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Prólogo
Andrés Kozel*
Uno
Este tomo de la Cronología... selseriana cubre el complejo y determinante periodo que se abre tras la
conclusión de la guerra hispano-estadounidense de 1898 —el Tratado de París y sus consecuencias
inmediatas y mediatas—, para cerrarse con el triunfo aliado en la segunda guerra mundial. La elección
por Selser de los hitos que enmarcan el lapso no es casual, ni obedece simplemente a un elemental
sentido de la proporción —dedicar cada tomo de la Cronología... a una etapa de aproximadamente medio
siglo—, sino que resulta indicativa de una forma bien definida de pensar la historia contemporánea, a
saber, aquella que toma como criterio fundamental de intelección la consideración de los modos através de los cuales se configuran históricamente las relaciones de dominación a escala regional y global:
1898 y 1945 constituyen, al igual que 1847-1848 y 1989-1991, mojones cuya importancia sería
difícilmente cuestionable en tal sentido.
Es algo bien sabido que la guerra de 1898 emblematiza el ocaso absoluto del Imperio Español, a la vez
que la consolidación definitiva de los Estados Unidos como actor hegemónico en los asuntos caribeños
y centroamericanos y, también, como potencia de gravitación creciente en la escena internacional. No
menos sabido es que la conclusión de la Segunda Guerra Mundial dejaría a los Estados Unidos
compartiendo el predominio global con la URSS, la otra súperpotencia del momento, cuya emergencia
en tanto tal fuera, en sentido estricto, más reciente aún. Entre las razones principales que explican la
metamorfosis de los Estados Unidos ha de contarse su inusitado crecimiento industrial y financiero,
solicitante voraz de materias primas, mercados y espacios propicios para la colocación de capitales,
además de condición primordial para el notable desarrollo armamentístico cuyas envergadura y
dinamicidad acabarían por resultar decisivas en la magna contienda inter-imperialista.
A partir de 1898, los gobiernos de los Estados Unidos —encabezados por McKinley, Roosevelt, Taft—
despliegan una política señaladamente activa y agresiva tanto en Centroamérica y el Caribe como en la
mucho más lejana Asia. Durante los primeros años del siglo, las intervenciones sobre los países
centroamericanos y caribeños son no sólo múltiples, sino además, vale la pena insistir en ello,
determinantes a posteriori. En la estela geoestratégica de la guerra hispano-estadounidense, destacan
* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM; Sistema Nacional de Investigadores, CONACYT; Comité Asesor del ArchivoGregorio y Marta Selser, UACM.
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por sobre otras situaciones-clave las correspondientes a Puerto Rico y Cuba, donde los Estados Unidos
sustituyen al gobierno colonial español con singulares disposiciones neo-colonialistas que no serían
revisadas sino hasta mucho después (Ley Foraker, Enmienda Platt); a la República Dominicana, donde
los Estados Unidos ejercen un control casi ininterrumpido sobre las aduanas, hasta llegar a la ocupación
integral del país en 1916, y a Colombia, donde el rechazo por el congreso colombiano del Tratado Hay-Herrán (suscrito en enero de 1903) conduce a un impaciente Theodore Roosevelt a promover la
secesión del territorio colombiano de Panamá (acaecida en noviembre 1903), para iniciar de inmediato
la construcción del anhelado canal interoceánico, finalmente inaugurado una década más tarde.
Este conjunto de procesos, al que deben integrársele tanto el bloqueo infligido a Venezuela por Gran
Bretaña, Alemania e Italia a fines de 1902 —y el capital debate jurídico-político por él suscitado (en el
cual el gobierno estadounidense juega también un papel)—, como otros muchos incidentes menores
(anticipémoslo: casi no hay incidentes menores o casuales para Selser), acaban por conducir a laformulación y fijación relativa del Corolario Roosevelt a la graciosamente elástica Doctrina Monroe, así
como a la formulación y fijación relativa de toda una larga serie de supuestos y reflejos conexos, más o
menos tácitos o explícitos según los casos, y con matices que sólo se comprenden bien situando cada
dinámica en su contexto respectivo, los cuales orientarían en los lustros por venir no sólo la política
estadounidense en sus relaciones con América Latina, sino además los tipos de respuesta que los
gobiernos y otros actores latinoamericanos estuvieron en condiciones de articular ante la misma.
En suma, si es cierto que, como lo testimonian los tomos precedentes de la Cronología..., es factible
identificar numerosos antecedentes del modus operandi de las potencias extranjeras, incluidos los Estados
Unidos, en el ámbito latinoamericano, no lo es menos que es precisamente en torno y a partir de 1898 y
sus derivaciones que se conforma un formato de relación relativamente nítido y perdurable entre los
Estados Unidos y, en principio, las naciones centroamericanas y caribeñas. El desciframiento de dicho
formato, la comprensión de la lógica que le subyace, es de enorme importancia para dilucidar, sin
desatender a las irreducibles especificidades, buena parte de lo que sucedería después, y ya no sólo en
las aguas y en las playas de aquel Caribe, mare nostrum más o menos circunscrito.
Los años diez son los de la intervención en Nicaragua, donde los Estados Unidos desempeñan un papel
inocultable no sólo en la caída del presidente liberal José Santos Zelaya a fines de 1909, sino también en
la configuración del vergonzante orden ulterior, caracterizado por la virtual plattización del país (pactos
Dawson, presencia constante de los marines , dominación de los conservadores a través de la dinastía
Chamorro); los de las ocupación militar de toda la isla de La Española, y también los de la fase armada
de la Revolución Mexicana, donde los Estados Unidos son cualquier cosa menos ajenos a sus
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intrincados avatares (auge y caída de Madero, auge y caída de Huerta, movilización de tropas, tráfico de
armas, papel de los trusts , rumores de invasión, ocupación militar efectiva, constante presión
diplomática, y un largo y espeso etcétera que, para decirlo con una expresión cara a Selser, olería
mayormente a petróleo). De ninguna manera ha de olvidarse que, en todo o en parte, estos procesos se
fueron desenvolviendo sobre el telón de fondo impuesto por la Primera Guerra Mundial y por susantecedentes y consecuencias inmediatos. Ello propició, desde luego, un cierto singular reverdecer de la
Doctrina Monroe en los Estados Unidos, ligado ahora a la obsesión por controlar espacios y recursos
estratégicos cruciales (el canal interoceánico y sus inmediaciones, el cobre chileno, el petróleo de varios
países y otro espeso etcétera).
Los años veinte de Selser son, ante todo, los de la guerrilla de Augusto C. Sandino, su héroe predilecto.
No es que Sandino y su “pequeño ejército loco” no hubiesen tenido precursores y acompañantes en la
lucha anti-imperialista: los tuvieron, y en ocasiones muy remarcables y muy remarcablemente dignos.Sin embargo, la guerrilla sandinista constituye para Selser un caso especial, por el origen humilde de su
líder, por la pureza de su causa y, sobre todo, porque su gesta vino a demostrar que era posible resistir y
también vencer al imperio, y ello más allá de que todo se resolviera entonces en los infames sucesos de
1934 (perpetrados, aclara Selser, con la aprobación de Arthur Bliss Lane, entonces ministro de Estados
Unidos en Nicaragua), los cuales abrieron paso a la larga noche somocista, a su vez combatida y
derrotada, cuatro décadas más tarde, en nombre del invencible general. En una entrada altamente
significativa por lo que nos deja saber acerca del prisma a través del cual Selser interpreta ese específico
periodo, leemos:
Los sucesos [el desconocimiento por Juan B. Sacasa del régimen de Adolfo Díaz y la nueva
intervención de los marines ] provocarán, pocos meses después, la aparición de guerrillas al
mando de un ex obrero manual, Augusto C. Sandino, quien enarbolará la divisa nacionalista
“Patria y Libertad”. Con su lucha producirá una viva reacción mundial que, años más tarde, se
reflejará en la llamada Política del Buen Vecino, de Franklin D. Roosevelt.1
Por lo demás, la lectura atenta de esta zona del tomo nos revela a un Selser distante del aprismo –difícil
dejar de ver allí una especie de encono retrospectivo–, a la vez que identificado abiertamente con las
posiciones sostenidas por Julio Antonio Mella y por la Liga Antiimperialista de las Américas.2
1 Entrada correspondiente a Diciembre (sfe) de 1926, mis cursivas.2 Véanse las entradas correspondientes al 7 de mayo de 1924; las sin fecha específica de 1925 y 1927, la de febrero (sfe)de 1927 y las dos del 10 de enero de 1928.
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Los años treinta son los de la crisis económica mundial y sus devastadores efectos —Selser sigue
atentamente, además de los procesos centroamericanos y caribeños, los casos chileno y argentino—, así
como los de la Política de la Buena Vecindad, anunciada por Herbert Hoover y puesta en práctica por
Franklin D. Roosevelt a partir de 1933. Hay que decir que, análogamente a lo sucedido con sus
apreciaciones sobre la presidencia de Wilson, la valoración de este lapso por Selser es tan capaz deregistrar el cambio de clima usualmente asociado a la figura del segundo Roosevelt como de no dejarse
engañar por él —a sus ojos, la Política del Buen Vecino es sólo “un modelo de relación distinto en lo
formal, pero que dejará intactos los elementos históricos de la dependencia”.3 La reconstrucción trazada
por Selser de toda esa fase deja perfectamente claro que aunque es cierto que los años treinta son los de
la adhesión de los Estados Unidos al principio de no intervención (VI Conferencia Panamericana,
Montevideo, 1933), de la abrogación de la Enmienda Platt, del retiro de tropas de Nicaragua y de Haití,
de la promulgación del acta de independencia filipina, de la modificación de los términos del tratado
Hay/Bunau-Varilla, de la gira del presidente Roosevelt en varios países latinoamericanos y de latambién relativa buena disposición para negociar ante una medida tan rotunda y radical como lo fue la
expropiación de bienes petroleros de propiedad extranjera durante el gobierno del general Lázaro
Cárdenas, pero también lo es que son, en contrapartida, los de la masacre de El Salvador —en relación
con la cual nada hacen los Estados Unidos—; de la Guerra del Chaco —donde la Standard Oil y su
rival la Royal Dutch Shell desempeñan el papel de titiriteros macabros—; de la resolución
contrarrevolucionaria de los sucesos cubanos de 1933 –donde los Estados Unidos son todo excepto un
actor neutral–; del Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y Estados Unidos (agosto de 1934)
—señaladamente lesivo para la nación isleña–; de la dura represión al cada vez más ostensible y
combativo movimiento nacionalista puertorriqueño; del inicio de las ominosas dictaduras de Trujillo en
Dominicana y de Somoza en Nicaragua —ambas apoyadas, al comienzo y de manera perdurable, desde
Washington—, y de un, una vez más, saturado etcétera.
El tomo concluye haciendo referencia a los años de la Segunda Guerra Mundial, signados, entre otras
cosas, por la presión diplomática de los Estados Unidos —acaecida después del incidente de Pearl
Harbor— para que los países latinoamericanos rompieran relaciones con las potencias del Eje y les
declarasen la guerra —cosa que casi todos hacen puntualmente, en tanto que otros más reticentes
(destaca la Argentina del momento pre-peronista, interesada en preservar sus hasta entonces decisivas
relaciones comerciales con Europa), sólo hacen mal y tarde, lo cual tendría múltiples consecuencias
ulteriores (en el caso argentino, y por mencionar sólo lo inmediato, sobresale la intromisión de Spruille
Braden en la política interna del país), cuya relevancia Selser no deja de insinuar en el tramo final del
volumen.
3 Entrada correspondiente al 1 de marzo de 1933, mis cursivas.
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Al lector deseoso de acceder sin más mediaciones al modo por el cual Selser aprecia la etapa abierta por
la crisis de 1929-1932, así como a los parámetros interpretativos con base en los cuales piensa el
escenario de la posguerra —abordado en el cuarto tomo—, le resultará productivo acudir a dos
testimonios retrospectivos que reproduce in extenso y aprobatoriamente en este tercer tomo: uno, delprofesor ecuatoriano Jorge Núñez;4 el otro, del intelectual mexicano Gastón García Cantú.5 Ambos
extractos —elaborados, insisto, con posterioridad a los procesos a los que se refieren— dejan claro que
entre los rasgos definitorios del periodo ha de contarse la decisiva gravitación y la creciente penetración
estadounidense en América Latina, siendo uno de sus efectos la relegación paulatina de las potencias
europeas de los asuntos del hemisferio. Si hoy sabemos que dicho proceso no fue homogéneo ni
tampoco absoluto, sabemos, también, que la historia de la América Latina contemporánea no podría
comprenderse de manera adecuada sin colocar en el centro de nuestras consideraciones los intereses y
el accionar diplomático, geoestratégico y económico del Coloso del Norte.
En muy estrecha relación con lo anterior, vale la pena destacar que para Selser no hay, al menos en
principio, solución de continuidad alguna entre la política estadounidense, conducida por el
Departamento de Estado y sus dependencias, y el accionar de los grupos económicos privados. Más allá
de algunos conflictos y tensiones oportunamente referidos,6 la imagen que tomo y obra destilan en este
sentido destaca los profundos vínculos que históricamente han enlazado ambas esferas. No parece
excesivo sostener que la puesta de relieve de dicha conexión es uno de los motivos constantes y
principalísimos de la Cronología... y, también, y más allá, de la producción selseriana integralmente
considerada.
Dos
Todo conocedor de la obra de Selser sabe en qué importante medida su trayectoria intelectual quedó
marcada por Guatemala 1954 y por la serie de sucesos que le siguieron: la desilusión ante la presidencia
de Arturo Frondizi, el horizonte abierto por la Revolución Cubana y su giro comunista, el asesinato de
John F. Kennedy, la escandalosa intervención sobre República Dominicana en 1965… Tanto el
temprano interés de Selser por los asuntos centroamericanos y caribeños —las primeras ediciones de
Sandino, general de hombres libres , El pequeño ejército loco, El guatemalazo, El rapto de Panamá y ¡Aquí, Santo
4 Entrada correspondiente a 1930, sin fecha específica.5 Entrada correspondiente a 1945 (Sfe).6 Véase, por ejemplo, la entrada correspondiente al 24 de enero de 1932.
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Domingo! , son de 1955, 1958, 1961, 1964 y 1966, respectivamente—, como su valoración
enconadamente crítica de la política estadounidense de ese tiempo (textualizada en una serie de obras
suyas más o menos contemporáneas a la referida) parecen derivar directamente de aquella marca
primordial: entre los efectos de Guatemala 1954 ha de contarse la radicalización no sólo de Selser, sino
también de una significativa franja de militantes e intelectuales latinoamericanos.
Todo conocedor de la obra selseriana sabe, también, que la versión definitiva de la Cronología... fue
cristalización de un antiguo afán suyo, que cuenta con antecedentes, menos monumentales y menos
perfectos sin duda, pero aun así sumamente significativos desde el punto de vista de la adecuada
comprensión de su proyecto intelectual, que, como todos los proyectos intelectuales, conviene
visualizar como forja historiable y no como esencia dada de una vez y para siempre. En Diplomacia,
garrote y dólares en América Latina (1962) se deja apreciar, bajo el título “Nuestra América: referencias
histórico-político-sociales”, una propuesta cronológica seminal: alrededor de sesenta páginas basadas,“entre otros, en los meticulosos aportes de don Vicente Sáenz y del ex-ministro guatemalteco Raúl
Osegueda”,7 que cubren el periodo 1776-1961. Numerosos rasgos de aquella versión liminar anticipan
claramente los de la magna reelaboración ulterior: tendencia a la concisión cablegráfica; focalización de
la atención en el seguimiento de una serie de procesos juzgados como sintomáticos y decisivos;
introducción de voces de protagonistas e intérpretes contemporáneos a los acontecimientos; evocación
de consideraciones de intérpretes retrospectivos significativos; apelación constante a los recursos
retóricos del sarcasmo y la ironía…
Todo lo anterior no es demasiado distinto a lo que una década más tarde se deja ver en otro trabajo
suyo, titulado Los marines. Intervenciones norteamericanas en América Latina (Cuadernos de Crisis , 1974). Si la
cotejamos con la precitada, las principales novedades de esta versión son la extensión del seguimiento
cronológico hasta 1973, la introducción de recuadros (testimonios, documentos o comentarios) e
imágenes (viñetas, fotografías), así como también la reubicación de la sentencia bolivariana de 1829 (en
carta a Campbell), que pasa a presidir, desde ahora y en calidad de epígrafe, la entera tentativa, en
aquella versión y en la postrera. Por otra parte, en muchos otros libros de Selser aparecen cronologías
ligadas a procesos particulares, así como también despliegues de parte o de la totalidad de los recursos
técnicos, historiográficos y retóricos aludidos.
Habitualmente se ha empleado la Cronología... como una fuente histórica ; desde luego, ello es legítimo. No
obstante, la obra puede ser usada de otros modos, no necesariamente menos provechosos. Uno de esos
modos es el que tiene que ver con prestar atención a quiénes son esos “intérpretes retrospectivos
7 En Gregorio Selser, Diplomacia, Garrote y Dólares en América Latina, Buenos Aires, Palestra, 1962, p. 19.
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significativos” que Selser evoca y convoca para comentar y analizar la cascada de hechos que
tenazmente va puntualizando. Leer empleando una lente sensible a dicha dimensión constituiría un
camino productivo, no sólo para perfilar el arsenal de las referencias selserianas predilectas, sino además
para reconstruir una biblioteca básica para el estudio del hecho imperialista en América Latina —y del
anti-imperialismo, su contra-cara. No se trata, por supuesto, de cuantificar referencias y alusiones: JorgeNúñez y Gastón García Cantú aparecen citados, cada uno, una sola vez en el tomo tercero, pero esas
veces son, como quedó dicho, altamente significativas. Y sin embargo, no deja de ser interesante llamar
la atención sobre la apelación recurrente por parte de Selser a un repertorio específico de autores y de
obras, algunos más recordados en nuestro tiempo, otros menos. Mencionemos media docena de
autores (los títulos de sus obras pueden consultarse en la Bibliografía que cierra el volumen): Luis Izaga
(S.J.), Vicente Sáenz, Isidro Fabela, Ramiro Guerra y Sánchez, Dexter Perkins y, menos convocado,
pero no menos decisivo, Juan José Arévalo, el ex presidente de Guatemala. A la presencia de este haz
de autores, descollante en más de un sentido, hay que agregar la convocatoria a voces que hablan dehistorias nacionales específicas, algunas veces en relación con un periodo particular (por ejemplo, Julio
Yao para Panamá y el canal interoceánico, Marvin Barahona para Honduras, Pedro Henríquez Ureña
para República Dominicana, Mariano Picón Salas para la Venezuela de Cipriano Castro y,
subrayémoslo, el mismo Selser, en especial para los casos de Dominicana y Panamá). Hay que agregar,
también, el empleo de un considerable espectro de materiales de origen estadounidense (extractos de
literatura histórica y biográfica, de editoriales de periódicos, de discursos e informes…). A ello se suma,
por fin, una buena cantidad de material tomado directamente del diario La Prensa de Buenos Aires, así
como también una considerable porción de testimonios-análisis recuperados de la revista Repertorio
Americano —esto último muy notable en relación con el tratamiento del periodo en que se desarrolló la
guerrilla liderada por Sandino.
De manera que, en términos generales, cabe ver a la Cronología... como un inmenso collage , compuesto
básicamente por noticias, extractos de documentos de diverso orden (despachos, memorándums,
informes, protocolos, acuerdos, tratados) y fragmentos de pasajes tomados de artículos y/o libros de
otros autores, intérpretes de los hechos, contemporáneos a ellos o no. Con base en esta constatación
resulta posible acercarse a la obra provistos de una lente atenta, no ya a los materiales con los que fue
compuesta, sino a su forma específica. Entre otras cosas, el Selser-autor de la Cronología... parece
esmerado en sustraerse de los desarrollos y debates: como si quisiera permanecer oculto tras la enorme
masa de los hechos que consigna y de las tramas interpretativas que convoca, incluidos sus propios
aportes previos. Sin embargo, en ocasiones su voz asoma —concisamente, como entre bambalinas,
como obsedida por no revelarse del todo…—, y esos asomos son reveladores a su vez. ¿Qué puede
significar esta disposición, este modo de proceder que predomina en la Cronología... y en otras zonas de
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su dilatada obra?; ¿qué puede significar el recurso al collage de voces, envés probable de una reticencia
relativa —sólo relativa — a ofrecer una larga disertación en primera persona para dejar así que hablen los
hechos, los actores involucrados, los intérpretes calificados…?
Una primera línea de reflexión podría llamar la atención sobre la probable auto-percepción de ciertodéficit de autoridad discursiva por parte de un Selser demasiado sensible a su condición de intelectual
autodidacta, a quien no le sobran credenciales para legitimarse en un medio casi invariablemente
mezquino. Antes y después de Selser, análogo problema aquejó y aqueja a numerosos intelectuales, que
desplegaron y despliegan estrategias diversas para conjurarlo. Puede haber algo de cierto en todo esto,
pero entonces: ¿cómo explicar la convocatoria a su propia voz en calidad de fuente?, ¿cómo explicar las
intromisiones y las presencias a las que haremos referencia enseguida…?
Un segundo y tal vez más fecundo cauce de análisis podría optar por poner de relieve el hecho simplepero verdadero de que Selser tributa claramente a una epistemología objetivista-crítica. En este sentido,
no debiéramos permitir que nos confundan ciertas declaraciones suyas orientadas a tomar distancia de
las nociones de “objetividad” y de “neutralidad valorativa”; con esas declaraciones, recurrentes en sus
libros, Selser cuestionaba no tanto el significado y las promesas encerrados en esas nociones como su
uso generalizado en calidad de coartada de unos intereses que, aunque quisieran permanecer ocultos, casi
siempre resultan, si se indaga lo suficiente, perfectamente determinables. Es claro que, para Selser, no
cabe dudar de la realidad de los hechos del pasado ni tampoco de la posibilidad de conocer su verdad;
nada más lejos de su élan que el entusiasmo por cualquier clase de subjetivismo interpretativo o que el
regodeo en torno a la eventualmente caleidoscópica polisemia del devenir. Como buena parte de
quienes integraron la cultura de las izquierdas de su tiempo (que va, digamos, de Guatemala 1954 a
Nicaragua 1979), Selser se esmera por contraponer a las verdades-coartada disponibles unas verdades-
hechos trabajosamente reconstruidas sobre la base de un paciente y minucioso trabajo. Desde el punto
de vista de alguien situado en esta sensibilidad epistemológica, a la objetividad falsaria de las verdades
del poder y sus secuaces se la puede y se la debe enfrentar con la objetividad auténtica de las verdades
labradas desde el digno mirador provisto por la crítica honesta, comprometida y documentalmente
fundada. La relativa auto-sustracción de la voz autoral obedecería así, ante todo, a una opción
epistemológica ligada al afán de que los hechos “hablen por sí solos”, bajo el supuesto ético-político
que indica que con ello, y con la convocatoria a voces autorizadas, basta .
Una tercera línea de argumentación, no necesariamente excluyente de las anteriores, aunque sí
portadora de otros énfasis acaso más promisorios, podría resaltar el hecho de que tal vez no sea tan
cierta la afirmación según la cual el Selser-autor está ausente, ni siquiera relativamente ausente, de una
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obra como la Cronología... Más bien, lo que tendríamos es otra imagen: un Selser activísimo, meta-
bricoleur (si se emplea este último concepto libre de cualquier connotación peyorativa), director de una
obra de atributos sinfónicod, incansable artífice de una tupida y polícroma trama, gran tejedor que
decide cuáles hilados, cuáles colores, cuáles texturas, cuáles semblantes, representar sobre el canevá.
Este último punto de vista es importante aquí. Asumiéndolo, se vuelve posible justipreciar una serie de
atributos formales de la Cronología..., decisivos en el sentido que venimos considerando. Mencionemos
algunos. En primer lugar, el empleo habitual de la analepsis y de la prolepsis . La primera podemos
apreciarla, por ejemplo, en una entrada correspondiente a Enero (sfe) de 1911: “Se demuestra que la
explosión del Maine , ocurrida en 1898 y que fue el pretexto de la guerra contra España, se produjo
dentro del barco, donde no había sino marineros estadounidenses […]”. También se observa en una
entrada correspondiente a Diciembre (sfe) de 1935: “Desde Washington se informa que han quedado al
descubierto las maquinaciones de la multimillonaria casa Morgan para hacer entrar a Estrados Unidosen la [Primera] Guerra Mundial.” Y en una entrada correspondiente a Diciembre (sfe) de 1940: “En
documentos que el Departamento de Estado de Estados Unidos publica por primera vez, se consigna
cómo hace quince años, cuando era presidente [Álvaro] Obregón, Estados Unidos logró que el
gobierno mexicano siguiese consintiendo que la flota de ese país operase desde Bahía Magdalena, Baja
California [...].” La prolepsis se observa, por ejemplo, en las entradas referidas a los antecedentes de la
Guerra del Chaco (años veinte), al desempeño juvenil de Jorge Eliécer Gaitán (que prefigura su
popularidad ulterior), a la fundación del Partido Socialista chileno (de la que participa el joven Salvador
Allende, protagonista decisivo del tomo cuarto). También en la referencia, en una entrada
correspondiente a la presidencia del segundo Roosevelt, al ulterior olvido por parte de Truman de los
“doce puntos” que aquél acordara con el gobierno panameño. Está asimismo presente en las
anotaciones sobre el hallazgo de bauxita en Jamaica; sobre los ataques racistas contra mexicanos en Los
Ángeles, y en muchas más. Algunas son tan turbadoras como la siguiente —correspondiente a 1934
(Sfe)—, que asaz complejamente combina prospección y retrospección: “Algún tiempo después de
terminada la Guerra [del Chaco], los bolivianos descubrieron con indignación que, mientras su país
tuvo que importar petróleo peruano y venezolano para su ejército en guerra, la Standard había
abastecido con petróleo boliviano al ejército paraguayo, por medio de oleoductos secretos construidos
en El Chaco.”
En segundo lugar, los asomos de la voz autoral a modo de latigazos , unas veces de coloración trágica,
como se ve, por ejemplo, en una entrada correspondiente a Enero (sfe) de 1902: “El representante de
Colombia, entre otros, suscribe esta declaración. Es suicidio puro.” O en una correspondiente a Julio (sfe)
de 1903: “[…] se designa un organismo arbitral para zanjar las diferencias, integrado por el mismo
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Galván [nuevo canciller de Dominicana] y por dos ciudadanos estadounidenses: un corderito contra
dos lobos. Así le irá al corderito”. En ambos casos, mis cursivas resaltan sendos latigazos selserianos.
Otras son de pulso innegablemente irónico-sarcástico; por ejemplo, en referencia a cierta declaración de
Philippe Bunau-Varilla: “De paso, este colosal bandolero de levita y galera se sigue autoelogiando”
(Mayo [sfe], 1909). En relación con la presidencia Taft: “una barriga rodeada de pillos”; o, con respectoa un triunfo electoral de Carías en Honduras (Octubre [sfe], 1932): “Suceden cosas raras en las urnas
comiciales y más raros son aún los cómputos porque perjudican al candidato del Partido Liberal, Ángel
Zúñiga Huete, en beneficio de su contrincante, el general Tiburcio Carías Andino, que entre otras cosas
posee la contundencia irrefutable de la fuerza armada y, por lo tanto, aparece consagrado presidente.”
Y, en alusión a cierta respuesta dada por el dictador Gerardo Machado al embajador Sumner Welles en
Agosto (sfe) de 1933: “También el dictador es surrealista” (repárese en el espesor que adquiere, en este
caso, el adverbio también ), o acerca de la contundente victoria electoral de Somoza en Diciembre (sfe) de
1936: “Mayor muestra de democracia no puede pedirse.”
El empleo de este tipo de recursos —los mencionados y otros muchos más— denota una actividad
ostensible e intensa por parte del autor. Tomar todo esto en cuenta conduce, de manera casi natural, a
complicar aquella imagen demasiado simple de un Selser auto-sustraído —sea por modestia o por
decisión epistemológica— de la labor diegética solicitada por su afán. Así, y contra lo que pudiera
colegirse con base en una aproximación superficial y desprevenida, la Cronología... aparece como una
obra capaz de soportar análisis formales elaborados —hay que tener presente que, tal y como se ha
venido resaltando con insistencia últimamente, la forma, lejos de ser un simple ornamento, es una
dimensión crucial de las elaboraciones discursivas y de los procesos de comunicación.
Tres
A mediados de 1983 Selser recibió del gobierno nicaragüense la Orden Rubén Darío. En el discurso
que pronunció en la ocasión, se refirió a sí mismo como “cronista afiebrado e indignado de una historia
draculesca”. Recordar esa auto-definición, formulada en un momento tan especial, reflexionar sobre
ella, puede ser un buen modo de (re)abrir el debate acerca de la significación cultural y política de Selser
–figura y legado. ¿Cuál es el mensaje propuesto en la Cronología...; cuál puede ser, para nosotros, hoy, el
sentido global de los afanes selserianos?
“Cronista afiebrado e indignado de una historia draculesca.” La oración tiene dos sustantivos y tres
adjetivos: ¿no late claramente, bajo cada uno de esos tres adjetivos, un pathos trágico…? Despejemos,
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antes de seguir avanzando en esta dirección, algunos posibles equívocos. Perspectivas analíticas como la
de Selser pueden ser, y de hecho han sido, juzgadas críticamente por ideológicas, unilaterales,
conspirativas, maniqueas. En mi opinión, tales críticas son injustas, sobre todo cuando se las formula
con ánimo no de propiciar la renovación de los debates interpretativos, sino de invalidar en bloque un
tipo determinado de producción cultural. Como vimos, Selser nunca dejó de reconocer suapasionamiento —de hecho, dos de los tres adjetivos de la oración que estamos analizando ahora
(afiebrado, indignado) aparecen muy distantes de la imagen del observador impasible y valorativamente
neutro—; sin embargo, y como también vimos, ello no significa que dejara de tributar a una
epistemología de tipo objetivista. Acusar a Selser de “ideológico” es síntoma no sólo de adhesión a una
concepción pobre del hecho ideológico y de la actividad intelectual en general, sino también de ciega
obcecación a admitir que en sus laboriosamente construidas proposiciones hay una buena dosis de
verdad , en el sentido de ajuste a los hechos, y ello más allá de su dilección por el uso de un lenguaje
flamígero-sarcástico, por decir lo menos. Que quede claro: Selser jamás habría rehuido a un debateorientado a precisar mejor cualquiera de los incontables hechos y procesos históricos que abordó en su
obra. Por otra parte, acusar a Selser de conspirativo o maniqueo es no haber comprendido bien una
serie de aspectos decisivos de su obra. Porque si es cierto que sus elaboraciones han sido edificadas
sobre los cimientos provistos por el contraste primordial entre la buena y la mala política, no lo es
menos que esas cualidades no aparecen adosadas de manera necesaria ni forzosa a determinadas
entidades. En otras palabras, no ha sido mala toda la política estadounidense, ni ha sido buena toda la
política latinoamericana. Los ejemplos abundan. En la arquitectura polifónica de la Cronología... se oyen
constantemente voces de intelectuales y políticos estadounidenses que juzgan con signo negativo la
política exterior seguida por los gobiernos de su propio país. Del otro lado, no es preciso insistir sobre
el hecho elemental de que la tematización de la abyección de incontables dirigentes latinoamericanos es
uno de los leitmotivs de la obra. Desde este específico punto de vista, la Cronología... es una historia de la
abyección, de la hipocresía y de la culpa —estadounidenses y latinoamericanas—, a la vez que una
historia de la dignidad, del heroísmo y de la resistencia —estadounidenses y latinoamericanos a su
vez… Y, dadas sus características formales, que hacen de ella no sólo un inventario de hechos, sino
también un entramado de lenguajes e interpretaciones, la Cronología... es también, y quizá sobre todo, la
historia de un contrapunto argumental sin tregua, que cabe registrar y seguir en varios planos —y no
exclusivamente como una disputa entre los Estados Unidos y la América Latina, vistos cada uno como
bloques sin fisuras ni matices… Es la historia, en suma, de un diálogo complejo, fascinante y —lo que
es capital, a mi modo de ver—— pleno de resonancias morales.
Selser, “cronista afiebrado e indignado de una historia draculesca”. ¿Qué significa esto? Dijimos más
arriba que los tres adjetivos presentes en la auto-definición remiten a un pathos trágico. No es posible
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tentar en este espacio una reflexión adecuada sobre la tragedia y su lugar en la cultura histórica. Cabe
apenas decir, a modo de incitación a un debate necesario, lo siguiente: tal y como se admite
normalmente, Aristóteles pensó que la tragedia se construye sobre el principio de la función catártica o
purificadora, y que ello es lo que la singulariza frente a otros géneros, como la poesía épica o la satírica.
Aristóteles pensó también que la tragedia tiene entre sus efectos principales el de suscitar en elcontemplador la compasión y el temor, purificando en él ciertas pasiones perturbadoras,
desafortunadamente no especificadas, al menos no en el corpus aristotélico disponible. Justamente, parte
importante de los inabarcables debates sobre lo que Aristóteles dijo o quiso decir al respecto se ha
centrado en el significado y alcance de las nociones de compasión y temor, y en si son éstas, u otras —
yuxtapuestas a ellas o distintas y, en ambos casos, cuáles— las pasiones perturbadoras purificadas en el
alma de quien contempla un drama trágico. Es también materia de debate el tema de la ejemplaridad,
del tipo de ejemplaridad, del héroe protagonista de este tipo de drama. Es evidente que el sino del héroe
trágico puede suscitar y de hecho suscita temor en el contemplador. Lo que no es tan evidente es queese temor siempre revierta exclusivamente como temor sobre el mundo del lector, sobre el mundo real.
Todos hemos experimentado temor —también compasión— ante el sino de los héroes trágicos. Sin
embargo, también hemos experimentado otras emociones, que van desde la identificación con el héroe
y su causa, hasta la ira por la situación injusta que éste afronta, pasando por el deseo de reparar la
desinformación del héroe e, incluso, por contribuir a reparar la situación injusta como tal. En otras
palabras, no sería adecuado sostener que la compasión y el temor sólo revierten sobre el mundo real
como prudencia confortable o como resignación fatalista ; pueden perfectamente, en ocasiones, tomar otros
caminos: la purificación de una emoción como el temor es capaz, al menos en ocasiones, de
transfigurarse en disposición para… Y es seguro que nada más lejos de los propósitos de Selser que
fomentar los silogismos de plomo, del estilo “todos nuestros héroes han sido derrotados, el enemigo es
invencible, la resistencia es fútil, mejor cruzarse de brazos y olvidar el asunto…” No es éste, sin duda, el
mensaje que Selser ha querido legar; un uso de su obra en tal sentido lo habría simplemente
horrorizado.
Hay otra interpretación posible, que conduce a su vez a otros debates. Disposición para … ¿qué cosa ?
Planteada así la pregunta, los temas a debatir serían cuál ha sido la información de que no dispuso el
héroe, cuál su error, cuál el marco injusto y, consecuentemente, qué debemos hacer nosotros, ahora. Y
lo primero que habría que decir al respecto es que Selser se empareja perfectamente con sus héroes
dilectos (Zapata, Sandino, Guevara), debido a la tersura y plenitud absolutas de su radicalidad. Ante
todo, Selser se muestra contrario a dejarse llevar por los requerimientos de una política definida con
base en criterios puramente pragmáticos: no será combatiendo la vileza de los enemigos con la
eventualmente más astuta vileza propia que se quebrarán los eslabones de la abyección. Enseguida, y en
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forma coherente, rechaza toda opción oportunista/adaptacionista para América Latina y para quienes
resisten en general: no será cediendo a las presiones de los enemigos ni aceptando las migajas de los
acuerdos eventualmente convenidos que se quebrarán los eslabones de la vileza.
Las distinciones precedentes son importantes, toda vez que es un rasgo muy habitual de la literaturaanti-imperialista el cultivo de una cierta admiración, en ocasiones velada pero aun así indisimulable, por
los éxitos prácticos de la política imperial. Con frecuencia, esta disposición se conecta con un elogio a la
consistencia, continuidad y orientación estratégica de esa misma política —atributos que, en contraste,
son juzgados como endémicamente ausentes del panorama de las naciones subordinadas. Este tipo de
razonamiento deriva, previsiblemente y de manera más o menos explícita según el caso, en una serie de
recomendaciones prácticas para nuestros dirigentes, orientadas a poner de relieve la necesidad
imperiosa de contar con una serie definida de lineamientos de política exterior —consistentes,
estratégicos, capaces de penetrar en las brumas del largo plazo. Es obvio que, en términos generales,Selser se habría manifestado de acuerdo con estos últimos énfasis —tener una política sería mucho
mejor que no tenerla; que sea estratégica sería preferible a que no lo fuera. Sin embargo, hay que decir
que, en un sentido más profundo, Selser jamás habría estado de acuerdo con anteponer lo pragmático a
lo moral. Tener una política, sí; estratégica, también, pero sin propiciar y sin permitirse despeñamiento
alguno en los sórdidos abismos de la abyección.
Conocedor profundo de los pliegues y de los meandros de la realpolitik y, seguramente por eso mismo,
cultivador de una poética a la vez iracunda y mordaz, surcada, además, por singulares modulaciones
melancólicas (todo lo cual halla expresión, como vimos, en múltiples decisiones formales), Selser se nos
revela como un tipo bien característico de intelectual, cuyo crudo hiperrealismo –al leerlo es difícil dejar
de preguntarse qué dosis de verdad puede soportar el hombre (latinoamericano o no)– contrasta
espléndidamente con la diafanidad de ese sueño suyo jamás abandonado: a saber, el sueño que perfila la
reconciliación genuina entre política y moral, o lo que es lo mismo, la reconciliación genuina del
hombre con los demás y consigo mismo. Con la realización de dicho sueño, el mal imperante, que hasta
ahora ha tenido sólo némesis parciales, tendría por fin su Némesis definitiva. A mi modo de ver, en la
exploración de esta singular, desgarradora y, por qué no decirlo, radiante tensión reside una de las
claves más estimulantes para (re)leer a Selser desde el mirador que nos van imponiendo nuestros
conturbados y perplejos días.
Ciudad de México, septiembre de 2009.