido Alcibades agreg, el hombre no pue-
de perfeccionarse, esto es, hacerse mejor viviendo conforme a lo mejor de s, si ignora lo
que es! Es preciso, pues, que obedezcas ante todo al precepto esculpido en el templo de
Delfos: Concete a ti mismo. Ahora bien, nadie se conoce mientras no conozca en qu
consiste su verdadera ciencia. No la constituye tu cuerpo, sujeto a inmensos males y so-
metido a la muerte, sino tu alma inmortal. Estudia, pues, tu alma, porque es una partcu-
la de la inteligencia ordenadora del todo. Dios vive en ella como vive en el mundo. Para
descubrir en ti el reflejo de todas las verdades y la razn de todas las virtudes, basta que te
recojas y concentres tu espritu, te sondees y te interrogues. Luego, para que te parezcas lo
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ms posible a la Sabidura, que crea el orden del mundo, es preciso que te despojes de los
errores que producen las pasiones y llegues a dominarte a ti mismo. A toda hora el tu-
multo borrascoso de las pasiones nubla la luz de la inteligencia, que slo brilla sin celajes
en las almas purificadas. As, pues, purificndote con la prctica de las virtudes, acercn-
dote a la ciencia divina por la pesquisa y amor de la verdad, adquirirs la verdadera cien-
cia del bien. Este bien adquirido te conducir a la dicha. Sers apto entonces para ser di-
choso y hacer felices a los dems, pues la virtud, que es el arte de conducirse segn las
normas de la razn divina y de conformarse al plan divino reflejado en nosotros, es el
nico medio que la posesin de la verdad te suministra para hacerte mejor, realizarte en
tu ms noble aspecto y convertirte en el hombre perfecto que has de ser antes de poder
con eficacia dedicarte a la dicha del pueblo, convertido en gran estadista.
Tales palabras no podan menos de sembrar gran turbacin en el alma de Alciba-des, corroda por la ambicin; dejbanle, dijo, como un dardo en el corazn. Scrates,
por otra parte, no titubeaba en ocasiones, para inducir a su alumno a vivir bien y a pensar
antes de obrar, en darle speras lecciones de modestia.
La peor ignorancia le dijo un da no es ignorar las cosas ms importan-
tes, sino imaginarse que se saben ignorndolas completamente. Y este es tu caso, mi
muy querido Alcibades. Viviendo en el peor estado de ignorancia, te has echado im-
prudentemente en brazos de la poltica antes de estar preparado para ello. Y no eres t
solo el afecto de tal desgracia: la compartes con la mayora de los que se mezclan en
negocios de la repblica. Slo excepto a un corto nmero y quizs nicamente a tu
tutor Pericles, porque ha tenido largas y frecuentes relaciones y las tiene an hoy con
filsofos y sabios.
El efecto que causaron en el alma ardiente y altiva de este hermoso ateniense tan
apremiantes exhortaciones, nos lo refiere el propio Alcibades. En efecto, despus de
comparar en el panegrico de Scrates que Platn nos expone al fin del Banqueteal Maes-
tro con el stiro Marsyas, que cautivaba a los hombres con melodas por su potente boca
arrancadas a tenues caramillos, el hijo de Clinias exclama:
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Y la nica diferencia que hay entre Marsyas y t, oh Scrates, es que t, sin
instrumento, slo con simples palabras, nos produces anlogos efectos. Que hable otro,
as sea el ms hbil orador: su discurso nada nos interesa. Pero que te oigamos hablar u
oigamos a cualquier otro, por torpe hablador que sea, reproducir tus palabras: hombres,
mujeres y adolescentes, todos quedamos sobrecogidos y transportados. En cuanto a m,
queridos amigos, si no temiera parecer a vuestra vista completamente ebrio, os certificara
con juramento cunto me hicieron sentir y me hacen an hoy experimentar sus discursos.
Cuando le oigo, mi corazn salta ms furiosamente que el de los Corybantes; sus palabras
desbordan mis lgrimas y veo que la turba de sus oyentes experimenta las mismas emo-
ciones. Cuando he odo a Pericles y a todos nuestros grandes oradores, por cierto me han
parecido muy elocuentes. Sin embargo, no me causaron nunca emociones parecidas.
Nunca por ellos se sinti mi alma conmovida y como indignada de vivir esclavizada. Mas
cuantas veces he odo a este Marsyas, me ha parecido intolerable la vida que arrastro. Estehombre me fuerza a reconocer que carezco de muchas cosas y que soy harto abandonado
para cuidarme de la poltica de los atenienses. Constreido y obligado as, para no enve-
jecer permaneciendo sentado junto a l, me alejo tapndome los odos como si huyese de
las sirenas. Al lado de este hombre, he experimentado un sentimiento del cual me crea
incapaz: vergenza. S; he enrojecido al lado suyo. Veo, cuando me habla, que no puedo
oponer reparo a las advertencias con que alecciona; y sin embargo, despus de orle, aun
me rindo al capricho de la plebe. Le huyo, pues, y le evito; pero cuando vuelvo a verle
siento rubor de mis promesas. Muchas veces vera con gusto su desaparicin del haz de la
tierra. Y sin embargo, si tal cosa ocurriese, no ignoro que sera ya mucho ms desgraciado
todava.
Despus Alcibades, comparando los discursos de Scrates a esas estatuas de Sile-
nos, que bajo groseras apariencias revelan, una vez descartadas, imgenes de un Dios,
agrega:
Cuando le omos, a primera vista nos parece que dice cosas completamente
grotescas. Exteriormente sus palabras y sus frases se cubren con la piel de insolente stiro.
Habla slo de ignorantes, de caldereros, de zapateros y de curtidores: parece que siempre
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emplea los mismos trminos para expresar siempre las mismas cosas, y no hay ignorante y
zafio que al orle no trate de rer. Pero profundicemos en sus discursos, veamos su interior
y hallaremos que por dentro estn henchidos de inteligencia; reconoceremos en seguida
que son los ms divinos, que encierran las ms nobles imgenes de la virtud, que abarcan
las ms innmeras y variadas materias y que sobre todo apuntan a cuanto ha de tener
constantemente ante los ojos el que quiera ser bello y bueno.
Scrates, ay!, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo forjar el alma de Alcibades,
tan bella como la hermosura del cuerpo del joven ateniense le aseguraba. Si vivi cuer-
damente el hijo de Clinias mientras permaneci a su lado, una vez que se separ dejse
afear y corromper por los caprichos del pueblo y por sus propias pasiones. Sus grandes
dotes naturales slo sirvieron para infligir a su patria males irreparables e infinitos y a per-
sonificar en l el tipo del poltico ms brillante sin duda, pero tambin ms inmoral, mspeligroso y ms osado.
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VIII
SCRATES Y JANTIPPA
omo todos los griegos, Scrates se cas para fundar un hogar, perpetuar su fami-
lia y asegurar su descendencia, procreando hijos. No sabemos a qu edad cum-
pli con este deber. Dcese que su primera mujer se llam Jantippa. De ella tuvo un hijo
llamado Lamprocles. Pero durante la guerra del Peloponeso y despus de la peste terrible,que tantos estragos caus en Atenas, los atenienses, para repoblar su ciudad inhabitada y
resarcirse cuanto antes de las prdidas, decretaron que cada ciudadano pudiese tener dos
mujeres y fuesen legtimos los hijos nacidos de las segundas bodas. Scrates, siempre dis-
puesto a aplicarse al mayor bien del Estado y a dar buen ejemplo, segn se cuenta, para
atenerse a tan excepcional y necesario mandamiento, contrajo segundas nupcias con una
viuda cada en la miseria, llamada Myrto. Dos hijos le nacieron de esta segunda unin:
Sofronisco y Menexeno.
De las dos mujeres de Scrates, una sobre todo, Jantippa, fue famosa por su mal
carcter. Era tan desapacible su mal humor, tan duro y violento su genio, que ningn
otro hombre hubiera podido aguantar con tan amena sonrisa tantas afrentas.
Ea, Scrates le dijo un da Antstenes, quieres decirme por qu te casaste
con Jantippa? Deseo saber cmo has podido amoldarte a esta mujer, la ms intratable de
cuantas ha habido, hay y habr seguramente.
Veo respondi Scrates que los que quieren llegar a ser buenos jinetes es-
cogen no los caballos ms dciles, sino los ms espantadizos, pues saben que si los do-
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man, fcilmente triunfarn de los otros. Yo me propuse aprender el arte de vivir con los
hombres, y me cas con Jantippa convencido de que si la soportaba me amoldara fcil-
mente a todos los caracteres.
Cuntase que, dotado de un temperamento muy irascible y vehemente, que al ha-
blar le impela a animarse, a gesticular, a brotar llamaradas de sus ojazos, y hasta a herirse y
mesarse los cabellos. Scrates, sin embargo, desde su juventud, sac partido de todo para
ejercitarse en la paciencia, pacificar su alma y comportarse siempre a la luz tan slo de su
inteligencia. Dcese que nunca hablaba menos y ms tranquilamente que cuando montaba
en clera. Vease que estaba agitado, pero vease tambin que dominaba sus arranques. En
cierta ocasin, irritado contra un esclavo y creyendo sin duda que pegar cuando se est en-
colerizado no es castigar, sino vengarse, se content con amenazar y decir:
Te zurrara, si no estuviera airado.
A fuerza, pues, de velar sobre su conducta, de analizarse preguntando a los de-
ms, de contenerse y disciplinarse, lleg al dominio de s mismo, que le vali en sus
relaciones con los hombres descubrir el don particular de sondearlos sonriendo, de
alumbrarlos o de reducirlos al absurdo, lo cual, propiamente, se llam irona socrtica.
Scrates, persuadido de que haba de atribuirse a la ignorancia la mayor parte de los
males de que se quejan los hombres, sus inconveniencias y desarreglos, lleg a no in-
dignarse jams. Lo soportaba todo, defectos, errores, y hasta locuras, con lucidez de
espritu, pareja de la indulgencia sincera que aplicaba a las debilidades humanas su gran
amor a la humanidad. Su inteligencia, afianzada en el cocimiento profundo de todos
los mviles que determinan la conducta buena o mala de los hombres, slo saba rerse
de los defectos ms o menos ridculos de los que carecan de la percepcin de la justa
medida. La irona socrtica, por mordaz que fuese, no revelaba hiel. Desconoca el sar-
casmo, y las flechas ligeras que diestramente de intento disparaba, en vez de ir envene-
nadas, slo tendan a este fin: a desenmascarar la ignorancia, a desinflar la temeridad, y
a someter el alma, en la medida de lo posible, a la nocin de sus lmites, porque el que
conoce sus lmites conoce su perfeccin. As Scrates, en la forma de soportar a Jan-
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tippa, aplicndose esforzadamente a ejercitarse en la paciencia, parece igualmente preo-
cupado por ensear a su mujer, con dulce irona, el arte de ser ms apacible, ms mo-
derada y ms complaciente.
Cuntase que en cierta ocasin Jantippa, no satisfecha con verter sobre Scrates
cuantas injurias le inspir el despecho, le derram sobre la cabeza, en el paroxismo de la
clera, un jarro de agua sucia.
Despus de aquella explosin, el hijo de Sofronisco se content con decir:
Era de esperar que la tempestad viniera acompaada de lluvia.
Todo daba motivo a la colrica mujer para desahogar un mal talante. Bastabaque Scrates aceptase o rechazase cualquier regalo para que su mujer iniciase el ataque
contra l.
En cierta ocasin, como Jantippa gruese porque Scrates quera devolver un pre-
sente de elevado precio que le enviara Alcibades, el hijo de Sofronisco fingi excitar el
espritu interesado de su esposa dicindole:
Ea, Jantippa, creme, devolvamos este regalo. No temes, aceptndolo todo,
cansar a los que regalan? Una prudente negativa no puede menos de excitar a mayor lar-
gueza. Rehsa, pues, hoy el presente que nos enva. Cuando realmente necesitemos algo,
tendremos as ms probabilidad de obtener lo que tengamos que pedir.
En otra ocasin, Jantippa, celosa sin duda del afecto que Scrates dispensaba a
Alcibades, ech por tierra y pisote, vociferando con rabia, un delicioso pastel que les
envi el hijo de Clinias. Scrates la mir riendo y se limit a decir:
Bravo!, Jantippa; pisoteas tu golosina, pues veo que ni siquiera guardas un pedazo
para ti.
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Ms adelante, como Alcibades echase en cara a Scrates que se portaba con su
mujer con demasiada mansedumbre, sufra sin indignarse todas sus descortesas y autori-
zaba con su calma sus enojos vocingleros:
Me he acostumbrado a todos sus escndalos, como cualquiera se habita a or
sin molestia el ruido rechinante de una polea. Por otra parte, t que denigras a mi mujer,
no soportas los gritos de tus gansos, y acaso te molestas cuando te ensordecen?
Pero esos gansos respondi Alcibades me producen, pues ponen huevos y
de los huevos sacan ansarones.
Y mi mujer replic Scrates con viveza, no me da hijos?
En otra coyuntura, como Alcibades se exasperase porque Jantippa cansase da y
noche con su perenne mal humor al maestro por el bien amado:
Por qu le dijo no echas de casa a esa mujer?
Retenindola junto a m contest Scrates me ejercito en soportar con
ms longanimidad y paciencia las insolencias e injurias de los dems. Un buen marido,
en efecto, ha de corregir o soportar los defectos de su mujer. Si los corrige, se proporciona
una agradable compaera; si los soporta, trabaja en su propia perfeccin.
No fue Alcibades el nico que reproch a Scrates la excesiva blandura conyugal. En
efecto, Jantippa, en cierta ocasin, al topar con su marido, que vagaba en vena de discutir por
el mercado, muy concurrido a la sazn, le colm de injurias, lo calific de charlatn, y, por fin,
le rasg y arrebat la capa. Como los amigos del sabio, testigos de la afrenta, censurasen
su calma y le aconsejasen que pegase a la insolente mujer para traerla a razn y al respeto:
Qu consejo, amigos mos les dijo entonces Scrates, acabis de darme?
Queris que convierta a toda la ciudad de Atenas en testigo de nuestras disputas, y p-
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blicamente venga a las manos con mi mujer y nos jaleis a la lucha como si asistieseis a
una ria de gallos, dicindonos: Duro, Scrates; duro, Jantippa? Creedme, la paciencia
nunca es ridcula. Dejadme, pues, sacar partido de las mujeres malignas, como los jinetes
de los caballos resabiados. Cuando han domado los ms difciles, ms cmodamente
triunfan de los dciles. Del mismo modo, si aprendo a vivir con Jantippa, menos trabajo
me costar amoldarme al trato con los hombres.
Sin embargo, para disculpar a Jantippa, bueno ser sacar a colacin y reconocer
que sera muy arduo para esta mujer percatarse del fin que su singular marido persegua a
travs de tantas manas irritantes. En efecto, Scrates era un gran sabio, pero fue tambin
hombre que, al parecer, se complaca en moldear la conducta exterior en la extravagancia.
Muchos das no volva a casa, y cuando atardecido iba a su casa, despus de pasar todo el
da charlando de tienda en tienda infatigablemente, nunca entraba directamente en sudomicilio. Antes de franquear el dintel de su morada se paseaba ante la puerta hasta muy
entrada la noche. En cierta ocasin un amigo le encontr y le dijo:
Qu haces, Scrates, a hora tan avanzada?
Pues una salsa replic, zumbn que estimule mi apetito y aligere as mi
cena.
No bien volva sudoroso del gimnasio y devorado por ardiente sed, sacaba un cu-
bo de agua. Pero para ejercitarse en la paciencia y acostumbrar su apetito sensual a espe-
rar el tiempo de la razn, se abstena de beber, derramaba con lentitud el precioso lquido
que tanto le atraa, pues no beba sino del segundo que sacaba.
Era, adems, la sobriedad de Scrates tan grande, que, necesitando para vivir muy
poco, lleg a no desear cosa alguna y a calificar de esclavos a cuantos viven sin duda para
comer.
Sobrio por temperamento, quiso tambin que fuese servida con frugalidad su
mesa.
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Cuntase que un da el hijo de Sofronisco invit a comer a algunas personas dis-
tinguidas, y como Jantippa se avergonzase y refunfuase por el modesto obsequio que su
marido iba a ofrecer:
No sufras le respondi Scrates. Si nuestros convidados son sobrios y dis-
cretos, se contentarn con lo que les demos. Si, por el contrario, son gastrnomos y glo-
tones, su voracidad avivar nuestra inspiracin.
Scrates, en otra ocasin, llev a cenar consigo al joven y hermoso Euthydemo.
Pero como no haba avisado a Jantippa, diose sta a alborotar y a quejarse del desahogo
de su singular marido, y refunfuando prepar la comida. Luego, cada vez ms irritada
por el silencio tranquilo de su marido, cogi la mesa y la volc. Euthydemo, burlado, se
levant y quiso marcharse, pero Scrates, trocando en risa la inesperada y torpe hazaa, leretuvo, dicindole:
Te acuerdas que ha poco, cenando en tu casa, salt a la mesa por casualidad
una gallina y ech por tierra el cubierto, que acababas de ponerme? Me turb acaso ni
habl entonces de marcharme?
Sin embargo, en cierta ocasin Scrates manifest, al parecer, algo de melancola
respecto de su hogar. En efecto, un amigo le pregunt si era mejor casarse o no, y Scra-
tes le respondi sencillamente:
Hagas lo que hagas, te arrepentirs.
A pesar del carcter excecrable de su compaera, Scrates, sin embargo, fue fiel a
su casa, lo soport todo y no se descorazon jams. Reconoca l, en efecto, aun creyen-
do, como los antiguos griegos, que la dignidad de la mujer, ms que de su persona, pro-
vena del hogar a que perteneca, que la mujer, desenvolviendo su inteligencia y cum-
pliendo con celo los deberes de su cargo, contribua a su mejoramiento esttico y moral, y
adquira as, con el buen uso de la razn igual a la del hombre, un mrito personal ade-
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cuado para realzar, a la vez que el esplendor de su alma, el buen renombre de la familia
que haba de continuar. Jantippa, por su parte, aunque sac, a nuestro parecer, escaso
provecho de la sabidura serena de su ilustre esposo, le fue completamente fiel. Le acom-
pa en sus ltimos momentos, y si este sabio hubo de sufrir el mal carcter de su esposa,
sta, como madre, escuch muchas veces elogios de un padre tan afectuoso y tierno como
fue Scrates, de un padre que con sencillez se mezclaba en los juegos de sus hijos cuando
eran pequeuelos.
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IX
EL BANQUETE DE AGATHN
uando Scrates, con gran desesperacin de Jantippa, pasaba un da o dos sin vol-
ver a casa, en la que de regreso sola entrar despus del canto del gallo, daba a
entender que haba asistido a uno de esos banquetes que entre los griegos se prolongaban
con frecuencia hasta el amanecer. En Grecia, en efecto, no slo no haba fiesta domsticao nacional, aniversario o da memorable sin banquete en comn, acompaado de danzas
y cantos, sino que, a imitacin de los dioses sentados perennemente en el Olimpo a la
mesa de festn perpetuo, se aprovechaba cualquier ocasin, del solo pretexto de verse, de
charlar para reunirse, divertirse, entretenerse, comer y beber juntos en torno de florida
mesa. Dio el festn, que Platn nos cuenta, el poeta trgico Agathn, joven de hermoso y
blanco rostro, siempre recin afeitado, al da siguiente de recibir el premio de una obra.
Un amigo ntimo de Scrates, Aristodemo, habiendo topado con el sabio recin
salido del bao y calzado, le pregunt:
Dnde vas, Scrates, tan peripuesto?
Voy le respondi a cenar con Agathn. Ayer, en efecto, me negu, des-
confiado de la muchedumbre, a asistir a las fiestas que dio para celebrar su triunfo; pero
promet comparecer hoy. Me acical y hermose para honrar la belleza de mi husped. Yt, nos acompaas?
No he sido i