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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS, DECANA DE AMRICA
FACULTAD DE LETRAS Y CIENCIAS HUMANAS
NIVEL INTEGRADO
CURSO: LENGUA ESPAOLA
COMPILACIN DE LECTURAS
"WARMA KUYAY", cuento completo
Jos Mara Arguedas
WARMA KUYAY
(Amor de nio)
Noche de luna en la quebrada de Viseca.
Pobre palomita, por donde has venido, buscando la arena, por Dios, por los suelos.
-Justina! Ay, Justina!
En un terso lago canta la gaviota, memorias me deja de gratos recuerdos.
-Justinay, te pareces a las torcazas de Sauciyok!
-Djame, nio, anda donde tus seoritas!
-Y el kutu? Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!
-Djame, nio Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquellas y hago temblar a los
novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere.
La cholita se ri, mirando al Kutu; sus ojos chispeantes como dos luceros.
-Ay Justinacha!
-Zonzo, nio zonzo! habl Gregoria, la cocinera.
Caledonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha soltaron la risa, gritaron a carcajadas.
-Nio zonzo!
Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio el
charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarme, y rean. Yo me qued fuera del crculo,
avergonzado, vencido para siempre.
Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared pareca moverse, como las nubes
que correteaban en las laderas deChawala. Los eucaliptos de la huerta sonaban con
ruido largo e intenso: sus sombras se tendan hasta el otro lado del ro. Llegu al pie del
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molino, sub a la pared ms alta y mir desde all la cabeza del Chawala: el cerro, medio
negro, recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las
noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras conversaban
siempre dando la espalda al cerro.
-Si te cayeras de pecho, tayta Chawala, nos moriramos todos!
Al medio del Witron Justina empez otro canto:
Flor de mayo, flor de mayo,
flor de mayo, primavera,
por qu no te libertaste
de esa tu falsa prisionera.
Los cholos se haban parado en crculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso,
inmviles sobre el empedrado, los indios se vean como estacas de tender cueros.
-Ese puntito negro que est al medio de Justina, y yo la quiero, mi corazn tiembla
cuando ella se re, llora cuando sus ojos miran al Kutu. Por qu, pues, me muero por ese
puntito negro?
Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas alrededor del
crculo, dando nimo, gritando como porto enamorado. Una paca-paca empez a silbar
desde un sauce que cabeceaba a la orilla del ro; la voz del pjaro maldecido daba miedo.
El charanguero corri hasta el cerco del patio y lanz pedradas al sauce; todos los cholos
le siguieron. Al poco rato el pjaro vol y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta;
los cholos iban a perseguirle, pero don Froyln apareci en la puerta del Witron.
-Largo! A dormir!
Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se qued solo en el
patio.
-A ese le quiere!
Los indios de don Froyln se perdieron en la puerta del casero de la hacienda y don
Froyln entr al patio tras de ellos.
-Nio Ernesto! llam el Kutu.
Me baj al suelo de un salto y corr hacia l.
-Vamos, nio.
Subimos al callejn por el lavadero de metal que iba desmoronndose en un ngulo
del Witrn; sobre el lavadero haba un tubo inmenso de fierro y varias ruedas,
enmohecidas, que fueron de las minas del padre de don Froyln.
Kutu no hab nada hasta llegar a la casa de arriba.
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La hacienda era de don Froyln y de mi to; y el resto de la gente fueron al escarbe de
papas y dorman en la chacra, a dos leguas de la hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera, entramos al corredor, y tendimos all nuestras
camas para dormir alumbrados por la luna. El Kutu se ech callado; estaba triste y molesto.
Yo me sent al lado del cholo.
-Kutu! Te ha despachado Justina?
-Don Froyln le ha abusado, nio Ernesto!
-Mentira, Kutu, mentira!
-Ayer no ms le ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a baarse con los nios!
-Mentira, Kutullay, mentira!
Me abrac al cuello del cholo. Sent miedo; mi corazn pareca rajarse, me golpeaba.
Empec a llorar, como si hubiera estado solo, abandonado en esa quebrada oscura.
-Djate, nio! Yo, pues, soy endio, no puedo con el patrn. Otra vez, cuando seas
abogau, vas a fregar a don Froyln.
Me levant como a un becerro tierno y me ech sobre mi catre.
-Durmete, nio! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te vas a dormir otro
da con ella quieres, nio? Acaso? Justina tiene corazn para ti, pero eres muchacho
todava; tienes miedo porque eres nio.
Me arrodill sobre la cama, mir al Chawala que pareca terrible y fnebre en el silencio
de la noche.
-Kutu, cuando sea grande voy a matar a don Froyln!
-Eso s, nio Ernesto! Eso s, maktasu!
La voz gruesa del cholo son en el corredor como maullido del len que entraba hasta el
casero en busca de chanchos. Kutu se par; estaba alegre, como si hubiera tumbado al
puma ladrn.
-Maana llega el patrn. Mejor esta noche vemos a Justina. El patrn seguro te hace dormir
en su cuarto. Que se entre la luna para ir.
Su alegra me dio rabia.
-Y por qu no matas a don Froyln? Mtale con tu honda, Kutu desde el frente del ro,
como si fuera puma ladrn.
-Sus hijitos, nio! Son nueve! Pero cuando seas abogau ya estarn grandes.
-Mentira, Kutu, mentira! Tienes miedo como mujer!
-No sabes nada nio. Acaso no he visto? Tienes pena de los becerritos, pero a los
hombres no los quieres.
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-Don Froyln! Es malo! Los que tienen hacienda son malos hacen llorar a los indios como
t; se llevan las vaquitas de los otros, o las matan de hambre en su corral! Kutu, don
Froyln es peor que toro bravo! Mtale, no ms, Kutucha, aunque sea con galga, en el
barranco de Capitana.
-Endio no puedes nio! Endio no puede!
Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, haca temblar a los potros, rajaba a ltigos
el lomo de los aradores, hondeaba desde lejos a las vaquillas de los potros cholos cuando
encontraba a los potreros de mi to, pero era cobarde. Indio perdido!
Lo mir de cerca; su nariz aplastada, sus ojos casioblicuos, sus labios delgados,
ennegrecidos por la coca. A este le quiere! Y ella era bonita, su cara rosada siempre
estaba limpia, sus ojos negros quemaban, no era como las otras cholas, sus pestaas eran
largas, su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce aos yo la quera;
sus pechitos parecan limones grandes, y me desesperaban. Pero ella era de Kutu, desde
tiempo; de este cholo con cara de sapo. Pensaba en eso y mi pena se pareca mucho a la
muerte. Y ahora? Don Froyln la haba forzado.
-Mentira, Kutu! Ella misma, seguro ella misma!
Un chorro de lgrimas salt de mis ojos. Otra vez el corazn me sacuda, como si tuviera
ms fuerza que todo mi cuerpo.
-Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella quieres?
El indio se asust. Me agarr la frente; estaba hmeda de sudor.
-Verdad! As quieren los mistis.
-Llvame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. Djala!
-Cmo no, nio, para ti voy a dejar, para ti solito. Mira enWeyrala se est apagando la
luna.
Los cerros ennegrecieron rpidamente, las estrellitas saltaron de todas partes del cielo; el
viento silbaba en la oscuridad, golpendose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta;
ms abajo, en el fondo de la quebrada, el ro grande cantaba con voz spera.
Yo despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacan temblar de
rabia.
-Indio, murete mejor. O lrgate a Nazca! All te acabar la terciana, te enterrarn
como a perro!
Pero el novillero se agachaba no ms, humilde, y se iba al Witron, a los alfalfares, a la
huerta de los becerros, y se vengaba en el cuerpo de los animales de don Froyln, al
principio yo lo acompaaba. En las noches entrbamos, ocultndonos, al corral;
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escogamos los becerros ms finos, los ms delicados; Kutu se escupa las manos,
empuaba duro el zurriago, y rajaba el lomo a los torillitos. Uno, dos,
trescien zurriagazos; las cras se retorcan en el suelo, se tumbaban de espaldas,
lloraban, y el indio segua encorvado, feroz. Y yo me sentaba en un rincn y gozaba. Yo
gozaba.
-De don Froyln es, no importa! Es de mi enemigo!
Hablaba en voz alta para engaarme, para tapar el dolor que encoga mis labios e
inundaba mi corazn.
Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba de mi alma, y
lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche mi corazn se hizo grande, se hinch. El llorar
no bastaba; me vencan la desesperacin y el arrepentimiento. Salt de la cama, descalzo,
corr hasta la puerta; despacito abr el cerrojo y pas al corredor. La luna ya haba salido;
su luz blanca baaba la quebrada; los rboles rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al
cielo. De dos saltos baj al corredor y atraves corriendo el callejn empedrado, salt la
pared del corral y llegu junto a los becerritos. Ah estaba Zarinacha, la vctima de esa
noche, echadita sobre la bosta seca con el hocico en el suelo ; pareca desmayada; me
abrac a su cuello; la bes mil veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros
y grandes.
-Ninacha, perdname! Perdname, mamaya!
Junt mis manos y, de rodillas, me humill ante ella.
-Ese perdido ha sido, hermanita, yo no. Ese Kutu, canalla, indio perro!
La sal de las lgrimas sigui amargndome largo rato.
Zarinacha me miraba seria, con su mirada humilde, dulce.
-Yo te quiero, ninacha; yo te quiero! Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en
esa quebrada madre, alumbr mi vida.
A la maana siguiente encontr al indio en el alfalfar de Capitana. El cielo estaba limpio y
alegre, los campos verdes llenos de frescura. El Kutu ya se iba, tempranito a buscar daos
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-Kutu vete de aqu . En Visecas ya no sirves. Los comuneros se ren porque eres maula.
Sus ojos opacos me miraron con cierto miedo.
-Asesino tambin eres, Kutu! Un becerrito es como una criatura. Ya en Viseca no sirves,
indio!
-Yo no ms, acaso? T tambin. Pero mrale al taytaChawala: diez das ms atrs me
voy a ir.
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Resentido, penoso como nunca, se larg a galope en el bayo de mi to.
Dos semanas despus, Kutu pidi licencia y se fue. Mi ta llor por l, como si hubiera
perdido un hijo. Kutu tena sangre de mujer; le temblaba a don Froyln, casi a todos los
hombres les tema. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar despus en los pueblos del
interior, mezclndose con las comunidades de Sondando; Chacrilla Eres cobarde!
Yo slo me qued junto a don Froyln , pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingrata. Yo
no fui desgraciado. A la orilla de ese ro espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de
las tuyas , yo viva sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en esa
misma quebrada que fue mi nido; contemplando sus ojos negros oyendo su risa, mirndola
desde lejitos, era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un Warma kuyay y yo crea
tener derecho todava sobre ella; saba que tendra que ser de otro, de un hombre grande,
que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara a ltigos en los carnavales.
Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con msica
y jarawi, viva alegre en esa quebrada verde y llena de calor amoroso del sol. Hasta que
un da me arrancaron de mi querencia para traerme a este bullicio, donde gentes que no
quiero, que no comprendo.
El Kutu en un extremo y yo en otro. l quiz habr olvidado: est en su elemento, en un
pueblecito tranquilo, aunque maula, ser el mejor amansador de potrancas, y le respetarn
los comuneros. Mientras yo, aqu vivo amargado y plido, como un animal de los llanos
fros, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraos.
El pasajero de al lado
por Santiago Roncagliolo
Fue slo un susto.
El frenazo y el golpe. Los golpes. Ests un poco aturdido, pero puedes moverte. Abres
la portezuela y te bajas sin mirar al taxista. No te duele nada. Eres un turista. Tu nica
obligacin es pasarlo bien.
Para tu suerte, un autobs frena en la plaza. Te subes sin ver a dnde va. Caminas
hacia al fondo. Aparte del mendigo que duerme, no hay nadie ms ah. Te sientas. Miras
por la ventanilla. La ciudad y la maana se extienden ante tus ojos. Respiras hondo. Te
relajas.
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En la primera parada, sube una chica. Tiene unos veinte aos y es muy atractiva.
Rubia. Todos aqu son rubios. Es la chica que siempre has querido que se siente a tu
costado. Va vestida informalmente, con jeans ajustados y zapatillas. Su abrigo est
cerrado, pero sugiere su rebosante camiseta blanca. Se sienta a tu lado. No puedes
evitar mirarla.
Notas que te mira.
Al principio es imperceptible. Pero lo notas. Voltea a verte rpidamente con el rabillo
del ojo, durante slo un instante. Cuando le devuelves la mirada, vuelve a bajar los ojos.
Se ruboriza. Trata de disimular una sonrisa. Finalmente, como venciendo la timidez, dice
coqueta:
-Qu ests mirando? No me mires!
Vuelve a apartar la vista de ti, pero ahora no puede dejar de sonrer. Hace un gesto,
como cediendo a su impulso:
-Por qu me miras tanto? Ah? Ya s -Ahora se entristece-. Se me nota No? Se
me nota? Pensaba que no -Sonre pcara-. Te la enseo? Si se me nota, ya no tengo
que esconderla. Quieres verla? -Se da aires de interesante, pone una mirada cmplice y
habla en voz baja, como si transmitiese un secreto-. Est bien, mira.
Se abre el abrigo y deja ver una enorme herida de bala en su corazn. El resto del
pecho est baado en sangre.
Re pcaramente y se pone repentinamente seria para anunciar:
-Ves? Estoy muerta.
Verdad que no se nota a primera vista? Nunca se nota a primera vista. No lo not ni
yo. Ser porque es la primera vez que muero. No estoy acostumbrada a ese cambio. En
un momento ests ah y lo de siempre: una bala perdida, un asalto, quiz un tiroteo entre
policas y narcos, pasa todos los das. Y luego ya no ests. Sabes a qu me refiero
Verdad?
A m, adems, me dispararon por ser demasiado sensible. De verdad. Por
solidarizarme. bamos Niki y yo a una pelea de perros. Niki es mi novio y es hroe de
guerra. S. De una guerra que hubo hace poco No. No recuerdo dnde. Niki tiene un
perrito que se llama Buba y una pistola que se llama Umarex CPSport. Pero al que ms
quiere es a Buba. Es un perro muy profesional. Ya ha despedazado a otros tres perros y
a un gato. No deja ni los pellejos. Increble. A Niki le encanta. Es su mejor amigo, de
hecho. Entonces, bamos en el auto, y Niki y Buba iban delante. Yo iba en el asiento
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trasero. A Niki le gusta que nos sentemos as, dice que es el orden natural de las cosas.
Niki es muy ordenado con sus cosas. Y muy natural.
Saliendo de la ciudad hacia el Perrdromo? No, eso es para carreras Cmo se
llama donde hay peleas de perros? Bueno, bamos para all y paramos en una gasolinera
para que Niki fuese al bao. Aparte de una pistola y un perro, Niki tiene problemas de
incontinencia, pero no se lo digas nunca en voz alta, de verdad, por tu bien. O sea que
Buba y yo nos quedamos a solas en el auto. Perdona que me interrumpa, pero no me
mires demasiado la herida, por favor. Odio a los hombres que no pueden levantar la vista
del pecho de una. Y a las mujeres tambin. Si no estuviera muerta, llamara a Niki para
que me haga respetar. O.K? O.K.
Bueno, sigo: estamos en el auto No? Buba y yo. Y Buba me empieza a mirar con esa
carita de que quiere ir al bao. O sea, no al bao, porque es un animal No? Pero a lo
ms cercano a un bao que pueda ir O.K.? Y me mira para que lo lleve. De verdad, no
creeras que es un perro asesino si vieras la cara que pone cuando quiere ir al bao. Se
le chorrean los mofletes, se le caen los ojos y hace gemiditos liiindis. As que lo miro con
carita de pena, lo comprendo me entiendes? y le abro la puerta para que pueda
desahogarse.
Buba baja y yo lo acompao unos pasos, pero luego veo que en la tienda de la
gasolinera hay una oferta de acondicionadores Revlon, as que me detengo porque es
algo importante y l sigue. Y entonces, aparece el otro perro. O sea, una mierda de perro,
perdn por la palabra No? un chucho callejero y chusco con la cola sin cortar y las
orejas cadas Has visto a los perros sin corte de orejas y cola? Aj, horribles. Pues peor.
Bueno, te imaginars No? El chusco se pone a ladrar, Buba se pone a ladrar, se
caldean los nimos, los acondicionadores Revlon slo estn de oferta si te llevas un
champ, Niki no termina nunca de hacer pila y, de repente, la persecucin de Buba al
otro, los ladridos, los mordiscos. Lo de siempre, excepto el camin. Lo del camin si que
no haba cmo preverlo porque, o sea, no es que una pueda adivinar el futuro. Sabes a
qu me refiero Verdad? Yo llegu a escuchar el frenazo y el quejido perruno.
Francamente, por esa mariconada de quejido, yo pens que haba chancado al
chusco.
Pero no fue as.
Cuando Niki sali del bao y vio a su perro, yo ya estaba buscando protectores
solares. Niki se arrodill junto a Buba, le bes las heridas, se puso de pie y vino
directamente hacia m. Yo lo recib con una sonrisa, pensando, mira, qu bien No?
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Nosotros estamos vivos, o sea, ha podido ser peor. Y l me recibi con cuatro disparos
de la Umarex CPSport. Es amarilla la Umarex CPSport Algunas ves has visto una
pistola amarilla? Niki tiene una.
Lo dems de estar muerto es rutinario. Sabes a qu me refiero Verdad? Es aburrido,
porque ya nadie que est vivo te escucha. Eso s, vienen por ti, te llevan en una camilla, o
sea, ya ests muerta pero igual te llevan en una camilla y en una ambulancia. Qu fuerte
No? Como si estuvieras viva. Eso te hace sentir bien No?. Valorada. Te llevan a una
clnica privada, llenan unos papeles y ah te guardan. Hace fro ah.
Hace mucho fro.
Ya ah conoces otros cadveres, te comparas con ellos, te das cuenta de que ests
mucho mejor que ellos, o sea, te ves bien a pesar de las dificultades No? Y eso es
importante para sentirte bien contigo misma. Claro, la herida no ayuda, pero no te
imaginas cmo est la gente ah Ah? O sea, no se cuidan nada. Y eso que son gente
bien Ah? No creas que a cualquier muerto lo llevan a una clnica de esas.
Al principio sobre todo te sientes bien insegura. Es como si te diera la regla pero sin
parar y por el pecho. Entonces, es bien incmodo. Pero luego llega un doctor guapsimo,
de verdad. Sabes a lo que me refiero No? Entonces estn t y l a solas, pero no como
con Buba en el auto, sino distinto, porque t ests muerta y l no es un perro, es como
ms ntimo no? Y l empieza a tocarte, a acariciarte, masajearte, pasa sus manos por tu
cuerpo. Y estn calientes sus manos. La mayora de las cosas vivas estn calientes. Y
luego te abre en canal para buscar cosas en tu interior. Y Sabes qu? Sientes no
s sientes que es la primera vez que un hombre tiene inters en tu interior. No s. Es
como muy personal. Pero te dejas, permites que sus manos recorran tu anatoma, te
parece que nadie te haba tocado antes en serio. Y te da un poco de penita, de verdad.
Hay cosas que yo no saba que tena, que en toda mi vida nunca lo supe, como el
duodeno, la aorta, el esternocleidomastoideo No? El trceps si saba, por el gimnasio. Y
te dices, pucha, me habra gustado saber que tena todo esto porque, no s No? Es
parte de ti y tienes que vivir con eso y ste hombre las descubre para ti. No s cmo
explicarlo. Es algo supersuperpersonal. De haber tenido fluidos, creo que hasta habra
tenido un orgasmo. Y sabes por qu hace eso el forense? Por qu me lo hizo a m con
ese cario? No s, lo he estado pensando un montn, no creas, y creo que lo hace
porque a m no se me nota. Claro, si me miras bien, s. Pero a primera vista no se me
nota lo muerta. Yo creo que al forense le gustan las muertas poco ostentosas. Yo soy
muy sencilla. Y t tambin, de verdad. Si no hubiera visto tu accidente en el taxi, hasta
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pensara que ests vivo. Uno te tiene que mirar bien para darse cuenta, pero al final, un
ojo con experiencia puede percibirlo.
Es por tu mirada, creo.
Tienes ojos de muerto.
La Noche de los Feos
Mario Benedetti
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Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pmulo hundido. Desde los
ocho aos, cuando le hicieron la operacin. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de
una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificacin por
los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningn modo. Tanto
los de ella como los mos son ojos de resentimiento, que slo reflejan la poca o ninguna
resignacin con que enfrentamos nuestro infortunio. Quiz eso nos haya unido. Tal vez
unido no sea la palabra ms apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de
nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos
cualesquiera. All fue donde por primera vez nos examinamos sin simpata pero con oscura
solidaridad; all fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas
soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero adems eran autnticas parejas:
esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo-
tenan a alguien. Slo ella y yo tenamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad.
Recorr la hendidura de su pmulo con la garanta de desparpajo que me otorgaba mi
mejilla encogida. Ella no se sonroj. Me gust que fuera dura, que devolviera mi inspeccin
con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no poda mirarme,
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pero yo, aun en la penumbra, poda distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien
formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo hroe y
la suave herona. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi
animadversin la reservo para mi rostro y a veces para Dios. Tambin para el rostro de
otros feos, de otros espantajos. Quiz debera sentir piedad, pero no puedo. La verdad es
que son algo as como espejos. A veces me pregunto qu suerte habra corrido el mito si
Narciso hubiera tenido un pmulo hundido, o el cido le hubiera quemado la mejilla, o le
faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esper a la salida. Camin unos metros junto a ella, y luego le habl. Cuando se detuvo
y me mir, tuve la impresin de que vacilaba. La invit a que charlramos un rato en un
caf o una confitera. De pronto acept.
La confitera estaba llena, pero en ese momento se desocup una mesa. A medida que
pasbamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las seas, los gestos de
asombro. Mis antenas estn particularmente adiestradas para captar esa curiosidad
enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente,
milagrosamente simtrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuicin,
ya que mis odos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un
rostro horrible y aislado tiene evidentemente su inters; pero dos fealdades juntas
constituyen en s mismas un espectculos mayor, poco menos que coordinado; algo que
se debe mirar en compaa, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes
merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso tambin me gust) para
sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"Qu est pensando?", pregunt.
Ella guard el espejo y sonri. El pozo de la mejilla cambi de forma.
"Un lugar comn", dijo. "Tal para cual".
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Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafs para justificar la
prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estbamos
hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y
convertirse en un casi equivalente de la hipocresa. Decid tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, verdad?"
"S", dijo, todava mirndome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan
equilibrado como esa muchachita que est a su derecha, a pesar de que usted es
inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estpida."
"S."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo tambin quisiera eso. Pero hay una posibilidad, sabe?, de que usted y yo lleguemos
a algo."
"Algo cmo qu?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llmele como quiera, pero hay
una posibilidad."
Ella frunci el ceo. No quera concebir esperanzas.
"Promtame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche ntegra. En lo oscuro total. Me
entiende?"
"No."
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"Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su
cuerpo es lindo, no lo saba?"
Se sonroj, y la hendidura de la mejilla se volvi sbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levant la cabeza y ahora s me mir preguntndome, averiguando sobre m, tratando
desesperadamente de llegar a un diagnstico.
"Vamos", dijo.
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No slo apagu la luz sino que adems corr la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y
no era una respiracin afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no vea nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmvil, a la
espera. Estir cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmiti una
versin estimulante, poderosa. As vi su vientre, su sexo. Sus manos tambin me vieron.
En ese instante comprend que deba arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo
mismo haba fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relmpago. No ramos eso. No
ramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendi
lentamente hasta su rostro, encontr el surco de horror, y empez una lenta, convincente
y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego
progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lgrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano tambin lleg a mi cara, y pas y repas
el costurn y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levant y descorr la cortina doble.
Botella al mar para el dios de las palabras
Gabriel Garca Mrquez
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A mis 12 aos de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un seor cura
que pasaba me salv con un grito: Cuidado!
El ciclista cay a tierra. El seor cura, sin detenerse, me dijo: Ya vio lo que es el poder
de la palabra? Ese da lo supe. Ahora sabemos, adems, que los mayas lo saban desde
los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenan un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrar en el tercer milenio
bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen est desplazndolas ni que
pueda extinguirlas. Al contrario, est potencindolas: nunca hubo en el mundo tantas
palabras con tanto alcance, autoridad y albedro como en la inmensa Babel de la vida actual.
Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables,
por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisin, el cine, el
telfono, los altavoces pblicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o
susurradas al odo en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las
cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fcil saber cmo se
llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden,
disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua espaola tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras.
Es un derecho histrico. No por su prepotencia econmica, como otras lenguas hasta hoy,
sino por su vitalidad, su dinmica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su
fuerza de expansin, en un mbito propio de 19 millones de kilmetros cuadrados y 400
millones de hablantes al terminar este siglo. Con razn un maestro de letras hispnicas en
Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intrprete entre
latinoamericanos de distintos pases. Llama la atencin que el verbo pasar tenga 54
significados, mientras en la Repblica de Ecuador tienen 105 nombres para el rgano
sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por s sola, y que tanta
falta nos hace, an no se ha inventado. A un joven periodista francs lo deslumbran los
hallazgos poticos que encuentra a cada paso en nuestra vida domstica. Que un nio
desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: Parece un faro. Que una
vivandera de la Guajira colombiana rechaz un cocimiento de toronjil porque le supo a
Viernes Santo. Que don Sebastin de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dej
escrito de su puo y letra que el amarillo es la color de los enamorados. Cuntas veces
no hemos probado nosotros mismos un caf que sabe a ventana, un pan que sabe a rincn,
una cerveza que sabe a beso?
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Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en
su pellejo. Pero nuestra contribucin no debera ser la de meterla en cintura, sino al
contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro
por su casa. En ese sentido me atrevera a sugerir ante esta sabia audiencia que
simplifiquemos la gramtica antes de que la gramtica termine por simplificarnos a
nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indgenas a las que tanto
debemos lo mucho que tienen todava para ensearnos y enriquecernos, asimilemos pronto
y bien los neologismos tcnicos y cientficos antes de que se nos infiltren sin digerir,
negociemos de buen corazn con los gerundios brbaros, los qus endmicos, el
dequesmo parasitario, y devulvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus
esdrjulas: vyamos en vez de vayamos, cntemos en vez de cantemos, o el
armoniosomuramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografa, terror del ser
humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de lmites
entre la ge y jota, y pongamos ms uso de razn en los acentos escritos, que al fin y al cabo
nadie ha de leer lagrima donde diga lgrima ni confundir revlver con revolver. Y qu de
nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos espaoles nos trajeron como si
fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de
que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadas y desatinos, tanto l
como todos nosotros terminemos por lamentar, con razn y derecho, que no me hubiera
atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis 12 aos.
Lingstica
Mario Benedetti
Tras la cerrada ovacin que puso trmino a la sesin plenaria del Congreso Internacional
de Lingstica y Afines, la hermosa taqugrafa recogi sus lpices y papeles y se dirigi
hacia la salida abrindose paso entre un centenar de lingistas, fillogos, semilogos,
crticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso
desplazamiento con una admiracin rayana en la glosemtica.
De pronto las diversas acuaciones cerebrales adquirieron vigencia fnica:
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-Qu sintagma!
-Qu polisemia!
-Qu significante!
-Qu diacrona!
-Qu exemplar ceterorum!
-Qu Zungenspitze!
-Qu morfema!
La hermosa taqugrafa desfil impertrrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Slo se la vio sonrer, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de
abrirle la puerta, murmur casi en su odo: ''Cosita linda".
EJES TEMTICOS
DISCRIMINACIN
Los Merengues
Julio Ramn Ribeyro
Apenas su mam cerr la puerta, Perico salt del colchn y escuch, con el odo pegado
a la madera, los pasos que se iban alejando por el largo corredor. Cuando se hubieron
definitivamente perdido, se abalanz hacia la cocina de kerosene y hurg en una de las
hornillas malogradas. All estaba! Extrayendo la bolsita de cuero, cont una por una las
monedas -haba aprendido a contar jugando a las bolitas- y constat, asombrado, que
haba cuarenta soles. Se ech veinte al bolsillo y guard el resto en su lugar. No en vano,
por la noche, haba simulado dormir para espiar a su mam. Ahora tena lo suficiente
para realizar su hermoso proyecto. Despus no faltara una excusa. En esos callejones
de Santa Cruz, las puertas siempre estn entreabiertas y los vecinos tienen caras de
sospechosos. Ajustndose los zapatos, sali desalado hacia la calle.
En el camino fue pensando si invertira todo su capital o slo parte de l. Y el recuerdo de
los merengues blancos, puros, vaporosos- lo decidieron por el gasto total. Cunto tiempo
haca que los observaba por la vidriera hasta sentir una salvacin amarga en la garganta?
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Haca ya varios meses que concurra a la pastelera de la esquina y slo se contentaba
con mirar. El dependiente ya lo conoca y siempre que lo vea entrar, lo consenta un
momento para darle luego un coscorrn y decirle:
-Quita de ac, muchacho, que molestas a los clientes!
Y los clientes, que eran hombres gordos con tirantes o mujeres viejas con bolsas, lo
aplastaban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosamente la tienda.
l recordaba, sin embargo, algunas escenas amables. Un seor, al percatarse un da de la
ansiedad de su mirada, le pregunt su nombre, su edad, si estaba en el colegio, si tena
pap y por ltimo le obsequi una rosquita. l hubiera preferido un merengue pero intua
que en los favores estaba prohibido elegir. Tambin, un da, la hija del pastelero le regal
un pan de yema que estaba un poco duro.
-Empara!- dijo, aventndolo por encima del mostrador. l tuvo que hacer un gran esfuerzo
a pesar de lo cual cay el pan al suelo y, al recogerlo, se acord sbitamente de su perrito,
a quien l tiraba carnes masticadas divirtindose cuando de un salto las emparaba en sus
colmillos.
Pero no era el pan de yema ni los alfajores ni los piononos lo que le atraa: l slo amaba
los merengues. A pesar de no haberlos probado nunca, conservaba viva la imagen de
varios chicos que se los llevaban a la boca, como si fueran copos de nieve, ensucindose
los corbatines. Desde aquel da, los merengues constituan su obsesin.
Cuando lleg a la pastelera, haba muchos clientes ocupando todo el mostrador. Esper
que se despejara un poco el escenario pero no pudiendo resistir ms, comenz a empujar.
Ahora no senta vergenza alguna y el dinero que empuaba lo revesta de cierta autoridad
y le daba derecho a codearse con los hombres de tirantes. Despus de mucho esfuerzo,
su cabeza apareci en primer plano, ante el asombro del dependiente.
Ya ests aqu? Vamos saliendo de la tienda!
Perico, lejos de obedecer, se irgui y con una expresin de triunfo reclam: veinte soles
de merengues! Su voz estridente domin en el bullicio de la pastelera y se hizo un silencio
curioso. Algunos lo miraban, intrigados, pues era hasta cierto punto sorprendente ver a un
rapaz de esa cabaa comprar tan empalagosa golosina en tamaa proporcin. El
dependiente no le hizo caso y pronto el barullo se reinici. Perico qued algo
desconcertado, pero estimulado por un sentimiento de poder repiti, en tono imperativo:
-Veinte soles de merengues!
El dependiente lo observ esta vez con cierta perplejidad pero continu despachando a los
otro parroquianos.
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-No ha odo? insisti Perico excitndose- Quiero veinte soles de merengues!
El empleado se acerc esta vez y lo tir de la oreja.
-Ests bromeando, palomilla?
Perico se agazap.
-A ver, ensame la plata!
Sin poder disimular su orgullo, ech sobre el mostrador el puado de monedas. El
dependiente cont el dinero.
-Y quieres que te d todo esto en merengues?
-S replic Perico con una conviccin que despert la risa de algunos circunstantes.
-Buen empacho te vas a dar coment alguien.
Perico se volvi. Al notar que era observado con cierta benevolencia un poco lastimosa, se
sinti abochornado. Como el pastelero lo olvidaba, repiti:
-Deme los merengues- pero esta vez su voz haba perdido vitalidad y Perico comprendi
que, por razones que no alcanzaba a explicarse, estaba pidiendo casi un favor.
-Va a salir o no? lo increp el dependiente
-Despcheme antes.
-Quin te ha encargado que compres esto?
-Mi mam.
-Debes haber odo mal. Veinte soles? Anda a preguntarle de nuevo o que te lo escriba en
un papelito.
Perico qued un momento pensativo. Extendi la mano hacia el dinero y lo fue retirando
lentamente. Pero al ver los merengues a travs de la vidriera, renaci su deseo, y ya no
exigi sino que rog con una voz quejumbrosa:
-Deme, pues, veinte soles de merengues!
Al ver que el dependiente se acercaba airado, pronto a expulsarlo, repiti
conmovedoramente:
-Aunque sea diez soles, nada ms!
El empleado, entonces, se inclin por encima del mostrador y le dio el cocacho
acostumbrado pero a Perico le pareci que esta vez llevaba una fuerza definitiva.
-Quita de ac! Ests loco? Anda a hacer bromas a otro lugar!
Perico sali furioso de la pastelera. Con el dinero apretado entre los dedos y los ojos
hmedos, vagabunde por los alrededores.
Pronto lleg a los barrancos. Sentndose en lo alto del acantilado, contempl la playa. Le
pareci en ese momento difcil restituir el dinero sin ser descubierto y maquinalmente fue
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arrojando las monedas una a una, hacindolas tintinear sobre las piedras. Al hacerlo, iba
pensando que esas monedas nada valan en sus manos, y en ese da cercano en que,
grande ya y terrible, cortara la cabeza de todos esos hombres, de todos los mucamos de
las pasteleras y hasta de los pelcanos que graznaban indiferentes a su alrededor.
Alienacin
Julio Ramn Ribeyro
Edicin para el club virtual de lectura En las nubes de la ficcin. Universidad del Pacfico,
octubre de 2013.
A pesar de ser zambo y de llamarse Lpez, quera parecerse cada vez menos a un
zaguero de Alianza Lima y cada vez ms a un rubio de Filadelfia. La vida se encarg de
ensearle que si quera triunfar en una ciudad colonial ms vala saltar las etapas
intermediarias y ser antes que un blanquito de ac un gringo de all. Toda su tarea en los
aos que lo conoc consisti en deslopizarse y deszambarse lo ms pronto posible y en
americanizarse antes de que le cayera el huaico y lo convirtiera para siempre, digamos,
en un portero de banco o en un chofer de colectivo. Tuvo que empezar por matar al
peruano que haba en l y por coger algo de cada gringo que conoci. Con el botn se
compuso una nueva persona, un ser hecho de retazos, que no era ni zambo ni gringo, el
resultado de un cruce contra natura, algo que su vehemencia hizo derivar, para su
desgracia, de sueo rosado a pesadilla infernal.
Pero no anticipemos. Precisemos que se llamaba Roberto, que aos despus se le
conoci por Boby, pero que en los ltimos documentos oficiales figura con el nombre de
Bob. En su ascensin vertiginosa hacia la nada fue perdiendo en cada etapa una slaba
de su nombre. Todo empez la tarde en que un grupo de blanquiosos jugbamos con
una pelota en la plaza Bolognesi. Era la poca de las vacaciones escolares y los
muchachos que vivamos en los chalets vecinos, hombres y mujeres, nos reunamos all
para hacer algo con esas interminables tardes de verano. Roberto iba tambin a la plaza,
a pesar de estudiar en un colegio fiscal y de no vivir en chalet sino en el ltimo callejn
que quedaba en el barrio. Iba a ver jugar a las muchachas y a ser saludado por algn
blanquito que lo haba visto crecer en esas calles y saba que era hijo de la lavandera.
Pero en realidad, como todos nosotros, iba para ver a Queca. Todos estbamos
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enamorados de Queca, que ya llevaba dos aos siendo elegida reina en las
representaciones de fin de curso. Queca no estudiaba con las monjas alemanas del
Santa rsula, ni con las norteamericanas del Villa Mara, sino con las espaolas de la
Reparacin, pero eso nos tena sin cuidado, as como que su padre fuera un empleadito
que iba a trabajar en mnibus o que su casa tuviera un solo piso y geranios en lugar de
rosas. Lo que contaba entonces era su tez capul, sus ojos verdes, su melena castaa, su
manera de correr, de rer, de saltar y sus invencibles piernas, siempre descubiertas y
doradas y que con el tiempo seran legendarias. Roberto iba solo a verla jugar, pues ni
los mozos que venan de otros barrios de Miraflores y ms tarde de San Isidro y de
Barranco lograban atraer su atencin. Peluca Rodrguez se lanz una vez de la rama
ms alta de un ficus, Lucas de Tramontana vino en una reluciente moto que tena ocho
faros, el chancho Gmez le rompi la nariz a un heladero que se atrevi a silbarnos,
Armando Wolff estren varios ternos de lanilla y hasta se puso corbata de mariposa. Pero
no obtuvieron el menor favor de Queca. Queca no le haca caso a nadie, le gustaba
conversar con todos, correr, brincar, rer, jugar al vleibol y dejar al anochecer a esa
banda de adolescentes sumidos en profundas tristezas sexuales que solo la mano
caritativa, entre las sbanas blancas, consolaba. Fue una fatdica bola la que alguien
arroj esa tarde y que Queca no lleg a alcanzar y que rod hacia la banca donde
Roberto, solitario, observaba. Era la ocasin que esperaba desde haca tanto tiempo! De
un salto aterriz en el csped, gate entre los macizos de flores, salt el seto de
granadilla, meti los pies en una acequia y atrap la pelota que estaba a punto de
terminar en las ruedas de un auto. Pero cuando se la alcanzaba, Queca, que estiraba ya
las manos, pareci cambiar de lente, observar algo que nunca haba mirado, un ser
retaco, oscuro, bembudo y de pelo ensortijado, algo que tampoco le era desconocido,
que haba tal vez visto como vea todos los das las bancas o los ficus, y entonces se
apart aterrorizada. Roberto no olvid nunca la frase que pronunci Queca al alejarse a
la carrera: Yo no juego con zambos. Estas cinco palabras decidieron su vida. Todo
hombre que sufre se vuelve observador y Roberto sigui yendo a la plaza en los aos
siguientes, pero su mirada haba perdido toda inocencia. Ya no era el reflejo del mundo
sino el rgano vigilante que cala, elige, califica. Queca haba ido creciendo, sus carreras
se hicieron ms moderadas, sus faldas se alargaron, sus saltos perdieron en impudicia y
su trato con la pandilla se volvi ms distante y selectivo. Todo eso lo notamos nosotros,
pero Roberto vio algo ms: que Queca tenda a descartar de su atencin a los ms
trigueos, a travs de sucesivas comparaciones, hasta que no se fij ms que en Chalo
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Sander, el chico de la banda que tena el pelo ms claro, el cutis sonrosado y que
estudiaba adems en un colegio de curas norteamericanos. Cuando sus piernas
estuvieron ms triunfales y torneadas que nunca ya solo hablaba con Chalo Sander y la
primera vez que se fue con l de la mano hasta el malecn comprendimos que nuestra
dehesa haba dejado de pertenecemos y que ya no nos quedaba otro recurso que ser
como el coro de la tragedia griega, presente y visible, pero alejado irremisiblemente de
los dioses. Desdeados, despechados, nos reunamos despus de los juegos en una
esquina, donde fumbamos nuestros primeros cigarrillos, nos acaricibamos con
arrogancia el bozo incipiente y comentbamos lo irremediable. A veces entrbamos a la
pulpera del chino Manuel y nos tombamos una cerveza. Roberto nos segua como una
sombra, desde el umbral nos escrutaba con su mirada, sin perder nada de nuestro
parloteo, le decamos a veces hola zambo, tmate un trago y l siempre no, gracias, ser
para otra ocasin, pero a pesar de estar lejos y de sonrer sabamos que comparta a su
manera nuestro abandono. Y fue Chalo Sander naturalmente quien llev a Queca a la
fiesta de promocin cuando termin el colegio. Desde temprano nos dimos cita en la
pulpera, bebimos un poco ms de la cuenta, urdimos planes insensatos, se habl de un
rapto, de un cargamontn. Pero todo se fue en palabras. A las ocho de la noche
estbamos frente al ranchito de los geranios, resignados a ser testigos de nuestra
destitucin. Chalo lleg en el carro de su pap, con un elegante smoking blanco y sali al
poco rato acompaado de una Queca de vestido largo y peinado alto, en la que apenas
reconocimos a la compaera de nuestros juegos. Queca ni nos mir, sonrea apretando
en sus manos una carterita de raso. Visin fugaz, la ltima, pues ya nada sera como
antes, mora en ese momento toda ilusin y por ello mismo no olvidaramos nunca esa
imagen, que clausur para siempre una etapa de nuestra juventud.
Casi todos desertaron la plaza, unos porque preparaban el ingreso a la universidad, otros
porque se fueron a otros barrios en busca de una imposible rplica de Queca. Slo
Roberto, que ya trabajaba como repartidor de una pastelera, recalaba al anochecer en la
plaza, donde otros nios y nias cogan el relevo de la pandilla anterior y repetan
nuestros juegos con el candor de quien cree haberlos inventado. En su banca solitaria
registraba distradamente el trajn, pero de reojo, segua mirando hacia la casa de Queca.
As pudo comprobar antes que nadie que Chalo haba sido slo un episodio en la vida de
Queca, una especie de ensayo general que la prepar para la llegada del original del cual
Chalo haba sido la copia: Billy Mulligan, hijo de un funcionario del consulado de Estados
Unidos. Billy era pecoso, pelirrojo, usaba camisas floreadas, tena los pies enormes, rea
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con estridencia, el sol en lugar de dorarlo lo despellejaba, pero vena a ver a Queca en su
carro y no en el de su pap. No se sabe dnde lo conoci Queca ni cmo vino a parar
all, pero cada vez se le fue viendo ms, hasta que slo se le vio a l sus raquetas de
tenis, sus anteojos ahumados, sus cmaras de fotos a medida que la figura de Chalo se
fue opacando, empequeeciendo y espaciando y termin por desaparecer. Del grupo al
tipo y del tipo al individuo, Queca haba al fin empuado su carta. Solo Mulligan sera
quien la llevara al altar, con todas las de la ley, como sucedi despus y tendra derecho
a acariciar esos muslos con los que tanto, durante aos, tan intilmente soamos.
Las decepciones, en general, nadie las aguanta, se echan al saco del olvido, se
tergiversan sus causas, se convierten en motivo de irrisin y hasta en tema de
composicin literaria. As el chancho Gmez se fue a estudiar a Londres, Peluca
Rodrguez escribi un soneto realmente cojudo, Armando Wolff concluy que Queca era
una huachafa y Lucas de Tramontana se jactaba mentirosamente de habrsela
pachamanqueado varias veces en el malecn. Fue slo Roberto el que sac de todo esto
una enseanza veraz y tajante: o Mulligan o nada. De qu le vala ser un blanquito ms
si haba tantos blanquitos fanfarrones, desesperados, indolentes y vencidos? Haba un
estado superior, habitado por seres que planeaban sin macularse sobre la ciudad gris y a
quienes se ceda sin peleas los mejores frutos de la tierra. El problema estaba en cmo
llegar a ser un Mulligan siendo un zambo. Pero el sufrimiento aguza tambin el ingenio,
cuando no mata, y Roberto se haba librado a un largo escrutinio y trazado un plan de
accin. Antes que nada haba que deszambarse. El asunto del pelo no le fue muy difcil:
se lo ti con agua oxigenada y se lo hizo planchar. Para el color de la piel ensay
almidn, polvo de arroz y talco de botica hasta lograr el componente ideal. Pero un
zambo teido y empolvado sigue siendo un zambo. Le faltaba saber cmo se vestan,
qu decan, cmo caminaban, lo que pensaban, quines eran en definitiva los gringos. Lo
vimos entonces merodear, en sus horas libres, por lugares aparentemente incoherentes,
pero que tenan algo en comn: los frecuentaban los gringos. Unos lo vieron parado en la
puerta del Country Club, otros a la salida del colegio Santa Mara, Lucas de Tramontana
juraba haber distinguido su cara tras el seto del campo de golf, alguien le sorprendi en el
aeropuerto tratando de cargarle la maleta a un turista, no faltaron quienes lo encontraron
deambulando por los pasillos de la embajada norteamericana. Esta etapa de su plan le
fue preciosa. Por lo pronto confirm que los gringos se distinguan por una manera
especial de vestir que l calific, a su manera, de deportiva, confortable y poco
convencional. Fue por ello uno de los primeros en descubrir las ventajas del blue-jeans, el
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aire vaquero y varonil de las anchas correas de cuero rematadas por gruesas hebillas, la
comodidad de los zapatos de lona blanca y suela de jebe, el encanto colegial que daban
las gorritas de lona con visera, la frescura de las camisas de manga corta a flores o
anchas rayas verticales, la variedad de casacas de nylon cerradas sobre el pecho con
una cremallera o el sello pandillero, provocativo y despreocupado que se desprenda de
las camisetas blancas con el emblema de una universidad norteamericana. Todas estas
prendas no se vendan en ningn almacn, haba que encargarlas a Estados Unidos, lo
que estaba fuera de su alcance. Pero a fuerza de indagar descubri los remates
domsticos. Haba familias de gringos que deban regresar a su pas y vendan todo lo
que tenan: previo anuncio en los peridicos. Roberto se constituy antes que nadie en
esas casas y logr as hacerse de un guardarropa en el que invirti todo el fruto de su
trabajo y de sus privaciones. Pelo planchado y teido, blue-jeans y camisa vistosa,
Roberto estaba ya a punto de convertirse en Boby.
Todo esto le trajo problemas. En el callejn, deca su madre cuando vena a casa, le
haban quitado el saludo al pretencioso. Cuando ms le hacan bromas o lo silbaban
como a un marica. Jams daba un centavo para la comida, se pasaba horas ante el
espejo, todo se lo gastaba en trapos. Su padre, aada la negra, poda haber sido un
blanco rooso que se esfum como Fumanch al ao de conocerla, pero no tena
vergenza de salir con ella ni de ser piloto de barco. Entre nosotros, el primero en ficharlo
fue Peluca Rodrguez, quien haba encargado un blue-jeans a un purser de la Braniff.
Cuando le lleg se lo puso para lucirlo, sali a la plaza y se encontr de sopetn con
Roberto que llevaba uno igual. Durante das no hizo sino maldecir al zambo, dijo que le
haba malogrado la pelcula, que seguramente lo haba estado espiando para copiarlo, ya
haba notado que compraba cigarrillos Lucky y que se peinaba con un mechn sobre la
frente. Pero lo peor fue en su trabajo, Cahuide Morales, el dueo de la pastelera, era un
mestizo huatn, ceudo y regionalista, que, adoraba los chicharrones y los valses criollos
y se habla rajado el alma durante veinte aos para montar ese negocio. Nada lo
reventaba ms que no ser lo que uno era. Cholo o blanco era lo de menos, lo importante
era la mosca, el agua, el molido, conoca miles de palabras para designar la plata.
Cuando vio que su empleado se haba teido el pelo aguant una arruga ms en la
frente, al notar que se empolvaba se trag un carajo que estuvo a punto de indigestarlo,
pero cuando vino a trabajar disfrazado de gringo le sali la mezcla de pap, de polica, de
machote y de curaca que haba en l y lo llev del pescuezo a la trastienda: la pastelera
Morales Hermanos era una firma seria, haba que aceptar las normas de la casa, ya
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haba pasado por alto lo del maquillaje, pero si no vena con mameluco como los dems
repartidores lo iba a sacar de all de una patada en el culo. Roberto estaba demasiado
embalado para dar marcha atrs y prefiri la patada.
Fueron interminables das de tristeza, mientras buscaba otro trabajo. Su ambicin era
entrar a la casa de un gringo como mayordomo, jardinero, chofer o lo que fuese. Pero las
puertas se le cerraban una tras otra. Algo haba descuidado en su estrategia y era el
aprendizaje del ingls. Como no tena recursos para entrar a una academia de lenguas
se consigui un diccionario, que empez acopiar aplicada mente en un cuaderno.
Cuando lleg a la letra C tir el arpa, pues ese conocimiento puramente visual del ingls
no lo llevaba a ninguna parte. Pero all estaba el cine, una escuela que adems de
ensear diverta. En la cazuela de los cines de estreno pas tardes ntegras viendo en
idioma original westerns y policiales. Las historias le importaban un comino, estaba solo
atento a la manera de hablar de los personajes. Las palabras que lograba entender las
apuntaba y las repeta hasta grabrselas para siempre. A fuerza de rever los films
aprendi frases enteras y hasta discursos. Frente al espejo de su cuarto era tan pronto el
vaquero romntico hacindole una irresistible declaracin de amor a la bailarina del bar,
como el gangster feroz que pronunciaba sentencias lapidarias mientras cosa a tiros a su
adversario. El cine adems aliment en l ciertos equvocos que lo colmaron de ilusin.
As crey descubrir que tena un ligero parecido con Alain Ladd, que en
un western apareca en blue-jeans y chaqueta a cuadros rojos y negros. En realidad solo
tena en comn la estatura y el mechn de pelo amarillo que se dejaba caer sobre la
frente. Pero vestido igual que el actor se vio diez veces seguidas la pelcula y al trmino
de esta se quedaba parado en la puerta, esperando que salieran los espectadores y se
dijeran, pero mira, qu curioso ese tipo se parece a Alain Ladd. Cosa que nadie dijo,
naturalmente, pues la primera vez que lo vimos en esa pose nos remos de l en sus
narices.
Su madre nos cont un da que al fin Roberto haba encontrado un trabajo, no en la casa
de un gringo como quera, pero tal vez algo mejor, en el club de Bowling de Miraflores.
Serva en el bar de cinco de la tarde a doce de la noche. Las pocas veces que fuimos all
lo vimos reluciente y diligente. A los indgenas los atenda de una manera neutra y
francamente impecable, pero con los gringos era untuoso y servil. Bastaba que entrara
uno para que ya estuviera a su lado, tomando nota de su pedido y segundos ms tarde el
cliente tena delante su hot-dog y su Coca-Cola. Se animaba adems a lanzar palabras
en ingls y como era respondido en la misma lengua fue incrementando su vocabulario.
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Pronto cont con un buen repertorio de expresiones, que le permitieron granjearse la
simpata de los gringos, felices de ver un criollo que los comprendiera. Como Roberto era
muy difcil de pronunciar, fueron ellos quienes decidieron llamarlo Boby. Y fue con el
nombre de Boby Lpez que pudo al fin matricularse en el Instituto Peruano-
Norteamericano. Quienes entonces lo vieron dicen que fue el clsico chancn, el que
nunca perdi una clase, ni dej de hacer una tarea, ni se priv de interrogar al profesor
sobre un punto oscuro de gramtica. Aparte de los blancones que por razones
profesionales seguan cursos all, conoci a otros Lpez, que desde otros horizontes y
otros barrios, sin que hubiera mediado ningn acuerdo, alimentaban sus mismos sueos
y llevaban vidas convergentes a la suya. Se hizo amigo especialmente de Jos Mara
Cabanillas, hijo de un sastre de Surquillo. Cabanillas tena la misma ciega admiracin por
los gringos y haca aos que haba empezado a estrangular al zambo que haba en l
con resultados realmente vistosos. Tena adems la ventaja de ser ms alto, menos
oscuro que Boby y de parecerse no a Alan Ladd, que despus de todo era un actor
segundn admirado por un grupito de nias snobs, sino al indestructible John Waynne.
Ambos formaron entonces una pareja inseparable. Aprobaron el ao con las mejores
notas y mster Brown los puso como ejemplo al resto de los alumnos, hablando de un
franco deseo de superacin.
La pareja deba tener largas, amensimas conversaciones. Se les vea siempre
culoncitos, embutidos en sus blue-jeans desteidos, yendo de aqu para all. Pero
tambin es cierto que la ciudad no los tragaba, desarreglaban todas las cosas, ni
parientes ni conocidos los podan pasar. Por ello alquilaron un cuarto en un edificio del
jirn Mogolln y se fueron a vivir juntos. All edificaron un reducto inviolable, que les
permiti interpolar lo extranjero en lo nativo y sentirse en un barrio californiano en esa
ciudad brumosa. Cada cual contribuy con lo que pudo, Boby con sus afiches y sus
posters y Jos Mara, que era aficionado a la msica, con sus discos de Frank Sinatra,
Dean Martin y Tommy Dorsey. Qu gringos eran mientras recostados en el sof-cama,
fumando su Lucky, escuchaban Strangers in the night y miraban pegado al muro el
puente sobre el ro Hudson! Un esfuerzo ms y hop! ya estaban caminando sobre el
puente. Para nosotros era difcil viajar a Estados Unidos. Haba que tener una beca o
parientes all o mucho dinero. Ni Lpez ni Cabanillas estaban en ese caso. No vieron
entonces otra salida que el salto de pulga, como ya lo practicaban otros blanquiosos,
gracias al trabajo de purser en una compaa de aviacin. Todos los aos convocaban a
concurso y ellos se presentaron. Saban ms ingls que nadie, les encantaba servir, eran
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sacrificados e infatigables, pero nadie los conoca, no tenan recomendacin y era
evidente, para los calificadores, que se trataba de mulatos talqueados. Fueron
desaprobados.
Dicen que Boby llor y se mes desesperadamente el cabello y que Cabanillas tent un
suicidio por salto al vaco desde un modesto segundo piso. En su refugio de Mogolln
pasaron los das ms sombros de su vida, la ciudad que los albergaba termin por
convertirse en un trapo sucio a fuerza de cubrirla de insultos y reproches. Pero el nimo
les volvi y nuevos planes surgieron. Puesto que nadie quera ver aqu con ellos, haba
que irse como fuese. Y no quedaba otra va que la del inmigrante disfrazado de turista.
Fue un ao de duro de trabajo en el cual fue necesario privarse de todo a fin de ahorrar
para el pasaje y formar una bolsa comn que les permitiera defenderse en el extranjero.
As ambos pudieron al fin hacer maletas y abandonar para siempre esa ciudad odiada, en
la cual tanto haban sufrido, y a la que no queran regresar as no quedara piedra sobre
piedra.
Todo lo que viene despus es previsible y no hace falta mucha imaginacin para
completar esta parbola. En el barrio dispusimos de informaciones directas: cartas de
Boby a su mam, noticias de viajeros y, al final, relato de un testigo. Por lo pronto Boby y
Jos Mara se gastaron en un mes lo que pensaban les durara un semestre. Se dieron
cuenta adems que en Nueva York se haban dado cita todos los Lpez y Cabanillas del
mundo, asiticos, rabes, aztecas, africanos, ibricos, mayas, chibchas, sicilianos,
caribeos, musulmanes, quechuas, polinesios, esquimales, ejemplares de toda
procedencia, lengua, raza y pigmentacin y que tenan solo en comn el querer vivir
como un yanqui, despus de haber cedido su alma y haber intentado usurpar su
apariencia. La ciudad los toleraba unos meses, complacientemente, mientras absorba
sus dlares ahorrados. Luego, como por un tubo, los diriga hacia el mecanismo de la
expulsin. A duras penas obtuvieron ambos una prrroga de sus visas, mientras trataban
de encontrar un trabajo estable que les permitiera quedarse, al par que las Quecas del
lugar, y eran tantas, les pasaban por las narices, sin concederles ni siquiera la atencin
ofuscada que nos despierta una cucaracha. La ropa se les gast, la msica de Frank
Sinatra les llegaba al huevo, la sola idea de tener por todo alimento que comerse un hot-
dog, que en Lima era una gloria, les daba nuseas. Del hotel barato pasaron al albergue
catlico y luego a la banca del parque pblico. Pronto conocieron esa cosa blanca que
caa del cielo, que los despintaba y que los haca patinar como idiotas en veredas
heladas y que era, por el color, una perfidia racista de la naturaleza. Solo haba una
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solucin. A miles de kilmetros de distancia, en un pas llamado Corea, rubios
estadounidenses combatan contra unos horribles asiticos. Estaba en juego la libertad
de Occidente decan los diarios y lo repetan los hombres de estado en la televisin.
Pero era tan penoso enviar a los boys a ese lugar! Moran como ratas, dejando a plidas
madres desconsoladas en pequeas granjas donde haba un cuarto en el altillo lleno de
viejos juguetes. El que quisiera ir a pelear un ao all tena todo garantizado a su regreso:
nacionalidad, trabajo, seguro social, integracin, medallas. Por todo sitio existan centros
de reclutamiento. A cada voluntario, el pas le abra su corazn. Boby y Jos Mara se
inscribieron para no ser expulsados. Y despus de tres meses de entrenamiento en un
cuartel partieron en un avin enorme. La vida era una aventura maravillosa, el viaje fue
inolvidable. Habiendo nacido en un pas mediocre, misrrimo y melanclico, haber
conocido la ciudad ms agitada del mundo, con miles de privaciones, es verdad, pero ya
eso haba quedado atrs, ahora llevaban un uniforme verde, volaban sobre planicies,
mares y nevados, empuaban armas devastadoras y se aproximaban jvenes an
colmados de promesas, al reino de lo ignoto.
La lavandera Mara tiene cantidades de tarjetas postales con templos, mercados y calles
exticas, escritas con una letra muy pequea y aplicada. Dnde quedar Sel? Hay
muchos anuncios y cabarets. Luego cartas del frente, que nos ense cuando le vino el
primer ataque y dej de trabajar unos das. Gracias a estos documentos pudimos
reconstruir bien que mal lo que pas. Progresivamente, a travs de sucesivos tanteos,
Boby fue aproximndose a la cita que haba concertado desde que vino al mundo. Haba
que llegar a un paralelo y hacer frente a oleadas de soldados amarillos que bajaban del
polo como cancha. Para eso estaban los voluntarios, los indmitos vigas de Occidente.
Jos Mara se salv por milagro y enseaba con orgullo el mun de su brazo derecho
cuando regres a Lima, meses despus. Su patrulla haba sido enviada a reconocer un
arrozal, donde se supona que haba emboscada una avanzadilla coreana. Boby no
sufri, dijo Jos Mara, la primera rfaga le vol el casco y su cabeza fue a caer en una
acequia, con todo el pelo pintado revuelto hacia abajo. El slo perdi un brazo, pero
estaba all vivo, contando estas historias, bebiendo su cerveza helada, desempolvado ya
y zambo como nunca, viviendo holgadamente de lo que le cost ser un mutilado. La
mam de Roberto haba sufrido entonces su segundo ataque que la borr del mundo. No
pudo leer as la carta oficial en la que le decan que Bob Lpez haba muerto en accin
de armas y tena derecho a una citacin honorfica y a una prima para su familia. Nadie la
pudo cobrar.
28
Colofn
Y Queca? Si Bob hubiera conocido su historia tal vez su vida habra cambiado o tal vez
no, eso nadie lo sabe. Billy Mulligan la llev a su pas, como estaba convenido, a un
pueblo de Kentucky donde su padre haba montado un negocio de carnes de cerdo
enlatada. Pasaron unos meses de infinita felicidad, en esa linda casa con amplia calzada,
verja, jardn y todos los aparatos elctricos inventados por la industria humana, una casa
en suma como las que haba en cien mil pueblos de ese pas-continente. Hasta que a
Billy le fue saliendo el irlands que disimulaba su educacin puritana, al mismo tiempo
que los ojos de Queca se agrandaron y adquirieron una tristeza limea. Billy fue llegando
cada vez ms tarde, se aficion a las mquinas tragamonedas y a las carreras de auto,
sus pies le crecieron ms y se llenaron de callos, le sali un lunar maligno en el
pescuezo, los sbados se inflaba de bourbon en el club Amigos de Kentucky, se enred
con una empleada de la fbrica, choc dos veces el carro, su mirada se volvi fija y
aguachenta y termin por darle de puetazos a su mujer, a la linda, inolvidable Queca, en
las madrugadas de los domingos, mientras sonrea estpidamente y la llamaba chola de
mierda.
La piel de un indio no cuesta caro
Julio Ramn Ribeyro
Piensas quedarte con l? - pregunt Dora a su marido.
Miguel, en lugar de responder, se levant de la perezosa donda tomaba el sol y haciendo
bocina con las manos, grit hacia el jardn:
-Pancho!
Un muchacho que se entretena sacando la yerba mala volte la cabeza, se puso de pie
y ech a correr. A los pocos segundos estuvo frente a ellos.
-A ver, Pancho, dile a la seora cunto es ocho ms ocho.
-Diecisis.
-Y dieciocho ms treinta?
-Cuarentiocho.
-Y siete por siete?
Pancho pens un momento.
-Cuarentinueve.
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Miguel se volvi hacia su mujer:
-Eso se lo he enseado ayer. Se lo hice repetir toda la tarde, pero se le ha grabado para
toda la vida.
Dora bostez.
-Gurdalo entonces contigo. Te puede ser til.
-Por suspuesto. No es verdad, Pancho que trabajars en mi taller?
-S seor.
A Dora que se desperezaba:
-En Lima lo mandar a la escuela nocturna. Algo podemos hacer por este muchacho. Me
cae simptico.
-Me caigo de sueo-dijo Dora.
Miguel despidi a Pancho y volvi a extenderse en su perezosa. Todo el vallecito de
Yangas se desplegaba ante su vista. El modesto ro Chilln regaba huertos de
manzanos y chacras de panllevar. Desde el techo de la casa se poda ver el mar, al
fondo del valle, y los barcos surtos en el Callao.
-Es una suerte tener una casa ac-dijo Miguel-. Slo a una hora de Lima, No, Dora?
Pero ya Dora se haba retirado a dormir la siesta. Miguel observ un rato a Pancho
quemerodeaba por el jardn persiguiendo mariposas, moscardones, mir el cielo, los
cerros, las plantas cercanas y se qued profundamente dormido.
Un gritero juvenil lo despert. Mariella y Vctor, los hijos del presidente del club,
entraban al jardn. Llevaba cada cual una escopeta de perdigones.
-Pancho, vienes con nosotros?-decan- Vamos a cazar al cerro.
Pancho, desde lejos, busc la mirada de Miguel, esperando su aprobacin.
-Anda no ms!-grit-, y fjate bien que estos muchachos no hagan barbaridades!
Los hijos del presidente salieron por el camino del cerro, escoltados por Pancho. Miguel
se levant, mir un momento las instalaciones del club que asomaban a lo lejos, tras un
seto de jvenes pinos, y fue a la cocina a servirse una cerveza. Cuando beba el primer
sorbo, sinti unas pisadas en la terraza.
-Hay alguien aqu?-preguntaba una voz.
Miguel sali: era el presidente del club.
-Estuvimos esperndolos en el almuerzo-dijo-. Hemos tenido cerca de sesenta personas.
Miguel se excus:
-Usted sabe que Dora no se divierte mucho en las reuniones. Prefiere quedarse aqu
leyendo.
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-De todos modos-aadi el presidente-hay que alternar un poco con los dems socios.
La unin hace la fuerza. No saben acaso que celebramos el primer aniversario de
nuestra institucin? Adems no se podrn quejar del elemento que he reunido en torno
mo. Toda la gente chic, de posicin, de influencia. T, que eres un joven arquitecto...
Para cortar el discurso que se avecinaba, Miguel aludi a los chicos:
-Mariella y Vctor pasaron por ac. Iban al cerro. He hecho que Pancho los acompae.
-Pancho?
-Un muchacho que me va a ayudar en mi oficina de Lima. Tiene slo catorce aos. Es del
Cuzco.
-Qu se diviertan, entonces!
Dora apareci en bata, despeinada, con un libro en la mano.
-Traigo buenas noticias para tu marido-dijo el presidente- Ahora, durante el almuerzo,
hemos decidido construir un nuevo bar, al lado de la piscina. Los socios quieren algo
moderno, sabes? Hemos acordado que Miguel haga los planes. Pero tiene que darse
prisa. En quince das necesitamos los bocetos.
-Los tendrn-dijo Dora.
-Gracias-dijo Miguel. No quiere servirse un trago?
-Por suspuesto. Tengo adems otros proyectos de ms envergadura. Miguel tiene que
ayudarnos. No te molesta que hablemos de negocios en da domingo?
El presidente y Miguel se sentaron en la terraza a conversar, mientras Dora recorra el
jardn lentamente, beba el sol, se dejaba despeinar por el viento.
-Dnde est Pancho?-pregunt.
-En el cerro !-grit Miguel-Necesitas algo?
-No, pregunto solamente.
Dora continu pasendose por el jardn, mirando los cerros, el esplendor dominical.
Cuando regres a la terraza, el presidente se levantaba.
-Acordado, no es verdad? Pasa maana por mi oficina. Tengo que ir ahora a ver a mis
invitados. Saben que habr baile esta noche? Al menos pasarn un rato para tomarse
un cctel.
Miguel y Dora quedaron solos.
-Simptico tu to-dijo Miguel. Un poco hablador.
-Mientras te consiga contratos-coment Dora.
-Gracias a l hemos conseguido este terreno casi regalado.
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-Miguel mir a su alrededor-Pero habra que arreglar esta casa un poco mejor! Con los
cuatro muebles que tenemos slo est bien para venir a pasar el week-end.
Dora se haba dejado caer en una perezosa y hojeaba nuevamente su libro. Miguel la
comtempl un momento.
-Has trado algn traje decente? Creo que debemos ir al club esta noche.
Dora le ech una mirada maliciosa:
Algn proyecto entre manos?
Pero ya Miguel, encendiendo un cigarrillo, iba hacia el garaje para revisar su automvil.
Destapando el motor se puso a ajustar tornillos, sin motivo alguno, slo por el placer de
ocupar sus manos en algo. Cuando meda el aceite, Dora apareci a sus espaldas.
-Qu haces? He sentido un grito en el cerro.
Miguel volvi la cabeza. Dora estaba muy plida. Se aprestaba a tranquilizarla, cuando se
escuch cuesta arriba el ruido de unas pisadas precipitadas. Luego unos gritos infantiles.
De inmediato salieron al jardn. Alguien bajaba por el camino de pedregullo. Pronto
Mariella y Vctor entraron sofocados.
-Pancho se ha cado!-decan- Est tirado en el suelo y no se puede levantar.
-Est negro !-repeta Mariella. Miguel los mir. Los chicos estaban trastornados:
tenan rostros de adultos.
-Vamos all!-dijo y abandon la casa, guiado por los muchachos.
Comenz a subir por la pendiente de piedras, orillada de cactus y de maleza.
-Dnde es?-preguntaba.
-Ms arriba!
Durante un cuarto de hora sigui subiendo. Al fin lleg hasta los postes que traan la
corriente elctrica al club. Los muchachos se detuvieron.
-All est-dijeron, sealando el suelo.
Miguel se aproxim. Pancho estaba contorsionado, enredado en uno de los
alambresque servan para sostener los postes. Estaba inmvil, con la boca abierta y el
rostro azul. Al volver la cara vio que los hijos del presidente seguan all, espiando,
asustados, el espectculo.
-Fuera!- les grit- Regresen al club! No quiero verlos por ac!
Los chicos se fueron a la carrera. Miguel se inclin sobre el cuerpo de Pancho. Por
momentos le pareca que respiraba. Mir el alambre ennegrecido, el poste, luego los
cables de alta tensin que descendan del cerro y ponindose de pie se lanz hacia la
casa.
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Dora estaba en medio del jardn, con una margarita entre los dedos.
-Qu pasa?
-Dnde est la llave del depsito?
-Est colgada en la cocina. Qu cara tienes!
Miguel hurg entre los instrumentos de jardinera hasta encontrar la tijera de podar, que
tena mangos de madera.
-Qu le ha pasado a ese muchacho?-insista Dora.
Pero ya Miguel haba partido nuevamente a la carrera. Dora vio su figura saltando por la
peolera, cada vez ms pequea. Cuando desapareci en la falda del cerro, se encogi
de hombros, aspir la margarita y continu deambulando por el jardn.
Miguel lleg ahogndose al lado de Pancho y con las tijeras cort el alambre aislndolo
del poste y volvi a cortar aislndolo de la tierra. Luego se inclin sobre el muchacho y lo
toc por primera vez. Estaba rgido. No respiraba. El alambre le haba quemado la ropa y
se le haba incrustado en la piel. En vano trat Miguel de arrancarlo. En vano mir
tambin a su alrededor, buscando ayuda. En ese momento, al lado de ese cuerpo inerte,
supo lo que era la soledad.
Parte II
Sentndose sobre l, trat de hacerle respiracin artificial, como viera alguna vez en la
playa, con los ahogados. Luego lo auscult. Algo se escuchaba dentro de ese pecho,
algo que podra ser muy bien la propia sangre de Miguel batiendo en sus tmpanos.
Haciendo un esfuerzo, lo puso de pie y se lo ech al hombro. Antes de iniciar el descenso
mir a su alrededor, tratando de identificar el lugar. Ese poste se encontraba dentro de
los terrenos del club.
Dora se haba sentado en la terraza. Cuando lo vi aparecer con el cuerpo del muchacho,
se levant.
-se ha cado?
Miguel, sin responder, lo condujo al garaje y lo deposit en el asiento posterior del
automvil. Dora lo segua.
-Ests todo despeinado. Deberas lavarte la cara.
Miguel puso el carro en marcha.
-A dnde vas?
-A Canta!- grit Miguel, destrozando al arrancar, los tres nicos lirios que adornaban el
jardn.
El mdico de la Asistencia Pblica de Canta mir al muchacho.
33
-Me trae usted un cadver.
Luego lo palp, lo observ con atencin.
-Electrocutado, no?
-No se puede hacer algo?-insisti Miguel-. El accidente ha ocurrido hace cerca de una
hora.
No vale la pena. Probaremos, en fin, si usted lo quiere.
Primero le inyect adrenalina en las venas. Luego le puso una inyeccin directa en el
corazn.
-Intil- dijo-. Mejor es que pase usted por la comisara para que los agentes constaten la
defuncin.
Miguel sali de la Asistencia Pblica y fue a la comisara. Luego emprendi el retorno a la
casa. Cuando lleg, atardeca.
Dora estaba vistindose para ir al club.
-Vino el presidente-dijo-. Est molesto porque Mariella ha vomitado. Han tenido que
meterla a la cama. Dice que qu cosa ha pasado en el cerro con ese muchacho.
-Para qu te vistes?-pregunt Miguel- No iremos al club esta noche. No irs t en todo
caso. Ir solo.
-T me has dicho que me arregle. A m me da lo mismo.
-Pancho ha muerto electrocutado en los terrenos del club. No estoy de humor para
fiestas.
-Muerto?-pregunt Dora-Es una lstima. Pobre muchacho!
Miguel se dirigi al bao para lavarse.
-Debe ser horrible morir as- continu Dora- Piensas decrselo a mi to?
-Naturalmente.
Miguel se puso una camisa limpia y se dirigi caminando al club. Antes de atravesar
laverja se escuchaba ya la msica de la orquesta. En el jardn haba algunas parejas
bailando. Los hombres se haban puesto sombreritos de cartn pintado. Circulaban los
mozos con azafates cargados de whisky, gin con gin y jugo de tomate.
Al penetrar al hall vio al presidente con un sombrero en forma de cucurucho y un vaso
en la mano. Antes de que Miguel abriera la boca, ya lo haba abordado.
-Qu diablos ha sucedido? Mis chicos estn alborotados. A Mariella hemos tenido que
acostarla.
-Pancho, mi muchacho, ha muerto electrocutado en los terrenos del club. Por un defecto
de instalacin, la corriente pasa de los cables a los alambres de sostn.
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El presidente lo cogi precipitadamente del brazo y lo condujo a un rincn.
-Bonito aniversario! Habla ms bajo que te pueden or. Ests seguro de lo que dices?
-Yo mismo lo he recogido y lo he llevado a la asistencia de Canta.
El presidente haba palidecido.
-Imagnate que Mariella o que Vctor hubieran cogido el alambre! Te juro que yo...
-Qu cosa?
-No s...habra habido alguna carnicera.
-Le advierto que el muchacho tiene padre y madre. Viven cerca del Porvenir.
-Fjate, vamos a tomarnos un trago y a conversar detenidamente del asunto. Estoy
seguro que las instalaciones estn bien hechas. Puede haber sucedido otra cosa. En fin,
tantas cosas suceden en los cerros. No hay testigos?
-Yo soy el nico testigo.
-Quieres un whisky?
-No. He venido slo a decirle que a las diez de la noche regresar a Lima con Dora. Ver
a los padres del muchacho para comunicarles lo ocurrido. Ellos vern despus lo que
hacen.
-Pero Miguel, esprate, tengo que ensearte dnde haremos el nuevo bar.
-Por lo menos qutese usted ese sombrero! Hasta luego.
Miguel atraves el camino oscuro. Dora haba encendido todas las luces de la casa. Sin
haberse cambiado su traje de fiesta, escuchaba msica en un tocadiscos porttil.
-Estoy un poco nerviosa-dijo.
Miguel se sirvi, en silencio, una cerveza.
-Procura comer lo antes posible-dijo-. A las diez regresaremos a Lima.
-Por qu hoy?-pregunt Dora.
Miguel sali a la terraza, encendi un cigarrillo y se sent en la penumbra, mientras Dora
andaba por la cocina. A lo lejos, en medio de la sombra del valle, se divisaban las casitas
iluminadas de los otros socios y las luces fluorescentes del club. A veces el viento traa
compases de msica, rumor de conversacin o alguna risa estridente que rebotaba en los
cerros.
Por el caminillo aparecieron los faros crecientes de un automvil. Como un celaje, pas
delante de la casa y se perdi rumbo a la carretera. Miguel tuvo tiempo de advertirlo: era
el carro del presidente.
-Acaba de pasar tu to- dijo, entrando a la cocina.
Dora coma desganadamente una ensalada.
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-A dnde va?
-Qu s yo!
-Debe estar preocupado por el accidente.
-Est ms preocupado por su fiesta.
Dora lo mir
-Ests verdaderamente molesto?
Miguel se encogi de hombros y fue al dormitorio para hacer las maletas. Ms tarde fue
al jardn y guard en el depsito los objetos dispersos. Luego se sent en el living,
esperando que Dora se arreglara para la partida. Pasaban los minutos. Dora tarareaba
frente al espejo.
Volvi a sentirse el ruido de un automvil. Miguel sali a la terraza. Era el carro del
presidente que se detena a cierta distancia de la casa: dos hombres bajaron de su
interior y tomaron el camino del cerro. Luego el carro avanz un poco ms, hasta
detenerse frente a la puerte.
-Viene alguien?-pregunt Dora, asomando a la terraza-. Ya estoy lista.
El presidente apareci en el jardn y avanz hacia la terraza. Estaba sonriendo.
-He batido un rcord de velocidad-dijo-. Vengo de Canta. Nos sentamos un rato?
-Partimos para Lima en este momento-dijo Miguel.
-Solamente cinco minutos-en seguida sac unos papeles del bolsillo-. Qu cuento es
ese del muchacho electrocutado? Mira.
Miguel cogi los papeles. Uno era un certificado de defuncin extendido por el mdico de
la Asistencia Pblica de Canta. No aluda para nada al accidente. Declaraba que el
muchacho haba muerto de una . El otro era un parte policial
redactado en los mismos trminos.
Miguel devolvi los papeles.
-Esto me parece una infamia-dijo.
El presidente guard los papeles.
-En estos asuntos lo que valen son las pruebas escritas-dijo-. No pretenders adems
saber ms que un mdico. Parece que el muchacho tena en efecto, algo al corazn y
que hizo demasiado ejercicio.
-El cerro est bastante alto-acot Dora.
-Digan lo que digan esos papeles, yo estoy convencido de que Pancho ha muerto
electrocutado. Y en los terrenos del club.
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-T puedes pensar lo que quieras-aadi el presidente-. Pero oficialmente ste es un
asunto ya archivado.
Miguel qued silencioso.
-Por qu no vienen conmigo al club? La fiesta durar hasta medianoche. Adems insisto
en que veas el lugar donde construiremos el bar.
-No. Partimos a Lima en este momento.
-De todas maneras, los espero.
El presidente se levant. Miguel lo vio partir. Dora se acerc a l y le pas un brazo por el
hombro.
-No te hagas mala sangre- le susurr al odo-. A ver, pon cara de gente decente.
Miguel la mir: algo en sus rasgos le record el rostro del presidente. Detrs de su
cabellera se vea la masa oscura del cerro. Arriba brillaba una luz.
-Tiene pilas la linterna?- pregunt.
-Qu piensas hacer?
Miguel busc la linterna: todava alumbraba. Sin decir una palabra se encamin por la
pendiente riscosa. Trepaba entre cantos de grillos e infinitas estrellas. Pronto divis la luz
del farol. Cerca del poste, dos hombres reparaban la instalacin defectuosa. Los
contempl un momento, en silencio, y luego emprendi el retorno.
Dora lo esperaba con un sobre en la mano.
-Fjate. Mi to mand esto.
Miguel abri el sobre. Haba un cheque al portador por cinco mil soles y un papel con
unas lneas:
Miguel cogi el cheque con la punta de los dedos y cuando lo iba a rasgar, se contuvo.
Dora lo miraba. Miguel guard el cheque en el bolsillo y dndole la espalda a su mujer
qued mirando el valle de Yangas. Del accidente no quedaba ni un solo rastro ni un
alambre fuera de lugar, ni siquiera el eco de un grito.
-En qu piensas?- pregunt Dora- Regresamos a Lima o vamos al club?
-Vamos al club-suspir Miguel.
GNERO
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La elegida
Reynaldo Santa Cruz
YO fui la elegida, mi padre con gran antelacin me escogi entre todos sus hijos para
llevar a cabo esa decisiva empresa. Mis hermanos, tal como lo esperaba, objetaron mi
designacin. Estaba claro que se sintieron desplazados y que mi condicin de hembra los
humillaba en su orgullo viril.
Recuerdo, an emocionada, el instante preciso en que mi padre nos anunci su
propsito, haba que dar a sus sbditos un ejemplo de voluntad y sacrificio, es decir, una
seal que los guiara en el caos en que deambulaban.
La primera competencia nos enfrent en un torneo de sabidura en el que uno a uno mis
hermanos fueron derrotados. Al final slo quedamos mi gemelo y yo. Entonces, el rey
ms excelso nos observ con el rostro severo de siempre y blandi tres preguntas
continuas. Tres veces respondimos sin vacilar y not que mi oponente me espiaba con
enfado. Llegado a ese instante supremo, una ltima interrogante fue propuesta por
nuestro padre y luego de largas deliberaciones, un desliz cometido por mi hermano, me
otorg la victoria. Emocionada, acept el honor de sentarme a la vera del trono sagrado
junto al ser ms insigne de todos.
El segundo reto consista en el desafo de fuerza, y como yo imper en la prueba inicial,
esperara a mi retador entre los que se aprestaban a luchar. Mi padre, gran honor, me
concedi el privilegio de dar la seal de apertura y ellos se enfrascaron en una ardua y
animada pugna. Mi gemelo se irgui altivo y su primer rival no tard en lanzar un grito de
combate. Pero aquel, tan parecido a m, posea la inteligencia de un Dios y su victoria no
fue nada complicada. Casi instantneamente el otro pidi una tregua y luego otra, hasta
abandonar la contienda y reconocer su impotencia.
Despus del descanso ritual, mi gemelo derrot a mis otros cuatro hermanos en
descomunales encuentros y al pasar a mi lado me contempl con un gesto soberbio y
triunfal.
Una nueva pausa me separ de la inminente disputa y nuestro padre levant el bculo,
ordenando el inicio de la gran pelea. Mi contendor conoca a la perfeccin mis
desplazamientos y yo en cambio me vea sorprendida por sus argucias. En vano intent
acorralarlo y sacar partido de mi plasticidad y fueron intiles igualmente los conatos
defensivos que acomet con brazos y piernas. El no tena igual, pensaba yo, hasta que
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vino a
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