26 UNIVERSIDAD DE MEXICO
Por Jesús BAL Y GAY
A PROPÓSITO DEL FESTIVAL PANAMERICANO
M U S 1 e A
A CTITUD TÍPICA del compositor contemporáneo es la queja de que lamúsica de hoy no recibe la atención
debida, tanto de parte de las institucionesmusicales como del público. Dicho en menos palabras: la música de hoy no tienemercado.
La situación resulta superlativamenteperegrina, porque siendo eso verdad, ymuy verdad, también lo es que nuncacomo ahora hubo en el mundo tantos organismos, tanta publicidad, tanto ir y venirde compositores empeñados en abrir mercado a la música más reciente. Y no digamos lo que significa en ese sentido la industria del disco, con sus grabaciones demúsica dodecafónica, concreta, electrónica y demás últimos gritos de la moda musical, más su peculiar potencia publicitaria. Vista la situación por esta vertiente,no parecen tener fundamento las quejasde los compositores. Ni en los tiempos deHaendel, ni en los de Mozart, ni en losde Bee~hoven, ni en los de Chopin gozóel compositor de semejante ayuda. Y, sinembargo, el compositor de hoy preferiríahaber vivido en aquellos tiempos, y conrazón. Porque sabe que esa ayuda es cosaarti ficialmente creada para compensar lafalta de la del público -natural, espontánea y, por tanto, más codiciable-, opara tratar de suscitarla, una maniobraque recuerda las que a veces se efectúanen las economías dirigidas.
El Festival Panamericano de Músicaque acaba de celebrarse en esta ciudad esuno de los numerosos y constantes estuerzas que se vienen haciendo para dara conocer la música nueva, es decir, parasacarla de su aislamiento con relación alpúblico o, si se quiere verlo por el ladoopues~o, para sacar al público de su aislamien~o con relación a la música nueva.En este caso, además, se trataba de unamúsica nueva que tenía el especial interés de ser americana. Se tocaron obras deBautista, Ginastera, Davidovsky, Castro,Orbón, Villa-Lobos, Pistan, Chávez, Estévez, Becerra, Camargo Guarnieri, DeHoJ oio, Barber, Tasar, B1ackwood, R. Halffter y Orrego Salas, ejecutadas por la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección de Juan José Castro, Carlos Chávezy Guillermo Espinosa, con la intervenciónde Gyorgy Sandor, Rodolfo Rosales, Teresa Quesada y el Coro de la Universidad de Howard: excelente conjun:-o deobras e intérpretes, panorama amplio,aunque, por supuesto, no completo, de lamúsica americana de hoy. El InstitutoNacional de BeHas Artes, al patrocinarliberalmente es e Festival, cumplió conuna de sus principales obligaciones.
Pero el que todo haya estado bien, desde el propósito hasta su realización, nosignifica que necesariamente alcance resultados positivos apreciables en lo quetoca al interés del público por esas músicas. Podría resultar un hecho sans lendemain, que dicen los franceses. Y paraque eso no ocurra, se necesitará que todos cuantos en él intervinieron no cejenen el esfuerzo. Sin reiteración y más reiteración, no se llegará nunca a los resultados que se desean. No quiero decir quehayan de organizarse a cada paso festiva-
les análogos, sino que el propósito queanimó este de ahora siga vivo en el ánimo de cuantos en él tomaron parte yopere activamente en la esfera de las actividades personales de cada cual. Concretamente: que en los futuros programasde la Sinfónica Nacional se incluyan lasobras que ahora se tocaron y que los directores que las dirigieron las incluyan ensu repertorio habitual y las lleven a suspropias orquestas o a las ajenas que elloshayan de dirigir como invitados. Más queuna meta, esta clase de festivales debenser un punto de partida. Porque -limitándonos al ámbito mexicano- es muyreducido el público que asiste a ellos y,en cambio, muy numeroso el que se niegaa asistir, desconfiado en cuanto al mérito de autores que no conoce y sin la garantía, siquiera, de un Beethoven o unTschaikowsky en los programas.
Y quizá en esas necesarias etapas subsecuentes a este Festival, que no podía nidebía pasar, y no pasó, de una prueb~ oensayo de contacto con el público, seacuando comience a dar sus frutos. pl)rqueentonces, y no como ahora, la para muchos amarga píldora de la música nuevairá recubierta de una dulce capa de música clásica o romántica, que quizá seaesa la única forma en que el gran ptíhiica se decida a ingerirla. Se habló y se sigue hablando mucho de la competenciaque la música clásica y romántica lurea la contemporánea. Tal competenci.l esinnegable, pero también es innegable queal "socaire" de aquéllas ésta va viviendo:La siesta de un fauno y La consagraciónde la Primavera se popularizaron graciasa su reiterada vecindad con la Quinta Sinfonía de Beethoven y la Sexta de Tschaikowsky en los programas de las grandesorquestas.
Para remediar la situación en que seencuen'ra la música nueva con respecto alRran público, 10 natural parece -que debiera ser empezar por inquirir sus causas. Pero sospecho que ello nos llevaríaa un atolladero, si la causa más poderosaes la que me imagino: la radical divergencia en~re los nuevos estilos musicales ylos gustos del público. Porque eso se podría remediar solamente pidiendo a loscompositores -o exigiéndoselo, como ocurre en los regímenes totalitarios- queescriban de acuerdo con las apetenciasdel público, lo cual ninguna persona respetuosa de la dignidad humana y consciente del desarrollo natural del arte seatreverá a proponer.
Y tampoco ganaríamos nada con volverlos ojos a la historia en busca de remediopara esta situación. Porque en este caso-y creo que en algunos otros- la historia no puede ser maestra del presente.El problema que hoy tenemos plan'eadono existió en-otras épocas, es un problema característico de la nuestra, consecuencia de la vertiginosa velocidad conque ha venido avanzando la música mientras el público seguía evolucionando consu habitual lentitud. En otros tiempos erael público quien pedía obras nuevas constantemente; hoy, para decirlo con palabras de Honegger, el compositor es un
hombre que se empeña en fabricar unproducto que nadie desea consumir. Enotros tiempos la demanda suscitaba laproducción -naturalmente, como la función crea el órgano-; en el nuestro, porel contrario, la producción tiene que ingeniárselas para crear la demanda.
Por eso vemos irrumpir en la vida musical un complicado aparato de publicidad, festivales, concursos, sociedades ycamarillas, mediante el cual trata de subsistir el compositor contemporáneo -encuanto compositor, se entiende--. Es unaparato cuya complejidad y volumen resultan lamentablemente desproporcionados a los resultados que obtiene -muchado about nothíng-.
Tenemos, por ejemplo, el caso de laSociedad Internacioanl de Música Contemporánea. Las obras ejecutadas en susfestivales rara vez alcanzan el plano delos conciertos habituales. Su audiciónqueda encerrada en el muy limitado círculo de unos cuantos compositores, unoscuantos críticos y unos cuantos aficionados que consideran indispensable estar aldía en estas cuestiones. Y para eso semonta periódicamente una numerosa serie de conciertos que significa fuerte dispendio para el país que la patrocina ypara todos los que envían representantes,ya sean éstos compositores, ya solistas,ya agrupaciones instrumentales, ya críticos. Podría achacarse tan menguado resultado al criterio de los jurados, que seleccionan las obras más insólitas, muchasveces de autores casi desconocidos, aunque, después de todo, tal es, precisamente,la misión de la S. I. M. e También se lopodría achacar al favor que cier~os directivos dispensan a determinados individuosy camarillas, en perjuicio de compositores más interesantes, pero menos amigoso menos intrigantes, aunque tal actitud noha tenido en realidad mayor influencia enlas actividades de ese organismo. No, supoco éxito proviene realmente de que susfuerzas son muy inferiores a las de losintérpretes famosos, las grandes orquestas y los grandes públicos, los cuales prefieren el repertorio trillado a las obraspresentadas en esos festivales. Quizá algún optimista alegue, contra lo que estoydiciendo, que un William Wa1ton, porejemplo, se dio a concer en un festivalde la S. I. M. C. Es verdad, pero tambiénlo es que si las personas influyentes que,con toda justicia, hicieron que se tocaseel cuarteto del joven Walton en el festival de la S. I. M. e, celebrado en Sa1zburgo el año 1923, no hubieran perseverado en su apoyo al compositor cerca delas grandes orquestas de su país, de unapoderosa editorial y de las más importantes compañías de ballet, el éxito deSalzburgo no habría pasado de un succesd'estíme. O dicho de otro modo: con Sa1zburgo o sin Salzburgo, el apoyo constan'ede aquellos admiradores poderosos fue 10que de~erminó la fama, bien mereCIda,ciertamente, de que goza hoy la músicade Sir William.
Por eso todos los festivales de músicacon'emporánea, en general, y es~e Panamericano que acaba de efectuarse aquí,en particular, son necesarios, pero no suficientes. Son necesarios, en cuanto constituyen una prueba de los valores musicales desconocidos o mal conocidos y unestímulo para la producción de obras nuevas. Pero no son suficientes, en cuantoa poder de penetración en el gran públicoy en el repertorio permanente de orquestas e intérpretes.
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