POEMAS EN EL CUADERNO DE SEMILLAS
Raúl Alberto Ceruti
Edición 2014.
Semillas que crecen en la lluvia
“Ese día llovió desde las 7:00 hasta las 11:00; y más tarde, desde las 20:00 hasta las
22:40. En Avenida Gaona y Bolivia, alguien protege un paquete abultado de facturas bajo
un pesado sobretodo negro (7:00). Por Condarco y Avellaneda, alguien que resbala sobre
un charco, inmediatamente después de caer al piso, suelta una fuerte carcajada, que
obliga a un conductor a darse vuelta (7:31). En Maipú y Tucumán, alguien mueve su
paraguas de manera circular, hacia un lado y hacia el otro, salpicando a todo transeúnte
que lo cruza (7:35). En el patio sin techo de una casa del sur, una adolescente, sola,
pelirroja, se descalza; sentándose después, los brazos puestos en redor de las rodillas
(7:42). En Plaza Flores, alguien bebe las gotas como si recibiera una bendición: La nuca
sobre la espalda y los ojos cerrados y tiernos (7:50). En Avenida del Trabajo y Guaminí,
cae una gota del Mar Rojo (7:57). En Aranguren y Artigas, caen siete gotas en el mismo
sitio (8:01). En Bernaldez y César Díaz, una misma gota cae sobre dos personas, al
mismo tiempo (8:15). En Varela y Directorio, alguien, sin querer, patea tres gotas con un
sólo paso. (8:20). En Camacuá y Rivadavia, cae una gota del acuario de una niña
resguardado en un jardín de China (8:24). En tu frente cae una gota que hace años había
rozado tus pies en el río (8:31). En tu espalda cae una gota que en mi cuarto fue una
lágrima (8:51). En mis hombros cayó una gota que otrora había sido el vaho de un suspiro
contra el cristal empañado de un bar (9:04). En tus párpados cayó una gota que alguna
vez rozó mis labios (9:24). A las 10:00, una gota retenía el reflejo de tus ojos, a mi lado.”
Semillas que sostienen a la tierra I
En un poema, cada verso es semilla.
Que sustenta su alimento.
Libertad que constituye todas las necesidades.
I
De cómo la nada no es
Vibran las cenizas del desierto.
Y las hojas tiemblan como peces.
Una huella duele como herida.
Una grieta arde como verbo.
Somos el rastro que nos sucede,
La piel de la que nos desprendemos.
Los dibujos de nuestras caricias.
El soslayo de los ojos lerdos.
No hay cortes ni distancias, no hay huecos.
Sólo gestos, nudos entre gestos.
Siembra de semillas en el aire
Que sólo en el abrazo recogemos.
Rondan nuestras voces nuestra boca.
Rozan nuestros labios nuestros besos
Riegan nuestra sangre nuestras venas
Duelen nuestros cuerpos otros cuerpos.
No hay silencio entre una y otra roca
O intersticios entre una y otra arena
Voces pronunciadas entre lenguas
Nombres que son modos de alimento.
Somos las semillas esparcidas
Y la sombra que levanta el viento.
Dispersas en la lluvia, cada gota
Lleva todo el aroma de la tierra.
II
Hojarasca
Pasto seco donde el Sol busca refugio.
Una a una las estrellas se deshojan en tu piel.
Nos queda el viento de camino hacia los brazos.
Hay cabellos que brotan de caricias.
Recojo los verbos arrojados por las manos.
Las nervaduras cantan a través del grillo.
III
Sobre lo que quede de nosotros:
No ya la palabra, sino la voz.
La voz como sentido, verbo, vibración.
O sólo el timbre.
El timbre de una voz que dejara testimonio
De una presencia.
No ya el timbre, sino el temblor,
La raíz de tu sonido, el canto, la emoción.
O sólo el gesto.
El gesto de un silencio que pudiera
Pronunciarse.
No ya el temblor, sino la boca.
La boca como huella, herida o cicatriz
De los sonidos que creemos hacer con ella.
Un viento arcilloso nos moldea
Como el soplo vital.
IV
Línea de la vida.
El Verbo puro.
La raíz del verbo.
En el extremo de mis brazos
¿dónde está el silencio?
Las venas en las manos
son extrañas criaturas instintivas.
Impulsan la sangre.
hacia adentro.
Siempre hacia adentro.
Humilladas servidoras de una sed desesperante.
Las uñas, en cambio, ellas son civilizadas.
Muertas, brillantes, duras, insensibles,
se dejan pintar y embellecer.
Se muestran, en vez de refugiarse bajo la piel,
a través de ignotos corredores.
Se impulsan hacia afuera.
Siempre hacia afuera.
Expositoras de una aristocrática memoria
de las garras.
Los dedos, por su parte, útiles,
flexibles, oponibles,
imponen la acción, la voluntad, el apoderamiento.
Expulsan y recogen.
Siembran y cosechan.
Unen y esparcen.
Amasan y destrozan.
A lo otro.
Siempre sobre lo otro.
Ejecutan los verbos que se dictan
con palabras.
La palma, finalmente, abierta y sorprendida,
Está desnuda.
Sólo ella está desnuda.
Allí donde se lee tu destino.
V
Tesoros
Para hacer el grito
Levanto la mirada de la sombra
Desapego la mirada de la sombra
Desarraigo la mirada de la sombra
El grito viene
del terror a las palabras.
Para hacer el fuego
Extraigo las cenizas de la lluvia
Extiendo las cenizas de la lluvia
Hilvano las cenizas de la lluvia
El fuego viene
del silencio de la luz.
Para hacer el río
Deslizo la corriente de la tierra
Persigo la corriente de la tierra
Atravieso la corriente de la tierra
El río viene
del cobijo de tu boca.
Para hacer el agua
Inhalo los desiertos de tu huella
Recojo los desiertos de tu huella
Desarmo los desiertos de tu huella
El agua viene
del olvido en los abrazos.
VI
Nacimiento
Ahora es cuando los secretos laten
Y el misterio se envuelve en paños de algodón
Ahora es cuando es frágil lo inefable
Y la hondura tiembla en sus manos delicadas
Ahora es cuando toda la verdad es silenciosa.
Y lo que más que nada ignoramos
Se duerme en nuestro pecho.
VII
Despertar
Las palabras son opacas
hasta que la luz de tu gesto
las pronuncia.
El mundo está en los ojos que
lo descubren.
Semillas que sostienen a la tierra II
En un poema, cada verso es semilla.
Que sustenta su alimento.
Libertad que constituye todas las necesidades.
I
¿Hay un sitio del silencio
entre los signos?
¿Y qué sería ese silencio
sino
desgarro, quiebre,
del continuo de la percepción?
Un silencio que sólo el grito
permite ver.
II
La mirada es cuerpo,
ya que de ojos de un cuerpo
se derrama.
La palabra es cuerpo
ya que de articulaciones de
un cuerpo
se pronuncia.
Nuestro único sentido
es el tacto.
III
La sombra debajo de tu huella
no se ve.
La sombra de tu sombra no se ve.
Tampoco tu sombra se ve.
Lo que se ve
son sólo luces disipadas
por tu inconstancia.
IV
No hay descanso en los pies,
siempre laboriosos, exigidos.
Sólo en tus piernas,
lánguidas y suaves
se dibujan estaciones
de la eternidad.
V
Es imposible una voz.
La voz siempre es recorrida,
atravesada,
concurrente
de otras voces.
Somos el badajo
que golpea en los oídos.
Todo lo que diga es
nuestro.
VI
Múltiples, dispersos,
caídos, retirados…
Somos partes
que sólo otro puede levantar,
recoger y
constituirnos.
VII
Sólo el verbo es real.
Lo demás,
sustancia y accidente,
son sus reverberaciones.
VIII
El camino recto es el más
largo.
No descansa en ninguno
de tus dulces
recovecos.
IX
Saber algo
es ejercicio del olvido.
Si es que algo conozco
es que ya lo he saldado.
Sólo se aprende
en la perplejidad y el asombro.
X
Un cuerpo que se cae
¿por qué no se pierde?
¿Por qué no puede extraviarse
un curso de agua?
Cuando alguien se perdió
comenzó a forjar
el tiempo.
XI
Si sólo el verbo es real,
nuestras manos son lenguas,
son lenguas nuestra piel y nuestros músculos.
Y lenguas nuestra sangre,
agua y nervios.
No hacemos otra cosa que
temblar sonidos.
XII
Sembrar
es hacer que la tierra pronuncie
una palabra:
“Zapallo”, “tomate”, “acelga”, “girasol”.
Pero cuando la tierra florece
espontánea y diversa
se siembra una palabra en nosotros.
XIII
Las arañas imitan a las manos.
Todo el cuerpo está
allí donde se posan.
XIV
Los insectos
como gestos perdidos
que buscan la hora
de atizarnos
inoportunamente,
un recuerdo de otro.
XV
¿Cuánto tiempo tengo?
Todo el que quepa
entre tus manos.
XVI
El agua es la sed,
y es hambre el alimento.
Toda la materia está compuesta de
deseo.
XVII
Una piedra no se rompe.
Una piedra se abre.
Interminablemente se desnuda
hasta alcanzar la forma de la arena.
Todas sus superficies expuestas,
sensibles al calor y al movimiento.
Lo más parecido a la piel.
XVIII
Cada cosa que ves
guarda un secreto
que no puedes develar
sin descubrirte.
XIX
¿Hay raíces de raíces,
comienzos del comienzo,
despertar del despertar?
Todo es nuevo.
XX
El barro que se trabaja
alfareramente.
La madera que se trabaja
carpinteramente.
El metal que se trabaja
orfebremente.
Le están dando forma
a las manos.
XXI
Para hacer habitable una palabra
sólo basta
no se use
de escondite.
XXII
¿Animales líquidos?
El rocío,
el sudor,
la lágrima,
y el beso.
XXIII
El trigo vuela.
El nido del hornero
es un nido de pan.
XXIV
Lo inhóspito
es el verso inaprehensible,
el puente roto,
el agua rechazada.
El que ya no espera.
XXV
En los intersticios del cuerpo
el aliento de ella.
XXVI
En el espejo
los silencios
se multiplican.
Hay uno por cada una
de sus soledades.
Semillas que crecen en las piedras
I
A veces las semillas parecen de piedra. Duras y rústicas como la piedra. Escondedoras
de secretos milenarios.
A veces, parecen de madera, como si estuvieran talladas sobre la piel del mismo árbol al
que van a dar la vida.
A veces, parecen de silencios tan cerrados que sólo un trueno puede conmoverlas.
II
Las semillas que crecen en las piedras se extienden por ranuras, fibras, hebras y
ramificaciones.
Pueden formar montañas
o cristales.
III
Hay las semillas blandas, que pueden llevarse sin miedo a la boca.
No las muerdas,
son palabras.
IV
Puede ocurrir que tallando y tallando entre las piedras de una lejana civilización, se
desprenda de ellas un grito, un verbo, una murmuración.
¿Cómo dar cuenta entonces de ese enorme descubrimiento?.
¿Y cómo enterar de ese grito, esa verbo, esa murmuración a quienes era dirigido, y ya no
están, sino dormidos entre las piedras?
V
Transportar un grito en la semilla
como quien lleva un hueso,
una cerámica, un puñal de dura obsidiana,
cortado con la forma de la hoja de un sauce.
VI
Que una piedra se rompa
es trabajo de semillas.
VII
Una semilla, en el interior de una piedra volcánica.
Un buen motivo para la memoria.
VIII
Abrir un pequeño resquicio en la piedra
en el que sembrar nuestra raíz.
Dar cabida a la acción
en lo que pueda quebrarnos dando forma.
IX
Hay semillas de círculos concéntricos,
de ondulaciones y de sal
pi
ca
du
ras
en cada piedra que arrojamos
al agua.
X
Las piedras del camino
una a una van contando tus pasos.
XI
Piedra sobre piedra.
Los muros pisotean las palabras.
XII
Las piedras caen.
Eso es lo necesario.
Las piedras hablan.
Esa es la voluntad.
Alguien las escucha
Ese es el relato.
Semillas que crecen Ahí
Puntos.
Podrá hacerse la disección del átomo,
La proliferación de las partículas subatómicas,
El desmenuzamiento de las células,
La ablación del sapo.
Con la tranquilidad de saber que
Llegar a la piel ya es desnudez,
Y que el lunar es irreductible.
Semillas que sostienen a la tierra III
Secuencia.
La palabra comienza en el oído.
Luego va cayendo, desgranándose
hasta soltarse en tu boca.
Entonces el silencio se
desmorona.
Después, después, buscamos
entre las piedras
un suspiro.
Noche
La ansiedad hizo todas las estrellas
Ya que la Luna estaba bien para encontrarla,
pero buscar, buscar, hallar, es otra cosa.
Llama.
Despierta la palabra se envanece.
Deja de ser un secreto entre tus labios.
Y pronuncia intimidades
de entraña iluminada
por el mismo hálito que exhala.
Feliz incertidumbre.
Una huella por cada paso.
Un futuro con después.
Un hogar por cada herida.
Una puerta a que volver.
Y muchas ventanas abiertas
A jardines de tal vez.
Que la alegría no ahogue el deseo.
Que el agua no apague la sed.
Que tu beso no me robe la esperanza
De que me vuelvas a querer.
Semillas de la humedad
I
Los vientos secretos
sólo pueden oírse
en el interior
de tu boca.
II
Por cada soplo de luz,
se apaga un candil.
Por cada brizna de aire
se cierra una ventana.
Por cada gota de susurro
se adormece el deseo.
III
Llueve
en el interior del viento.
Y la lluvia tiene el olor de otros parques
visitados.
Como el aire que devuelves
con tu aliento.
IV
El beso
es apenas la sombra del labio
que se deja caer sobre otra sombra
y cobran cuerpo en ese instante.
V
A lo largo de tus piernas
El agua se dobla.
VI
El grito estaba
en el interior de la sangre.
VII
La sed habita
a la orilla de tus pies.
No habita un lugar sino un extremo.
Tus pies están siempre a la orilla del agua.
VIII
Se piensa con las manos.
Por eso sólo hay certeza con el tacto.
Semillas que crecen en la mirada I
Primer Amor.
Al principio fue el hueco, la desazón, la ausencia. Luego fue el ansia, la angustia, el dolor.
Sólo una herida. Sin orillas ni consuelo.
Los pájaros dorados, las nieblas de la tarde, las flores incipientes, las grutas susurrantes,
los árboles marinos… Todo refulgía de inquietante soledad.
Dicen que El se paseaba de un lado al otro del Paraíso, hurgándose las costillas con los
dedos. Decía: “Todo lo que tengo es lo que me falta”.
Sin poder soñar, se quedó dormido. Sin sentir el desgarro de aquello que era propio.
Al despertar, Ella estaba allí. Se contemplaron en silencio. Ella ya lo había conocido, su
cuerpo estirado en una larga siesta. Para él en cambio fue una sorpresa, y sonrió perplejo
cuando la descubrió. Durante un inmenso segundo se recorrieron delicadamente. Les
sobraban las manos, que no sabían entenderse.
Fue cuando el pétalo azul alzó su vuelo, y Ella se dio vuelta para seguirlo con la mirada.
El estiró sus brazos para retenerla.
(Antes que llegara, no existía su partida).
Ella volteó nuevamente hacia El y sonrió maravillosamente.
(Antes de su sonrisa, no existía el silencio).
Ambos deslizaron una mano por encima y por debajo de la mano del otro.
(Antes de la caricia, no existía la piel).
Se estrecharon, se acercaron, hasta poder olerse.
(Antes del suspiro no existía el aire).
Un poco después se abrazaron y se dieron al beso.
(Antes de su boca no existía el agua.
Antes del agua no existía la sed).
Luego, en el refugio de los reflejos, dibujaron sus cuerpos uno en otro.
(Antes del abrazo no existía la tierra).
Se alimentaron uno en otro, se dieron hambre uno al otro.
(Antes de las brasas no existía el fuego).
Se bebieron uno al otro. Se vaciaron uno en el otro.
Antes del pecado, no existía el Paraíso:
“Adán” – dijo Ella.
“No sabía mi nombre hasta que llamaste” – dijo El.
Al principio fue el deseo. Para todo lo demás pusimos un dios.
Semillas que crecen en la calle II
El verbo crece
a medida que
las manos, los brazos, las piernas,
lo pronuncian.
I.
Si somos lo que hacemos, entonces somos verbo, no sustancia. Verbos que se dicen uno
a otro. Verbos que se nombran y se reconocen en su movimiento.
Si somos formas de ser (verbo al fin, este “ser” tantas veces aislado y distante) en que
ese ser se manifiesta, entonces, Paola, por ejemplo, no es una unidad, sino un modo de
reunirse.
II
Un señor abre un libro en el que queda atrapado. Es un libro con la historia de una aldea.
Cuando entra el señor al libro, los aldeanos le pedirán que los ayude a cumplir sus
deseos, llenando de esa forma las páginas.
(idea de Baltazar).
III
Constreñir es sujetar. Aparece el sujeto allí donde se le niega su car´cter de verbo, vuelto
a una de sus formas cristalizadas como un “ser”. Mas, el ser haciendo no busca su
coherencia, sino más bien, sus posibilidades. Busca agotar sus posibilidades antes que
reducirlas a una restricción basada en sus propios o ajenos precedentes.
IV.
Si se ha tratado de “fijar” al sujeto ha sido para rehuirle su capacidad de norma
espontánea por sí y para sí, ha sido por el temor a lo “otro”, que lo “mismo” como
identificatorio de la reiteración del poder asume como destino y estrategia.
Semillas que crecen de raíz
I
Hasta que no se alcanza el fruto
no se ve la semilla.
II
La sombra del campesino
¿qué siembra?
Sólo una promesa de frescura
III
Una voz sacudió el horizonte.
Ahora el Sol tiene lengua.
Ha dicho: Rojo.
Y el color y el calor y la sangre.
IV
Viajar sin nada más que la espera
como equipaje.
Porque ya nada habrá más precioso
después de tu sonrisa.
V
El secreto es volver.
Siempre volver
a estar contigo.
Sin que apenas te des cuenta
que no me fui.
VI
Todo el silencio de la noche
para saberte dormida.
Y poder mirarte como te ve tu alma
fuera de tí.
VII
El cuerpo que tenemos
es un don de nuestros hijos.
Somos los dueños del agua para sus ojos
Pero ellos son los que dan forma al barro.
VIII
Con la rama de un árbol añoso
dibujaron su raíz.
Una hoja cae con el iris de tus ojos.
IX
Entonces la alegría
despierta.
Siembra una raíz de enredadera
donde no habrá más ecos.
Sólo nombres puestos por tu boca.
Semillas que crecen en las cuentas
I
La sal tiene un solo verbo.
II
Dos silencios tiene el agua
III
Tres uvas tiñen la piel
IV
Cuatro hojas tienen todas las Marsilea bastardae
V
Cinco notas tiene la lluvia.
VI
Seis colores tiene el gris.
VII
Siete sables cortan la tormenta.
VIII
Ocho nubes calman la sed
IX
Nueve lunas tienen todos los soles.
X
Diez noches tiene tu sombra.
XI
¿Cuántos centros tiene un extremo?
XII
¿Cuántas miradas trazan un horizonte?
XIII
¿Cuántas veces puedo caer en tus ojos?
XIV
¿Cuántos vientos tiene un nudo?
XV
¿Cuántas vueltas tiene una manzana?
XVI
La cuenta se detiene cuando dejas de contar.
XVII
Una palabra siempre es la faltante.
XVIII
Cada lágrima es para siempre.
XIX
Todas las manos son dos.
XX
Toda el agua cabe en tu boca.
XXI
Siempre es mayor la sed que el agua.
XXII
Un abrazo sostiene al Universo.
Semillas que crecen en la memoria
I
Dos tardes tardó en recorrer esa mañana.
Dos tardes, hasta que encontró el momento justo
para el resguardo de la noche anterior.
II
Dos noches tardó en recordar esa tarde
Dos noches, hasta que encontró el momento justo
para recorrer esa mañana.
III
Dos mañanas tardó en encontrar esa noche
Dos mañanas, hasta que la noche lo recorriera
para resguardo de un momento.
GIROS
Gira el viento alrededor de una sombra
y la sombra se disipa en tu cuerpo.
Cuál es el punto de tu piel en que esa sombra
me alumbra?
NUBES
En el desierto hay memoria.
Una larga y continua memoria.
Una extensa e inenarrable memoria.
La memoria es el espejo de la sed.
En la lluvia hay recuerdos.
Persistentes y sostenidos recuerdos.
Plurales, generosos, repartidos recuerdos.
Sólo se recuerda lo que antes tuvo forma de deseo.
CALLES
Las huellas son depositarias de la eternidad
las cicatrices son el paso de las huellas.
La memoria es un ejercicio de la esperanza
y el recuerdo cada lumbre en que se abre.
La presencia es el modo de reconocerse
impresos unos sobre el cuerpo de los otros.
Semillas que crecen en la voz
I
Ya que la voz sostiene la palabra
el hálito es una vocal,
el grito una distancia
y el nombre un soplo.
II
El silencio no existe
apenas abres la boca.
III
Voces de colores,
de recuerdos,
de miradas.
Somos voces en un cuerpo
de palabras.
IV
No hay voces sin palabras.
Quizás habrá sin idioma,
que las codifique,
pero no sin oído que las entienda.
V
Siempre es un placer oír la mezcla de voces en un café, en un subte, en la calle, en un
colectivo. Ir a la caza de las pequeñas coincidencias, sin indagar acerca de nadie. Sólo
abrazar el fuego tibio de un signo abierto, desprendido, desgranado. Y recogerlo como en
migajas de conversación.
VI
La voz cambia con el cuerpo.
Es la forma que tiene el cuerpo de vibrar.
VII.
Es memoria de la voz toda la música.
Del cobijo y del misterio de la voz,
de las inflexiones y meandros de la voz,
de las voces cálidas y frías,
de las calladas y de las aturdidas.
Es memoria de la voz toda la música,
abierta en los labios para
eludir a los diccionarios.
VII
No hay comunicación
hasta que no volvemos a encontrar las voces
detrás de las palabras.
Semillas que crecen en las ciencias duras
I
Cuando el mundo podía contarse en una noche estrellada.
Cuando todo lo que podía conocerse cabía en una charla.
Cuando cada suceso, razón o sentido tenía forma de relato.
Entonces la ciencia nos acompañaba.
II
Un mapa en el agua
Sólo señala los vientos.
Un mapa en el viento
Sólo señala las voces.
Un mapa en las voces
Sólo señala el silencio.
Un mapa en el silencio
Sólo
señala.
III
El mineral tiene una memoria
Más antigua que la mirada.
Pero los huesos nos perturban,
Porque han mirado.
IV
Un mapa sobre un mapa
Despliega el laberinto.
V
Cuando aún la ciencia no separaba
Lo vivo de lo vivo,
había una botánica de las piernas
Y una zoología de los pétalos.
Luego se desgarraron los cuerpos
Que continúan levantándose sobre las huellas.
Y se inmovilizó a las flores
Que a pesar de todo siguen temblando,
VI
Un cuadrado no existe en la naturaleza
Ningún bicho tiene ruedas.
Un centímetro no mide otra cosa que centímetros.
Sólo hay excepciones.
Dos más uno es tres,
Tres más uno es cuatro.
Todo número descansa en otros.
Cada uno de ellos sólo da cuenta de una inestabilidad.
VII
Manipulación de la ortodoxia:
Saber el nombre de las cosas
Sin que las cosas sepan su nombre.
VIII
(Lógica proposicional)
Todos los mortales mienten
Yo soy mortal
Entonces vivo para siempre.
Semillas que crecen en las manos.
I
Alguien lee las líneas de la mano.
La palma abierta, las grietas pronunciadas.
Y una arborescencia.
II
¿Qué puede haber en las palabras
que no se halle en las manos abiertas?
III
La mano del viento
arroja y siembra
esparce y levanta
sacude y refresca.
La mano del viento
ahora se duerme
en una caricia.
IV
Todas las cosas que se pueden contar
caben en una mano.
V
...y un pulgar oponible,
para que el índice se calle.
VI
Si las manos hacen a la humanidad
¿Quién hace a las manos?
VII
Primero el agua,
después la cuenca
por fin la boca
entonces las manos.
Semillas que crecen en los laberintos
I
Un personaje que sólo vea las miradas, el brillo de las miradas, el flujo de las miradas, el
ardor o la tibieza o el punzón de la mirada. Que guíe su camino a rafalazos de miradas. A
fogonazos de miradas. Hasta que pueda descansar finalmente en la tuya.
II
Un animal, un vegetal, un mineral, que sólo habite en los silencios, y que vaya yendo de
un silencio a otro, deslizándose entre matas, flujos, selvas, muros de ruido y de choque de
distancias. Trazando un circuito interior a todo.
III
Un recuerdo, una decisión, una semilla, también son otros tantos laberintos.
Que crecen en las distantes y generosas alternativas.
IV
Alguien dibuja un rostro, Pero el rostro cambia cada vez que está a punto de darle el
último trazo.
El último trazo ya no puede ser un dibujo.
Alguien camina por el sendero. Pero el sendero cambia cada vez que está a punto de
darle el último paso.
El último paso ya no puede ser un sendero.
El secreto de la inmortalidad yace en los laberintos. No por evitar una salida, sino por
multiplicarlas.
V
Contar tus cabellos es el modo más acompasado de enredarse. Extravío que consiste en
siempre volver a empezar.
VI
Así el viento jugó con las hojas:
Confundiendo sus reflejos en mitad del mediodía.
Por lo que al caer, algunas cayeron en la sombra de otras.
VII
Los que van con un piolín a cruzar el laberinto no quieren cruzarlo en realidad, sino
volverse.
Todo laberinto desplegado es un plano horizontal.
Por mi parte, elijo los laberintos en los que perderme.
Una voz, dos o tres notas de una melodía.
O nada más la lluvia.
Semillas que crecen en el aire
I
La huella del ave en el cielo
es el viento en tu cara
II
El aire que remueve las arenas, dejando ver el rostro de un antiguo y terrible faraón,
olvida que toda esa arena fue traída por todos sus esclavos, a fin de que el olvido lo
salvara del ultraje.
III
Hay un sinnúmero de gotas de lluvia que no llegan a la tierra, sino que antes se
desvanecen. ¿En qué cuenca del aire se mecen todavía?.
IV
No olvidemos cerrar todas las ventanas antes de que el soplo de una estrella, como
chispa en el aire, te incinere.
V
Aire, sí, por todas partes. Aire alrededor, adentro, afuera y debajo.
Aire ubicuo, aire desarmado.
Siembra de palabras sueltas.
VI
Una flecha sin disparo, perdida en el horizonte, no descansará hasta encontrar el brazo
que la pulse, el lazo que la tense, la cuerda que la arroje.
VII
El aire no crece. Se mueve a tu alrededor. Va agrupando sones, hojas, gritos, nervios y
miradas.
VIII
Sí, el aire te copiaba.
Como si fuera posible pensar un capullo de tí
allí donde recién acababas de irte.
IX
Cuando el aire pese más que el suelo,
es hora de emprender la vuelta.
X
Qué atraviesan los ojos, los oídos, las manos y el aroma?
El aire que modelamos con nuestros gestos, nuestras acciones,
finalmente es todo lo que nos habita.
XI
El aire.
Eso que está entre los rostros, las palabras, los signos y miradas.
No nosotros, sino lo que está entre nosotros.
Lo real como inasible.
Semillas que crecen a oscuras.
I
El centinela probó el filo de la espada contra el fuego.
Zigzagueó un par de veces por encima y por adentro de la llama, sin esperar un grito, ni
siquiera un crepitar.
Un par de cenizas se levantaron del suelo, pero sólo merced al viento que producía con
ella.
Las cenizas se elevaban por poco tiempo en el aire. Chispeaban con un latido esforzado y
luego volvían a caer.
Cualquiera de esas chispas era capaz de ulcerar un ojo, perforar las hojas, lacerar la piel.
II
La Luna burla los golpes del herrero contra el yunque del horizonte.
Ella está donde él la mira, pero él apenas la conoce.
Tan porosa, accidentada e imperfecta, sólo podía conocerse tocándola.
III
El centinela dejó descansar la espada colocándola delante de sus pies. La noche se
desvanecía trazando suaves destellos en su hoja de acero.
Los destellos iluminaban tanto que no se podía ver. Era como hablar al interior de un grito.
O como dar un salto mientras se está cayendo.
IV
Por fin, llegaba el enemigo. Y el enemigo era una herida sobre el horizonte. Una huella
honda y continua que se prolongaba hasta sus pies, cruzados.
El suelo se quebraba bajo la mirada del centinela. La tierra se abría, buscándolo.
V
No hay forma de blandir la espada contra un surco. Ello haría más grande la agonía.
La espada no tenía raíz. Sólo empuñadura. Por lo que el centinela se aferró al árbol.
Para no desgarrarse como la última sombra.
VI
La Luna está llena de malezas, que acaricia la marea oscura.
En cada uno de sus pliegues se refugia la noche.
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