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EM ILE DURKHEIM
Las reglas del
mtodo sociolgico
FONDO DE CULTURA ECONM ICA
MXICO
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CUADERNOS DE LA GACETA
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raduccin de
ERNESTINA DE CHAMPOURUN
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EMILE URKHEIM
Las reglas del
mtodo sociolgico
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FONDO DE CULTURA ECONM ICA
MXICO
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Primera edicin en francs, 1895
Primera edicin en espaol, 1986
Segunda reimpresin,
0 0 1
Se prohibe la reproduccin total o parcial de esta obra
incluido el diseo tipogrfico y de portada,
sea cual fuere el medio, electrnico o mecnico,
sin el consentimiento por escrito del editor.
Ttulo original:
es regles de la
iihode sociologique
D . R . O 1 986, FO N D O D E CU LTUR A ECO N MICA , S . A . D E C . V.
D. R. CY
1997 Foz:no DE CULTURA ECON MICA
C arretera Picacho-Ajusco 227; 142 0 0 M xico, D . F.
www,fce.com .rnx
ISB N 968-16-2445-9
Impreso en Mxico
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rlogo a la primera edicin
E stamos tan poco habituados a tratar los hechos so-
ciales de una manera cientfica que corremos el riesgo
de que algun as afirmaciones con tenidas en este libro
sorprendan al lector. S in embargo, si bien existe un a
ciencia de las sociedades, no hay que esperar que
consista en una simple parfrasis de los prejuicios
tradicionales, sin o que n os haga ver las cosas de un
mod o distinto a como aparecen al vulgo; pues todas
las ciencias tienen por objeto hacer descubrimientos,
y todo descubrimiento desconcierta en mayor o
menor grado las opiniones recibidas. As pues, en lo
que respecta a la sociologa, a menos que se preste al
sentido comn una autoridad que ya hace tiempo
dej de tener en las otras ciencias y
que
no se ve de
dnde podra llegarle, es preciso que el estudioso se
decida resueltamen te a n o dejarse in timidar por los
resultados a que le lleven sus investigaciones, si fue-
ron con ducidas de acuerdo
con
un mtodo. Si buscar
la paradoja es propio de un sofista, esquivarla
cuan do los hechos la impon en es propio de un esp-
ritu sin coraje o sin fe en la ciencia.
Por desgracia, es ms fcil admitir esta regla en
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principio y toricamen te que aplicarla con perseve-
rancia. Todava estamos demasiado acostumbrados a
zanjar estas cuestiones segn lo que nos sugiere el
sentido comn, para poder mantenerlo fcilmente a
distancia de las discusiones sociolgicas. Cuando
ms liberados de l creemos estar, nos impone sus
juicios sin que nos demos cuenta. No hay ms que un
procedimiento largo y especial para prever tales
situaciones de debilidad. E s lo que pedimos al lector
que no pierda de vista: que tenga siempre presente
en su cabeza que las formas de pen sar a las que est
m s hecho son con trarias, antes que favorables al
estudio cien tfico de los fenmenos sociales, y, en
consecuencia, que se pon ga en guardia contra sus
primeras impresiones. Si nos dejamos llevar por ellas
sin opon er resistencia, corremos el riesgo de que n os
juzgue sin habernos comprendido. As, podra suce-
der que n os acusara de haber querido absolver todos
los actos de delincuencia, valindose para ello como
pretexto de que nosotros lo convertimos en un fen-
meno ms de los que se ocupa la sociologa. La
objecin , no obstante, sera pueril, porque, si es nor-
mal que en todas las sociedades se cometan delitos,
no lo es menos que se castigue por ellos. La institu-
cin de un sistema represivo no es un hecho menos
universal que la existencia de la criminalidad ni
men os in dispen sable para la salud colectiva. Para
que n o hubiera delitos sera preciso un n ivelamiento
de las conciencias individuales que, por razones que
luego veremos, no es ni posible ni deseable; en cam-
bio, para que n o hubiera represin no tendra que
haber
homogeneidad moral, lo que es inconciliable
con la existencia de un a sociedad . Pero el sen tido
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comn, partiend o del hecho de que el delito es detes-
tado y detestable, concluy, sin razn, que ste
nunca podra desaparecer por completo. Con el
simplismo que lo caracteriza, no concibe que una
cosa que repugna pueda tener una razn de ser til, y,
sin embargo, no hay en ello ningun a contradiccin .
No hay, acaso, en el organismo funciones repug-
nantes cuyo ejercicio regular es necesario para la
salud del in dividuo? N o detestamos el sufrimien to?
Y , sin emb argo, un ser que n o lo con ociera sera un
mon struo. Hasta puede suceder que el carcter natu-
ral de una cosa y los deseos de alejamien to que ins-
pira sean solidarios. S i el dolor es un hecho n atural,
lo es a con dicin de qu e no se le ame. Si el delito es
normal, a condicin de que se le deteste.' Nuestro
mtodo no tiene, pues, nada de revolucionario. Es
incluso en cierto sentido esencialmente conserva-
dor, pues con sidera los hechos sociales como cosas
cuya n aturaleza, por flexible y m aleable que sea, no
podemos pese a todo modificar a voluntad. Cun
peligrosa es la doctrin a que, no vien do en ellos m s
que el producto de combinaciones mentales, un
Pero, se nos objeta, si la salud encierra
elementos
detestables, cmo presen-
tarla, lo que nosotros hacemos despus, como el objetivo inmediato de la
conducta? Hacerlo no implica ninguna contradiccin. Ocurre sin cesar que una
cosa, pese a ser daina por algun as de sus con secuencias, sea, por otras, til o
hasta necesaria para la vida; ahora bien si los malos efectos que tiene son
neutralizados regularmente por una influencia contraria, resulta que, de hecho,
sirve sin perjudicar, pero siempre es detestable, porque no deja de constituir por
s misma un peligro eventual no conjurado por la accin de ninguna fuerza
antagonista. As sucede con el delito; el dao que ocasiona a la sociedad es
an ulado por el castigo, si ste se aplica conforme a un as reglas. Lo cual q uiere
decir que, sin producir el mal que implica, mantiene con las condiciones funda-
mentales de la vida social las relaciones positivas que veremos a continuacin.
Pero como, por as decirlo, se vuelve inofensivo a pesar suyo, los sentimientos de
aversin d e los que es objeto no dejan d e tener fundamen to.
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mero artificio dialctico, puede, en un instan te, des-
quiciarlo todo por completo
Asimismo, por estar acostumbrados a representar-
nos la vida social como si fuera el desarrollo lgico de
conceptos ideales, quiz se juzgue burdo un mtodo
que hace depender la evolucin colectiva de condi-
ciones objetivas, definidas en el espacio, tampoco es
imposible que se nos trate de materialistas. No obs-
tante, con ms razn podramos reivindicar el califi-
cativo contrario. En efecto, y siguiendo en esta idea,
acaso n o afirma la esencia del espiritualismo qu e los
fenm enos psquicos n o pueden derivarse de m anera
inmediata de los fenmenos orgnicos? Pues bien,
nuestro mtodo, en parte, no es ms que una aplica-
cin de este principio a los hechos sociales. A l igual
que los espiritualistas separan el reino psicolgico
del reino biolgico Inosotros separamos al primero
del reino social; como ellos, no nos negamos a expli-
car lo ms complicado por lo ms simple. A
decir
verdad, empero, ninguna de las dos denominaciones
n os encaja con exactitud; la n ica que aceptamos es
la de racionalista Efectivamente, nuestro- objetivo
principal es extend er a la conducta hum ana el racio-
nalismo cientfico, haciendo ver que tal como se la
con sider en el pasado, es reducible a relaciones de
causa-efecto que una operacin no menos racional
puede luego transformar en reglas de accin para el
futuro. Lo que han llamado nuestro positivismo es
slo un a consecuencia de este racion alismo.V lo se
puede caer en la tentacin de ir ms all
de
los
hechos, ya sea para rendir cuenta de ellos o para
Es decir que no debe confundirsele con la metafsica positivista de Comte
y de Spencer.
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dirigir su curso, en la medida en que se los considera
irracionales; pues si son inteligibles, bastan tanto a la
ciencia como a la prctica: a la ciencia, porque no
hay entonces motivo alguno para buscar fuera de
ellos sus razones de ser; a la prctica, porque su valor
til es un a de esas razones. Por lo tan to, n os parece
que, sobre todo en esta poca en que ren ace el misti-
cismo, un a empresa semejante puede y debe ser aco-
gida sin inquietud y hasta con simpata por todos
los que, pese a que se aparten de n osotros en algunos
pun tos, comparten n uestra fe en el futuro de la razn .